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Me propongo aquí establecer una taxonomía mínima de narrativas épicas que nos
permita diferenciar los modos en que los diversos textos sobre la conquista
construyen al indio como "otro." Ello me permitirá matizar en alguna medida la
repetida puesta en relación del discurso de la conquista con las narrativas
caballerescas y con las narrativas "de reconquista." El ideal arcaico del guerrero
cristiano es un punto de referencia de buena parte de ese discurso, tal y como señala
Rolena Adorno en un pasaje que bien puede servir de pórtico al terreno de discusión
en que quiero insertarme:
1
Espéculo: Revista de Estudios Literarios, ISSN-e 1139-3637, Nº. 20, 2002 Universidad Complutense de Madrid
El pasaje incide en los temas centrales de este estudio: discurso épico, los modos en
que ese discurso proyecta o construye la oposición entre la cultura (el "nosotros") y la
alteridad que la delimita, y los modos en que el enfrentamiento a una alteridad
novedosa y la necesidad de adoptar o proponer formas de interacción con esa
alteridad llevan a una recuperación de elementos culturales de un pasado más o
menos lejano.
Puede decirse entonces que la narrativa de cruzada enfrenta al héroe con un otro
previamente conocido, en el sentido de que sabemos en qué consiste su otredad
(infidelidad, herejía, servicio al Diablo) independientemente de su caracterización en la
narración. En la narrativa de caballerías el otro es un otro extraño, y su relación, de
confrontación o no, respecto al héroe, se dibuja a lo largo de la narración. Un infiel, un
hereje, son siempre villanos; un encantador, un gigante, un habitante de una ínsula
remota, pueden resultar enemigos, neutrales o aliados.
Como quiera que Nuestro Señor es testigo que no nos habemos puesto en guerra
contra los infieles enemigos de nuestra fe, con ningun linaje y pensamiento de codicia,
sino solamente por la natural inclinación que tenemos a la dicha guerra por la de Dios
Nuestro Señor, y que por el bien y acrecientamiento de la cristiandad y aún no
sabemos lo que Dios Nuestro Señor querrá que podamos facer en dicha guerra, pero
así porque algunos quieren decir que para mayor justificación de la dicha guerra
convendría que Su Santidad, por su bula apostólica, declarase la guerra contra todos
los infieles y nos diese la conquista de todo lo que nosotros adquiriéramos de las
tierras de los infieles. (Mires, 32-33)
Tal justificación por derecho de una situación de hecho nunca fue concedida, y ello
puede explicar que la guerra contra el indio se tendiera a tratar discursivamente en
términos de épica no de cruzada sino caballeresca. Es decir, la eliminación del otro
debía justificarse en la narración de la conquista mediante un previo acto de agresión
del indio hacia el orden representado por los españoles. En el caso de las Cartas de
Hernán Cortés, por ejemplo, la matanza de indios siempre va precedida en la narración
por alguna acción de agresión por su parte, bien contra los españoles o contra otros
indios presentados como indefensos.
En cualquier caso, es claro ahora que tenemos que trazar una nueva distinción entre
formas de discurso épico. Para empezar, tenemos que distinguir entre el discurso
imperial y el discurso evangélico; lo dicho respecto a la construcción del otro se
aplicaría por lo general al primero, pero aunque en algunas ocasiones se aplica
también al segundo, en este se dan casos-el más notable es el de Las Casas-en que no
se aplica ninguna de las formas de construcción del otro hasta aquí consideradas. En
general, podemos trazar esta segunda distinción entre discursos épicos en base a los
diferentes valores u objetivos últimos que legitiman las acciones del héroe:
(a) extensión territorial y humana del orden temporal representado por el rey o
emperador; idea del servicio a éste, y por vía transitiva, a Dios; servicio consistente en
actuar como instrumento de esa extensión; la "dirección de servicio" está
estrictamente jerarquizada. Las Cartas de Cortés son un claro ejemplo.
