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RODRIC

BRAITHWAITE

MOSCÚ 1941

Una ciudad

y su pueblo en guerra

Traducción castellana de Gonzalo G. Djembé

y Francesc Fernández

CRÍTICA

BARCELONA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización

escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones


establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de

esta obra por cualquier medio o procedimiento,

comprendidos la reprografia y el tratamiento informático, y


la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o

préstamo públicos.

Título original:

Moscow 1941. A City and its People at War

First published in Great Britain in 2006 by Profile Books

Ltd.

Diseño de la colección: Compañía

Diseño dc la cubierta: Jaime Fernández


Ilustración de la cubierta: Voluntarios en el terraplén

que hay frente al Kremlin; reconstrucción de los años

cincuenta. Archivo Central de Documentos Audiovisuales de

Moscú

Realización: Atona, SL

Rodric Braithwaite, 2006

2006, de la traducción castellana para España ,y

América: CRITICA, S. L., Diagonal, 662 664, 08034

Barcelona email: editorial@edcritica.cs

http://www.edcritica.es

ISBN10: 8484327523

ISBN13: 9788484327523

Depósito legal: M. 37.3462006

2006. BROSMAC, S. L., Polígono Industrial 1, Calle C,

Móstoles (Madrid)

Este libro versa sobre los hombres y las mujeres que

vivieron, trabajaron y sin ceder terreno defendieron Moscú

durante los meses de otoño e invierno de 1941-1942. Está

dedicado a todos los supervivientes que han entregado

generosamente su tiempo para explicarme cómo fue aquel

periodo, y a sus hijos, nietos y bisnietos, que hoy viven en


una ciudad muy diferente.

También quiero dedicarlo a Lev Parshin, quien me

localizó a muchos de esos supervivientes. Sin su inagotable

entusiasmo, energía y nobleza, el libro habría resultado

mucho más pobre.

Nota de los traductores: Gonzalo G. Djembé ha

traducido la primera y la segunda parte y se ha encargado

de la coordinación general; Francesc Fernández ha traducido

la tercera parte y ha dirigido la transcripción española de los

nombres propios. Los traductores desean agradecer la

amable colaboración de la doctora Helena Vidal en la

resolución de numerosas dudas.

Mapa 1. Centro de Moscú en 1941

En este mapa se puede comprobar que los requisitos de

la defensa, con el paso de los siglos, impusieron un

planeamiento concéntrico a la estructura urbana de Moscú,

cuyas carreteras principales parten hacia el exterior de

forma radial. Los principales avances logrados por los

alemanes en 1941 se produjeron a lo largo de las carreteras

de Mozhaisk, Leningrado y Volokolamsk.

CLAVES:
1 El Kremlin

2 Plaza Roja

3 GUM, los famosos grandes almacenes de la Plaza

Roja

4 Catedral de San Basilio

5 Casa del Malecón

6 Palacio de los Sóviets, en construcción, en el

emplazamiento de la catedral de Cristo Salvador

7 La Lubianka, cuartel general de la NKVD

8 Teatro Bolshoi (cerrado por obras el día anterior al

inicio de la guerra y dañado por una bomba)

9 Ayuntamiento de Moscú (antigua residencia del

gobernador de Moscú)

10 Estación de metro de Mayakovski (donde el 6 de

noviembre de 1941 se celebró el aniversario de la

Revolución)

11 La parada de metro de Kirov (el puesto de mando

del estado mayor durante la guerra)

Mapa 2. La ruta de la invasión de Moscú

Distancia desde la frontera (millas)

Paso de la frontera 0
Smolensko 412

Borodino 590

Moscú 670

Napoleón, 1812

(días)

Mié. 24 junio 0

1617 agosto 54

7 septiembre 68

14 septiembre 129

Hitler, 1941

(días)

Dom. 22 junio 0

18 27 julio 35

11 18 octubre 118

5 diciembre 166

Tanto los polacos, en 1612, como los franceses, en

1812, y los alemanes, en 1941, todos ellos siguieron la

misma ruta hacia Moscú. En las tres ocasiones, los rusos

ofrecieron una primera resistencia militar en Smolensko, y

en 1812 y 1941 se apostaron también en Borodino. El

ejército hitleriano de 1941 dependía de los caballos casi en


la misma medida en que lo hiciera el ejército napoleónico y,

de hecho, tardó mucho más en alcanzar Moscú.

Lo que distinguió a la invasión alemana fue la habilidad

de la Wehrmacht a la hora de utilizar fuerzas blindadas muy

veloces, capaces de rodear y capturar a grandes números de

soldados rusos. Según cifras alemanas, el 10 de julio se

hicieron trescientos veinticuatro mil prisioneros en Bialystok

y Minsk; trescientos diez mil en Smolensko, el 6 de agosto;

ciento tres mil en Uman, el 9 de agosto; ochenta y cuatro

mil en Gomel, el 20 de agosto; seiscientos sesenta y cinco

mil en Kiev, el 16 de septiembre; ciento siete mil en Azov, el

11 de octubre, y seiscientos sesenta y tres mil en los

alrededores de Viazma [Vyazma] y Briansk [Bryansk], el 18

de octubre.

Los alemanes emprendieron el asalto sobre Moscú -la

operación que dio en llamarse «Tifón»- a principios del mes

de octubre. Los blindados del grupo de ejércitos Centro

atacaron a los rusos por los flancos norte y sur, abrieron una

brecha de trescientas millas (casi quinientos kilómetros) en

las líneas rusas, capturaron a más de setecientos mil

soldados y a finales de octubre habían avanzado hasta


encontrarse a solo ochenta millas [unos ciento treinta

kilómetros] de Moscú. Tras una pausa, el avance se reanudó

el 15 de noviembre, pero para entonces la resistencia rusa

se había reforzado. La ofensiva principal de los alemanes, a

lo largo de la carretera principal de Mozhaisk, se apagó

definitivamente el 5 de diciembre, y los alemanes tuvieron

que retroceder hasta unos doscientos cuarenta kilómetros

por una contraofensiva rusa que los servicios de inteligencia


fueron incapaces de predecir.

Mapa 3. La batalla de Moscú, 30 septiembre 5

diciembre

NOTA SOBRE LA TRANSLITERACIÓN

No se ha adoptado ninguno de los sistemas de

transliteración establecidos por los eruditos, ni se ha

intentado tampoco buscar una coherencia rígida. El sistema

utilizado pretende ser simple, fonético y lo más sencillo

posible para lectores que no hablen ruso (los que lo hablen

no tendrán dificultades en reconstruir la grafía original).

Debe leerse tal cual se escribe. Como dígrafo especial se ha

empleado zh (por ejemplo en Zhukov), que debe leerse

como la –ge final de la palabra inglesa rouge (esto es, como la j– inicial de
jamais o el catalán Jaume. Los demás dígrafos son los habituales en inglés: sh
como en shoe [fran cés chaud, catalán xarxa]).

Cuando una palabra rusa empieza por e, suele

pronunciarse hie(con semivocal, como en hielo). Por eso escribimos Yeltsin, y


no Eltsin. En cambio, cuando nos
encontramos por ejemplo con el monte Elbruz,

pronunciamos e, porque en ruso se corresponde con otra

letra.

Se ha recurrido también al signo especial ë, letra que

se usa también en ruso y se pronuncia io: (como en

periódico, con o larga). En general lleva el acento tónico de


la palabra, como en JrushcHËv, GorbacHËv o YeRËmenko;

pero hay algunas excepciones, como TrëjGORka. (En español

sería más correcto referirnos a Jrushchov y Yeriómenko,

pero eso podría dificultar la adecuada identificación de los

nombres menos comunes, dado que nuestra prensa habla

casi sin excepciones de

Yeremenko, por lo que se ha optado por la solución «de


compromiso» de conservar la ë y explicar cómo debe

leerse.)

Se utilizan las versiones tradicionales, cuando son más

familiares que las que resultarían de una transliteración:

Moscú, en vez de Moskva. Pero salvo estos nombres

demasiado conocidos, se tiende a concluir los nombres rusos


en ski, por ser más preciso que sky. Sin embargo, se

prefiere Mijail a Michael (o Miguel).

Se reproducen los nombres de las ciudades, las calles y

otros lugares según se los denominaba en la época de la

acción. Cuando los topónimos fueron cambiados por los

bolcheviques, se ha incluido el nombre original entre

corchetes: por ejemplo, Kalinin [Tver].

Asimismo, cuando la transcripción española difiere de la

inglesa se recoge entre paréntesis, la primera vez que

aparece el nombre y algunas otras como recuerdo, la opción

del original: «Presnia [Presnya]». En la edición española se

ha optado por Georgi, mucho más común que Gueorgui,

aunque en castellano debe pronunciarse con gue, no con ge.

Se utiliza Josef Stalin, como forma consolidada, y Yosif en el


resto de los casos. Se ha optado por acentuar,

excepcionalmente y para evitar confusiones, los nombres

que coinciden a la letra con nombres propios españoles

(Iván, María), pero no así los que no coinciden exactamente

(Viktor, Vladimir, etc.), ni los apellidos.

Para los títulos de obras literarias y referencias

bibliográficas se ha conservado, en cambio, la transliteración


del autor, dado que es bastante más fácil hallar ediciones

rusas en bibliotecas de lengua inglesa o internacionales que

en bibliotecas españolas.

AÑO NUEVO DE 1941

Gran parte de su vida y de las vidas de cuantos había a


su alrededor habían sido privaciones y pruebas y luchas muy

duras. A ello se debió, en último lugar, el que incluso la

terrible carga de los primeros días de la guerra fuera

insuficiente para quebrar su ánimo.

Konstantin Simonov, De los vivos y los muertos - 1

Muchos moscovitas se sentían lo bastante felices como

para celebrar la Nochevieja como marcaba la tradición.

Habían ahorrado para adquirir su vodka y decorar sus

abetos, y aquella noche brindaban por su futuro y el de sus


familias, cantaban al son de las guitarras y se entretenían
con juegos tan tontos como el de «¿Qué tengo en la ropa

interior?». Las muchachas miraban en cuencos de agua

reposada para vislumbrar algún atisbo de sus futuros

maridos. La gente anotaba sus miedos y sus esperanzas en

pedacitos de papel a los que luego se prendía fuego. Y

cuando terminaban con la adivinación y la bebida, los

moscovitas salían por la ciudad, se distribuían por los bares


y restaurantes o caminaban en grupos de amigos hasta la

Plaza Roja, para escuchar las campanadas del Kremlin y ver

el cambio de la guardia ante el mausoleo de Lenin. Los más

prósperos -oficiales del Partido, soldados artistas, escritores

y músicos- bebían dulce champaña en

sus pisos o celebraban fiestas en sus centros de trabajo y en

sus talleres. La Fábrica Automotriz de Stalin organizó

festejos para los militares. Asistieron algunos héroes de la

Unión Soviética, comandantes militares y soldados rasos

(seleccionados escrupulosamente, claro está), que bailaron

con la música de Johann Strauss y cantaron La

Internacional. En la sede central de la Marina Mercante se


congregaron los marinos. El Komsomol -la Liga de la

Juventud Comunista- organizó una celebración para alumnos

de secundaria, en la sala de las columnas, junto a la Plaza

Roja (el mismo edificio que había sido testigo de los juicios

propagandísticos de 1937). En tanto que régimen ateo,

como es lógico, no se prestaba reconocimiento público a San


Nicolás o Santa Claus, pero el «Abuelo de las Heladas»

exhibía una larga túnica roja y una barba blanca y poblada,


como su predecesor, y repartía sus regalos junto a un gran
abeto decorado con velas y adornos de cristal, como antaño.

-2
Una vez recuperados de la resaca, había muchas

oportunidades para disfrutar del día de Año Nuevo. En el

teatro Bolshoi se representaban Zar Saltan, de Rimski

Korsakov, y El lago de los cisnes, de Chaikovski, además de


otras dos óperas. En el teatro Maly se exhibían El inspector

gubernamental, de Gogol, y Dinero loco, de Ostrovski. En el


Teatro de las Artes de Moscú se podía ver Tres hermanas, de Chejov,
El club Pickwick, de Dickens, y El día de los Turbin,
de Mijail Bulgakov, una de las obras favoritas de Stalin, a

pesar de que hacía un retrato favorable de una familia de la

guardia blanca. *1-* 1 En total la oferta del día sumaba,

entre los diversos teatros y auditorios, cuarenta

espectáculos y conciertos. Aparte los cines de Moscú

anunciaban veinte películas, entre las que figuraban Mi

amor, protagonizada por la popular actriz Lidia Smirnova, y


Una muchacha de carácter, con la no menos popular

Valentina Serova. Los más duros podían dedicarse a pescar

a través del hielo en el río Moscova o esquiar en el paisaje

nevado de las afueras de la ciudad.

Los periódicos oficiales del día -de hecho, la única

prensa disponible, puesto que no había otra en la Unión

Soviética- aseguraban a sus lectores lo mismo. Aparte de los

típicos problemitas menores -como un castigo aquí por no


haber logrado cumplir con la planificación, o el vilipendio allá

de un oficial incompetente-, se constataba un florecimiento

de la producción y las artes. Habían llovido medallas a

cuantos se habían hecho merecedores de ellas: oficiales,

artistas, escritores, obreros de las fábricas y de las nuevas

granjas colectivas, los que se habían distinguido en los

combates en la reciente guerra contra Finlandia, o los

aviadores y los ingenieros aeronáuticos, que gozaban de un

aprecio particular por parte de Stalin. Varios millones de

nuevos ciudadanos -según afirmaba la prensa- habían

recibido con los brazos abiertos su incorporación a la Unión

Soviética, tras las anexiones de los países bálticos, la Polonia

oriental, Besarabia y parte de Finlandia. La guerra que ahora

se libraba en el oeste recibía una amplia atención en los

periódicos, con un equilibrio de informaciones tomadas tanto

de las fuentes británicas como de las alemanas. En todos los

medios se reproducían asimismo los buenos deseos -

sospechosamente similares en la elección de su lenguaje-

que gentes de todos los rincones del país habían enviado a

su gran dirigente, Josef Stalin, «el Padre, Maestro, Gran

Líder del Pueblo Soviético, Heredero de la Causa de Lenin,


Creador de la Constitución de Stalin, Transformador de la

Naturaleza, Gran Timonel, Gran Estratega de la Revolución,

Genio de la Humanidad y Mayor Genio de todos los Tiempos

y todos los Pueblos».-3 Además, todos los periódicos -

incluido el del ejército, el Krasnaya Zvezda o Estrella Roja-

contenían largos poemas y relatos sentimentales

compuestos por escritores bien conocidos, como Konstantin

Paustovski, así como por los gacetilleros del régimen.

Con un poco de experiencia se podía leer entre las

líneas de los tímidos informes y el entusiasmo artificial de

los artículos principales para descubrir bastantes claves de lo

que realmente estaba sucediendo en el mundo. Casi todos

los representantes del ambiente artístico, político o militar

habían perdido a algún amigo o pariente durante las

recientes purgas. La inmensa mayoría, con la sola excepción

de los más poderosos, vivían en alojamientos que eran con

suerte inadecuados, y en el peor de los casos, miserables.

Pero la gente de la calle se agarraba incluso al más mínimo

motivo de esperanza que pudieran percibir.

Dos años antes, Stalin había designado comisario de

asuntos internos a Lavrenti Beria, con la intención de frenar


los excesos de la NKVD, la omnipresente policía secreta. Las

detenciones continuaban, desde luego; pero al menos en

ese momento la situación parecía haber mejorado respecto

de la etapa anterior. Además, en las tiendas volvía a haber

alimentos. Se había abolido el racionamiento y el pueblo ya

no pasaba hambre, a diferencia de los padecimientos de


unos pocos años atrás. Y estaban sinceramente orgullosos

de lo que el régimen había hecho en pro de su ciudad: el

nuevo y espectacular metro, las nuevas escuelas, las nuevas

opciones en educación superior, los nuevos trabajos en las

nuevas fábricas, el apoyo oficial a las artes escénicas, las

brillantes ocasiones de que gozaban los escritores y artistas

-aquellos, claro está, que aceptaran acomodarse a la línea

oficial-. Moscú era la ciudad de las oportunidades en el

Primer País del Socialismo.

Sin embargo, Moscú seguía siendo una ciudad de

campesinos de primera o segunda generación, gentes que

habían acudido en masa a la ciudad en busca de empleo y

carreras. No habían olvidado los horrores de la

colectivización ni de la hambruna. Algunos incluso tenían

puesta la esperanza en la llegada de la guerra, que arrasaría


a su paso con las odiosas granjas colectivas que Stalin había

impuesto en los campos. Pero aun a pesar de los horrores

que habían sucedido al triunfo de los bolcheviques el

auténtico entusiasmo que había sido motor de la Revolución,

veinticuatro años antes, no se había extinguido. ¿Acaso no

había dicho el propio Stalin que cuando se corta la leña,

siempre saltan astillas? A fin de cuentas, no se puede

preparar una tortilla -ni fundar Utopía- sin cascar los huevos.

La mayoría de los habitantes de Moscú creía en la

postura oficial -o estaba desesperada por darle crédito,

como mínimo-, según la cual el país se mantendría al

margen de la guerra que había engullido el resto de Europa.

Aun así, si la conflagración alcanzaba a la Unión Soviética,

los años de continuada propaganda oficial los habían

convencido de que el Ejército Rojo, con su enorme fuerza

aérea y su flota de tanques -más numerosa que la suma de

todos los tanques del resto del mundo- expulsaría al invasor

y liquidaría en cuestión de días cualquier combate que se

desarrollara en su propio territorio.

Pero Stalin y sus generales no eran tan optimistas

como pretendían que lo fuera su pueblo. El pacto suscrito


con Hitler en agosto de 1939 había dado a la Unión Soviética

una nueva zona de margen en el oeste. Con ello se esperaba


haber logrado un espacio de transición lo suficientemente

estable, pero la apabullante victoria de Alemania en Francia

había hecho trizas todos los cálculos. Durante los últimos

diez días de diciembre de 1940, los generales se reunieron

en Moscú para sacar conclusiones de la situación. La

mayoría regresó a su casa al terminar la conferencia militar,

el día de Nochevieja. Pero los más destacados

permanecieron en sus puestos, para ir poniendo en práctica

todas esas conclusiones.

Aquella misma noche, a altas horas, falleció un cisne

blanco en el zoo de Moscú. No podía haber habido un peor

augurio para el año que entraba.-4


NOTAS
AÑO NUEVO DE 1941

1. Konstantin Simonov: Zhivye i Mértvye, Moscú, 2004,

p. 27. La novela de Simonov, que retrata los primeros meses

de la guerra, no se llama De los vivos y los muertos por

azar: para él son los muertos quienes, junto con los vivos,

se hicieron merecedores de la gloriosa victoria. (Hay trads.

esp. de J. Vento: De los vivos y los muertos, Progreso,

Moscú, 1983, 4.ª ed., y de E. Donato a partir del alemán y

con otro título: La batalla de Moscú, Destino, Barcelona,

1964.) La frase aparece asimismo en otros lugares, como

por ejemplo en Guerra y paz, cuando Tolstoi habla de «la

línea que separa a los vivos de los muertos, [tras la cual] no

hay sino incertidumbre, sufrimiento y muerte» (Everyman,

Londres, 1991, vol. 1, p. 178). (Hay trad. esp. del original

ruso de L. Kuder, Guerra y paz, Del Taller de Mario Muchnik,

Madrid, 2003.) Quien dirigió mi atención hacia esta

referencia fue Nina Tumarkin, que la utiliza como epígrafe en

su libro The Living and the Dead (Nueva York, 1994). Pero

hay asimismo un eco de la Biblia: «Te conjuro delante de


Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos,

por su aparición y por su reino» (2 Timoteo, 4, 1). (Salvo

indicación contraria, se cita la Biblia por la traducción


española de Eloíno Nácar y Alberto Colunga, Biblioteca de

Autores Cristianos, Madrid, 1985.)

2. Este personaje viste asimismo trajes blancos o

azules.

*1. Bando enfrentado al gobierno bolchevique nacido

de la revolución de octubre de 1917 durante la guerra civil

rusa de 1918–1921. (N. del t.)

3. El 20 de diciembre de 1939, el presidente Kalinin

había emitido un ucase calificando a Stalin de «Héroe del

Trabajo Socialista» y describiéndolo en tales términos. Cito a

partir de M. Chegodaeva, Dva Lika Vremeni: 1939 Odin God

Stalinskoi Epokhy, Moscú, 2001, p. 156.

4. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, Moscú, 2003, p. 9; L. Ivanits: Russian

Folk Belief Armonk, Nueva York, 1992.

PRIMERA PARTE

El lento aproximarse de los truenos


1
LA CIUDAD TOMA FORMA

Si la consideramos según una determinada escala -la

del número de personas involucradas-, la batalla de Moscú

fue la mayor de toda la segunda guerra mundial, y por tanto

la más numerosa de la historia. Participaron más de siete

millones de soldados y oficiales de uno y otro bando,

mientras que en Stalingrado, en 1942, hubo cuatro millones;

en Kursk, en 1943, dos millones, y en la batalla de Berlín, en

1945, tres y medio. Fueron magnitudes que nunca igualaron

los combates ni de Africa ni de la Europa occidental. La

batalla de Moscú se extendió por un territorio de las

dimensiones de Francia y duró seis meses, entre septiembre

de 1941 y abril de 1942. La Unión Soviética perdió a más

hombres en esta lucha -hubo unos novecientos veintiséis mil


muertos, por no hablar de los heridos- que Gran Bretaña en

toda la primera guerra mundial y las bajas sufridas en su

transcurso fueron mayores que las bajas conjuntas de

británicos y estadounidenses en toda la segunda guerra

mundial. Tal fue el horrible precio que hubieron de satisfacer


por infligir a la Wehrmacht su primera derrota real. Lucharon

contra los alemanes hasta paralizarlos, los sangraron hasta

la extenuación y los forzaron a retirarse de nuevo cientos de

kilómetros, desde las murallas mismas de su capital.

Durante el verano de 1942, la Wehrmacht volvió a cosechar

victorias aplastantes en las llanuras de la Rusia meridional,

pero en el fondo de sus corazones muchos alemanes eran

conscientes de que, si la batalla de Moscú no había sido el

principio del fin, representaba el fin de la etapa inicial. 1-

Todavía hoy, Moscú -estrangulada por el tráfico,

envenenada por las exhalaciones de fábricas decrépitas,

desfigurada por la exuberante arquitectura de un capitalismo

desenfrenado y vulgar- es una ciudad que vibra con fuerza.

El foco y símbolo de esta energía sigue siendo, como

siempre, la fortaleza del Kremlin, magnífico e imponente

punto neurálgico de la ciudad imperial. Rusia se ha visto

privada de su imperio, pero el aura abrumadora del Kremlin

permanece. Los sucesores de los zares y los bolcheviques

todavía gobiernan el país desde detrás de los grandes muros

de ladrillo rojo, que rodean las oficinas, los grandes palacios

y las relucientes iglesias que albergan las cruces doradas de


la antigua fe ortodoxa de Rusia. Por encima de los templos y

de los palacios, aún hoy, las altas torres de la fortaleza están

coronadas por grandes estrellas rojas de cristal iluminado,

símbolos de un régimen implacable bajo cuya bandera los

hombres y mujeres de la Unión Soviética contuvieron y

luego destruyeron al invasor alemán en la más colosal

guerra de toda la historia.

Más allá de los muros del Kremlin, Moscú parece ser un

intrincado caos de iglesias y monasterios, hoy en día

coronados de nuevo con cúpulas doradas que relucen

durante la puesta de sol; de grandes palacios y edificios

públicos; de fantasías estalinistas; de monótonas oficinas y


suburbios de los años sesenta y setenta; del exuberante

kitsch postsoviético. Esta es la ciudad que ha dado a Europa

algunos de sus mayores logros científicos, pictóricos,

musicales y literarios. Aquí nacieron Pushkin y Dostoyevski;

aquí desarrollaron buena parte de su vida artística Tolstoi y

Chejov. Mucho más que la formal y gélida ciudad que Pedro

el Grande se hizo construir entre las marismas del mar

Báltico, Moscú es el centro y la esencia de la propia Rusia,

desparramada, inmensa, incontrolable, un país que al mismo


tiempo es y no es Europa. Moscú es una ciudad que fascina

y obsesiona tanto a sus ciudadanos como a los extranjeros

que la visitan. Sin Moscú, la cultura europea sería muy

diferente de como la conocemos.

Por detrás de todo su aparente caos, Moscú, como

Viena, adopta una forma regida por una lógica muy simple:

la lógica de la defensa. Al igual que Viena, el centro de

Moscú es una fortaleza defensiva erigida a la orilla de un río,

protegida por líneas concéntricas de fortificación y unida al

mundo exterior por amplias vías que se extienden

radialmente por todos los puntos cardinales. El curso de la

batalla de Moscú, en 1941, resultó determinado por la

posición geográfica de la ciudad y por su clima, por la red de

carreteras de la que representaba el centro y por la forma

de la ciudad en sí misma, tal cual se fue desarrollando a

través de los siglos, en respuesta a la acción de hombres

muy poderosos (véase el mapa 1).

El paisaje que rodea Moscú -la Podmoskovie- ondula

suavemente, sin grandes brusquedades, a través de una

interminable planicie arenosa. El río Moscova y sus afluentes

serpentean por esa llanura, lugar de pescadores y turistas


vacacionales, de gentes que nadan o toman el sol en

tiempos de paz; pero en tiempos de guerra se convierte en

un obstáculo. El campo ha sido despejado parcialmente para

las labores agrícolas; pero aún hoy, densos bosques de

abedules plateados y pinos negros cubren buena parte de la

región, bosques oscuros e impenetrables, salvo por las

carreteras y los caminos que se han ido abriendo a hachazos


con el tiempo. Es un paisaje que no se impone al espectador.

Carece por completo de la salvaje grandiosidad de los Alpes

o la cultivada belleza de Inglaterra o Italia. Pero se comunica

con las emociones más hondas del pueblo ruso: emociones

que han sido capturadas, incluso para el ojo extranjero, por

los pintores paisajistas del siglo XIX.-2

Mientras marchaban por estas llanuras interminables,

los veteranos de Napoleón se quejaban de que el calor era

tan insufrible como el que habían encontrado en Egipto. El

polvo que levantaban en su marcha los hombres y los

vehículos era tan espeso que en ocasiones el sol quedaba

reducido a un pálido disco rojo y había que tocar tambores a

la cabeza de los batallones para que la retaguardia no

perdiera el rumbo.3- El polvo mató a decenas de miles de


caballos y animales de tiro de las tropas napoleónicas, e hizo

encallar y atascó los motores de los tanques y camiones de

Hitler.

Los inviernos son tan gélidos como caluroso es el

verano. La nieve empieza a caer en octubre o noviembre y

no se detiene hasta abril o mayo. La temperatura media de

los meses de diciembre, enero y febrero ronda los diez

grados centígrados bajo cero. Puede caer hasta los cuarenta

grados negativos, pero incluso eso es soportable si la casa

está caliente y se lleva la ropa adecuada: durante muchos

siglos, el pueblo ruso ha pasado los inviernos dentro de sus

casas, durmiendo pegados a sus cocinas. Pero los caminos

son muy duros cuando el hielo ha agarrado, y quien dispone

de medios de locomoción apropiados puede desplazarse con

notable libertad.

La peor época del año es la transición entre el otoño y

el invierno y entre el invierno y la primavera. Los rusos la

denominan rasputitsa, «tiempo de caminos disueltos»,

porque el suelo queda inundado por las lluvias y las nieves

medio derretidas, y todo lo que no sean las carreteras más

modernas se convierte en un cenagal en el que se estanca


cualquier grupo numeroso de hombres o de vehículos. Fue el

barro, y no el invierno, lo que detuvo a los ejércitos de

Napoleón y Hitler.

Pequeños pueblos y ciudades de madera -Moscú y Tver

(a la que los comunistas rebautizaron como Kalinin), Tula y

Zvenigorod, Mozhaisk y Volokolamsk, lugares que sufrieron

sin excepción los sangrientos combates del otoño de 1941-

comenzaron a surgir en esos bosques hace alrededor de un

millar de años. Casi todas las ciudades tenían a su propio

príncipe y, al igual que Moscú, su propio kremlin o ciudadela

fortificada. Los príncipes solían estar emparentados, tanto

entre sí como con la familia que gobernaba Kiev desde hacía

muchas generaciones; esta es la razón, sin duda, de que sus

pequeñas guerras intestinas fueran tan sangrientas.

Los hombres que fundaron Moscú en el siglo XII

decidieron erigirla en un vado fluvial a fin de facilitar tanto el

comercio como la defensa contra los principados vecinos, los

rebeldes y forajidos, los tártaros, los polacos y los franceses.

El fuerte que con el tiempo devino el Kremlin constaba, en

origen, de un simple foso seco y una empalizada que

rodeaba un blocao de madera, protegido en su cara sur por


el propio río Moscova. Al este del fortín había un

asentamiento para comerciantes y artesanos. El espacio

abierto entre ellos se transformó en la Plaza Roja (color

asociado, en el antiguo ruso, con la belleza). La orilla

meridional del río -la Zamoskvorechie, «al otro lado del

Moscova» - era llana y pantanosa, y no estaba fortificada.

Los jinetes tártaros que cada cierto tiempo barrían el remoto

norte para exigir tributos y capturar esclavos solían acampar

en la llanura mientras esperaban el pago. Pero a veces

optaban por acortar el proceso saqueando la ciudad y

reduciéndola a cenizas.

El primer anillo fortificado comprendía el mercado

situado fuera de los muros del Kremlin, el Kitaigorod. A

medida que iban perdiendo su carácter de necesidad, las

fortificaciones posteriores fueron arrasadas y sustituidas por

vías circulares: la ronda de los Bulevares, la ronda de los

Jardines, la Muralla de Tierra. En 1900 se erigió un cinturón

ferroviario exterior para que el tren pasara en torno de la

ciudad y en 1962 se construyó un cinturón vial -la autopista

circular de Moscú- para proporcionar el mismo tipo de


desplazamientos a los vehículos a motor.
Aparte de este modelo radial, impuesto por el sistema

de las defensas concéntricas, Moscú creció sin orden ni

concierto. Había pocas normativas de planeamiento, aparte

del requisito de dejar, de vez en cuando, extensiones no

construidas de cierta amplitud, que sirvieran de cortafuego

entre los edificios. Incluso las grandes vías que comunicaban

la ciudad con el mundo exterior degeneraban en calles

estrechas y sinuosas, una vez entraban en Moscú. Los

bulevares, tan característicos de la actual Moscú, no

comenzaron a construirse hasta finales del siglo XVIII. La

ronda de los Bulevares mantiene buena parte de su encanto,

pero la ronda de los Jardines es hoy un campo de batalla

contaminado y esclerótico en el que se enfrentan los

modernos coches extranjeros con los viejos y resollantes

camiones rusos.

Estos grandes caminos fueron los que emplearon los

gobernantes de Moscú para sojuzgar a los principados

vecinos, el primer paso por el cual la ciudad fue dejando de

ser un asentamiento menor en una zona boscosa para

convertirse en la capital de un inmenso imperio. Como los

radios de una rueda, todos los caminos parten del Kremlin.


Al noroeste, otra gran calzada -la que es hoy la autopista de

Leningrado- llevaba a Tver, a la República Libre de Novgorod

y, más allá, a la nueva capital rusa de Pedro el Grande, San

Petersburgo. Al nordeste, otra calzada conducía a Yaroslavl y

las primeras rutas comerciales marítimas de Rusia, que la

comunicaban con la Europa occidental a través de Arcángel.

Hacia el sur partían las calzadas de Tula y Kashira, que

empleaban los tártaros cuando se acercaban a exigir los

tributos. Al este, la calzada de Vladimir se dirigía hacia los

minerales y las pieles de los Urales y Siberia, por un camino

al que el pueblo denominaba habitualmente Vladimirka o

Trakt. En tiempos de los zares, muchas generaciones de

criminales y de prisioneros políticos tuvieron que recorrerla

penosamente hacia el exilio o destinos aún peores. A finales

del otoño de 1941 siguieron ese mismo camino tristes

reclutas que se dirigían a sus campamentos de instrucción y


refugiados de una ciudad que, según parecía, estaba a punto

de caer en manos del enemigo.

Pero las que han ostentado una mayor importancia

estratégica en la historia de la Rusia moderna han sido las

carreteras y grandes calzadas del oeste: las de Volokolamsk


y Mozhaisk y la de Minsk, que conduce hasta la ciudad

fortificada de Smolensko, a la frontera con Polonia y a

Varsovia. La calzada de Mozhaisk fue la que con la intención

de tomar Moscú emplearon en los siglos XVII y XIX tanto

polacos como franceses; y los últimos kilómetros de esta

misma carretera de Mozhaisk vieron el intento final y

desesperado de los alemanes por abrirse paso hacia la

ciudad, en diciembre de 1941.

Durante muchos siglos, la calzada de Mozhaisk entraba

en Moscú a través del Arbat, nombre que designa a un

tiempo una calle y todo un barrio de la ciudad, lugar de

artesanos, artistas e intelectuales hasta mediados del siglo

XX. La vanguardia del ejército napoleónico -un

destacamento de los húsares de Wurtemberg, a las órdenes

del mariscal Murat- cruzó el Arbat en su camino hacia el

Kremlin. Aquí es donde el Pierre Bezujov de Tolstoi proyectó

asesinar al mismísimo Napoleón. Stalin solía cruzar el Arbat

en coche cuando se dirigía del Kremlin a su dacha, la «dacha

cercana», situada justo a las afueras de los viejos límites de

la ciudad, por la carretera de Mozhaisk.

Todas estas rondas del interior de Moscú -la de los


Bulevares, la de los Jardines, la Muralla de Tierra, la ronda

del Ferrocarril-; las grandes carreteras -la de Leningrado, la

de Volokolamsk, la de Mozhaisk-; los ríos; las ciudades y los

pueblos de la Podmoskovie, y por último el propio río

Moscova, todo ello contribuyó a dar forma a la batalla de

Moscú, en 1941, al igual que había contribuido en gran

medida a dar forma a la historia previa de la capital rusa.

El aspecto de esta gran ciudad se ha conformado,

esencialmente, a partir del variable y con frecuencia dudoso

gusto de sus gobernantes:

desde su fundador mismo, Yuri Dolgoruki, y una posterior

serie de déspotas -Iván el Terrible, Pedro el Grande, Catalina

la Grande y Stalin-, hasta los caprichos en ocasiones

estrafalarios de Yuri Luzhkov, el alcalde de la Moscú

posterior al comunismo. Hasta bien entrado el siglo XX,

Moscú era una ciudad en la que predominaban los edificios

de madera. Los magníficos edificios de los siglos XVIII y XIX

solían tener fachadas de estuco. Pero la estructura de

madera era, con mucho, la mayoritaria por detrás de la

fachada, la razón principal por la que los barrios típicamente

moscovitas -al igual que los barrios tradicionales de la


mayoría de ciudades rusas- eran devorados por las llamas

de forma regular. Cuando estalló la guerra en 1941, el miedo

a los incendios obligó a las autoridades a movilizar a buena

parte de la población moscovita, asignándola a un sistema

de retenes de una sencillez casi brutal, pero al mismo

tiempo de una eficacia impresionante.

El Kremlin de Moscú, así como las iglesias y los

monasterios situados en el interior de sus murallas, fueron

reconstruidos con materiales más duraderos, como la piedra

y el ladrillo, a lo largo de los siglos XV y XVI. Cuando

Richard Chancellor visitó la ciudad en 1553, Moscú era ya

una ciudad dos veces más extensa que Londres. Pero en su

opinión «carece de refinamiento y se expande sin orden

ninguno. Sus casas son todas de madera, lo cual es muy

peligroso en ocasión de un incendio. Hay un hermoso castillo

[sic], cuyos muros son de ladrillo, y muy altos. Dicen que

son de 18 pies de espesor, pero no le concedo yo crédito».-4

Iván el Terrible tomó la capital tártara de Kazán en 1552 y

eligió un estilo nuevo -casi grotesco, de puro singular- para

San Basilio, la catedral que erigió en la Plaza Roja para

conmemorar esa victoria. En la misma época se levantaron


seis grandes monasterios amurallados que trazaban un

círculo en torno de la ciudad, como bastiones defensivos que

se esperaba disolvieran los ataques enemigos antes de que

alcanzaran la zona del Kremlin. Así, la Moscú

prerrevolucionaria estaba dominada por sus edificios

religiosos: nueve catedrales, quince monasterios, diez


conventos, casi trescientas iglesias ortodoxas y otras

cuarenta iglesias para los raskolniki o disidentes del Viejo

Credo.*1-*1

Moscú dejó de ser la capital de Rusia en 1712, cuando

Pedro el Grande desplazó el gobierno a su nueva ciudad, San

Petersburgo, a la orilla del mar Báltico. Pero a medida que

transcurrían las décadas, algunos de los ciudadanos más

acaudalados se hicieron construir edificios neoclásicos que

recordaban algo la elegancia europea y la ciudad comenzó a

adquirir un barniz de gusto ilustrado. Cuando los franceses

entraron en Moscú el 14 de septiembre de 1812 -tras la

sangrienta batalla de Borodino, del 7 de septiembre, que no

sin terquedad siguen considerando una victoria nacional-,

uno de sus soldados afirmó haber sido asaltado:

por la sorpresa y el placer. A pesar de que yo esperaba


ver una ciudad de madera, lo que encontré ante mí, por el

contrario, fue que casi todos los edificios eran de ladrillo y

concebidos en un estilo de lo más elegante y moderno. Las

casas de las familias moscovitas son como palacios; todo

cuanto vi era rico y maravilloso.-5

Por entonces la ciudad estaba casi vacía: el pueblo de

Moscú había huido a través de las grandes calzadas oriental

y septentrional.

Hasta donde alcanzaba la vista, todas las carreteras de

Moscú estaban cubiertas por hileras interminables de

carruajes y de gentes a pie, que huían de la infeliz capital.

Se daban empellones unos a otros intentando adelantarse y

se apresuraban, movidos por el miedo, en carruajes

cubiertos, cabriolés, drozhki *2-*2 y carretas. Todos los

rostros estaban marcados por las lágrimas y el polvo.-6

Las mismas escenas, en las mismas calles y casi en la

misma época del año, se vivieron de nuevo ciento

veintinueve años más tarde, cuando los alemanes se

acercaban a la capital soviética.

Y antes de que terminara la noche, Moscú era presa de

las llamas, ya fuera de modo espontáneo o siguiendo


órdenes del gobernador. La ciudad ardió durante seis días,

en un incendio que redujo a cenizas

buena parte de sus edificios más notables. Cuando las

llamas se extinguieron, Napoleón anunció, ya fuera con

horror o con satisfacción, que «Moscú, una de las ciudades

más hermosas y ricas del mundo, ha dejado de existir».-7

Se trataba de una exageración comprensible, aunque tal vez

no disculpable; pero lo cierto es que la ciudad resultaba

inhabitable para un ejército muy numeroso y cada vez

menos disciplinado. El lunes 19 de octubre los franceses

abandonaron la ciudad camino de su catástrofe.-8

Moscú se reconstruyó rápidamente y, hacia finales del

siglo XIX, el centro de la ciudad había adquirido un aspecto

muy similar al que hoy la caracteriza. La enorme catedral de

Cristo Salvador, erigida para conmemorar esta victoria

contra las tropas de Napoleón, dominaba el perfil del centro

urbano. Para dejar sitio a este ampuloso y degradado

pastiche de los estilos arquitectónicos tradicionales en las

iglesias rusas se derribó un monasterio entero, situado en

los terrenos inmediatos al Moscova, al oeste del Kremlin. La

catedral se financió mediante una colecta pública de


donativos, pero una cantidad muy considerable desapareció

en manos desconocidas, por lo que el zar se vio obligado a

sufragar la diferencia.

Ello no obstante, incluso en esta etapa ya tardía de su

historia, Moscú seguía asemejándose a un pueblo grande, en

el sentido más rural del término. En efecto, los moscovitas

seguían manteniendo animales domésticos en los patios que

rodeaban sus casas. Seguía habiendo iglesias y monasterios

en casi cada esquina. La mayoría de los edificios seguían

siendo de madera. El ganado seguía recorriendo las calles de

la ciudad, igual que podía ocurrir por ejemplo en la Londres

de un siglo atrás. Bastaba con tomar una callejuela para

pasar de una calle principal a alguna especie de espacio

comunal, repleto de árboles, de niños y de animales.-9

A diferencia de las ciudades medievales de la Europa


occidental, Moscú nunca adquirió una cultura municipal

independiente, con instituciones políticas e influencia propia.

Fue Pedro el Grande quien instauró su primer gobierno

municipal, un organismo que no contaba con suficientes

recursos de financiación pero estaba intencionadamente

atestado de miembros, supervisado estrechamente por un


gobernador general elegido directamente por el emperador.

Mediado el siglo XIX, Alejandro II introdujo un componente

de representación todavía reducido y fluctuante, pero

genuino. La nueva clase comercial de Moscú aprovechó estas

oportunidades, por pobres que fuesen, para asentar su

importancia política, prometiéndose un futuro que resultó

sesgado por la base con el triunfo de la Revolución.

La educación y la cultura de Rusia, en el sentido

occidental de tales términos, se desarrollaron tardíamente.

Cuando Pedro el Grande ascendió al trono en 1682, no había

estructuras que ofrecieran ninguna instrucción laica, ni que

permitieran la impresión de libros seculares; tampoco existía

ninguna clase de prensa periódica.-10 Las cosas fueron

cambiando con Pedro y sus sucesores, pero aun así la

Universidad de Moscú -la primera de Rusia- no se fundó

hasta 1755. Cuando Moscú comenzó a transmitir una

impresión parcialmente similar a la de una ciudad europea

moderna fue con el ascenso de la nueva clase comerciante e

industrial. En cuanto ganaron suficiente dinero y vieron

satisfecho su gusto por la ostentación, empezaron a

patrocinar también obras arquitectónicas, pictóricas y


musicales, así como literatura y danza de gran estilo; dieron

apoyo a la educación, ofrecieron becas de estudio e

investigación y pusieron en marcha institutos técnicos

especializados, y contribuyeron a causas caritativas con una

generosidad extraordinaria, más destacada incluso que la de

sus contemporáneos de París, Berlin o Viena.-11 Gracias a

ellos, Moscú recobró en buena medida la condición de centro

cultural que había perdido cuando Pedro el Grande trasladó

la capital al Báltico.

En el siglo XIX, asimismo, Moscú se convirtió en una

ciudad industrial de primer nivel. La Trëjgornaya

Manufaktura, la fábrica textil fundada por la familia Projorov

en 1799 -el año de nacimiento de Pushkin- dominaba las

márgenes del río Moscova en el barrio de Presnia [Presnya],

donde el zar y los señores boyardos habían tenido sus fincas

agrícolas.-12 Florecieron las empresas de ingeniería y en

general de base científica. El profesor Nikolai Zhukovski

construyó allí uno de los primeros túneles de viento de

Europa, en 1902, y en 1912 abrió un laboratorio de

aerodinámica en el Colegio Técnico Imperial. En 1909 la

aeronáutica Duks -una empresa destinada inicialmente a la


producción de bicicletas- construyó el primer avión ruso, un

biplano Farman-4. En 1914 la Sociedad de Aviadores de

Moscú inauguró, junto a la carretera de Tver [Leningrado], el

Aeropuerto Central, que se convirtió en una de las bases

principales de los escuadrones de caza que defendían la

ciudad. En 1916, la Compañía Ruso–Báltica de Vagones -

creadora del Ilia [Ilya] Muromets, el primer bombardero

cuatrimotor del mundo- fue evacuada a Fili, en las afueras

de Moscú, para escapar al avance de las tropas alemanas.

En consecuencia, en vísperas de la revolución de 1917, una

parte muy significativa de la industria defensiva rusa se

hallaba instalada en Moscú.

En la Moscú de los primeros años del siglo XX, los más

ricos vivían con ostentación; las clases medias, con

bienestar, y los intelectuales parloteaban, hilvanando teorías

revolucionarias por la izquierda y la derecha del espectro

político. Pero la gran mayoría de la población estaba

constituida por los obreros y sus familias, trabajadores que,

con pocas excepciones, solían ser inmigrantes de otros

puntos del país. Cuando se decretó la abolición de la

servidumbre, en 1861, la mitad de la población de Moscú


estaba integrada por campesinos de primera generación, en
una proporción que no dejó de incrementarse. Los hombres

acudían los primeros a la ciudad, pero conservaban los

vínculos con sus pueblos de origen y, en cuanto les era

posible, reagrupaban a sus familias en Moscú. Así, nueve

décimas partes de los trabajadores de las fábricas

moscovitas eran antiguos campesinos. -13 Antes de la

Revolución, Moscú era en su esencia un pueblo muy

extenso, rural tanto en su estructura social como en su

aspecto.

Los obreros–campesinos que trabajaban duro en las

nuevas fábricas -lugares oscuros, sucios, húmedos y muy

peligrosos- solían vivir en las condiciones de miseria que tan

bien retrataron las novelas de Dickens. Trabajaban siete días

por semana y dormían promiscuamente apretujados en

barracones de madera erigidos por los dueños de las

empresas, cuando no en el suelo mismo de las factorías,

junto a sus máquinas. Más adelante algunos se mudaron a

edificios de propiedad empresarial, sitos casi sin excepción

en los nuevos barrios, levantados más allá de la ronda de los

Jardines. La Trejgornaya Manufaktura -la Trejgorka, como se


la conocía popularmente- proporcionaba miserables barracas

y edificios comunitarios para tres mil novecientos de su total

de seis mil trabajadores. Otros se apiñaban en minúsculas

habitaciones de alquiler, dentro de edificios de viviendas sin

las debidas condiciones higiénicas. No es de extrañar, desde

luego, que en aquel ambiente florecieran la delincuencia, las

enfermedades y el alcoholismo.-14

La salud y la seguridad, por tanto, seguían estancadas

en el nivel abisal que caracterizaba los primeros años de la

época victoriana. Los filántropos y reformadores -de los que

había muchos, incluso entre los más favorecidos por la

fortuna- podían hacer muy poco frente al estólido

conservadurismo del zar Nicolás II y la incompetencia de sus

ministros. En los inicios del siglo XX, los obreros comenzaron

a beneficiarse de una rudimentaria legislación social. Pero en

su mayor parte eran víctimas de la explotación empresarial y

sufrían además el acoso y la manipulación de la policía

secreta. En Moscú y otras grandes ciudades de Rusia, la


situación estaba empezando a resultar explosiva.

Los campesinos que invadían la capital no eran tan

irreflexivos ni tan ignorantes -tan zafios- como tendían a


creer sus superiores. Llevaron consigo a la ciudad su pasión

por la música, la danza y la poesía. Los niveles de

alfabetización eran cada vez más elevados: en 1908, podían

leer más de las tres cuartas partes de los hombres de Moscú

y las zonas adyacentes, y había el doble de librerías en la

ciudad del Moscova que en la capital, San Petersburgo.-15

Los poetas, músicos y narradores de origen rural podían

improvisar durante varias horas, ante públicos por lo general

entusiasmados. Maurice Baring -miembro de una familia de

banqueros y editor de la primera antología poética The

Oxford Book of Russian Verse- conoció a los soldados

campesinos de Rusia durante su misión como corresponsal

de prensa en la guerra ruso–japonesa y sintió un gran

respeto por ellos: se quedó atónito al descubrir, por ejemplo,

que uno de sus libros favoritos era el Paraíso perdido de

John Milton.-16 De sus preguntas dedujo que lo que más

atraía a los soldados era la musicalidad de los elevados

versos de Milton y la viveza de lo narrado, pero sobre todo la

pasión característicamente rusa por la que se concibe el

mundo como un campo de batalla entre el Bien y el Mal,

entre Dios y el Diablo, entre Cristo y el Anticristo.


Estas creencias se remontaban al menos a dos siglos

atrás, hasta la época en la que Pedro el Grande quebró el

poder de la iglesia y cargó definitivamente la servidumbre a

lomos del campesinado. Muchos de los aldeanos concluyeron

que estaban a las puertas de Armaguedón y del Juicio Final.

Esta convicción renació en 1812, cuando se aproximaban

Napoleón y sus ejércitos, entre rumores de la venida del

Anticristo y de promesas de libertad; y renacieron de nuevo

un siglo más tarde, cuando se avecinaba ya la Revolución.-

17 No era una creencia limitada a los labradores: la

literatura rusa de los últimos años del Antiguo Régimen

abunda en imágenes del Apocalipsis.-18 Y continuó

marcando a la par las emociones de campesinos e

intelectuales mientras los Cuatro Jinetes -Guerra,

Hambruna, Pestilencia y Muerte- continuaron acosando el

paisaje ruso durante buena parte de los primeros diez

lustros del siglo XX.

Con el paso del tiempo, quizá, el crecimiento económico

podría haber llegado a suavizar los padecimientos incluso de

los más pobres. Pero la derrota ante los japoneses, en

1904–1905, terminó desatando la rebelión abierta. En San


Petersburgo el derramamiento de sangre fue relativamente

escaso. Se estableció un fugaz acuerdo de trabajo entre los

liberales y los socialistas menos radicales, que obligó al zar

Nicolás II a adoptar una serie de reformas moderadas. Así,

el 17 de octubre de 1905 se aprobó, aunque con

limitaciones, la primera Constitución del país.

Ese mismo día, los impresores de Moscú se declararon

en huelga; su iniciativa fue imitada por otros gremios y,

cuando los ferroviarios se unieron al paro, la ciudad quedó

aislada del resto del país. En noviembre, los partidos

socialistas crearon un Consejo Soviético. En los primeros

días de diciembre votaron a favor de un alzamiento armado.

Los insurrectos establecieron sus cuarteles en la textil de

Trëjgorka, en el barrio de Presnia: cuatrocientos obreros de

la factoría tomaron

parte en los combates. El gobierno respondió enviando en su

contra tropas armadas con artillería. La fábrica fue atacada

con varios cientos de bombas y, cuando a la postre se rindió,

los soldados del gobierno fusilaron como represalia a catorce

personas, en el patio mismo.-19 Los combates no fueron

menos sangrientos en el barrio del centro de Moscú. La


rebelión fue sofocada a los diez días; en total habían

perecido más de mil personas.-20 Cuando unos pocos años

más tarde los bolcheviques tomaron el poder, una de sus

primeras decisiones fue la de bautizar de nuevo el barrio de

Krasnaya Presnia como «Presnia Roja», en honor de los

revolucionarios de 1905.

Cuando el 25 de octubre de 1917 (el 7 de noviembre,

según el calendario occidental), Lenin y Trotski tomaron la


capital rusa, los bolcheviques de Moscú tardaron en

reaccionar. Pero cuando se pusieron en marcha lo hicieron

con rapidez: invitaron a los soldados de la guarnición

moscovita a ponerse bajo sus órdenes, tomaron el Kremlin y

otros puntos neurálgicos del centro de la ciudad, y

comenzaron a reclutar una fuerza armada entre los obreros

de los ya mencionados barrios industriales, sitos más allá de

la ronda de los Jardines.

El Ayuntamiento de Moscú se declaró leal al Gobierno

Provisional de Petrogrado. Disponían de unos diez mil

estudiantes, oficiales y cadetes del ejército, que al estar bien

armados y entrenados pudieron recobrar con celeridad el

control del centro de la ciudad. A los bolcheviques que


continuaban en el Kremlin se les exigió la rendición; se

entregaron, y muchos fueron fusilados en el acto.-21 Pero

los bolcheviques hallaron rifles y artillería con los que armar

a sus hombres, y comenzaron a ejercer presión desde las

carreteras radiales. Cuando pusieron en acción los cañones

pesados, las tropas del gobierno se vieron forzadas a

claudicar.

Cuando empezaron los combates, el escritor Konstantin

Paustovski quedó atrapado entre dos fuegos en su piso de

las Puertas de Nikitski, en la esquina de la Bolshaya

Nikitskaya, otra de las carreteras radiales que se dirigen

hasta el corazón de la ciudad, no muy lejos del

conservatorio.-22 Los cadetes tenían su cuartel general en el


cine Unión, justo en la parte baja de esa misma calle, y

durante seis días Paustovski y sus compañeros de residencia

se refugiaron en el pequeño patio de su edificio, con los

cadetes a un lado y la Guardia Roja al otro.

Cuando dejaron de oírse disparos y se aventuró a salir, el

escritor encontró restos de sangre congelada en el

empedrado de las calles. Una fúnebre llama azul titilaba aún

en las destrozadas farolas del bulevar. En las calles


tintineaban los cristales de las ventanas hechas añicos por

las balas. En la estación de Kiev había fuego.

Los combates de Moscú habían terminado. En el bando

bolchevique se admitió la pérdida de más de doscientos


hombres de la Guardia Roja. Pero como es habitual en estas

ocasiones, nadie se molestó en contar cuántos muertos

había sufrido ni el bando derrotado ni la población civil.

El lunes 10 de marzo de 1918, Lenin viajó en compañía

de su mujer y secretaria desde Petrogrado -ciudad ya

amenazada por el avance alemán- a Moscú, en el tren

especial n.° 4.001. Le siguieron, por separado, los otros

miembros del gobierno bolchevique. Se pretendía que el

desplazamiento fuera temporal, pero devino permanente,

con un cambio que a ojos de muchos parecía indicar que

Rusia había dado la espalda a Europa para convertirse de

nuevo en una potencia bárbara, esto es, asiática.

Lenin y su mujer se instalaron en un apartamento

gubernamental del Kremlin, en el que disponían de tres

grandes habitaciones, más una para los sirvientes y una

cocina en el tercer piso del edificio del Senado. La defensa

del complejo del Kremlin fue asumida por la guardia


personal de Lenin, integrada por fusileros de origen letón.

«Para evaluar correctamente el significado de estas

decisiones -según ha remarcado Richard Pipes- debemos

imaginar a un primer ministro británico que dejara la

residencia y oficina de Downing Street para pasar, junto con

sus ministros, a vivir en la Torre de Londres y bajo la

protección de los sijs.»-23

A fin de dejar vía libre a los otros mandatarios

bolcheviques, los residentes habituales del Kremlin fueron

expulsados, incluidos los monjes y las monjas de los

monasterios de Chudov y Voznesenski. Pero el Kremlin

carecía de la extensión suficiente para acoger a todos los

que fueron acudiendo, por lo que fueron acomodados en

antiguos edificios oficiales, en hoteles, en colegios

universitarios, en las residencias urbanas de la burguesía, en

escuelas y en edificios de viviendas. La policía secreta

requisó el enorme edificio de la compañía de seguros Rosiya,

sito en la plaza de Lubianka (o Lubyanka), ventajosamente

cerca del Kremlin. Sus cuarteles fueron conocidos desde


entonces como «la Lubianka».

Eran los albores de una nueva época, que Paustovski


bautizó como «el tiempo de las grandes esperanzas».

NOTAS

CAPÍTULO I

1. Todas las cifras relativas a los combates del frente

oriental durante la segunda gran guerra -las de bajas, e

incluso las del número de soldados implicados- deben

tratarse con la mayor de las reservas. G. Krivosheev (ed.),

Rossia i SSSR v Voinakh XX Veka: Statisticheskoe

Issledovanie (Moscú, 2001), estima que en la batalla de

Moscú, entre el 30 de septiembre de 1941 y el 20 de abril de

1942, los rusos sufrieron la pérdida de 926.244 fallecidos y

897.879 heridos (pp. 273, 276, 277). En cuanto a las cifras

que comparan la batalla de Moscú con otras grandes batallas

de la contienda oriental, combino datos de Mijail Miagkov

(Kulkov et al., Voina) y Boris Nevzorov (véase su

Moskovskaya Bitva-Fenomen vtoroi mirovoi, Moscú, 2001, p.

12). La cifra oficial de británicos muertos durante la primera

guerra mundial es de 744.702 (según respuesta escrita en

Hansard el 5 de mayo de 1921). En la segunda guerra

mundial murieron 264.443 soldados británicos; la cifra total

de fallecidos británicos, incluyendo a los civiles, fue de


357.116 (véase VV. Mellor, (ed.), Casualties and Medical

Statistics, Londres, 1972, pp. 829-839). El departamento de

Defensa de los Estados Unidos indica que en los combates

de la primera guerra mundial murieron 53.402 soldados de

su país, más otros 63.114 estadounidenses fallecidos por

«otras causas». Respecto de la segunda guerra mundial, el

mismo departamento estima que hubo 292.000 bajas en

combate y 115.187 atribuibles a «otras causas» (véase la

nota histórica de la oficina de la secretaría de Defensa de los


Estados Unidos [OSD] en

<http://webl.whs.osd.mil/mmid/casualty/WCPRINCIPAL.pdf

>).

2. Véanse, por ejemplo, las pálidas reproducciones que

se recogen en Rus-sian Landscape, catálogo de una

exposición de la National Gallery titulada «El paisaje ruso en

la era de Tolstoi» (Londres, 2004).

3. Duffy, Christopher J.: Borodino and the War of 1812,

Cassell Military, Londres, 1999, p. 59.

4. La población de la gran Londres era de unos

cincuenta mil habitantes a mediados del siglo XVI; véase el

artículo de Joseph P. Ward, de la Universidad de Mississippi,


en

<http://www.the-orb.net/encyclop/culture/urban/emessay>

. Para las cifras rusas, véanse I. Gavrilova: Naselenie

Moskvy: lstoricheski Rakurs, Moscú, 2001, p. 23; Richard

Hakluyt: Voyages in Eight Volumes, Londres, 1967, vol. 1, p.

255. Con sus quince pies de espesor, las murallas del

Kremlin se acercan mucho a lo que le habían explicado al

canciller.

*1. Raskolniki: miembros de un grupo ortodoxo ruso

que se negó a aceptar las reformas litúrgicas del patriarca

Nicón (1605–1681). (N del t.)

5. Este observador francés parece haber sido engañado

por las fachadas de estuco (citado por Kathleen Berton en

Moscow: An Architectural History, Studio Vista, Nueva York,

1977, p. 150).

*2. Carruajes bajos, abiertos y tirados por caballos,

originarios de Rusia y similares a los birlochos. (N. del t.)

6. Citado en Berton: Architectural History, p. 150.

7. Berton, Architectural History, p. 152.

8. Alan Palmer: Napoleon in Russia, André Deutsch,

Londres, 1967, p. 181.


9. La pintura de Polenov que en 1902 representa un

patio del Arbat, casi en el centro de la ciudad, muestra una

escena como la que podía encontrarse en casi todos los

pueblos de la región de Moscú. Véase también Catherine

Merridale: Moscow Politics and the Rise of Stalin: The


Communist Party in the Capital, 1925-1932, Macmillan,

Londres, 1990, p. 11.

10. Berton: Architectural History, p. 109.

11. Blair A. Ruble: Second Metropolis: pragmatic

pluralism in Gilded Age Chi-cago, Silver Age Moscow, and

Meiji Osaka, Woodrow Wilson Center Press, Washington (DC)

y Cambridge University Press, Cambridge, 2001, p. 93.

12. P. Terentiev (ed.): Prokhorovy, Moscú, 1996.

13. Timothy J. Colton: Moscow. Governing the Socialist

Metropolis, Belknap Press, Londres, 1995, pp. 34-36.

14. Colton: Governing the Socialist Metropolis, p. 47.

15. Ruble: Second Metropolis, pp. 110 y 175.

16. Maurice Baring: Whatl Saw in Russia, Heinemann,

Londres, 1927, pp. 20-21. El director de una escuela

provincial aseguró a Baring que Paraíso perdido era el libro

más popular de la biblioteca local, y en una feria celebrada


en Moscú durante la Semana Santa Baring encontró cinco o

seis traducciones diferentes de esta obra. Mientras estaba

ojeando una de ellas se le acercó un campesino que le

aconsejó comprarla con estas palabras: «Es muy

interesante. Te hace reír y llorar».

17. Lev Tolstoi: War and Peace, Everyman, Londres,

1991, vol. II, p. 404. (Hay trad. esp. del original ruso de L.

Kuder, Guerra y paz, Del Taller de Mario Muchnik, Madrid,

2003.)

18. El poema de Blok «Los doce» termina con la

imagen de un Cristo que, encolerizado, ha venido a juzgar

un mundo caótico y pecador, al frente de la Guardia Roja,

que recorre las arrasadas calles de la revolucionaria

Petrogrado en enero de 1918. Estoy en deuda con John

Garrard por haber atraído mi atención hacia su artículo

«"The Twelve": Blok's Apocalypse», en Religion and

Literature, n.° 35 (1), primavera de 2003, pp. 45-66; el

texto del poema puede encontrarse en A. Blok: Sobranie

Sochinenii, Moscú, 1960, vol. 3, p. 347. Véase también

James H. Billing-ton: The Icon and the Axe: an interpretive

history of Russian culture, Weidenfeld & Nicolson, Londres,


1966, p. 504.

19. Archivo de la Ciudad de Moscú, Fondo P-425,

Inventarnaya Opis 4.

20. Richard Pipes: The Russian Revolution 1899-1919,

Collins Harvill, Londres, 1990, p. 50. (Hay trad. fr.: La

révolution russe, Presses Universitaires de Fran-ce, París,

1993.)

21. Bruce Lincoln: Passage through Armageddon: the

Russians in war and revolution, 1914-1918, Oxford, 1994,

pp. 468-471; Simon & Schuster, Nueva York, 1986.

22. Konstantin Paustovski: Povest o zhizni,

Sovremennyi Pisatel, Moscú,1965, vol. 1, pp. 659 y ss.

23.

Pipes: Russian Revolution 1899-

1919, p. 595.
2
LA FORJA DE UTOPÍA

Desde aquel momento, los bolcheviques comenzaron a

imponer su poder sobre la ciudad. Limpiaron Moscú de los

símbolos de su pasado zarista y colocaron en su lugar

símbolos propios. Así, las campanadas del Kremlin pasaron a

interpretar La Internacional y se eliminó el águila imperial de

los edificios públicos. Las estatuas que en las plazas públicas

recordaban a los zares o a victoriosos generales del imperio

fueron sustituidas por imágenes de los nuevos héroes

revolucionarios: Espartaco, Robespierre, Darwin, Herzen*1-

*1, Marx, Engels. También se creó una comisión especial,

encargada de bautizar de nuevo las diversas calles y

avenidas de la ciudad. Así, la calzada de Tver pasó a ser la

avenida de Leningrado; la de Vlamidir (el Trakt), que tantos

afanes había visto de quienes huían penosamente hacia el

exilio, fue renombrada -con ironía sin duda inconsciente-

como «avenida de los Entusiastas». Los cambios se fueron

sucediendo a medida que emergían nuevos héroes y se

descubría que algunos héroes antiguos fueron, en realidad,


auténticos bellacos. Muchos de los moscovitas más viejos se
desorientaron con tal desaparición de los topónimos

familiares. Tres generaciones más tarde, cuando se restauró

buena parte de los nombres antiguos tras el hundimiento del

régimen soviético, la confusión volvió a extenderse entre los

más viejos (y entre los extranjeros).

Eran muy pocos los bolcheviques que tenían

experiencia o práctica en las cuestiones de gobierno: habían

pasado sus vidas entre conspiraciones políticas e intrigas en

el interior del Partido. Pero aun así, cabe decir que

instauraron un sistema de gobierno bastante eficaz. Era

reflejo de la dualidad entre el Estado y el Partido, dualidad

que fue seña de identidad característica del régimen

soviético. El Partido dictaba la melodía, tanto en Moscú como

en el conjunto del país; pero con Stalin la policía secreta -la

NKVD- interpretaba enérgicamente el contrabajo. Moscú era

dirigida por el comité del Partido Comunista de Moscú y por

el Ayuntamiento moscovita. El primer secretario del partido

de Moscú, que era además jefe supremo del comité de su

Partido, era uno de los políticos más poderosos de toda

Rusia. Por lo general era asimismo miembro del Politburó, el


cuerpo supremo del Partido y auténtico gobierno del país:

Molotov, Kaganovich y Jrushchëv ocuparon ese puesto en

varias ocasiones. El presidente del Ayuntamiento tenía una

importancia casi idéntica. Por lo general era también un

político muy destacado y, a veces, miembro del Politburó.

La ciudad quedó dividida en diversos raioni (barrios o

distritos; en singular, raion). Cada raion tenía su propio

comité del Partido, el RaiKom; su propio comité de la Liga de

la Juventud Comunista, el Komsomol, y su propio consejo

del distrito, el RaiSoviet. En una primera etapa, los barrios

se basaban en los seis distritos políticos en los que los

bolcheviques habían dividido la ciudad durante sus años de

clandestinidad. El más extenso de los seis era el de

Krasnaya Presnia. En él había varias fábricas principales,

aparte de la Trëjgorka; y además el conservatorio, la

universidad, el Instituto de Derecho, el teatro Bolshoi, el


Teatro de las Artes de Moscú y la oficina del Sóviet de

Moscú. El secretario del comité del Partido del raion de

Krasnaya Presnia solía ser un político prometedor: ocupó ese

puesto brevemente, por ejemplo, el joven Jrushchëv.

Cuando en 1930 se incrementó el número de distritos a diez,


y a 25 en 1939 (en vísperas ya de la guerra), la dimensión y

la significación política del Krasnaya Presnia disminuyeron

mucho, pero aun así retuvo, hasta el final mismo del periodo

soviético, un aura particular.

Además de estos organismos municipales y partidistas,

en cada distrito había también una oficina en representación

de la NKVD. Otro departamento, el VoenKomat (comisariado

político) era responsable de la recluta, movilización e

instrucción militar local. Estos eran la última estructura

formalmente organizada del sistema político y

administrativo. Pero por debajo había también una red de

comités del Partido en los diversos centros de trabajo, así

como administradores de fincas que representaban al

Ayuntamiento de Moscú en sus hogares. Muchos de estos

administradores realizaban asimismo la función de

informadores de la NKVD.

Este sistema, influido de la raíz a la copa por la

voluntad del Partido y de su secretario general, Josef Stalin,

funcionaba como una especie de caparazón, carácter que

prestó a la ciudad la capacidad de resistir unida la crisis

suprema de 1941. En aquel momento, los responsables de la


ciudad eran dos oficiales de carrera en el Partido: el primer

secretario del PC en Moscú, Aleksandr Shcherbakov, y el

presidente del Ayuntamiento de Moscú, Vasili Pronin. En

1938 Shcherbakov se convirtió en figura máxima de los

partidos tanto de la ciudad como de la región de Moscú, y

fue nombrado secretario del comité central en 1941.-1 En

1942 fue designado asimismo como jefe de la administración

política del Ejército Rojo, subcomisario de defensa y

presidente del consejo de propaganda político–militar. Pronin

era un personaje menos relevante. Se dice que había


contribuido a purgar el Partido de Moscú, en 1938. Al

concluir la guerra su carrera destacó algo más durante un

tiempo, pero se tambaleó bajo el mandato de Jrushchëv,

quien lo jubiló a los cincuenta y dos años. En las capaces y

enérgicas manos de estos dos hombres, las decisiones

gubernativas municipales demostraron ser notablemente

eficaces a la hora de movilizar al pueblo para la guerra.

Los bolcheviques se movieron con rapidez para hacerse

con el control de los puntales económicos y, de esa forma,

consolidar su poder. En Moscú, el sóviet de la ciudad se

apoderó de los bancos privados y los fusionó creando un


único Banco Nacional. Los comités obreros ya habían

asumido la dirección de muchas de las fábricas principales, y

el sóviet de la ciudad tomó el mando de las otras.-2 Aquellas


factorías que, como la Trejgorka, habían destacado en la

lucha a favor de la Revolución, conservaron sus nombres;

pero otras fueron bautizadas sin imaginación: la Compañía

Ruso–Báltica de Vagones se convirtió en la Fábrica

Aeronáutica n.º 22, y el famoso establecimiento de Yeliseev

en Tverskaya -equivalente moscovita de un Fortnum and

Mason-*2-*2 pasó a ser la Gastronom n.° 1.

El porcentaje de la industria moscovita destinada a la

producción de armas defensivas continuó creciendo. -3 Se

reconstruyeron fábricas antiguas y se erigieron instalaciones

nuevas. En 1940 Moscú producía ya la mitad de los

automóviles del país, la mitad de su maquinaria e

instrumentación y más del cuarenta por 100 de su material

eléctrico. -4 Este factor se convirtió en una fuente de

preocupaciones para las autoridades, a medida que los

alemanes se iban acercando a la ciudad, en el otoño de

1941.

Los bolcheviques estaban decididos a amoldar a su


propia imagen revolucionaria no solo la economía, sino

incluso la esencia misma de la ciudad. La capital del primer

Estado socialista de la historia debía convertirse en símbolo

de la vida moderna y racional, en una gloriosa demostración

del poder del proletariado y en la prueba última de que la


Revolución había llegado para quedarse. Así pues, se

entregaron a una orgía de aniquilación. Se arrasaron las

antiguas iglesias y los monasterios, incluido el propio

Kremlin. Solo en el último minuto se descartó la propuesta

de destruir asimismo la catedral de San Basilio, en la Plaza

Roja. En 1931 se demolió la catedral de Cristo Salvador, en

un acto destructivo cuyas repercusiones se hicieron

extensivas a los años siguientes. La operación fue filmada

por Vladislav Mikosha, un cámara

muy joven, originario de Saratov, junto al Volga, que se

convertiría en uno de los especialistas de su campo más

reputados de Rusia. Cuando Mikosha llegó a su casa, su

madre rompió a llorar y exclamó: «El destino no nos

perdonará lo que hemos hecho... todos, porque es cosa de

todos. Nuestra labor tendría que ser la de construir: destruir

es la función del Anticristo».-5 A Mikosha le remordió desde


entonces la conciencia.
Hubo quien se opuso con valentía a esta orgía de

aniquilación. Pero cuando el propio Jrushchëv protestó,

reflejando que la destrucción masiva de los edificios antiguos

contaba con la oposición de muchos ciudadanos, Stalin

replicó tajante: «Señal de que debe usted dinamitarlos por

la noche».-6 Muchos de los opositores fueron arrestados,

encarcelados o fusilados, y la destrucción no se detuvo.

El proyecto más espectacular de la nueva Moscú

socialista debía ser un Palacio de los Sóviets: el edificio más

alto del mundo, que se erigiría en el emplazamiento de la

demolida catedral de Cristo Salvador. Acogería a unas

veintiuna mil personas bajo una cúpula de trescientos pies

de diámetro,

*3-*3 que estaría coronada por una colosal estatua de Lenin.

El proyecto se confió al arquitecto favorito de Stalin, Boris

Iofan. Las obras se iniciaron en 1935 y los cimientos se

completaron tres años más tarde. Pero en esa fecha, la

empresa ya estaba condenada. El emplazamiento era del

todo inadecuado para un edificio tan descomunal; además,

el agua del Moscova, que fluía demasiado cerca, se filtraba

en la cimentación. Para estabilizar la base se arrojaron


tumbas de los cementerios de Moscú. En junio de 1941,

cuando se inició la guerra, la estructura de acero había

alcanzado ya el undécimo piso. Stalin aceptó que se

desmantelara la construcción para emplear las vigas de

acero en la fabricación de trampas antitanque. Las obras, se

afirmó, se reanudarían una vez que se lograra la victoria,

pero a la postre nunca se retomaron. El lugar terminó

acogiendo una enorme piscina descubierta, y el Palacio de

los Sóviets solo existe ya -como un espectro idealizado- en

las populares películas musicales que se filmaron durante los

últimos días de paz.

La reliquia más útil de la Moscú estalinista es el metro.

Jrushchëv quedó al cargo de su construcción. Como

factótum ocupado ya en toda la ciudad, era una especie de

Fígaro saturado por sus tareas: supervisaba la puesta en

marcha de nuevas fábricas, nuevos puentes y nuevas

plantas de energía, de tratamiento de las aguas residuales y

de abastecimiento de agua. Stalin llamó en una ocasión para

decirle:

Camarada Jrushchëv, me han llegado rumores según

los cuales ha permitido que se desarrolle en Moscú una


situación muy desagradable con respecto a los baños

públicos ... Eso no puede ser. Coloca a los ciudadanos en

una posición incómoda. Discuta el tema con Bulganin y

resuélvanlo.-7

Jrushchëv procedía con una energía implacable. En

1934 el metro era el más ingente de los proyectos de

construcción civil en todo el país. No se ahorraba en gastos:

las estaciones fueron decoradas con más de cincuenta clases

de mármol y otras piedras selectas, así como con caliza

blanca arrancada del kremlin de la pequeña ciudad de

Serpujov, al sur de Moscú. Para abrir los túneles más

profundos -que podrían servir de refugio antiaéreo en caso

de guerra- se importaron máquinas taladradoras británicas

de un coste muy elevado. En las obras trabajaban más de

setenta mil obreros. Algunos eran mineros a los que


Jrushchëv había hecho llegar de la Donbass, *4-*4 donde él

mismo había trabajado. Pero otros muchos eran prisioneros.

El primer tramo del metro fue inaugurado por Stalin en

1935. La construcción de nuevas estaciones se mantuvo

incluso durante la guerra: tres de ellas se abrieron en enero

de 1943, y otras cuatro, en enero del año siguiente. Los


talleres de mantenimiento del metro se encargaban de

producir municiones y construyeron un tren blindado que

combatió (y fue destruido) en la batalla de Kursk, en 1943.-


8
Los bolcheviques inauguraron su nueva política

residencial en Moscú con una declaración de guerra de

clases: mudaron junto con sus familias a miles de obreros

que dejaron los edificios de los barrios industriales para

alojarse en las casas más saneadas de los barrios céntricos

de clase media. A los antiguos residentes los obligaron -en

ocasiones, a punta de pistola- a abandonar sus casas o

abrirlas a los extraños, en la incomodidad repleta de

fricciones de las kommunalkas o pisos compartidos. Siguió

habiendo privilegios, desde luego, pero el principio por el

cual se repartían las nuevas residencias no era ya el dinero,

sino la lealtad al Partido. Y quien perdía el favor del Partido,

perdía la casa... cuando sonreía la suerte. Los menos

afortunados podían perder igualmente la libertad, si no la

vida.

En esta etapa, ya nadie vivía en Moscú con el bienestar

del que había gozado antes de la Revolución la élite política,

social y comercial. Sin embargo, la cúpula vivía con bastante

comodidad, al menos en comparación con los ciudadanos de


los estratos más bajos. La mayoría de los miembros del

Politburó se quedó en el Kremlin. Anastas Mikoyan vivía con

su mujer y sus cinco hijos en un piso de ocho piezas, en el

antiguo edificio de la guardia de caballería, rodeado por sus

compañeros, esposas y familias. Pero los Mikoyan y otros

miembros del Politburó disponían también de dachas fuera

de Moscú. La de Stalin, por ejemplo, estaba a menos de


kilómetro y medio de la ciudad. Pero cuando su mujer

Nadezhda Allilueva se suicidó de un disparo en el Kremlin en

1932, Stalin se hizo construir una dacha nueva -la ya

mencionada «dacha cercana»- en Kuntsevo, al oeste de

Moscú y pegada a la carretera de Mozhaisk. Aquí es donde

residió durante la guerra, cuando quería estar alejado de su

apartamento del Kremlin.

Los oficiales de grados altos para los cuales no había

espacio suficiente en el Kremlin se instalaron en grandes

pisos como los de los lujosos edificios que se habían

construido antes de la Revolución; por ejemplo, el complejo

del n.° 3 de la calle Granovski, donde en diferentes

momentos residieron Molotov, Malenkov, Bulganin, el

mariscal Koniev y el mariscal Rokosovski. También


Shcherbakov vivió allí, en un amplio piso de ocho

habitaciones, junto con su mujer, su padre, la suegra y tres

niños. El y Pronin disponían asimismo de dachas en

Ogarëvo, a casi una hora de coche de Moscú. Su personal

vivía en una especie de castillo situado al lado de las dachas,

castillo que con el paso del tiempo ha sido utilizado como

residencia de campo por el presidente Putin.

La política residencial de los bolcheviques partía

también de motivos ideológicos: aspiraba a transformar los

hábitos domésticos del pueblo ruso, acostumbrándolo a la

vida «socialista» (esto es, comunitaria) y liberando a las

mujeres de la «anticuada economía doméstica» del

feudalismo y el capitalismo mediante la construcción de

jardines de infancia, lavanderías centralizadas y centros de

alimentación comunitaria.-9 El símbolo más prestigioso de

tales aspiraciones era la Casa del Gobierno, diseñada por

Boris Iofan, un gigantesco edificio de estilo constructivista

que todavía mira amenazante de un margen al otro del río

Moscova. Comenzó a erigirse en 1928 y constaba de más de

quinientos pisos, equipados todos ellos con teléfono, agua

caliente sin restricciones de horario y un pesado mobiliario


marcado con etiquetas del inventario oficial para que los

residentes no se lo pudieran llevar en caso de mudanza.

Había también una tienda muy completa, una cafetería con


servicio de comidas, una sala polideportiva, una biblioteca,

una lavandería, una oficina de correos y una caja de

ahorros. En el cine Udarnik se podían ver las películas más

modernas, tanto soviéticas como extranjeras, e igualmente

espectáculos de vodevil; también se bailaba al ritmo de

bandas de jazz en el foyer.-10 En la actualidad los muros

exteriores de la Casa del Gobierno -la «Casa del Malecón»,

como se la conoce hoy, tras el gran éxito de una novela

breve del escritor Yuri Trifonov- están cubiertos de placas en

memoria de todos los residentes distinguidos que padecieron

las purgas de Stalin. *5-*5 Los miembros de las antiguas

clases medias, cuando no habían adquirido ningún derecho

evidente ante el nuevo régimen, pasaron a vivir en

circunstancias de escasez, con frecuencia en kommunalkas.

En los primeros años veinte, por ejemplo, la familia Sajarov

-recién nacido Andrei, el futuro físico- se mudaron a la casa

de la abuela de Andrei, en Granatny Pereulok. Era una casa

muy vieja, con goteras en el techo, pese a que conservaba


aún algunos signos del esplendor de antaño: magníficas

puertas con incrustaciones de abedul de Karelia y una

amplia escalera con pasamanos exquisito. Allí vivieron

durante los diecinueve años posteriores en compañía de la

abuela de Andrei, su tío Nikolai y su mujer Valia (cuyo

segundo marido había sido fusilado por los bolcheviques); la

hija de estos, Irena; la madre de Valia, Sofía; y el tío Iván,

su mujer Zhenia y su hija Katia, cuyos dos hermanos habían

fallecido en la guerra civil. Otras dos familias compartían la

cocina comunitaria. -11

Sara Litvin, compañera de clase de Stepan, uno de los

hijos de Anastas Mikoyan, también vivía en una

kommunalka:

Nosotros vivíamos junto con otras tres familias en un

piso de un edificio con techos altos y escalera de mármol,

que había sido construido antes de la Revolución por un

casero especulador, con intención de alquilarlo. También

vivía una mujer soltera en una habitación minúscula de un

rincón de la cocina. Compartíamos la cocina y el baño, y se


había instaurado un horario de uso muy estricto, colgado en

la pared. El agua del baño se calentaba mediante gas, y


había un contador en la cocina. Cuando alguien utilizaba el

baño, los demás comprobaban cuánto gas había usado, para

que esa persona pagara luego lo que le correspondía. Todos

teníamos también una pequeña luz eléctrica, con contadores

separados. La ropa teníamos que secarla en la cocina; las

familias con bebés habían colgado cuerdas en la cocina, para

tender los pañales. En cierta ocasión la mujer soltera perdió

la paciencia ante todos estos apaños y amenazó con

reventar la cabeza del bebé contra la pared... pero en

general nos llevábamos bastante bien y nos ayudábamos los

unos a los otros cuando era preciso. -12

Otros tuvieron mejor suerte, aunque no fuera lo más

habitual. Anatoli Cherniaev [Chernyaev] -futuro consejero de

Gorbachev en materia de política exterior- vivía con su

padre, un antiguo oficial que pasó a trabajar como

funcionario de segundo nivel; con su madre, un hermano

mayor y una hermana más joven en Marina Roshcha, el

«bosquecillo de María», que antaño había sido zona de

picnic. Disponían de tres habitaciones, una cocina propia y el

lujo de una entrada independiente a una casa de madera,

nueva, con dos pisos. Era una entrada magnífica, con


carpintería elaborada en las ventanas y un enorme patio con

tilos, arbustos frutales y un pequeño huerto, reminiscencia

de los días en los que la zona había sido campo abierto.-13

Pero a pesar de los grandilocuentes eslóganes

bolcheviques, el objetivo normal de la política residencial de

un municipio -proporcionar alojamientos decentes para la

gente corriente- nunca fue una de sus prioridades.-14 Los

obreros siguieron viviendo tan mal como antes de la

Revolución, en las barracas o los hostales de las fábricas; no

era extraño el tener que compartir la cama con un obrero

del turno siguiente; en ocasiones se alojaban en una

zemlianka [zemlyanka], un refugio subterráneo de adobe

cubierto por un techado provisional. Más de la cuarta parte


de los alojamientos moscovitas carecían de agua corriente.

En 1940 el espacio vital que se autorizaba a ocupar a una

persona se redujo a unos cuarenta pies cuadrados, *6-*6

esto es, menos de dos tercios del espacio vital del que

disponían en 1912. Y estos eran los más afortunados: había

gente viviendo en carboneras, almacenes y sótanos. Cierta

familia de seis miembros vivía bajo las escaleras de un

edificio de viviendas.-15 Se acordaron matrimonios de


conveniencia para lograr permisos de residencia y, con ellos,

un lugar para vivir. Las parejas divorciadas debían seguir

conviviendo porque no disponían de ningún otro sitio en el

que alojarse. Aun así, había un rayo de esperanza: los

alquileres se fijaron en niveles muy bajos. Sesenta años más

tarde esto fue lo que más recordarían los ancianos

moscovitas, mientras intentaban lidiar con los misterios de

la nueva economía de mercado.

Había una escasez crónica de alimentos. Casi como

primera decisión, los bolcheviques cerraron los mercados,

con lo que el abastecimiento empezó a fallar y los obreros se

dispusieron a ir a la huelga. En 1921 Lenin se plegó a la

realidad e introdujo la Nueva Política Económica (NPE), que

permitía a los pequeños emprendedores (y a los ladrones)

abrir de nuevo pequeños comercios y enriquecerse. La

economía de Moscú remontó el vuelo casi de inmediato.

Para los bolcheviques ortodoxos, sin embargo, esto

implicaba alejarse de un modo intolerable de su credo. Stalin

no solo abolió la NPE, sino que encarceló a los que se

conocía como «hombres NPE». Los mercados se clausuraron

por segunda vez, de modo definitivo. De resultas volvió a


fallar el abastecimiento alimentario, por lo que las

autoridades de Moscú se vieron forzadas a racionar primero

el pan, luego el azúcar, las patatas, la carne y los productos

lácteos. En 1933 un obrero medio de Moscú consumía

menos que en la primera década del siglo: la mitad del pan

y no más de un quinto de la carne y el pescado.-16 En

cuatro años, el salario real se había reducido a la mitad.-17

Como siempre, la situación era mejor para quien disponía de

dinero, puesto que podía comprar en los onerosos

«establecimientos comerciales» o en tiendas especiales, en

las que se pagaba con divisas fuertes. Los que gozaban de

empleos oficiales o conexiones con el poder recibían

paquetes de productos de calidad en sus lugares de trabajo,

de mayor o menor generosidad según la importancia y

antigüedad de sus cargos.

En octubre de 1928 Stalin lanzó su primer plan

quinquenal de industrialización, que impulsó un desarrollo de

la industria defensiva tal que muy pronto dio a la Unión

Soviética más armas modernas de las que poseía ningún

otro país del mundo. El capital y la mano de obra precisos

para la tarea se exprimió internando a los campesinos en


granjas colectivas. Los RaiKom de Moscú enviaron patrullas

armadas a las zonas rurales para imponer la voluntad del

Partido; los que ofrecieron resistencia fueron arrestados o

enviados al exilio. El secretario del comité del Partido de

Moscú, Karl Bauman, ordenó que los reticentes «fueran

reducidos por cualquier medio», incluyendo la ejecución.-18

Millones de kulaks -los agricultores más ricos, que contaban

con unas pocas vacas y una casa decente, y daban trabajo a

los jornaleros- fueron deportados al este. Muchos fallecieron

en el camino.

Cuando se impuso esta nueva servidumbre y se

destruyó la forma de vida tradicional de los campesinos,

estos experimentaron un resurgir de sus antiguas creencias.

Los bolcheviques cerraron las iglesias rurales, pero el

compromiso religioso siguió aumentando: en el censo de

1937, más de la mitad de los campesinos asumieron el

riesgo de identificarse como creyentes. También se

expandieron de nuevo las historias sobre la llegada

inmediata del Apocalipsis. El reino del Anticristo estaba a las

puertas, según los rumores, y pronto le seguirían el

Armaguedón y el Juicio Final. El poder soviético se hundiría y


los comunistas serían masacrados en el transcurso de una

nueva noche de San Bartolomé. El asesinato en 1934 de

Kirov, compañero de Stalin en el Politburó, se consideró un inicio prometedor.

La NKVD informó sobre todo ello. Y en algunos de sus

informes se reflejaban palabras aún más alarmantes. Los

campesinos afirmaban: «Pronto estallará la guerra. Pero los

labradores no quieren luchar; los hombres del Ejército Rojo

se negarán a meterse en las trincheras».-19 Quizá

esperaban que llegara un rescate del exterior; la triste

esperanza de que los aliados occidentales, si no los

alemanes, abolirían las granjas colectivas persistió no solo

entre el campesinado, sino incluso entre los intelectuales de

Moscú, y ello hasta el final mismo de la guerra. Como es

obvio, eran noticias inquietantes para un gobierno que creía

estar justamente al borde de la guerra. A fin de cuentas, en

1812 los campesinos empezaron recibiendo sin hostilidad la

invasión de los franceses y el grado de rebeldía en el sector

agrícola se multiplicó por dos.-20 ¿Cómo reaccionarían los

campesinos si llegaba a producirse otro gran choque con un

invasor occidental?

Millones de hombres jóvenes, inteligentes y


emprendedores emigraron de los pueblos a la ciudad para

buscar trabajo en las nuevas fábricas de Stalin y aprovechar

las nuevas oportunidades de instrucción y educación. La

población de Moscú pasó de los dos millones de 1927 a más

de tres millones y medio en 1934.-21

Según recordaba Aleksandr Zinoviev:

La vida en las grandes ciudades suponía una serie de

tentaciones irresistibles. La vida rural era primitiva y

aburrida. Mi familia vivía en el campo; teníamos una casa

grande y cómoda. En Moscú, los diez miembros tuvimos que

apañárnoslas con una sola habitación de once metros

cuadrados: poco más de un metro cuadrado por cabeza. ¿Se

lo imagina? Y aun a pesar de eso, preferíamos vivir en

Moscú.-22

Zinoviev terminó siendo profesor en la Universidad de

Moscú, y luego un disidente y exiliado que dedicó buena

parte de su tiempo a justificar a Stalin. Sus hermanos


completaron carreras no menos provechosas. Y no eran

casos excepcionales. Vladimir Frolov y Yevgueni Anufriev

también procedían de familias del ámbito rural y terminaron

como catedráticos de la Universidad de Moscú. Frolov nació


en la provincia de Tula, al sur de Moscú, en un pueblo

olvidado y muy alejado de la carretera principal más

próxima. En septiembre de 1940 ganó plaza para estudiar

en la universidad moscovita. Era demasiado pobre para

alojarse en un hostal de estudiantes, por lo que se quedó

con un tío que ya compartía una única habitación con su

mujer y dos hijos más jóvenes. Durante las vacaciones se

sustentaba trabajando de jornalero.

Yevgueni Anufriev nació en 1923 en las inmediaciones

de Rzhev, en la región de Tver. Su padre Aleksandr heredó

de su abuelo, un antiguo siervo, la suma de cinco vacas, tres

caballos, un negocio maderero y una casa de dos pisos. En

1928, cuando comenzó la colectivización, Aleksandr fue

enviado a los campos como tantos otros kulaks, y su casa y

sus propiedades fueron confiscadas. Yevgueni emigró a

Moscú, donde se alojó con su hermana, en una sala dividida

por cortinas para acomodar a cuatro familias. A pesar de

este origen político tan poco prometedor, Yevgueni y sus

hermanos hicieron carrera. Uno de sus hermanos fue

viceministro y colaboró en el desarrollo de la primera bomba

atómica soviética. Otro, metalúrgico de profesión, fue


galardonado con el premio Lenin. Un tercero fue geólogo en

Siberia y un cuarto fue el arquitecto que diseñó en el

Kremlin la sala del congreso de Jrushchev.

No todos los inmigrantes ascendieron tanto, claro está,

ni tampoco aspiraron a ello. Antonina Savina, una mujer

vivaz e inteligente, no perdió nunca de vista sus orígenes de

clase. Procedía de una oleada anterior de la inmigración

rural. Había nacido en 1923 en un pueblo de la provincia de

Riazan [Ryazan]. Su padre -zapatero remendón-se había

marchado a Moscú antes de la primera guerra mundial,

como avanzada de la familia. Trabajó como camillero en un

pequeño hospital, el de la Misericordia, así llamado por un

famoso icono de la Virgen. Su mujer y sus hijos se reunieron


con él de nuevo en 1925, un año antes de su fallecimiento.

Su mujer se incorporó a la plantilla del hospital, y la familia

vivía en un sótano del mismo edificio. Carecían de agua

corriente y electricidad, y los aseos se hallaban en el edificio

inmediato; por toda calefacción contaban con un horno en la

medianera de su sótano y el sótano vecino, y cocinaban en

un hornillo. Se lavaban en tinas en esa misma habitación.

Antes de la guerra, recordaba Antonina, las chicas


podían salir todavía a cualquier hora del día o de la noche

con plena seguridad. Ella y sus amigas solían pasear por los

alrededores de la Plaza Roja o acercarse a la sala de baile al

aire libre que había en una isla del lago del parque cercano.

Entrar a la sala costaba cinco cópecs, pero nunca pagaban:

se colaban por un agujero en la verja. En invierno iban a

patinar o al cine. Antonina, su madre y su hermana pasaron

toda su vida laboral en el hospital, viviendo en aquel sótano.

Y no dispusieron de agua corriente ni de gas hasta después

de concluida la guerra.-23

Stalin era muy consciente de que no podría conservar

su poder por el mero efecto del terror, así como de que no

podría conseguir nada con un pueblo hundido en la apatía y

el resentimiento. En consecuencia, se dispuso a inculcar en

sus gentes un estado de ánimo de optimismo, patriotismo y

apoyo a los objetivos últimos del régimen. En diciembre de

1935 proclamó: «La vida ha mejorado, camaradas: la vida

se ha vuelto más alegre».-24 Fueron palabras aladas que se

citaron y comentaron ampliamente por todo el país; a veces

con ironía, pero en la mayoría de casos con fe ciega.

Para respaldar la afirmación de Stalin, el gobierno puso


fin en 1935 a los racionamientos. Hizo entrar dinero en el

sistema de venta al por menor y comenzaron a aparecer

nuevos grandes almacenes. Para financiar la nueva

estructura, los precios subieron: los productos textiles, por

ejemplo, doblaron su valor. Como en otras ocasiones,

quienes más prosperaron con el cambio fueron los más

acaudalados y privilegiados.

Pero al menos los comunistas abrieron el nuevo sistema

a los talentos o, como mínimo, a quienes se mostraban

dispuestos a conformarse con sus exigencias políticas y

sociales. En 1939 se había eliminado casi por completo el

analfabetismo y se había creado un sistema de educación

universal de gran alcance.

En un principio se favoreció a los estudiantes de la clase

obrera: la proporción de hijos de trabajadores en la

educación superior se incrementó con celeridad. Las

facultades obreras ayudaban a acceder directamente a las

universidades a cuantos no habían realizado la secundaria:

Jrushchëv fue uno de los beneficiados. Pero la discriminación

de los estudiantes de clase media se relajó en la década de

los treinta, cuando el gobierno regresó a las materias del


antiguo sistema de la secundaria rusa, pues pensaba que

sería más adecuado para cumplir con los requisitos de los

planes quinquenales, dado que estos requerían una

«intelectualidad técnica» capaz de llevar a la práctica la

construcción del socialismo en el país.

En sus primeros años, los bolcheviques habían

permitido muchos experimentos en materia de educación, y

de hecho los nuevos gobernantes enviaban con frecuencia a

sus hijos a aquellas escuelas en las que persistía el fantasma

de la tradición experimental: los hijos de los generales

Gamarnik y Uborevich y del político Bujarin, todos ellos

víctimas de las purgas, y los hijos de Kaganovich, Jrushchëv

y Shcherbakov, que sobrevivieron a estas. La escuela n.°

110 era una de las más distinguidas. Sus orígenes se

remontan a un internado femenino fundado por un emigrado

francés, a mediados del siglo XVIII, así como a una escuela

masculina privada, creada en 1906. -26 Las dos escuelas se

fundieron tras la Revolución de 1917 y contaron con algunos

alumnos notables: Kavelin, quien había aconsejado al zar

Alejandro II la abolición de la servidumbre; la poetisa Marina

Tsvietayeva [Tsvetaeva] y su hermana; el escritor disidente


Andrei Siniavski [Sinyavski]; Andrei Sajarov, el físico

(durante un periodo muy breve); Andrei Kozyrev, ministro

de Exteriores de Yeltsin; Markus Wolf, antiguo jefe de la


policía secreta de la Alemania Oriental, y Misha Sohlman,

secretario del comité sueco del premio Nobel.-26 Fue otro

pupilo de la escuela n.° 110, el escultor Daniel Mitlianski

[Mitlyanski], quien a la muerte de Sajarov, en 1989, esculpió

su máscara funeraria. Una compañera de Mitlianski, Irma

Goliamina [Golyamina], dedicó toda su obra a preservar la

memoria de los muchachos que nunca regresaron de la

guerra. Su mejor amiga en la escuela era Veta Gamarnik,

enviada al exilio en edad escolar, después de que su padre

se suicidara para evitar las purgas.-27

Aunque el suministro de libros e ideas estaba sometido

a un control estricto, en la práctica todavía resultaba posible

para la gente corriente que de verdad lo deseara hacerse

con clásicos rusos y occidentales. En la década de los

treinta, la lista de lecturas de los alumnos rusos parece

haber sido notable. Al terminar su primer año de instituto,

Anatoli Cherniaev había leído no solo a los clásicos rusos,

sino también las obras maestras de las literaturas británica,


francesa, alemana, polaca y de la griega clásica. Vladimir

Kantovski, cuyo padre había trabajado en la embajada de

París y había sido detenido en 1938, era un año menor que

Irina Goliamina y Daniel Mitlianski. Cuando en 1940 alcanzó

la secundaria (décimo curso) había leído, además de los

clásicos rusos, La divina comedia de Dante y al igual que los

soldados campesinos de Baring los poemas épicos de Milton.

Él y sus compañeros de clase analizaban los temas políticos

y literarios con una sorprendente libertad, que los condujo a

extraer conclusiones muy arriesgadas. Stalin, según

decidieron, había traicionado los ideales de Lenin. La

colectivización y la nueva y draconiana legislación laboral

equivalían a una reinstauración de la servidumbre. El pacto

de 1939 entre Molotov y Ribbentrop significaba «el cuarto

reparto de Polonia».

Su profesor de Historia era Pavel Dukovski. Era un

maestro muy estricto, que no toleraba alegremente las

necedades; pero Kantovski y sus amigos lo adoraban.

Dukovski no se apartó nunca de la línea oficial, pero obligó a

sus alumnos a pensar por sí mismos y extraer conclusiones


propias de lo que estaba estudiando. Fue arrestado en
marzo de 1941, acusado de realizar propaganda

antisoviética, de haber amenazado a uno de los líderes

soviéticos e irónicamente, a la luz del inminente ataque de

Alemania de haber expresado dudas con respecto al pacto

Molotov–Ribbentrop. Murió en un campo de concentración en

abril de 1942.-28

Kantovski y sus amigas Lena Sobol y Ania Bovshever

determinaron que había que responder de alguna manera e

hicieron circular una serie de cartas de protesta anónimas.

El lenguaje de esas cartas, exaltado y emotivo, abundaba en

referencias a los clásicos de la literatura rusa, como muestra

del lenguaje de unos adolescentes de gran inteligencia.

Atacaban a los profesores que habían sustituido a Dukovski

y se burlaban de la NKVD y de los agentes que la secreta

tenían en la escuela.-29

Entre marzo y mayo de 1941 circularon por la escuela

n.° 110 cuatro ediciones de esta correspondencia. No hubo

reacción oficial, al menos en ese momento.

Los bolcheviques compartían con los intelectuales rusos

la pasión por la cultura, que consideraban de esencial

importancia, pero al mismo tiempo estaban convencidos de


que la cultura debía servir exclusivamente a la causa del

comunismo. Escritores, periodistas, pintores, compositores,

directores de cine, actores, productores teatrales y músicos

fueron forzados a aborregarse en organizaciones

profesionales que los controlaban mediante una prudente

combinación de premios y castigos. Para quienes estaban

dispuestos a conformarse, las recompensas prácticas eran

inmensas, puesto que los artistas favorecidos recibían los

honores formales del Estado soviético: desde la Orden de

Lenin a toda una serie de galardones menores. Además, se

les facilitaba acomodos de lujo en edificios de viviendas

construidos ex profeso o en dachas situadas en los

alrededores de Moscú. Algunos conducían coches importados

y se les permitía viajar incluso al capitalista Occidente


integrados en delegaciones culturales.

Sin embargo, no eran privilegios gratuitos, había que

ganárselos, y no solo produciendo obras acordes con los

modelos oficialmente sancionados, sino también ofreciendo

apoyo público y activo al régimen. Aparte debían servir en

los organismos públicos a demanda del Partido: entre los

que fueron elegidos para el Ayuntamiento de Moscú en


diciembre de 1939 estaban el titiritero Serguei Obraztsov y

Aleksandr Goldenveizer, el director del conservatorio

moscovita.-30 También era preciso realizar discursos

públicos en elogio del Partido y su gran líder, Josef Stalin. Y

cuando uno de los compañeros de profesión pasaba de las

líneas marcadas, era imprescindible unirse al coro de las

denuncias, preludio de su expulsión de la vida pública,

cuando no de finales más graves.

Ocupar puestos de importancia implicaba el riesgo de

caer en desgracia ante las autoridades, por lo que los más

prudentes y los más tímidos rehuían esos cargos. Cuando se

ofreció a Goldenveizer la dirección del conservatorio, este

escribió en su diario:

«Creo que será un suicidio, pero según parece no me

puedo negar».-31

Para algunos, la tensión fue insoportable. Aleksandr

Fadeev, un buen escritor y conocido burócrata de la cultura,

fue ascendido a secretario de la Unión de Escritores. A pesar

de las apariencias, no era lo suficientemente duro para el

trabajo. Los censores lo obligaron a reescribir una novela

redactada durante la guerra, Guardia joven; se dio a la


bebida y terminó suicidándose en 1956. Según escribió en la

nota póstuma: «Me resulta imposible seguir viviendo, puesto

que el arte al cual he entregado mi vida ha sido destruido

por la impasible e ignorante dirección del Partido».-32

Para sobrevivir era necesario cultivar la esquizofrenia.

Vasili Grossman, que a la sazón era también miembro de la

Unión de Escritores, sometió las ambigüedades morales de

la vida en la época de Stalin a un análisis despiadado y


meticuloso en su novela de Stalingrado, Vida y destino

(Zhizn i Sudba). En ella, uno de los personajes se pregunta:

¿En cuántas ocasiones había dicho y escrito una cosa,

cuando en su corazón había sentimientos muy distintos?

Pero mientras hablaba y escribía ... creía estar diciendo lo

que de veras pensaba. Y a veces se decía a sí mismo: «En

cualquier caso, eso es lo que exige la Revolución» ... Para

conseguir sus fines, la revolución había abolido la moral en

el nombre de la moral; en el nombre del futuro había

justificado a los fariseos, a los confidentes y a los hipócritas;

había explicado por qué los inocentes debían ser enviados a

la fosa en nombre de la felicidad del pueblo como todo.-33

Grossman, que escribía cuando aún aguardaban al


sistema soviético más de tres décadas de pervivencia,

compara directamente al régimen de Stalin con el de Hitler.

Con una sorprendente ingenuidad, confiaba en que su

novela podría ser publicada en la década de los sesenta,

cuando en la Unión Soviética se vivía cierto relajamiento. Sin

embargo, no apareció en Rusia hasta los años de Gorbachev,

aun cuando -a diferencia de Guardia joven- Vida y destino se

ha convertido en un clásico de la literatura rusa del siglo XX.

Entre quienes sacaron provecho del nuevo sistema

estaba el joven Kirill Simonov. Su padre, un oficial zarista,

desapareció sin dejar rastro durante la primera guerra

mundial. Su madre era una princesa de la familia

Obolenskaya.

Esta casó en segundas nupcias con otro antiguo oficial

zarista, que sufrió un breve arresto en 1931; Kirill y su

madre fueron expulsados de su residencia oficial y buscaron

refugio con un campesino de la zona. Dos de las tías de

Kirill, de noble cuna, fueron enviadas a Siberia. El joven

cambió su nombre por el de Konstantin porque solo podía

pronunciar la ere con un deje que revelaba su pertenencia a

la aristocracia. A mediados de los años treinta era un joven


poeta situado en el umbral de una carrera brillante, que

debía descansar en su talento como poeta, escritor

dramático y corresponsal de guerra, su encanto personal

que no resultaba menos atractivo a los hombres que a las

mujeres y su capacidad de maniobrar hábilmente entre los

resbaladizos pasillos del poder político y literario soviético.

Su aventura amorosa con la popular estrella cinematográfica

Valentina Serova; el poema «Espérame», que le dedicó en

tiempos de guerra y se hizo inmensamente popular, y su

poema sobre las batallas de julio de 1941, «Las carreteras

de Smolensko», lo convirtieron en una figura nacional.

Simonov ascendió al puesto de director de Novy Mir, la

revista literaria más prestigiosa del país; fue nombrado

vicesecretario de la Unión de Escritores y ganó en múltiples

ocasiones el premio Stalin. Viajó por todo el mundo

elogiando el estado soviético y el modo en que este trataba

las artes. Firmaba casi todo lo que se le pedía firmar y

denunciaba casi todo y a casi todos cuantos se le pedía

denunciar. Pero era una época de compromisos morales

tambaleantes, por lo que no dejaba de sentir

remordimientos. Hizo todo lo que estaba a su alcance dentro


de los límites de la prudencia para proteger a los colegas

que perdían el favor oficial. Su novela De los vivos y los

muertos, basada en las notas de guerra y publicada en los

inicios del «deshielo de Jrushchev», en 1959, continúa

siendo hoy día una de las mejores novelas sobre la

catástrofe de 1941, y se transformó de inmediato en una

película capaz de hacer pensar a los espectadores. En un

libro posterior, Cien días de guerra, Simonov se enfrentó al

problema de la verdad histórica al intentar comprender cuán

fatalmente había ejercido Stalin su dominio sobre él y sus

demás compatriotas. El libro era demasiado franco para que

pudiera ver la luz en la Unión Soviética, por lo que solo se

editó en 1999, según él había previsto, mucho después de

su muerte.-34

Hacia el final de su vida, Simonov seguía trabajando en un

libro, titulado provisionalmente Chetyre ya (Cuatro egos), en

el que describía las personalidades que entraban en conflicto

en su interior. Su carrera es un ejemplo y una advertencia

de cómo personas con talento, ambición y una esencial


honradez se ven forzadas a prescindir de su integridad para

sobrevivir y abrirse paso en un régimen totalitario. Como


puso de relieve el secretario de Simonov varios años

después de su muerte: «Comprender a Simonov es

comprender nuestro tiempo.-35

Stalin, lector voraz como pocos, observaba con el

máximo interés hasta el más mínimo detalle de la vida

cultural del país, y en algunas ocasiones desautorizó a los

censores y policías ordenando que determinada obra se

publicara o determinado autor se salvara. Pero en su

conjunto, consideraba que los escritores eran una fuente de

problemas. Donde lo creyó preciso, su reacción alcanzó

grados de salvajismo. Los escritores Boris Pilniak [Pilnyak] e

Isaak Babel fueron fusilados; el poeta Osip Mandelshtam

murió en los campos de concentración, y el productor de

teatro de vanguardia Meyerhold fue torturado y condenado a

muerte.

Stalin parece haber llegado a la conclusión de que

todos estos refinamientos de los intelectuales no eran lo que

le permitiría convencer a la gente corriente de que la vida

estaba mejorando de verdad, y que realmente era cada día

más alegre o divertida. Para ese objetivo giró su atención

con un éxito notable hacia la música y las canciones


populares y hacia el cine.

Los bailes de salón y los de origen iberoamericano

hicieron furor. La nueva clase de los burócratas comunistas y

sus mujeres estaban ansiosos por adquirir la «cultura» que

precisaban con su nuevo rango, y aprendieron los secretos

del foxtrot y el tango. Voroshilov, el comisario del pueblo

para los asuntos de Defensa, convirtió las clases de baile en

obligatorias para todos los oficiales del Ejército Rojo. El jazz

de las big bands y las canciones folclóricas producidas en

masa se extendieron como la espuma. Así nació por ejemplo

la música de Aleksandr Tsfasman, quien mezclaba a Glenn

Miller con los ritmos latinoamericanos de una forma que

todavía es atractiva para los oídos de los occidentales. La


música de Leonid Utësov era más débil y sentimental, más

próxima a los romances decimonónicos que todavía influyen

en el gusto de la Rusia moderna. La especialidad de Lidia

Ruslanova, una de las cantantes más populares de aquel

tiempo, eran las estridentes canciones rurales que había

aprendido de niña. Chaliapin, que procedía del mismo

rincón, se deshacía en lágrimas cuando la oía por la radio.

Su canción Katiusha [Katyusha] tuvo un éxito demoledor en


la Unión Soviética, y durante la guerra llegó a barrer

también en el resto del mundo. -36

Toda esta gente se hizo millonaria. Tsfasman tenía fama

de ser uno de los hombres más ricos de toda la Unión

Soviética. Durante la guerra, Utësov en persona donó dos

cazas al quinto regimiento de guardias de caza.-37 Cuando

Ruslanova y su marido, uno de los generales del mariscal

Zhukov, fueron perseguidos y encarcelados después de la

guerra por haber adquirido de forma ilegal obras de arte, su

defensa alegó que las había pagado con sus propios

ingresos.

Los bolcheviques creían que la cinematografía era el

arma más poderosa de la propaganda, y para reconciliar a

las masas con el régimen comunista, Stalin se fijó

especialmente en el cine.-38 En los años veinte las películas


de Eisenstein, Pudovkin y Kozintsev lograron una condición

de clásicos que aún no han perdido... pero por desgracia, la

gente corriente prefería a Douglas Fairbanks en La marca del

Zorro o El ladrón de Bagdad. Bajo el ojo de águila de Stalin

comenzó a emerger una nueva especie de cine soviético: sin

complicaciones, optimista, en ocasiones heroico. Estos


nuevos filmes como por ejemplo Chapaev, sobre un héroe

campesino de la guerra civil eran con frecuencia de gran

calidad y no han perdido el favor del público ruso. El musical

de Aleksandrov Volga–Volga (1938) era uno de los favoritos

de Stalin, quien aprovechaba todas las ocasiones, fueran

idóneas o inconvenientes, para extenderse sobre la

interpretación de su estrella, Liubov Orlova. Los directores


más intelectuales terminaron regresando lentamente al

trabajo; Eisenstein recobró el favor de Stalin en 1938 con su

película antinazi Aleksandr–Nevsky, cuya música compuso

Prokofiev.

En 1941, Moscú no solo se asemejaba a un pueblo

porque hubiera patios y animales de granja en las

inmediaciones del centro de la ciudad, sino también porque

era un lugar en el que todo el mundo parecía conocer a

todos los demás: la vida se vivía en auténticas

comunidades, en las que se confiaba para el apoyo mutuo a

las familias, la escuela, el trabajo e incluso las

organizaciones profesionales que Stalin había creado para su

control.

Esta intimidad de la vida cotidiana se daba por igual en


la cima de la pirámide que en su base. Stalin y sus

amigotes, sus mujeres y niños vivían amontonados unos

encima de otros en el Kremlin, en los edificios de

apartamentos de lujo, en las dachas y en las residencias

vacacionales. Esta parodia de Bloomsbury sobrevivió a la

brutalidad de las purgas, aun cuando incluso dentro del

propio círculo familiar de Stalin los padres eran apartados a

la fuerza de sus hijos, y las mujeres de sus maridos, para

ser masacrados; y cuando los supervivientes denunciaban a

sus antiguos amigos y compañeros o a sus propias esposas

como traidores al gran ideal del comunismo.-39

Este modelo se encontraba por igual en toda la

sociedad. Las familias de los científicos más destacados

vivían juntas en edificios de viviendas levantados ad hoc en

Moscú, y pasaban juntas los veranos en los mismos grupos

de dachas del río Moscova. Los oficiales de las fuerzas

armadas se alistaban, se entrenaban, eran ascendidos y

servían en compañía. Los artistas vivían agrupados en

apartamentos–estudio oficiales, en el patio de la Academia

de Bellas Artes, frente al antiguo edificio de la oficina de

Correos. Los actores dramáticos, los directores y los


tramoyistas compartían la vida en la misma compañía de

teatro. Los futuros obreros pasaban sus vacaciones infantiles

en el campo de «pioneros» de la fábrica, trabajaban toda su


vida en el mismo puesto que habían ocupado sus padres y,

tras retirarse, colaboraban en la dirección de las

organizaciones de voluntarios de la empresa. Los criminales

profesionales denominados con el extraño nombre de vory v

zakone, «ladrones conforme a la ley» formaban bandas

sólidas e impenetrables para desafiar el Estado. Todos se

conocían; todos se peleaban los unos con los otros, dormían

los unos con los otros mientras sus hijos jugaban y crecían

juntos. Nadie gritaba nunca «¡Métete en tus asuntos!»,

porque los asuntos personales eran los asuntos de todos.

Las autoridades comunistas contemplaban esta

solidaridad grupal con una mezcla de sentimientos. Por un

lado, sentían repelús ante la idea de que el pueblo pudiera

tener más lealtad hacia una organización o un grupo antes

que hacia el Partido o el gobierno. Por otro lado, el pueblo

era más manejable cuando se hallaba integrado en grupos:

por ejemplo, se le podía transmitir instrucciones a través de

las organizaciones partidarias que había en cada uno de los


grupos. Sin embargo, el control nunca fue absoluto y la

gente seguía pensando por sí misma; con frecuencia, ideas

ciertamente subversivas, como denunciaba con regularidad

la NKVD ante sus superiores. Pero la posibilidad de tratar al

pueblo no en forma individual, sino agrupada y la aceptación

por parte de la gente de la calle de que se trataba de un

sistema natural e inevitable simplificaba tanto las cuestiones

de gobierno y administración, que entre otras cosas permitió

al régimen movilizar a la población de Moscú durante la

crisis de 1941, con mucha más eficacia de la que se habría

derivado de un régimen más liberal.

La primera prioridad tanto de la gente corriente como

de la más ambiciosa y tanto en tiempos de guerra como en

los de paz, e incluso en la etapa más dura de la gran purga,

en 1937 y 1938 era lógicamente la de sobrevivir y contar

con los alimentos y las ropas precisos para ellos y sus

familias.

En la sociedad totalitaria de Stalin nadie podía escapar

por completo a las evasiones, las mentiras, los compromisos

debilitados ni los actos de traición y cobardía, más o menos


graves. Pero había algo más. Cuando reflexionaba acerca de
esos tiempos pasados desde la hondura de la vejez, la

distinguida crítica Lidia Ginzburg escribió:

La gente se equivoca cuando imagina que las épocas

calamitosas del pasado están completamente poseídas por la

calamidad. En efecto, también comprenden una gran

cantidad de cosas diferentes: la clase de cosas de la que

consta la vida en general, aunque en este caso sobre un

trasfondo particular. Los años treinta no son solo trabajos

penosos y miedo; también es una muchedumbre de gente

con talento que desea llevar a cabo sus proyectos.-40

Después de la revolución pervivió, durante varias

décadas, y a pesar de las privaciones, de la gran purga, de

las incesantes exigencias que el Partido imponía tanto a los

desposeídos como a los más afortunados, una especie de

entusiasmo revolucionario respecto del surgimiento de un

nuevo estilo de vida. Intelectuales, científicos, industriales,

generales y oficiales: todos ellos se convencieron de que de

aquellos penosos esfuerzos nacería de veras una nueva

sociedad. Había muchas razones por las que sentir orgullo:

las nuevas fábricas, la generalización de la educación, el

sistema de bienestar social, las oportunidades de progreso


que entonces se abrían a personas que anteriormente se

habrían hallado en el fondo de la estructura social... Sin

duda, había graves defectos, pero eran los defectos

inevitables en una sociedad de transición, que se había

empeñado en sobrevivir en un mundo hostil. En aquella

fase, resultaba imprescindible implantar medidas rigurosas y

una disciplina estricta. Las debilidades y estupideces, incluso

los delitos y crímenes, terminarían pasando, una vez que el

socialismo se estableciera al fin en el país y, a la postre, en

el extranjero.

Los intelectuales rusos, educados en las ideas de Lev

Tolstoi, creían que los campesinos corrientes, los simples

obreros, los soldados rasos eran más sabios que sus

«superiores» sociales, más instruidos; y esta convicción

contribuía a minar su capacidad de realizar un pensamiento

crítico e independiente.-41 Incluso un escritor tan refinado


como Ilia Ehrenburg, que había viajado con frecuencia al

extranjero, fue capaz de convencerse a sí mismo, al menos

en parte, de que las dudas que sentía respecto del modo en

el que se estaba desarrollando el sistema estalinista eran las

dudas propias de un intelectual alejado de las necesidades y


la psicología de las masas.-42 El «disidente» Aleksandr

Zinoviev, que combatió en la guerra, seguía convencido al

cabo de cuarenta años de que la vida soviética está imbuida

de un sentido del objetivo común tal que confiere una

orientación firme y una conciencia innovadora y rica:

Te hace sentir que, a pesar de todos los problemas,

estás yendo hacia alguna parte.-43

La gente corriente, por lo general, tendía a callarse sus

opiniones, salvo quizá cuando habían bebido de más.

Bajo su uniforme superficie eran tan impredecibles y

anárquicos como habían sido siempre. Así, una joven que

ante el comité del Komsomol de su fábrica había sido

invitada a participar en un préstamo estatal de carácter

«voluntario» dio la espalda a los solicitantes, se agachó, se

levantó la falda por encima de su cabeza y se marchó,

afirmando: «El camarada Stalin y el resto de vosotros me

podéis besar donde os parezca mejor». El embarazoso

silencio que siguió fue interrumpido por la pregunta,

vacilante y nerviosa, de uno de los miembros del comité:

«¿Os habéis fijado en que no llevaba bragas?».-44

NOTAS
CAPÍTULO 2

*1. El filósofo ruso Aleksandr Herzen (1812–1870),

defensor de la emancipación de los siervos. (N. del t.)

1. He utilizado en todo el libro el concepto de «región»

para referirme a la división administrativa soviética conocida


en ruso como oblast.

2. N. Aleshchenko: Moskovski Soviet v 1917-1941

gg.,Moscú, 1980, p. 157.

*2. Almacenes londinenses famosos por su sección de

alimentación. (N. del t.)

3. Aleshchenko: Moskovski Soviet v 1917-1941, p. 146.

4. Timothy J. Colton: Moscow:: Governing the Socialist

Metropolis, Belknap Press, Londres, 1995, pp. 34-36.

5. Vladislav Mikosha, entrevista celebrada el 3 de

febrero de 2002; Yuri Zakrevski: Nashe Rodnoe Kino, ITRK,

Moscú, 2004, p. 119.

6. Colton: Governing the Socialist Metropolis, p. 270.

*3. Algo más de noventa metros. (N del t.)

7. Nikita Jrushchev: Khrushchëv Remembers, André

Deutsch, Londres, 1971, p. 62. (Hay una reed. con The

Glastnost Tapes en Little Brown, Boston, 1990.)


*4 Región de la cuenca carbonífera del río Donetz, en la

actual Ucrania. (N del t.)

8. Valentin Bolotov, entrevista, 17 de febrero de 2003.

9. Colton: Governing the Socialist Metropolis, p. 47.

10. Artículo «Dom na Naberezhnoi»

(<http://museumdom.narod.ru/hist>); E. Stevens (ed.)

Guide to the City of Moscow, Co-operative Publishing Society

of Foreign Workers in U.S.S.R., Moscú, 1937, p. 205.

*5. El propio Trifonov tuvo que abandonar la Casa del

Malecón para meterse en una kommunalka. Hay traducción

española de esta novela, una de las más tardías de Trifonov

(1976), por Victoriano Imbert: La casa del malecón,

Guadarrama, Barcelona, 1979; reed. Círculo de Lectores,

Barcelona, 1990. (N. delt.)

11. Andrei Sajarov: Memoirs, Knopf, Nueva York, 1990,

p. 9-11. (Hay trad. esp. de M. E. Aparicio: Memorias, Plaza

& Janés, Barcelona, 1991.)

12. Sara Litvin, entrevista, 9 de octubre de 2004.

13. Anatoli Cherniaev: Maya Zhizn i Moe Vremya,

Moscú, 1995, pp. 5-7.

14. En 1933 Stalin afirmó que era simple demagogia


sugerir que los pisos del sótano podrían quedar eliminados
hacia 1945 (Colton: Governing the Socialist Metropolis, p.

344).

*6. 40 pies cuadrados son unos 3,7 m2. (N. del t.)

15. Sheila M. Fitzpatrick: Everyday Stalinism: Ordinary

Lift in Extraordinary Times-Soviet Russia in the 1930s,

Oxford University Press, Oxford y Nueva York, 1999, pp. 46-

50.

16. Fitzpatrick: Everyday Stalinism, p. 41.

17. Jeffrey Brooks: Thank you, comrade Stalin! Soviet

Public Culture from Revolution to Cold War, Princeton

University Press, Princeton, 2000, p. 53.

18. Colton: Governing the Socialist Metropolis, p. 206.

19. Este pasaje depende muy directamente de la

fascinante descripción que Sheila Fitzpatrick ha realizado de

las concepciones que tenían los campesinos rusos de

entreguerras, a partir de informes policiales, los rumores

que circulaban entre el campesinado en aquella época y las

cartas de queja que los propios campesinos dirigieron a las

autoridades (véase Stalin's Peasants: Resistance and

Survival in the Russian Village after Collectivization, Oxford


University Press, Oxford y Nueva York, 1991). Véase

también Lynne Viola: «The Peasant Nightmare: Visions of

Apocalypse in the Soviet Countryside», enJournal of Modern

History, 62 (4), 1990, pp. 747-770. En Guerra y paz Tolstoi

describe la intranquilidad que se va apoderando de los

campesinos a medida que se acercan los franceses

(Everyman, vol. II, pp. 404 y ss.). Sobre las concepciones

de la intelligentsia en 1943 y 1944, véase A. Artizov y Oleg

V. Naumov (eds.): Vlast i Khudozhestvennaya Intelligentsia

(Dokumenty 1917-1953), Moscú, 2002, pp. 492 y 552.

20. Adam Zamoyski: 1812: Napoleon's Fatal March on

Moscow, Harper CoBins, Londres, 2004, p. 201. (Hay trad.

esp. de M. Fernández: 1812: la trágica marcha de Napoleón

sobre Moscú, Debate, Barcelona, 2005.)

21. Catherine Merridale: Moscow Politics and the Rise of

Stalin: The Communist Party in the Capital. 1925-1932,

Macmillan, Londres, 1990, p. 14.

22. Zinoviev ofreció a George Urban una entrevista a


contracorriente, casi perversa, en Encounter, XII(4), abril de

1984. Pese a ser un disidente y filósofo de la historia,

defendió que el sistema soviético tenía muchos méritos y


que, a la postre, el comunismo terminaría por imponerse en

todo el mundo. El pasaje citado se halla en la página 21.

23. Antonina Naumova (de soltera, Savina), entrevista,

11 de febrero de 2003.

24. Hablaba ante una congregación de conductores de

maquinaria agrícola (citado en Fitzpatrick, Everyday

Stalinism, p. 90).

25. Como la escuela actual resulta de la fusión de las

escuelas n.º 100 y n.º 110, se usan los dos nombres

alternativamente. Por mi parte me he atenido siempre a su

nombre actual.

26. La lista se conserva en el Museo de la Escuela n.º

110.

27. Irma Goliamina [Golyamina], entrevista, 9 de

diciembre de 2004.

28. Vladimir Kantovski, entrevista, 1 de junio de 2002.

29. En la década de los noventa, Vladimir Kantovski

encontró los originales de sus cartas en los archivos del KGB

y pudo sacar copias.

30. M. Chegodaeva, M.: Dva Lika Vremeni: 1939 Odin

God Stalinskoi Epokhy, Moscú, 2001, p. 160.


31. Chegodaeva: Dva Lika Vremeni, p. 159.

32. Nota biográfica en <www.sovlit.com/bios/fideev>.

33. Grossman describe con singular perspicacia el

desalentador y humillante funcionamiento del sistema

soviético de control. Este pasaje se toma del capítulo

cuadragésimo de Vida y destino, obra que bien merece ser

leída completa (Zhizn i Sudba, Moscú, 2004), pp. 526-528.

(Hay trad. esp. de la versión francesa, por R. M. Bassols:

Vida y destino, Seix Barral, Barcelona, 1985.)

34. Aleksei Simonov, entrevista, 17 de febrero de 2003.

Véase también su artículo (firmado con el pseudónimo «A.

Kirillov») en <www.krugosvet.ru/articles/101

/1010183/1010183a1.htm>. Zhivye i mertvye: roman v

trekh knigakh ha sido reeditado en Moscú en 2004.

35. Boris Pankin: Chetyre Ya Konstantina Simonova,

Voskresene, Moscú, 1999, p. 453. Esta especie de «novela-

biografía» es obra de un funcionario literario que desarrolló

su actividad durante los últimos años de vida de Simonov, y

lo conocía bien, a él y a su entorno.

36. Valeri Safoshkin: Lidia Ruslanova: Zhizn v Pesne,

EKSMO, Moscú, 2003, p. 43; Richard Stites: Russian Popular


Culture: Entertainment and Society since 1900, Cambridge

University Press, Cambridge, 1992, pp. 74 y 75.

37. A. Govojovski [Govokhovski], en Fakty i

Kommentarii (<www.brazd.ru/addon/guestbook>), 5 de

marzo de 2002.

38. Trotsky pensaba que el cine podía ocupar el lugar

que ostentaba el vodka en los pueblos (según Peter Kenez:

Cinema and Soviet Society: From the Revolution to the

Death of Stalin, Cambridge University Press, Londres, 2001,

p. 78).

39. La atmósfera de intimidad en la cima está muy bien

ilustrada por Simon Sebag-Montefiore en Stalin: The Court

of the Red Tsar, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 2003. (Hay

trad. esp. de T. de Lozoya: La corte del zar rojo, Crítica,

Barcelona, 2004.)

40. Debo a Julian Graff, esta referencia, que procede

del capítulo de Ginzburg «I zaodno s pravoporiadkom», en

Tynianovski sbornik.- Treti tynianovskie chtenüa, Riga, 1988,

pp. 218-230.

41. María Chegodaeva entiende que si los rusos fueron

capaces de soportar las presiones contradictorias del


estalinismo fue, en parte, porque estas reflejaban su

concepción apocalíptica del mundo en general (Dva Lika

Vremeni, p. 313).

42. Citado en Anatol Goldberg: Ilya Ehrenburg: Writing,

Politics and theArt of Survival, Weidenfeld & Nicolson,

Londres, 1984, introducción de Eric de Mauny, p. 6 (he

retocado ligeramente esta traducción). Personas como

Ehrenburg contaban con la excusa de haber tenido que

adaptarse a una situación imposible que no había forma de

evitar; pero quien carece de toda justificación son los


intelectuales de Occidente que, como Leon Feuchtwanger o

Bernard Shaw, visitaron brevemente la Unión Soviética,

dejaron de lado sus facultades críticas y regresaron a casa

afirmando que las grandes purgas de los años treinta eran

comprensibles y razonables.

43. Entrevista con George Urban, Encounter, mayo de

1984, p. 34.

44. Robert W. Thurston: Life and Terror in Stalin's

Russia 1934-1941, Yale University Press, New Haven y

Londres, 1996, p. 196.


3
GUERRAS Y RUMORES DE GUERRAS

Las memorias de guerra del mariscal Rokosovski

comienzan con no poca inocencia, al tiempo que, tal vez,

con un toque de ironía deliberadamente escondida: «En la

primavera de 1940 pasé algún tiempo con mi familia en

Sochi».-1 ¿Por qué razón estaban Konstantin Rokosovski, su

esposa Yulia y su hija Ada en un centro de vacaciones del

mar Negro, justo en ese momento? Detrás hay toda una

historia que el propio Rokosovski no llegó a desvelar jamás.

Rokosovski figuraba entre los más exitosos generales

de Stalin. Durante su comandancia del frente, entre 1942 y

1945, logró una serie ininterrumpida de victorias.-2 En

1999, una encuesta de opinión organizada en Rusia lo

escogió como el segundo militar más destacado de su

tiempo, por detrás tan solo de Zhukov, el «arquitecto de la

victoria» rusa en la segunda guerra mundial. -3 Molotov, el


primer ministro de Stalin, consideraba que Zhukov era el

hombre idóneo para los asuntos más duros, seguido

inmediatamente por Rokosovski. El mariscal Golovanov,


comandante de la fuerza soviética de bombarderos de largo

alcance durante el periodo de posguerra, y compañero y

amigo de Stalin, consideraba a Rokosovski más valioso que

a Zhukov, y lo equiparaba a grandes generales del pasado

como Suvorov y Kutuzov.-4 Uno de los socios que durante


más tiempo trabajaron junto con Rokosovski lo caracterizó

con estas palabras:

«Era agradable, elegante, generoso, correcto en las

relaciones personales, un soldado de gran pericia y con una

mentalidad analítica de primer orden».-5

Todo el mundo ha destacado la cortesía con la que

trataba a la gente, independientemente de su rango militar o

posición civil. El escritor Ilia Ehrenburg lo definió como el

más cortés de cuantos generales había llegado a conocer.-6

En el frente, cuando trataba con sus compañeros y

subordinados, nunca alzaba la voz dominado por la cólera y,

a diferencia de la mayoría de los oficiales, tampoco empleó

nunca en su contra la violencia física. A lo sumo, su voz

adoptaba un tono más frío y férreo.-7 Era alto y caminaba

erguido, estaba en forma y era además un buen bailarín,

sobre todo de la polca. Cuando trabó conocimiento con la


mujer de quien había sido su chófer en tiempos de guerra le

besó la mano, con un acto de galantería que delataba sus

orígenes polacos y que ella nunca olvidó. No es de extrañar,

dada su caballerosidad, que gustara de las mujeres y a las

mujeres. Durante la batalla de Moscú fue el preferido de las

moscovitas que permanecían solas a la ciudad: «El les

demostrará [a los alemanes] dónde van los cangrejos en

invierno».-8

Una de sus admiradoras más distantes era una inglesa

llamada Mitzi Price, que vivía en Ruislip, a las afueras de

Londres. Price escribió al mariscal en febrero de 1945, para

decirle que había visto una fotografía suya en la prensa

británica y que era idéntico a un novio que había perdido en

la guerra. A partir de entonces lo bombardeó con postales

de Navidad, Pascua y el día de San Valentin; además decoró

un rincón de su sala de estar como un altar en su honor.

Rokosovski conservó sus fotografías, pero nunca respondió a

sus cartas y ella no llegó a conocerlo jamás.-9

Konstanty Rokossowski nació en Varsovia el 21 de

diciembre de 1896, hijo de un padre polaco y una madre bielorrusa.


-10 Su padre Ksawery Wojciech procedía de una
familia de la pequeña aristocracia polaca, cuya historia se

remontaba al siglo XIV, pero que atravesaba una mala

etapa. Su bisabuelo Yosif Rokossowski cabalgó con la

caballería polaca en los ejércitos de Napoleón.-11

Rokosovski pasó luego a escribir su apellido al modo ruso y

adoptó el patronímico Konstantinovich, porque el nombre de

su padre no se podía verter en lengua rusa.

El padre de Rokosovski falleció de resultas de un

accidente, en 1902, y el hijo pasó su infancia y juventud en

Varsovia, por entonces bajo ocupación rusa. Vivía con su tío

Aleksandr Rokossowski y aprendía a montar en sus

caballerizas, situadas a las afueras de la capital. Trabajaba

en una fábrica de medias, en el suburbio varsoviano de

Praga, y más tarde en una cantera. Ya entonces intervenía

de manera activa en política: tras participar en una

manifestación del Primero de Mayo fue encarcelado

brevemente por las autoridades rusas. Pasó ese encierro en

la conocida prisión de Pawiak, usada más tarde por la

Gestapo durante la ocupación alemana, entre 1939 y 1944.

Por su habilidad como jinete, Rokosovski se incorporó

voluntariamente a la caballería del zar en 1914 y ascendió


con rapidez. Fue herido en dos ocasiones, y recibió tres

veces la Cruz de San Jorge, uno de los máximos galardones

que el ejército ruso concedía a la bravura militar. A medida

que el ejército zarista sufría una derrota tras otra durante el

segundo y tercer año de la guerra, Rokosovski fue

retirándose hasta entrar en el territorio propiamente ruso.

Tras la Revolución perdió el contacto con su familia, que

entonces residía en una Polonia de recobrada independencia.

Rokosovski luchó con el bando bolchevique durante la

guerra civil y permaneció desde entonces en el Ejército Rojo.

Se casó con Yulia Petrovna Barmina en 1923 y poco después

nació su hija Ada. A pesar de los muchos altibajos

posteriores, continuaron juntos durante el resto de sus

vidas, una «hazaña» solo igualada por otro de los mariscales

de Stalin.-12

En 1936 fue enviado a dirigir el 5.° cuerpo de caballería


en Pskov, en el distrito militar occidental. En junio de 1937

un antiguo camarada e importante comisario político

recomendó a Voroshilov –el comisario de Defensa– que

ordenara una investigación de la NKVD «porque se sospecha

existen vínculos con elementos contrarrevolucionarios ... Es


polaco. Su historia y origen social deben estudiarse con

minuciosidad. Ha mostrado el deseo de trabajar en el

extranjero».-13

Rokosovski fue castigado a un arresto domiciliario, fue

denunciado por sus oficiales hermanos, expulsado del

Partido y encarcelado en la conocida prisión de Kresty, en

Leningrado. Yulia tuvo que abandonar su casa y fue

condenada al ostracismo tanto por los antiguos compañeros

de su marido como por sus familias. Se le prohibió residir en

cualquiera de las grandes ciudades del país y, cuando se

alojó en la pequeña ciudad meridional de Armavir, perdió un

trabajo tras otro en cuanto sus jefes se enteraban de que

era la esposa de un «enemigo del pueblo». También Ada fue

expulsada de la escuela, por negarse a reprobar a su padre

en público.-14

El interrogador de Rokosovski lo puso ante las

«pruebas» de que había sido reclutado en 1916 por los

servicios de la inteligencia polaca, por parte de su amigo y

camarada Adolf Juszkiewicz, al cual él, a cambio, habría

ayudado a escapar hacia Polonia. Rokosovski replicó que

Juszkiewicz había muerto en 1920, luchando contra el


Ejército Blanco. Entonces su interrogador lo acusó de haber

espiado a favor de los japoneses durante su servicio en la

frontera de Manchuria y lo invitó a firmar la confesión

correspondiente. Rokosovski se negó a colaborar y fue

brutalmente apaleado: perdió ocho dientes y le rompieron

tres costillas. En marzo de 1939 tuvo que presentarse ante

el Colegio del tribunal militar supremo de la URSS.

Rokosovski negó de nuevo la veracidad de las «pruebas»

recogidas durante la investigación y exigió un careo con los

testigos. Uno ya había sido fusilado y el otro, aunque

permanecía con vida, retiró su declaración ante la corte,

alegando que había sido torturado.

Rokosovski no fue liberado: su caso quedó pospuesto

sine die. Sin embargo, en aquel momento el Ejército Rojo

padecía una gravísima carencia de oficiales: muchos habían

fallecido durante la que se conoce como «guerra de

invierno», que había enfrentado a Rusia con Finlandia; y se

requerían muchos más para dirigir las nuevas formaciones

surgidas después de que, con posterioridad a 1939, el

ejército cuadruplicara su tamaño. Stalin ordenó que se

concediera la libertad a todos aquellos oficiales cuya


culpabilidad no se hubiera podido demostrar, por lo que

Rokosovski abandonó la prisión en marzo de 1940, se reunió

con su familia y fue enviado a Sochi, para que se repusiera.

Una vez se recobró lo suficiente, fue enviado de nuevo

a su antigua comandancia del 5.° cuerpo de caballería, en

Pskov, y luego al 9.° cuerpo mecanizado. Cuando en mayo

de 1940 se introdujeron de nuevo los rangos de general y

almirante, Rokosovski fue ascendido a general de división,

junto con otros diez antiguos prisioneros.-15

Con frecuencia se ha repetido una historia según la cual

Stalin lo hizo llamar por estas fechas:

- Bueno, Rokosovski, creo que no te he visto desde

hace bastante tiempo. ¿Dónde te habías metido?

- Fui arrestado, camarada Stalin. He pasado este

tiempo en prisión.

- ¡Pues menuda época has escogido para hacerte

encarcelar! –Stalin soltó una carcajada y volvió a centrarse

en su trabajo.

La anécdota tal vez no sea cierta, pero a su fondo no le

falta cierta veracidad. Stalin estaba impresionado por la

independencia de pensamiento de Rokosovski, la firme


confianza con la que tomaba sus decisiones y la capacidad

de justificar sus determinaciones con argumentos

razonables.-16 Solía llamarlo utilizando el nombre propio y

el patronímico, Konstantin Konstantinovich, costumbre rusa

que logra resultar aun tiempo respetuosa y ligeramente

informal. Solo Shaposhnikov, el renqueante jefe del estado


mayor, recibía un honor similar: al resto de los generales,

Stalin los llamaba simplemente «camarada».-17

Los bolcheviques dieron su golpe en octubre de 1917

sin contar con ningún ejército propio y organizado. En los

primeros momentos se vieron obligados a confiar en los

obreros armados y cuantas unidades militares pasaran a su

bando. Cuando aumentó la presión de los ejércitos

extranjeros y el Ejército Blanco, Trotski, el comisario de

Guerra, comenzó a reclutar profesionales del antiguo ejército

imperial. Entre ellos estaban Georgi Zhukov, Semión

[Semen] Timoshenko, Semión Budenny e Ivan Koniev.

Muchos de los que en 1945 alcanzaron el rango de

mariscales soviéticos combatieron contra los alemanes en la

primera guerra mundial; contra los blancos en la guerra

civil; contra los polacos, los españoles, los chinos, los


japoneses y los finlandeses. Habían reflexionado con

seriedad acerca de su experiencia y habían hecho cuanto

estaba en su mano para extraer de ella las lecciones más

adecuadas. El alto mando soviético de 1941 gozaba de una

experiencia reciente en la dirección de las operaciones

bélicas reales mayor que la de sus compañeros franceses o

británicos, que habían sido derrotados por los alemanes un

año antes. Los desastres del primer año de guerra se

debieron a otras causas, no a la falta de experiencia.

Georgi Zhukov fue el más exitoso –y es hoy el más

controvertido– de los mariscales de Stalin. Procedía de una

familia de campesinos pobres de la provincia de Kaluga, en

las proximidades de Moscú. Al igual que Rokosovski, sirvió

en la caballería del zar durante la primera guerra mundial y

fue herido y distinguido en dos ocasiones con la Cruz de San

Jorge. Tras unirse a los bolcheviques sirvió a las órdenes de

Timoshenko en la guerra civil y, más tarde, a las de

Rokosovski. Ascendió rápidamente y logró esquivar con éxito

las acusaciones de deslealtad durante la época de las purgas

militares, en 1937. Su reputación como principal «arquitecto

de la victoria» ha contado con el respaldo de los militares


rusos, y probablemente es cierta. En la actualidad, sin

embargo, se le reprocha con frecuencia su exceso de

ambición, la pobreza de su pensamiento estratégico, la

desidia para con las vidas de sus hombres y el nulo afán de

hacerle frente a Stalin, sobre todo en la víspera del ataque

alemán, en junio de 1941.

La reputación de Zhukov se labró en 1939, en el

transcurso de una guerra menor olvidada por el resto del

mundo, que comenzó cuando Japón invadió el territorio de

Mongolia, a la sazón protectorado ruso. En los primeros

meses la suerte se decantó por igual por los dos bandos. Se

envió a Zhukov para que solventara la situación y, en la

batalla de Jalkin Gol [Khalkin Gol], combinó la infantería, los

tanques y la aviación para infligir pérdidas muy graves a los

japoneses, que se vieron forzados a pedir la paz. Stalin

quedó impresionado por su triunfo y en 1941 convirtió a

Zhukov en jefe del estado mayor. Pero no era un cargo

adecuado para las características de Zhukov: según se lo

describía en un informe alemán, era «un hombre de acción,

franco y directo, cuya virtud estriba más en la voluntad que

en el intelecto».-18 En agosto de 1941 Stalin lo mandó de


vuelta a los campos de batalla. Una vez concluida la guerra,

tanto Stalin como más adelante Jrushchev sospecharon que

lo poseía una excesiva ambición política –era el viejo pavor

bolchevique al bonapartismo– y le cortaron las alas con

enorme brutalidad.

Zhukov contrajo matrimonio tres veces, y el Partido lo

reprendió tras ser acusado de alcoholismo e irregularidades

en su vida privada.-19

En su círculo familiar era un hombre encantador, dulce

y cariñoso.-20 Pero su estilo de mando era feroz, y su

lenguaje, brutal; supervisaba en persona la ejecución de los

oficiales condenados por cobardía y deserción y era sabido

que pegaba a cuantos oficiales y soldados lo disgustaban

(según una vieja tradición militar zarista, seguida por

muchos de sus compañeros).-21 Rokosovski empezó siendo

superior de Zhukov, pero perdió esa ventaja durante su

estancia en prisión. Según Rokosovski, Zhukov:

poseía de todo en exceso: talento, energía, confianza

en sus propias posibilidades ... No concebíamos del mismo

modo la función del comandante, ni la manera en la que

este debe demostrar la fuerza de su voluntad. Es


imprescindible una naturaleza exigente; esta es una

característica esencial de cualquier comandante. Pero esa

voluntad de hierro debería combinarse siempre con la

sensibilidad hacia los subordinados y la capacidad de confiar

en su inteligencia e iniciativa ... [Zhukov] no siempre se

acomodaba a este principio. En el calor del momento, era a

veces injusto.-22

Otros tres futuros mariscales también desempeñaron

una función principal en las batallas anteriores a la de

Moscú: Semión Timoshenko, Semión Budënny e Ivan Koniev.

Al igual que Zhukov, procedían de familias humildes,

sirvieron con distinción como suboficiales durante la primera

guerra mundial y fueron ascendiendo de rango durante la

guerra civil. Klimenti Voroshilov, quien también terminó

siendo nombrado mariscal, no era un soldado profesional en

absoluto, de ningún modo; pero su cercanía a Stalin durante

la guerra civil le resultó de gran utilidad hasta que fue

despedido, por incompetencia, en 1941, durante el asedio de

Leningrado.

Había otros dos mariscales formados en un molde muy

diferente, uno de los cuales conoció un destino asimismo


contrario. Boris Shaposhnikov nació en una modesta familia

de clase media, que carecía de los recursos para pagarle la

universidad, de modo que obtuvo una beca como cadete en

un colegio militar de Moscú. Fue un destacado oficial de

estado mayor durante la primera guerra mundial y se unió a

los bolcheviques en 1917. Escribió muchas obras

importantes de teoría militar en la década de los treinta, y

fue jefe del estado mayor entre 1937 y 1943, aparte del

lapso de 1941, cuando Zhukov ocupó ese puesto. Fue

designado mariscal en 1940.

Mijail Tujachevski [Mikhail Tukhachevski] procedía de


una familia con vínculos en Polonia y con la aristocracia. Era

lingüista y músico, y amigo del compositor Shostakovich.

Entró como cadete de oficial de 1911, consiguió el primer

lugar de su promoción en 1914 y entró en el regimiento de

guardias de élite de Seménovski. Fue herido y hecho

prisionero en la primera guerra mundial. Tujachevski

también unió su suerte a la de los bolcheviques. Expulsó a

los invasores polacos de Ucrania en 1920, pero fue luego

forzado a retirarse a las puertas de Varsovia. Al igual que

Shaposhnikov, era un intelectual entre los militares, con


ideas muy avanzadas respecto del uso de los blindados en la

guerra moderna. En 1935 fue uno de los primeros en ser

designados «mariscal soviético».-23

Había un ala del ejército que era la favorita particular

de Stalin: la de la aviación. En la década de los treinta, el

culto al aviador no era menos fuerte en Rusia que en

Estados Unidos o Europa. Los protagonistas de proezas de

larga distancia, como el ruso Chkalov o el estadounidense

Lindbergh, se convertían en héroes nacionales. Lo mismo

ocurría con los jóvenes pilotos que se labraron un nombre

luchando como «voluntarios» en la guerra civil española:

muchos fueron condecorados como héroes de la Unión

Soviética. La prensa y la propaganda los denominaban «los

halcones de Stalin». Uno de ellos, Serov, era el marido de la

popular actriz Valentina Serova: murió en un ejercicio de

navegación en compañía de la no menos famosa aviadora

Polina Osipenko. Dos de ellos, Yakov Smushkevich y Pavel

Rychagov, devinieron comandantes de la fuerza aérea del

Ejército Rojo a la edad, respectivamente, de treinta y siete y

treinta años.

Smushkevich venía de una pequeña ciudad de Letonia.


