Los alimentos transgénicos, son los productos elaborados utilizando organismos
genéticamente modificados (OGM). La novedad de esas técnicas biotecnológicas ha hecho que los OGM y los alimentos transgénicos hayan sido objeto de estudios mucho más meticulosos que los aplicados con anterioridad a cualquier tipo de alimento. A lo largo de la historia se ha demostrado la eficiencia del proceso de selección natural, un término empleado por primera vez por Charles Darwin en el que se describe como las especies de la naturaleza se basan en procesos de selección Aprendiendo de ello, el hombre, desde hace muchos años, ha intervenido en el mismo proceso de otras especies de plantas y animales para asegurar que el linaje de sus descendientes obtuvieran características por encima del promedio, beneficiándose a sí mismos a partir de ello. Dicha producción selectiva provocó la aparición de nuevas y mejoras especies, aunque el proceso requirió de cantidades considerables de tiempo. Más tarde, con los avances tecnológicos, la ingeniería genética permitió agilizar el proceso, pasando los genes deseados de un animal a otro, de una planta a otra e incluso de una planta a un animal y viceversa para concentrarse en la transferencia solo de los genes deseados por el hombre; sin embargo, no todos los procedimientos han resultado exitosos, repercutiendo en la mala calidad de las especies tratadas. La oposición frontal contra los alimentos transgénicos se basa en buena parte en los graves problemas alimentarios surgidos en los últimos decenios como el aceite de colza adulterado, encefalitis espongiforme bovina o la presencia de benzopireno en el aceite. Los trastornos originados por el proceso de manipulación genética en las plantas pueden manifestarse de inmediato, o al cabo de varias generaciones. También pueden aparecer en determinadas condiciones ambientales o de estrés. La utilización de cultivos GM destruye la diversidad de los cultivos, homogeneiza los alimentos y elimina el conocimiento y la cultura local. De esta y de otras formas la desigualdad, la pobreza y la explotación de los recursos naturales logran prosperar en el sistema mundial de alimentos, que se centra en la generación de ganancias y no en la producción de alimentos sustentables ni en la soberanía alimentaria. Durante una ola de calor padecida en 1999 en EE UU, por ejemplo, la soja transgénica de Monsanto padeció una devastadora -y misteriosa- infección por un hongo, que provocó considerables daños en grandes superficies. Posteriormente se demostró que las plantas eran más vulnerables al ataque del hongo debido a una producción de lignina inusualmente alta, asociada a la manipulación genética del cultivo, que hacía que con la ola de calor los tallos se agrietasen. Este problema ocasionó pérdidas considerables a los agricultores del sur de EE UU. También se ha observado que los tallos del maíz Bt tienen un contenido de lignina más elevado que el convencional, siendo rechazado en algunos casos por la ganadería. En entrevista por separado, Adelita San Vicente, directora de la organización Semillas de Vida, y Sandra Lazo, de Greenpeace, lamentaron que desde la academia “se siga insistiendo en que toda oposición a los transgénicos no tiene base científica, cuando, por el contrario, tiene bases sólidas que han mantenido el debate abierto en torno a su uso”. San Vicente recordó que en México también se está debatiendo una nueva ley general de biodiversidad, con la que “se pretende privatizar los recursos genéticos del país y con ello su biodiversidad, e incluso la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas sobre el entorno natural”. Por ello, denunció que Arturo Álvarez Angli, diputado por el Partido Verde Ecologista de México, “pretende dictaminar la minuta de la ley general de biodiversidad sin permitir la opinión de las comisiones de Asuntos Indígenas y Cambio Climático en San Lázaro, y sin abrir el legítimo derecho que tienen los pueblos originarios y la sociedad de opinar al respecto”. Enfatizó que México ha dado al mundo 16 por ciento de todos los alimentos que se consumen en el planeta, por lo que consideró “preocupante” que se siga presentando una visión “unilateral” sobre el uso de organismos genéticamente modificados. Luego de la publicación del libro Transgénicos: grandes beneficios, ausencia de daño y mitos, coordinado por el investigador Francisco Bolívar Zapata, San Vicente destacó que “cuando no eres especialista en el tema del agro y los organismos genéticamente modificados, no se pueden hacer este tipo de descalificaciones, porque sí hay investigación científica sólida que alerta sobre el peligro de los transgénicos”. Durante la presentación de la obra, en El Colegio Nacional, Bolívar Zapata aseguró que “las propuestas de un México libre de transgénicos son dogmáticas, populistas e imposibles”, y agregó que el texto “proporciona de manera sistematizada la amplia y contundente información científica y técnica que sustenta los beneficios de los organismos construidos por las técnicas de ingeniería genética”. Al respecto, Sandra Lazo, de Greenpeace México, destacó que Bolívar Zapata “ha mostrado su apoyo a la industria de los transgénicos desde que participó en la elaboración de la ley de bioseguridad, y habría que recordar que el debate sobre el uso o no de transgénicos y sus efectos sigue vivo”. Agregó que tras más de dos décadas de uso de cultivos transgénicos en algunos países, entre ellos Estados Unidos, “se ha demostrado que no son una solución a la demanda de más y mejores alimentos, e incluso en la reducción de pesticidas, pues las semillas transgénicas han propiciado resistencias en insectos y malezas que actualmente se siguen combatiendo con plaguicidas”. Lazo indicó que tampoco se han dado a conocer investigaciones de largo plazo sobre el uso de transgénicos, por lo que “no podemos saber cuál es el efecto en la salud, a lo que se suma una falta de regulación en el etiquetado de alimentos que permita advertir al consumidor qué productos está consumiendo y si incluyen o no transgénicos”.