(b) extensión humana del orden espiritual representado por la Iglesia (no
necesariamente por el Papa, no siempre reconocido como guía espiritual infalible en
las décadas anteriores a Trento); idea del servicio a Dios, consistente en actuar como
instrumento de esa extensión. En contraste con la forma anterior, aquí la relación de
servicio es directa, de héroe a Dios. Motolinía y su Historia de las Indias de la Nueva
España, con su héroe colectivo, el grupo de frailes franciscanos, podría ser un ejemplo.
En cualquier caso, vemos que ambas formas de narrativa épica tienen su legitimación
última en la idea del servicio a Dios, consistente en la misión por él encomendada de
extender la fe de forma que se salve el mayor número posible de almas el día del Juicio
Final.
Aunque en este sentido vemos que lo que hemos llamado narrativa imperial remite
lógicamente a una narrativa evangélica, los intereses extrarreligiosos harán que se
independice y adopte formas propias, modelos épicos (programas) alternativos al
misional, que de todas formas deben en todo caso enmascararse como
complementarios a él, esto es, como consistentes con la narrativa maestra original,
que es lo que en último término caracteriza a la cultura, al nosotros, frente a las
diversas formas de la alteridad. En palabras de Fernando Mires, "el conquistador
necesitaba hacer la guerra para conquistar, a la vez que necesitaba creer que
conquistaba para cristianizar y, para que eso fuera posible, necesitaba cristianizar la
guerra"(53). En este sentido, podemos pensar que una de las funciones del texto del
Requerimiento sería la de tranquilizar la conciencia de los soldados españoles, a
quienes se hacía ver mediante él que sus matanzas se justificaban por su elevada
finalidad apostólica. El Requerimiento es así un ejemplo de la poca flexibilidad del
discurso imperial para crear argumentos legitimadores que, dada la novedad del otro
que se quiere incorporar al orden, fueran en alguna medida independientes del
discurso teológico. El problema a que remite esa rigidez es el de compaginar-o explicar
la contradicción entre-una consideración del otro como culturalmente semejante
(implícita en los presupuestos narrativos del Requerimiento, cuyo texto comienza
haciendo referencia al Dios "de quien vosotros y nosotros y todos los hombres del
mundo fueron y son descendientes y procreados"(Palacios Rubios 85), y una
consideración del otro como radicalmente distinto, que justifica la dominación y por
tanto el hecho mismo del Requerimiento.
Hay además una razón poderosa contra la legitimación de la guerra por apelación al
oro, los esclavos y las riquezas, esto es, con independencia de los argumentos
teológicos. A la hora de ejercer con fines económicos el dominium sobre tierra y
cuerpos del nuevo continente, hay que tener en cuenta que la esfera económica no es
todavía un ámbito que se autojustifica, en el sentido de que, como dice Breuer, es una
característica de las sociedades precapitalistas que en ellas "production does not exist
as an isolated and independent sphere exercising specific causal effects on other,
separate institutions, but rather as the realization of property relations determined
primarily by extra-economic factors" (104). Y puesto que se trata de reproducir esas
condiciones de producción en la colonia, hace falta también incorporar esos factores
extraeconómicos, esa superestructura en base a la cual quedan establecidas las
relaciones de propiedad. La conquista necesita efectivamente acompañarse de la
cristianización, si es que se quiere utilizar al indígena como mano de obra, sea en
régimen de esclavitud o de servidumbre, y a la vez conservar una apariencia de orden
legítimo.
Otra vez me he servido, unas líneas más arriba, de términos (programa, cultura)
entendidos en el sentido en que los usa Lotman; antes de nada, pues, será
conveniente repasar algunas nociones centrales de su llamada "semiótica de la
cultura."