Era uno de los siete hijos de un sastre judío itinerante.

Estudió durante tres años en una escuela elemental judía,

de carácter ortodoxo; se unió al Ejército Rojo en 1918 y

pasó a la fuerza aérea en 1922. Ernest Hemingway lo

conoció en España, con el nombre de «general Douglas». A

su regreso a Moscú se convirtió en subcomandante de la

Fuerza Aérea Roja. Stalin y Voroshilov le aconsejaron con


insistencia que adoptara el patronímico de Vladimirovich,

puesto que el que llevaba, Vulfovich, delataba sus orígenes

judíos.-24 El y su familia residían en la Casa del Malecón,

conocida por la alegría de sus fiestas, en las que los

invitados bailaban al ritmo de la música occidental de moda,

gracias a una radiola que Smushkevich había comprado en

España.

En 1938 Smushkevich resultó gravemente herido en un

accidente, mientras se ejercitaba para el desfile del Día del

Trabajo. Sus piernas quedaron destrozadas, pero desafió a

sus médicos, aprendió a caminar con muletas y permaneció

en el seno de la aviación. Dirigió la campaña aérea de Jalkin

Gol por indicación de Zhukov y fue nombrado por segunda

vez héroe de la Unión Soviética. Tras ascender a la jefatura


de la fuerza aérea, fue el responsable de la chapucera

campaña aérea de la guerra de invierno contra Finlandia.

Pero no parece que eso afectara a su carrera: continuó

siendo uno de los favoritos de Stalin y en diciembre de 1940

fue designado segundo en la jefatura del estado mayor.

Pavel Rychagov contaba solo veinticinco años cuando

fue a España. En 1938 combatió en China contra los

japoneses; en 1939 fue ascendido a general de división y

luchó contra los finlandeses. En febrero de 1941 fue

designado viceministro de Defensa y comandante de la

Fuerza Aérea Roja: tenía a la sazón solo treinta años. Su

mujer, María Nesterenko, fue nombrada subcomandante de

un regimiento aéreo de servicios especiales en 1940. La

pareja se hizo célebre y aparecía regularmente tanto en la

prensa periódica como en los teatros de Moscú. También

ellos vivían en un lugar de presagios tan funestos como la

Casa del Malecón.

Había también un grupo notable de mujeres piloto.

Marina Raskova fue la primera mujer que obtuvo la

cualificación necesaria para manejar un avión de la fuerza

aérea. A los veintidós años fue también la primera


instructora de la Academia del Aire de Zhukovski. En 1938

participó en un intento fallido de establecer una nueva

marca en vuelos de larga distancia, volando de Moscú a


Komsomolsk (en la costa oriental de Rusia) en compañía de

otras dos mujeres, Valentina Grizodubova y Polina Osipenko.

Su avión, el Rodina (Patria) era un bombardero

transformado, que se quedó sin combustible poco antes de

alcanzar su destino. Marina Raskova, que viajaba en la

cabina de navegación, saltó en paracaídas según lo

establecido en el protocolo de emergencia. Las otras dos

aterrizaron sanas y salvas en una marisma. Raskova tardó

diez días en recorrer el bosque hasta encontrar a sus

compañeras; las tres fueron rescatadas y ensalzadas como

heroínas nada más regresar a Moscú. Las recibieron

Jrushchëv y Kaganovich y desfilaron entre vítores hasta el

Kremlin, donde fueron saludadas con besos por Stalin. En el

brindis que ofreció durante el banquete de celebración Stalin

afirmó: «Estas mujeres han vengado hoy los duros siglos de

la opresión femenina». Las tres fueron nombradas heroínas

de la Unión Soviética. Cuando estalló la guerra, Raskova

supo utilizar bien sus conexiones con Stalin. -25


En 1937 y 1938 las purgas de Stalin destrozaron el

ejército, al igual que otras partes de la sociedad soviética,

dentro de una orgía de autodestrucción. Desde el principio

los bolcheviques habían estado poseídos por la convicción de

que el mundo capitalista no descansaría hasta haber

aniquilado al primer Estado socialista del mundo. Y de

hecho, ese Estado estuvo rodeado de enemigos, reales o

potenciales, desde su mismo nacimiento. Entre 1918 y 1939

fue atacado por Estados Unidos, Francia, Reino Unido,

Polonia, China y Japón. Los grupos de emigrados políticos

continuaron armando intrigas en la década de los treinta,

convencidos de que el régimen socialista no sería capaz de

perdurar mucho más. Así pues, el miedo de los líderes

bolcheviques era algo más que una simple fantasía obsesiva;

pero al mismo tiempo, existía un componente de paranoia. Y

en el caso de Stalin, alcanzó el carácter de monomanía.

Para asegurar su propia supremacía y la lealtad de su

gente ante las amenazas (reales o imaginarias), Stalin

utilizó el terror sin cortapisas. En 1937 y 1938 fueron

arrestadas en todo el país cerca de dos millones y medio de


personas. Stalin y sus compañeros firmaron personalmente
los documentos que enviaron a más de cuarenta mil

personas a la muerte o a los campos de prisioneros.

Alrededor de ochocientas mil personas fueron ejecutadas en

todo el país acusadas de haber cometido delitos políticos.

Muchas más murieron sin juicio, durante los interrogatorios

o en la prisión. Y todavía fueron muchas más las personas

que fallecieron en los campos de prisioneros, por causas

naturales y no tan naturales.-26

En los cuatro años previos a la guerra más de treinta y

dos mil personas murieron a manos de la policía secreta en

Moscú y las regiones circundantes. -27 Entre ellos había

antiguos jefes del Partido en la ciudad moscovita, dos

antiguos alcaldes (jefes del Ayuntamiento, en su

terminología) y treinta secretarios del Partido, de menor

posición jerárquica.-28 En una primera fase, los cuerpos se

enterraban en la propia Moscú. Cuando la NKVD se quedó

sin espacio, arregló dos «zonas» para entierros especiales

fuera de la ciudad, ocultas a la curiosidad de los vecinos bajo

la guisa de campos de tiro del ejército. Una se ubicó en un

criadero de caballos del pueblo de Butovo: allí murieron,

entre 1937 y 1938, casi veintiuna mil personas. Entre ellas


había sacerdotes, obreros y campesinos; franceses,

estadounidenses, italianos, chinos, japoneses y, en total,

personas originarias de más de sesenta naciones diferentes.

Algunas fueron fusiladas; otras murieron en cámaras de gas

ubicadas en camiones adaptados, venidos especialmente de

la ciudad. Butovo es hoy un pujante barrio dormitorio de

Moscú, la mayoría de cuyos habitantes sabe muy poco –y

probablemente, tiene poco interés en saber más– respecto

de lo que ocurrió allí siete décadas atrás.-29

La otra «zona» estaba en el terreno de una dacha de la

NKVD, conocida por el nombre de una granja estatal

inmediata llamada Kommunarka. La mayoría de sus víctimas

procedía de la nueva élite: eran compañeros de Lenin, como

Bujarin [Bukharin] y Rykov; esposas de los oficiales

asesinados del Ejército Rojo; escritores como Boris Pilniak;

Serguei Efron, marido de la poetisa Marina Tsvietayeva, y


líderes de la propia NKVD. Muchas de las ejecuciones fueron

llevadas a cabo por un pelotón dirigido por Vasili Blojin

[Blokhin], especialista en esas cuestiones. Se dice que fue

Blojin en persona quien mató al director teatral Meyerhold,

al escritor Isaak Babel y al periodista Mijail Koltsov, héroe de


la guerra civil española.-30 Blojin interpretó un papel crucial
en el diseño y la implantación de la conocida masacre de

oficiales polacos en 1940; vistió para ello un delantal, una

gorra y guantes largos, todo de cuero, y utilizó una pistola

alemana, una Walther, porque a diferencia del modelo

soviético no se encasquillaba por sobrecalentamiento. Más

tarde fue ascendido a general de división:

una fotografía nos lo muestra con el uniforme completo,

elegante, con pose digna y cargado de medallas. Pero tras

morir Stalin cayó en desgracia ante Jrushchëv, quien ordenó

privarlo del rango y el uniforme «por haberse desacreditado

en el cumplimiento de las tareas encomendadas por los

órganos». Según la versión de un patriota indignado, se

marchó a su casa y se ahorcó.-31

El principal objetivo que señaló Stalin entre los militares

era el mariscal Tujachevski. Sus sospechas se habían

desatado un tiempo atrás, cuando algunos informes secretos

exponían que un grupo de antiguos oficiales del ejército

zarista confiaban en Tujachevski para dirigir un golpe de

estado.-32 En junio de 1937 Tujachevski fue fusilado junto

con tres comandantes del ejército (Yakir, Uborevich y Kork),


acusado de conspirar con la Alemania nazi en contra de la

Unión Soviética.-33 Yan Gamarnik, supremo director político

del Ejército Rojo y editor del periódico del ejército (el

Krasnaya Zvezda) se pegó un tiro en su residencia. Bliuma

Gamarnik, Nina Uborevich, Yekaterina Kork y Nina

Tujachevskaya fueron arrestadas por ser las esposas de

«enemigos del pueblo» y se las envió a los campos. En

cuanto a sus hijas, fueron recluidas en hospicios para los

hijos de los enemigos del pueblo y, al cumplir los dieciocho

años, fueron asimismo detenidas y enviadas a los campos.

Tres de los cinco mariscales de la Unión Soviética

murieron ejecutados durante la purga. El mismo destino


aguardaba a quince de los dieciséis comandantes del

ejército, a sesenta de los sesenta y siete comandantes de

cuerpo, al setenta por 100 de los comandantes de división y

a un gran porcentaje de los más destacados comisarios

políticos. Fueron arrestados también otros muchos miles de

oficiales, de los cuales un número incierto falleció en las

cárceles o fusilado. Otros varios millares fueron expulsados

del servicio por haber cometido ofensas de carácter

apolítico, aunque con el tiempo se aceptó el reingreso de


muchos de ellos.-34

Las cifras son objeto de polémica y en el total del

cuerpo de oficiales quizá el porcentaje total de víctimas de la

purga fuera relativamente bajo, pero de lo que no cabe duda

es de que los interrogatorios de la NKVD arrancaron por la

fuerza –en muchos casos, con gran violencia– la disposición

de los militares a asumir responsabilidades, a correr el

riesgo de tomar decisiones poco ortodoxas y, cuando se

considerara preciso, a interpretar o desobedecer las órdenes

a la luz de las circunstancias cambiantes. Todos los oficiales

de rango eran conscientes de que la NKVD disponía de todo

un archivo de denuncias que podría ser utilizado en su

contra con un simple chasquido de los dedos. Todos eran

conscientes de que, en caso de que estallara la guerra,

estaban en la cuerda floja de una ejecución sumaria. Lo

increíble, dadas las circunstancias, es que no lo hicieran

nada mal en la hora de la verdad, sino antes al contrario:

que tuvieran un comportamiento extraordinario.

En octubre de 1938 el ambiente se descargó un poco

de tensión. Stalin despidió a Yezhov, el jefe de la NKVD, y

colocó en su puesto a Lavrenti Beria y, para dejar aún más


claras sus intenciones, ordenó arrestar y fusilar a Yezhov.

Según expuso Stalin ante un congreso del Partido en marzo

de 1939, los enemigos internos del socialismo habían sido

exterminados. La NKVD, en el futuro, concentraría su

esfuerzo en poner fuera de combate a los espías, asesinos y

saboteadores infiltrados en el país por sus enemigos

extranjeros. Durante un tiempo, el número de ejecuciones y

detenciones disminuyó. Pero esta relajación aparente fue tan


solo pasajera: los asesinatos en masa se retomaron con el

estallido de la guerra.

Stalin daba por sentado que, más tarde o más

temprano, Hitler cumpliría con su publicitado proyecto de

ampliar el Lebensraum o «espacio vital» de Alemania

mediante una cruzada contra el bolchevismo. El fracaso de

Gran Bretaña y Francia en 1938 y 1939, que no habían

logrado ni resistir a Hitler ni negociar seriamente con los

rusos, le confirmó que estos no ofrecerían a la Unión

Soviética –probablemente, por incapacidad– ningún apoyo

militar de verdad eficaz contra los alemanes. De resultas de

ello alcanzó una conclusión razonable: la de que, si quería

obtener algo, debería obtenerlo del propio Hitler. Por eso en


agosto de 1939 se estableció un pacto soviético–germano,

por el cual se concedían a la Unión Soviética los territorios

de la Polonia oriental y los países bálticos. Desde este

momento, la política de Stalin pasaba por guiar dos caballos

al mismo tiempo: por un lado, intentaba retrasar el estallido

de la guerra contra Hitler, aplicando para ello cualquier

posible medida de apaciguamiento, y, por otro, usaba esa

demora para dotar al Ejército Rojo de las condiciones

precisas para enfrentarse con éxito a los alemanes, cuando

llegara el momento.

Sin embargo, sus cálculos quedaron completamente

anulados por la celeridad y perfección con la que los

alemanes destrozaron al ejército francés y derrotaron al

británico en los meses de mayo y junio de 1940. Fue una

conmoción honda. Los generales de Hitler habían exhibido

una maestría en la dirección de la guerra blindada que Stalin

sabía que los rusos no podrían, o solo a duras penas, igualar.

Francia había quedado fuera de la guerra y los británicos

estaban impotentes, cercados en su isla patria. Hitler no

tardaría en asestarles el golpe definitivo, y entonces tendría

las manos libres para agredir a la Unión Soviética. La crisis


se estaba cerniendo sobre Stalin a mucha más velocidad de

la que había estimado. La contemporización con Hitler se


convirtió en una estrategia cada vez más desesperada; lo

que en su momento había sido una decisión política

razonable empezaba a descomponerse sin remedio.

El problema no era que Stalin hubiera prestado una

atención insuficiente a los preparativos bélicos. De hecho,

había sido un motivo constante en sus discursos; había

entregado al Ejército Rojo cantidades enormes de

armamento y aviones modernos, y más tanques de los que

poseían todas las demás naciones del mundo juntas. Pero

los recientes combates en España, en el Extremo Oriente, en

Polonia y Finlandia habían demostrado muchas debilidades.

En la España de 1937, la aviación soviética era moderna

para su tiempo, pero los regordetes y pequeños Iliushin T1–

15 e I1–16 ya estaban a punto de quedar desfasados. Los

tanques eran vulnerables a los cañones anticarro, no podían

maniobrar en conjunto porque carecían de radio y los

medios de apoyo eran inadecuados. En la guerra

preparatoria de 1939, contra una Polonia que ya había sido

derrotada por la Wehrmacht, las columnas blindadas


tuvieron que detenerse por falta de combustible y fallos de

mantenimiento.-35

En cuanto a Finlandia, los mandatarios soviéticos

consideraban, según Jrushchev, que:

todo lo que tendríamos que hacer sería alzar un poco la

voz y los finlandeses nos obedecerían. Y que si eso no

funcionaba, bastaría con disparar una vez para que los

finlandeses levantaran los brazos y se rindieran.-36

La ilusión se hizo añicos cuando los fineses ofrecieron

resistencia con una destreza superior a la que podían

conseguir los rusos. Los soldados soviéticos no estaban

preparados para la guerra invernal: no contaban con

batallones de esquiadores, no tenían ametralladoras aptas

para el combate cercano entre los bosques y sus tanques se

hundían rápidamente entre la nieve. En una de varias

operaciones realizadas con maestría, una pequeña fuerza

finlandesa logró aproximarse a la 44.ª división motorizada,


la dejó atrapada en la carretera y la hizo pedazos. El

comandante soviético y su comisario político estuvieron

entre los pocos supervivientes que consiguieron regresar a

las líneas rusas, donde fueron sometidos a un consejo de


guerra que los sentenció a morir fusilados.-37 Solo en

marzo de 1940 logró Timoshenko derrotar a los fineses,

empleando para ello una ofensiva muy costosa y de una

magnitud comparativamente arrolladora. Al observar todo

este desorden, Hitler llegó a la conclusión de que la Unión

Soviética era en realidad un tigre de papel.

Para analizar la situación y extraer las conclusiones

pertinentes, Stalin celebró una conferencia en abril de 1940.

A su modo de ver, dijo, el ejército se había excedido en su

confianza en sí mismo. Su servicio de inteligencia había sido

de una pobreza lamentable; la artillería no contaba con

proyectiles suficientes; la infantería no disponía de morteros

ligeros ni armas automáticas; no hubo bastantes tanques ni

aviones. Eran demasiados los oficiales que pensaban que lo

que había funcionado durante la guerra civil rusa sería

suficientemente eficaz para la guerra moderna. Gracias a

Dios, concluyó Stalin, el Ejército Rojo había encontrado su

bautismo de fuego con los finlandeses, no con la Luftwaffe.-


38
Timoshenko reemplazó entonces al incompetente

Voroshilov en el cargo de comisario de Defensa y se

embarcó en un programa de reformas de gran alcance,

aunque apresuradas, como no podía ser de otro modo.

Organizó sin demora nueve cuerpos mecanizados con los

cuales enfrentarse a los Panzer alemanes; al comenzar la

primavera de 1941 ya se había previsto la formación de

otros veinte más. Los ingenieros de tanques estaban

trabajando ya en un vehículo nuevo e innovador, el que sería

el T–34. Artëm Mikoyan (el coingeniero de los cazas MiG,

que era hermano de Anastas, el miembro del Politburó),

Aleksandr Yakovlev, Serguei Iliushin y otros brillantes

aeronáuticos estaban desarrollando nuevos aviones, capaces

de enfrentarse sin desventaja a los modelos alemanes; y se

abrieron nuevas fábricas para su producción.-39

En el otoño de 1940, el estado mayor comenzó a trazar

los planes de una eventual guerra defensiva contra

Alemania. La frontera occidental de la Unión Soviética

estaba dividida en dos por las marismas del Pripet, que


resultaban casi infranqueables para una fuerza invasora. ¿La

ofensiva principal de los alemanes vendría por el norte o por

el sur de las marismas? Stalin creía que lo más probable era

que atacaran por el sur, donde Hitler podría encontrar

bastantes recursos económicos y el espacio vital que tanto

había exigido para el pueblo alemán. Allí fue, por tanto,

donde se terminaron concentrando las fuerzas soviéticas,

pero por desgracia se partía de un supuesto erróneo. En

junio de 1941 los alemanes atacaron a lo largo de tres ejes

principales: por el centro y el norte, además de por el sur.-


40
En enero de 1941, el alto mando soviético realizó dos

simulacros de combate para evaluar qué grado de

resistencia podía ofrecer el Ejército Rojo ante un ataque

alemán. En el primero, se suponía que los alemanes habían

atacado por el norte y el centro; en el segundo, que

avanzaban por el sur. En uno y otro planteamiento, el

resultado fue la derrota de los defensores. Kirill Meretskov,

el jefe del estado mayor, expuso de un modo tan confuso las

lecciones que cabía extraer de los simulacros que Stalin lo

despidió y otorgó su puesto a Zhukov.-41 Estaba cada vez

más claro que debía evitarse la guerra, por cualquier medio,

hasta que el Ejército Rojo estuviera capacitado para la lucha.

Todo eso estaba muy bien. Pero los problemas prácticos

eran terribles. El Ejército Rojo debía abandonar sus antiguas

posiciones defensivas para adelantarse y cubrir los nuevos

territorios que la Unión Soviética había adquirido en Polonia

y los países bálticos. Había que construir aeródromos

militares completamente nuevos; había que ampliar las

redes de carreteras y ferrocarriles; había que erigir


almacenes de abastecimiento en los que albergar los

alimentos, las armas, las municiones y el combustible

requerido por el ejército. En lugar de centrarse en la

instrucción propiamente militar, las tropas soviéticas


tuvieron que emplearse en la construcción de fortines,

depósitos, vías férreas y carreteras. Era una tarea tan

colosal que no estaba completa cuando se desató el ataque

alemán: el 15 de abril de 1941 el estado mayor informó a

Stalin de que muchas de las nuevas zonas fortificadas no

eran aptas para la guerra, puesto que estaban inacabadas y

sólo en parte controladas por soldados cuya formación,

además, era insuficiente.-42 Y cuando las tropas rusas

tuvieron que retirarse ante la ofensiva alemana, tampoco

pudieron refugiarse en la antigua línea de fortificaciones

defensivas, porque estas habían sido abandonadas y, en

gran medida, desmanteladas.

El Ejército Rojo necesitaba tiempo para dominar sus

nuevas armas. Los comandantes necesitaban aprender

todavía cómo organizar y emplear las nuevas formaciones

blindadas. Los rusos disponían de muchos más tanques que

los alemanes, pero los vehículos más antiguos no ofrecían la


suficiente fiabilidad y muchos de ellos estaban averiados.

Los nuevos modelos K–V1 y T–34 eran superiores a los

carros alemanes, pero solo estaban empezando a entrar en

servicio. Muchas de las unidades carecían aún de

comunicaciones por radio y se veían obligadas a utilizar los

teléfonos de campaña, mucho más vulnerables. Por otro

lado, incluso cuando se podía acceder a las radios, muchos

oficiales no sabían cómo manejarlas. Además, la instrucción

de muchos de sus hombres era realmente escasa. Las

tripulaciones de los tanques no solían contar con más de dos

horas de experiencia de conducción. En el caso de la

aviación ocurría algo parecido: los accidentes sufridos

durante vuelos de instrucción destruían varios aparatos cada

día.

Un estudio sobre el nivel de los conocimientos

profesionales de los oficiales que dirigían los distritos

militares fronterizos, realizado durante el invierno de 1940–

1941, se saldó con una nota de «deficiente» para todos los

distritos, con la excepción del distrito de Odesa, que obtuvo

un «suficiente».-43

Los programas de instrucción de oficiales se aceleraron


muchísimo a medida que el Ejército Rojo se expandía

precipitadamente entre 1937 y 1941. Pero aun así resultaba

imposible conseguir un número suficiente tanto de

comandantes como de soldados experimentados para las

nuevas formaciones. Cuando empezó la guerra, las tres

cuartas partes de los oficiales habían trabajado con sus

unidades durante menos de un año.-44 No habían tenido

tiempo de conocer a sus mandos, de los cuales, además, un

número sorprendentemente elevado estaba de vacaciones.-


45
Stalin y sus generales estaban al cabo, desde luego, de

lo que se avecinaba. Los servicios de inteligencia, que

poseían una red de agentes muy bien situados en Berlín,

Londres, Tokio, Washington y toda la Europa oriental, no

habían dejado de enviar avisos sobre la inminencia de un

ataque alemán. Había agentes soviéticos tanto en los

cuarteles de la Luftwaffe como en el ministerio alemán de

Economía, en Berlín. Contaban con Anthony Blunt en

Londres y con Richard Sorge en Tokio. Las embajadas y

misiones militares de Rusia en toda la Europa oriental podían

enumerar los trenes de pertrechos pesados que se dirigían

hacia el este. La aviación alemana comenzaba a realizar

vuelos de reconocimiento cruzando la frontera soviética.

Algunos oficiales incautos alardeaban de que el Ejército Rojo

se hundiría a los pocos días del ataque de la Wehrmacht:

sería un paseo militar.-46

Cuando el invierno de 1941 dio paso a la primavera, los

informes del espionaje fueron ganando en minuciosidad,

exactitud y puntualidad. Pero incluso cuando el trabajo de la


inteligencia es bueno, todo depende de cómo se interprete y

utilice esa información.-47 La tarea de la interpretación

recaía sobre todo en la GRU, la Dirección Central de

Inteligencia, adscrita al comisariado de Defensa y dirigida

por el general Filip Golikov. Golikov, quien a juicio de

algunos oficiales británicos que lo conocieron en persona era

un hombre «extraordinariamente astuto y bien informado»,

tuvo que navegar entre dos aguas, con el máximo cuidado:

por un lado, debía evaluar los datos de la inteligencia de


forma objetiva; por el otro, no podía permitirse molestar a

Stalin con una interpretación que le disgustara al no cuadrar

con las ideas preconcebidas del dictador.-48 Su predecesor

en el cargo, el aviador Iván Proskurov, había demostrado su

valía en España y se había enfrentado con decisión a las

críticas que Stalin dirigió contra el trabajo de inteligencia

realizado durante la guerra con Finlandia. Golikov, Más

prudente o quizá más servil que Proskurov, plegaba sus

evaluaciones al servicio de su señor. Ha sido objeto de

muchas críticas, pero entiendo que muchos hombres han

hecho lo mismo en otros países, aun a pesar de que el

castigo por la independencia de criterio solía ser mucho


menos severo. Tanto Proskurov como otros dos antecesores

de Golikov murieron fusilados.

En una primera etapa, todos esos datos podían ser

interpretados, razonablemente, de dos formas. Una

posibilidad indicaba que Hitler pretendía atacar la Unión

Soviética en un plazo muy breve. La otra suponía que

buscaba chantajear al país para conseguir más concesiones

económicas y políticas, mientras se esforzaba en concluir la

guerra contra Gran Bretaña; esta última interpretación era la

más favorecida por los alemanes, con el fin de distraer la

atención de su objetivo real. Para Stalin, no cabe duda de

que esta segunda opción era la más atractiva, puesto que le

concedería el tiempo que necesitaba para instruir y dotar de

medios al Ejército Rojo para enfrentarse con éxito a los

alemanes, cuando llegara la hora. Su optimismo fue

reforzado por Beria, quien contaba con su propia red de

informantes, a través de la NKVD.

A medida que transcurrían los meses, los hechos fueron

hablando de manera cada vez más meridiana en contra de la

interpretación optimista de Stalin. En octubre de 1940 la

NKVD concluyó que dos terceras partes de la infantería


alemana y sus divisiones mecanizadas se habían desplegado

ya en contra de la Unión Soviética.-49 En las postrimerías

del mes de diciembre de 1940 el general Tupikov, agregado

militar de la Unión Soviética en Berlín, transmitió por

mediación de su agente «Ario» que los alemanes

proyectaban atacar en marzo.-50 Diez días antes Hitler

había emitido la Directriz n.° 21, que regulaba la invasión,

conocida con el nombre en clave de «Operación Barbarroja».

84

Sin embargo, no hubo agresión en marzo y, cuando se

fueron cumpliendo otros plazos sin que se desatara la

ofensiva, Stalin se reafirmó en su creencia de que los

movimientos alemanes eran un farol de Hitler. Ello no

obstante, según informes recientes de los agentes

soviéticos, los alemanes estaban seguros de poder derrotar

a Gran Bretaña con el solo empleo de la guerra submarina.

Por tanto, podrían desplazarse a Rusia sin preocuparse por

el frente occidental. Según estimaciones alemanas, el

Ejército Rojo se hundiría en un periodo de ocho días. Los

británicos, que habían logrado descifrar la codificación

alemana mediante la operación Enigma, ofrecieron datos


que no eran concluyentes; un informe sueco, más

sustancioso, situaba el inicio de la invasión en el 20 de

mayo.-51 Los soviéticos sospechaban la existencia de una

trama: cuando el segundo de Hitler, Rudolf Hess, voló a Gran

Bretaña, dieron por sentado que se había desplazado allí con

algún propósito funesto –y probablemente, antisoviético.

Según hizo hincapié Golikov en un informe de finales de

marzo:

la mayoría de los informes secretos que coinciden en

que es probable que durante la primavera de 1941 Alemania

declare la guerra a la Unión Soviética procede de fuentes

angloamericanas; entiendo que la meta inmediata de esos

informes es, sin lugar a dudas, buscar un modo de empeorar

las relaciones entre los dos países.

Según las conclusiones de Golikov, «la fecha más

probable de inicio de operaciones militares en contra de la

Unión Soviética será con posterioridad a la derrota de Gran

Bretaña o a la firma de una paz en condiciones ventajosas

para Alemania».-52

A Gran Bretaña le interesaba sobremanera que se

desataran hostilidades entre Alemania y la Unión Soviética, y


Stalin no tenía intención de hacer nada que favoreciera esa

hipótesis. A la postre concluyó que las amenazas del

régimen nazi eran, en parte, un farol, y que no habría

invasión sin que se les presentara antes un ultimátum, ni la

habría salvo que se negaran a cumplir con las exigencias de

esa conminación.

Esto es lo que Stalin quería creer, desde luego. Pero no

se trataba de una conclusión ni estúpida ni irracional. Las

deducciones de los analistas de Londres fueron muy

similares. En uno y otro lugar se pensaba que la guerra

entre Alemania y Rusia era muy probable, pero a largo

plazo; en los dos ámbitos se pensaba que Hitler querría

terminar con los británicos antes de centrar su atención en

Rusia. En abril de 1941, un oficial del ministerio de Guerra

británico concluyó: «No parece haber razón alguna por la

que Alemania quiera atacar a la URSS».-53 Un mes más

tarde, el Comité Conjunto de Inteligencia (JIC, en sus siglas

inglesas) emitió una evaluación que resultó fundamental:

Aunque hace unas pocas semanas corrían por toda

Europa rumores respecto de una inmediata agresión de

Alemania a la Unión Soviética, a día de hoy sucede lo


contrario. Hay algunos indicios que apuntan a que están

muy avanzadas las negociaciones para un nuevo acuerdo

entre los dos países.

El JIC apoyaba sus conclusiones en argumentos

complejos. Los alemanes, a su modo de ver, necesitaban

más ayuda económica de Rusia. Y la podían lograr mediante

un acuerdo o por el instrumento más incierto de la guerra:

«Son apabullantes las ventajas ... que ofrecería a Alemania

el cierre de un acuerdo con la URSS». Así pues, el

desplazamiento de las tropas alemanas hasta la zona de

frontera era una forma de chantaje. Los analistas británicos

se mostraban de acuerdo con las determinaciones de Rusia:

«La tendencia natural al gobierno soviético será la de

procurar, por cualquier medio a su alcance y cediendo a las


exigencias alemanas, la de evitar la guerra».-54 Repitieron y
matizaron sus argumentos a finales de mayo, tres semanas

antes de la invasión alemana. Así, las ilusiones que

albergaba Moscú eran una imagen especular de lo que para

los analistas de Londres representaba el peor de los

escenarios posibles: la esperanza de Stalin era la pesadilla

de Churchill. Ninguno supo acertar lo suficiente con las

rarezas de la mente de Hitler. Sin embargo, la invasión no


tuvo efectos a corto plazo para los británicos, pero sí

condujo a Stalin al borde de la catástrofe.

Timoshenko y Zhukov –a la sazón comisario de Defensa

y jefe del estado mayor, respectivamente– no podían

permitirse el lujo de la complacencia.

A medida que la inminencia del ataque alemán les ofrecía

pruebas cada vez más palmarias, fueron cayendo en la

desesperación. Eran profesionales cautos, que siempre

incluían en sus análisis el peor de los escenarios posibles y

que tendían a interpretar de manera más sombría los datos

de inteligencia que la conclusión que sacaban los líderes

políticos. Así, aun a pesar de la resolución de Stalin de no

hacer nada que Hitler pudiera considerar una provocación,

lograron que este accediera a realizar algunos preparativos

discretos. A finales de abril se acordó convocar a

ochocientos mil reservistas y desplazar un número

significativo de fuerzas desde los Urales, Siberia y el

Extremo Oriente hasta la frontera occidental. Su despliegue

debía completarse el 10 de julio, por lo que muchas de las

tropas estaban todavía en marcha cuando atacaron los

alemanes. En el último minuto, el 14 de julio, Timoshenko


envió un mensaje desesperado a los comandantes de las

tropas fronterizas. Las inspecciones más recientes habían

demostrado, según dijo, que los soldados –y especialmente

los operadores de radio– disponían de una instrucción

insuficiente. El nuevo cuerpo mecanizado se caracterizaba

por la desorganización; los tanques, los cañones y la

infantería eran incapaces de trabajar de forma conjunta, y


no disponían de los tractores precisos para trasladar el

armamento pesado. Toda una serie de defectos que era

imprescindible corregir antes de que concluyera el mes.-55

Esta orden tan poco realista –de hecho, tan absurda– puede

entenderse como medida del fracaso de los líderes militares

y políticos, que no habían cumplido con su deber de

preparar a las fuerzas armadas del país para la guerra.

El 4 de mayo de 1941, Stalin asumió las funciones de

Molotov como primer ministro. En ese momento combinaba

en su persona la autoridad suprema tanto del Partido como

del gobierno, una concentración de poder formal tan

extrema que ni siquiera Lenin había aspirado a ella. Era un

indicio de la extrema seriedad de la crisis internacional a la

que se enfrentaba.
Al día siguiente Stalin pronunció un discurso muy

relevante sobre la situación internacional, en el marco de la

recepción anual que en el Kremlin se ofrecía a la nueva

promoción de cadetes. Allí afirmó que las últimas campañas

del Ejército Rojo habían permitido extraer

las lecciones precisas para su mejora y que el proceso de

dotar a las tropas de nuevos equipos ya se había

completado. Un tercio de las divisiones del ejército eran ya

divisiones motorizadas y, a su vez, un tercio de estas eran

blindadas. La industria soviética estaba produciendo, en

grandes cantidades, aviones con la tecnología más moderna.

Para sacar todo el provecho de estos nuevos vehículos, los

comandantes debían dominar las últimas novedades del arte

militar, pero como todavía no lo habían conseguido, era

responsabilidad de las escuelas militares lograr que lo

consiguieran.

Los alemanes habían aprendido después de ser

derrotados en 1918, prosiguió Stalin. Habían desarrollado

doctrinas y armas modernas. Contaban con el ejército mejor

organizado y pertrechado del mundo. Habían llegado a la

conclusión de que resultaría fatal para sus intereses


combatir en dos frentes al mismo tiempo, pero en esta

ocasión no habían ido a la guerra sin antes asegurarse la

lealtad de Italia y eran conscientes de que la Unión Soviética


era un país neutral y benevolente.

La decisión de Hitler de terminar con los oprobiosos

acuerdos de Versalles, dijo Stalin, le había valido el apoyo de

los alemanes y la simpatía de varios países extranjeros. Sin

embargo, esa simpatía se había evaporado después de que

los alemanes apabullaran a Yugoslavia y Grecia, unos meses

atrás. En aquel momento estaban exhibiendo la peligrosa

arrogancia que suele acompañar a la victoria: habían llegado

a creer que eran invencibles. Pero no existe nada similar a

un ejército invencible. La superioridad técnica de los

alemanes, en primer lugar, había empezado a decaer. Aun

así, con el hundimiento de Gran Bretaña y Francia, «solo la

URSS y Estados Unidos disponen de los recursos precisos

[para hacer frente a Alemania]. Serán estas potencias

mundiales las que determinarán el resultado de la guerra».

Stalin concluyó afirmando que la política soviética de paz y

seguridad incorporaba al mismo tiempo los preparativos

para la guerra. «No hay defensa sin ataque. Debemos


insuflar a nuestro ejército el espíritu de la ofensiva.

Debemos prepararnos para la guerra.»-56

Fue un discurso de gran pericia, expresado con toda la

fuerza y la lógica características de Stalin. Sabía

perfectamente que los alemanes se disponían a atacar y que

el Ejército no estaba en condiciones de ofrecer una

resistencia tan enérgica como se pretendía. Sus soldados ya

le habían advertido anteriormente, en aquel mismo año, que

toda aquella retórica de la paz estaba adormeciendo a la

nación en un clima de complacencia.-57 Stalin debía

promover un difícil equilibrio entre la cautela –por la

imperiosa necesidad de no provocar a los alemanes– y el

optimismo que esperaba oír de su boca, naturalmente, un

público formado en su mayoría por militares. Como en

tantas otras ocasiones, los propósitos de Stalin quedaron

velados. Ni cuantos lo escucharon en aquellas circunstancias

ni los historiadores venideros han sido capaces de coincidir

en el sentido exacto de sus palabras.

El 15 de mayo Zhukov y Timoshenko concibieron un

remedio radical: planearon una ofensiva inmediata para


hacerse con la iniciativa antes de que los alemanes
concluyeran su despliegue. Parece ser que la idea no se

propuso de forma oficial. Si Stalin la evaluó, no le dio su

apoyo, quizá porque pensaba (con razón, en tal caso) que el

Ejército Rojo no estaba preparado para emprender y

terminar con éxito un ataque preventivo contra los

alemanes, ni siquiera aprovechando la ventaja de la

sorpresa. En su provocativo y jovial libro Icebreaker, el

historiador de origen ruso Viktor Suvorov argumenta a favor

de la tesis contraria con toda clase de datos

circunstanciados. Stalin, según Suvorov, estaba dispuesto a

atacar a Hitler cuando este golpeó primero. Para azuzar más

la cólera de los historiadores ortodoxos, Suvorov ha vendido

millones de ejemplares de sus libros en su antigua patria

natal. La polémica continuará viva hasta que alguien pueda

ofrecer documentos contundentes.-58

Durante los últimos días y semanas, la mente de Stalin

se mostraba cada vez más reacia a razonar a medida que su

política perdía puntos de apoyo a ojos vista. Cuando

Timoshenko y Zhukov presentaron las pruebas que daban fe

de los planes de Alemania, Stalin se las arrojó por la cara.

Sorge, el espía soviético de Tokio, se había «atrevido a


indicar como fecha de la invasión alemana el 22 de junio.

¿Acaso pretendéis decirme –les preguntó Stalin indignado–

que debo dar crédito también a sus palabras?» Cuando

«Starshina», el agente soviético de los cuarteles de la

Luftwaffe, comunicó que se habían adoptado las medidas

últimas para el ataque, garabateó con furia: «Que envíen a

"Starshina" con su puta madre. Es sólo una fuente de

desinformación».-59

El 15 de junio Timoshenko y Zhukov le pidieron permiso

para desplazar las fuerzas de cobertura de la frontera hacia

posiciones defensivas más favorables. Stalin rechazó

también esta petición de plano:

Tenemos un pacto de no agresión con Alemania.

Alemania está metida hasta las orejas en la guerra con

Occidente y estoy seguro de que Hitler no se arriesgará a


crear un segundo frente atacando la Unión Soviética. Hitler

no es tan idiota y comprende que la Unión Soviética no es

Polonia, ni Francia, ni tan siquiera Inglaterra.-60

Stalin ordenó a sus generales que adoptaran el criterio

del comunicado que la agencia TASS había emitido el

inmediato día 14 de junio. Los rumores respecto de una


«pronta guerra» entre la Unión Soviética y Alemania, decía

TASS, al igual que los rumores relativos a que Alemania

había exigido de la Unión Soviética concesiones económicas

y territoriales, no eran «más que torpe propaganda emitida

por las fuerzas hostiles a la URSS y Alemania, interesadas

en que la guerra extendiera su alcance». TASS daba a

entender de un modo bastante claro que esas «fuerzas

hostiles» eran el gobierno británico y su embajador en

Moscú, Stafford Cripps. -61 Los lectores no sabían qué hacer


con esa nota. Algunos se entregaron a una dulce inactividad.

Otros, los que pensaban que los comunicados oficiales solían

significar lo contrario de lo que en ellos se afirmaba, lo

interpretaron como un indicio cierto de la proximidad de la

guerra. Muchos miembros del ejército lo tomaron como una

nueva señal de que, si adoptaban iniciativas de carácter

defensivo, serían castigados.

Durante los ultimísimos días de paz, la contumaz

confianza de Stalin comenzó a resquebrajarse. El 17 de junio

ordenó a sus consejeros que le entregaran un resumen de

los datos del servicio de inteligencia. Le llevaron una lista de

49 informes enviados desde Berlín durante los nueve meses


anteriores. Algunos eran el típico chismorreo que los agentes

son muy dados a transmitir a sus centrales; otros contenían

pistas falsas; otros, contradicciones. Pero tomados en su

conjunto, el peso de esos informes secretos era innegable.

Por desgracia, en el momento en que se concluyó ese

documento ya no tenía más interés que el histórico: alcanzó

a sus lectores después de que se desatara el ataque

alemán.-62

El 18 de junio Timoshenko y Zhukov intentaron

convencer de nuevo a Stalin y el Politburó de que dictaran la

orden de máxima alerta del ejército. La reunión duró tres


horas. Cuanto más hablaba Zhukov, más irritable se

mostraba Stalin: acusaba a Zhukov de belicismo y se

excedió tanto en sus insultos que Zhukov terminó por

callarse. Pero Timoshenko insistió. A su juicio, el desastre

sería mucho mayor si la Wehrmacht sorprendía a las tropas

en sus posiciones actuales. Stalin estaba furioso. «Todo esto

es cosa de Timoshenko –le decía a los demás. Está

preparando a toda la gente para la guerra. Tendríamos que

haberlo fusilado, pero ha sido siempre un buen soldado,

desde los tiempos de la guerra civil.» Timoshenko, por su


parte, recordó a Stalin que había afirmado ante los cadetes,

el 5 de mayo, que la guerra era inevitable. Stalin replicó

enfurecido: «Lo dije para que la gente incrementara el nivel

de alerta. Pero tiene que entender que Alemania, sola,

nunca luchará contra Rusia. ¡Tiene que entenderlo!». El

dictador se marchó encolerizado, aunque de repente se dio

la vuelta y gritó: «Si piensan provocar a los alemanes en la

frontera, desplazando allí tropas sin nuestro permiso,

rodarán cabezas. ¡Recuérdenlo bien!». En boca de Stalin,

esta amenaza no era precisamente retórica.-63

Las ilusiones que cegaban la razón de Stalin se habían

transformado en una obsesión catastrófica. Según observó

Churchill con acidez: «Nada ... podía perforar el prejuicio

miope y las ideas fijas que había erigido entre sí mismo y la

terrible verdad ... La gente malvada no es siempre

inteligente, ni tienen siempre razón los dictadores».-64 Pero


incluso en el último minuto previo a la tormenta, Stalin no

estaba solo en la idea de que la guerra se podía evitar. El 21

de junio de 1941 –el postrero día de paz– el embajador

sueco en Moscú escribió:

Nadie sabe qué está ocurriendo, ni está capacitado para


afirmar una palabra al respecto, si es que de hecho está

ocurriendo algo en el frente diplomático. Uno apunta que

hay negociaciones en marcha; otro, que no habrá

negociación ninguna, solo un ultimátum. Algunos dicen que

las exigencias –tanto si se han comunicado como si no– se

refieren a Ucrania y los pozos de petróleo de Bakú; mientras


que otros sugieren que tienen que ver con otros temas. Hay

quien apunta que entre las demandas figuran la

desmovilización y el desarme de Ucrania. La mayoría cree

que la guerra es inevitable e inminente; algunos piensan que

el bando alemán busca y desea una guerra. Unos pocos

consideran que no habrá guerra, por lo menos hoy en día, y

que Stalin hará concesiones muy generosas para evitar la

contienda. Lo único cierto es que nos enfrentamos o bien a

una batalla de significación global entre el Tercer Reich y el

imperio soviético, o a la más gigantesca acción de chantaje

de la historia mundial.-65

La gente de la calle había oído con harta frecuencia de

boca de sus líderes que, más tarde o más temprano,

estallaría la guerra. Se charlaba en los corros sobre el

alargamiento de las colas para la compra de sal, cerillas,


hilo, azúcar y latas, lo que siempre era un indicio de

problemas inminentes. Raisa Labas, que había estado

casada con el conocido pintor Robert Falk, vivía en uno de

los estudios de la Academia de Bellas Artes, situada enfrente

de la vieja oficina de Correos. Vivía en compañía de Yuli, su

hijo menor, y de su hermana, la actriz coja Aleksandra

Granovskaya. Había estado sopesando la idea de pasar el fin

de semana en su dacha, pero cuando un antiguo amigo del

ejército le dijo que lo enviaban con urgencia al Extremo

Oriente –hecho que podía significar que tanto los japoneses

como los alemanes planeaban atacar Rusia– se preguntó si

después de todo tendría algún sentido marcharse.-66 Otros

sacaron sus propias conclusiones a partir del caos de

Finlandia y de la obvia falta de preparación de muchas de las

unidades del Ejército Rojo. El año anterior, Anatoli Cherniaev

había visitado a su padre, que estaba sirviendo con su

división de reserva justo en la nueva frontera con los

alemanes. El equipo de aquella división procedía de orígenes

muy dispares: en parte del ejército zarista, en parte de los

franceses, en parte del material capturado al enemigo

durante la primera guerra mundial y la guerra civil. Los


hombres eran tan viejos como el equipo del que disponían;

eran hombres como su padre, que habían sido alistados de

forma apremiante. Su disciplina, sus capacidades tácticas y

la conducta general estaban muy por debajo del nivel que

imperaba en el cuerpo de cadetes universitarios del propio

Cherniaev. No era buena señal para la guerra que se

anunciaba.-67

Pero la mayoría del pueblo daba crédito al mensaje

machacado durante tantos años por la propaganda nacional.

Una película tan popular como Si la guerra estallara mañana

les había mostrado que si los alemanes los atacaban –

porque serían los alemanes, nadie lo ponía en duda, el

Ejército Rojo trasladaría el combate a la patria nazi en el

plazo de unos pocos días; entonces los obreros de Alemania

se alzarían para darles la bienvenida y obtendrían la victoria

con un mínimo sacrificio de sangre.-68 ¿Y en qué otra cosa

podían creer, después de toda la penuria que habían tenido

que sufrir para dotar al Ejército Rojo de más tanques y de

tantos aviones como los que sumaban las fuerzas aéreas del

resto del mundo? Sentían la ligereza de ánimo que siempre

acompaña a la primavera después de un largo invierno ruso.


Continuaban con sus vidas, iban al cine, planeaban las

vacaciones de verano, pensaban en lo que harían cuando en

otoño empezaran sus nuevos trabajos o los nuevos periodos

lectivos de la universidad. Las mujeres jóvenes

acompañaban a sus amigos a los teatros y a los cafés, a

tomar un helado; no se podían permitir comer en

restaurantes, aun cuando quizá no se considerara impropio

de ellas asistir a tales lugares ellas solas. Hacía días que

llovía con fuerza. Pero aquel sábado era 21 de junio, el día

de San Juan y solsticio de verano, y durante el fin de

semana lució muy buen tiempo. Quienes pudieron se

marcharon a sus dachas, a descansar, a cultivar sus jardines

y huertas, a comer al aire libre o pescar en el río Moscova.

Quienes no podían permitirse tales lujos, porque estaban

atados por sus trabajos o tenían aún exámenes pendientes,

permanecieron en la ciudad. En la memoria de los

supervivientes, el último día de paz adquiere el color dorado de un idilio.

Pero en aquella última noche de paz, durante la noche

del sábado, los generales reunidos en los cuarteles de Moscú

ya sabían que la tormenta estaba a punto de estallar. Sabían

qué estado de ánimo imperaba en los pueblos arruinados. Y


se preguntaban si cuando llegara la hora, lucharían o no, los

soldados campesinos.

NOTAS

CAPÍTULO 3

1. Konstantin Rokosovski: Soldatski Dolg, Moscú, 2002,

p. 21.

2. Michael Sadykiewicz: My Opinion on Marshal K.

Rokossovski (manuscrito, Londres, 2004).

3. La encuesta fue publicada el 28 de diciembre de

1999 por la agencia de noticias RIA Novosti.

4. F. Chuev: Soldati Imperii, Moscú, 1998, pp. 334,

374.

5. Así lo afirmaba el mariscal Bagramian [Bagramyan]

en sus memorias, según cita de Harold Shukman (ed.) en

Stalin's Generals, Phoenix Giants, Londres, 1997, p. 179

(Weidenfeld &Nicolson, Londres, 1993).

6. Ilia G. Ehrenburg: Liudi, God ), Zhizn: Sobranie

sochinenii v deviati tomakh, Moscú, 1962-1967, vol. 9, p.

332.

7. La doctora Galina Talanova, que estuvo con

Rokosovski en el frente durante toda la guerra, comentó a


su hija que Rokosovski siempre hablaba con tranquilidad y

cortesía, incluso en las crisis más extremas (Nadezhda

Rokosovskaya, entrevista, 6 de diciembre de 2004).

8. Los cangrejos de río aparecen con frecuencia en los

proverbios rusos. En este caso el sentido equivale a: « ¡Les

dará una buena!». Se toma de un informe de la NKVD,


citado por M. Gorinov en «Budni Osazhdennoi Stolitsy»,

Otechestvennaya Istoria, 3, 1996, p. 23.

9. Konstantin Vilievich Rokosovski (nieto), entrevista,

12 de diciembre de 2003. K. V. Rokosovski sirvió en el

ejército soviético, como su abuelo. No habla polaco y ha

perdido la pista de sus parientes polacos, pero es católico,

un rasgo inusual en Rusia que forma parte de su herencia

polaca.

10. La versión oficial rusa afirma que Rokosovski nació

en la ciudad rusa de Velikie Luki. Sin embargo, en su archivo

personal del ministerio de Defensa hay dos currículos

personales escritos por el propio Rokosovski. En el primero,

redactado antes de la guerra, se dice que nació en Varsovia.

El carné de identidad que se le entregó tras ser liberado de

la prisión en 1940 también le atribuye la nacionalidad


polaca. En el segundo se afirma, por el contrario, que nació

en Velikie Luki, donde su padre trabajaba en los

ferrocarriles. Eso lo habría convertido en ciudadano ruso de

nacimiento. Al terminar la guerra, esta versión era más

conveniente para las autoridades soviéticas y Rokosovski no

la desmintió en público. La información anterior procede del

nieto del general.

11. Carta de 11 de noviembre de 2004 del coronel

Janusz Pruszkowicz.

12. Chuev: Soldaty Imperii, pp. 360-361 .

13. K. V. Rokosovski me hizo llegar amablemente una

copia de la carta enviada a Voroshilov por el comisario

Shestakov, del distrito militar Transbaikal (car-ta n.° 19/a,

de 5 de junio de 1937).

14. En la película postsoviética Zavtra Byla Voina

(Mañana hubo una guerra, 1987) el hecho central de la

trama, con trágicas consecuencias, es la negativa de una

alumna a denunciar a su padre.

15. I. Cherushev: Udarpo Svoim: Krasnaya Armia

1938-1941, Moscú, 2003, p. 430.

16. Stalin expresó estas ideas en un encuentro al que


Golovanov acudió en la víspera de la batalla de Kursk, en

julio de 1943 (Chuev, Soldaty Imperii, p. 342).

17. Chuev: Soldaty Imperii, p. 340.

18. Otto Preston Chaney: Zhukov, David and Charles,

Newton Abbot, 1972, p. 16, citando un documento militar

alemán interceptado en mayo de 1943. (Hav trad. esp. de J.

Reiriz: Zhukov, Euros, Barcelona, 1975.)

19. Boris Sokolov, Georgi Zhukov: Triumfy i Padenie,

AST-PRESS KNIGA, Moscú, 2003, p. 68.

20. Tal es la concepción general, confirmada a su vez

por Nadezhda Rokosovskaya, quien lo vio en compañía de

sus hijas cada cierto tiempo (entrevista, 6 de diciembre de

2004).

21. Esta también es una concepción general, que

cuenta con el apoyo de numerosas anécdotas. Véase

también Sokolov: Georgi Zhukov, p. 113.

22. Rokosovski: Soldatski Dolg, p. 122.

23. Sheila M. Fitzpatrick: Everyday Stalinism: Ordinary

Life in Extraordinary Times-Soviet Russia in the 1930s,

Oxford University Press, Oxford y Nueva York, 1999, p. 107.

24. N. Shunevich: «Chelovek i Obshchestvo», en Fakty


i Komentarii, 16 de abril de 2002

(<www.brazd.ru/books/stat/o_smusheviche>).

25. Reina Pennington: Wings, Women, and War: Soviet

Airwomen in World War II Combat, University Press of

Kansas, Lawrence, 2001, pp. 13-17.

26. Quizá ya nunca resulte posible determinar con

exactitud el número de personas que murieron en las

purgas. Puede leerse un atento análisis de la cuestión en

Arch Getty y Oleg V. Naumov: The Road to Terror. Stalin and

the Self-Destruction of the Bolsheviks, 1932-1939, Yale

University Press, New Haven, 1999, pp. 587-594. En 1937

es probable que se arrestara a más de novecientas mil

personas; y en 1938, a más de seiscientas mil; en la

mayoría de casos, por crímenes «contrarrevolucionarios» y

por «agitación antisoviética». Casi setecientas mil personas

fueron fusiladas entre 1937 y 1938. Muchas más fueron

asesinadas sin juicio, o murieron durante los interrogatorios,

en prisión o en los campos. Después de que en 1956

Jrushchëv atacara a Stalin, las investigaciones oficiales de


los soviéticos concluyeron que los tribunales promulgaron,

en 1937-1938, 781.692 penas capitales. Véase también


Robert W. Thurston: Life and Terror in Stalin's Russia 1934-

1941, Yale University Press, New Haven y Londres, 1996,

pp. 62-63.

27. Buena parte de los materiales de este párrafo

fueron compilados por la sociedad moscovita Memorial, y se

publican en su sitio web: <www.memo.ru/

memory/communarka>.

28. Timothy J. Colton: Moscow: Governing the Socialist

Metropolis, Belknap Press, Londres, 1995, pp. 288-291.

29. El documental de la BBC Gulag (2000) contiene

testimonios de varios testigos presenciales de los asesinatos

en la «zona» de Butovo.

30. Rayfield, Donald: Stalin and his Hangmen: An

Authoritative Account of a Tyrant and Those Who Served

Him, Viking, Londres, 2004, p. 353. (Hay trad. esp. de A.

Diéguez y M. Martínez Lage: Stalin y los verdugos, Taurus,

Madrid, 2003.)

31. La que se conoce como «masacre de Katyn» se

desarrolló en Katyn y en otros dos lugares. En cuanto a

Blojin, se hallaba en Mednoe, al norte de Moscú, donde

ahora existe un museo y un monumento en memoria de los


polacos asesinados. Véanse también los artículos de Viktor

Lozinski: «Mozaika Doma Nashego»

(<www.hro.org/editions/karta/nrl/lozinsk>), y A. T. Rybin:

«Stalin Predvidel» (<zero.

thewalls.ru/htdocs/tirani/itog/st_predv>).

32. Robert Service: Stalin, Belknap, Londres, 2004, p.

279. (Hay trad. esp. de S. Beatriz Cella: Stalin. Una

biografía, Siglo XXI, Madrid, 2006.)

33. Yakir y Uborevich eran comandantes de primer

rango del ejército, equivalente aproximado de un general de

cinco estrellas; Kork era un comandante del ejército de

segundo rango. El título de «general» no se introdujo en el

Ejército Rojo hasta mayo de 1940.

34. Aunque los historiadores han dedicado mucho

esfuerzo a esa tarea, las cifras de oficiales víctimas de las


purgas siguen siendo objeto de discusión. No siempre se

conservan las distinciones entre quienes fueron ejecutados,

enviados a prisión o solamente apartados del servicio. Con

frecuencia se afirma que la mitad del cuerpo de oficiales -

unos treinta y cinco mil del total de setenta mil- cayeron de

resultas de las purgas. David Glantz estima un total de


cincuenta mil oficiales «liquidados» (en su Colossus Reborn:

The RedArmy at War 1941-1943, University Press of Kansas,

Lawrence, 2005, p. 446). Según las cifras significativamente

más bajas aportadas por Reese, las purgas afectaron a

22.705 de entre un total muy superior de unos doscientos

seis mil: 9.506 fueron arrestados y un número

indeterminado de estos fallecieron en prisión o fueron

fusilados; otros trece mil oficiales fueron apartados del

servicio acusados de ha-ber cometido delitos de carácter

apolítico (Roger R. Reese: The Soviet Military Experience,

Routledge, Londres, 2000, pp. 86-87).

35. David Glantz y J. House, When Titans Clashed: How

the RedArmy Stopped Hitler, Edimburgo, 2000, p. 18 (ed.

orig. Univ.) Press of Kansas, Lawrence, 1995.

36. Nikita Jrushchëv: Khrushchëv Remembers, André

Deutsch, Londres, 1971, p. 152.

37. William Trotter: The Winter War: The Russo-Finnish

War of 1939-1940, Aurum, Londres, 2002, pp. 187-193.

38. Harold Shukman (ed.): Stalin and the Soviet-

Finnish War 1939-1940, Frank Cass, Londres, 2002, p. 274.

39. Alexander Boyd: The Soviet Air Force since 1918,


Macdonald & Jane's, Londres, 1977, p. 98 .

40. Glantz y House: When Titans Clashed, pp. 39-41.

41. Gabriel Gorodetsky: Grand Delusion: Stalin and the

German Invasion of Russia, Yale University Press, New

Haven y Londres, 1999, pp. 128-130.

42. Informe del 15 de abril, n.° 92.307 s.s., de A.

Zaporozhets a Stalin y otros (documentos de Volkogonov,

caja 4, carpeta R11.541).

43. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 38; el

análisis se encuentra entre los documentos de Volkogonov,

caja 4, carpeta 11.544.

44. Gorodetsky: Grand Delusion, p. 115.

45. Thurston: Lip and Terror, pp. 204-205.

46. Gorodetsky: Grand Delusion, p. 134.

47. El primer capítulo del informe Butler sobre la tarea

de la inteligencia británica en la etapa previa a la guerra de

Iraq de 2003 («The Nature and Use of Intelligence») es una

exposición breve y elegante de este problema. Véase Lord

Butler (director): Review of Intelligence on Weapons of Mass

Destruction, Londres, 2004, pp. 7-16.

48. Diario de guerra de la misión militar británica en


Moscú, 28 de junio de 1941 (PRO W0178/25).

49. Gorodetsky.: Grand Delusion, p. 55

50. Vladimir Naumov (ed.): 1941 God: Dokumenty, 2

vols., Moscú, 1998, p. 466.

51. En sus memorias, Churchill concede una

importancia bastante improbable a esta minucia informativa

sobre los movimientos de las tropas alemanas en los

Balcanes (véase The GrandAlliance, Boston, 1950, p. 361).

(Hay trad. esp. de Juan G. de Luaces: La segunda guerra

mundial, vol. 4: La Gran Alianza, José Janés, Barcelona,

1952.) En cualquier caso, los rusos estaban recibiendo

numerosos informes a través de los espías que tenían, muy

bien situados, en Londres. Golikov y sus jefes siguieron

considerando que la información procedente de fuentes

británicas era una provocación. Véase por ejemplo David

Murphy: What Stalin Knew: The Enigma ofBarbarossa, Yale

University Press, New Haven y Londres, 2005, p. 149.

52. Naumov (ed.): 1941 God, vol. 1, p. 776; y

Gorodetsky: Grand Delusion, p. 136.

53. Acta del MI14 de 25 de abril de 1941 (PRO

W0190/893/54c).
54. J1C (41) 218 (PRO W0208/1761).

55. Timoshenko a los comandantes militares de Okrugs

y a los comandantes del cuerpo mecanizado, 14 de junio de

1941 (documentos de Volkogonov, caja 4, carpeta R10729).

56. Hay varias versiones de este discurso. He empleado

la de V. A. Nevezhin, «Tak chto skazal Stalin 5 maya 1941

g.?» (a día de hoy, <gpw.tellur.ru/page.html?r

=eve&s=5mav>). Nevezhin cita una serie de versiones,

tanto publicadas como inéditas, de personas que asistieron a

él.

57. Gorodetsky: Grand Delusion, p. 208.

58. La idea de que el proyecto de agresión de Stalin

quedó frustrado por un ataque alemán inesperadamente

rápido ha sido expuesta por Viktor Suvorov en Ice-breaker.

Who Started the Second World War? (Hamish Hamilton,

Londres, 1990) y por Albert Weeks en Stalin's Other- War:

Soviet Grand Strategy 1939-1941 (Rowman & Littlefield,

Lanham, 2003). La versión que ofrece Alexander Werth del

discurso pronunciado por Stalin el 5 de mayo ante los

cadetes (en Russia at War 1941-1945. Barrie & Lockliff,

Londres, 1964, p. 123) parece reforzar esta interpretación:


«De-pendiendo de la situación internacional -afirma Werth

que dijo Stalin-, el Ejército Rojo o bien esperará a que se

produzca un ataque alemán, o bien quizá deba tomar la

iniciativa». (El libro ha sido reed. por Carroll & Graf, Nueva

York, 1986, y hay trad. esp. de J. de Lorbar: Rusia en la

guerra (1941-1945), Grijalbo, Barcelona, 1968.) Constantine

Pleshakov da por sentado que Stalin pretendía atacar el

primero, pero no aporta ninguna documentación nueva que

apoye esa idea (Stalin's Folly: The Secret History of the

German Invasion of Russia, June 1941, Houghton Mifflin,

Bos-ton, 2005, passim). A esta hipótesis se oponen David

Glantz (Stumbling Colossus: The RedArmy on the Eve of

World War, University Press of Kansas, Lawrence, 1998) y

Gorodetsky. Véase también Glantz y House: When Titans

Clashed, p. 41. Los argumentos han sido resumidos con una

brevedad digna de compasión pero un enorme sentido

común por John Erickson («Barbarossa June 1941: Who

Attacked Whom?», en History Today, julio de 2001), quien

refuerza la interpretación canónica.

59. I. Naurnov (ed.):1941 God, vol. 2, p. 383.

60. Georgi Zhukov: Vospominania i Razmysh.lenia,


Moscú, 2002, vol. 1, p. 258.

61. Hay traducción inglesa del comunicado en Werth:

Russia at War 1941-1945, p. 125.

62. S. Stepashin (ed.): Organy Gosudarstvennoi

Bezopasnosti SSSR, vol. 1: Nakanune, Moscú, 1995, pp.

286-296.

63. Gorodetsky: Grand Delusion, p. 299. La versión

procede, indirectamente, del propio Timoshenko.

64. Churchill: The GrandAlliance, pp. 367-368.

65. Gorodetsky: Grand Delusion, p. 306.

66. Yuli Labas: «Chérny sneg na Kuznetskom», Rodina,

6-7, 1999, pp. 36-37.

67. Anatoli Cherniaev: Moya Zhizn i Mae Vremya,

Moscú, 1995, pp. 88-89.

68. La película Si la guerra estallara mañana (Esli

Zavtra Voina) fue dirigida en 1938 por Efim Dzigan. Es un

documental de apenas dos dimensiones, que comienza con

escenas de un pueblo soviético feliz, que resulta atacado en

un amanecer de verano sin que hayan mediado advertencia

ni provocación alguna. Hasta aquí, nada que difiera de lo

que realmente ocurrió en junio de 1941, pero el resto de la


película sí diverge enteramente de la realidad posterior. Fue

retirada de la circulación tras el pacto Molotov-Ribbentrop de

1939, pero una vez que se inició la guerra Dzigan fue

galardonado con el premio Stalin. El brillante día de verano

contaminado por las negras nubes de la agresión nazi se ha

convertido en un tópico presente en la mayoría de filmes

soviéticos y rusos sobre la guerra. Un ejemplo reciente es

Prazdnik (Vacaciones), de G. Sujachév [Sukhachév], 2001.

SEGUNDA PARTE

ESTALLA LA TORMENTA

22 de junio de 1941
4
Cuando estalló la tormenta, la gente volvió la vista a

Tolstoi. Según escribió la crítica Lidia Ginzburg:


Durante la guerra, la gente devoraba Guerra y paz,

como forma de medir su propia conducta (sobre Tolstoi no

tenían dudas: su respuesta a la vida era plenamente

adecuada). El lector podía decirse a sí mismo: «Bueno,

entonces lo que estoy sintiendo está bien; así es justo como

debería ser».-1

Guerra y paz era el único libro que el escritor Vasili

Grossman tuvo tiempo de leer mientras era corresponsal de

guerra en el frente y leyó la novela dos veces. También fue

transmitida por la radio de Moscú, Completa, a lo largo de

treinta episodios.-2

Para los rusos, la guerra de 1812 había sido siempre

«la guerra Patriótica». La prensa adaptó de inmediato el

viejo nombre al nuevo conflicto y lo denominó como «gran

guerra patriótica». Los paralelos se multiplicaban a medida

que el verano iba convirtiéndose en invierno. Resulta

paradójico, pero los alemanes invirtieron casi tres meses


mas en alcanzar Moscú de los que había empleado

Napoleón. Y es que a pesar de su merecida reputación en el

ámbito de la guerra blindada y «relámpago», los alemanes

dependían casi tanto como Napoleón

de los caballos y de la resistencia de sus hombres a la hora

de la marcha. -3 Esta se reveló como su mayor debilidad,

porque ni los hombres ni las máquinas que con tanto éxito

habían combatido en los confines de la Francia septentrional

fueron capaces, a la postre, de lidiar con la vastísima

extensión de Rusia.

La fuerza que se dispuso a saltar las fronteras de la

Unión Soviética en la medianoche del 21 de junio era seis

veces más amplia que la Grande Armée napoleónica. Más de

tres millones de hombres, casi dos mil aviones, más de tres

mil tanques y unos setecientos cincuenta mil caballos se

organizaron en tres grupos de ejércitos. El mariscal de

campo Von Leeb debía dirigir el grupo de ejércitos Norte a

través de los países bálticos, para tomar Leningrado en

cooperación con un ejército de finlandeses vengativos. El

grupo de ejércitos Sur, bajo las órdenes del mariscal de


campo Von Rundstedt, debía capturar Ucrania, con sus ricos
recursos agrícolas e industriales, y su capital, Kiev.-4

La tarea principal estaba reservada para el grupo de

ejércitos Centro, el más poderoso de los tres. El mariscal de

campo Von Bock y sus hombres debían avanzar a través de

la misma ruta que siguió la invasión napoleónica: a través

de Minsk, la capital de Bielorrusia; a través de la ciudad

fortificada de Smolensko, que había resistido durante dos

sangrientos días contra la Grande Armée, en agosto de

1812; a través del campo de batalla de Borodino, donde el

ejército de Kutuzov había logrado detener al de Napoleón en

septiembre, y luego hasta la misma Moscú.

Por descomunal que fuera, ese ejército invasor no

poseía un potencial apabullante. En su conjunto, las fuerzas

a las que se enfrentaba eran casi iguales en número de

hombres y pertrechos. Los rusos disponían de ciento setenta

divisiones con cuatro millones de hombres, aunque muchos

estuvieran aún llegando desde el este. Contaban con más

cañones y morteros. Tenían el doble de tanques, incluyendo

una serie de los modernos KV1 y T34, carros mejores que el

más selecto de los blindados alemanes. Disponían asimismo

de 3,5 veces su capacidad de vuelo útil, aunque eran muy


pocos los aparatos que podían considerarse

tecnológicamente avanzados.-5 Las fuerzas rusas quedaron

organizadas en cinco frentes, equivalentes aproximados de

los grupos de ejércitos alemanes, aunque sustancialmente

más reducidos. El frente Septentrional, a las órdenes del

general Popov, y el Noroccidental, dirigido por el general

Kuznetsov, se oponían a Von Leeb; el frente Occidental del

general Pavlov debía lidiar con Von Bock, y el frente

Suroccidental del general Kirponos y el Meridional del

general Tulenev se encararían con Von Rundstedt.-6

Los alemanes eran muy conscientes del poderío de las

líneas que se les enfrentaban. Pero sabían mucho menos

sobre las inmensas reservas que Rusia podría llegar a

utilizar, tanto de hombres como industriales, gracias a los

Urales y Siberia, regiones que quedaban fuera del alcance

del reconocimiento germano. En Rusia, como habían hecho


antes en Francia, confiaban sobre todo en la conmoción de

su ataque sorpresa, en su maniobrabilidad y en su mayor

destreza; confiaban en que todo ello bastaría para destruir la

voluntad de combate de los rusos, derribar al régimen

soviético e imponer una paz cartaginesa mucho antes de


que los rusos llegaran a desplegar todos sus recursos. Pero

fue un error de cálculo fatal.

En el Kremlin se abandonaron definitivamente las

últimas ilusiones. A lo largo del sábado, el ritmo de actividad

en los niveles superiores del gobierno y el ejército había

adoptado una intensidad febril. Por la tarde, Zhukov recibió

una llamada urgente de los cuarteles generales del distrito

militar especial de Kiev. Un brigada alemán acababa de

cruzar la frontera: sus compatriotas atacarían a la mañana

siguiente. Stalin hizo venir al Kremlin a Zhukov y

Timoshenko. Su primera idea fue la de que los alemanes

habían enviado a ese desertor a cruzar la frontera como un

intento deliberado de provocar un conflicto. Molotov,

desesperado, convocó al embajador alemán, el conde Von

der Schulenburg. ¿Por qué quiso saber Molotov el personal

de la embajada alemana había abandonado tan

repentinamente Moscú? ¿Por qué el gobierno de Berlín no

había respondido a la rama de olivo que se les ofrecía con el

comunicado de TASS del 14 de junio? ¿Acaso Alemania

estaba insatisfecha con la forma en la que se había

comportado la Unión Soviética? Y, en tal caso, ¿con qué


aspectos de su conducta? Todas estas preguntas eran, en

aquel momento, irrelevantes. Von der Schulenburg no podía

ofrecer ninguna respuesta sensata.

El Politburó comenzó a congregarse. Stalin preguntó a

Timoshenko qué debería hacerse en su opinión. Timoshenko

apuntó que las fuerzas de la frontera debían ocupar sus

posiciones de combate. Pero Stalin aún se resistía: «Es

demasiado pronto ... Quizá todavía podamos resolver el

problema por medios pacíficos». Ordenó a Zhukov que

redactara una breve advertencia general para los ejércitos

de la frontera. El resultado, la Directriz n.° 1, fue un

documento enormemente confuso. Las tropas recibieron en


efecto el aviso de que los alemanes podían atacar en

cualquier momento y, por tanto, debían ocupar sus

posiciones de disparo, pero en secreto. Debían dispersar y

camuflar sus aviones, pero al mismo tiempo se les pedía

«evitar cualquier clase de acción provocativa que pudiera

resultar en complicaciones de gravedad». Tampoco podían

emprender nada sin contar con instrucciones precisas al

respecto.-7

No importaba, en cualquier caso: el mensaje llegó


tarde, demasiado tarde. No alcanzó los cuarteles generales

de Pavlov, en el distrito militar occidental, hasta justo antes

de la una de la madrugada del 22 de junio, y no se trasladó

a las unidades subordinadas hasta las dos y media de esa

noche. Algunos comandantes se habían arriesgado ya a

sufrir la cólera de Stalin al adoptar sus propias precauciones,

pero tal actitud fue una excepción, antes que una norma. Un

intento previo del general Kirponos, que pretendía situar a

sus tropas del frente Suroccidental en posiciones de

combate, fue específicamente anulado por una contraorden

de Zhukov, el 22 de junio. En la víspera misma de la guerra,

el almirante Kuznetsov indicó a la Marina que disparara en

caso de ataque, pero la inmensa mayoría de los soldados no

estaba en absoluto preparada para las hostilidades.-8 De

hecho, la mayoría de las tropas del frente no recibió la

Directriz n.° 1 hasta después de haberse iniciado ya la

invasión alemana.

Shcherbakov y Pronin, los dos oficiales más

importantes al cargo de la capital soviética, fueron

advertidos de la eventualidad de un ataque alemán y se les

indicó que se aseguraran de que sus oficiales de más


confianza permanecían en la ciudad. El propio Stalin partió

para la «dacha cercana» a las once de la noche. En cuanto a

Molotov y otros miembros del Politburó, se dice que vieron

juntos una película y se marcharon con la medianoche.-9

Hacia esa misma hora el general Kirponos llamó por teléfono

a Zhukov y Timoshenko, en el Ministerio, para informar de

que un desertor había comunicado a la policía fronteriza que

el ataque

se iniciaría a las cuatro de la madrugada. Stalin recibió la

noticia de inmediato, pero no adoptó ninguna medida y se

fue a dormir. -10

A las tres y cuarto de la madrugada del domingo 22 de

junio de 1941 los bombarderos alemanes atacaron las bases

aéreas soviéticas de la frontera occidental. La Fuerza Aérea

Roja perdió más de mil doscientos aparatos en la primera

mañana de guerra, y la mayor parte de ellos, «en tierra».-

11 Las fuerzas especiales alemanas muchas de ellas,

disfrazadas con uniformes soviéticos ya se habían infiltrado

en la retaguardia rusa y estaban cortando líneas de teléfono,

atacando cuarteles y apoderándose de puentes esenciales.

Cuando amaneció, el caos se había apoderado de los


defensores. Un grupo de hombres abandonados transmitió

por radio una desesperada petición de instrucciones: «¡Nos

disparan! ¿Qué tenemos que hacer?». La respuesta fue

rápida y contundente: «¿Habéis perdido el juicio? Y, además,

¿por qué vuestro mensaje no está cifrado?».-12 Los

guardias de la frontera, confundidos, aguantaron y murieron

en sus puestos muchos de ellos, acompañados de sus

mujeres y niños mientras los alemanes les pasaban por

encima.

Las divisiones de carros blindados Panzer se pusieron

en marcha. El grupo de ejércitos Norte abrió con celeridad

una brecha para capturar los puentes del Dvina occidental.

El grupo de ejércitos Sur tropezó con un terreno muy poco

transitable y además con la fuerza principal de los rusos, la

que Stalin había emplazado con la convicción de que de allí

provendría el grueso del ataque de los nazis.

La amenaza se cernía también sobre Moscú, por

mediación del grupo de ejércitos Centro. Von Bock disponía

de cincuenta divisiones, incluyendo nueve divisiones

acorazadas y otras seis motorizadas. Además contaba con el

apoyo de la segunda flota aérea del mariscal de campo


Kesselring, dotada de ciento cincuenta aviones, muchos de

los cuales habían volado ya a sus mismas órdenes durante la


batalla de Gran Bretaña y el Blitz de Londres. Los tanques

avanzaban en primer lugar. El segundo grupo blindado era

dirigido por Heinz Guderian, el distinguido teórico militar

cuya pericia estratégica había brillado con luz propia el año

anterior, en Francia, con la apabullante actividad de su

cuerpo acorazado. Ahora Guderian encabezaba velozmente

el ala sur del avance, mientras el tercer grupo acorazado del

general Hoth lo imitaba por el norte. Entre los dos cercaron

a los defensores, cortaron sus vías de retiradas y los dejaron

prestos para morir a manos de la infantería alemana. Los

alemanes pensaban repetir esta maniobra una y otra vez a

lo largo de los cerca de mil kilómetros que separaban la

frontera de Moscú, hasta que, a la postre, la capital soviética

quedara rendida a su superioridad (véase el mapa 2).

El general Dmitri Pavlov, comandante del frente

Occidental, que se oponía a Von Bock, estaba de regreso de

una fiesta con concierto cuando atacaron los alemanes. En

los cuarteles de la comandancia no había nadie al cargo. El

mismo no volvió a su puesto hasta las cuatro de la mañana,


así que solo entonces vio la Directriz n.° 1, que lo autorizaba

a disponer sus tropas en alerta. Pero a esa hora las

comunicaciones entre los cuarteles del frente y sus ejércitos

subordinados ya estaban siendo objeto del sabotaje de las

fuerzas especiales alemanas. No había forma de enviar ni

recibir órdenes de las unidades y menos aún de ponerlas en

práctica. Pavlov ni siquiera se podía formar una idea

coherente de lo que estaba sucediendo en realidad: muy

pronto perdió el control real de sus tropas.

Durante las primeras cuatro horas, los generales del

cuartel general de Moscú no tenían idea de cómo estaban

comportándose los soldados de la frontera, si es que habían

podido reaccionar. El general Voronov, comandante en jefe

de la artillería, admitió años más tarde que se le escapó un

enorme suspiro de alivio cuando finalmente llegaron las

noticias de que el ejército de campesinos estaba

combatiendo: había entrado en la lucha, a pesar de todos


los malos augurios. El historiador británico John Erickson ha

escrito al respecto: «De aquel hecho tan simple pero no

inevitable, de ningún modo dependía la posibilidad de la

victoria soviética, por remota que pudiera llegar a ser».-13


Los primeros informes sobre el ataque alemán

comenzaron a llegar al comisariado de Defensa a las tres y

media de la madrugada. Zhukov telefoneó a Stalin sin

demorarse. El oficial asistente le respondió con voz

somnolienta:

- Sí, ¿quién es?

- ¡Zhukov! Páseme por favor con el camarada Stalin. Es

urgente.

- ¿¡Qué!? A esta hora? El camarada Stalin está

durmiendo...

- Despiértelo de inmediato: los alemanes están

bombardeando nuestras ciudades.

A los tres minutos, Stalin se puso al teléfono. Zhukov

informó de la situación, pero no obtuvo más réplica que el

silencio. «¿Ha comprendido lo que le he expuesto?», quiso

saber. Hubo otro largo silencio y, al cabo de un tiempo:

«Ordene a Poskrëbyshev que convoque a todo el Politburó».

Poskrëbyshev, ayudante ejecutivo de Stalin, envió los

mensajes. Stalin fue el primero en llegar al Kremlin, con

expresión demacrada en su rostro marcado por la viruela.

Los demás llegaron poco después.-14


El informe de Timoshenko era sombrío: «Debemos

considerar que el ataque alemán es un hecho consumado. El

enemigo ha bornbardeado los principales puertos y

aeropuertos y las confluencias más relevantes».

Entonces Stalin empezó a hablar lentamente,

escogiendo sus palabras con todo cuidado. En algunos

momentos la voz se le quebraba. Ni siquiera entonces dejó

de defender su convicción de que el ataque germano era una

provocación de los militares alemanes. Entre murmullos,

dijo: «Si fuera preciso organizar una provocación, lo que

harían los generales alemanes sería bombardear sus propias


ciudades. Seguro que Hitler no lo sabe». Cuando terminó,

todos los asistentes guardaron silencio algún tiempo. Stalin

concluyó: «Debemos ponernos en contacto con Berlín, otra

vez, y llamar a la embajada».

Cuando el embajador alemán se presentó en el

ministerio de Exteriores, apenas fue capaz de disimular su

angustia ante el hecho de tener que comunicar a Molotov

que el gobierno de su país había declarado la guerra y no

había margen para ninguna otra negociación.-15 Molotov

regresó ante Stalin y le dio las noticias. Stalin replicó sin


perder la calma: «Vamos a liquidar al enemigo en todas sus

líneas». Se volvió hacia sus generales y les preguntó: «¿Qué

recomiendan ustedes?». Zhukov respondió: «Ordene a las

tropas de la frontera que ataquen

a lo largo de todo el frente y detengan al enemigo: ha

llegado demasiado lejos demasiado pronto». Timoshenko

añadió con agresividad: «Detenerlo, no. ¡Destruirlo!».-16

De resultas de aquel encuentro, por lo tanto, se ordenó

a los ejércitos de la frontera que acometieran y destruyeran

al enemigo donde quiera que hubiese violado la soberanía

soviética. Por su parte, ellos no debían cruzar esa frontera

salvo que recibieran una autorización especial. La Fuerza

Aérea Roja recibió instrucciones aún más enérgicas: destruir

los aparatos alemanes estacionados en el suelo y

bombardear las ciudades alemanas en un perímetro de

hasta ciento cincuenta kilómetros de distancia de la frontera,

esto es, incluyendo Koenigsberg [Kaliningrado]. Eran

castillos en el aire, porque en el mundo real, a la hora en

que se emitió esa orden, las fuerzas aéreas soviéticas de la

frontera habían sido destruidas casi por completo.

Recorriendo la sala arriba y abajo con inquietud, Stalin


preguntó, incrédulo y furioso al mismo tiempo:

- Pero la aviación alemana no habrá bombardeado

todos nuestros aeropuertos, ¿todos no, verdad?

- Me temo que sí le respondió Timoshenko.

- ¿Cuántos aviones han destruido?

- Unos setecientos, según las primeras estimaciones precisó Timoshenko.

- ¡Es un crimen monstruoso! gritó Stalin. Los culpables

lo pagarán con su cabeza dijo, y ordenó llamar a Beria.-17

Se enfureció todavía más cuando tuvo noticias de que

se había perdido todo contacto con Pavlov, el comandante

del frente Occidental, y que los alemanes ya estaban

amenazando Minsk, la capital de Bielorrusia. «¡Ese Pavlov

vuestro tendrá que responder algunas preguntas difíciles!»,

dijo con suma brusquedad. Ordenó a Shaposhnikov que

volara sin demora a los cuarteles de Pavlov para averiguar

qué estaba pasando, y envió a Zhukov al cuartel de

Kirponos, en el frente Suroccidental, con el mismo propósito.

Se dictaron instrucciones para la movilización de todos

los hombres nacidos entre 1905 y 1918. Entre los primeros

que respondieron a la llamada del deber estaban los hijos de

los máximos dirigentes políticos. Yakov Stalin, por ejemplo,


fue capturado durante los primeros días de hostilidades y

murió en un campo de prisioneros alemán. Tinnur Frunze

(uno de los mejores amigos de Stepan Mikoyan e hijo del

hombre que ayudó a Trotski a crear el Ejército Rojo), Leonid

Jrushchëv Y Volodia Mikoyan fallecieron todos en combates

aéreos. Entre los supervivientes se contaron el segundo hijo

de Stalin, Vasili, que pilotaba cuando no estaba incapacitado

por la bebida; Stepan y Aleksei Mikoyan, y el hijo mayor de

Shcherbakov, Aleksandr. Todos ellos eran aviadores.

Aquella tarde Stalin celebró otra reunión. Timoshenko

todavía no había logrado establecer contacto con Pavlov.

«Algunos de estos generales han engordado mucho... ¡pero

no han aprendido nada!», exclamó Stalin. Le dio al

desafortunado Timoshenko veinticuatro horas para recuperar

el control de la situación.-18 Sin embargo, a los

desesperados comandantes del frente se les envió un nuevo

conjunto de órdenes, la Directriz n.° 3. En ella se admitía

que los alemanes habían conseguido «éxitos notables,

aunque sufriendo bajas muy graves». Se ordenaba a los

frentes Occidental y Septentrional que cercaran y aniquilaran

a dos grupos alemanes que habían abierto una brecha en las


defensas rusas, y se exigía al frente Suroccidental que

mantuviera al enemigo en la frontera.-19 Eran instrucciones

que no guardaban más relación que las anteriores con el

verdadero estado de las cosas. De hecho los generales y sus

superiores políticos tenían solo una idea muy aproximada e

incierta de lo que estaba ocurriendo en el frente y un escaso

conocimiento de la magnitud de la catástrofe. No sabían, por

ejemplo, dónde estaban los alemanes, dónde estaban sus

propias tropas y de qué forma podían comunicarse con la

mayoría de sus comandantes. Estaban luchando contra las

sombras; simulaban estar tomando acciones decisivas para

no entregarse al pánico y todavía creían o le forzaban a

creer que los alemanes caerían derrotados en cuestión de

unos pocos días.-20

Justo antes de las cinco de la tarde, Beria, el último de

los visitantes oficiales de Stalin, se marchó, y el dictador se

puso en camino hacia la «dacha cercana».

La primera preocupación de los líderes soviéticos era

asegurar la capital. En cuanto llegaron las primeras noticias

de la invasión, se mandó a la división Dzerzhinski que

acudiera a Moscú. Esta unidad cuyo nombre completo era


«división de infantería motorizada para servicios especiales

F. E. Dzerzhinski, Orden de Lenin» partía de un

destacamento móvil instituido en 1918 para la protección del

gobierno soviético. Había combatido en la guerra civil, había

ayudado a reprimir el alzamiento campesino de Tambov, en

1919–1921, y había protegido a Lenin en su lecho de

muerte, en una magnífica casa rural del campo moscovita,

en 1924. En la década de los treinta se había convertido en

una fuerza de un potencial formidable, con tres regimientos

de infantería motorizada, un regimiento de caballería, uno

de artillería independiente, un batallón de tanques y sus

propias compañías de comunicaciones, ingeniería y química,

entre otras. En tiempos de paz, la función habitual de la

división era la de preservar la ley y el orden en la capital y

proteger a los mandatarios, pero también se podía disponer

de ella como instrumento de poder ya fuese dentro o más

allá de los límites de la ciudad. Así, participó en la


deportación de los chechenos, en 1944, y en el asedio del

Parlamento ruso, en 1993. El propósito de la división no ha

cambiado en la actualidad, aunque hoy es mucho menor y

se la ha rebautizado como «división independiente para


servicios especiales del Ministerio de Interior de Rusia».-21

Como siempre, permanece emplazada en Reutovo, justo al

este de la capital.

Serguei Markov, quien con el tiempo se convirtió en

director de los guardaespaldas de Zhukov, solo llevaba ocho

meses en la división cuando estalló el conflicto. Procedía de

un pueblo de la región de Novgorod, a medio camino entre

Moscú y Leningrado. El y su hermana melliza eran los

menores de un total de siete hijos. Uno de sus hermanos

había muerto en la guerra de Finlandia y otro falleció en los

combates de los alrededores de Staraya Rusa [Russa], en

1942. El se unió a las fuerzas de la NKVD en octubre de

1940: su madre y su padre no pudieron aguantar las

lágrimas mientras le veían partir de la estación. Serguei y

los demás reclutas necesitaron dos días para que el carro,

tirado por bueyes, los condujera hasta Reutovo. Recibió dos

meses de instrucción básica, fue destinado un tiempo a

servir en la prisión moscovita de Lefortovo y fue enviado a

un campamento en el que realizaría instrucción estival desde

mayo de 1941.

El decimoséptimo aniversario de la división era


justamente aquel 22 de junio, así que sus hombres habían

pasado las semanas anteriores preparando la celebración.

Serguei Markov estaba haciendo la guardia de rigor en la

noche del 21 al 22 de junio cuando un oficial apareció al

rayar aquel alba de verano y le indicó que se presentara en

el área de transporte con su equipo y sus armas. Sus

camaradas fueron levantados de la cama, se les entregaron

las armas y otros pertrechos y fueron enviados, a la mayor

brevedad, a Moscú. Nadie les dijo que había comenzado la

guerra: lo supieron solo a través de Molotov. La división

comenzó a patrullar por las calles de inmediato, con

instrucciones de proteger determinados edificios esenciales,

mantener el orden público, aniquilar a los posibles


paracaidistas enemigos, a los saboteadores, a quienes

hicieran señales al enemigo, extendieran rumores,

fomentaran el pánico o quebraran la orden de mantener en

la oscuridad la ciudad por la noche. Contaron con el apoyo

de los «batallones destructores» (istrebitelnie bataliony),

instituidos por las oficinas de la NKVD de cada raion. A pesar

de este nombre tan amenazador, los batallones estaban

integrados por policías auxiliares, dotados de armas


inadecuadas y con una instrucción militar somera y

apresurada, cuya tarea principal era atrapar a los

paracaidistas, saboteadores y espías, apagar fuegos, ayudar

a la milicia a mantener el orden y proteger los edificios y, en

algún caso, lanzar granadas y destruir tanques.-22 Serguei

Markov y algunos de sus camaradas regresaron

temporalmente a Lefortovo para entrenarse como

suboficiales y fueron destinados luego a incorporarse al 2.°

regimiento de fusileros de la división, alojado en los

barracones Petrovski de Moscú. Después pasaron las

primeras semanas de la guerra patrullando por las calles de

la ciudad, excepto durante cinco días de Julio y agosto,

cuando se les encargó que colaboraran con la construcción

de defensas en las vías de acceso a la ciudad por el este y el

suroeste: Naro–Fominsk, Mozhaisk y Volokolamsk.-23

Las noticias de la conflagración alcanzaron a la

población moscovita por varios medios. Vladislav Mikosha, el

cámara que había filmado la destrucción de la catedral de

Cristo Salvador, era uno de los pocos que disponían de una

radio de onda corta. Estaba en casa y, para sobrellevar el

insomnio, conectó el aparato hacia las cinco de la


madrugada. No había nada en las ondas soviéticas, pero

curioseando por el dial pudo oír noticias en alemán, francés

y polaco, que enumeraban una lista de ciudades próximas a

la frontera, como Minsk, Odesa y Kiev. Mikosha no entendía

esas lenguas, pero llegó a deducir que habían sido objeto de

un bombardeo alemán. Despertó a su madre, quien lo

convenció de no decir tonterías y se volvieron a dormir.-24

Ilia Zbarski era hijo del perito responsable del proceso

de conservación del cadáver de Lenin y trabajaba con él en

el laboratorio del mausoleo. El también disponía de una

radio de onda corta. A altas horas de la noche le despertó

Serguei Mardashëv, un compañero del laboratorio, que le

preguntó si estaba al tanto de las noticias. Corrió hacia su

radio, pero no encontró más que la típica cantinela de los

éxitos de la economía socialista. Se puso de nuevo al

teléfono y respondió que no había oído nada especial.

«Cambia de onda corta», le pidió Mardashév. Zbarski captó

entonces un boletín de noticias de una emisora alemana.

Una voz que parecía ser la de Hitler estaba proclamando que

la URSS era tan solo «un conglomerado de razas y naciones

disparejas que pone en riesgo a la civilización europea». Fue


explorando el dial y encontró otra voz, en inglés, que daba

detalles sobre la concentración de tropas alemanas en la

frontera. Más tarde oyó a Churchill expresar su apoyo

público a la Unión Soviética.

Antes de la guerra, todos los receptores de radio habían

sido registrados ante las autoridades, que en aquel

momento exigieron su entrega. Zbarski obtuvo un recibo a

cambio de su aparato, pero como era de esperar, no se lo

devolvieron nunca.-25 Cierto radioaficionado entregó su

receptor conjuntamente con su transmisor casero, pero

conservó una buena reserva de válvulas y componentes

radiofónicos. Fue descubierto por un informador local de la

NKVD, y la policía se presentó justo cuando estaba a punto

de partir para el frente. Al final lo dejaron marchar.-26

Aparte de los responsables militares y políticos, de

quienes ya estaban combatiendo en el frente y de quienes

sufrían insomnio y poseían radios propias, la mayoría del

pueblo soviético ignoraba que se encontraban en guerra. El

Politburó esbozó entonces un anuncio público. El redactado

final exhibe las marcas propias del estilo brutalmente directo

de Stalin, el candidato más idóneo para leerlo. Sin embargo,


pidió a Molotov que fuera él quien lo leyera para una

transmisión radiada al mediodía. Quizá se debiera a una

falta de coraje; pero en cualquier caso era una táctica muy


clara. No era una cuestión sencilla de explicar, puesto que

los alemanes habían invadido el país a pesar del pacto de no

agresión. Como era Molotov quien había firmado el pacto,

que fuera él también quien pagara el pato.

Yuri Levitan, el locutor de radio más distinguido y

famoso del país, había labrado su nombre, en un principio,

con la lectura del discurso de Stalin las cinco horas de

discurso ante el decimoséptimo congreso del Partido, en

1934.-27 Ahora, a mitad de la mañana de aquel primer día

de guerra, pedía al pueblo de la Unión Soviética que

prestara atención a un importante anuncio que se realizaría

al mediodía. En toda Moscú la gente dejaba lo que estaba

haciendo para escuchar las palabras de Molotov, radiadas

por los redondos altavoces negros, cerca de medio millón

que colgaban en las calles, en las plazas públicas y las

fábricas de toda la ciudad.

«¡Ciudadanos y ciudadanas de la Unión Soviética!», dijo

Molotov con un tono inseguro:


Los alemanes no el pueblo alemán, sino sus líderes,

sedientos de sangre habían quebrado la fe de los rusos, a

pesar de que estos habían cumplido todas las obligaciones

suscritas bajo el pacto de amistad, continuó diciendo

Molotov. El Ejército Rojo y su flota, así como los valientes

halcones de la Fuerza Aérea Roja, expulsarían al agresor.

Hoy, a las cuatro de la madrugada, sin haber expuesto

queja alguna ante la Unión Soviética, sin haber declarado la

guerra, las fuerzas alemanas han caído sobre nuestro país,

atacando nuestras fronteras en muchos puntos y

bombardeando nuestras ciudades: Zhitomir, Kiev,

Sebastopol, Kaunas y otras ... [Es] un acto de traición sin

precedentes en toda la historia de las naciones civilizadas.

Nuestro pueblo respondió a la invasión napoleónica con

una guerra patriótica ... El Ejército Rojo y la nación entera

responderán ahora con otra victoriosa guerra patriótica por

mor de nuestro querido país, de nuestro honor, de nuestra

libertad ... Nuestra causa es justa. El enemigo caerá


derrotado. ¡La victoria será nuestra!-28

Las últimas frases eran del propio Stalin. Engrosaron de

inmediato el vocabulario de la propaganda soviética de


guerra y permanecieron en su seno hasta el final. Pero

Molotov no era un hombre capaz de insuflar ánimo en el

pueblo. Stalin pasó a verlo al cabo de un rato: «Bueno le

dijo, ha sonado usted un tanto aturullado, pero el discurso

ha ido bien».-29

La gente escuchaba la noticia con emoción patriótica,

embargada por las lágrimas y conmocionada. Un fotógrafo

capturó la imagen de la calle Gorki: es una de las imágenes

más impresionantes de la guerra ruso–alemana. Una vieja

de entre la multitud censuraba la pretensión de Molotov de

que habían sido los alemanes quienes habían quebrado la fe

de los rusos: «Han sido los comunistas los que han arrasado

con la fe del pueblo: ¡por eso Dios ahora los castiga!». Un

hombre cargado con un saco le respondió: «No es esa fe,

abuela; no hablan de la fe en Dios, sino de la confianza

mutua en el pacto con los alemanes. Hablan de la lealtad,

¡de eso hablan!». «Pero bueno le replicó la vieja, ¿es que

alguien confiaba en Hitler, en ese Herodes?»-30

La gente no podía dar crédito a lo que estaba

ocurriendo. Krylov, un funcionario del comisariado de

Finanzas, estaba volviendo a su casa en un tranvía cuando


una mujer entrada en años dijo a los demás pasajeros que

había estallado la guerra. Un hombre bien vestido que se

sentaba a su lado la acusó de estar provocando y exigió que

la llevaran a la oficina de policía más próxima, pero tuvo que

tragarse sus palabras cuando un policía subió en la parada

siguiente y confirmó que acababa de escuchar la transmisión

de las palabras de Molotov. Cuando finalmente se

convencieron de la realidad de la noticia, hubo una ola de

cólera contra la traición germana, de patriotismo apasionado

y de confianza en que el Ejército Rojo de tradición gloriosa y

moderna dotación expulsaría con prontitud a los alemanes.

La guerra se terminaría en un mes, a lo sumo a finales de

año. Krylov oyó incluso cómo un joven le explicaba a su


novia que, con la tecnología moderna, era técnicamente

imposible que una guerra durara demasiado tiempo.-31 Un

director de una fábrica moscovita fue mucho más allá:

anunció a los obreros que el Ejército Rojo ya había tomado

Varsovia. Fue arrestado por ello, pero el rumor siguió su

curso.-32 Solo quienes recordaban la primera guerra

mundial se encargaban de advertir que derrotar a los

alemanes no sería tan sencillo. La mayoría de la población


dejó aparte sus reservas con respecto al régimen: su país

necesitaba ser defendido de la invasión nazi. Se

arremolinaron por decenas de miles en los puestos de

recluta voluntaria. La prensa quedó inundada de fotografías

del entusiasmo patriótico generalizado.

Sin embargo, no era un entusiasmo muy evidente para

los extranjeros que residían en Moscú; antes al contrario, les

sorprendió la aparente ausencia de manifestaciones

democráticas, tanto organizadas como espontáneas. No

concedieron demasiada importancia a las resoluciones

patrióticas aprobadas por los obreros en sus fábricas. Ellos

también se preguntaban por qué Stalin había preferido

guardar silencio. En la embajada británica creían que Stalin

había optado por callarse, ante una crisis nacional tan grave,

porque era consciente de que los rusos de a pie encontraban

más bien cómico su fuerte acento georgiano. Pero entonces,

se preguntaban los diplomáticos, ¿por qué no había

realizado un llamamiento al pueblo a través de la prensa? -


33
Algunas personas -como los desconcertados

campesinos de la sátira Vida e insólitas peripecias del

soldado Iván Ghonkin, de Vladimir Voinovich-*1-*1 se

limitaban a esperar que el gobierno les indicara qué debían

hacer. Otros estaban molestos con el gobierno, que no les

había dado ningún indicio de lo que era probable ocurriese.

Otros sobre todo entre el sector de los campesinos

desposeídos de sus propiedades esperaban en secreto que el

ataque alemán anunciara la destrucción de un régimen

odiado. Pero todo el mundo se hacía la misma pregunta,

antes que cualquier otra: ¿cómo había podido ocurrir que el


gobierno se dejara sorprender?, ¿por qué no le habían

avisado los expertos de la inteligencia soviética? La cuestión

no ha perdido su vigencia, ni siquiera hoy. Pero en la década

de los noventa vio la luz pública la mayoría de los

documentos relacionados y la población pudo empezar a

formarse su propia idea de lo acontecido, a partir de datos

solventes.

Las autoridades necesitaban no solo la imagen que


ofrecía su propia propaganda, sino también algún medio, el

que fuera, de averiguar en qué estaba pensando de verdad

el pueblo ruso. Fue tarea de la NKVD realizar esa

investigación. Fueron componiendo informes a partir de lo

obtenido con los teléfonos pinchados, las cartas censuradas

y los chismes y rumores recogidos por los agentes. Ahora

bien, era inevitable que estos métodos tan clandestinos y

poco sistemáticos produjeran resultados inciertos. El

gobierno británico estaba intentando desarrollar la misma

labor, pero no lo tuvo más fácil a la hora de cuantificar las

actitudes: en aquellos años no se trabajaba con encuestas ni

sondeos de opinión. En cualquier caso, los informes de la

NKVD evidencian que no escaseaba la crítica contra el

gobierno soviético, sus determinaciones y sus objetivos, y

ello desde el primer día de la guerra; y que la crítica se solía

expresar frecuentemente con una libertad, una energía y

una perspicacia sorprendentes (e increíblemente cándidas, a

la vez).

A pesar del optimismo generalizado, que se basaba en

la propaganda de muchos años y consideraba que los

alemanes serían derrotados con rapidez, muchos creían que


la guerra no sería un paseo. Los obreros de una fábrica

comentaron con acritud que el problema se originaba en el

pacto mismo de no agresión: el gobierno soviético había

dado de comer al perro alemán, que ahora los mordía.-34

Un médico llamado Grebeshnikov observó que las cárceles

estaban llenas; los campesinos, nada dispuestos, y la mitad

de la población, en contra del gobierno. Sería difícil

conseguir que lucharan. Una obrera llamada Makarova

afirmó que no estaba mal que se hubiera desatado la


contienda, porque la vida en la URSS se había convertido en

algo insoportable. La gente estaba cansada del hambre y el

trabajo forzoso; cuanto antes se acabara, mejor. Kurbanov,

que trabajaba en la agencia turística Intourist, pensaba que

durante la guerra civil el pueblo había luchado por la libertad

y sus derechos, pero que entonces no tenía ningún ideal por

el que morir. El régimen soviético había tensado mucho los

ánimos del pueblo.

Un antiguo revolucionario social llamado Spund aseveró

que la guerra no la había iniciado Alemania, sino la propia

Unión Soviética, para distraer la atención del descontento

popular con la dictadura. Una obrera de una fábrica, una tal


Lokshina, afirmaba que el país estaba muy mal organizado y

que los enfrentamientos internos complicarían mucho la

dirección de una guerra que estaba llamada a ser

sangrienta. Un funcionario llamado Loginov apuntó que

Litvinov, el comisario de Asuntos Exteriores en los años de

preguerra, había demostrado mucha sensatez al buscar un

acuerdo con Inglaterra y Francia. En aquel momento el país

no estaba preparado para la guerra y la gente caía en las

redes del pánico. Otro funcionario, de nombre Danilov, creía

que los alemanes ya habían capturado cinco ciudades y

arrasado Kiev y Odesa: «Ahora podemos por fin respirar con

libertad. Hitler se presentará en Moscú dentro de tres días y

los intelectuales podrán vivir como les corresponde». Tobías,

un médico militar, creía que la guerra se terminaría

perdiendo, y aun ello después de mucho sufrimiento. El país

en su conjunto estaba mal preparado para los

enfrentamientos bélicos, a pesar de contar con una

tecnología militar moderna. Y Hitler contaba con esa

deficiencia.

A medida que las noticias de la debacle fronteriza

fueron llegando al interior del país, las dudas se hicieron aún


más acuciantes. Si el Ejército Rojo era el más excelso y

numeroso del mundo, si se había dispuesto que se lanzaría a

llevar la guerra al territorio enemigo tan pronto como

empezara el fuego... ¿por qué ese ejército estaba rindiendo

una ciudad rusa tras otra ante los invasores alemanes?

¿Acaso era que los soldados campesinos estaban poco

dispuestos a combatir en defensa del régimen que había

destruido su forma de vida? Un visitante polaco creía que la

guerra era consecuencia de la exigencia de Hitler de que la

Unión Soviética entregara su industria pesada, sus campos

petrolíferos y los puertos del mar Negro y el mar Caspio.

Cierto Epifanov, un mecánico del ferrocarril Moscú–Cuenca

del Don, se acercó mucho a la verdad cuando observó que el

gobierno estaba dividido entre quienes, como Timoshenko,

entendían que la Unión Soviética debería haber lanzado un

ataque preventivo mientras los alemanes estaban atados a

lo que ocurriera en Grecia, y quienes pensaban que la

confrontación debía posponerse para que el país tuviera más

tiempo de prepararse suficientemente.

Kiun, un antiguo propietario de una fábrica, creía que la

responsabilidad de la guerra cabía achacarla por entero a la


Unión Soviética, que había reunido ciento sesenta divisiones

armadas en la frontera con Alemania. El desacuerdo entre

los dos países habría estallado antes incluso de que Molotov

fuera a Berlín a exigir la cesión de Finlandia entera, una

exigencia que Hitler había denegado categóricamente. Luego

la Unión Soviética había roto el acuerdo, suscrito con los

alemanes, de no sovietizar los países bálticos. En aquel

momento el impulso principal del ataque germano se

dirigiría hacia Kiev y Leningrado, donde se concentraba el

treinta por cien de la industria militar del país. El gobierno

soviético no había sido nunca elegido democráticamente por

el pueblo, de modo que el pueblo dictaría su propia

sentencia. Kiun fue arrestado. La misma suerte cupo a

Mauritz, una mujer de origen alemán que afirmaba que los

campesinos habían recibido con alborozo las noticias de una

guerra que esperaban los liberara de los odiados

bolcheviques y sus granjas colectivas. Aunque Rusia era

fuerte, decía Mauritz, no era lo suficientemente poderosa

como para resistir a los alemanes, cuyas bombas harían

añicos el país en un santiamén.

La información no era fácil de conseguir para la gente


de la calle, que en ocasiones tenía una idea muy confusa y
contradictoria de los hechos. Pero los rusos se expresaban

con inteligencia y sus análisis eran, con frecuencia, de una

complejidad notable. Sus controvertidas ideas acerca de la

causa de la guerra continúan hallando eco entre los

historiadores del presente.

De toda esta clase de concepciones inquietantes

informó sin demora a sus superiores el comandante

Zhuravlëv, jefe de la NKVD en Moscú.-35 Sus hombres

habían preparado listas con antelación y estaban empezando

a hacer redadas de todos aquellos individuos cuyos

antecedentes políticos, sociales o nacionales consideraban

dudosos; de todas aquellas personas que enumeraban bajo

categorías como::

terrorismo; sabotaje [divertimiento estratégico];

destrozos; espías alemanes, italianos y japoneses; otras

formas de espionaje; sabotaje bacteriológico; trotskismo; ex

miembros de los partidos políticos antisoviéticos; objetores

de conciencia; sectarios; elementos antisoviéticos en

general.

También se detuvo a los criminales conocidos: cerca de


un millar de reclusos de las cárceles de Moscú fueron

enviados a los campos de concentración para dejar sitio para

los primeros. También se organizó un campo especial, que

debía albergar a trescientos prisioneros extranjeros.-36

Pogonin, un auxiliar de ferrocarril de dieciocho años, fue

arrestado por distribuir en el tren folletos que pedían al

pueblo que combatiera en contra del régimen soviético y sus

líderes.

Al día siguiente se detuvo a una banda de setenta

«bandidos, criminales y contrarrevolucionarios».

El comandante Zhuravlëv también informó de grietas

en los preparativos de la movilización. Cada raion o distrito

contaba con su propia oficina de reclutamiento, pero algunas

de ellas estaban muy mal organizadas. La sede de

Shchelkovo, por ejemplo, no había logrado hacerse con los

vehículos necesarios para trasladar a los reclutas hasta sus


unidades. Un destacado ingeniero de la fábrica «La Hoz y el

Martillo» fue encarcelado por intentar convencer a otros

alistados de que se negaran a prestar servicio. Ocurrieron

incidentes similares en las oficinas de Novosëlov y Kirov. En

el centro de alistamiento de Kuibyshev un mozo prefirió


suicidarse antes que incorporarse a las filas.

Las tiendas ya habían empezado a sufrir las

consecuencias de la guerra. Se formaron colas de hasta

trescientas personas. Algunos establecimientos ya no

disponían de sal, azúcar ni cereales; en otros se terminaron

las existencias al mediodía. El responsable de la verdulería

de la Casa del Malecón la Gastronom n.° 21 se quejaba de

que los privilegiados habitantes del edificio estaban

invirtiendo sus ahorros en comprar todas las reservas. No

fueron los únicos, de modo que también en los bancos

empezó a escasear el dinero en metálico. Fue preciso

congelar las cuentas corrientes durante un tiempo y, cuando

se permitió de nuevo el acceso, se estableció un límite

máximo de disposición de doscientos a trescientos rublos

por mes.-37 Aun así, para mantener la liquidez, las cajas de


ahorro precisaron una inyección de treinta y seis millones de

rublos por parte del Banco Estatal.

Las colas de los establecimientos de alimentación

comenzaron a disminuir al cabo de dos días, pero no se

pudo solventar la escasez de sal, azúcar, cereales, cerillas y

queroseno. También faltaba el pan, en parte porque los


panaderos habían sido alistados en el ejército y en parte

porque no se molía la harina suficiente: de resultas de todo

ello, el 23 de junio, por ejemplo, una panadería generaba

solo un tercio de su producción habitual. La gente había

empezado a acaparar: cierto comercio vendió quince

toneladas de harina el 23 de junio, más del triple que dos

días antes (cuatro toneladas y media). La NKVD comenzó a

hacer detenciones bajo acusaciones de acaparamiento y

venta en el mercado negro. Al terminar el segundo día de

guerra, se había arrestado a cuarenta personas sospechosas

de especulación.-38

La actitud con la que se recibió a los alemanes era


compleja. La propaganda de preguerra había logrado

convencer a muchos soviéticos de que el pueblo alemán, a

diferencia de sus líderes, miraba con simpatía el Estado de

los trabajadores. Y aun cuando ese mismo pueblo alemán

aparecía ahora vestido con uniformes alemanes e invadiendo

el territorio soviético, mucha gente no lograba hacerse a la

idea de que de pronto representaba a un enemigo. Según le

contó más adelante un oficial de artillería al escritor Ilia

Ehrenburg, después de haber dado órdenes a sus hombres


de abrir fuego contra los alemanes, sus soldados le

replicaron: «Lo que deberíamos hacer es permitir que se

acerquen para intentar explicarles que es mejor que

recobren la sensatez y nos dejen ayudarles a levantarse en

contra de Hitler».-39 Unos pocos días después del discurso

de Molotov en la radio, el dvornik («hombre para todo») del

bloque de apartamentos de Raisa Labas le preguntó: «Pero

¿de qué hay que tener miedo? Los alemanes son gente

civilizada».-40 No eran, desde luego, las emociones de odio

patriótico que las autoridades esperaban... y necesitaban. El

propio Stalin se refirió, en el Día del Trabajo de 1942, a la

«placidez e indiferencia» hacia el enemigo que se había

notado entre las tropas durante los primeros meses de la

guerra. Sin embargo, una vez que el enemigo había

demostrado la intensidad de su barbarie, tales sentimientos

habían sido reemplazados por el odio.-41

En la víspera de la guerra Yevgueni Anufriev, el joven

campesino de Rzhev que aún debía superar sus exámenes,

hizo el último de ellos, obtuvo el certificado de la secundaria

y se marchó a celebrarlo en compañía de sus amigos:

No me desperté hasta el mediodía siguiente: fue


entonces cuando supe que había empezado la guerra. Mis

amigos y yo nos pusimos a analizar qué se debía hacer. Yo

me presenté voluntario, pero en la oficina de reclutamiento

me rechazaron porque había perdido, en un accidente, la

última falange del índice y no podía accionar bien un gatillo.

Es probable que esto me salvara la vida, porque de otro

modo habría servido en una de aquellas divisiones de


voluntarios que fueron barridas del mapa en los estadios

iniciales de la batalla de Moscú. En lugar de eso, en la oficina

nos emplearon, a mí y a mis amigos, para repartir los

papeles del llamamiento a filas. Me sorprendió ver cuántos

de sus receptores intentaban esconderse para no verse

obligados a aceptar los papeles. En aquella fase, no había

entusiasmo alguno por la guerra.-42

Ilnatoli Cherniaev, quien sería asesor de Gorbachev en

materia de política exterior, oyó el discurso de Molotov

mientras regresaba a casa, a pie, después de haber echado

un breve vistazo a la universidad. Ya había convoyes

militares recorriendo la ronda de los Jardines y camiones

que remolcaban cañones antiaéreos; la caballería los

adelantaba a todos. Había asimismo patrullas en las


esquinas de las calles: grupos poco llamativos, de tres

personas vestidas con uniformes extraños y provistas de

armas poco habituales. Por la tarde fue a un encuentro en la

universidad. El auditorio estaba lleno hasta los mismos topes

y se sucedían los ponentes de discursos patrióticos. Uno de

los oradores más encendidos fue un compañero de

Cherniaev, Misha Gefter, que en aquellos días era un

entusiasta del comunismo y una de las figuras señeras del

Komsomol, aunque años más tarde pasó a la disidencia. El

encuentro transcurrió hasta pasada la medianoche. Aún

resultaba difícil comprender la magnitud de lo que había

ocurrido. Probablemente era un malentendido, algo que no

tardaría en solventarse... Pero cuando Cherniaev fue a

examinarse al día siguiente, la profesora, Valentina Dynnik,

rompió a llorar y concedió las notas más altas a todos los

estudiantes. Por alguna razón esto fue lo que dio a

Cherniaev un primer atisbo de lo que estaba en juego; esto

y la forma en la que, en los días inmediatamente siguientes,

las verjas y puertas de madera del bosque de Marina

Roshcha fueron desmanteladas, estropeando para siempre la

belleza del lugar.-43


Como Stalin creía que el ataque principal de los

alemanes se dirigiría en contra de Ucrania, la mayor parte

del nuevo cuerpo mecanizado Se desplegó a las órdenes del


general Kirponos, responsable del frente Suroccidental. Se

esperaba que estas formaciones blindadas, de suma

modernidad, rectificaran algunos de los defectos

identificados con posterioridad a la guerra finlandesa. Su

concepción se retrotraía aunque sin atribución expresa,

desde luego a las teorías de Tujachevski y la brillante

experiencia de las divisiones blindadas. Pero como era

frecuente en la práctica soviética, Stalin y sus generales

habían apostado por la celeridad y la cantidad, antes que

por la calidad. Las nuevas formaciones eran un batiburrillo

demasiado apresurado y heterogéneo, con graves

deficiencias en los equipos, la instrucción y la dirección de

los oficiales. Pero de hecho, ni siquiera los que fueron bien

dirigidos resultarían capaces de ofrecer resistencia a los

Panzer alemanes.

El general Andrei Vlasov era comandante del 4.º cuerpo

mecanizado, con base en Lvov, en lo que hasta hacía bien

poco era territorio polaco. Vlasov era una suerte de oso con
gafas y aire de intelectual, un soldado de carrera de elevada

reputación en el ejército. Era uno de los generales de

división más jóvenes; había sido condecorado con la Orden

de Lenin en el día de las fuerzas armadas, en junio de 1941,

y la instrucción y disciplina de su división recibieron con

frecuencia el elogio singularizado tanto de las autoridades

militares como de Pravda.-44 Vlasov se distinguió en las

batallas fronterizas, en la desesperada defensa de Kiev y en

el contraataque ante Moscú, en los meses de diciembre y

enero.

Uno de los oficiales más jóvenes de las divisiones

dirigidas por Vlasov era el teniente Pavel Gudz. A sus

veintiún años, recién ascendido, tenía el rostro de muchacho

y una voz amable. Gudz procedía de la Ucrania occidental,

de una región cuyos habitantes hablaban solo ucranio. Su

padre fue a trabajar al puerto de Vladivostok, en el otro

extremo del país, por razones económicas; Pavel fue criado

por su madre, Stepanida. La vida en el pueblo se regía aún

por los criterios de los ancianos del lugar, en el viejo estilo

del patriarcado. Cuando un joven se comportaba mal, podía


recibir hasta dos advertencias. Al tercer aviso se entregaba
al ofensor una hogaza, un pedazo de panceta y algunas

cebollas: una por cada año que debiera pasar alejado del

pueblo, abriéndose su propio camino en el mundo exterior.

En 1934 el mismo año en el que su padre falleció en un

accidente, Pavel dejó la escuela local y se marchó a estudiar

literatura en un instituto de secundaria. Al cabo de dos años

fue enviado a trabajar en la Casa de Cultura de su pueblo,

donde fue designado asimismo inspector escolar. Esto le

permitió moverse por los alrededores: se le dio un caballo,

un poni y un carruaje ligero: «el Mercedes de la época»,

según dijo años más tarde. En agosto de 1939 sin haber

cumplido aún la veintena lo hizo llamar el secretario local del

Partido, quien le preguntó si deseaba realizar la instrucción

militar en la segunda academia de tanques pesados de

Saratov, junto al Volga.

Por entonces Gudz solo sabía los rudimentos de la

lengua rusa y, hasta el viaje a Saratov, ni siquiera había

visto nunca un tren. Su primer examen en la academia

consistió en tomar al dictado un fragmento de un discurso

de Stalin, de cuya existencia apenas era consciente. Cometió

cuarenta errores, por lo que fue llamado a capítulo por el


comisario político de la academia, quien le preguntó con

sarcasmo si no sería capaz de cometer algún error más,

quizá con un poquito de esfuerzo. Gudz se limitó a

responder: «Probablemente». Pero lo cierto es que en la

academia habían puesto sus ojos en él como en un alumno

de primera, por lo que el comisario aceptó su palabra de que

enmendaría sus faltas con prontitud.

El 1 de septiembre de 1939 la instrucción se inició con

un informe sobre la invasión alemana de Polonia. Los

cadetes se entrenaban primero con el tanque T–28, un buen

carro, con un cañón poderoso y tres ametralladoras, pero

deficiencias mecánicas. Más adelante pasaron al KV–1 , un

modelo de carro pesado cuyo nombre derivaba del mariscal

Klim Voroshilov y que era superior a todos los blindados

alemanes.

Gudz completó el curso con honores. Fue licenciado


como teniente en junio de 1941 y se le hizo entrega de un

uniforme espléndido. Dos días más tarde, él y otros veinte

jóvenes oficiales fueron destinados al distrito militar de Kiev.

A Gudz le correspondió incorporarse a la 32.ª división de

tanques, en Lvov. Esta división contaba con trescientos


carros KV–1 y estaba dirigida por el coronel Pushkin. El y los

suboficiales eran todos profesionales de larga carrera. Como

Stalin había afirmado que era imposible que estallara la

guerra, en Saratov no se habían permitido que nadie hablara

de ella; pero al llegar a Lvov, los jóvenes fueron recibidos

por el jefe del estado mayor de la división, el capitán

Yegorov, quien les dijo, lacónicamente: «Esto se va a poner

en marcha pronto, así que no tiene sentido que busquéis

acomodo en la ciudad. Dejad vuestras cosas en los

barracones».

Por orden del alto mando del frente Suroccidental, la

32.ª división debía verificar el estado de las carreteras entre

Lvov y la frontera, que al parecer habían resultado dañadas

por unas lluvias torrenciales. Pero no había ni rastro de la

lluvia: era solo una excusa para permitir que los oficiales de

la división patrullaran sin despertar sospechas a lo largo de

una probable vía de entrada de la invasión alemana. Fue

otra de las medidas adoptadas discretamente por Kirponos,

con miras a asegurarse de que el frente Suroccidental no

estuviera tan poco preparado cuando se iniciaran los

combates.
A Gudz se le dio el mando de la sección de los cuarteles

del regimiento, que constaba de cinco tanques KV, dos T–34,

dos coches blindados y cuatro motocicletas. Tuvo además la

buena fortuna de contar en su puesto de pilotaje con Galkin,

un hombre experimentado que hasta hacía bien poco había

sido piloto de pruebas de los nuevos modelos de tanque en

la fábrica de Kirov, en Leningrado. El sábado 21 de junio de

1941 era el oficial responsable del regimiento. Durante el

anochecer de aquel día observó que un avión alemán

sobrevolaba la ciudad y regresaba sin tener que enfrentarse

al fuego antiaéreo. Al amanecer del día siguiente, otros

aparatos alemanes aparecieron en el cielo y atacaron el


aeropuerto de Lvov. Los aviones soviéticos estaban alineados

ala con ala y Gudz pudo ver cómo los devoraban las llamas.

Algunos de los bombarderos alemanes se dirigieron contra

los barracones de la 32.ª división de tanques y un par de

bombas alcanzaron las instalaciones de mantenimiento.

Por propia iniciativa, Gudz hizo formar a las tropas, aun

cuando uno de los sargentos mayores le advirtió que no lo

hiciera: «Stalin dice que no habrá guerra». Gudz replicó:

«Vamos a salir a luchar». El capitán Yegorov y el


comandante del batallón, capitán Jorin [Khorin], le prestaron

su apoyo. La división se puso en marcha hacia la frontera

con Gudz y su sección a la cabeza.

Los alemanes empezaron a bombardear la columna, y

tropas germanas se desplegaron enfrente. Jorin ordenó a

Gudz que atacara, un Gudz que seguía llevando, para su

desdicha, su mejor uniforme. Un proyectil de un anticarro

alemán rebotó contra la gruesa armadura de su tanque. El

daño que causó fue insignificante, pero era la primera vez

que Gudz olía el peculiar olor del blindaje chamuscado.

Gudz, que era el cañonero del tanque, además de su

comandante, envió un solo disparo en respuesta que bastó

para destruir al anticarro. Junto con su sección lograron

dejar fuera de combate cinco tanques alemanes, tres

transportes de personal blindados y varios coches. Los

alemanes se retiraron, pero Gudz recibió órdenes de no

perseguirlos más allá de la frontera.

Entonces la sección centró sus esfuerzos en intentar

rescatar a unos infantes que habían quedado rodeados. Pero

llegaron demasiado tarde: habían muerto todos, incluyendo

a una enfermera que, según era obvio, había sido asesinada


a sangre fría mientras estaba vendando a un soldado herido.

Los alemanes volvieron a atacar pasada la hora de

comer. Gudz destruyó otros tres tanques, y su conductor,

Galkin, embistió otro, desmontándole la oruga y

empujándolo a la cuneta. La campaña quedó cubierta de

carros incendiados y alemanes muertos. El tiempo era tan

caluroso que los campos de cereales ardieron de resultas de

los bombardeos, y los cadáveres se hinchaban casi de


inmediato. Pero los alemanes no se arredraron y

prosiguieron con sus ataques. En unos pocos días, la división

se vio obligada a retirarse: primeramente a Lvov, luego a

Kiev. Los invasores estaban destruyendo de forma

sistemática, gracias a su aviación, todas las líneas de

abastecimiento rusas, por lo que la división empezó a sufrir

carencias de combustible y municiones. En las afueras de

Kiev, Gudz y sus camaradas tuvieron que prender fuego a

sus tanques: las orugas estaban demasiado gastadas y se

habían quedado sin combustible. Los supervivientes de la

división fueron enviados en tren a Moscú.

El nuevo mando de Rokosovski, el 9.° cuerpo

motorizado del distrito militar de Kiev, contaba con todo su


potencial de hombres; sin embargo, disponía solo de menos

de la tercera parte de sus oficiales y transportes

motorizados. Los oficiales eran primerizos con demasiados

ascensos para su valía real, y muchos de los conductores

tenían solo unas pocas horas de experiencia con sus

vehículos. En tanto que formación mecanizada, el 9.° cuerpo

motorizado no estaba, a juicio de Rokosovski, capacitado

para las operaciones militares. Aun así, intentó mejorar su

preparación, reconocieron las posibles vías de avance de los

alemanes y aceleraron la construcción de las obras

defensivas, todavía a medio concluir. También se negó a que

su artillería fuera utilizada en zonas alejadas de su mando

para la instrucción de verano. Dosificó el uso de sus

tanques, muy maltratados en los anteriores ejercicios de

instrucción, y procuró establecer vínculos muy cercanos con

las organizaciones civiles que debían ofrecer el transporte

extraordinario en caso de movilización.

Estas medidas no se habían acabado de implantar, en

ningún caso, cuando tras terminar su labor el 21 de junio

Rokosovski invitó a los comandantes de su división a ir a

pescar la mañana siguiente. Pero aquella misma tarde se


comunicó a su estado mayor que un cabo del ejército

alemán, originario de Poznan, en Polonia, había desertado


cruzando la frontera e informando a las tropas soviéticas de

que los alemanes atacarían el 22 de junio. Rokosovski puso

a su comandancia en estado de alerta. El oficial de guardia

lo despertó a las cuatro de la madrugada, al día siguiente,

con la orden de abrir sus instrucciones secretas de

emergencia; le mandaban que desplegara a sus hombres

para el combate. Se despidió de su mujer y su hija y partió

hacia el frente.

Rokosovski y su cuerpo comenzaron a desplazarse de

inmediato hacia las posiciones de combate que él había

identificado ya. Pero el transporte civil que se le había

prometido no llegó, y el primer día de guerra la infantería

tuvo que marchar treinta millas [unos cincuenta kilómetros]

transportando sus propias armas y municiones. Por la noche

estaban tan agotados que habían perdido cualquier

capacidad de luchar; posteriormente solo se les exigió que

avanzaran veinte millas al día [unos treinta y dos

kilómetros]. A medida que se acercaban a las líneas de

combate fueron hallándose con extraños grupos de gente


que procuraba pasar desapercibida a la vista de los oficiales.

Algunos vestían solo la ropa interior; otros, camisas y

pantalones de corte militar o ropas campesinas muy

gastadas y sombreros de paja rotos. Eran hombres que

habían escapado a cercos alemanes o habían echado a

correr en medio de la conmoción de la batalla.

Procedían de unidades militares muy diversas. Dos de ellos

se comprobó que procedían de la sección de ingenieros que

se había enviado a la vanguardia para establecer los nuevos

cuarteles de Rokosovski.

Un general harapiento fue llevado a presencia de

Rokosovski, agotado, con el uniforme destrozado y sin el

arma reglamentaria. Se había dirigido al frente para

averiguar qué estaba ocurriendo y se había encontrado con

que los camiones regresaban cargados de tropas y a toda

prisa. El general había detenido un camión para preguntar a

los hombres adónde iban y a qué unidad pertenecían. Pero

en lugar de responderle, lo arrastraron al camión, declararon

que era un agente alemán disfrazado, lo desposeyeron de


sus papeles y arma y lo condenaron a muerte. Logró saltar

del camión en marcha y esconderse en la espesura de los


campos anejos. Otros oficiales que intentaron contener el

pánico tuvieron menos suerte y murieron fusilados.

Los fugitivos ofrecían toda clase de excusas: que sus

unidades habían sido barridas por los alemanes y ellos eran

los únicos supervivientes; que habían sido atacados por la

espalda por unidades de paracaidistas; que habían sido

hostigados por soldados enemigos disfrazados con el

uniforme de la milicia soviética, de la guardia de frontera, de

la NKVD o incluso de oficiales de alto rango. Algunos habían

perdido toda la fe en la posibilidad de resistir ante el

enemigo; otros se mutilaban deliberadamente para escapar

a los combates; también hubo quien se suicidó. Un oficial del

cuerpo del propio Rokosovski se despidió con esta nota: «Me

persigue el miedo de que no seré capaz de enfrentarme a

los combates, y eso me obliga a suicidarme». Unidades

enteras se descompusieron, presas del pánico, cuando sus

flancos fueron atacados por un grupo reducido de tanques y

aviones enemigos. Pero Rokosovski también pudo ver que

los soldados que contaban con buenos oficiales estaban

dispuestos a luchar.-45

Los demás cuerpos mecanizados del general Kirponos


también sufrían penalidades por las deficiencias en los

pertrechos y la instrucción de sus hombres. Pero en uno u

otro lugar fueron consiguiendo victorias. El propio

Rokosovski, por ejemplo, preparó una emboscada contra

una división de Panzer a la que infligió graves pérdidas. Ahí

se pudo comprobar que los Panzer no eran tan invencibles

como se temía.-46

Un veterano de Jalkin Gol se lo decía con estas

palabras: «Podemos vencer a los alemanes, igual que hemos

derrotado a los japoneses».-47 Pero transcurrieron dos años

y muchas derrotas hasta que este sentimiento se convirtió

en realidad incontestable durante la batalla de Kursk, en el

verano de 1943. Al igual que el teniente Gudz y la 32.ª

división blindada, Rokosovski se vio obligado a retirarse al

cabo de poco.-48 Al terminar la primera semana de la


guerra, la mayoría de los flamantes cuerpos mecanizados

del Ejército Rojo habían perdido cerca de un noventa por

cien de su capacidad.-49

Pasó una semana hasta que Rokosovski tuvo noticias

de que su mujer y su hija estaban a salvo. Su tren había

necesitado siete días para llegar desde Kiev a Moscú, en un


viaje que solía tardar unas catorce horas. En Moscú no

habían tenido siquiera tiempo de advertir a sus familiares de

lo que estaba pasando cuando las metieron en otro tren y

las enviaron al Kazajstán. Rokosovski escribió una nota

apresurada en lápiz azul:

¡Mi querida Lulú! Sé que te has marchado. Me alegro de

que no corras peligro. Pero me preocupa pensar dónde

vivirás y en qué condiciones. Yo estoy bien y me siento

alegre. No te preocupes por mí. Te mando un beso bien

fuerte, a ti y a Adulia. Te quiero, Kostia.-50

Rokosovski no pudo reanudar el contacto con su familia

hasta casi un año más tarde.

Al concluir aquel primer día de guerra, los alemanes ya

habían tomado control del Nieman: el río cuyo cruce había

marcado el principio de la invasión napoleónica, el miércoles

24 de junio de 1812, justo ciento veintinueve años antes.-51

Aun a pesar de todas las dudas que algunos expresaban en

privado, el ánimo general seguía siendo mayoritariamente

optimista. Profesores de Historia publicaban artículos

recordando que los invasores extranjeros franceses, suecos,

polacos, tártaros e incluso los propios alemanes siempre


habían salido de Rusia derrotados. Estaba claro, pensaba la

población, que eso era lo que ocurriría otra vez en cuanto el

poderoso Ejército Rojo reuniera sus fuerzas.

Eran pocos entonces los que esperaban que también los

ejércitos de Hitler alcanzarían las puertas de Moscú.

Los observadores extranjeros, por el contrario, no

estaban tan seguros. Al cabo de solo veinticuatro horas la

oficina de Guerra de Londres había concluido, con gran

abundancia de razones técnicas, que «las divisiones

blindadas alemanas podrían llegar a la línea Rostov–Moscú


en el plazo de tres semanas o menos, aunque si los rusos

ofrecieran un nivel de resistencia razonable quizá

necesitarían hasta cinco semanas».-52

Un colegial de Moscú estaba especialmente molesto con

la forma en la que se estaban desarrollando los

acontecimientos. A su modo de ver, la fecha del inicio de las

hostilidades no se podría haber escogido peor. Había

realizado dos de sus cinco exámenes finales, pero «si Hitler

hubiera empezado la guerra un poco antes se lamentaba

¡quizá habrían cancelado todos los exámenes!».-53


NOTAS
CAPÍTULO 4

1. Lidia Ginzburg: Chelovek za Pismennym Stolom,

Leningrado, 1989, p. 517.

2. J. Gelder, en Richard Stites (ed.): Culture and

Entertainment in Wartime Russia, Indiana University Press,

Bloomington, 1995, p. 52.

3. Como es habitual, las diferentes autoridades ofrecen

cifras diferentes. Estas proceden sobre todo de David Glantz

y J. House: When Titans Clashed How the Red Army Stopped

Hitler, Edimburgo, 2000, p. 31 (ed. orig. University Press of

Kansas, Lawrence, 1995). Según William Fowler,

Barbarossa: The First Seven Days, Greenhill, Londres, 2004,

p. 78, la Luftwaffe disponía de mil doscientos ochenta

aparatos utilizables en el primer día de la guerra. La cifra de

los caballos procede de Simon Sebag Montefiore: Stalin: The

Court of-the Red Tsar, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 2003,

p. 318. (Hay trad. esp. de T. de Lozoya: La corte del zar

rojo, Crítica, Barcelona, 2004.) Los equinos representaban el

ochenta por 100 de la fuerza locomotriz del ejército alemán.


En 1939 el ejército británico era único en el mundo por estar

completamente motorizado; véase James Lucas: War on the


Eastern Front: The German Soldier in Russia, 1941-1945,

Greenhill, Londres, 1998 ( Jane's, Londres, 1979), p. 113.

4. Incluso aquí hay discrepancias entre las diversas

autoridades. John Erickson afirma que los alemanes

contaban con 76 divisiones de infantería, 17 blindadas

Panzer, tres de montaña y una de caballería. Además había

16 divisiones finlandesas con cuatro alemanas adscritas, y

dos ejércitos rumanos. Véase The Soviet High Command: A

Military-Political History, 1918-194, Londres, 2001 (ed. orig.

en Macmillan, Londres, 1962), p. 588.

5. Alexander Boyd: The Soviet Air Force since 1918,

Macdonald & Jane's, Londres, 1977, p. 110.

6. Hasta que empezó la guerra, los diferentes frentes

se denominaban «distritos militares» o «distritos militares

especiales». En este libro- he optado por llamarlos «frentes»

por razones de simplicidad: la composición de las

formaciones militares del ejército soviético experimentó

muchísimos cambios a lo largo de la guerra. En cada frente

había hasta un total de nueve ejércitos heterogéneos


(obshchevoiskovye), hasta tres ejércitos de tanques, uno o

dos ejércitos aéreos y diferentes formaciones de apoyo.

Cada ejército mixto comprendía cinco o seis divisiones de

infantería y armas de apoyo. En su plenitud teórica de

fuerzas, una división de infantería soviética agrupaba a

14.483 hombres, es decir, unos dos mil soldados menos que

una división alemana. Pero a la práctica las divisiones

soviéticas eran significativamente menores, sobre todo si se

habían visto envueltas en combates intensos. Véase David

Glantz: Stumbling Colossus: The Red Army on the Eve of

World War, University Press of Kansas, Lawrence, 1998, p.

152.

7. David Glantz: Barbarossa: Hitler's Invasion of-Russia

1941, Tempus, Stroud, 2001, p. 242.

8. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 44; David

Murphy: What Stalin Knew: The Enigma of Barbarossa, Yale

University Press, New Haven y Londres, 2005, p. 136.

9. Edvard Radzinski: Stalin: Zhizn i Smert, Vagrius,

Moscú, 2003, p. 492-,

10. Gabriel Gorodetsky: Grand Delusion: Stalin and the

German Invasion of Russia, Yale University Press, New


Haven y Londres, 1999, p. 311.

11. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 49.

12. Erickson: The Soviet High Command, p. 587.

13. Erickson: The Soviet High Command, p. xx.

14. G. Kumanëv: Ryadom so Stalinym, Smolensko,

2001, p. 476.

15. Gorodetsky: Grand Delusion, p. 313.

16. Este relato procede fundamentalmente de Georgi

Zhukov, Vospominania i Razmyshlenia, 2 vols., Moscú, 2002,

vol. I, pp. 264-265. Ya. Chadaev, asistente administrativo en

jefe del consejo de ministros, tomó notas de este y otros

encuentros, pero el texto completo de sus memorias está

aún inédito: tras su muerte, se custodia en la sección

secreta del Archivo de la Revolución de Octubre. Han

aparecido algunos fragmentos en un artículo de Georgi

Kumanëv en Otechestvennaya Istoria, 2, abril de 2005, pp.

6-26.

17. Chadaev estaba presente en la reunión y tomó

notas de lo hablado (Kumanëv, Otechestvennaya Historia, 2,

p. 11).

18. Kumanëv: Otechestvennaya Historia, p. 13.


19. Hay traducción de la directriz en Glantz:

Barbarossa, p. 243.

20. Chadaev oyó esas palabras de boca de Voroshilov y

Malenkov, mientras salían del encuentro con Stalin

(Kumanëv, Otechestvennaya Istoria, 2, p. 14).

21. Artículo en

<wwii-soldat.narod.ru/odon/odon[.htm]>, 4 de junio de

2003.

22. Anatoli Ponomarév, Aleksandr Shcherbakov:

Stranitsy Biografi, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, p. 98.

23. Serguei Markov, entrevista, 2 de febrero de 2002.

24. Vladislav Mikosha, entrevista, 3 de febrero de 2002.

25. Ilia G. Zbarski: Obyekt No. 1, Vagrius, Moscú,

2000, p. 116; y entrevista del 31 de mayo de 2002.

26. E. Jrutski [Khrutski]: Kriminalnaya Moskva, Moscú,

2000, pp. 205-206.

27. Geldern, en Stites (ed.): Culture and Entertainment

in Wartime Russia, p. 53.

28. En ruso, por confuso que pueda parecer, el

concepto de patria se puede expresar tanto con la raíz de


padre (Otechestvo) y la de madre (Rodina). Según se

cuenta, los soldados entraban en combate gritando:

«¡Adelante! ¡Por nuestra Rodina!». Aquí he trasladado el uso

de Rodina por parte de Molotov como «nuestro querido

país», que entiendo transmite en parte el mismo

sentimiento.

29. Chadaev, citado en Kumanëv: Otechestvennaya

Historia, 2, p. 7.

30. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940egody, Moscú, 2003, p. 95.

31. E. Vasilieva (ed.): «Iz vospominania V. F. Krylova

Moskva v Dni Velikoi Otechestvennoi Voiny», en Golosa

Istorii, 4, 2000, pp. 87-114.

32. J. Barber: «Popular Reactions in Moscow to the

German Invasion of June 22. 1941», en Joseph L.

Wieczynski (ed.): Operation Barbarossa: The German Attack

on the Soviet Union, June 22, 1941, C. Schlacks, Salt Lake

City, 1993.

33. Telegrama de la embajada de Moscú, n.º 849, de

25 de junio de 1941 (PRO FCO371/29499, p. 28). Este

pensamiento extraño se repite en un informe posterior,


referido a las celebraciones del Día de la Revolución en

Kuibyshev, a donde fue evacuada la embajada en octubre de

1941.

*1. Hay trad. esp. de A. Samons: Vida e insólitas

aventuras del soldada Iván Chonkin, Libros de Asteroide,

Barcelona, 2005. (N. del t.)

34. Informe de un oficial del comité del Partido en el

raion moscovita de Leningrado, 22 de junio de 1941; véase

I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya 1941/45:

Memuary iArkhivnye Dokumenty, .Moscú, 1995, p. 42.

35. Los informes de Zhuravlëv están fechados entre el


23 y el 26 de junio de 1941. Pueden encontrarse en

Kovalchenko et al. (eds.)? Moskva Voennaya 1941/45, pp.

49-55. En la NKVD, los rangos de los oficiales subestimaban

su posición; en el ejército, el rango de Zhuravlëv

correspondía aproximadamente al de comandante de

brigada.

36. M. Gorinov: «Budni Osazhdennoi Stolitsy»,

Otechestvennaya Ltoria, 3, 1996.

37. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940egody, p. 95.
38. Los informes de la NKVD sobre la actitud del pueblo

de Moscú en el inicio de la guerra proceden de Kovalchenko

et al. (eds.): Moskva Voennaya 1941/ 45, pp. 49-55.

39. Ilia G. Ehrenburg: Liudi, Cody, Zhizn: Sobr-anie

sochinenii v deviati tomakh, Moscú, 1962-1967, vol. 9, p.

288.

40. Yuli Labas: «Cherny sneg na Kuznetskom», Rodina,

6-7, 1999, pp. 36-37.

41. Stalin, orden n.º 130, 1 de mayo de 1942, en

Sochinenia, vol. 2 (XV), Stanford, 1967, p. 53.

42. Yevgueni Anufriev, entrevista, 3 de febrero de

2002.

43. A. Chernyaev: Moya Zhizn i Moe Vrernya, Moscú,

1995, pp. 88-91.

44. Evaluación de servicios por el general Snegov, 11

de abril de 1941 (documentos Volkogonov, caja 4, carpeta

9.748).

45. Konstantin Rokosovski:S'oldatski Dolg, Moscú,

2002, p. 33.

46. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 55.

47. Rokosovski: Soldatski Dolg, p. 44.


48. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 55.

49. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 51.

50. Fotocopia del original, amablemente ofrecida por K.

V. Rokosovski.

51. Aleksandr M. Nekrich: 1941 22 üunia, «Pamiatniki

istoricheskoi mysli», Moscú, 1995 [Nauka, Moscú, 1965], p.

205.

52. Véase «Possible View of German Advance which

might be made by German Armoured Divisions in Russia»,

de 23 de julio de 1941 (PRO W0190/ 893/82a).

53. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, p. 353.


5
RUSIA PLANTA CARA

Stalin ya había regresado al Kremlin a las tres y media

de la madrugada, en el segundo día de guerra, para

empezar a resolver las cuestiones del día. Una de las

principales era la creación de una Stavka (un estado mayor

central) del mando supremo. Quedó integrado por Molotov y

Voroshilov; Timoshenko, Zhukov y Budënny por parte del

ejército de Tierra, y el almirante Kuznetsov por la Marina.

Timoshenko fue su primer jefe, anomalía que se rectificó en

julio cuando se «convenció» a Stalin de que asumiera esa

función.-1

Timoshenko informó de que las tropas soviéticas se

estaban agrupando de nuevo para contener el avance del

enemigo. Stalin preguntó: «¿Quiere decir que ya no se

prepara usted, como hacía anteriormente, para machacar al

enemigo con rapidez?». Timoshenko aclaró: «No, pero

cuando hayamos concentrado nuestras fuerzas no me cabe

duda de que los machacaremos».

Stalin lanzó toda su furia en contra de Pavlov, el


comandante del frente Occidental, que se hallaba en el

camino de Von Bock y su implacable avance hacia Moscú.

«Ahora dice que la orden le llegó tarde. ¿Acaso un ejército

no debe estar siempre listo para el combate, incluso cuando

no se le ha ordenado así?»-2 Aunque Pavlov había perdido la

cabeza y lo pagaría caro, este comentario era muy injusto.

Stalin había dejado meridianamente claro, en la fase previa

a la guerra, que cualquier iniciativa personal de sus

comandantes sería castigada con la máxima severidad.

Pavlov había hecho cuanto estaba en su mano a fin de


prepararse para las hostilidades, pero todos sus intentos

habían sido dificultados desde Moscú. En febrero, por

ejemplo, había solicitado a Stalin los medios precisos para

erigir defensas adecuadas. Había sugerido que los

estudiantes y los alumnos que terminaran sus cursos se

movilizaran para construir nuevas fortificaciones durante sus

vacaciones, de forma que sus soldados dedicaran el tiempo

a la instrucción militar y no a los trabajos de albañilería.

Pero sus quejas y sugerencias no recibieron respuesta. Al

comenzar la guerra se había completado menos de la quinta

parte del total de las obras defensivas previstas.-3 Sus


propios oficiales de inteligencia le habían entregado una

descripción detallada de la suma de fuerzas alemanas que se

habían reunido al otro lado de la frontera. Había sentido

miedo ante la idea de comunicar a Moscú que la guerra le

parecía inminente, pero el 21 de junio se decidió y solicitó

permiso para trasladar a sus tropas a las posiciones

fortificadas. Timoshenko lo denegó.

El 26 de junio Pavlov retiró sus cuarteles primero a

Bobruisk y luego a Mogilev, en la creencia –errónea– de que

los tanques alemanes habían logrado abrir una brecha en

sus líneas. Pavlov carecía aún de comunicaciones telefónicas

o por radio, de modo que envió oficiales de enlace a cada

unidad del frente, con la orden de retirada. El único modo de

comunicación alternativo era el U2, un biplano pequeño y

anticuado capaz de volar a solo ochenta millas por hora

[unos ciento treinta kilómetros por hora] y a una altura no

superior a los cinco mil pies [unos mil quinientos metros].-4

A pesar de estas características tan poco aptas para la

guerra, el U2 podía volar a muy baja altura (por encima de

las copas de los árboles), aterrizar en un radio de medio

penique y transportar un cañón y una carga de bombas; eso


hizo que fuera utilizado durante toda la guerra para tareas

de enlace, de evacuación de heridos y de bombardeo

nocturno.-5 Así, Pavlov envió un U2 para que entregara sus

órdenes a cada ejército; también envió coches blindados y

paracaidistas de enlace con ese mismo propósito. Todos los

U2 fueron derribados por los alemanes, que también


destruyeron todos los vehículos blindados.

Dos de los oficiales de paracaidistas lograron llegar hasta el

10.º ejército, pero fueron arrestados en calidad de espías.

Los encargados de la descodificación de mensajes en el 10.°

ejército no consiguieron descifrar aquellas órdenes, porque

los códigos habían cambiado el día anterior. De resultas de

ello, los dos oficiales fueron entregados a la sección especial

de la NKVD y fusilados en el acto.-6 Pavlov se sumergió de

nuevo en las líneas para intentar salvar algo del naufragio;

Stalin y Zhukov perdieron su pista durante seis días

completos. Stalin mandó a Shaposhnikov y Kulik para que

averiguaran qué estaba pasando, pero tampoco ellos

lograron controlar la situación. Kulik se fue con el 3.er

ejército y desapareció de la vista. Se enviaron aviones y

vehículos blindados para localizarlo.-7 El jefe del estado


mayor de Pavlov, el general de división Klimovskij

[Klimovskikh], respondía a todas las preguntas con un

desesperado: «El comandante está en el frente». Pero

Klimovskij no tenía ni idea de qué significaba eso en

realidad. Cuando Pavlov reapareció, se le ordenó regresar a

Moscú y se colocó a Timoshenko en su lugar.-8

El 29 de junio de 1941, cuando Minsk estaba a punto

de caer en manos de los alemanes, Stalin se reunió con

Molotov, Malenkov, Beria y Mikoyan en el comisariado de

Defensa. Zhukov ya estaba en la oficina de Timoshenko.

Pero los generales no estaban en condiciones de precisar

qué estaba ocurriendo en el frente. Stalin se encolerizó y la

tomó con Zhukov: «i¿Pero qué clase de jefe del estado

mayor es un tipo que entra en pánico en cuanto empieza la

lucha, pierde el contacto con sus tropas, no pinta nada y no

dirige a nadie!?».

Zhukov abandonó la sala llorando. Al cabo de unos

pocos minutos Molotov fue a buscarlo. La situación se fue

calmando y el encuentro terminó con notas muy apagadas.

Mientras Stalin salía del edificio le dijo a Mikoyan y los

demás: «Lenin fundó nuestro Estado y nosotros lo hemos enviado a la mierda».


En este momento, Stalin sucumbió a toda la tensión

nerviosa de la semana precedente. Su autoridad había

resultado catastróficamente minada tanto por su demoledor

error de evaluación de las intenciones alemanas, como por

su negativa a aceptar cuantos consejos no cuadraran con su

obsesión. Quizá temía que sus camaradas más próximos

aprovecharan la oportunidad para vengarse de los años de

terror y humillación.

En un primer momento había continuado pasando entre

doce y catorce horas en su despacho, con aspecto tranquilo

–y desde luego, sin desafíos a su control–, recibiendo una

corriente constante de ministros, oficiales del Partido y del

ejército, diplomáticos extranjeros, industriales, ingenieros y

pilotos de prueba de carros y aviones de combate.-9 Pero

entonces se marchó a la «dacha cercana» en lo que Molotov

definió ante Mikoyan, más tarde, como un estado de

prostración. Los teléfonos de su despacho cayeron en

silencio. Stalin no hacía llamar a nadie. Su personal fue

alarmándose cada vez más. Lev Mejlis [Mekhlis], viceprimer

ministro y mediador –impopular y siniestro– entre el

dictador y los militares, intentó telefonear a la «dacha


cercana», pero no obtuvo respuesta. El trabajo se

acumulaba. El auxiliar y administrador de las tareas de

Stalin llevaba los papeles más urgentes a Voznesenski y

Molotov, para que los firmaran ellos. Pero los dos se negaron

a tomar decisiones en nombre de Stalin: a fin de cuentas,

casi cuatro siglos antes Iván el Terrible también se había

retirado por un tiempo del Kremlin y, a su regreso, se volvió

con fiereza en contra de los incautos que habían creído que

se podrían hacer con el poder durante su ausencia. Quizá el

aislamiento de Stalin era una forma de poner a prueba la

lealtad de sus camaradas.

Pero las decisiones bélicas no se podían posponer más.

El 30 de junio, los miembros del Politburó decidieron, por

unanimidad, visitar a Stalin en la «dacha próxima». Este

pareció arrugarse en su silla cuando entraron y les preguntó,

con voz extraña e inquieta, para qué habían acudido. Era


evidente que temía se hubieran presentado allí para

arrestarlo. Molotov dijo que con miras a continuar la guerra

se necesitaba un nuevo mecanismo de concentración del

poder. Stalin preguntó en quién habían pensado para

dirigirlo y pareció sorprenderse cuando Molotov respondió


que, naturalmente, ese nuevo cuerpo no debía dirigirlo nadie

más que él mismo. 10

En tanto no aparezca algún relato íntimo del propio

Stalin –quizá un diario o alguna nota personal– no podremos

saber si realmente había sentido el grado de hondísima

conmoción que cabía esperar de cualquier otra persona en

su lugar, o si tal vez estaba poniendo a prueba, en realidad,

la lealtad de sus camaradas. Nos pueden dar una pista los

comentarios que, cuatro años más tarde, dirigió a los

generales victoriosos: «Cualquier otra nación –les dijo–

habría reprochado al gobierno el incumplimiento de sus

expectativas y lo habría forzado a dimitir para instaurar otro

gabinete que firmara la paz con los alemanes y asegurara

así su bienestar».-11 Si tenemos en cuenta las muestras de

malestar público que le había ido comunicando la NKVD

desde el primer día de la guerra, esta aprensión resulta

comprensible. La resolución del Politburó de permanecer a

su lado quizá no fuera una simple cuestión de pusilanimidad:

era imprescindible organizar el país para resistir la invasión

alemana, y ese proceso se habría visto complicado –grave o

quizá fatalmente– por una crisis sucesoria. En cualquier


caso, no cabe duda de que Stalin llegó a la conclusión de

que sus colegas de gobierno carecían del coraje necesario

para moverse solos y cargarse al hombre que los había

explotado y aterrorizado durante años: no tenían los

cojones*1-*1 de hacer lo que él habría hecho en su lugar. Es


muy probable que ello acentuara sobremanera tanto su

confianza en sí mismo como su desprecio hacia cuantos le

rodeaban.

Después de aquel episodio no volvió a vacilar

seriamente. Reanudó de inmediato sus tareas con toda su

energía característica. Su primera iniciativa fue implantar la

sugerencia de Molotov: la creación de un cuerpo supremo


responsable de dirigir la guerra. El GKO (Gosudarstvenny

Komitet Oborony o Comité Estatal de Defensa) se constituyó

para «concentrar en sus manos el espectro entero del poder

estatal ... Todos los ciudadanos y todos los cuerpos del

Partido, del sóviet, del Komsomol y el ejército [deben] llevar

a la práctica cuantas decisiones y resoluciones adopte el

Comité Estatal de Defensa, sin ponerlas en duda».-12 Las

determinaciones del GKO, por tanto, tenían valor de ley. Las

infracciones fueron castigadas de forma urgente e

implacable.
El comité contaba con Stalin como jefe supremo y con

Molotov como vicepresidente. Los otros miembros iniciales

eran Voroshilov, Malenkov y Beria. Voznesenski, Kaganovich

y Anastas Mikoyan se

unieron al GKO en febrero de 1942. Las responsabilidades

de cada uno se establecieron con gran precisión. Molotov

estaba al cargo de la producción de tanques, y lo hizo con

buen éxito, a pesar de su debilidad por celebrar

interminables reuniones burocráticas.-13 Kaganovich era el

responsable del transporte; Malenkov, de la producción de

aviones; Mikoyan, de los suministros (incluyendo, avanzada

la guerra, el programa de Préstamo y Arriendo de los aliados

occidentales). El resto de las ramas de la economía estaban

en las capacitadas manos de Voznesenski. El GKO interpretó

un papel crucial en la decisión de subordinar toda la vida del

país a un único objetivo: la victoria militar. Asumió la

responsabilidad estratégica de los suministros y el

armamento del Ejército Rojo. Se encargó de la dirección

general de las operaciones militares, prestó mucha atención

a todos los nombramientos militares de una mínima

relevancia y organizó la guerra de los partisanos, por detrás


de las líneas alemanas. Además adoptó muchas

determinaciones económicas, incluyendo instrucciones para

la fabricación de trineos y herraduras.-14 El Comité Estatal


de Defensa se reunía informalmente en el despacho de

Stalin en el Kremlin. No se conservaron actas de esas

reuniones: las decisiones quedaron reflejadas en las diez mil

y pico directrices que emitió el GKO en el transcurso de la


guerra. Stalin firmó en persona la mayoría de las

resoluciones militares: muchas las había escrito él mismo,

otras las había dictado y otras le fueron enviadas como

borradores que él revisó y reescribió, por lo general

introduciendo numerosos cambios.-15

El 10 de julio Stalin se convirtió en comandante en jefe

de las fuerzas armadas rusas. Además de dirigir el GKO, en

ese momento era también secretario general del Partido,

presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo (esto

es, el gobierno) y comisario popular de Defensa. Pero ni

siquiera Stalin –aun a pesar de toda su resistencia,

inteligencia, energía y fuerza de voluntad– era capaz de

dominar tantos campos a la vez. Algunos fueron perdiendo

importancia: el Politburó se reunió de forma irregular y

durante la guerra se organizó una única sesión plenaria del


Comité Central del Partido, en octubre de 1941, reunión a la

que Stalin ni siquiera acudió.-16

Continuaban llegando malas noticias. El 10 de julio, el

frente Occidental había sufrido ya bajas muy considerables:

4.799 tanques, 9.477 cañones, 1.777 aviones de combate y

341.000 soldados.-17 En menos de tres semanas, el grupo

de ejércitos Centro de Von Bock había tomado toda

Bielorrusia y se había adentrado casi cuatrocientas millas

[casi seiscientos cincuenta kilómetros] en el camino de

Moscú.

Los soldados rusos se rendían por millares. Se rendían

unidades completas, en formación, sin disparar un solo tiro.

El 28 de junio los alemanes habían rodeado a dos ejércitos

soviéticos y a algunos integrantes de otros dos ejércitos en

los alrededores de la capital bielorrusa, Minsk; en esa

ocasión lograron apresar a una fuerza comparable,

aproximadamente, a la fuerza expedicionaria británica que

logró huir en Dunquerque.-18 En agosto capturaron a casi

medio millón más de hombres en Smolensko, en Uman

(Ucrania) y Gomel (Bielorrusia); unos seiscientos sesenta y

cinco mil cayeron prisioneros en Kiev, en septiembre; en


octubre otros ciento siete mil cayeron en manos alemanas

en el frente Sur, y aquel mismo mes, otros seiscientos


sesenta y tres mil durante la ofensiva hacia Moscú. En total,

más de dos millones de prisioneros.-19

El alto mando alemán había previsto la captura de

millones de prisioneros, pero no había preparado ningún

plan para alimentarlos.

De hecho, en mayo de 1941 los expertos económicos

que aconsejaban a Hitler habían informado de que la guerra

solo podría mantenerse pasado diciembre de 1941 si los

soldados alemanes se alimentaban con existencias rusas.

Según concluía el propio estudio: «No cabe duda de que

decenas de millones de personas morirán de hambrre»-20

Incluso un ejército que respetara escrupulosamente las

disposiciones de la convención de Ginebra hallaría

dificultades muy serias a la hora de alimentar, alojar,

mantener y vigilar a números tan elevados de reclusos

confundidos o indefensos. Los alemanes no estaban

dispuestos a desviar para esa causa los fondos necesarios,

así que muy pronto los prisioneros comenzaron a morir

como moscas.
A pesar de su avance triunfal, al cabo de unos pocos

días los alemanes observaron una característica que no

habían esperado en absoluto. En 1940, franceses y

británicos luchaban hasta lo que consideraban exigían la

prudencia y el honor. Luego se retiraban para volver

al combate otro día o se rendían: al completarse la campaña

de Francia el ejército alemán había capturado a un millón

novecientos mil prisioneros.-21 Los alemanes habían dado

por supuesto que las cosas serían todavía más sencillas en

el este: los rusos no lucharían por defender a un régimen

que odiaban. El Ejército Rojo, desmoralizado, se

descompondría ante ellos. Sería todo un paseo.

Pero incluso en el primer día de la guerra los alemanes

se sorprendieron al comprobar lo que tanto había aliviado

las inquietudes del general Voronov: que los rusos

combatían, les plantaban cara. Resistían en sus puestos o

incluso avanzaban en contraataques fútiles, dirigidos por

oficiales sin capacidad, sin experiencia o aterrorizados por

sus superiores, cuando no las tres cosas a la vez. Se


lanzaban contra las líneas alemanas como una sucesión de

olas suicidas y eran barridos por miles. Resultaba una


experiencia sobrecogedora incluso para los soldados que ya

se habían fogueado en Francia y Polonia.

Los rusos continuaban plantando cara al invasor no ya

solo cuando los combates se tornaban inútiles, sino incluso

cuando resultaba físicamente imposible luchar. Cercados,

superados en número, desorganizados, habiendo perdido

con frecuencia a sus comandantes, sin municiones, sin

combustible, sin recursos médicos ni alimentos, morían o se

rendían solo cuando ya no les quedaba nada con lo que

luchar. Y aun entonces, muchos de ellos huían por los

bosques con la esperanza de reincorporarse a sus filas o

unirse a las bandas de partisanos que se estaban

empezando a formar.

Los alemanes habían errado al juzgar qué oportunidad

sería más idónea para desatar al ataque y perdieron con ello

sus opciones de victoria. Un anciano general zarista le dijo a

Guderian en Orël, justo después de que la ciudad cayera en

manos de los Panzer, a principios de octubre:

Si hubiérais llegado veinte años antes, os habríamos

recibido con los brazos abiertos. Pero ahora es demasiado

tarde. Estábamos empezando a levantarnos y ahora venís


vosotros y nos hacéis regresar veinte años en el tiempo, de

forma que tendremos que comenzar otra vez desde el

principio, desde la nada. Ahora estamos luchando por Rusia

y en esta causa estamos todos unidos. -22

A finales de julio, el Politburó adoptó una decisión de

gran significación simbólica y política: trasladar el cuerpo de

Lenin desde el mausoleo de la Plaza Roja hasta un lugar

seguro en Tiumen [Tyumen], en las profundidades de

Siberia, lejos de los grandes centros industriales que era

probable fueran objeto de los bombardeos alemanes.

Poskrëbyshev informó a Kuptsov, el secretario del Partido de

la región de Tiumen, que muy pronto llegaría a su ciudad un

«objeto» de excepcional importancia. Pero la única persona


de la plantilla principal del mausoleo a quien se le comunicó

la decisión fue al padre de Ilia Zbarski, Boris.

Ilia Zbarski y su compañero Mardashëv no supieron

nada hasta el 3 de julio. Entonces se les ordenó que se

presentaran, aquella misma tarde, en la estación de

Yaroslavl, para asegurarse de que el trayecto de Lenin se

realizara sin contratiempos. El cadáver había sido colocado

en un ataúd de madera cubierto con parafina, y su tapa se


movía mediante unas estrías engrasadas con vaselina. El

ataúd viajaba en una gran caja de madera a la que se

acompañó de un registro de todo el material adicional, que

incluía dos grandes bañeras de cristal y todos los elementos

químicos y aparatos necesarios. Las ventanas de aquel tren

especial se cubieron con cortinas, y se organizó para el

cuerpo del líder de la Revolución una vigilancia de

veinticuatro horas por parte de Kiriushin [Kiryushin], el

oficial responsable de la protección del mausoleo, y un

destacamento de hombres y oficiales de la guardia del

Kremlin. El tren abandonó la estación en un caluroso

anochecer de julio. En todo el camino hacia Tiumen fue

hallando soldados apostados junto a las vías y en todas las

estaciones que atravesaron había asimismo soldados que

mantenían alejada a la muchedumbre desesperada que

deseaba encontrar un medio de viajar hacia el este.

El tren llegó a Tiumen el 7 de julio, después de un viaje

que resultó rápido incluso en comparación con la media de

los tiempos de paz, algo nada desdeñable, dada la tremenda

presión de usuarios y necesidades que ya padecía el sistema

ferroviario soviético. El tren fue recibido por las autoridades


locales, a las que al fin se había apercibido de que aquel

«objeto especial» no era otro que el propio Lenin

embalsamado. Al día siguiente el ataúd fue depositado en un

edificio

de dos pisos que pertenecía a la escuela municipal de

agricultura. No era un emplazamiento ideal, desde luego: el

lugar se hallaba en un estado inmundo, la fontanería

necesitaba reparaciones y el agua destilada y otros

ingredientes esenciales debían ser llevados desde la ciudad


de Omsk, a varios cientos de millas de distancia. Pero Lenin

estaba a salvo.

En Moscú, el mausoleo fue recubierto con unos

andamios de metal y una lona negra, como forma de

camuflaje.-23 Los moscovitas de a pie dieron por sentado

que Lenin seguía albergado allí, como símbolo de resistencia

y de la victoria final.

Stalin se dirigió finalmente a la nación el 3 de julio,

once días después de que estallara la guerra. A través de los

altavoces que colgaban en las calles, las fábricas y los

edificios de todo el país, los oyentes pudieron escuchar que

Stalin caminaba con paso firme hacia el micrófono llenaba su


vaso de agua e iniciaba su discurso con estas palabras:-24:

¡Camaradas! –les dijo, hablando con el tono lento,

calmado, inexpresivo y didáctico de siempre, sin florituras

retóricas y con su fuerte acento georgiano– ¡Ciudadanos!

¡Hermanos y hermanas! ¡Guerreros de nuestro ejército y

nuestra flota! ¡A vosotros os hablo, mis amigos!»

Los traidores alemanes estaban prosiguiendo con su

ofensiva siguió diciendo, aun cuando algunas de sus mejores

divisiones y algunos de sus escuadrones más escogidos se

habían estrellado ya contra la heroica resistencia del Ejército

Rojo, sembrando con sus tumbas el campo de batalla. Hasta

entonces habían tomado Lituania, partes de Letonia, partes

de Bielorrusia oriental y Ucrania. También habían

bombardeado las ciudades principales de la zona occidental

del país.

¿Significaba eso que los alemanes eran invencibles? No,

en ningún caso. La Historia demostraba que no existían los

ejércitos invencibles. Las fuerzas «invencibles» de Napoleón

habían sido derrotadas por los rusos, los británicos y

(extraña referencia, en aquel contexto) los alemanes. Los

ejércitos de Guillermo II de Prusia habían sido vencidos, a la


postre, por los propios rusos, por los franceses y los

británicos.

Lo mismo ocurriría con Hitler, cuyos ejércitos no habían

encontrado hasta la fecha ninguna resistencia digna de

mención en el continente europeo.

El éxito inicial de los alemanes en Rusia era algo explicable:

estaban en el grado máximo de sus capacidades, en tanto

que las fuerzas soviéticas todavía estaban desplegándose

hacia las fronteras. Además, los alemanes contaban con el

efecto sorpresa de haber quebrado, traicioneramente, el

pacto suscrito con la Unión Soviética.

El pueblo soviético debía comprender en todo su

alcance el peligro que amenazaba al país. Se enfrentaba a

un enemigo implacable, dispuesto a esclavizarlo. Debía

abandonar las dulces costumbres de la paz, armarse para un

combate a muerte y aniquilar al enemigo sin piedad. El

ejército, la Marina y todos los ciudadanos tenían que

defender cada centímetro del territorio soviético y estar

dispuestos a ofrecer hasta la última gota de su sangre. Todo

el país debía movilizarse para fabricar las armas y

municiones que se precisaran. Todo debía quedar


subordinado a las exigencias del frente.

Allí donde el Ejército Rojo se viera forzado a retirarse,

no debía quedar absolutamente nada que pudiera ser de

utilidad al enemigo: ni un solo vehículo ni un solo animal, ni

un kilogramo de pan ni un litro de combustible. Todo lo que

no pudiera trasladarse en la retirada debía ser destruido.

Habría además destacamentos de partisanos que

permanecerían en el territorio ocupado para hacer

insoportable la vida al enemigo.

Pero esta guerra no era solo en defensa de la Unión

Soviética: era también una guerra llamada a liberar a los

pueblos de Europa, incluyendo al propio y esclavizado

pueblo alemán. Era una guerra en la que la Unión Soviética

lucharía hombro con hombro con los pueblos de Europa y

América para defender la independencia y las libertades

democráticas. «¡Camaradas! –concluyó Stalin–. Nuestro

arrogante enemigo descubrirá muy pronto que nuestras

fuerzas son innumerables ... Adelante, ¡hasta la victoria!»-

25

Este contundente discurso de Stalin asentó los temas

que dominaron el discurso y la propaganda política de la


Unión Soviética durante el resto de la guerra: el único y

primordial objetivo era el triunfo en una guerra de

liberación; todo debía ser sacrificado sin compasión por esa

meta; la Unión Soviética contaba con poderosos aliados en

su lucha. La gente quedó hondamente impresionada por su

percepción de la fortaleza de Stalin, de su voluntad y su

valentía inflexibles.

Y les conmovió, sobre todo –hasta el extremo de hacer

llorar a muchos– su cálida referencia a sus amigos, a sus

hermanos y hermanas. Nunca antes había empleado ese

lenguaje ante ellos. Pero muchos reaccionaron, sobre todo,

con una sensación de alivio. Por fin se había admitido

francamente lo que sobre el terreno todo el mundo sabía

que era cierto. Se había borrado la ilusión de una victoria

rápida y apabullante. La nueva certeza era amarga, no es

necesario decirlo; pero siempre era mejor que la

incertidumbre que la había precedido. La buena disposición

de Stalin a contar la verdad era un signo de fortaleza.

Claro está que los más reflexivos –como el escritor

Konstantin Simonov– se preguntaban por qué Stalin no

había hablado antes. ¿Acaso había decidido permanecer en


silencio hasta adquirir una perspectiva más clara sobre lo

que estaba ocurriendo? A fin de cuentas, no podía correr el

riesgo de equivocarse y luego tener que comerse sus

palabras. ¿O quizá había necesitado tiempo para identificar

cabezas de turco contra quienes desviar la crítica? Para la

gran mayoría, sin embargo, aquel discurso representó un

golpe maestro. Había puesto fin a todas las especulaciones

sobre la aparente ausencia de Stalin de la vida pública.

Había elevado la moral y reforzado la voluntad popular de

resistir. Fue, a su manera, uno de los momentos decisivos de

la guerra.-26

El discurso empezó a ser leído ante todos los reunidos

en las fábricas, las oficinas y muchas otras instituciones de

Moscú, y la reacción se transmitió al Partido por mediación

tanto de sus propios canales como de la NKVD. El comité del


Partido del raion «Lenin» se apresuró a informar de que el

auditorio había expresado, como cabía esperar, «su amor y

devoción a nuestra magna y amada Patria Soviética, [y] a

nuestro mejor amigo, padre y maestro, el camarada Stalin».

Un obrero tras otro, hombres y mujeres, se alzaron

para expresar su odio hacia el invasor germano y su


determinación de esmerarse y esforzarse al máximo en la

producción de armas para el Ejército Rojo.

Varios se presentaron voluntarios allí mismo para la

milicia popular. -27

No faltaron, naturalmente, los escépticos de rigor,

según recogió la NKVD de Moscú: los que pensaban que la

situación era aún peor de lo que había admitido Stalin. Uno

de ellos entendía que para el gobierno soviético el

movimiento alemán había sido una sorpresa total y que ahí

radicaba la causa del cúmulo de derrotas y de las pérdidas

colosales en hombres y aviones. El llamamiento de Stalin a

una guerra de guerrillas –una de las formas menos fiables

de combate era un indicio de su desesperación. Y era

absurdo poner la esperanza patria en la ayuda de Gran

Bretaña y Estados Unidos; ahora la Unión Soviética se

hallaba en un pozo al que no se le veía salida ninguna. Eran

varios los que pensaban que Moscú sería abandonada, de

resultas de lo cual el régimen soviético se hundiría. Todo lo

que se había ido construyendo durante el último cuarto de

siglo, afirmaban estos escépticos, se había desvelado como

un mito.-28
Se movilizó a escritores y periodistas para que

sostuvieran el ánimo colectivo, pero empezaron sin prisas. El

22 de junio los periódicos no daban ninguna noticia, de

ninguna clase, sobre la catástrofe que ha caído sobre la

Unión Soviética a primera hora de aquella mañana: la

prensa soviética no trabajaba con plazos tan cortos. Había

artículos técnicos sobre cuestiones militares en el Krasnaya

Zvezda, una exposición sobre las lecciones que cabía

aprender del uso de blindados y aviones por parte de


británicos e italianos en el desierto libio y un resumen, en la

página de deportes, sobre la primera jornada del

campeonato de fútbol de la URSS: el Dinamo había perdido

su primer partido en Moscú, el día 21. El Pravda imprimió de

nuevo el famoso poema de Lermontov sobre la batalla de

Borodino en 1812, pero no por el nuevo estado de guerra,

sino porque coincidía con el centenario de la muerte del

poeta, acaecida a consecuencia de un duelo. Escondida en la

última página había una nota sobre el hecho de que un

equipo de físicos de Leningrado estaba intentando la fisión

del átomo. -29 El diario vespertino de la propia Moscú, el

Vechernyaya Moskva, no salió. Al día siguiente la prensa no


informaba de mucho más: al igual que el gobierno y el alto

mando del ejército, los periodistas no tenían ni idea de lo

que estaba pasando. Se imprimieron retratos de Stalin, de

grandes dimensiones; el discurso de Molotov; algunos

decretos oficiales, y relatos sobre sesiones patrióticas en las

unidades de combate y las fábricas, en las cuales los

soldados, los aviadores y los obreros juraban defender a su

país hasta la muerte.

En años posteriores David Ortenberg –quien a la sazón

era todavía el subdirector del Krasnaya Zvezda, el periódico

del ejército solía decir que, para él, la guerra había

comenzado un día antes, el sábado 21 de junio. Aquel día

fue convocado por Mejlis, el viceprimer ministro y antiguo

director de Pravda, su mentor periodístico y patrón político.

Mejlis vestía el uniforme completo de general. «¿Qué

ocurre?», preguntó Ortenberg. «La guerra está a punto de

empezar –explicó Mejlis. Los alemanes van a atacar. He sido

reasignado a la administración política suprema de las

fuerzas armadas.» Mejlis pidió a Ortenberg que se marchara

a su casa, se vistiera el uniforme y volviera sin demora para

acompañarlos, a él y a Timoshenko, a visitar el cuartel


general del frente Occidental, en Minsk. Cuando Ortenberg

regresó, Timoshenko y Mejlis se habían marchado al

Kremlin, a entrevistarse con Stalin. A las cinco de la mañana

del 22 de junio, Mejlis llamó por teléfono a Ortenberg: «La

guerra ya ha empezado. El viaje a Minsk se ha cancelado.

Vete a la oficina y saca el periódico».

Ortenberg encargó entonces un poema patriótico a

Vasili Lebedev–Kumach, quien había compuesto muchas de

las canciones para las comedias cinematográficas de los

años treinta. Se llamó «¡Alzate, oh país poderoso!». Al cabo

de tan solo tres días, las palabras contaban ya con música

de Aleksandr Aleksandrov, cuyo coro del Ejército Rojo

comenzó a interpretarla acto seguido ante los soldados que

partían hacia el frente desde la estación moscovita de

Bielorrusia. Desde entonces fue interpretada cada mañana

en la radio, como primera emisión del día, y se convirtió en

una de las canciones temáticas más definitivas de toda la

guerra. Todavía hace surgir un nudo en la garganta incluso a

quienes que son demasiado jóvenes para recordarla. En

aquellos primeros días y contando solo la capital, se

compusieron más de cien nuevas canciones patrióticas. -30


Ortenberg, al igual que Mejlis, era judío. Cuando a

finales de junio Mejlis le reveló que sería ascendido a

director en jefe del periódico, Ortenberg intentó escaparse

de ese puesto. Dirigir periódicos en la Unión Soviética era un

oficio de alto riesgo: durante las purgas habían

desaparecido, en rápida sucesión, tres de los máximos

directores del Krasnaya Zvezda. Sin embargo, Mejlis precisó

que el nombramiento contaba con la aprobación de Stalin.

Añadió que debería usar

la firma de «Vadimov», inventada a partir del nombre de su

hijo, Vadim, y más apta que la suya, por no ser semita.

Ortenberg estaba convencido de que incluso en aquel

momento, una semana después de iniciada la invasión

alemana, Stalin seguía queriendo que se disfrazaran los

nombres de los periodistas judíos, no fuera que Hitler se

ofendiese. -31

Aunque el gobierno ya ejercía un control estricto de la

prensa, se pensó que dada la situación no era suficiente. El

24 de junio se instituyó la Oficina Soviética de Información,

conocida como SovInformBuro. Se puso al frente al ubicuo

Shcherbakov, con autoridad plena. Shcherbakov dictó que,


como regla absoluta, quedaba prohibido imprimir noticia
alguna en la prensa que no hubiera sido antes publicada en

un boletín del SovInformBuro. Pero los corresponsales

propios del SovInformBuro no solían ir un paso más allá del

cuartel del frente y además sus informes tendían a

regurgitar lo que allí se les había contado. Ortenberg, que

deseaba comunicar directamente desde las líneas de

combate, de una forma interesante y sin retrasos, tuvo que

enfrentarse muchas veces con Shcherbakov por esa causa.-


32
Konstantin Simonov se había marchado ya al frente.

Antes había cubierto, como joven corresponsal de guerra, la

campaña de Mongolia. Esa campaña había sido victoriosa,

pero lo que entonces veía ante sus ojos era mucho más

parecido a una derrota. Cierto incidente entre los muchos

que pudo ver le afectó tan hondamente que fue apareciendo

en muchos de sus escritos posteriores. Una semana después

de que se iniciara la guerra estaba viajando a través de la

senda forestal que enlazaba Mogilev con Bobruisk, en la

línea del avance alemán, cuando quince TB–3 sobrevolaron

su posición lenta y pacíficamente. Eran bombarderos

cuatrimotores producidos en la Fábrica Aeronáutica n.º 22,

sita en los barrios exteriores de Moscú: la antigua Compañía

Ruso–Báltica de Vagones, en cuyas líneas se había montado

el revolucionario Ilia Muromets. Los TB–3 también habían

sido revolucionarios en su día, pero en aquel momento

habían quedado prácticamente obsoletos. Los quince

volaban sin escolta de cazas, de manera que una escuadrilla

de cazas alemanes derribó a seis en cuestión de diez


minutos.

Su estrategia consistía en pegarse a la cola de uno de

los aviones y disparar las ametralladoras: el TB–3 estallaba

en llamas y seguía volando hasta estrellarse en los bosques,

mientras los Messerschmitt se abalanzaban sobre su

siguiente víctima.

Simonov recogió a dos supervivientes en su camión.

Uno de ellos era un capitán que exhibía una medalla de la


guerra de invierno, librada contra Finlandia. El otro era un

teniente que se había roto la pierna. Poco después otro de

los TB–3 cruzó por encima del camión hasta compartir el

mismo destino de sus predecesores. La escena se repitió

unas pocas millas más adelante; en esta ocasión, cuando

comenzó a prenderse fuego en el avión ruso, uno de los dos

Messerschmitt atacantes se encabritó y empezó asimismo a

caer: había sido alcanzado por el fuego de la ametralladora

de cola del TB–3, que siguió disparando aun a pesar del

incendio. El piloto alemán saltó en paracaídas. Lo mismo

lograron hacer cinco de los miembros de la tripulación del

bombardero, no así el artillero de cola. El viento, muy

intenso, arrastró a los paracaidistas lejos del camión; el TB–


3 saltó por los aires al chocar contra el suelo, con tres

fuertes explosiones. Este episodio se convirtió en una de las

escenas más dramáticas que Simonov incluyó en su novela

sobre los seis primeros meses de la guerra, De los vivos y

los muertos.

Años más tarde, Simonov visitó los archivos para

averiguar qué había ocurrido. El general Pavlov había

ordenado que todos los aviones disponibles despegaran con

las instrucciones de contener en lo posible los tanques

alemanes. Así, los TB–3 se encontraron realizando una

misión táctica diurna para la cual no estaban bien

cualificados. Los observadores terrestres confirmaron las

aseveraciones de los supervivientes, que aseguraban haber

logrado éxitos importantes, y al día siguiente se ordenó que

los bombarderos volaran de nuevo. Su comandante solicitó

protección de los cazas y presencia de los bombarderos de

picado, para eliminar los cañones antiaéreos del enemigo.

Pero durante el primer día de la guerra habían quedado

destruidos demasiados cazas soviéticos, por lo que los

bombarderos de vuelo bajo, con su enorme volumen y su

velocidad modesta, se enfrentaron a sus objetivos sin


protección, ofreciendo un blanco fácil para los alemanes. No

se les dio más opción que la de combatir y morir. Aquel día

se perdieron veinte TB–3.

Los bombarderos soviéticos no solo tenían que

enfrentarse con el enemigo. Apenas iniciada la guerra,

Timoshenko tuvo que lidiar con varios casos extremos de

«fuego amigo». Así, un grupo de TB–3, que regresaba de

una misión en la que habían logrado rechazar con éxito los

cazas alemanes, fue bombardeado por los cañones

antiaéreos soviéticos y atacado por un escuadrón de cazas

de su mismo color. Uno de los aparatos se vio obligado a

realizar un aterrizaje forzoso que no pudo completar sin

estrellarse. Otros dos TB–3 fueron abatidos por su propio

bando en las proximidades de Minsk. Eran errores que la

gente de Timoshenko calificó de «vergonzosos»: no había

justificación posible para ellos, puesto que ningún

bombardero alemán poseía más de dos motores y ninguno

se asemejaba, ni remotamente, al torpe TB–3.-33

Estos desastres, naturalmente, no tuvieron eco alguno

en la prensa. Simonov consultó los viejos archivos de un día

de verano de 1941: el 19 de julio, fecha en la que había


regresado brevemente a Moscú para organizar y entregar

todos sus relatos. Los periódicos del día no mencionaban

lugares ni nombres de unidades, tampoco reflejaban ni las

conquistas alemanas ni la pérdida de ciudades importantes.

Solo describían acciones victoriosas de los partisanos,

aviones, tanques o artilleros soviéticos, transmitiendo la

impresión deliberada –pero falsa– de que las fuerzas

soviéticas estaban causando bajas muy considerables en el

bando alemán, sin sufrir a cambio pérdidas graves. Las

noticias menos fiables eran las relativas a la Fuerza Aérea

Roja. Se pasaba por alto tanto sus enormes pérdidas como

la carencia de aparatos modernos. El SovInformBuro

suprimió por completo la amarga verdad de que, en el

verano de 1941, los alemanes gozaron de una superioridad

aérea continua y casi incontestada.

Simonov no llegó nunca a decidir dónde estaba el límite

más correcto entre el grado necesario y el grado excesivo de

secreto. Sentía cierta simpatía por las autoridades, que

debían manejar noticias en las que el Ejército Rojo sufría un

desastre tras otro. El mismo se encontraba incapacitado

para explicar lo que había visto en el frente; ni siquiera a


sus amigos más íntimos de Moscú. Su madre había dado

crédito a la propaganda prebélica sobre la superioridad de

los «halcones de Stalin» y sus aviones y, por ende, entonces

daba el mismo crédito

a los supuestos éxitos que, según la prensa, estaba

consiguiendo la Fuerza Aérea Roja. La verdad habría sido

para ella una conmoción insoportable.-34 Simonov llegó a

una conclusión ambigua: «Aunque la fraseología de aquellos

años está repleta de elementos que resultan inaceptables en

nuestro presente ... en las páginas de aquellos periódicos se

refleja la grandeza de aquellos días, una grandeza que solo

podemos apreciar plenamente hoy, un cuarto de siglo más

tarde».-35 Quizá habría mirado también con simpatía la

labor que la Home Office realizaba en Londres durante la

guerra. En efecto, desde su Ministerio de Interior se había

escrito:

El pueblo debe tener la convicción de que se le está

contando la verdad. De la desconfianza nace mucho más

miedo que del conocimiento de los reveses. La meta más

importante que debe lograr la publicidad es la convicción de

que se está al cabo de lo peor.... Debemos explicar a la


gente que se trata de una guerra civil, en la que está

implicado el pueblo, y por tanto serán admitidos en la

confianza del gobierno más que en ninguna ocasión pasada.

Pero, probablemente, no habría dejado de compartir

también la conclusión del redactor: «Es más sencillo explicar

la verdad y, cuando surja una emergencia que lo exija,

explicar una mentira aplastante, porque se le dará crédito».-


36
En aquel verano de 1941, rodeado por la huella

meridiana del pánico, la derrota, la incompetencia, la

cobardía y al mismo tiempo un coraje terco y obstinado,

Simonov –el ateo y comunista– comenzó a mirar con nuevos

ojos el paisaje ruso, el paisaje que lo rodeaba:

Los pueblos eran pequeños, y a su lado, por lo general

sobre una pequeña colina inmediata a una iglesia ruinosa –

en ocasiones, donde ni siquiera iglesia había– podían verse

grandes cementerios con viejas cruces de madera, iguales

las unas a las otras. La desproporción entre el número de

casas del pueblo y el número de aquellas cruces me llamó la

atención vivamente en su momento, con un sentir que me

ha acompañado hasta el presente. Fue entonces cuando

comprendí qué fuerte era

en mi seno mi sentimiento de la patria; cuánto sentía que la

tierra misma formaba parte de mí; qué hondamente

arraigada en aquella tierra estaba la gente que allí vivía. La

amargura de las dos primeras semanas de guerra me

convenció de que incluso si los alemanes llegaban hasta un


punto tan remoto como este, era imposible imaginar que la

tierra en sí misma pudiera devenir alemana. Pasare lo que

pasare la tierra era y seguiría siendo rusa. En estos

cementerios yacen tantos ancestros desconocidos, tantos

abuelos, bisabuelos, ancianos a los que jamás hemos visto,

que la tierra parecía rusa no solo en la superficie, sino en su

hondura, campo tras campo y en sus profundidades.-37

Las emociones de Simonov cristalizaron en uno de los

poemas más populares de la guerra, «Las carreteras de

Smolensko». Es un poema impregnado de pasión y amor por

la antigua tierra rusa, la tierra de la ortodoxia cristiana, la

tierra por la cual los rusos habían luchado desde los tiempos

de los tártaros:

En las tumbas del margen de todas las aldeas,

guardando a los vivos con el signo de la cruz, nuestros

antepasados se congregan para orar por sus nietos, que ya

no creen en Dios.

Simonov había comprendido una verdad muy simple:

los soldados no iban a luchar en la defensa de Stalin y de su

régimen, sino de la tierra y del pueblo ruso. Iban a luchar

por los vivos y por los eternamente presentes espíritus de los muertos.-38
NOTAS
CAPÍTULO 5

1. Decisión conjunta del Consejo de Comisarios del

Pueblo y el Politburó n.º 825, en Yu. Gorkov,

Gosudarstvenny Komitet Oborony Postanovlyaet, Moscú,

2002, p. 494.

2. Ya. Chadaev, citado por Georgi Kumanëv,

Otechestvennaya Istoria, 2, 2005, p. 8.

3. I. Chcrushev: Udarpo Svoim: KrasnayaArmia 1938-

1941, Moscú, 2003, p. 45.

4. V. Shunkov: Krasnaya Armia, Moscú, 2003, p. 246.

5. Existe aquí cierta confusión, porque el U-2 es

conocido también en su versión militar, como Po-2, por su

diseñador, Polikarpov. Por mi parte lo denomino siempre U-

2.

6. Chcrushev: Udarpo Svoim: KrasnayaArmia 1938-

1941, pp. 347-348.

7. Cherushev: Udarpo Svoim, p. 346.

8. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, pp. 22-24.


9. No cabe duda, por su agenda, que Stalin continuó

trabajando de forma regular desde el primer día de la guerra

hasta el 28 de junio, y que regresó a su mesa en la tarde del

1 de julio. Esta agenda ha sido ampliamente reproducida

(Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony Postanovlyaet,

pp. 223-469).

10. Hay varias versiones sobre las reuniones celebradas

en el comisariado de Defensa y la «dacha cercana». Anastas

Mikoyan estuvo presente en las dos ocasiones (véanse A.

Mikoyan: Tak Bylo: Razmyshlenia o Minuvshem, Vagrius,

Moscú, 1999, p. 391, y Georgi Kumanëv: Ryadom so

Stalinym, Smolensko, 2001, p. 31). Dejó registrado que

Zhukov rompió a llorar y el exabrupto de Stalin sobre el

legado de Lenin (con su marcado carácter escatológico, que

podría traducirse también con expresiones sexuales). Estaba

convencido de que Stalin creía que el Politburó había ido a la

«dacha cercana» a arrestarlo. Radzinski ofrece un retrato

más vivaz del encuentro en el comisariado de Defensa

(Edvard Radzinski: Stalin: Zhizn i Smert, Vagrius, Moscú,

2003, p. 501), que él atribuye a Chadaev. Sin embargo,

Chadaev no estuvo presente en ninguna de las dos


reuniones y esta parte de sus memorias no se ha hecho

pública.

11. I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45: Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995, p.

704.

*1. En español en el original. (N del T.)

12. Decisión conjunta del Consejo de Comisarios del

Pueblo y el Politburó n.º 825, en Gorkov: Gosudarstvenny

Komitet Ohorony Postanovlyaet, p. 495.

13. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, pp. 101, 102.

14. Las decisiones del GKO incluían la n.º 801, de 15 de

octubre de 1941, sobre la evacuación de Moscú (Gorkov,

Gosudarstvenny..., p. 506); la n.º 8916, de 3 de junio de

1945, sobre los proyectos de guerra en el Asia oriental

(Gorkov, p. 540); y la n.º 9.887, de 20 de agosto de 1945,

que instituyó el comité especial, a las órdenes de Beria,

encargado de desarrollar una bomba atómica soviética

(véase Voenno-Promyshlenny Kurier, 31 (48), 18-24 de

agosto de 2004, en <www.vpk-news.ru>).

15. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony


Postanovlyaet, pp. 38-39.

16. Gorkov: Gosudarstvenny..., pp. 46, 57.

17. David M. Glantz: Barbarossa: Hitler's Invasion of

Russia 1941, Tempus, Stroud, 2001, p. 40.

18. En total, las fuerzas expedicionarias británicas

perdieron a 68.111 hombres, entre muertos, heridos y

desaparecidos durante toda la campaña de Francia.

Representaron cerca de una quinta parte de su fuerza total;

véase Juliet Gardiner: Wartime: Britain 1939-1945,

Headline, Londres, 2004, p. 175.

19. Hermann Piocher: The German Air Force versus

Russia, 1941, Arno Press (USAF Historical Studies, 154),

Nueva York, 1966, p. 321. Por mor de la comparación, valga

decir que el número de prisioneros británicos que

permanecían en manos alemanas y japonesas al terminar la

guerra era de menos de doscientos mil. Muchos de ellos,

lógicamente, habían sido liberados por el avance de los

ejércitos aliados (Gardiner: Wartime: Britain, p. 420).

20. M. Roseman: The Villa, the Lake, the Meeting:

Wannsee and the Final Solution, Allen Lane & Penguin,

Londres, 2002, pp. 29-30. (Hay trad. esp. de C. Molinari: La


villa, el lago, la reunión: la conferencia de Wannsee y la

«solución final», RBA, Barcelona, 2002.)

21. Alexander Werth: Russia at War 1941-1945, Barrie

& Lockliff, Londres, 1964, p. 91. (Reed. Carroll & Graf, Nueva
York, 1986. Hay trad. esp. de J. de Lorbar: Rusia en la

guerra (1941-1945, Grijalbo, Barcelona, 1968.)

22. Heinz Guderian: Panzer Leader, Cambridge, 2002,

p. 250. (Hay trad. esp. de L. Pumarola: Recuerdos de un

soldado, Luis de Caralt, Barcelona, 1953.)

23. I. Zbarski: ObyektNo. 1, Moscú, 2000, p. 118.

24. Yu. Kruglov et al. (eds.): Veliki Podvig: Vuzy

Maskvy v gody Velikoi Otechestvennoi Voiny, Izdatcl'stvo

MGTU im. N.E. Baumana AO «Moskovskie uchebniki»,

Moscú, 2001, vol. 1, p. 42.

25. I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45: Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995, p.

66.

26. Konstantin Simonov describe su propia reacción en

Sto Sutok Voiny, «Rusich», Smolensko, 1999, pp. 48-50.

27. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45, p. 67.
28. Kovalchenko: Moskva Voennaya, p. 69.

29. Aleksandr M. Nekrich: 1941 22 iiunia, « Pamiatniki

istoricheskoi mysli», Moscú, 1995, pp. 204-205 (Nauka, Moscú, 1965).

30. D. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, p. 160; R. Rothstein, «Homeland,

Home Town, and Battlefield», en Richard Stites (ed.):

Culture and Entertainment in Wartime Russia, Indiana

Univiversity Press, Bloomington, 1995, p. 79.

31. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i Drugie,

pp. 20-21.

32. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i Drugie, p.

100.

33. Instrucciones del 25 de junio de 1941 del teniente

general Malinin a los comandantes de los frentes Norte,

Noroccidental, Occidental y Suroccidental; véanse los

documentos Volkogonov, caja 4, carpeta R11.741, en el

Archivo Nacional de Seguridad de Washington, D. C.).

34. Simonov: Sto Sutok Voiny, pp. 407-422.

35. Simonov: Sto Sutok Voiny, pp. 410-417.

36. Citado por Juliet Gardiner: Wartime: Britain, p. 135.

37. Simonov: Sto Sutok Voiny, p. 64.


38. Konstantin Simonov: Stikhi Voennykh Let, Praga,

1946, p. 64. Para la población rural de Rusia, la comunidad

sigue constando no solo de sus miembros vivos, sino

también de quienes los han precedido: padres, abuelos,

antecesores en general. Lo mismo cabe decir de las

ciudades: cualquiera que haya asistido a un velatorio en la

Moscú de hoy en día habrá compartido la impresión de que

el espíritu de los difuntos sigue presente, en un sentido muy

real de la expresión. Maggie Paxson se ha ocupado con

cierto detalle de la relación íntima que une a los vivos y a los

muertos en un pueblo ruso de la actualidad; véase Margaret

Paxson: Solovyovo: The Story ofMemory in a Russian

Village, Indiana University Press, Bloomington, 2005, pp.

196 y ss., 316 y ss. Véase también Moshe Lewin: «Popular

Religion in Twentieth-Century Russia», en The Making of the

Soviet System, Pantheon, Nueva York, 1994 (1985).

LOS VOLUNTARIOS

Narodnoe opolchenie es un sintagma que resuena a lo

largo de toda la historia de Rusia. Significa «recluta

popular», el alistamiento de unidades militares entre los


ciudadanos corrientes, con miras a reforzar el ejército

profesional en épocas de crisis nacional. La opolchenie

ayudó a expulsar a los polacos de Moscú en 1612 y a

detener a Napoleón en 1812. La opolchenie organizada

durante el verano de 1941, en Moscú y los campos

adyacentes, desempeñó también una función desesperada a

la hora de frenar a los ejércitos de Hitler a las puertas

mismas de la capital. Mal armados e instruidos con excesiva

premura, estos soldados murieron por decenas de miles. Su

destino sigue siendo una cuestión de furiosas polémicas

entre quienes consideran que fueron un sacrificio inútil, por

culpa de un Partido implacable y unos generales

incompetentes, y quienes en cambio conciben su sacrificio

personal como un elemento más –trágico, pero inevitable–

de la defensa de la ciudad, además de un símbolo del arrojo

de su pueblo.

Tan pronto llegaron las noticias de la invasión alemana,

la gente se arremolinó, para ofrecerse voluntaria, en los

lugares de trabajo y colegios universitarios, así como en las

oficinas de reclutamiento del ejército y en las sedes locales

del Partido y el Komsomol (la Liga de la Juventud


Comunista). Procedían de orígenes muy diversos: de la

antigua intelligentsia; de la «nueva clase» formada por los

miembros del

Partido, del gobierno o «intelectuales técnicos»; de los

campesinos que habían emigrado en grandes cantidades a la

capital, después de que su antigua forma de vida fuera

destruida por la colectivización. Estudiantes, obreros,

bailarines, actores y músicos se ofrecieron voluntarios en

grupo, acompañados por sus maestros y jefes. Ocurrió algo

similar a lo que se vivió en Gran Bretaña en 1914, puesto

que también allí los que se presentaban juntos morían

juntos, con demasiada frecuencia, en el campo de batalla.

Aunque se ejercía mucha presión moral para que

hubiera voluntarios, no todo el mundo se sentía inclinado a

conformarse. Yuri Averbaj [Averbakh], quien con el tiempo

se convertiría en uno de los grandes maestros de ajedrez

más señeros de la Unión Soviética, no llegó a alistarse

voluntario por una serie de accidentes afortunados que,

probablemente, salvaron su vida. Había sido un niño precoz

que ingresó en el Instituto Técnico Superior Bauman en

1939, con tan solo diecisiete años. Así pues, cuando estalló
la guerra se hallaba en el ecuador de sus estudios, hecho

que lo eximía de la recluta inmediata. En lugar de unirse a

una división de voluntarios, fue enviado a trabajar en una

base de reparación de tanques, situada fuera de Moscú.

Cuando a mediados de octubre los alemanes quebraron el

frente ruso a las afueras de Moscú, Shcherbakov, presa del

pánico, emitió una convocatoria urgente de nuevos

voluntarios que quisieran incorporarse a una nueva ola de

unidades de la milicia. No había forma de huir esta vez.

Averbaj se presentó con las ropas de civil más adecuadas

que pudo encontrar. Pero el sargento del reclutamiento se

fijó en sus botas –unas botas de verano, ligeras– y le pidió

que comprara algo más idóneo. Averbaj se recorrió todas las

zapaterías, pero nadie tenía nada que ofrecerle para sus

pies, inusualmente grandes. Así que, por segunda vez, se

escapó de la guerra.-1

Viktor Merzhanov estaba terminando sus estudios en el

conservatorio cuando empezó la guerra. En un principio la

miraba con tibieza, pero su ánimo cambió al escuchar el

discurso de Stalin del 3 de julio. Asistió a la reunión del

conservatorio en la que se presentaron voluntarios sus


amigos estudiantes y sus maestros. Pero antes de ir a la

guerra, quería despedirse de sus padres, que residían en

una ciudad de provincias, Tambov. Así que él y otros tres

estudiantes se negaron a presentarse para el frente, pero no

sufrieron represalias. No llegó a ver nunca la acción bélica.

Primero fue enviado a la academia de aviación de Tambov,

como percusionista de la banda militar; luego fue destinado

como intérprete de trompa a una banda militar del Asia


Central, donde permaneció hasta la conclusión de la guerra.

Fue desmovilizado a tiempo de prepararse para el certamen

de piano de finales de 1945, que organizaba el

Conservatorio de Moscú; allí empató en el primer lugar con

Sviatoslav Richter. Al comenzar el siglo XXI seguía

desarrollando una carrera activa como concertista de piano.

-2

Las autoridades ya estaban saturadas con la tarea de

organizar la movilización de los reservistas y los nuevos

reclutas forzosos. En una primera fase no sabían siquiera

qué pasos adoptar ante la avalancha de voluntarios; en la

mayoría de casos se limitaron a anotar sus nombres y les

indicaron que fueran a sus casas a esperar instrucciones.


Desde el primer momento, en cambio, sí que

movilizaron a dos categorías especiales. Novecientos

oficiales del Partido en Moscú fueron enviados al ejército del

frente como instructores políticos e incluso como soldados

rasos, con la esperanza de que eso elevaría la moral.

Muchos murieron en las primeras semanas de la guerra.

Zhilenkov, secretario del RaiKom de Rostokino, fue

nombrado miembro del consejo militar del 32.° ejército.

Cuando este ejército quedó cercado por las tropas alemanas

en los primeros días de octubre, desertó y se pasó al bando

germano. Finalmente se convirtió en el ideólogo principal del

Ejército de Liberación Rusa, dirigido por el general Vlasov a

las órdenes de Alemania. -3

Los voluntarios que ya poseían instrucción militar

fueron incorporados de inmediato al ejército. En la última

clase de la escuela de secundaria de Vladimir Gurkin los

alumnos realizaban regularmente ejercicios de

entrenamiento militar, y sus nombres figuraban en una lista

del VoenKomat, la oficina de reclutamiento. La propaganda

patriótica, la educación física y la competición interescolar –

muy desarrollada– contribuyeron a preparar a los


muchachos para la guerra. Incluso antes de abandonar la

escuela, se había ofrecido a Gurkin un puesto en la

Academia de Artillería Krasin. Esta era una de las cinco

escuelas militares del área de Moscú: las otras eran la


Podolsk, la del Sóviet Supremo, la de ingeniería y la

políticomilitar. En la batalla de Moscú tomaron parte cadetes

de estas cinco academias.

Durante la tardenoche del 21 de junio, Gurkin y su

clase celebraron el final de los exámenes yendo a la Plaza

Roja. Cuando se despertó a la mañana siguiente, se dirigió

directamente a la Academia de Artillería, que justo celebraba

un día de puertas abiertas. En el tranvía la gente iba tensa y

nadie hablaba con los demás, pero no fue hasta llegar a la

academia que descubrió que había comenzado la guerra. El

y los demás muchachos pasaron todo el día siendo

examinados de sus conocimientos de matemáticas y otras

materias relevantes para la artillería. Todos aprobaron y

fueron enviados acto seguido a iniciar su instrucción militar

como cadetes. Para Gurkin fue el comienzo de una carrera

militar que se prolongó toda su vida y concluyó como

general de la sección histórica del estado mayor.


Cuando se logró la paz, Gurkin y sus compañeros de

clase tuvieron una reunión con los maestros. La mayoría de

muchachos pudo acudir, pero de los 22 jóvenes varones de

la clase, solo cinco habían sobrevivido.

Las autoridades también estaban seleccionando

hombres para los grupos de operaciones especiales. Entre

estas unidades devino famosa la de la OMSBON: Otdelnaya

Motostrelkovaya Brigada Osobogo Naznachenia (brigada de

infantería motorizada e independiente para servicios

especiales). Quedaba a las órdenes de la NKVD y se

componía de una mezcla de voluntarios y tropas

profesionales. Los voluntarios eran escogidos por el

Komsomol, que buscaba sobre todo a atletas, por las duras

exigencias físicas que cabía esperar de las operaciones

especiales de larga distancia. La nueva unidad estaba

formada por cuatro batallones. -4 En el primero había tropas


regulares y hombres de la milicia de la NKVD; en el

segundo, combatientes de la guerra civil española,

incluyendo a algunos republicanos españoles exiliados tras la

victoria de Franco. En el tercero y cuarto había estudiantes y

maestros del Instituto Central de Cultura Física; en total,


más de ochocientos atletas. -5 En un principio no se explicó
a los reclutas en qué clase de unidad se integrarían. Fueron

sometidos a un reconocimiento médico en el estadio del

Dinamo, en la avenida de Leningrado. Luego fueron enviados

a un campo de instrucción de la NKVD en Mytishchi, justo al

norte de Moscú, donde empezaron a estudiar materias como

lectura de mapas, lanzamiento en paracaídas, tiro y manejo

de explosivos.

Uno de los primeros voluntarios para la OMSBON fue

Yevgueni Teleguev, un hombre de rostro muy inteligente y

mirada brillante, que terminó su carrera como general de la

KGB. Su padre y su madre habían sido campesinos bastante

prósperos en Siberia, pero con el tiempo su padre se unió al

ejército y trabajó en un regimiento de construcción. No

había escuelas adecuadas en los lugares remotos a los que

iba siendo destinado su padre, por lo que Yevgueni pasó dos

años en un internado de Chita, junto al lago Baikal. Su

padre quería que se especializara en agronomía y regresara

a la tierra en la que había crecido: viviría al aire libre y

podría ir a cazar. Pero excepto en las clases de canto,

Yevgueni había obtenido siempre las notas más altas en

todas las materias, particularmente en matemáticas y física.


Pensó, por tanto, que le valía la pena intentar acceder a un

instituto técnico de educación superior en Moscú. El 20 de

junio de 1941 partió de Irkutsk con su madre, para

inscribirse en el Instituto de la Energía de Moscú. Estaba aún

en el tren cuando le llegó la noticia del estallido de la guerra.

Nada más llegar a la capital se dirigió a la oficina de

reclutamiento, donde lo rechazaron por ser demasiado

joven. Entonces se presentó en el Komsomol, que mostró

más interés; al cabo de diez días fue invitado al Comité

Central del Komsomol, en el edificio principal del Partido,

sito en la Plaza Vieja. Allí le preguntaron en qué materias le

parecía que podía ser de utilidad; Yevgueni explicó que

había sido un buen deportista y había practicado mucho el

tiro con la caza de patos. Así que lo aceptaron.

Teleguev estaba familiarizado con el ejército, debido al

oficio de su padre, por lo que al llegar al estadio del Dinamo


se dio cuenta muy pronto de que no iba a incorporarse a una

unidad corriente. No fue asignado a ninguna sección en

concreto, sino a un «enlace» (zveno) de un «destacamento»

(otryad); eran términos que no se empleaban en el ejército

profesional. En Mytishchi recibió una instrucción


especializada y muy metódica, por lo que a finales de

septiembre él y sus camaradas ya habían completado una

instrucción adecuada. Con el paso del tiempo se dio cuenta

de la suerte que había tenido al no haber terminado en una

división de voluntarios, cuyo elevadísimo número de bajas

se debió, en parte, a la falta de entrenamiento adecuado de

los soldados. -6

El 22 de junio Vladimir Frolov, el antiguo campesino de

Tula, se disponía a viajar a Siberia en el marco de una

expedición geológica. Cuando escuchó el discurso de Molotov

se sintió conmocionado al tiempo que emocionado: ansiaba

combatir y ayudar a vencer en una guerra que se habría

acabado antes del enero próximo. Entre sus amigos solo

había un pesimista: Iván Novikov, un marino de Odesa que

había participado en la guerra civil española y que no

pensaba que las hostilidades se terminaran tan pronto.

Novikov se unió luego a la 8.ª división de voluntarios

(Krasnaya Presnia), donde fue nombrado subcomandante

por su experiencia previa; falleció en los combates de

Viazma. Todos los demás estudiantes de la facultad de

Tecnología y Matemáticas se ofrecieron como voluntarios;


incluso los que miraban al régimen con actitudes irónicas o

apáticas se dejaron llevar por la ola de patriotismo. Frolov

optó por la OMSBON. Tras ser convocado al estadio del

Dinamo unas pocas semanas más tarde, le entregaron el

uniforme y fue enviado a la instrucción.

Yevgueni Anufriev, quien en un primer momento había

sido rechazado por la falta accidental de una falange del

dedo índice, volvió a presentarse voluntario. Al igual que

Frolov, pasó un examen en el estadio del Dinamo, donde

mantuvo oculto el dedo y fue aceptado. Al día siguiente se

presentó a la espera de una asignación, le entregaron el

uniforme y le comunicaron que se despidiera de sus


familiares. Durante la instrucción en Mytishchi se le pagaba

un salario decente, aprendió a disparar el arma con el dedo

corazón y vivió rodeado de mucha gente interesante. Los

republicanos españoles le enseñaron a cocinar ranas; había

una compañía de finlandeses, algunas muchachas de

Georgia –a las que los soldados llamaban «los ojos de

Beria», como homenaje a su compatriota– e incluso algunos

alemanes que habían estado trabajando para la NKVD.

Cuando el enemigo se estaba acercando a Moscú, en


octubre, cesó el entrenamiento y la OMSBON fue trasladada

a la ciudad. Se alojó en escuelas y recibió instrucciones de

ayudar a la división Dzerzhinski y a la milicia en las labores

de controlar los arranques de pánico y hundimiento de la

capital. En diciembre, con el inicio de la contraofensiva

soviética, se les ordenó hostigar a los alemanes en su

retirada.

Las jóvenes de Moscú se presentaron voluntarias con el

mismo entusiasmo que los hombres. Sirvieron en el frente

como radiotelegrafistas y telefonistas, o como enfermeras y

doctoras. El cuarenta por 100 de los médicos del frente y

todo el equipo de enfermería del Ejército Rojo estaba

integrado por mujeres. De ellas, 17 fueron condecoradas

como «heroínas de la Unión Soviética»; diez, a título

póstumo.-7

Tatiana Milkova estaba estudiando Química en la

academia Timiriazev [Timiryazev]. También seguía un curso

extraordinario de enfermería en el hospital Botkin, puesto

que desde el fiasco finlandés estaba segura de que la guerra

terminaría entrando en Rusia. El domingo 22 de junio, como

tantos otros alumnos, estaba terminando sus exámenes,


cuando de pronto se pidió al examinador que saliera del

aula. Regresó para explicarles que Molotov había anunciado

el inicio de la guerra. Acto seguido, todos los presentes se

ofrecieron voluntarios para donar sangre. Milkova acabó sus

exámenes de enfermería el 12 de julio y, junto con alguna

de sus compañeras de estudios, fue destinada de inmediato al hospital militar n.


° 10/74, en Jimki [Khimki], justo donde

la avenida de Leningrado dejaba Moscú.

Este centro recibía de los hospitales de campo casos de

heridos muy graves, los operaba cuando era imprescindible

y, en caso contrario, los enviaba a la retaguardia. En los

momentos iniciales la situación era caótica. Los heridos

solían llegar sin documentos, por lo que lo primero que

debían hacer las enfermeras era determinar su identidad.

Ante un soldado que se mostraba incapaz de responder a

sus preguntas, los nervios de Milkova la traicionaron, pero

corrió a pedirle disculpas. Nunca pudo olvidar las caras y los

nombres de los soldados de aquellos días. En la primera

ocasión en la que vio morir a un soldado operado en vano no

pudo contener la emoción: la cirujana en jefe Alla

Dementieva tuvo que llevársela a otra sala para abrazarla y


tranquilizarla. Después se fue acostumbrando a escenas

terribles: soldados que llegaban con los miembros

congelados y ennegrecidos por la gangrena, operaciones

sangrientas, enormes cajones repletos de miembros

amputados. -8

Liubov Vostrosablina procedía del barrio de Arbat, en el

corazón mismo de Moscú. Su padre era un abogado que

solía trabajar en los tribunales moscovitas, pero con la

Revolución había perdido su empleo y desde entonces se

dedicaba a tocar el violín en una orquesta teatral. Liubov

tenía dos hermanas y, cuando su padre abandonó a su

madre en 1936, se vieron forzadas a mudarse a una

kommunalka de Malaya Bronnaya. Comenzó a trabajar como

delineante con un sueldo de trescientos rublos por mes;

pero en mayo de 1940 su madre le consiguió un empleo en

la biblioteca Lenin. Aunque eso implicaba una reducción de

salario, conservó el puesto durante los cincuenta años

siguientes. Al igual que Milkova, Vostrosablina creía que, de

resultas de la guerra finlandesa, y aun a pesar del pacto

suscrito con Alemania, la guerra era algo inevitable, más

tarde o más temprano. Durante todo el año de 1940 estuvo


cursando Enfermería.

Pero aun cuando Vostrosablina daba por sentado que


habría guerra, sus manos temblaron al escuchar el discurso

de Molotov aquel 22 de junio de 1941: nunca había

temblado de tal forma, salvo durante los exámenes. Se

marchó directamente a la biblioteca. En 1941 aún no se

había terminado la construcción del nuevo edificio de la

biblioteca Lenin, a pesar de que las obras se habían iniciado

a principios de la década de los treinta. El personal fue

adscrito de inmediato a un «régimen de barracón», aplicado

con gran rigidez, que implicaba que debían dormir en su

lugar de trabajo. De hecho, su jefe se negó incluso a darle

permiso para asistir al funeral de su padre, que falleció en

octubre de 1941. La negativa fue brutal: de haber estado en

el frente, le dijeron, no habría podido regresar a tiempo para

la ceremonia, así que no por vivir en Moscú se iba a hacer

una excepción con ella.

En la biblioteca, todos los trabajadores querían ir al

frente lo más pronto posible. Una de sus camaradas, de gran

belleza, la joven Valia [Valya] Serafimova, murió al poco

tiempo de llegar. Vostrosablina fue enviada durante un


tiempo a un hospital militar. Algunos auxiliares ayudaban a

los heridos a escribir cartas o los distraían leyéndoles, pero a

ella le correspondió la poco grata labor de limpiar los aseos.

La biblioteca permaneció abierta durante toda la

guerra. Los soldados acudían a leer y los bibliotecarios más

viejos continuaban, en lo posible, con sus labores de

investigación. Pero los libros más valiosos fueron evacuados,

por tren, hasta Perm; todos ellos volvieron a la biblioteca

una vez acabada la guerra, salvo uno. Buena parte del

personal se dirigió al mismo destino de Perm, pero

Vostrosablina se negó a exiliarse. Estuvo participando en las

labores antiaéreas desde el inicio de las hostilidades. En

cierta ocasión se hallaba en casa cuando sonó la alarma:

corrió con el alma en vilo desde la kommunalka de Malaya

Bronnaya hasta la biblioteca porque temía que la castigaran

por no haber estado con su equipo de protección civil

antiaérea. Tenía que trabajar durante el día y en septiembre

ella y un centenar de empleados de la biblioteca fueron

enviados a excavar zanjas anticarro en la zona occidental de


las afueras de Moscú, en Poklonnaya Gora, donde en 1812

Napoleón se quedó aguardando la rendición de la ciudad.


Como los trolebuses todavía funcionaban, subió al n.° 2, del

Arbat, e hizo el resto del camino a pie. Cuando ella y sus

compañeros fueron atacados por los aviones alemanes, se

arrojaron a las trincheras que estaban cavando y se

cubrieron la cabeza con las palas.-9

Praskovia Sergueeva [Sergeeva] procedía del otro

extremo de la escala social. Había nacido en un pueblo de la

región de Kalinin (antes Tver), al norte de Moscú; estudió en

una escuela técnica de Medicina de su localidad, en 1937, y

comenzó a trabajar en un hospital rural. Se presentó

voluntaria en cuanto empezó la guerra, a pesar de las

lágrimas de su madre. Otras diecisiete enfermeras del

hospital se ofrecieron asimismo como voluntarias. Todas

fueron a Moscú, a la Plaza Roja, para despedirse del lugar, y

volvieron a Kalinin, donde se estaba formando una división

de voluntarios –la 242.ª–, y se unieron a su batallón médico.

Praskovia vio la acción bélica casi desde el primer momento.

El 14 de julio su división fue enviada al frente Occidental, en

las proximidades de Smolensko. Allí se sucedieron combates

muy intensos y Praskovia tuvo su primera experiencia con

números cuantiosos de heridos. Su posterior carrera militar


la llevó a la batalla de Moscú, al asalto de Koenigsberg [hoy

Kaliningrado] y a encontrarse con los estadounidenses en el

Elba.-10

Yelena Volkova también sirvió como enfermera. Había

nacido en Moscú, pero la familia se desplazó posteriormente

a Mogilev, donde su padre era administrador de un teatro

principal:

Yo regresé a Moscú a vivir con mi abuela en una

kommunalka. Me gustaban mucho los deportes, de todas

clases, y me pasé el invierno jugando a hockey sobre hielo,

y el verano, remando en el río y aprendiendo a volar en

planeador. Tenía catorce años cuando empecé mi instrucción

en el aeroclub del aeródromo de Taininka, a las afueras de

Moscú. En la escuela ya aprendía enfermería elemental,


supervivencia y manejo del rifle y la ametralladora.

En la mañana del 22 de junio yo estaba en el

aeropuerto. No teníamos radio y no pude enterarme de que

había comenzado la guerra hasta que se acercó a decírnoslo

un motorista. Volví a Moscú y, junto con un par de amigas,

nos fuimos directas al VoenKomat. Cuando me preguntaron

la edad, les mentí: solo tenía 17 años, uno por debajo del
mínimo para el alistamiento. Todos los instructores y

alumnos del aeroclub habían sido reclutados y querían que

regresara allí a hacer las funciones de instructora. Aun así

me llamaron el 26 de junio y me asignaron al tren hospital

n.° 95. Evacuábamos a los heridos del frente hasta Moscú.

En el tren les prestábamos los primeros auxilios y los íbamos

organizando en grupos, para facilitar el tratamiento

posterior.

Al comenzar octubre resulté herida durante un ataque

aéreo contra nuestro tren; primero me enviaron a un

hospital instalado en una antigua escuela del bosque de

Marina Roshcha, en Moscú, y luego a un hospital de Siberia,

cerca de Kemerovo. Más o menos en esta época me enteré

de que mi padre había sido ahorcado por los alemanes, allá

en Mogilev. Mi madre había logrado escapar y la habían

trasladado a Alma Ata, donde sin embargo no tardó en morir

de pena.

Tras recibir el alta serví como enfermera con la 71.ª

brigada de infantería de Marina, que más adelante se integró

en la 25.ª división de guardias. Durante el tiempo que pasé

en el frente me condecoraron dos veces, por haber


rescatado a algunos heridos bajo el fuego enemigo. También

me condecoraron por ayudar a capturar a un prisionero

alemán al que querían interrogar, aunque las enfermeras

teníamos prohibido intervenir activamente en las

operaciones militares. En cierto momento, el suministro de

alimentos para el frente era tan escaso, que tuvimos que

alimentarnos con las semillas que encontramos en el

granero de un pueblo. -11

Muchas otras mujeres sirvieron no ya como

enfermeras, sino como soldados en las unidades de

combate. Se dice que las graduadas en la Escuela Central

Femenina de Tiro Franco abatieron a doce mil alemanes

durante la guerra.

Ludmila Pavlichenko –que afirmaba haber dado muerte a

309 enemigos– realizó durante la guerra una gira triunfal

por Estados Unidos. Las mujeres aportaban sus ahorros,

junto con sus amigas y amigos, para comprar los tanques en

los que luego luchaban. Irma Levchenko, otra antigua

residente de la Casa del Malecón, sirvió primero como

enfermera en el frente y luego se convirtió en una

distinguida comandante de blindados y «heroína de la Unión


Soviética». Durante la guerra, un total de ochocientas mil

mujeres prestaron sus servicios en el Ejército Rojo.

Las mujeres lograron registros particularmente señeros

en la fuerza aérea, realizando misiones de combate con una

gran variedad de cazas, bombarderos y aviones de ataque a

baja altura (los letales I1–2 Stormovik). El 8 de septiembre

de 1941 Marina Raskova, la heroína del vuelo del Rodina,

hizo un llamamiento público a aquellas mujeres «piloto que

se sientan dispuestas, en cualquier momento, a sentarse en

una máquina de combate y arrojarse a la batalla ... [para]

luchar en las filas de los guerreros de la libertad». Raskova

era una mujer de mucho carisma, que utilizó su influencia

con Stalin para hacer realidad este emotivo llamamiento. El

8 de octubre, Stalin ordenó la creación del 221.° cuerpo

aéreo, que sería dirigido por Raskova y tripulado por

mujeres. Los tres regimientos del cuerpo fueron el 586.°

regimiento de cazas, que manejaba los Yakovlev Yak–1; el

587.° regimiento de bombarderos, que manejaba los

recientes Petliakov Pe–2 de picado, y el 588.° regimiento de

bombardeo nocturno, con los anticuados biplanos U–2. Las

voluntarias fueron reclutadas mediante el Komsomol o por


recomendación personal.

Polina Gelman, que devino navegante en un U–2, oyó el

llamamiento mientras estaba construyendo defensas para

impedir el avance alemán.

Todas las estudiantes [universitarias] estaban

excavando trincheras anticarro a lo largo de la carretera de

Bielorrusia, en las cercanías de Moscú. Entre las estudiantes

se corrió el rumor que se aceptaba a mujeres en la aviación.

Mi novia estudiaba en el Instituto Aéreo de Moscú, y dijo que

ella ya había recibido órdenes. A la mañana siguiente,

entregué todos los papeles necesarios en el comité central

del Komsomol. -12

Marina Raskova instaló su cuartel general en el edificio

del Komsomol y entrevistó, en persona, a todas las

voluntarias. Galina Dokutovich, que serviría como navegante

en el 588.° regimiento de bombardeo nocturno, con ocasión

del primer aniversario de la entrada en acción de su

regimiento escribió en su diario:

Llegaban de todos los puntos de la capital: de los

colegios y universidades, de las oficinas, de las fábricas...

Eran de todas clases, exaltadas, ruidosas, tranquilas,


reservadas; algunas con el pelo rapado casi al cero, otras

con trenzas largas y gruesas; mecánicas, paracaidistas,

pilotos y miembros rasos del Komsomol, que nada sabían de

volar.-13

Las que ya habían aprendido los rudimentos de la

aviación en los aeroclubs de los alrededores de la ciudad

fueron inscritas como pilotos. Las estudiantes universitarias

actuaron como navegantes. Las mecánicas y armeras eran

reclutadas entre las mujeres que gozaban de experiencia

práctica en las fábricas. No había hombres en el 221.°

cuerpo aéreo. A las mujeres les entregaron uniformes

masculinos, que por lo general les venían bastante grandes.

El 17 de octubre –el día posterior al gran pánico de Moscú–

Raskova y sus subordinadas fueron evacuadas a Engels,

junto al río Volga, para que completaran allí su instrucción.

El viaje duró nueve días. En mayo de 1942 fueron asignadas

a sus respectivos escuadrones y desde entonces volaron en

misiones de combate hasta el final de la guerra.

Lidia Litviak, a la sazón de veintiún años, era ya una

piloto de gran experiencia antes de incorporarse al 221.º

cuerpo aéreo. Aunque superaba a duras penas el metro y


medio de altura –y por tanto, apenas alcanzaba a manejar

un caza moderno, fue con el tiempo el as más brillante de su

cuerpo, con doce derribos. Desapareció sin dejar rastro

durante una batalla librada en agosto de 1943. Su cuerpo no

se pudo recuperar hasta pasados más de cuarenta años;

mucho tiempo después de su muerte fue nombrada por

Gorbachev heroína de la Unión Soviética.

Otra voluntaria fue Rufina Gasheva, la nieta de un

párroco de provincias que se había opuesto a la destrucción

de su iglesia, había fallecido en el exilio y fue santificada por

la iglesia ortodoxa en agosto del año 2000. La familia de

Rufina se trasladó a Moscú en 1930, y ella estaba en su

tercer curso en la facultad Matemático Mecánica de la

Universidad de Moscú cuando estalló la guerra. Ocupó

puesto de navegante en el 588.° regimiento de bombardeo

nocturno, voló en 848 misiones de combate y fue derribada

en dos ocasiones. En la primera, ella y el piloto de la

aeronave lograron regresar a las filas rusas. En la segunda,

se lanzaron en paracaídas y aterrizaron en un campo

minado. Rufina sobrevivió, pero su piloto, Olga Sanfirova,

tuvo la desgracia de pisar una mina y murió. Rufina fue


condecorada como heroína de la Unión Soviética en febrero

de 1945, en una ceremonia presidida por Rokosovski, y

terminó la guerra con el grado de comandante.-14

Nadezhda Popova contaba diecinueve años cuando se

sumó a la unidad de Raskova. Por entonces había obtenido

ya un título de instructora de vuelo y navegante de la fuerza

aérea. Popova también fue adscrita al 588.° regimiento de

bombardeo nocturno, del cual acabó siendo subcomandante.

En agosto de 1942 su aparato fue derribado y ella logró

abrirse paso de nuevo en la marea de soldados y civiles que

se retiraban del Rostov del Don a medida que los alemanes

barrían la zona, camino de Stalingrado. Entre esta multitud

había un piloto de cazas, herido: Semión Jarlamov

[Kharlamov], a quien encontró sentado en un tocón, leyendo


la famosa novela El Don apacible, de Mijail Sholojov

[Sholokhov]. Popova realizó 852 misiones de combate y

recibió igualmente, de manos de Rokosovski, una medalla

como heroína de la Unión Soviética. Tras una larga serie de

coincidencias, también Jarlamov fue designado héroe de la

nación aquel mismo día.-15

En cuanto a la propia Raskova, falleció en un accidente


aéreo muy temprano, en enero de 1943, y fue enterrada en

los muros del Kremlin. Pero sus regimientos brillaron a lo

largo de la guerra. Fueron empleados en la misma clase de

misiones que los hombres, sin ninguna diferencia. Dos de

ellos terminaron siendo regimientos de guardias, y al menos

33 de sus aviadoras, entre pilotos y navegantes, fueron

condecoradas como heroínas de la Unión Soviética.-16 El

588.º regimiento de bombardeo nocturno entró en la

leyenda: la gallardía de las pilotos y navegantes que

cruzaban con sus frágiles aparatos las líneas alemanas, a

veces realizando ocho o nueve salidas en una sola noche,

atrapó como un imán la imaginación pública. Los alemanes

las llamaban «las brujas de la noche», con un nombre que

hizo mella y terminó convirtiéndose en un apelativo

afectuoso. Se filmaron al menos dos largometrajes

destinados a relatar sus hazañas.-17 En 1943 el 588.º

regimiento cambió su nombre por el de 46.ª división de

guardias (Taman). En el curso de la guerra perdió a 31

personas: el 27 por 100 de su tripulación total.-18 La

división terminó la guerra en Berlín, donde sus miembros

añadieron su mensaje personal a las pintadas repartidas por


las paredes del Reichstag, el Parlamento alemán: «¡Hurra! El

46.° regimiento femenino de guardias ha volado hasta la

misma Berlín. ¡Larga vida a la Victoria!».-19 Popova y

Jarlamov, que se encontraron de nuevo en Berlín el día

posterior a la victoria, añadieron su propia firma: «Nadia

Popova, de la cuenca del Don. S. Jarlamov, [del Saratov». La

pareja contrajo matrimonio poco después.

En las fuerzas armadas, las mujeres eran recibidas a

disgusto por los oficiales comandantes, en tanto en cuanto

no demostraban de qué eran capaces al entrar en acción. El


ejército estaba mal preparado –y con frecuencia, mal

dispuesto– a proporcionar lo necesario para el alojamiento,

las instalaciones sanitarias y la atención médica requerida

por las soldados. La organización de la defensa aérea de

Moscú fue una de las pocas honrosas excepciones: ofrecía

consejo médico, «salas de higiene» atendidas por auxiliares

técnicas sanitarias y un abastecimiento extraordinario de

jabón y algodón hidrófilo.-20

Había otros peligros evidentes. En palabras de un

comandante: «Habéis escogido luchar, muchachas.

Estupendo, pero no hagáis nada más. Ni se os ocurra


rebajaros». Había quien consideraba el embarazo como una

quiebra de la disciplina militar. Pero en buena medida, todo

ello era hipocresía. El sexo, en la Unión Soviética, estaba

rodeado por un gazmoño silencio oficial que llevaba a los

extranjeros a creer –incorrectamente– que los rusos eran

más puritanos en su conducta, de algún modo, que las

decadentes sociedades occidentales. Desde luego, la

realidad era otra. Como en todos los países en guerra, las

perturbaciones bélicas provocaron la rotura de muchas

relaciones establecidas y el nacimiento de muchas otras, con

frecuencia transitorias. Muchas mujeres prestaron sus

servicios en las fuerzas armadas rojas –como médicos,

enfermeras, operadoras de radio, burócratas, soldados de

las unidades de combate– y surgieron muchas relaciones

entre ellas y los oficiales superiores; a veces,

voluntariamente, y otras veces, no tanto. Galina Dokutovich,

la navegante del 588.° regimiento de bombardeo nocturno,

comentó con amargura:

Todo lo que me rodea es tan repulsivo... ¡Incluso los

mejores comandantes ya entrados en años son unos

pervertidos sin vergüenza! Es verdaderamente terrible y


absurdo el modo en el que se pueden combinar en una

misma persona las mejores y las peores cualidades.-21

En el otoño de 1941, en el momento culminante de la

batalla de Moscú, se asignó a Zhukov a la teniente Lidia


Zajarova [Zakharova] como médico personal. Se convirtió en

su amante y permaneció a su lado hasta mucho después de

acabada la guerra. Lo dejó cuando él fue destinado a

Sverdlovsk a principios de los años cincuenta y se emparejó

con Galina Semënova, quien a la postre se casaría con

Zhukov, en las terceras nupcias de este.-22 Pero eso no

impidió al mariscal enviar una nota furiosa, en febrero de

1945, a uno de sus subordinados, el distinguido comandante

de blindados general Katukov:

Me han llegado noticias ... de que el camarada Katukov

se ha quedado con los brazos cruzados: que no dirige al

ejército, que lo único que hace es sentarse en casita con

cierta mujer y que la hembra con la que convive obstruye su

labor. No organiza las operaciones del cuerpo y el ejército,

razón por la cual su ejército ha fracasado en sus empeños

recientes. Le exijo ... que esa mujer sea apartada acto

seguido de Katukov. Si no se hace como digo, haré que la


expulsen los órganos del SMERSH [departamento de

contrainteligencia de la NKVD]. Katukov debe proseguir con

su trabajo. Y si de esto no extrae las consecuencias

necesarias, ordenaré lo sustituyan por otro comandante.-23

Los menos comprensivos denominaban a estas mujeres

«servidoras de campaña» (Pokhodnopolevie Zheny o PPZh).

Konstantin Simonov escribió un poema más compasivo, en

el que contrastaba el destino de la esposa legal de un oficial

fallecido en el frente –que disfrutaba de su gloria y de una

pensión con la que criar a sus hijos– con la suerte de su

antigua amante de campaña, que luchaba por sacar

adelante a su hijo en un ambiente de sórdida pobreza. Es un

poema sentimental y, para las costumbres modernas,

políticamente un tanto incorrecto. Pero no ha perdido el

poder de llamar la atención de las mujeres rusas.-24

La vida no estaba demasiado bien organizada para los

soldados de a pie, por lo que estos aprovechaban sus

oportunidades allí donde aparecían. En cierta ocasión, la

sección de Anatoli Cherniaev se encontraba en situación de

reserva, a seis millas [casi diez kilómetros] por detrás del


frente. Había una hilera de cabañas en el campo inmediato,
habitadas por muchachas del pueblo, que espigaban por

entre los sembrados del año anterior. Los soldados se

echaban sobre ellas a plena luz del día y las violaban allí

mismo o, cuando eran más tímidos, las arrastraban a los

arbustos vecinos.

Un joven teniente sacó a una chica de una de las

cabañas y comenzó a acosarla. Ella se negaba y empezó a

gritar. Otra chica saltó sobre la espalda del oficial y comenzó

a pegarle en la cabeza, gritando: «¡Hijo de puta! ¡Déjala en

paz! ¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Para ahora

mismo!». Al mismo tiempo se santiguaba y rogaba a Dios

que la perdonara como alma pecadora. El teniente no le

hacía caso. Una tercera muchacha, entre gritos e insultos,

intentó apartarlo estirándole de los pies. Al final el agresor

fue rescatado por unos soldados de paso y huyó como pudo,

sujetándose los pantalones desabrochados.-25

Sin embargo, en aquellos primeros días de guerra el

problema principal era lidiar con los muchos miles de

moscovitas que querían alcanzar el frente como fuese. El 4

de julio de 1941, la NKVD decidió reclutar 25 divisiones de

voluntarios, una por cada uno de los raioni o distritos de


Moscú. Doscientos mil voluntarios con edades comprendidas

entre los diecisiete y los veinticinco años fueron movilizados

en la propia Moscú, y otros setenta mil en la región

capitalina. Cada distrito debía organizar asimismo un

regimiento de reserva, que proporcionara reemplazos para

las bajas. De los detalles prácticos se encargaría una troika

formada por el secretario del Partido en el raion y

representantes de la NKVD local y del VoenKomat (oficina de

reclutamiento).

Los comandantes de división y regimiento, así como los jefes

de sus estados mayores, serían soldados de carrera.

También fueron algunos soldados regulares quienes

quedaron al cargo de regimientos y batallones. Los

comandantes de compañía eran, por lo general, cadetes. Los


comandantes de cada sección eran elegidos por los propios

voluntarios, y solían carecer de toda experiencia militar. En

cuanto a los comisarios políticos, procedían de los comités

del Partido de cada raion.-26

En un primer momento, se pensaba alojar a los

voluntarios en escuelas, clubes y edificios similares.

Correspondía a las autoridades municipales la


responsabilidad de dotarlos de vehículos de cuatro ruedas,

motocicletas y bicicletas, las herramientas precisas para las

trincheras, macutos, cazos y platos de campaña.-27 El

suministro de armas y municiones dependía del distrito

militar de Moscú. Su salario sería reflejo del que percibían en

los tiempos de paz. Las futuras viudas cobrarían las

pensiones medias, según la costumbre habitual.-28 Para

algunos, estas ventajas financieras y la perspectiva de

contar con la manutención sufragada por el gobierno eran

razones suficientes para presentarse como voluntarios.

Algunos de los reclutas de Pavlovski Posad, una ciudad de la

región de Moscú, entendieron que las autoridades del raion

habían prometido que no servirían en el frente, sino que

realizarían tareas de apoyo, no lejos de sus casas, como por

ejemplo la construcción de obras defensivas, la custodia de

emplazamientos militares o la persecución de saboteadores.

Cuando se enteraron de que los voluntarios estaban

ocupando varios vagones de tren en la estación, Klavdia

Markina, una maestra, se fue a ver a su marido, Vasili.

Caminaba nerviosa, recorriendo la sala arriba y abajo. «Nos

han engañado -decía-. Nos están mandando al frente».


Viktor Laskin, obrero de la fábrica locomotriz de

Kolomenskoe, también lamentaba ante su mujer que los

habían engañado; sirvió con muchos de sus compañeros de

trabajo en la 8.ª división de voluntarios (Krasnaya Presnia),

de tan fatídico destino.-29

Aunque quizá no habían comprendido en todo su

alcance la gravedad de la situación a la que se estaban

prestando, la mayoría de los reclutas eran voluntarios

genuinos. Sin embargo, otros se unieron de resultas de la

intensa presión ejercida por los oficiales del Partido,


excesivamente celosos y ansiosos por elevar sus números.

Se forzó el alistamiento de algunos especialistas que habrían

resultado de más utilidad si hubieran podido permanecer en

sus labores civiles. Los estudiantes de Medicina eran

alistados como soldados rasos, aunque en su caso, en la

mayoría de ocasiones, fueron licenciados de nuevo en julio

para que terminaran sus estudios y pudieran servir como

médicos del ejército. Sin consultar a las autoridades

militares, el Komsomol llamó a filas a hombres que ya

estaban sujetos al servicio militar, de modo que numerosos

soldados que ya prestaban sus servicios en alguna de las


divisiones de voluntarios –o incluso que habían fallecido en

combate– fueron reclamados luego por el ejército regular y

denunciados como desertores cuando no aparecían. También

hubo quien fue reclutado a pesar de contar con eximentes

médicos. Circulaban rumores, incluso, de auténticos raptos

en las calles.-30

Dada la celeridad con la que todo se hizo, no es de

extrañar que el proceso de alistamiento fuera caótico. Los

cuarteles de la 18.ª división (Leningrado) estaban en el hotel

Sovietskaya, en la carretera de Leningrado, un edificio

ampuloso, de arenisca roja en estilo neoclásico, donde en

circunstancias más normales solían alojarse los gerifaltes de

visita en la ciudad. Estos voluntarios venían de la fábrica de

relojes n.° 2 y de la academia de aviación Zhukovski, en el

palacio Petrovski. Había profesores de los institutos locales

de educación superior y alumnos de las clases más altas de

las escuelas locales. Un maestro de la Academia de Arte se

presentó voluntario junto con toda su clase; poco antes de

terminar la guerra, uno de los pupilos, Mijail Volodin, fue el

encargado de salvar las pinturas del museo de Dresde. -31

Los oficiales principales de la nueva división eran, en su


mayor parte, soldados profesionales y maestros de las

academias militares, con alguna experiencia de combate, en

ocasiones a las órdenes de Zhukov en la guerra ruso–

japonesa de 1939. Los oficiales más jóvenes acababan de

salir de sus academias de instrucción. A un joven teniente al

cargo de una sección anticarro se le entregaron dos cañones


capturados al enemigo, cada uno de ellos con dos bombas:

era la primera vez que él o sus soldados veían tales armas.

Pero el 8 de julio, la división había logrado reunir a casi siete

mil hombres. Fueron alojados, provisionalmente, en la

escuela y los clubes del raion de Leningrado.

El estado mayor de la 8.ª división de voluntarios

(Krasnaya Presnia), a las órdenes del general de brigada

Skripnikov, se reunió en un edificio de la calle de Herzen

[antigua calle de Bolshaya Nikitskaya], en las inmediaciones

del conservatorio. Los voluntarios se alistaban en tres de las

escuelas del distrito; procedían de todos los rincones del

raion, del Instituto de Derecho y del Teatro de la Revolución;

más de un millar, de la Universidad de Moscú.-32 También

cuatrocientos obreros de la Trëjgorka se presentaron

voluntarios.-33 Dos de los maestros de la escuela n.° 110,


Iván Kuzmin y el catedrático de Química Vainstain, se

ofrecieron libremente junto con varios de sus alumnos.

Kuzmin murió en combate.-34

En el raion moscovita de Kiev, donde se estaba

formando la 21.ª división, se presentaron trescientos

voluntarios de los estudios cinematográficos MosFilm.

Muchos llevaron cámaras consigo y realizaron un diario de

las trincheras a lo largo de la guerra. Vasili Ponomarëv, que

justo había terminado el noveno curso en la escuela n.° 56,

se ofreció para la división junto con veintinueve de sus

compañeros de estudios y el director de la institución. El

futuro comandante de su sección, Zastrovski, fue

acompañado por varios de sus colegas del teatro Vajtangov

[Vakhtangov].-35

El 5 de julio se habían formado doce divisiones. Cada

una se conocía por un número más el nombre del raion en la

que había nacido. En total, las doce divisiones contaban con

más de sesenta y ocho mil soldados y casi diez mil

quinientos oficiales y suboficiales. Era un logro muy notable,

aunque por debajo del objetivo de doscientos mil reclutas,

que había fijado el GKO.


Durante los primeros días, los hombres recibieron

instrucción en sus mismos centros de reclutamiento, las


escuelas e institutos técnicos de sus distritos de origen. Pero

al cabo de poco se desplazaron al campo, para aprender

cuestiones de táctica elemental. Sus mujeres y madres los

vieron partir al son de la música militar. Iban vestidos con lo

que habían podido encontrar, con mochilas, sacos, maletas y

maletines, con botas o con zapatos, algunos incluso con

sandalias. Cuando llegaron a los campamentos muchos se

desmayaron en sus puestos de simple inanición. Setecientos

hombres de la 18.ª división (Leningrado) tuvieron que ser

enviados a casa por razones médicas; en la 2.ª división

(Stalin) se descartó a tres mil quinientos.-36 En aquellos

días iniciales, las divisiones de voluntarios no tenían ni

uniformes como tales ni armas adecuadas. Cuatro divisiones

fueron armadas con rifles polacos de cuya munición no se

podía disponer; otros manejaban antiguos rifles franceses.

Dos divisiones contaban con morteros, piezas de artillería y

ametralladoras asimismo francesas. En general faltaban

rifles, municiones, abrigos y vehículos. Fidelman, de la 9.ª

división (Kirov) se quejaba así:


Nos dieron rifles viejos, extranjeros, de varios modelos,

y municiones capturadas al enemigo, que no siempre nos

valían. Los comisarios y los comandantes utilizaban

revólveres Colt, de tiempos de la guerra civil. Había

proyectiles para los cañones, pero no cañones; nos

prometieron que llegarían más adelante.

Los siete mil hombres de la 18.ª división de voluntarios

(Leningrado) tenían veintiuna ametralladoras, menos de

trescientos rifles, un centenar o así de pistolas y revólveres

y algunos miles de granadas y cócteles molotov.

Una gran parte del día de un voluntario –una jornada

agotadora– se dedicaba no a la instrucción militar, sino a la

excavación de trincheras y zanjas anticarro. Mitrofan

Merkulov, de la 2.ª división (Stalin), escribió a su madre el

19 de julio:

Mamá, no tengo tiempo para nada. Estamos todo el día


de instrucción. Nos levantamos a las cuatro de la madrugada

y no nos vamos a dormir hasta las once en punto de la

noche. Te escribo esta carta encima de una caja repleta de

rifles. Ahora ya nos han dado nuestros rifles y todo lo

demás. Todos tenemos ya uniformes. -37


En la 8.ª división de voluntarios (Krasnaya Presnia)

figuraba un número inusualmente elevado de escritores,

músicos e historiadores. Los escritores quedaron agrupados

en la 3.ª compañía del 1.er batallón del 24.º regimiento de la

división. Muchos eran ya autores reputados, miembros de la

Unión de Escritores; otros no habían despegado aún en sus

carreras. Algunos estaban en la veintena, y los había

mayores.

Pavel Balkin, por ejemplo, había sido miembro del

Partido Bolchevique desde 1903 y había tomado parte en la

revolución de 1905.-38 Viktor Rozov era actor en el Teatro

de la Revolución; una vez terminada la guerra escribió el

guión de una película de éxito internacional, Cuando pasan

las cigüeñas (Letyat Zhuravli). Aleksandr Bek, uno de cuyos

antepasados fue hecho llamar desde Dinamarca por Pedro el

Grande, para organizar el primer servicio postal de Rusia,

había luchado en la guerra civil y llevaba un ejemplar del

libro De la guerra de Carl von Clausewitz donde quiera que

iba.-39 Su fama se cimentaba en la redacción de

documentales basados en entrevistas muy amplias, que le

resultaron de gran utilidad cuando se puso a escribir su obra


maestra, La carretera de Volokolamsk, en la que describe la

lucha por Moscú, en los últimos meses de 1941. *1-*1 En

aquellos primeros días, sin embargo, adquirió rápidamente

otra reputación: la de ser el «buen soldado Schweik» de la

3.ª compañía, un bromista notorio y desaliñado hasta el

extremo: «Calzaba unas botas enormes, cuyas polainas

desabrochaba y arrastraba por los suelos; un uniforme gris,

y lo más absurdo de todo: una gorra de camuflaje, que se

ponía como una boina... ¡Eso por no hablar de sus gafas!».-

40 Como algunos otros de los escritores más conocidos, Bek

fue retirado de la división antes de que empezara a luchar,


para destinarlo a la función de corresponsal de guerra.-41

Quizá el más joven de los miembros de la 3.ª compañía –la

que, inevitablemente, ha pasado a la historia como la

«compañía de los escritores»– era Vera Dëmina, que fue

aceptado aun a pesar de ser menor de edad y, con el paso

del tiempo, fue escogido presidente de la asociación de

veteranos de los pocos supervivientes de aquella división.-


42
También doscientos cincuenta músicos, entre personal

y alumnos del conservatorio, se unieron a la división,

atendiendo a la petición del vicerrector, Abram Diakov.

Quedaron integrados en la 2.ª y 3.ª compañías del 1.er

batallón. -43 Entre los voluntarios figuraban el violinista


David Oistraj [Oistrakh] y el pianista Emil Gilels. El oficial de

reclutamiento de la división, el capitán Saraev, un biólogo

con experiencia militar previa, asumió la responsabilidad de

enviar de regreso a treinta de los músicos, para que

completaran sus estudios y sobrevivieran a la guerra.-44

Pero Diakov seguía con los siete mil quinientos hombres de

la división cuando fue cercada y destruida a las afueras de

Viazma, en octubre. Uno de los pianistas más dotados de su

generación –aún pueden conseguirse algunas de sus

grabaciones, Diakov no regresó nunca y murió ora con los

partisanos, ora en algún campo alemán de prisioneros de

guerra.

Lev Mishchenko estaba estudiando Física cuando

empezó la guerra. Su origen era poco prometedor: su


abuelo ucranio se había enfrentado al régimen zarista y sus

padres fueron fusilados por los rojos durante la guerra civil

rusa. Pero aun así logró acceder a la Universidad de Moscú

en 1935, donde se inscribió en Ciencias Físicas, encontró a

su futura mujer, Svetlana, y se convirtió en miembro

ortodoxo del Komsomol. Se presentó voluntario en los

primeros días de la guerra. Según recordaba:

En total fueron cincuenta los estudiantes de la facultad

de Física que se unieron a la división Krasnaya Presnia.

Muchos de los otros voluntarios de la división eran

profesores, catedráticos o científicos del observatorio de


Krasnaya Presnia y las fábricas locales. Muchos carecían de

toda experiencia militar. Algunos de mis camaradas y yo nos

habíamos titulado como comandantes de sección a través

del programa universitario de instrucción militar a tiempo

parcial, y se nos asignaron los puestos de mando

secundarios de la nueva división. Pero a casi ninguno nos

dieron puestos que cuadraran con nuestras especialidades.

Yo estaba al cargo de los suministros. Dos de mis

compañeros de la facultad de Física, que se habían

entrenado como observadores aéreos, fueron enviados como


soldados rasos a una sección de comunicaciones. Nadie

prestó atención alguna a nuestras protestas.

Muchos de los miembros más jóvenes de la división

Krasnaya Presnia se acababan de licenciar por la facultad de

Historia de la Universidad de Moscú. Moisei Ginzburg,

Aleksandr Ospovat, Yakov Pinus e Igor Savkov fueron

asignados al regimiento de artillería de la división, y a

Ginzburg y Pinus se les dio el mando de un cañón a cada

uno. Comenzaron la instrucción fuera de Moscú, y vivían en

cabañas construidas por ellos mismos. Hacia finales de julio

tuvieron que recorrer a pie treinta millas [unos cincuenta

kilómetros] hasta otro campo, doblados por el bulto de sus

rifles y sus pesadas mochilas y con los pies ampollados por

la falta de práctica. En su nueva ubicación fueron alojados

cómodamente en una amplia casa rural; les dieron los

uniformes, pantalones de montar y una guerrera que al

principio vistieron con extrañeza y vergüenza. Se

acostumbraron al manejo de los cañones y las unidades de

Ginzburg y Pinus fueron elogiadas por su rendimiento. A

mediados de agosto sufrieron su primera baja: uno de los

comandantes de la batería falleció al ser alcanzado por una


bala perdida de unas prácticas de infantería cercanas. En

septiembre, con la llegada de las lluvias, se les entregaron

caballos con los que arrastrar los cañones por lodos cada vez

más intransitables. No tenían ninguna costumbre de

manejar animales, por lo que tuvieron que aprender a

tratarlos desde cero. Moisei Ginzburg escribió a su novia

Galina Rashkovskaya que, por ser comandante de un cañón,


le habían dado un caballo propio. Esperaba con ansias la

posibilidad de llevar sable y espuelas, pero a los pocos días

ya se había caído de la nueva montura en dos ocasiones.

Cuando aprendieran a cabalgar con soltura, le explicó a

Galina, los trasladarían al frente, a una de las zonas más

tranquilas de la Línea.-45

La 5.ª división (Frunze) acogió a un número de

intelectuales aún mayor que la 8.ª (Krasnaya Presnia).

Abram Gordon se hallaba completando sus estudios en el

Instituto Pedagógico Estatal cuando estalló la guerra;

entonces les entregaron los diplomas a toda prisa, para

mostrarles que las clases habían terminado. El 4 de junio

fueron convocados a un encuentro del comité del Komsomol

del raion de Frunze, donde se los invitó a incorporarse a la


nueva división. Se presentaron voluntarios con entusiasmo,

con la firme esperanza de que los alemanes serían

derrotados con prontitud.

El 9 de julio, la 5.ª división se desplazó a un campo de

instrucción situado a veinticinco millas [unos cuarenta

kilómetros] de Moscú, con la artillería tirada por caballos.

Gordon nunca había caminado tanto; a lo sumo, nueve o

quizá diez kilómetros. Le costó horrores llegar al

campo y lo hizo con los pies llagados por las ampollas. Les

entregaron rifles polacos, sin munición, y camisas negras

que recordaban sobremanera al vestuario de los fascistas

italianos. De hecho, su aspecto era tan grotesco que uno de

ellos fue confundido con un espía alemán por una

muchedumbre de ancianas que aguardaban a las puertas de

una panadería y tuvo que ser rescatado, no sin dificultades,

por sus camaradas.

Gordon había sido asignado a la compañía de

reconocimiento de la división. El y sus compañeros

recibieron caballos, pero al igual que Moisei Ginzburg,

tampoco había montado nunca. Los instruyó sin miramientos

un oficial de reserva, el teniente Kovalenko, que los hacía


cabalgar a pelo hasta que sangraban. Lo cierto es que

aprendieron muy pronto y, una vez se vieron inmersos en la

acción bélica, Gordon daba gracias de haber podido contar


con aquella instrucción tan eficaz.

Fueran cuales fuesen los planes de los líderes del país

para dejar a las divisiones de voluntarios todo el tiempo

necesario para una instrucción correcta, pronto se vieron

superados por los acontecimientos, con el continuado avance

de las tropas alemanas. El 16 de julio el GKO ordenó que se

construyera una línea defensiva en Mozhaisk, cuya

guarnición estaría integrada por un nuevo «frente de

reserva» compuesto por cinco divisiones de la NKVD y diez

divisiones de voluntarios organizados en dos ejércitos (32.°

y 33.°) de cinco divisiones cada uno. -46

Por estas fechas, a mediados de julio, Konstantin

Simonov se topó con ellos, cuando todavía iban apenas

armados y vestidos con ropas de civil:

En el pueblo siguiente nos encontramos con unidades

de una de las divisiones de voluntarios de Moscú, al parecer

la 6.ª [la división Dzerzhinski]. Recuerdo que en aquel

momento me produjeron una impresión funesta. Más tarde


me di cuenta de que era el momento en el que las divisiones

reclutadas con urgencia en el mes de julio estaban entrando

en acción para cerrar los huecos, porque había que enviar a

alguien –a quien fuera, a cualquier precio– para conservar

las líneas que los ejércitos de reserva estaban organizando

más al este, más cerca de Moscú, que si no habrían sido

hechas pedazos por los alemanes.

Había buenas razones para hacerlo así, pero en

aquellos momentos me resultaba difícil de asimilar. Pensaba:

¿no tenemos acaso más reservas que las de estos

voluntarios, vestidos de cualquier manera y armados a duras

penas, con un rifle por cada dos hombres y una

ametralladora?

En su mayor parte no eran jóvenes: tendrían cuarenta

o cincuenta años. Marchaban a pie sin vagones de

suministro, sin el apoyo normal en cualquier otra división o

cualquier otro regimiento; a efectos prácticos, como

hombres desnudos, sobre una tierra desnuda. Los uniformes

eran guerreras de segunda o tercera mano, algunas de las

cuales se habían teñido de azul. Sus comandantes tampoco


eran jóvenes, sino reservistas que no habían prestado
servicio en muchos años. Todos ellos necesitaban aún de

mucha instrucción y formación para llegar a asemejarse a

unos soldados.-47

Las divisiones de voluntarios fueron reorganizadas

como divisiones de infantería regular, con todo el

complemento habitual de artillería, cañones antiaéreos,

ingenieros, radiotelegrafistas y equipo médico.-48 A finales


de agosto los voluntarios recibieron uniformes adecuados y

prestaron el juramento militar; asimismo se entregó a cada

división su bandera de combate, en el marco de una

ceremonia de gran solemnidad. En aquellas fechas la 18.ª

división (Leningrado) había reunido a casi once mil hombres,

lo usual para una división soviética. Y por fin disponían de

rifles para, por lo menos, las tres cuartas partes de sus

hombres. También contaban con ciento y pico cañones

pesados automatizados, la versión rusa del cañón Maxim

montado sobre dos ruedas pequeñas, con un escudo de

metal para proteger al artillero. Contaban incluso con un

número razonable de cañones antiaéreos, cañones de

campaña y morteros, así como con catorce radios y una

variopinta colección de coches, camiones, tractores y otros


vehículos.-49

Pero cuando se trasladaron a sus nuevas posiciones

durante el mes de agosto, muchas de las divisiones no

habían resuelto aún las carencias de hombres y

equipamiento. Las más afortunadas viajaban en tren. El

resto debía recorrer a pie el camino, a un ritmo de unos

cuarenta kilómetros al día, sometidos casi siempre al ataque

de los bombarderos alemanes. Marchaban por igual bajo el

calor del día que en el frescor de la noche, acosados por la

sed, puesto que los pozos de los

pueblos por los que pasaban se habían secado. Adoptaron

posiciones defensivas en los alrededores de Viazma y

volvieron a centrar su actividad en la instrucción y la

excavación de trincheras y refugios subterráneos.

Lev Mishchenko ha descrito el modo en el que la 8.ª

división (Krasnaya Presnia) fue a la guerra:

No tuvimos uniformes que merecieran ese nombre

hasta que nos enviaron al frente. Al principio nos armaron

con rifles capturados durante las campañas de Polonia y los

países bálticos. Mi batallón solo disponía de dos camiones,

muy castigados, que se averiaban sin cesar. Marchábamos


por la noche y, tras un breve descanso, realizábamos

durante el día la instrucción militar y política. A mí, en un

principio me enviaron de vuelta a Moscú para obtener

suministros para la división. Cuando estábamos más cerca

del frente me dijeron que se había ordenado a las granjas

colectivas locales que nos entregaran los alimentos

necesarios. Me recorrí más de una veintena de granjas, pero

ninguna tenía excedentes que darnos. De hecho, no es que a

los granjeros les faltara solo la carne: es que tenían que

preparar el pan usando patatas, y no harina. Ni siquiera sus

niños veían la leche. Todo se había entregado al Estado. Era

un enorme contraste con toda la propaganda que nos habían

vendido sobre los campesinos felices de las prósperas

granjas colectivas. Mis hombres, que pasaban hambre, se

limitaron a requisar los alimentos de las granjas que

veíamos a nuestro paso. Al principio me remordía la

conciencia, pero en la práctica no teníamos otra elección y

terminé reconciliándome con lo que venía a ser, a fin de

cuentas, un saqueo.

Yo me había creído lo que me habían explicado sobre

las capacidades de combate del Ejército Rojo y tenía, por


tanto, la confianza de que la guerra acabaría pronto. Pero en

nuestra marcha pude observar el estado de los campos

rusos con mis propios ojos y averiguar lo que de verdad

estaba pasando en las batallas de la frontera. Nuestros

comisarios políticos continuaban dándole a la cháchara de la

superioridad del sistema soviético y su invencible Ejército

Rojo. Afirmaban que los tanques alemanes se estaban

quedando sin combustible y que sus soldados iban tan mal

pertrechados que robaban los fusiles a los rusos muertos en

combate. Eran mentiras inútiles.-50

A medida que marchaban penosamente hacia sus

posiciones finales, por rutas que no habían sido

adecuadamente exploradas y hacia un enemigo cuya fuerza

y posiciones desconocían, los hombres de la 8.ª división de

voluntarios (Krasnaya Presnia) hallaron los caminos

totalmente bloqueados por los refugiados: gentes, ganados,

carros, una impenetrable muchedumbre de personas que

huían de los alemanes. Sus comandantes tampoco tenían

una idea más clara de lo que estaba pasando. Uno de ellos

preguntó a un general de cuatro estrellas dónde podía

reunirse con su división; el general le respondió: «Joven, ni


siquiera sabemos dónde están nuestros ejércitos, así que no

me hable de nuestras divisiones».-51

A finales de septiembre las divisiones de voluntarios ya

no eran la harapienta y variopinta masa de las leyendas

posteriores; ya no eran un grupo de civiles sin instrucción ni

apenas armas, arrojados sin reparo a la trituradora de carne

alemana, capaces de morir con gallardía, pero no de

combatir. Cinco de las divisiones que sobrevivieron a la

mortífera ronda de combates de octubre se acabaron

convirtiendo en divisiones de guardias y situándose, por

tanto, entre la élite del Ejército Rojo.-52 Por entonces ya

habían recibido buena parte de los pertrechos que

necesitaban y su aspecto empezaba a asemejarse al de una

auténtica fuerza de combate: en muchos sentidos, no eran

en absoluto peores que algunas de las formaciones mal

pertrechadas y mal entrenadas que se estaban espigando

para el ejército regular. Sin embargo, no es menos cierto

que faltaba mucho por hacer. El general Vashkevich,

comandante de la 2.ª división (Stalin), escribió años más

tarde que el rendimiento de su división en combate quedó

muy mermado por las carencias de armamento antiaéreo,


equipos de radio, tractores e incluso caballos con los que

transportar los cañones.-53 El comisario de la 9.ª división

(Kirov), un oficial profesional, creía que sus hombres

necesitaban tres meses más de instrucción antes de ser

considerados verdaderos soldados.-54

En 1940, los británicos pudieron juntar, no sin muchas


dificultades, una heterogénea agrupación de voluntarios

para la defensa nacional, que debían enfrentarse con su

entusiasmo a una invasión alemana.

Han pasado a la leyenda como Dad's Army (el «ejército

de papá»). *2-*2 Es difícil saber cómo habrían rendido en

unos eventuales combates que nunca llegaron a ponerlos a

prueba. Las divisiones de voluntarios de Moscú eran mucho

mejores; pero a diferencia del «ejército de papá», estaban a

punto de luchar a muerte contra los alemanes.


NOTAS
CAPÍTULO 6

1. Yuri Averbaj: entrevista, 26 de marzo de 2002.

2. Viktor Merzhanov: entrevista, 2 de febrero de 2002.

3. Anatoli Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov:

Stranitsy Biografii, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, pp. 95-96.

4. James Riordan: Sport in Soviet Society: development

of sport and physical education in Russia and the USSR,

Cambridge University Press, Cambridge, 1977, p. 155.

5. E. Vorobiëv, en Yuri. Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, Moskovski Ravochi, Moscú, 2000, p.

107; B. Fischer: «Preparing to Blow Up the Bolshoi Theatre»,

International Intelligence History Association Newsletter, 7

(2), invierno de 1999 (en

<www.intelligence-history.org/newst-7-2[.htm]>).

6. Yevgueni Teleguev, entrevistas de 24 de marzo de

2002 y 11 de febrero de 2003.

7. Amnon Sella: The Value of Lift in Soviet Warfare,

Routledge, Londres, 1992, p. 62.


8. Tatiana Milkova, entrevista, 26 de mayo de 2002.

9. Liubov Vostrosablina, entrevista, 26 de mayo de

2002.

10. Praskovia Sergeeva, entrevista, 26 de marzo de

2002; Yuri Averbaj, entrevista, 26 de marzo de 2002.

11. Yelena Volkova, entrevista, 6 de octubre de 2004.

12. Este relato de la carrera de Raskova y del

regimiento aéreo femenino se basa en Reina Pennington:

Wings, Women, and War.. Soviet Airwomen in World War II

Combat, University Press of Kansas, Lawrence, 2001, p. 31.

13. Galina Dokutovich murió el 1 de agosto de 1943,

seis meses después de escribir estas notas; véase Ye.

Seniavskaya [Senyavskaya]: 1941-1945 Frontovoe

Pokolenie, Moscú, 1995, p. 184.

14. I. Filatov, artículo sin título en

<region.utmn.ru/raz[.htm]>.

15. Articulo sobre Popova en

<www.3-millenium.ru/index.php?rnl= 2&cont= 21 &cer=11

&page=popova> .

16. Pennington: Wings, Women, and War, p. 170.

17. Nebesny Tikhokhod (Tortuga celestial) en 1945 y V


Boi Idut Odni «Stariki» (Solo los veteranos pillan la acción)

en 1973.

18. Pennington: Wings, Women, and War, p. 88.

19. Filatov, <region.utmn.ru/raz[.htm]>.

20. John Erickson: «Soviet Women at War», en John y

Carol Garrard (eds.), World War 2 and the Soviet People,

Macmillan, Londres, 1993, pp. 50-76.

21. Galina Dokutovich, entrada de diario de 31 de mayo

de 1943 (Seniavskaya,1941-1945 Frontovoe Pokolenie, p.

184).

22. Boris Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfv i Padenie,

AST-PRESS KNIGA, Mosctí 2003, p. 433 y ss.

23. Sokolov: Georgi Zhukov: T riumf, i Padenie, p. 432.

24. Konstantin Simonov: «Syn» de Stikhi 1954 goda,

Moscú, 1954, p. 84. Estoy en deuda con Ludmila Matthews

por su análisis del poema.

25. Anatoli Cherniaev: Moya Zhizn i 117óe Vremya,

Moscú, 1995, p. 154.

26. N. Aleshchenko: Moskovskoe Opolchenie, Moscú,

1969, pp. 31, 33.

27. Aleksandr Kolesnik: Opolchenskie Formirovania


Rossiiskoi Federatsii v Cody Velikoi Otechestvennoi Voiny,

«Nauka», Moscú, 1988, p. 10.

28. V. Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh Gosudarstvennogo Komiteta Oborony,

Moscú, 2001, pp. 24-26.

29. D. Bekkerman, « Rasskazy o Pushechnom Myase»,

en <www.pavlovsky posad.ru/p_article_canonmeat[.htm] >.

30. A. Gordon: «l\,loskovskoe Narodnoe Opolchenie

1941 Goda Glazami Uchastnika», en Otechestvennaya

Istoria, 3, 2001; G. Popov: «Gibel Moskovskogo Narodnogo

Opolchenia», Nezavisimy Almanakh «Lobed», 248, 2 de

diciembre de 2001, en

<wvwv.lebed.com/2001/art2743[.htm]>.

31. V. Korneev: Ot Moskvy do Kenigsberga, ot

Opolchenia do Gvardii, Omsk, 1993, p. 58.

32. La cifra exacta era de 1.065, según un excelente

artículo de internet («Vos-maya Strelkovaya Divizia i

«Taifun», en <www.smo11941.narod.ru>), cuyo autor, por

desgracia, no menciona su nombre.

33. Ludmila Romanova y Klavdia Leonova, entrevistas,

6 de octubre de 2004.
34. Irina Goliamina, entrevista, 9 de diciembre de

2004.

35. Vasili Ponomarëv, entrevista, 26 de marzo de 2002.

36. Aleshchenko: Moskovskoe Opolchenie, p. 36.

37. Aleshchenko: Moskovskoe Opolchenie, p. 38.

38. B. Runin: « Pisatelskaya Rota», Novy Mir, 3, marzo

de 1985, pp. 95-123.

39. T. Bek: «"Volokolamskoe chaussee" kak put

Aleksandra Beka», en Do Svidania, alfàvit, Moscú, 2(105,

pp. 140-162.

*1. En español se editó como La carretera de

Volokolansk, de Alexandre Bek [sic], en versión de Enrique

de Joan, Planeta, Barcelona, 1966, según datos de la

Biblioteca Nacional. (N. del t. )

40. Runin: «Pisatelskaya Rota», p. 102.

41. Bek: «"Volokolamskoe chaussee" kak put Aleksandra Beka».

42. Vera Dëmina, entrevista, 6 de octubre de 2004.

43. Runin: «Pisatelskaya Rota», pp. 95-123.

44. G. Popov: Moskovsky Komsomolets, 266, 26 de

noviembre de 2001.

45. Misha Gefter (ed.): Golosa iz mira, kotoro ro uzh. e


net, Moscú, 1995, p. 61.

46. Orden del gko n.° 172 de 16 de julio, en Yuri.

Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony Postanovlyaet,

Moscú, 2002, p. 504.

47. Konstantin Simonov: Sto Sutok Voiny, « Rusich»,

Smolensko, p. 131.

48. Aleshchenko: Moskovskoe Opolchenie, p. 45.

49. Las cifras exactas eran: 6.345 rifles y carabinas,

1.266 rifles automáticos, 129 ametralladoras pesadas, 164

ametralladoras ligeras, 160 metralletas PPD, 28 cañones de

76 mm, catorce cañones antiaéreos de 37 mm, ocho obuses

de 122 mm, 18 morteros de 82 mm y 81 morteros de 50

mm. Se toman de Korneev: OtMoskvy do Kenigsberga, ot

Opolchenia do Gvardii, p. 31.

50. Lev Mischenko, entrevista, 18 de noviembre de

2004, y memorias manuscritas.

51. « Vosmaya Strelkovaya Divizia i «Taifun».

52. Aleksandr Sandrikov, entrevista, 26 de marzo de

2002.

53. Aleshchenko: Moskovskoe Opolchenie, p. 38.

54. Aleshchenko: Moskovskoe Opolchenie, p. 43.


*2. Por el nombre de una serie televisiva de la BBC,

que retrataba con humor las peripecias de estos aprendices

de soldado ya entrados en años. (N. del t.)


7
MOVILIZACIÓN DE LAS MASAS

El gobierno soviético poseía una gran experiencia en lo que

respectaba a trasladar a grandes multitudes de un rincón a otro del

país. En la década de los veinte había deportado a muchos miles de


enemigos de clase tanto desde Moscú como desde Leningrado. En la

década siguiente deportó a millones de kulaks a Siberia y el Asia

Central. Sabía cómo organizar los horarios del ferrocarril y conseguir


todo el material rodante para los trenes. Le preocupaba poco la forma
en la que sus pasajeros involuntarios se alojarían o alimentarían en su
destino, por lo que muchos murieron a consecuencia de enfermedades,
malnutrición, agotamiento o la eventual brutalidad de sus guardianes.

Movilizar a números muy elevados de gente corriente para

objetivos gubernamentales comparativamente benignos era, además,

una característica normal de la vida cotidiana soviética. La gente era


convocada un día a la semana para dejar limpia la ciudad o una

semana cada otoño para colaborar en la cosecha. Eran movilizados con


las fanfarrias retóricas de las autoridades del gobierno nacional o
municipal; de los RaiKom y el Komsomol; de los comités del Partido en
las fábricas, las oficinas y las universidades; de los administradores de
la finca en la que vivían... Siempre se les repetían hermosas palabras
sobre la voluntariosa devoción con la que el pueblo estaba

construyendo el socialismo. Las autoridades de Moscú, por tanto,

gozaban ya de una larga experiencia al respecto cuando la guerra hizo


necesario desplazar a la población por toda clase de razones urgentes.

Movieron a los estudiantes y las mujeres para contribuir a las obras


defensivas. Evacuaron a personas selectas del ámbito de los obreros,
funcionarios, artistas, mujeres y niños al interior del país. Ayudaron al
ejército a reunir sus reclutas y enviarlos a los campos de instrucción
situados lejos de la ciudad, hacia el este.

Al cabo de unas pocas semanas –o incluso días– del ataque

alemán, las autoridades se dieron cuenta de que lo que parecía

inconcebible podría llegar a ser realidad: que la capital, Moscú, podía


estar en peligro. En consecuencia ordenaron la construcción de una

serie de obras grandiosas que esperaban permitieran defender a fondo


la ciudad. Se trataba de zanjas anticarro, trincheras y hoyos de

ocultamiento, posiciones fortificadas de hormigón y nidos de

ametralladoras, que se erigieron con la máxima urgencia. La mano de


obra fue aportada con frecuencia por civiles sin conocimientos, en

muchos casos mujeres, movilizadas en masa y forzadas a trabajar

durante doce o más horas al día, alojadas en condiciones de lo más

miserables y sometidas de forma regular a los bombardeos y la

artillería de los alemanes.

En junio y julio cerca de cincuenta mil estudiantes moscovitas –

mujeres, en muchos casos– fueron enviados a construir defensas en

las rutas de aproximación a la capital: en los alrededores de Roslavl,

Smolensko, Viazma [Vyazma] o Briansk [Bryansk], entre otros


lugares. Algunos venían de la universidad, del Instituto Pedagógico de
Moscú o del Instituto de la Energía. Las mujeres jóvenes del Instituto
de Medicina excavaban trincheras y ayudaban a cuidar a los niños que
eran evacuados. El Instituto Técnico Superior Bauman mandó a

trescientos estudiantes que colaboraron en la construcción de la línea


defensiva de Viazma. Marcharon como un batallón en formación y

tuvieron su primer contacto con la realidad de la guerra al pasar por la


pequeña ciudad de Sujinichi [Sukhinichi], al sudoeste de la ciudad, que
acababa de ser bombardeada. Los estudiantes del Instituto de

Ingeniería de la Construcción supervisaban las tareas de los menos

hábiles. -1

Anatoli Cherniaev estaba en su casa el 27 de junio cuando Kolia

[Kolya] Gauzner, compañero de estudios y activista del Komsomol, se


presentó para advertirle de que habría una reunión a las cinco en la
facultad de Historia: todos se marchaban a cavar trincheras anticarro.

Cherniaev pensó que se trataba de una broma, pero su abuela –no

había nadie más en la casa– rompió a llorar. La facultad estaba sumida


en la confusión. Cherniaev y sus camaradas –cerca de doscientos de

los cuales eran dirigidos por Misha Gefter, en virtud del puesto que
ocupaba en el Komsomol de la facultad– subieron a un grupo de

tranvías que los trasladó a la estación de Kiev, donde fueron

despedidos por las estudiantes.

El tren viajaba solamente tras la puesta de sol y estaban todavía

de camino cuando se extendió el rumor de que Stalin había

pronunciado un discurso en la radio. Aquella misma noche –3 de julio de 1941–


los descargaron en un campo, los organizaron de alguna

manera y marcharon a trancas y barrancas hasta llegar a un pueblo

bastante grande a la orilla del río Snopot, afluente del Desna, a unos
cuarenta kilómetros de Roslavl.

Allí permanecieron de brazos cruzados durante varios días. Al


final les dieron instrucciones de cavar a lo largo de la orilla una zanja
antitanque de tres metros de profundidad. Era un trabajo penoso, pero
a cambio la alimentación era buena: la corriente incesante de

refugiados, que conducía sus rebaños de ovejas, vacas y cerdos, les


proporcionaba leche y carne. En este momento Cherniaev se dio

cuenta de que, aparte de Gefter, nadie del Komsomol estaba en la

obra: los jóvenes comunistas de la Liga habían encontrado tareas más


interesantes. Al día siguiente de su llegada un chiquillo del pueblo
adyacente se ahogó en el río. En aquel momento, antes de que la vida
se perdiera fácilmente, pareció una tragedia.

Transcurridas un par de semanas, una unidad militar tomó

posiciones por detrás de su trinchera y comenzó a erigir una serie de


alambradas protectoras. Los aviones de reconocimiento alemanes ya

los sobrevolaban. Los estudiantes no fueron bombardeados, pero sí se


produjo una incursión aérea violenta a unos dos kilómetros de sus

puestos.

La atmósfera era cada día más opresiva. Los estudiantes veían

como los muchachos del pueblo se congregaban en la iglesia, cargaban


carros, recogían provisiones, cajas de madera y caballos y, en suma,
se preparaban para unirse a los grupos de partisanos refugiados en los
bosques. Por el norte y el oeste ya se oía el fuego de los cañones.

Cherniaev y algunos otros pidieron a Gefter rifles con los que poder
defenderse. Pero este, nervioso, no pudo acceder: ni estaba permitido
ni había rifles de más que pudieran repartir.

Cuando terminaron la trinchera los trasladaron en camiones a

una posición de retaguardia, a unos quince kilómetros de distancia.

Los cañones sonaban cada vez más cerca y todas las noches oían el
vuelo de las flotas de bombarderos con destino a Moscú. Los

estudiantes fueron trasladados otra vez, y otra vez más, incluso antes
de poder completar las trincheras. El fuego sonaba ya no solo más

cerca, sino en la propia retaguardia, según creían.

Y así fueron retirándose incesantemente hasta los primeros días

de septiembre. Un día los apelotonaron en un tren que regresó con

premura hasta la estación de Kiev, de donde habían partido más de

dos meses atrás. Cherniaev estaba furioso: los esfuerzos de decenas


de miles de estudiantes de Moscú se habían dilapidado groseramente.

Eran jóvenes, entusiastas, unidos por los lazos de la camaradería. La


mayoría había completado alguna clase de instrucción militar en la

universidad: en lugar de construir obras defensivas inútiles –que los


alemanes rodeaban sin más problema– deberían haberlos hecho

formar en destacamentos móviles de choque. Habría sido peligroso,

sin duda; pero a la postre fueron muchos los estudiantes que hallaron
la muerte en la guerra, luchando en unidades de segunda entre

soldados de instrucción casi nula, un marco en el cual nunca tuvieron


la oportunidad de mostrar su auténtica capacidad militar.

Además, solo se organizó el regreso a Moscú de los estudiantes

intermedios, de segundo, tercer y cuarto curso. Los de primer y quinto curso –


incluyendo a Gefter– se quedaron excavando más trincheras.

La mayoría fueron cercados por los alemanes y cayeron prisioneros o


muertos. Gefter luchó en los combates de los alrededores de Rzhev,

escapó al cerco enemigo y logró abrirse paso hasta Moscú. Los

alemanes estaban fusilando a todos los comunistas que capturaban,


por lo que Gefter tuvo la sensatez de destruir su carné del Partido. Sin
embargo, eso se consideraba una falta grave contra la disciplina del Partido –
casi una blasfemia– y Gefter fue castigado por su decisión:
fue obligado a combatir durante toda la guerra, primero como soldado
raso y luego como sargento. Su entusiasmo bolchevique se extinguió

definitivamente. -2 Con el tiempo se convirtió en historiador


profesional, pero como entendía que la línea del Partido era cada vez
menos aceptable, recibió una reprensión oficial, escapó por los pelos
de ser expulsado del Partido y se le cerraron las puertas de la

publicación de libros. Gefter continuó escribiendo como disidente, sin


esperanza de hallar eco público, hasta que la perestroika de Gorbachev
permitió que sus obras vieran de nuevo la luz. Falleció en 1995. -3

Después de que los alemanes llegaran a Smolensko en julio, el

proyecto de construcción defensiva cobró un impulso aún más

frenético. En julio y agosto cerca de doscientas mil personas fueron


movilizadas para erigir una nueva línea de defensas –la línea defensiva
de Mozhaisk– a unas sesenta millas [casi cien kilómetros] de la capital.

Pero el suministro de palas se interrumpió y, aunque la administración


de Moscú corrió a destinar mil toneladas de planchas de acero para la
producción de medio millón de herramientas, -4 la línea de Mozhaisk
estaba aún incompleta cuando los alemanes se abalanzaron en los

primeros días de octubre. Sus cuatro zonas fortificadas disponían de


menos de la mitad de los puestos previstos para cañones y de solo la
mitad de las zanjas anticarro proyectadas; los terraplenes y las

alambradas no se habían empezado siquiera.

En el último minuto se empezaron obras de fortificación de las

rutas de comunicación con la propia capital. Casi tres cuartas partes


de quienes participaron en la construcción de las obras de defensa

interior de Moscú eran mujeres. En aquel momento Antonina Savina


estaba trabajando, no en el hospital de su madre, sino como aprendiz
de costurera en un taller adscrito al distrito militar de Moscú. Allí cosía
vestidos para las mujeres de los oficiales y luego, iniciada la guerra,
uniformes y ropas militares. Continuaba viviendo con su madre, en el
hospital de la Misericordia. Como obreras obtenían vales completos de
racionamiento, por lo que estaban relativamente alimentadas, pero

con frecuencia debían pasar toda la noche en la cola del pan para

asegurarse de poder obtener algo.

Antonina fue enviada varias veces a lo que todo el mundo

llamaba «frente de trabajo». Tuvo que excavar hondas trincheras

anticarro sin más manutención que una salchicha y un panecillo al día.

En Serpujov, a tan solo unos dos kilómetros por detrás de la línea de


combates del sur de Moscú, se alojó en un club de la localidad con

otras siete muchachas y dos chicos. Dormían en el suelo, sobre las

mantas y los cojines que habían llevado consigo. La patrona se negó a


proporcionarles medios de calefacción y no disponían tampoco ni de

electricidad ni de agua para asearse. Entonces descubrieron una

infestación de piojos: Antonina los arrancó de su pelo y del sujetador y


los quemó en las velas. Al final, después de varias quejas ante el jefe
de su grupo, les proporcionaron agua. Chicos y chicas se desnudaron

juntos y se rascaron unos a otros. Pero no fue suficiente: al regresar a


casa, su hermana mayor le afeitó la cabeza al cero y quemó toda su

ropa interior antes de permitirle entrar en casa. El trabajo forzoso


continuó incluso después de que las tropas soviéticas lograran

rechazar las alemanas. Durante la primavera siguiente, Antonina fue


enviada con un grupo de chicas a talar leña en los bosques de los
alrededores de Moscú. Era una labor excesivamente pesada para las

muchachas, puesto que no solo debía talar los troncos, sino

arrastrarlos. Se les exigía producir noventa pies cúbicos de leña al día

[unos dos metros cúbicos y medio] y la ración de seiscientos gramos


de pan se reducía a quinientos para las que no lograban cumplir el

objetivo. Hacía mucho calor, pero todo lo que tenían para beber y

asearse era un único barril de agua al día para todo el equipo. Aun así,
se las apañaban. -5

Aunque eran muchas las personas evacuadas fuera de la ciudad

por razones militares, industriales o de otra índole, muchas fábricas


permanecieron in situ y sus obreros continuaron con sus tareas de la
preguerra. Al comenzar las hostilidades había cerca de seis mil

empleados en la Trëjgorka. Muchos de sus padres y abuelos habían

trabajado en la misma factoría: había dinastías enteras de obreros de


la Trëjgorka, cuyos antepasados habían servido incluso a sus antiguos
dueños, los Projorov [Prokhorov]. En su mayoría eran mujeres, que

manejaban los tornos de hilar y los telares. En cambio, el

mantenimiento y el

transporte, así como las labores técnicas y de supervisión, era

tradicional que fueran encargadas a hombres. Sin embargo, cuando

esos hombres –mil trescientos, en total– se marcharon para

incorporarse ya fuera a la división de voluntarios Krasnaya Presnia o al


ejército profesional, las mujeres ocuparon sus puestos.

Klavdia Leonova era una de los siete hijos de una familia de


Krasnaya Presnia. Tras abandonar la escuela quería convertirse en

maestra, por lo que pasó algún tiempo en un instituto técnico

(tejnikuni), donde también recibió una instrucción muy útil en materia


de primeros auxilios y defensa aérea.

Uno de mis hermanos cayó prisionero en la frontera en los

primeros días de guerra, mi hermana se marchó como conductora del

ejército y mi madre –viuda ya entonces– fue evacuada. Yo me quedé

en Moscú y logré incorporarme a la Trëjgorka, donde me enseñaron a

manejar una máquina textil.

Durante la guerra la fábrica funcionaba con dos turnos de doce

horas cada uno. Yo cosía guerreras militares, material para los

paracaídas, redes de camuflaje, vendas para las heridas y vendajes

para los pies [portianki]. Los obreros recibían su alimentación de la


fábrica: nos daban unos panes mal cocidos y una especie de gachas

[kasha] de harina quemada que nos traían mientras trabajábamos,

para que no perdiéramos tiempo en las colas. No puedo decir que

nadie se muriera de hambre, pero la sufríamos con dureza y con

frecuencia nos comíamos las pieles de las patatas para completar las comidas.

Dormíamos en nuestras casas, no en las fábricas, a diferencia de

los obreros de otras instalaciones. Pero aun así, no teníamos vida

propia. En teoría los domingos librábamos, pero el comité del Partido


en la fábrica solía llamarnos para realizar tareas en el exterior, como
excavar trincheras o llevar leña de los bosques de los alrededores de
Moscú. Las mujeres estaban organizadas en brigadas de a cuatro; la

comida nos la traían desde la fábrica, un cubo de patatas para cada


una al día. Teníamos que cargar camiones con unos leños tan pesados
que habrían resultado una carga gravosa incluso para un profesional
de la halterofilia. Había también prisioneros alemanes, con los que no
nos llevábamos mal. Nos iban enseñando fotos de su familia y

flirteaban lo que podían, aunque trabajaban igual de duro que

nosotras. Vivíamos con los

campesinos y, para nuestra sorpresa, descubrimos que sus casas no

tenían siquiera verdaderas chimeneas: solo unos agujeros en el techo,


para que saliera el humo. Las campesinas solían insultar al régimen.

También nos insultaban a nosotras, porque íbamos a los bosques a

recoger bayas y hongos que ellas confiaban en poder vendernos.

Lidia Robel también estuvo empleada en la Trëjgorka durante

toda la guerra, pero su experiencia resultó algo más suave que la de


Klavdia Leonova. Lidia había nacido en el barrio del Arbat, pero su
familia se trasladó pronto a Krasnaya Presnia:

Tenía tres hermanas y vivía con mis padres y mi abuela en una

casa que antes había pertenecido a un hombre rico, casado con una

alemana. María Karlovna continuaba viviendo en la casa: nos

enseñaba alemán y era muy estricta con nuestro comportamiento.

Yo trabajaba en el departamento de mantenimiento técnico de la

Trëjgorka como electricista. Eso quiere decir que trabajaba ocho horas
al día, haciendo labores de las que antes se habían encargado los

hombres. El domingo era el día más laborioso de mi equipo, porque


era entonces cuando se podían regular las máquinas –que en muchos

casos procedían de los días de los Projorov, antes de la Revolución–

para que estuvieran a punto para el turno del lunes. Mi día de

descanso era el sábado y, a diferencia de las obreras de la línea, solía


disponer de tiempo libre para salir al teatro o donde fuera.

Con el tiempo, entrada ya la guerra, me enseñaron a utilizar una

metralleta y aprendí a manejar una radio. Pero no me instruyeron en


el uso de los códigos, porque pensaban que era demasiado joven para
confiármelos.

Cuando los hombres volvieron del frente se mostraron mucho

más desinhibidos en sus maneras. Solían echarme miradas cuando me

subía a las escaleras. Antes de la guerra, no se habrían atrevido.

En este punto intervino Klavdia Leonova para censurar a Lidia

Robel por haber afirmado eso: a su juicio, los héroes que regresaron
de la guerra nunca habrían mostrado tan poco respeto por sus

compañeras de trabajo. -6

El régimen reclutó a los artistas y escritores de un modo no

menos implacable que el que había exhibido con el resto de sectores


del país. Muchos fueron incorporados a las fuerzas armadas como

simples soldados y muchos perdieron la vida en la contienda. Ni

hombres ni mujeres estaban tampoco exentos de incorporarse a la

excavación de obras defensivas en las afueras de Moscú o realizar

labores de artillería en los tejados durante los ataques aéreos. Los


bailarines varones del teatro Bolshoi comenzaron a realizar la
instrucción militar en el escenario del teatro mismo. Dos de las

estrellas del ballet, Mijail Gabovich y el georgiano Mijail Suljanishvili

[Sulkhanishvili], se unieron a las divisiones de voluntarios. Gabovich


sobrevivió para actuar como pareja de Ulanova e interpretar los

papeles del príncipe en la Cenicienta de Prokofiev y de Romeo en su


Romeo y Julieta. Suljanishvili había comenzado su carrera en la Opera
de Tbilisi y era ampliamente aclamado por su estilo elegante, colorista
y original. A principios de los años treinta se trasladó al Bolshoi, donde
actuó en el papel principal de El demonio *1-*1 y devino secretario del
Komsomol del teatro. Murió en las proximidades de Viazma, en el

otoño de 1941. -7

Aquel otoño, Pronin se trasladó en coche con Shcherbakov para

ver cómo avanzaban las labores defensivas de las afueras de la

ciudad:

Fuimos a una trinchera antitanque. Al fondo, entre el lodo

pegajoso, vimos a unas cincuenta figuras empapadas. Nos deslizamos

abajo y les preguntamos a qué organización pertenecían. Nos

respondieron: somos artistas y trabajadores del Bolshoi y otros teatros


de Moscú. Sus rostros estaban cansados y calados. Y todos querían

saber una única cosa: «¿Qué está pasando en el frente?».

Nos pidieron que les ayudáramos a obtener palas mejores y leña

con la que secar sus ropas. Nos ofrecimos a sustituirlos por obreros de
otras organizaciones, ya que ellos eran gente del teatro. Pero se

sintieron ofendidos: «¿Acaso nos toma por desertores? Peor están en


el frente. Mientras nuestra gente pueda defender Moscú,
sobreviviremos, aguantaremos lo que sea». -8

Sin embargo, los oficiales más sensatos se dieron cuenta de que

cavar trincheras no era la mejor forma de utilizar las habilidades de un


artista: era preferible emplearlos para reforzar la moral del pueblo y
ayudar a mantener el esfuerzo bélico. Así, los teatros de Moscú

mantuvieron las puertas abiertas y algunos continuaron funcionando

aun a pesar de la evacuación de las principales compañías durante el


pánico de octubre. -9

Decenas de miles de músicos, actores, cantantes y bailarines

encontraron empleo en las casi cuatro mil «brigadas» ambulantes

destinadas a entretener a las tropas. El repertorio incluía desde la


música clásica, el ballet y las obras de Shakespeare hasta los bailes
folclóricos y la música popular. Las brigadas actuaban con frecuencia
en la misma línea del frente –en ocasiones, bajo el fuego enemigo–

ante públicos que podían ir de las trescientas a las tres mil personas. -

10 Entre estos artistas ambulantes figuraba Liubov Orlova –la actriz de


cine preferida por Stalin– y Lidia Ruslanova, la popular cantante de folk.
-11 Leonid Utësov dio más de doscientos conciertos en el frente
con su banda y su hija Edit como vocalista. -12 La estrella de cine
Valentina Serova actuaba en los hospitales de Moscú. La NKVD tenía

su propia banda de jazz. Obraztsov, el maestro titiritero, representaba


espectáculos de corte antifascista creados específicamente para los
VoenKomat, los hospitales e incluso una gabarra llena de niños que

estaban siendo evacuados. -13

El director de banda Aleksandr Aleksandrov organizó una brigada

de conciertos integrada por cómicos especialistas en monólogos,


cantantes y bailarines del Bolshoi y la Operetta, y se puso en camino
por la carretera de Mozhaisk para actuar ante las tropas. Lidia

Ruslanova iba con ellos. Era una mujer difícil, poco acostumbrada a
trabajar en equipo, pero aunque empezó intercambiando pullas con las
demás estrellas, se tranquilizó al llegar al frente. Más adelante

Ruslanova dirigió su propia brigada de conciertos. En mayo de 1942

actuó ante el 2.° cuerpo de guardias de caballería, y no habían pasado


dos semanas de esa actuación cuando se casó con su comandante, el

teniente general Vladimir Kriukov, compañero de carrera de Zhukov.

Ruslanova fue la estrella del legendario concierto que se desarrolló en


los escalones del Reichstag en mayo de 1945, trasfondo de la aparición
idealizada de Stalin en la conclusión de la película La caída de Berlín.

Pero le sirvió de poco: a los pocos años de aquel espectáculo ella y


Kriukov fueron arrestados por corrupción y pasaron cinco años en la
cárcel hasta ser liberados por Jrushchev. -14

La bailarina Susanna Zviagina [Zvyagina], originaria de

Smolensko, se unió a la compañía de ballet del Bolshoi en 1937, y

vivía en un hostal anejo al teatro, en el mismo edificio en el que se


preparaban y almacenaban los decorados. En abril de 1941 bailó en la
última representación de El lago de los cisnes, antes de que el teatro
se cerrara por obras. Al día siguiente fue enviada con una brigada de
concierto a actuar ante los soldados que seguían destacados en el

desierto de Mongolia, después de las batallas libradas con los

japoneses dos años atrás. Los artistas vivían en tiendas y actuaban en


la caja de un camión. Volvieron a Moscú cuando empezó la guerra.

Zviagina actuó en la primera línea del frente durante la batalla de


Moscú y, más tarde, en todos los escenarios bélicos de importancia. En
Stalingrado cruzó el Volga bajo el fuego enemigo para actuar ante los
soldados refugiados en las trincheras. En cierta ocasión se encontró
con una lluvia de fuego de mortero; Zviagina se arrojó al suelo,

cubierto de fango, y se quedó quieta, sin mover un músculo, durante


seis horas. También participó en el primer espectáculo realizado en
Rostov del Don tras la liberación de la ciudad. Había por todas partes
cadáveres de alemanes, con los pies desnudos, porque sus botas se

las habían quedado los soldados rusos. Los cadáveres de los

prisioneros de guerra soviéticos que habían intentado escapar en vano


seguían atrapados en los alambres del campo de concentración

adyacente: habían ardido hasta morir cuando los alemanes prendieron


fuego al campo. Zviagina actuó asimismo en Berlín, después de su

conquista. -15

Iván Petrov acababa de empezar su carrera como solista en el

Bolshoi cuando estalló la guerra; continuó interpretando todos los

papeles de bajo en la ópera rusa. En los primeros días realizó labores


de defensa antiaérea, además de actuar en los VoenKomat y las

estaciones de tren para despedir a los soldados. A medida que los

alemanes se aproximaron más a Moscú, fue cantando en innumerables

conciertos celebrados en la misma línea de fuego. Las trincheras en las


que actuaba eran muy bajas para un hombre de su altura; en cierta

ocasión tuvo que cantar sentado en una caja de municiones, con el

arma sujeta en el pivote central, de madera, de la estructura del hoyo.

En otra ocasión el concierto estaba tan próximo a la primera línea que


también lo pudieron escuchar los alemanes, quienes, al terminar,

enviaron una salva de aplausos bajo la forma de una lluvia de fuego de


mortero. En una tercera ocasión, un sargento dejó el búnker mediado
el concierto, junto con unos pocos soldados, y regresaron casi de

inmediato con un prisionero alemán. El sargento ofreció el prisionero a


Petrov, como un regalo, diciéndole que no se le ocurría un modo mejor
de expresar su entusiasmo por tan brillante actuación. -16

Desde el punto de vista de Stalin y sus camaradas, los gigantes

de la literatura soviética, en 1941, eran Aleksei Tolstoi e Ilia


Ehrenburg. Stalin estaba decidido a salvar como fuera la vida de estos
dos y no se les permitió acercarse con peligro a los combates. Ninguno
de ellos era un producto típico de la revolución bolchevique. Aleksei Tolstoi –
pariente lejano de Lev– emigró a París en 1918 pero regresó a
la Unión Soviética en 1923. Era conocido como el «conde rojo», al par
que como un millonario de cuenta corriente ilimitada. Su novela Pedro
I fue particularmente del agrado de Stalin, quien veía en el zar a un predecesor.
*2-*2 Su primer artículo de guerra apareció en el Pravda el
27 de junio. Pero lo más cerca que llegó a ver la auténtica guerra fue
en agosto de 1941, cuando le autorizaron visitar un regimiento de

cazas en el que conoció a Viktor Kiselëv, quien acababa de derribar un


aparato alemán con el singular método de la embestida. -17 Al igual
que otros, Aleksei Tolstoi estaba preocupado por la ingenua simpatía
con la que incluso algunos de los soldados soviéticos parecían concebir
a los alemanes. Eso debía cambiar o la guerra se perdería; escribió un
artículo para el Pravda titulado «Os llamo al odio» y otro con la

cabecera de «El rostro del ejército de Hitler», con testimonios

presenciales de las atrocidades germanas. -18 Para el Krasnaya


Zvezda redactó artículos de exaltación con títulos como «Un ejército
de héroes», «Guerreros de Rusia» y

«Por qué derrotaremos a Hitler». -19 Cuando los alemanes llegaron a


las puertas de Moscú, Stalin le ordenó de manera perentoria que se

trasladara a un lugar seguro en Gorki [Nizhni Novgorod], a las orillas del Volga.