Of course, neither mode is conceivable without the other, so that in any given system
of imagined relationships it is necessary to determine which mode is to be regarded as
structural and which as functional. In general this determination will be dictated by the
interests of the classifier -that is to say, whether he will wish to construct a system in
which either differences orsimilarities are to be highlighted and whether his desire is to
stress the conflictual or mediative possibilities of the situation he is describing. The
two modes of relationship, continuous and contiguous, also engender different
possibilities for praxis: misionary activity and conversion on the one side, war and
extermination on the other. (190)
Como ejemplo de un sistema en que son las diferencias las que se resaltan, y en busca
de dirimir la cuestión de si los dos mecanismos culturales de enfrentamiento al otro se
excluyen mutuamente o complementan, y de la medida en que esta cuestión es
planteable en abstracto, sin referencia a la narrativa maestra que gobierna la cultura
específica, pasamos a examinar el Demócrates segundode Sepúlveda. En particular
debemos estar atentos a la forma en que el previsible uso funcional del modo de
contigüidad se acompaña, si es que lo hace, del uso estructural del modo de
continuidad. Adelantamos que sí se da tal acompañamiento, y que por tanto al menos
en este caso se ejemplifica la complementariedad entre los dos modos de
representación del otro que según Hayden White es habitual.
Y así vemos que en las cosas inanimadas la forma, como más perfecta, preside y
domina, y la materia obedece a su imperio... Y del mismo modo, en el alma, la parte
racional es la que impera y preside, y la parte irracional la que obedece y le está
sometida... Por eso las fieras se amansan y se sujetan al imperio del hombre. Por eso el
varon impera sobre la mujer, el hombre adulto sobre el niño, el padre sobre sus hijos,
es decir, los más poderosos y más perfectos sobre los más débiles e imperfectos. Esto
mismo se verifica entre unos y otros hombres, habiendo unos que por naturaleza son
señores, otros que por naturaleza son siervos[...] Tales son las gentes bárbaras e
inhumanas, ajenas a la vida civil y a las costumbres pacíficas. Y será siempre justo y
conforme al derecho natural que tales gentes se sometan al imperio de príncipes y
naciones más cultas y humanas, para que merced a sus virtudes y a la prudencia de sus
leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto de la virtud. Y si
rechazan tal imperio se les puede imponer por medio de las armas, y tal guerra será
justa según el derecho natural lo declara. (83, 85)
El afirmar que los nativos son esclavos por naturaleza implica demostrar que se
caracterizan por una inferioridad insuperable respecto de los españoles. Se trata, pues,
de construir su otredad no como no-cultura sino como anticultura. Una de las
estrategias significativas cara a este fin será la comparación de los nativos con los que
hasta el descubrimiento venían siendo los representantes por antonomasia de la
anticultura: los musulmanes. Pues bien: los indios salen perdiendo en la comparación,
pues los musulmanes, aunque infieles, al menos tienen leyes (91). La implicación es
obvia: si la guerra contra los musulmanes está justificada de antemano, tanto más
debe estarlo la guerra contra los indios. Los nativos son exactamente la imagen
invertida de los españoles:
... en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como
los niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia
como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas, de los
prodigiosamente intemperantes a los continentes y templados, y estoy por decir que
de monos a hombres. (101)
Una preterición significativa: solo "está por decirlo" porque si lo dice sin más
contradice el supuesto de que el sometimiento del indio se justifica por la posibilidad
de cristianizarlo en el futuro. Vemos aquí asomar la inconsistencia entre el discurso
imperial y el evangélico, inconsistencia que se intenta ocultar con el artificio de una
figura retórica. Si los indios son cristianizables (o sea, si se deben considerar como no-
cultura), no se justifica la guerra contra ellos, ni por tanto su esclavización ni la toma de
sus tierras. Por otra parte, si se concluye que los indios no son cristianizables (y se les
debe considerar entonces como anticultura), no se justifica la apelación a la misión, y la
legitimidad de la empresa -materializada en la Bula de Alejandro VI - quedaba en
entredicho, junto con la autoridad misma del papa. La única posibilidad lógica es
distinguir entre dos tipos de indios, tainos y caribes, buenos y malos, y dividir el
espacio del otro en dos ámbitos separados, uno de no-cultura y otro de anticultura.