Ilia Ehrenburg vivió en Francia durante los años veinte, donde


escribió varias de sus obras más destacadas. Estuvo en España

durante la guerra civil y en París cuando entraron los alemanes, en


1940. Era tan liberal como se le permitía a un hombre prominente en
la Rusia de Stalin. Las piezas que escribió para el Krasnaya Zvezda
durante la guerra suelen utilizar un lenguaje hiperbólico, pero eran
bastante populares entre las tropas. Al igual que Vasili Grossman, fue
cobrando consciencia de su judaísmo durante la guerra: estos dos

autores colaboraron en la redacción de un estudio minucioso de los

crímenes de guerra del ejército alemán, que no fue bien acogido por
las autoridades soviéticas. Fue reprendido hacia el final de la guerra,
por ser excesivamente germanófobo en un momento en el que Stalin

ya planeaba incorporar a su imperio la zona de la Alemania oriental.

Su novela breve El deshielo desempeñó una función importante –

aunque prudente– en el proceso de tímida liberalización que siguió a la


muerte de Stalin en 1953. Sus memorias Gente. Años. Vida causaron
una gran sensación en el mundo editorial de principios de los años

sesenta y siguen siendo uno de los testimonios clave de la vida política


y literaria de la Rusia de la primera mitad del siglo XX. *3-*3 Ehrenburg

murió cuando Brezhnev comenzaba a poner fin al «deshielo» de Jrushchev.

Ehrenburg y Aleksei Tolstoi eran solo dos más entre el brillante

equipo de escritores que David Ortenberg, el nuevo director del

Krasnaya Zvezda, reunió al comenzar la guerra. Todos ellos poseían

mucho talento y algunos han pasado a ser figuras principales en la

historia de la literatura rusa: Vasili Grossman, Andrei Platonov,

Aleksandr Avdeenko, Konstantin Simonov y tantos otros. Bajo la

dirección de Ortenberg, el Krasnaya Zvezda se convirtió en el periódico


más popular de los tiempos de guerra: se repartía en el frente incluso
en las circunstancias más difíciles y era leído con avidez –devorado
casi por los soldados. Dieciocho corresponsales del Krasnaya Zvezda
murieron en el curso de la guerra. Ortenberg era un hombre prudente,
que siempre atendía a la necesidad de no enemistarse con las

autoridades; de otro modo no habría pervivido en el cargo. Pero en

determinados casos tampoco renunciaba a incorporar a su plantilla

incluso a un escritor que hubiera tenido enfrentamientos políticos, si le


parecía lo suficientemente valioso. -20

Vasili Grossman era, en principio, uno de los escritores más

ortodoxos de la redacción de Ortenberg. Había nacido en Berdichev

(Ucrania), fue a la escuela en Kiev y se trasladó a Moscú para estudiar


Química en la universidad de la capital, en 1923. Su primera novela,
escrita en 1932, logró una recepción desigual. En 1933 fue interrogado
por la Lubianka después de que un primo suyo fuera detenido y

condenado al exilio en Astracán [Astrakhan]. En 1937 fue aceptado

como miembro de pleno derecho de la Unión de Escritores. Su madre

quedó atrapada en Berdichev cuando los alemanes tomaron la ciudad.

Bajo el peso de la culpa y al ser incapaz de liberarla, se ofreció

voluntario para el ejército. Pero Ortenberg lo metió en su redacción


como corresponsal de guerra. Fue nombrado «intendente de segunda»

(pues tal era el extraño cargo que se daba a los corresponsales de

guerra que no eran miembros del Partido), se le enseñó a manejar una


pistola y fue enviado al frente para observar los combates. -21

Con algunos de los más señeros reportajes de la guerra,

Grossman cubrió la penetración de los alemanes hasta las afueras de


Moscú, la batalla de Stalingrado, el descubrimiento del campo de

exterminio alemán en Treblinka (Polonia) y la caída de Berlín. Su

novela de Stalingrado, Vida y destino (Zhizn i Sudba) *4-*4 y su


apasionada denuncia del conjunto del experimento bolchevique (Vsë

Techet, «Fluir constante») no se publicaron en Rusia hasta bien

entrada la década de los ochenta.

En 1942 Grossman pidió a Ortenberg que tomara a Andrei

Platonov bajo su protección. Platonov comenzó siendo un comunista

convencido. Su ascendiente carrera literaria se detuvo en 1931,

cuando Stalin lo atacó por un relato sobre la vida rural. Desde


entonces vivió en la pobreza hasta que, por la recomendación de

Grossman, Ortenberg lo incorporó a la redacción, lo nombró

corresponsal especial y le entregó un uniforme (las primeras ropas

decentes que tenía en mucho tiempo). Platonov se dirigió acto seguido


hacia el frente y demostró ser un periodista brillante y valeroso.

Ortenberg estaba inquieto, pues temía que en cualquier momento

estallaría la cólera de Stalin, pero no fue así. Sin embargo, terminada


la guerra, Simonov –a la sazón director de la prestigiosa revista

literaria Navy Mir publicó una de las obras maestras de Platonov. Se


trataba del relato «El regreso», sobre un hombre que al volver de la
guerra descubre que su esposa ha tenido una aventura con un oficial local. *5-
*5 El «relato difamatorio de Platonov» fue atacado con
extensión y violencia por la Literaturnaya Gazeta y, a consecuencia de
ello, Platonov no volvió a publicar en vida. -22 Pero su reputación
continuó creciendo, primero de modo clandestino y a la postre

abiertamente, hasta que ha sido reconocido como uno de los escritores


más importantes del siglo XX.

Sin tanta calidad literaria como Platonov, pero con una historia

todavía más complicada, cabe mencionar también a Aleksandr

Avdeenko. Avdeenko era un minero que adquirió fama como novelista

en la década de los treinta. Hizo todo lo posible para mantenerse

donde mejor soplara el viento. Fue escogido miembro del sóviet

supremo, y en su discurso inaugural declaró: «Si alguna vez tengo un


hijo, la primera palabra que le enseñaré a decir será: "Stalin"». Y sin
embargo, su película sobre la «liberación» de la Besarabia frente a los
rumanos, en 1940, cayó mal en el poder. Avdeenko, en palabras de

Stalin, era «un hombre enmascarado, un enemigo, un mafioso». Fue

expulsado de la Unión de Escritores y del Partido. El, su mujer, su hijo


(enfermo) y su madre (ya anciana) fueron desalojados de su piso y se
vieron obligados a vivir en un rincón de los almacenes de una fábrica.

Avdeenko regresó a las minas.

En 1943 comenzaron a llegar a la redacción del Krasnaya Zvezda

artículos firmados por «A. Avdeenko». Ortenberg no los imprimió, pero


emprendió algunas averiguaciones. Avdeenko estaba sirviendo como

alférez en el frente de Leningrado y se había distinguido en los

combates. Ortenberg le pidió que escribiera un relato sobre un oficial


enviado a un batallón de castigo que se redime por medio de la acción.

Shcherbakov rezongó, pero Ortenberg se las arregló para obtener

permiso directo de Stalin para la publicación del artículo. Desde

entonces, Avdeenko fue uno de los corresponsales más útiles de


Ortenberg. -23

La hiperbólica escritura bélica de Ehrenburg y Aleksei Tolstoi no

siempre fue popular entre los combatientes. Uno de ellos escribió,

tiempo más tarde:

Quizá Tolstoi escribiera bien sobre la suerte de los emigrantes

rusos, porque él pasó en persona por todo eso. Pero cuando comenzó

a escribir cuentos de hadas sobre los héroes del frente, sin abandonar
por eso su cómoda dacha privada, el resultado era ridículo y

vergonzoso. -24

El soldado de a pie del Ejército Rojo prefería al Vasili Tërkin de

Aleksandr Tvardovski. *6-*6 Tvardovski, como su héroe, el soldado


Vasili Tërkin, había nacido en la zona rural de Smolensko. Escribió
sobre su héroe en un verso sencillo y atractivo que debe mucho a los
pareados del chastushki, unas coplas campesinas ruidosas y con

frecuencia improvisadas que se usaban y usan todavía en la actualidad


para hacer comentarios –irrespetuosos, con frecuencia– sobre las

gentes y los hechos del pueblo o incluso –dado que Moscú conserva en
parte su carácter rural– de la propia capital. Algunas veces –como en
el diálogo entre Muerte y el soldado herido en el campo de batalla–

Vasili Tërkin alcanza alturas poéticas. A diferencia de la mayoría de los


escritos bélicos soviéticos, el tono nunca es pretencioso; la palabra

«sóviet» aparece una sola vez en todo el poema y el nombre de Stalin,


ni una sola. Tvardovski describía a Tërkin descansando, en el hospital y
tocando el acordeón, en lugar de hablar solo de la valentía, de la

importancia del patriotismo o de la experiencia de combate. Su actitud


es mixta, en parte afectuosa, en parte irónica. En ocasiones describe a
Terkin como si fuera una persona real; en otras ocasiones permite que
los demás personajes del poema traten a Tërkin como un producto de

la imaginación literaria.

Tërkin y sus camaradas podrían pertenecer a cualquier época:

podrían ser los soldados de la primera guerra mundial, los que Maurice
Baring conoció en el extremo oriental de Rusia durante la guerra

contra los japoneses o los soldados que hicieron retroceder a

Napoleón. Vasili Tërkin está ligeramente idealizado, como los soldados


de Baring o como Aliosha [Alyosha] Skvortsov, el joven héroe de la

emotiva película Balada de un soldado, de Grigori Chujrai [Chukhrai]

(1959). -25 Pero al igual que ellos, logra dotar al personaje de gran
verosimilitud: Tvardovski fue bombardeado durante toda la guerra con
cartas del frente que querían saber si Tërkin existía de verdad o no.

Tërkin era, sobre todo, la imagen que los soldados ansiaban tener de
sí mismos: personas alegres, estoicas, con sentido de la camaradería,
una valentía prudente cuando fuera preciso, pero con la razonable

convicción de que –como solían decir los suboficiales del ejército

británico– su deber no era morir por su país, sino lograr que el

enemigo muriera por el suyo. Desde 1942, cuando el poema comenzó

a publicarse por entregas en la prensa soviética, fue todo un éxito.

Tërkin se convirtió en el arquetipo del soldado ruso de a pie, y ha


seguido siéndolo, a la par de los héroes sencillos de Lev Tolstoi, los
hombres que lucharon en el sitio de Sebastopol y el capitán Tushin de
Guerra y paz.

Las estrellas de MosFilm cavaron zanjas y vigilaron la caída de

bombas incendiarias como cualquier otro ruso. Cuando empezó la


guerra, Liubov Orlova y Grigori Aleksandrov estaban en Riga. Primero
batallaron por llegar a Minsk (que ya era objeto de los bombardeos

aéreos) y luego se trasladaron a Moscú. Nada más llegar, Orlova fue


enviada a excavar trincheras fuera de los estudios de MosFilm.

Aleksandrov perdió la consciencia por el estallido de una bomba

mientras realizaba tareas de vigilancia antiaérea. Pero aun así, la


rutilante pareja halló tiempo de recibir a la fotógrafa estadounidense
Margaret Bourke–White y otros periodistas extranjeros en su lujosa

dacha de Vnukovo.

Lidia Smirnova estaba a medio rodar Un muchacho de nuestra

ciudad, película basada en la obra de Simonov. Le horripilaba el

trabajo de retirada de las bombas, pero nadie le preguntó sus

sentimientos al respecto y fue enviada, como tantos otros, a

recogerlas con los guantes de amianto. Cuando no estaba realizando

esas tareas, Smirnova y las demás actrices buscaban guantes y

calcetines de lana para los soldados. Cuando los hombres de MosFilm


se marcharon para incorporarse a la 21.ª división de voluntarios

(Kiev), las actrices organizaron conciertos en las oficinas de

reclutamiento para despedirlos.

El marido de Smirnova, Serguei Dobrushin, no se presentó

voluntario con los primeros. Pero en cierta ocasión –unas dos semanas
después de que se iniciara la guerra– regresó del trabajo hundido. La
secretaria del Partido le había preguntado con sarcasmo: «¿Qué hace
un joven guapetón como usted sentadito en casa, en lugar de ir al

frente a defender a su madre patria?». Dobrushin se presentó de


inmediato en su VoenKomat y fue llamado al cabo de dos semanas.

Smirnova se encargó de empaquetar sus cosas: calcetines de lana y

postales ya provistas de sus sellos, para que le contara cómo le iba allí
donde fuera. Eran las cinco de la mañana siguiente cuando se

dirigieron a la oficina de reclutamiento. Cuando llegaron a la ronda de


los Jardines, Serguei le pidió que lo dejara solo y volviera a casa sin
mirar atrás; Smirnova se marchó corriendo, con el rostro entre

lágrimas.

Los días posteriores continuó con los rodajes, así como cavando

zanjas de día y yendo al refugio de noche. Durante todo un mes no

tuvo noticia alguna de Serguei. Entonces, aprovechando tres días


libres, decidió ir a buscarlo. Un vigilante tártaro de la estación de
reclutamiento la reconoció por sus papeles cinematográficos y le dijo:

«No le puedo prometer nada... pero mañana por la mañana saldrán

algunos camiones por la carretera de Mozhaisk. Si quiere correr ese


riesgo, el último camión se parará para recogerla».

De modo que a la mañana siguiente Smirnova se encontraba

sentada en la carretera de Mozhaisk, justo donde Kutuzov decidió

abandonar Moscú a manos de los franceses en 1812. Como le habían

anticipado, vio acercarse una columna poco numerosa de camiones,

cargados de colchones amarrados en la caja. El conductor del último


vehículo la animó a subir. Smirnova se estiró en los colchones,

agarrándose a las cuerdas, y de resultas del polvo del camino fue

quedándose cada vez más blanca, hasta parecer un negativo


fotográfico.

Al final la dejaron en un pueblo en cuya escuela había instalado

sus cuarteles generales el comandante de la unidad de su marido, un


oficial de mediana edad. El coronel se rió de ella con sarcasmo:

«¡Anda! ¡Ya está aquí la primera golondrina! Ahora todas las madres y
mujercitas se vendrán a cuidar a sus hombres...». Pero permitió que
ella y Serguei pasaran la noche juntos bajo un camión, y por la

mañana encomendó a Serguei que volviera a Moscú para recoger una

asignación de motocicletas para el regimiento. Smirnova y Serguei

pasaron la última noche juntos en su casa, haciendo caso omiso de las


incursiones aéreas.

Marina Ladynina, otra estrella en alza, tuvo que aprender cómo

lidiar con decenas de lechones vivos en la escenografía de La dama de


los cerdos y el pastor. Era un musical ligero dirigido por su marido,
Iván Pyriev, sobre el malhadado romance de una importante criadora

de cerdos del norte de Rusia y un pastor del Daguestán, que se

encuentran en el maravilloso entorno de la exhibición permanente que


Stalin dedicó en Moscú a los «logros de la economía nacional». En

mayo de 1941 el equipo partió para filmar exteriores en el Cáucaso,


arrastrando los materiales hasta aquellos pastizales elevados, a lomos
de burros y bueyes, casi ahogados por la falta de oxígeno. Regresaban
a Moscú en tren cuando el revisor entró a advertirles de que había

estallado la guerra. ¿Acaso tenía sentido –se preguntaron entonces–

continuar con la comedia cuando el pueblo ruso estaba combatiendo y


perdiendo la vida? Así que decidieron poner fin al proyecto y varios de
los miembros del equipo se presentaron voluntarios para el frente. Sin
embargo, su decisión fue invalidada por las instancias superiores, así
que el rodaje se prolongó durante cuatro meses más. Fueron tiempos

muy emotivos. Los padres de Ladynina no pudieron salir de Viazma

antes de que llegaran los alemanes. Las actrices solían exhibir ojos

enrojecidos y rompían a llorar con la avalancha de malas noticias.

Pyriev se enfadaba con ellas: «¡Dejen de llorar de una vez, maldita


sea!», porque no había forma de rodar una comedia entre lágrimas.

Para el actor Vladimir Zeldin, de veintiséis años, que encarnaba al


pastor, la decisión de continuar la grabación fue una bendición del
cielo: representó su

primer gran éxito como actor. Fue declarado exento del servicio militar
para que pudiera terminar la película, y a partir de entonces fue

realizando actuaciones ante las tropas del frente. En 1942 se unió a la


evacuación de MosFilm. Su carrera de actor se prolongó en uno de los
teatros principales de Moscú hasta bien entrado el nuevo milenio. -26

La dama de los cerdos y el pastor se mostró en las pantallas por

primera vez el 7 de noviembre de 1941, día del desfile de Stalin en la


Plaza Roja. Fue un éxito inmediato entre los soldados del frente y no
ha perdido popularidad.

En 1944 Pyriev y Ladynina rodaron otra comedia musical, Las

seis en punto, acabada la guerra. En este caso se narraba la historia


de un teniente joven y valeroso y una artillera y antigua maestra de
escuela, que se prometen, pierden el contacto en el frente, regresan
por separado al punto de reunión establecido –en el puente que cruza
el Moscova desde la Plaza Roja, el día de la victoria rusa– y logran
reunirse de nuevo. Las canciones fueron escritas por un burócrata

musical llamado Tijon Jrennikov [Tikhon Khrennikov] y el texto –

estamos en Rusia, no se olvide– son versos pareados del primero al


último. Esta película se exhibió de forma regular en la televisión

soviética, año tras año, en el día del aniversario de la Victoria.

El 22 de junio, el gobierno movilizó a todos los hombres nacidos

entre 1905 y 1918, como reemplazo de las divisiones y los ejércitos


que estaban muriendo, a un ritmo terrorífico, en el oeste del país. -27

A finales de junio se había llamado ya a más de cinco millones de

reservistas. En julio se crearon trece ejércitos nuevos; en agosto,


catorce; en septiembre, uno, y cuatro más en octubre. Ocho nuevos

ejércitos se incorporaron a la defensa de Moscú en los meses de

noviembre y diciembre, y en la siguiente primavera se formaron otros


diez. El 1 de diciembre se habían creado casi doscientas divisiones
nuevas, incluyendo en esta cifra las divisiones reclutadas en Moscú,
Leningrado y otras partes del país. -28

El distrito militar de Moscú, dirigido por el general Artemiev, era


el responsable general del reclutamiento en la capital, mientras los
VoenKomat de cada uno de los raioni enviaban los documentos de

alistamiento. En estas últimas oficinas era donde debían presentarse


los convocados y asimismo donde se les realizaba el examen médico

preliminar, antes de ser asignados a sus unidades de instrucción. Los


documentos eran repartidos por el correo o por mensajeros. A un

adolescente encargado de su distribución le llamó la atención el hecho


de que no todos los receptores, ni mucho menos, se mostraban

contentos al verlo. -29

Los reservistas fueron enviados directamente ora a las nuevas

divisiones en formación, ora al frente, como reemplazo de las bajas de


las unidades ya existentes. Excepto en el caso de cuantos se unieron a
las fuerzas de élite, como la brigada OMSBON, los jóvenes que se

incorporaban al ejército por primera vez eran destinados a campos de


instrucción situados bastante al este de la ciudad. El viaje no era
agradable. Los campamentos de las cercanías de Gorki [Nizhni

Novgorod], por ejemplo, estaban a unas doscientas cincuenta millas

de Moscú [unos cuatrocientos kilómetros]. No había transporte, de

modo que los reclutas debían recorrer la distancia a pie, y eran

conducidos, según observó uno de ellos, como ganado que fuera al

matadero. El abastecimiento fallaba con frecuencia y entonces tenían


que marchar durante todo un día, cuando no más, dependiendo de lo

que pudiera repartir el ejército; en ocasiones, apenas un puñado de


mendrugos al día, sopa en polvo o un cucharón de gacha. En los

mercados locales las existencias eran escasas y muy onerosas; más

afortunados eran los que habían llevado algo de sus casas. Los

campesinos de los pueblos por los que cruzaban estaban tan

hambrientos como ellos, los recibían a desgana y hacían lo posible por


no alojarlos por la noche; en un pueblo fue necesario llamar a la

milicia para que los labradores accedieran a proporcionar un techo a


los hombres, ya agotados. Para empeorar aún más las cosas, entre

una de las columnas se extendieron rumores según los cuales en su

punto de destino, en Gorki, había una epidemia de tifus.

Los más despabilados extrajeron de todo ello sus propias

conclusiones. Uno escribió a casa afirmando que, por tercera vez en el


siglo XX, la nación rusa estaba siendo destruida en el nombre de una
idea poco limpia y por la defensa de unos intereses que, como era
obvio, no eran los del pueblo. Otro concluyó que existía un evidente
paralelismo histórico con aquellos que, durante generaciones, habían
recorrido el penoso camino de Siberia por el Trakt (la carretera de Vladimir):

Estoy marchando por la misma carretera que tanta gente y tan

diversa ha recorrido antes que yo: idealistas de todas clases, los

decembristas [que se alzaron contra el zar en 1825], revolucionarios


de todas las tendencias, charlatanes políticos, criminales y convictos
que fueron del oeste al este, a la ilimitada extensión de Siberia,

distante y muda como el alma rusa. No recuerdo si en su biografía

oficial se dice algo de si S[talin] y Molotov] hicieron este mismo

camino, y en tal caso, con qué condiciones se toparon; pero sospecho


que su exilio fue mucho menos arduo que nuestro heroico viaje en la
batalla por defender su gloria. S[talin] ha afirmado recientemente que
frente nacional es más fuerte de lo que era. ¡Buena suerte le deseo! Si
hubiera transitado por la clase de lugares que yo estoy cruzando,

habría hablado de un modo muy distinto. -30

Al poco de volver de la excavación de trincheras, Anatoli

Cherniaev decidió incorporarse al ejército profesional, antes que a una


división de voluntarios. En el VoenKomat solicitó que lo inscribieran en
una academia de vuelo. Le ocultó al sargento de reclutamiento que en
aquel momento ya padecía un grave asma bronquial: estaba

remitiendo y en el examen médico la dolencia pasó desapercibida. A

pesar de ello, se rechazó su ingreso en la academia de aviación.

Cherniaev pidió entonces incorporarse a un batallón de esquiadores de


montaña, aprovechando que en la universidad había obtenido varios

premios en competiciones de esquí campo a traviesa. De resultas de


ello sufrió su primera humillación, cuando afeitaron su cabeza al cero.

En un principio le permitieron seguir con su bigote, pero más adelante


un sargento le ordenó afeitárselo igualmente.

Entonces fue enviado –junto con otros quince reclutas, entre los

que figuraba Gaft, un compañero de estudios en la facultad de

Historia– a un campo de entrenamiento en Grojovetsk [Grokhovetsk],

en la región del Volga. Allí se le extinguió la última llama de

entusiasmo romántico por lo militar. El campamento era una área

extensa cubierta de cabañas excavadas en el suelo. Cada una era de

no más de sesenta metros de largo, y en su interior holgazaneaban

miles de reclutas llegados de todo el país, tirados en literas labradas


en la tierra misma. Las ventanas eran tan reducidas que ni siquiera en
los mediodías más brillantes dejaban pasar apenas luz. La comida de
la cantina era repulsiva. Cherniaev no estaba aún tan hambriento

como para tragarse cualquier cosa y se mantuvo un tiempo con lo que


se había llevado de casa. La «letrina» –indigna incluso de ese nombre–

era un simple claro en los bosques cercanos: un calvero de unos

treinta metros de amplitud, sin instalaciones, cubierto de excrementos


hasta el último rincón. El y Gaft coincidieron en considerar que no se
habían incorporado al ejército para eso; a diferencia de los demás

reclutas, ellos eran voluntarios. En este momento nace el profundo

desprecio que Cherniaev sentía hacia los oficiales a cuyas órdenes

tendría que luchar. Ni entonces ni más tarde fue capaz de comprender


qué razones –pedagógicas o militares– apoyaban aquella forma de

tratar como perros a unos soldados que estaban a punto de arriesgar


sus vidas en el frente.

Al cabo de una semana, despertaron a los nuevos reclutas en el

transcurso de la noche y les ordenaron trasladarse a otro

campamento, en las afueras de Gorki. Muchos se desmayaron por el


camino, de puro agotamiento. A muchos les sangraban los pies al

llegar. El nuevo campo –irónicamente llamado «Marina Roshcha»,

como el distrito de Moscú en el que había crecido Cherniaev– se había


construido hacía poco y, por tanto, todavía no habían tenido tiempo de
envilecerlo hasta el extremo de animalidad en el que se hallaba el que
acababan de abandonar.

Acto seguido se desataron las humillaciones y el terror. Se

celebraban consejos de guerra en público, en los que se condenaba a


muerte a unos «desertores» que no habían abandonado el campo de

batalla; en realidad, eran simples reclutas que se habían alejado de la


marcha para ver a sus familias en el trayecto hacia el campamento.

También se inició su instrucción como esquiadores de montaña.

Los demás reclutas procedían de ciudades pequeñas de la Rusia

europea, Solo uno, un tal Chugunov, era un campesino; fue el único

con el que Cherniaev llegó a trabar amistad. Cherniaev fue asignado a


la sección de morteros de su batallón y pronto fue ascendido a

sargento. Después de tres años de instrucción en la universidad,

conocía los secretos del servicio militar tan bien como sus propios
instructores. Eso lo llevó a hacerse nuevas preguntas: ¿en qué estaba
pensando el ejército cuando juntaba a los estudiantes ya entrenados
con una multitud de reclutas de provincias, sin apenas conocimientos?

Los reclutas no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo en


Moscú o en el frente. Pero al cabo de seis semanas, Cherniaev notó

que el comandante de su sección empezaba a tratarlos mejor. Pensó

que estaban a punto de partir para el frente: los heridos de los

hospitales cercanos ya habían explicado una y otra vez lo que podía


pasarles, durante los combates, a los oficiales menos populares entre
sus tropas. Poco después los equiparon con sus esquís y les

proporcionaron uniformes nuevos y brillantes, que despertaron no

pocos comentarios adversos cuando al final se reunieron con los

soldados del frente. El batallón desfiló después hacia la estación, entre


los aplausos de la población.

Fue la primera vez en la que Cherniaev sintió que era un digno

defensor de su madre patria. -31


NOTAS
CAPÍTULO 7

1. Yu. Kruglov et al. (eds.): Veliki Podvig: Vuzy Moskvy v gody

Velikoi Otechestvennoi Voiny, Izdatel'stvo MGTU im. N.E. Baumana AO

« Moskovskie uchebniki», Moscú, 2001, p. 50 y ss.

2. Anatoli Cherniaev: Moya Zhizn i Móe Vremya, Moscú, 1995,

pp. 92-95.

3. Información de Valentin Gefter.

4. Anatoli Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov: Stranitsy

Biógrafii, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy, Moscú, 2004, p.

103.

5. Antonina Savina, entrevista, 11 de febrero de 2003.

6. Klavdia Leonova y Lidia Kobel, entrevista, 6 de octubre de

2004.

*1. Opera de Antón Rubinstein (1829–1894). (N del t.)

7. Información de Ghia Suljanishvili.

8. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, p. 130.

9. Todos los teatros de Londres cerraron al estallar la guerra. En

octubre de 1939 se reabrió media docena. El teatro Windmill -un music


hall no demasiado atrevido, desde la perspectiva moderna- afirmaba
luego: «¡No hemos cerrado nunca!». Véase Juliet Gardiner: Wartime:

Britain 1939-1945, Headline, Londres, 2004, p. 5.

10. H. Segal: «Drama of Struggle», en Richard Stites (ed.):

Culture and Entertainment in Wartime Russia, Indiana University

Press, Bloomington, 1995, pp. 109, 128.

11. Stites (ed.): Culture and Entertainment in Wartime Russia, p.

108.

12. Richard Stites: «Frontline Entertainment», en Culture and

Entertainment in Wartime Russia, p. 134.

13. Stites (ed.): Culture and Entertainment in Wartime Russia, p.

106.

14. Valeri Safoshkin: Lidia Ruslanova.• Zhizn v Pesne, EKSMO,

Moscú, 2003, pp. 92, 97, 137.

15. Susanna Zviagina, entrevista, 26 de mayo de 2002.

16. Iván Petrov, entrevista, 26 de mayo de 2002.

*2. Puede leerse en Obras escogidas en seis tomos, vols. 4 y 5,

trad. José Vento, Progreso, Moscú, 1976–1982. (N. del t.)

17. Su artículo sobre la visita apareció en el Krasnaya Zvezda el

16 de agosto de 1941.

18. Jeffrey Brooks: Thank you, comrade Stalin! Soviet Public

Culture from Re-volution to Cold War, Princeton University Press,


Princeton, 2000, p. 170.

19. Viktor Petelin: ZhiznAlekseya Tolstogo, «Krasny Graff

Centrpoligraf, Moscú, 2001, pp. 330, 879.

*3. El deshielo, trad. de R. de T., Mateu, Barcelona, 1961;

Deshielo, trad. del alemán de J. E. Benusiglio, Planeta, Barcelona,


1965. Gente, años, vida, trad. dir. A. Vidal, Joaquín Mortiz, México,

1964. Véase la bibliografía, para más detalles. (N. del t.)


20. David Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i Drugie,

Moscú, 1995.

21. Los detalles biográficos se toman de John y Carol Garrard:

The Bones of Berdichev: The Li/ and Fate of Vasily Grossman, Free

Press, Nueva York, 1996.

*4. Hay trad. esp. de la versión francesa, por R. M. Bassols: Vida

y destino, Seix Barral, Barcelona, 1985. (N. del t.)

*5. Hay trad. esp. de A. Lacasa: Fro. El regreso. El tercer hijo. El


río Potudán. Dzhan, Alianza, Madrid, 1973. (N. del t.)

22. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i Drugie, pp. 24-30.

En 1959 se criticó también la película Balada de un soldado, de Grigori


Chujrai, por mostrar a una mujer infiel a su marido destinado en el
frente. Pero eran otros tiempos y la película sobrevivió.

23. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i Drugie, pp. 31-39.

24. S. Aria: Mozaika ZapisiAdvokata, Rechi, Moscú, 2000, p. 27.

*6. Hay trad. esp. de J. Vento: Vasili Tiorkin: libro del soldado,
Progreso, Moscú, 1975. (N. del t.)

25. Hay al menos un monumento de guerra dedicado a un

soldado conocido por el nombre de «Aliosha», quizá en honor de

Skvortsov.

26. Liana Polujina [Polukhina]: Marina Ladynina i Ivan Pyriev,

«Algoritm», Moscú, 2004; Vladimir Zeldin, entrevista, 3 de febrero de


2002; reportaje de Ra-dio Libertad, en <www.svoboda.org/programs/

Cicles/Cinema/>.

27. Yuri Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, Moscú, 2002, p. 492.

28. David M. Glantz y J. House: When Titans Clashed.. How the

Red Army Stopped Hitler, Edimburgo, 2000, p. 68.

29. Olga Trifonova, entrevista, 7 de febrero de 2003.

30. Informe de 2 de diciembre de 1941 a Abakumov, basado en

cartas interceptadas al enemigo; véase V. Jristoforov et al. (eds.):


Lubyanka v dni bitvy za Moskvu, Moscú, 2002, p. 279.

31. Cherniaev: Moya Zhizn i Moe Vremya, pp. 96-100.


8
STALIN RECOBRA EL CONTROL

La emoción patriótica que embargó a la mayoría de

rusos en el primer día de la guerra y que movió a tantos a

ofrecerse como voluntarios acto seguido fue un sentimiento

poderoso y auténtico. Pero los murmullos que se extendían

entre el pueblo y el caos que se había apoderado del ejército


debieron convencer a Stalin de que el destino del país –y el

de su propia autoridad– pendían de un hilo. El dictador

reaccionó con su ferocidad acostumbrada.

Pero sobre todo, y antes incluso de que estallara la

guerra, se volvió en contra de quienes llevaban tiempo

siendo sus favoritos: los halcones de la Fuerza Aérea Roja.

Los aviadores no habían salido inmunes de las purgas

de 1937 y 1938, desde luego. El comandante de la Fuerza

Aérea Roja Yakov Alksnis fue detenido en 1937, de camino a

una recepción diplomática en Moscú, y ejecutado. -1 En

1946 cuatro de sus cinco sucesores habían sido detenidos y

vapuleados; tres de ellos, fusilados. Pero la furia con la que

Stalin se dirigió a los pilotos en el verano de 1941 parece


haber sido desatada por una serie de hechos singulares.

Stalin había mostrado un interés particular por el

desarrollo de nuevos modelos que sustituyeran a los cazas y

bombarderos que habían combatido en España y empezaban

a estar anticuados. Tenía ideas muy definidas –y con

frecuencia, erróneas– sobre los detalles técnicos,

que no vacilaba en imponer a sus subordinados. Además,

había decidido que los nuevos aviones debían producirse en

masa y con la máxima celeridad, por lo que se mostraba

resuelto a simplificar el desarrollo, no sin por eso dejar de

culpar a los demás cuando el resultado no estaba a la altura

de las expectativas. Una consecuencia absurda y

contraproducente de esta actitud fue la de que cientos de

ingenieros, técnicos y especialistas en aviación fueron

encarcelados entre 1934 y 1941. Entre ellos estaba Andrei

Tupolev, uno de los más señeros ingenieros aéreos de la

Unión Soviética. Trescientos de esos hombres trabajaban en

sharashkas, los laboratorios y centros de investigación de las

cárceles. Cerca de cien murieron en el gulag, y unos

cincuenta, ejecutados. -2

Stalin estaba especialmente interesado en la velocidad


y el alcance de los cazas. Así, se proclamó la exigencia de

que los nuevos cazas tuvieran un alcance de seiscientas

millas [unos novecientos sesenta y cinco kilómetros]. Para

convencer a Stalin de que eran cifras realizables, la fábrica


de los MiG utilizó una mezcla de combustible especial

durante un vuelo de demostración, a gran altura, de sus

MiG–3 de pruebas. Lograron cubrir la distancia, pero

dejando inservible el motor. Stalin recibió un chivatazo que

le reveló el engaño. -3 Luego se disgustó con el general

Filin, director del Instituto Científico de Pruebas de la

aviación, de resultas de una disputa diferente, sobre la

comunicación por radio. En 1941 todos los bombarderos

soviéticos estaban equipados con radios, pero no todos los

cazas tenían receptores, solo unos pocos disponían de

emisores y el sistema de control terrestre era inadecuado.

Filin insistió, con razón, en que era preciso dotar a todos los

aviones de radios completas, pero Stalin se oponía porque el

peso adicional mermaría el rendimiento.

El desarrollo forzado de los nuevos aviones también

provocó un incremento en el número de accidentes aéreos.

En abril de 1941 Timoshenko y Zhukov se quejaron ante


Stalin y exigieron la retirada de varios importantes oficiales

de la fuerza aérea. -4 El problema se analizó en una reunión


celebrada en vísperas de la guerra. Como era su costumbre,

durante el encuentro Stalin recorría la sala caminando arriba

y abajo y fumando en su pipa. Rychagov, el joven

comandante de la Fuerza Aérea Roja, se enfadó y espetó con

rabia: «¡La tasa de accidentes continuará siendo muy alta

mientras nosotros tengamos que volar en ataúdes!». -5

Hubo un momento de absoluto silencio. Stalin se detuvo, se

quitó la pipa de la boca, se dirigió a Rychagov y le dijo,

tranquilamente y sin premura: «No debería haber dicho

usted eso». Rychagov fue relevado de sus funciones y

enviado de regreso a la Academia del Estado Mayor, para

que se calmara. -6

La guerra de Finlandia había puesto de relieve las

deficiencias del sistema de defensa aéreo de la Unión

Soviética, así que la dirección militar había dictado órdenes

repetidas para su mejora. Tampoco estaban nada satisfechos

con los resultados del programa de instrucción de la fuerza

aérea del invierno de 1940–1941. -7 Pero se hizo poco al

respecto y la situación pareció alcanzar un punto crítico en


marzo de 1941, cuando el general Pumpur –comandante del
sistema de la defensa aérea de Moscú y héroe de la guerra

civil española– envió a su segundo, el coronel Sbytov, a

realizar un viaje de inspección de los diversos aeródromos

de la región moscovita. Una y otra vez Sbytov encontró que

no había existencias de combustible ni de municiones. Los

cazas, ya anticuados, estaban dispuestos ala con ala y sin

camuflar. Los comandantes de las bases afirmaban que ya se

apañarían si estallaba una guerra. Sbytov presentó un

informe a Pumpur del que este hizo caso omiso: ya se

arreglaría el asunto después del desfile del Primero de Mayo.

Sbytov lo trasladó a los políticos y se fue a ver a

Shcherbakov, secretario del Partido en Moscú. Este convocó

de inmediato a los principales comandantes de la fuerza

aérea a una reunión fechada para el 3 de mayo. Los oficiales

explicaron que los pilotos estaban realizando una nueva

instrucción con nuevos tipos de aviones. Los políticos

determinaron que esa era una excusa insuficiente para

descuidar las defensas de Moscú, y cuando Stalin leyó el

informe que sobre este encuentro le presentó Malenkov,

anotó en sus márgenes: «Sometan a un consejo de guerra a

los culpables.« -8 La carrera de Sbytov prosperó y concluyó


con un ascenso a general, pero muchos de sus compañeros

no le perdonaron nunca el papel que jugó en este asunto.

Quizá un incidente ocurrido el 13 de mayo de 1941

fuera el colmo de la paciencia de Stalin. Aquel día, un

Junkers-52 de la flota aerea alemana voló sin permiso desde

Polonia –ocupada por los nazis– hasta Moscú, y sus defensas

aéreas no reaccionaron. Timoshenko

y Zhukov organizaron una investigación que dio paso, el 10

de junio, a una orden furiosa. En esta directriz se afirmaba

que los observadores de tierra habían confundido al Ju-52

(trimotor) con un DC–3 soviético (bimotor) cuyo vuelo sí

estaba previsto. El aeropuerto de Bialystok no había logrado

informar de la intrusión a las unidades locales de la defensa

aérea porque sus comunicaciones estaban averiadas. El

personal de Moscú no solo había fallado a la hora de

interceptar al aparato, sino que incluso le había concedido


permiso para aterrizar. Timoshenko y Zhukov exigían que se

adoptaran remedios urgentes, reprendía a los responsables

y –no sin una demora sorprendente– ordenaban que se

repartieran siluetas de los aviones alemanes entre todos los

observadores terrestres. -9
Acto seguido empezaron a producirse detenciones y

palizas. Pumpur fue arrestado el 31 de mayo; Rychagov, el

21 de junio. Su mujer, la aviadora María Nesterenko, fue

detenida al día siguiente por «no haber denunciado a un

criminal de Estado ... pues siendo su amada esposa seguro

que estaba al corriente de las traicioneras actividades de su

marido». -10 El general Shtern, otro héroe de la guerra civil


española y comandante de las fuerzas aéreas para el

conjunto del país; el general Loktionov, antiguo comandante

de la fuerza aérea y entonces responsable del distrito militar

especial del Báltico; el general Arzhenujin [Arzhenukhin],

comandante de la Academia de la Aviación; el general

Gusev, comandante de la fuerza aérea en las regiones del

Extremo Oriente del país; el comandante de la fuerza aérea

en el frente Suroccidental; el comandante de la fuerza aérea

del 7.° ejército, y, para que no fuera a faltar nadie en la

partida, el jefe de comunicaciones del Ejército Rojo, el

general Trubetskoi, todos ellos fueron arrestados en vísperas

de la guerra o en los días inmediatamente posteriores. La

misma suerte corrió el general Proskurov, el distinguido

aviador que había prestado sus servicios en España y


precedió a Golikov en la dirección de la inteligencia militar. -
11
Yakov Smushkevich, el antiguo comandante de la

fuerza aérea que era en aquel momento subcomisario de

Defensa, se hallaba internado de nuevo en el hospital para

someterse a nuevas operaciones en sus piernas destrozadas.

El 7 de junio Yelena Burmenko, enfermera del centro,

regresó a su casa muy triste y le explicó a su marido, David

Ortenberg: «Esta mañana, cuando estaba de guardia con

Smushkevich, entraron tres oficiales de la NKVD y se lo

llevaron, aunque apenas podía dar un paso».-12 Aquella

noche, Rosa, la hija de quince años de Smushkevich, estaba


durmiendo en el apartamento familiar de la Casa del

Malecón cuando una linterna enfocada a sus rostros las

despertó a su madre y a ella. La habitación estaba llena de

hombres de la NKVD, bajo la dirección personal del segundo

de Beria, Bogdan Kobulov, quien había ayudado a organizar

la masacre de oficiales polacos en Katyn. La amplia

biblioteca de los Smushkevich fue hecha pedazos: se

inspeccionaba cada libro, uno por uno, y luego se arrojaba al

suelo. Los policías se llevaron todos los colchones, cojines y


almohadas, de forma que Rosa y su madre se vieron

obligadas a dormir en el suelo. También se llevaron todo el

dinero. El registro duró treinta y seis horas. -13

Una serie de amigos íntimos de la familia corrieron a

dar su apoyo a las dos mujeres. El almirante Kuznetsov –

máxima autoridad de la Marina y oficial próximo a

Smushkevich en España– estableció contacto con

Poskrebyshev, el asistente ejecutivo de Stalin, quien sugirió

que Rosa escribiera al jefe del gobierno. Así lo hizo, pero no

hubo respuesta inmediata. Rosa llamó entonces por teléfono

a Poskrëbyshev, quien le dijo: «Rosa, el camarada Stalin

está inmerso en cuestiones de gobierno muy complejas y no

se podrá reunir contigo. Pero no te inquietes, alguien irá a

veros».

A los pocos días, un coronel al que no conocían se

presentó en la Casa del Malecón y le dijo a la madre de

Rosa: «Debo llevarme a su hija durante un rato, pero no hay

razón para preocuparse». Rosa fue conducida hasta la

Lubianka para entrevistarse con el mismísimo Beria. Estaba

sentado en una mesa de una sala gigantesca, iluminada por

una lámpara de oficina con una pantalla verde.


- ¿Ha sido usted quien ha escrito al camarada Stalin? –

preguntó Beria.

- Yo he sido, sí.

- Bien, pues el camarada Stalin me ha pedido que

hablemos... Rosa le interrumpió para preguntar:

- Dígame, por favor, ¿han detenido a papá por razones

políticas o no?

- No lo sé. No se lo puedo decir. Pero usted qué cree:

¿su padre es un hombre honrado, un hombre bueno?

- Desde luego, creo en su honradez.

- Está bien, así debe ser. Todo se investigará a su

debido tiempo y todo saldrá bien. Pero no me haga más

preguntas.

- Entonces Beria hizo sonar un timbre y apareció

Kobulov. Beria lo descalificó severamente por haber dejado a

Rosa y a su madre sin dinero ni colchones en los que dormir.

Cuando llegó a la Casa del Malecón, los trastos volvían a

estar en su lugar y el dinero les fue devuelto poco después. -

14 Entonces las mujeres se sentaron a esperar. Pero lo

mismo hizo Stalin: en aquellos días dejó de lado el destino

de los prisioneros para concentrarse en cuestiones más


perentorias.

Cuando se desató la guerra, la represión volvió a

cebarse en el ejército. Comandantes, oficiales y suboficiales

de todas clases y simples soldados de a pie fueron

ejecutados por incompetencia, cobardía, pánico o simple

mala suerte. Los oficiales al mando de unidades de combate

disparaban contra sus propias tropas para obligarlas a

luchar, hacerse fama de implacables o distraer la atención

que de otro modo se prestaría a sus propios errores. Desde

los primeros días de la guerra se adoptaron medidas

brutales para mantener a los hombres en las líneas del

frente y evitar desbandadas en la retaguardia. El 17 de junio

de 1941 las unidades de seguridad militar fueron bautizadas

como «secciones especiales» y transferidas del orden de

batalla general a la NKVD. -15 Una sección especial de

tropas de la NKVD, con alrededor de cuarenta hombres por

grupo, quedó adscrita a cada división; a cada ejército le

correspondió un grupo similar, del tamaño de una compañía;

y a cada conjunto de ejércitos o «frente», lo que equivaldría

a un batallón. -16 Su labor consistía en impedir que los

soldados escaparan de sus posiciones de combate; verificar


que nadie abandonara sus puestos, y detener a los

sospechosos, tuvieran la graduación que tuviesen; ejecutar

a los desertores en el acto, y cumplir las sentencias de los

consejos de guerra, fusilando a los culpables, cuando se


considerara preciso, ante sus propios compañeros. -17 Estas
instrucciones pronto se hicieron extensivas al arresto e

interrogatorio de cuantos soldados hubieran caído

prisioneros de los alemanes y a la vigilancia constante de

quienes se reputara indignos de reincorporarse a las

unidades de combate. -18

A principios de septiembre, un contraataque por el

suroeste de Moscú, dirigido por el general Yerémenko, a la

sazón comandante del frente de Briansk, fracasó sufriendo

graves pérdidas. Ello se debió, en parte, y según el propio

Yerëmenko, a que había cundido el pánico entre los soldados

y sus oficiales. El 12 de septiembre la Stavka emitió una

directriz, firmada por Stalin, que autorizaba a todos los

comandantes a crear destacamentos de bloqueo. -19 Ante la

presión de las tropas alemanas, decía la directriz, divisiones

enteras se dejaban llevar por el pánico, gritaban «¡Estamos

rodeados!» y se precipitaban de cabeza a una retirada en la

que incluso abandonaban todos sus pertrechos. Ello no


ocurriría si los oficiales al mando y los comisarios políticos

fueran suficientemente enérgicos y fiables, pero muchos no

lo eran. Así pues, se hacía preciso organizar en cada

división, en un plazo máximo de cinco días, destacamentos

de bloqueo. Tendrían la magnitud de un batallón, estarían

completamente armados y se los dotaría de tanques y

transportes. No deberían vacilar en utilizar sus armas contra

cualesquiera fuesen responsables de incitar al pánico,

aunque respetando la vida de los soldados honrados

arrastrados por la avalancha.

Algunos veteranos, al igual que algunos historiadores,

afirman que los destacamentos de bloqueo nunca dispararon

indiscriminadamente contra los hombres que se retiraban.

Incluso los más numerosos de estos grupos eran pequeños

en comparación con los ejércitos en su conjunto, por lo que

no es de extrañar que muchos veteranos no los vieran nunca

en acción. Sin embargo, Aleksandr Yakovlev, compañero de

reformas de Gorbachev en los días postreros de la Unión

Soviética, participó en un incidente ocurrido en el frente de

Volkov, al norte de Moscú, en mayo de 1942, cuando era un joven marino.

Los marinos teníamos una reputación aterradora en el


combate. La gente nos llamaba «diablos negros». Una

noche, se ordenó a nuestros dos batallones de Marina que

abandonáramos la línea. Por suerte los alemanes no se

enteraron nunca, porque habíamos dejado todo el sector

sin defensas. Nos llevaron a un pueblo cercano, a paso

ligero, en medio de la oscuridad. Allí cavamos trincheras y

dispusimos ametralladoras para ofrecer cobertura a un

bosque cercano. Una división de tropas de la NKVD –en su

mayoría, antiguos policías llamados a filas– había huido de

sus posiciones y emergió brevemente del bosque, en

desbandada. Nuestro comisario, un hombre llamado Ksendz,

nos dio órdenes de disparar por encima de sus cabezas.

Tomó un altavoz y gritó a los fugitivos que se tiraran en el

suelo. Así lo hicieron, y claro, se interrumpió el pánico.

Luego Ksendz fue capaz de organizarlos según sus secciones

y compañías, hizo formar a los oficiales y les ordenó

regresar a las líneas. No hubo bajas, pero les dijo que la

próxima vez que se dejaran llevar por el pánico, las

ametralladoras dispararían a matar. -20

Según las cifras de la propia NKVD, sus destacamentos

de bloqueo arrestaron a casi setecientos mil oficiales y


soldados rasos entre el principio de la guerra y el 10 de

octubre de 1941. La mayoría se reincorporó al deber activo.

Pero casi veintiséis mil fueron encarcelados y fusilaron a más

de diez mil, tres mil de los cuales, enfrente de sus

camaradas. -21 Mientras estaba en Leningrado en

septiembre de 1941, Zhukov ordenó, en persona, que se

volvieran las ametralladoras contra cualquier batallón en

retirada. Unos pocos días más tarde –acuciado quizá por

Stalin, que le había dado instrucciones de no respetar la vida

de los civiles que estaban siendo usados como escudos

humanos por los alemanes– fue aún más allá y ordenó

fusilar a las familias de cuantos se rindieran al enemigo. -22

Stalin era tan implacable con los máximos comandantes


de las fuerzas armadas como la NKVD con las tropas. Así, se

apresuró a ocuparse de quienes habían dirigido la catástrofe

de la frontera. El 16 de julio de 1941, el GKO anunció el

arresto de los comandantes de los frentes Noroccidental,

Occidental y Meridional. Según se decía en la orden: «Es ...

nuestro sagrado deber castigar a los cobardes, a los

desertores y a los que siembran el pánico, y restaurar la

disciplina militar, si queremos preservar inmaculado el


elevado prestigio de los combatientes del Ejército Rojo». Se

detuvo a nueve generales que fueron sometidos a consejos

de guerra. Se trataba de Dmitri Pavlov, ex comandante del

frente Occidental; su jefe del estado mayor, el general de

división Klirnovskij [Klimovskikh]; su jefe de

comunicaciones, el general de división Grigoriev, y seis

generales menos destacados. -23

Pavlov y sus compañeros fueron juzgados el 22 de julio

de 1941, en medio del primer ataque aéreo de la Luftwaffe

sobre Moscú. Se ha dicho que rogaron se les permitiera ir al

frente como soldados rasos, para pagar con su sangre la

derrota de sus ejércitos. -24 Pero si de verdad fue así, su


petición fue denegada. El 28 de julio Stalin anunció que el

Tribunal Supremo había declarado a Pavlov y Klimovskij

culpables de cobardía, pasividad e incompetencia, al permitir

que sus fuerzas se desintegraran y abandonaran sus armas

y reservas a manos del enemigo, y al tolerar que las

unidades del frente Occidental abandonaran sus posiciones

defensivas sin autorización, haciendo posible que el enemigo

abriera una brecha en las defensas. Grigoriev fue condenado

por pánico y negligencia criminal, por no haber establecido


comunicaciones fiables entre el estado mayor de su grupo

de ejércitos y las formaciones que lo integraban,

contribuyendo así a la pérdida de control sobre sus actos.

Los cuatro generales de mayor graduación, siguió

anunciando Stalin, habían sido desprovistos de sus galones y

sentenciados a muerte. La resolución ya se había cumplido. -


25
El general de división Kopets, héroe de la guerra civil

española que había ascendido a ese grado en solo tres años


partiendo del de capitán, ya había adoptado otra clase de

salida: se suicidó en la noche del primer día de la guerra,

abrumado por la catástrofe que había ocurrido bajo su

mando. El Diario de operaciones militares del grupo de

ejércitos del frente Occidental contiene una referencia

despectiva sobre su muerte:

El comandante de la fuerza aérea del frente Occidental,

el general de división Kopets, máximo culpable de la pérdida

de nuestros aviones, con el deseo obvio de evitar su castigo,

se pegó un tiro en la noche del 22 de junio, sin esperar a

conocer la magnitud total de las bajas. Los otros culpables

recibieron su justo castigo más adelante. -26

Simonov escribió más tarde, en su epitafio:

Kopets era uno de nuestros mejores pilotos de cazas ...

Quizá no se suicidó tanto porque temiera el castigo, como

porque se sentía oprimido por la terrible responsabilidad que

había recaído sobre sus hombros. Desde un punto de vista


psicológico, me parece una reacción absolutamente

comprensible. -27

Para lograr un control aún más absoluto, el 16 de

agosto de 1941 Stalin emitió la orden n.° 270. Estaba

redactada en su estilo característico: retórico, machacón,

repetitivo, brutalmente lógico, casi como un conjuro.

Comenzaba describiendo las acciones de valentía de quienes

habían luchado hasta la muerte. «Pero no podemos esconder

el hecho de que, en el pasado reciente, ha habido una serie

de ejemplos vergonzosos de rendición al enemigo». Los

generales eran tan culpables como los soldados rasos de

esta conducta mezquina, temblorosa y cobarde. Los oficiales

al mando se escondían en las trincheras o en sus cuarteles

generales, en lugar de salir a dirigir los combates. Al menor

signo de dificultades se arrancaban los galones y

desertaban. ¿Se podía tolerar la presencia de esa gentuza

entre los grados del Ejército Rojo? No, bajo ningún concepto.

Quienes se rindieran debían ser aniquilados por cualquier

medio, desde tierra o desde el aire, y se privaría a sus

familias de todas sus prestaciones sociales. -28 Quienes

desertaran serían fusilados en el acto y se arrestaría a sus


familias. Los comandantes que se demostraran incapaces de

dirigir a sus soldados con eficacia en la batalla serían

degradados (incluso a soldados rasos) y reemplazados por

suboficiales o soldados que se hubieran distinguido en la

acción. La orden no se publicó entonces, ni hasta pasados

muchos años. Pero fue leída a todas las unidades y a los

oficiales más señeros del Partido y el gobierno, a lo largo y

ancho del país. -29

Incluso quienes habían padecido rigores similares

tuvieron que aplicar la orden n.° 270 con la máxima

severidad. Meretskov, que cedió paso a Zhukov como jefe

del estado mayor tras su pobre rendimiento en los juegos de

guerra del mes de enero, fue arrestado casi al mismo tiempo

que Pavlov. Fue acusado de conspirar con otros generales y

recibió una fuerte paliza porque –según dijo uno de los

interrogadores aun después de que recobrara el favor

oficial– «era un conspirador obstinado y peligroso. No lo

perdonamos». Meretskov confesó ser culpable de todos los

cargos y agravó las acusaciones en contra de Pavlov, a quien

reprochó haber intentado plantarse en defensa de algunos

de los oficiales objeto de las purgas de 1937. Pavlov, por su


parte, admitió que él y otros oficiales habían escrito a

Voroshilov y Stalin para decirles que aquellos arrestos

carecían de justificación y estaban minando la confianza de

los soldados en sus propios superiores. Además, lo obligaron

a su vez a denunciar a Meretskov por sus relaciones con el

«traidor» Uborevich. Más adelante Meretskov asistió a un

careo con Loktionov, el antiguo comandante de la fuerza

aérea y supuesto colaborador suyo en la conspiración.

Loktionov estaba sangrando y lo vapulearon de nuevo

delante de Meretskov. En un primer momento admitió haber

tratado con Uborevich, pero luego se negó a firmar ninguna

confesión al respecto, a pesar de la insistencia de Meretskov.

A diferencia de la mayoría de sus camaradas, Loktionov


vaciló, pero no llegó a ceder. -30

Un tiempo más tarde, Stalin se acordó de la existencia

de Meretskov, dijo: «Ya lleva un buen rato al fresco» y

ordenó que lo liberaran. En sus memorias, Meretskov

describe la breve conversación que sostuvo con Stalin unas

semanas más tarde:

- Stalin: ¡Hola, camarada Meretskov! ¿Cómo se

encuentra?
- Meretskov: ¡Hola, camarada Stalin! Me encuentro a

pedir de boca. Dígame, por favor: ¿qué se me ordena? -31

Dos días después, Meretskov partía para unirse a

Bulganin y Mejlis en el comité militar del frente

Noroccidental. Muy pronto tuvo que juzgar a oficiales

compañeros suyos. El 11 de septiembre de 1941 él y Mejlis

condenaron a muerte al general Goncharov, comandante de

artillería del 34.° ejército, por cobardía. Goncharov fue

fusilado al anochecer en el pueblo de Zaborie, ante la

presencia de 23 miembros de su estado mayor. El coronel

Saveliev fue testigo de la escena:

Mejlis ordenó formar a los miembros del estado mayor

del 34.° ejército. Avanzó a grandes pasos frente a la

formación y se detuvo frente al comandante de artillería,

gritándole:

- ¿Dónde están sus cañones?

Goncharov apuntó vagamente en dirección al lugar en

el que estaban rodeadas nuestras unidades.

- ¡Le estoy preguntando dónde están sus cañones! –

gritó Mejlis de nuevo.

Tras una breve pausa, pronunció la fórmula consabida:


De acuerdo con lo establecido en la orden n.° 270 del

comisario del pueblo para la Defensa...

Ordenó a uno de los comandantes, ya mayor, que

ejecutara la sentencia. Estaba situado en el extremo derecho

de la formación. Incapaz de superar la emoción, y no sin

valentía, este comandante se negó. Fue preciso convocar en


su lugar a un escuadrón de fusilamiento. -32

Meretskov terminó la guerra como mariscal, héroe de la

Unión Soviética y comandante de las tropas soviéticas en la

campaña contra Japón de 1945. Al igual que Rokosovski,

nunca habló del tiempo pasado en prisión.

Varios de los generales enumerados en el preámbulo a

la orden n.° 270 estaban fuera del alcance de Stalin. Los

generales Ponedelin y Kirillov habían caído prisioneros y

fueron sentenciados a muerte en su ausencia. Parece que no

toleraron mal la cautividad. Fueron liberados por los

estadounidenses al terminar la guerra y entregados a los

soviéticos para su repatriación. En un principio se les

permitió recuperar su antigua graduación, pero en octubre

de 1945 fueron arrestados, encarcelados durante casi cinco

años y luego juzgados y condenados a muerte. Fueron


ejecutados en 1950 y rehabilitados a título póstumo, en

1954. *1-*1

El padre y la segunda mujer del general Ponedelin

fueron detenidos y enviados al exilio. -33 Su hija Alla,

compañera de clase de Stepan Mikoyan, recordaba:

Mi padre conoció a mi madre durante la guerra civil,

cuando fue alojado con la familia de ella, de clase media

alta. El procedía de una familia campesina, pero había

ascendido a comandante de brigada durante la

primera guerra mundial. En 1923 fue enviado a estudiar a la

Academia Frunze de Moscú. Vivíamos en la residencia de

estudiantes de la Academia. El salario de mi padre era tan

escaso que mi madre tuvo que vender todas sus joyas para

mantener a la familia. En 1927 mi padre fue destinado por

dos años a Stalingrado, para dirigir un regimiento. Luego

regresó a la Academia Frunze, en esta ocasión como

conferenciante. Vivimos cuatro años en una kommunalka en

la que cada familia disponía de tres habitaciones, pero la

cocina era común. Uno de los amigos más próximos de la

familia era el general Timashkov, que también formaba parte


de la plantilla de maestros de la academia. Mi padre dirigió
luego un cuerpo durante la guerra finlandesa, y en la

primavera de 1941 fue destinado, como comandante del

12.° ejército, a Ivano–Frankovsk, en la Ucrania occidental.

Mi madre y yo nos quedamos en Moscú y la familia se

rompió cuando mi padre se emparejó con otra mujer. Pero la

relación seguía siendo cordial y me invitó a visitarlo en

Ivano–Frankovsk a mediados de junio. Justo una semana

antes de mi fecha prevista de partida recibí un telegrama en

el que me pedía que no fuera.

Como había obtenido las notas más altas en los finales

de secundaria pude entrar directamente en el departamento

de Matemática y Mecánica de la Universidad de Moscú, en

1940. Pero al terminar el primer curso universitario saqué

un 3 en Física. Era un problema grave porque significaba

que no tendría beca para el segundo curso... solo que al día

siguiente estalló la guerra y la cosa pareció perder toda su

importancia. Pasé unas pocas semanas ayudando a recoger

la cosecha en una granja estatal de las afueras de Moscú y

seguí algunos cursos de enfermería. También realicé tareas

de vigilancia contra incendios en lo alto de la cúpula del

viejo edificio de la universidad. Tuve la suerte de no estar allí


el día en el que el edificio fue alcanzado por una bomba que

mató a varios de los vigilantes...

En agosto recibí una llamada telefónica del general

Timoshenko. Me decía: «Tu padre ha sido capturado y

condenado por traición junto con los generales Kirillov y

Kachalov. He sabido que la NKVD pretende arrestarte como

miembro de su familia, pero he logrado disuadirlos. No le

digas a nadie quién es tu padre y, cuando tengas que

rellenar algún formulario, di que tu padre está en el ejército,

no que es un general».

Esto pareció bastar. Continué estudiando en la

universidad. Cuando esta fue evacuada me quedé en Moscú

y me incorporé a un equipo

de construcción de refugios antiaéreos. Solo llevaba una

semana en el grupo cuando el capataz intentó violarme, no

sin advertirme: «No armes escándalo: sé quién es tu padre».

Logré que me trasladaran al departamento de personal

de una empresa comercial. Entonces un amigo que era

mecanógrafo del estado mayor de la 214.ª división de apoyo

aéreo me indicó que estaban reclutando operadores de radio

para la sección meteorológica. Presenté la instancia, pero


me asignaron a la sección de personal de la división, como

empleado eventual [volnonaemnaya], lo que significaba,

entre otras cosas, que nunca vestía el uniforme oficial. En

noviembre de 1942 la división fue adscrita al frente de

Stalingrado. Pasé a la sección ejecutiva del estado mayor

con la responsabilidad de manejar todos los documentos

operativos de la división. Un día el general Rybanov,

comandante de la división, me hizo llamar y me preguntó:

«¿Conoce al general Naidënov? Exige saber por qué estoy

empleando a la hija de un traidor en un puesto tan

delicado». Me anticipó tres meses de paga para que me

escabullera y me sugirió que regresara a Moscú y retomara

mis estudios. También me ofreció reincorporarme cuando

hubiera bajado la marea, pero entendí que era más seguro

permanecer en la capital.

Durante todo este tiempo no cambié nunca mi apellido,

aun a pesar de que es muy raro: en la actualidad sigue

habiendo solo una Ponedelin en la guía de teléfonos de

Moscú.

Mi padre estuvo en un campo de prisioneros alemán

hasta la conclusión de la guerra. Intentaron que se uniera a


las fuerzas rusas que luchaban al lado de los nazis, pero se

negó. Al terminar la guerra él y otros generales fueron

conducidos a París y entregados de nuevo a los soviéticos.

Pasó cinco años encarcelado en la prisión de Lefortovo. Los

interrogadores nunca pudieron demostrar que hubiese

actuado traicioneramente. Corre una historia según la cual,

tras haber pasado ya unos años en prisión, escribió a Stalin

reivindicando su inocencia. Stalin no se acordaba de él y al

recibir la carta dijo: ¿Pero es que aún vive este hombre?».

Sea cual fuere la verdad del asunto, a mi padre lo fusilaron

en 1950.

El general Timashkov fue arrestado por ser amigo de

un «traidor» y su familia tuvo que vivir en una celda del

monasterio de Donskoi, después de ser expulsada de su

apartamento. -34

Stalin continuó refinando este sistema brutal a medida

que avanzaba la guerra. A la orden n.° 270 le siguió, un año

más tarde, la orden n.° 227, emitida el 26 de julio, cuando

los alemanes embestían hacia Stalingrado y el Cáucaso y el

Ejército Rojo se había precipitado de nuevo a una retirada

desordenada. La orden n.° 227 ha devenido más famosa,


pero no era más salvaje que la 270. Una vez más, exhibía

las marcas inconfundibles del estilo personal de Stalin. El

pueblo soviético –decía– siempre había admirado y amado al

Ejército Rojo. En aquel momento estaba perdiendo la fe y lo

maldecía por abandonar a las gentes sencillas al yugo

alemán, mientras corría a salvarse retirándose hacia el este.

Quienes afirmaban que el Ejército Rojo no podría ser

derrotado porque contaba con una capacidad ilimitada de

retirada hacia el este eran imbéciles: el país ya se había

visto obligado a entregar al enemigo a setenta millones de

personas y buena parte de su producción de cereales y

metales. Por tanto, no podía permitirse perder a nadie ni

nada más. Quedaba prohibido retroceder un solo paso más.

Los cobardes y los que sembraran el pánico serían fusilados

en el acto y los comandantes que abandonaran sus

posiciones sin autorización serían considerados traidores.

Durante los primeros meses de la guerra algunos

comandantes habían establecido, por iniciativa propia,

unidades de castigo. -35 Entonces Stalin ordenó que se

hicieran sistemáticos. Cada grupo de ejércitos debería

organizar hasta un máximo de tres batallones de castigo


para oficiales y suboficiales mayores condenados por

cobardía o delitos similares, más un máximo de diez

compañías de castigo para los suboficiales menores y

soldados. Estas unidades de shtrafniki debían ser enviadas a

combatir en los sectores más difíciles del frente, para que


tuvieran la oportunidad, se decía, de «de borrar con su

sangre las ofensas infligidas a la madre patria».

Los detalles fueron fijados por Zhukov unas pocas

semanas más tarde. El servicio en las unidades de castigo se

prolongaba entre uno y tres meses. Antes de ser enviado a

una de estas unidades, el soldado u oficial entregaría todas

sus medallas, que se le guardarían hasta su reincorporación

al servicio ordinario. Allí serviría siempre como shtrafnik

raso, independientemente de su graduación anterior, aunque

se permitían ascensos hasta el grado de sargento, si se

consideraba preciso. Las familias de los shtrafniki seguían

recibiendo el apoyo financiero que se les hubiera otorgado

previamente. Los oficiales al mando de esas unidades eran

profesionales. No recibían ninguna instrucción especial para

realizar esas labores, pero se consideraban servicio

extraordinario en el cómputo de las eventuales pensiones.


En total, lucharon en las unidades de castigo más de

cuatrocientos mil hombres. -36

La orden n.° 227 también reforzó adicionalmente el

sistema de los destacamentos de bloqueo, que se situaban

justo detrás de las «divisiones poco fiables», con

autorización para disparar contra los cobardes y alarmistas

para «ayudar así a los soldados decentes de la división a

cumplir con su deber ante la patria». En marzo de 1943

Rokosovski se quejó de que diecinueve de los hombres de

una de sus unidades de castigo habían desertado,

pasándose al bando alemán, por lo que ordenaba a sus

comandantes que restringieran «el empleo de las

subunidades penales a las situaciones en las que se pudiera

apostar inmediatamente por detrás a destacamentos de

bloqueo».-37

En el verano de 1944, los hombres de estos

destacamentos estaban realizando una gran variedad de

tareas. Trabajaban en la defensa de los cuarteles del mando,

como encargados del mantenimiento de las líneas

telefónicas, o incluso como cocineros, zapateros, sastres,

mozos de almacén y administrativos. -38 Los destacamentos


de bloqueo se abolieron oficialmente el 29 de octubre de
1944. Pero tanto estos destacamentos como las unidades de

castigo continuaron existiendo, en la práctica, hasta el final

de la guerra, mucho después de que la marea se hubiera

vuelto en contra de los alemanes. -39

La orden n.° 227 fue leída ante Cherniaev y sus

camaradas mientras estaban descansando en la reserva.

Pero no se sintieron afectados. Sabían demasiado bien que

la situación era desesperada, hasta el punto que las

amenazas de castigos tan severos no los asustaban.

Confiaban los unos en los otros; nadie había sucumbido al

pánico y ninguno había pensado en abandonar el campo de

batalla. Si la orden se refería a alguien, concluyeron, tenía

que ser a otra clase de soldados. -40

Hay muchos testigos que han relatado cómo

funcionaban las unidades de castigo. En el verano de 1942,

el teniente Zia Buniatov [Bunyatov] fue arrestado por una

sección especial de la NKVD, mientras su unidad se retiraba

hacia Rostov del Don. El y varios oficiales más

fueron conducidos a una amplia granja del pueblo de Vesely.

Entraban por turnos, de uno en uno, a una casa en la que


había tres hombres sentados a una mesa. Los prisioneros

daban su graduación y explicaban qué suerte había corrido

su unidad. La mayoría contaba que la línea entera se había

venido abajo y que, como oficiales de baja graduación, no

estaban en condiciones de frenar la avalancha. La mitad

fueron condenados, trasladados detrás de una pocilga y

fusilados. Los demás, incluyendo a Buniatov, fueron

destinados a unidades de castigo. La compañía de Buniatov

partía a veces de un total de setecientos hombres, pero

después de los combates, salvo que fueran simples

escaramuzas, quedaba reducida a unas pocas docenas. -41

Semión Aria fue condenado a servir en una unidad de

castigo de resultas de una extraña desgracia. Había sido

llamado a filas en 1940 y, cuando estalló la guerra, había

completado justo su primer año de instrucción.

Acto seguido me enviaron a una unidad de infantería


motorizada del frente Occidental, fuera de Moscú. Solo

llevaba tres días en el frente cuando me alcanzó una bomba

y sufrí una grave conmoción. Estuve internado en un

hospital militar hasta agosto de 1942. Tras realizar tres

meses de entrenamiento como tanquista de un T–34 fui


destinado, en diciembre de 1942, a una brigada acorazada

del frente Norte del Cáucaso. Los alemanes se retiraban y

nuestra unidad entabló combates muy sangrientos. En cierta

fecha nos ordenaron desplegarnos en otro sector, al que

tuvimos que desplazarnos a marchas forzadas; eran veinte

millas [unos treinta y dos kilómetros]. Mi tanque se cayó al

cruzar un puente de madera y volcó. Logramos sacarlo del

mal paso, pero al cabo de otras veinte millas el motor

empezó a perder aceite y se paró. Estábamos agotados y

pasamos la noche en unos establos, dejando de guardia a un

miembro de la tripulación. Pero él también se durmió y,

cuando nos despertamos, el carro había desaparecido. Luego

supimos que lo había rescatado un equipo de reparación que

pasaba por el lugar.

Tanto el comandante del tanque, el teniente Kutz, como

el propio Aria fueron arrestados y confinados en un sótano

gélido. Allí encontraron entre otros a un comandante del

estado mayor del 44.º ejército, que antes de la guerra había

formado parte de las mafias de Leningrado.

Lo habían detenido por ametrallar a quinientos prisioneros

alemanes con la excusa de que no disponía de soldados a los


que confiar su vigilancia. Tenía la convicción de que lo

fusilarían, aunque no había abandonado la esperanza de

convencer al tribunal de que se había limitado a cumplir la

orden de Stalin «de aniquilar a los invasores alemanes,

hasta el último hombre».

Kutz y Aria fueron condenados a siete años de trabajos

forzados por haber perdido un vehículo primordial para el

ejército. Pero la sentencia se conmutó y, junto con un

soldado al que no conocían, fueron destinados a la 683.ª

compañía de castigo, que se hallaba en el frente, a unas

ciento cincuenta millas de distancia [unos doscientos

cuarenta kilómetros], en las proximidades de Taganrog.

Nos devolvieron los documentos y nos ordenaron –sin

darnos alimentos ni medios de transporte– que buscáramos

la forma de llegar hasta allí como mejor pudiéramos. Yo no

tardé en separarme de mis compañeros, a los que no volví a

ver nunca. Me estaba congelando y muriendo de hambre.

Tuve que mendigar por el camino, de granja en granja. Pero

los campesinos habían sido arrollados dos veces, primero

por los alemanes y luego por los rusos, y no puedo decir que

recibieran a los soldados con los brazos abiertos. Pasé todo


el camino aterrorizado, temiendo que me detuviera la NKVD

y me tomara por un desertor.

Cuando por fin llegué a mi destino, fui asignado a una

sección dirigida por el teniente Leonov. El doctor, el

comandante Artashev, había tenido a su mando un batallón

médico, pero fue relegado a tareas menores cuando las

enfermeras, que se habían unido formando un harén

personal, riñeron entre ellas y denunciaron el arreglo ante

las autoridades. Nos helábamos en las trincheras y,

literalmente, nos moríamos de hambre, porque se había

interrumpido el sistema de abastecimiento. No estábamos

en condiciones de combatir. Por suerte, era un sector

tranquilo, aunque una noche nos despertaron para

anunciarnos que habían encontrado dormido en su puesto al

oficial de guardia y que lo iban a fusilar en el acto.

Entonces las cosas empezaron a cambiar. Los oficiales

comenzaron a estudiar las posiciones alemanas desde las

trincheras, con ayuda de periscopios, bien ocultos a varios

metros de distancia, en una colina helada. Nos dieron vodka

y carne por primer vez. Aquella noche nos dieron

instrucciones de atacar las líneas alemanas, abrirnos paso y


tomar el pueblo de más allá. Leonov nos dirigía mientras nos

arrastrábamos hacia las posiciones alemanas. Ya casi

habíamos llegado cuando dieron la voz de alarma; nos

lanzamos sobre ellos entre las ráfagas de las ametralladoras.

Tuvimos la mala fortuna de entrar en un campo de minas y

Leonov dio la orden de retirada: nuestra sección había

perdido a la tercera parte de sus hombres.

Era evidente que el ataque era una estratagema. Los


comandantes estaban al cabo del campo de minas y no

esperaban que nos abriéramos paso, solo buscaban que los

alemanes revelaran sus posiciones. Un par de días más

tarde me llamó el comandante de la compañía, el capitán

Vasenin. Me dijo que mi condena había quedado anulada:

según el informe de Leonov, yo había hecho gala de un

coraje excepcional en el combate, aunque lo cierto es que no

consigo acordarme de haber hecho tal cosa. Pregunté si

podía despedirme de Leonov antes de marcharme. «No», me

respondió Vasenin: había sido fusilado por orden del

comandante de la división, que le reprochaba haberse

retirado de la batalla sin autorización. En total estuve en la

compañía de castigo menos de tres semanas.


Luego me destinaron a la retaguardia, para una nueva

etapa de instrucción. Me enviaron a una unidad de cohetes

Katiusha, dentro del 51.° regimiento de guardias, que se fue

abriendo camino a través de Ucrania, Rumania, Bulgaria,

Yugoslavia, Hungría y Austria. Caí herido dos veces. Mi

última acción militar de la guerra fue bombardear la gran

noria del Prater, en Viena. Volví a ese parque muchos años

más tarde y sonreí al comprobar que en la noria hay una

placa con la nota de que fue bombardeada por la artillería

soviética... Fui desmovilizado al cabo de un año de concluir

la guerra. Me marché a vivir con mi madre y me licencié en

Derecho a distancia. -42

Al igual que Semión Aria, Vladimir Kantovski llegó a su

unidad de castigo por una vía extraña y tortuosa. Tras haber

emprendido una protesta anónima en contra del arresto de

su profesor de Historia, al que apreciaban mucho, él y sus

compañeros pudieron completar los exámenes en paz. Pero

en cuanto estalló la guerra, Kantovski fue detenido junto con

dos de sus cómplices, Lena Sobol y Ania Bovshever.

Una de las primeras personas que conoció en la

Lubianka mientras los sometían al acostumbrado –pero no


por ello menos vejatorio– examen corporal fue Serguei

Shcheglov. Shcheglov era dos años mayor que Kantovski.

Procedía de una familia pobre de una ciudad de provincias,

Murom. Su madre era muy religiosa y sus compañeros de


clase solían mofarse de él porque cantaba en la iglesia del

pueblo. -43

En 1937 su padre fue detenido y fusilado y su madre

fue enviada a un campo. Shcheglov se fue a vivir con una

tía. El y varios amigos de la escuela organizaron un «grupo

de estudio de economía política» para analizar El capital y

hablar sobre la economía soviética. La NKVD llamó a

Shcheglov y le ordenó espiar al grupo; él se negó, aunque lo

más diplomáticamente que supo.

En otoño de 1940 Shcheglov obtuvo una beca para

estudiar en el Instituto Pedagógico de la Región de Moscú.

Aprobó los exámenes del primer curso en la mañana del 22

de junio de 1941 y comenzó a hacer planes para las

vacaciones de verano. -44 Sin saber aún que había estallado


la guerra fue a cortarse el pelo; los altavoces de un rincón

de la barbería estaban radiando música ligera cuando de

pronto se interrumpieron y dieron paso al discurso de

Molotov. Una muchacha de la peluquería rompió a llorar: su


novio estaba en una unidad militar de la frontera occidental.

Shcheglov, por el contrario, sintió que se le levantaba el

ánimo: desde aquel momento, todas las horas serían

relevantes, todos los días serían un hito en la Historia. -45

A la mañana siguiente se presentó voluntario en el

Komsomol. Recibió instrucciones de regresar a su instituto y

esperar a que lo llamaran. Al volver encontró el centro

sumido en el caos: los libros, los rollos de mapas, los

diagramas y pósters estaban siendo apilados en montones

por el suelo. Los estudiantes retiraban las mesas, los

bancos, los percheros, los atriles y las lámparas de las aulas

y los auditorios. El instituto iba a transformarse en un

hospital militar.

Pero la NKVD no había olvidado la anterior negativa de

Shcheglov a colaborar con sus peticiones. Entre toda la

confusión, lo hicieron pasar a la oficina del rector. En el sofá

había un hombre vestido con el uniforme de la policía

secreta; también había dos civiles junto a la ventana, uno

con traje gris, otro con traje marrón. Le pidieron el carné de

identidad y del Komsomol, le dijeron que estaba detenido y


le mostraron la orden que los autorizaba a hacerlo. Los dos
civiles lo cachearon con eficacia y pusieron sus pertenencias

sobre la mesa del rector: un cortaplumas, un cuaderno de

notas, un lápiz, un carné sindical, poco más de veinte

rublos, una libreta de ahorros y una pitillera que el policía le

devolvió. Lo metieron en una furgoneta y fueron al hostal en

el que se alojaba, donde registraron todas sus propiedades,

que le ordenaron recogiera y llevara consigo. Luego lo

trasladaron a la Lubianka. -46

Shcheglov y Kantovski no tardaron en trabar una

amistad que se prolongaría hasta la vejez. Se preguntaban

por qué los habían arrestado. Kantovski pensaba que existía

una conspiración fascista, tendiente a socavar el régimen

soviético por la vía de convencer a sus líderes de que

estaban rodeados de traidores. Shcheglov, por su parte,

creía que el régimen daba por sentado que, tras haber

detenido a sus padres, se habrían convertido en enemigos

de la Unión Soviética. Kantovski criticaba a Stalin por la

destrucción de los viejos bolcheviques, las detenciones en

masa y las acusaciones generalizadas de traición. Se

expresaba con tanta vehemencia que Shcheglov empezó a

sospechar que se trataba de un provocador; le respondió


que era demasiado joven para juzgar todas esas cuestiones,

a lo que Kantovski replicó que muchos de los bolcheviques

habían empezado su carrera política justo a esa edad.

Kantovski y Shcheglov fueron trasladados a la prisión

de Omsk, en Siberia, donde Dostoyevski había sido

encarcelado un siglo antes. Ahora había ochenta reclusos

encerrados en aquellas celdas de los tiempos zaristas. Los

interrogadores de Shcheglov intentaron forzarlo a admitir

que el grupo de estudio de su escuela no era más que una

tapadera para los encuentros de una asociación de

conspiradores antisoviéticos, pero él se obstinó en negarlo y

no lograron que diera su brazo a torcer. Lo destinaron a un

campo de trabajo en Norilsk, en el extremo más

septentrional de Siberia, donde permaneció los cinco años

posteriores.

Kantovski fue interrogado una sola vez.

El policía que me interpelaba tenía todas las cartas que

habíamos puesto en circulación: se trataba de un caso

cantado de conspiración contrarrevolucionaria. En diciembre

de 1941 Ania Bovshever y yo fuimos condenados a diez años

de trabajos forzados; a Lena Sobol le impusieron cinco años,


aunque dejaron la pena en suspenso. Yo fui destinado a un

campo de trabajo en las inmediaciones de Omsk, donde

estaban construyendo una fábrica aeronáutica. Las

condiciones eran inhumanas: nos helábamos, apenas nos

daban comida, el escorbuto y la neumonía campaban a sus

anchas... Los prisioneros se morían como moscas.

Yo bombardeé a las autoridades con cartas en las que

solicitaba que me trasladaran al frente. Al final me

destinaron a una compañía de castigo. En aquel momento,

el Ejército Rojo estaba organizando las unidades según el

grupo nacional al que pertenecieran: checos, polacos,

lituanos, letones y así. La gente de la oficina de

reclutamiento de Omsk se quedó encantada al saber que,

técnicamente, yo era letón. Me dieron un pasaporte de viaje

y raciones de comida y me subieron bajo mi responsabilidad,

como un pasajero cualquiera, a un tren dirigido a los

campamentos militares de las proximidades de Gorki, cuyos

refuerzos se estaban entrenando para incorporarse a la 43.ª

división de guardias letones.

Pero las autoridades de Gorki no acertaban a decidir

entre si considerarme un guardia letón o un criminal con la


sentencia vigente. Por razones de seguridad me enviaron a

una compañía de castigo del frente Noroccidental.

Kantovski fue enviado otra vez solo, sin vigilancia

ninguna, como un pasajero cualquiera de un viaje a través

de Rusia que duró todo un mes y no desmerecía de las

aventuras del buen soldado Schweik.

Después de algún tiempo sin ocupación, nuestra unidad

fue enviada por delante de la fuerza principal,

presumiblemente para atraer la atención del fuego alemán y

obligarlos a revelar sus posiciones. Los tanques que nos

dieron como apoyo no recorrieron más de cincuenta metros

antes de averiarse o ser destruidos. Yo recibí una herida


grave en un brazo y me arrastré como pude de vuelta hacia

las líneas soviéticas. De mi compañía de doscientos

cincuenta hombres, según me dijeron más tarde, solo hubo

siete supervivientes ilesos, que fueron galardonados. A mí

me dieron dispensa por la herida y pude continuar con mis

estudios. -47

Aleksandr Pyltsyn no sirvió en una unidad de castigo

como prisionero: fue asignado a ella como teniente en 1943,

al frente de una sección


del 8.° batallón de castigo del 1.er frente bielorruso de

Rokosovski. Los hombres que dirigía eran antiguos oficiales,

más veteranos y más experimentados que él, por lo que

estaba inquieto: ¿cómo podría ejercer su autoridad? Sin

embargo, en su conjunto demostraron ser bastante

disciplinados, aunque tenían la incómoda costumbre de

reírse de los policías militares que, con excesiva ingenuidad,

los amenazaban con destinarlos a una unidad de castigo si

no se portaban como se esperaba de ellos.

La unidades de castigo, según explicaba Pyltsyn, se

formaban de acuerdo con unos principios muy simples:

bastaba con mirar lo suficiente y nunca faltaban los

«culpables». Muchos de los soldados que prestaban servicio

en las compañías de castigo habían sido liberados de los

campos de trabajo y las cárceles. Aunque algunos oficiales

fueron enviados a batallones de castigo por decisiones

arbitrarias de sus superiores, en la mayoría de casos el

destino era posterior a una sentencia de los tribunales

marciales. Un soldado de la unidad de Pyltsyn fue capturado

por los alemanes al principio de la guerra. Logró escapar,

recuperó el contacto con los suyos y continuó luchando. Al


emitirse la orden n.° 227 fue enviado directamente a un

batallón de castigo. Otro de sus hombres se había visto

implicado en la conquista de un pueblo que había costado la

vida de la mitad de sus hombres. Cuando terminaron los

combates envió a un sargento a los cuarteles para llevar la

comida de la unidad, pero olvidó precisar que, al haber

perdido a todos esos soldados, el total debía ser tanto

menor. Entregó raciones extraordinarias de alimentos y


vodka a los supervivientes y brindaron a la memoria de los

difuntos, pero alguien lo denunció como ladrón de la

propiedad estatal. Otro de ellos había estado al cargo de un

taller de reparación de radios náuticas. Durante un trabajo el

dial les devolvió una emisión en alemán, que resultó ser de

Goebbels. Sus compañeros le pidieron que, puesto que

hablaba esa lengua, tradujera el mensaje, y lo enviaron a un

batallón de castigo por difundir propaganda del enemigo.

Otro de los oficiales regresó a su casa tras estar internado

en un hospital, de resultas de unas heridas, y encontró a su

mujer en la cama con otro hombre. Los mató a los dos y lo

destinaron a la unidad de Pyltsyn.

Las bajas eran muy elevadas en las unidades de


castigo. Pero en el caso de la unidad de Pyltsyn, nunca les

apostaron detrás ningún destacamento de bloqueo.

Al igual que ocurría con las unidades ordinarias, la

intensidad de las pérdidas dependía tanto de la situación en

el campo como de la competencia de los mandos. Al poco de

iniciarse el año de 1944, el batallón de Pyltsyn fue adscrito

al 3.er ejército, dirigido por el general Gorbatov, quien, como

Rokosovski, fue liberado de su condena a un campo de

trabajo en vísperas de la guerra. Se ordenó al batallón que

irrumpiera a través de las líneas alemanas de tal forma que

el resto del ejército pudiera avanzar sus posiciones. La

operación fue un éxito y, de los ochocientos cincuenta

hombres del batallón, solo cuarenta perdieron la vida.

Gorbatov consiguió que se concedieran medallas para todos

los hombres y se les devolviera la graduación. Pero en

octubre de 1944 el batallón de Pyltsyn fue transferido al 65.º

ejército, al mando del general Batov. Para recobrar una

posición que el ejército ruso había tenido que abandonar

poco antes, fueron enviados a través de lo que el estado

mayor sabía era un campo de minas sin limpiar. Lograron el

objetivo, pero solo sobrevivió un hombre de cada cinco. -48


En las semanas iniciales de la guerra, cuando todo el

mundo, incluido Stalin, se hallaba en estado de shock,


cualquier iniciativa parecía justificada mientras ayudara a

contener la riada alemana. Se adoptaron medidas muy

rigurosas, aun cuando en principio no carecían de

precedentes ni podía decirse que fueran inadecuadas.

Conforme los hombres regresaban de los cercos era

inevitable que se produjeran filtraciones, en mayor o menor

grado: no era un mito, sino un hecho, que los alemanes

estaban intentando convencer a sus prisioneros de que

regresaran a sus líneas como agentes infiltrados. Además,

en todos los ejércitos de todos los países del planeta se ha

practicado el asesinato de los soldados que huían presas del

pánico, para forzar a los supervivientes a regresar al

combate. En efecto, las resoluciones de la orden n.° 270

encuentran equivalentes en los códigos militares del resto de

naciones. Transmitir información al enemigo, no enfrentarse

a él en la batalla, no perseguirlo cuando escapa o se retira,

haber intentado rendirse, negarse a obedecer una orden,

desertar, amotinarse, no denunciar conspiraciones o

rebeliones de las que se tiene noticia, golpear a un oficial


superior, hundir el propio barco, dormirse en el cumplimiento

del deber, robar y mantener relaciones homosexuales o

zoófilas eran actos punibles, hasta bien entrado el siglo XIX,

para todos los oficiales y soldados de la Marina Real

británica: «se condenará a muerte a aquellos a quienes un

consejo de guerra determine culpables de esos crímenes».-

49 Aun así, estas cuestiones no siempre se resolvían según

los procedimientos legales. Cierto oficial británico que había

ordenado volver las ametralladoras en contra de sus aliados

portugueses que huían en desbandada, acabó convertido en

pacifista y escribió un libro destinado a aliviar su conciencia

del peso que representaba el elevado número de hombres

que había ordenado fusilar de inmediato en los campos de

batalla de la primera guerra mundial. Sin embargo, eso no le

hizo abandonar la convicción de que:

En posiciones aisladas, los hombres resistirán, y en

efecto resisten, hasta el final: hasta que mueren o caen

heridos. Pero una vez han comenzado a huir –por efecto de


la sorpresa o por el peso de la artillería o de los números, el

pánico se apodera en ocasiones incluso de los mejores,

sobre todo cuando están aislados y su instrucción es parcial


y los maestros no muy buenos. En esos casos la situación

solo puede salvarla la buena puntería de los fusiles. Ya lo

sabe: hay que conservar la línea, cueste lo que cueste. -50

Pero las ejecuciones del Ejército Rojo se produjeron en

una escala tan masiva que resultaron contraproducentes.

Una de las consecuencias perversas fue la de que los

soldados de a pie comenzaron a preguntarse si no era de

verdad cierto, como se decía, que el ejército estaba repleto

de traidores; no estaban convencidos de que tuviera sentido

confiar en sus propios oficiales. En el otoño de 1941 la

situación había alcanzado tal extremo que Stalin vio preciso

intervenir. En su orden n.° 391, de 4 de octubre de 1941,

criticaba a los comandantes por recurrir a los excesos, a las

agresiones físicas y a la «represión» (eufemismo, en este

caso, de los fusilamientos), con frecuencia para ocultar su

propio pánico y su propia confusión en el campo de batalla. -

51 La «represión –seguía diciendo– es una medida extrema,

aceptable solo en circunstancias de desobediencia directa y

de resistencia franca en condiciones de combate, o en casos

de violación maliciosa de la disciplina y el orden por parte de

personas que están intentando, de forma deliberada,


socavar las órdenes de sus comandantes.» La disciplina y la

moral solo se podrían mantener mediante la justa

combinación de persuasión y obligación. Una represión

injustificada, fusilamientos ilegales, conductas arbitrarias y

el uso de violencia corporal personalizada por parte de los

comandantes y los comisarios políticos no eran sino la

evidencia de una falta de carácter y una deficiente

capacidad, que con frecuencia resultaban en lo contrario de

lo que se pretendía conseguir. Estaban contribuyendo a una

decadencia de la disciplina militar y de la moral de las

tropas, lo que podría impulsar a los soldados más

titubeantes a pasarse al bando del enemigo. Stalin no pudo

evitar el concluir estas observaciones razonables con una

nota característicamente más severa: quienes

desobedecieran los principios que había dictado serían

sometidos a un consejo de guerra. Su orden debía

transmitirse a la atención de todos los comandantes con

graduación igual o superior a la de coronel.

Todos estos admirables sentimientos no terminaron, de

ninguna forma, con el ejercicio de la disciplina más rigurosa

y arbitraria. Solo nueve días después de que Stalin hubiera


hecho un llamamiento a una aplicación más mesurada,

Zhukov escribió, en la primera orden que dirigió a sus

soldados al asumir el mando del frente Occidental, que «los

cobardes y los que siembren el pánico o sucumban a él, los

que abandonen el campo de batalla y los que se retiren sin

autorización de sus posiciones serán fusilados en el acto».-


52
No está claro cuántas personas, en total, fueron

destinadas a unidades de castigo o murieron fusiladas en el

campo de batalla o tras la sentencia de un consejo de

guerra. Según las cifras de un estudio más bien conservador,

publicado en 2001, cerca de un millón de miembros de las

fuerzas armadas fueron condenados por tribunales marciales

durante la guerra; más de la tercera parte, por acusaciones

de deserción. Más de cuatrocientos mil de estos hombres

vieron conmutada su pena por el destino a unidades de

castigo. El estudio confirma que las cifras de bajas en las

unidades de castigo eran particularmente elevadas: en

1944, entre tres y seis veces más elevadas que las de las

unidades ordinarias. Del resto de condenados, se fusiló a

unos ciento treinta y cinco mil, esto es, el equivalente a

trece divisiones de infantería. -53 Estas cifras no toman en


cuenta la diferencia entre los que fueron ejecutados en el

campo de batalla o por detrás de las líneas, pero sin

procesos formales.

Stalin afirmaba, en su orden n.° 227, que la idea de los


batallones de castigo se había adoptado de las prácticas

alemanas. En los últimos meses de la guerra, por lo menos,

las medidas represivas del ejército alemán contra sus


propios soldados fueron, ciertamente, tan salvajes como las

rusas. Decenas de miles de soldados alemanes fueron

enviados a batallones penales; casi cuarenta y cinco mil

fueron sometidos a consejos de guerra solo en el mes de

octubre de 1944, y hay registros de un total de quince mil

ejecuciones, por no mencionar las que no quedaron

registradas. -54
NOTAS
CAPÍTULO 8

1. Alexander Boyd: The Soviet Air Force since 1918,

Macdonald & Jane's, Londres, 1977, p. 89.

2. Boyd: The Soviet Air Force since 1918, p. 99.

3. Stepan Mikoyan, entrevistas, abril de 2003 y 9 de

octubre de 2004.

4. David M. Glantz y J. House: When Titans Clashed.

How the Red Army Stopped Hitler, Edimburgo, 2000, p. 38.

5. Entrevistas con Stepan Mikoyan. Hay varias

versiones del enfrentamiento entre Stalin y Rychagov.

6. El texto de esta discusión se encuentra en I.

Cherushev: Udar po Svoim: KrasnayaArmia 1938-1941,

Moscú, 2003, pp. 436-437.

7. Timoshenko a los comandantes de los distritos de la

fuerza aérea, 17 de mayo de 1941 (documentos Volkogonov,

caja 4, carpeta R11.744).

8. Anatoli Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov:

Stranitsy Biografii, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, p. 87.


9. Véase el artículo de L. Ivashov en Voenno-

Istoricheski Zhurnal, 6, 1990, pp. 43-45. David Murphy ha

apuntado la posibilidad de que el Ju 52 llevara una carta

personal y secreta de Hitler a Stalin, destinada a

tranquilizarlo, asegurándole que la concentración militar


alemana en la frontera no pretendía amenazar a la Unión

Soviética. Véase David Murphy: What Stalin Knew: The

Enigma of Barbarossa, Yale University Press, New Haven y

Londres, 2005, p. 189.

10. Parto de la breve nota biográfica emitida por el

museo de la Casa del Malecón. Véase también una nota

sobre Rychagov en <aces.boom.rulspane/rychag> [<

hap ://airaces.narod.ru/spane/rychag.htm > ].

11. Stalin había insistido en la detención de Proskurov

en fecha tan temprana como la del 12 de abril, en una nota

manuscrita a un informe de ZhukovyTimoshenko sobre los

accidentes aéreos. Pero por alguna razón, la orden de

arresto no se emitió definitivamente hasta el 27 de junio.

Véanse los documentos Volkogonov, caja 4, carpeta 9.699;

Cherushev: Udar po Svoim, p. 327; Murphy, What Stalin

Knew, p. 225.
12. David Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, p. 54.

13. Olga Trifonova, entrevista, 7 de febrero de 2003.

14. V. Shevelëv: Moskovskie Novosti, 15, 2002, en

<1,vvvw.mn.ru/issue.php? entrevista con Rosa

Smushkcvich.

15. Orden del GKO de 17 de julio de 1941, en N.

Patrushev (ed.): Nachalo: Sbornik Dokumentov, 2 vols.,

Moscú, 2000, vol. 1, pp. 337-339.

16. Patrushev (cd.): Nachalo: Sbornik Dokumentov, p.

366.

17. Patrushev (ed.): Nachalo, pp. 371-372.

18. Patrushev (ed.): Nachalo, pp. 411-412.

19. Directriz de la Stavka n.º 001919, de 12 de

septiembre de 1941, en Patrushev (ed.), Nachalo, vol. 2, p.

85.

20. Aleksandr Yakovlev, entrevista, 5 de octubre de

2004.

21. A. Toptygin: Neizvestny Beria, Moscú y San

Petersburgo, 2002, p. 121. Véase también el artículo de I.

Pyjalov [Pykhalov] «Zagradotryady: Vymysel i realnost», en


<neostalinism.nasha-rodina.ru/mtr/zagrad[.html]>.

22. Orden de 17 de septiembre de 1941 y orden n.º

4.976 de 28 de septiembre de 1941, citadas en Boris

Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfy i Padenic, AST-PRESS

KNIGA, Moscú, 2003, pp. 255, 578. No está claro si la última

orden llegó a ponerse en práctica; Zhukov abandonó

Leningrado poco después.

23. V. Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh Gosudarstvennogo Komiteta Oborony,

Moscú, 2001, p. 39.

24. Edvard Radzinski: Stalin: Zhizn i Smert, Vagrius,

Moscú, 2003, p. 462.

25. La suerte de Pavlov y los combates de la frontera

se retratan bien en la película Voina na Zapadnom

Napravlenii («Guerra en el escenario occidental»), de 1990.

26. Konstantin Simonov: Sto Sutok Voiny, «Rusich»,

Smolensko, 1999, p. 344.

27. Simonov: Sto Sutok Voiny.

28. En la primera sesión de Gorbachev ante el recién

elegido Congreso del Pueblo en abril de 1989, Andrei

Sajarov acusó al ejército de haber bombardeado a sus


propios soldados, que habían caído prisioneros en

Afganistán. Como es lógico, de resultas de su denuncia se

produjo una sonada pelea.

29. El texto no se publicó durante muchos años y hubo

en la Unión Soviética quien intentó negar que hubiera

llegado a existir jamás. Hoy se puede leer en muchas

fuentes. Para una traducción inglesa véase por ejemplo

Geoffrey Roberts: Victory at Stalingrad, Longman, Londres,

2002, pp. 197 y ss.

30. Este párrafo se basa en I. Cherushev: Udar po

Svoim: Krasnaya Armia 1938-1941, Moscú, 2003, pp. 334,

356, 359.

31. Kirill Meretskov: Na Sluzhbe Narodu, Moscú, 1968,

inicio del capítulo «Severo-Zapad», accesible en

<militera.lib.ru/memo/russian/meretskov/>. (Hay trad. esp.

de César Astor: Al servicio del pueblo. Memorias, Progreso,

Moscú, 1974.)

32. Cherushev: Udarpo Svoim, p. 440.

*1. Stalin había muerto en marzo de 1953. (N. del t.)

33. E. Dolmatovski: Zelenaya Brama (vol. III de sus

obras completas), Moscú,1990, pp. 558-559.


34. Alla Ponedelin, entrevista, 9 de octubre de 2004.

35. Se dice que Zhukov introdujo los batallones de

castigo durante su comandancia del frente Occidental, en

otoño de 1941; me lo contó Vitali Moroz en una entrevista

de 19 de febrero de 2003.

36. Sobre las unidades y los destacamentos de castigo,

véase el estudio de G. E Krivosheev (ed.): Rossia i SSSR v

Voinakh XX 14ka: Statisticheskoe Issledovanie,

OLMA,Moscú, 2001, pp. 436-442.

37. Orden n.º 227 del comisariado popular de Defensa,

reproducida en <www.ldio.webservis.ru/doco6/sta227>. La

orden de Rokosovski de 13 de marzo de 1943 se cita en

David Glantz: Colossus Reborn: The Red Army at War 1941-

1943, University Press of Kansas, Lawrence, 2005, p. 577.

38. Informe de 25 de agosto de 1944 del general de

división Lobachev a Shcherbakov, quien era a la sazón jefe

de la dirección política suprema de las fuer-zas armadas

(Voenno-Istoricheski Zhurnal, 8, 1988, pp. 79-80).

39. Glantz: Colossus Reborn, p. 582.

40. Anatoli Cherniaev: Moya Zhizn i M6e Vremya,

Moscú, 1995, p. 141.


41. Roger R. Reese: The Soviet Military Experience,

Routledge, Londres, 2000, pp. 115-116.

42. Semión Aria, entrevista, 14 de mayo de 2003;

Semión Aria: Mozaika - ZapisiAdvokata, Rechi, Moscú, 2000.

43. Serguei Norilski (Shcheglov): Stalinskaya Premia,

Filippok, Tula, 1998, pp. 26-27.

44. Norilski: Stalinskaya Premia, p. 108.

45. Norilski: Stalinskaya Prernia, p. 21.

46. Norilski: Stalinskaya Premia, pp. 67-69.

47. Vladimir Kantovski, entrevistas y correspondencia.

48. Me baso en mi correspondencia con Aleksandr

Pyltsyn, su libro Shtrafnoi Udar, Kak Ofitserski Shtrafbat

doshël do Berlina, San Petersburgo, 2003, y su entrevista en

<www.geocities.com/CapitolHill/Parliament/7231/shtrafbt[.h tm]>.

49. Hay pasajes de la vivaz versión dieciochesca de los

Artículos de Guerra de la Marina Real Británica en Patrick

O'Brian: Master and Commander, Harper-Collins, Londres,

1998, p. 85. (Hay trad. esp. de C. Folcrá y A. Montes,

Edhasa, Barcelona, 1994.) Puede leerse el texto completo en

<www.io.com/gibbonsb/articles [. html] > .

50. Frank P. Crozier: The Men I Killed, Michael Joseph,


Londres, 1937, pp. 49 y 78 (cursivas en el original).

51. Patrushev (ed.): Nachalo: Sbornik Dokumentov,

vol. 2, p. 164.

52. Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfy i Padenie, p. 274.

53. Krivosheev (ed.): Rossia i SSSR y Voinakh XX Veka,

pp. 441, 246n; Aleksandr N. Yakovlev ofrece una cifra más

alta de fusilados, de ciento cincuenta y siete mil (A Century

of Violence in Soviet Russia, Yale University Press, New

Haven y Londres, 2000, p. 174).

54. Max Hastings: Armageddon: The Battle of

Germany, 1944-1945, Macmillan, Londres, 2004, p. 192.

(Hay trad. esp. de D. León: Armagedón: la derrota de

Alemania, 1944-1945, Critica, Barcelona, 2005.)


9
EL OJO DE LA TORMENTA

En cuanto recibió la noticia de que en Rusia había

estallado la guerra, el periodista británico Alexander Werth

tomó la firme resolución de cubrir ese conflicto. Antes había

descrito la caída de Francia, la batalla de Inglaterra y el Blitz

o bombardeo de Londres. Nacido en San Petersburgo y con

el ruso como lengua materna, Werth no era comunista, pero

estaba dispuesto a reconocer los logros de aquel régimen y,

en ocasiones, disculpaba sus fallos con excesiva prontitud.

Sentimental y a veces crédulo, tenía una alta concepción del

pueblo ruso, de su literatura, de sus ciudades y de los

campos en los que vivía. Sabía qué significaba la guerra

para los rusos a pie, y eso fue lo que más adelante le


permitió escribir su Russia at War (Rusia en la guerra), *1-*1

que sigue siendo uno de los relatos más vívidos escritos al

respecto en lengua inglesa.

Moscú, en los primeros días de julio de 1941, vestía

todavía sus ropas de verano: sorprendentemente

imperturbada por la guerra, exhibía casi un humor de


vacaciones. En las rosadas puestas de sol y los claros cielos

azules el río Moscova mostraba un color casi mediterráneo.

Como era difícil saltarse las barreras oficiales y recibir

noticias reales de lo que estaba ocurriendo, Werth dedicaba

su tiempo a pasear por las calles, admirando a las

muchachas de blusas blancas que entraban y salían de las

librerías de viejo. Visitó el jardín del Ermitage, con sus

parterres bien cuidados, sus tres teatros diferentes y su sala

de conciertos; en sus bares todavía se vendía queso, jamón,

salchichas, bocadillos, dulces, bombones y bandejas de

tomate, pepino y panecillos dulces. Fue trazando caminos

por calles anodinas, con edificios erigidos hacia 1860, casas

de campo de madera que parecían salidas de un grabado del

siglo XVII, hasta recorrer la avenida de los Entusiastas

–«Mira que ponen nombres absurdos a las calles...», la

carretera del este que cuatro meses más tarde se

abarrotaría de multitudes atemorizadas sin medida y

ansiosas por escapar. -1

Aunque conocía la lengua, Werth imaginaba también

que, como tantos otros viajeros, sería capaz de evaluar los

resultados de la política nacional a partir de las expresiones


que viera en los rostros de las gentes. Fue mucho mejor de

lo que había esperado. Moscú le pareció asombrosamente

próspera: no parecía faltar la comida, se veían ropas

elegantes por las calles...

Esta gente no parece infeliz y, dado que las condiciones

de vida más corrientes han mejorado muy significativamente

en los últimos dos o tres años, sienten que han contraído

una gran deuda con el régimen ... La limpiabotas que estaba

lustrando los zapatos blancos de un ciudadano se dejaba

arrastrar por los chistes y la risa. Había muchedumbres

alrededor de los puestos de limonada y colas para comprar


los periódicos, pero no así cigarrillos, pues los hay en

abundancia.

La doctora S. G. Dreitser, que trabajaba en el servicio

de primeros auxilios de la ciudad, describió un panorama

más sombrío hacia esas mismas fechas:

Cada día es más difícil obtener comida, pero todavía se

venden helados por todos los rincones. Los elegantes cafés

de Moscú se han transformado en simples bares de comidas:

los manteles han desaparecido, los cubiertos son ahora de

hojalata, las camareras son más groseras que antes. -2


227

Cada cierto tiempo, los periodistas realizaban

excursiones por zonas rurales, bajo la supervisión de sus

tutores del Ministerio de Exteriores y por rutas controladas.

Werth y sus compañeros salieron de Moscú por la carretera

de Leningrado y se dirigieron a la ciudad monasterio de

Istra, donde Chejov había practicado la medicina y donde se

produjeron, unos meses más tarde, algunos de los combates

más feroces de la batalla de Moscú. Se habían retirado todos

los postes indicadores:

Había muchos riachuelos y charcas junto al camino, en

los que se bañaban niños de corta edad que agitaban sus

manecitas para saludarnos ... Por toda la carretera,

camiones, camuflados con follaje y repletos de soldados

sonrientes, muy joviales, se dirigían al frente. También había

muchos soldados en la plaza mayor de Istra. Era una ciudad

bastante anodina, con una frutería en la que vendían

algunos cacharros, dos o tres carros de limonada y un

puesto de helados ante el que hacían cola soldados y niños.

Salimos de Istra por la misma carretera. Cruzamos pueblos

en los que las gallinas huían a nuestro paso y los gansos


anadeaban por la calzada ... Y por todas partes se veía el

mismo contraste de lo viejo y lo nuevo. Era llamativo ver el


sinnúmero de niños, todos de aspecto sano y alegre, los más

pequeños siempre saludando a nuestro paso. Las mujeres

andaban portando grandes hogazas de centeno; a veces las

vacas se cruzaban en nuestro camino, y había gran

abundancia de cabras y cabritillos pastando junto a los

márgenes. -3

Los teatros y los cines seguían funcionando a todo

ritmo: los domingos había un total de catorce espectáculos

teatrales diferentes. No a todo el mundo le alegraba esa

oferta tan exhuberante. Gridaspov, el subdirector del

departamento de asuntos artísticos del Ayuntamiento de

Moscú, estaba abrumado por la contaminación del repertorio

teatral, que no vacilaba en programar obras hostiles a la

ideología soviética. En el transcurso del año Gridaspov logró,

a pesar de la oposición de algunos funcionarios destacados,

prohibir la exhibición de catorce obras. Entre ellas figuraban

Madre patria, una obra que (a juicio del subdirector)

predicaba el sionismo; la obra pacifista Lisístrata, del clásico

griego Aristófanes, que incitaba a las mujeres a poner trabas


a la guerra; Trilby, basada en la novela de George du

Maurier, un claro ejemplo de «desviación mística»; El tiempo

y los Conway, de J. B. Priestley, que se presentaba bajo la

guisa de un ataque contra la decadencia de la burguesía,

pero en realidad pretendía transmitir al espectador el gusto

por un erotismo de extraordinaria perversión. Gridaspov no

aprobaba ni siquiera la inofensiva Historia de un amor, de

Konstantin Simonov. Como resultado de su enérgica purga,

informaba el propio subdirector con orgullo mal disimulado,

en 1942 una tercera parte de las obras expuestas en los

escenarios de Moscú trataba de temas patrióticos. Por

desgracia, había habido recaídas tanto por parte de los

programadores como de los actores. Así, Gridaspov se había

visto obligado a intervenir con la fuerza cuando la dirección

de un teatro intentó reemplazar la patriótica El pueblo ruso,

de Simonov, con una comedia romántica, con la fútil excusa

de que la actriz protagonista, Valentina Serova (compañera

de Simonov), se había marchado a Sverdlovsk. Era difícil,


admitía el burócrata, formular objeciones a clásicos tan

asentados como La dama de picas, *2-*2 Tosca y La Traviata,


aun cuando obras tan pesimistas despertaban en los

espectadores emociones poco adecuadas. ¿Por qué no


interpretar en su lugar una pieza patriótica, como por

ejemplo el Guillermo Tell de Rossini? ¿Por qué no el Enrique

IV de Shakespeare o las tragedias de Corneille, objeto de un

injusto olvido y centradas en el tema del deber de los

ciudadanos para con el Estado? -4

Alexander Werth iba a ver todos los espectáculos que

podía, fascinado a la par por la escena y por el público. El

eterno Chapaev seguía en los cines de toda la ciudad, seis

años después de su debut. Los jóvenes espectadores de

Volga–Volga rompían a reír como locos. Era una película

«buena, fresca y divertida, con un simpático toque de

locura». Werth consideraba que sería una excelente

propaganda de la Unión Soviética si se pudiera exhibir en

Gran Bretaña, aunque él personalmente no sentía gran

aprecio por Orlova. Como el público aclamaba a Stalin

durante el noticiario, concluyó: «Debe disfrutar de una

popularidad generalizada entre la población, porque nadie

aclama en la oscuridad salvo que de verdad sienta ganas de

hacerlo».-5

En una representación de Anna Karenina en el Teatro

de las Artes de Moscú, el 16 de agosto:


El teatro sollozaba conmovido. Me giré: detrás de mí

había dos muchachas llorando a lágrima viva y disfrutando

de corazón. Cuánta ternura sentimental, cuánta expresión

natural de humanidad se encuentra en estas sencillas

muchachas soviéticas; sus almas no han sido encallecidas

aún por el duro fuego de la propaganda estalinista; no se

han hecho insensibles a la emoción humana ordinaria ...

Cuando bajó el telón, después de que Anna hubiera sido

arrollada por el tren, como era su destino ... cientos de

muchachas se apelotonaron ante la escena, gritando

frenéticamente el nombre de Anna. ¡Cuánta espontaneidad

jovial! ¡Qué hondura de generosos instintos entre la juventud de Rusia! -6

El teatro Bolshoi seguía cerrado por obras. Pero la

representación del Eugene Oneguin de Chaikovski, en el

anejo del Bolshoi, en la calle Pushkin, fue lo más destacado

de aquel verano que pasó Werth en Moscú. Cuando se

apagaron las luces aguardaba inquieto la melodía inicial de

los instrumentos de viento de madera, pero en su lugar:

atronaron los metales y el telón se alzó con un coro

patriótico de mujeres vestidas con sarafan, *2-*2 y

aparecieron asimismo guerreros barbados con cascos


relucientes y cotas de malla, descansando sus dos manos

sobre espadas descomunales. Era el prólogo patriótico de

Una vida por el zar, de Glinka, bautizada ahora como Ivdn

Susanin ... Kozlovski, el melodioso tenor [que interpretaba a

Lenski en Eugene Oneguin], es el ídolo de la juventud

moscovita, o más bien, uno de sus dos ídolos, puesto que el

otro es el tenor Lemeshev; y Moscú está absolutamente

dividida en dos: los partidarios de Kozlovski y los partidarios

de Lemeshev. Hay una rivalidad similar en los aficionados al

ballet, entre los devotos de Ulanova y los de Lepeshinskaya,

las dos prime ballerine contendientes. Solo en un país en el

que el teatro es parte integrante de la vida y no de las

frivolidades de la vida puede la gente sentir con tanta

intensidad estas cuestiones.

Werth compartía la creencia de origen romántico según

la cual en Rusia, el pueblo sentía una devoción generalizada

por su propia cultura. Pero esa idea perdió algo de fuelle tras

la intervención de su vecino de asiento, «un tipo

desgarbado, bastante estúpido, de unos veinticinco años,

que vestía una camisa bordada ... Me dijo que era pintor de

brocha gorda y que estaba empleado en las obras actuales


del Bolshoi. Tras el primer acto me preguntó, de repente:

«¿Qué va a pasar ahora y de qué va todo esto?"». Werth

quedó conmocionado al descubrir que el pintor no había

visto nunca la ópera ni leído el poema de Pushkin en el que

se basaba. -7

Pero era la calma en el ojo de la tormenta: una ilusión.

A pesar de la apariencia de normalidad, Moscú ya era,

naturalmente, una ciudad en guerra. Cuando Werth quiso

adquirir un mapa de la capital, no esperaba que los

dependientes, asombrados, le respondieran que no se lo

podían vender. Un colega, también occidental, le dijo que

había tenido suerte de que no lo acusaran de espionaje. -8

Cuando llegó Werth ya habían sonado una vez las

alarmas antiaéreas, erróneamente, y los moscovitas se

preparaban para lo que se avecinaba. Había camiones

repartiendo arena por toda la ciudad a fin de que la gente

fabricara sacos terreros para las barricadas. Uno de ellos

volcó un buen montón frente al apartamento de Werth, y

una pareja comenzó a llenar unos sacos. Un anciano

pomposo, provisto de una insignia oficial, les gritaba que no

tenían derecho a usar esa arena, pues pertenecía al Estado.


Una muchedumbre se congregó ante el incidente y prestó su

apoyo a los dos jóvenes, que no hicieron caso del

funcionario, fuera quien fuese. Hubo roces similares en toda

la ciudad, por el derecho a usar leña, sacos de arena, cubos

de basura o material para la construcción de los refugios.

También se habían introducido ya las nuevas

regulaciones en materia de censura. Estaba prohibido

comunicar cualquier información militar, política o

económica, enviar postales con imágenes y fotografías,

redactar misivas en Braille o adjuntar crucigramas o

problemas de ajedrez.

La censura militar leía toda la correspondencia y

tachaba con tinta o cortaba los pasajes rechazados. Las

cartas del frente o para el frente se enviaban sin sobres ni

sellos: se doblaban formando un sencillo triángulo. Esto

simplificaba la tarea de los censores. -9 En noviembre de

1941 solo el equipo de censores de la NKVD en la capital leía

alrededor de tres millones de cartas recibidas cada


quincena, en la misma época en la que la censura británica

no alcanzaba a procesar más de doscientas mil misivas por

semana. Tanto la NKVD como los británicos leían la


correspondencia del pueblo para hacerse una idea de su

estado de ánimo. -10

Los moscovitas habían empezado a acaparar sal,

cerillas, trigo, azúcar, latas de comida y harina,

apelotonándola en sus alacenas, en los armarios de la ropa,

en las bañeras, en cualquier rincón que pudieran encontrar.

Las ancianas acumulaban existencias de vodka, para poder

usarlo como moneda de cambio cuando hubiera carencias

graves. El 17 de julio el Ayuntamiento de Moscú aplicó

oficialmente el racionamiento del pan, la harina, los

cereales, la pasta, la mantequilla y la margarina, el aceite

vegetal, la carne, el pescado, el azúcar, los dulces y los

artículos de consumo. Las cartillas se entregaban en los

puestos de trabajo. Las personas dependientes y los niños

las recibían en sus casas, de manos de los administradores

de la finca. La ración diaria de pan para los obreros con

trabajos manuales era de ochocientos gramos; para los

oficinistas, de seiscientos; para los niños y otras personas

dependientes, de cuatrocientos gramos. La asignación

mensual de carne era de 2,2 kilogramos, 1,2 kg y 600

gramos para las tres categorías, respectivamente; la ración


mensual de trigo y pasta era de dos kilogramos para un

obrero y de un kilogramo y medio para los demás. Los

donantes de sangre recibían una cartilla de obrero adicional

a la propia, además de varios cupones suplementarios. Las

cartillas de alimentos se repartían una vez al mes; las de

artículos de consumo, una vez cada semestre. Era necesario

inscribirse como cliente en una tienda en concreto y no se

podían utilizar en las demás. Las cartillas no podían

renovarse en caso de pérdida: el que la perdía –o era

víctima de un robo– se arriesgaba a morirse de hambre. -11

Las asignaciones de mucha gente estaban por debajo

de los niveles nutricionales mínimos. Quienes más sufrían


esas carencias eran los empleados administrativos y las

personas dependientes y, sobre todo, los niños de más de

doce años. El racionamiento era casi tan estricto como en

Gran Bretaña; pero si en Gran Bretaña se podía tener una

certeza bastante razonable de conseguir lo asignado, no era

así en la Rusia de la guerra.

El sistema de racionamiento de la URSS, durante la

segunda guerra mundial, no era por tanto una simple

cuestión de (al igual que en otros lugares) distribuir los


alimentos disponibles de tal forma que se lograra un

equilibrio entre la eficiencia económica y la justicia social. En

el caso de la URSS también significaba que las autoridades

se veían forzadas a adoptar decisiones respecto de a quiénes

preservar y a quiénes abandonar a su suerte, un tipo de

decisiones comparable tan solo a las que deben tomar

quienes reparten alimentos de socorro en las regiones del

mundo acosadas por la hambruna. -12

Pero la heladera seguía acudiendo cada mañana a

vender sus productos a los chavales que la esperaban en la

esquina de la calle Gorki.

Continuaba habiendo privilegios. Los funcionarios del

Partido, los científicos, los artistas creativos, los intérpretes

y los deportistas, junto con sus familiares más próximos,

podían realizar sus compras en tiendas y comedores

reservados. Los académicos y los «artistas del pueblo»

recibían un paquete mensual de alimentos en su lugar de

trabajo, cuyo valor ascendía a unos quinientos rublos: carne,

pescado, pasta, grasa, azúcar, patatas, verduras, sopas, té,

tabaco, vodka o vino. A los miembros de la siguiente

categoría (los correspondientes de la Academia de Ciencias y


similares) se los regalaba con paquetes por valor de

trescientos rublos. -13 Era el mismo sistema que había

funcionado con anterioridad a la guerra, por descontado.

Al igual que en Gran Bretaña, la aplicación del

racionamiento generó un nuevo espectro de delitos y

permitió el desarrollo de una nueva clase de delincuentes.

Por un lado, el sistema no era de fácil administración. Las

autoridades emitieron las cartillas con notable lentitud. Los


que se marchaban de Moscú, legal o ilegalmente, cedían o

vendían sus cartillas a los que se quedaban. Por un soborno

apropiado, los funcionarios conseguían cartillas adicionales

usando un método muy simple: no reflejaban la evacuación

de las personas dependientes.

Los comerciantes tardaban siglos en contar los

cupones, pesar los productos y venderlos, y tampoco

renunciaban a engañar a sus clientes, en muchos casos

semianalfabetos. -14 Los administradores de los edificios

solían aprovecharse de su posición trocando cartillas obreras

por oro, abrigos, alfombras o valiosas porcelanas. Eran

arrestados regularmente por la milicia, pero sus sucesores

no tardaban en caer en la misma tentación. -15 Cierta


administradora, María Glinkina, se especializó en robar los

pisos de los evacuados. Cuando la policía registró su

apartamento, encontró, entre otros objetos, un total de diez

gramófonos, que valdrían unos trescientos rublos en el

mercado. Fue condenada a morir fusilada, aunque la

sentencia fue conmutada por ocho años de cárcel. -16 Los

más ambiciosos pasaban del engaño a la falsificación. Kolya

Leonov, un artista sexagenario de la Fábrica Automotriz de

Stalin, fotografiaba e imprimía cartillas de racionamiento del

pan que luego vendía en el mercado negro. Otros

contrajeron permisos de residencia para los que no estaban

autorizados a vivir en la capital. Uno de estos falsarios fue

enviado a un batallón de castigo y murió en combate. -17

A comienzos de agosto el gobierno estaba haciendo uso

de todos los registros emocionales posibles para tocar la

fibra del pueblo soviético, más allá de los tópicos del

comunismo. En un discurso encendido –y muy distante del

marxismo– pronunciado ante su congregación en la catedral

Bogoyavlenski de Moscú, el 10 de agosto, Aleksi, el

arzobispo de Leningrado, apeló a la íntima e insoluble

relación existente entre el patriotismo ruso y la religión rusa.


¿Acaso no había proclamado Aleksandr Nevsky que «Dios no

está en la fuerza, sino en la verdad», cuando derrotó a los


caballeros teutónicos en la «batalla de los hielos»? ¿Acaso

no había buscado Dmitri Donskoi la bendición de san Serguei

de Radonezh antes de partir a derrotar a los tártaros en la

batalla del campo de Kulikovo? *3-*3 ¿No habían muerto en

combate dos de los santos más reverenciados de Rusia?

Dios había llevado a Napoleón hasta las puertas de Moscú

para dar al pueblo ruso la oportunidad de mostrar de qué

eran capaces cuando su madre patria –la tierra de María,

Madre de Dios– estaba en peligro. Ahora el pueblo ruso

volvía a recibir una llamada para salvarse a sí mismo y

salvar al conjunto del mundo civilizado de la locura de un

tirano. Ahora era su noble misión, otra vez, librar al mundo

de la maldad del fascismo, liberar a las naciones que este

había subyugado y devolver al mundo la paz que el fascismo

había violado tan salvajemente. -18

El 24 de agosto, los judíos más distinguidos de la Unión

Soviética se reunieron para emitir un llamamiento similar a

los «hermanos judíos de todo el mundo». Entre los

congregados figuraban el director cinematográfico Serguei


Eisenstein, el físico Peter Kapitsa y el arquitecto Boris Iofan.

También acudieron el productor teatral Solomon Mijoels

[Mikhoels] y otros que hallaron la muerte durante las

campañas antisemitas desatadas por Stalin con

posterioridad a la guerra. Ilia Ehrenburg pronunció un

discurso clave, que abundaba en los temas que sentían cada

vez más hondamente los judíos rusos:

He crecido en una ciudad rusa. Mi lengua materna es el

ruso. Soy un escritor ruso. Al igual que todos los rusos,

ahora estoy defendiendo mi patria. Pero los nazis me han

recordado otra cosa: mi madre se llama Hanna. Soy judío:

con orgullo lo digo. Hitler nos odia por encima de todo. Y esa

es nuestra distinción ... Hago ahora un llamamiento a los

judíos de América: como escritor ruso y como judío. No hay

océano tras el cual esconderse ... ¡No tapéis vuestros oídos,

no cerréis vuestros ojos! ... ¡Los judíos somos el objetivo

primero de la bestia! Nuestro lugar está entre las primeras

líneas. No perdonaremos a quienes se muestren

indiferentes. Maldeciremos a los que se lavan las manos ...

Que cada uno haga todo cuanto esté en su mano. Porque

pronto se le preguntará: «Y tú, ¿qué estás haciendo?». Y


responderá ante los vivos. Responderá ante los muertos.

¡Responderá ante sí mismo! -19

En otro encuentro, Aleksei Tolstoi invocó a los

compañeros eslavos: ucranianos, bielorrusos, polacos,

checos, eslovacos, serbios, croatas, bosnios, búlgaros,

eslovenos y rutenos. Esta unidad eslava a la que exhortaba

–se apresuró a tranquilizarlos– no era el paneslavismo de los

zares, instrumento del nacionalismo ruso. Pero había llegado

la hora de que todos los eslavos, unidos por orígenes

comunes y una lucha común, se unieran como iguales para

librarse del yugo fascista. Hitler había escrito en Mi lucha:

«¿Quién puede negar mi derecho a exterminar a millones de

eslavos, que se multiplican como insectos?». Los alemanes

habían dado al mundo obras extraordinarias de música, de

poesía, de filosofía. Ahora necesitaban limpiarse de la

podredumbre del fascismo hitleriano. Ciento sesenta

millones de eslavos orientales –los pueblos de Rusia, Ucrania

y Bielorrusia– estaban luchando al lado del poderoso pueblo

de Gran Bretaña, amante de la libertad. Los eslavos debían

presentarse unidos en aquel combate, bajo un grito común

de «¡Victoria o muerte! ¡Muerte al fascismo!». -20 El


documento final de la reunión repetía el eslogan que se

había hecho universal: «¡Sangre por sangre y muerte por

muerte!». -21

También los periódicos se pusieron manos a la obra con

la intención de elevar la moral. Krasnaya Zvezda, el

periódico del ejército, publicaba listas de soldados

condecorados, artículos de una unidad de partisanos que

actuaba por detrás de las líneas alemanas y una Canción de

los comisarios acompañada de su partitura. -22 El

vespertino moscovita Vechernyaya Moskva recogía una

imagen idílica, como la que podría haber aparecido en

cualquier otro verano anterior a la guerra, de una hermosa

muchacha sentada en el malecón, contemplando las carreras


de canoas en el río Moscova. -23 Pero los directores tenían
que ser cautos: incluso el material más positivo podía

granjearles la crítica de las autoridades. A finales de agosto,

Stalin llamó a Ortenberg, el director de Krasnaya Zvezda,

cuando este menos se lo esperaba.

El mensaje era escueto: «Basta de imprimir tantas

noticias sobre Koniev». Como el 19.° ejército de Koniev

había estado avanzando exitosamente en el contraataque de

Yelnia, Ortenberg había realizado una serie de reportajes


con títulos como «Exitosas operaciones de las unidades del

comandante Koniev» o «Las gloriosas tropas de Koniev

destruyen una división enemiga». ¿Quién era Koniev?, ¿qué

dirigía: un batallón, una brigada, un ejército? Esos datos se

mantenían secretos

para no revelar ninguna información al enemigo. Ortenberg

no salía de su asombro: ¿qué había hecho mal? Aquella

misma noche Mejlis lo llamó para ofrecerle una explicación:

Stalin pensaba que los corresponsales extranjeros estaban

haciéndose un eco desproporcionado de las victorias de

Koniev justo en un momento en el que las cosas iban

bastante mal para el Ejército Rojo en todos los demás

escenarios. Ortenberg no veía que eso fuera razón para,

precisamente, pasar por alto las escasas victorias del

Ejército Rojo, pero no volvió a imprimir el nombre de Koniev.

-24

El 22 de agosto el GKO adoptó oficialmente la decisión

de entregar a cada soldado en activo una ración de cien

gramos de vodka al día. -25 No cabe duda de que fue una

decisión bienvenida, aunque parece difícil pensar que los

soldados no hubieran descubierto ya maneras de procurarse


el alcohol.

Mientras julio iba dando paso a agosto, crecía la

aprensión. Aun a pesar de la falta de informaciones oficiales

fiables, Werth anotó en su diario, el 11 de julio, que se

esperaba en cualquier momento una gran ofensiva alemana

en contra de Moscú. Ya habían estallado combates en las

proximidades de Smolensko, ciudad situada directamente en

la ruta de la capital. Se comenzó a extender la opinión de


que era preciso abandonar Moscú. Un oficial de la misión

militar británica indicó a Werth que, a su juicio, los rusos

tendrían dificultades para salvar a sus tropas: quizá la

misión británica se marcharía de la ciudad. Vera Maximovna,

vecina de Werth, era de la opinión de que los rusos –que

habían pasado la primera guerra mundial, la guerra civil y

muchos años de hambre– no podrían sostener el esfuerzo

bélico durante mucho más tiempo: «No podrán resistir tanto

como los británicos». Estos comentarios derrotistas

contrariaban a muchos rusos, pero era evidente que estaban

empezando a hacer mella en la moral: «Si una muchacha

dice hoy que no, su novio le responde: "¿Qué pasa, te

guardas para los alemanes?"». -26


Sin embargo, Moscú no había vivido aún su momento

de máximo peligro. A mediados de julio, Hitler y sus

generales adoptaron una decisión crucial, quizá inevitable,

que pospuso la crisis durante más de dos meses.

Smolensko se encuentra a doscientos cincuenta millas

[unos cuatrocientos kilómetros] de Moscú, en la orilla del río

Dniéper. Es una de las ciudades más antiguas de Rusia y una

barrera clave para cualquier ejército que invada Rusia desde

el oeste. No es de extrañar que su escudo de armas sea un

cañón negro sobre una cureña dorada, con una ave del

paraíso posada encima. La ciudad fue fortificada con esmero

a finales del siglo XVI, con murallas de treinta y seis pies de

altura, quince de espesor y cuatro millas de perímetro.*4-*4

Resistió a la invasión polaca entre 1609 y 1611. Smolensko

fue el primer lugar que ofreció una resistencia digna de tal

nombre en su camino hacia Moscú; quedó reducida a

cenizas después de un abrumador bombardeo de la

artillería. En julio de 1941, los rusos se disponían a

atrincherarse otra vez en la ciudad.

Timoshenko estaba entonces al mando de los ejércitos

agrupados en el frente Occidental, en lugar de Pavlov, caído


en desgracia. Contaba con fuerzas muy heterogéneas. Los

restos del antiguo frente Occidental, desaliñados y

desorganizados, todavía se estaban replegando. Se les iban


a unir dos ejércitos: el 19.° ejército de Koniev, desde el

suroeste, y el 16.° ejército de Lukin, desde el otro lado de

los Urales. Timoshenko disponía de apenas doscientos

tanques y de menos de cuatrocientos aviones, muy

castigados. Pero por inadecuadas que fueran sus tropas, la

inteligencia alemana no las había logrado identificar todas,

por lo que los nazis encontraron una oposición más poderosa

de lo que esperaban.

Los alemanes siguieron el plan habitual, puesto a

prueba ya en muchos escenarios. El 3.er grupo acorazado de

Hoth rodeaba Smolensko desde el norte y el 2.° grupo

blindado de Guderian cruzaba el río para cerrar el círculo

desde el sur. Los rusos lanzaron una serie de contraataques

desesperados. El legendario general Dovator –un judío,

comandante muy atrevido, héroe para sus caballeros

cosacos (tradicionalmente antisemitas) y para el pueblo

soviético en general– dirigió una incursión montada abriendo

una importante brecha en las líneas alemanas. Pero fue en


vano: Smolensko fue capturada el 16 de Julio. Lukin, Koniev

y el 20.° ejército de Remizov quedaron cercados

en una bolsa cada vez más reducida al norte y al este de la

ciudad. Los alemanes se aprestaron a la matanza.

Se ordenó a Timoshenko que mantuviera abierta una

ruta de escape para los ejércitos cercados. Rokosovski subió

desde el sur hasta Yartsevo, al noreste de Smolensko, para

asumir el mando de uno de los cuatro «grupos operativos»

improvisados para ese fin. Llevó consigo al estado mayor de

su 9.° cuerpo motorizado: a Malinin, jefe del estado mayor;

a su comandante de artillería, Kazakov; a su oficial de

comunicaciones, Maksimenko, y al comandante de sus

tanques, Orël. Algunas de las divisiones que pasaron a sus

órdenes estaban muy debilitadas: una constaba de no más

de doscientos sesenta hombres, otra disponía de todavía

menor número. Las reforzó agrupando todos los efectivos

disgregados que pudo reunir. Muchos de los soldados que

escaparon al cerco llegaron sin armas. Organizó equipos de

asalto para recuperar las armas abandonadas por los

soldados en retirada, y de esta forma logró equipar de


nuevo a la mayoría de sus hombres. También tenía algunos
lanzacohetes múltiples, los conocidos Katiusha, así llamados

por la canción que Lidia Ruslanova había popularizado antes

de la guerra. Eran armas formidables, recién incorporadas

por el Ejército Rojo; de hecho, eran aún tan secretas que

imperaban restricciones para su empleo, con la intención de

que no cayeran en manos alemanas. Pero Rokosovski dejó

de lado las restricciones y permitió un uso más libre y eficaz.

-27

El 31 de julio Guderian cayó sobre el grupo operativo

dirigido por el general Kachalov y lo aniquiló casi por entero.

El 4 de agosto, mientras sus hombres quedaban

empantanados en los lodazales, Kachalov tomó el mando de

un tanque, se dirigió hasta la misma línea de fuego para

asumir un mejor control de la situación y no regresó jamás.

Cierto capitán de su estado mayor, Pogrebinski, informó de

que Kachalov había estado bromeando sobre los panfletos

que lanzaban los alemanes llamando a la rendición de los

soldados soviéticos; Stalin llegó a la conclusión de que

Kachalov se había pasado al bando alemán. -28 Fue puesto

en la picota pública en la orden n.° 270, desprovisto de su

graduación y honores y condenado a muerte en ausencia. Su


mujer y su cuñada fueron arrestadas y condenadas a ocho

años de cárcel; su hijo fue enviado a un orfanato. Mucho

más tarde comenzaron a llegar rumores de que Kachalov

había muerto en su tanque y había sido enterrado en una

fosa común por los habitantes de un pueblecito llamado

Starinka. Una comisión se desplazó hasta este pueblo

después de su liberación y exhumó los restos. Como

Kachalov era muy corpulento, no fue difícil identificar su

cadáver. -29

Aunque los alemanes se esforzaron con denuedo por

cerrar todo el cerco, Rokosovski logró mantener un pasillo

abierto para que huyeran los restos de los tres ejércitos

atrapados en Smolensko. Lukin cayó herido en la fuga, por

lo que Rokosovski fundió a los escasos supervivientes del

16.° ejército de Lukin con su propio grupo operativo, para

crear un nuevo 16.° ejército. Este conjunto quedó destruido


de nuevo en los combates de las semanas inmediatamente

siguientes. Rokosovski organizó por tercera vez un 16.°

ejército en la segunda semana de octubre, que bajo sus

órdenes actuó con particular brillantez durante los combates

de otoño e invierno, ya a las puertas de Moscú.


A mediados de agosto, el nuevo frente de Briansk, bajo

el mando de Yerëmenko, y el frente de Reserva, dirigido

entonces por Zhukov, atacaron la cuña que los alemanes

habían abierto en Yelnia, al suroeste de Smolensko. Tras un

combate prolongado y sangriento, los rusos expulsaron a los

alemanes de aquella cuña. Pero no disponían de tanques ni

aviones suficientes para conservarla en sus manos, por lo

que los alemanes recuperaron el control cuando el frente se

trasladó rápidamente hacia Moscú, en otoño. La operación

de Yelnia no tuvo, por tanto, ninguna trascendencia

estratégica. Pero fue una de las primeras victorias rusas

desde la catástrofe de la frontera y Stalin la saludó como un

triunfo crucial. Cuatro de las divisiones implicadas en la

lucha fueron bautizadas con el nombre honorífico de

«división de guardias», siendo este el primer uso de un

título que luego se generalizó para designar las formaciones

y unidades que se distinguieron en los combates venideros.

Fue la primera ocasión en la que Alexander Werth y otros

corresponsales extranjeros fueron conducidos al frente para

contemplar una batalla con sus propios ojos. -30

La operación de Yelnia reforzó la reputación de


implacable que Zhukov había adquirido ante Stalin; era «el

hombre idóneo para los asuntos más duros», en palabras de

Zhukov. Era el candidato más evidente para solventar el

progresivo cerco de Leningrado,

donde los líderes políticos y militares del lugar parecían

incapaces de impedir el avance alemán. Stalin lo envió a ese

destino el 8 de septiembre y, en menos de un mes,

impetuoso y brutal como siempre, Zhukov había puesto la

situación bajo su control. -31 Los alemanes contribuyeron al


desviar al 3.er grupo blindado de Hoth hacia el frente de

Moscú, con miras a reforzar el inminente ataque a la capital.

En lugar de tomar Leningrado al asalto, los germanos


intentaron matarla de hambre. Casi lo consiguieron: en los

novecientos días. posteriores, prácticamente un millón de

personas murió en la ciudad.

La batalla de Smolensko se prolongó del 10 de julio al

10 de septiembre. Como en tantas ocasiones, los soviéticos

sufrieron bajas mucho más graves que los alemanes. -32

Los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre la

significación de esta batalla. En aquel momento,

Shaposhnikov, que había reemplazado a Zhukov como jefe

del estado mayor, no albergaba muchas dudas: le dijo a


Zhukov, en los primeros días de agosto, que los rusos

habían perdido claramente la fase inicial de la guerra. La

iniciativa estratégica estaba en manos del enemigo, sin

excepciones. Los rusos seguían defendiéndose con

incertidumbre, las divisiones del frente estaban muy

debilitadas y las reservas eran inadecuadas o inexistentes.

Pero aun así, la resistencia de Leningrado era más resuelta

cada día que pasaba. La consecuencia más importante de la

batalla de Smolensko, dijo Shaposhnikov, era que se había

podido detener a los ejércitos alemanes en el eje más

peligroso de todos: el que conducía a Moscú. -33

Sin lugar a dudas, los alemanes tenían buenas razones

para detenerse a pensar. En las primeras cuatro semanas de

la guerra la Wehrmacht había logrado victorias arrolladoras

en la frontera y había conseguido adentrarse varios cientos

de millas hacia el interior, hacia las tres ciudades principales

de la Unión Soviética: Leningrado, Kiev y Moscú. Habían

borrado del mapa a ejércitos enteros; habían destruido miles

de aviones y carros blindados soviéticos; habían capturado a

cientos de miles de soldados aturdidos, conmocionados,

carentes de líderes.
Tales eran justo las metas de la Blitzkrieg o guerra

relámpago. ¿Acaso no tenía razón Hitler al pensar, como

pensaba en un principio, que para derribar un coloso podrido


como la Unión Soviética bastaba con asestarle un golpe bien

decidido y brutal? El 3 de julio –el mismo día en que Stalin

habló al pueblo soviético a través de las ondas de radio– el

general Haider, jefe del estado mayor del ejército de tierra,

anotó en su diario que «probablemente no es exagerado

afirmar que la campaña rusa se ha ganado en dos

semanas». -34

Pronto comenzó a ver las cosas de otro modo. Un mes

más tarde, Halder escribió:

El conjunto de la situación evidencia, cada vez con más

claridad, que hemos subestimado al coloso ruso ... [Las

divisiones soviéticas] no están armadas ni pertrechadas

conforme a nuestros niveles, y su dirección táctica es, con

frecuencia, pobre. Pero ahí están: si machacamos a una

docena, los rusos nos ponen otra docena, y eso es todo. El

factor tiempo juega a su favor, porque están más cerca de

sus recursos propios, mientras que nosotros nos vamos

alejando cada vez más de los nuestros. Y así nuestras


tropas, desplegadas por una extensísima línea de fuego, sin

profundidad posible, están sujetas a los incesantes ataques

del enemigo. -35

Haider había puesto el dedo en la llaga, en el hecho

ineludible que terminaría causando la derrota de Alemania:

Rusia era capaz de reconstruir las divisiones casi al mismo

ritmo al que iban cayendo, mientras que los alemanes –cuyo

servicio de inteligencia no había apreciado adecuadamente

esa capacidad– no contaban con recursos suficientes para

sostener una campaña prolongada en un territorio tan vasto

como el ruso. Tanto los planes como los recursos de la

Wehrmacht requerían de una guerra relámpago, con la

rápida derrota y destrucción del Ejército Rojo al oeste de los

ríos Dvina y Dniéper. En aquel momento los alemanes

habían cruzado ya esos dos ríos, pero los rusos seguían

combatiendo y lo que es más: habían reducido la velocidad

media de avance de las tropas germanas de sus más de

treinta kilómetros diarios a tan solo ocho. -36

Los alemanes ya no estaban en condiciones de

mantener sus metas en las tres líneas de avance que se


habían propuesto originalmente, buscando la conquista de
Leningrado, Moscú y el corazón de Ucrania. Entonces

tendrían que escoger. ¿Podrían asestar un golpe rápido y

quebrar la voluntad de resistencia apoderándose de Moscú y

privando a la Unión Soviética de su centro político y

administrativo? ¿O quizá debían concentrarse en la

destrucción de los ejércitos soviéticos en el campo de batalla

y en la conquista de los campos petrolíferos del sureste y la

abundancia en recursos naturales de Ucrania?

Era una indeterminación presente desde el principio. En

la víspera misma de la guerra el estado mayor alemán se

había preguntado si Moscú era el objetivo más decisivo de la

guerra, respondiéndose:

La ocupación o destrucción de Moscú paralizará tanto el

motor militar, político y económico como en buena medida la

base del poder soviético. Pero no decidirá la guerra. Nuestro

principal enemigo sigue siendo la vastedad del país, que al

este de Moscú se expande sin límites. Las tropas que

permanezcan al este de Moscú ¿quedarán bajo el firme

control de los líderes rusos? La respuesta a esta pregunta es

política, no militar. -37

En aquel momento, los propios éxitos del grupo de


ejércitos Centro en el camino de Moscú amenazaban con

volverse en su contra. En efecto, cuanto más avanzara el

grupo de ejércitos Centro, más expondría su flanco sur a los

ejércitos de Kirponos, que aún combatían al este de Kiev, en

Ucrania. Y había otras inquietudes de carácter más práctico.

El grupo de ejércitos Centro había perdido muchos hombres

y varias de sus divisiones blindadas disponían de no más de

diez tanques. Las cabezas de línea de los ferrocarriles

alemanes habían quedado muy atrás, lo que los obligaba a

transportar las municiones, los nuevos pertrechos y las

piezas de recambio a lo largo de cientos de millas de

carreteras en mal estado y sometidas al hostigamiento de

los partisanos. Un comandante de los acorazados alemanes

lo expresó con estas palabras: «Como esto siga así, la

victoria nos costará la muerte». -38

Hitler y sus generales discutieron durante casi un mes y


a la postre decidieron que el grupo de ejércitos Centro

pasara a la defensiva, para descansar, organizarse y

equiparse de nuevo antes de continuarla marcha sobre

Moscú. El grupo de ejércitos Sur realizaría otra maniobra de

rodeo hacia el este, con el objetivo de cercar y destruir el


frente Suroccidental soviético, dirigido por Kirponos.

Guderian dirigiría sus tanques hacia el sur, alejándose de

Moscú, para cerrar esta trampa. Era una decisión razonable,

aunque haya sido muy discutida por historiadores

revisionistas que, con la ventaja de hablar a posteriori,

entienden que la paralización de la conquista de Moscú costó

a los alemanes la guerra. -39

Guderian se puso en marcha casi de inmediato. El

frente de Briansk, dirigido por Yerëmenko, recibió la orden

de contenerlo, pero carecía de la agilidad, la organización y

el equipo necesario para conseguirlo. El 11 de septiembre el

general Kirponos se hallaba en una situación muy peligrosa.

Tanto Budënny, comandante supremo de toda la escena

bélica suroccidental, como Jrushchëv, miembro de su

consejo militar, recomendaron la evacuación de Kiev. Stalin

creía que el coste político de abandonar la capital de Ucrania

era demasiado oneroso; rechazó la sugerencia y colocó a

Timoshenko en el puesto de Budënny.

El 16 de septiembre Guderian enlazó con el 1.er grupo

acorazado de Von Kleist y cerró la trampa. Timoshenko y

Jrushchëv autorizaron la retirada del frente Suroccidental,


en un momento en que aún tenían alguna oportunidad. Pero

Kirponos, sabedor del destino que había aguardado a los

compañeros que habían osado retirarse sin orden expresa

del Kremlin, pidió confirmación a Moscú. La obtuvo, pero

demasiado tarde: llegó en la medianoche del 17 de

septiembre. Budënny, Timoshenko y Jrushchëv escaparon.

Pero Kirponos murió, junto con el jefe de su estado mayor,

el general Tupikov, el hombre que antes de la guerra había

sobresalido en las labores de espionaje en Berlín, enviando

mucha información útil a Moscú. Cuatro ejércitos soviéticos

hallaron su fin en Kiev. Se capturó a unos seiscientos

sesenta y cinco mil prisioneros, y solo unos quince mil


lograron regresar a las líneas soviéticas. -40

Stalin se enfureció hasta tal extremo que le dijo a

Jrushchëv que merecía que lo fusilaran. Cuando Timoshenko

llamó desde el sur para explicar qué estaban emprendiendo

con miras a rescatar del cerco alemán los posibles vestigios

de las fuerzas de Kirponos, Stalin le advirtió:

- No se meta en heroísmos inútiles. Se está

excediendo, dada la situación.

- No le comprendo –replicó Timoshenko.


- No hay nada que comprender. A usted le va el

heroísmo inútil. Pero el heroísmo no vale de nada cuando no

se usa la cabeza al mismo tiempo.

- ¿Quiere decirme que le parezco estúpido? ... Ya veo

que está descontento conmigo.

- Y lo que yo veo es que está usted histérico y no

controla sus nervios.

- ¡Si le parece que no valgo para nada, dimito!

Stalin apartó el receptor de su oreja y murmuró: «Este

imbécil me habla a grito limpio y ni siquiera parece darse

cuenta de que me está dejando sordo». Y entonces le dijo a

Timoshenko:

- ¿Qué significa que dimite? Aquí nadie ofrece su

dimisión, señor, aquí echo yo a quien me da la gana.

- Pues si eso quiere, ¡écheme!

- Lo haré cuando me convenga, pero ahora haga el

favor de controlarse. -41

La búsqueda habitual de cabezas de turco no podía

esconder el hecho de que, por segunda vez en un año, los

errores estratégicos de Stalin habían salido muy caros a su

pueblo.
Durante estas semanas de agosto, cuando parecía

haber remitido el peligro inmediato sobre Moscú, la doctora

Ye Sajarova decidió recuperar su diario. Sajarova había

superado las penurias de la Revolución y de la guerra civil en


Moscú, había conocido el hambre, la pobreza y el miedo, y

había perdido a dos hijos. Con cincuenta y tres años y un

empleo de doctora en una policlínica, había estado viviendo

en «régimen de barracones» desde el inicio de la guerra.

Asistía a los encuentros del Partido e incluso tomaba la

palabra cuando así se lo pedían, pero sin excesivos

entusiasmos. Era respetada y querida por sus compañeros y

sus numerosos amigos. Y además tenía un amante, Sergo.

Sergo fue llamado a filas el 20 de agosto. Mientras se

despedían, él le preguntó qué haría si los alemanes llegaban

hasta Moscú.

«Me uniré a los partisanos», le respondió ella. El partió

alegre, animado, optimista. Pero no envió noticias, o no

llegaron. Al igual que había hecho Lidia Smirnova, la doctora

Sajarova fue al VoenKomat a preguntar qué destino había

correspondido a su amigo. No se lo pudieron determinar: los

soldados habían ido a la instrucción, o quizá al frente. Varios


se habían emborrachado tanto que apenas serían capaces de

saber quién era quién. Un mes más tarde la doctora seguía

sin noticias de Sergo y empezó a temer que hubiera muerto.

Con la llegada de septiembre refrescó y comenzaron a

caer las lluvias, mezcladas ya con aguanieve. Sajarova y sus

colegas de la policlínica disputaban con los vecinos el

derecho a utilizar las escasas existencias de leña y carbón.

Como precaución ante los ataques aéreos, al caer la noche

era obligatorio apagar cualquier fuego de estufa o chimenea

en toda la ciudad, por lo que Sajarova adoptó la costumbre

de dormir vestida para no enfriarse y, al mismo tiempo,

estar lista para cualquier emergencia.


NOTAS
CAPÍTULO 9

*1. Hay trad. esp. de J. de Lorbar: Rusia en la guerra (1941–


1945), Grijalbo, Barcelona, 1968. (N del t.)

1. Alexander Werth: Moscow War Diary, Knopf, Nueva

York, 1942, pp. 74, 106.

2. Werth: Moscow War Diary, p. 43; M. Gorinov, «Budni

Osazhdennoi Stolitsy», Otechestvennaya Istoria, 3, 1996, p.

5.

3. Werth: Moscow War Diary, p. 94.

*2. Opera de Chaikovski, con libreto de su hermano

Modest, escrita a partir de un cuento de Pushkin. (N. del t.)

4. Informe de P. Gridaspov y M. Smirnov, de 9 de enero

de 1942, en I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45.• Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995,

pp. 575-583.

5. Werth: Moscow War Diary, pp. 112, 164.

6. Werth: Moscow War Diary, p. 145.

*3. Vestido largo y suelto, sin mangas, que se usaba

sobre la blusa en el traje nacional de las campesinas rusas.


(N. del t. )

7. Werth: Moscow War Diary, p. 157.

8. Werth: Moscow War Diary, p. 43. También los

alemanes tenían mapas muy buenos de Moscú en 1941; dos

de ellos se conservan en la Biblioteca Británica. Todavía en

1988 el único mapa decente de Moscú accesible para los

extranjeros era el publicado por la CIA.

9. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, Moscú, 2003, p. 105.

10. Informe n.° 1/1.155 de 18 de noviembre, por la

censura de la NKVD en el periodo del 1 al 15 de noviembre

en I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya 1941/45,

pp. 158-160; Juliet Gardiner: Wartime: Britain 1939-1945,

Headline, Londres, 2004, p. 132.

11. John D. Barber y Mark Harrison: The Soviet Home

Front 1941-1945: a social and economic history of the USSR

in World War If, Longman, Londres, 1991, p. 81; N.

Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi», Mosovski Zhurnal,

mayo de 1999, pp. 33-38, en

<www.mj.rusk.ru/99/5/index[.html]> (página trasladada,

aparentemente, a <http://www.mj.rusk.ru/show.php?
idar=800136>).

12. En Gran Bretaña la carne, el azúcar y los productos

lácteos estuvieron estrictamente racionados, sin excepción.

Los más afortunados obtenían un huevo a la semana. El pan

no se racionó en Gran Bretaña hasta después de la guerra

(Gardiner: Wartime: Britain, p. 146; Barber y Harrison: The

Soviet Home Front 1941-1945, p. 82).

13. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940egody, p. 213.

14. Diario de P. N. Miller, en M. Gorinov (ed.): Moskva

Prontovaya 1941-1942: Arkhivnye Dokumenty i Material)),

Moscú, 2001, p. 289.

15. E. Jrutski [Khrutski]: Kriminalnaya Moskva, Moscú,

2000, pp. 206-208.

16. Andreevski Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, p. 132.

17. Nikolai Kiselëv, entrevista, 4 de octubre de 2002.

*4. Nevsky, gran príncipe de Novgorod, de religión

ortodoxa, derrotó a los caballeros teutónicos en 1242, en la

superficie helada del lago Peipus. La batalla de Kulikovo tuvo

lugar en 1830. (N. del t.)


18. Kovalchenko et al. (ed.): Moskva Voennaya

1941/45, p. 69.

19. Pravda, 25 de agosto de 1941, p. 3.

20. Kovalchenko et al. (ed.): Moskva Voennaya

1941/45, p. 74.

21. Pravda, 12 de agosto de 1941; Kovalchenko et al.

(ed.): Moskva Voennaya 1941/45, p. 76.

22. Krasnaya Zvezda, 10, 14 y 16 de agosto de 1941.

23. Vechernyaya Moskva, 20 de agosto de 1941.

24. David Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, p. 146.

25. Resolución del GKO n.° 377, en V. Filatov et al.

(ed.): MoskovskayaBitva v Postanovleniakh

Gosudarstvennogo Komiteta Oborony, Moscú, 2001, p. 52.

26. Werth: Moscow War Diary, pp. 129, 151, 154.

*5. Unos once metros de altura, 4,6 metros de espesor

y seis kilómetros y medio de perímetro. (N. del t.)


27. Konstantin Rokosovski: Soldatski Dolg, Moscú,

2002, p. 70.

28. Informe del 25 de agosto del jurista militar

Rozenblatt (documentos Volkogonov, caja 4, carpeta


R11.261).

29. Aleksandr N. Yakovlev: A Century of Violence in

Soviet Russia, Yale University Press, New Haven y Londres,

2000, p. 174; Vitali Moroz, entrevista, 19 de febrero de

2003.

30. Henry C. Cassidy: Moscow Dateline, 1941-1943,

Cassell, Londres, 1943, p. 82. Véanse también las versiones

de Werth: Moscow War Diary, y Margaret Bourke-White:

Shooting the Russian War, Simon & Schuster, Nueva York,

1942.

31. Zhukov afirma en sus memorias que Stalin lo echó

de la jefatura del estado mayor porque era partidario de

abandonar Kiev para salvar a los ejércitos agrupados en el

frente Suroccidental (Georgi Zhukov: Vospominania i

Razmyshlenia, 2 vols., Moscú, 2002, vol. 1, p. 352). Según

todos los autores era mucho mejor en el campo de batalla

que en la dirección de la guerra. Stalin lo usó regularmente

como una especie de brigada antiincendios unipersonal, y

probablemente era el hombre idóneo para ir a Leningrado en

aquel momento de crisis.

32. Las cifras de bajas rusas se toman de G. Krivosheev


et al. (eds.): Soviet Casualties and Combat Losses in the

Twentieth Century, prólogo de John Erickson, Greenhill,

Londres, 1997, p. 272.

33. Dmitri Volkogonov: Triumf i Tragedia. .I V. Stalin

Politicheski Portret, 2 vols., Izd-vo Agenstva pechati Novosti,

Moscú, 1990, vol. 2, p. 201. (Hay trad. ingl.: Stalin: Triumph

and Tragedy, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1991; reed.

Phoenix, Londres, 2000.)

34. Franz Halder: The Halder War Diary 1939-1942, Ch.

Burdick y H.-A. Jacobsen (eds.), Presidio Press, Novato

(California), 1988, p. 446.

35. Halder: The Haider War Diary, p. 506.

36. Geoffrey Jukes: The Defence of Moscow,

Macdonald, Londres, 1969, p. 51. (Hay trad. esp. de

«Diorki»: La defensa de Moscú, San Martín, Madrid, 1974.)

37. Janusz Piekalkiewicz: Die Schlacht urn Moskau,

Lübbe, Bergisch Gladbach, 1981, p. 17. (Hay trad. ingl.:

Moscow, 1941: the frozen offensive, Novato, California,

Presidio Press, 1985.)

38. David M. Glantz y J. House: When Titans Clashed:

How the Red Army Stopped Hitler, Edimburgo, 2000, p. 60.


Notas

496 Moscú 1941

497

39. Russell Stolfi apoya esta idea en su Hitler's Panzers

East: World War II Reinterpreted (University of Oklahoma

Press, Norrnan, y Alan Sutton, Stroud, 1991), con toda clase

de detalles técnicos. Para una versión más ligera, véase

David Downing: The Moscow Option: An Alternative Second

World War, Greenhill, Londres, 2001 (ed. orig. New English

Library, Londres, 1979).

40. Las cifras de prisioneros son alemanas; véase, por

ejemplo, IIermann Piocher: The German Air Force versus

Russia, 1941, Arno Press (USAF Historical Studies, 154),

Nueva York, 1966, p. 321. Los modernos estudios rusos las

consideran un tanto infladas, pero no increíbles; véase

Glantz y House: When Titans Clashed, pp. 74-77.

41. Chadaev se lo contó así a Georgi Kumanëv; véase

Ryadom so Stalinym, Srnolensko, 2001, p.


10
FUEGO SOBRE MOSCÚ

El pueblo de Moscú tuvo su primer contacto directo con

la guerra a primera hora de la mañana del 24 de junio de

1941. Varios aviones no identificados aparecieron en las

proximidades de la capital. Se dispararon las sirenas y los

perros aullaban por las calles. -1 Algunas personas

cumplieron con lo estipulado y se dirigieron a los refugios.

Otras, al contrario, salieron para ver qué estaba pasando.

Los cazas del coronel Klimov despegaron para interceptar a

los intrusos. El cielo ya estaba claro y, cuando los cañones

antiaéreos abrieron fuego, quedó cubierto por millares de

nubecillas de humo, producto del estallido de los proyectiles.

Los cañones continuaron disparando durante más de una

hora. -2 Nadie ofreció una explicación de lo que había

ocurrido y se dejó cancha a la libre imaginación de los

ciudadanos. ¿Había cundido el pánico en alguna zona? ¿Era

acaso un ejercicio de las defensas aéreas? ¿Había de verdad

bombarderos alemanes en las inmediaciones?

La versión oficial afirmó que se trataba de un ejercicio


de prácticas del PVO (protivo vozdushnaya oborona), el

sistema de defensa aérea militar de Moscú. -3 En realidad

parece ser que, una vez más, los antiaéreos soviéticos

habían sido incapaces de distinguir a sus propios aviones de

los del enemigo. El general Gromadin, que había asumido la

dirección de las defensas aéreas de la capital tras la

detención de Pumpur, había alertado a sus fuerzas cuando

detectaron aviones no identificados en las proximidades de

la ciudad. Los pilotos del coronel Klimov habían encontrado

cuatro aparatos y los obligaron a aterrizar en el aeropuerto

de Moscú: resultó que eran DC–3 rusos pilotados por

miembros de la aerolínea civil. Los aviones quedaron

seriamente dañados por los proyectiles, pero los pilotos no

sufrieron heridas. Se ordenó a Klimov que aterrizaran los

cazas y Gromadin dio instrucciones a sus baterías de cesar

el fuego. -4 Stalin hizo llamar a Gromadin aquella misma

tarde y lo puso como chupa de dómine, aunque lo dejó

partir sin sancionarlo y Gromadin pudo continuar con su

floreciente carrera. Cuando se desarrolló de verdad la

campaña de bombardeos alemanes, Stalin visitaba

regularmente sus cuarteles durante las incursiones


enemigas y lo invitaba a acudir al Kremlin junto con Klimov,

o a sus cuarteles de batalla, en la segura profundidad de la

estación de metro de Kirov, para analizar lo sucedido.

El comandante Lapirov, jefe del estado mayor de la


organización de defensa aérea de Moscú (la Mestnaya

Protivo Vozdushnaya Oborona o MPVO, llamada también,

más sencillamente, organización de defensa o protección

civil), estaba en su despacho en la tarde del 21 de junio

cuando Pronin llamó desde el Kremlin para comunicarle que

la situación podía «ponerse muy seria en cualquier

momento» y le ordenó que alertara de inmediato a toda su

gente. Lapirov se dispuso acto seguido a redactar

instrucciones para un estado urgente de alerta máxima.

Había que apagar las luces de todos los edificios, tanto

públicos como privados; había que abrir los refugios

antiaéreos y acabar cualquier obra pendiente. Quienes

estuvieran al cargo de fábricas, oficinas o edificios de

viviendas debían nombrar e instruir a guardianes antiaéreos.

La alarma se transmitiría mediante las sirenas y con el

sistema público de altavoces, extendido por toda la ciudad:

«Ciudadanos, alarma, ataque aéreo. Ciudadanos, alarma,


ataque aéreo...». Los autobuses y los tranvías dejarían de

circular y sus pasajeros deberían ampararse en el refugio

más próximo. Los vagones del metro llegarían hasta la

siguiente estación y se quedarían allí, para evitar que un

bombardeo de las centrales eléctricas pudiera dejar a los

pasajeros

encerrados en medio de un túnel. En los edificios de

viviendas, todos sus residentes deberían apagar sus hornos

de gas o queroseno; por su parte, los administradores de la

finca cerrarían el paso de la instalación general de gas. -5 La


policía exigiría el cumplimiento de todas estas medidas,

ayudada por la autoridad de la defensa aérea local.

Cualquier violación de estas normas se castigaría con un

consejo de guerra. -6 La orden de Lapirov se imprimió y

distribuyó sin demora por todo Moscú.

Los preparativos para un eventual ataque aéreo contra

la capital habían comenzado nueve años antes, con la

instauración de la MPVO en 1932. -7 La construcción de los

refugios antiaéreos se inició al año siguiente. Desde 1938 un

determinado porcentaje de todos los nuevos edificios y

oficinas se diseñaba de entrada con esa clase de


construcciones subterráneas. También se organizó la

transformación de sótanos en refugios. En diciembre de

1939, Stalin indicó a Pronin que se desplazara a Leningrado

para estudiar cómo se estaba defendiendo la ciudad ante los

ataques aéreos de los finlandeses: todo un elogio para el

ejército de Finlandia, dada la mínima magnitud de su fuerza

aérea. Allí no había mucho que aprender, por lo que Pronin

apuntó que el gobierno debería fijar su atención también en

las medidas adoptadas por Alemania, Francia o Gran

Bretaña. Como nadie sabía de qué medidas se trataba, se

dio orden de averiguarlo al servicio de inteligencia soviético.

Al estallar la guerra se decía que había refugios suficientes

para albergar a unas cuatrocientas mil personas. No era

bastante para una población natural de cuatro millones de

moscovitas, pero lo cierto es que muchos de ellos fueron

evacuados con posterioridad a la quiebra de la paz.

Aun a pesar de todo este trabajo, las defensas aéreas

de Moscú seguían siendo inadecuadas. La inspección del

coronel Sbytov en marzo de 1941 y la metedura de pata con

el vuelo a Moscú del Junkers–52 alemán en mayo de aquel

año demostraron que todavía faltaba mucho por hacer.


Stalin había responsabilizado a Shcherbakov de arreglar los

problemas y, en una reunión celebrada en el Kremlin en el

primer día de la guerra, Shcherbakov informó de que la

protección antiaérea de la capital se habían organizado en

una serie de anillos defensivos. -8 El anillo exterior se

hallaba a más de doscientos kilómetros de la ciudad y

estaba integrado por los hombres y las mujeres del VNOS, el

Servicio de Observación, Alerta y Comunicación Aérea

(equivalente aproximado al Cuerpo Británico de

Observadores). Su tarea consistía en observar todos los

aparatos que sobrevolaban sus posiciones, de día o de

noche; identificar su clase, su rumbo y su altura, y

transmitir toda la información a Moscú. Era un trabajo

complicado por la carencia general de prismáticos, además

de por las dificultades iniciales con las que tropezaron los

observadores a la hora de distinguir entre su aviación y la

del enemigo. -9

Los escuadrones del 6.° cuerpo de defensa aérea, a las

órdenes del coronel Klimov, se desplegaron a unos ciento

veinte kilómetros de la ciudad. Podían disponer de

seiscientos cazas, más de la mitad de los cuales pertenecían


a las últimas remesas, más avanzadas tecnológicamente. En

el caso del bombardero bimotor Petliakov Pe–2 destacaba

también su particular eficacia como caza nocturno, capaz de

obligar a los incursores a regresar a sus bases y derribarlos

cuando aterrizaban.

Las inmediaciones de Moscú estaban defendidas por un

total de casi ochocientos cañones antiaéreos de calibre

intermedio. Más de seiscientos reflectores de gran potencia

se desplegaron formando otro anillo a 65 kilómetros de la

ciudad, para permitir que los cañones y cazas intervinieran

de noche. Había reflectores más pequeños en el interior de

la propia capital. Se dispuso asimismo un anillo interior

compuesto por más de cien globos de bloqueo, que

buscaban forzar a los alemanes a volar a más altura de tal

modo que confundieran o marraran con más facilidad los

objetivos. Dentro de Moscú había cañones y ametralladoras

antiaéreas, dispuestas con frecuencia en las azoteas de los

edificios. Había además detectores sonoros repartidos por

toda la ciudad: los slujachi, aparatos acústicos preparados

para detectar a los bombarderos alemanes, con la forma de

grandes bocinas de gramófono. Los cazas se movían con


dificultades en la oscuridad, como es lógico; tampoco los

cañones podían hacer mucho más que enviar ráfagas al azar,

cortinas de fuego que frenaran unos aviones que no podían

ver salvo que los reflectores los atraparan con su haz. En

consecuencia de todo ello, el gasto de munición era muy

elevado: por cada avión derribado se había invertido un

promedio de veinte mil proyectiles. -10 Ante la falta de

equipos de radar verdaderamente capaces de seguir la pista

de los aparatos, los artilleros no podían hacer mucho más.

Los británicos habían adoptado la misma clase de métodos

aproximados, aun cuando afirmaban requerir solo dos mil

proyectiles para derribar a cada avión alemán. Tanto en

Londres como en Moscú el ruido atronador de la defensa


aérea contribuía a mantener alta la moral, pero a cambio la

metralla que caía sin cesar era todo un peligro para la vida y

las propiedades. -11

En cualquier caso, Moscú era una ciudad

particularmente complicada para la defensa antiaérea. A

pesar del ingente programa de construcción de los años

treinta, en 1941 todavía el setenta por 100 de los edificios

de viviendas de Moscú se sustentaba en estructuras de


madera. Los talleres de las fábricas estaban techados con

materiales muy inflamables, como el cartón alquitranado o

productos cubiertos de caucho. Incluso en el centro de la

ciudad, en lugares como la calle Gorki, había montañas de

leña, almacenes de madera y otras construcciones

peligrosamente combustibles. Moscú era un polvorín.

Así pues, uno de los objetivos primordiales de las

organizaciones de la defensa aérea de la ciudad era el de

vigilar que no se prendieran fuegos. La primera decisión que

adoptó el GKO tras su instauración el 1 de julio fue justo la

de ordenar un incremento en la producción de coches de

bomberos para los servicios contra incendios de la ciudad, lo

que no deja de ser significativo. -12 Los vigilantes –algunos


uniformados, otros no– recibían guantes de lienzo y pinzas

de metal para recoger las bombas incendiarias y cubos de

agua y arena para apagarlas. Había observadores apostados

en las azoteas de todos los edificios altos. Justo antes de la

primera incursión seria de la Luftwaffe contra Moscú, los

coroneles Croad y Symonds, del Ministerio de Interior

británico, llegaron a la ciudad para compartir la experiencia

adquirida durante el Blitz. Como ejemplo de la capacidad


británica, el coronel Symonds llevó un aparato de bombeo

manual, que había inventado el mismo, pero era un cacharro

sencillo y del todo ineficaz. -13 Los visitantes advirtieron de


que las operaciones de rescate y lucha contra el fuego

debían empezar solo después de que sonara la señal de que

ha pasado el peligro; pero las autoridades de Moscú hicieron

caso omiso del consejo y los vigilantes debían permanecer

en sus puestos, por arriesgado que fuera, incluso durante la

caída de las bombas. Lo cierto es que, por un lado, las bajas


directas fueron más elevadas; pero por otro, se pudieron

salvar muchos edificios y vidas que de otro modo se habrían

perdido.

La organización de la defensa civil (MPVO) incrementó

con rapidez sus efectivos tras el estallido de la guerra. Se

transformaron escuelas en hospitales de campo. En cada

uno de los 25 distritos de la ciudad se formaron batallones

específicos de defensa antiaérea, para rescatar a los heridos

o fallecidos en los edificios bombardeados y eliminar los

escombros causados por las incursiones. Cada uno constaba

de entre cinco y ocho compañías, según fuera de grande el

raion. Entrenaban en los parques, los bulevares, las plazas y

los patios de sus propios edificios. -14 Estaban dirigidos por


ingenieros, arquitectos y otros especialistas destacados, que

en su mayor parte procedían de los equipos de construcción

que la ciudad tenía en tiempos de paz. Así, uno de los

regimientos se había formado a partir de la Dirección

Moscovita de Edificación Residencial; otro, a partir de la de

Caminos y Carreteras; un tercero, a partir de la Dirección de

Alcantarillado y Conducción de Agua, y un cuarto, de la de

Cultura y Servicios. Treinta arquitectos del departamento de

planificación arquitectónica de Moscú se integraron en una

compañía de peritos observadores. Cuando llegaban noticias

de algún incidente, uno de los arquitectos se desplazaba con

un motorista para comprobar si alguien había quedado

herido o atrapado y dar las instrucciones técnicas precisas a

los equipos de rescate.

Para preservar el orden público tanto durante las

incursiones aéreas como posteriormente, se organizaron

equipos de autodefensa en los edificios residenciales.

Exhibían bandas rojas en el brazo, en las que se leían las

siglas de la MPVO. Los comandantes de sección llevaban

esos mismos brazaletes, pero con una tira azul; los

comandantes de grupo se reconocían por la presencia de dos


tiras azules. Los administradores de cada una de las fincas

eran los responsables del estado de los refugios; un

administrador llamado Noskov descuidó mantener cerrado y

limpio su refugio y fue arrestado por ello y condenado a dos años de cárcel. -15

Los periódicos publicaban regularmente toda clase de

consejos útiles. En el Vechernyaya Moskva vio la luz una

serie de artículos sobre como construir un refugio, además

de una nota del profesor Pokrovski, quien explicaba que el

ruido de la caída de una bomba precedía al estallido en un

tiempo que oscilaba entre los dos y los cuatro segundos:

tiempo suficiente para saltar a una trinchera, a una zanja o

tirarse al suelo. Al hacerlo así, las probabilidades de

sobrevivir se multiplicaban por dos. Lo más importante era

ser capaz de distinguir entre los proyectiles antiaéreos

(sentido ascendente) y las bombas (descendente). El ruido

seguía el curso contrario: el de una bomba sonaba cada vez

más agudo, y el de un proyectil ascendente, cada vez más

grave. -16

Cuando las incursiones alemanas se incrementaron de

verdad, había más de seiscientos mil moscovitas prestando

servicio en las patrullas de la defensa antiaérea. La


responsabilidad general de dirigir tal cantidad de personas

correspondía al Partido Comunista de Moscú y el

ayuntamiento de la ciudad. Estos transmitían sus órdenes a

través de las organizaciones de cada raion: el comité del

Partido en el distrito, el consejo del raion y la estructura

local del Komsomol. El secretario del Partido actuaba como

enlace en las diversas fábricas, las oficinas y los edificios

residenciales. En el nivel más bajo de la jerarquía, como de

costumbre, estaba el administrador de la finca. En la zona

centro de Moscú cabía la posibilidad de emplear los sótanos

como refugios. Más allá, por el contrario, los sótanos eran

poco habituales y en la mayor parte de casos, de madera.

Donde había graneros o establos con grave peligro de

incendio, fueron derribados. En los lugares en los que

resultaba imposible construir refugios como tales, se

excavaron trincheras, zanjas y hoyos con ramificaciones

subterráneas: en agosto eran ya bastantes para alojar a

cerca de un cuarto de millón de personas. Al terminar 1941

había en la ciudad refugios suficientes para la gran mayoría

de residentes que no habían sido evacuados. -17

Cuando sonaba la alarma aérea el primer lugar que


ofrecía un refugio claro eran las estaciones del metro. En

Londres, las autoridades temían que ello impediría la

realización de su objetivo principal: permitir que la gente se

trasladara a su trabajo. Así, en una primera etapa se ordenó

a la plantilla del metro londinense que solo admitiera a

pasajeros genuinos; se desplegaron soldados para impedir el

acceso de nadie más.

Pero durante el devastador bombardeo del 7 de

septiembre de 1940 una multitud se negó a cumplir esa ley

y forzó el acceso a la estación de Liverpool Street. El

gobierno se vio obligado a ceder, aunque continuó

insistiendo en que la utilización del metro en calidad de

refugio debía entenderse como un privilegio, no como un

derecho. -18

El metro de Moscú, por el contrario, se concibió de

entrada como un lugar apto como refugio en tiempos de

guerra. Cuando comenzaron las incursiones de bombardeo

se desarrolló un sistema de funcionamiento con bastante

rapidez. Por la noche el servicio se suspendió. De día,

cuando el metro se desplazaba con normalidad, los trenes se

detenían en la estación más próxima si se producía un aviso.


Las tropas de la MPVO colocaban tablones de madera sobre

los raíles y cerraban todas las aberturas por las cuales podía

penetrar la onda expansiva de las bombas. Se suponía que

el proceso duraría, en total, solo un par de minutos. Los

inválidos, niños y ancianos eran alojados en aquellos trenes

y estaciones que disponían de puntos de primeros auxilios y

de personal médico estable. Los demás buscaban refugio por

ellos mismos, en los túneles. Las estaciones estaban

relativamente bien iluminadas; se disponía de agua potable

tanto en las plataformas, donde se instalaron fuentes, como

en los túneles, mediante grifos. -19

En las estaciones se dispusieron también bibliotecas y

altavoces de radio. Los diversos RaiKom empleaban a sus

activistas locales para formar brigadas de «agitadores» que

organizaban actividades: conferencias de los oficiales locales

del Partido o de soldados llegados del frente, exposiciones,


pases de películas, actuaciones de brigadas de concierto,

bibliotecas móviles y quioscos para la venta de libros y

revistas. Para los más chicos se organizaban lecturas

especiales, clases de dibujo, de maquetas y de costura. -20

Durante las alertas aéreas, por otro lado, nacieron en el


metro de Moscú más de doscientos niños. -21

El 5 de agosto un avión alemán lanzó una bomba

pesada sobre la plaza del Arbat, inmediata al edificio del

estado mayor soviético. Previamente no habían sonado las

alarmas. La gente sucumbió al pánico y se abalanzó hacia la

entrada de la estación de metro más próxima.

Alguien resbaló por las escaleras, otros tropezaron con

él y se formó un caos que ocasionó la muerte de muchas

personas por aplastamiento.

En Londres ocurrió una tragedia similar en la estación

de Bethnal Green, en marzo de 1943: en la avalancha

fallecieron aplastadas 173 personas que buscaban refugio.

La investigación oficial que siguió a los dos accidentes

determinó como causa principal un diseño y una vigilancia

inadecuados del acceso a la estación. -22

Las luces de Moscú se apagaron para oscurecer la

ciudad ya en el primer día de la guerra, y el oscurecimiento

estuvo vigente hasta abril de 1945. Antes de la guerra había

en la capital rusa 26.000 farolas (en la actualidad hay diez

veces más). Se manejaban desde tantos puntos diferentes

que tanto apagarlas como encenderlas todas podía exigir


una hora y media de trabajo. De resultas de ello, las

autoridades municipales introdujeron un sistema

centralizado que posibilitaba desconectar todas las farolas de

la ciudad desde un único lugar. Por otro lado, se fabricaron

papeles especiales con los que construir persianas

oscurecedoras para los techados, los escaparates y los

muros de vidrio de la ciudad. El tejado de los GUM, los

grandes almacenes de la Plaza Roja, se pintó de negro con

tanta eficacia que al terminar la guerra fue preciso

reemplazar el cristal. Estas protecciones detenían la


ventilación natural y ello redundó en un serio

empeoramiento de las condiciones de trabajo. Para los altos

hornos de las fundiciones, que no se podían cerrar y que por

lo general emitían un brillo muy vivo por la noche, se

diseñaron reguladores específicos. Las luces de los

semáforos se retocaron de forma que solo eran visibles

desde distancias muy cortas. El tráfico se desplazaba con

gran lentitud y se detenía cada vez que sonaba la alarma

antiaérea nocturna; en ese mismo momento se

desconectaba también toda la iluminación callejera. El

oscurecimiento se realizaba bajo la supervisión de los


oficiales responsables de las fábricas, de las unidades del

PVO y protección civil, así como de la policía montada y de

patrullas del ejército. -23 El resonar nocturno de los cascos


equinos por entre las calles desiertas ha quedado grabado

en la memoria de los moscovitas.

Las autoridades emprendieron un proceso resuelto de

camuflaje de la ciudad, con la intención de confundir a los

artilleros alemanes. La operación fue dirigida por Boris Iofan,

el arquitecto que había diseñado el Palacio de los Sóviets,

proyecto malhadado que no llegó a completarse jamás. Se

movilizó a estudiantes y arquitectos para camuflar los

árboles y los tejados de los edificios de numerosas calles y

plazas de la ciudad. Las cúpulas doradas de las iglesias del

Kremlin fueron asimismo repintadas con colores de

camuflaje y las estrellas rojas de sus torres quedaron

ocultas detrás de lienzos. Muchos edificios se cubrieron con

redes y diseños de ocultación. Los muros del Kremlin, por

ejemplo, se decoraron con rayas de gran contraste de color,

para asemejarlos a las construcciones residenciales de la

ciudad. Otros edificios principales –la oficina central de

Telégrafos, el hotel Moscú, el teatro Bolshoi o el teatro del


Ejército Soviético– recibieron un trato similar. Sin embargo,

los edificios con estructuras de mera apariencia, a diferencia

de los normales, no arrojaban sombras al ser iluminados por

los reflectores de los bombarderos alemanes. Para solventar

ese problema, los artistas y arquitectos se dedicaron a

modificar las siluetas de los propios edificios, añadiendo


perfiles de tablero. El mausoleo de Lenin, sito en la Plaza

Roja, se cubrió de tal forma que parecía un edificio de dos

plantas. En el Moscova se anclaron plataformas con

construcciones falsas. Se erigieron muchas instalaciones

falsas en las afueras de la ciudad con miras a despistar a los

aviadores alemanes y desviarlos de sus objetivos reales:

nueve aeródromos fingidos, una planta de distribución de

petróleo y siete complejos industriales. -24

Ahora bien, cuando la NKVD organizó un vuelo de

observación para comprobar el grado de eficacia de todos

estos esfuerzos, se sorprendió al comprobar que era casi

nulo. El Kremlin seguía siendo demasiado fácil de localizar

debido a la trayectoria del río Moscova, que fluye junto a sus

muros. -25 De hecho, la forma tan distintiva del Moscova y

la disposición concéntrica de la ciudad impedían que, en


última instancia, pudiera ocultarse con éxito a la vista de los

navegantes alemanes. No quiere ello decir que los

bombarderos alemanes acertaran sus dianas con frecuencia,

pero sus fallos se debían más a que la técnica de selección

de objetivos era por entonces muy primitiva, no a que los

rusos hubieran logrado disfrazar con eficacia la disposición

de la ciudad. -26

Durante las primeras semanas de la guerra, los

alemanes realizaron un gran número de vuelos de

reconocimiento sobre Moscú. Uno de sus aviones, un

Heinkel–111, fue derribado cuando el teniente Goshko lo

embistió con su propio aparato el 2 de julio. Pero el primer

golpe contra la ciudad –tan esperado por todos que a

Alexander Werth lricluso le extrañó su demora– fue asestado

el 22 de julio. Aquella noche, según lo indicado por Hitler en

su Directriz n.° 33 –que ordenaba reducir la capital rusa a

cenizas mediante los ataques aéreos, los bombarderos de

Kesselring se lanzaron sobre Moscú. Fue el inicio de una

campaña aérea que se prolongó hasta el mes de abril de

1942: duró lo mismo que el bombardeo estratégico de

Londres, el Blitz, llevado a la práctica en gran parte por los


mismos aviones y las mismas tripulaciones menos de un año

antes. Fueron casi doscientos aparatos que atacaron en


cuatro oleadas: 127 alcanzaron el objetivo y arrojaron 104

toneladas de bombas explosivas de segunda generación y

46.000 bombas incendiarias. Los alemanes atacaban de

noche porque sus cazas no disponían del alcance necesario

para escoltar a los bombarderos durante todo el trayecto.

Las defensas antiaéreas, sin embargo, eran mucho más

poderosas que las que habían encontrado en Londres el año

anterior. Los cañones soviéticos derribaron a diez

bombarderos; otros doce cayeron por obra de los cazas

nocturnos y los reflectores. Para las expectativas alemanas,

fue un resultado decepcionante. -27

El capitán Timoshkov y su batería de reflectores

estaban apostados en Mozhaisk, a unas sesenta millas [casi

cien kilómetros] al oeste de Moscú. Durante todo un mes no

entraron en acción. Otros soldados que se desplazaban al

frente o venían de él se mofaban de su inactividad, haciendo

un juego de palabras con el acrónimo ruso de PvO,

transformando la protivovozdushnaya oborona (defensa

antiaérea) en Poka voina – otdokhnëm («Haremos el vago


mientras dure la guerra»). En el atardecer de aquella

primera incursión alemana Timoshkov y su gente ya estaban

manejando sus reflectores de servicio y sus dos baterías de

cañones antiaéreos cuando, hacia las diez menos cuarto,

vieron recortarse contra el sol poniente la silueta de un

primer aparato alemán. Comprobaron que volaban en

formación cerrada, siguiendo la ruta de Mozhaisk a Moscú,

en paralelo a la carretera.

Timoshkov y sus hombres estuvieron disparando la mayor

parte de la noche, pero no lograron reducir de forma

significativa las oleadas de bombarderos. -28

Cuando las noticias del vuelo alemán llegaron a los

cuarteles generales de la MPVO en Moscú, el comandante

Lapirov conectó el sistema de difusión radiofónica municipal.

La voz del locutor atronó desde los altavoces colgados en

todas las esquinas y todas las fábricas: «¡Alerta,

ciudadanos! ¡Ataque aéreo!». Las sirenas municipales

comenzaron a ulular, seguidas por los silbatos de las

locomotoras de la estación y las bocinas y sirenas de las


fábricas y talleres de la ciudad. La gente se apresuró a

refugiarse en el metro, cargando fardos y maletas. En el


extremo occidental de la ciudad, donde el cielo permanecía

aún bastante iluminado, cientos de chispas se encendieron y

extinguieron como si hubiera surgido una red invisible entre

el cielo y la tierra. Al poco empezaron a caer, en grupos, las

bombas incendiarias, que silbaban y chisporroteaban hasta

que los defensores las cubrían de arena o las agarraban con

sus pinzas para arrojarlas a los bidones de agua.

El Knizhnaya Palata –el centro bibliográfico oficial,

situado en un edificio decimonónico de la orilla contraria a la

Casa del Malecón– comenzó a arder. Fueron pasto de las

llamas catálogos exquisitos, entre otras joyas de incalculable

valor bibliográfico. Pero el centro reemprendió sus trabajos

relativamente pronto: en 1947 ya había iniciado la

publicación de su obra magna, la bibliografía de bibliografías

soviéticas. Hubo incendios graves en la estación de

Bielorrusia, en la Trejgorka y en la embajada de Japón. -29

Cuatro bombas de gran capacidad explosiva cayeron en las

proximidades del Kremlin. Una bomba atravesó el techado

del gran palacio del Kremlin, cruzando por medio de la Sala

de San Jorge. No llegó a estallar, pero dejó un gran agujero

en el suelo.
En el Kremlin y sus alrededores cayó un total de 76

bombas incendiarias, pero las llamas pudieron apagarse sin

excesivos problemas. -30 También cayó esa clase de

proyectiles en el zoo de Moscú, por lo que diversos animales

–los leones, tigres, leopardos y jaguares– tuvieron que ser

trasladados a celdas más seguras mientras duraron los

bombardeos.

El teatro Vajtangov [Vakhtangov] resultó seriamente

dañado. Su equipo de protección civil, cuyos miembros

dormían en el mismo edificio, estaba dirigido por Vasili Kuza,

un productor señero al tiempo que jefe de la célula del

Partido en el teatro. Kuza había diseñado un uniforme para

su equipo, que constaba de monos de trabajo, botas

alemanas (procedentes de uno de los espectáculos en


cartelera) y cascos franceses (de otra obra). Aquella noche

del 22 de julio tuvieron que emplearse a tope para extinguir

las bombas incendiarias que caían sobre el tejado del

escenario, que era de un material muy inflamable. Pero

entonces una bomba de gran potencia derribó la pared

exterior del teatro. Nadie resultó herido y la plantilla del

teatro pudo reunirse en la calle, entre risas y bromas. La


descarga se reanudó otra vez y Kuza se puso a gritar para

que todos corrieran a refugiarse; fue empujando a unos y

estirando a los otros para asegurarse de que nadie se

quedaba en la calle. Pero la onda expansiva de la siguiente

bomba lo arrastró por los aires hasta hacerlo chocar con una

de las columnas de la fachada y murió. -31 Durante un

tiempo, la compañía continuó las representaciones en la

segunda sala del Teatro de las Artes de Moscú. Pero las

reparaciones del Vajtangov se iniciaron muy pronto y a

finales de agosto el grupo ya se disponía a volver a su local.

-32

El consejo del raion de Krasnaya Presnia estaba

presidido en aquel tiempo por Nina Popova, quien

posteriormente se labró una carrera nada desdeñable que

concluyó como presidenta de la Sociedad Soviética para la

Amistad con los Países Extranjeros. Su segundo era Mijail

Nemirovski, cuyo hermano gemelo Semión [Semen] dirigía

los servicios de inteligencia de Zhukov y llegó con ellos hasta

Berlín. -33 Mijail había estudiado ingeniería, pero fue

transferido al consejo del distrito de Krasnaya Presnia

cuando Jrushchev era aún el secretario del Partido en este


raion. En 1939 Mijail fue designado jefe de la organización

local para la defensa aérea: en concreto, del 309.° batallón

independiente de la MPVO, cuyo cuartel radicaba en la

escuela n.° 95. Era una fuerza relativamente reducida,

integrada principalmente por hombres en edad militar,

reclutados por el VoenKomat del distrito, cada uno de ellos

con una formación o unos conocimientos concretos:

bomberos, ingenieros, médicos, carpinteros, canteros,

enlucidores, decoradores, fontaneros, electricistas,

mecánicos, techadores, herreros... Los hombres estaban


divididos en ocho compañías especializadas, pero no

empezaron a recibir una instrucción propiamente dicha hasta

dos meses antes de que estallaran las hostilidades.

En la noche del 21 de junio Nemirovski recibió la orden

de presentarse en su puesto de mando. Cuando llamó por

teléfono a sus compañeros de los distritos vecinos descubrió

que ellos tampoco tenían ni idea de por qué los habían

convocado. Entonces se iluminó la bombilla del teléfono

especial de su despacho. Era Lapirov, quien le dijo

escuetamente: «Abra el paquete n.° 1», el de las

instrucciones secretas para caso de guerra.


Nemirovski puso a su batallón en estado de alerta

permanente. El primer mes, antes de que empezaran los

ataques aéreos de la Luftwaffe, lo empleó para convertir los

sótanos ya existentes en refugios antigás y contra los

bombardeos, colocó puertas reforzadas en las entradas y

enladrilló las ventanas para protegerlos de la onda

expansiva.

Una de sus compañías estaba alojada en un antiguo

establo de la calle Vorovski. Durante la primera incursión, en

la noche del 21 al 22 de julio, se prendió fuego al recinto.

Las llamas se extendieron rápidamente por la paja que

todavía cubría el lugar. No había suficientes extintores, de

modo que los hombres hicieron cuanto pudieron para apagar

el fuego con cubos y palas. Optaron por trasladar el equipo

profesional y las pertenencias personales al cuartel general

del batallón, con la mala fortuna de que también había sido

alcanzado por una bomba y había resultado parcialmente

destruido, aunque sin causar bajas. Entrada la noche los

llamaron para rescatar a los supervivientes de un edificio

residencial próximo. Una parte del edificio había quedado

totalmente arrasada; también la fachada, por lo que se


podían ver los apartamentos de cada familia, con sus

muebles y objetos. Las llamas estaban devorando las

plantas altas del edificio, y por el otro lado, la entrada del

sótano había quedado bloqueada por los escombros. Cuando

la brigada de los bomberos dirigió sus mangueras hacia el

fuego, el agua se calentó hasta casi el punto de ebullición y


comenzó a colarse en el subterráneo, poniendo en peligro la

vida de los refugiados. Tuvieron que trabajar varias horas

hasta abrir un acceso practicable. Lograron sacar con vida a

ciento cincuenta personas, muchas de las cuales habían

resultado heridas.

Aquella primera incursión de la Luftwaffe duró cinco

horas. Según informó el mando de la MPVO:

Entre las 22:25 horas del 21 de julio y las 3:25 horas

del 22 de julio de 1941, las fuerzas aéreas del enemigo han

desarrollado un ataque contra la ciudad de Moscú, en cuatro

oleadas sucesivas. Han intervenido cerca de doscientos

aviones. La primera oleada se dividió antes de llegar a la

ciudad, para arrojar sus bombas, pero fue dispersada por

nuestros cazas y el fuego antiaéreo. Solo unos pocos

aparatos lograron abrirse paso hasta la ciudad. Los ataques


de la segunda y tercera oleada corrieron a cargo ... de

aviones aislados, en pequeños grupos, con bombardeos

tanto convencionales como de picado, empleando bombas

incendiarias y explosivas de gran capacidad. Nuestros cazas

realizaron 173 salidas. Según los informes de los pilotos,

derribaron a dos bombarderos enemigos. Las unidades

antiaéreas afirman haber derribado a otros 17 aparatos,

aunque este dato requiere de posterior confirmación. -34

Aquella noche fallecieron ciento treinta personas; 241

recibieron heridas graves, y otras 421, heridas leves; fueron

destruidos 37 edificios y se iniciaron en total 1.166

incendios. -35 En la embajada británica cayeron tres

bombas incendiarias; las llamas fueron apagadas por la

brigada contra incendios. -36 Comparado con las cifras del

bombardeo de Londres, podría decirse que los daños fueron

una picadura de mosca. Alexander Werth había vivido las

grandes incursiones de la Luftwaffe en Londres. Ahora oía

otra vez el sonido ya familiar de los bombarderos alemanes,

al tiempo que podía contemplar «un fabuloso espectáculo de

fuegos artificiales: balas trazadoras, bengalas, proyectiles

llameantes, luces blancas y verdes y rojas... el estruendo


era terrorífico; nunca había oído nada similar en Londres. Y

reflectores y más reflectores, reflectores por todas partes».

Pero oyó muy pocas bombas y, al día siguiente, apenas vio

señales de destrucción. Un gran cráter surgido al norte del

Kremlin había sido cubierto de nuevo a las dos de la tarde.

Era un día soleado, los tranvías no habían dejado de salir y

todo el mundo parecía alegre. «¡Si hubieran visto la calle de

Fleet Street el 10 de mayo!» -37 Un colega, el periodista

estadounidense Henry Cassidy, se quedó igualmente

sorprendido por el hecho de que apenas se observaban

indicios de destrucción. «Nos había parecido que sería un

ataque devastador, pero resultó ser muy ligero. En buena

medida, nuestra impresión de la intensidad ... no procedía

de la violencia del bombardeo, sino de la fortaleza de las

defensas antiaéreas.» -38

Entre el 22 de julio y el 17 de agosto hubo otros 17

ataques aéreos. Quizá no sembraron la destrucción en

Moscú al igual que habían logrado hacerlo en Londres, pero

era una agresión tan continua que castigaba con gran

dureza los nervios de los ciudadanos. La central eléctrica de

MosGES –una de las más importantes de Moscú se convirtió


en objetivo primordial de los bombarderos y la zona de los

alrededores resultó seriamente dañada. El mercado anejo de

Zatsepski fue destruido por las bombas incendiarias y

muchos edificios residenciales quedaron muy afectados: las

ventanas colgaban de los goznes medio sueltos, las fachadas

destrozadas mostraban el interior a la vista pública y el

conjunto fue, durante varios meses, morada tan solo de los

gorriones y los gatos callejeros. -39 El 27 de julio una

bomba explosiva de gran potencia alcanzó y arrasó casi por

completo una escuela recién construida en la calle de

Zemskoi; en el refugio de sus sótanos quedaron enterradas

más de trescientas personas. A pesar de la fuerza del

incendio, los bomberos consiguieron rescatarlas. Un edificio

situado frente a la biblioteca Lenin fue el blanco de una

bomba que atravesó sus cuatro plantas antes de estallar en

el techo de los subterráneos. Los que se amparaban en su

interior quedaron atrapados por los escombros, mientras en

las ruinas que los soterraban se prendió un incendio

virulento. Los equipos de rescate consiguieron forzar una vía


de salida, pero no sin muchas dificultades: para liberar a los

treinta supervivientes necesitaron trece horas de esfuerzo. -


40
El 5 de agosto, una bomba de mil kilos aterrizó frente

al monumento al distinguido agrónomo Timiriazev

[Timiryazev], junto a las puertas de Nikitski. Abrió un cráter

de treinta metros de diámetro y diez de profundidad,

dañando gravemente las líneas de los tranvías, los servicios

del metro y los edificios próximos. La estatua cayó hecha

pedazos. Un tranvía de mercancías cargado de sacos de

harina se había detenido en la plaza al sonar la alarma de

los ataques aéreos; por afecto de la onda expansiva, la

harina quedó desperdigada por toda la plaza, que parecía

cubierta de nieve. Un equipo de ingenieros de èmergencia se

presentó en el lugar casi de inmediato; erigieron de nuevo la

estatua, solventaron los problemas del servicio de metro,

colmataron el cráter, repararon las líneas tranviarias y

retiraron todos los cristales rotos. Al día siguiente los

tranvías pasaban de nuevo por delante de las Puertas de

Nikitski y los coches y las motocicletas rodaban por el nuevo

asfalto. Poco después el mismo equipo se encargó de erigir

de nuevo el monumento a Lomonosov, situado justo


enfrente del viejo edificio de la universidad de Moscú, en el

centro de la ciudad. -41

El personal y los vehículos del servicio central de

ambulancias de Moscú tuvieron que efectuar casi

cuatrocientas salidas durante los ataques de julio, más de

cien por los bombardeos de agosto y más de doscientas en

el mes de octubre. -42 Su primer encuentro con la guerra se


produjo en los últimos días de junio, cuando Shredov, el

subdirector del servicio, fue con enfermeras y ambulancias a

la estación de Bielorrusia para tratar a los enfermos y

heridos de un tren de evacuados procedente de los países

bálticos. Las ventanas de los vagones estaban hechas

añicos, lo que hacía evidente que el tren había sido objeto

de fuego de ametralladoras y de un bombardeo. Los vagones

estaban tan repletos de personas dormidas que los médicos

no lograron subir a bordo, en medio de la oscuridad. Se les


dijo que esperaran hasta la mañana siguiente, porque había

entre los pasajeros alrededor de una docena de enfermos, a

los que entonces se podría bajar del tren. Pero al final los

vagones siguieron su camino, con los pasajeros a bordo y

sin que hubiera forma de prestarles ninguna asistencia

médica. -43
La base n.° 10 del servicio central de ambulancias

estaba en el hospital Filatov. La responsable de la oficina de

transporte durante la primera incursión aérea de la

Luftwaffe, en la noche del 21 de julio, era una mujer joven

llamada Ruskij [Russkikh]:

La alerta sonó a las diez de la noche. Me dijeron que

me sentara junto al teléfono y no me moviera de allí. En los

terrenos del hospital cayeron varias bombas incendiarias ...

En la sección de Medicina Infantil se desató un incendio, por

lo que se dio orden de trasladar a todos los niños al refugio.

Los trabajadores del servicio de ambulancias se ofrecieron

voluntarios para llevarlos. Cuando salían del edificio para

coger los vehículos, una bomba explosiva estalló muy cerca

de donde estaban. Uno de los conductores murió por la

metralla, otro quedó inconsciente por la onda expansiva,

pero se pudo evacuar a los niños sanos y salvos. La onda

expansiva hizo añicos las ventanas de mi oficina. Apagué

todas las luces por la norma del oscurecimiento, y pasé el

resto del bombardeo sentada en la oscuridad, agarrada al

teléfono para mantener el contacto con toda la plantilla.

Entonces empezaron a llegar heridos a los que tuve que


asistir yo. Cuando se terminó el bombardeo salí para ver qué

había pasado. Había huellas de manos ensangrentadas en

las paredes y charcos de sangre por el suelo. El ala

policlínica había quedado destruida. Todo el patio estaba

cubierto de cristales rotos, puertas astilladas y restos de los

marcos de las ventanas. -44

El 16 de octubre, el día del gran pánico de Moscú,

Giatsintova, una enfermera del servicio central de

ambulancias, fue enviada a recoger a los heridos de un

hospital de Naro–Fominsk, un lugar situado al suroeste de


Moscú, en la línea directa del avance de las tropas

alemanas:

Disponía de cinco microbuses con veinte plazas cada

uno. Llegamos al hospital a las siete de la mañana y nos

pusimos a trabajar a toda prisa. No habíamos logrado cargar

aún más de dos autobuses cuando llegó un mensajero al

galope para decirnos que los alemanes estaban a solo cinco

millas de nosotros [unos ocho kilómetros]. Nos apuramos

todo lo que pudimos ... y conseguimos subir a todos los

heridos. -45

No todo el mundo se comportaba con ese heroísmo. El


29 de octubre cierto Zenkov, del mismo servicio de

ambulancias, fue enviado junto con un equipo para subir a

unos heridos que necesitaban de camillas a un tren de la

estación de Savélov. Según recordaba Zenkov:

Un avión alemán se lanzó a ametrallar el tren mientras

lo estábamos cargando. Las balas producían una sensación

inquietante al golpear el asfalto. El personal médico se

refugió debajo mismo del tren. Yo llamé por teléfono a

Fëdorov, el director del servicio de ambulancias, para

solventar la situación. Llegó muy pronto y logró calmar las

cosas. Los disparos se apagaron hacia la medianoche. Pero

aun así, nadie siguió cargando camillas hasta la mañana

siguiente. -46

Las incursiones de la Luftwaffe eran cada vez más

frecuentes a medida que los alemanes se acercaban a

Moscú. Los hombres de la batería antiaérea del sargento

Roguliak, en la plaza Danilovski, fueron barridos por el

impacto directo de una bomba. Otras dos baterías hallaron

la muerte en la plaza Repin, justo detrás de la embajada

británica. En el edificio central de Correos cayó una bomba

que no llegó a explotar. El equipo local de defensa prefirió no


aguardar a los artificieros y optó por envolver el artefacto en

una lona, lo ató con una cuerda y lo arrastró hasta el lugar

en el que podía causar menos daños.

También cayó una bomba en una casa del callejón de


Protochny, cerca de las actuales oficinas de la embajada

británica. -47 La explosión provocó la muerte de todas las

personas refugiadas en los subterráneos. Lo particular del

caso es que el sótano no se descubrió y, con él, los

cadáveres, hasta mucho tiempo después de acabada la

guerra. Otra bomba aterrizó poco más arriba en la misma

calle, y una tercera alcanzó una tienda de distribución de

queroseno de la esquina siguiente, que ardió a consecuencia

del impacto. -48

La población moscovita llegó a la conclusión –al igual

que había hecho la londinense– de que no era menos

peligroso acogerse en los refugios que permanecer en la

cama. A medida que pasaba el tiempo, cada vez eran menos

los que dejaban su hogar por las noches. En un principio,

Raisa Labas y su hijo Yuli Labas buscaban amparo en la

estación de metro de Kirov. Pero más adelante prefirieron

quedarse en el edificio, aunque bajaban al apartamento


estudio de la escultora Beatrice Sandomirskaya, que solía

tallar enormes estatuas de figuras femeninas: mujeres piloto

y campesinas musculosas con aspecto de valquirias. Yuli

dormía bajo la estatua de una mujer desnuda, tallada en

caoba. En cierta ocasión, la alarma sonó de día y la gente se

limitó a congregarse a la entrada del edificio. De pronto se

les acercó una figura de aspecto extraño, que vestía

chaqueta blanca, bermudas blancas (que exhibían unas

rodillas peludas), botas altas y una especie de gorra de lana

con un penacho de plumas. Les dijo, en un inglés

chapurreado: «Señoras y señores, vayan al refugio. Nuestra

experiencia en Inglaterra nos ha demostrado que lo más

peligroso que se puede hacer durante un ataque aéreo es

reunirse donde se están reuniendo ustedes ahora». -49

Entonces emergió un hombre vestido con ropa de civil que

fue empujando a todo el mundo hacia un sótano cercano.

Uno de los días más sangrientos fue el 28 de octubre

de 1941. El edificio del Comité Central, sito en la Plaza Vieja,

fue alcanzado por una bomba pesada y causó la muerte de

varias personas, entre ellas la del popular escritor

Afinogenov. *1-*1 Otra bomba destruyó una serie de casas


inmediatas al malecón del Moscova y mató al equipo de

protección civil. Una joven bailarina llamada Yelena Vanke

estaba cruzando la esquina del teatro Bolshoi cuando el

edificio fue alcanzado en aquel día. Procedía de una familia

de bailarines, vivía en Kuznetski Most (detrás del teatro) y

estaba cursando su último año en la academia de danza del

Bolshoi cuando estalló la guerra. Era demasiado joven para

ir con la compañía en su evacuación, pero a la vez

demasiado mayor para ser evacuada con las alumnas de la

escuela, de modo que permaneció en Moscú, como el resto

de su clase. Un viandante la salvó aquel día: cuando la

bomba ya caía la empujó al espacio que quedaba entre unos

sacos terreros que protegían un escaparate próximo y

resultó ilesa en el incidente. Pudo oír la explosión y vio una

columna de humo que se alzaba por encima del teatro:

había alcanzado el vestíbulo, justo por detrás de la gran

cuadriga que preside la entrada, causando la muerte de una

mujer. La reacción de Vanke fue dar gracias a Dios porque la

bomba no hubiese caído en el escenario, lo que habría

provocado una auténtica catástrofe. -50 La doctora Sajarova


describió la incursión de aquel 28 de octubre en su diario:
El teatro Bolshoi quedó ayer destruido por las bombas.

También cayó una bomba en la calle Gorki, cerca de la

oficina central de Telégrafos. Ha habido un gran número de

muertos y heridos en la cola de una tienda de alimentación.

Todo ha ocurrido antes de que se activara la alarma ... La

gente ha salido a las calles con sus bienes, cargados de

mochilas, como si estuvieran a punto de marcharse hacia

algún destino o simplemente yendo de un sitio a otro. -51

Al día siguiente explotó una bomba justo delante del

despacho de Shcherbakov, mientras estaba celebrándose

una reunión. Como una lluvia, cayeron fragmentos de

cristales y yeso sobre los participantes, que quedaron

anonadados por la onda expansiva. Nadie resultó herido,

aunque Shcherbakov sufrió una conmoción. Las puertas de


la sala se quedaron atascadas, pero los bomberos lograron

reventar un ala y sacar por ella a todos los presentes.

Shcherbakov se marchó directamente al Kremlin. Cuando

estaba próximo al Arsenal, una columna de cadetes e

instructores de la academia militar del Sóviet Supremo le

adelantó, de camino al refugio; entonces estalló otra bomba

en las inmediaciones. Shcherbakov sufrió otra conmoción,


aunque más ligera. Sin embargo, murieron 41 soldados,

cuatro desaparecieron, 44 recibieron heridas graves y otros

47, leves. Al concluir aquella incursión aérea sobre Moscú, el

Kremlin había sido alcanzado por 17 bombas explosivas de

gran potencia y un gran número de proyectiles incendiarios.

Habían fallecido 96 miembros de su guarnición; el

monumento que hoy se exhibe en el lugar es el único de

toda la ciudad dedicado a los que murieron durante los

bombardeos alemanes. -52

Otros edificios principales que, en algún momento u

otro, fueron blanco de los bombarderos de la Luftwaffe,

incluyen la Universidad de Moscú, el Museo de Arte Pushkin,

la biblioteca Lenin, el conservatorio y las sedes de la

dirección y las imprentas del Pravda, de Izvestia, de

Moskovski Bolshevik y de Ogonek. La casa de Lev Tolstoi en

Jamovniki [Khamovniki] se salvó solo por los denodados

esfuerzos de los bomberos. -53

Los alemanes estaban en aquel momento tan cerca de

Moscú que podían enviar cazas como escolta de sus

bombarderos y, por ende, atacar tanto de día como de

noche. El 14 de noviembre ciento ochenta aparatos


enemigos asaltaron la ciudad en un vuelo diurno: los rusos

afirmaron haber logrado 48 derribos. -54 El tiempo de alerta


del que se disponía para trasladarse a los refugios estaba

quedando reducido, en ocasiones, a apenas cinco minutos.

En consecuencia, las bajas fueron cada vez más elevadas y

los depósitos de cadáveres tuvieron que ampliar las horas de

trabajo. No solo eso: empezaba a agotarse el espacio

disponible en los cementerios. Desde entonces los entierros

se hicieron en tres niveles de profundidad y las tumbas se

excavaron más próximas las unas de las otras. 55

Estos cambios, contra lo que pueda parecer, no fueron

del todo desfavorables para la defensa. Mientras los

alemanes tenían que improvisar bases y suministros, los

pilotos soviéticos partían de aeropuertos muy bien

equipados, construidos antes de la guerra en los alrededores

de Moscú. El Aeródromo Central era el más antiguo de la

ciudad. Estaba situado en la carretera de Leningrado, poco

más allá de la estación de Bielorrusia y frente al palacio

Petrovski, donde se había alojado Napoleón cuando fue

expulsado del Kremlin por un incendio. Todos los ingenieros

aeronáuticos destacados –Yakovlev, Artëm Mikoyan y los


demás– tenían sus despachos y fábricas en esa zona, y

usaban el Aeródromo Central para los vuelos de prueba.

Antes de la guerra el Central no era un aeropuerto

militar. Pero en 1941 dos regimientos de cazas se

desplegaron allí: el 12.° regimiento de guardias y el 11.er

regimiento de cazas. Los cuarteles de estas unidades

estaban excavados en el suelo. Lo mismo se había hecho

con las salas de órdenes de los pilotos, la cantina y las

residencias. Los aviones estaban dispersos a lo largo del

margen del bosque anejo. En cuanto a los pilotos, vivían en

un edificio de dos plantas, de ladrillo rojo, en la carretera del

aeropuerto de Moscú. Todavía están en pie. También pueden

verse todavía hoy las pistas de aterrizaje, de hormigón,

junto con una pequeña exposición de alrededor de veinte

aviones. Se había proyectado crear un museo con toda su

dotación, pero el plan fue descartado y las autoridades

moscovitas están construyendo hoy nuevos edificios de

viviendas. Salvo cuando les tocaba permanecer en estado de

alerta, los pilotos solían comer en la Academia Zhukovski de

la fuerza aérea, en el palacio Petrovski. A finales de

noviembre, cuando los alemanes estaban a las puertas de la


capital, los dos regimientos se emplearon sobre todo para

hostigar con sus bombardeos a las tropas de tierra del

enemigo. Las misiones duraban menos de veinte minutos,

entre el despegue y el aterrizaje, por lo que los pilotos

podían realizar varias salidas al día. Stepan Mikoyan sirvió

primero en el 11.er regimiento de cazas y luego en el 12.° de


guardias. Se incorporó a su unidad el 1 de diciembre y

emprendió once misiones de combate desde el Aeródromo

Central, hasta que el 16 de enero, su Yak–1 fue derribado de

modo accidental por un piloto de otro regimiento soviético,

su aparato se incendió, se rompió la pierna y sufrió

quemaduras de bastante gravedad. -56

En noviembre las sirenas sonaban varias veces por día.

Las clases de las escuelas, interrumpidas en la práctica,

fueron suspendidas oficialmente. Según escribió en su diario

la doctora Sajarova:

La situación es cada día más inquietante. Resulta

imposible acostumbrarse a las sirenas. La psicología de la

gente está cambiando de un modo extraño: te cuentan la

muerte de sus familiares más próximos con relativa

tranquilidad, anotan el hecho, pero su reacción real no se


produce hasta más tarde ... Nuestras noches son oscuras;

de no ser por las antorchas que hemos podido agenciarnos

de un modo más o menos ilegal, ya nos habríamos roto las

piernas y los brazos más de una vez ... No pongo en duda,

ni por un minuto, que la victoria será nuestra, pero sí me

pregunto si será aquí, en Moscú. Los que vienen del frente

cuentan que la situación da más miedo aquí que allí, porque

aquí todo es inesperado y nunca sabes dónde va a caer la

próxima bomba ... El frente está cada vez más cerca. Ya se

están levantando barricadas en las calles de Moscú, lo que

llaman «erizos», hechos con los raíles. No quiero pensar, no

me atrevo a pensar que puedan producirse combates en

nuestras calles. Pero la bestia del fascismo es poderosa y

debemos estar preparados para eso.

Aun así, no todo eran momentos malos. En los

primeros días de diciembre la doctora Sajarova empezó a

recibir clases de baile:

Ha sido muy extraño y tan inapropiado... Lo que ha

ocurrido es que el capitán [un oficial amigo de la doctora]

nos ha prestado por un tiempo su gramófono, y a Natalia

Semënovna le gusta bailar y lo sabe hacer bien. Así que


decidió enseñarme a mí también. ¡Resulta que no lo hacía

tan mal! Ya me muevo con bastante libertad, incluso con el

capitán, que elogia mis progresos. Hoy hemos estado

ensayando los tres. -57

No obstante, la tarea de las fuerzas de protección civil

de Moscú se complicó más cuando se vieron obligadas a

ceder un número de hombres equivalente al de seis

batallones como refuerzo del frente. Un total de trescientos

hombres del 309.° batallón de Nemirovski fueron destinados

a esos combates, pero de todos ellos solo tres sobrevivieron

a la guerra. Las ausencias se suplieron, aunque solo

parcialmente, con la utilización de jóvenes adolescentes,

especialmente muchachas, que actuaban como observadoras

aéreas y suministradoras de combustible. Los hombres que

quedaron en las unidades de defensa antiaérea se

prepararon para –en caso de que fuera necesario– entablar

combates en tierra, y formaron compañías de morteros y

antiblindados, equipadas con metralletas, vehículos

acorazados y tanques ligeros. -58

Como si esto no fuera suficiente para Nemirovski, Nina

Popova, la presidenta del consejo del raion, fue trasladada a


otro puesto. Mijail fue ascendido a la presidencia, pero no

relevado de sus anteriores tareas. Fue una carga adicional

muy pesada. El consejo del distrito era responsable de casi

cada detalle de la vida de los habitantes de Krasnaya

Presnia. Sus miembros se esforzaron por mantener la

calefacción en los edificios: en noviembre de 1941, solo

funcionaban 95 de las calderas del raion. -59 Supervisaban

el plan de producción de la cooperativa de peluquería local y

los planes para el arado, la siembra y la cosecha en las

tierras de cultivo de Krasnaya Presnia. -60 Buscaban

alojamiento para las personas que habían perdido su hogar

de resultas de los bombardeos y talleres para las

cooperativas de zapateros y costureras. Distribuían las

cartillas de racionamiento; creaban jardines de infancia y

guarderías; proporcionaban educación a distancia para los

niños cuyas escuelas continuaban cerradas. Inscribían los

nuevos matrimonios; autorizaban la concesión de

prestaciones suplementarias

para una mujer llamada Tatiana Arakcheeva y otras con

familias numerosas a su cargo; organizaban la adopción de

los niños abandonados; encontraron un hogar de acogida


para una niña pequeña cuyo padre estaba en el frente y

cuya madre había sido encarcelada... -61 Además debían

invertir una cantidad inaudita de tiempo en el nombramiento

de funcionarios de segundo nivel: un tenedor de libros para

la lavandería Trust, el director del segundo servicio de

reparaciones del raion, el ingeniero jefe de la primera

dirección de vivienda del distrito, un juez popular para la

segunda circunscripción judicial... Debían prestar especial

atención al nombramiento de los nuevos administradores de

cada finca, puesto que representaban el nivel básico de la

autoridad local; así, enviaron a cierto Yeroshkin,

administrador, ante un tribunal militar por haber descuidado

la calefacción de su edificio, permitiendo que dejara de

funcionar. -62

Como compensación hay que decir que el sueldo de

Nemirovski ascendió de los mil doscientos a mil

cuatrocientos rublos mensuales, una cifra considerable en

una época en la que el salario medio era de cuatrocientos

veinte rublos; y más si tenemos en cuenta que los oficiales

de cada raion tenían derecho a recibir suplementos en su

ración de víveres. -63


En las inmediaciones del teatro Bolshoi se organizó una

exposición de trofeos militares alemanes, que luego se

trasladó al parque de Gorki. Entre los objetos expuestos se

incluía una colección de bombas sin estallar y los restos de

un bombardero de la Luftwaffe que tras chocar contra el

cable de un globo de bloqueo se estrelló en el río Moscova.

Más adelante se construyó un edificio para alojar la muestra,

construido a partir del diseño del arquitecto Shchusev, quien

ya había concebido el mausoleo de Lenin y el hotel Moscú,

además de la Opera de Novosibirsk, la más grande del

mundo.

En enero las bombas volvieron a afectar al zoo

moscovita, matando al director e hiriendo a un vigilante


nocturno. Fueron alcanzadas las casas de los leones, los

elefantes, otros mamíferos, los loros y los monos; las

ventanas volaron hechas pedazos. Los animales estaban

aterrorizados, sobre todo un mono llamado París y un asno

llamado Emir, cedidos por sus dueños ante su pronta

evacuación. Por alguna extraña casualidad no murieron

apenas animales, solo un par de loros; pero como la

temperatura exterior era entonces de treinta grados bajo


cero, el personal tuvo que envolver a los animales en

mantas, cuando no en sus propias ropas. Los ingenieros del

raion pudieron arreglar los cristales de los edificios antes de

que ningún otro animal falleciera congelado. -64

Hacia aquel mes, el ataque aéreo contra Moscú estaba

empezando ya a perder gas. Aún se produjeron algunas

incursiones de significación tanto antes como después de la

conclusión oficial de la batalla de Moscú, que se dictó el 20

de abril de 1942. El último ataque masivo contra la capital

rusa tuvo lugar el 16 de junio de 1942. En agosto y en

octubre del mismo año se produjeron dos intentos más, en

estos casos con escuadrillas poco numerosas. -65 En 1943,

solo sobrevolaba Moscú de vez en cuando el avión de

reconocimiento a gran altura Ju 88–R.

En 1949 el afamado director soviético Chiaureli rodó

una película titulada La caída de Berlín. Es una obra

dramática, muy larga y bien compuesta. Su reputación se ha

visto perjudicada por los absurdos y desmesurados elogios

que de ella hizo Stalin, aunque hoy, naturalmente, eso

añade miga a su interés histórico. En cierta escena se

representa una escuadra de bombarderos alemanes que


vuela con destino a Moscú; de pronto emerge una nube de

cazas que los hostiga hasta enviarlos de vuelta a casa, con

la cola entre las piernas. En ese momento cruza la pantalla

una frase: «Ni un solo aparato alemán alcanzó nunca los

cielos de Moscú». Aunque eran cientos de miles los

moscovitas que sabían por propia experiencia que esa

patochada carecía de toda verdad, la afirmación siguió


figurando tal cual en los libros de texto y la propaganda

oficial durante varias décadas más.

De hecho, durante la guerra la información de los daños

no pasó de ser escasa e indirecta, y solo con grandes

dificultades se filtraba a las páginas de los periódicos. La

afirmación –aún sostenida por varios autores– de que todas

las huellas de las incursiones aéreas se habían borrado por

lo general a la mañana siguiente resulta poco creíble. Del

bombardeo sufrido por el teatro Vajtangov solo se informó

cuando el equipo de reparaciones había empezado ya su

labor.

Pero en la actualidad todavía se observan algunos de los

huecos que abrió la guerra en el centro de Moscú,

densamente construido. Así, el edificio de cuatro plantas


situado enfrente de la biblioteca de Lenin no se llegó a

reconstruir nunca por entero. Hoy hay una pequeña plaza en

la esquina de las calles Bogoyavlenski y Nikolskaya donde

antaño hubo un edificio de tres plantas arrasado por el

accidente de un bombardero alemán. -66

Los historiadores rusos y los alemanes difieren

notablemente en su concepción de la campaña. La

historiografía alemana tradicional recoge que, en total,

Moscú sufrió 76 veces incursiones nocturnas y once ataques

diurnos. Solo en los tres primeros ataques se desplegaron

más de cien bombarderos; en 59 ocasiones volaron menos

de diez. Las pérdidas alemanas, según los historiadores

alemanes, fueron insignificantes. -67

Los rusos afirman, por el contrario, que entre la

primera incursión del 21 de julio de 1941 y la fecha del 20

de abril de 1942 la Luftwaffe dirigió 141 ataques de

importancia contra la ciudad. -68 También sostienen que

Alemania perdió casi mil cuatrocientos aviones: el diez por

100 por efecto de los cazas soviéticos, el noventa por 100 a

consecuencia del fuego antiaéreo. -69 Son cifras del todo

incompatibles con las alemanas y entiendo que


representarían un índice de bajas no solo improbable, sino

ciertamente insostenible para los atacantes.

Según estimaciones rusas publicadas con posterioridad


a la guerra, durante las incursiones de la Luftwaffe murieron

en Moscú más de dos mil personas; casi el triple resultaron

heridas; 5.584 edificios privados quedaron dañados o

destruidos. Lo mismo ocurrió con noventa hospitales, 25

escuelas y 19 teatros o palacios de la cultura. -70 Las cifras


totales de la destrucción causada en los edificios moscovitas

no están claras, porque no se ha desprotegido la información

secreta sobre los objetivos militares ni los edificios públicos.

Aunque la campaña aérea contra Moscú duró tanto

como el Blitz de Londres del año anterior, los resultados

fueron mucho menos impresionantes. Entre el 7 de

septiembre de 1940 y el 10 de mayo de 1941, la aviación

alemana atacó Londres en 71 ocasiones, arrojando más de

dieciocho mil toneladas de explosivos de gran potencia. Solo

durante el 7 de septiembre, Londres fue atacada de día por

348 bombarderos con escolta de cazas. Se abatió a 33

bombarderos, pero aquella

misma noche regresaron doscientos cincuenta. Los incendios

de los muelles ardían fuera de control; en la mañana del 8


de septiembre se contaban cuatrocientas treinta víctimas

mortales. El 19 de abril 712 aviones asaltaron Londres en lo

que fue la incursión más numerosa de la guerra. El último

bombardeo estratégico del Blitz se produjo el 10 de mayo de

1941 y causó la muerte de 1.436 personas. Por aquel

entonces, uno de cada seis londinenses había perdido su

hogar. El bombardeo continuó después de aquella fecha, por

parte de aviones tripulados, no tripulados y cohetes, hasta el

último mes de la contienda. En total murieron durante el

Blitz de Londres casi treinta mil personas, aparte de los más

de cincuenta mil heridos. -71 Hubo daños en tres millones y


medio de hogares. En el distrito de Stepney, próximo a los

muelles, quedó destruido el 85 por 100 de las viviendas. -72

Son varias las razones por las que Moscú padeció

menos que Londres. En primer lugar, los alemanes

emplearon su fuerza aérea de dos formas notoriamente

distintas en cada campaña. Durante la batalla de Inglaterra

y el Blitz la Luftwaffe centró todos sus objetivos en la

campaña estratégica contra el corazón de Gran Bretaña.

Pero en Rusia, los hombres y las máquinas que Kesselring

había empleado contra los británicos se centraron en ofrecer


apoyo táctico al ejército de tierra. En la fase culminante de

la batalla de Moscú, la Luftwaffe estaba dedicando la

mayoría de sus bombarderos a destruir las líneas férreas por

las que iban llegando refuerzos, más que la propia ciudad. -

73 La Luftwaffe no fue capaz, en ningún caso, de desplegar

contra Moscú las mismas escuadras que habían atacado

Londres.

En segundo lugar, los alemanes contaban con una serie

de desventajas en el terreno de la práctica. En esa etapa de

la guerra sus aviones eran sin duda superiores y sus

tripulaciones, con diferencia más expertas. Pero en la

campaña británica actuaban desde aeropuertos de calidad

que, al estar situados en Francia, se hallaban relativamente

cerca de sus objetivos y no complicaban en exceso el

abastecimiento de municiones y aparatos de recambio. En

Rusia, por el contrario, los aviones alemanes debían recorrer

hasta seiscientas millas [unos novecientos sesenta y cinco

kilómetros] para alcanzar sus objetivos y partían de bases

menos completas, cuyas comunicaciones con el tejido

industrial alemán, del que dependían, eran mucho más

difíciles e inseguras. Las bases alemanas se fueron


acercando a Moscú a medida que se iban aproximando sus

tropas, pero eso no dejaba de comportar dificultades, sobre

todo con el clima ruso de otoño e invierno. Antes de que los

aviones pudieran despegar era necesario rascar la capa de

nieve nocturna y, con frecuencia, hacía demasiado frío para

poder aprovechar las castigadas y mal pertrechadas pistas

de aterrizaje que habían capturado a los soviéticos. En

diciembre la Fuerza Aérea Roja comenzó a desarrollar una

presencia sólida en el campo de batalla, como la que no

había logrado imponer en los primeros y desdichados meses

de la guerra. Pero una vez que fueron recobrando el terreno

perdido, desde finales de 1941, y tomando las bases con las

que poco atrás lidiaban casi en vano los alemanes, también

la Fuerza Aérea Roja comenzó a experimentar dificultades

cada vez mayores.

En tercer lugar, Stalin había escogido desplegar una

fuerza defensiva mucho mayor de la que se empleó en

Londres. Durante la batalla de Inglaterra los británicos

disponían de menos de ochocientos cazas para la protección

de todo el país. En cambio, el general Gromadin contaba con

casi seiscientos cazas exclusivamente destinados a la


defensa de Moscú. Además, cuando lo consideraba preciso,

podía pedir la colaboración de 29 regimientos de cazas de

los frentes vecinos. Entre julio de 1941 y enero de 1942 casi

dos mil cazas habían participado en la defensa de la capital

rusa. -74 Al terminar la campaña, muchos de estos aviones

eran de fabricación moderna: modelos que habían salido de

las fábricas aeronáuticas durante el año anterior. No solo

eso: había algunos Bell P–39 Airacobra estadounidenses,

que apreciaban mucho los pilotos soviéticos, y dos

escuadrones de Hawker Hurricane, que eran menos de su

gusto. -75 La Royal Air Force británica no podía competir con


estas cifras. Además, en Moscú y sus alrededores se

aprestaron muchas más baterías que en Londres. Cuando se

inició el Blitz había en la capital británica menos de

trescientos cañones. El resto estaban aún diseminados por

todo el país, con el objeto de proteger los puertos, las

fábricas y los aeródromos que habían sido hasta entonces el

objeto principal de la Luftwaffe. Aunque el número de las

baterías de Londres se duplicó en tan solo cuarenta y ocho

horas, las fuerzas disponibles para la defensa de la ciudad

no se equipararon nunca con las que había en Moscú. -76


En cuarto y último lugar, otro factor crucial para el éxito

de la defensa de Moscú contra los ataques aéreos era la

capacidad de las autoridades de movilizar, entrenar y

desplegar a la población en grupos de protección civil.

Fueron muchos los moscovitas que se ofrecieron voluntarios

para unirse a alguno de esos grupos y quienes no lo hicieron

sufrieron la coerción o la vergüenza impuestas por la

formidable maquinaria del Partido, el gobierno y la NKVD.

Ninguna otra de las naciones beligerantes fue tan

implacablemente capaz de organizar a sus hombres y

mujeres no ya en la defensa civil, sino en todas las demás


ramas de la actividad bélica. Así, la instrucción del pueblo de

Londres era muy distinta: era incoherente y dependía en

gran medida de los auténticos voluntarios. El problema no es

tanto que faltaran voluntarios –en junio de 1940 más de un

millón de civiles se habían ofrecido para incorporarse a los

grupos de protección y lucha contra el fuego de todo el país

-77 sino que en la mayoría de casos no recibieron ni una

mínima parte de la instrucción que les tocó sufrir a los

moscovitas. Mass–Observation, la organización de estudios

sociales que se encargaba de observar el ánimo y las


actitudes de los británicos durante toda la guerra, informaba

en mayo de 1940 –dos meses antes del inicio del Blitz– de

que la gente no sabe qué debería hacer ni cómo debería

hacerlo ... en muchos aspectos, siguen sin haber asumido lo

que podríamos considerar y denominar sencillamente

requisitos mínimos del conocimiento y la cooperación civil;

por ejemplo, saber cómo se debe tratar con una bomba

incendiaria en su fase más temprana. -78

Por mal preparado que pudiera estar el sistema de

protección civil de Rusia antes de la guerra, era bastante

mejor que eso.

La victoria soviética en la batalla aérea de Moscú no se

logró sino a costa de grandes sacrificios. La defensa de la

capital exigió retirar fuerzas del resto de la línea del frente.

Así, Sebastopol, en Crimea, fue casi barrida del mapa en la

primera semana de junio, por obra de los bombardeos

alemanes. La primera incursión aérea diurna sobre

Stalingrado, realizada el 2 de agosto de 1942, no encontró

apenas oposición soviética y tuvo consecuencias

devastadoras. En cuestión de pocas horas o días murieron

decenas de miles de personas. -79


Pero a la larga, la Fuerza Aérea Roja venció a la

Luftwaffe con la misma superioridad con la que el Ejército

Rojo terminó por apabullar a las tropas de tierra alemanas. -

80 La valía de los pilotos y los ingenieros que habían sufrido


injustamente la cólera de Stalin quedó reivindicada por el

resultado final de la batalla.

NOTAS

CAPÍTULO 10

1. E. Jrutski [Khrutski I: Kriminalnava Moskva, Moscú,

2000, p. 209.

2. Konstantin Simonov: Sto Sutok Voiny, «Rusich»,

Smolensko, 1999, p. 309.

3. Anatoli Cherniaev: Moya Zhizn i Moe Vremya, Moscú,

1995, p. 91.

4. Simonov: Sto Sutok Voiny, 1999, p. 309. Un

incidente similar tuvo lugar en Gran Bretaña en septiembre

de 1939, cuando los cazas británicos derribaron a un par de

bombarderos de su misma nacionalidad sobre las aguas del

Támesis.

5. G. Andreevski: Zhizn Moskvy y stalinskuyu epokhu

1930-1940egay, Moscú, 2003, p. 115.


6. Yuri. Kammerer et al.: Moskve - Vozdushnaya

Trevoga, Moskovski Ravochi, Moscú, 2000, p. 416.

7. Kammerer et al.: Moskve - Vozdushnaya Trevoga,

pp. 41-48.

8. Ya. Chadaev, citado por G. Kumanëv en

Otechestvennaya Istoria, 2, 2005, p. 11

9. David M. Glantz: Stumbling Colossus: The Red Army

on the Eve of World War, Univ. Press of Kansas, Lawrence,

1998, p. 172.

10. G. Timoshkov, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 60-69.

11. Juliet Gardiner: Wartime: Britain 1939-1945,

Headline, Londres, 2004, p. 293.

12. Resolución del GKO n.º 1, de 1 de julio de 1941, en

V. Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh. Gosudarstvennogo Korniteta Oborony,

Moscú, 2001, p. 13.

13. Alexander Werth: Moscow War Diary, Knopf, Nueva York, 1942, p. 20.

14. Yuri. Kammerer, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 146-148.

15. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu


1930-1940e gody, p. 122.

16. Andreevski: Zhizn Moskvy..., p. 123.

17. Kammerer, en Kammerer et al. Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 131-136.

18. Gardiner: Wartime: Britain, p. 324.

19. Uno de los niños pequeños que se refugiaron allí en

el otoño de 1941 fue Valentin Bolotov, que luego alcanzó un

importante puesto en la jerarquía del metro y se jubiló

siendo director del museo del Metro de Moscú; así me lo

reveló el propio Valentin Bolotov en una entrevista el 1.7 de

febrero de 2003.

20. A. Soloviev, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, p. 153.

21. Kammerer: Moskve - Vozdushnaya Trevoga, pp.

136-138 .

22. Gardiner: Wartime: Britain, p. 526.

23. Kammerer, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 126-131.

24. Kammerer et al.: Moskve - Vozdushnaya Trevoga,

pp. 122-126.

25. Informe del comandante Shpigov y otros, en V.


Jristoforov et al. (eds.) Lubyanka o dni bitvy za Moskvu,

Moscú, 2002, p. 52.

26. Alexander Boyd: The Soviet Air Force since 1918,

Macdonald & Jane's, Londres, 1977, p. 129.

27. Horst Boog (ed.): Das Deutsche Reich and der

Zweite Weltkrieg, vol. 4, DVA, Stuttgart, 1983, p. 698.

Véase también Boyd: The Soviet Air Force since 1918, p.

128.

28. Timoshkov, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 60-69.

29. «Moskva pod Bombami», Pochto•zye Vedomosti, 4,

27 de febrero de 2001.

30. Jristoforov et al. (eds.): Lubyanka v dni bitvy za Moskvu, p. 49.

31. Aleksei Tolstoi, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 92-94.

32. B. Galich: «Stolichny Den», Moskovski Bolshevik,

31 de agosto de 1941, reeditado en Kammerer et al.,

Moskve - Vozdushnaya Trevoga, pp. 99-100.

33. Yelena Nemirovskaya, entrevista del 9 de octubre

de 2004. Todavía con-serva un retrato de su tío ante la

puerta de Brandemburgo, tomado el día en que acabó la


guerra.

34. Sirnonov: Sto Sutok Voiny, pp. 423-425.

35. «Moskva pod Bombami», Pochtovye Vedomosti, 27

de febrero de 2001.

36. Diario de guerra de la misión militar británica en

Moscú, para el día 21 de julio de 1941 (PRO W0178/25).

37. Werth: Moscow Mr Diary, p. 82.

38. Henry Cassidy: Moscow Dateline, 1941-1943,

Cassell, Londres, 1943, p. 71.

39. Iz vospominania V R. Krylova «Moskva v Dni Velikoi

Otechestvennoi Voiny», E. Vasilieva (ed.), Golosa Istorii, n.º

4, Moscú, 2000, pp. 87-114.

40. F. Krutetski, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, p. 162.

41. Kammerer et al.: Moskve - Vozdushnaya Trevoga,

p. 148.

42. La información acerca de las actividades del servicio

central de ambulancias de Moscú proviene de un archivo

reunido a finales de 1944, que contiene dibujos, esquemas,

fotografías y relatos personales. Véase el Archivo Central de

la Ciudad de Moscú, fondo P-552, Opis 2, Delo 336, List 20.


43. Según recuerdos de Shredov, subdirector del

servicio central de ambulancias de Moscú (EvakPunkt), en el

Archivo Central de la Ciudad de Moscú, fon-do P-552, Opis

2, Delo 337, List 30.

44. Según recuerdos de Ruskij [Russkikh]: Archivo

Central de la Ciudad de Moscú, fondo P-552, Opis 2, Delo

337, List 30.

45. Descripción ofrecida por la enfermera Giatsintsova,


Archivo Central de la Ciudad de Moscú, fondo P-552, Opis 2,

Delo 337, List 31.

46. Según recuerda Zenkov, Archivo Central de la

Ciudad de Moscú, fondo P-552, Opis 2, ed. Khr. 339, List 8.

47. Recibió este nombre porque el agua baja por la

calle hasta desembocar en el río Moscova.

48. Nikolai Kiselév, entrevista, 4 de octubre de 2002.

49. Es de suponer que la aparición era un oficial

británico vestido con el uniforme de verano. Véase Yuli

Labas: «Cherny sneg na Kuznetskom», en Rodina, 6-7,

1999, pp. 36-37, y la entrevista con Labas del 2 de agosto

de 2004.

*1. Aleksandr Afinogenov, 1904–1941, dramaturgo


próximo al realismo socialista. (N. del t.)

50. Yelena Vanke, entrevista, 26 de mayo de 2002.

51. N. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi», en

Moskovski Zhurnal, mayo de 1999, pp. 33-38, en

<www.mj.rusk.ru/99/5/index[.html]> (página trasladada,

aparentemente, a <http://www.mj.rusk.ru/show.php?

idar=800136>).

52. Yu. Kammerer, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 41-48; Anatoli

Ponomarév,Aleksandr Shcherbakov: Stranitsy Biografü,

Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy, Moscú, 2004, p.

133; Jristoforov et al. (eds.): Lubyanka v dni bitvy za

Moskvu, p. 93.

53. Ya. Pikalkevich, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 143-146.

54. Pikalkevich, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, p. 67.

55. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940egody, p. 119.

56. Stepan Mikoyan: Memoirs of Military Test-Flying

and Life with the Kremlin Elite, Shrewsbury, 1999, p. 70, y


la entrevista del día 9 de octubre de 2004.

57. I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45: Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995,

pp. 657-687.

58. B. Kulumbekov, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 155-161.

59. Decisión del 22 de noviembre de 1941, en el

Archivo Central de la Ciudad de Moscú, fondo P-399, Opis 1,

ed. Khr. 2, List 2.

60. Decisiones del isPolKom de la Krasnopresnenski

Soviet Deputatov Trudiashchichsia para enero de 1942, en el

Archivo Central de la Ciudad de Moscú, fondo P-399, Opis 1,

ed. Khr. 6, List 1.

61. Decisiones del Sóviet de Krasnaya Presnia, enero a

abril de 1942, en el Archivo Central de la Ciudad de Moscú,

fondo P-399, Opis 1, ed. Khr. 5, List 7 y List 8.

62. Decisión del Sóviet de Krasnaya Presnia, de octubre

a diciembre de 1941, resolución del 22 de noviembre de

1941, en el Archivo Central de la Ciudad de Moscú, fondo P-

399, Opis 1, ed. Khr. 2, List 2.

63. Mijail Nemirovski, en Kammerer et al.: Moskve -


Vozdushnaya Trevoga, pp. 56-60; Archivo Central de la

Ciudad de Moscú, fondo P-399, Opis 1, ed. Khr. 2, List 3.

64. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45, pp. 463-467.

65. G. Timoshkov, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 60-69.

66. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi».

67. Boog (ed.): Das Deutsche Reich and der Zweite

Weltkrieg, p. 698.

68. Timoshkov, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 60-69.

69. S. Lapirov, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 25-41.

70. Kammerer et al.: Moskve - Vozdushnaya Trevoga,

pp. 151-152.

71. John P. Ray: The Night Blitz 1940-1941, Cassell,

Londres, 2000 (Arms &

Armour, Londres, 1996), pp. 13, 232; Gardiner:

Wartime: Britain, pp. 338, 528.

72. Las cifras son las reflejadas en el sitio web de

Portcities London, en
<www.portcities.org.uk/london/server/show/nav.001>.

73. Boyd: The Soviet Air Force since 1918, p. 127.

74. Boyd: The SovietAir Force, pp. 128-129.

75. Los rusos querían aviones Spitfire, pero los

británicos no estaban dispuestos a cederlos.

76. Gardiner: Wartime: Britain, p. 293.

77. Ray: The Night Blitz 1940-1941, p. 265.

78. John Lukacs: Five Days in London - May 1940, Yale

Universtiy Press, New Haven y Londres, 1999, p. 164.

79. Joel S. Hayward afirma que el número de vidas que

se perdieron en el primer bombardeo aéreo de Stalingrado

no está documentado, pero él cree que es verosímil hablar

de cerca de veinticuatro mil; véase su Stopped at

Stalingrad: The Luftwaffe and Hitler's Defeat in the East,

1942-1943, University Press of Kansas, Lawrence, 1998, p.

188. Antony Beevor repite el cálculo de cuarenta mil

muertos (Stalingrad, Londres, 1998, p. 106; hay trad. esp.

de M. Chocano: Stalingrado, Crítica, Barcelona, 2000). En

cualquier caso, la comparación con lo sucedido en Moscú es

muy llamativa.

80. Los rusos habían alcanzado una posición de


superioridad estratégica sobre la Luftwaffe hacia mediados

del verano de 1943. Véase David Glantz: Colossus Reborn:

The Red Army at War 1941-1943, University Press of

Kansas, Lawrence, 2005, p. 414.

TERCERA PARTE

«TIFÓN»
11
LOS ALEMANES ABREN UNA BRECHA

El 16 de septiembre de 1941 el mariscal Von Bock,

comandante del grupo de ejércitos Centro, instituyó el

operativo necesario para conquistar Moscú, al que dio el


nombre en clave de «operación Tifón». Tres grupos

acorazados debían actuar como punta de lanza de la

ofensiva. El grupo blindado n.° 1, que había sido retirado del

asalto sobre Leningrado, encabezaría el ataque por el norte,

el n.° 4 cuatro presionaría sobre la zona centro y el n.° 2, al

mando del general Guderian, mandaría desde el sur tras su

victoria en Ucrania. Von Bock había concentrado cerca de

dos millones de hombres, agrupados en tres ejércitos, tres

grupos acorazados y setenta y ocho divisiones. Ante ellos

guardaban un millón doscientos cincuenta mil soldados

soviéticos, organizados en tres frentes o grupos de ejércitos:

el frente de Briansk, bajo las órdenes de Yerëmenko; el

frente Oeste, cuyo mando había pasado de Timoshenko a

Koniev a mediados de septiembre, y un nuevo frente de

reserva, comandado por Budënny. Ello suponía un total de


84 divisiones de infantería, una división de carros de

combate, dos divisiones de infantería motorizada y un

número indeterminado de formaciones menores (véase el

mapa 3). -1

El 30 de septiembre los alemanes pusieron en marcha

su ofensiva, dirigiéndola inicialmente contra los frentes de

Briansk y el sudoeste, situado más al sur. Los carros de

combate de Guderian quebraron las defensas del frente de

Briansk y continuaron su avance hacia Orël. -2 El novelista y


periodista Vasili Grossman, enviado allí como corresponsal

por su periódico, el Krasnaya Zvezda, estaba disfrutando en

el hotel de unas comodidades casi propias de los tiempos

previos a la guerra cuando un reportero gráfico llamado

Redkin irrumpió en él: «Los alemanes se acercan a toda

velocidad hacia Orël, cientos de tanques. Un poco más y no

salgo con vida del cañoneo. Hay que irse enseguida; si no,

nos cogerán aquí mismo». El pánico se apoderó rápidamente

de la ciudad. Después de intentar conseguir un

salvoconducto en la oficina local del ejército («"Damos

salvoconductos a las diez, espere una hora, nuestros

superiores no llegarán hasta las once.” ¡Qué bien conocía yo


aquella calma inmutable que nace de la ignorancia mezclada

con el pánico y la histeria»), Grossman y su grupo hallaron


refugio en el bosque, junto con el cuartel general del frente

de Briansk. Los alemanes entraron en Orël dos horas

después de que él se hubiera marchado, a las seis de la

tarde.

No bien habían acabado de establecerse, cuando

Grossman y sus compañeros recibieron la orden de partir de

nuevo a las cuatro en punto de la madrugada, puesto que

los alemanes estaban realizando una maniobra envolvente

en torno al frente de Briansk. Se pusieron en marcha en

medio de una fría noche estrellada montados en su pequeña

furgoneta y en un camión al que habían bautizado como «El

Arca de Noé», a causa del número de refugiados que ya

había salvado del avance germano. La carretera estaba

atestada:

Yo pensaba que ya había visto una retirada, pero nunca

antes había llegado a ver, ni siquiera a imaginar, algo así.

¡Era un Exodo bíblico! Los vehículos se desplazaban en ocho

columnas y sus motores no dejaban de rugir histéricamente,

mientras docenas de camiones trataban de escapar del


barro. La gente conducía enormes rebaños de vacas y

ovejas. Más adelante iban chirriando carros tirados por

caballos, miles de carros que, cubiertos de lonas de todos

los colores, de tableros contrachapados u hojalatas,

transportaban refugiados de Ucrania. Todavía por delante

una multitud de gente a pie iba tirando de hatillos y maletas.

No era un riachuelo, ni un río, era el lento fluir de un océano

en movimiento cuyo frente abarcaba cientos de metros de

uno a otro lado. Se veían las caras, blancas y negras, de los

niños asomando de los carros cubiertos; las barbas bíblicas

de ancianos judíos; los pañuelos anudados a la cabeza de

las campesinas; hombres maduros con gorros ucranianos;

chicas y mujeres de negros cabellos. Y qué calma había en

sus ojos, qué sabio penar, qué sentido del fatal destino, de

catástrofe universal. Al atardecer el sol apareció por entre

nubes azules, grises y negras apiladas una encima de otra.

Sus rayos, amplios, inmensos, se extendían desde el cielo

hasta el suelo, como en un cuadro de Doré dedicado a una


de aquellas terribles escenas de la Biblia en las que la cólera

divina desciende sobre la Tierra. A la luz de aquellos amplios

y dorados rayos el movimiento de los ancianos, de las


mujeres con niños en brazos, de los rebaños de ovejas, de

los soldados parecía tan trágico y majestuoso que durante

minutos sin fin me sentí como si hubiésemos sido

transportados a una época de catástrofe bíblica.

Todo el mundo miraba al cielo no porque estuviera

esperando al Mesías, sino a la expectativa de bombarderos

alemanes. De repente la gente empezó a gritar »¡Allí están,

que vienen, que vienen por allí!». Desde lo alto del cielo una

docena de figuras aéreas planeaba hacia nosotros en

formación de trío. Decenas, cientos de personas salieron

desparramadas de los camiones, saltando de las cabinas en

dirección al bosque. Como si se tratara de una plaga, el

pánico se apoderó de todos, mientras la multitud en fuga

crecía a cada segundo. Más tarde se oyó el grito de una

mujer destacándose entre la multitud: «¡Cobardes,

cobardes, pero si solo son grullas!». Turbación.

Cerca de Tula, el grupo de Grossman hizo alto en la

casa de un campesino, cuya única habitante era una anciana

con un hijo en el frente y una hija en Moscú. Los recibió

calurosamente, les dio de comer con tanta generosidad

como pudo y se ofreció a cantar para ellos. En lugar de


ofrecerles los temas populares que Grossman esperaba, los

obsequió con los últimos éxitos que se oían por Moscú,

tratando de agradar a quienes venían de la capital. La

anciana dijo luego a Grossman: «El demonio vino hasta mí

la pasada noche y me clavó sus garras en la mano. Yo

entonces empecé a rezar: "Que Dios vuelva a alzarse y que

sus enemigos se dispersen", pero el demonio no hizo caso,

así que le dije que se fuera y entonces desapareció».-3

Grossman estaba profundamente conmovido:

Si hemos de poder salir victoriosos de esta guerra

terrible y brutal, será porque en lo más profundo de nuestra

tierra rusa tenemos gentes con un alma y un corazón así de

grandes, gentes capaces de pasar todo tipo de privaciones,


como aquellas ancianas, las madres de aquellos hijos que,

en su gran simplicidad, «sacrifican sus vidas por los suyos»,

tan simple, tan generosamente como aquella mísera anciana

de Tula que compartió con nosotros su sal, su comida, su luz

y la lumbre de su hogar. Ellos son los justos de la Biblia,

iluminando a todo nuestro pueblo con una luz milagrosa.

Son solo unos pocos, pero serán victoriosos.

Igualmente conmovido se sintió al día siguiente al


hacer alto en la hacienda que la familia de Lev Tolstoi poseía

en Yasnava Poliana [Polyana]. Se sintió sobrecogido por el

paralelismo existente entre lo que estaba sucediendo en

aquel momento y la escena de Guerra y Paz en la que el

anciano príncipe Bolkonski muere y su hija, la princesa

María, se ve obligada a abandonar la casa paterna ante el

avance de las tropas napoleónicas. Allí estaba entonces Sofía

Andreycvna, la nieta del escritor, embalando sus

pertenencias más preciadas para evacuarlas. Pasearon por el

jardín por última vez del mismo modo que la princesa María

había hecho tantos años atrás y se detuvieron junto a la

tumba de Tolstoi. En eso estaban cuando sobrevoló el lugar

una escuadrilla de bombarderos alemanes que habría de

arrasar Tula.

Al regresar Grossman a Moscú, David Ortenberg, el

director del Krasnaya Zvezda, le preguntó de modo tajante

por qué no había enviado documento alguno sobre la heroica

defensa de Orël. Grossman replicó: «Porque nadie defendió

Orël». Ortenberg lo envió enseguida de vuelta al frente. -4

Stalin exigió un contraataque inmediato, pero era

imposible. Tal como le había ocurrido anteriormente a


Pavlov, Yerëmenko y su cuartel general habían perdido el

contacto con sus tropas. De nuevo hubo que hacer llegar

mensajes por medio de otras unidades o de oficiales de

enlace que cubrían aquella ruta tan peligrosa sobrevolando

las líneas alemanas en frágiles biplanos. Las tropas del

frente de Briansk se hallaban cercadas en dos grandes

bolsas, por lo que Yerëmenko, gravemente herido, fue

evacuado en avión junto con su estado mayor. El resto de

sus hombres hubo de escapar como mejor pudo, entregarse


o morir, de modo que los combates en las bolsas de Briansk

no cesaron por completo hasta el 16 o 17 de octubre.

Al frente de Briansk le siguieron el frente Oeste y el que

estaba situado justo detrás, el frente de reserva. La mayoría

de las divisiones de voluntarios se hallaba encuadrada

precisamente en los ejércitos 24.° y 32.° de este último

frente cuando dieron comienzo las hostilidades. Cualesquiera

que hubiesen sido sus expectativas previas, una vez

integrados en el ejército regular, los voluntarios entraron en

combate como todos los demás. El ataque alemán corrió a

cargo de los grupos acorazados 3.° y 4.°, que consiguieron

doblegar la resistencia de esos frentes y se encontraron al


este de Viazma formando una pinza que dejó cercados

cuatro ejércitos soviéticos, incluyendo el 24.º y el 32.º. -5

La división Krasnaya Presnia entró en acción por

primera y única vez en su breve historia el 4 de octubre. Sus

dos primeros comandantes en jefe habían sido relevados y

desde finales de septiembre estaba bajo las órdenes del

coronel Zveriev que, capturado por los alemanes en las

batallas fronterizas y fugado posteriormente, se vio

reintegrado después al servicio activo, tras ser objeto de un

informe favorable por parte de la NKVD.

Al final del mismo día en que los alemanes lanzaron un

ataque en toda regla con carros de combate, artillería y

aviación, los regimientos de la Krasnaya Presnia se habían

quedado prácticamente sin munición, sus respectivos

estados mayores habían sido diezmados, y sus efectivos

quedaron reducidos hasta el punto de que la división –en la

que se registraron mil doscientos heridos solo el primer día–

había dejado de existir como tal. Cuando los alemanes

cerraron el cerco sobre Lev Mischenko y sus camaradas, éste

quedó separado de sus camaradas y se unió a un pequeño

grupo de tropas de la división, que siguió defendiéndose


hasta que se vio abandonado por sus mandos. Se quedó sin

municiones y dejó de ser operativo. Entonces Mishchenko se

internó en los bosques de los alrededores, por donde anduvo

vagando dos días hasta que fue sorprendido mientras

dormía y hecho prisionero. Los restantes supervivientes de


la división fueron segregados en dos destacamentos con la

orden de hallar por sí mismos una vía de escape. El primero

de ellos sucumbió al ataque de carros de combate alemanes,

dos días más tarde. Muchos de sus integrantes resultaron

muertos, otros se ocultaron en los bosques y otros fueron

capturados. El segundo destacamento llevó a cabo una

penosa marcha por los bosques, de casi cien kilómetros en

dirección sudoeste, eludiendo a los alemanes como mejor

pudo hasta alcanzar por fin las líneas soviéticas en las

inmediaciones de Tula.

Moisei Ginzburg y otros recién licenciados de la facultad

de Historia compartieron la experiencia de ese desastre.

Yakov Pinus escribiría después a la novia de Sasha Ospovat,

Vera Kuteishchikovskava, describiendo en estos términos lo

que había sucedido:

La guerra se prolonga ya más de un año: tanto tiempo


ha pasado desde aquel día en el que –llenos de emoción y

alborozo– fuimos a aquella escuela de Krasnaya Presnia,

para empezar una vida nueva y desconocida. Aunque de

todos aquellos dieciséis meses solo tres los pasamos juntos,

no hay hora en que no vengan a mi memoria los recuerdos

de aquellos días en la batería antiaérea con Sasha

[Ospovat], Musia [Musya Ginzburg], Ilia, Boris y muchos

otros magníficos camaradas. Nunca olvidaré a mi dotación,

con Sasha como tirador, ya que en aquellos meses

acabamos siendo una piña. En la facultad de Historia, Sasha

y yo solíamos discutir, enfadarnos, insultarnos; pero, en

cambio, en la batería estábamos completamente de acuerdo.

Durante la retirada luchamos codo con codo todo el

tiempo. Sin embargo, una noche, nuestro comandante, muy

apreciado por todos nosotros, escogió a algunos soldados

(incluyéndome a mí) para intentar escapar del cerco...

Sasha se quedó con el resto y pensé que ya nunca volvería a

verlo. Cuando empezamos a cruzar las líneas alemanas en

dirección a las nuestras, otros camaradas se nos fueron

uniendo de uno en uno o de dos en dos, incluyendo a Musia,

que tenía fiebre ... Yo iba con un pequeño grupo de nuestro


regimiento y, al llegar a Viazma [Vyazma], volvimos a

encontrarnos rodeados. Tardé dos semanas en eludir el

cerco y recorrí unos trescientos kilómetros por detrás de las

líneas alemanas hasta que el 19 de octubre conseguí salir en

Dorojovo [Dorohhovo]. Según supe más tarde, pocos

camaradas lo lograron. -6

Ni Musia Ginzburg ni Sasha Ospovat figuraban entre

ellos. Igor Saykov fue hecho prisionero y nunca más se supo

de él.

Abram Gordon, de la 5.ª división (Frunze), no estaba

ya en caballería cuando se produjo el ataque alemán, sino

que había sido trasladado a uno de los regimientos de

infantería que guardaban la carretera de Varsovia. La

división fue sometida a un intenso fuego artillero con

bombardeo aéreo, sin que apareciera un solo avión

soviético. Aunque las tropas rusas consiguieron repeler las

primeras incursiones, los carros de combate y la infantería

motorizada germanas prosiguieron su avance por esa

carretera. Los supervivientes de la división –unos dos mil,

incluyendo a su comandante el general Presniakov

[Presnyakov] y al comisario de división Antropov– se


reagruparon en un bosque, donde el general los dividió en

grupos y les ordenó dirigirse hacia el este. Al verse

sorprendidos por otra columna alemana, huyeron en

desbandada, pero el pánico duró poco, se reorganizaron y

consiguieron frenar a los alemanes e incluso acabar con un

buen número de carros. A esas alturas –y sin Presniakov ni

Antropov, que fueron capturados y morirían durante el

cautiverio– de los dos mil hombres que habían integrado

originariamente la división solo quedaban trescientos, que

habían perdido todos sus vehículos, sus piezas de artillería y

sus caballos.

Después de acabar con el puñado de prisioneros

alemanes que habían podido capturar, continuaron

cautelosamente su camino rumbo al este, hasta que cerca

de Yujnov [Yukhnov] volvieron a toparse con los alemanes.

Rodeados y sin munición con que defenderse, fueron

llevados a un matadero de esa localidad que se empleaba


como campo de prisioneros. Uno de los alemanes preguntó a

Gordon si era judío, puesto que, de acuerdo con la sonada

«orden comisarial» emitida a las tropas alemanas al

principio de la campaña, todo judío uniformado había de ser


ejecutado en el acto. Sin embargo, los camaradas de Gordon

afirmaron que provenía del Cáucaso y eso lo salvó.

Finalmente consiguió escapar junto con el teniente Smirnov,

y el 16 de diciembre alcanzaron las líneas rusas, desde

donde un destacamento especial de la NKVD los condujo a

Moscú para interrogarlos. Gordon pudo reincorporarse al

ejército, pero Smirnov fue enviado a un campo de

concentración soviético, en el que murió. -7

Pequeños grupos de tropas y oficiales de la 6.ª división

(Dzerzhinski) lograron escapar del cerco con la bandera de

la división incólume y fueron destinados a la retaguardia. La

división se rehizo a tiempo

de tomar parte en la contraofensiva de diciembre, que inició

su desarrollo a las puertas de Moscú, y acabó la guerra

luchando en Berlín. La 17.ª división (Moskvorechie) trató de

romper el cerco, pero sufrió un duro bombardeo y perdió la

mayor parte de sus vehículos. El resto lo destruyeron ellos

mismos cuando se quedaron sin combustible y munición,

tras lo cual su comandante, el coronel Kozlov, les dio la

orden de volver en pequeños grupos a las propias líneas.

Quienes lo consiguieron aparecieron con su bandera de


batalla, 123 fusiles, dos subfusiles y una ametralladora, y

dirigidos solo por los 17 oficiales supervivientes. Aunque a

mediados de octubre los efectivos de la división no llegaban

a los tres mil hombres, pese a haber sido equipada de nuevo

y reforzada, pudo volver a constituirse como unidad de

combate a tiempo de participar en la defensa de Moscú y

finalizó la guerra en Prusia oriental. La 18.ª división

(Leningrado) también pudo escapar del cerco con sus

pertrechos y fue adscrita al 16.° ejército, a las órdenes de

Rokosovski; tomó parte en la contraofensiva de diciembre y

fue la primera de las antiguas divisiones de voluntarios en

recibir la distinción de «división de guardias soviéticos»,

antes de acabar la guerra en Alemania. -8

El general Likin, que había conseguido ya escapar del

cerco de Smolensko, asumió el mando de las tropas

atrapadas en la bolsa de Viazma, que continuaron luchando

desesperadamente y con alguna que otra acción victoriosa.

En la noche del 12 al 13 de octubre, dos divisiones lograron

franquear las líneas alemanas en dirección este, atravesando

una zona pantanosa en la que los blindados germanos no

podían maniobrar adecuadamente. Acto seguido, Lukin


destruyó su armamento pesado y el resto de sus pertrechos

y los supervivientes se dispersaron en pequeños grupos.

Algunos se dirigieron hacia la siguiente línea defensiva

prevista, situada en las proximidades de Mozhaisk y Kaluga,

mientras otros se unían a los partisanos para reforzar el

hostigamiento contra las líneas de comunicación alemanas y

sus bases aéreas. -9 El mismo Lukin resultó gravemente

herido y fue capturado, por lo que tras la guerra hubo de

pasar tiempos difíciles hasta poder recobrar su buen

nombre.

Entre los que lograron salvarse al llegar hasta

posiciones propias se cuenta el coronel Zveriev, el tercer

comandante de la 8.ª división (Krasnaya Presnia), que fue

enviado a la retaguardia para formar una nueva 8.ª división

de infantería que reemplazara a la disuelta división de

voluntarios. En 1942 su nueva división se vio también

cercada y Zveriev volvió a ser capturado por los alemanes.

Esta vez, sin embargo, no intentó escapar, sino que se unió

al Ejército Ruso de Liberación establecido por los alemanes y

comandado por el general Vlasov, quien, junto con Zveriev y

otros, fue condenado a muerte por un tribunal militar


soviético una vez acabada la contienda. -10

En cualquier caso, no todos los contraataques rusos

acabaron en fracaso. Así, los carros de combate del general

Guderian sufrieron un revés sin precedentes mientras se

aproximaban a Mtsensk, el 6 de octubre. El coronel Katukov

concentró sus T–34 en los bosques para tenderles una

emboscada en la que los atacarían por los flancos. Con

menos armamento y menor blindaje, los carros alemanes no

pudieron resistir el envite y al final de la jornada habían


quedado reducidos, en su mayoría, a un montón de chatarra

humeante. «Esa fue la primera ocasión en que se hizo del

todo evidente la amplia superioridad del T–34 ruso sobre

nuestros carros –escribiría Guderian posteriormente. La

[4.ª] división [acorazada] sufrió terribles bajas, por lo que el

avance rápido, previsto sobre Tula, tuvo que descartarse por

el momento.» -11 No fue hasta el 29 de octubre cuando los

primeros carros de Guderian llegaron a situarse a pocos

kilómetros de esta ciudad, un enclave crucial de cara a

iniciar la aproximación a Moscú desde el sur -12 y que no

contaba prácticamente con defensores. A toda prisa se

reclutó un batallón local de voluntarios, integrado por


muchachos, jubilados y obreros de las fábricas que

permanecían en funcionamiento; se les encargó defender la

estación de ferrocarril y un elevador de granos emplazado

en las afueras de la ciudad. Junto con las pocas unidades

regulares disponibles resistieron lo suficiente para impedir

que los alemanes se hicieran con Tula de un golpe. Guderian

no fue capaz de quebrar su resistencia y sus intentos por

cercar Moscú desde el sudoeste fueron permanentemente

frustrados. -13

Alrededor de setenta mil voluntarios se vieron

emboscados en las bolsas de Briansk y Viazma, y otras cinco

divisiones asimismo de voluntarios –la 2.ª (Stalin), la 7.ª

(Bauman), la 8.ª (Krasnaya Presnia), la 9.ª (Kirov) y la 13.ª

(Rostokino)– acabaron en un estado tal que el mando del

Ejército Rojo no pudo sino disolverlas. La suerte de muchos

de los prisioneros capturados en Viazma y Briansk resultó

ser, al final, incluso peor que la de quienes habían caído en

el campo de batalla. Los supervivientes de las divisiones de

voluntarios –obreros, profesores universitarios, músicos,

bailarines, alumnos de secundaria acompañados de sus

maestros– fueron transportados como ganado hasta campos


de prisioneros improvisados, como el DuLag-130, que los

alemanes habían construido para treinta mil prisioneros en

las inmediaciones de Roslavl. Quienes caían durante la

marcha para escarbar por algo de comida o derrengados de

puro cansancio eran abatidos de un tiro; quienes lograron llegar hasta el DuLag–
130 y otros campos fueron hacinados

en barracones con goteras y sin calefacción, con poca

comida y sin apenas medicinas.

Como les había sucedido a los prisioneros rusos de las

batallas fronterizas y meridionales, muchos no tardaron en

perecer víctimas de las enfermedades, los rigores del

invierno y la falta de alimentos, con heridas gangrenadas y

extremidades amoratadas por congelación. Pocos

supervivientes olvidarían nunca el penetrante olor a grasa

que emanaba de la carne putrefacta de cuerpos todavía con

vida. El índice de mortalidad llegó a ser hasta del cuatro por

100 diario y a principios de diciembre habían muerto ocho

mil quinientos hombres solo en el DuLag–130, mientras que

otros dieciséis mil quinientos lo harían durante Navidad y

Año Nuevo.

Dos de los supervivientes de los combates de Viazma y


el subsiguiente cautiverio germano fueron Lev Mishchenko y

Yelena Okuneva, una enfermera hija de un polaco católico,

obrero en una fábrica de pieles, cuya religión adoptaron

tanto su madre como ella misma. Antes de la guerra la

familia de Okuneva convivía con otras seis en una

kommunalka sita en Sretenka, en el centro de Moscú.

Como miembro del Komsomol –recordaba Yelena–

debía asistir a sesiones de instrucción militar y enfermería

en horario vespertino. Cuando estalló la guerra me

encontraba en el campo y, al estar pendiente de ser llamada

a filas, volví de inmediato a Moscú, donde me encontré con

los papeles de reclutamiento esperándome en casa. Me dirigí

al VoenKomat y allí me asignaron a la 13.ª división de

voluntarios (Rostokino). Vestida con falda corta y zapatos de

tacón, a principios de agosto me dirigí a la escuela donde se

estaba formando la división. Allí me dijeron que no había

tiempo para que volviera a casa y me cambiara. Descalza,

por tanto, tuve que recorrer junto con los voluntarios todo el

camino que llevaba hasta el campo de adiestramiento,

situado a las afueras de Moscú. Dos personas murieron en la

marcha y, cuando llegamos, el comandante de la división me


envió a casa en una furgoneta con los dos cadáveres para
que pudiera coger ropa más adecuada. No había nadie en

casa, así que solo dejé una nota y regresé a la división para

trabajar como enfermera.

Cuando en octubre se iniciaron los combates en

Viazma, yo iba en un camión con un asistente y un médico,

atendiendo a varios soldados heridos. Nos perdimos, pero

creíamos que todavía estábamos por detrás de nuestras

líneas. En eso, oímos hablar a unos alemanes, que

detuvieron el camión e hicieron que aquellos de nosotros

que podíamos andar fuéramos con ellos hasta una estación

de ferrocarril, desde donde nos enviaron en tren a un campo

de prisioneros, en Bielorrusia. Allí, el médico, el asistente y

yo misma estuvimos trabajando en el hospital del campo, al

frente del cual estaba un joven médico alemán y donde nos

dieron bien de comer. En las divisiones de voluntarios había

eminentes médicos, algunos de los cuales –entre los que

destacaba un tal Serguei Petrovich– también pasaron a

trabajar en el hospital, donde el médico alemán no dejaba

de consultarles, para así mejorar sus propios conocimientos.

En el campo había cuatrocientas mujeres, muchas de


las cuales eran civiles que habían sido capturadas mientras

cavaban trincheras. Las cosas empezaron a ponerse feas, ya

que el tifus comenzó a extenderse entre los prisioneros del

campo principal. Los médicos, tanto alemanes como rusos,

hacían cuanto podían, pero carecían de las medicinas y el

equipo necesarios para controlar la epidemia. Yo era

entonces una joven de bellos cabellos rubios y el médico

alemán quiso tomarme bajo su «protección», pero los

médicos rusos lo disuadieron. Entretanto, los alemanes

descubrieron que algunos médicos rusos habían establecido

contactos con los partisanos. Se iniciaron brutales

interrogatorios y posteriormente Serguei Petrovich fue

ahorcado, por lo que parecía que pronto yo misma tendría

problemas. Me salvé gracias a que el médico alemán

consiguió incluirme subrepticiamente en un grupo de

mujeres que iba a ser enviado a trabajar a Alemania.

Después de la guerra, el

hijo de Serguei Petrovich me remitió una foto del

campamento donde estuvimos su padre y yo y del

monumento que todavía allí se alza. Aún la conservo.

Antes de la guerra había aprendido bastante alemán de


mi madre, lo que me fue de gran ayuda cuando llegué a ese

país. La señora de la primera casa en la que trabajé, cerca

de Nuremberg, se llamaba Margarete v fue muy amable

conmigo. Tenía seis hijos y una hija a los que yo ayudaba a

cuidar, pero el negocio familiar era una panadería y pronto

descubrí que yo era alérgica a la harina. Por eso me fui a

trabajar a la casa de otra familia que resultó ser mucho

menos agradable, ya que no les caían bien los rusos, porque

el hijo mayor estaba en el frente soviético. Me denunciaron

por dar comida a los prisioneros rusos de un campo de

prisioneros cercano y tuve que pasar dos meses en una

prisión alemana. Cuando me dejaron en libertad, Margarete

volvió a ayudarme. -14

Yelena fue liberada por los británicos, trabajó durante

un tiempo en un hospital militar soviético y regresó a Moscú.

Allí continuó trabajando como enfermera, se casó y se

instaló con su flamante marido en la kommunalka en la que

vivían sus padres, de la que se mudó una vez empezaron a

llegar los niños. Su hija se casó con el nieto de Rokosovski,

católico como ella y, cuando la perestroika lo hizo posible,

las dos familias se contaron entre las que encabezaron la


protesta que condujo a la reapertura de la antigua Iglesia

Polaca de Moscú. Yelena siguió en contacto primero con

Margarete y, tras la muerte de esta, con su hija, ya en el

nuevo milenio.

Un grupo de prisioneros –siete mil, incluyendo a Lev

Mishchenko– se pasó varios días caminando hasta llegar al

DuLag–127, emplazado a las afueras de Smolensko. El

hambre, el frío, las privaciones y el tifus empezaron pronto a

causar estragos, mientras los enfermos eran enviados al

hospital, sito fuera de aquel campo rodeado de alambre de

espino, donde morían como moscas. En enero Mishchenko y

otros prisioneros provenientes de Moscú fueron llevados a

otro campo, ubicado en la localidad de Katyn. -15 Allí se les

dio alojamiento y manutención adecuados, con la esperanza


de convertirlos en espías que cruzaran sus propias líneas y

pasaran información a los alemanes respecto de los planes y

la disposición de las tropas rusas.

Mishchenko y uno de sus camaradas se negaron y, para su

sorpresa, no fueron ejecutados sino trasladados a Alemania.

Durante los años que siguieron Mishchenko fue pasando de

campo en campo, trabajó en diferentes fábricas alemanas y


en diferentes batallones de trabajo externos, sirvió de vez

en cuando como intérprete, se resistió a los intentos de

reclutarlo para el Ejército Ruso de Liberación (promovido a

iniciativa germana) y huyó de su cautiverio. Volvió a ser

capturado después de tres semanas, pasó un mes en un

penal civil alemán, fue enviado por un tiempo al campo de

concentración de Buchenwald y estuvo en Leipzig cuando

esta ciudad fue bombardeada por la RAF. Escapó otra vez en

primavera, cuando él y otros prisioneros fueron obligados a

dirigirse hacia el oeste ante el avance del Ejército Rojo, se

topó con los norteamericanos, rehusó su oferta de viajar a

Estados Unidos y fue finalmente devuelto a los rusos. Como

cientos de miles de otros prisioneros soviéticos fue

posteriormente arrestado, interrogado por la NKVD y

enviado al gulag, del que no regresaría hasta 1956. Después

se reencontró con su mujer y se reincorporó a la Universidad

de Moscú, donde trabajaría durante treinta y cuatro años en

el Instituto de Investigación Científica sobre Física Nuclear.

Al igual que Yelena Okuneva, recibió un trato amable de los

civiles alemanes con quienes entró en contacto, una relación

que reestableció tan pronto se sintió libre de hacerlo. -16


El número de voluntarios muertos en el frente o en

campos de prisioneros alemanes no ha sido nunca

adecuadamente determinado. Si se dispuso alguna vez de

cifras detalladas o de informaciones sobre la suerte

individual de soldados pertenecientes a las divisiones de

voluntarios que no llegaran a extraviarse en el caos de la

contienda, ambas permanecen en su mayoría guardadas en

archivos secretos. -17 En una pequeña aldea llamada

Korobets, mil cuatrocientos voluntarios de la división

Krasnaya Presnia murieron en su intento frustrado por


romper el cerco al que los habían sometido tropas

germanas. Durante las semanas siguientes fueron

enterrados en una fosa común por los vecinos, -19 si bien

muchos yacían, sin entierro alguno, allí donde habían caído

en combate. Sesenta años después personas de buen

corazón seguían todavía exhumando los restos de quienes

perecieron en los campos de batalla de Viazma y Briansk.

Por aquel entonces, los soldados llevaban colgado un tubito

de unos cinco centímetros de

longitud en el que supuestamente habían de llevar notas con

detalles sobre su persona. Sin embargo, se decía que


hacerlo traía mala suerte, de modo que muchos de los tubos

hallados se encontraron vacíos y sus portadores no pudieron

ser ya identificados. -19 Noventa cuerpos sin vida fueron

enterrados de nuevo con honores militares en el campo de

batalla de Viazma el 2 de octubre de 2004, fecha celebrada

por los pocos supervivientes de la 8.ª división de voluntarios

(Krasnaya Presnia) como el aniversario de su primer y

último combate.

Los frentes del Oeste, de reserva y de Briansk

quedaron prácticamente aniquilados durante las batallas de

Viazma y Briansk, con un cuarto de millón de soldados

muertos o heridos y cerca de setecientos mil prisioneros.

Aunque las cifras resultaban comparables, ello suponía un

desastre aún mayor que el que había sufrido el general

Kirponos en Ucrania tres semanas antes. En menos de una

semana los alemanes habían abierto en las líneas de defensa

soviéticas una brecha de cerca de quinientos kilómetros de

amplitud, -20 por lo que parecía que Moscú quedaba ahora

al alcance de la mano.

Desde Zhukov en adelante, los rusos han argumentado

–quizá con razón– que el sacrificio de las divisiones cercadas


en Briansk y Viazma no fue en vano. El ejército alemán tuvo

que emplear 28 divisiones para acabar con las bolsas de

resistencia y para vigilar a los prisioneros, con lo que las

tropas soviéticas ganaron así un poco más de tiempo para

reforzar sus posiciones defensivas.

En un primer momento Stalin y sus generales fueron


incapaces de dar crédito a lo que estaba sucediendo. La

mañana del 5 de octubre cuando los tres frentes emplazados

en la ruta de acceso a Moscú estaban, sin excepción, a

punto de verse cercados, la orden del Estado Mayor Central

leída a los soldados durante la primera formación del día

únicamente les informaba de que se habían entablado

combates con el enemigo. Algunas unidades habían

retrocedido, se admitía, pero otras habían contraatacado y la

mayoría había mantenido sus posiciones sin que nada fuera

de lo normal hubiera ocurrido la noche anterior. -21

La primera señal de alarma se produjo a las nueve de

la mañana, cuando los soldados que integraban la cola de

los ejércitos de vanguardia detenidos cerca de

Maloyaroslavets, a unos ciento treinta kilómetros de Moscú,

afirmaron que los alemanes habían lanzado una violenta


ofensiva con carros de combate y aviación, por lo que varias

divisiones habían quedado rodeadas. El coronel Sbytov, el

hombre que había reconvenido al comandante Pumpur y que

estaba entonces al frente de las fuerzas aéreas del distrito

militar de Moscú, había organizado una escuadrilla de

vigilancia que sobrevolaba permanentemente las vías de

acceso a la ciudad. Al amanecer, dos de sus pilotos de

combate detectaron una columna de blindados alemanes, de

unos veinticinco kilómetros de largo, que se desplazaba por

la carretera de Varsovia, desde Roslavl hacia Yujnov, a

escasos doscientos kilómetros de Moscú. Los pilotos volaron

lo suficientemente bajo como para realizar una observación

detenida de la columna y regresaron a la base con el

fuselaje tachonado de impactos de ametralladora. Tras ello,

Sbytov comunicó las malas noticias a su superior, el general

Teleguin [Telegin].

Teleguin telefoneó inmediatamente a Shaposhnikov, el

jefe del Estado Mayor Central, quien, en un primer

momento, lo escuchó incrédulo. No obstante, una vez que

un tercer piloto regresó siendo portador de las mismas

noticias, Shaposhnikov decidió comunicárselo a Stalin. La


primera reacción de este fue decirle a Telegin que no

concediera crédito a todo lo que le contasen y que había que

arrestar al comandante de la escuadrilla responsable de

difundir la información para entregarlo a la NKVD. Sbytov

fue convocado por el adjunto de Beria, Abakumov, quien le

comunicó que la NKVD no tenía noticias de la presencia de

carros de combate enemigos y que los pilotos de Sbytov –a

quien amenazó con un juicio sumarísimo– eran unos

alarmistas y unos cobardes.

Cuando Stalin al final se dio cuenta de que, en efecto,

los alemanes se habían abierto paso e iban camino de cercar

Moscú por el sur, ordenó inmediatamente que se los

contuviera en la carretera de Varsovia el tiempo necesario

para conseguir refuerzos. Las únicas fuerzas disponibles

eran los cadetes de las academias militares de Podolsk, dos

o tres regimientos de artillería y algunas unidades de

aviación. Los cadetes y sus superiores fueron enviados a la

vanguardia con la misión de contener a los alemanes en un

paso fluvial y, aunque lograron frenar su avance en una

gesta que les valdría entrar en la leyenda, lo hicieron

pagando un alto precio en vidas humanas.


Stalin convocó una sesión urgente del GKO (Comité

Estatal de Defensa) -22 al tiempo que hacía llamar a

consultas a Zhukov, ordenándole que volviera de

Leningrado. Los comandantes de los tres frentes –

Yeremenko, Budënny y Koniev– recibieron autorización para

retirarse con sus fuerzas hasta una línea defensiva más

adecuada. Se reclutaron refuerzos provenientes de la

reserva estratégica, del extremo oriental de la Unión

Soviética y de Asia Central, así como de frentes adyacentes,

a fin de cubrir con ellos la nueva y todavía incompleta línea

defensiva de Mozhaisk. El jefe del estado mayor del Aire

telefoneó a Sbytov para decirle que el GKO había aprobado

su modo de proceder, lo que, en lugar de un juicio

sumarísimo, le reportó un inmediato ascenso. -23

Pese a la ausencia de comunicados oficiales, la

población se las ingeniaba para enterarse con bastante

exactitud de lo que estaba pasando. Peter Miller, un conocido


investigador de la historia de Moscú, había convencido a la

Academia de Ciencias de la Unión Soviética para que un

grupo del instituto de Historia diera cuenta del modo en que

la vida cotidiana de los moscovitas estaba cambiando bajo el


peso de la guerra. Una vez el instituto fue evacuado, Miller

permaneció en la ciudad y continuó con su trabajo, llevando

un diario minucioso en el que anotaba meticulosamente

condiciones meteorológicas, daños causados por ataques

aéreos, rumores (incluso si eran inciertos), así como juicios

propios sobre hechos y personas. En la entrada

correspondiente al día 7 de octubre podía leerse:

El silencio del SovlnformBuro resulta irritante, aunque

la gente ya no lee [sus] comunicados. El ambiente es de

catastrofismo y fatalidad. Las tiendas están cerradas; incluso

se ha esfumado el café, que, de todos modos, nadie

compraba ya porque no había leche. En la lechería se vende

ahora kumys [leche de yegua fermentada]. No hay tampoco

productos grasos. Cada vez hay más presiones para que se

evacue a los niños, aunque hace tres días aún se

expendieron sus cartillas de racionamiento para la leche, lo

que significa que aún deberían permanecer más tiempo en la

ciudad. Se percibe en el ambiente un sentimiento de

catástrofe inminente y de rumores sin fin. Orël ha caído,

Viazma ha caído, los alemanes han llegado hasta

Maloyaroslavets [...]. Hoy los ánimos están especialmente


bajos. -24

A los observadores militares y a los corresponsales

extranjeros que se hallaban en Moscú les llevó algún tiempo

ponerse al corriente de la magnitud de la catástrofe. El 3 de

octubre, el día en que los alemanes ocuparon Orël, la misión

militar británica facilitó a sus homólogos soviéticos los

últimos datos recabados por su servicio de inteligencia, que

indicaban que los alemanes estaban preparando un ataque.

Ello solo sirvió para acentuar el escepticismo de Stalin

respecto de la fiabilidad del espionaje británico, -25 sin que

cupiera culpar enteramente a los ingleses, puesto que, tal


como estos hacían constar con desesperación en su diario de

guerra: «Puede parecer inconcebible, pero apenas recibimos

información por parte de los rusos, por lo que dependemos

casi enteramente de la BBC». -26 Werth y otros

corresponsales extranjeros todavían confiaban en que Moscú

podría vivir un invierno moderadamente tranquilo. La

temporada de conciertos, por ejemplo, se inició el 5 de

octubre y, al ser incapaz de conseguir una sola entrada,

Werth acabó asistiendo a una vívida representación de la

obra de Sheridan La escuela de la murmuración en el Teatro


de las Artes de Moscú. -27

El 8 de octubre, el mismo día en que el Dínamo ganaba

al Spartak por 7–1, -28 las autoridades reconocieron

finalmente que Orël se encontraba ya en manos de los

alemanes. Esa noche Zhukov llegó de Leningrado y se dirigió

directamente a ver a Stalin, quien estaba trabajando en su

apartamento a pesar de la fiebre. Stalin estableció un

sombrío paralelismo con la situación de 1918, cuando, ante

el avance de los alemanes, Lenin se vio obligado a firmar

con ellos la paz de Brest–Litovsk. Stalin le dijo a Zhukov que

tomara un coche, que fuera al encuentro de Koniev y

Budënny que averiguara qué demonios estaba sucediendo.

En su calidad de comandantes en jefe de los frentes

encargados de defender Moscú, los dos fueron avisados por

telegrama de que Zhukov, como representante de la Stavka

(Estado Mayor Central), tenía plenos poderes para desplegar

las tropas de ambos como creyera oportuno.

A las dos y media de la madrugada siguiente Zhukov

informó a Stalin desde el cuartel general de Koniev,

advirtiéndole de que en Mozhaisk no había tropas ni con

mucho suficientes para evitar un ataque alemán. Había que


reforzar la línea defensiva de Mozhaisk tan pronto como

fuera posible. Stalin dio orden de que los restos de los

frentes oeste y de reserva fueran aglutinados en un único

frente Oeste bajo las órdenes de Zhukov, quien acabaría

dirigiendo hasta agosto de 1942 el frente que iba a

sobrellevar el peso principal de la ofensiva alemana sobre

Moscú.

La situación se complicó cuando Stalin pareció

mostrarse decidido a hacer ejecutar a Koniev por no haber

sido capaz de frenar el avance alemán. Según su propio

testimonio, Zhukov –implacable siempre a la hora de aplicar

la pena máxima– se mostró contrario a esa medida:

Fusilar a Koniev no mejorará nada, ni servirá para

levantar los ánimos de nadie, sino solo para provocar una

mala impresión en el ejército. Fusilar al general Pavlov no

sirvió de nada. Todo el mundo sabía que no debía haber sido

puesto al frente de ninguna unidad mayor que una

división ... Sin embargo, Koniev no es Pavlov; es inteligente

y puede prestarnos todavía buenos servicios.

«¿Qué propone?», quiso saber Stalin. Zhukov se

mostró partidario de que Koniev siguiera como adjunto suyo.


Stalin le preguntó con su característica suspicacia: «¿Por qué

defiende a Koniev? ¿Acaso es amigo suyo?», pero a la postre

se mostró de acuerdo con el nombramiento. -29 Unos

cuantos días más tarde Koniev fue enviado a hacerse cargo

de la situación planteada en los alrededores de Kalinin

[Tver], unos ciento sesenta kilómetros al noroeste de Moscú

por la carretera de Leningrado, un lugar cuya población local

había huido dejando así abierta otra nueva brecha en la

línea defensiva. El 17 de octubre Koniev fue nombrado

comandante en jefe del nuevo frente allí formado, -30 grupo


que dirigió con éxito durante el resto de la contienda, hasta

el punto de que sus tropas fueron las primeras en entrar en

Berlín en abril de 1945.

La línea defensiva de Mozhaisk se extendía a lo largo de

casi doscientos kilómetros, trazando un arco que partía

desde el embalse de Dubna, situado al norte de la capital,

descendía rodeando la pequeña ciudad de Volokolamsk y

atravesaba el territorio donde se desarrolló la batalla de

Borodino en 1812, justo hasta el oeste de la propia

Mozhaisk, hasta llegar a la confluencia de los ríos Ugra y

Oka. La línea aún había de completarse en el momento en


que Zhukov reunió apresuradamente cuantas fuerzas pudo

para guarecerla: seis divisiones, seis brigadas acorazadas,

diez regimientos de artillería y batallones de ametralladoras.

Una de esas divisiones –la 316.ª de infantería, comandada

por el general Panfilov– llegó por vía férrea y se estableció

en los alrededores de Volokolamsk, en la carretera del

mismo nombre. Desde sus primeros días en combate, esa

división se ganó el respeto del enemigo: «Cuenta con

muchos soldados bien entrenados y está llevando a cabo

una enconada defensa de sus posiciones», según escribió el

comandante de las tropas alemanas. -31 Tanto la carretera

como la propia división acabarían haciéndose célebres.

Sin embargo, el esfuerzo no resultaba suficiente, ya

que pueblos y ciudades, como Kaluga, Borodino, Kalinin,

Maloyaroslavets y la misma Mozhaisk, seguían cayendo. El

12 de octubre el GKO estableció la «zona de defensa de

Moscú», que cubría un radio de cerca de cien kilómetros

alrededor de la ciudad y se hallaba bajo el mando del

general Artemiev, el comandante del distrito militar de

Moscú. Asimismo, se ordenó construir otra línea defensiva,

esta vez en torno a la propia Moscú, -32 consistente en un


cinturón externo que iba desde el canal Moscova–Volga, por

el norte, hasta Serpujov, en el sur, así como en tres líneas

de defensa concéntricas, dentro ya del perímetro de la

ciudad: una a lo largo de la ronda del Ferrocarril y otras dos

a lo largo de las antiguas líneas defensivas de la ronda de

los Jardines y la ronda de los Bulevares. Las personas que

vivían en los malecones del río Moscova se vieron forzadas a

abandonar sus casas, que pasaron a convertirse así en

puntos fortificados. -33 La planificación detallada de ese

proyecto corrió a cargo del estado mayor de Artemiev y de

una troika de cada raion, integrada por el secretario del

Raikom (del comité del Partido de cada raion), el presidente

adjunto del comité ejecutivo del raion y el jefe del

departamento de obras públicas de la MPVO local

(Organización de Defensa Civil). A fin de construir esas

defensas, el sóviet de la Región de Moscú recibió la orden de

movilizar a doscientos cincuenta mil obreros y campesinos

durante veinte días, de encargarse de su manutención y

equipamiento y de requisar los materiales de construcción y

los medios de transporte necesarios. Pronin, el alcalde de la


ciudad, movilizó a otro contingente de doscientos mil
personas, integrado por empleados de oficinas y obreros de

fábricas que no producían armamento. En total, seiscientos

mil moscovitas tomaron parte en la construcción de dichas

líneas. Todos los jóvenes de dieciocho años o más que

fueran capaces de trabajar tenían la orden de presentarse

donde se les requiriera provistos de palas y, a ser posible,

también de picos, hachas y palancas, así como de

vestimenta de invierno, ropa interior de abrigo, calzado de

trabajo y alimentos para dos semanas. En este caso no se

convocó a voluntarios, sino que el trabajo fue forzoso y solo

quienes trabajaban en fábricas de armamento quedaron

exentos. El Ayuntamiento de Moscú requisó los medios de

transporte y los materiales de construcción necesarios y a

cada raion se le adjudicó un sector propio, con instrucciones

detalladas sobre qué construir y dónde hacerlo, en lo que

constituiría un trabajo a marchas forzadas. Los puentes y las

carreteras que flanqueaban las principales vías de acceso a

la ciudad quedaron sembrados de minas y se erigieron

barricadas, obstáculos y puestos de tiro a lo largo de las tres

líneas internas de defensa. -34 Quienes trabajaban fuera de


la ciudad se alojaban con los habitantes de la zona y su
aprovisionamiento se realizaba mediante contenedores

llevados desde la ciudad. -35 La comida consistía

principalmente en balanda, una especie de gachas muy

simples. Pese al gran despliegue humano realizado, la falta

de ingenieros y de equipo impidió a Artemiev completar el

proyecto en la fecha prevista del 20 de octubre.

El 13 de octubre Shcherbakov se aprestó a reclutar

nuevas divisiones de voluntarios. La mayoría de hombres

aptos para el servicio estaba ya en el frente y esta vez cada

raion recibió la orden de formar un solo batallón. Stanislav

Yofin era estudiante del Instituto de Metales No–Férricos de

Moscú cuando el comité del Komsomol local los convocó a él

y sus compañeros, en el vestíbulo principal del instituto,

para que se alistaran como voluntarios.

Se produjo una división de opiniones, ya que algunos

prefirieron ser evacuados con el instituto a Alma Ata,


mientras que Yofin y otros optaron por quedarse. El batallón

se formó en tres días y se componía únicamente de 25

hombres. En cada raion se reclutaron batallones similares,

pertrechados al principio con antiguos fusiles franceses,

polacos, canadienses, alemanes y de otras procedencias, a


razón de uno por cada dos hombres, por término medio. -36

No es de extrañar, que, incluso rebuscando con el mayor

celo, -37 esa opoichenie (leva) de octubre no generara más

que unas pocas decenas de miles de voluntarios.

Ello no obstante, se crearon algunas divisiones

completas combinando los batallones de voluntarios con

subunidades del ejército regular, así como con reclutas

aportados por los VoenKomat y con miembros de los

«batallones destructores» (istrebitelnie bataliony), formados

en junio. Las cinco divisiones de infantería de Moscú

resultantes se vieron complementadas con unidades

especiales de ingenieros, radiotelegrafistas, personal

sanitario y otros, de modo que al final llegaron a integrar

casi cuarenta mil hombres. -38 Aunque la calidad de sus

efectivos era menor que la de las divisiones de voluntarios

reclutadas en verano, algunas de ellas se desenvolverían

después francamente bien.

Entre esos nuevos voluntarios, y pese a los intentos de

las autoridades por impedírselo, se contaban seiscientas

mujeres. Dos de ellas, Masha Polivanova y Natasha

Kovshova alcanzaron fama como francotiradoras y


establecieron una escuela para tiradores dentro de la propia

división. El 14 de agosto de 1942 se convirtieron en leyenda

cuando, rodeadas y habiendo agotado toda la munición

disponible, prefirieron quitarse la vida haciendo explotar una

granada a dejarse capturar por los alemanes. -39

Yegor Rusakov, un cartero de dieciséis años, se

presentó como voluntario tan pronto se realizó el

llamamiento. Un grupo de hombres de cierta edad hacía cola

en una oficina de la planta baja del edificio de Correos,

mientras un hombre que estaba frente a una mesita

enfundado en una gruesa chaqueta ceñida por un cinturón

militar iba anotando en una libreta los nombres de los voluntarios:

- Ya está, Sokolov. Preséntese con sus cosas en la

oficina del comité del Partido en su raion a las doce en

punto. Allí mismo le entregarán el arma ¡Siguiente!

Cuando le tocó el turno a Yegor, dio su nombre. Sin

llegar a mirarlo, el hombre de la chaqueta le preguntó:

- ¡Los datos!

- Nacido en 1926, miembro del Komsomol, no he

prestado servicio en el ejército, pero...

- ¿1926? –el hombre lo miró y añadió. ¡Imposible!


- ¡Pero soy del Komsomol y sé disparar!

- Ni aun así. No estoy autorizado a reclutar a la gente

de tu quinta. ¡Siguiente!

Yegor se marchó y se sumó a los que estaban cavando

trincheras. -40 Además de esas fuerzas reclutadas a la

carrera, varias divisiones regulares de la reserva empezaron

por fin a cruzar Moscú camino del frente. Viéndolos marchar

por la ronda de los Jardines, un periodista del Krasnaya

Zvezda escribiría un texto muy evocador:

Mientras van desfilando su paso resuena con precisión

marcial. El sol refulge en sus bayonetas, en sus cascos, en

sus termos de campaña. Desfilan los combatientes del

Ejército Rojo, la cara quemada por el sol y, mientras lo

hacen, sonríen a Moscú, al corazón del país. Todo se ha

parado por ellos, tranvías, autobuses, peatones. ¡Paso a los

soldados! La gente se agolpa en las aceras para darles la

bienvenida. Alguien entona una canción patriótica. Los

soldados se ponen a cantarla, compañía tras compañía,

batallón tras batallón. Y los moscovitas se les unen también.

Shcherbakov llamó irritado a Ortenberg para protestar

por esta aparente vulneración de las medidas de seguridad,


toda vez que el desplazamiento de tropas de la reserva

constituía un secreto militar de vital importancia. Ortenberg,


por su parte, consiguió convencerlo de que ver el desfile de

esas tropas era justo lo que necesitaba el pueblo para

mantener la moral alta. -41

Daniel Mitlianski, el escultor que había sido compañero

de clase de Vladimir Kantovski en la escuela n.° 110, tiene,

no obstante, un recuerdo bien diferente de aquel momento.

Mitlianski habla de un regimiento que se dirige al frente en

absoluto silencio: sin banda de música, sin canciones, con el

semblante sombrío de quienes sabían que no habrían de

volver.