Tras extenderse sobre las cualidades de los españoles, Sepúlveda vuelve a incidir
sobre la barbarie de los nativos: "hombrecillos en los cuales apenas encontrarán
vestigio de humanidad," "tampoco tienen leyes escritas, sino instituciones y
costumbres bárbaras," "comían carne humana," "se hacían continuamente la guerra
unos a otros" (105), "muchas veces, miles y miles de ellos se han dispersado huyendo
como mujeres delante de muy pocos españoles"(106). Admite que los de México
"tienen ciudades racionalmente edificadas y reyes no hereditarios, sino elegidos por
sufragio popular, y ejercen entre sí el comercio al modo de las gentes cultas," pero
esto es algo que "sólo sirve para probar que no son osos, ni monos, y que no carecen
totalmente de razón"(109). Vemos que la antítesis cultura/anticultura no puede
sostenerse sin dejar plenamente al descubierto la inconsistencia a que referíamos (si
son animales, ¿cómo cristianizarlos? ¿cómo se explica la bula papal? ¿qué venimos a
hacer a las Indias?¿Dónde queda la legitimación ideológica de la empresa?) La solución
de Sepúlveda consiste en suponer una escala de animalidad-humanidad, pero fuera de
la cual se sitúan los españoles, como modelo de humanidad, y dentro de la cual se
sitúan los indios, que de algún modo tienen que presentarse como condenados a estar
siempre en algún punto intermedio de la escala -en paralelismo, desde los símiles del
propio Sepúlveda, con las mujeres. La alternativa serían los argumentos, desarrollados
antes por Vitoria, de la "infancia" o potencialidad de racionalidad "completa" de los
indios, pero desde el paralelismo con los niños no se justifica la guerra contra el indio ni
el privarle de sus tierras.
¿Cómo hemos de dudar que estas gentes tan incultas, tan bárbaras, contaminadas
con tantas impiedades y torpezas han sido justamente conquistadas por tan excelente,
piadoso y justísimo rey como lo fue Fernando el Católico y lo es ahora el César Carlos, y
por una nación humanísima y excelente en todo género de virtudes? (111)
Pero si el indio bárbaro sirve para justificar la guerra y el indio semejante sirve para
justificar la misión, parece después que la línea de distinción o el criterio de ubicación
dentro de la escala de animalidad-humanidad vienen dados por la resistencia o no
resistencia del indio a la agresión de los españoles. Antes se criticaba a los indios por su
cobardía, por huir "como mujeres." Ahora parece que el "indio semejante," el que ha
de quedar vivo para cristianizar, es precisamente el que se niega a defenderse. Al
menos eso es lo que se deduce del violento pasaje del Deuteronomio que Sepúlveda
utiliza como justificación adicional para el exterminio:
Cuando te acerques a expugnar una ciudad la ofrecerás primero la paz [eso hace el
Requerimiento, ofrecer una paz condicionada], y si la aceptare y abriere primero sus
puertas, todo el pueblo que haya en ella será salvado y te servirá con tributo; pero si
no quiere la alianza contigo y emprende hacerte guerra, la combatirás, y cuando el
señor Dios tuyo la entregue en tus manos, pasarás al filo de tu espada todo lo que
pertenezca al género masculino, reservando sólo las mujeres y los niños y las bestias
de carga que haya en la ciudad, y dividirás toda la presa entre tu ejército, y comerás de
los despojos de tus enemigos. (167)
Con esto y una fórmula como el requerimiento, el exterminio de los indios no sólo se
justifica sino que se vuelve tarea imperiosa por provenir de mandato divino.