Décadas después seguía sin poder evitar las lágrimas

cuando quiera que recordaba la escena. -42

Rokosovski estuvo a punto de ser capturado en la

trampa de Viazma, al caer la tarde del 5 de octubre, cuando

la ofensiva alemana ganaba en rapidez. En aquel momento

Koniev le ordenó por teléfono que cediera el sector que

defendía y que «se dirija a marchas forzadas a Viazma con

su estado mayor y las fuerzas de apoyo necesarias para

llegar allí, a más tardar, en la mañana del día 6... Su tarea


consiste en frenar al enemigo, que avanza sobre Viazma

procedente de Spas–Demensk». Rokosovski recibió la vaga

promesa de que encontraría cinco divisiones esperándole, si

bien Malinin, el jefe de su estado mayor, insistió en que

solicitara la orden por escrito, si no quería verse convertido

en chivo expiatorio en caso de que las cosas fueran mal. Así

lo hizo y se puso en marcha junto con Malinin y con el

círculo más inmediato de oficiales de su estado mayor a fin

de averiguar qué estaba ocurriendo. De camino volvieron a

encontrarse con restos de ejércitos destrozados, con

soldados que decían haber sido víctimas de las incursiones

de paracaidistas alemanes, así como con grupos de

refugiados que portaban en carros todos sus enseres. En

Viazma, no obstante, no le esperaba ninguna de las

divisiones que se le habían prometido, puesto que habían

quedado atrapadas dentro del cerco alemán y todo lo que

podía ofrecerle el general Nikitin (el comandante de la


guarnición) era la policía local. Rokosovski fue presentado

luego por Nikitin a las autoridades locales, reunidas en esos

momentos en la catedral, desde la que podía divisarse toda

la ciudad, como el nuevo comandante, un comandante –


pensó Rokosovski para sí– sin nada que comandar. En eso,

un hombre que había bajado corriendo del campanario entró

a toda prisa en la sala en que estaban reunidos, para

informar de que los carros de combate alemanes estaban

entrando en la ciudad.

Rokosovski y los suyos pudieron escapar por poco, ya

que a las afueras de la ciudad se toparon con un tanque del

que, no obstante, lograron zafarse antes de que llegara a

abrir fuego, escabulléndose por una calle lateral. En tales

circunstancias, Rokosovski decidió que no

tenía sentido seguir esperando las divisiones prometidas y

se puso en marcha en dirección a sus propias líneas,

acompañado de cuantas tropas consiguió reunir por el

camino, incluyendo unos pocos tanques de tamaño medio,

vehículos blindados, un escuadrón de caballería de la NKVD

y tropas de la 18.ª división de voluntarios (Leningrado), que

habían conseguido escapar del cerco y que él organizó en

tres columnas e impulsó a avanzar cubiertas por efectivos de

caballería y apoyadas por carros y vehículos blindados. En

conjunto representaba una fuerza de entidad suficiente

como para neutralizar los pequeños grupos de soldados


alemanes con que llegaron a encontrarse.

Hicieron un breve alto para tomar alimento y reponer

fuerzas en un pequeño pueblo por el que los alemanes

habían pasado horas antes. En la granja en la que

Rokosovski y su estado mayor estaban comiendo, un

hombre de barba canosa, que estaba echado sobre una

cama dispuesta en un rincón de la estancia, cuyas luces ya

se habían apagado, interpeló amargamente a Rokosovski:

Camarada comandante, ¿qué está haciendo?, ¿nos

abandona y nos deja en manos del enemigo? Hemos hecho

todo lo que estaba en nuestra mano por los soldados del

Ejército Rojo. Les habríamos dado incluso la ropa que


llevamos puesta. Soy un antiguo soldado y he combatido

contra los alemanes. Nunca llegamos a dejar que el enemigo

pisara suelo ruso. ¿Qué es lo que están haciendo?

Después de oír los reproches del anciano, se sintió

como si le hubieran dado una bofetada en la cara. -43

Rokosovski logró finalmente poner su pequeña fuerza a

salvo del acecho de los alemanes y llegar con no pocas

dificultades hasta el cuartel general del frente Oeste. Zhukov

acababa de incorporarse al mismo como nuevo comandante


en jefe y ordenó a Rokosovski que estableciera sus defensas

a lo largo del sector norte de la línea defensiva de Mozhaisk.

El 13 de octubre Rokosovski empezó a reclutar como pudo a

un contingente de tropas que adoptaría el nombre de 16.°

ejército, con el que entraría en la historia, y que se hallaba

integrado por los restos del 6.º ejército de Lukin; la

caballería de Dovator; la 316.ª división, comandada por el

general Panfilov; un regimiento de cadetes de la Escuela del

Sóviet Supremo; lo que quedaba de la 18.ª división

(Leningrado) de voluntarios, y distintas unidades de artillería

y de otras armas. Con todo, los efectivos de esa nueva

formación se vieron desplegados de forma penosamente

poco compacta, con poco más de doscientos soldados de

infantería encargados de cubrir cada uno de los casi cien

kilómetros de frente que habían de defender y, además, sin

contar con reservas. -44

En este momento crítico la teniente Galina Talanova fue

asignada al 16.° ejército como doctora del cuartel general.

Oficial regular del cuerpo médico, en la primavera de 1941

estaba sirviendo en Bialystok –dentro del territorio polaco

recientemente ocupado por tropas soviéticas– cuando un


superior preclaro la envió de permiso a principios de junio,

librándola así de la triste suerte que corrieron sus

camaradas de las fuerzas fronterizas. Galina se convirtió en

la amante de Rokosovski, con quien permaneció durante

toda la guerra y con quien tuvo una hija, Nadezhda, en

enero de 1945, cuando el general y sus soldados del primer

frente bielorruso se encontraban ya en Polonia. Tras la

guerra, Rokosovski volvió con su esposa, pero permaneció


en contacto con Galina y Nadezhda hasta su muerte. -45

Vladimir Gurkin y sus camaradas del batallón de

morteros de la Academia de Artillería de Krasin, se contaban

entre los refuerzos que fueron enviados a toda prisa a cubrir

la línea defensiva de Mozhaik. Los morteros se desplazaban

con mucha lentitud, ya que los tractores que los arrastraban

solo podían moverse a ocho kilómetros por hora. No

obstante, después de tres días de marcha quedaron

plantados en los terrenos de una hacienda cercana a

Volokolamsk, que había pertenecido a los suegros de

Pushkin. Su misión era prestar apoyo a la 316.ª división de

Panfilov, a la caballería de Dovator y a los cadetes de la

Escuela del Sóviet Supremo. Gurkin y sus camaradas


presentaban un aspecto muy elegante al llevar aún puestas

sus casacas grises de cadetes y, en teoría, estaban bien

preparados. Sin embargo, no habían llegado a hacer fuego

hasta el momento de entrar en acción, ya que el hecho de

que no hubiera disponibles más piezas de artillería los

obligaba a cambiar continuamente de posición a fin de

taponar brechas.

Al principio no disponían de protectores de oídos y, en

una ocasión en que los alemanes se les habían echado

prácticamente encima y estaban disparando con alzas

descubiertas, Barbutian, el tirador, presa del pánico («como

todos los armenios», afirmaría Gurkin), hizo fuego sin avisar

y sin darle tiempo de apartar la cabeza, lo que dañó su oído

de forma permanente. Ni él ni su mujer lo notaron, hasta

que Gurkin no pudo pasar el examen médico necesario para

ingresar en la Academia del Estado Mayor. Como

consecuencia de su incapacidad auditiva, Gurkin era incapaz

de distinguir las consonantes sibilantes, hecho que se

convertiría en un auténtico problema al ser destinado a

Polonia y verse confrontado con la lengua del país, tan rica

en sibilantes. Los cadetes de Krasin permanecieron en sus


puestos hasta el 15 de noviembre, fecha en la que cedieron

su armamento al 16.° ejército y fueron enviados de vuelta a


la Academia de Artillería, evacuada entretanto a los Urales, -

46 para que pudieran completar su instrucción. En febrero

de 1942 Gurkin se licenció con el rango de teniente y fue

asignado al Estado Mayor Central.

La 316.ª división de infantería de Panfilov se hallaba

emplazada en el flanco izquierdo del 16.° ejército, cubriendo

Volokolamsk desde el oeste y desde el sudoeste. La división

había sido formada en el Kazajstán durante el verano y se

encontraba al completo, así como inusualmente bien

equipada y entrenada. Rokosovski sintió de inmediato una

gran afinidad hacia Panfilov, quien reunía todas las

cualidades que él mismo valoraba en un oficial de alta

graduación: inteligencia, profesionalidad, gran experiencia

práctica, energía desbordante y una voluntad indomable,

que una apariencia un tanto tímida no permitía captar a

primera vista. Su estilo de mando era similar al del propio

Rokosovski, puesto que Panfilov conocía bien a sus

subordinados y los trataba con respeto. A Rokosovski le

agradaba especialmente el apacible sentido de humor de


Panfilov, quien, al descubrir que las «fortificaciones»

dispuestas a lo largo de una sección del frente a su cargo no

eran sino palos clavados en el suelo para delimitar lo que

sería finalmente la línea defensiva, observó con ironía: «En

efecto, buenos palos nos han dado».-47

El 15 de octubre las tropas alemanas atacaron con

fuerza incontenible. La 316.ª división resistió

enconadamente, pero el 28 de octubre –aun a pesar de una

orden directa de Stalin– acabó abandonando Volokolamsk

con cierto desorden. --48 La moral empezó a decaer,

mientras los soldados se quejaban de que los trataban como

perros, de que sus generales los habían traicionado y de que

no tenía sentido luchar porque los alemanes estaban

destinados a vencer. Después de todo, apuntó uno de ellos,

la mitad de los campesinos estaba en contra del régimen

soviético. El comisario del 16.° ejército le dijo al de la 316.ª

división que interviniera, pues los soldados criticaban tanto a

Rokosovski como a Panfilov por el modo en que habían

conducido el combate. -49 Sin embargo, la división recobró


la calma, quedando así sembrada la semilla de una leyenda

que –aunque muy distorsionada en sus detalles– resulta lo


suficientemente cierta en su esencia: la de la heroica

defensa de la carretera de Volokolamsk por parte de Panfilov

y su división.

Otra leyenda surgió poco más de cuarenta kilómetros al

sur, en Borodino, justo en el centro de la línea de defensa de

Mozhaisk. El 11 de octubre, diversos efectivos del 5.°

ejército –tres brigadas de carros, cadetes de la academia

militar de Moscú y la 32.ª división, bajo las órdenes del

coronel Polosujin [Polosukhin], comandados por el general

Leliushenko, tomaron posiciones en el mismo terreno en el

que Kutuzov se había enfrentado a Napoleón. Un parapeto

de hormigón se alza allí todavía al pie de la batería Raevski,

donde el Pierre Bezujov de Guerra y paz contempló algunos

de los combates más sangrientos de aquella primera batalla.

Polosujin visitó brevemente el antiguo museo de Borodino,

siendo el último en recorrerlo antes de que fuera destruido,

mientras sus piezas se iban embalando en cajas a toda prisa

para evacuarlas. En el libro de visitantes, bajo el epígrafe

«propósito de la visita», Polosujin escribió: «He venido a

defender este campo de batalla». Cuando se inició el

combate, Polosujin leyó ante sus superiores fragmentos del


poema de Lermontov sobre la citada batalla contra el

ejército napoleónico. Tanto los oficiales como los soldados

sintieron que sus antepasados –los hombres que habían

luchado y caído en aquel mismo lugar un siglo antes que

ellos– los contemplaban con la esperanza de que también

ellos lucharían hasta la muerte en sus posiciones.

El 13 de octubre, como Napoleón hiciera antes que

ellos, los alemanes se dirigieron contra la batería de

Shevardino, frente a las líneas rusas, y al día siguiente

penetraron en las posiciones soviéticas. Leliushenko resultó

herido en los combates cuerpo a cuerpo, pero Polosujin

resistió durante cinco días. Posteriormente, él y sus

hombres, al igual que Kutuzov, se vieron obligados a dejar

Mozhaisk y a retirarse, aún invictos, por la carretera del

mismo nombre, que conducía a Moscú. Así ganaron tiempo


para que Zhukov taponara la gran brecha que se había

abierto en las defensas externas de la ciudad. Zhukov había

ordenado a Leliushenko y a los demás altos mandos del 5.°

ejército que, si era necesario, dispararan contra todos y cada

uno de los soldados que, sin haber recibido órdenes de sus

superiores, abandonaran el campo de batalla. -50 Mucho


más tarde la gente se daría cuenta de que la fecha de inicio

de la batalla, el 14 de octubre, había coincidido con la

festividad ortodoxa de la Protección de la Santa Madre de

Dios, a la que Sergui, el patriarca de Moscú, había invocado

ese mismo día. ¿Acaso se había producido un milagro? -51

Los rusos volvían a retirarse, esta vez ordenadamente,

recorriendo unos cuantos kilómetros cada vez. El avance

alemán, por su parte, fue haciéndose cada vez más lento

hasta verse frenado del todo, porque las condiciones

meteorológicas comenzaban ya a pesar gravemente en la

contienda. La causa no fue, en un principio, la nieve del

«general Invierno», sino los barrizales mucho más enojosos

de la rasputitsa (el deshielo). Las primeras nieves habían

caído ya en octubre –es decir, incluso antes de lo que había

sucedido en 1891, pero se fundieron pronto, dando así lugar

a lodazales mucho menos transitables. De ahí que los

ejércitos de Hitler se encontraran ya en serias dificultades

mucho antes de que la nieve acabara cuajando.

La rasputitsa no se mostró más indulgente con los

rusos que con los alemanes. También las tropas soviéticas

tuvieron que llevar a cuestas provisiones y munición. Sus


vehículos y vagones se quedaban encallados en el barro tan

pronto como los de las tropas alemanas, y ni siquiera los

caballos servían para salir del paso; asimismo, también sus

heridos tuvieron que afrontar la misma pesadilla del regreso

a la retaguardia.

Sin embargo, en aquel momento la ofensiva alemana se

hallaba literalmente atascada y el ejército germano había


detenido su avance, a fin de atender a sus heridos y de

restablecer sus líneas de comunicación, cuya dilatada

extensión a estas alturas hacía peligrar su integridad.

También pretendía hacer acopio de hombres, armas,

munición y víveres para preparar lo que, con creciente

desesperación, se esperaba fuese el asalto final a la capital

del bolchevismo.
NOTAS
CAPÍTULO 11

1. David M. Glantz: Barbarossa: Hitler's Invasion of

Russia 1941, Tempus, Stroud, 2001, p. 141; David Glantz y

J. House: When Titans Clashed: How the Red Army Stopped

Hitler, Edimburgo, 2000, p. 79n. (ed. orig. University Press

of Kansas, Lawrence, 1995).

2. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 79.

3. Vasili Grossman: Gody Voiny, Moscú, 1989, pp. 281-

284. Grossman sitúa en boca de la anciana un eufemismo

habitual en ruso («Ya pokryla ego inatom») que sustituye a

una expresión muy malsonante.

4. Grossman: Cody Voiny, pp. 281-284.

5. Glantz y House: When Titans Clashed, p. 79.

6. M. Gefter (ed.): Golosa iz mira, kotorogo uzhe net,

Moscú, 1995, p. 83.

7. A. Gordon: «Moskovskoe Narodnoe Opolchenic 1941

Goda Glazami Uchastnika», en Otechestvennaya Istoria, 3,

2001.

8. D. Bekkerman: «Rasskazy o Pushechnom Myase», en


<www.pavlovskyposad.ru/p_article_canonmeat>.

9. Hermann Plocher: The German Air Force versus

Russia, 1941, Arno Press (USAF Historical Studies, 154),

Nueva York, 1966.

10. La sentencia se reproduce en Nikolai Koniaev

[Konyaev]: Vlasov: Dva Litsa Generala, Veche, Moscú, 2003,

p. 309. Otros detalles proceden de «Vosmaya strelkovaya

divizia i "Taifun"», en <www.smo11941.narod.ru>.

11. Heinz Guderian: Panzer Leader, Cambridge, 2002,

p. 233. (Hay trad. esp. de L. Pumarola: Recuerdos de un

soldado, Luis de Caralt, Barcelona, 1953.)

12. Guderian: Panzer Leader, p. 242.

13. John Erickson: The Road to Stalingrad, Weidenfeld

& Nicolson, Londres, 1983, pp. 216-217; Roger R. Reese:

The Soviet Military Experience, Routledge, Londres, 2000, p.

105; Vladimir Karpov: «Marshal Zhukov, ego soratniki I

protivniki», vol. I, en

<militera_lib.ru/bio/karpov/31[.html]>.

14. Yelena Okuneva, entrevista, 18 de noviembre de

2004.

15. Ninguno de los prisioneros sabía, como es lógico,


que allí es donde varios miles de oficiales polacos habían

muerto durante el año anterior ejecutados por los pelotones

de fusilamiento de la NKVD.

16. L. Mishchenko, entrevista, 18 de noviembre de

2004, y memorias manuscritas, passim.

17. Bekkerman: «Rasskazy o Pushechnorn Myase».

18. «Vosmaya strelkovaya divizia i "Taifun"», donde se

cita a una de las enfermeras de la división, Aleksandra

Riumina.

19. Boris Nevzorov y Kirill Driannov [Dryannov],

entrevista realizada en el Musco de la Defensa de Moscú, 8

de febrero de 2003.

20. Boris Nevzorov: Moskovskaya Bitva Fenomen vtoroi

mirovoi, Moscú, 2001, p. 53.

21. Comunicado de operaciones del estado mayor, n.°

211, de 5 de octubre, reproducido en V. A. Zhilin, (ed.):

Bitva pod Moskvoi: Khronika, Fakty, Lyudi, Olma- Press,

Moscú, 2001, vol. I, p. 238.

22. Yu. Gorkov, Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, Moscú, 2002, pp. 252-253: lista de visitantes

de Stalin.
23. Alexander Boyd: The Soviet Air Force since 1918,
Macdonald & Jane's, Londres, 1977, p. 133.

24. M. Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942.

Arkhivnye Dokumenty i Materialy, Moscú, 2001, p. 289.

25. Diario de guerra de la misión militar británica en

Moscú, días 3 y 4 de octubre de 1941 (PRO WO178/25).

26. Diario de guerra de la misión militar británica en

Moscú, 8 de octubre de 1941 (PRO W0178/25).

27. Alexander Werth: Moscow War Diary, Knopf, Nueva

York, 1942, p. 252.

28. Henry C. Cassidy: Moscow Dateline, 1941-1943,

Cassell, Londres, 1943, p. 108.

29. Konstantin M. Simonov: Glazami Cheloveka Moego

Pokolenia, Izdvo Agentsva pechati Novosti, Moscú, 1989, p.

363.

30. Otto Preston Chaney: Zhukov, David and Charles,

Newton Abbot, 1972, pp. 141-147. (Hay trad. esp. de J.

Reiriz: Zhukov, Euros, Barcelona, 1975.)

31. E. Kulkov, M. Miagkov Myagkovi y O. Rzheshevski:

Voiny 1941-1945: Fakty i Dokumenty, Moscú, 2004, p. 67.

32. Orden del GKO n.º 768, de 12 de octubre de 1941,


en V. Filatov, et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh Gosudarstvennogo Komiteta Oborony,

Moscú, 2001, p. 67.

33. V. Fedotov: My Vyshli iz Shineli i Litinstituta, Moscú,

2001, p. 19.

34. Resolución del GKO n.º 678, 12 de octubre de 1941

(en Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva, p. 68); directriz

de la NKVD n.º 2685, de 1 de octubre (en N. Patrushev,

(ed.): Nachalo: Sbornik Dokumentov, 2 vols., Moscú, 2000,

vol. 2, p. 158); Anatoli Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov:

Stranitsy Biografii, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, p. 118. En total, hubo diez millones de

personas dedicadas a la construcción de obras defensivas

por todo el país en el verano y otoño de 1941.

35. V. Ivanov, «Moskovskaya Zona Oborony v Zashehite

Stolitsy», 2001, en

<www.novostroy.ru/html/points/moszona_6 [. htm] > .

36. Ivanov: «Moskovskaya Zona Oborony».

37. Bekkerman: «Rasskazy o Pushechnom Myase».

38. Ivanov: «Moskovskaya Zona Oborony».

39. Stanislav Iofin, entrevista, 28 de marzo de 2002.


Esta historia (o leyenda) se repite ampliamente.

40. Pochtovye Vedomosti, 5, 27 de febrero de 2001.

41. D. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, p. 63.

42. Daniel Mitlianski [Mitlyanski], entrevista, 27 de julio

de 2004.

43. Konstantin Rokosovski: Soldatski Dolg, Moscú,

2002, p. 88.

44. Rokosovski: Soldatski Dolg, pp. 82-92. Informe del

frente occidental sobre las operaciones del 16.° ejército

entre el 15 y el 28 de octubre, en V. Knyshevski (ed.):

Skrytaya Pravda Voiny: 1941 god, Moscú, 1992, pp. 175-

180.

45. Nadezhda Rokosovskaya, entrevista, 6 de diciembre

de 2004.

46. Uno de los obuses de Gurkin se encuentra hoy

custodiado en el Museo del Ejército Ruso.

47. Rokosovski: Soldatski Dolg, pp. 95-108.

48. Knyshevski (ed.): Skrytaya Pravda Voiny, p. 181.

49. Orden del comisario Lobachev, de 27 de octubre,

Knyshevski (cd.): Skrytaya Pravda Voiny, p. 184.


50. Knyshevski (ed.): Skrytaya Pravda Voiny, p. 185.

51. M. Gorinov: Podvig Moskvy 1941-1945, Moscú,

2003, pp. 88-91.


12
PÁNICO

A medida que el otoño avanzaba, los moscovitas

empezaron a pasar auténtico frío, pues las minas de Ucrania

y de Rusia occidental se encontraban en poder del enemigo

y el poco carbón que llegaba a Moscú iba a parar

principalmente a la industria bélica. El suministro eléctrico

empezó a fallar, por lo que el Ayuntamiento anunció en la


prensa que reduciría a la mitad la iluminación pública. A

finales de noviembre, cuando los alemanes se estaban

aproximando a la central eléctrica de Kashira, al sur de la

capital, las autoridades municipales pidieron autorización

para dinamitarla. Stalin, por el contrario, ordenó que fuese

defendida a toda costa y a tal fin envió allí al general Belov y

a su segundo cuerpo de caballería. -1

Los edificios públicos estaban prácticamente sin

calefacción, circunstancia que también hacía cada vez más

inhabitables los edificios de viviendas, sin contar con los

bombardeos que hacían añicos las ventanas. El

Ayuntamiento ordenó cerrar –«preservar», en la jerga


oficial– muchos edificios y trasladar a quienes en ellos vivían

a pisos vacíos cuyos ocupantes se habían ido al frente o

habían sido evacuados. A pesar de que estos recibieron

garantías de que recuperarían sus viviendas una vez

regresaran, no fue siempre así y muchos años después aún

se celebraban juicios que debían dirimir esas disputas. Yuri

Krotkov, literato de segunda fila y confidente de la NKVD, no

se tomó la molestia de ir a los tribunales a su regreso a

Moscú en 1943, sino que simplemente echó mano de sus

«contactos» en la organización y consiguió que sus amigos

de la policía secreta expulsaran a quienes habían ocupado su

vivienda. -2

Cuando las condiciones empeoraron, la gente empezó a

ingeniárselas para ahorrar electricidad, calentar la comida y

hallar sustituto para los manjares a los que estaban

habituados en tiempos de paz. En un periódico, por ejemplo,

se explicaba a las amas de casa cómo hacer recipientes para

el horno rellenándolos de paja:

Se puede hacer un termo con un recipiente de madera

que tenga paredes dobles rellenando el hueco que queda

entre ellas con serrín, paja, papel o algodón. Con él se


puede preparar sopa sin tener que hervirla durante un par

de horas en la cocina de queroseno. Tan pronto como la

sopa entre en ebullición, póngala en el termo para que se

vaya haciendo y al cabo de dos o tres horas estará lista. -3

Otros «expertos» presentaban trucos para prolongar la


vida útil del papel carbón y de las cintas de máquina de

escribir; un joven científico llegó incluso por desarrollar un

material que esperaba sustituyera a los vidrios rotos a causa

de los bombardeos. Para comer, la gente rebozaba las

mondaduras de patatas que en otros tiempos habría tirado

directamente a la basura, las pasaba por la picadora y les

añadía agua, harina y sal. Las mondaduras también se

rallaban, se hacían al vapor en una sartén con agua y se les

añadían hojas secas de abedul trituradas. Asimismo, se

podía hacer café cortando bellotas por la mitad, secándolas

al fuego, pelándolas, hirviéndolas en una cacerola cubierta

con la tapa y esperando hasta que se enfriaran. Luego se

escurría el agua, se volvía a secar las bellotas al fuego, se

las pasaba por un molinillo de café y se les añadía achicoria

o un poquito de café para darles sabor, de modo que una

cucharada de esa mezcla daba ya para una taza de café. En


las jardineras de las ventanas la gente ya no hacía crecer

flores sino cebollas y pepinos, a la vez que todo terreno

abierto se convertía en parcela cultivable y que en los patios

de los edificios de viviendas se empezaba a criar gallinas. -4

A las personas de cierta edad, todo esto no les recordaba

sino a la etapa de hambruna que habían vivido durante la

guerra civil.

En el verano, Konstantin Simonov había visto cómo los

campesinos de los alrededores de Smolensko evacuaban su

ganado. Ahora, cientos de kilómetros y muchas semanas

más tarde, rebaños sin fin de vacas, ovejas y cabras

atravesaban con paso cansino los bulevares de Moscú, tan

escuálidas y desfallecidas como las mujeres que las

conducían por el mismo centro de la ciudad, camino del

este. Los rebaños se veían acechados por figuras siniestras

que los asaltaban, llevándose a los cerdos hasta patios y

callejuelas para matarlos y después venderlos. A los

animales que caían derrengados les cortaban el cuello y los

echaban encima de los carros que cerraban la caravana. -5

Puesto que casi todas las grandes fábricas habían sido


evacuadas, las pequeñas se dedicaban cada vez en mayor
medida a la producción de armas. Hasta finales de

noviembre el porcentaje que ello suponía respecto del total

de armas fabricadas en Moscú había pasado de menos de un

25 a un 94 por 100. La mayoría de los trabajadores eran

mujeres y jóvenes de corta edad, con casi cuatrocientas mil

amas de casa moscovitas empleadas en esas fábricas y

encargadas tanto de reparar aviones y carros de combate,

como de producir cartuchos y de probar nuevos tipos de

explosivos, así como de preparar morteros de trincheras y

cócteles molotov, de soldar trampas antitanque y de fabricar

una gran variedad de armas ligeras. En cuanto a los chicos,

algunos de los más pequeños necesitaban taburetes

especiales para poder llegar a los tornos en los que tenían

que trabajar. Las fábricas pasaron de una producción para

tiempos de paz a otra para las necesidades del frente, de la

que eran muestra una fábrica de bicicletas infantiles que

empezó a producir lanzallamas u ocho talleres dedicados

antes de la guerra a estampar clips y cucharitas de té y

reconvertidos luego a la fabricación de herramientas de zapa

y piezas de granadas anticarro. Otros ejemplos fueron una

ebanistería que cambió biombos y ábacos por cartuchos de


pistola; una fábrica de muebles que comenzó a producir

minas anticarro, cajas de cartuchos y camillas, y un taller de

máquinas de escribir que pasó a fabricar fusiles automáticos

y munición. -6

Con anterioridad a la contienda, los generales rusos

habían prestado poca atención a los subfusiles y fue solo

tras la amarga experiencia de la guerra de invierno contra

los fineses cuando se dieron cuenta

de que esa era justamente el arma que se necesitaba para el

combate cuerpo a cuerpo. Por ello, en 1941 diseñaron y

empezaron a fabricar el subfusil PPSh–41 que, al igual que

el carro T–34, era altamente efectivo en combate y muy fácil

de manejar. Shcherbakov organizó su producción en masa

en un conjunto de fábricas de Moscú, responsabilizando

directamente a los secretarios del comité del Partido de cada

raion de que se cumplieran los objetivos previstos. Así,


mientras que en noviembre solo se fabricaron unos pocos

subfusiles PPSh, a lo largo de los siguientes cinco meses su

producción superó las ciento cincuenta y cinco mil unidades,

hasta llegar en primavera a la cifra de tres mil armas diarias,

-7 con lo que el PPSh se convertiría en el arma insignia de la


infantería soviética durante el resto de la guerra.
En contraposición a las ilusiones albergadas por un

buen número de ciudadanos soviéticos respecto de la mejora

que les aguardaba con la llegada de los alemanes, estos

llevaron a cabo en los territorios ocupados una política que,

al menos en un principio, resultó contradictoria. En su afán

por explotar los recursos naturales de las tierras

conquistadas, a muchos no les importaban las consecuencias

que de ello pudieran derivarse para las «razas inferiores»

que allí vivieran; otros, en cambio, creían que sería mucho

más provechoso buscar la cooperación con los rusos. En

efecto, estos resultarían necesarios a la hora de desempeñar

tareas administrativas a nivel local, así como labores de

vigilancia; quizá cabría incluso reclutar un ejército ruso que

luchara junto a la Wehrmacht para desembarazarse del

odiado régimen soviético. Obrando, no obstante, más como

lo harían posteriormente los franceses en Algeria y los

estadounidenses en Vietnam, los alemanes solo intentaron

de forma esporádica –y, en último término, sin demasiado

éxito– ganarse el corazón y la mente de aquellos a los que

habían conquistado. Para lograrlo, apelaron a tres

sentimientos cuya movilización resultaría particularmente


fructífera: la ambición de muchos por contar con un negocio

propio, el deseo de los campesinos de disponer de tierras

propias y la innata vena antisemita del pueblo ruso. En

muchos lugares el soldado medio alemán adoptó un

comportamiento razonablemente adecuado; en ciertas zonas

de Ucrania, que habían sufrido especialmente los efectos de

la colectivización, las tropas alemanas fueron recibidas con

los tradicionales obsequios de pan y sal. Al principio,

escenas similares se repetirían incluso mientras los soldados

germanos se iban acercando a Moscú. -8

Algunos ciudadanos de la URSS empezaron a jugar a

dos bandas, anticipándose a la posible llegada de los

alemanes, como ciertos rusos a los que un chico que

repartía los papeles de alistamiento se encontró dando brillo

al parqué y preparando pasteles de bienvenida «por si

acaso». -9 El pintor Aleksandr Osmërkin, que vivía en el

mismo edificio de artistas que Raisa Labas, la llamó cuando

el avance alemán se aproximaba a Moscú. «Raya», le dijo:

He oído que estás preparándote para abandonar Moscú:

¿es que has perdido el juicio? Disculpa mi crudeza, pero

¿hacia quiénes te diriges y de quiénes huyes? ¿Es que de


verdad te crees nuestra propaganda barata? En Kiev los

alemanes han establecido un gobierno social revolucionario

y están dando un gran apoyo a las artes. Después de todo,

son el pueblo más culto de Europa. Estoy seguro de que no

perseguirán a gente como tú ni como yo. Al contrario, estoy

esperándolos con impaciencia, aunque, como sabes, mi

esposa es judía. Bueno, pues le diré que tendrá que llevar

durante un tiempo una estrella de David cosida en la solapa

y ya está, pero no habrá checas y tendremos libre contacto

con Europa. Yo ya he quemado mis papeles del Partido y me

he deshecho de todo el material que tenía en casa y podía

comprometerme: los clásicos del marxismo, los retratos y el

resto de la asquerosa porquería bolchevique. Dios mío,

pienso a veces, ¿y si todo estuviera llegando a su fin? -10

Si alguna vez los alemanes dispusieron de una

oportunidad real de ganarse a los desafectos, la

desaprovecharon por completo. El brutal adoctrinamiento a

que estaban sometidas las tropas, la orden de fusilar a

comisarios militares y dirigentes del Partido y las

operaciones llevadas a cabo por las SS habían dado como

resultado, ya desde un principio, el asesinato en masa. En


septiembre, en lo que fue una auténtica masacre, pero

únicamente la mayor perpetrada hasta la fecha, treinta mil

judíos –incluyendo a la madre de Vasili Grossman– fueron

ejecutados en la localidad ucraniana de Berdichev por parte

de efectivos de las SS y de sus colaboradores locales. -11

Tales atrocidades acabaron llegando a oídos de los

moscovitas y fueron convenientemente

amplificadas por la prensa soviética, que no dejó de

juzgarlas en el valor que poseían.

Desde el verano, el acceso a Moscú se había visto

seriamente restringido y solo podían entrar en la ciudad

quienes disponían de un permiso de residencia. A quienes

vivían fuera de sus límites se les exigía disponer de un

documento expedido por su empresa o granja colectiva,

autorizándolos a entrar en la capital para trabajar o vender

allí sus productos. Quienes habían sido evacuados tenían

prohibido regresar y quienes lo hacían ilegalmente no tenían

derecho ni a cartilla de racionamiento ni a un nuevo permiso

de residencia. -12

Algunas personas, sin embargo, llegaron a colarse por

la malla de la tupida red, como María Kiselëva, quien había


alquilado para las vacaciones una dacha al este de Moscú

donde pasar todo el verano. La dacha no quedaba lejos de

un campo de entrenamiento en el que Anufriev, Teleguev y

los refugiados españoles de la Segunda República estaban

recibiendo instrucción para entrar a formar parte de las

fuerzas especiales del OMSBON. Los Kiselëv pertenecían a

una rancia familia de la intelligentsia moscovita, pues el

padre de María había fundado dos museos (uno de ellos, el

de juguetes, todavía existente) y su marido, Andrei, era

catedrático universitario, mientras que su madrastra había

servido de modelo a Serov, uno de los pintores rusos más

destacados de las postrimerías del siglo XIX, hallándose su

retrato todavía expuesto en la galería Tretiakov de Moscú.

Cuando los alemanes empezaron a bombardear el

campo de aviación próximo a su dacha, María Kiselëva

decidió regresar a la ciudad junto con Nikolai, su hijo de

trece años. Al llegar se encontró con que su casa del pasaje

Protochny había sido «preservada», la gente se había

marchado y, sin agua ni electricidad, era imposible vivir allí.

María consiguió hallar un piso vacío en el n.° 52 de la calle

Vorovski, donde había vivido la familia Rostov de Guerra y


paz. El edificio principal albergaba a la Unión de Escritores,

pero las alas –los antiguos establos– se habían habilitado

como viviendas. Enfrente se hallaba un cine –el Pervy


Kinoteatr o Primer Cinematógrafo, en cuyo tejado se hallaba

emplazada una defensa antiaérea. El cine se mantuvo

abierto a lo largo de toda la guerra y durante meses

proyectó una película británica con el título de La alegre

jazzband de George (su título original en inglés venía a

significar Deja que lo haga George), en la que el cómico

británico George Formby se encuentra enviando

accidentalmente mensajes secretos a submarinos alemanes

con su ukelele. -13

En la casa de los Rostov, donde la calefacción tampoco

funcionaba y la temperatura era muy baja, María Kiselëva

cocinaba en una burzhuika, un horno barato de madera que

había servido para dar calor a los burgueses en los malos

tiempos de la guerra civil. Para extraer los humos, la gente

instalaba tubos en las ventanas, por lo que en un edificio de

viviendas grande podía haber docenas de ellos, de los que,

en los días de más frío, emanaban pintorescas cortinas de

humo de todos los colores imaginables: gris azulado, negro,


amarillo e incluso carmesí, según fuera el combustible

usado. La cosa podía resultar peligrosa si no se manejaba

bien, como quedó demostrado por el creciente número de

personas fallecidas al inhalar el tóxico monóxido de carbono

resultante. Sin embargo, no todos los fallecimientos fueron

accidentales, como revela la doctora Dreitser, que en su

diario relata el caso de una ingeniosa pareja que, tras haber

asesinado a un joven, pretendió atribuir su muerte a los

humos de su burzhuika. -14

Aunque las escuelas de Moscú deberían haber

reanudado su actividad el primero de septiembre, casi todas

permanecían cerradas, a causa del caos general y de la

partida de muchos escolares. Nikolai Kiselëv encontró

trabajo en un pequeño taller de la calle Povarskaya haciendo

cabezas de papel maché para muñecas, lo que le permitió

optar, como obrero, a una ración de alimentos mayor de lo

que le habría correspondido como dependiente. Puesto que

no había iluminación pública, Nikolai tenía que volver a casa

tanteando los muros de los edificios en la más completa

oscuridad, lo que resultaba aún más difícil después de las


nevadas, ya que la nieve solo se retiraba del centro de las
calles para dejar el paso expedito a las patrullas montadas.

El alimento principal de los Kiselëv era el salvado y las

patatas, que tenían un sabor dulzón porque se habían

quedado congeladas bajo tierra. Al principio María pudo

freírlas con aceite de castor, que compraba en la farmacia,

hasta que lo prohibieron. Por supuesto no había jabón y,

cuando la comida empezó a escasear, los campesinos de las

zonas limítrofes también empezaron, a vender sus productos

en la ciudad. Para hacerlo en los mercados oficiales tenían

que pagar una licencia a las autoridades municipales,

aunque muchos se establecían en las calles adyacentes

interrumpiendo el tráfico. Incluso los mercados oficiales

llegaron a quedarse pequeños y sobrepasaron las áreas a

ellos asignadas, como sucedió con el Mercado Central, que

tomó para sí la totalidad de la avenida Tsvetnoi. Una masa

informe de gente compraba y vendía chaquetas acolchadas,

abrigos y gorros de tanquistas, pilotos de aviación y

marineros. Puesto que el tabaco estaba racionado desde

agosto, niños e inválidos se especializaron en traficar con él

en el mercado negro, poniendo a la venta cigarrillos

obtenidos de los no fumadores que no hacían uso de su


ración. -15 El escritor y periodista Nikolai Verzhbitski tomó
nota cuidadosamente en su diario de las ocasiones en que

hubo de hacer cola para conseguir patatas, queroseno o pan

y en las que en la palma de su mano quedaron escritos con

tinta indeleble números –31, 62, 341, 5.004– referidos al

lugar que le tocó ocupar en las diferentes colas. -16'

Los precios que se cobraban en los mercados estaban

fuera del alcance de la población, ya que al cabo del primer

año de guerra habían llegado a subir hasta ocho veces.

Como muchos otros, María Kiseleva comenzó a realizar la

peligrosa travesía hasta el campo para regatear

directamente con los campesinos, ofreciéndoles ropa de

abrigo y otros bienes a cambio de comida. Una vez regresó

a su domicilio seguida por un campesino descomunal que

cargaba en un trineo lo que María le había comprado.

Nikolai, que llevaba dos pantalones puestos para pasar

menos frío, tuvo que quitarse un par y entregárselo al

campesino, como parte del trato que había cerrado su

madre. -17

Si los alemanes hubieran llegado de hecho a tomar

Moscú, se habrían encontrado con un páramo, pues el 8 de


octubre Stalin y el GKO habían dado las órdenes necesarias

para preparar la destrucción de las industrias radicadas en

Moscú y sus alrededores. Un comité de cinco miembros bajo

las órdenes del general Serov, comisario adjunto

perteneciente a la NKVD, fue el encargado de esa tarea. -18

En cada raion había troikas integradas por el secretario del

comité del Partido de cada raion, que actuaba como

presidente; el jefe de la NKVD local y un zapador del Ejército

Rojo. Serov presentó una lista de más de mil fábricas que

destruir, divididas en dos categorías: las de material de

defensa, que había que dinamitar, y las restantes, que había

que eliminar inutilizando la maquinaria y prendiéndoles

fuego. En cuanto a los alimentos y los bienes de consumo

que se hallasen en los almacenes de esas fábricas, se

repartirían entre la población. -19

La lista de edificios que había que destruir incluía

panaderías, almacenes frigoríficos, plantas procesadoras de

carne, estaciones y edificios ferroviarios, cocheras de

tranvías, trolebuses y camiones, centrales eléctricas, el

teatro Bolshoi, la Fábrica Nacional de Moneda (GoZnak), el

edificio de la agencia estatal de noticias TASS, la oficina


central de Telégrafos y las centrales telefónicas. El

comandante del Kremlin recibió explosivos y detonadores

para hacer saltar los edificios de servicios en él ubicados,

mientras que también la NKVD adoptó medidas propias para

arrasar sus propias. -20

La Trejgorka, como otras fábricas, adiestraba a su

propio equipo de derribo, que practicaba con mechas reales

aunque, obviamente, sin explosivos. La cuestión era

encender la mecha y comprobar si se podía abandonar el


edificio antes de que esta se hubiera extinguido y de que la

hipotética carga explosiva hubiese estallado. El tiempo

concedido para salir eran veinte segundos, motivo por el

cual, movidos por su entusiasmo, algunos de los que

participaban en el simulacro se dejaban caer por las

ventanas de los pisos superiores sin perecer aparentemente

en el intento. -21

El 5 de octubre Shcherbakov hizo llamar al comandante

Zhuravlëv de la NKVD para entrevistarse con él en su

despacho, cuyas paredes estaban recubiertas de mapas

como si se tratara de un cuartel general. Shcherbakov lo

informó de que se había decidido establecer grupos de


resistencia clandestina que operarían en Moscú «si lo peor

de lo peor hubiera de ocurrir» y estarían integrados por

miembros del Partido. Por supuesto, deberían ser

voluntarios, sin que Shcherbakov temiera que pudieran

faltar. El comandante Zhuravlëv le hizo notar los riesgos de

ese esquema organizativo, ya que el núcleo de esa red

clandestina lo constituirían los secretarios del RaiKom y

presidentes de los sóviet de raion mejor conocidos por los

miembros de sus respectivas comunidades. Shcherbakov le

respondió tajantemente: «Hay infinidad de maneras de

disfrazar la identidad de esos hombres y su tarea consiste

en discurrir los métodos más adecuados y en enseñarles a

aplicarlos».-22

A continuación Shcherbakov entrevistó personalmente

a algunos de los aspirantes, uno de los cuales era el

secretario del Komsomol del raion de Komintern.

Enderezándose las gafas, sin apartar los ojos de él,

Shcherbakov le preguntó qué edad tenía, cómo se

encontraban sus familiares (que a la sazón vivían en la

ocupada Bielorrusia) y cómo estaba de salud.

La misión, continuó Shcherbakov, nacía por orden del


propio camarada Stalin.

- ¿Se da cuenta de la gravedad del asunto?

- Me doy perfecta cuenta, Aleksandr Sergueievich.

- ¿Es consciente de los peligros que entraña?

- Lo soy: si fracaso, acabaré en un patíbulo alemán.

Shcherbakov le deseó suerte. -23

Mijail Nemirovski era uno de aquellos resistentes

clandestinos, encargado, junto con Nina Popova, de

encabezar el comité de resistencia de Krasnaya Presnia. De

Nina Popova se decía que llegó incluso a clavarse alfileres

por debajo de las uñas a fin de prepararse para soportar

torturas. La mujer de Nemirovski, Polina, y su hija pequeña,

Lena, fueron evacuadas con otras familias de resistentes

clandestinos a una ciudad del Volga. Sin embargo, cuando

Polina tuvo conocimiento del rumor que vinculaba

sentimentalmente a Mijail con Popova, regresó de inmediato

a Moscú. Las autoridades prefirieron no darse por enteradas,

ya que Polina retomó su trabajo en una de las fábricas de

aviación de Moscú que todavía seguía produciendo armas

para el frente. -24

Los grupos de resistencia clandestina no llegaron nunca


a emplearse en la capital misma, si bien a finales de

noviembre mil quinientos partisanos estaban ya operando en

aquellas zonas de la región de Moscú que habían sido

ocupadas por los alemanes. La mayoría de sus mandos eran

oficiales de la NKVD escogidos por Shcherbakov y Zhuravlëv,

y entre sus acciones cabe destacar la de distribuir panfletos

destinados a los habitantes de las zonas ocupadas. Estos

exhibían títulos tales como «Vivir en la nieve», «Grupos de

resistencia clandestina y sus tácticas» o «Cómo alimentarse

en circunstancias excepcionales».-25

El frenesí de los preparativos culminó el 15 de octubre.

La familia de Anastas Mikoyan estaba en la dacha y él se

encontraba solo en Moscú, cuando su guardaespaldas lo

despertó a una hora inusualmente temprana para decirle

que Stalin lo había convocado a una reunión en su

despacho. Una vez todos los asistentes estuvieron reunidos,

Stalin les planteó calmadamente la situación. Podía darse el

caso de que los alemanes irrumpieran en Moscú en cualquier


momento y se hacía necesario tomar las medidas oportunas.

Tras debatirla con los asistentes, dictó una breve lista de

órdenes, de acuerdo con la cual Molotov había de encargarse


de que el comité ejecutivo del Sóviet Supremo, el gobierno y

los diplomáticos extranjeros salieran ese mismo día hacia

Kuibyshev [Samara] en la región del Volga y él mismo había

de acompañarlos como jefe adjunto del gobierno. Por su

parte, los comisariados de Defensa y Marina partirían

asimismo hacia aquella ciudad, mientras que el Estado

Mayor Central se dirigiría a Arzamas, una apartada ciudad

próxima a Gorki [Nizhni Novgorod] situada igualmente en la

zona del Volga (una zona donde Sajarov trabajaría

posteriormente en las primeras armas nucleares de la Unión

Soviética). Además, los laboratorios de investigación

radicados en Moscú, sus universidades y teatros habían de

ser evacuados de inmediato a diferentes destinos. -26 El

general Artemiev, comandante de la zona de defensa de

Moscú, dispondría un último foso disuasorio y, si el enemigo

hubiera de llegar hasta la ciudad, Beria y Shcherbakov

serían los responsables de destruir las fábricas y otros

objetivos, sin que ello afectara, no obstante, ni a las

conducciones de agua ni al sistema de alcantarillado. -27

En la reunión se decidió también que Stalin

abandonaría Moscú al día siguiente o poco después,


dependiendo de la situación, aunque al cabo de pocas horas

el líder soviético acabaría tomando la determinación de

permanecer en la capital. -28 En todo caso, en Kuibvshev se


hicieron los preparativos necesarios por si llegaba a cambiar

de idea. Nikolai Glebov, un joven campesino del área rural

próxima a Moscú, que había trabajado en la construcción del

metro de la ciudad casi desde sus inicios, fue enviado junto

con otros compañeros a Kuibyshev para empezar a edificar

un búnker subterráneo especialmente destinado a Stalin. El

viaje en tren duró dieciséis días y nadie les dijo a qué iban

hasta que no llegaron. Regresaron a Moscú tan pronto

estuvo construido el búnker, que no llegó a ser utilizado y

que Glebov no volvería a ver hasta que regresara como

turista a Kuibyshev en los años setenta. Fue entonces


cuando buscó la entrada del búnker, que había estado

ubicado cerca de un restaurante, a orillas del río, que sus

compañeros y él compartían con los artistas evacuados del

teatro Bolshoi. La entrada correspondía a unos lavabos

públicos y, tras curiosear por los alrededores, Glebov

descubrió una puerta de roble cerrada con llave. La

encargada no sabía adónde conducía, pero le dijo que cada

mes venían dos hombres, abrían la puerta, entraban y


cerraban luego desde dentro. Glebov, que se jubiló como

empleado del metro de Moscú en 1965 al cumplir los

cincuenta años, no pudo evitar echarse a reír

estentóreamente cuando, más de sesenta años después de

su primera estancia en Kuibyshev, le dijeron que el búnker

había sido restaurado como atracción turística en la que se

repartían postales de la sala de reuniones diseñada para

Stalin y que la gente creía firmemente que, una vez

acabado, todos los que habían participado en su

construcción fueron ejecutados en nombre del secreto de

Estado. -29

Los directores de fábricas y los funcionarios del

gobierno y de toda la ciudad recibieron instrucciones para la

evacuación, órdenes que empezaron a cumplir

inmediatamente. Reunieron y prendieron fuego a todos los

documentos clave, hicieron cargar camiones con los archivos

y el material de oficina indispensables, comunicaron a sus

subordinados quiénes habían de irse y quiénes debían

quedarse y tomaron las medidas necesarias para que

recibieran el salario de dos semanas como despido, además

de dar órdenes para que se repartieran entre la población


los bienes de consumo sobrantes. Sin embargo, no todas las

decisiones fueron tomadas con sensatez, como en el caso de

uno de los jefes de un departamento del metro de Moscú,

que, presa del pánico, ordenó desmantelar las bombas de

desagüe con el consiguiente peligro de inundación,

conjurado por la oportuna contraorden de su superior. -30

Ortenberg recibió la orden de trasladar a Kuibyshev a la

mitad de la redacción del Krasnaya Zvezda, que aceptó a

regañadientes. Uno de los escogidos para quedarse en la ciudad –


que había luchado valerosamente contra las tropas

zaristas en la guerra civil– fue enviado en jeep a cubrir los

combates que se libraban en la carretera de Mozhaisk y

desapareció sin dejar rastro aparente. Sin embargo, tres

semanas más tarde llegó una crónica suya sobre la situación

en una pequeña localidad situada bastante por detrás de las

propias líneas. La NKVD local lo arrestó como desertor y lo

envió a un batallón de castigo, si bien Ortenberg consiguió

que fuera asignado a un periódico del frente. El corresponsal

de guerra fue herido en Stalingrado y, tras un intervalo de

tiempo prudencial, el Krasnaya Zvezda volvió a publicar sus

crónicas. -31
Nada de todo eso se explicaba a la población, ya que

los comunicados del SovInformBuro, convencionales y

evasivos, aún seguían empezando de la misma manera: «En

el transcurso de la jornada nuestras fuerzas han entablado

duros combates con el enemigo a lo largo de todo el frente».

El día posterior a la ofensiva alemana del 5 de octubre los

comunicados informaban únicamente de que las fuerzas

soviéticas habían logrado algunos éxitos menores por tierra

y por aire. -32 Cuando las ciudades empezaron a caer una

tras otra, el mismo mensaje se vio repetido día tras día y

palabra por palabra: «Después de luchar enconadamente

durante largos días, nuestras tropas se han retirado de

Briansk ... Viazma ...». Como de costumbre, los rumores

empezaron a suplantar a la realidad y, cuanto más cerca

quedaban los combates, con tanta mayor rapidez se

desataban esos rumores, llevados y traídos del frente a la

ciudad y viceversa por heridos, enfermeras y reporteros que

volvían a Moscú y explicaban su particular visión de los

hechos. A mediados de mes, las andanadas distantes de los

cañones resultaban ya perceptibles incluso en el centro de la

ciudad y se rumoreaba que los carros de combate alemanes


entrarían en cualquier momento por la calle Gorki.

A fin de subir la moral de la población a medida que el

avance alemán se cernía sobre la capital, las autoridades

llenaron la ciudad de carteles que anunciaban próximos

conciertos de Liubov Orlova, la actriz favorita de Stalin,


previendo que los moscovitas pensarían que, en tanto

ambos permaneciesen en Moscú, la ciudad no capitularía.

Con todo, en aquellos momentos Orlova se hallaba, de

hecho, camino del Cáucaso rumbo al destino más seguro de

la ciudad de Bakú.

La mañana del 16 de octube se inició de forma

ominosa, pese a que la noche había sido relativamente

tranquila y no se habían producido alarmas aéreas: los

bombarderos alemanes no habían podido despegar a causa

de las nubes bajas y de ocasionales precipitaciones de

aguanieve. -33 A las seis en punto de la mañana, como

hacían. cada día, los altavoces cobraron vida con un

chasquido para emitir las noticias matutinas, radiadas por el

locutor Levitan: «Este es el comunicado del SovlnfbrmBuro

correspondiente a la mañana del 16 de octubre. En cuanto

a...». Y acto seguido la voz se quebró y, en su lugar, los


oyentes percibieron lo que pensaron fuera, en un principio,

la archiconocida canción patriótica rusa La marcha de los

aviadores. Sin embargo, escuchando detenidamente,

empezaron a darse cuenta de que la melodía que les

resultaba tan familiar no iba por donde debía. Algunos se

percataron de que lo que llegaba hasta sus oídos no era en

modo alguno La marcha de los aviadores sino la canción de

marcha de las tropas de asalto hitlerianas, la Horst Wessel

Lied. ¿Es que los alemanes estaban tan cerca que habían

podido colarse en la frecuencia de la radio de Moscú? Poco

después, fue la canción de marcha alemana la que dejó de

oírse, dando paso a Levitan que, como si nada hubiera

ocurrido, prosiguió diciendo: «La situación en los

alrededores de Moscú se ha agravado notoriamente». El

misterio en torno a este incidente nunca llegaría a

desvelarse. -34

Cuando la gente salió a las calles aquella mañana, se

encontró con una ciudad transformada. No hallaron diarios

en sus buzones, ya que los carteros encargados

habitualmente del reparto habían cesado en sus funciones.

No circulaban los autobuses, ni los tranvías, ni los trolebuses


y también el metro estaba parado, sin que tampoco hubiera

policía.

En su lugar se veían civiles con brazaletes rojos en las

mangas de sus chorreantes abrigos: eran los miembros de

los «batallones destructores», reclutados entre los

comunistas de la ciudad.

Caía por todas partes una nieve siniestra, cuyos copos

eran negros y no blancos, pues se trataba de las cenizas de

los papeles que se iban quemando en una oficina tras otra.

La gente prendía fuego a sus documentos en hogueras

organizadas en los patios de los edificios de viviendas y a las

que iban a parar archivos, libretas personales, expedientes

oficiales y expedientes guardados por los administradores de

los edificios, los registros de trabajo de los obreros e incluso

listines telefónicos. Las autoridades de Moscú, que el 12 de

octubre ya habían enviado fuera de la ciudad dos trenes

cargados con documentos del Partido, decidieron deshacerse

del resto en su totalidad. Cartas anónimas y denuncias;

expedientes personales; materiales sobre las purgas, la

expulsión de los kulaks y la situación en las granjas

colectivas, y actas de las reuniones del Partido formaban


parte de los documentos que había que destruir. Marcados

como «n.° 3», fueron incinerados en el edificio de calderas

de los baños públicos situados junto al edificio del archivo

del Partido. -35

El dvornik del edificio de viviendas donde vivía Raisa

Labas fue a pedirle consejo:

- Raisa Veniaminovna –le preguntó– dígame qué debo

hacer. El basurero está hasta los topes de retratos y bustos

de líderes políticos, certificados de todo tipo, fragmentos de

documentos de todas clases. Incluso –musitó– he visto un

carné del Partido hecho un asco y roto en jirones.

- No haga nada sin preguntar antes –le aconsejó Raisa.

Vaya a consultárselo al administrador del edificio –luego,

repensándoselo, añadió. No, después de todo, puede que lo

mejor sea que se lleve todo esto tan lejos como pueda y de
noche, para que nadie lo vea.

La gente iba arrastrando sacos llenos de papeles que

había sacado del patio próximo a la ornamentada casa de té

china que, desde el piso de Raisa, quedaba justo por debajo

de la calle Kirov, y los iba cargando en una carretilla. Un

intenso olor a quemado flotaba en las calles,


al tiempo que remolinos de viento hacían revolotear las

cenizas dispersándolas por las aceras o elevándolas por los

aires. En lo alto de los basureros de los patios se apilaban

los detritos del comunismo: clásicos del marxismo–

leninismo, diplomas, insignias y carnés del Partido y de los

sindicatos hechos trizas. Por todas partes había

desperdigadas plumas de colchones reventados, en lo que se

asemejaba, pensó un observador, a las consecuencias de un

pogrom antisemita. -36 Durante esos dos días más de mil

personas destruyeron sus carnés del Partido: un delito en el

mejor de los casos, un signo inequívoco de traición

manifiesta a los ojos de la NKVD en esos momentos de

crisis. -37

De resultas de todo ello se produjo, como no podía ser

menos, una reacción violenta. Los obreros fueron a trabajar

a las fábricas y se encontraron con puertas cerradas que les

cerraban el paso. Se les comunicó que estaban despedidos

y, aunque se les prometió un anticipo de la paga como

finiquito, las empresas no pudieron conseguir dinero en

efectivo de los bancos. Los trabajadores se dirigieron a los

RaiKoms y a los VoenKomats a pedir armas para luchar


contra los alemanes, pero allí les dijeron que solo se daban a

miembros del Partido. -38

En las oficinas del Komsomol de un raion algunos

funcionarios estaban almacenando en el sótano cajas de

granadas y cócteles molotov, mientras otros se entrenaban

desmontando granadas y hacían prácticas con armas de

fuego en la galería de tiro. Patrullas de jóvenes iban saliendo

con la misión de convertir edificios escolares en barracones,

de cavar trincheras estrechas y refugios y de ayudar a

cargar equipos industriales en los trenes que habían de

partir hacia el este. Un conductor de la NKVD moscovita


condujo hasta su sede a un individuo que, perdido el juicio,

le había ofrecido tres mil rublos por llevarlo hasta Gorki. Los

líderes del Komsomol de la Escuela de Arte Dramático de

Moscú abandonaron la ciudad sin autorización, razón por la

que fueron expulsados del Komsomol por cobardía.

Igualmente, dos integrantes de la milicia fueron cesados por

ceder al pánico y arrancarse los galones que indicaban su

rango: fueron enviados directamente al frente sin darles

tiempo ni a pasar antes por casa. El secretario de un RaiKom

se mostró incapaz de sobreponerse al nerviosismo y de dar


órdenes claras y fue arrestado aquella misma noche. -39

Empezaron a desatarse los rumores más disparatados:

que si había habido un golpe de estado, que si Stalin había

sido arrestado, que si los alemanes habían llegado hasta Fili,

justo donde la carretera de Mozhaisk entra en Moscú. -40

Romanchenko, el jefe de la milicia moscovita, informó de

que tanto los dirigentes del Partido como de la milicia no

sabían ya lo que se hacían y habían dejado de encargarse de

sus raioni, no siendo de extrañar –decía– que los obreros

estuvieran furiosos. -41 Andrei Sajarov se fue a la

universidad, donde se había congregado una multitud de

estudiantes deseosos de prestar ayuda. El y otros

estudiantes se dirigieron a la oficina del comité del Partido y,

al preguntar al secretario del Partido en qué podían ayudar,

este se quedó mirándolos como ido y les espetó: «¡Es el

sálvese quien pueda!». -42 La cifra de matrimonios se

disparó, pues muchos trataban de conseguir una esposa

cuya fábrica u oficina estuviera siendo evacuada. -43

Atravesando las vías de escape en dirección al este y

dejando atrás los puestos de control emplazados en los

límites de Moscú, una densa columna de vehículos salía de la


ciudad por la avenida de los Entusiastas. Los coches de los

funcionarios de nivel medio, cargados hasta reventar con

sus enseres más preciados, iban salpicando a otros

ciudadanos que pugnaban por ponerse a salvo.

El director de la fábrica n.° 468 requisó un camión de la

misma para transportar a la estación sus pertenencias, entre

las que se contaban un piano vertical, otro de cola, espejos,


armarios, aparadores, camas, colchones, bicicletas, una

cabra y un perro. Organizar el transporte le llevó tanto

tiempo que no pudo llegar puntual para coger el tren, por lo

que intentó requisar un avión y, al ser imposible, acabó

ordenando al conductor de su vehículo oficial que diera

alcance al tren. Los funcionarios del Partido que trabajaban

en aquella factoría no solo no impidieron la huida del

director sino que, siguiendo su ejemplo, pusieron pies en

polvorosa, mientras los obreros, enfurecidos, y exigían que

todos sus superiores fueran castigados militarmente. -44

Al ver que sus jefes se marchaban con sus familias

rumbo al este, la población empezó a tomar las riendas,

situación que el comandante Zuravlëv, jefe de la NKVD

moscovita, calificaría de «anárquica» en


un informe escrito dos días más tarde. Para empezar,

bloquearon las vías de escape, como sucedió cuando unos

obreros de la fábrica n.° 219 detuvieron un grupo de seis

vehículos que circulaba por la avenida de los Entusiastas,

sacaron por la fuerza a sus ocupantes, les dieron una paliza,

tiraron todas sus pertenencias a la carretera y arrojaron los

coches por un barranco cercano. -45 El jefe adjunto de la

biblioteca Lenin fue interceptado cuando trataba de salir de

Moscú en el vehículo oficial de la misma, pero tuvo la

fortuna de que el piquete se dio por satisfecho con enviarlo

de vuelta a la ciudad. -46

Los obreros se armaron con martillos y palas y la

emprendieron con sus superiores, con funcionarios de la

NKVD, con integrantes de la milicia, con líderes locales del

Partido y con todo aquel que intentara razonar con ellos. El

director de la Fábrica de Instrumentos de Precisión Molotov

se dio a la fuga acompañado de su ingeniero jefe y del jefe

adjunto de la cantina. Sus obreros, a quienes les habían

prometido la paga de un mes por anticipado, dieron con

funcionarios del Comisariado de Industria Aérea, a los que

sacaron por la fuerza de sus coches, antes de echar a rodar


su equipaje por todas partes y de hacer frente a los oficiales

de la NKVD que acudieron para resolver el asunto. En la

Fábrica de Rodamientos n.° 2, los obreros amenazaron con


destrozar la maquinaria; en la Fábrica de Calzado

Burevestnik echaron abajo las puertas del recinto y robaron

los zapatos; en la fábrica La Hoz y el Martillo se desató una

«orgía de pillaje», impulsada por algunos miembros de la

dirección,-47 que acabó con refriegas entre los propios

saqueadores. En una fábrica tras otra se asistía al

espectáculo de obreros irrumpiendo en sus cantinas y

tiendas de licor, robando comida y emborrachándose como

cubas. En Noginsk, en la fábrica n.° 12, un grupo de unos

cien trabajadores exigió al director que les entregara las 38

toneladas de alcohol industrial que tenía almacenadas y que

él, sin embargo, prefirió verter en las alcantarillas. Cuando

los obreros de una factoría de productos lácteos

descubrieron que su jefe se marchaba, lo bajaron del coche

lo tiraron de cabeza a un tanque de crema de leche agria. El

17 de octubre una multitud concentrada a las puertas de la

gigantesca fábrica de automóviles Stalin reclamó que se les

dejara entrar para recibir su paga y acabó hiriendo a un


guardia en la cabeza y dando una tunda a los miembros de

la milicia que habían intentado restablecer el orden.

Los estudiantes de la escuela de aprendices dependiente de

la fábrica devastaron el edificio, hicieron trizas sus libros de

texto, forzaron los armarios del almacén y se llevaron ropa

de abrigo y comida. Pronto se difundiría el rumor de que

cinco toneladas de salchichas del Complejo Cárnico de

Nikoyan habían sido objeto del pillaje de obreros que

acababan de salir del trabajo.

No todo el mundo se tomó la ley por su mano, como

sucedió con las obreras de la Trejgorka que, al llegar como

de costumbre a la fábrica y encontrársela cerrada, se

concentraron en la casa de cultura de la misma fábrica en un

ambiente de tranquilidad, pese a que nadie les había

explicado nada. Recibieron su paga y les dijeron que estaban

despedidas, aunque al cabo de tres días, que pasaron

matando el tiempo sin nada que hacer, las llamaron para

que volvieran a trabajar como antes. -48 Frente a todas las


tiendas de comestibles se formaron largas colas en las que

la gente se pegaba, pisoteaba a las ancianas y empezaba a


proferir el sempiterno grito de las masas soliviantadas en

Rusia: «¡Muerte a los judíos!». En la mayoría de los casos,


los grupos de la milicia se quedaban mirando, seguían

caminando por la acera, fumaban y decían: «No tenemos

órdenes sobre eso».-49 Aleksei Koptev, carpintero en un

almacén ferroviario, se emborrachó e inició una pelea al

intentar saltarse una cola del pan. De camino al cuartel de

policía gritaba: «Ciudadanos, nos están robando, no van a

darnos pan.. Una vez allí, se echó por el suelo bramando

entre palabras soeces: «¡Los judíos han vendido a Rusia, no

queda nada para defender Moscú, ni fusiles, ni cartuchos, ni

obuses. Los judíos lo han robado todo!».

En lugar de entregar la ración del día, como solía hacer,

el dependiente de la panadería de Sretenka estaba

repartiendo por adelantado la ración equivalente a tres días,

así como un pood entero de harina –más de quince quilos–

con cada cupón de racionamiento. Por eso la gente que

hacía cola empezó a hacer conjeturas y a sacar sus propias

conclusiones:

- Las cosas tienen que ir mal, si han empezado a

repartir harina.

- Dicen que ayer mataron a dos que cogieron robando

en la Taganka, justo al lado de la tienda...


- Ya veréis, los alemanes quieren cercar Moscú...

- ¡A la mierda con la harina! Mejor morirse de hambre

que dejar que entren los alemanes...

Una anciana enjuta gritaba indignada:

A todos esos que estaban huyendo cargados con sus

plantas de plástico y sus cómodas y cajoneras ..., ¡a todos

esos los han sacado por la fuerza de los camiones en los que

iban! Resulta que no había tiempo para evacuar a los niños,

¡pero esa gente se creía que iba a poder huir con sus plantas

de plástico! -50

El historiador Peter Miller reflejaba así la situación en su

diario:

Todo ha cambiado de improviso. (El Izvestia no ha

salido y la gente dice que han evacuado la redacción.) El

SovInformBuro se ha acercado a la verdad por primera vez

al decir que la situación en el frente occidental se ha

agravado notoriamente y que el frente del centro se ha roto.

Por esa razón hoy Moscú parece un hormiguero, pero sus

«hormigas» tienen un aspecto extraño. La gente, cargada

hasta los topes con todo tipo de cosas, va en todas

direcciones. Los dvorniki no han quitado el hielo de las


aceras. El metro está cerrado y la gente dice que lo van a

volar o inundar. También se dice que van a destruir la ronda

de los Jardines porque es la principal arteria de la ciudad (fin

para el que fue construido). Lo mismo harán con algunas

fábricas que no han sido evacuadas o desmanteladas. La

mayor parte de los moscovitas muestran una expresión

sombría y taciturna, pero otros tienen un aspecto tan jovial

como si estuvieran de fiesta. Hay largas colas, porque la

evacuación está sirviendo como pretexto para distribuir

alimentos con mucha anticipación. Además, parece que se

ha decidido vender toda la comida disponible en las tiendas

de alimentación (la harina y el azúcar se están vendiendo a

precios de mercado y se está repartiendo un pood de harina

por cada cartilla de racionamiento de obrero). Los tranvías

van hasta los topes y funcionan pocos, como pasa con los

autobuses, muchos de los cuales se han retirado de la

circulación, por lo que la gente va sentada incluso encima de

los trolebuses. En los corrillos se anda diciendo que los

alemanes llegarán esta noche, que Moscú, como París,

será declarada ciudad abierta y que las defensas aéreas han

sido ya desmanteladas (aunque a las seis de la tarde los


cañones ya estaban disparando y se podían ver explosiones

de obuses). -51

Incluso el periodista Nikolai Verzhbitski se vio impelido

a expresar una rabia impropia de él, motivada por la falta de

organización de las autoridades; de ello es expresión la


entrada de su diario corrrespondiente al 18 de octubre:

¿Quién dio la orden de cerrar las fábricas, de despedir a

los obreros? ¿Quién estaba detrás de todo el desorden, el

éxodo masivo, el pillaje, la confusión general? ... Todo el

mundo hierve de indignación, diciendo a voz en grito que

han sido traicionados, que «los capitanes han sido los

primeros en abandonar el barco» y que eso incluía llevarse

consigo todas las cosas de valor que tenían. La gente va

diciendo a quien quiera escucharla cosas por las que tres

días antes habría tenido que comparecer ante un tribunal

militar. Hay colas sin fin, colas sin límite: ruidosas,

emocionales, combativas, agonizantes. La histeria desatada

entre los dirigentes se ha transmitido a las masas y la gente

empieza a rememorar y a hacer la cuenta de todas las

humillaciones, las injusticias, las restricciones, la opresión,

la burocrática arrogancia de los funcionarios, el engreimiento


y la soberbia de los burócratas del Partido, los decretos

draconianos, la escasez, el sistemático engaño de las masas,

las mentiras y la adulación de los pelotillas de los diarios ...

La gente está diciendo lo que le sale del corazón ¿Se podrá

defender una ciudad si impera ese estado de ánimo? -52

Hubo quien empezó a gritar consignas anticomunistas,

mientras en la calle, la población se mofaba de las

tripulaciones de carros que iban a buscar repuestos para sus

vehículos, diciéndoles: «¡Venga, tanquistas, que ya habéis

luchado bastante!». -53 Un agente de la NKVD de la Fábrica

de Manómetros se encontró con que un tal Polenov, un

obrero metalúrgico cuyas simpatías había intentado ganarse,

estaba bebiendo en el laboratorio y abominando ante sus

compañeros de las iniquidades del régimen soviético.

Cuando el agente lo advirtió de que los contactos que tenía

en la NKVD podrían causarle problemas cuando llegaran los

alemanes, Polenov se jactó de que se bastaba para cuidar de

sí mismo y de que sería la NKVD la que lo necesitaría a él

para protegerla y no al revés. Los obreros de la granja

estatal Kommunarka, a las afueras de Moscú, intentaron


saquear los barracones contiguos de la NKVD, incluso
cuando esta seguía deshaciéndose allí de sus víctimas. Los

trabajadores de otras granjas colectivas de la periferia izaron

banderas blancas e intentaron evitar que el ganado fuera

evacuado.

Para el hampa moscovita, el caos reinante representaba

una oportunidad que no podía desaprovechar. Delincuentes

profesionales desvalijaron las tiendas y los pisos que habían

quedado abandonados, argumentando que si no se lo

llevaban ellos, lo harían los alemanes. Se vendían

abiertamente golosinas y chocolatinas robadas, en medio de

la calle, -54 y un tipo de aspecto sospechoso fue arrestado


cuando trataba de alejarse llevándose dos maletas con oro y

diamantes escondidas dentro de un carrito de bebé. -55

Los desórdenes no se limitaban únicamente a Moscú y

llegaron, por ejemplo, a la ciudad textil de Ivanovo, situada

a más de trescientos kilómetros al nordeste de la capital y

por tanto bien lejos de los alemanes. -56 En esa ciudad,

tradicionalmente proclive a las revueltas, las autoridades

hicieron también preparativos para desmantelar la

maquinaria de las fábricas con vistas a su evacuación,

aunque sin dar tampoco explicación alguna a los


trabajadores. No obstante, y a diferencia de sus compañeras

de la Trejgorka moscovita, las obreras textiles de Ivanovo no

estaban dispuestas a aceptar sin rechistar cuanto les

dijeran. Cuando llegaron al trabajo el 18 de octubre, se

encontraron con que una parte de la maquinaria había sido

ya desmontada y guardada en cajas. De inmediato

empezaron a circular rumores diciendo que la maquinaria

sería evacuada y las trabajadoras, abandonadas a su suerte.

Los directivos ya habían enviado a sus familias a un lugar

más seguro y los empleados de la sede local del Banco

Nacional también se habían ido, por lo que no se podría

pagar a los obreros, al tiempo que todo el pan que había en

el pueblo estaba siendo transportado hacia el interior del

país.

Los obreros de una fábrica empezaron a deshacer los

embalajes, a fin de impedir cualquier nuevo intento de llevarse la maquinaria.

Su superior, Chastujin [Chastukhin], les dijo que estaban

perdiendo el tiempo, ya que las fábricas iban a ser voladas

de todos modos, para que no cayeran en manos del

enemigo. En eso, grupos de obreros se pusieron a correr por

la fábrica gritando: «Van a dinamitar la fábrica con nosotros


dentro. Las cargas ya están colocadas. Chastujin ha dado la

orden». Los jefes huían cuando los trabajadores irrumpían

en sus despachos exigiéndoles la paga. Cuando algunos

funcionarios del Partido ordenaron que se volviera a guardar

parte de la maquinaria, una obrera les imprecó: «¡Dejad las

máquinas donde están, para que podamos trabajar para

Hitler si aparece por aquí!». Otras prometieron que, si sus

superiores intentaban hacerlas volver al trabajo, los

descuartizarían y echarían los trozos al pozo negro. Muchas

rechazaron la citación para ir a cavar trincheras que

rodearan la ciudad y una dijo gritando: «No les hagáis caso

[a los gerifaltes del Partido], no tienen ni idea y llevan

veintitrés años mintiéndonos. Han enviado lejos a sus

familias y ahora quieren mandarnos a nosotros a cavar

fosas». Otra remató diciendo a voz en grito: «¡Abajo el

poder soviético! ¡Viva Hitler!».

El secretario regional del Partido informó a sus

superiores en Moscú de que había destituido a los dirigentes

del Partido y a los directivos responsables, así como de que

se había mejorado la calidad del rancho de cantina y

suspendido la evacuación. Sin embargo, los verdaderos


culpables –decía– eran agentes al servicio de los alemanes y

cabecillas que provenían de un entorno político poco fiable,

como familias de campesinos arruinadas tras la

colectivización, parientes de personas que habían sido

enviadas a campos de prisioneros o una mujer que había

sido encarcelada por llevar una clínica donde se abortaba

ilegalmente. El tribunal militar encargado del asunto acabó

condenando a una mujer a morir fusilada y a otras cinco a

diez años de prisión. -57

El gobierno, el Partido y la policía se esforzaban por


controlar la situación, para lo que miembros cualificados del

primero salieron a la calle con la intención de hablar con los

obreros y apaciguar sus ánimos. El propio Anastas Mikoyan

se personó en la fábrica de automóviles Stalin, donde varios

miles de obreros se habían concentrado espontáneamente.

El director de la fábrica, Lijachëv [Likhachëv], estaba

hablándoles a voces,

mientras a su lado un líder sindical también se dirigía a ellos,

haciendo gala de un amplísimo repertorio de obscenidades,

para convencerlos de que se fueran a casa. Lijachév informó

a Mikoyan de que los obreros querían entrar en la fábrica,


pero que eso era imposible ya que iba a ser demolida. La

multitud inquirió a Mikoyan: «¿Por qué se ha marchado el

gobierno, junto con el secretario del comité del Partido y el

comité del Komsomol? ¿Por qué nadie nos explica por qué

razón no se nos deja entrar en la fábrica?». Mikoyan

respondió: «Tanto Stalin como Molotov siguen en la capital y

los ministros se han ido porque la línea del frente está cerca

de Moscú. Os han dado la paga, así que ¿a qué tanto

alboroto? Ahora tenéis que mantener la calma y os pido que

dejéis de tomarla con el director y que os vayáis a casa».

Tras estas palabras la concentración empezó poco a poco a

disolverse. -58

Shajurin, el comisario de Industria Aérea, se encontró

con que muchas de sus fábricas estaban vacías, con las

puertas abiertas y las paredes desnudas. La mayor parte del

equipo había sido ya desmantelado y en los talleres solo

quedaban unos pocos tornos y unos cuantos aviones por

montar, esperando el ensamblaje final. A los obreros se les

había prometido su salario, pero las sedes locales del Banco

Estatal seguían sin disponer de dinero en efectivo, por lo que

Shajurin les aseguró que se tomarían medidas


imediatamente. Los trabajadores que habían de ser

evacuados al este le preguntaron: «¿Cómo vamos a vivir

cuando lleguemos allí? ¿Habrá escuelas para nuestros

hijos?». Shajurin fue franco con ellos y les dijo que, para

empezar, habría graves dificultades a la hora de alojarlos, y


también de darles alimento y escuela para sus hijos; sin

embargo, iban a enviarse equipos de construcción a los

puntos de realojo y se levantarían casas y escuelas. Lo

principal ahora era empezar a construir aviones, primero

utilizando los componentes disponibles, luego como se

pudiera. Todo el mundo asintió.

Una mujer, acercándose hasta él con lágrimas en los

ojos, le dijo: «Pensábamos que todos se habían ido y que

nos habían abandonado, pero resulta que usted sigue

todavía aquí». Shajurin le respondió en una voz lo

suficientemente alta como para que todos pudieran oírlo: «Si

os referís al gobierno y a los militares, nadie se ha ido.

Todos seguimos aquí, cada uno en su puesto, pero estamos

trasladando las fábricas a lugares donde podrán continuar

produciendo aviones modernos para nuestro ejército». Los

ánimos de los obreros comenzaron a apaciguarse.


Horas más tarde, esa misma mañana, Shajurin y otros

comisarios se reunieron con Stalin en su apartamento del

Kremlin. Shajurin fue el primero en llegar y fue saludado por

Stalin, que salía de su dormitorio y que, tras encender su

pipa, empezó a pasearse arriba y abajo. Molotov, Malenkov,

Shcherbakov, Kosygin y otros se les unieron poco después.

De improviso, Stalin se detuvo y preguntó: «¿Cómo están

las cosas en Moscú?».

Todos callaron, mirándose en silencio, hasta que

Shajurin explicó que a sus trabajadores no se les había

pagado y que se sentían abandonados.

Stalin le preguntó a Molotov: «¿Dónde está Zveriev?».

Molotov le respondió que el comisario de Finanzas se

hallaba en Gorki, en la región del Volga.

«Hagan traer el dinero en avión al instante», concluyó

Stalin.

Shajurin informó de que los tranvías y el metro no

funcionaban; las tiendas de pan y de otros productos

estaban cerradas, y se hablaba de actos de pillaje en la

ciudad. Stalin reflexionó un momento y dijo: «Bueno, no

está todo tan mal. Pensaba que las cosas habrían ido peor».
Dirigiéndose ahora a Shcherbakov, Stalin prosiguió, en los siguientes términos:

Hemos de conseguir que el metro y los tranvías vuelvan

a funcionar enseguida. Ordene abrir las panaderías, los

almacenes y las cantinas y haga poner en marcha los

hospitales con cuantos médicos se encuentren aún en la

ciudad. Usted y Pronin hablarán hoy por la radio, para hacer

un llamamiento a la calma y garantizar a los ciudadanos que

todos los servicios públicos funcionarán normalmente. -59

Pronin dio las órdenes pertinentes aquella misma tarde.

-60

Shcherbakov pronunció efectivamente una alocución

radiofónica aquel 17 de octubre, pero su estilo resultó

afectado y convencional.

Pronin, en cambio, se dirigió a la población con mayor

efecto al día siguiente. En un tono calmado y mesurado,

expuso que algunos elementos irresponsables habían creado

el pánico en la capital, que algunos directores de grandes

empresas se habían marchado de la ciudad sin permiso y

que determinadas personas se habían dedicado al robo de la

propiedad socialista. Advirtió de que aquellos que hubieran

abandonado sus puestos serían severamente castigados y


anunció que las cantinas, las tiendas y los servicios volverían

a funcionar, que los transportes públicos circularían

normalmente y que los teatros y los cines abrirían sus

puertas al público otra vez. La gente creyó sus palabras y la

sensación de pánico comenzó a remitir.

Pese a que el efecto de tales medidas fue inmediato, la

incertidumbre reinaba todavía en el Kremlin cuando Pronin

fue convocado el 19 de octubre. El edificio estaba vacío y

oscuro y, de camino al despacho de Stalin, Pronin oyó cómo

Beria se confiaba a Molotov: «Deberíamos irnos de Moscú, si

no queremos que nos retuerzan el pescuezo como a los

pollos». Molotov mantuvo un prudente silencio. En el interior

de su despacho, Stalin daba vueltas de arriba abajo sin

cesar, con gesto sombrío. «¿Qué vamos a hacer con

Moscú?», preguntó. Nadie abrió la boca. Luego añadió:

«Creo que no deberíamos abandonar la ciudad». Beria fue el

primero en hablar: «Por supuesto, camarada Stalin, sin duda

ninguna». Los demás se sumaron a sus palabras.

Volviéndose hacia Malenkov, Stalin le dijo: «Redacte un

decreto declarando el estado de sitio en Moscú». Cuando

Malenkov leyó en voz alta lo que había pensado disponer,


Stalin reaccionó irritado: «¡Eso resulta pueril! Haría mejor

escribiendo cartas para campesinos analfabetos.

Shcherbakov, tome nota de lo que voy a dictarle». El

decreto, publicado al día siguiente en los diarios moscovitas,

se iniciaba –de forma pomposamente anticuada– con un

arcaísmo utilizado con toda intención por Stalin: «Vengo en

decretar y decreto...» -61 Se imponía el toque de queda

entre la medianoche y las cinco de la mañana, sin que nadie

pudiera abandonar su domicilio entre esas horas excepto si

contaba con un pase especial del comandante de la

guarnición de Moscú, el general Sinilov. La única excepción

prevista era para permitir que los habitantes de la ciudad

accedieran a los refugios en caso de alarma aérea nocturna.

Sinilov sería el encargado de mantener el más estricto orden

en la ciudad y con ese propósito se le asignaron la milicia,

las fuerzas de la NKVD y grupos de obreros voluntarios.

Quienes violaran el orden público serían arrestados y

juzgados por la ley marcial. A los provocadores, espías y a

todo aquel que provocara disturbios se los fusilaría en el

acto. -62

Al día siguiente todo había cambiado en la ciudad, pues


las patrullas del ejército y de la policía hicieron de nuevo

acto de presencia en las calles y cesó la huida frenética a

que había dado lugar el pánico de días anteriores. La

evacuación de la población y las fábricas se llevaba a cabo

con orden e incluso los taxis volvieron a circular. -63 22

panaderías empezaron a despachar directamente, al tiempo

que el ayuntamiento de Moscú anunció a través del

Vechernyaya Moskva que había suficiente comida en la

ciudad. 62 tiendas donde se vendía pan y harina ya habían

abierto y otras doscientas tiendas y quioscos lo harían a los


pocos días. Quienes tuvieran que salir de la ciudad recibirían

provisiones para diez días y a los obreros y funcionarios que

se quedasen se les darían 16 kilos extra de harina. Las

patatas se distribuirían no solo en las tiendas, sino también

en las estaciones de ferrocarril y en las estaciones fluviales. -


64
El Tribunal Municipal de Moscú y el Tribunal Popular de

cada uno de los 25 raioni o distritos en los que estaba

dividida la ciudad disponían ahora de las mismas

atribuciones que los tribunales militares, y sus jueces

contaban con la potestad de concluir sus sentencias con la

siguiente fórmula: «Esta sentencia es definitiva y no admite

recurso».-65 En agosto de 1942 el general Sinilov informó

de que, desde octubre del año anterior, ochocientas treinta

mil personas habían sido detenidas y trece de ellas, fusiladas

en el acto. Ejemplo de tales ejecuciones fueron un hombre

llamado Vlasov, ejecutado por el comandante del raion

«Proletario» por difundir rumores contrarrevolucionarios, así

como un desconocido, fusilado por idéntico motivo por parte

de un soldado del Ejército Rojo cuyo nombre era Malajov

[Malakhov]. En conjunto, más de novecientas personas

habían sido arrestadas por difundir rumores

contrarrevolucionarios ya fuera exaltando a Hitler y a su

régimen, ya fuera injuriando a Stalin o criticando la política

del gobierno soviético, especialmente con referencia a la


colectivización, las leyes de trabajo forzoso y el bajo nivel de

vida de los obreros. -66 Las fuerzas de la ley y el orden

habían detenido a más de diez mil desertores y a casi

veinticinco mil personas que habían intentado eludir el

servicio militar. Más de cuarenta y cuatro mil habían sido

sentenciadas a diferentes condenas de prisión y casi nueve

mil, a muerte. Se cuenta que algunas ejecuciones fueron

llevadas a cabo por una mujer en un cobertizo del patio del

Ayuntamiento de Moscú.

El severo castigo dictado para toda manifestación

subversiva no remitió. Así, en noviembre de 1941 el jefe del

departamento de energía y electricidad del Ayuntamiento de

Moscú, Vorotnikov, fue detenido junto con su jefe adjunto, el


director y el ingeniero de la compañía estatal. El motivo fue

haber criticado las condiciones de vida en la Unión Soviética,

expresar dudas sobre la victoria del Ejército Rojo y elogiar al

ejército de Hitler mientras charlaban en el despacho de

Vorotnikov, hechos por los que cada uno de ellos fue

condenado a diez años de prisión. Dos personas fueron

encarceladas por incitar a un progrom antisemita, mientras

que un tornero lisiado, Grechichkin, recogió una octavilla


alemana que encontró junto a una máquina de refrescos

situada en la esquina de la plaza Dzerzhinski –mal sitio, por

hallarse justo enfrente de la Lubianka– y la leyó en voz alta,

por lo que también fue condenado a diez años de cárcel. -67

Los miembros del Partido que no habían estado a la

altura de las circunstancias fueron rápidamente apartados

del mismo. Muchos de ellos habían recibido órdenes

contradictorias cuando se desató el pánico y se creyeron

autorizados a abandonar la ciudad, mientras que otros

sencillamente habían puesto pies en polvorosa. El 19 de

octubre el secretario del Partido en Gorki (región del Volga),

llamó por teléfono a Moscú para preguntar qué tenía que

hacer con el contingente de funcionarios del Partido que

había aparecido por allí y le respondieron que los enviara

directamente de vuelta a la capital. Los primeros secretarios

de los raioni de Komintern, Leningrado y Shajovskoi

[Shakhovskoi] fueron defenestrados y expulsados del Partido

«por su falta de resolución en la lucha que el pueblo

soviético está librando contra los seguidores de Hitler, así

como por desertar de sus puestos». En diciembre el Partido

había expulsado en Moscú a casi trescientos de sus


miembros. -68

La NKVD se movilizó para deshacerse de los restos que

la ola de pánico había dejado tras de sí, como los trece

paquetes encontrados en un túnel de la estación de Kursk y

que, dirigidos al comité del Partido en Moscú, contenían

carnés, expedientes personales y un sin número de otros

documentos del Partido. -69 En el edificio principal del

propio Comité Central no quedaba nadie para encargarse de

mantener funcionando servicios básicos como la calefacción,


el teléfono, los frigoríficos o la instalación eléctrica. El equipo
de bomberos se había ido por su cuenta, dejando su

material en completo desorden y más de cien máscaras

antigás tiradas por el suelo. Cientos de máquinas de escribir,

de botas de fieltro y de toneladas de comida habían quedado

abandonadas. Los candados de los escritorios aparecían

rotos y los documentos –incluyendo los de máxima

confidencialidad, desperdigados por todas partes. Cinco

cajas con ese tipo de documentos se encontraron en el

despacho de Andrei Zhdanov, un miembro del Politburó que

había sido evacuado por causa de enfermedad grave. -70 El

23 de octubre más documentos secretos aparecieron

abandonados en edificios que antes habían albergado los


servicios de inteligencia militar. -71 De todos estos

incidentes se informó a Stalin personalmente.

Efectivos de la división Dzerzhinski –que, después de

todo, había sido creada justamente con ese propósito, se

encontraban ya en la capital con el objetivo de mantener el

orden. Frolov, Markov, Teleguev y otros camaradas fueron

enviados a controlar las vías de escape que se dirigían hacia

el este por la avenida de los Entusiastas, impidiendo así la

salida de la ciudad, entre otros, al rector de la Universidad

de Moscú, Butiagin [Butyagin]. Algunos de los hombres que

integraban los «batallones destructores» tenían órdenes de

abrir fuego sobre cualquier ventana que, contraviniendo la

prohibición impuesta por el gobierno, estuviera iluminada al

caer la noche, así como contra cualquier vehículo que saliera

de la capital conducido por funcionarios. De todas maneras

no sería muy difícil distinguirlos, pensaron, ya que aparte de

los funcionarios, nadie tenía coche en Moscú.

Una vez se hubo restablecido el orden, los soldados de

la división Dzerzhinski fueron enviados a construir la línea

defensiva interna de la ciudad. Frolov construyó

fortificaciones en la calle Gorki, cerca de la estación de


Bielorrusia, y posteriormente fue mandado a minar puentes

y caminos situados a lo largo de la carretera de Leningrado,


donde enterrar las cargas resultaba muy dificultoso porque

el suelo estaba congelado. -72 Teleguev se encontró por

primera vez con quien luego se convertiría en su esposa

cavando trincheras a lo largo del río Moscova. Tiempo

después, él y sus camaradas desfilaron varias veces a los

sones de una banda militar por el centro de Moscú, como

parte de una estrategia destinada, obviamente, a levantar la

moral de los moscovitas, por mucho que los soldados se

quejaran de perder el tiempo con desfiles cuando lo que

parecía más necesario era luchar. -73

Más tarde, Teleguev fue enviado con sus camaradas a

fortificar un tercer piso de la calle Gorki, para lo que

recibieron granadas antitanque, cócteles molotov y raciones

de supervivencia. Su misión era detener a los carros

alemanes, pero al final se quedaron allí metidos hasta finales

de octubre porque sus superiores se habían olvidado de

ellos. -74

Aunque la ola de pánico había pasado, nadie podía

saber si la ciudad resistiría, por lo que los preparativos para


abandonarla siguieron adelante. El 23 de octubre Pronin le

hizo una propuesta a Stalin que pocos meses más tarde

tendría graves repercusiones para los moscovitas. Las

reservas de alimentos de la ciudad –expuso– cubrían los tres

o cuatro meses siguientes, pero podrían caer en manos de

los alemanes si su avance proseguía como hasta entonces.

Por esa razón, solicitó autorización para vender los bienes

perecederos entre la población, así como para enviar al este

el grano por vía fluvial, para lo que necesitaría cien

gabarras. Su propuesta fue aceptada y el transporte de las

mercancías se efectuó a final de mes. -75

Entretanto Beria iba tomando sus propias medidas para

imponer disciplina. Después de que en el verano de 1939 las

hicieran regresar a Moscú desde el lugar adonde habían sido

desterradas, Bliuma Gamarnik, Yekaterina Kork, Nina

Uborevich y Nina Tujachevskaya, las esposas de los altos

oficiales ejecutados en 1937 y 1938, fueron interrogadas a


lo largo de dos años e inducidas al final a acusarse

mutuamente de crear un grupo terrorista destinado a

asesinar a destacados miembros del Partido.

Bliuma Gamarnik y Yekaterina Kork fueron fusiladas en julio


de 1941; Nina Uborevich –ídolo del joven Stepan Mikoyan– y

Nina Tujachevskaya cayeron el 16 de octubre, coincidiendo

con la jornada de máximo pánico en Moscú. Sus cuerpos sin

vida fueron arrojados a las fosas de la NKVD en la granja

estatal Kommunarka. -76 Ese mismo día más de doscientas

personas fueron ejecutadas en Moscú, la cifra más elevada

en un solo día desde 1938.

El 17 de octubre Yakov Smushkevich, héroe de la

guerra civil española y de la guerra de Mongolia, junto con

un número indeterminado de otros «criminales de Estado

especialmente peligrosos» fueron sacados de la Lubianka y

llevados en tren a Kuibyshev, el lugar donde se hallaban

refugiados el gobierno soviético y los diplomáticos

extranjeros. El 18 de octubre Beria envió una orden al

«oficial de misiones especiales» del «grupo especial» de la

NKVD, en la que podía leerse: «Al recibir esta orden deberá

dirigirse a Kuibyshev y aplicar la máxima pena

(fusilamiento) a los prisioneros siguientes». Seguía una lista

de 28 personas, entre las que figuraban siete oficiales de las

fuerzas aéreas, incluyendo a Proskurov (el antecesor de

Golikov como jefe de los servicios de inteligencia militar) y


tres antiguos comandantes de la Fuerza Aérea Roja:

Loktionov, Smushkevich y Rychagov. Cuatro de ellos eran

altos oficiales del ejército; cuatro, funcionarios destacados

de la industria de defensa, y siete, funcionarios civiles. Había

también un «obrero literario» y cuatro mujeres, incluyendo a

la esposa de Rychagov, la aviadora María Nesterenko y las

esposas de otros dos oficiales. Cuatro de los oficiales de la

lista habían servido juntos en España y siete habían vivido

en la Casa del Malecón.

El 28 de octubre el equipo de la NKVD –integrado por el

comandante Bashtekov (un futuro general de división que ya

se había significado durante la ejecución de los oficiales

polacos en Katyn), el comandante Rodos y el teniente Semenijin [Semenikhin]–


informó de que se había aplicado

la sentencia máxima a veinte personas, incluyendo a

Smushkevich y a todos los demás oficiales y sus esposas. El

resto fue ejecutado durante los diez días siguientes; Pumpur

y otros condenados murieron el 23 de febrero (día del

Ejército Rojo) de 1942, con el consentimiento escrito de

Stalin. -77

Durante año y medio la esposa de Smushkevich –Basia


[Basya]– y su hija Rosa llevaron una vida tranquila, pero

cuando esta última cumplió dieciocho años la NKVD volvió a

acordarse de ellas e hizo detenerlas y enviarlas al campo de

Petropavlovsk, en el Kazajstán. Beria mostró una actitud

inusualmente benevolente hacia ambas al escribir en su

expediente: «Madre e hija han de permanecer juntas». Ello

resultaba excepcional, pues los miembros de una familia

solían verse separados tan pronto como eran arrestados y

las mujeres solas eran objeto de particular abuso. Sin

embargo, Basia y Rosa permanecieron juntas a lo largo de

toda su estancia en prisión y en el destierro. -78

Hay todavía un cementerio en Monino, a las afueras de

Moscú, que hoy en día acoge uno de los museos de aviación

más fascinantes del mundo. En una de las lápidas puede

leerse que el general Proskurov y su esposa están

enterrados allí, mientras que otra corresponde a la tumba de

Yakov y Basia Smushkevich, si bien en ambos casos las

sepulturas solo albergan los cuerpos de las mujeres. No se

sabe a ciencia cierta dónde enterraron a los hombres

Bashtekov y sus cómplices, pero una historia cuenta que sus

restos descansan en una cantera de arena fuera de uso


próxima a Kuibyshev, que fue dinamitada posteriormente

para borrar las huellas del crimen. Unos niños que solían

jugar allí oyeron las explosiones y, al acercarse,

descubrieron las vainas de los cartuchos utilizados. -79

Todavía olían a pólvora.


NOTAS
CAPÍTULO 12

1. Anatoli Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov:

Stranitsy Biografii, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, p. 146.

2. Krotkov fue utilizado posteriormente por la KGB para

informar sobre el núcleo de intelectuales de Moscú y como

parte de una notoria -aunque a la postre ineficaz trama para

poner en una situación comprometida al embajador francés,

Maurice Dejean; véase John Barron KGB: The Secret Work

of Soviet Secret Agents, Reader's Digest, Nueva York (y

Hodder & Stoughton, Londres), 1974, pp. 122-140. Uno de

los mejores largometrajes sobre Stalin, la comedia negra

Red Monarch de Jack Gold (1983), se basa en una serie de

relatos de Krotkov.

3. Un consejo similar, relativo a unas «cajas de

mimbre», se publicó en la prensa británica hacia la misma

época.

4. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e god)), Moscú, 2003, pp. 124-125.


5. E. Vorobiëv, en Yu. Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, Moskovski Ravochi, Moscú, 2000, p.

107.

6. John D. Barber y Mark Harrison: The Soviet Home

Front 1941-1945: a social and economic history of the USSR

in World War II, Longman, Londres, 1991, p.135.

7. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, pp. 145-153.

8. Resolución del GKO de 8 de octubre de 1941, en N.

Patrushev (ed.): Nachalo: Sbornik Dokumentov, 2 vols.,

Moscú, 2000, vol. 2, p. 185.

9. Notas de Korliarov [Korlyarov] sobre la instrucción

de reclutas, con fecha de 1 de octubre de 1941, en V.

Jristoforov [Khristoforov] et al. (eds.): Lubyanka v dni bitvy

za Moskvu, Moscú, 2002, p. 77.

10. Petición de 10 de octubre de 1941, del general de

división Spiridonov a Serov (Jristoforov et al.: Lubyanka, pp.

77, 78). Las listas detalladas permanecen inéditas: sesenta

años después todavía seguían siendo un secreto de Estado.

11. N. Ponikarpova, «Moskva, Ispytanie Voinoi»:

Moskovski Zhurnal, mayo de 1999, pp. 33-38.

12. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, pp. 114-115.


13. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, p. 117.

14. Yelena Nemirovskaya, entrevista, 9 de octubre de

2004.

15. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, pp. 142-143.

16. Textos de las resoluciones en M. Gorinov (ed.):

Moskva Pri rontovaya 1941-1942: Arkhivnye Dokumenty i

Materialy, Moscú, 2001, pp. 259-260.

17. Quizá no sea de extrañar que quienes presenciaron

estos hechos, al dictar sus memorias muchos años más

tarde, confundan con frecuencia la cronología. Así ocurre en

este caso. El encuentro al que se refiere Mikoyan tuvo lugar

el 15 de octubre, no el 16; véase la resolución del GKO n.°

801, de 15 de octubre de 1941, en V. Filatov, et al. (eds.):

Moskovskaya Bitva v Postanovleniakh Gosudarstvennogo

Komiteta Oborony, Moscú, 2001, p. 70.

18. Tanto el general Vlasik, guardaespaldas de Stalin,

como Molotov explicaron al historiador Georgi Kumanëv que

Stalin decidió, en la tarde del 15 de octubre, no salir de

Moscú (Kumanëv, entrevista, 25 de julio de 2005).

19. Nikolai Glebov, entrevista, 1 de junio de 2002.

20. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi». El


subdirector del metro, responsable de los equipos, A. K.

Shmit, describió este incidente en 1944.

21. David Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, pp. 13-14.

22. V. A. Zhilin (ed.): Bitva pod Moskvoi: Khronika,

Fakty, Lyudi, Olma-Press, Moscú, 2001, vol. 1, p. 241.

23. M. M. Gorinov al autor: siendo niña, en 1941, su

madre estuvo en Shajovskaya [Shakhovskaya].

24. Olga Trifonova, entrevista, 7 de febrero de 2003.

25. Yu. Labas: «Chérny sneg na Kuznetskom», Rodina,

6-7, 1999, pp. 36-37.

26. John y Carol Garrard: The Bones of Berdichev: The


Life and Fate of Vasily Grossman, Free Press, Nueva York,

1996, pp. 23-24.

27. Ponikarpova, «Moskva, lspytanie Voinoi».

28. Estoy en deuda con Kathy Berton, por haberme

identificado la película de George Formby.

29. Diario de la doctora A. G. Dreitser, entrada del 14

de octubre de 1941, en Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya

1941-1942, p. 284.

30. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu,


pp. 215-216.

31. M. Gorinov: «Budni Osazhdénnoi Stolitsy»,

Otechestvennaya Istoria, 3, 1996, p. 5.

32. Nikolai Kiselev, entrevista, 4 de octubre de 2002.

33. Pochtovye Vedomosti, 5, 27 de febrero de 2001.

34. Pochtovye Vedomosti, 5, 27 de febrero de 2001;

Labas, «Chérny sneg na Kuznetskom».

35. M. Gorinov, discurso en una conferencia organizada

por la oficina del alcalde de Moscú en diciembre de 2004.

Una consecuencia a largo plazo fue que los archivos

moscovitas son muy escasos en lo que respecta a 1941:

hasta el principio de 1942 no se volvieron a guardar

ordenadamente los documentos en los archivos de los

organismos y fábricas municipales de la ciudad.

36. K. Simonov: Zhivye i inërtvye: roman v trekh

knigakh, Moscú, 2004, p. 230.

37. Informe del comité del Partido de Moscú, 15 de

noviembre de 1941, en Gorinov (ed.): Moskva Pr frontovaya

1941-1942, p. 264.

38. En octubre de 1941 más de cinco mil pistolas

fueron distribuidas entre oficiales del Partido y activistas,


miembros de los «batallones destructores» y grupos

especiales. La entrega no fue adecuadamente registrada y

en la primavera de 1942 todavía había muchas armas de las

que no se tenía noticia (informe del departamento militar del

GorKom de Moscú, 30 de abril de 1942), en Gorinov (ed.):

Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p. 253).

39. Según la versión de E Medvedev, jefe de la

organización del Komsomol clandestino de Moscú, 23 de


marzo de 1943, en Gorinov (ed.): ? Moskva Prifrontovaya

1941-1942, p.277).

40. Victor Kravchenko: I Chose Freedom. The personal

and political life of a Soviet official, Robert Hale, Londres, s.

£, p. 179. (Hay también edición de Charles Scribner's Sons,

Nueva York, 1946. Existen dos trads. esp.: Yo escogí la

libertad, NOS, Madrid, 1947, varias reed., y Yo elegí la

justicia, Kraft, Buenos Aires, 1950.)

41. Informe de Romanenko n.° 1/322 de 18 de

octubre, en Gorinov (ed.): Moskva Priftontovaya 1941-1942,

pp. 265-266.

42. Andrei Sajarov: Memoirs, Knopf, Nueva York, 1990,

p. 43. (Hay trad. esp. de M. E. Aparicio: Memorias, Plaza &


Janés, Barcelona, 1991.)

43. Henry C. Cassidy: Moscow Dateline, 1941-1943,

Cassell, Londres, 1943, p. 123.

44. Extracto del «acta» formal de queja de los obreros,

en Gorinov (ed.), Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p.263.

45. Informe de Zhuravlëv de 18 de octubre, en

Patrushev (ed.), Nachalo: Sbornik Dokumentov, vol. 2, pp.

222 y ss.

46. Liubov Vostrosablina, entrevista, 26 de mayo de

2002.

47. Extracto de un informe de 17 de octubre de 1941,

en Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p. 261.

48. Klavdia Leonova, entrevista, 6 de octubre de 2004.

49. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu, p.

144.

50. Pochtovye Vedomosti, 5, 27 de febrero de 2001.

51. Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p.

289.

52. L. Kovalchenko, et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45: Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995, p.

478.
53. Simonov: Zhivye i mërtvye, p. 320.

54. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi».

55. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu, p.

145.

56. Los obreros del sector textil de Ivanovo se

rebelaron contra los zares en 1905 y contra los comunistas

en 1932; véase Robert Service: Stalin, Belknap, Londres,

2004, p. 310. (Hay trad. esp. de S. Beatriz Cella: Stalin. Una

biografía, Siglo XXI , Madrid, 2006.)

57. Informe de 21 de noviembre de 1941 por el

secretario del ObKom de Ivanovo, Paltsev; en A. Livshin,

(ed.): Sovetskaya Povsednevnost i Massovoe Soznanie

1939-1945, ROSSPEN, Mosczí, 2003, pp. 43-53.

58. Yu. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, Moscú, 2002, p. 88, citando una nota dictada

por Mikoyan.

59. A. Shajurin [Shakhurin]: Krylya Pohedy, Moscú,

1990, cap. 4, «Hacia el este».

60. Decisión n.° 40/12 del MosSoviet, 16 de octubre,

en Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p. 261.

61. Extracto de las memorias de Pronin, en Gorinov


(ed.): Moskva Pri frontovaya 1941-1942, p. 271.

62. Resolución del GKO n.º 813, de 19 de octubre de

1941, en Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh Gosudarstvennogo Komiteta Oborony, p.

74.

63. Labas: «Cherny sneg na Kuznetskom».

64. Vechernyaya Gazeta, 18 de octubre de 1941.

65. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu, p.

134.

66. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45 Memuary i Arkhivnye Dokumenty, pp. 550-561;

Gorinov, «Budni Osazhdénnoi Stolitsy», p. 10.

67. Las anécdotas proceden de Andreevski, Zhizn

Moskvy V stalinskuyu epokhu, p. 134-139.

68. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, pp. 123, 128.

69. Nota de Serov a Beria, de 18 de octubre de 1941,

en Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p. 269.

70. Informe de 20 de octubre, de D. N. Shadrin al

subcomisario de asuntos internos, en Patrushev (ed.):

Nachola: Sbornik Dokumentov, vol. 2, p. 231.

71. Informe de Abakumov al estado mayor, de 31 de


octubre de 1941, en Patrushev (ed.): Nachalo: Sbornik

Dokumentov, vol. 2, p. 256.

72. Vladimir Frolov, entrevista, 24 de marzo de 2002.

73. Serguei Markov, entrevista, 2 de febrero de 2002.

74. Yevgueni Telegucv, entrevista, 23 de marzo de

2002.

75. M. Gorinov, discurso en una conferencia organizada

por la oficina del alcalde de Moscú en diciembre de 2004;

véase Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p.

275.

76. Sitio web de la organización Memorial.

77. Los documentos han sido publicados por Patrushev

(ed.): Nachalo: Sbornik Dokumentov, vol. 1, pp. 215, 248;

véase también David Murphy, What Stalin Knew: The

Enigma of Barbarossa, Yale University Press, New Haven y

Londres, 2005, pp. 236-239.

78. N. Shunevich: «Chelovek i Obshchestvo», en Fakty

i Komentarii, 16 de abril de 2002

(<www.brazd.ru/books/stat/o_smusheviche>).

79. Esta historia, a la que generalmente se da crédito,

se expone en Murphy, What Stalin Knew, p. 244.


13
EVACUACIÓN

Los preparativos para la evacuación se habían iniciado

incluso antes del estallido de la contienda. En la primavera

de 1941 el estado mayor dio instrucciones a los

comandantes de los distritos militares del oeste para que

tuvieran preparada la evacuación inmediata de los objetivos

militares y las plantas industriales más importantes, así

como de la maquinaria agrícola, el ganado y el grano. -1

Pronin expuso un plan de evacuación de Moscú en fecha tan

temprana como el 3 de junio, pero Stalin rechazó ese plan

por inoportuno. -2 Al tercer día de guerra Stalin hizo llamar


a Malyshev, el comisario responsable de la fabricación de

carros de combate, y le ordenó que trasladara

inmediatamente a los Urales las fábricas de Leningrado y

Jarkov, encargadas de producir los nuevos KV y T–34, -3 un

proceso que se encargó de supervisar un comité de

evacuación establecido por el GPO el 16 de julio. -4

Kaganovich fue el miembro del Politburó responsable de

llevar a cabo esa masiva operación de transporte, poniendo


en pie de guerra, desde el primer día de contienda, a los dos

millones de trabajadores de los ferrocarriles soviéticos. Para

cubrir las larguísimas distancias implicadas se utilizaron

«columnas locomotoras» que, provistas de unidades móviles

de mecánica y repuestos, circularían por las dos vías en un

solo sentido: en dirección al frente. Por su parte, los trenes

de evacuación con personas y maquinaria se fueron

intercalando de un modo u otro en dirección contraria y

fueron frecuentemente objeto de los ataques de la

Luftwaffe. Con todo, el hecho de que el objetivo fundamental

de la aviación alemana fuera prestar apoyo a sus fuerzas de

tierra tuvo como consecuencia que el flujo de trenes no llegó

nunca a verse interrumpido de forma significativa. -5

Si bien resultaba vital llevar tropas al frente, con su

armamento y sus provisiones, no lo era menos poner en

marcha las fábricas de armas lo más rápidamente posible.

La mayoría de las que se dedicaban a producir aviones en la

zona occidental de Rusia fueron evacuadas

satisfactoriamente durante el verano y el otoño de 1941,

aunque en algunos casos ya bajo el fuego enemigo. Algunas

hubieron de ser evacuadas por segunda vez en 1942,


cuando los alemanes lanzaron un ataque arrollador en

dirección al Volga. -6 Los trenes tardaban a veces varias

semanas en llegar a sus puntos de destino, donde no había

edificios para albergar a la maquinaria o a los trabajadores.

Hasta su construcción, los obreros hubieron de hallar

acomodo en escuelas, teatros y hospitales. En Novosibirsk,

por ejemplo, fueron alojados en primera instancia en un

cine, donde dormían en los mismos asientos que el público

asistente a la última sesión acababa de dejar libres. Una vez

en marcha la producción, los trabajadores solían dormir en

las propias fábricas, dándose la circunstancia de que en


algunos lugares los primeros aviones salieron de las líneas

de montaje antes incluso de que la instalación fabril

dispusiera de techo. -7 A menudo la construcción de esos

aviones no podía verse completada por falta de piezas

procedentes de otras fábricas que trabajaban en condiciones

igualmente adversas. En el caso de Nobosibirsk, los aviones

pendientes de montaje fueron estacionados en un

aeródromo próximo, donde quedaron ocultos bajo la nieve,

de modo que algunos de ellos no fueron hallados hasta el

deshielo de la primavera siguiente. Pese a todo, la mayor


parte de las factorías pudo reiniciar su producción entre seis

y ocho semanas después de haber llegado a sus puntos de

destino. -8

Más de dos millones y medio de personas fueron

evacuadas desde las zonas occidentales del país durante los

primeros cuarenta días de la contienda. Ello supone una cifra

ingente, aunque en proporción resulta comparable, por

ejemplo, al millón y medio de ciudadanos británicos

evacuados durante los tres primeros días de septiembre de

1939. -9

Decenas de miles de caballos y millones de cabezas de

ganado, entre ovejas, vacas, cabras y cerdos, los

acompañaron en su éxodo, siendo los animales de raza

objeto de medidas especiales de transporte. -10 Como no

podía ser de otro modo, el pánico, el caos y la

incompetencia estuvieron a la orden del día. Así, muchos

directores de granjas colectivas dejaron abandonados a su

suerte a cuantos trabajadores y animales tenían a su cargo,

al tiempo que grandes cantidades de material industrial y

militar no llegaron a ser ni evacuadas ni destruidas y

pasaron directamente a manos del enemigo en el transcurso


del avance alemán. Ello no obstante, un millón de vagones

cargados con material industrial fueron trasladados desde

Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos entre el 10 de junio

y el 20 de noviembre. Por otra parte, y a lo largo de toda la

conflagración, unos diez millones de personas fueron

evacuadas por ferrocarril y otros dos millones, por vía

fluvial. -11

La evacuación de Moscú se inició al cabo de pocas

semanas de haber estallado la guerra y continuó hasta

diciembre de 1941. Su principal responsable fue Aleksei

Kosygin, presidente adjunto del Comité de Evacuación. Al

principio, los niños fueron enviados a lugares emplazados en

la propia región de Moscú y, a partir de mediados de julio, a

las regiones de Riazan y Tula. Sin embargo, estas acabaron

por no hallarse lo suficientemente lejos, por lo que algunos

de esos niños se verían posteriormente atrapados por la

ofensiva germana o perderían la vida durante el bombardeo

de los trenes que los evacuaban por segunda vez. A otros

los mandaron, de buen principio, a lugares más seguros

ubicados en la región del Volga, en los Urales y el Asia

Central, donde se hizo necesario construir y equipar nuevos


centros escolares para ellos.

Hubo gente, por otra parte, que abandonó Moscú por

su propia iniciativa, como Anna Nepomniashchaya, de

dieciocho años, que acababa de empezar a estudiar alemán

en el Instituto de Lenguas Extranjeras cuando empezó la

guerra. A mediados de agosto su madre y ella fueron

acomodadas en un vagón vacío de un tren de mercancías y

se pasaron un mes entero viajando hacia el este, viviendo

como pudieron de la comida que habían llevado consigo y

trocando cupones de racionamiento por agua caliente, pan y

comida cuando quiera que el tren paraba. Si alguno de los

pasajeros del tren caía enfermo, él y quienes lo

acompañaran no tenían más remedio que apearse en la

siguiente estación. A Anna y a su madre las bajaron pasado

el Volga, en un pueblo cercano a Ufa, en el que no se había

previsto ningún tipo de medida para la manutención o el

alojamiento de los refugiados. Una vez en Ufa, la madre de

Anna se puso a coser y su hija pudo continuar estudiando

alemán en la universidad local. Durante las vacaciones, Anna

fue enviada junto con otras estudiantes a trabajar en una

granja colectiva situada a unos ochenta kilómetros de la


ciudad. Al acabar las vacaciones, el director intentó obligar a
las muchachas a quedarse, por lo que ellas emprendieron

sin más el camino de vuelta a Ufa, adonde llegaron después

de haber hecho noche en una localidad tártara. Anna y su

madre regresaron en 1943 a Moscú, donde su piso,

afortunadamente, no había sido ocupado por desconocidos y

donde Anna pudo retomar sus estudios en el Instituto de

Lenguas Extranjeras. -12

La evacuación cobró una rapidez inusitada una vez

empezó la ofensiva alemana sobre Moscú. Así, el 7 de

octubre Pronin ordenó la salida urgente de todas aquellas

mujeres que no trabajaran, así como de sus hijos, medida

encargada a la milicia de Moscú y cuyo incumplimiento se

consideraba punible por la ley. El 11 de octubre se llevaron a

cabo los preparativos para alejar de la región de Moscú a

otras trescientas mil mujeres y niños y dos días después, el

13 de octubre, se dictó la orden de que los miembros de

institutos científicos de la capital debían abandonarla en el

plazo de dos días. A tal fin se prepararon 29 vagones para

los científicos y sus familias y otros 39 para el transporte del

equipo e instrumental pertinentes.


La mayoría de los refugiados salía de la ciudad

utilizando unos ferrocarriles que circulaban ya fuera de todo

horario. Los pocos trenes de pasajeros que aún llegaban

desde el este dejaban salir rápidamente a su pasaje y

partían con la misma celeridad, a fin de evitar los

bombardeos alemanes. En esas circunstancias, trenes

enteros desaparecieron y se perdieron en zonas remotas del

país, al tiempo que la red ferroviaria se situaba al borde del

colapso. -13 Con todo, Kaganovich acabó logrando disponer

de trenes suficientes como para llevar a cabo la operación.

En otro orden de cosas, la figura del administrador de

edificios urbanos resultó clave en el proceso, ya que toda

persona que dejaba la ciudad y abandonaba su vivienda

tenía que informarlo de su marcha. Así, los evacuados

seguían siendo responsables del alquiler de su piso, que

tenían que pagar por adelantado o enviando el importe

correspondiente desde el lugar al que hubieran sido

trasladados. En ese sentido un abogado llamado Mirabeau


perdió todo derecho sobre su piso porque, tras marcharse

sin avisar en julio de 1941, se pasó ocho meses fuera de la

ciudad, sin haber mostrado previamente al administrador de


su edificio autorización alguna para ser evacuado, así como

sin haber pagado el alquiler de antemano o dado una

dirección adonde le hubiera podido ser enviado. -14

El embajador británico informó a Londres el 12 de

octubre de que el ministro de Asuntos Exteriores soviético le

había dicho que no tenía por qué preocuparse: «De

momento no se plantea la cuestión de enviar a nadie fuera

de Moscú».-15 No obstante, Molotov lo hizo llamar el día 15,


a la hora del almuerzo, para comunicarle que la embajada

debía partir aquella misma noche. El embajador y los

funcionarios a su cargo prendieron fuego a sus documentos

y, después de haber perdido las provisiones camino de la

estación, se metieron como pudieron en un atestado tren de

marcha lenta sin calefacción ni comida. En él se alimentaron

de lo que encontraron durante los cuatro días que duró el

viaje hasta Kuibyshev, y así y todo cabe decir que tuvieron

más suerte que la mayoría. -16

La población, sin acceso a transporte oficial alguno,

empezó a salir de la ciudad en oleadas portando consigo lo

más necesario en hatillos y maletas llenas hasta reventar.

Avanzando penosamente a pie, colapsaban con sus carretas


las calles, como la que discurría por delante de la Academia

de Bellas Artes, la calle en la que vivía Raisa Labas, que

estaba hasta los topes de vehículos repletos de gente y de

bultos. En un camión un grupo de oficiales iba sentado junto

a varias mujeres semidesnudas y hechas un mar de

lágrimas, cuando un soldado, al observarlos, empezó a

insultarlos apuntando contra uno de ellos, si bien no llegó a

disparar y se ocultó rápidamente entre sus camaradas. Yuli

Labas se sintió muy azorado cuando su madre, tras haberse

dado cuenta de que un dirigente de la Unión de Artistas

estaba

justo a la salida del edificio donde vivían, se fue hacia él y

de rodillas le imploró –en vano– que le permitiera llevarse

consigo a su hijo fuera de la ciudad. -17

La plaza del Komsomol se encuentra al norte mismo de

la ronda de los Jardines y se ve delimitada por tres de las

principales estaciones de ferrocarril de la ciudad. Entre ellas,

la estación de Leningrado es la más antigua. Edificada en

1849 en el estilo del San Petersburgo imperial, fue el lugar

donde Anna Karenina vio cómo un obrero ferroviario era

arrollado por un tren el día en que se produjo su encuentro


con Vronski, su futuro amante. A finales del otoño de 1941,

de esta estación partían únicamente trenes destinados a las

inmediaciones más próximas a la capital, puesto que el resto

de estaciones de su línea se hallaba ya en territorio

ocupado. Por otra parte, la estación de Yaroslavl, erigida en

estilo neomedieval ruso, acogía a los trenes con destino a

los puertos de Arcángel y Murmansk, en el océano Artico,

donde los aliados hacían llegar convoyes de armas y

material destinados al Ejército Rojo y a la industria de

armamento soviética. Por último, la tercera estación, la de

Kazán, edificada entre 1913 y 1926, en un exuberante estilo

de pastiche medieval ruso, representa todavía hoy una de

las atracciones turísticas de la ciudad.

Aunque los trenes con exiliados partían de cualquier

estación y zona de mercancías, a fin de trasladar fuera de la

ciudad a la mayor parte del gobierno y del Comité Central, a

más de setenta ministerios y a las embajadas extranjeras,

fue la de Kazán la que vio salir la mayoría de trenes con

rumbo a las ciudades de la región del Volga o más distantes.

En aquellos días de pánico, en la plaza del Komsomol se

aglomeraban ancianos, mujeres, niños y adolescentes que


deseaban salir de Moscú como fuera. En las propias salas de

espera de la estación se agolpaban miles de personas,

sentadas, de pie o echadas sobre papeles de periódico, a la

espera de conocer cuál sería su suerte. Cada vez que se oían

los altavoces, la multitud, presa de gran excitación,

intentaba descifrar las palabras ininteligibles pronunciadas

por la voz distorsionada del empleado ferroviario: «¿Qué han

dicho? ¿Qué han dicho?». Algunos tenían autorización para

viajar, otros no, pero todos estaban decididos a irse en los

trenes que esperaban, subiéndose por la fuerza de ser preciso.

Tras la partida de los trenes, los ecos de los aullidos de

los perros abandonados por sus dueños llenaban las calles

circundantes. -18

Las condiciones de viaje eran duras incluso para los

más privilegiados, ya que el trayecto solía prolongarse varios

días, a veces bajo bombardeo aéreo y con largas paradas en

vías muertas, a la espera de que los trenes cargados de

tropas cruzaran a toda velocidad en dirección al frente

occidental. Los evacuados se apelotonaban en

compartimentos sobreocupados y sin calefacción o en

teplushki, vagones de mercancías con literas de madera para


cuarenta personas y una estufa que no siempre disponía de

petróleo.

Cuando los evacuados llegaban por fin a sus puntos de

destino, se encontraban –si tenían suerte– con que el

alojamiento que los esperaba era incluso más sencillo que el

que habían dejado en Moscú. Los menos afortunados tenían

que vivir en tiendas de campaña o en huecos excavados en

la tierra hasta que se pudiera contar con algo mejor. Quienes

viajaban con sus instituciones o sus fábricas tenían

asegurado el trabajo, mientras que los que viajaban a título

individual tenían que buscarse algo en un entorno

desconocido, con gente a menudo resentida hacia unos

extraños cuya presencia no hacía más que agravar sus ya de

por sí precarias condiciones de vida. Así, un grupo de

dirigentes evacuados a Arzamas, descubrió a su llegada a la

ciudad que la gran mayoría de los alojamientos había sido ya

ocupada por anteriores evacuados, quienes habían tomado

posesión de casas, clubes, escuelas y residencias.

Irina Antonova provenía de una familia relativamente

acomodada –su padre había trabajado en la embajada

soviética de Berlín y estaba estudiando Bellas Artes, cuando


empezó la guerra y, junto con su madre, fue evacuada a
Kuibyshev el 16 de octubre. A las afueras de Moscú su tren

sufrió un duro bombardeo, a cuyo inicio todo el mundo salió

disparado hacia los bosques próximos en busca de refugio.

Irina se quedó en el tren atendiendo a una mujer en

avanzado estado de gestación, que era incapaz de huir,

pensando que permanecer allí no resultaría más peligroso

que ir a buscar refugio a cualquier otra parte.

Posteriormente, su madre se apeó en una parada y el tren

partió sin ella,

quien echó a correr tras los vagones y, debido su peso, solo

a duras penas pudo subirse al tren en marcha, con ayuda de

un grupo de pasajeros que tiraban de ella para alzarla.

En Kuibyshev no se había previsto alojamiento alguno

para ellos, por lo que Irina Antonova y su madre hubieron de

hacinarse junto con muchos otros refugiados en un vagón de

ferrocarril estacionado en una vía muerta. Puesto que tenían

que cocinar allí mismo, siempre hacía mucho calor, sin que

hubiera un sitio apto para lavarse o para que quienes iban

con niños pudieran lavarlos adecuadamente. Los aseos de la

estación se habían convertido en una fría y pestilente cloaca


en la que, por lo menos, siempre había agua caliente

disponible. Cada mañana, cuando aún no había amanecido,

las mujeres ya hacían cola para conseguir bollos de un pan

denso, parecido a la arcilla, que a las diez de la mañana ya

se había agotado. Los nervios estaban a flor de piel a causa

de las penosas condiciones de vida, del hacinamiento y de

las enfermedades de los niños, por lo que no dejaban de

producirse riñas entre las mujeres. -19

Irina y su madre decidieron regresar a Moscú tan

pronto pudieran, pero como la joven no era considerada una

trabajadora esencial no podía conseguir un permiso para

hacerlo. Por ello, en enero de 1942 se coló como polizón en

un tren, ocultándose en el compartimento de equipajes

mientras la patrulla de control recorría el tren. Pese a que su

madre había dejado el piso cerrado al irse, Irina encontró

que habían forzado la cerradura; pero todo lo que faltaba

eran el cuarto volumen de las obras completas de

Shakespeare, diez discos con grabaciones de Toscanini, una


tetera y una alfombra. Irina volvió a la universidad, donde

hacía tanto frío que la tinta se helaba en los tinteros, y junto

con otra compañera decidieron vigilarse mutuamente para


evitar la tentación de comerse demasiado pronto la ración

de comida que cada día se llevaban consigo a la facultad. Allí

asistía a clase por las mañanas, mientras que por la noche

estudiaba para titularse como enfermera. Una vez en casa,

el frío no remitía, ya que no había calefacción, por lo que

Irina y su madre –que acabó cambiando a los campesinos

las pocas pertenencias de valor que le quedaban por

comida– hacían vida en la cocina, calentándose con la estufa

de gas. Con el tiempo, Irina llegó a convertirse no solo en

directora del Museo Pushkin de Bellas Artes, sino en una de

las mujeres más influyentes de la ciudad, tanto antes como

después de la caída del comunismo. -20

Irma Goliamina, compañera del escultor Daniel

Mitlianski en las clases de secundaria de la escuela n.° 110,

fue también evacuada con su madre el 16 de octubre:

Ibamos en el mismo tren que los trabajadores de la

fábrica de rodamientos y durante el trayecto una chica murió

de tuberculosis. Tardamos siete días en llegar a Saratov, en

la región del Volga, donde nos alojaron en una residencia sin

calefacción. Mi madre salía muy pronto para trabajar y

volvía muy tarde. Mi amiga Dina y yo, por nuestra parte,


decidimos dejar los estudios, ya que no nos parecía correcto

seguir yendo a clase mientras nuestros compañeros de curso

estaban luchando en el frente. Pensábamos en ir a trabajar a

una fábrica o en hacernos enfermeras, pero cuando nuestros

compañeros se enteraron por nuestras cartas de lo que

pretendíamos, nos dijeron que no fuéramos tontas. Al final

completamos la enseñanza secundaria y nos inscribimos en

la Universidad de Leningrado, que había sido evacuada

también a Saratov. A pesar de todo, yo acabé trabajando en

un hospital, al principio leyendo cartas a los soldados y

ayudándolos a escribírselas a los suyos. Muchos de ellos

procedían de los territorios ocupados por los alemanes y no

tenían noticias de sus familias. Por eso, una vez fueron


enviados de vuelta al frente, no dejamos de escribirles para

que supieran que había gente que todavía pensaba en ellos.

Más tarde nos enviaron a Stalingrado, donde nos dedicamos

a lavar ropa, mantas y vendas ensangrentadas. -21

Las carreteras que se dirigían hacia el este se

encontraban tan repletas como los trenes, tal como relata un

tal mister Baggalay, funcionario de la embajada británica en

Moscú, quien, al frente de una columna de doce coches de la


delegación diplomática, con sus correspondientes chóferes y

sus respectivas mujeres e hijos, trataba de abrirse camino

hacia Kuibyshev, donde lo esperaba el embajador:

El tráfico consistía principalmente en coches y camiones

... de todas clases: coches particulares, camiones con

soldados, otros con material

militar como reflectores y cañones antiaéreos, así como

muchos otros que llevaban las cosas más diversas, tales

como neumáticos, maquinaria, etcétera, sin contar con los

camiones que transportaban civiles con todo tipo de bolsas y

equipajes ... A ello se añadía la multitud de personas que se

desplazaban a pie. En algunos casos se trataba de colectivos

claramente organizados, como fábricas o instalaciones

similares evacuadas en masa, mientras que en otros la

gente iba por su cuenta o en pequeños grupos de dos o tres

familias. Un contingente numeroso lo formaban los alumnos

de las escuelas técnicas, vestidos de uniforme. Por su parte,

a un buen número de personas se las veía sentadas en la

nieve, descansando al borde del camino. Más tarde, ya de

madrugada, adelantamos a grupos de hombres y mujeres

escoltados por alguna especie de centinela. Podían haber


sido personas evacuadas de los territorios ocupados por los

alemanes o bajo algún tipo de arresto, pero fueran lo que

fueran iban vigilados y algunos se encontraban al borde

mismo de la extenuación. En efecto, vimos a muchos que

yacían o caían derrengados en la cuneta, en una escena que

recordaba los grupos de convictos que iban camino de

Siberia en tiempos de los zares. La intensidad del tráfico se

mantuvo constante durante toda la noche y al día

siguiente ... con coches que pitaban y conductores que

soltaban obscenidades en todas direcciones, sin que, aparte

de eso, se llegara a percibir ninguna muestra de nerviosismo

y mucho menos de pánico o incluso de emoción alguna. -22

Algunos fueron evacuados por vía fluvial siguiendo el

sistema de canales del Volga. Entre ellos se contaban 357

enfermos mentales del hospital de Kashchenko y las 56

personas de su plantilla, quienes, embarcados en una vieja y

pequeña gabarra, navegaban rumbo a Riazan. El

hacinamiento llegaba a tal extremo que, como hizo notar

una mujer, «no había lugar ni para dejar caer una manzana

o siquiera un alfiler». Aunque hombres y mujeres estaban en

principio separados, esa distinción dejó pronto de


mantenerse. El hedor en el interior de la embarcación era

penetrante, ya que las únicas instalaciones sanitarias con

que contaba eran unos cubos. Solo había colchones, mantas

y sábanas para un tercio de los enfermos, a quienes no se

dejaba ir a cubierta por temor a que pudieran tirarse al río y

ahogarse. De su vigilancia se encargaban únicamente diez

asistentes, que trabajaban en dos turnos y estaban siempre

al borde de la extenuación. En esas circunstancias, el pánico

se apoderó en una ocasión de los enfermos, que empezaron

a dar golpes en los costados de la gabarra, llegando dos o

tres de ellos a saltar al agua para intentar escapar. Las

medicinas escaseaban ya cuando la embarcación llegó a

Riazan, cuyo hospital, sin embargo, solo pudo acoger a

cincuenta enfermos. Al final, se pudo desembarcar a unos

cuantos más en Gorki, pero no fue hasta llegar a Kazán, una

ciudad ribereña del Volga y muy alejada del puerto de

partida, cuando el viaje acabó para todos. -23

Cuando la Universidad de Moscú fue evacuada en

octubre, Andrei Sajarov compartía vagón con otros

estudiantes y profesores del departamento de Física. La

primera parada se produjo en Murom, una ciudad de


provincias ubicada a unos trescientos veinte kilómetros al

este. Allí fueron alojados en casa de una mujer que

completaba sus ingresos sisando comida de la tienda de

comestibles donde trabajaba de día y proporcionando


entretenimiento nocturno a una serie de soldados que la

visitaban de noche. Cada mañana llegaban trenes con

heridos, a los que, pese a lo avanzado del otoño, se dejaba

en camillas al raso a la espera del tren que habría de

trasladarlos a otro lugar. Las mujeres de los pueblos de

alrededor iban a la estación a llevarles comida y tabaco y a

preguntarles si tenían noticias de los suyos.

Desde Murom el grupo de Sajarov continuó el trayecto

hasta Ashjabad, la capital de la república de Turkmenistán,

donde debía reconstituirse el citado departamento de Física.

Viajaban en un tren en cada uno de cuyos vagones,

provistos de literas dobles y estufa, se apiñaban cuarenta

estudiantes. «Durante el mes largo que duró el viaje»,

escribió Sajarov,

los vagones se convirtieron en verdaderas comunidades

con vida propia, en cada una de las cuales se podía

encontrar al líder, al que hablaba por los codos, al que


estaba siempre callado, al alarmista, al ambicioso, al

«manta» o al trabajador. Los trenes con destino al este

transportaban evacuados como nosotros, maquinaria para

reparaciones y heridos; en los que se dirigían al oeste iban

tropas de combate: sus rostros mostraban una expresión

tensa cuando se asomaban por las ventanillas y, de alguna

manera, todos tenían el mismo aspecto.

La temperatura descendió hasta los veinte grados bajo

cero e incluso menos, por lo que los estudiantes acabaron

robando carbón para la estufa de la reserva que había

guardada en las estaciones para alimentar las locomotoras a

vapor. En una ocasión, Sajarov se encontró un pedazo de

pan de jengibre tirado en la nieve cerca de una torre de

agua y se lo comió allí mismo. En otra, mientras iban por la

estepa kazaja en medio de una ventisca, el tubo que hacía

de chimenea de la estufa salió volando. Entonces, un

estudiante de primer curso llamado Mazov se subió a la

parte superior del vagón para intentar arreglarlo, llevando

únicamente un chaleco para abrigarse, ya que algunos

estudiantes trocaban ropa por la comida que los campesinos


iban acercando hasta el tren a lo largo de toda su ruta.
Dentro del vagón se mataba el tiempo con un campeonato

de preguntas y respuestas basado en dos novelas cómicas

de Ilf y Petrov [Ilia Ilf y Yevgueni Petrov], Las doce sillas y El

becerro de oro. El vencedor fue Yosif Shldovsky, quien más

tarde habría de convertirse en un reconocido astrofísico.

En un punto del camino, Sajarov bajó del tren y este se

marchó sin él. Para volver a cogerlo, se montó en otro tren

que transportaba carbón en vagones abiertos y al que

habían enganchado el vagón especial del comisario de

Educación Superior. Sus ocupantes sintieron lástima de

Sajarov y le permitieron entrar. Uno de ellos le dijo que la

casa de sus padres en Moscú había sido destruida por un

bombardeo alemán el 23 de octubre, el mismo día de su

partida, y que, aunque varias personas habían muerto, los

padres de Sajarov se habían salvado y se habían trasladado

a una escuela de enfermeras abandonada situada en una

calle próxima. -24 Finalmente los estudiantes y sus

profesores llegaron a Ashjabad el 6 de diciembre. -25

Sajarov acabó sus estudios en julio de 1942 y, aunque

le ofrecieron un puesto como profesor, prefirió contribuir al

esfuerzo bélico trabajando en una fábrica de armamento.


Después de otro viaje agotador a través de una Rusia en

guerra –que incluyó una breve visita a sus padres en Moscú,

Sajarov fue asignado a una fábrica de municiones en

Ulianovsk [Simbirsk], la ciudad del Volga donde había nacido

Lenin. En lugar de trabajar en la fábrica, Sajarov fue enviado

de inmediato a talar árboles.

Quedó alojado en un pueblecito oculto en la espesura del

bosque y habitado únicamente por mujeres, niños y

ancianos. Los vecinos imploraban a la patrona de Sajarov

que les diese leche para sus hijos o un puñado de harina y el

queroseno era tan escaso que solo se encendían las

lámparas para comer; el resto de la tarde se pasaba a

oscuras. Por primera vez en su vida, Sajarov oyó criticar

abiertamente a Stalin, de quien un obrero cuyo hijo acababa

de caer en el frente dijo: «Si fuera ruso, tendría más

compasión con la gente». Sajarov nunca olvidaría la


sensación de ansiedad y tragedia que impregnaba todo lo

que se decía, que pesaba sobre las mujeres que sacaban

agua del pozo y que incluso hacía inusualmente reticentes a

los niños ... Siendo la vida ya dura de por sí, había un

presentimiento de que las cosas aún empeorarían antes de


mejorar y el horror de la guerra estaba siempre presente,

por encima de todo, en las mentes de todo el mundo. -26

Tras un par de semanas cortando leña, Sajarov se hirió

en la mano y hubo de volver a la fábrica de munición, donde

se adoptaba el mismo horario que regía en todo el país: dos

turnos de once horas siete días a la semana. En teoría, los

obreros libraban un día cuando pasaban del turno de día al

de noche y viceversa, pero, en la práctica, solo se cambiaba

de turno unas cuantas veces al año. Las grandes máquinas –

sucias, estridentes y peligrosas– eran manipuladas por

mujeres de los pueblos circundantes. Su preocupación por la

suerte de los hijos que habían dejado solos hallaba escasa

respuesta por parte de los directivos de la factoría: dejar el

puesto sin permiso comportaba el riesgo de ser condenada a

cinco años en un campo, con lo que el único modo de volver

a casa era quedarse embarazada de nuevo. La comida

consistía en huevo revuelto y gachas, servidos en una hoja

de papel, que los trabajadores acompañaban de un

sucedáneo de té que bebían en vaso de metal, junto a las

mismas máquinas. De ahí nacían confusiones como la de un

obrero que acabó ingiriendo alcohol industrial y se puso


como un basilisco. A menudo no había cubiertos para comer,

por lo que Sajarov organizó una producción ilegal de

cucharas para los trabajadores de la fábrica, con el resultado

de que, al cabo de veinticuatro horas, todas habían sido

robadas.

Aunque los cupones de racionamiento daban derecho a

obtener alimentos, las tiendas solían estar vacías. En esas

circunstancias, un trabajador del turno de noche podía estar

haciendo cola buena parte del día antes de conseguir su

ración y, puesto que había de entrar a las ocho de la noche,

no tenía prácticamente tiempo de dormir. Sajarov y los

demás obreros solteros vivían en barracones de madera,


cada uno de ellos ocupado hasta por doce personas, por lo

que enseguida aparecieron los piojos. El retrete quedaba en

un patio situado a cierta distancia y, como la gente no se

sentía con ánimos de ir hasta allí de noche, por la mañana

se veían charcos de orín helado en las inmediaciones de los

barracones. -27

Sajarov permaneció en Ulyanovsk hasta 1945, cuando

regresó a Moscú con su flamante esposa y una hija, para

convertirse en uno de los físicos más eminentes del país.


Las autoridades empezaron a evacuar sistemáticamente

a quienes pertenecían al mundo de las artes en fecha

bastante temprana. El 8 de agosto, el vapor fluvial Aleksandr

Pirogov salió de Moscú llevando a bordo a escritores y sus

familiares, incluyendo a la esposa y al hijo de Boris

Pasternak. Desplazada y aislada en medio de aquel grupo se

hallaba Marina Tsvetayeva [Tsvetaeva], una de las poetisas

rusas más destacadas. Tsvetayeva había asistido a la

escuela de niñas que acabaría convirtiéndose en la n.° 110 y

había publicado su primer libro de poemas con dieciocho

años. Su marido, Serguei Efron, luchó contra los

bolcheviques en la guerra civil y huyó después a Francia,

adonde lo siguió su esposa en 1922. Después de regresar a

Moscú a finales de los años treinta, Efron –que, según se ha

afirmado, trabajó para la KGB en París– fue ejecutado y su

hija enviada a un campo. Tsvetayeva era entonces, por

tanto, una mujer marcada, relegada al ostracismo por parte

del establishment literario oficial y cuyas obras, como

correspondía a quien había dejado de ser una figura de las

letras, se encontraban ya fuera de circulación.

El pasaje prosiguió su viaje Volga abajo hasta llegar a


Kazán, y luego, remontando el curso del río Kama en

dirección a Chistopol, donde desembarcó la mayoría.

Tsvetayeva y su hijo de dieciséis años Georgi (conocido

como Mur) continuaron con el resto del grupo hasta la

pequeña localidad ribereña de Yelabuga, a la que el comercio

de cereales había hecho prosperar extraordinariamente


antes de la Revolución, cuando se ufanaba de contar con

trece millonarios. Estos perdieron la vida o fueron

expulsados durante la Revolución y lo que una vez fuera un

lugar floreciente acabó convertido en un pueblacho de mala

muerte olvidado de todos. Tsvetayeva llegó allí el 17 de

agosto y se instaló con su hijo en una minúscula habitación

de una minüscula casita de madera propiedad de una familia

del pueblo, los Brodelshchikov. Lo que sucedió después no

está claro. Tsvietayeva no consiguió encontrar trabajo en la

localidad y se vio asediada por la NKVD local. Tampoco sus

breves visitas a los demás escritores que estaban en

Chistopol y que, según parece, la acogieron con desdén,

sirvieron de mucho. Se ahorcó el 31 de agosto, habiendo

dejado frito un pescado en la sartén para cuando volviera a

casa Mur, quien, después de alistarse, moriría en julio de


1944 de resultas de unas heridas. -28 Su madre fue

enterrada en una tumba sin nombre y aún hoy en día puede

contemplarse aquella sartén en un pequeño museo

emplazado a poca distancia del lugar donde falleció.

Cuando los alemanes empezaron a aproximarse

peligrosamente a Leningrado a finales del verano, las

autoridades soviéticas procedieron a evacuar a buen número

de artistas, escritores y compositores insignes,

trasladándolos en un principio al lugar seguro que entonces

todavía representaba Moscú. La poetisa Anna Ajmatova

[Akhmatova] y el escritor Zoshchenko abandonaron

Leningrado en avión el 28 de septiembre, mientras que

Shostakovich, que había estado examinando a estudiantes

de composición en el conservatorio de la ciudad, voló con su

familia hacia Moscú el 1 de octubre, llevándose consigo tres

movimientos completos de su Séptima Sinfonía, iniciada en

los primeros días de la contienda.

A medida que el avance alemán hacia Moscú iba

ganando terreno, las autoridades soviéticas decidieron que

los exiliados de Leningrado y sus colegas artistas de la

capital debían ser trasladados más al este. El Teatro de las Artes de Moscú –
de gira en Minsk cuando estalló la guerra,

hecho por el cual se había librado por poco de verse cercado

por los alemanes– fue enviado a Saratov, -29 mientras que

el teatro Maly era llevado a Cheliabinsk y el teatro

Vajtangov, a Omsk. Por su parte, el teatro Bolshoi se puso

en marcha hacia Kuibyshev en un convoy integrado por más

de cuarenta vagones de pasajeros y 35 de mercancías

destinados al transporte de los artistas y sus familias, así

como del vestuario y los decorados. A los miembros del

Bolshoi se les había comunicado que solo un familiar podía

acompañarlos, por lo que la veterana bailarina Ye. D.

Vasileva [Vasilieva] fue a preguntar si, además de a su

marido, podría llevar consigo a su madre y a su hermana

enferma. Un responsable del teatro le respondió que se

marchara de Moscú por cualquier medio a su alcance; otro,

en cambio, le dijo que no podía aconsejarla sobre lo que

debía hacer: «Usted ya no es artista del Bolshoi. El teatro

Bolshoi ha dejado de existir».

A Serguei Lemeshev (el tenor al que Werth situaba por

detrás de su rival Kozlovski) también lo dejaron en Moscú.

Cuando llegó a la estación de Kazán el tiempo era muy malo,


por lo que, liviano de ropa como iba, pronto empezó a sentir

frío mientras aguardaba sentado en su maleta a que lo

dejaran subir al tren. Los ferroviarios le recomendaron que

se marchara a casa a buscar ropa de abrigo, ya que el tren

tardaría todavía en salir. Lemeshev se fue a casa, se echó a

dormir un rato y, cuando se despertó, el tren ya había

partido. -30

El 16 de octubre, el día de la gran oleada de pánico,

Shostakovich volvió a ser evacuado, esta vez en tren. «La

Estación de Kazán ... estaba a reventar y en la plaza de

enfrente no cabía un alma», escribiría años más tarde un

conocido suyo:

En el interior de la estación, escritores, pintores,

músicos y artistas de los teatros Bolshoi y Vajtangov

estaban apretujados junto a sus pertenencias, tratando de

buscar una posición lo más cómoda posible. Con un sonido


estridente los altavoces iban dando aviso tras aviso, hasta

que informaron de que el tren que debíamos tomar estaba

ya preparado. La gente se colgó sus mochilas, recogió sus

maletas y sus hatillos y se dirigió al andén, envuelto en una

terrible oscuridad. Todos íbamos empujándonos y dándonos


golpes con nuestras cosas, chapoteando sobre la nieve

derretida. Para un grupo entero de artistas teníamos un

único billete, que, en medio de la aglomeración, se nos

partió por la mitad. Nos habían asignado el vagón n.° 7,

frente al cual ya se había formado una cola. Había una

persona que guardaba la puerta de entrada diciendo a

voces: «¡Este vagón es solo para el teatro Bolshoi!». -31

Un Shostakovich desconcertado se encontraba también

allí con su esposa y sus hijos, sujetando una máquina de

coser en una mano y un orinal infantil en la otra. Finalmente

lo dejaron subirse al vagón ocupado por los artistas del

Bolshoi, entre cuyos pasajeros también se contaban los

compositores Jachaturian [Khachaturian], Jrennikov

[Khrennikov], Kabalevski y Shebalin. Entre los sollozos de

algunas de las mujeres del Bolshoi, el abarrotadísimo tren se

puso en marcha, momento en que Shostakovich descubrió

que se había dejado las dos maletas en el andén y que solo

disponía del viejo traje que llevaba puesto. Los demás

pasajeros se aprestaron a darle calcetines, una camisa

limpia y otras prendas. El compositor se debatía entre dos

opciones contrapuestas. Por una parte, podía no bajarse del


tren hasta llegar a Siberia o Asia Central, donde, tal como

algunos le habían dicho, no solo estaría completamente a

salvo sino también mejor alimentado; por otra, podía

apearse directamente en Kuibyshev, ya que, como otros le

habían asegurado, sería una pesadilla proseguir el viaje más

allá de esa ciudad, en la que, además, el gobierno y la gente

del Bolshoi podrían atenderlo mejor. Finalmente, el

compositor se decidió por Kuibyshev, adonde el tren llegó

tras siete largos días con sus correspondientes noches.

Shostakovich y su familia se vieron apretujados, junto con

otras catorce personas, en el aula de una escuela donde

todos dormían en el suelo, hasta que posteriormente le


asignaron una habitación propia con piano de cola.

Al principio Shostakovich se sentía incapaz de trabajar

en su nueva sinfonía: «Tan pronto subí al tren, la congoja se

apoderó de mí ... No puedo componer precisamente ahora,

sabiendo cuánta gente está perdiendo la vida».-32 Sin

embargo, cuando llegó la noticia de que los alemanes habían

sido derrotados a las afueras de Moscú, Shostakovich acabó

la sinfonía en menos de dos semanas, en una eclosión de

exuberante energía creativa. Finalizada el 27 de diciembre,


fue estrenada en Kuibyshev el 5 de marzo de 1942 e

interpretada por primera vez en Moscú a finales del mismo

mes. El concierto de la capital, al que asistió Irina Antonova,

tuvo lugar en horario matinal, de modo que justo al acabar

la sinfonía se produjo un ataque aéreo alemán que obligó al

público asistente a dirigirse a los refugios. La obra se

convirtió de inmediato en un éxito mundial y fue

interpretada en Londres por Henry Wood, coincidiendo con el

primer aniversario del ataque alemán. También pudo

escucharse en la Leningrado sitiada, donde fue ejecutada

bajo la batuta de Karl Eliasberg por una orquesta

improvisada, algunos de cuyos músicos no llegaron a

sobrevivir a los ensayos, pues cayeron víctimas de inanición.

Al igual que el desfile de la Plaza Roja del 7 de

noviembre de 1941, ese concierto en la ciudad que daría

nombre a la Séptima Sinfonía de Shostakovich, Leningrado,

permanece en la memoria como un símbolo de la resistencia

soviética. Según se empeñaron en afirmar las autoridades,

el motivo conductor de la sinfonía no era otro que la invasión

nazi de la Unión Soviética, si bien los críticos han

argumentado posteriormente que la obra representaba una


crítica velada contra el régimen comunista. Después de

haber interpretado la sinfonía en su versión para piano ante

sus compañeros de exilio, el propio Shostakovich diría: «La

música, la música real, no puede verse supeditada

literalmente a un tema. El nacionalsocialismo no es la única

forma de fascismo; esta música trata de todas las formas de

terror, de esclavitud, de sometimiento del espíritu».-33

Los estudios cinematográficos MosFilm y LenFilm fueron

enviados a Alma Ata, en el Kazajstán, junto con sus

principales directores y artistas, así como con el personal

técnico correspondiente. -34 Lidia Smirnova acompañó al

equipo de rodaje de la película Un muchacho de nuestra

ciudad, basada en la obra del escritor Konstantiv Simonov

en la que Smirnova daba vida a la protagonista femenina.

Su marido Serguei le había pedido al director de la película,

Aleksandr Stolper, que se cuidara de ella, lo que este hizo

con tal celo que la actriz se pasó gran parte de las semanas

y meses siguientes tratando de ignorar sus excesivas

atenciones. El tren en el que iban fue atacado por un avión

alemán, lo que les obligó a buscar refugio en los bosques

próximos. Por lo demás, el viaje duró tanto que empezaron


a quedarse sin comida, hasta que por fin llegaron a Alma

Ata, donde se encontraron con un tiempo deliciosamente

otoñal,

bien opuesto al frío y a la humedad que habían dejado al

salir de Moscú. Aunque las condiciones de vida en su lugar

de destino no eran fáciles –pues la mayoría de actores tenía

que compartir habitación en un hotel con un único cuarto de

baño por planta, en principio había suficiente comida y un

buen número de tiendas, sin olvidar las manzanas que

daban merecida fama a la ciudad.

A ella llegaron también posteriormente otros artistas,

como el guionista Aleksei Kapler, quien había sido el amante

de Svetlana, la hija de Stalin, y había pagado por tal osadía

con un tiempo de estancia en la Lubianka. -35 Junto a él

figuraba también Roman Karmen, el director de noticiarios

cinematográficos que había cubierto los conflictos bélicos de

España y China y cuya esposa había sido amante de Vasili

Stalin, hasta que el padre de este ordenó que regresara con

su esposo. A ellos se añadían el escritor Mijail Zoshchenko,

los actores y directores huidos de Leningrado antes de que

se cerrara el cerco sobre esa ciudad y el compositor Serguei


Prokofiev, que vivía, junto con su esposa y dos hijos

pequeños, en el mismo hotel que Smirnova. Prokofiev se

hallaba en esos momentos componiendo la partitura de La


Cenicienta y tanto repetía una y otra vez las dos mismas

notas al piano que a Smirnova le entraron ganas de darle un

sartenazo en la cabeza. Solo más tarde, confesó la actriz en

sus memorias, se enteraría de que la víctima de su ira iba a

acabar siendo un genio de la música.

El rodaje de Un muchacho de nuestra ciudad continuó

en Alma Ata, donde también estaban Vsevolod Pudovkin,

dirigiendo otra película, y Serguei Eisenstein, que trabajaba

en Ivan el Terrible. Los medios técnicos eran muy

rudimentarios, imperaba un frío glacial y solo había un

estudio, por lo que los tres equipos tenían que trabajar en

turnos, como no deja de apreciarse en la versión final de las

películas.

Smirnova se pasó meses sin saber de su marido, a

quien a principios de otoño había acompañado hasta su

regimiento de voluntarios a las afueras de Moscú.

Finalmente acabó llegando hasta ella la noticia de que su

regimiento se había retirado en desbandada al toparse con


la firme resistencia de los alemanes en la carretera de

Mozhaisk. El marido de Smirnova volvió a su trinchera

atravesando la cortina de fuego enemiga, para recoger unos

papeles que se había dejado allí y a partir de entonces se lo

dio por desaparecido, sin que ninguna de

sus postales llegara nunca a manos de Smirnova ni esta

volviera a verlo jamás.

Puesto que entonces había todavía menos espacio

disponible, la gente tenía que dormir en los patios de

butacas de los cines. Los artistas –la esposa del director

Fridrij Ermler y la propia Smirnova cambiaron sus

pertenencias por comida y la esposa de Pudovkin llegó a

vender las corbatas y los zapatos dorados de su esposo.

Entretanto los piojos se multiplicaron, se propagó el tifus y a

la postre Smirnova –que permaneció en Alma Ata hasta

finales de 1943 -36 fue víctima tanto de los primeros como

del último.

Los pintores y los escultores que ocupaban las

viviendas situadas enfrente del antiguo edificio de Correos

de Moscú fueron evacuados a Samarcanda, en el Asia

Central. Tardaron en llegar seis semanas y a algunos les


pareció que ni siquiera allí iban a estar lo suficientemente

lejos de los alemanes. Entre los pasajeros se contaban Raisa

Labas, su hermana y el joven Yuli, los pintores Vladimir

Tatlin y Vladimir Favorski, así como Robert Falk, el primer

marido de Raisa. Durante el viaje, el jefe de la oficina del

Partido de la Unión de Artistas, que pasaba de cuando en

cuando a verlos, le dijo a Favorski, quien se hallaba

acompañado de su mujer, de su hija de doce años Masha y

de su hijo menor Vania: «Usted no es ni judío ni bolchevique

y los alemanes son un pueblo civilizado. ¿Por qué abandona

Moscú? ¿De qué tiene miedo?».

Favorski replicó: «Luché como oficial de artillería en la

guerra ruso–japonesa y en la primera guerra mundial y

acabo de enterarme de que mi hijo mayor ha caído luchando

contra los alemanes. No soy bolchevique, pero soy ruso, así

que ya se está yendo ahora mismo de este coche...» y se

refirió entonces a él con tales palabras como el joven Yuri no

había oído nunca antes pronunciar.

En Samarcanda la familia Labas se alojó en un hotel,

pero Favorski y Falk, siendo dos de los más distinguidos

artistas de la Unión Soviética, hallaron acomodo en la


madraza instituida por Ulug Beg, el cultivado nieto de

Tamerlán el Grande, y ubicada en la gran plaza Registán de

esa ciudad.

Un grupo particular de personas fue objeto de medidas

especiales: los alemanes de Moscú. La comunidad germana

de la capital había sido respetada, si no demasiado

apreciada, a lo largo de casi dos siglos, desde que Pedro el

Grande, en primera instancia, y Catalina la Grande

posteriormente animaran a los alemanes a contribuir con sus

conocimientos a la modernización de Rusia y a establecerse,

por tanto, en el país. En ese sentido, incluso un líder menos

paranoico que Stalin se habría sentido inquieto ante la duda

de sobre quién iban a recaer las simpatías de ese colectivo

una vez iniciado el conflicto. Así, tan pronto se enteró de que


algunos campesinos alemanes habían dado la bienvenida a

las tropas germanas llegadas a Ucrania, Stalin dio orden a

Beria de deportar a todos los ciudadanos soviéticos de

origen alemán que todavía pudiera atrapar. El líder soviético

procedía con ellos, por tanto, de modo muy similar a como

hizo Churchill con los alemanes e italianos residentes en la

Gran Bretaña en 1940 o a como haría Roosevelt con los


japoneses de la costa oeste en 1942. -37

Así pues, el comandante Zhuravlëv recibió la orden de

deportar a los alemanes de Moscú al Kazajstán, en el Asia

Central, el 15 de diciembre, en un viaje en el que se les

permitiría llevar consigo doscientos kilogramos de equipaje

por persona y en el que contarían con alimentos y con

servicio médico. Al llegar, los expulsados serían alojados en

edificios vacíos, así como en granjas colectivas y estatales y,

en aquellos casos en los que no existiera alojamiento de ese

tipo, las autoridades les concederían préstamos para

construir sus propias viviendas. Diez días después de

iniciada la deportación, Zhuravlëv informó de que esta se

había desarrollado sin incidentes y de que habían

encontrado más alemanes residiendo en Moscú de los que él

había pensado, con un total de más mil personas detenidas

y más de diez mil deportadas. De estas últimas, un cuarenta

por 100 correspondía a obreros y casi la misma proporción a

empleados de oficinas, mientras que unos mil eran

campesinos y unos mil quinientos «individuos que no

desempeñan un trabajo socialmente útil». La orden de

deportación no se aplicó a aquellas personas de padre no


alemán, a los ancianos, a familias con varones en el ejército

y a «especialistas destacados» de utilidad para el régimen.

«Por razones operativas» no se llegó a deportar a otros

ciento cincuenta alemanes, lo que probablemente significaba

que se trataba de agentes que prestaban sus servicios al

gobierno soviético. Aparte de ello, se produjeron unos

cuantos suicidios y la policía recibió la orden de busca y

captura de diez personas que habían eludido la deportación.

-38

Los alemanes viajaron durante muchos días hacinados


en vagones antes de llegar a unos puntos de destino en los

que, como resultaba habitual, no se habían hecho

preparativos para acogerlos, por lo que, como mejor

pudieron, hubieron de construir sus propios alojamientos. En

conjunto, no recibieron un trato mucho peor que los

evacuados, quienes también hubieron de viajar durante

semanas en trenes faltos de todas las condiciones, para

verse después abandonados a su suerte en lugares

inhóspitos. Quienes de entre ellos eran militantes

comunistas pudieron incluso quedarse con su carné del

Partido. -39
Cuando la evacuación de Moscú se hubo completado,

quinientas fábricas y dos millones de personas habían sido

trasladados fuera de la ciudad, en una operación para la que

se requirieron más de setenta mil trenes -40 y que se dio

por finalizada el 25 de noviembre. -41


NOTAS
CAPÍTULO 13

1. Yu. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, Moscú, 2002, p. 28.

2. G. Kumanëv: .The Soviet Economy and the 1941

Evacuation», en Joseph L. Wieczyn ski: Operation

Barbarossa: The German Attack on the Soviet Union, June

22, 1941, C. Schlacks, Salt Lake City, 1993, p. 164.

3. Lista de visitantes de Stalin para el 24 de junio, en I.

Kovalchenko, et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45: Memuary i Arkhivnye

Dokumenty, Moscú, 1995, p. 58.

4. Resolución del GKO n.° 173, en Gorkov:

Gosudarstvenny Komitet Oborony Postanovlyaet, p. 33.

5. Michael Sadykiewicz: The Soviet Rail System, 2.ª

edición, Vienna (Virginia), 1990, pp. 88-93.

6. Cifras de Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, p. 166.

7. Alexander Boyd: The Soviet Air Force since 1918,

Macdonald & Jane's, Londres, 1977, pp. 189-190.


8. Boyd: Soviet Air Force since 1918, pp. 189-190.

9. Juliet Gardiner: Wartime: Britain 1939-1945,

Headline, Londres, 2004, p. 14.

10. Resolución del GKO n.° 165, en Gorkov,

Gosudarstvenny Komitet Oborony Postanovlyaet, p. 162.

11. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, p. 167.

12. Anna Nepomniashchaya [Nepomnyashchaya],

entrevista, 12 de marzo de 2002.

13. «Provai na Transporte, Giava Pervaya», Pochtovye

Vedomosti, 8, 17 de abril de 2001.

14. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, Moscú, 2003, p. 135.

15. Telegrama de la embajada de Moscú n.° 1282, de

12 de octubre de 1941 (PRO FC0371/29558, p. 6).

16. Despacho diplomático de Kuibyshev, n.° 1, de 22 de

octubre 1941 (PRO FC0371/29558, p. 30).

17. Yuli Labas, «Cherny sneg na Kuznetskom», Rodina,

6-7, 1999, pp. 36-37.

18. Elizabeth A. M. Wilson: Shostakovichh: ALife

Remembered, Faber, Londres, 1995, p. 149.


19. «Provai na Transporte, Giava Vtoraya», Pochtovye

Vedomosti, 8, 17 de abril de 2001.

20. Irina Antonova, entrevista, 19 de febrero de 2003.

21. Irma Goliamina, entrevista, 9 de diciembre de

2004.

22. PRO FC0371/29558, pp. 46-55.

23. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu, p.

128.

24. Andrei Sajarov: Memoirs, Knopf, Nueva York, 1990,

pp. 43-45. (Hay trad. esp. de M. E. Aparicio: Memorias,

Plaza & Janes, Barcelona, 1991.)

25. Sajarov: Memoirs, p. 45.

26. Sajarov: Memoirs, p. 52.

27. Sajarov: Memoirs, p. 54.

28. Artículo de Svetlana Makarenko en

<www.peoples.ru/family/children/-efron/>. Elaine Feinstein

afirma que el hijo de Tsvietayeva murió en la batalla de

Moscú (A Captive Lion: the lift of Marina Tsvetayeva,

Hutchinson, Londres, 1987, p. 270). Pero en aquellas fechas

habría seguido siendo demasiado joven para incorporarse al

ejército y lo habría tenido muy difícil para llegar a Moscú


desde Yelabuga, en el tiempo disponible.

29. H. Segal: «Drama of Struggle», en Richard Stites

(ed.): Culture and Entertainment in Wartime Russia, Indiana

Univ. Press, Bloomington, 1995, p. 108.

30. Ensayo de M. Gorinov sobre el teatro en Moscú, de

noviembre de 1941, en Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya

1941-1942, Moscú, 2001, p. 366.

31. Wilson: Shostakovich, p. 150.

32. Wilson: Shostakovich, p. 153.

33. Wilson: Shostakovich, p. 158.

34. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, p. 162.

35. Yuri Zakrevski: Nashe Rodnoe Kino, ITRK, Moscú,

2004, p. 41.

36. Lidia Smirnova, entrevista, 19 de abril 2003; y su

libro Moya Liubov, Moscú, 2001 (Vagrius, Moscú, 1997).

37. Informe n.° 28, de 3 de agosto de 1941, por el

consejo militar del frente sur, en Kovalchenko et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45, p. 77.

38. Resolución del GKO n.º 636; orden de Beria n.°

1237, de 8 de septiembre de 1941; informe del comandante


Zhuravlev n.° 1/732, de 19 de septiembre de 1941, para

Beria, en Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45, pp. 77-79.

39. Esta es la conclusión, en cierta medida poco

intuitiva, de Robert Conquest, quien no está nunca dispuesto

a conceder a las autoridades soviéticas el beneficio de la

duda; véase The Nation Killers: the Soviet deportation of


nationalities, Macmillan, Londres, 1970, p. 109.

40. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, pp. 163-164.

41. Registro de una conversación con un destacado

oficial de los ferrocarriles, 6 de enero de 1944, en Gorinov

(ed.): Moskva Priféontovaya 1941-1942, pp. 280-28).


14
EL TORRENTE CRECE

En tiempos normales, las pequeñas estaciones de la

línea que daba servicio a la zona de dachas de los

alrededores de Moscú solían quedar prácticamente cerradas

a finales de otoño, del mismo modo que los quioscos verdes,

azules o amarillos donde se tomaban algo quienes iban a

pasar allí el fin de semana en verano.

En cambio, a finales del otoño de 1941 si bien los

quioscos tenían ya las puertas cerradas, como era habitual

en esas fechas, los andenes de sus estaciones se hallaban

abarrotados de soldados que iban y venían del frente.

También lo estaban de civiles –más mujeres que hombres–

que, vestidos con abrigos, chaquetas acolchadas, botas,

pantalones de esquiar y manoplas, y provistos de picos y

palas, se dirigían a las afueras de Moscú para cavar zanjas

defensivas alrededor de la capital. Las nuevas locomotoras

eléctricas de los trenes de cercanías –conocidas como

elektrichki– habían sido conducidas al este y desprovistas

del cable que les suministraba electricidad y que,


convenientemente enrollado en tambores, se había enviado

a la retaguardia a fin de utilizar su cobre para fabricar armas

y municiones. De ese modo, en lugar de elektrichki

circulaban trenes con renqueantes máquinas de vapor que

iban despidiendo grandes nubes de humo negro.

Moscú se iba convirtiendo en una fortaleza mientras

tres nuevas líneas defensivas iban tomando forma: la que

coincidía con el anillo ferroviario exterior y las que lo hacían

con las antiguas fortificaciones concéntricas de la capital es


decir, la ronda de los Jardines y la de los Bulevares, en el

centro mismo de la ciudad (véase el mapa 1). Yevgueni

Anufriev, Vladimir Frolov, Yevgueni Teleguev, sus camaradas

de la OMSBON y de la división Dzerzhinski, junto con

decenas de miles de otros soldados y civiles habían erigido

barricadas en las carreteras que entraban en Moscú,

utilizando sacos terreros que parecían de harina, al estar

cubiertos de una capa de fina nieve. En las barricadas se

habían establecido puestos de tiro protegidos por planchas

blindadas y solo quedaba libre el espacio justo para que

pasaran los coches. Los edificios de cada esquina albergaban

nidos de ametralladora construidos en posiciones


fortificadas, mientras que se habían emplazado

ametralladoras y destacamentos antitanque en ventanas

tapiadas y en balconadas.

Aunque el transporte municipal volvía a funcionar, la

mayor parte de los vehículos había sido requisada para fines

militares. Así, los autobuses de la línea 21 cruzaban la

carretera de Volokolamsk para llevar tropas de refuerzo

hasta Krasnogorsk, a unos quince kilómetros del frente

mismo, al tiempo que otros autobuses eran usados como

ambulancias. Los tranvías circulaban llenos de cabo a rabo

de voluntarios y transportaban fusiles, cajas de munición y

cocinas de campaña en sus plataformas. De la parte trasera

de cada tranvía pendía un trapo blanco para que, a falta de

luces, el conductor del siguiente tranvía pudiera advertir su

presencia en la oscuridad, por mucho que esta se veía

interrumpida de todas maneras por los chispazos eléctricos

del trole en contacto con el cable conductor. -1

Los alemanes capturados en octubre se jactaban ante

sus vigilantes de que la Wehrmacht desfilaría por la Plaza

Roja el 7 de noviembre, día del aniversario de la Revolución,

pues así lo había dicho Hitler. -2


También Stalin se planteaba cómo debía conmemorar

un aniversario, que, cualquier otro año, habría sido objeto

de una celebración formal organizada por el Ayuntamiento


de Moscú el 6 de noviembre y de un desfile militar con

participación de obreros y campesinos al día siguiente en la

Plaza Roja. Por ello, Stalin preguntó al general Artemiev y a

los comandantes de la Fuerza Aérea si el desfile debería

celebrarse en la forma acostumbrada.

Sus generales, atónitos, le plantearon gran número de

objeciones, diciendo que los alemanes podrían bombardearlo

y que, de todas maneras, sería un desfile deslucido, ya que

todos los carros de combate y piezas de artillería se

encontraban en el frente y solo se podría reclutar un escaso

contingente de tropas de infantería. Stalin los reconvino con

acritud, planteándoles si eran conscientes del significado

político que correspondía a tal desfile en este momento

crucial y ese argumento acabó convenciéndolos. -3 A fin de

recabar una segunda opinión, Stalin consultó la cuestión a

Zhukov, quien le dijo que era improbable que los alemanes

lanzaran a corto plazo una ofensiva terrestre, ya que

estaban reagrupando sus fuerzas, después de haber sufrido


graves pérdidas durante los combates de octubre. En opinión

de Zhukov, el desfile podía tener lugar si la defensa aérea de

Moscú se veía reforzada mediante cazas llevados de los

frentes adyacentes. -4 Contando con esas garantías, Stalin

decidió seguir adelante tanto con la celebración formal como

con el desfile.

Artemiev consiguió finalmente reunir a un total de

veintiocho mil hombres, -5 echando mano tanto de cadetes

y tropas de infantería como de veteranos de la Revolución y

de soldados y jinetes de la división Dzerzhinski, sumados a

dos regimientos de artillería y dos batallones de carros. El

general volvió a ver a Stalin el 30 de octubre y, al

preguntarle a qué hora debía empezar el desfile, obtuvo la

siguiente respuesta: «Asegúrese de que nadie lo sepa hasta

el último minuto y ni siquiera me lo diga a mí hasta después

de la ceremonia del 6 de noviembre».-6

Por decisión de Stalin esta última ceremonia tendría

lugar en la estación de metro de Mayakovski, en la calle

Gorki, por ser no solo la situada a más profundidad, sino la

más suntuosa de todo Moscú. El mismo Stalin fue a

inspeccionarla la tarde del 5 de noviembre, rodeado de sus


generales y de miembros del gobierno. De inmediato

comenzaron unos frenéticos preparativos que incluían la

prohibición –a todos los trenes– de detenerse en esa parada.

A partir de las siete de la mañana del día siguiente las

únicas personas a las que se permitió el acceso fueron las

portadoras de pases expedidos por la NKVD. En un lado de

la estación se instaló una tribuna llevada expresamente

desde el teatro Bolshoi y revestida con alfombras, tras de la

cual se erguía un busto de Lenin.

Por todas partes podían verse flores y carteles que ornaban

una sala cuyos asientos procedían de los teatros de la plaza

Mayakovski. Por encima de las escaleras mecánicas ondeaba

la pancarta de rigor: o ¡Viva el 24.° aniversario de la

revolución de octubre!». Shamshin, el ingeniero jefe de

sonido de la Radio Municipal de Moscú, lidiaba con la terrible

acústica de la estación a fin de poder instalar un sistema de

megafonía. -7 Escoltados por cazas, tres de los mejores

cantantes del Bolshoi –Kozlovski, Reizen y Barsova– fueron

trasladados en avión desde los lugares a donde habían sido

evacuados, sin que nadie les dijera el porqué de tan

repentino viaje a la capital. -8


Las invitaciones se enviaron en el último minuto, como

en el caso de V. A. Kolosova, la secretaria del Partido de la

Tréjgorka, que recibió la suya cuando estaba reunida con el

secretario del comité del Partido del raion de Krasnaya

Presnia. Acto seguido fue conducida, junto con sus

camaradas, a un autobús que partió, sin que supieran de

antemano adónde, hacia la estación de Mayakovski. Allí se

hallaban estacionados diferentes trenes en un andén,

algunos de los cuales habían sido convertidos en

guardarropías, mientras otros hacían las veces de

improvisados vagones-restaurante en los que se ofrecían té,

bocadillos e incluso mandarinas, exquisiteces que la

población no había llegado a ver nunca, ni siquiera en

tiempos de paz. Levitan, el locutor de radio, se hallaba en el

vagón reservado a los artistas que habían de actuar aquella

noche, poniendo a punto su equipo para radiar el evento a


toda la Unión Soviética. La guardia de honor, emplazada tras

la tribuna, estaba integrada por tanquistas, marineros,

unidades de montaña y una muchacha que regularmente se

iba situando, en periodos de cinco minutos, junto al busto de

Lenin. -9 Entre los asistentes había muchas personas


uniformadas que, sin lugar a dudas, habían llegado

directamente del frente.

A las siete de la tarde un tren especial hizo su aparición

en el otro andén. Una vez se hubieron abierto, muy

despacio, las puertas, el primero en salir fue Stalin, seguido

por miembros del Politburó, del gobierno y del Ayuntamiento

de Moscú, siendo todos ellos objeto de un aplauso que se

prolongó durante casi diez minutos. Kolosova no pudo dejar

de observar que el líder soviético tenía los cabellos más

blancos y presentaba un aspecto más desmejorado que

cuando lo había visto por última vez con ocasión del desfile

del Primero de Mayo: la tensión de la guerra empezaba a

dejar secuelas.

Puesto que el Ayuntamiento de Moscú ejercía de

anfitrión del acto, su inauguración corrió a cargo del alcalde

de la ciudad, Pronin, quien cedió después la palabra a Stalin.

En ese momento los observadores encargados de dar el

primer aviso de un ataque aéreo informaron de que un avión

enemigo se aproximaba a la ciudad. Aunque se procedió a

preparar las baterías antiaéreas y a disponer a toda prisa los

cazas para el despegue, el coronel Lapirov, desde su puesto


en el MPVO, tomó la arriesgada decisión de no hacer sonar

la alarma aérea, puesto que ello habría supuesto interrumpir

la transmisión en directo de la ceremonia. Por ello no hizo

sino eludir las preguntas que se le formulaban desde la

estación de Mayakosvki, replicando que todo se encontraba

en calma. Posteriormente, los rusos afirmarían que

doscientos cincuenta aviones alemanes habían atacado la

ciudad, de los que 34 fueron derribados a las afueras de

Moscú, sin que ninguno lograra llegar hasta el centro de la

capital. -10 Estas cifras parecen, no obstante,

desmesuradas, toda vez que, por una parte, el servicio

central de ambulancias de la ciudad informó de que el


ataque aéreo había durado únicamente desde las 17.25

hasta las 18.20 y de que no se había producido ninguna

salida aquella noche, mientras que, por otra parte, los

historiadores alemanes suelen pasar por alto esa incursión. -


11
La audiencia congregada en la estación escuchaba en

completo silencio cómo Stalin hablaba, de forma

deliberadamente sencilla, con su habitual acento georgiano.

A causa de la deficiente acústica de la sala no siempre se

podían distinguir bien sus palabras, que, por otra parte, a

veces no llegaban a oírse siquiera ante el clamor de los

asistentes. Haciendo uso de su lógica característica –

inapelable, contundente e irresistible, Stalin empezó por

proclamar que en cuatro meses de guerra los alemanes

habían perdido cuatro millones y medio de hombres, frente

a unas pérdidas propias estimadas en trescientos cincuenta

mil muertos, trescientos setenta y ocho mil desaparecidos y

poco más de un millón de heridos. Tales datos resultaban,

por supuesto, manifiestamente falsos; ni siquiera entre los

convocados faltaron escépticos a quienes les parecían

inverosímiles. -12 Stalin prosiguió analizando –en términos


razonablemente objetivos– por qué la blitzkrieg contra Rusia

estaba condenada a acabar con la derrota germana. En

1940, la descomposición interna de su sistema político dejó


a los franceses sin voluntad para combatir al enemigo, por lo

que los alemanes pensaron que también en la Unión

Soviética entrarían en juego fuerzas desintegradoras

similares y que las derrotas iniciales del Ejército Rojo

acabarían con la moral de las tropas y sembrarían la

discordia entre los diferentes pueblos que integraban la

URSS. Cualquier otro Estado que hubiese perdido un

territorio tan vasto, afirmó Stalin, podría perfectamente

haberse desmoronado, pero el hecho de que la Unión

Soviética se hubiera mantenido unida no era sino un tributo

al régimen que la gobernaba.

Los alemanes, prosiguió Stalin, habían sobrevalorado

en exceso su propio potencial e infravalorado el del Ejército

Rojo, menos experimentada que una Wehrmacht ya

fogueada en muchas batallas. Sin duda, el ejército germano

había contado con la ventaja del factor sorpresa, así como

con una abrumadora superioridad en carros de combate y

aviación. Sin embargo, a medida que se adentraba en Rusia,

sus líneas de comunicación resultaban cada vez más

extensas y, por tanto, más vulnerables al ataque de los

partisanos soviéticos.
Además, recalcó Stalin, la Unión Soviética no se

encontraba sola, sino que contaba con el apoyo de las

democracias occidentales, con las que los alemanes

pensaron que la Unión Soviética nunca llegaría a aliarse. Ello

no obstante –y a diferencia de Alemania, Gran Bretaña y

Estados Unidos, aun siendo países capitalistas, constituían

regímenes democráticos, cuya alianza con la Unión Soviética

representaba una pujante realidad. De ese modo, y aunque

británicos y estadounidenses no hubieran iniciado las

hostilidades en el frente oeste, sí estaban suministrando a

los rusos carros de combate y aviones, aluminio y plomo,

níquel y caucho. La derrota nazi era, así pues, inevitable,

puesto que entre los tres países aliados podrían superar la

producción de Alemania y porque, por encima de todo,

contaban con la ventaja moral de librar una guerra

defensiva: una guerra de liberación contra un poder

imperialista que había sometido bajo su yugo a la mayor

parte de las naciones de la Europa continental.

Stalin concluyó profiriendo las exaltadas proclamas

propias de la propaganda soviética: «¡Luchemos por liberar

a los pueblos que gimen bajo el yugo de la tiranía hitleriana!


¡Larga vida a nuestro Ejército Rojo y a nuestra Armada Roja!

¡Larga vida a nuestra gloriosa Patria!», y volviendo a

afirmar: «Nuestra causa es justa, el enemigo será vencido,

la victoria será nuestra».

Los asistentes aplaudieron hasta que empezaron a

dolerles las manos. Kolosova, que era una mujer menuda,

fue alzada en hombros para ver mejor lo que pasaba en la

tribuna, y el resto del público se subió a las sillas,

desafiando la presencia de los guardias de la NKVD. Una

orquesta interpretó La Internacional y se inició el concierto,


después de que, en la lejana Kuibyshev, los diplomáticos

evacuados hubieran escuchado «la transmisión desde Moscú

del discurso pronunciado por el señor Stalin, del que nadie

de los presentes en el teatro entendió una sola palabra».

Una vez más, los británicos lo atribuyeron al carácter más

escrito que oral del discurso, señalando además que «el

acento del señor Stalin resultaba algo enervante a oídos

rusos y su intervención había sido vacilante e insulsa». -13

Acabado el concierto, y a pesar de las exigencias de los

guardias de la NKVD, el público asistente se negó a irse

hasta que hubiera partido el tren de Stalin: «¿Pero a quiénes


os creéis que estáis echando con esos empujones? Nos

iremos cuando nos dé la gana».

En esos momentos el general Artemiev anunció a Stalin

que el desfile del día siguiente comenzaría a las ocho de la

mañana, es decir, dos horas antes de lo habitual, para

confundir a los alemanes, a lo que Stalin respondió que el

desfile no habría de interrumpirse ni siquiera en el caso de

un ataque germano. -14 El general Sinilov, que acababa de

tomar posesión del cargo de comandante de Moscú, era el

encargado de organizar los preparativos del desfile. En

tiempo de paz, habría dispuesto de un mes y medio o más,

y de soldados regulares con muchas horas de instrucción a

sus espaldas. Ahora solo contaba con unos pocos días y

muchos de sus soldados eran reclutas novatos que, sin la

más mínima idea de cómo desfilar, necesitaban tiempo de

práctica. A fin de asegurarse de que nadie tuviera la menor

idea de lo que se estaba preparando, Sinilov pretextó que

había que dar un empujón a la moral de los moscovitas y

que se iba a pasar revista públicamente

a las unidades que tenían que ir al frente hacia mediados de

noviembre, algo para lo que debía preparar a los soldados


adecuadamente.

En su mayoría, las tropas se dieron cuenta de que algo

se les estaba ocultando, como en el caso de Yevgueni

Teleguev y su unidad de la OMSBON, que dejaron de recibir


instrucción de combate a principios de noviembre y

comenzaron a desfilar en formación hasta cuatro horas

diarias. Lo que se les había dicho no resultaba consecuente

desde un punto de vista operativo, por lo que empezaron a

extraer sus propias conclusiones, deduciendo que iba a tener

lugar un desfile en el que ellos participarían. Recibieron

abrigos nuevos, sobre los que cosieron sus insignias,

limpiaron su equipo y sacaron brillo a las botas hasta que

pudieron verse las caras reflejadas en ellas. Practicaron en

los malecones del río Moscova, a fin de poder hallar refugio

bajo los puentes en caso de que aparecieran los

bombarderos alemanes, y a los sones de la música

interpretada por la banda militar de la división Dzerzhinski.

Pavel Gudz, el joven teniente de carros, y sus

compañeros tuvieron menos tiempo para ejercitarse que la

mayoría, ya que, después de que su unidad se hubiera visto

atacada en Ucrania, los supervivientes fueron trasladados en


tren a un campo de entrenamiento próximo a Moscú, en el

que se les dotó de tanques nuevos y se les asignaron

tripulaciones de recambio, en algunos casos terriblemente

inexpertas. A ello se añadía el hecho de que no supieron de

su participación en el desfile hasta bien entrada la tarde del

6 de noviembre. Entonces, bajo la única luz de la luna, Gudz

se puso en marcha con una compañía de carros y un camión

cargado de gasolina y aceite hacia el centro de Moscú,

atravesando las calles desiertas de la ciudad. Dejó

emplazado un tanque de reserva junto a la oficina central de

Telégrafos, en la calle Gorki, y se llevó los otros cuatro a sus

posiciones de partida en las inmediaciones de la Plaza Roja.

Tras ello, la recorrió a pie junto con sus oficiales para

hacerse una idea de lo que les esperaba, viendo cómo el

mausoleo de Lenin seguía camuflado bajo una lona. Pese a

ello, los centinelas montaban guardia junto a una tumba que

–para desconocimiento de la mayoría, incluido el propio

Gudz– se encontraba en realidad vacía.

En todas partes se percibía un ambiente de actividad

inconclusa, con bomberos (por poner un ejemplo) que,

relevados de sus tareas habituales, colgaban pancartas y


grandes retratos de Lenin y Stalin en la fachada de los GUM,

los grandes almacenes de la Plaza Roja. Por su parte,

Praskovia Sergueyeva [Sergueeva] y sus camaradas de la

242.ª división de voluntarios, que habían sufrido un duro

castigo en su retirada ante el avance alemán, se encontraron

con que, a su llegada a Moscú, recibieron equipo y

uniformes nuevos y –para su sorpresa– dos semanas de

instrucción para aprender a desfilar. A esas alturas se

estableció una unidad de urgencias con quirófano, dentro de

los propios GUM, al tiempo que se disponían ambulancias en

las calles adyacentes y en patios cercanos. Además se

establecieron salas de emergencias en el hospital militar de

Lefortovo y se hicieron los preparativos necesarios para

trasladar a los posibles heridos hasta hospitales de las

afueras, en caso de que se produjera un ataque aéreo

enemigo. -15

Para Gudz y sus hombres lo más importante era que no

hubiera hielo traicionero oculto bajo la nieve fina, ya que sin

él les resultaría más fácil mantener la alineación de los

carros cuando cruzaran la Plaza Roja al día siguiente. Al

mirar al cielo, se dieron cuenta de que la luna que podría


haber favorecido un bombardeo alemán iba cubriéndose de

nubes, disipando así el temor a que, con buen tiempo, la

aviación enemiga pudiera quebrantar incluso una decidida

defensa.

Finalmente, a las dos de la madrugada, el general

Sinilov transmitió las órdenes pertinentes a sus oficiales,

cuando pocos soldados habían llegado a dormir y en su

mayor parte se encontraban exhaustos después de tanta

instrucción. El comandante de la Academia de Artillería

Krasin hizo formar a sus somnolientos cadetes y les dijo

que, una vez llegaran a la Plaza Roja, debían mantener el

paso a toda costa. Al salir de sus cuarteles en Krasnaya

Presnia, no pudieron dejar de oír los gritos de civiles

asustados que les pedían: «¡No nos abandonéis! ¡Quedáos a

defender Moscú!».

Cuando el propio general Sinilov se puso en marcha,


todavía era de noche, nevaba y todo estaba cubierto de

blanca escarcha. El general se sentía muy nervioso, ya que

se trataba del primer gran acontecimiento en su nuevo

puesto y resultaba fácil que las cosas salieran mal. Con una

temperatura de seis grados bajo cero (impropia de la


estación), el suelo estaba verdaderamente resbaladizo, -16

por lo que de noche se echó sal sobre los adoquines de la

pendiente que conducía a la Plaza Roja.

Sin embargo, la nieve matutina volvió a cubrirlos y

ocasionó numerosos contratiempos a medida que avanzaban

los preparativos del desfile. Así, aquellos tanques que, en

lugar de acometer la pendiente acelerando, como habían

hecho otros, optaron por tomarla con más precaución se

encontraron patinando y derrapando, por lo que, al final,

tuvieron que ser remolcados por tractores. Sinilov, por su

parte, se multiplicaba, desgañitándose ante la tropa para

imponer disciplina o yendo y viniendo a toda prisa hasta el

mausoleo para informar de lo que estaba sucediendo.

Finalmente todo quedó dispuesto, con los soldados formados

en la Plaza Roja, mientras agujas de escarcha se iban

formando en sus bayonetas y ráfagas de viento iban

levantando remolinos de nieve en polvo. Shcherbakov se

había pasado la noche repartiendo invitaciones entre los

dirigentes de los RaiKom y los comités del Partido, de modo

que aquella afortunada minoría ocupaba ahora sus asientos,

en medio de un frío glacial, en la tribuna dispuesta a lo largo


del muro del Kremlin. Junto a ellos se hallaban los

corresponsales de la prensa extranjera, convocados para

difundir por todo el mundo las noticias sobre el desfile tan

pronto hubiera acabado.

Cinco minutos antes de las ocho Stalin, seguido de

Molotov, Kaganovich, Mikoyan, Shcherbakov, Pronin y los

demás, subió hasta un mausoleo despojado ya de su

camuflaje. La multitud prorrumpió en una ovación

contestada por el aplauso de sus líderes y por el propio

Stalin, que alzó los brazos a modo de saludo. El líder

soviético, señalando el cielo cubierto, hizo el siguiente

comentario a quienes lo acompañaban: «Los bolcheviques


tienen suerte. Dios está de su parte».-17 La nevada

arreciaba y el cielo fue tornándose gris hasta adquirir el

color de un capote militar. Si bien en un principio se había

previsto que el discurso de Stalin solo se transmitiera a

Moscú, el líder soviético instó más tarde a Pronin a dar las

órdenes necesarias para que fuera radiado a todo el país.

Pronin telefoneó al oficial de guardia de la oficina

central de Telégrafos y le espetó:

- Retransmita el discurso a toda la nación.


- No estoy autorizado. No tengo permiso de la NKVD.

- El general Serov se encuentra junto a mi. Ahora

hablará con usted. -18

El oficial obedeció.

En el momento en que las campanas del Kremlin

tocaron las ocho, el mariscal Budënny salió por la Puerta de

Spaski a lomos de un blanco corcel, mientras el comandante

del desfile, el general Artemiev, iba a su encuentro montado

igualmente en una cabalgadura. Hacía mucho tiempo que

Artemiev no iba a caballo, por lo que decidió escoger para la

ocasión una tranquila cabalgadura retinta. Cuando llegó el

momento de ponerse en marcha, el caballo –que resultó ser

tuerto– no avanzaba recto, sino tirando hacia la derecha.

Como mejor pudo, Artemiev consiguió dar novedades a

Budënny y ambos pasaron revista a las unidades, cuyas

tropas vitorearon a los generales con el tradicional

«¡Hurraaaa!». Tras la revista, Budënny se dirigió al

mausoleo para reunirse con las demás personalidades.

En cuanto Stalin empezó a hablar se hizo el silencio,

aunque Teleguev, por lo pronto, apenas pudo oír sus

palabras, ya que el eco se veía amortiguado por el efecto de


la nieve, así que hubo de leer su discurso en el periódico al

día siguiente. Por oposición a su mesurada y analítica

alocución en la estación de Mayakovski, la intervención de

Stalin fue esta vez breve y persuasiva y arrancó con las

siguientes palabras:

¡Camaradas soldados y marineros, comandantes

militares y jefes políticos, obreros, trabajadores de las

granjas colectivas y trabajadores intelectuales, hermanos y

hermanas de los territorios ocupados, que os encontráis, por

poco tiempo, bajo el yugo de los bandidos alemanes,

gloriosos partisanos que estáis aniquilando al invasor en su

retaguardia!

El país –admitió Stalin– se encontraba en una situación

difícil pero más difícil había sido la que el incipiente Estado

soviético había afrontado durante la guerra civil y la

consiguiente intervención extranjera y tal como la Unión

Soviética había salido entonces victoriosa, así volvería a

suceder ahora. El enemigo no era tan poderoso como

algunos intelectuales timoratos parecían pensar –una frase

que los intelectuales moscovitas deploraron hondamente en

cuanto la oyeron– y los alemanes estaban abocados a la


catástrofe.

Habían perdido cuatro millones y medio de soldados en

cuatro meses y la agitación comenzaba a extenderse no solo

entre los pueblos europeos conquistados, sino también entre

los mismos alemanes. «Dentro de unos pocos meses, de

medio año, de poco más de un año –afirmó Stalin con un

optimismo fuera de lugar, la Alemania hitleriana se

derrumbará bajo el peso de sus propios crímenes».

Stalin prosiguió:

El mundo entero os contempla, porque sois vosotros los

que podéis destruir a las hordas de saqueadores del ejército

invasor. Los pueblos esclavizados de Europa os miran como

a sus libertadores ... ¡Sed dignos de vuestra misión! Vuestra

guerra es una guerra de liberación, una guerra justa. ¡Que

en ella os inspire el valeroso ejemplo de nuestros grandes

antepasados, de Aleksandr Nevsky, Dimitri Donskoi, Kuzma

Minin, Dimitri Pozharski, Aleksandr Suvorov y Mijail Kutuzov,

los victoriosos generales de las primeras guerras rusas

contra el enemigo extranjero! -19

Sus palabras finales –«¡Muerte al invasor alemán!»–

fueron contestadas con otro estruendoso ¡Hurra!» que


recorrió la enorme plaza de un extremo a otro. Los cañones

dispararon sus estruendosas salvas de saludo y las bandas

entonaron La Internacional mientras el redoble de tambores

daba paso a una marcha militar con la que se iniciaba el

desfile, encabezado por los cadetes de la Academia de

Artillería Krasin. -20

Cualquiera que haya participado en un gran desfile sabe

de la electrizante sensación que se experimenta al oír las

rotundas órdenes de mando, del enardecimiento que genera

la música militar, de la contagiosa emoción de actuar como

un solo hombre bajo una única voluntad. No obstante, en

aquellos momentos todas las personas congregadas en la

Plaza Roja se sentían desbordadas por el entusiasmo de ser

partícipes de un magno acto de desafío y de afirmación

patriótica, en el que Markov y Ogryzko desfilaron con la

división Dzerzhinski mientras Teleguev y Anufriev lo hacían

con la OMSBON. Todos los soldados lucían uniforme de

combate, armamento y equipo completo (este último

ligeramente espolvoreado de nieve). Muchos de ellos no

habían estado nunca en un gran desfile y la mayoría no

había visto jamás a Stalin en persona.


Sin embargo, pese a su falta de experiencia y a que las

marcas que habían de guiar sus pasos habían quedado

ocultas bajo la nieve, todos desfilaron impecablemente,

marchando en filas de a veinte y sin perder en ningún

momento la formación durante los veinte minutos que

tardaron en pasar por delante del mausoleo. A la postre su

desfile se desarrolló como si hubieran estado practicando

durante semanas en condiciones óptimas.

Tras ellos aparecieron destacamentos de obreros

armados y miembros de la milicia de voluntarios, vestidos

todos ellos de civil con chaquetas forradas o de vellón, botas

de felpa o piel y gorros de piel con o sin orejeras, así como

gorras de tiempos de la guerra civil, a la vez que

pertrechados con todo tipo de fusiles, carabinas y armas

anticarro.

El ritmo de la música cambió cuando la caballería hizo

acto de presencia en la plaza: los corceles, agrupados según


raza y color, trotaban disciplinadamente en filas, mientras

sus jinetes portaban lanzas engalanadas con banderolas. A

continuación salieron unidades móviles con ametralladoras,

que traqueteaban en carros tirados por ponis de pelaje


largo, y tras ellos la infantería motorizada, dispuesta en

columnas perfectamente alineadas, así como las unidades de

morteros, de artillería de campaña y antiaérea; en este

último caso, con todos sus proyectiles dispuestos, por si los

alemanes llegaban a atacar.

A las nueve de la mañana, y con su característico

chirriar de cadenas, aparecieron en la plaza los carros de

combate, una abigarrada mezcolanza de diferentes modelos

que el general Artemiev había conseguido reunir echando

mano de cuanto hubiera disponible en esos momentos por

Moscú. Hasta doscientos vehículos hicieron su entrada en la

Plaza Roja, entre tanquetas sin apenas capacidad ofensiva,

carros T–34 y los poderosos KV, dejando tras de sí una

estela de humo y nieve en polvo. Fue en ese momento

cuando sucedió un incidente inesperado, ya que, una vez

hubo pasado por delante del mausoleo donde se

encontraban Stalin y las otras autoridades el último KV, uno

de los tanques dio media vuelta y emprendió la marcha en

sentido contrario, seguido por otro carro. El general Sinilov

recibió la orden de averiguar qué había pasado y castigar

severamente al culpable. Este resultó ser un joven tanquista


que, tras emerger de la torreta del primer KV que había

cambiado de sentido, explicó que otro carro

le había dado aviso de que se hallaba en dificultades y que,

de acuerdo con las instrucciones, había acudido en su

auxilio, al igual que el KV que lo seguía. En medio de la

confusión, Sinilov fue incapaz de identificar el carro que

había solicitado ayuda y el incidente pasó sin más entre las

risas de Stalin y de quienes con él presenciaban el desfile

desde el mausoleo.

Aunque se había previsto también una exhibición aérea,

con trescientos aviones listos para despegar, el mal tiempo

la hizo imposible, con lo que se dio por terminado el desfile

y las autoridades empezaron a abandonar el mausoleo. -21

Gudz hizo repostar sus tanques y, atravesando la carretera

de Volokolamsk, se dirigió de vuelta a sus posiciones en el

frente, tal como hicieron igualmente las unidades de

artillería y otros destacamentos acorazados. La mayor parte

de las tropas de infantería regresó a sus cuarteles, donde

cada soldado recibió cien gramos de vodka.

Hubo, con todo, otro contratiempo, relacionado con la

filmación del desfile por parte del noticiario Moskinojronika.


Los técnicos siempre acudían al lugar donde se iba a

celebrar el desfile con dos horas de antelación, a fin de tener

los equipos de rodaje dispuestos para cuando llegaran los

operadores, media hora antes de que empezara el desfile

propiamente dicho, a las diez de la mañana. En esa ocasión,

como de costumbre, llegaron a la Plaza Roja a las ocho en

punto y, cuál no fue su sorpresa cuando, consternados,

vieron a las tropas formadas y a Stalin ya en la tribuna. Sin

perder los nervios, los operadores empezaron a rodar, pero,

no habiendo tenido tiempo de instalar los equipos de sonido,

filmaron todo el desfile, incluido el discurso de Stalin, sin

voz.

Cuando Beliakov, el cámara jefe, se presentó en la

Plaza Roja, ya no quedaba nadie, puesto que el desfile había

acabado, Stalin se había marchado y las tropas también.

Beliakov y sus compañeros se quedaron sin saber qué hacer

y con semblante pesaroso, pues no habían llegado a grabar

un acontecimiento histórico y temían por lo que pudiera

pasarles. En eso apareció un general de la NKVD que les

dijo: «El gobierno sabe que el discurso del camarada Stalin

no ha sido grabado». Beliakov se puso lívido de pánico, las


piernas le temblaban. «Sin embargo –prosiguió el general,

ustedes no son responsables, puesto que ha sido la NKVD la

que no los ha advertido a tiempo de que se había cambiado

la hora de inicio del desfile.»

Stalin se mostró dispuesto a que lo filmaran de nuevo, esta

vez con voz, por lo que los técnicos dispusieron una

reproducción del mausoleo en la gran sala de San Jorge,

dentro del propio Kremlin. No obstante, al equipo de

filmación se le escapó el detalle de echar un poquito de


nieve o algo que diera esa impresión sobre los hombros de

Stalin; tampoco se dieron cuenta de que la temperatura era

demasiado alta como para que de su boca saliera vaho al

hablar, por todo lo cual empezaron a circular rumores de que

Stalin no había llegado a estar presente en el desfile. La

película resultante, La derrota de las tropas fascistas

alemanas en las afueras de Moscú, de la que el Ministerio de

Información británico produjo una versión propia con

comentarios del celebrado locutor radiofónico Wilfred Pickles

y música de Arthur Bliss, -22 fue estrenada el 23 de febrero

–día del Ejército Rojo– de 1942, en 16 de los mejores cines

de la capital, -23 desde donde daría luego la vuelta al


mundo. La Academia de las Artes y Ciencias

Cinematográficas estadounidense le otorgó el premio a la

mejor película extranjera del año, que recogió Vladislav

Mikosha, quien había filmado antes la destrucción de la

catedral de Cristo Salvador y era, a la sazón, cámara de la

marina soviética. Su viaje hasta Hollywood representó un

épico periplo alrededor del mundo, en el transcurso del cual

fue testigo de un bombardeo sobre Londres, rechazó un

visado para quedarse en Estados Unidos durante su estancia

en Nueva York y estuvo a punto de ser capturado por

destructores japoneses en el Pacífico. -24

A fin de que pudiera celebrarse el desfile, Stalin había

retirado de la línea defensiva de Moscú el equivalente a dos

divisiones, y ello apenas un mes después de que los

alemanes hubieran abierto una brecha en el frente de más

de cuatrocientos cincuenta kilómetros. Fue un órdago

considerable, quizá incluso temerario por parte de Stalin,

pero a diferencia de otros órdagos del líder soviético en

1941 y 1942, este le salió bien. Su confianza y su coraje

levantaron los ánimos tanto de civiles como de militares y el

desfile en sí representó un poderosísimo símbolo de


resistencia y, para muchos ciudadanos soviéticos, un punto

de inflexión moral, por lo que todos los que participaron en

él no habrían de olvidarlo nunca.

Finalmente empezaron a producirse heladas regulares,

con lo que la nieve caída también comenzó a cuajar, para


regocijo de los niños moscovitas, quienes, aprovechando

este regalo del cielo, se aprestaron a construir una rampa de

hielo y nieve cerca de la oficina central de Telégrafos, en la

calle Gorki, para deslizarse por ella con sus trineos. -25 Las
heladas suponían, en principio, una gran ventaja para los

alemanes, puesto que sus carros, atrapados en los lodazales

de octubre, estaban entonces en condiciones de avanzar por

el campo helado y por las pocas carreteras disponibles

todavía practicables, aunque ello ocurriría una vez realizada

la tarea –no menor– de astillar el barro congelado que los

retenía. Sin embargo, una vez la nieve alcanzó un espesor

considerable, la dinámica de los combates volvió a cambiar y

ambas partes abandonaron toda tentativa de mantener un

frente continuo. De ese modo, grupos de hombres se

apretujaban en busca de calor entre las ruinas de pueblos

devastados a la espera de recibir la temida orden de atacar,

con la nieve hasta la cintura, a un enemigo recogido al


abrigo de ruinas similares a las que ellos estaban a punto de

dejar.

Por su parte, los rusos habían acabado por sacar las

conclusiones pertinentes de su debacle en la guerra contra

Finlandia. Por ello, las tropas de refresco que comenzaban a

entrar en acción iban equipadas con gorros de piel, capelinas

blancas de camuflaje, chaquetas de piel o acolchadas y

cálidas botas de felpa. Batallones enteros habían recibido

entrenamiento para luchar sobre esquíes y poseían también

mejores pertrechos, como carros con cadenas articuladas

más anchas, que repartían mejor su peso sobre la nieve

profunda y les permitían moverse sin hundirse. Sus armas

automáticas resultaban, asimismo, más simples y

funcionaban con lubricantes que no se congelaban ni a muy

bajas temperaturas, sin contar con que incluso sus ponis

lanudos podían sobrellevar mejor los rigores del invierno que

los caballos que los alemanes habían llevado consigo de

Europa.

Confiado desde un principio en que la guerra contra

Rusia se acabaría al cabo de pocas semanas, el ejército

germano apenas se había preparado para afrontar el


invierno. Así, el frío extremo congelaba sus armas

automáticas, sus piezas de artillería y sus vehículos, con el

resultado de que los procedimientos utilizados para hacerlos

funcionar de nuevo solían dañarlos aún más, haciendo

imposible toda reparación ulterior. También los motores de

muchos aviones quedaban congelados durante la noche, sin

que al día siguiente pudieran volver a ponerse en marcha.

Las existencias de prendas especiales contra las bajas

temperaturas solo alcanzaban para el reducido contingente

de fuerzas de ocupación que era el que, según previsiones

iniciales, habría de hallarse en terreno soviético cuando

llegara el invierno. Y ni siquiera esas prendas acabaron

llegando en su totalidad hasta el frente, como demuestra el

hecho de que Von Bock informase a finales de noviembre de

que sus hombres todavía no habían recibido abrigos de

invierno –pese a sufrir temperaturas que rondaban los

cuarenta grados bajo cero– o de que Guderian perdiera el

doble de efectivos por congelación que por acciones

enemigas. De resultas de todo ello, las tropas germanas

despojaban de sus ropas a los soldados rusos caídos en

combate, se fabricaban rudimentarias botas de invierno a


base de trapos y paja y eran capturadas llevando encima la

más insospechada variedad de atuendos robados, incluyendo

a menudo prendas femeninas. 26

A esas alturas del invierno, el plan de Von Bock seguía

consistiendo en que Guderian y Rheinhart (quien se había

hecho cargo del Tercer Grupo Acorazado en sustitución de

Hoth) rodearan con sus carros a los defensores de Moscú

por los flancos norte y sur. Sin embargo, Von Bock disponía

de menos recursos de los que habría querido, pues muchas

de sus divisiones apenas habían terminado de limpiar las

bolsas de resistencia de Viazma y Briansk, donde los

ejércitos soviéticos cercados habían conseguido, incluso en

su derrota, alterar notoriamente el ritmo de la ofensiva

germana. Sus trenes debían enfrentarse a las inclemencias

del tiempo y a los ataques de los partisanos, como

consecuencia de lo cual a mediados de noviembre solo 33

convoyes con provisiones y pertrechos conseguían llegar

diariamente hasta el frente, en lugar de los setenta

necesarios para garantizar la capacidad operativa de las

tropas. En cualquier caso, Von Bock aún contaba casi con

tantos hombres como soldados rusos les hacían frente,


además de con un mayor número de piezas de artillería y

casi el doble de carros de combate. No obstante –y por

primera vez desde la debacle sufrida por la Fuerza Aérea

Roja unos meses antes, en los combates abiertos a lo largo

de la frontera, la aviación soviética igualaba prácticamente a

la germana en número de aparatos, siendo así capaz de

conquistar algo parecido a superioridad aérea local. -27

El alto mando soviético, por su parte, también llevaba a

cabo sus propios preparativos, como consecuencia de los

cuales el muy castigado frente de Briansk fue disuelto el 10

de diciembre, con la subsiguiente redistribución de sus

remanentes. Además, se asignó al frente Kalinin de Koniev

la tarea de proteger la ciudad hacia el norte, mientras que el

frente oeste de Zhukov se veía reforzado por tropas

procedentes de las regiones orientales del país, de Siberia,

Asia Central y de otros puntos. Por otra parte, las divisiones

de voluntarios que habían sobrevivido a las masacres de

Viazma y Briansk fueron desplegadas inmediatamente frente

a la ciudad, al tiempo que se creaban otras nueve divisiones

de voluntarios en la retaguardia. -28

El 16.° ejército, a las órdenes de Rokosovski, volvía a


estar situado en el punto donde más probable resultaba que

el enemigo asestara su golpe más violento. De ahí que el

general estableciera sus defensas en profundidad,

emplazando las fuerzas anticarro de forma especialmente

cuidadosa. Esa tarea, sin embargo, se vio bruscamente

interrumpida por una orden de Stalin del 14 de noviembre,

en la que el líder soviético instaba a Zhukov a lanzar dos

ataques de hostigamiento contra el enemigo: uno al sur de

Moscú y otro en torno a Volokolamsk. Pese a las protestas

de Zhukov en el sentido de que era altamente improbable

que esos ataques tuvieran éxito y que en cambio

contribuirían a consumir unas reservas ya de por sí escasas,


Stalin no dio su brazo a torcer.

Así pues, Rokosovski se vio obligado a preparar su

ataque justo cuando los alemanes estaban haciendo lo

propio. Superado ampliamente por estos en cuanto a

hombres, carros de combate y piezas de artillería,

Rokosovski no tenía más opción que lanzar directamente a la

batalla a unidades sin experiencia de combate. Así, para

ganar poco menos de dos kilómetros de terreno hubo de

sufrir cuantiosas pérdidas y de renunciar en gran parte a su


plan de defensa en profundidad. Tal como comentaría

posteriormente con amargura:

El comandante en jefe conocía bien cuál era la

situación. ¿En qué estaría pensando cuando dio la orden de

atacar? Es algo que ni siquiera hoy acierto a comprender.

Nuestros efectivos eran muy limitados y no dispusimos más

que de una sola noche para preparar el ataque. Mis

argumentos a favor de posponerlo o anularlo, o al menos de

contar con más tiempo para su preparación, fueron

ignorados. De ese modo, los jinetes de Dovator se

encontraron en una situación muy comprometida, al verse

casi cercados, mientras, prácticamente al mismo tiempo, el

enemigo iniciaba su ofensiva contra nosotros. -29

Una vez más, el alto mando había sido incapaz de

asumir la realidad, ya que, a juicio de Rokosovski, a los

oficiales en jefe les resultaba más fácil cursar órdenes

imposibles que cuestionar las decisiones de Stalin. Así, en el

caso de que las cosas salieran mal, siempre podrían hacer

responsables del fracaso a sus subordinados, pensaba

Rokosovski, teniendo en mente a Zhukov.

En medio de esos combates, la 44.ª división de


caballería resultó aniquilada hasta el último hombre en un

ataque que un testigo ocular germano describió en los

siguientes términos:

Aunque no podíamos creernos que el enemigo

pretendiese atacarnos a campo abierto –ya que el terreno

que se extendía frente a nosotros parecía una explanada

para desfilar–, en eso tres filas de caballería iniciaron el

galope hacia nuestras posiciones. Los jinetes cargaron

echados sobre los cuellos de sus caballos y blandiendo

sables que refulgían al sol. Nuestros primeros proyectiles

hicieron explosión justo en medio de sus filas, tras lo cual

todo quedó oculto bajo una espesa nube negra. Cuerpos

despedazados de jinetes y monturas salieron volando por los

aires sin que se pudieran distinguir unos de otros. Mientras

los caballos, enloquecidos por ese infierno, corrían

desbocados en todas direcciones, los pocos supervivientes

fueron rematados por el fuego de la artillería y las

ametralladoras. Inesperadamente, una segunda oleada de

jinetes cargó saliendo del bosque. Resultaba imposible

imaginar que, aniquilados los primeros escuadrones, aquella

escena dantesca se repetiría, pero ya teníamos nuestras


armas bien apuntadas hacia el objetivo, por lo que esta

segunda vez la caballería quedó arrasada en menos tiempo

aún que la primera.

Las tropas alemanas no tuvieron ni un solo herido. -30

El grupo de ejércitos Centro retomó su ofensiva contra

Moscú el 15 de noviembre y al día siguiente inició su ataque

sobre el flanco izquierdo del 16.º ejército, integrado por la

316.ª división de Panfilov y un regimiento de cadetes,

empleando para ello carros de combate capaces por fin de

avanzar sobre el terreno helado. El flanco izquierdo de

Panfilov se hallaba asentado en un pequeño cruce de vías,

denominado Dubosekovo y defendido por el 1075.°

regimiento de infantería. Su misión era neutralizar todo

intento alemán de abrirse paso hacia la carretera de

Volokolamsk y en él se encuadraba un pelotón antitanque

pertrechado con una ametralladora, dos armas anticarro y

cócteles molotov. Después de haber destruido buen número

de blindados enemigos y haber sufrido considerables bajas,

el regimiento tuvo que emprender la retirada al caer la tarde

y, si bien su comandante y su comisario político se vieron


suspendidos temporalmente de sus puestos por haberse
retirado sin autorización, los hechos entonces acaecidos

darían origen a una futura leyenda.

El resto de la castigada división de Panfilov fue

retrocediendo progresivamente, a medida que los alemanes

proseguían su ofensiva el día siguiente. Hasta entonces

Stalin se había mantenido inconmovible en su propósito de

mantener al margen de los combates, en su reserva de la

Stavka, a las tropas de refresco procedentes del este,

haciendo con ello oídos sordos a los ruegos de Zhukov y

otros generales, partidarios de lanzarlas sin más dilación a

aquella desesperada batalla. Sin embargo, lo crítico de las

circunstancias forzó la cesión de Stalin, quien a la postre

ordenó que la 78.ª división de infantería siberiana,

comandada por el general Belodorov, fuese trasladada, por

medio de cincuenta trenes, a primera línea de fuego. La

división, cuya dotación era la propia de los niveles de antes

de la guerra, disponía de quince mil hombres, así como de

un considerable número de carros de combate y piezas de

artillería, lo que permitió a Belodorov salvar

momentáneamente la situación. No obstante, tras tres días

de lucha sin cuartel, el 16.º ejército tuvo que retirarse de


nuevo, al tiempo que el general Panfilov moría como

resultado del impacto por azar de un obús contra su puesto

de observación, una pérdida muy lamentada tanto por sus

soldados como por el propio Rokosovski.

Contando ya con refuerzos, los alemanes se adentraron

más de quince kilómetros en el frente ruso, poniendo a

Rokosovski el 19 de noviembre en la difícil situación de verse

rodeado por los dos flancos sin contar con reservas para

contrarrestar ese ataque alemán, pues habían sido

dilapidadas en la vana ofensiva soviética de días atrás. Los

obstáculos más próximos que habían de salvar las tropas

germanas eran el río Istra y el embalse del Volga, una de las

últimas barreras naturales en la ruta hacia Moscú. Puesto

que los alemanes estaban claramente decididos a flanquear

esos obstáculos de inmediato, Rokosovski decidió retirarse

ordenadamente, a fin de establecer una línea defensiva


consistente a lo largo del río Istra, contra la que esperaba se

estrellara el enemigo. Sin embargo, Zhukov no se mostró

conforme con su plan y le ordenó que mantuviera sus

posiciones. Rokosovski sabía que en ocasiones una orden así

estaba justificada, pero que este no era el caso en aquellos


momentos, ya que, sin reservas disponibles, la destrucción

del 16.° ejército dejaría expedito el camino a Moscú. Por

ello, Rokosovski apeló a la instancia superior a Zhukov,

representada por Shaposhnikov, quien, como jefe del estado

mayor, accedió a que aquel llevara a cabo su plan inicial.

Zhukov reaccionó furibundo. Envió a Rokosovski este

telegrama: «¡Yo soy aquí el comandante en jefe!

Contraordeno que no se retire con sus tropas hasta el Istra y

que defienda sus posiciones actuales sin retroceder un solo

paso. General del ejército Zhukov». -31

A Rokosovski no le quedaba otro remedio que obedecer,

por lo que tuvo que ver cómo se cumplían sus peores

previsiones: los alemanes cruzaron de un golpe el río Istra,

establecieron cabezas de puente en su ribera izquierda y se

hicieron con el propio pueblecito de Istra, donde se hallaba

el monasterio de Nueva Jerusalén, construido en el siglo

XVII y que Alexander Werth había visitado hacía solo unos

pocos meses.

Durante las últimas semanas de noviembre las tropas

alemanas tomaron Klin y Solnechnogorsk y ocuparon ambos

márgenes de la carretera de Leningrado, con lo que el 16.°


ejército corría de nuevo el peligro de verse rodeado por los

flancos. Por su parte, Rokosovski volvió a estar a punto de

ser hecho prisionero, cuando una escuadra de carros T–34

que guardaba su cuartel general desapareció para repostar

en una estación de gasolina cercana. Apenas hubo

terminado de explicar a sus hombres que en tiempo de

guerra no son los carros los que van a repostar, sino que se

les lleva el combustible, aparecieron los alemanes por la otra

parte del pueblo; Rokosovski logró escapar por muy poco,

tal como le sucedería en otras dos ocasiones antes de que la

ofensiva alemana fuera contenida.

Desde Solnechnogorsk los alemanes prosiguieron

asediando las posiciones de las tropas siberianas de

Beloborodov y la 18.ª división de voluntarios (Leningrado) y

empezaron a bombardear Moscú con dos potentes cañones

de 300 mm de diámetro. Se entabló una lucha feroz en

torno a lo que hoy es el aeropuerto de Sheremetevo, unos

treinta kilómetros al noroeste de Moscú, durante la cual los

alemanes tomaron, en Yajroma [Yakhroma], un puente

situado sobre el canal Moscova–Volga y llegaron hasta

Krasnaya Poliana, a escasos veinticinco kilómetros de la


capital. Esa situación intranquilizó incluso al propio Stalin -

32 y llevó a un iracundo y despótico Zhukov a amenazar con

fusilar a Rokosovski por haber permitido la retirada de sus

tropas. Rokosovski replicó ácidamente diciéndole que esa

amenaza resultaba absurda, puesto que era mucho más

probable que muriera en cualquier momento víctima de los

obuses que estaban cayendo alrededor de su cuartel

general. Más tarde fue llamado por Stalin quien, en lugar de

relevarlo de su puesto u ordenar algo peor –tal como

Rokosovski había asumido que sucedería– le expresó su

apoyo y le prometió refuerzos. -33 Entre ellos se contaban el


20.º ejército, que, tras la debacle de Viazma, había sido

reconstituido a partir de divisiones de refresco siberianas

que Zhukov envió directamente a cubrir el flanco derecho de

Rokosovski y que estaban al mando del general Vlasov,

quien se había distinguido luchando contra los alemanes en

las batallas fronterizas.

Como consecuencia, las tropas germanas se vieron

obligadas a retroceder cruzando de nuevo el canal Moscova–

Volga y se replegaron en torno a Krasnaya Poliana, siendo

este el punto más cercano a Moscú que alcanzarían los


alemanes. Entre las fuerzas que les hacían frente se hallaba

una batería de artillería pesada, a las órdenes del teniente

Lagushkin y emplazada junto al Instituto de Agricultura

Timiriazev. Al estar helado el suelo, cada estallido

retumbaba como un temblor de tierra, haciendo añicos los

cristales, arrancando

puertas de cuajo y derribando chimeneas en las casas

próximas. En sus ratos libres, los artilleros ayudaban a las


mujeres que aún vivían en ellas a rellenar los huecos de las

ventanas sin vidrios con almohadas, mantas, colchones y

trozos de madera contrachapada mientras aquellas, a

cambio, les daban tazas de té. -34

El avance germano también había sido detenido en el

sur, donde el 19 de noviembre una división entera, por

primera vez, huía en desbandada ante un ataque soviético. -

35 Una vez requisada la antigua hacienda de Tolstoi en la

vecina Yasnaya Poliana, para hacer de ella su cuartel

general, -36 Guderian había seguido intentando rodear Tula

por los flancos, de modo que a mediados de noviembre la

ciudad se encontraba casi cercada y el resto de sus carros

avanzaba en dirección norte. Fue en esas horas decisivas de


la batalla de Moscú cuando la caballería soviética demostró

de lo que era capaz, siendo las unidades de ese arma las

únicas, también en el bando germano, capaces de mantener

cierto grado de movilidad incluso sobre barro y nieve. -37

De ahí que Zhukov diera órdenes al general Belov y a su 2.°

cuerpo de caballería de restablecer la situación a toda costa,

reforzando este último con algunos carros y lanzamisiles

Katiusha, así como con un puñado de cadetes. Ese variado

contingente –rebautizado con el nombre de «primer cuerpo

de guardias de la caballería soviética»– tenía como misión

romper las líneas alemanas y aliviar así la presión a la que

estaban sometidos los defensores de Tula. Como resultado,

Guderian, el maestro del movimiento envolvente, se vio

envuelto por los flancos y frenado mientras Tula seguía

resistiendo, una espina que el general alemán no llegaría ya

a quitarse nunca.

Los días en los que el Ejército Rojo huía en desbandada

y era fácilmente derrotado pertenecían ya al pasado. Ahora

los rusos luchaban y caían en sus posiciones o se retiraban

ordenadamente para seguir combatiendo. Por su parte, la

ofensiva alemana decaía en ritmo e intensidad, mientras los


dos bandos avanzaban y retrocedían a trompicones en lo

que parecía el tambaleante cuerpo a cuerpo de dos

boxeadores medio groguis. -38 La resistencia soviética, por su parte cobraba

fuerza como un torrente contenido a punto de desbordarse.

A medida que las bajas ascendían, Von Bock llegó a

lamentarse en privado de que el resultado de la batalla

dependería de cuál de los dos bandos dispusiera del último

batallón operativo, pues le tocaba afrontar una nueva batalla

de Verdún, «otra guerra de desgaste con encarnizados

combates hombre a hombre».-39 No obstante, los alemanes

no tenían ya más batallones a los que recurrir, estando como

estaban al final de su cadena logística. Fue entonces cuando

se dieron cuenta de lo muy erróneos que habían sido sus

cálculos estratégicos, en tanto los rusos iban aprovisionando

división tras división y ejército tras ejército, unidades de

cuya existencia los servicios de inteligencia alemanes no

habían llegado siquiera a sospechar.

En aquellos días de noviembre se sucedieron muchos

actos heroicos, la mayoría de los cuales no llegaron a

consignarse nunca, si bien otros acabaron convertidos en

leyendas, que fueron convenientemente explotadas por las


autoridades, con miras a levantar la moral, tal como siempre

sucede en esos casos en tiempo de guerra. -40 A finales de

noviembre, dos semanas después de que se hubiera

producido el hecho en cuestión, el Krasnaya Zvezda publicó

bajo el título de El testimonio de los 28 héroes caídos una

inspiradora obra de Krivitski, adornada con detalles

coloristas propuestos por Ortenberg. En ella se describía

cómo, durante el primer ataque de la antigua división de

Panfilov, la 316.ª, un pelotón antitanque del 1075.º

regimiento integrado por 28 hombres al mando de su

comisario político, Vasili Klochkov, había conseguido frenar a

cincuenta carros de combate enemigos. Con la excepción de

uno de sus miembros, que flaqueó y fue liquidado por sus

propios compañeros, el resto del pelotón luchó hasta el

último hombre. Las últimas palabras del comisario fueron:

«¡Rusia es inmensa, pero no hay donde retroceder, porque

detrás de nosotros está Moscú!». A modo de epílogo, en el

periódico se incluía el siguiente comentario:

No sabemos en qué pensaban los héroes antes de

morir, pero por su coraje y su arrojo representan un legado

para nosotros, los vivos. «Hemos sacrificado nuestras vidas


en el altar de la Patria –nos dice su voz con un eco

inextinguible que resuena en los corazones de todos los

ciudadanos soviéticos. ¡No derraméis vuestras lágrimas

sobre nuestros cuerpos sin vida! ¡Apretad los dientes y

permaneced inconmovibles! Sabíamos por qué íbamos al

encuentro de la muerte, cumplimos con nuestro deber de

soldados, cerramos el paso al enemigo. Id a combatirlo y

recordad: ¡victoria o muerte! No tenéis otra opción, como

tampoco nosotros tuvimos otra opción. Morimos pero

resultamos victoriosos.»

El comandante del regimiento al que pertenecía

Klochkov protestó aduciendo que no había sabido nada de

esos 28 «héroes» hasta que los periodistas se lo dijeron,

protesta que Krivitski ignoró para escribir una obra de más

enjundia en enero. Shcherbakov hizo notar a Ortenberg que,

aunque nadie había podido saber qué había dicho el

comisario antes de morir –pues se suponía que todos los

testigos habían muerto con él, las últimas palabras

atribuidas a Klochkov resultaban ciertamente apropiadas y

componían una buena historia. Seis meses más tarde los 28

hombres fueron declarados, a título póstumo, «héroes de la


Unión Soviética». Entre ellos se encontraba también el

ametrallador Iván Shepetkov, quien, junto con su hermano

Semión, había sido uno de los más conocidos equilibristas

del circo de Alma Ata. -41

No obstante, casi de inmediato empezaron a revelarse

hechos desconcertantes referidos a esa gesta. Así, si bien

muchos de los 28 hombres habían muerto efectivamente en

combate, no todos lo habían hecho ni en Dubosekovo ni el

día en cuestión e incluso había habido supervivientes. Uno

de ellos resultó gravemente herido y murió en un hospital de

campaña; otros dos fueron capturados y pasaron el resto de

la guerra en un campo de prisioneros alemán y dos más

escaparon. El primero de ellos se unió a un grupo de


soldados soviéticos que operaban tras las líneas enemigas,

hasta que pasó a manos de la NKDV, que lo interrogó como

desertor; el segundo regresó a su hogar en una localidad

ucraniana, donde acabaría siendo miembro del consejo local

bajo la ocupación alemana, por lo que, tras la liberación, fue

arrestado por colaboracionismo. Tan incómodos detalles

fueron ocultados por las autoridades, que también se

encargaron de falsear convenientemente los informes


necesarios. -42

La leyenda de los 28 héroes de Panfilov sigue en pie, tal

como lo hace el grandioso monumento –integrado por seis

heroicas figuras de doce metros de altura cada una– erigido

en el cruce de Dubrosekovo. Considerado en su día lugar de

peregrinaje obligado para jóvenes comunistas deseosos de

cumplir con el piadoso ritual de depositar ofrendas votivas

en lo que se decía era su fosa común, en la actualidad el

monumento se presenta incómodamente desfigurado en la

medida en que la reinterpretación de esa gesta a lo largo de

los años ha supuesto cambios inevitables en la lista de los

nombres allí expuestos. Pese a todo, cualquier intento por

cuestionar la veracidad de esa leyenda sigue topando con el

profundo rechazo de patriotas y veteranos de la segunda

guerra mundial.

De los combates desarrollados en torno a Volokolamsk

da cuenta de modo más convincente una narración,

disfrazada de novela, escrita en 1942 por Aleksandr Bek,

quien había servido brevemente en la «compañía de

escritores» de la división Krasnaya Presnia antes de ser

enviado a otro destino como corresponsal de guerra. La


carretera de Volokolamsk describe las vicisitudes que

afrontan los integrantes de un batallón de la 316.ª división

de Panfilov bajo las órdenes del comandante cosaco

Baurdzhan Momysh–Uly, autor posteriormente, asimismo, de

un fascinante relato sobre los hechos. -43 La obra se inicia


con la ejecución por cobardía de un soldado del batallón por

parte del propio Momysh–Uly, quien, guiado por el sabio

consejo de Panfilov –cuyo espíritu preside la obra,

aprenderá, sin embargo, que no puede confiarse en que los


hombres lucharán siempre con valentía y que un día pueden

derrumbarse para convertirse en héroes al día siguiente. En

ese sentido, los soldados darán lo mejor de sí mismos si,

una vez explicadas las órdenes, se les deja libertad para

cumplirlas como juzguen más conveniente. De acuerdo con

ello, Baurdzhan Momysh–Uly logra mantener unido a su

batallón cuando este se ve rodeado, lo conduce sin bajas de

regreso a las propias líneas y acaba comandándolo

eficazmente en la desesperada –y finalmente, fallida–

defensa de Volokolamsk. La novela en sí constituye una

buena historia por derecho propio y, aunque fue publicada

por primera vez en 1943, en ella no se hace mención ni a

Stalin ni al Partido. A veces se lee como un alegato contra


las ejecuciones masivas en el Ejército Rojo; otras, como un

manual de instrucción para futuros oficiales de infantería,

que es exactamente en lo que, por un capricho del destino,

llegaría a convertirse más tarde. En efecto, la novela fue el

libro de cabecera de muchos jóvenes judíos en la Palestina

de los años cuarenta y cincuenta y especialmente popular

entre los miembros de las Brigadas Palmac'h (una de las

cuales se hallaba a las órdenes del futuro presidente del

gobierno Itzhak Rabin), protagonistas de algunas de las

batallas más encarnizadas de la guerra de la independencia

israelí entre 1947 y 1949. En ese sentido, la obra de Bek

gozó de la consideración de manual clásico de táctica del

ejército israelí durante algún tiempo, -44 a lo largo de los


años cincuenta del pasado siglo. A finales de los ochenta

sirvió de inspiración a un sentimental drama en verso del

escritor germano oriental Heiner Müller sobre el derrumbe

del ideal socialista, -45 e incluso hoy en día vuelve de vez en


cuando a reeditarse en Rusia, si bien no resulta ya tan

popular como antes.

En esos momentos el torrente soviético había crecido

hasta el máximo, en tanto las tropas germanas se hallaban

casi al límite de sus fuerzas y de su capacidad de


resistencia. Aunque por primera vez desde el inicio de la

guerra Rokosovski veía cómo la aviación soviética causaba


estragos entre los alemanes, la batalla distaba de haber

acabado. -46 En efecto, fue entonces cuando Von Bock

asestó el golpe final, lanzando un ataque contra Moscú no

solo desde el norte y desde el sur, sino también desde el

oeste. Los alemanes pasaron, así pues, a una ofensiva a lo

largo de todo el frente el 1 de diciembre. Obtuvieron éxitos

considerables en el sector centro, al arrollar las defensas de

la carretera de Mozhaisk hasta llegar a Golitsyno, a apenas

once kilómetros de las posiciones avanzadas del cuartel

general de Zhukov en Perjushkovo. -47

El general Golovanov, el comandante de los

bombarderos pesados de Stalin y viejo camarada del líder

soviético, se hallaba en el despacho de este cuando sonó el

teléfono. Si nos atenemos a la historia tal como la relató el

propio Golovanov, Stalin descolgó el auricular y lo mantuvo,

como era su costumbre, a cierta distancia del oído, para que

el general pudiera escuchar también lo que decía quien

llamaba. Este no era otro que el enviado de Stalin al cuartel

general del frente oeste, el general Stepanov, informando de


que el estado mayor

de Zhukov estaba intranquilo ante la creciente proximidad

de los alemanes y quería trasladar el cuartel general al este

de Moscú. Se produjo un largo e incómodo silencio.

- Camarada Stepanov –dijo Stalin, pregunte si tienen

palas. Se produjo otro incómodo silencio.

- Ahora mismo lo averiguaré. (Pausa.) ¿Qué tipo de

palas, camarada Stalin? ¿De zapa o de alguno otro tipo?

- Da igual.

- Ahora mismo lo averiguaré. (Pausa.) Si, hay palas,

camarada Stalin. ¿Qué tienen que hacer con ellas?

- Camarada Stepanov, dígales a sus camaradas que

cojan las palas –respondió Stalin– y que vayan cavando

tumbas. La Stavka no sale de Moscú, yo no me voy de

Moscú, y ellos no se mueven de Perjushkovo. -48

NOTAS

CAPÍTULO 14

1. E. Vorobiév, en Yu. Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, Moskovski Ravochi, Moscú, 2000, p.

107.

2. Z. Khiren, «Parad sorok pervogo», Ogonek, 45,


1960, pp. 3-6, citado por Seweryn Bialer: Stalin and his

Generals: Soviet Military Memoirs of World War II, Pegasus,

Nueva York, 1969, p. 305. (Hay trad. esp.: Los generales de

Stalin.. Memorias de militares soviéticos de la Segunda

Guerra Mundial, Luis de Caralt, Barcelona, 1972.)

3. A. Sbytov, en K. Bukov et al. (eds.): Bitva za

Moskvu, Moscú, 1985, p. 361.

4. Georgi Zhukov: Vospominania i Razmyshlenia,

Moscú, 2002, vol. 2, p. 26.

5. A. Riazanov [Ryazanov]: «The Front Line Parade

Which Became a Legend», Pravda KPRF, 6 de noviembre de

2001.

6. «Parad posle voskhoda solntsa», Moskovski

Komsomolets, 6 de noviembre de 2001.

7. I. Shamshin, ingeniero en jefe de la red de la Radio

Municipal de Moscú, en Kammerer et al.: Moskve

Vozdushnaya Trevoga, Moskovski Ravochi, Moscú, 2000, pp.

48-52.

8. Véase «Parad posle voskhoda solntsa».

9. Nota de una conversación con V. Kolosova, fechada

el 21 de septiembre de 1942, en I. Kovalchenko et al.:


(eds.): Moskva Voennaya 1941/45: Memuary i Arkhivnye

Dokumenty, Moscú, 1995, p. 144.

10. Vorobiév, en Kammerer et al. Moskve Vozdushnaya

Trevoga, pp. 102-113.

11. Boog, Horst (ed.): Das Deutsche Reich and der

Zweite Weltkrieg, vol. 4, Deutsche Verlags-Anstalt,

Stuttgart, 1983, p. 698; Archivo de la Ciudad de Moscú,

fondo P-552, Opis 2, Delo 337.

12. Diario de Peter Miller, en M. Gorinov (ed.): Moskva

Prfontovaya 1941-1942:Arkhivn ye Dokumenty i Materialy,

Moscú, 2001, p. 360.

13. Mensaje de la embajada n.º 15 (de Kuibyshev), 8

de noviembre (PRO F0371/29499, p. 118).

14. Z. Khiren, citado en Bialer,:Stalin and His Generals,

p. 306; «Legendarny Parad», Krasnaya Zvezda, 8 de

noviembre de 2001.

15. Praskovia Sergeeva, entrevista, 26 de marzo de

2002.

16. Diario de P. Miller, entrada de 7 de noviembre, en

Gorinov (ed.): Moskva Prontovaya 1941-1942, p. 359.

17. Vladimir Karpov: Generalissimus, Kaliningrado,


2002, p. 500.

18. Vorobiév, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, pp. 102-113.

19. Kuzma Minin (fallecido en 1616), un carnicero de

Nizhni Novgorod, y el príncipe Dmitri Pozharski (1578-1642)

reclutaron al ejército (opolchenie) que expulsó a los polacos

e instaló al primer Romanov en 1613. Su estatua se exhibe

en la Plaza Roja. Este momento definitorio de la historia rusa

está en el fondo de la ópera de Glinka Una vida por el zar.

20. Sin embargo, es un honor disputado: los hombres

de la división Dzerzhinski afirman que encabezaron el desfile

y lo mismo hacen los de una de las divisiones de voluntarios.

21. V. A. Zhilin (ed.): Bitva pod Moskvoi.. Khronika,

Fakty, Lyudi, Olma-Press, Moscú, 2001, vol. 1, pp. 528-32.

22. La versión británica de esta película se custodia en

el archivo fotográfico del Museo Imperial de la Guerra. La

grabación del propio desfile se puede adquirir a veces, de

forma azarosa, por lo general adjunta como material

adicional de algún DVD con largometrajes clásicos de la

cinematografía soviética de guerra. Sigue conservando el

poder de conmover al espectador.


23. N. Ponikarpova, «Moskva, Ispytanie Voinoi»,

Moskovski Zhurnal, mayo de 1999, pp. 33-38.

24. Vladislav Mikosha, entrevista, 3 de febrero de 2002,

y Ryadom s Soldatom, Voen Izd-vo, Moscú, 1983.

25. Vorobiév, en Kammerer et al.: Moskve Vozdushnaya

Trevoga, p. 107.

26. A. Chew, Fighting the Russians in Winter,

Documentos Leavenworth n.° 5, Combined Arms Research

Library (Biblioteca de Estudios de Armamento del Centro

Combinado de Armamento de los Estados Unidos), Fort

Leavenworth, Kansas, diciembre de 1981.

27. Los historiadores rusos tienden a considerar que los

alemanes contaban con mucha ventaja numérica en este

punto de la batalla de Moscú. Las cifras que ofrezco aquí

derivan de las de David M. Glantz: Barbarossa: Hitler's

Invasion of Russia 1941,Tempus, Stroud, 2001, p. 169.

28. Richard Sorge, el agente soviético en Tokio, había

informado de que los japoneses no atacarían mientras los

rusos continuaran preocupados por la amenaza contra Moscú

y esto suele considerarse la razón principal de que Stalin

decidiera traer fuerzas del extremo oriental del país, donde


se habían estado enfrentando a los japoneses. De ser así,

entonces el dictador soviético había cambiado su concepción

de la fiabilidad de Sorge, después de haber rechazado

brutalmente su advertencia previa, de junio, sobre el

inmediato ataque alemán. En cualquier caso, los japoneses

estaban a punto de lanzar la guerra en el Pacífico y, a

diferencia de Hitler, mostraron el sentido común de no

arrojarse a una guerra en dos frentes.

29. Konstantin Rokosovski: Soldatski Dolg, Moscú,

2002, p. 134.

30. B. Nevzorov: Moskovskaya Bitva - Fenomen vtoroi

mirovoi, Moscú, 2001, p. 83, quien cita un informe

interceptado a los alemanes.

31. Rokosovski: Soldatski Dolg, p. 115.

32. Zhukov: Vospominania i Razmyshlenia, vol. II, p.

31.

33. Rokosovski volvió sobre este incidente durante el

discurso realizado en la reunión del Partido en la que se

expulsó a Zhukov, en octubre de 1957; véase V. Naumov

(ed.): Georgi Zhukov: Dokumenty, Itlezhdunarodnyi fond

«Demokratia», Moscú, 2001, p. 359.


34. Vorobiév, en Kammerer et al.: Moskve -

Vozdushnaya Trevoga, p. 107.

35. Heinz Guderian: Panzer Leader, Carnbridge, 2002,

p. 248. (Hay trad. esp. de L. Pumarola: Recuerdos de un

soldado, Luis de Caralt, Barcelona, 1953.).

36. Posteriormente negó con furia la denuncia rusa

según la cual sus hombres habían profanado la casa de

Tolstoi (Guderian: Panzer Leader, p. 257).

37. Los alemanes habían reducido su caballería a una

sombra de lo que había sido, en el momento de comenzar la

guerra; pero viendo las condiciones de la guerra en su frente

oriental, la ampliaron de nuevo. Al entrar en la guerra en

1941, los rusos contaban con nueve divisiones de caballería

y cuatro de caballería de montaña, pero al concluir el año

habían desarrollado un gran número de divisiones ligeras,

más reducidas y maniobrables. Véanse Steve Zaloga y L.

Ness: Red Army Handbook 1939-1945, Alan Sutton, Stroud,

2003, p. 107, y «Velikaya Voina, Kavaleriiskie Soedinenia»

en

<velikvoy.narod.ru/voyska/voyskacccp/struktura1kaval[.htm

]>).
38. La imagen procede de David Glantz y J. House:

When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler,

Edimburgo, 2000, p. 82 (ed. orig. de University Press of

Kansas, Lawrence, 1995).

39. Franz Halder: The Halder I4'ar Diary 1939-1942,

(eds.) Ch. Burdick y H.-A. Jacobsen (eds.), Presidio Press,

Novato (California), 1988, pp. 561, 569.

40. El caso de la soldado Lynch, la «heroína»

estadounidense de la guerra de Iraq, es uno de los ejemplos

más recientes.

41. Richard Stites (ed.): Culture and Entertainment in

Wartime Russia, India-na University Press, Bloomington,

1995, p. 138.

42. Véase la documentación en Gorinov (ed.): Moskva

Prifrontovaya 1941-1942, pp. 533-540. Véanse también Ye.

Seniavskaya [Senyavskaya]: Psikh. ologia Voiny v XX-om

veke, Moscú, 1999, pp. 214-237; Boris Sokolov: Georgi


Zhukov: Triumjy i Padenie, AST-PRESS KNIGA, Moscú, 2003,

p. 293. La cuestión de los 28 héroes de Panfilov ha sido muy

discutida tanto en artículos de prensa como internet.

Véanse, por ejemplo, V. Kardin: «Legendy i Fakty'», Nosy


Mir, 2, 1966, p. 237; G. Bregin: «Podvig i Podlog», en

<gentrees.com/a20/ books/podvig>); A. Platonov: «28

Panfilovtsev-a byl li podvig?», 9 de noviembre de 2003, en

<www.statya.ru/index.php?op=view&id=2213>; «Sovietski

Geroicheski Mif», Radio Liberty, en <www.

svoboda.org/programs/TD/2001/ TD.111801. asp>.

43. Baurdzhan Momysh-Uly: Psikhologia Voiny,

«Kazakhstan», Alma Ata, 1990. La versión de Mornysh-Uly -

que refiere los hechos como si los hubiera visto con sus

propios ojos y precisa los problemas de colaborar con un

civil, no militar, para describir sus propios métodos militares-

resulta elegante y perspicaz.

44. Información de Edward Luttwak. Respecto de

Panfilov y la popularidad de la novela de Bek en la figura del

ejército israelí de Odessa-Mama, de Amos Keinan, proceden

de Flight to the Prison [Vuelo a la prisión], publicado en Tel

Aviv, 2004, y brevemente disponible en ruso a través de la

red.

45. Heiner Muller: Die Schlucht Wolokolamsker

Chaussee, Verlag der Autoren, Frankfurt, 1988. (Hay trad.

esp. de J. Riechmann en Cemento; La batalla; Camino de


Wolokolamsk, Asociación de Directores de Escena, Madrid,

1991.) G. Heeg, «Der Weg der Panzer», en Wolfgang Storch

(ed.), Explosion of a Memory: Heiner Müller, Hentrich,

Berlín, 1988, p. 138; Jan-Christoph Hauschild: Heiner

Mueller oder das Prinzip Zweifel: Bine Biographie, Aufbau,

Berlín, 2001, pp. 422-434.

46. La actividad aérea alemana sobre el frente central

se redujo en dos tercios en el mes de enero de 1942; véase

Christer Bergstrom y Andrei Mikhailov: Black Cross, Red

Star: The Air War over the Eastern Front, vol. 2: Resurgence

January–June 1942, Pacifica, Pacifica (California), 2001, p.

40.

47. Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p.

297

48. Esta historia se ha repetido mucho. Véanse, por

ejemplo, Karpov: Generalissimus, p. 494, y Simon Sebag-

Montefiore: Stalin: The Court of the Red Tsar, Weidenfeld &

Nicolson, Londres, 2003. (Hay trad. esp. de T. de Lozoya: La

corte del zar rojo, Crítica, Barcelona, 2004.) G. Kumanev

(Ryadom so Stalinym, Srnolensko, 2001, p. 312) afirma que

a él se lo explicó el propio Golovanov. Golovanov recuerda


que la conversación tuvo lugar en octubre, pero los

alemanes no se acercaron tanto a Perjushkovo hasta el final

de noviembre, lo que parece ser una fecha más probable. Al

menos uno de los historiadores de Moscú, Anatoli

Ponomarév, se pregunta (según me indicó en una charla

privada) si tal intercambio llegó a producirse de verdad. Pero

la historia ilustra con claridad dos de las características

principales de Stalin: su fuerza de voluntad y su humor

negro. Como en otras anécdotas sobre el dictador, se non è

vero, è ben trovato.


15
EL TORRENTE SE DESBORDA

Una vez transcurrida la gran ola de pánico, los

moscovitas se dispusieron a hacer cuanto podían para

recobrar no solo el orden, sino también una cierta

normalidad. El 19 de octubre, el mismo día en que aparecía

publicado en ese diario el decreto del estado de emergencia,

el Vechernyaya Moskva presentaba la reseña de quince

películas en cartel en los cines de Moscú, incluyendo una

adaptación del drama de Lermontov Mascarada y la película

El caballito jorobado, basada en un cuento de hadas que,

durante la guerra, se hizo muy popular en Gran Bretaña. El

22 de noviembre, y junto con la noticia de la ejecución de

algunos ladrones de coches, el Vechernyaya Moskva

publicaba el siguiente anuncio en su última página: «La

Sección de Ajedrez de la ciudad propone iniciar un

campeonato en los próximos días al que están invitados los


maestros más destacados de la capital: Alatortsev, Duz

Jutimirski [Duz–Khutimirski], Zubarev, Panov, Petrov y

Yudovich. El campeonato se celebrará probablemente en el


edificio del Comité de Educación Física y Deporte de la

ciudad».

La primera ronda del torneo comenzó el 27 de

noviembre con ocho participantes, entre los que se contaban

algunos de los ajedrecistas soviéticos más eminentes de la

época. Uno de los menos conocidos era el teniente Mazel, un

excéntrico personaje de mediana edad que solía jugar por

dinero antes de la guerra y que, sirviendo en el frente de las

inmediaciones de Moscú, obtuvo de su superior el permiso

necesario para acudir a la ciudad a tomar parte en el

campeonato. Los jugadores se encontraban tres veces por

semana, los martes, jueves y sábados, y las finales tenían

lugar los domingos. Algunas rondas se disputaron en la

redacción del Vechernyaya Moskva; otras, en la Casa Central

de los Trabajadores del Arte, en la Unión de Escritores o en

la Casa de los Periodistas. Por otra parte, los ajedrecistas

también se desplazaron hasta unidades militares u

hospitales para jugar allí partidas múltiples.

La prohibición de encender las luces al caer la noche,

unida a la escasez de tranvías y trolebuses y al cierre del

metro a las siete de la tarde, hacía muy difícil que los


participantes en el torneo pudieran regresar a sus casas tras

disputar las partidas. Puesto que, al igual que todos los

moscovitas, tenían el deber de mantener la vigilancia aérea

durante la noche, al principio interrumpían el juego cuando

había aviso de ataque, a fin de ponerse a cubierto en los

refugios. Sin embargo, no tardaron en registrarse las

primeras quejas, pues quienes iban ganando temían que sus

oponentes aprovecharan el tiempo de más que se les daba

para planear su próximo movimiento, mientras que quienes

iban perdiendo confiaban en que sus adversarios empezaran

a cometer errores bajo la presión de las circunstancias.

Finalmente, todos los implicados decidieron que las alarmas

no serían causa de interrupción de las partidas y que

seguirían jugando tanto si llegaban a oír los bombarderos como si no.

El torneo fue objeto de una entusiasta cobertura en la

radio y en la prensa, mientras los participantes recibían

misivas procedentes de toda la Unión Soviética, tanto desde

las fábricas evacuadas a la retaguardia como desde la

misma línea de fuego. Su ganador fue el teniente Mazel –

cuya victoria representó el más destacado triunfo de su

carrera ajedrecista, truncada por su temprana muerte en


1943, víctima del tifus, -1 seguido de Panov y de Petrov.

El teatro Stanislavski abrió su nueva temporada con la

opereta de Planquette Las campanas de Corneville, -2 cuya

representación se inició a la una del mediodía, por ser la

hora en que solía producirse una pausa en los ataques de la

aviación germana. El público –entre el que se contaban

directores, actores, actrices, compositores y escritores –que

habían permanecido en la capital, y no pocos soldados fusil

en mano– llenaba a rebosar el teatro.

En mitad de la función, Tumanov, el director artístico, hizo

su aparición en el escenario abriéndose paso entre el coro,

para informar a los asistentes de que había alarma aérea y

de que tenían que dirigirse al refugio del metro que quedara

más cerca. Sus palabras no tuvieron efecto alguno sobre el

público, que siguió sentado en sus asientos, mientras

algunos daban gritos como «¡Que continúe la función!» o

«¡No tenemos miedo!». Al final Tumanov consiguió que

abandonaran sus localidades camino del refugio, bajo

promesa de retomar la representación al día siguiente

exactamente en el mismo punto en que se había visto

interrumpida, tal y como llegaría después a ser costumbre


cada vez que no llegara a representarse una obra en su

totalidad a causa de un ataque aéreo. -3

Aparte del teatro Stanislavski, solo otras seis

compañías seguían en la capital, además del Circo de Moscú

y de algunas compañías locales, alojadas provisionalmente

en salas vacías. El bailarín del teatro Bolshoi Mijail Gabovich,

destinado en un «batallón destructor» justo a las afueras de

Moscú, se encontró un día –debían de ser finales de

octubre– con Yelena Vanke, una joven bailarina de la escuela


de danza del Bolshoi que había permanecido en Moscú tras

la evacuación del teatro, mientras ella paseaba junto al

edificio de la universidad. Luciendo un aspecto imponente,

enfundado en su uniforme y con su casco, Mijail se apeó de

la motocicleta que conducía y le contó que estaba

organizando un grupo de ballet para actuar en el filial del

Bolshoi en la calle Pushkin, por lo que la invitaba a formar

parte de él, junto con aquellos de sus compañeros que aún

siguieran en la capital.

Lemeshev, Susanna Zyvaguina, Yelena Vanke y los

demás artistas del Bolshoi que todavía permanecían en

Moscú empezaron a reunirse cada día en el filial, donde no


había sala de ensayos propiamente dicha y hacía un frío tal

que los danzarines debían llevar botas de felpa, excepto,

obviamente, cuando estaban bailando. En una ocasión, un

funcionario del Partido pasó por allí y les dijo que su deber

como patriotas consistía en aquel momento en cavar

trincheras colaborando con el «Frente del Trabajo». Una de

las bailarinas, Petrova, se mostró en desacuerdo con él y le

dijo que los soldados necesitaban arte, música y teatro,

motivo por el cual habría que reabrir el Bolshoi con los

actores que todavía continuaban en Moscú. Aunque el

funcionario se mostró muy disgustado ante sus

observaciones y pareció incluso tratarlos de elementos

contrarrevolucionarios, los artistas lograron convencer al

Ayuntamiento de Moscú para que les dejara representar en

el filial. Si hasta entonces no había sido más que un bailarín,

aunque muy destacado, en aquellos momentos Gabovich se

destapó como un director de teatro de primera fila. Tal como

rememoraba Lemeshev:

además de un trato cordial y hasta delicado hacia los

artistas –que, sin embargo, no le impedía mostrarse

inflexible cuando sus principios así lo exigían, Gabovich


poseía un talento organizativo innato. Por ello todo recaía

sobre él: desde la elección del repertorio y la supervisión

artística de las representaciones hasta el alojamiento y la

manutención del cuerpo de bailarines, pasando incluso por el


aprovisionamiento de leña para la calefacción.

A finales de octubre, los preparativos habían avanzado

lo suficiente como para que Gabovich decidiera reanudar las

funciones en breve. Así, el 18 de noviembre –mientras se

ponía en marcha la ofensiva alemana contra Volokolamsk–

Gabovich anunció que la primera representación tendría

lugar al día siguiente, sin que los moscovitas que lo oyeron

pudieran llegar a creérselo del todo. Al día siguiente la sala

estaba a reventar de soldados procedentes del frente y

público llegado de toda la ciudad, aun a pesar de que la

primera línea de fuego quedaba a media hora escasa en

coche o de que la calle Pushkin estaba repleta de vehículos

militares camuflados con pintura blanca. Allí se encontraba

también Rokosovski, al igual que el comandante de la

defensa aérea de Moscú.

Gabovich, vistiendo uniforme completo, avanzó por el

escenario para anunciar el programa, consistente en


fragmentos de óperas y canciones rusas, el aria de las

campanas de Lakmé y variaciones de ballet. Sin embargo,

no se habían interpretado más que dos números cuando

Gabovich retornó al escenario, pidió silencio y dijo:

«Camaradas, hay alarma aérea y, por eso, les ruego que

mantengan la calma y abandonen la sala ordenadamente.

Quienes lo deseen pueden dirigirse a la estación de metro de

la plaza Sverdlov. Una vez haya pasado la alarma,

retomaremos el espectáculo».

Todo el mundo se levantó obedientemente y dejó la

sala, pero casi nadie acabó yendo al metro, ya que en el

vestíbulo del teatro había luz, la temperatura era agradable

y el bar seguía abierto. Sin hacer caso del fuego de las

baterías antiaéreas apostadas en el exterior, la gente se

quedó charlando de pie, distendidamente, haciendo cola

para que les sirviesen algo de comer o calentándose junto a

los radiadores hasta que sonó el fin de la alarma aérea. Esa

situación se repitió una segunda y luego una tercera vez,

poco después de que hubiera dado comienzo la segunda

mitad del concierto, lo que provocó sonoras carcajadas tanto

por parte del público asistente como del propio Gabovich. Al


poco, alguien desde la tribuna se puso a recitar versos

satíricos y la audiencia, alborotada, empezó a patear la sala

clamando por que el concierto continuara. Sin embargo, no

había mucho que Gabovich pudiera hacer y los espectadores

tuvieron que desfilar de nuevo hacia el vestíbulo. Al final, los

artistas fueron obsequiados no con flores –no había– sino

con ramitas verdes, además de recibir la felicitación personal

de Rokosovski en nombre de los combatientes del frente,

tanto de los allí presentes como de los que no habían podido

asistir.

El burócrata cultural Gridaspov, en cambio, no

compartía los gustos artísticos ni de Rokosovski ni del

público moscovita, ya que a mediados de noviembre envió

una agria nota a su superior del Ayuntamiento de Moscú,

lamentándose de que en los teatros de la ciudad todavía en

activo se estuviera representando un número excesivamente

bajo de obras patrióticas. Si bien era cierto que uno de ellos

tenía en cartel la obra de Simonov Un muchacho de nuestra

ciudad, el teatro Stanislavski ofrecía El barbero de Sevilla,

Eugene Oneguin, Las campanas de Corneville y un ramillete

de operetas. El Teatro de los Niños, por su parte, presentaba


Caperucita Roja, mientras que la compañía de una granja

colectiva interpretaba La dama duende, de Calderón, y otras

ponían en escena insulsas y frívolas comedias francesas. Por

su parte, los artistas se defendían aduciendo que no

disponían de recursos, vestuario o decorados para nuevas

escenificaciones de obras patrióticas y algunos incluso

hacían valer el hecho de que representar

obras antifascistas podría suponerles represalias por parte

de los alemanes cuando estos entraran en la ciudad. Con

todo, Gridaspov había adoptado ya una serie de medidas,

como la de retirar del programa una obra francesa, por

considerar que resultaba de nulo interés para el público

soviético, o la de prohibir todo concierto en hospitales o

unidades militares que no hubiese recibido su autorización

previa. Posteriormente llegó a recomendar una rígida

centralización de los controles burocráticos, conforme a la

cual todas las producciones artísticas, presentes y futuras,


solo podrían representarse con el visto bueno de una única

autoridad central, así como «el cese de todo tipo de

espectáculos de inspiración zíngara o de carácter

sentimental o decadente y la prohibición de toda música de


origen zíngaro».-4

Nadie pareció hacerle demasiado caso.

A esas alturas de la ofensiva, los alemanes habían

penetrado prácticamente mil kilómetros en territorio

soviético y habían ocupado una extensión de terreno

comparable a la superficie conjunta de Gran Bretaña,

España, Francia e Italia, en la que se concentraba no solo la

mayor parte de la industria del país, sino también la mitad

de su población. Además, las tropas germanas habían

sitiado Leningrado y tomado Kiev, así como forzado a los

rusos a una retirada en toda regla, en la que desde junio

habían perdido casi cuatro millones de hombres, entre

muertos y heridos, así como veinte mil carros, unos

diecisiete mil aviones y más de sesenta mil cañones y

morteros, esto es, casi todo el armamento fabricado durante

los años anteriores a la guerra. -5

No obstante, a las afueras de Moscú los alemanes se

habían quedado sin fuelle, toda vez que el avance de Von

Bock por la carretera de Mozhaisk se hallaba seriamente

amenazado. En efecto, ni él ni el alto mando alemán tenían

idea de las fuerzas que los rusos iban a movilizar; el 4 de


diciembre, su análisis de la situación era el siguiente: «el

enemigo que se opone al grupo de ejércitos Centro es

incapaz en el momento presente de organizar un

contraataque sin contar con reservas sustanciales». -6 Pese


a todo, Von Bock juzgaba prudente replegarse a posiciones

más defendibles, razón por la que el 5 de diciembre su

estado mayor empezó a planear una retirada ordenada,

medida de la que también era partidario Von Rundstedt,

comandante del grupo de ejércitos Sur. Sin embargo, Hitler

y la camarilla de aduladores que integraba su estado mayor

no querían ni oír hablar de repliegue, por lo que las

disensiones entre ellos y los generales que combatían en el

frente se hicieron cada vez más agudas. Como resultado, el


1 de diciembre Hitler destituyó a Von Rundstedt de su cargo,

por haberse retirado sin su permiso, y Von Bock y Guderian

corrieron una suerte similar a lo largo de las semanas

siguientes.

Por su parte, Stalin estaba ya considerando la

posibilidad de lanzar un contragolpe y mandó trasladar al

estado mayor desde Arzamas a Moscú para empezar a

prepararlo. El 29 de noviembre Zhukov le hizo llegar el

siguiente comunicado:
El enemigo está exhausto, pero si no acabamos ahora

con las peligrosas cuñas que ha introducido en nuestras

defensas, podría reforzar sus posiciones frente a Moscú

haciendo traer reservas sustanciales de tropas de los grupos

de ejércitos Norte y Sur, con lo que nuestra situación se

haría mucho más difícil. -7

La operación la dirigirían Zhukov y Koniev, en cuanto

que comandantes del frente Oeste y del frente Kalinin,

respectivamente, así como Cherevichenko, cuyo grupo

operativo emplazado en el flanco sur de la línea de ataque

habría de representar el núcleo de un renacido frente de

Briansk. -8 Según admitió Zhukov posteriormente:

En aquel momento no éramos conscientes de que

estábamos poniendo en marcha la gran contraofensiva que

acabaría desarrollándose más tarde. Nuestro objetivo inicial

era importante pero limitado y consistía en repeler a las

fuerzas enemigas que amenazaban con romper el frente en

dirección a Moscú... Hasta donde puedo recordar, no se nos

dio ninguna orden o directiva especial destinada a lanzar

una contraofensiva. -9

El inicio de la operación corrió a cargo del frente Oeste


comandado por Zhukov y cuyos dos flancos, distantes

entonces entre sí unos ciento noventa kilómetros, habían de

atacar desde el norte y desde el

sur a las tropas germanas que amenazaban Moscú con la


intención de acabar cercándolas. Para disponer de la ventaja

del factor sorpresa, los rusos pasaron directamente a la

ofensiva sin darse tiempo a prepararla y contando con unas

condiciones climáticas tan adversas como lo habían sido, en

las semanas previas, para los alemanes que los atacaban.

Así, las tropas soviéticas tuvieron que llegar hasta sus

posiciones de partida atravesando ventiscas y nieve

profunda y, una vez allí, se les prohibió encender fuego para

no delatar su emplazamiento.

El ataque ruso se inició al amanecer del viernes 5 de

diciembre de 1941 y se prolongó durante los cuatro días

siguientes, con temperaturas que iban de los cero a los

cuarenta grados negativos. La progresión resultaba lenta, a

un ritmo no superior a tres kilómetros diarios en el mejor de

los casos, dándose la circunstancia de que unidades que se

habían desenvuelto bien a la defensiva no sabían cómo

manejarse en la ofensiva. De ese modo, en lugar de colarse


por los huecos que quedaban al descubierto en la desigual

línea del frente germano o de atacar de flanco, seguían

haciéndolo de frente contra posiciones bien defendidas. De

ahí que Zhukov prohibiera categóricamente esa táctica y

ordenara a sus mandos obrar de forma más inteligente, -10

algo que les llevaría tiempo aprender.

La NKVD siguió acosando a los generales en combate,

tal como ocurrió cuando, en la víspera del contraataque

ruso, el general Serov visitó el 282.º regimiento de

infantería, encuadrado en el 16.º ejército de Rokosovski,

emplazado a su vez en una posición clave del frente. Allí, un

comandante de batallón, el teniente Butsin, acusó a sus

superiores –incluyendo a Rokosovski– de ineptitud e

indecisión y a sus propios oficiales y soldados, de

incompetencia. Serov informó posteriormente a Stalin de

que ni el 282.º regimiento ni el propio batallón de Butsin

eran capaces de cumplir con los cometidos que tenían

asignados. -11 Ese informe se vio seguido, incluso después

de que la contraofensiva estuviera en marcha, de otros

todavía más críticos centrados preferentemente en la figura

del general Malinin, jefe del estado mayor de Rokosovski. -


12 Pese a que tales informes no tuvieron consecuencias,

dada la posición bastante consolidada de Rokosovski a esas

alturas, la NKVD continuó acechándolo, al igual que a su

estado mayor, durante el resto de la contienda, en lo que no

era sino una práctica recurrente propia de un sistema

viciado y contraproducente.

Desde el desfile de la Plaza Roja, el batallón de carros

de Gudz había vuelto a quedarse reducido a su mínima

expresión, contando con un único tanque KV, unos pocos T–

60 más ligeros y unas cuantas tripulaciones. Cuando se

inició la contraofensiva, Gudz y sus oficiales se encontraban

a las afueras de Moscú en el cuartel general del batallón,

ubicado en una izba *1-*1 repleta de cajas de hierro en las

que se guardaban los bienes pertenecientes a este último.

Los militares estaban escuchando el boletín de noticias

nocturno de Levitan, a la espera de avanzar con el resto del

16.º ejército de Rokosovski, mientras la dueña de la casa les

preparaba patatas al horno bajo la atenta mirada de sus tres

hijos. En eso, entró un mensajero, se sacudió la nieve y

entregó un despacho al comandante del batallón, el capitán

Jorin [Khorin], a cuyas órdenes Gudz había servido desde las


primeras batallas fronterizas. En él se leía: «llay 18 carros

de combate enemigos en Nefedievo. Su misión es destruirlos

el 6 de diciembre a las ocho de la mañana».

Jorin llamó a Gudz, le ordenó atacar a los tanques

alemanes con el único KV disponible y le dijo que podía

escoger su tripulación para lo que resultaba claramente una

misión suicida. Gudz se sentía incómodo, ya que el carro

solía estar bajo el mando del teniente Staryj [Starykh], uno

de los otros dos oficiales allí presentes y que, tras haber

tomado parte en el desfile de la Plaza Roja, se vio

temporalmente relevado de su puesto por parte del

comandante de la brigada a causa de «un exceso de

iniciativa».

Cuando acabó de comerse la patata, Staryj le dijo a

Gudz: «Mañana vas a necesitar un tirador experimentado».

Gudz le contestó: «Ya tengo uno». Staryj no se conformó,

aduciendo que había sido el mejor tirador de su promoción


en la academia y, al final, Gudz accedió a que formara parte

de la tripulación, para que pudiera recuperar su buen

nombre. El resto de integrantes de la misma, con los que

Gudz nunca había combatido antes, eran el sargento Kirin –


tanquista, antiguo mecánico de tractores, el cabo Totarchuk

–ametrallador y operador de radio– y el soldado Sablin,

cargador.

La tripulación sacó del KV todo lo que resultaba

prescindible, a fin de hacer sitio a 125 proyectiles

antiblindaje, así como a los cincuenta tambores de

ametralladora que llevaba Totarchuk. Seguidamente,

avanzaron con lentitud hasta los pozos de tiradores situados

en la línea del frente, a poco menos de kilómetro y medio de

Nefedievo. Un escéptico oficial de infantería advirtió a Gudz

de que, si su carro no se quedaba antes bloqueado y los

alemanes no lo oían acercarse, apenas cruzara el río que

marcaba la línea divisoria del frente, se encontraría ya a tiro

de los carros alemanes. Sin dejarse influir, Gudz procedió a

reconocer a pie el terreno y –bajo la cobertura de una

modesta barrera de fuego de artillería destinada a ocultar el

ruido de su carro– puso a este en posición. Para disponer de

más espacio, la tripulación descargó del tanque parte de sus

reservas de munición y combustible y las enterró con sumo

cuidado a la orilla del río para admiración de Gudz, quien no

pudo por menos de pensar que los hombres de su nueva


tripulación eran gente responsable en la que se podía

confiar.

A medida que caía la noche, dejó de nevar y la

temperatura descendió bajo cero, con la consiguiente

sensación de intenso frío en el interior del KV... Puesto que

Nefedievo no quedaba a bastante distancia del frente, Gudz

y su tripulación podían oír a soldados alemanes, cuyas voces

no remitirían hasta bien entrada la medianoche, charlando

animadamente dentro de las casas al calor del fuego e

incluso percibir el olor a plumas de pollo chamuscadas

procedente de las cocinas.

Gudz dio inicio a su ataque al romper el alba,

neutralizando ocho tanques enemigos antes de que los


alemanes acertaran a darse cuenta de qué estaba pasando.

Acto seguido, los proyectiles germanos empezaron a

impactar sobre el carro soviético, aunque, como solía

suceder, sin llegar a penetrar su espeso blindaje. Sin

embargo, el interior del KV se llenó de gases de cordita y de

casquillos y Sablin recibió un golpe que le hizo perder por un

momento el conocimiento. Los restantes tanques alemanes

buscaron cobijo tras los edificios del pueblo, mientras tropas


de infantería acudían en su apoyo, para verse abatidas acto

seguido por Totarchuk.

Por su parte, la infantería rusa atravesó el río, al tiempo que

su artillería bombardeaba a los alemanes en retirada. Estos

se vieron perseguidos por Gudz y sus hombres, quienes

tuvieron que comer nieve para refrescar sus sedientas

bocas, hasta que su carro se quedó sin combustible, en una

acción por la que Gudz recibiría la Orden de Lenin y su

tripulación sería también condecorada. -13

El 8 de diciembre, tras intensos combates, el 16.º

ejército reconquistó Kriukovo, donde Rokosovski había

tenido que dejar su cuartel general semanas antes y donde

se encontraron ahora gran cantidad de pertrechos alemanes

destruidos. En la vecina localidad de Kamenka, los hombres

de Rokosovski hallaron así mismo dos imponentes piezas de

artillería destinadas a bombardear Moscú; el mismo día,

Vlasov y su 20.° ejército expulsaron a las tropas alemanas

de Krasnaya y prosiguieron su avance hasta

Solnechnogorsk, con lo que el ejército alemán no volvería a

estar lo suficientemente cerca de Moscú como para hacerla

objeto de fuego artillero.


También Rokosovski y sus hombres continuaron su

avance, en este caso, hacia Istra, cuyo embalse fue volado

por los alemanes, lo que desencadenó una gigantesca ola de

agua helada que arrastraba todo cuanto encontraba a su

paso. Pese a ello, las tropas siberianas bajo el mando de

Beloborodov consiguieron remontarla, subidos a cualquier

cosa que pudiera flotar, desde lanchas neumáticas hasta

balsas hechas a base de paja pasando por techumbres de

madera, vallas o marcos de puertas. -14 Finalmente, el 11

de diciembre los hombres de Beloborodov, junto con los de

la 18.ª división (Leningrado), lograron liberar la ciudad de

Istra, cuya población civil había sido deportada por los

alemanes en retirada, donde descubrieron que su magnífico

monasterio había quedado reducido a ruinas.

Por su parte, el general Dovator llevó a cabo con sus

cosacos –recientemente condecorados por las gestas

realizadas bajo su mando como 2.° cuerpo de guardias de

caballería– una profunda incursión en las líneas alemanas,

con el objetivo de hostigar desde el norte a las tropas en

retirada. El 19 de diciembre se hallaban ya a la altura del río

Ruza, que el 16.° ejército había tenido que abandonar en


octubre, y próximos a la localidad de Palashkino, que los

alemanes defendían con todas sus fuerzas. El cuartel general

de Dovator quedaba en lo

alto de la otra ribera del río y en una ocasión en que el

general se dirigía, arrastrándose con la nieve hasta la

cintura, en dirección a las posiciones de sus hombres para

ver con sus propios ojos lo que estaba sucediendo, una

ráfaga de ametralladora lo detuvo. Así se produjo una, en

palabras de Zhukov, «dolorosa pérdida» -15 que fue llorada

por toda la nación. Dovator fue declarado héroe de la Unión

Soviética a título póstumo y enterrado en un lugar de honor,

junto a Panfilov, en el cementerio de Novodevichie en Moscú.

El 7 de diciembre –justo cuando se empezaron a tener

noticias del ataque japonés contra Pearl Harbor, que el diario

Vechernyaya Moskva relegó a tercera página– Anthony Eden,

ministro de Asuntos Exteriores británico, salió de Londres

con destino a Moscú para entablar conversaciones con

Stalin. Tras realizar un arduo viaje en buque de guerra y por

tren, Eden fue recibido por Molotov en la estación de

Yaroslavl, con todos los honores militares, en una ceremonia

cuya filmación se realizó con luces tan potentes que Eden,


cegado por su destello, a punto estuvo de tropezar con la

guardia de honor. -16

El comandante de la misma era Vladimir Ogryzko, de la

división Dzerzhinski, quien recordaba así cómo se produjo

esa situación:

Después de tomar parte en el desfile del 7 de

noviembre nos fuimos directamente al frente, para

incorporarnos al 16.° ejército de Rokosovski. Nuestra misión

consistía en proteger su base de suministros, en medio de

un frío infernal y bajo constantes ataques aéreos, sin contar

con los combates cuerpo a cuerpo en que ocasionalmente

nos veíamos implicados. Rokosovski quedó tan impresionado

por nuestras acciones que quiso que fuésemos la compañía

de su cuartel general. Sin embargo, el general Artemiev, el

comandante de Moscú, no accedió a sus deseos y nos

ordenó regresar a la capital para llevar a cabo una tarea

especial.

Una vez en la ciudad, me dijeron que iba a comandar la

guardia de honor adjudicada a Eden y a su delegación y me

preguntaron si podría tener instruidos a tiempo a sus

integrantes. Respondí que sí y, aunque acabábamos de


perder a algunos de nuestros soldados más gallardos de

antes de la guerra, logré reunir a un plantel de hombres de

más de metro ochenta de altura media, muchos de los

cuales eran mineros de las cuencas del Don y del Kuz. -17

Las conversaciones entre Eden y Stalin estuvieron a

punto de irse al traste a causa de los puntos de vista

enfrentados respecto del futuro de Polonia y las perspectivas

de abrir un segundo frente occidental. Por eso, se estableció

una jornada de receso que permitiera sosegar los ánimos y

en la que Stalin, para pasar el tiempo libre, accedió a la

petición de Eden de dirigirse al frente para observar los

combates que allí se estaban librando:

Nos despertaron a mí y a mis hombres a las tres de la

madrugada –prosiguió Ogryzko– y nos dijeron que teníamos

que acompañar a Eden hasta el frente donde Kalinin [Tver]

estaba a punto de ser liberado. Ibamos por la carretera de

Leningrado, de la que se habían retirado las minas y la

nieve. Yo daba escolta por delante y por los flancos e iba

atento a no hablar, como se me había ordenado, más de lo


estrictamente necesario. En un momento dado, Eden solicitó

hacer un alto para tomar una taza de té y emparedados,


momento en el que me ofreció un poco de coñac de una

petaca que llevaba consigo. El ministro, que hablaba alemán

y algo de ruso, era un hombre cortés e inteligente y, por

eso, cuando llegamos a Klim y vio cómo habían expoliado el

Museo Chaikovski, se puso furioso. Después quiso acercarse

a echar un vistazo a los combates que se libraban en torno a

Kalinin, pero no pudimos permitírselo. -18

A ambos lados de la carretera se sucedían pueblos en

ruinas, en algunos de los cuales solo quedaban en pie

grupos de chimeneas de ladrillo apuntando al cielo como

dedos macilentos. En otros, las dos terceras partes de sus

edificios habían quedado derruidas, mientras que eran pocos

los que apenas habían sufrido daños. En los campos que

había junto a la carretera, Eden vio cantidades ingentes de

cuerpos de soldados alemanes congelados tal como habían

caído muertos. -19 De vuelta a Moscú, el ministro británico


se detuvo para hablar con un grupo de prisioneros que

caminaban muertos de frío, algunos con uniformes de

verano y sin guantes, otros con ropa de civil y ropa interior

femenina cubriéndoles la cabeza como protección contra el

frío. Cuando
Eden pensó en el destino que les aguardaba, no pudo evitar

sentir una gran compasión por ellos. -20

También algunos rusos se sintieron compadecidos de

enemigos en estado tan calamitoso. Fue el caso, por

ejemplo, de un joven teniente soviético que, al pasar junto a

otro grupo de prisioneros que iba andando a trompicones

camino de su cautiverio, se les puso delante, se quitó su

pelliza de oveja y se la entregó a un soldado alemán casi

adolescente, de aspecto especialmente lastimoso. -21

Ogryzko no volvió a ver a Eden después de que

hubieran regresado a Moscú.

A última hora del 5 de diciembre, un corresponsal del

Krasnaya Zvezda hacía llegar una crónica detallada del

exitoso ataque ruso sobre Naro–Fominsk, al sudoeste de la


capital, sin que el SovlnformBuro hubiera anunciado todavía

el inicio de la contraofensiva, como tampoco haría a lo largo

de los ocho días siguientes. Desoyendo las advertencias de

colegas más cautos, Ortenberg mandó imprimir la crónica

del corresponsal, lo que provocó una agria reacción de

Shcherbakov, quien lo llamó por teléfono exigiendo

explicaciones sobre el porqué de su intento de adelantarse al


SovlnformBuro. «No había ninguna razón –dijo

Shcherbakov– para dar aviso por adelantado a los alemanes

de nuestro ataque.» Ortenberg hizo como si no hubiera

entendido y le contestó: «¿Quiere decir que los alemanes no

lo saben ya? Mi corresponsal ha visto los campos nevados

sembrados de cuerpos sin vida de soldados alemanes y de

carros de combate abandonados». Shcherbakov se mostró

inflexible y Ortenberg volvió a su oficina para anular la

publicación de la crónica. Todo lo que el SovlnformBuro hizo

público aquel 6 de diciembre fue lo siguiente: «En el

transcurso del día de hoy nuestras fuerzas han entrado en

combate con el enemigo en todos los frentes».-22

El SovlnformBuro no acabó de decidirse hasta el 13 de

diciembre, fecha en la que todos los diarios llevaban en

portada un mismo titular: «Fracasa el plan para rodear y

rendir Moscú: derrota de las tropas alemanas a las afueras

de la capital». En ellos podían verse asimismo retratos de los

principales generales, con Zhukov en un lugar de honor,

flanqueado por Rokosovski y otros siete generales,

incluyendo a Vlasov, comandante del 20.° ejército, quien

pronto iba a desempeñar un papel muy distinto. No


aparecía, sin embargo, ninguna fotografía de Stalin: la

exaltación de su figura no empezaría a ser mayor que la de

sus generales hasta que las victorias del Ejército Rojo no

llegaran a sucederse con reconfortante regularidad en 1943.

El comunicado del SovlnformBuro establecía una

conclusión cuya validez resiste el paso del tiempo:

Los alemanes se lamentan de que ha sido el invierno lo

que les ha impedido llevar a cabo su plan de rendir Moscú.

En primer lugar, con todo, el auténtico invierno no se había


iniciado todavía, ya que las heladas en la región de Moscú se

situaron entre los tres y los cinco grados bajo cero. En

segundo lugar, las mismas quejas sobre el invierno

demuestran que el alto mando germano no se había tomado

la molestia de proveer a su ejército con ropa de abrigo, a

pesar de haber proclamado a los cuatro vientos que llevaba

largo tiempo preparándose para una campaña invernal. Y la

razón por la que no habían equipado a sus tropas

convenientemente era porque esperaban acabar la guerra

antes de que llegase el frío, lo que representaba un

gravísimo y peligrosísimo error de cálculo... No es al invierno

al que hay que culpar, sino a la errónea planificación de la


campaña llevada a cabo por el alto mando alemán. -23

A pesar de las reticencias oficiales, las noticias de la

ofensiva soviética fueron filtrándose rápidamente en forma

de rumores que fueron acogidos con inmenso júbilo y alivio.

Sajarov supo de ellas tan pronto llegó a Ashjabad

[Ashkhabad] el 6 de diciembre:

Las noticias de nuestra contraofensiva hicieron que me

diera cuenta como nunca hasta entonces de las penalidades

de los meses pasados y al escuchar la solemne enumeración

de los ejércitos, las divisiones y los generales que habían

participado en las batallas sentí un estremecimiento,

pensando en el sinnúmero de personas, vivas o muertas,

que habían tomado parte en la defensa de Moscú. -24

Antes de que cambiaran las tornas en diciembre, los

alemanes habían ocupado 17 raioni de la región de Moscú,

en los que habían renunciado a ganarse el corazón y la

mente de sus habitantes, convencidos de que podrían

obtener una mayor producción si obligaban a los campesinos

a seguir trabajando la tierra colectivamente y orientando así

su titubeante política del palo y la zanahoria con toda

brutalidad en favor del palo.


En su discurso del 3 de julio Stalin había dicho

lapidariamente: «Las condiciones de vida en los territorios


ocupados han de resultar insoportables para el enemigo y

aquellos que lo apoyen. Este deberá ser perseguido y

destruido en toda ocasión y cualquiera de sus acciones

deberá verse frustrada».-25 Los soldados rusos que habían

escapado al cautiverio alemán se agruparon en los bosques,

donde líderes con iniciativa –a menudo oficiales atrapados

tras las líneas enemigas– los organizaron en grupos

destinados en un principio a velar por su propia

supervivencia y seguridad, pero decididos más tarde a

hostigar también a los alemanes, utilizando frecuentemente

las armas recogidas tras las batallas recientes. Con el

tiempo, las acciones de los partisanos se vieron cada vez

más sistematizadas y controladas desde Moscú, toda vez

que la Stavka dio orden a cada estado mayor de crear

destacamentos de partisanos, de ayudarles a pasar a

territorio enemigo y de prestarles apoyo una vez allí. En este

sentido, hubo hombres y oficiales del Ejército Rojo y de la

NKVD enviados a cruzar las líneas para consolidar esos

grupos como unidades militares operativas, al tiempo que


las organizaciones del Partido y del Komsomol (la

Organización de las Juventudes Comunistas) eran

reconstituidas de forma clandestina en los territorios

ocupados. Las comunicaciones entre Moscú y los grupos de

partisanos y de estos entre sí se veían dificultadas por una

penosa falta de radios de campaña, suplida mediante el

empleo de lentos biplanos U–2 –que sirvieron

admirablemente como aviones de correo– así como de

aeroplanos de mayor tamaño, cuyo objetivo consistía en

lanzar sobre el territorio enemigo hombres, armas o

munición.

El número de partisanos no dejó de aumentar hasta

que los alemanes fueron definitivamente expulsados de

territorio soviético y, aunque puede que sus acciones no

afectaran de forma significativa a las operaciones militares

del ejército germano, sí contribuyeron a hacer aún más

difícil la vida del soldado medio, además de representar una

continua amenaza para las comunicaciones del enemigo. En

una operación de gran envergadura contra grupos de


guerrilleros, los alemanes llegaron a emplear dos divisiones

acorazadas, cuatro divisiones de infantería y dos batallones


de las SS. -26 Los partisanos establecieron regiones

«liberadas» tras las líneas del ejército germano, donde este

no podía operar y donde la ley soviética regía la vida

cotidiana con su habitual dureza. Puesto que los frentes

nunca se mantuvieron estables, gran número de campesinos

quedó en territorio ora ocupado por los alemanes ora

reconquistado por el Ejército Rojo. Pese a ello lograron

seguir produciendo alimentos no solo para su propio

consumo sino también para el abastecimiento de los grupos

de partisanos, de las grandes columnas volantes

encabezadas por generales de caballería como Belov y

Dovator e incluso de la población sitiada en Leningrado. -27

A medida que los alemanes se acercaban a Moscú,

Stalin hizo destruir sistemáticamente cuantas localidades

fueran a quedar en territorio ocupado, a fin de denegar

refugio al enemigo. Zhukov dio órdenes para evacuar a los

habitantes de una zona situada primero cinco y después

veinticinco kilómetros tras la línea del frente. De acuerdo

con el cumplimiento estricto de dichas órdenes, exigido por

el alto mando, el 5.er ejército informó el 5 de noviembre de

la destrucción total o parcial de 53 localidades, pasto del


fuego u objeto de bombardeo artillero. En ese sentido, el

comisario de la 53.ª división de caballería pidió disculpas

ante sus superiores en el cuartel general del 16.° ejército

por el afán innecesariamente destructivo con que sus

hombres habían dado cumplimiento hasta la fecha a esas

órdenes, a la vez que se comprometía a proceder de forma

más cuidadosa en el futuro. -28 En la práctica, los

habitantes de esas localidades sufrieron más daños que los

soldados alemanes, quienes se limitaron a expulsarlos de los

pocos edificios que todavían seguían en pie.

El comandante Zhuravlëv, jefe de la NKVD de Moscú,

puso en marcha dos centros de instrucción para adiestrar a

saboteadores y partisanos: el primero en una antigua casa

de reposo al sur de la ciudad y el otro en Kuntsevo, cerca de

la dacha de Stalin más próxima a la capital. -29 Shelepin, el


jefe del Komsomol de Moscú, expuso con

brutal claridad a un grupo de jóvenes voluntarios lo que les

esperaba como partisanos:

Está muy bien que os hayáis presentado voluntarios

para luchar por detrás de las líneas alemanas, pero puede

que la mayoría de vosotros acabe muriendo. Los fascistas


tratan despiadadamente a los partisanos, por lo que si

alguien no se ve capaz de asumirlo, que lo diga. Nadie se lo

echará en cara. También se puede luchar contra los fascistas

desde dentro del ejército regular.

Ni un solo voluntario se echó atrás, aunque algunos

fueron rechazados por razones médicas. En conjunto se

seleccionó a unas doscientas personas, que fueron

asignadas a grupos constituidos en el cine Coliseum (en la

actualidad teatro Sovremennik) y transportadas en camiones

hasta el centro de instrucción de Kuntsevo. -30

Entre los primeros voluntarios allí llegados se

encontraba Zoya Kosmodemianskaya, una joven de

dieciocho años estudiante del último curso de secundaria.

Después de ser adiestrada durante cinco días en el manejo

de explosivos y armas ligeras así como en el combate sin

armas, Zoya entró a formar parte de la unidad de

reconocimiento n.° 9.903, formada por partisanos. A

principios de noviembre atravesó el frente, en lo que sería

su primera misión, junto con otros once camaradas provistos

de material incendiario, un mortero, raciones de comida y

los tradicionales cien gramos diarios de vodka. El grupo


sufrió la emboscada de una patrulla alemana, como

consecuencia de la cual algunos de sus miembros resultaron

muertos y otros huyeron. Algunos de estos últimos,

incluyendo a Zoya, pudieron llevar a cabo su misión y

regresar sanos y salvos a su base de operaciones.

El 21 de noviembre diversos efectivos de la unidad n.°

9.903 volvieron a cruzar las líneas con órdenes de incendiar

diez localidades y dejarlas reducidas a cenizas. El grupo de

Zoya, formado por Boris Krainov, Vasili Klubkov y ella

misma, -31 debía entrar en acción en Petrishchevo, un


pueblo ubicado a unos ochenta kilómetros de distancia en

dirección a Mozhaisk y donde Zoya había de prender fuego a

las casas de la zona sur, Klubkov a las de la zona norte y

Krainov a las del centro.

Aunque los detalles de lo que sucedió exactamente

siguen siendo todavía poco claros, se sabe que Krainov logró

saldar con éxito su misión y escapar camino del punto de

encuentro acordado. Zoya, por su parte, consiguió también

que el fuego destruyese los objetivos que tenía asignados,

entre los que se incluían tres casas, así como un establo con

veinte caballos, que perecieron víctimas del incendio, y


maquinaria agrícola, que resultó destruida. Sin embargo,

cuando se dirigía al bosque fue interceptada por una patrulla

alemana y capturada, tal como sucedió con Klubkov, quien

no llegó a incendiar una sola casa en aquel 28 de

noviembre.

Zoya fue interrogada en una de las izbi que no había

sido devorada por las llamas y negó haber tomado parte en

el incendio premeditado de las casas. Tras ello fue sometida

a un careo con Klubkov, quien había reconocido ser miembro

del grupo de saboteadores y había dado los nombres de

Zoya y Krainov. Zoya fue despojada de sus ropas y golpeada

de forma tan brutal que dos soldados alemanes tuvieron que

salir de la habitación entre náuseas. A pesar de la evidencia

aportada por la revelación de Kulbkov, Zoya rehusó dar su

verdadero nombre o detalles de su misión o de su

adiestramiento previo. Aquella misma noche, Solina y

Smirnova, dos de las campesinas cuyas casas habían ardido,

infligieron a Zoya numerosas vejaciones, como la de echarle

encima un cubo de agua sucia.

A la mañana siguiente fue conducida al centro del

pueblo, donde se había dispuesto un patíbulo en un cruce de


calles. Las tropas germanas le colgaron al cuello un letrero

donde podía leerse la palabra «pirómana» en ruso y en

alemán. Muchos soldados se acercaron para contemplar y

fotografiar la escena y, aunque también se ordenó a los

habitantes de la localidad que estuvieran presentes, algunos

consiguieron escabullirse. Testigos oculares explicarían más


tarde que, antes de morir, Zoya conminó a sus guardianes a

rendirse mientras aún estuvieran a tiempo para gritarles

finalmente: «¡No podéis ahorcarnos a todos!». Su cadáver

quedó colgado de la horca durante un mes y medio, hasta

que fue enterrado por orden de los alemanes que se batían

en retirada, justo antes de que la localidad fuese liberada el

12 de enero.

Zoya fue conocida entre la población de Petrishschevo

como «Tania», el nombre falso que había dado a los

alemanes y el que apareció

en el artículo que, sobre su suerte, publicó el Pravda a

finales de enero. No tardaron en aparecer distintas mujeres

haciendo valer el argumento de que la «Tania» de los diarios

era su hija, toda vez que las madres de héroes de guerra

podían confiar en obtener tanta fama como ayuda


económica. Así pues, se formó una comisión que fue enviada

al lugar de los hechos a esclarecer el asunto y que pronto

consiguió localizar a dos testigos relevantes. Uno de ellos,

Boris Krainov, confirmó que Zoya había estado

efectivamente en Petrischshevo, pero que no había llegado a

acudir al punto de reunión previsto. El otro, Vasili Klubkov,

confesó que, bajo pena de muerte, los alemanes lo habían

convencido de que trabajara para ellos y que, después de

adiestrarlo, junto con otros, en un centro de espionaje en

Smolensko, lo enviaron a Moscú para que les facilitara

información sobre el centro de instrucción de partisanos de

Kuntsevo. La NKVD se hizo cargo de él de inmediato,

procedió a interrogarlo y mandó fusilarlo el 16 de abril de

1942, como ocurriría con Smirnova y Solina un año después.

Para la satisfacción de la comisión, el cuerpo de Zoya

pudo ser identificado por su madre y por su hermano Sasha,

quien moriría más tarde en una batalla de tanques. Zoya fue

declarada heroína de la Unión Soviética, siendo la primera

mujer en recibir tal honor durante la guerra. En la mención

oficial correspondiente se hizo constar, de forma reveladora,

que sus últimas palabras habían sido: « ¡Muerte al invasor


alemán!», « ¡Viva la Patria Socialista!» y «¡Viva el camarada

Stalin!». Zoya se convirtió al punto en uno de los mas


poderosos símbolos del heroísmo soviético y hasta se dice

que hubo soldados que entraron en la batalla de Berlín

llevando su fotografía consigo. -32 El cuerpo de Zoya fue

enterrado de nuevo en el cementerio de Novodevichie y

fueron muchas las generaciones que crecieron honrando su

memoria, aunque desconociendo la traición de Klubkov y la

vileza de Smirnova, que permanecieron ocultas bajo secreto

oficial por mor de mantener incólume el mito de la

resistencia generalizada al invasor.

Mucho tiempo después, cuando la Unión Soviética se

veía abocada a su fin, comenzó a ponerse de moda

desmontar los mitos que habían contribuido a mantenerla

viva. El heroísmo bélico pasó a ser uno de los principales

objetivos de ese revisionismo.

En consecuencia, políticos antisoviéticos y una nueva

generación de historiadores destacaron el hecho de que

muchos otros jóvenes hubieran muerto haciendo gala

asimismo de un valor comparable al de Zoya. Entre ellos

figuraba Masha Bruskina, una enfermera judía de diecisiete


años que fue ahorcada en 1941 por ayudar a oficiales

soviéticos a escapar para unirse a los partisanos;

posiblemente fue la primera mujer en sacrificar así su vida,

sin recibir, pese a ello, ninguna distinción a título póstumo.

Además de señalar que Zoya y Krainov apenas habían

causado daños a los alemanes, los escépticos llegaron a

expresar sus dudas sobre el equilibrio mental de Zoya y a

afirmar que, de todos modos, tampoco hubo nunca

partisanos en Petrishchevo y que todo era una invención de

la propaganda soviética. Se llegó incluso a cuestionar la

traición de Klubvok, aduciendo que este podría haberse visto

inducido a confesar bajo la presión de los agentes de la

NKVD. Asimismo, empezó a circular el rumor de que quien

había sido ahorcada no era en realidad Zoya sino una tal

Lilia Azolina y de que la verdadera Zoya había sido llevada a

un campo de concentración alemán, donde sobrevivió a la

guerra y desde donde regresó a Moscú para ser repudiada

por su madre. En diciembre de 1991 un experto forense fue

encargado de comparar una fotografía poco convincente de


Zoya con fotografías de Lilia y de la joven muerta, tras lo

cual confirmó que la heroína enterrada no era otra que Zoya.


En medio de toda la confusión y las habladurías una cosa

queda por encima de toda duda: una joven murió con

gallardía, aunque sin objeto alguno, pesando más la

posibilidad de que fuera Zoya Kosmodemianskaya que la de

que no lo fuese. Yevgueni Teleguev, el soldado de las fuerzas

especiales del OMSBON que acabaría su carrera militar como

general de la KGB, lo resumió en las siguientes palabras:

«Zoya Kosmodeminskaya fue una joven valerosa, pero su

gesta no fue de valor militar alguno. Su vida se vio

malbaratada, como la de tantos otros jóvenes soviéticos».-


33
En 1943, cuando el signo de la guerra cambió

finalmente en favor de los rusos, la vida y muerte de Zoya

pasaron al cine gracias al director Lev Arnshtam, cuya

película Zoya narra la historia de los últimos días de la joven

con razonable exactitud, si bien con un punto –disculpable–

de exageración heroica. No obstante, su visión de la infancia

de Zoya, así como de su evolución hasta llegar a ser una

comprometida joven del Komsomol ansiosa por llegar a

convertirse en heroína, aunque presentada con atractivo y

sensibilidad, no deja de resultar un mito. Con todo, Zoya es

mucho más que una película de mera propaganda bélica y

puede considerarse, por sí misma, mejor que la media.

Además, el hecho de que en ella no aparezca referencia

alguna a Stalin, a pesar de las heroicas últimas palabras

atribuidas a Zoya en la mención oficial, representa un

agradable contraste respecto a la épica fílmica propia de los

últimos años del estalinismo, como La caída de Berlín,

Caballero de la estrella dorada o La joven guardia. Pese a la

morbosa fascinación que todavía ejercen tales películas, su


falso e inflamado patriotismo, su servil adulación del líder

soviético y su pasmoso desprecio por la verdad histórica

hacen que su mero tacto resulte casi repugnante.

La mayoría de operaciones llevadas a cabo por los

partisanos tuvo una ejecución más profesional, en términos


militares, que la triste andanza de Zoya Kosmodemianskaya

y sus camaradas. Así, se multiplicaron las acciones tras las

líneas alemanas, apoyadas por el ejército y la NKVD, al

tiempo que el OMSBON empezaba a dar prueba ostensible

de sus capacidades, empleando por fin a Vladimir Frolov,

Yevgueni Anufriev o Yevgueni Teleguev en el tipo de

misiones para el que se les había adiestrado desde el

verano.

Vladimir Frolov empezó a participar en ese tipo de

operaciones incluso antes de que acabara la batalla de

Moscú, sembrando de minas las carreteras de acceso a la

capital por el norte. En una ocasión, recibió órdenes de

minar la carretera principal justo al sur de Kalin y de hacer

explotar la carga entre la partida de las últimas tropas rusas

y la llegada de los alemanes, para lo que, tras colocar una

carga considerable bajo un pequeño puente, se dispuso a


esperar. La primera noche pasó a verlo el jefe de un pelotón,

que resultó muerto inmediatamente después bajo el fuego

de las tropas especiales de esquiadores fineses. La noche

siguiente Frolov oyó voces de soldados alemanes y, viendo

cómo estos lanzaban balas trazadoras por encima de la

carretera, intentó encender la mecha. Al no conseguirlo, se

fue directamente hasta donde estaba la carga y preparó

improvisadamente otra mecha, esta vez muy corta, que sí

prendió. Frolov salió de allí a escape y no llegó a oír la

explosión ni pudo recordar más tarde lo que sucedió,

conmocionado como debió de quedar por la onda expansiva.

Después se dirigió a un pueblo, donde pasó la noche en casa

de un joven matrimonio que estaba enterrando cuanto tenía

de valor para esconderlo de los alemanes antes de su

llegada. Al día siguiente llegó ya de noche a Solnechnogorsk,

donde volvió a sufrir contusiones cuando se produjo la

explosión de un depósito de municiones.

Treinta años después, y ya como profesor de la

Universidad Nacional de Australia en Canberra, Frolov asistió

a un congreso en Nueva Guinea, donde le saludó un alemán

más bien grueso y de pelo rapado, vestido con bermudas,


que respondía al nombre de Krug. El también profesor Krug,
nacido en 1923 en Lituania, era medio ruso y en esa lengua

se dirigió cordialmente a Frolov, obsequiándolo con una

escogida selección de las más soeces palabrotas rusas.