Paradójicamente, se salvan los seres aparentemente más alejados de una potencial
cristianización. Mujeres y niños estarían doblemente alejados de la racionalidad ideal
del varón cristiano: por ser indios, inferiores a cristianos, y por ser mujeres y niños,
inferiores a varones. Y vemos aquí que las contradicciones se multiplican, porque con
respecto al varón el estatus de la mujer y del niño son de por sí muy diferentes.
Recordemos el famoso pasaje de Sepúlveda en que se propone que el bárbaro debe
subordinarse al varón cristiano "como el niño al hombre, la mujer al varón." Aquí, en
esta aparentemente consistente serie de símiles, se condensan los dos tipos de
cultura, o de programas culturales, en lucha por la hegemonía (por la "memoria," por
erigirse en código dominante, en (sub)narrativa maestra en lo que atañe a la empresa
americana).
Domingo de Soto definió el dominium como "una facultad y un derecho que se tiene
sobre algo para utilizarlo para propio beneficio por cualquier medio permitido por la
ley." Pero los tomistas mantuvieron la distinción del derecho romano entre dominium y
mera posesión, por lo que Soto continúa: "el dominium debe distinguirse de la
posesión, uso o usufructo... pues no se trata de la simple capacidad de usar algo y
tomar su producto, sino de enajenarlo, regalarlo, venderlo o abandonarlo"(Pagden
82). La distinción, comenta Pagden, tuvo importantes consecuencias cara a las
disputas sobre los derechos de los indios, pues "it was introduced by Soto precisely to
deal with the problem of the rights of children before the age of reason; for children
do have dominium even if they cannot be allowed to exercise it -a condition in which,
as we shall see, the Indians might be said to be"(82).
Pero el control progresivo del espacio del otro que permitió esa disolución no sólo
representó el paso de una CE a una CC, la sustitución de la oposición
cultura/anticultura por la oposición cultura/no-cultura (no todavía cultura). Como dice
Hayden White, la dialéctica de la "escala de humanidad" ahora implicada "renders
unstable any attempt to draw, on its basis, a definitive distinction between natives and
'normal' men. Every attempt to draw such a distinction is, in fact, if carried out
vigorously, driven ultimately to the apprehension of the common qualities" (189). Así
pues, representó también una desespacialización de nociones de contraste como las
de "salvajismo" y "barbarie," y su interiorización psíquica por un proceso de
compensación. El salvaje, desde esta nueva concepción, reside en cada uno de
nosotros, forma el contenido reprimido tanto del nosotros como del otro, es el otro en
nosotros.
OBRAS CITADAS
Adorno, Rolena. "Arms, Letters and the Native Historian in Early Colonial
Mexico." Hispanic Issues 4 (1989): 201-224.
Breuer, Stefan. "The Metamorphoses of Natural Law: on the Social Formation of the
Pre-Bourgeois and Bourgeois Foundations of Law." Telos 70 (1987): 94-114.
Casas, Bartolomé de las. Obra indigenista. Ed. José Alcina Franch. Madrid: Alianza, 1985.
Gilman, Stephen. "Bernal Díaz del Castillo and 'Amadís de Gaula'." En Studia
Philologica. Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso. Vol. 2. Madrid: Gredos, 1961.
Mires, Fernando. La colonización de las almas. San José (Costa Rica): Editorial DEI, 1987.
Pagden, Anthony. "Dispossessing the barbarian: the language of Spanish Thomism and
the debate over the property rights of the American Indians." En Languages of Political
Theory in Early-Modern Europe. Ed. Anthony Pagden. Cambridge: Cambridge University
Press, 1987. 79-98.
Sepúlveda, Juan Ginés de. Sobre las justas causas de la guerra contra los indios
(Demócrates Segundo). Ed. bilingüe latín-español, de Angel Losada. 2ª ed. Madrid:
C.S.I.C., 1984
White, Hayden. Tropics of Discourse. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1978.