Durante la comida, Krug propuso un brindis en honor de la

Unión Soviética, de la amistad y de Davydkovo, el pueblo

donde resultó ser que Krug –a diferencia de otros soldados

alemanes– había sobrevivido a la explosión provocada por

Frolov.

Después de participar en la defensa de Moscú, Anufriev

y su unidad del OMSBON llevaron a cabo una profunda

incursión en territorio ocupado:

Siempre llevábamos encima cuatro granadas –

rememoraba Anufriev, dos granadas antitanque y dos de

mano. Las instrucciones eran que reserváramos una de

estas para nosotros y que la utilizáramos si caíamos heridos

o si parecía que el enemigo iba a capturarnos. En una

ocasión en que mi unidad recibió órdenes de contener el

avance de tres divisiones alemanas –de ochenta salimos con

vida doce, uno de mis camaradas fue alcanzado por fuego

de ametralladora mientras nos batíamos en retirada,


hundiéndonos en la nieve profunda. Primero pensé que

había caído muerto, pero, al verlo moverse, se me planteó

un terrible dilema moral: si intentaba rescatarlo, no lo

conseguiría y me matarían, pero si no lo hacía, nunca podría

perdonármelo. El mismo resolvió el dilema por mí haciendo

explotar su granada.

En nuestro avance nos vimos atacando y destruyendo

aldeas que los alemanes habían ocupado, pero donde

todavía quedaban civiles rusos. También descubrimos que el

ejército germano disponía de mapas detallados de los años

treinta, mucho mejores que los nuestros, y que habían

llevado equipo de todos los países de Europa. Durante el

breve periodo de tiempo que duró su ocupación habían

erigido sólidas posiciones defensivas y, aunque también se

habían ganado la más absoluta antipatía de la población, a

diferencia de nosotros, ellos sí se llevaban consigo a sus

muertos y sus heridos cuando emprendían la retirada.

Luchar en nuestro propio país tenía un profundo efecto

sobre nosotros, pues un piloto podía encontrarse

bombardeando la casa de su madre o un artillero haciendo

fuego sobre su propia aldea. En aquel tiempo no oí hablar de


que Stalin ordenara que el Ejército Rojo arrasara los pueblos

que iba dejando tras de sí en retirada. De hecho, habría sido

difícil cumplirlo, ya que cuando un soldado se bate en

retirada no se para a pensar en nada más. En este sentido,

los combates mismos acabaron llevándonos a incendiar y

destruir muchas de nuestras poblaciones. -34

Preguntado por si se presentaría voluntario para

misiones que impusieran una incursión profunda en territorio

enemigo, Yevgueni se mostró conforme:

Partí en marzo de 1942 con otros 29 camaradas para

cruzar el frente esquiando. En el último minuto uno de ellos

dijo que tenía fuertes dolores de estómago y regresó a

Moscú. Los demás nos dirigimos a nuestra base de

operaciones en Bielorrusia, tras lo cual la siguiente ocasión

que tuve para lavarme fue cuatro meses más tarde. Al final

de la guerra 19 miembros de mi grupo habían perdido la

vida.

Permanecí dos años tras las líneas alemanas, durante

los cuales solo tuve noticias de los míos en una ocasión. No

fue hasta 1944 cuando me enteré de que mi hermano mayor

había caído en la batalla de Moscú, antes incluso de que yo


cruzara el frente. Al principio comandaba un grupo de media

docena de hombres procedentes de mi primera unidad. pero

luego fuimos reclutando campesinos locales y soldados que

habían escapado de campos de prisioneros o del cerco de los

alemanes y en octubre de 1942 nuestro grupo había crecido

hasta tener más de mil miembros. Una tarde, al anochecer,

entramos en una aldea para conseguir provisiones antes de

emprender una larga marcha nocturna a campo abierto.

Allí la gente nos dijo que el único representante de las

fuerzas de ocupación era el comandante local, un holandés

al que hicimos prisionero y al que quitamos las armas que

tenía guardadas en su despacho. Después de hablar con los


lugareños para ver qué hacíamos con él, decidimos no

fusilarlo y decirle que volviera a Holanda, que era su patria,

y que dejara de tomar parte en la guerra de los alemanes.

Durante esos dos años tras las líneas alemanas, hicimos

volar 16 trenes y cuatro puentes.

Al principio de la guerra no podía entender por qué los

nuestros se habían batido tan mal en las batallas fronterizas.

¿Por qué se retiraron en lugar de luchar hasta el último

cartucho? Las cosas cambiaron cuando durante la defensa


de Moscú vi a una unidad que acababa de salir del combate:

iban todavía con sus camaradas heridos a cuestas y estaban

completamente exhaustos. Entonces me di cuenta de que, a

partir de determinado momento, los soldados son incapaces

de seguir guerreando y de que, si muchos se rindieron en

1941 –hasta unidades enteras, en los primeros compases de

la guerra, no fue porque odiaran a Stalin, por mucho que

tuvieran buenos motivos para estar en contra del régimen.

Sé de un regimiento de artillería al que estaban

aprovisionando de munición cuando fue atacado por el

enemigo y que se encontró con que los proyectiles servidos

no eran del calibre de sus piezas. Sin infantería que los

protegiera, pues se había retirado, e incapaces de

defenderse solos, los miembros del regimiento no tuvieron

otra alternativa razonable que entregarse. -35

Tanto dentro como fuera de Rusia, los historiadores y

los analistas militares han expresado sus reservas sobre la

efectividad de las acciones de los partisanos. Sin embargo,

cuando la ofensiva alemana sobre Moscú empezaba a perder

fuelle, Von Bock anotó en su diario:

Los rusos, que han destruido por completo casi todas


las carreteras principales, han sido capaces de obstaculizar

nuestros transportes hasta el punto de que el grupo de

ejércitos no recibe ya lo necesario para sobrevivir y combatir

... A día de hoy, carecemos de toda posibilidad significativa

de maniobra. -36

El 14 de diciembre Stalin ordenó retirar las cargas de


demolición de las fábricas, los puentes y los edificios

públicos de la capital -37 y unas

semanas más tarde dio por finalizada la construcción de las

nuevas obras de defensa que rodeaban el centro de la

ciudad, mientras los trabajadores civiles y el transporte que

habían sido movilizados a tal efecto empezaban a dejar de

estarlo. -38 Los anuncios del Vechernyaya Moskva daban ya

idea del cambio, en la medida en que, tal como en ellos se

hacía constar, la escuela de música Ippolitov–Ivanov abría su

matrícula a nuevos alumnos, -39 pronto volverían a estar

disponibles en las tiendas los polvos para la higiene dental y

una tienda de animales, además de tortugas y artículos de

pesca, tenía también a la venta una remesa de loros recién

llegados de Australia. -40 Por otra parte, el catedrático de


literatura Morozov firmaba un extenso artículo, aparecido en

las páginas centrales, dedicado al heroísmo en las obras de


Shakespeare. Entre ellas recomendaba vivamente para su

lectura en voz alta Enrique V, Hamlet, Otelo, Romeo y

Julieta, Mucho ruido y pocas nueces y La fierecilla domada,

señalando que a ese tipo de lectura se prestaban

igualmente, incluso en mayor medida por su también mayor

brevedad, los Cuentos de Shakespeare de los hermanos

Lamb. Se informaba, asimismo, de que el Instituto de

Pedagogía organizaba una serie de conferencias sobre la

guerra contra Napoleón de 1812 y la sublevación de los

decembristas de 1825. Ya dentro de la crónica negra, se

destacaba la condena a diez años de un conocido jugador y

billarista de los hoteles de la capital y sus alrededores, por

haber vendido en el mercado negro veinte litros de alcohol

para uso médico, obtenidos del director de una cooperativa

dental. Allí también se hacía mención al hecho de que el

administrador de una finca había sido degradado a realizar

las tareas de dvornik por no haberse encargado de velar por

que se quitase la nieve y se echase arena contra las heladas

en el tramo de acera que le correspondía. -41

Con todo, se produjo un cierto revés momentáneo en la

moral de la población cuando a mediados de diciembre el


general Sinilov dio orden de que todas las palomas en
posesión de particulares fueran entregadas a la policía para

evitar su uso por parte de «elementos hostiles»; también se

dictaminó que quienes incumplieran esa orden tendrían que

comparecer ante un tribunal militar. Pese a todo, la captura

de palomas pronto se vio suspendida, ya que nadie sabía

qué hacer con ellas. (El caso no fue algo excepcional de

Rusia) en Gran Bretaña corrieron peor suerte.

Allí, en junio de 1941, un policía visitó a la pacifista Frances

Partridge y le dijo que, por orden del gobierno, era preciso

acabar con todas las palomas domésticas. «No sabía por

qué, aunque tenía que ver con la posible invasión alemana.

Así que matamos a las nuestras y nos las comimos en un

pastel». -42

A finales de otoño aún quedaban en Moscú unos cien

mil niños en edad escolar, la mayoría de cuyas escuelas

seguían cerradas, sin que se hubiera previsto ninguna

alternativa para proseguir con su educación. Con sus padres

ausentes, bien en el frente o bien trabajando largas horas en

fábricas u oficinas, muchos de ellos acabaron cayendo en

actividades delictivas. Así lo demuestra el hecho de que más


del cuarenta por 100 de las sentencias dictadas en el otoño

de 1941 por delitos criminales fueran contra niños.

Si bien se imponía encontrar un modo de mantenerlos

alejados de las calles, de garantizar que su nivel educativo

no quedara por debajo del de los niños que habían sido

evacuados y de utilizar su fuerza de trabajo en unas fábricas

de armamento sin apenas personal, las autoridades no

tomaron, en un principio, medida alguna. Por eso, los padres

se encargaron de contratar personalmente a personas que,

de modo informal, pudieran dar clases a sus hijos en el

despacho del administrador de su edificio de viviendas. Esa

iniciativa desagradó a los funcionarios responsables, quienes

informaron a Stalin de que «la pasividad de las autoridades

ha llevado al establecimiento de escuelas de pago, cuyos

maestros no siguen los programas oficiales y determinan por

sí mismos la duración de las clases y la materia que en ellas

se trata». Tras solicitar permiso para tomar cartas en el

asunto, -43 esos mismos funcionarios consiguieron que el


Ayuntamiento de Moscú autorizase la creación de 42

«puntos de consulta», en los que profesores cualificados

impartirían clases a los niños siguiendo el programa oficial,


aunque simplificándolo y adaptándolo a las especiales

circunstancias del momento. En este orden de cosas, se

instó a los profesores de literatura a conceder especial

atención a obras en que se exaltaran victorias rusas como

Poltava de Pushkin o Guerra y paz de Tolstoi. Ello no impidió,

sin embargo, que el quince por 100 del programa del último

curso estuviera dedicado a literatura extranjera, incluyendo

obras tan alemanas como El cantar de los nibelungos o el

Fausto de Goethe. -44

Los muchachos de entre doce y quince años empezaron a

recibir una formación técnica especial, al tiempo que se les

pagaba como adultos y se les daba la máxima ración de

comida permitida (la de «obreros»). Por otra parte, en la

Universidad de Moscú, en el Instituto Bauman y en otros

centros se reanudaron algunas clases destinadas a aquellos

estudiantes que no habían podido ser evacuados junto con

sus instituciones. -45

La primera fase del contraataque ruso había resultado

un éxito casi completo. Si tras retomar su ofensiva sobre

Moscú a mediados de noviembre los alemanes habían

llegado a penetrar más de cien kilómetros en territorio


soviético, hasta las inmediaciones mismas de la ciudad en

veinte días, -46 ahora, en treinta y cuatro, las tropas

soviéticas habían logrado, en algunos lugares, casi

doscientos cincuenta kilómetros a lo largo de un frente con

una extensión próxima a los mil. El ejército germano había

perdido la iniciativa estratégica por primera vez desde 1939;

la amenaza inmediata sobre la capital había quedado

abortada y no volvería jamás a plantearse, a pesar de un

breve momento de nerviosismo en abril de 1942, cuando las

barricadas volvieron a levantarse por poco tiempo

coincidiendo con el inicio de una nueva ofensiva de verano

alemana. -47

Todo el mundo sabía que se había hecho historia, como


indica el hecho de que, apenas iniciada la contraofensiva, la

Academia de Ciencias de la Unión Soviética creara una

comisión para estudiar la historia de la defensa de Moscú.

Asimismo, esta academia estableció subcomisiones en cada

raion, presididas por el secretario local del Partido y

encargadas de recopilar materiales, tales como documentos,

diarios, relatos de testigos oculares, recortes de diario y

fotografías, que supusieron las bases de un archivo para


investigadores situado en lo que hoy en día es el Instituto de

Historia Rusa de la Academia Rusa de las Ciencias. -48 Por

otra parte, Konstantin Simonov recibió el encargo de escribir

para el Krasnava Zvezda un artículo a toda página sobre la

defensa de la ciudad, que fue publicado en la víspera del

25.º aniversario de la Revolución, en noviembre de 1942.

En una aldea liberada cerca de Tula, los dirigentes

locales del Partido –de nuevo en el poder– instaron a las

mujeres que allí quedaban a identificar y enterrar a los

muertos rusos, sin preocuparse de los alemanes. No

obstante, las mujeres dieron igualmente sepultura a estos

últimos, tras haber reunido sus documentos de

identificación, porque, como ellas mismas dijeron, «después

de todo, también tienen madres esperándolos».-49


NOTAS
CAPÍTULO 15

1. Vechernyaya Moskva; Yuri Averbaj, entrevista, 26 de

marzo de 2002; «Pervenstvo Moskvy v 1941 godu», en el

sitio web del Club Kasparov (< ww.clubkasparov.ru>).

2. El compositor Robert Planquette (1848-1903), que

hoy ha caído en un olvido generalizado, se especializó en

ópera cómica. Les Cloches de Corneville fue una de sus

piezas más exitosas.

3. Yu. Kammerer et al: Moskve - Vozdushnaya Trevoga,


Moskovski Ravochi, Moscú, 2000, pp. 90-92.

4. El informe de Gridaspov lleva fecha de 11 de

noviembre. Parece probable que se refiriera a un programa

próximo. Véase M. Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya

1941-1942:Arkhivnye Dokumenty i Materialy, Moscú, 2001,

pp. 362-363.

5. G. F. (ed.): Rossia i SSSR v Voinakh XX Veka:

Statisticheskoe Lssledovanie, OLMA, Moscú, 2001, p. 263; B.

Nevzorov, Moskovskaya Bitva Fenomen vtoroi mirovoi,

Moscú, 2001, p. 95.


6. Horst Boog (ed.): Das Deutsche Reich and der

Zweite Weltkrieg, DVA, Stuttgart, 1983, vol. 4, p. 601,

citado en Nevzorov, Moskovskaya Bitva, p. 103.

7. Georgi Zhukov: Vospominania i Razmyshlenia, 2

vols., Moscú, 2002; vol. 2, p. 37.

8. Cherevichenko dirigió el frente de Briansk hasta abril

de 1942.

9. Citado en Nevzorov: Moskovskaya Bitva, p. 99.

10. Nevzorov, Moskovskaya Bitva, p. 110.

11. Nota n.º 2.955/b de 3 de diciembre de 1941, en

Gorinov (ed.): Moskva Prif rontovaya 1941-1942, p. 322.

12. Informe del comisario Belianov de 6 de enero de

1942, en V. Jristoforov et al. (eds.): Lubyanka v dni bitvy za

Moskvu, Moscú, 2002, p. 314. La nota del general

Maslennikov a Beria, de 28 de noviembre, en la que criticaba

las disposiciones de Koniev en el frente de Kalinin, es otro

ejemplo del modo en el que la NKVD seguía cuestionando a

posteriori a los profesionales del ejército (documentos

Volkogonov, caja 4, carpeta 11.599, 28 de noviembre de

1941).

*1. Cabaña de campesinos. (N. del t.)


13. Pavel Gudz, entrevista, 1 de junio de 2002; B.

Yarotski: Ne Odnazhdy Ispytav Sudbu, Moscú, 1997, pp. 63-

92.

14. Konstantin Rokosovski: Soldatski Dalg, Moscú,

2002, p. 142.

15. Zhukov: Vospominania i Razmyshlenia, vol. 2, p.

41.

16. Anthony Eden: The Eden Memoirs: The Reckoning,

Cassell, Londres, 1965, p. 289.

17. Vladimir Ogryzko, entrevista, 1 de junio de 2002.

18. Vladimir Ogryzko, entrevista, 1 de junio de 2002.

19. Anthony Eden: The Eden Memoirs: Facing the

Dictators, Cassell, Londres, 1962, p. 298. (Hay trad. esp. de

R. Cremades, Memorias, Noguer, 1962.)

20. Eden: Facing the Dictators, p. 299.

21. Información de Anatoli Ponomarëv, 6 de diciembre

de 2004.

22. D. Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, pp. 104-105.

23. Pravda, 13 de diciembre de 1941.

24. A. Sakharov: Memoirs (Londres, 1990), p. 45.


25. I. Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya

1941/45: Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995, p.

65.

26. James Lucas: War on the Eastern Front: The

German Soldier in Russia, 1941-1945, Greenhill, Londres,

1998 (Jane's, Londres, 1979), p. 64.

27. E. Kulkov, Mijail Miagkov y O. Rzheshevski: Vaina

1941-1945: Fakty i Dokumenty, Moscú, 2004, p. 219.

28. V. Knyshevski (ed.): Skrytaya Pravda Voiny: 1941

god, Moscú, 1992, pp. 212-213.

29. Orden de Zhuravlëv de 18 de septiembre (selección

de pasajes), en N. Patrushev (ed.): Nachalo: Sbornik

Dokumentov, Moscú, 2000, vol. 2, p. 116.

30. Los mitos y hechos que rodean la historia de Zoya

Kosmodemianskaya se describen en Ye. Senyavskaya,

Psikhologia Voiny v XX-om veke, Moscú, 1999, pp. 214-237;

M. Gorinov: .Zoya Kosmodemyanskaya: Pravda i Vymysel»,

Otechestvennaya Istoria, 1, 2003, p. 77; Gorinov (ed.):

Moskva Prifrontovaya 1941-1942, p. 581.

31. Esta versión procede del informe de la NKVD sobre

el interrogatorio de Klubkov, con fecha de 11 a 12 de marzo


de 1942, reproducido en Jristoforov et al. (eds.): Lubyanka v

dni bitvy za Moskvu, pp. 182-190.

32. A. Beevor: Berlin: The Downfall 1945, Londres,


2002, p. 212. (Hay trad. esp. de D. León: Berlín: la caída,

1945, Crítica, Barcelona, 2005.)

33. Yevgueni Teleguev, entrevista, 23 de marzo de

2002.

34. Yevgueni Anufriev, entrevista, 3 de febrero de

2002.

35. Yevgueni Teleguev, entrevista, 23 de marzo de

2002.

36. Citado en Kulkov et al. Vaina 1941-1945: Fakty i

Dokumenty, p. 218.

37. Orden del GKO n.° 1.025 de 14 de diciembre de

1941, en V. Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh Gosudarstvennogo Komiteta Oborony,

Moscú, 2001, p. 91.

38. Orden del GKO n.° 1.068 de 27 de diciembre de

1941, en Filatov: Moskovskaya Bitva, p. 92.

39. Vechernyaya Moskva, 12 de diciembre de 1941.

40. Vechernyaya Moskva, 16 de diciembre de 1941.


41. Vechernyaya Moskva, 26 de diciembre de 1941.

42. G. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, Moscú, 2003, p. 105; Juliet Gardiner:

Wartime: Britain 1939-1945, Headline, Londres, 2004, p.

155.

43. Anatoli Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov:

Stranitsy Biograf i, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, pp. 180-181.

44. John Dunstan: Soviet Schooling in the Second

World War, Macmillan, Londres, 1997, p. 139.

45. M. Morukov: «Iz Istorii Obrazovania v Moskve

Voennoi», conferencia leída en Moscú el 10 de diciembre de

1944.

46. Kulkov, Miagkov y Rzheshevski: Vaina 1941-1945:

Fakty i Dokumenty, p. 86.

47. N. Aleshchenko: Moskovski Soviet v 1941-1945 gg.,

Moscú, 1976, pp. 145-146.

48. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, pp. 182-183.

49. Andreevski: Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu, p.

130.
16
LA DERROTA SE TORNA EN VICTORIA

A medida que se acercaba Año Nuevo se empezaron a

vender árboles para la festividad, al tiempo que aparecían

nuevos tipos de decoraciones como bolitas de vidrio que

brillaban, banderitas, muñecas, lámparas eléctricas en

miniatura o siluetas de animales hechas de cartón dorado.

También tuvieron lugar, justo como el año anterior, las

celebraciones oficiales de la víspera de Año Nuevo, como la

de la Casa Frunze del Ejército Rojo, dentro del Palacio de

Cultura Stalin, donde los soldados tuvieron ocasión de

contarse sus experiencias en el frente, además de fiestas

infantiles organizadas especialmente para los niños que

continuaban todavía en la ciudad. -1 El Vechernyaya Moskva

anunciaba la próxima inauguración de una exposición

dedicada al «Heroico pasado del pueblo ruso», mientras en

los cines se proyectaban La señorita de los cerdos y el

pastor, El circo, Boxeadores y otras populares películas. Por

su parte, Sobolev, el director de la Trejgorka, avisó a sus

trabajadores de que el 28 de diciembre habrían de


tomárselo como día de vacaciones sin paga, ya que ese

dinero se utilizaría para comprar regalos a los soldados. -2

Las hijas de Zhukov, Ira y Ella, volaron, junto con su

madre y su aya inglesa, desde Kuibyshev hasta Moscú en un

gélido avión; querían celebrar el Año Nuevo con su padre en

una casa de madera de dos pisos situada en el cuartel

general de Perjushkovo, sin que, entre tanto,

hubiera dejado de oírse el retumbar de los cañones en la

lejanía. Su comida les fue servida desde Moscú en

contenedores sellados, previa inspección por parte del

mismo departamento de la NKVD que se encargaba de

comprobar que los alimentos enviados a Stalin y a otros

líderes no estaban envenenados. Como anécdóta valga

mencionar que durante la celebración del Año Nuevo y de la

victoria soviética la pequeña Ella, de cinco años, se tomó


tantos dulces que tuvo una indigestión. -3

El día de Año Nuevo, la doctora Sajarova escribía en su

diario:

Este va a ser el año de la victoria ... Ayer estuve en

nuestro hospital cuando se entregaron los regalos a los

soldados heridos ... Volvimos a casa a las once de la noche.


Tres de nosotras recibimos el Año Nuevo juntas: Natalia

Semënovna, su hermana Niura y yo misma. Niura y Marusia,

la vigilante aérea, pasaron el tiempo entusiasmadas

diciéndose la buenaventura. Para eso quemaron papelitos

provocando mucho humo y luego se juntaron en el hueco de

la escalera y empezaron a adivinarse el futuro con una vela

y un espejo. Después de tomar té y zakuski todas nos

pusimos a bailar. Hoy me he pasado cuatro horas

preparando pasteles, de arroz y huevos y de arroz y cebolla.

Me han quedado sabrosísimos. -4

Con todo, el 31 de diciembre de 1942 resultó ser un día

mucho más triste que el del año anterior, con gente

celebrándolo en las trincheras y en campos de batalla

cubiertos de nieve, en fábricas gélidas de la capital y en lo

profundo de la retaguardia, mientras la comida era cada vez

más cara y escasa. Quienes vivían en la región de Moscú y

acababan de verse liberados de la ocupación alemana se

encontraban en una situación particularmente lamentable:

«Campesinos andrajosos vagan por las calles caminando en

fila india, sin afeitar, con la mirada perdida y con las manos

metidas en las mangas de lo que, obviamente, no son sus


propias ropas». A propósito de ellos Nikolai Verzhbitski

anotaba en su diario lo siguiente:

Les pregunto: «¿Quiénes sois?». Responden:

«Prisioneros» (así es como se llaman a sí mismos los

campesinos sometidos a la ocupación alemana) ...

Hablé con una «prisionera» que llegaba de una granja

colectiva de la localidad de Krasnoe, próxima a Tarutino, en

la región de Maloyaroslavets. Los alemanes habían estado


allí. «Mataron a todo el ganado y a los pollos y comían cada

dos horas. No nos dejaron meternos en nuestras casas y

tuvimos que dormir al raso y cocinar en fogatas. Solo

dejaron que algunas madres con niños pequeños durmieran

bajo las camas o en los porches. Cocinaban en nuestros

hornillos, pero no sabían muy bien cómo hacerlo ... Por eso

teníamos miedo de que nos quemaran las casas. Exigieron

ver al director de la granja colectiva, que era una mujer

embarazada de ocho meses, y cuando la llevamos hasta el

oficial, este soltó una risotada al ver su vientre y la dejó

marcharse en paz. No tocaron a nadie ni excavaron el suelo

para ver si habíamos enterrado allí nuestras cosas. Dos días

antes de retirarse nos ordenaron ir al bosque y nos dejaron


llevarnos las vacas. Al irse quemaron la aldea y solo dejaron

dos casas en pie, porque se lo habían pedido las mujeres

para tener un sitio donde albergar a los niños. Sin embargo,

tres verstas *1-*1 más allá los alemanes empezaron a

apalear y a colgar gente ... Colgaron a la maestra y al

director de la granja colectiva y violaron a las muchachas».-


5
A medida que los soldados rusos avanzaban, iban

encontrándose con pruebas suficientes para convencer

incluso a los más escépticos de cómo trataba al enemigo el

ejército alemán. En Volokolamsk hallaron un patíbulo del que

pendían los cuerpos sin vida de ocho lugareños, cuerpos que

el comandante ruso prohibió descolgar durante varios días,

para que sus hombres vieran de qué eran capaces los

alemanes.

Sin embargo, la liberación no puso fin a los problemas

de la población que había padecido la ocupación, pues sus

casas habían resultado destruidas durante los combates o

habían sido reducidas a cenizas deliberadamente por tropas

alemanas, por el propio ejército ruso o por partisanos, sin

contar con que ambos bandos habían sembrado de minas

sus campos de cultivo. Por otra parte, la salud de la

población sometida a la ocupación se había deteriorado


hasta extremos impensables: alcanzando el punto de que,

en un pueblecito, la mortalidad se había multiplicado por

tres al llegar la primavera. La NKVD desplegó sus efectivos


para capturar a quienes habían colaborado con el enemigo y

a últimos de enero había arrestado ya a casi mil

cuatrocientas personas. -6 A finales de diciembre

Shcherbakov informó en una reunión de los secretarios del

Partido de los diferentes raioni de que unidades del Ejército

Rojo habían estado requisando alimentos, forraje, vehículos

y caballos sin autorización y a menudo bajo amenaza

armada. Se cursaron órdenes en el sentido de que «se

perseguiría sin contemplaciones todo acto de arbitrariedad o

pillaje». Los saqueadores habían de ser castigados sin

piedad. -7

A esas alturas, los soldados pasaban, de hecho, tanta

hambre como los civiles, puesto que, pese a todos los

esfuerzos de Kaganovich, el sistema de aprovisionamiento

iba camino del colapso, toda vez que no había bastantes

trenes para transportar equipos, provisiones, personas

evacuadas y fábricas enteras de un extremo al otro del país.

Esa situación afectaba incluso a los trenes militares, tal

como ocurrió con un contingente de refuerzos –más de tres

mil hombres en total– que partió de Tbilisi en enero de

1942. La mayor parte de los efectivos estaban integrados


por georgianos analfabetos que no hablaban ruso y que

tuvieron que soportar temperaturas de hasta cincuenta

grados bajo cero en trenes sin calefacción, comida ni

asistencia médica. Cuando el tren llegó por fin a su destino,

veinte días después, 178 hombres habían desaparecido, 21

habían sufrido congelaciones y dos habían perdido la vida,

no siendo este el ejemplo más dramático de los muchos

otros que se dieron. -8

Las cosas no andaban mucho mejor por el frente, como

reflejaba Gejman [Gekhman], un corresponsal del Krasnaya

Zvezda desplazado hasta el frente de Kalinin al norte de

Moscú, donde los soldados de un batallón se estaban

muriendo literalmente de hambre con la mitad de ellos

ingresados en el hospital por malnutrición. Stalin destacó allí


a Shcherbakov y a Jrulev, intendente general, para que

investigaran la situación y, aunque en un principio estaban

firmemente convencidos de que Gejman solo buscaba

provocar problemas, ambos tuvieron que acabar

concediéndole la razón. Efectivamente, no se contaba ni

siquiera con transportes suficientes para hacer llegar las

escasas provisiones disponibles, mientras los oficiales de


intendencia responsables se dedicaban a maquillar las cifras,

motivo por el cual fueron enviados a batallones de castigo,

al tiempo que Gejman recibía la orden de la Estrella Roja. -9

Exultantes ante el éxito de su contraofensiva, que había

desalojado a las tropas germanas de las inmediaciones de

Moscú, los líderes soviéticos recibieron el Año Nuevo con

gran optimismo. Stalin convocó una reunión para el 5 de

enero de 1942 en la que habían de discutirse los planes para

futuras acciones ofensivas. «Los alemanes se hallan sumidos

en un estado de confusión como resultado de su derrota

frente a Moscú –comunicó a los convocados. Se han

preparado insuficientemente para el invierno, por lo que este

es el momento más favorable para lanzar una ofensiva

general. Confían en resistir nuestro ataque hasta la

primavera, cuando podrán volver a llevar a cabo acciones

operativas una vez hayan rehecho sus fuerzas.» Paseándose

arriba y abajo como solía, Stalin prosiguió: «Por eso nuestro

objetivo es no darles tiempo a reponerse, empujarlos hacia

el oeste y obligarlos a hacer uso de todas sus reservas antes

de que llegue la primavera –hizo una pausa y recalcó la

palabra primavera, porque entonces nosotros dispondremos


de nuevas reservas y las suyas se habrán agotado».

El plan no carecía de fundamento, pero las propuestas

de Stalin sobre cómo llevarlo a la práctica, sí. En su opinión,

la nueva ofensiva habría de lanzarse a gran escala,

abarcando todo el frente oriental desde Leningrado hasta el

mar Negro y habría de dirigirse principalmente contra el

grupo de ejércitos Centro. Dos puntas de flecha rodearían a

los alemanes hacia el norte y el sur, para encontrarse en

Viazma, escenario del desastre soviético tres meses atrás, y

para aniquilar desde allí a los ejércitos germanos que tan


cerca habían estado de tomar Moscú. La cosa, de todos

modos, no terminaría ahí, puesto que los frentes de

Leningrado y Voljov iniciarían una segunda gran ofensiva

destinada a romper el cerco de Leningrado y a destruir al

grupo de ejércitos Norte. Al sur Timoshenko liberaría Jarkov

[Kharkov], la cuenca del Don y Crimea, donde Sebastopol

resistía todavía el sitio enemigo. Tras realizar su exposición,

Stalin pidió otras opiniones.

Zhukov hizo notar que ni su propio frente Oeste ni los

demás contaban con los recursos necesarios para desarrollar

una ofensiva tan amplia,


puesto que las unidades rusas se habían visto diezmadas y

los supervivientes se hallaban extenuados. A ello se añadía

la desesperante escasez de blindados, piezas de artillería y

munición, situación que llegaba hasta el extremo de que

solo se podía disparar un obús por día. El mismo Zhukov y

Voznesenski, el jefe de gobierno adjunto responsable de la

planificación económica, eran partidarios de que los recursos

disponibles se concentraran en la ofensiva contra el grupo de

ejércitos Centro. Stalin escuchó, preguntó si alguien quería

añadir algo –nadie lo hizo– y su propuesta fue aceptada sin

más discusión. -10 Una vez más, el líder soviético había

impuesto a sus generales una estrategia gravemente

errónea.

En el propio teatro de operaciones, Rokosovski estaba

igualmente convencido de que una ofensiva de tal magnitud

no podía tener éxito, ya que los alemanes habían erigido

formidables posiciones defensivas en pueblos y bosques.

«Resultaba paradójico que los fuertes estuvieran

defendiéndose y los débiles, atacando con la nieve hasta la

cintura.» Rokosovski pensaba que los rusos debían pasar a

la defensiva y recuperar fuerzas para lanzar una ofensiva de


gran envergadura en el futuro, y así se lo hizo saber a

Zhukov en un sustancioso informe basado en cifras precisas.

Para entonces, sin embargo, la suerte estaba echada y

Zhukov se mostró inflexible al ordenarle: «¡Lleve a cabo lo

que se le ha mandado!». -11

El ataque dio comienzo el 10 de enero, cuando Koniev,


apoyado por el 20.° ejército de Vlasov y el 16.° ejército de

Rokosovski, abrió brecha a través de las defensas enemigas

emplazadas en la carretera de Volokolamsk. El 2.º cuerpo de

guardias de caballería (bajo las órdenes de Pliev, desde la

muerte de Dovator) penetró por la brecha abierta

acompañado por batallones de carros de combate y de

tropas sobre esquíes. De otra parte, Zhukov se dedicó a

presionar hacia delante a lo largo de la carretera de

Mozhaisk, al tiempo que la caballería de Belov y una fuerza

de ataque comandada por el general Yefremov conseguían

llegar hasta el sudoeste de Viazma.

No obstante, las tropas germanas se habían visto

reforzadas con nuevas divisiones provenientes de Europa

Occidental y consiguieron cortar la retirada a Belov y

Yefremov. Contando con el apoyo de paracaidistas enviados


por Zhukov, estos continuaron hostigando a los alemanes,

pero no solo se vieron incapaces de cerrar el cerco, sino que

ellos mismos quedaron rodeados. Yefremov resultó

gravemente herido al intentar romper ese cerco y prefirió

suicidarse antes de caer prisionero, mientras que Belov

acabó emergiendo desde detrás de las líneas alemanas a

mediados de julio. -12

A mitad de enero se produjo un contratiempo en el sur,

en la intersección entre el frente Oeste y el frente de Briansk

comandado por Cherevichenko, ya que, al avanzar de forma

arrolladora durante los primeros días de la ofensiva, las

tropas soviéticas sobrepasaron por los flancos en Sujinichi a

una división alemana recién llegada de Francia, dejándola

rodeada. Aprovisionada por aire, esta se defendió

obstinadamente, mientras los alemanes luchaban con

encono por liberarla del cerco hasta que lograron crear un

estrecho corredor entre las tropas cercadas en Sujinichi y el

grueso de las fuerzas propias. Entonces Zhukov ordenó a

Rokosovski que cediera el mando, que se dirigiera con su

estado mayor a formar un nuevo 16.° ejército a partir de las

divisiones del sur comandadas por el propio Zhukov y que


tomara directamente cartas en el asunto. Rokosovski partió

de inmediato llevando consigo a Malinin y al resto de su ya


muy experimentado estado mayor. Para confundir a los

alemanes hizo difundir a través de prensa y radio el bulo de

que el 16.° ejército en su conjunto avanzaba sobre Sujinichi,

cuando de hecho solo iba a hacerlo la única formación que

había servido en el antiguo 16.° ejército, esto es, la 11.ª

división de guardias –la antigua 18.ª división de voluntarios

(Leningrado), que Rokosovski había tenido a su cargo por

vez primera al escapar del cerco de Viazma cuatro meses

atrás.

Rokosovski y los suyos pergeñaron rápidamente un

plan de ataque e hicieron tomar posiciones a sus fuerzas, así

como preparar a la artillería para bombardear Sujinichi. De

pronto sonó el teléfono y se oyó la voz de unos civiles de

esa localidad, que avisaban de que los alemanes la habían

abandonado. Faltando pocos minutos para que se iniciara la

descarga de la artillería, Rokosovski evaluó en un instante la

situación y decidió no abrir fuego. Por fortuna, los alemanes,

efectivamente, se habían marchado, por lo que a la mañana

siguiente pudo trasladar su cuartel general a Sujinichi sin


hallar oposición alguna.

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer

Trabajadora, Rokosovski tenía la intención de celebrarlo en

su cuartel general por la noche. La jornada, en cambio, se la

pasó visitando a sus unidades a bordo de un mototrineo, un

endeble artilugio construido en la fábrica aeronáutica Duks

de Moscú y con el que resultaba posible moverse

rápidamente sobre nieve dura. Una vez de vuelta en su

cuartel general y mientras Rokosovski estaba trabajando con

Malinin, un obús explotó fuera de la casa y un fragmento

que se coló por la ventana lo alcanzó hiriéndolo en la

espalda. Era la tercera herida de guerra de Rokosovski, pero

esta vez –se lamentaba el general– no la había sufrido en

combate sino sentado en un despacho y con un bolígrafo en

la mano. Rokosovski fue trasladado de inmediato en avión al

hospital Timiriazev, destinado a oficiales generales y donde

todos los pacientes tenían habitaciones separadas y recibían

una generosa alimentación, considerada en términos de lo

que resultaba normal en aquellos tiempos de guerra.

En otro orden de cosas, la vida teatral moscovita iba

recobrando el pulso, con Valentina Serova, la compañera


sentimental de Simonov, actuando en el Teatro Dramático.

Allí, los actores, víctimas del hambre y del frío, aparecían en

escena con el abrigo puesto, sin dejar ocasionalmente de

visitar hospitales y de ofrecer pequeñas representaciones a

los heridos. Uno de los médicos de Rokosovski pidió a

Serova que actuase en privado para el general, a lo cual ella

accedió. Cuando se presentó en la habitación de Rokosovski

era la hora de servir la cena y el general, viendo los ojos

hambrientos de la actriz, prefirió darle su comida, gesto al

que ella respondió recitando para él un cuento breve de

Chejov. Contrariamente a los rumores que se difundirían

más tarde, Serova, según parece, no volvió después a

encontrarse con él más que en un par de ocasiones. -13

La trayectoria de Rokosovski seguía su marcha

ascendente y, después de conseguir que su mujer y su hija

fueran conducidas desde Siberia, adonde habían sido

evacuadas desde Moscú, logró también agenciarse un piso

en la capital para permanecer con ellas. Dado de alta la

tercera semana de mayo, Rokosovski regresó al frente,

donde lo esperaba Galina Talanova y donde a principios de

julio asumió, por primera vez, el mando de un frente


completo. A partir de ahí se distinguiría en combate en todas

las grandes batallas que se sucedieron

–Stalingrado, Kursk, Bielorrusia– hasta llegar a encontrarse

con las tropas británicas del general Montgomery en el norte

de Alemania, durante los días inmediatamente previos al fin

de la guerra.

Entretanto, otra brillante carrera militar iba a tener un

final inesperado en el transcurso de la gran ofensiva que

Stalin había previsto lanzar en el norte a fin de romper el

cerco de Leningrado y que no dejó de cosechar algunos

éxitos iniciales. Así, las tropas soviéticas lograron rodear seis

divisiones alemanas en Demiansk, cerca de Novgorod, a

unos seiscientos cincuenta kilómetros de Moscú por la

carretera de Leningrado. Sin embargo, los alemanes se


hicieron fuertes en casamatas fortificadas y parapetos de

nieve solidificada, pues resultaba imposible cavar trincheras

en el suelo helado, dando así inicio a lo que acabaría siendo

el cerco más prolongado de toda la contienda, del que las

tropas germanas conseguirían finalmente escapar. -14

Las fuerzas del frente de Voljov, comandado por

Meretskov, presionaban en dirección a la propia Leningrado,


y aunque tras entablar cruentos combates con el 2.° ejército

de choque lograron abrirse paso a través de las defensas

alemanas, solo pudieron avanzar lentamente:

Se desplazaban únicamente de día, mientras que de

noche se ponían a cubierto en el bosque. El avance resultaba

difícil, puesto que, para abrir camino en la nieve profunda,

tenían que reorganizar columnas en filas de a quince. De ese

modo, cuando la primera fila llevaba diez minutos avanzando

por entre la nieve, que en ocasiones les llegaba a la cintura,

pasaba al final de la columna y era reemplazada por la

siguiente. Esa dificultad de movimientos se veía a menudo

incrementada cuando atravesaban terreno pantanoso helado

solo a medias o riachuelos cubiertos únicamente por una

fina capa de hielo, ya que entonces sus botas se mojaban y

se les congelaban, sin que hubiera manera de secarlas, pues

tenían prohibido encender fuego durante las acampadas.

Sus caballos estaban extenuados y sus vehículos se habían

quedado sin gasolina, por lo que tuvieron que acabar

cargando munición, equipo y provisiones sobre sus propias

espaldas. -15

Muchos soldados llevaban meses sin lavarse y, además


de sucios, estaban muertos de hambre y frío. De noche

escarbaban agujeros en la nieve en los que se acurrucaban

unos junto a otros bajo sus capelinas impermeables para

mantener el calor corporal. Algunos les quitaban la ropa a

los soldados muertos y, cuando podían encender hogueras,

cortaban las piernas de los cuerpos helados y las ponían al

fuego para deshelarlas y sacarles las botas. -16

Stalin exigía progresos más rápidos, para lo que

prometió refuerzos de importancia para el frente de Voljov,


reorganizó su mando y envió a Vlasov –quien tanto se había

distinguido en los combates librados frente a Moscú– a

hacerse cargo del 2.° ejército de choque, a poner orden y a

presionar hacia delante a fin de encontrarse con las tropas

del frente de Leningrado. No obstante, la tarea que debía

afrontar Vlasov excedía las capacidades de cualquier

general, pues para empezar, y aunque el 2.º ejército de

choque continuó avanzando como mejor pudo, dependía

para su aprovisionamiento de que se mantuviera abierto un

estrecho corredor continuamente asediado por los alemanes.

Puesto que los refuerzos prometidos por Stalin no llegaron,

el corredor quedó bajo el control de las tropas germanas,


primero intermitentemente y después de forma definitiva.

En esas circunstancias Meretskov hizo llegar a Stalin el

siguiente mensaje: «El 2.° ejército de choque carece por

completo de capacidad operativa: ni puede atacar ni

defenderse y sus comunicaciones están a merced de los

alemanes. Si no se hace nada, la catástrofe resultará

inevitable».-17

Nada se hizo y el ejército de Vlasov se vio finalmente

rodeado, coincidiendo con el inicio de la rasputitsa a

mediados de marzo, el deshielo que lo transformó todo en

un barrizal, borrando del mapa lo que hasta entonces había

pasado por carreteras. La indumentaria de invierno de los

soldados, infestada entonces de piojos, se convirtió en una

pesadilla, a la que se sumaba la falta de comida. Privadas

asimismo de municiones con las que defenderse, las tropas

soviéticas fueron liquidadas poco a poco por los alemanes en

los bosques y en las zonas pantanosas, donde reposan sin

honores los cuerpos sin vida de soldados rusos sumergidos

en tumbas sin nombre. -18

Durante algún tiempo el propio Vlasov anduvo errando

sin rumbo hasta que finalmente fue capturado en julio.


A esas alturas se sentía tan decepcionado por Stalin y por el

régimen soviético que se dejó convencer por los alemanes

de que la mejor forma en que podía servir a su país era

reclutando y comandando un Ejército de Liberación Ruso. En

diciembre de 1942 lanzó su primer llamamiento «al conjunto


del pueblo ruso y a todos los demás pueblos de la Unión

Soviética». En él se culpaba a Stalin y a británicos y

estadounidenses de haber involucrado a Rusia en una guerra

innecesaria contra su natural aliado germano. En palabras

de Vlasov, Rusia estaba siendo derrotada porque su pueblo

se resistía a defender el poder soviético, si no era bajo

coacción. Por ello, Vlasov instaba a los rusos a eliminar el

aparato de terror impuesto por Stalin, a derrocar su

régimen, y a restaurar las libertades democráticas

promulgadas durante la revolución de febrero de 1917.

Aunque sus motivos pudieron ser sinceros, Vlasov pecó de

ingenuidad política y nunca llegó a contar con la plena

confianza de los alemanes, del mismo modo que su

«ejército», que apenas dispuso de cincuenta mil hombres,

casi no llegó a presenciar acción efectiva alguna. -19 Vlasov


fue capturado por el Ejército Rojo al final de la guerra, en las

proximidades de Praga, y ejecutado con la mayor ignominia


el 2 de agosto de 1946.

Para la mayoría de rusos Vlasov sigue encarnando la

figura del traidor por antonomasia, tal como refleja el hecho

de que un libro sobre la historia de la batalla de Moscú

publicado en fecha tan reciente como el año 2001 no solo

evita mencionar su nombre sino que llega incluso a omitir su

20.° ejército del orden de batalla de las fuerzas soviéticas

que participaron en la derrota alemana frente a Moscú. -20

En ese sentido la primera página del Pravda del 13 de

diciembre de 1941, en la que la fotografía de Vlasov aparece

junto a las de los demás generales victoriosos, empezó

pronto a resultar incómoda y, aunque la familia Rokosovski

ha preservado con cariño una copia de aquella página en sus

archivos, el retrato de Vlasov se ha visto dolorosamente

extirpado de la misma.

Este no fue, ni con mucho, el único ciudadano soviético

que llegó a colaborar con las tropas germanas. En efecto, los

prisioneros que estas hicieron durante los primeros meses

de la guerra se hallaban desnutridos, desmoralizados y sin

esperanza, por lo que muchos de ellos creyeron que la única

oportunidad para sobrevivir pasaba por servir en las unidades –


noventa batallones en total– que el ejército

alemán– había creado para luchar contra los partisanos y

para llevar a cabo labores de vigilancia policial en Europa

Occidental, especialmente en Yugoslavia e Italia. Explotando

deliberadamente la aversión al régimen soviético que

sentían muchos pueblos de la URSS, los alemanes crearon

unidades compuestas, en cada caso, por tártaros, cosacos,

chechenos y habitantes de los países bálticos, dándose el

caso de que algunos grupos de partisanos nacionalistas

luchaban tanto contra el Ejército Rojo como a veces contra

el propio ejército germano. Entre doscientos y trescientos

mil voluntarios (los Hilfswillige o HiWis) acabaron sirviendo

en unidades alemanas como médicos, enfermeras,

cocineros, encargados de limpieza, conductores,

trabajadores ocasionales, policías y autoridades locales. A

finales de 1943 cada división alemana estaba autorizada a

contar en sus filas con un contingente de hasta dos mil

HiWis, equivalente al seis por 100 de su dotación total

prevista. -21 Muchos de ellos cambiaron de bando cuando

también la suerte del ejército germano empezó a cambiar,

como sucedió en un sonado incidente protagonizado por un


batallón de la Wehrmacht formado por tropas georgianas

destinadas en la isla holandesa de Texel. Tras alzarse contra

los alemanes en abril de 1945, el batallón fue aniquilado

después de duros combates por una fuerza de incontestable

superioridad numérica, con el resultado de 117 civiles

holandeses, quinientos cincuenta soldados georgianos y

ochocientos soldados alemanes muertos. -22

Si todo gobierno que afrontase una guerra de

supervivencia habría tomado medidas severas contra una

colaboración con el enemigo de esas proporciones, un

gobierno tan paranoide como el de Stalin no iba a ser

menos. De ahí que en 1941 el líder soviético ordenara crear

puntos de control y campos especiales destinados a depurar

a espías, traidores y desertores de entre los soldados

soviéticos internados en campos alemanes de prisioneros o

encuadrados en unidades que habían sido cercadas por

tropas germanas. -23 La cifras se dispararon a medida que


el Ejército Rojo iba liberando los campos de Europa Central y

que los aliados iban entregando a las autoridades soviéticas

los soldados de esta nacionalidad que habían liberado a su

paso. Así, en marzo de 1946 un total de cinco millones de


hombres y mujeres, entre prisioneros de guerra y civiles

deportados para realizar trabajos forzosos, habían sido

repatriados a la Unión Soviética.

Casi dos millones de esos prisioneros pasaron por un

sistema de «filtrado», de modo que unos novecientos

noventa y tres mil volvieron al servicio activo, doscientos

setenta y siete mil fueron enviados a sus casas y trescientos

cuarenta y cuatro mil a batallones de zapadores («batallones

de trabajo»), en tanto otros doscientos ochenta y tres mil

fueron arrestados y puestos en manos de la NKVD, que

condenó a muchos de ellos a servir en unidades de castigo,

así como a trabajos forzados o a la deportación. -24

El bautismo de guerra de Anatoli Cherniaev se produjo

no demasiado lejos del sector donde los efectivos del 2.º

ejército de choque cayeron en combate tras haber sufrido un

sinfín de penalidades. Después de dar un gran rodeo, el tren

que transportaba a su batallón de esquiadores se detuvo en

un campo abierto próximo a Staria Rusa [Starya Russa], en

las cercanías de Novgorod. Su cometido era tomar parte en

la grandiosa operación –de hecho, un verdadero caos desde

sus mismos inicios– que tenía por objeto rodear y aniquilar


el numeroso contingente de tropas germanas cercado en la

bolsa de Demiansk por la rápida contraofensiva soviética

lanzada desde las afueras de Moscú.

En aquella zona no existía una línea de frente

claramente delimitada, puesto que los alemanes ocupaban

algunas localidades y los rusos otras, pudiendo cada bando

penetrar con relativa impunidad en la retaguardia del otro.

El batallón de Cherniaev pasó la primera noche en un pueblo

desierto cuyas casas permanecían intactas, por mucho que

todas las chimeneas presentaban orificios en su exterior. Tal

como explicó a Cherniaev Chugunov, un campesino con el

que hizo cierta amistad, los lugareños habían horadado las


chimeneas para evitar que el fuego que soldados de paso

por el pueblo pudieran encender en las casas acabara

quedando fuera de control y redujera sus hogares a cenizas.

El jefe del pelotón causó baja por enfermedad y Cherniaev

asumió el mando, para descubrir que sus soldados eran

incapaces de esquiar sobre nieve fresca y que, en cualquier

caso, la mayoría de los esquíes estaban rotos o habían

quedado abandonados. Por ello,

Cherniaev y sus hombres cargaron los que aún servían en


los trineos que transportaban los morteros y echaron a

andar por la carretera abriéndose paso con dificultad por

entre la nieve que la cubría. Al poco, la organización

comenzó a hacer aguas, empezando por los cocineros del

batallón, quienes, al desaparecer, forzaron a los soldados a

mendigar o a robar comida de sus camaradas de unidades

vecinas. Por otra parte, tras su primera operación, el

batallón de morteros de Cherniaev se quedó sin munición y,

siendo imposible conseguir más, los morteros fueron

enviados a la retaguardia. Además, los mapas del batallón

databan de 1914 y no había suficientes fusiles para todos los

soldados, por lo que se les dijo que intentaran conseguir

armas rebuscando entre los restos del campo de batalla. En

una de las primeras casas en que se alojó el batallón, la

dueña sugirió a un todavía inexperto Cherniaev que pusiera

un centinela en la puerta, no fuera el caso que los alemanes

que anduvieran por allí merodeando llegaran a tirar una

granada por la ventana. El soldado escogido carecía de fusil

y Cherniaev tuvo que prestarle el suyo.

El primer ataque de envergadura del batallón, dirigido

contra un pueblo defendido por los alemanes, se desarrolló


bajo las órdenes de un joven teniente que condujo a sus

hombres por terreno con nieve hasta la cintura, sin que

hubiera ni rastro del seboso, estúpido, tosco, caótico y

cobarde comandante del batallón. La acción tuvo éxito y

permitió a la unidad disponer de provisiones y armas nuevas

al apropiarse de las que guardaban los alemanes.

A la mañana siguiente, Cherniaev fue llamado para

presenciar una ejecución al cuartel general del batallón,


donde se encontró con el seboso comandante, rodeado por

sus oficiales. A su presencia llevaron un soldado, antiguo

compañero de estudios, llamado Gaft y que compareció sin

gorra, guerrera ni cinturón. El motivo era que, mientras

montaba guardia de noche, había abandonado su puesto

para irse a dormitar un rato. «No necesitamos soldados

como ese –dijo a gritos el comandante del batallón. Ha de

ser ejecutado y ustedes han de hacer saber a todos sus

hombres que lo mismo les pasará a ellos, si no están

atentos.»

Gaft se echó de rodillas entre sollozos, provocando un

incómodo revuelo entre los oficiales y haciendo que

Cherniaev se adelantara para manifestar que Gaft era un


buen soldado, además de miembro del Komsomol y

voluntario. Todo fue en vano. El soldado fue llevado a

empujones hasta el patio, con el comandante del cuartel

general a sus espaldas, emperifollado con su lustroso

cinturón, sus bombachos y sus botas de montar. Se oyó un

disparo de pistola. Cherniaev regresaría a su unidad

enfurecido.

Después de la guerra Cherniaev fue a visitar a los

padres y hermanas de Gaft, que vivían cerca de su propia

casa en Marina Roshcha, y les dijo que había perdido de

vista a Gaft durante los combates. No le creyeron. -25

El joven Petia Sagaidachny, con diecisiete años, no

llegó siquiera a tener tiempo para desilusionarse. Siempre

había querido servir en la Armada y, además de leer libros

sobre temas navales, cada vez que podía salía a navegar por

el embalse de Kliazma a las afueras de Moscú. También

llevaba un diario, por el que se sabe que languidecía por

Olga, una compañera de clase a la que nunca tuvo el valor

de declararse.

Estaba navegando el día que empezó la guerra, por lo

que, al volver a Moscú, se enteró de que los alumnos del


último curso de su escuela se habían presentado ya como

voluntarios. Puesto que él era demasiado joven para hacerlo,

se apuntó, junto con su amigo Yura Fedorenko, para trabajar

como aprendices en una fábrica de herramientas. Petia tenía


dotes para la mecánica y enseguida aprendió cómo hacer

funcionar el torno con inusual velocidad. Sin embargo, la

vida que llevaba era agotadora, ya que, además de pasar

cada día dos horas cavando trincheras y pozos de tirador

junto a sus camaradas de la fábrica, siempre que le quedaba

un momento aprovechaba para estudiar para el examen de

reválida. Cuando tenía turno de noche solía regresar a casa

a las cinco de la mañana y dormía hasta las ocho para ir

después a la escuela. Volvía a las dos, dormía hasta las tres

y se levantaba para realizar sus tareas escolares y dirigirse

posteriormente a la fábrica, donde una vez llegó a trabajar

sin interrupción desde las siete de la mañana hasta las cinco

del día siguiente, aun a pesar de tener fiebre. Su única

distracción cada vez que tenía un día libre era ir a navegar,

hasta que la llegada del invierno y de los alemanes lo

hicieron imposible.

Su diario muestra que Petia no se hacía ilusiones sobre


la marcha de la guerra, como revela una entrada de

principios de julio: «Puede que los alemanes lleguen a Moscú

e incluso puede que, por un tiempo, la borren de la faz de la

tierra». En agosto, se mostraba aún más desesperanzado:

«Nos están machacando, brutalmente y a base de bien».

Pese a todo, el muchacho estaba seguro de que los rusos

acabarían venciendo y solo le preocupaba que la guerra

tocara a su fin antes de que él pudiera tomar parte en ella.

El 16 de octubre, el día en que en Moscú caía en el mayor de

los pánicos, su madre, su padrastro y los dos hijos pequeños

de estos fueron evacuados, mientras él permanecía solo en

la ciudad:

Moscú está preparándose enfebrecidamente para recibir

a sus huéspedes. Por la tarde fui a trabajar como cada día y

me quedé atónito al ver que la fábrica había dejado de

funcionar, que se estaba desmantelando la maquinaria y que

los obreros corrían por los talleres como abejas que

abandonan el panal.

Después de pasarse los tres días siguientes cavando

trincheras a las afueras de la capital, a propuesta de su


capataz se presentó voluntario para uno de los nuevos
batallones de trabajadores organizados por Shcherbakov y

se le envió a recibir instrucción para destruir tanques. En la

última entrada de su diario recordaba las palabras,

inspiradoramente proféticas, de su comisario: «Este es un

destacamento de élite en el que todos deberíais convertiros

en héroes, porque probablemente a todos os espera una

muerte cierta».

Tras un periodo de instrucción de dos meses, Petia y su

unidad fueron enviados al frente, adonde llegaron después

de haber pasado en tren por pueblos destruidos por los

alemanes en su retirada y de haber continuado a pie hasta

adentrarse considerablemente en la retaguardia enemiga.

Entraron en acción por primera vez a principios de marzo y

Petia fue ascendido rápidamente a comandante de una

sección de reconocimiento. El 17 de abril escribía a su

madre:

Buenos días, madre querida: Hoy es un día

indescriptiblemente hermoso. Heló un poco durante la noche

y el tímido sol de primavera no ha conseguido todavía borrar

la escarcha del suelo, de la nieve y de los árboles ... Vamos

a salir otra vez de patrulla para llevar a cabo una importante


misión que nos ha asignado nuestro comandante y, cuando

acabemos, te escribiré con más detalle. Los demás han

cocido algunas patatas y tocino y quieren que me una a

ellos, así que tengo que dejarlo por hoy. No sabes lo mucho

que necesito tus cartas y las ganas con que espero la

próxima. Te envío un beso muy fuerte. -26

Al día siguiente, 18 de abril, Petia Sagaidachny caía en

combate, dos semanas antes de cumplir los dieciocho años.

La crisis que vivía Moscú no remitió con la retirada de

las tropas alemanas, toda vez que fue entonces cuando

empezaron a manifestarse plenamente las consecuencias de

la temprana decisión de Stalin de trasladar fuera de la

ciudad los depósitos de grano y de otras provisiones.

La situación era ya bastante grave en diciembre, dando

ejemplo de ello el caso del obrero que se encaró a su jefe

diciéndole:

Si no vengo a trabajar el lunes, tenga por seguro que

estaré muerto. Habré matado a mi esposa y me habré

matado a mí mismo. Cuando llegue la primavera no seré el

único, sino que habrá muchos más. No soy el único que está

pasando hambre, somos miles. Eso es lo que nos han traído


la guerra y nuestra sabia política [la de nuestro gobierno]. -
27
Durante los primeros meses de 1942 los habitantes de

la capital padecieron frío, un deterioro creciente de su salud

y una escasez de alimentos que los puso al borde de la

inanición. Sobrecargados de tropas, municiones, equipos y

provisiones con que mantener viva la ofensiva soviética, los

trenes no podían transportar los alimentos necesarios para

abastecer a la población civil. A los empleados de oficinas, a

las personas sin ingresos propios y a los niños no les

correspondió un solo gramo de carne en todo enero y

febrero. En enero las patatas comenzaron a hacerse cada

vez más escasas, sin que la situación hubiera mejorado para

marzo. Ciertamente, en el mercado libre y en el mercado

negro podían comprarse cosas, pero la mayor parte de la

gente no podía permitírselo. En esas circunstancias fue

generándose una economía de trueque con precios propios,

conforme a la cual un par de zapatos permitía adquirir

ochenta kilos de patatas; un par de pantalones, cien kilos y

un pañuelo, un kilo escaso. -28 La población fue quedándose


sin cosas que poder trocar, mientras en los mercados de la
capital el precio de la leche, las patatas, la harina y las

zanahorias continuaba subiendo. Apenas había carne y, si

llegaba a encontrarse, su precio rondaba los ciento sesenta

rublos por kilo, siendo el salario medio de un médico en

aquella época de seiscientos rublos mensuales. Incluso la

comida a que daba derecho la cartilla de racionamiento

podía dejar de repartirse durante semanas. -29 De ahí el


enojo creciente de los moscovitas respecto de la aparente

habilidad de los campesinos para hacerse ricos a costa de

todo el mundo.

Para la joven de catorce años Oksana Sobchuk las

cosas fueron razonablemente bien hasta enero, cuando,

después de que cortaran la calefacción de su edificio, su

madre tuvo que ingresar en el hospital y ella se quedó sola

en el piso a cargo de su hermano Valeri, de dos años, de

Barsik, el gato de la familia y de unos cuantos pececitos de

acuario. Al salir cada mañana para acudir a las clases que le

daban de modo informal (su escuela todavía no había vuelto

a abrir sus puertas) se llevaba consigo a su hermanito y al

gato envueltos en la misma manta. Juntos tomaban sus

magras raciones, pero ninguno (ni siquiera los peces) llegó a


perecer congelado y con la primavera Oksana pudo incluso

aprobar los exámenes y pasar a un curso superior. -30

La tragedia quedaba reflejada en toda su magnitud en

una encendida carta remitida anónimamente a Nikolai

Voznesenski, presidente del Comité de Planificación Estatal

(GosPlan), el 23 de febrero:

El GKO debería afrontar rápidamente el problema de

alimentar a la población de Moscú. Está completamente

claro que el MosSoviet [el sóviet de Moscú] no tiene

capacidad para hacerlo por sí mismo pues allí solo hay

personas sin carácter, empezando por una figura tan gris

como la de Pronin. Los aduladores del MosSoviet prefieren

dejar morir de hambre a los moscovitas antes que contarle

al camarada Stalin lo que está ocurriendo y pedirle ayuda.

Los varios millones de habitantes con que cuenta esta

ciudad llevan cinco meses pasando mucha hambre y se

encuentran al límite de sus fuerzas y desmoralizados, pues

las cosas van empeorando de un mes para otro ... ¿Cuánto

más vamos a poder aguantar ese nivel de desnutrición, sin

que, como parece, haya ninguna perspectiva de mejora y, al

mismo tiempo, seguir trabajando a este ritmo para fabricar


armamento? ¿Es que la Unión Soviética, se pregunta el

pueblo, no va a poder ser capaz de abastecer de alimentos a


su capital? ¿Va a ser eso cierto? ... Camarada Voznesenski,

le pedimos que informe al camarada Stalin de que el pueblo

de Moscú se está muriendo de hambre. Estamos

convencidos de que él no está al corriente de que los Pronin

y compañía, junto con Shcherbakov, están intentando matar

de hambre a los moscovitas. -31

Esas acusaciones contra Shcherbakov y Pronin

resultaban en verdad injustas, pero en ellas había mucho de

cierto, tal como queda de manifiesto en las palabras de la

doctora Sajarova referidas al estado de ánimo general a

finales de marzo:

Vivimos igual que en 1919, 1920 y 1921. Entonces

estábamos también sin electricidad, aunque al menos

teníamos queroseno, a diferencia de ahora, cuando las

cartillas de racionamiento de queroseno para febrero y

marzo ni siquiera han sido repartidas. El otro día fui al

Mercado Central ... había mucha gente, pero los puestos

estaban completamente vacíos y sin vendedores. La gente

parecía estar esperando algo sumisa y pacientemente ...


Todos se mostraban silenciosos, mirando a lo lejos,

apoyados contra los muros. La única actividad se

concentraba en la zona de lácteos, donde una mujer de una

granja colectiva estaba vendiendo leche a veinte rublos el

litro. De repente, otra vendedora le ordenó dejar de

hacerlo ... Resultó ser que las demás vendedoras querían

cobrar la leche a veinticinco rublos y nadie se la quería

comprar a ese precio. Mucha gente empieza a presentar

signos de malnutrición en todas sus fases, por no hablar de

los piojos. No hay una sola casa de baños ... que funcione

en nuestro raion y en los demás ocurre más o menos lo

mismo. Para las que sí funcionan hay colas de cuatro o cinco

horas... También hay problemas con los alimentos

racionados, ya que el pan es lo único que reparten

regularmente y ayer nos dieron el azúcar que era para

febrero. No hay jabón pero sí tifus. De momento no se

puede hablar de epidemia, pero no sería extraño que se


produjera una, como consecuencia del hambre. Los edificios

de Moscú no tienen calefacción y en muchos de ellos las

canalizaciones están congeladas.

La temperatura en los pisos es de entre uno y diez grados.


Los patios moscovitas están extremadamente sucios y no es

difícil imaginar lo que sucederá cuando llegue la

primavera ... Nuestros inválidos se resisten a dejar el

policlínico, pues aquí no pasan frío. Muchas personas de los

edificios cercanos vienen simplemente a sentarse junto a los

radiadores y a calentarse ... No quedan muchos médicos y la

mayoría tiene algún tipo de invalidez. Las visitas a domicilio

se posponen hasta el día siguiente y los pacientes mueren

sin que el médico haya llegado a visitarlos. Un gran número

de ancianos ha fallecido recientemente y han tenido que

esperar entre cinco y siete días para que se les hiciera un

funeral a causa de los pocos ataúdes disponibles. El aspecto

de Moscú ha cambiado enormemente desde que empezó la

guerra ... y las cosas pueden empeorar en un futuro. ¿Cómo

nos sentiremos cuando lleguen la primavera y el verano?

¿De qué nos alimentaremos para mantener las fuerzas? ¿O

es que vamos a morir en un bombardeo, aplastados bajo las

ruinas de una casa, o quizá incluso en nuestro propio

policlínico? ¿O en nuestro puesto de primeros auxilios? ¿O

por gases venenosos? Tengo muchas ganas de vivir para ver

qué pasará después de la guerra. ¿Tendré las fuerzas


suficientes? Me estoy quedando muy delgada. Ayer tuve

horribles dolores de cabeza, como los que solo había sufrido

cuando contraje el tifus en 1919. -32

Unos pocos días después la doctora Sajarova se

despertó alarmada al encontrarse un piojo, que quemó

rápidamente con una cerilla.

En abril de 1942 el índice de mortalidad en Moscú era

tres veces superior al de hacía un año y prácticamente se

habían duplicado los casos de muerte por tuberculosis, al

igual que por infarto de corazón u otras causas similares,

relacionadas con la tensión nerviosa. Aunque durante la

guerra civil rusa unas condiciones similares llegaron a


provocar grandes epidemias en la capital, en esta ocasión

las peores expectativas de la doctora Sajarova no llegaron a

cumplirse. En efecto, la incidencia de las enfermedades

infecciosas llegó incluso a remitir, gracias a los esfuerzos de

las autoridades sanitarias de Moscú y al personal médico a

su cargo, empezando por la doctora Sajarova y sus colegas.

-33

Mantener la producción de las fábricas a lo largo del

invierno se hizo cada vez más difícil por culpa de las


bombas, la marcha de muchos obreros al frente y la

creciente escasez de materias primas.

La falta de petróleo resultaba aún más acuciante y a finales

de diciembre Shcherbakov informó a Stalin de que solo unas

pocas fábricas de la capital contaban con mínimas reservas,

mientras que en el caso de los hospitales estas solo cubrían

los cinco o seis días siguientes. Por otra parte, se había

suspendido el suministro eléctrico a fábricas textiles y a

muchos edificios de viviendas. En esas circunstancias,

Shcherbakov no tuvo más remedio que volver a recurrir en

masa a la población, reclutando en el transcurso de 1942 a

cien mil personas, incluyendo niños y amas de casa, para

que fueran a cortar leña en los bosques de las

inmediaciones. -34

Sobolev, el director de la Trëjgorka, tomó medida tras

medida en una lucha constante por ahorrar energía,

reduciendo la iluminación de lavabos, duchas, cantinas,

escaleras e incluso laboratorios. Sobolev hizo reemplazar

todas las bombillas de doscientos vatios por otras de menor

intensidad y solo permitió una iluminación más generosa en

los talleres de producción y en el departamento de


mecanografía. Además, prohibió los hornillos y calentadores

eléctricos y mandó a los mecánicos reajustar los

carburadores de los vehículos para gastar menos gasolina. -


35
A medida que la salud pública se iba haciendo cada vez

más precaria, Sobolev adoptó también medidas para

desinfectar los talleres, los dormitorios, los armarios, las

duchas y los retretes. Los obreros que llegaran de fuera de


Moscú tendrían que ser sometidos a un examen médico y a

un periodo de cuarentena antes de poder utilizar los

dormitorios de la fábrica. -36 Puesto que consideraba que

estos trabajadores eran especialmente dados a sisar, instó a

sus encargados a que los vigilasen con especial atención. -

37 Por su parte, Sobolev recordó a los obreros las sanciones


previstas por absentismo y falta de puntualidad y les advirtió

de que quienes no las justificasen debidamente por escrito

podrían llegar a comparecer ante un tribunal militar. -38 En


ese sentido, un vigilante nocturno que prendió fuego al

puesto donde hacia guardia fue despedido y su jefe

formalmente reprendido. -39

El director de la Trëjgorka también hizo todo lo posible

para mantener elevada la moral de sus trabajadores: puso

orden en el reparto de cartillas de racionamiento, -40

organizó en un refugio antiaéreo un parvulario para unos


cien niños, -41 entregó bandas rojas a quienes lo habían

merecido e incluso felicitó a todos los que habían participado

en el duro programa de instrucción militar básica

desarrollado fuera de horas de trabajo, el VseObuch. -42 No


obstante todos esos esfuerzos, la Trëjgorka no llegó a

cumplir los objetivos asignados para el primer trimestre de

1942, lo que representaba una cuestión delicada, sobre todo

en tiempo de guerra, que llevó a Sobolev a promulgar

severas medidas encaminadas a evitar que esa situación

volviera a repetirse. -43

Pese a todas las dificultades, la ciudad pugnaba por

volver a una cierta normalidad, como revela el hecho de que

en enero las facultades reanudaran las clases y de que

algunas escuelas volvieran a funcionar, por mucho que

incluso un año más tarde otras no dispondrían aún de

calefacción y tendrían que continuar cerradas. -44 Los

evacuados comenzaron a regresar y muchos se encontraron

con que sus pisos estaban ocupados o habían sido objeto de

pillaje. En cuanto a los saqueadores, fueron llevados a juicio

y, aquellos a los que se halló culpables, condenados a prisión

–lo que incluía la confiscación de sus bienes o fusilados. -45


La doctora Sajarova, que empezó de nuevo a ir al cine

y al teatro, recordaba así la representación del ballet La fille malgardée: *2-*2

Empezaba a las once de la mañana, pero como nos

dormimos y salimos tarde de casa estábamos seguras de

que no llegaríamos a tiempo. Por suerte, la hora de inicio

también se había pospuesto, por lo que cuando entramos en

la sala acababa de sonar el segundo timbre. Hacía meses

que no había ido al teatro y fue todo un placer. Puesto que el

teatro Bolshoi no había sido restaurado después de los

bombardeos, los artistas actuaron en el Pequeño Bolshoi. La

función acabó a la una y cuarto ... Había muchos aviadores

británicos sentados en las filas delanteras. Su uniforme

resultaba muy modesto y estaba hecho de un material

protector de color muy oscuro.

En el teatro Stanislavski presenció la ópera Suvorov,

sobre el general ruso del mismo nombre que vivió en el siglo

XVIII. Las localidades estaban ya agotadas, pero a la

entrada un empleado de ferrocarril le vendió una para un

palco. Sajarova quedó impresionada por los decorados, los

vestuarios, la música y, sobre todo, por la escena en la que

Suvorov aparece conduciendo a sus hombres a través de los


Alpes. El teatro estaba lleno de militares, especialmente de

oficiales del Partido. En la entrada de su diario

correspondiente al 15 de marzo, la doctora Sajarova

escribía:

Ha habido una fortísima tormenta de nieve con un

viento tal que tiraba a la gente al suelo y que ha impedido

circular a los tranvías. Por la noche Natalia Semënovna y yo

nos armamos de valor y salimos con ese tiempo para ir a ver

El error del ingeniero Kochin. Sin embargo, no tuvimos

suerte, ya que la electricidad se cortó justamente en la parte

más interesante de la película y nos dijeron que teníamos

que irnos. De vuelta a casa el viento arreció y soplando de

espaldas, nos hizo cruzar el puente de una vez, casi en

volandas. Fue una buena prueba para nuestros nuevos abrigos forrados de piel.
-46

La llegada de la primavera comportó sus propios

problemas, ya que gracias a la nieve y al hielo había pasado

inadvertido el hecho de que los servicios de limpieza

municipales habían dejado de funcionar. El deshielo puso al

descubierto toda la suciedad que se había ido acumulando

durante el invierno, por lo que el Ayuntamiento de Moscú no


tuvo más remedio que volver a movilizar a la población. En

este caso, se trataba de limpiar las calles de la ciudad y sus

lugares públicos, así como de retirar inmediatamente la

basura, los excrementos de animales y el barro. Había que

lavar las calles a las siete de la mañana y barrerlas tres

veces al día; quienes no participasen en esa masiva acción

de limpieza serían objeto de una multa de hasta doscientos

rublos la primera vez y juzgados por causa criminal la

segunda. -47

Una vez la contraofensiva soviética se detuvo a finales

de abril, los alimentos comenzaron a afluir a la ciudad

gracias a que los ferrocarriles ganaron algo más de espacio

para transportar mercancías. Por esas fechas Nikolai

Verzhbitski escribía en su diario:

El vodka se está vendiendo en todas partes a 66 rublos

el litro y hay miles de personas haciendo cola. En las tiendas

hay productos disponibles en cantidades considerables y se

venden salmón siberiano, caviar rojo y manteca de cerdo.

Se ha paliado así la escasez que se vivió en marzo. -48

Aunque los combates habían remitido, los nervios de

los moscovitas tardaron todavía en serenarse. En ese


sentido, la doctora Sajarova escribía en su diario del 9 de

abril: «Los boletines de noticias empiezan diciendo: "En tal y


tal día no se ha producido ninguna novedad en el frente", lo

que provoca una mala impresión».-49 En la entrada

correspondiente al último día del mes se leía:

La noche pasada fue magnífica, cálida, iluminada por la


luna. Volvió a sonar la alarma aérea, pero no hubo

cañonazos ni bombas ... Hoy he ido con Natalia Semënovna

al jardín del Ermitage ... Parecía casi como en los tiempos de

antes de la guerra, a pesar de que había muchos militares

entre los visitantes ... y en los quioscos no se vendía nada.

La temporada de conferencias, de concentraciones públicas y

de reuniones oficiales ha vuelto a empezar, una especie de

excitación e inadecuado nerviosismo ... La avitaminosis, ese

amenazante síntoma de hambre y agotamiento, sigue

creciendo, pero la gente no se lo toma en serio y apenas se

ha hecho algo para prevenir una enfermedad que afecta

especialmente a ancianos y niños. ¿Vamos a correr la misma

suerte que los habitantes de Leningrado, donde los

cadáveres siguen todavía donde estaban en invierno? Hace

dos días trajimos del parvulario un piano de pie, en estado

lamentable –lo reconozco– y lleno de juguetes, que han sido


posiblemente los que lo han estropeado. Compré unas

partituras y, sentada al instrumento, me puse a recordar lo

bien que llegué a tocar hace ya mucho tiempo. Están

desmontando las barricadas de la ciudad, hasta el punto de

que en la ronda de los Jardines ya no queda ninguna. Vuelve

a iniciarse el fuego antiaéreo: es la una de la madrugada. No

ha habido alarma, aunque la metralla ha caído

repiqueteando sobre el tejado. Es difícil, muy difícil, pero

una desea por encima de todo dejar esto atrás, salir con

vida, obtener la victoria y ... ver qué ocurrirá luego, después

de la guerra. -50

Ese año la Pascua ortodoxa cayó en los días 4 y 5 de

abril, durante los cuales setenta y cinco mil moscovitas

acudieron a alguna de las treinta iglesias de la capital donde

se celebraban oficios religiosos. -51 Cuando llegó el verano


la doctora Sajarova y Natalia Semënovna dispusieron en el

patio de su edificio de viviendas un huertecito en el que

plantaron tomates, rábanos, remolacha roja, cebollas,

patatas, eneldo y perejil.

En el mensaje dirigido a las tropas con motivo del


Primero de Mayo, Stalin daba la siguiente consigna: «Todo el

Ejército Rojo ha de lograr que 1942 sea el año en que se


produzca la derrota final de las tropas de la Alemania

fascista y los asesinos de Hitler sean expulsados del

territorio soviético».-52 A esas alturas, esta era ya una

pretensión vana, ya que, en conjunto, los resultados de la

ofensiva de primavera no eran sino los que Zhukov,

Rokosovski y Voznesenski habían vaticinado. En efecto,

durante la ofensiva, que duró desde el 8 de enero hasta el

20 de abril, Zhukov consiguió avanzar en algunas zonas

hasta doscientos cincuenta kilómetros, pero al precio de

perder más del doble de hombres que los alemanes. -53 En

el norte la ofensiva no generó avance alguno, mientras que

en el sur Timoshenko, aun logrando hacer retroceder cien

kilómetros al enemigo, no pudo quebrantar la firme defensa

de las ya experimentadas tropas germanas. Por su parte, la

rasputitsa primaveral volvió a convertir los combates en una

espantosa pugna en medio de un fango pastoso y la ofensiva

rusa fue perdiendo fuerza a medida que unas tropas

diezmadas y exhaustas se iban quedando sin armamento,

munición, vehículos y provisiones. El balance final no llegó a

ser un desastre, pero poco faltó.

Tratando de atisbar lo que habría de venir, los servicios


de inteligencia soviéticos llegaron a la conclusión de que en

1941 los alemanes habían aprendido que carecían de los

recursos necesarios para avanzar sobre todo el frente ruso

de una vez y que, por tanto, iban a concentrarse en una

única acción: atravesar Ucrania en dirección a los campos

petrolíferos del Cáucaso. La Stavka creía que los alemanes

retomarían su ofensiva contra Moscú, por lo que Zhukov

concentró sus tropas en un anillo defensivo alrededor de la

capital. Sin embargo, Stalin estaba deseoso de entrar en

combate, por lo que autorizó a Timoshenko a lanzar una

ofensiva destinada a capturar Jarkov, la segunda ciudad de

Ucrania. Al igual que le sucediera a Kirponos en Kiev el año

anterior, Timoshenko sufrió una debacle, perdiendo tres

divisiones de infantería y un ejército de carros, esto es, por

lo menos ciento setenta mil hombres. A diferencia de


Kirponos, Timoshenko logró escapar con vida, pero su

derrota debilitó seriamente la capacidad soviética para

afrontar la siguiente acción ofensiva de los alemanes. -54

A mediados de junio de 1942 el comandante Reichel,

de la 23.ª división acorazada, perdió el rumbo mientras

volaba y fue a aterrizar en un aeródromo soviético. Llevaba


consigo planos de la ofensiva alemana de verano, conocida

como «Operación Azul».-55 Los planos fueron enviados a

Moscú, donde fueron interpretados como un señuelo para

distraer la atención de los rusos respecto del inminente

ataque sobre la capital. El ataque alemán se produjo el 28

de junio y tuvo como consecuencia un avance arrollador a

través de Ucrania hasta llegar al Cáucaso, donde unas

triunfantes tropas germanas plantaron su bandera en la

cima del monte Elbruz, el más alto de Europa, en el límite

mismo con Asia. De nuevo el Ejército Rojo volvió a huir en

desbandada y de nuevo Stalin mandó detener a toda costa a

los fugitivos y promulgó una orden –la n.° 227 del 26 julio

de 1942– que imponía castigos tan draconianos para

quienes huyeran en combate como los que habían figurado

en la orden n.° 270 del año anterior. Si bien la aplastante

victoria germana pareció imparable en un primer momento,

los alemanes no aprendían de sus errores y, en lugar de

concentrarse en el ataque sobre el Cáucaso, Hitler dirigió a

su 6.° ejército contra Stalingrado. Allí este último topó con

una defensa tan obstinada que acabó viéndose rodeado, sin

que Hitler lo autorizara a rendirse, como consecuencia de lo


cual fue aniquilado por los rusos. Estos también capturaron

al comandante de dicho ejército, el general Von Paulus,

artífice del primer borrador de la «Operación Barbarroja», el

plan de ataque original contra la Unión Soviética. En la

batalla de Kursk –la mayor batalla de carros de combate de

la historia, desarrollada en julio de 1943– las tropas

soviéticas demostraron que habían aprendido los principios

de la guerra acorazada y que podían vencer a los alemanes

en su propio terreno.

Así las cosas, los rusos habían ganado ya tres batallas

cruciales contra los alemanes antes de que británicos y


estadounidenses desembarcaran por primera vez en el

continente europeo, lo que se produjo en su ataque contra

Salerno, en septiembre de 1943. «La mañana del 22 de

junio de 1944, tres años después del día en que había

comenzado la guerra y tres semanas después del

desembarco de Normandía, sonaban los primeros disparos

de lo que sería la «Operación Bagration». Así denominada en

honor de un héroe ruso de la batalla de Borodino, esa

operación tuvo como resultado la mayor derrota –mayor

incluso que la de Leningrado– sufrida por los alemanes en


toda la guerra. Esta especie de «Operación Barbarroja» a la

inversa llevó a las tropas germanas a retroceder cientos de

kilómetros, desandando el camino recorrido durante la

ofensiva de 1941, hasta llegar a las inmediaciones de

Varsovia. El grupo de ejércitos Centro, que tan cerca había

llegado de Moscú dos años y medio antes, fue finalmente

rodeado y liquidado; los rusos tomaron más de sesenta mil

prisioneros alemanes, que quedaron hacinados en el

hipódromo próximo a la estación de Bielorrusia. Cerca de allí

se encontraba la Casa de los Encajes, así llamada a causa de

la intrincada decoración de su fachada y en la que

Konstantiv Simonov y su compañera, Valentina Serova,

ocupaban sendos pisos discretamente situados en los dos

extremos de un mismo corredor. En aquel edificio vivían,

asimismo, el general Sinilov, comandante de la guarnición de

Moscú, y los Nemirovski, cuya hija pequeña, Lena, vio salir

el 17 de julio al general montado en un blanco corcel para

situarse a la cabeza de la columna de prisioneros a los que

se acababa de sacar del hipódromo. Sinilov los hizo desfilar

por la ciudad escoltados y seguidos por un camión cisterna

encargado de mantener la limpieza, mientras la multitud se


agolpaba a su paso para observarlos, la mayoría en silencio

y unos cuantos con cierta simpatía. Cuando acabó el desfile,

los prisioneros fueron metidos en trenes de carga y enviados

a campos de los que muchos no retornarían nunca. -56 A

partir de entonces los rusos irían de victoria en victoria

hasta llegar al asalto final sobre Berlín.

Desde el final de la guerra, el número de bajas en


ambos bandos ha sido de forma casi continuada objeto de

debate y revisión, en parte a causa de la dificultad –cuando

no imposibilidad– de establecer los

hechos básicos y en parte porque, en los dos bandos ha

habido políticos y apologistas, sobre todo durante la guerra

fría, que no siempre han podido resistir la tentación de

manipular esas cifras buscando generar polémica. En cuanto

a las pérdidas soviéticas, el caos imperante durante el

primer año de guerra, las retiradas precipitadas, la

apresurada movilización de voluntarios y la pérdida de

millones de hombres como prisioneros habrían hecho, en

cualquier caso, muy difícil mantener un recuento fidedigno.

En abril de 1942 el propio Stalin admitía: «La relación de

soldados muertos en combate no representa más que un


tercio de las pérdidas efectivas y, en cuanto a los soldados

de los que nada se sabe o a los prisioneros de guerra, su

cifra está todavía más lejos de la realidad».-57 Incluso

cuando avanzaban, las tropas soviéticas a menudo dejaban

de registrar o enterrar apropiadamente a sus muertos, pues

solo de forma esporádica se dieron a los soldados carnés de

identidad o placas identificativas, por lo que muy a menudo

estos caían sin llevar consigo ningún tipo de identificación.

En ese sentido, dos terceras partes de todos los soldados

soviéticos que perdieron la vida durante la guerra carecen de

sepultura conocida. Ello es así porque los mandos estaban

autorizados a remitir cifras generales de muertos, heridos o

desaparecidos sin especificar nombres y también por la

tentación de declarar un número de bajas inferior al real,

para poder seguir recibiendo las raciones de las «almas

muertas»*3-*3 caídas en combate. Igor Sats, comandante

de una compañía de reconocimiento durante la guerra –y

posteriormente secretario de la revista literaria Novy Mir

cuando Aleksandr Tvardovski era su director– solía llevar

tres listas de los hombres que se hallaban bajo su mando:

una breve, para cuando quería evitar ceder soldados a otras


unidades; otra razonablemente exacta, para cuando tenía

que solicitar aprovisionamiento de uniformes o munición, y


una tercera, más larga, para cuando ese aprovisionamiento

era de raciones para la tropa. A su juicio, la lista de hombres

desaparecidos en combate era la más fácil de manipular, ya

que a los heridos, después de todo, sí se los podía contar.

Una estimación muy aproximada sitúa en casi nueve

millones la cifra de soldados soviéticos muertos en el

transcurso de la guerra, a los que se suman otros diecisiete

millones de civiles, entre hombres y mujeres originarios de

Rusia y Bielorrusia, de Ucrania y Kazajstán, de Georgia,

Armenia y Azerbaiján, así como de todas las naciones de un

imperio que desaparecería cincuenta años después del día

en que los alemanes habían sido derrotados frente a Moscú.

Un reciente historiador ruso cree que el margen de error

podría ser de cinco millones, arriba o abajo. -58 En cualquier


caso, las cifras no incluyen ni a los heridos ni a los millones

de personas que sufrieron una incapacidad permanente

física o mental, sin que además quepa ya conocer nunca con

exactitud cuál fue el número total de víctimas.

Los recuentos del ejército alemán resultaban, en

principio, más exactos, pero también ellos dejaron de llevar


un registro fiable durante los sangrientos meses del fin de la

contienda, sobrepasados por la circunstancia de tener que

luchar, a la desesperada y sin esperanzas, por defender su

propia patria. En un estudio alemán reciente se estima que

más de cinco millones de soldados de esa nacionalidad

cayeron en combate durante la guerra, de los cuales casi

cuatro millones lo hicieron luchando contra los rusos o en

campos de prisioneros soviéticos. Por contra, trescientos

cuarenta mil alemanes resultaron muertos en Francia y

Bélgica entre 1939 y 1941 y otros ciento cincuenta mil en la

menos relevante campaña italiana de 1943 a 1945. -59

En términos proporcionales, por cada británico o

estadounidense muerto, perdieron la vida siete ciudadanos

japoneses, veinte alemanes y 85 soviéticos. -60 El ochenta

por 100 de los combates desarrollados durante la segunda

guerra mundial se libró en el frente oriental, donde también

se hallaban destinadas dos terceras partes del ejército

germano, incluso tras producirse el desembarco de

Normandía. De no haber estado luchando contra los rusos,

habrían estado en Francia, con lo que no habría habido «día

D».
Por mucho que algunos puedan mostrar dudas en

cuanto a las cifras exactas, la magnitud de las cifras

generales no deja lugar a dudas. No es de extrañar que los

rusos crean que fueron ellos quienes ganaron la guerra.


NOTAS
CAPÍTULO 16

1. N. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi»,

Moskovski Zhurnal, mayo de 1999, pp. 33-38.

2. Orden de 27 de diciembre de 1941 (Archivo de la

Ciudad de Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.° 4, ed. Khr. 12,

List 3).

3. Ella y Ira Zhukov, entrevista, 2 de febrero de 2002;

entrevista con Zasypkin, cuyo padre trabajó en el

departamento implicado de la KGB.

4. Diario de Sajarova, en I. Kovalchenko et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45: Memuary i Arkhivnye

Dokumenty, Moscú, 1995, pp. 657-687.

*1. Medida rusa equivalente a poco más de un

kilómetro (1.067 metros). (N. del t.)

5. M. Gorinov: «Budni Osazhdënnoi Stolitsy»,

Otechestvennaya Istoria, 3, 1996, p. 13.

6. M. Gorinov (ed.): Moskva Prifrontovaya 1941-1942:

Arkhivnye Dokumenty i Materialy, Moscú, 2001), p. 415.

7. Anatoli Ponomarév: Aleksandr Shcherbakov:


Stranitsy Biografii, Glavnoe Arkhivnoe Upravlenie g Moskvy,

Moscú, 2004, pp. 168-169.

8. Yu. Gorkov: Gosudarstvenny Komitet Oborony

Postanovlyaet, Moscú, 2002, p. 204, quien cita un informe

de Zhukov, «Breve análisis de las operaciones realizadas


durante la guerra patriótica, 1941-1945».

9. David Ortenberg: Stalin, Shcherbakov, Mekhlis i

Drugie, Moscú, 1995, pp. 79-84.

10. Georgi Zhukov: Vospominania i Razmyshlenia, 2

vols., Moscú, 2002, vol. 2, pp. 42-43.

11. Konstantin Rokosovski: Soldatski Dolg, Moscú,

2002, p. 153.

12. Zhukov: Vospominania i Razmyshlenia, vol. 2, p.

51.

13. Ha quedado grabado en la creencia popular, de

forma indeleble, que Serova y Rokosovski fueron amantes

durante mucho tiempo. Sin embargo, hay miembros de las

tres familias -los Rokosovski, los Simonov y María, la hija de

Valentina Serova- que insisten en que no fue así. La historia

según la cual Rokosovski dio su comida a Serova me la

contó una bisnieta del mariscal, Ariadna Rokossowska, a


quien se la había explicado Nina Grib, una enfermera del

hospital.

14. John Erickson: The Road to Stalingrad, Weidenfeld

& Nicolson, Londres, 1983, p. 305.

15. Nikolai Koniaev: Vlasov: Dva Litsa Generala, Veche,

Moscú, 2003, p. 60, citando a P. Gerasimov, Voenno-

Zstoricheski Zhurnal, 7, 1967.

16. Los dos bandos parecen haber adoptado esta

práctica, al igual que los civiles. Grossman ha descrito cómo,

en los combates por Moscú, un viejo salió del campo de

batalla con un saco repleto de piernas congeladas. Luego

descongeló las piernas en la cocina de su cabaña para así

poder sacar las botas más fácilmente. No eran unas botas

demasiado buenas, a juicio de Grossman, puesto que no

estaban concebidas para el uso invernal. Véase John y Carol

Garrard: The Bones of Berdichev: The Life and Fate of Vasily

Grossman, Free Press, Nueva York, 1996, p. 155.

17. Citado en Erickson: The Road to Stalingrad, p. 332.

18. En total el 2.° ejército de choque perdió a sesenta y

seis mil hombres. Véase John Erickson, prefacio a G. F.

Krivosheev et al. (eds.): Soviet Casualties and Combat


Losses in the Twentieth. Century, prólogo de John Erickson,
Greenhill, Londres, 1997, p. vIII.

19. E. Kulkov, M. Miagkov [Myagkov] y O. Rzheshevski:

Voina 1941-1945: Fakty i Dokumenty, Moscú, 2004, p. 236.

20. V. A. Zhilin, (ed.): Bitva pod Moskvoi: Khronika,

Fakty, Lyudi, Olma-Press, Moscú, 2001, p. 39.

21. Kulkov, Miagkov y Rzheshevski: Voina 1941-1945.

Fakty i Dokumenty, p.232.

22. Max Hastings: Armageddon: The Battle for

Germany, 1944-1945, Macmillan, Londres, 2004, pp. 479-

480. (Hay trad. esp. de D. León: Armagedón: la derrota de

Alemania, 1944-1945, Crítica, Barcelona, 2005.)

23. Orden del GKO n.° 1069 de 27 de diciembre de

1941, en V. Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh. Gosudarstvennogo Komiteta Oborony,

Moscú, 2001, p. 93.

24. Kulkov, Miagkov y Rzheshevski: Voina 1941-1945:

Fakty i Dokumenty, pp. 232-239; N. Ramanichev: «Vlasov i

Drugie», anejo a un artículo en Pervoe Sentyabrya, n.º 34,

2001. Todavía no están disponibles todos los documentos

relevantes.
25. Anatoli Cherniaev: Moya Zhizn i Mde Vremya,

Moscú, 1995, pp. 100-107.

26. P. Sagaidachny: Dnevnik Peti Sagaidachnogo,

Moscú, 1963, p. 277.

27. Gorinov: «Budni Osazhdénnoi Stolitsy», p. 24.

28. Diario de Verzhbitski, 26 de marzo de 1942, en I.

Kovalchenko et al. (eds.): Moskva Voennaya 1941/45:

Memuary i Arkhivnye Dokumenty, Moscú, 1995, p. 502.

29. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi».

30. Gorinov: «Budni Osazhdénnoi Stolitsy», p. 7.

31. Gorinov (ed.): Moskva Pr ftontovaya 1941-1942,

pp. 481-482.

32. Diario de Sajarova, en Kovalchenko et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45, pp. 657-687.

33. M. Gorinov, discurso en una conferencia organizada

por la oficina del alcalde de Moscú en diciembre de 2004.

34. Ponomarëv: Aleksandr Shcherbakov, pp. 171-172.

35. Orden n.º 39/a de 10 de diciembre de 1941

(Archivo de la Ciudad de Moscú, fondo n.° P-425, Opis n.° 4,

ed. Khr. 24, List 40).

36. Orden de 26 de febrero de 1942 (Archivo de la


Ciudad de Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24,

List 22).

37. Orden de 19 de marzo de 1942 (Archivo de la

Ciudad de Moscú, fondo n.° P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24,

List 28).

38. Orden de 30 de marzo de 1942 (Archivo de la

Ciudad de Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24,

List 34).

39. Orden de 21 de marzo de 1942 (Archivo de la

Ciudad de Moscú, fondo n.° P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24,

List 30).

40. Orden de 16 de febrero de 1942 (Archivo de la

Ciudad de Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24,

List 9).

41. Orden de 30 de abril de 1942 (Archivo de la Ciudad

de Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24, List 55).

42. Resolución del GKO n.º 690 de 17 de septiembre de

1941, en Filatov et al. (eds.): Moskovskaya Bitva v

Postanovleniakh Gosudarstvennogo Komiteta Ohorony, p.

60; orden de 12 de enero de 1942 (Archivo de la Ciudad de

Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24, List 2).
43. Orden de 15 de abril de 1942 (Archivo de la Ciudad

de Moscú, fondo n.º P-425, Opis n.º 4, ed. Khr. 24, List 41).

44. John Dunstan: Soviet Schooling in the Second

World War, Macmillan, Londres,1997, p. 92.

45. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi».

*2. De Jean Dauberval (1742–1806). (N. del t.)

46. Diario de Sajarova, en Kovalchenko et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45, pp. 657-687. La ópera es de

Serguei Vasilenko (1872-1956) y se compuso en 1941.

Permanece inédita. Vasilenko enseñó hasta su muerte en el

Conservatorio de Moscú, durante casi cincuenta años.

47. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi».

48. Diario de Verzhbitski, en Kovalchenko et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45, p. 504.

49. Ponikarpova: «Moskva, Ispytanie Voinoi».

50. Diario de Sajarova, en Kovalchenko et al. (eds.):

Moskva Voennaya 1941/45, pp. 657-687).

51. Informe de la NKVD, citado por Gorinov, «Budni

Osazhdënnoi Stolitsy», p. 25.

52. Citado en Boris Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfy i

Padenie, AST-PRESS KNIGA, Moscú, 2003, p. 328.


53. G. F. Krivosheev (ed.): Rossia i SSSR v Voinakh XX

Veka: Statisticheskoe Issledovanie, OLMA, Moscú, 2001, p.

277; Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfy i Padenie, p. 328.

54. No está claro a quién correspondía la

responsabilidad de la toma de decisiones. Esta versión se

apoya en David M. Glantz y Jonathan House: When Titans

Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, Edimburgo,

2000, p. 116, y en D. Glantz: Colossus Reborn: The Red

Army at War 1941-1943, University Press of Kansas,

Lawrence, 2005, pp. 34-35. Las cifras de las bajas rusas

proceden de Kulkov, Miagkov y Rzhcshevski: Voina 1941-

1945: Fakty i Dokumenty, p. 80.

55. Brian Taylor: Barbarossa to Berlin (Chronology),

vol. 1, Spellmount, Staplehurst, 2003, p. 247.

56. Steve Zaloga: Bagration 1944. The Destruction of

Army Group Center, Westport, 2004 [Osprey, Londres,

1996]; G. Andreevski, Zhizn Moskvy v stalinskuyu epokhu

1930-1940e gody, Moscú, 2003, p. 196; Yelena

Nemirovskaya, entrevista, 9 de octubre de 2004. Mijail

Nemirovski y su familia acababan de mudarse a un piso de

la Casa de los Encajes y Lena recuerda haber visto el desfile


desde su ventana, siendo una niña de muy corta edad.

57. Orden de 12 de abril de 1942 del comisario del

pueblo para la Defensa (es decir, Stalin), citada en A.

Ideimenov: «Tsena Pobedy», Voenno-Istoricheski Zhurnal, 4,

1990, pp. 4-5. (Tomo la traducción inglesa de Amnon Sella:

The Value of Life in Soviet Warfare, Routledge, Londres,

1992, p. 69.)

*3. En referencia a la obra homónima de Nikolai Gogol.

(N. del t.)

58. La historia de Igor Sats se encuentra en Sokolov:


Georgi Zhukov: Triumfy i Padenie, p. 244. El margen de

error de cinco millones también se toma de Sokolov.

59. Rüdiger Overmans: Deutsche militaerische Verluste

im Zweiten Weltkrieg, Oldenbourg, Munich, 1999, p. 265.

60. John D. Barber y Mark Harrison: The Soviet Home

Front 1941-1945: a social and economic history of the USSR

in World War II, Longman, Londres, 1991, p. Ix. Dado que

todas las cifras utilizadas para calcular estos promedios han

sido discutidas por alguna autoridad -los totales varían de un

autor a otro incluso en el caso de los fallecidos británicos y

estadounidenses-, no debe prestarse excesiva atención a los


números en concreto: lo esencial es que, se elijan unas

cifras u otras, el panorama general sigue siendo el mismo.

17
REPERCUSIONES
Aunque los rusos no lograron aprovechar por completo

el triunfo obtenido a las puertas de Moscú, aquella victoria

supuso –o al menos así lo afirman ahora los moscovitas– un

punto de inflexión en la guerra, quizá el punto de inflexión

de la guerra. La batalla de Moscú demostró lo que hasta

aquel momento no había logrado demostrar ninguno de los

ejércitos occidentales: que el ejército alemán –el más

selecto y experimentado del mundo– podía ser derrotado

hasta hacerle morder el polvo, molido y apabullado. El mito

de la imbatibilidad se deshacía. Desde aquel momento los

alemanes supieron con certeza que lo que habían empezado

a reconocer al cabo de un mes de su invasión era inapelable:

que los rusos, a los que tanto despreciaban y que poseían

un ejército terriblemente desorganizado, eran en realidad un

enemigo formidable y, probablemente, fatal.

Durante muchos años las autoridades soviéticas

prestaron poca atención a la batalla de Moscú. Leningrado,

Stalingrado, Odesa y Sebastopol fueron honradas como

«ciudades heroicas» tan pronto concluyó la guerra. Para


Stalin, la batalla de Moscú estaba asociada con las
catástrofes de los primeros seis meses de contienda, sus

propios errores de cálculo y, sobre todo, el vergonzoso

pánico de octubre. No veía razones para magnificar una

victoria que en el resto del mundo se atribuía a Zhukov.

Moscú tuvo que esperar hasta 1965 para ser designada

«ciudad heroica», y el Museo de la Defensa de Moscú no se

creó hasta 1995.

Cuando los rusos entraron finalmente victoriosos en el

territorio de su odiado enemigo, se sintieron poseídos por

los amargos recuerdos del daño que los alemanes habían

infligido en sus hogares y a sus familias. Durante cuatro

años durísimos se les había machacado que su deber más

alto consistía en matar nazis, así que explotaron en una

furia vengativa de violaciones, asesinatos y saqueos cuya

magnitud y motivos son aún objeto de polémica entre los

historiadores. Rokosovski y otros generales tomaron alguna

iniciativa para contener a sus hombres. Para Stalin aquel

caos era, por razones políticas, inconveniente, así que

ordenó que parara. Se dio orden a Ilia Ehrenburg de que

interrumpiera sus escritos apasionadamente germanófobos.


Muchos de los que habían quedado atrapados en aquella

vorágine de violencia se sintieron al cabo de poco

avergonzados por lo que habían hecho. -1

Cuando cayó Berlín y los cañones cesaron en su fuego,

tanto los aliados como los rusos se dispusieron a consolidar

el control político sobre las zonas ocupadas de Alemania.

Desde los más señeros a los más sencillos, los soldados de

los ejércitos victoriosos hicieron un alarde de ingenio para

robar al enemigo caído cuanto les pudiera ser de utilidad

personal. Pero para los rusos era una cuestión de principio

estratégico: privaron a la Alemania Oriental, de forma

sistemática, de sus materias primas, equipos industriales,

obras de arte e incluso alimentos. Nadie ponía en duda que

ello era todavía una recompensa insuficiente para los

destrozos que los alemanes habían causado en su país,

herido y hambriento.

Tras devolver el cuerpo de Lenin a Moscú desde su

refugio siberiano, en marzo, Ilia Zbarski y su compañero


Serguei Mardashev recibieron sendos uniformes, fueron

enviados a Berlín, les entregaron un coche y pistolas y

recibieron instrucciones de inspeccionar los laboratorios de


los distritos occidentales de Berlín a la búsqueda de

materiales e instrumentos que pudieran resultar de utilidad

para la preservación del gran hombre de la Revolución. -2

Juntaron material suficiente para llenar un vagón de tren,

aunque en su mayoría estaba tan

mal embalado que se estropeó en el trayecto. Zbarski

también tuvo una breve relación con una joven alemana,

Helga, a la que recogió en uno de los parques de Berlín.

Había sido violada por un soldado soviético y no había vuelto

a ver a su prometido, que era de la ciudad de Dresde. -3

Vivía con su madre, de origen francés, en lo que con

respecto a los barracones Zbarski, sitos en Karlshorst, era el

otro extremo de la ciudad, de modo que el ruso pasó alguna

noche entera con ella en su casa. Solían hablar de literatura

y, cuando ella le describió como era la vida en el régimen

nazi, Zbarski se quedó sorprendido por las muchas

similitudes existentes con el régimen de Stalin. En cierta

ocasión fueron detenidos por una patrulla soviética, que

echó la bronca a Zbarski por estar saliendo con una

alemana. Cuando partió de Berlín, al cabo de unos meses,

se llevó a Moscú una radio que había «liberado» en la capital


alemana; no es preciso decir que la radio que le confiscaran

en junio de 1941 no se la devolvieron jamás. -4 Helga le

entregó una foto con un poema en el reverso, escrito en

alemán. Zbarski lo conservó religiosamente, durante varios

años; pero una foto de una alemana podría haberse usado

en su contra durante la época del terror antisemita de Stalin,

en 1952. Destruyó la foto y no volvió a ver a Helga.

Entonces había multitudes de soldados, de prisioneros

de guerra recién liberados, de mujeres que habían sido

deportadas a Alemania como mano de obra esclava, que

intentaban regresar a su patria arruinada por cualquier

medio. Era un éxodo similar al que Vasili Grossman había

visto con sus propios ojos en Orël, en octubre de 1941, pero

con una diferencia esencial: en aquel momento estaba


cargado de esperanza. Primo Levi, recién liberado de

Auschwitz, contemplaba:

el extraordinario espectáculo del retorno a casa del

Ejército Rojo; un espectáculo tan solemne y majestuoso

como una migración bíblica, tan variopinto y errabundo

como una tropa de acróbatas feriantes. Los trenes se

detenían en Katowice, interminablemente largos,


compuestos por vagones de mercancía cargados para viajar

durante varios meses todavía –quizá hasta las costas del

Pacífico, repletos hasta desbordar por miles de soldados y

civiles, hombres y mujeres, ex prisioneros rusos, alemanes

que eran ahora los prisioneros; y objetos, muebles,

animales, herramientas y piezas de máquinas, provisiones,

material militar,

basura de todas clases. Eran como pueblos enteros en

movimiento. Algunos vagones parecían contener familias

enteras, una o dos camas dobles, un armario con su espejo,

un horno, una radio, sillas y mesas. Se lanzaban cables

eléctricos de un vagón al otro, llevando la energía de un

generador situado a la cabeza del tren; aquellos cables

daban electricidad para las luces, pero también eran cuerdas

para colgar la ropa a secar –o a ensuciarse de nuevo con la

carbonilla. Cuando las puertas correderas se abrían por la

mañana, las amplias y soñolientas caras de hombres a

medio vestir emergían de las profundidades de aquellos

establecimientos domésticos. Desconcertados, incapaces de

comprender dónde estaban, miraban a su alrededor, bajaban

a asearse en las aguas heladas de las bocas de incendios y


se pasaban tabaco y páginas del Pravda en las que enrollar

sus cigarrillos. -5

En diciembre de 1953, cinco millones y medio de

personas habían regresado a la Unión Soviética. -6

Entre quienes volvieron a la capital estaba Anatoli

Cherniaev, que había terminado la guerra a las afueras de

Riga, en Letonia. Se incorporó de nuevo a la facultad de

Historia de la Universidad de Moscú, escribió una tesis


doctoral sobre el movimiento sindical británico, fue escogido

miembro del departamento internacional de la secretaría del

comité central del Partido y acabó su carrera siendo

consejero de Gorbachev en materia de política exterior.

Yevgueni Anufriev y Vladimir Frolov completaron su

mudanza del campo a la ciudad y ganaron plaza de profesor

en la Universidad de Moscú. Semión Aria se trasladó a Moscú

después de terminar la guerra, estudió Derecho y, en 2003,

seguía ejerciendo como abogado, a sus ochenta y un años.

Pavel Gudz llegó a general y se especializó en el

manejo de blindados en los combates nucleares. Intervino

en la controvertida prueba nuclear de las montañas de

Totsk, en el distrito militar de los Urales; este ensayo,


realizado en septiembre de 1954, expuso a un gran número

de soldados a la radiación y causó graves enfermedades a

muchos de ellos. Yevgueni Ogryzko y Yevgueni Teleguev

permanecieron en las fuerzas armadas de la NKVD y

alcanzaron asimismo el grado de generales.

Irina Goliamina –la compañera de clase de Daniel

Mitlianski aún trabajaba como física, a los ochenta años, en

un instituto de investigación acústica.

Lidia Robel y Klavdia Leonova permanecieron durante el

resto de su vida laboral en la Trejgorka. La fábrica seguía

produciendo a fuerte ritmo en las postrimerías del siglo XX y,

con el incremento de la prosperidad en Rusia, inauguró una

tienda en la que vende sus productos más elegantes a las

mujeres de la nueva clase media.

Vladimir Zeldin, cuya carrera había despegado con La

dama de los cerdos y el pastor, y Lidia Smirnova, la estrella

de Un muchacho de nuestra ciudad (basada en la obra de

Simonov), continuaron actuando hasta la ancianidad.

Smirnova se vio obligada a dejarlo pasados los ochenta

años, al quedar incapacitada por un accidente ocurrido en un

plató. Pero seguía desafiando al tiempo con su vivacidad y


elegancia, con sus chismes del pasado, con sus lamentos por

el hijo que nunca tuvo, cuando ella y Zeldin fueron

condecorados por el presidente Putin –en el Kremlin, en

febrero de 2005, en ocasión del nonagésimo aniversario de ambos–


con la orden de mérito por servicios a la patria.

Valentina Serova se separó de Simonov, se dio a la bebida y

murió en la miseria.

Nadezhda Popova fue licenciada de la fuerza aérea con

el rango de comandante en 1942, y desde entonces se

dedicó a labores públicas y a criar a su familia. Rufina

Gasheva se casó con Mijail Pliats, piloto de bombarderos,

mientras estaba aún en el frente. Fue desmovilizada en

1956, enseñó inglés en la Academia de las Fuerzas Armadas,

trabajó durante un tiempo en una editorial de temas

militares y se retiró en 1972. -7

Antonina Savina dejó la costura y volvió a trabajar en el

hospital de la Misericordia, en el departamento de rayos X.

No se movió del sótano en el que había vivido siempre para

mudarse a un apartamento moderno de las afueras de

Moscú –un lugar pequeño, pero cómodo– hasta su retiro, en

1970. Amuebló la nueva casa con la pensión de su divorcio y


tuvo tanto cuidado con el uso de su dinero que incluso fue

capaz de mantener a su hijo cuando éste perdió su trabajo

en el restaurante Praga, del Arbat, después de que fuera

traspasado a una firma mercantil en los noventa. En su

vejez continuaba siendo de la opinión de que con Stalin

había vivido mejor.

Vladimir Kantovski fue arrestado de nuevo al concluir la

guerra y fue recluido otra vez en campos de concentración.

No regresó a Moscú hasta 1956.

Entonces trabajó hasta su retiro en un instituto científico y,

desde los ochenta, ha sido miembro de la Sociedad

Memorial, que ayuda a trazar la pista del destino que

aguardó a cuantos padecieron bajo Stalin. Veinticinco años

después de acabada la guerra se le concedió, también a él,

la orden de la Estrella Roja por el papel que desempeñó en

su única batalla.

Mijail Nemirovski también sufrió el arresto y la condena

a un campo de trabajo al terminar la guerra. Su mujer,

Polina, perdió el empleo. Durante cinco años fue aceptando

cuantas faenas le ofrecían para intentar no volverse loca.

Nemirovski fue liberado por la amnistía de Jrushchev, en


1957. Pero la vida en los campos había agotado su ánimo y

destruido su carrera. Él y Polina ya no daban crédito alguno

a las promesas del comunismo. En sus últimos años de vida,

cada vez más taciturno, empezó a visitar las iglesias con

regularidad. -8

Aleksandr Tvardovski, el autor de Vasili Tërkin, se

convirtió en director –destacado y liberal– de la revista

literaria Novy Mir, desde la cual defendió a Solzhenitsyn y

otros escritores soviéticos poco ortodoxos. Pero acabó

dándose a la bebida y visitando la tumba a una edad aún

temprana de resultas de la presión que le provocaban, por

un lado, la necesidad de defender su revista contra la

creciente hostilidad de las autoridades y, por otro, la carga

de un secreto que había abrigado durante su carrera: toda

su familia había sido deportada con los kulaks y enviada en

camiones de ganado a los Urales. -9 Cuando sus parientes

pudieron regresar, en los últimos años del poder soviético,

Tvardovski ya había muerto.

Shcherbakov no sobrevivió a la guerra. Con un exceso

irracional de trabajo, un exceso irracional de peso y

enfermedades cada vez más graves, su corazón se paró el 9


de mayo de 1945, Día de la Victoria. Fue enterrado en los

muros del Kremlin.

En cuanto a la propia ciudad, Stalin dejó su huella en la

capital por última vez justo antes de morir con siete

rascacielos colosales, marca indeleble del gusto del viejo

dictador. Se levantan en una nueva ronda que circunda la

ciudad, en lugar de los antiguos monasterios, como si fueran

el último anillo de los sucesivos sistemas de la defensa

concéntrica de la ciudad.

En esos inmensos edificios, erigidos a mediados de los

cincuenta por reclusos y prisioneros de guerra alemanes, los

arquitectos de Stalin lograron crear un estilo grotesco que se

asocia directamente, por la impresión que causa, con aquel

otro símbolo del poder autoritario que es la iglesia de San

Basilio, construida por Iván el Terrible en la Plaza Roja. Al

igual que la iglesia de Iván, los rascacielos de Stalin se han


convertido en símbolos de una ciudad sin igual.

La concepción que Stalin tenía de lo que debía ser una

Moscú socialista no se llegó a hacer nunca realidad: sus

sucesores albergaban otros proyectos y carecían de la

jactanciosa ambición del plan de 1935. Muchos elementos


característicos de la ciudad cedieron su lugar a los edificios

de viviendas y oficinas de los años sesenta y al

monumentalismo frío y chapucero de la década siguiente.

Todo cuanto pervivía de la Moscú prerrevolucionaria fue

decayendo en silencio durante casi ocho decenios, hasta que

la corriente se invirtió poderosamente bajo el liderazgo del

último alcalde del siglo XX. Yuri Luzhkov, en efecto,

contribuyó más que ningún otro a devolver a Moscú a la

categoría de grandes capitales del mundo. Sin embargo, los

más delicados de estómago hallarán difícil la digestión de

muchos de los cambios que se han producido bajo su égida:

edificios estridentes de viviendas y oficinas que han ido

surgiendo al azar para rivalizar con los rascacielos de Stalin;

el monumento a Pedro el Grande, que compite con el Coloso

de Rodas en tamaño, pero no en elegancia; la

transformación de la plaza Manege, adyacente al Kremlin, en

una especie de parque de atracciones hortera sobre el

folclore ruso, y sobre todo, quizá, la reconstrucción del

antiguo adefesio de la catedral de Cristo Salvador, que hoy

vuelve a lanzar su mirada desafiante sobre la Casa del

Malecón, en la otra orilla del Moscova. Pero también ha sido


Luzhkov el que ha restaurado áreas enteras de la ciudad en

torno del Arbat, en el Kitaigorod, al otro lado del río con

respecto al Kremlin. Ha ordenado dorar de nuevo las cúpulas

de las iglesias y, donde estas habían sido arrasadas, ha

dispuesto que se construyeran de nuevo. Dentro de la ronda

de los Jardines y a lo largo de la ronda de los Bulevares,

Moscú ha empezado, en gran medida, a adquirir el aspecto

que tenía antes de 1914. A la postre, la destrucción de la

capital decimonónica no ha sido mayor –y quizá ha sido

inferior– que la que

ha afectado, por ejemplo, a la Londres del siglo XIX. Lo que

los políticos lograron en un sitio, lo procuraron los


bombardeos de Hitler en el otro. Ahora el capitalismo campa

a sus anchas en las dos ciudades.

En los años que le quedaban después de la guerra,

Stalin tuvo que enfrentarse a cuatro tareas, principalmente.

Debía consolidar el control sobre la Alemania y la Europa

orientales. Debía asegurarse de que la Unión Soviética

continuara siendo capaz de defenderse de Estados Unidos, lo

que significaba, después de Hiroshima, la adquisición de la

bomba atómica con la mayor celeridad posible. Debía


reconstruir la economía. Y debía reducir con firmeza el

anhelo subversivo en pro de un cambio político.

Stalin vivía obsesionado por la posibilidad de que la

historia se repitiera y el virus de la ilustración fuera

inoculado en la Unión Soviética con el regreso de Europa de

los soldados victoriosos: ahora los del Ejército Rojo, antaño

los vencedores de Napoleón. Los informes que le transmitía

la policía secreta no ayudaban a tranquilizarlo. Persistía el

desapego, aun después de que los rusos acababan de ver lo

que los alemanes habían sido capaces de hacer a su país y a

su pueblo, aun después de que la marea de la guerra

creciera a su favor.

En 1943 y 1944 la NKVD reprodujo las concepciones

inquietantes de una serie de escritores y periodistas,

algunos de los cuales eran considerados figuras nacionales.

Los temas eran los mismos que habían preocupado a los

campesinos diez años atrás: la abolición de las granjas

colectivas y la posibilidad de un cambio en el régimen. Cierto

periodista que era asimismo miembro del Partido lo había

descrito con estas palabras:

Los campesinos rusos de las áreas ocupadas tienen el


ánimo dividido. Por un lado, no quieren que los alemanes se

queden en Rusia. Por el otro, no quieren que se instaure de

nuevo el poder soviético, con sus granjas colectivas y las

insufribles exigencias de entrega de la producción agraria.

Nuestro gobierno debería haber puesto fin a las granjas

colectivas al comenzar la guerra.

Si los campesinos hubiesen creído que el cambio era sincero

y para un plazo largo, habrían salido a combatir de verdad


contra los alemanes. En la actualidad luchan con desgana,

porque se les obliga; pero a fin de cuentas, son el puntal del

ejército, un pilar del que todo depende.

Un escritor ansiaba la «liberación de veinticinco años de

esclavitud». Otros se convencieron a sí mismos de que los

aliados occidentales impondrían una reforma en el país,

incluso con la oposición del régimen; no dejaba de ser una

conclusión extrañamente ingenua para personas de su

cultura. Kornei Chukovski –que en público era un partidario

bastante auténtico del sistema y recibió el premio Lenin en

1962– consideraba que no había diferencias esenciales entre

el despotismo de Hitler y el despotismo de Stalin; este era

asimismo el tema de la novela de Vasili Grossman sobre la


guerra, Vida y destino, prohibida en Rusia hasta los años de

Gorbachëv. Otro escritor, según la NKVD, había llegado a

predecir que un general de gran popularidad –Zhukov o

Rokosovski– regresaría de la guerra para derrocar el

régimen. -10 Es difícil imaginar otra idea que pudiera

inflamar más la paranoia de Stalin.

Stalin estaba resuelto a reprimir cualquier esperanza de

que la victoria pudiera producir una relajación del sistema.

No fue muy complicado lidiar con las gentes más sencillas.

La mayoría de los que habían empuñado las armas contra

sus compatriotas rusos fueron enviados a campos y algunos,

como el general Vlasov, fueron ejecutados. Los alemanes

habían capturado a cerca de cuatro millones de prisioneros

soviéticos durante la guerra; de ellos, solo sobrevivieron las

dos quintas partes. -11 Pero muchos de los que pudieron

regresar a su país fueron enviados a campos de trabajo. Los

varios millones de civiles obligados a trabajar en Alemania

en las fábricas nazis recibieron un trato poco mejor, e incluso

los que no caían en ninguna de estas categorías sufrieron

casi lo mismo. La tarea titánica de reconstruir el país a la

par que se rearmaba no dejaba tiempo para la relajación


política. El hambre golpeó otra vez a las zonas rurales.

Buena parte de su población luchaba con la sola meta de

sobrevivir.

Los generales eran un hueso más duro de roer. Zhukov


y Rokosovski, los artífices de la victoria, eran héroes para

sus soldados y para

la gran mayoría del pueblo ruso. Stalin se tomó su tiempo.

Para empezar, les concedió el honor de dirigir el desfile de la

Victoria, celebrado en la Plaza Roja el 24 de junio de 1945.

Pero luego comenzó una lenta y penosa campaña destinada

a cortarles las alas.

Zhukov había permanecido en la zona soviética de

Alemania en tanto que comandante militar de la región. Se

le ordenó regresar de Berlín en marzo de 1946 y en un

encuentro del consejo supremo del ejército Stalin lo acusó

de acaparar el crédito de la victoria y albergar ambiciones

políticas que no le correspondían. Esta acusación de

bonapartismo –crimen contra natura, en la escala de los

bolcheviques era ciertamente grave: Zhukov fue relegado a

dirigir distritos militares cada vez más remotos y lo privaron

de todas sus opciones de ingresar en el comité central del


Partido. -12

Al mismo tiempo, fue acusado de haberse aprovechado

de su posición en Alemania para saquear con un grado de

intensidad más bien improbable. La NKVD encontró en su

dacha –o más bien, afirmó haber encontrado– oro, plata,

diamantes, pieles, rollos de telas, alfombras, ocho

acordeones y varios rifles de caza ingleses, de gran valor. -

13 También recibió una reprensión oficial por haber

concedido a su amiga, la cantante Lidia Ruslanova, la orden

de primera clase de la guerra patriótica, tras haber bebido

de más después de un desfile militar en Berlín. -14 Lidia

Ruslanova y su marido, el general Kriukov, fueron arrestados

por corrupción. Ruslanova alegó que no era más rica que

otras estrellas rusas, pero no le sirvió de nada: tanto ella

como Kriukov fueron encarcelados. -15 Las acusaciones de

corrupción siguieron pendiendo sobre la cabeza de Zhukov,

pero no se abrieron nuevos procesos en su contra y, al cabo

de un par de años, Stalin le permitió ir abandonando poco a

poco su posición de desgracia. Bajo la dirección de

Jrushchëv, Zhukov prosperó de nuevo. Pero cuando los

políticos decidieron que otra vez estaba empezando a cobrar


demasiado protagonismo, fue expulsado, en esta ocasión

para siempre. -16 Murió en 1974.

Stalin se ocupó de Rokosovski de un modo más sutil.

Por una ironía del destino, la hermana de Rokosovski,

Helena, había quedado atrapada en Varsovia durante el

alzamiento antigermano del otoño de 1944, mientras el

general dirigía el 1.er frente bielorruso, detenido en la otra

orilla del Vistula.

Tras la liberación de Varsovia, Helena logró recuperar el

contacto con su hermano, al que no había visto desde 1915.

Este se la llevó consigo a Berlín, fue espectadora del desfile

de la Victoria en Moscú, en 1945, y presentada ante Stalin. -

17 Estos vínculos polacos podrían haber sugerido a Stalin un


remedio idóneo para neutralizar cualquier eventual ambición

política que Rokosovski pudiera albergar en Rusia. En

octubre de 1949 fue destinado a un exilio honroso en

Varsovia, como ministro de Defensa y comandante de las

fuerzas armadas de Polonia. Como era de esperar, se trataba

de un cáliz envenenado: Rokosovski debía lidiar con el más

problemático de los satélites de la Unión Soviética. Se

distribuyeron «consejeros» soviéticos en todas las filas del


ejército polaco. Rokosovski hizo un gran esfuerzo para

reorganizar el ejército y mejorar la preparación de hombres

y oficiales. Pero no le quedó más remedio que acceder,

aunque fuera con reticencia, a la ejecución en 1951 de

oficiales polacos sospechosos de haber establecido lazos con

Occidente. En 1956 el ánimo popular se había caldeado

hasta bordear el alzamiento revolucionario. Jrushchëv logró

un acuerdo que implicaba devolver a casa a los consejeros

soviéticos y, con ellos, a Rokosovski. Cuando abandonaba

Varsovia, el general expresaba así su tristeza ante un colega

polaco, el general Cymharewicz: «Para los rusos soy un

polaco y para los polacos, un ruso».-18 Al general

Jaruzelski, a la sazón sucesor suyo en el Ministerio de

Defensa polaco, le dijo más adelante: «Era, soy y seré

siempre polaco».-19

Helena asistió al funeral de su hermano en Moscú, en

1968. Falleció en 1983 y está enterrada con su padre


Ksawery y su tío Román Wysocki en una cripta familiar en

Brudno, en Praga, uno de los barrios de Varsovia. -20 El piso


de Rokosovski en el prestigioso edificio de la calle Granovski,

donde habían vivido él y tantos otros de los mariscales y

camaradas políticos de Stalin, fue vendido a una pareja


anónima de mediana edad en el otoño de 2003, por un

montante de millón y medio de dólares.

En 2004, las autoridades municipales del puerto polaco

de Gdansk privaron a Rokosovski, póstumamente, de su

título de ciudadano honorario de la ciudad. -21

Mientras Stalin estaba con vida, en la Unión Soviética

era imposible escribir Historia en serio, o intentarlo siquiera.

Todo fue mito y alabanzas hasta que Jrushchëv puso de

moda criticar al viejo dictador. Entonces los generales

comenzaron a escribir sus memorias, asimismo sesgadas. A

medida que se sucedían los políticos en el poder se iba

reescribiendo la historiografía. Las sucesivas ediciones de las

memorias de los generales eran alteradas por los

historiadores del Ministerio de Defensa, con miras a reflejar

la ortodoxia de cada momento.

Sin embargo, el mito del «ataque sorpresa» se

mantuvo inalterado durante muchos años. Tampoco debe

extrañarnos: la responsabilidad de la catástrofe de la

frontera no correspondía exclusivamente a Stalin. Los

generales y los políticos que aún ostentaban el poder habían

sido incapaces de cumplir con su deber profesional, de


convencer al dictador de sus errores, y no estaban

dispuestos a que se reabriera la cuestión. En 1966 el

historiador Aleksandr Nekrich publicó un libro bien

documentado, 22 de junio de 1941, que establecía el grado

de conocimiento previo respecto del ataque alemán y

evidenciaba la incapacidad de actuar en consecuencia. El

libro fue prohibido y se formuló a Nekrich la siguiente

pregunta: «¿Qué le parece más importante, la conveniencia

política o la verdad histórica?». Nekrich optó por la

respuesta equivocada y fue expulsado del Partido. -22

A finales de los años setenta comenzó a abrirse paso

otra idea, sobre todo en los círculos militares. Se afirmaba


que el auténtico artífice de la victoria no habría sido Stalin,

sino el mariscal Zhukov, «el general que jamás sufrió una

derrota». Tras una avalancha de películas y libros para la

mayor admiración del héroe, el mariscal comenzó a adquirir

la condición de símbolo nacional.

Todas estas verdades consagradas fueron objeto de

nuevo análisis en la atmósfera de libre diálogo que siguió a

las reformas de Gorbachëv. Vieron la luz, cada vez en mayor

número, documentos antes clasificados como secretos. Los


historiadores rusos empezaron a hacerse justamente las

preguntas que la población se había estado formulando en

Moscú en el mismísimo primer día de la guerra. ¿Por qué

Stalin no había previsto el ataque alemán? ¿Acaso pensaba

atacar él primero a Hitler y el dictador nazi se le adelantó?

¿Por qué tuvo un rendimiento tan nefasto el Ejército Rojo en

los primeros días y meses de la guerra, a pesar de los

enormes sacrificios que se había exigido del pueblo con

miras a dotar a las fuerzas armadas de los mejores medios

del mundo?

¿Habría tomado Hitler Moscú y vencido en la guerra si no

hubiera decidido enviar a Guderian al sur, a Ucrania? Y sobre

todo, ¿había modos de lograr la victoria sin un

derramamiento tan extraordinario de sangre? Los varios

millones de bajas, varias veces superiores a las que había

sufrido el enemigo alemán, ¿eran consecuencia de la eficacia

alemana o quizá más bien de la crueldad, brutalidad e

incompetencia soviética? Tanto en Rusia como en Occidente

la gente se entregó a los experimentos históricos de qué

habría pasado suponiendo que... Eso desató la furia de los

ortodoxos y los más ancianos, que se resistían cada vez con


más vigor a los intentos intelectuales y liberales de revisar la

historia de la guerra, pues les parecían nacidos de la

voluntad de emborronar la gloria de la Victoria.

Antes que nada, la gente se preguntaba por qué el

pueblo soviético había combatido con tanto arrojo y tanto

sacrificio en defensa de un régimen que había impuesto

condiciones durísimas en los años de entreguerra, un


sistema en el que una palabra involuntaria o una decisión

poco cautelosa podía comportar la pérdida del trabajo, la

libertad o incluso la vida. ¿Los movía el patriotismo o el

miedo a las represalias de su propio bando? El escritor Mijail

Prishvin expuso la pregunta en el verano de 1943, cuando

aún no habían concluido los combates: «El pueblo no quiere

la guerra, está descontento con el sistema, pero en cuanto

llegan al frente los soldados luchan con coraje y arriesgan

sus vidas sin aprensión ... No consigo entender, de ninguna

manera, este fenómeno».-23

Existía un contraste obvio con lo que había ocurrido en

Francia en 1940. El reputado historiador Marc Bloch intentó

analizar las razones de la debacle francesa en su libro La

extraña derrota. La razón principal de la derrota había sido,


a su juicio, que «el gobierno [de la nación], tanto a nivel

individual como colectivo, había carecido del heroísmo sin

escrúpulos que tan necesario resulta cuando el país está en

peligro».-24 En una exacerbación de lo que Bloch calificó de

«timidez del país en su conjunto»,-25 el gobierno francés

declaró que no defendería

las ciudades de más de veinte mil habitantes, con la

esperanza de que los alemanes no las hicieran víctimas de

sus bombardeos.

Desde luego, no caben muchas dudas respecto de que

Stalin manejaba el heroísmo sin escrúpulos y controlaba la

maquinaria del Partido de tal forma que podía imponer su

voluntad a todos los niveles. Stalin era el responsable

personal, directo e inmediato de los desastres que llovieron

sobre el país durante el primer año de la guerra. Por mucho

que algunos rusos nostálgicos del pasado hayan intentado

lavarle la cara, los hechos son esos y no cabe alterarlos.

Pero al mismo tiempo, la posterior recuperación de las

fuerzas armadas, su terquedad de combatir incluso en los

asedios y cercos más desiguales, de retirarse sin perder la

compostura, de aguantar las posiciones y contraatacar en


cuanto se pudiera se deben igualmente a la implacable

fuerza de voluntad de Stalin. Es posible que en algún caso

perdiera la esperanza, en las horas y días inmediatamente


posteriores a la invasión alemana o en el momento más

dramático de su aproximación a Moscú. Por una o dos veces

contempló la posibilidad de acordar con Hitler una paz

bilateral. Pero si lo miramos en conjunto, Stalin nunca

vaciló. Dirigió a sus comandantes con extrema brutalidad.

Les hizo ver que el castigo de sus fracasos podría ser la

desgracia y la muerte, para ellos y quizá también para sus

familias. Sin embargo, hubo militares tan duros que

resistieron esta presión psicológica casi arrolladora. A

medida que aprendían a cumplir con las tareas

encomendadas –a expensas de sus hombres, puesto que la

mayoría no eran más íntegros que el dictador, Stalin fue

confiando en ellos y cediendo a su evaluación de la situación

militar. Hacia finales de 1942 Stalin y sus generales

trabajaban casi como un equipo, aunque sin poner en duda,

en ningún caso, quién tomaba la decisión última.

Y a pesar de las dudas expresadas por los intelectuales,

tampoco hubo demasiada «timidez del país en su conjunto».


Hubo actos de cobardía y de traición, hubo confusión y una

disciplina sangrienta aplicada sin piedad. Pero los soldados

de la frontera y los voluntarios de Moscú no lucharon porque

los arrastrara a ello la NKVD. Combatieron heroicamente en

acciones que pasaron inadvertidas a quienes reparten las

medallas. Para muchos de ellos, el estallido de la guerra, por

terrible que fuese, significó una especie de alivio.

Una pariente de Andrei Sajarov, su tía Valia [Valya], que

todavía vestía luto por su marido, asesinado por los

bolcheviques, afirmó: «Es la primera vez en muchos años

que siento que soy rusa». -26 El Vasili Terkin de Tvardovski


solo habla de luchar por sus camaradas, por Rusia, por la

tierra rusa. La gente sencilla no siempre era capaz de

expresar su patriotismo con palabras medidas o

convincentes, de modo que optaban por referirse a los

héroes del pasado épico, los héroes de las guerras

anteriores contra los tártaros, turcos, polacos, suecos o

franceses. Apelaban a la fe ortodoxa, un vínculo apasionado

que incluso los rusos agnósticos sienten que une a su nación

y su religión, a ellos mismos y sus antecesores. Combatieron


con valentía independientemente de las reservas que

tuvieran respecto de Stalin y su sistema. Lucharon con un


arrojo y un estoicismo fingido, en palabras de Konstantin

Simonov, entre las privaciones, la durísima prueba y los

esfuerzos de sus vidas de preguerra, con una fortaleza

equiparable solo a la disciplinada ferocidad de sus enemigos.

El propio Stalin era muy consciente de que el pueblo

estaba luchando por Rusia, y no por el régimen, como le

confesó al embajador estadounidense en 1941. -27 Al

terminar todo, lo que más les importaba era que habían

luchado en la guerra más terrible de la historia y habían

salido vencedores. Habían liberado a Europa y plantado la

bandera roja en el corazón mismo de la capital enemiga. Eso

parecía, en sí mismo, justificación bastante para todos los

padecimientos, las purgas, la disciplina letal y las

insoportables bajas sufridas en la batalla.

Mijail Nemirovski y sus camaradas de la administración

moscovita invitaron a cuantos soldados pudieron regresar a

plantar un manzano en el punto en que la carretera de

Mozhaisk se adentraba en Moscú. -28 Un extenso jardín

creció a lo largo de los márgenes de la misma calzada que

tantos invasores habían ido transitando un siglo tras otro;

alrededor de la cabaña en la que Kutuzov adoptó la decisión


fatal de abandonar la ciudad a Napoleón, y en la suave

colina de Poklonnaya Gora, donde Napoleón aguardó en

vano a recibir el homenaje de los concejales:

Los árboles florecían una primavera tras otra, pero no

borraban el dolor. Cada año, en el patio de la escuela n.°

110, los veteranos y los alumnos del centro se reunían

alrededor de la estatua de Daniel Mitlianski, Réquiem, para

honrar con flores y discursos a los más de cien alumnos que

jamás volvieron de la guerra. La estatua representaba a

cinco chicos jóvenes, cinco muchachos cuyas cartas y

fotografías eran custodiadas por Irina Goliamina para que

pervivieran en la memoria de aquellos que los habían

conocido: Igor Bogushevski, que falleció en la opolchenie


moscovita de 1941; Grisha Rodin, que murió en marzo de

1942; Gabor Raab, a quien Irina había enviado una última

carta que le fue devuelta en marzo de 1945 con la nota de

«destinatario ausente sin dirección de reenvío»; Igor

Kuptsov, que falleció en Berlín ya en los días postreros de la

contienda.

Yuri Danilkovski era el más joven de los cinco, un

chaval inteligente, apasionado y poético. Fue llamado a filas


en mayo de 1942 y murió en Ucrania occidental, en marzo

de 1944. Irina Goliamina conservó el «testamento» que

había redactado para sus amigos casi dos años antes de la

fecha de su muerte. Abunda en patriotismo encendido,

dudas sobre la línea del Partido, temor ante la posibilidad de

que su generación no estuviera a la altura de los ideales

revolucionarios de sus padres; abunda en las poderosas y

confusas emociones, en suma, de un adolescente escéptico

pero entregado que creía que los que sobrevivieran a la

guerra erigirían un mundo radicalmente nuevo y feliz. El

«testamento» de Yuri terminaba con estas palabras:

Respetad cuanto de humano hay en cada persona:

buscadlo y creadlo. El verdadero ciudadano del futuro es

aquel que está libre de prejuicios y convenciones, el que no

teme por su vida ni teme la incomprensión de los demás, el

que sitúa como valor supremo de su vida la maravillosa

emoción del amor y la felicidad que depara la creatividad sin

ataduras. Esta es la humanidad por la que he dado mi vida.

Con las nuevas generaciones, la memoria de la guerra

empezó a atenuarse. Los nuevos edificios se abrieron hueco

por entre los jardines de la carretera de Mozhaisk. Los rusos


dejaron de leer a Simonov y Tvardovski. -29

Para los nuevos alumnos de la escuela n.° 110, las

celebraciones de recuerdo anual eran gestos sin apenas

sentido. El Réquiem de Mitlianski fue víctima de los vándalos

y tuvo que ser trasladado a un precario lugar seguro, sobre

la entrada del centro. Cada vez eran menos quienes

recordaban el relámpago que incendió los claros cielos de


una mañana de junio. Los sobrevivientes se entregaron a la

nostalgia: rememoraban la vigilancia antiincendios en los

tejados; las bandas adhesivas cruzadas en las ventanas,

para protegerlas de las explosiones; los globos de bloqueo

aéreo en el cielo; los erizos de acero como barricadas en las

calles; las decenas de miles de mujeres que cavaban zanjas

y trincheras; la dureza de la evacuación; el hambre; el

miedo... Más que el martirio de Zoya Kosmodemianskaya o

que la leyenda heroica de los hombres de Panfilov –que

detuvieron los tanques alemanes en la carretera de

Volokolamsk, recordaban sobre todo el heroísmo tan

subestimado de los soldados campesinos, de personas como

Vasili Terkin o Aliosha Skvortsov, de gentes como ellos

mismos. Y además eran conscientes –incluso demasiado


conscientes– del precio que había costado la victoria. Los

cañones apenas se habían callado cuando empezaron a

cantar –en principio secretamente, pues tal sentimiento se

consideraba subversivo– la amarga canción del soldado que,

victorioso y cargado de medallas, regresa a un hogar

arruinado, a la cama de su mujer asesinada, y se entrega a

la bebida hasta perder la conciencia ante su tumba. -30

Para muchos de los moscovitas, los años de la guerra

siguieron siendo los más intensos, los mejores de sus vidas.

Para algunos la victoria fue el único monumento perdurable

a una existencia que, de otro modo, solo podían calificar de

malgastada. «Envidio a mis amigos que murieron en la

guerra –escribía una anciana mientras la Unión Soviética se

caía en pedazos, en el otoño de 1991. Envidio el hecho de

que dejaron su vida sin haber perdido la fe, sin haber

perdido la ilusión».-31 Como dijo Marina Ladynina, la

estrella de La dama de los cerdos y el pastor y de Seis en

punto, acabada la guerra, hacia el final de su larga vida:

«Las condiciones eran increíblemente malas, pero nadie se

quejaba, íbamos todos en un mismo barco. Todos creíamos

en la victoria, creíamos los unos en los otros; nunca


sentimos la amargura y –por desgracia– la soledad que es

fácil sentir hoy».-32

NOTAS

CAPÍTULO 17

1. La orden n.º 006 de Rokosovski, de carácter

restrictivo, no fue comprendida en un principio por algunos

de sus hombres, que consideraban rompía con la política

anterior y era incluso «una provocación de los comisarios»;

véase A. V. Golubev (ed.): Rossia i Zapad, Moscú, 1998, p.

258. El historiador Nikolai Andreev, ya fallecido, estaba allí

en aquel momento. Cuando le preguntó a un soldado ruso si

no se avergonzaba de lo que había ocurrido, este le

respondió: «Ahora sí, pero entonces le aseguro que no».

2. Ilia B. Zbarski: Ohyekt No. 1, Vagrius, Moscú, 2000,

p. 196.

3. Los historiadores occidentales han dedicado muchas

páginas a la violencia y las violaciones cometidas por los

rusos en Alemania al terminar la guerra. Los historiadores

rusos, ofendidos con tal baldón de ignorancia a la gloria de

su victorioso Ejército Rojo, han negado que ocurriera nada

parecido, o al menos con tal gravedad. Pero no es nada


nuevo: a lo largo de los siglos ha sido frecuente que los

soldados se excedieran con el calor de la victoria. Así, lo que

ocurrió en Badajoz tras el asalto de las tropas de Wellington

en 1812 no fue tan diferente -solo en su grado- de lo que

ocurrió en Berlín en 1945. Los rusos pensaban que tenían

derecho a vengarse de un enemigo que había causado daños

inenarrables a su pueblo. Los soldados británicos de 1812 no

tenían esa excusa: los pacenses eran entonces sus aliados.

De esa experiencia no hace tanto tiempo, y la naturaleza

humana no cambia tanto, o no tan rápido.

4. Zbarski: Obyekt No. 1, p. 204.

5. Primo Levi: La tregua, Turín, 1967, p. 94. (Hay trad.

esp. de Pilar Gómez-Bedate: Trilogía de Auschwitz: Si esto

es un hombre; La tregua; Los hundidos y los salvados, El


Aleph, Barcelona, 2005, entre otras ediciones.)

6. Max Hastings: Armageddon: The Battle for Germany,

1944-1945,Macmillan, Londres, 2004, p. 582. (Hay trad.

esp. de D. León: Armagedón: la derrota de Alemania, 1944-

1945, Crítica, Barcelona, 2005.)

7. Artículo sobre Popova en

<www.3-millenium.ru/index.php?ml=2&cont
=21&cer=11&page=popova>; artículo sobre Gasheva de I.

Filatov, sin título, en <region.utmn.ru/raz[.htm]>.

8. Yelena Nemirovskaya, entrevista, 9 de octubre de

2004.

9. Iván Tvardovski, hermano de Aleksandr, ha narrado

esta historia en su Rodina i chuzhbina - kniga zhizni, Posoch-

Rusich, Smolensko, 1996.

10. Los informes de las autoridades de seguridad se

remontan a 1943 y 1944. Se hallan reproducidos en A.

Artizov y Oleg Naumov (eds.), Vlast i Khudozhestvennaya

Intelligentsia (Dokumenty 1917-1953), Moscú, 2002, pp.

492, 552.

11. Hastings: Armageddon.

12. Orden del ministro de Defensa (esto es, de Stalin)

de 9 de junio de 1946, en Vladimir Naumov (ed.): Georgi

Zhukov: Dokumenty, Mezhdunarodnyi fond «Demokratia»,

Moscú, 2001, pp. 16, 19.

13. Boris Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfy i Padenie,

AST-PRESS KNIGA, Moscú, 2003, p. 496.

14. Decisión del Politburó n.° 58, de 27 de junio de

1947, en Artizov y Naumov (eds.): Vlast i


Khudozhestvennaya Intelligentsia, p. 622.

15. Sokolov: Georgi Zhukov: Triumfy i Padenie, p. 499.

16. Decisión del comité central, 29 de octubre de 1957,

en Naumov: Georgi Zhukov: Dokumenty, pp. 440-441.

17. Nota de Helena Rokossowska en Konstantin

Rokosovski: Soldatski Doig, Moscú, 2002, pp. 462-466.

18. Konstantin Vilievich Rokosovski, entrevista, 12 de

diciembre de 2003.

19. General Wojciech Jaruzelski, entrevista, 25 de junio

de 2004.

20. Nadezhda Rokosovskava ha visitado la tumba.

21. Hay en internet varias versiones sobre la venta del

piso de Rokosovski. Véase, por ejemplo,

<http://www.realprice.ru/SYSTEM/HTML/art_ view.php 4?

ID=0762>. Sobre la ciudadanía honoraria de Gdansk, véase

Moskovsky Komsomolets, 11 de octubre de 2004, p. 11.

22. Aleksandr Nekrich, 1941 22 iiunia, «Pamiatniki

istoricheskoi mysli», Mosel'', 1995, p. 263.

23. Artizov y Naumov (eds.): Vlast i

Khudozhestvennaya Intelligentsia, p. 499.

24. Marc Bloch: Strange Defeat, Londres, 1949, p. 134.


(Hay trad. esp. del ori

ginal francés, de S. Jordán Sempere: La extraña

derrota, Crítica, Barcelona, 2002.)

25. Bloch: Strange Defeat, p. 132.

26. Andrei Sajarov: Memoirs, Knopf, Nueva York, 1990,

p. 39. (Hay trad. esp. de M. E. Aparicio: Memorias, Plaza &

Jane's, Barcelona, 1991.)

27. John D. Barber y Mark Harrison: The Soviet Home

Front 1941-1945: a social and economic history of the USSR

in World War II, Longman, Londres, 1991, p. 70.

28. Yelena Nernirovskaya, entrevista, 9 de octubre de

2004.

29. Sin embargo, De los vivos y los muertos, de

Simonov, se editó más de diez veces entre 1959 y 2004.

30. La canción -Vragi sozhgli rodnuyu jatu- todavía

puede hacer llorar a mares al público ruso. Fue escrita en

1945 por Mijail Isakovski, compositor a su vez de Katiusha.

Pero el mensaje de la canción era tan contrario al

triunfalismo oficial que no se pudo interpretar libremente

durante muchos años.

31. Joseph L. Wieczynski (ed.): Operation Barbarossa:


The German Attack on the Soviet Union, June 22, 1941, C.

Schlacks, Salt Lake City, 1993, p. 276. Artículo de N.

Tumarkin: «La invasión y la guerra como mito y memoria»,

citando a O. Golubeva, en Literaturnaya Gazeta, 30 de

octubre de 1991.

32. Entrevista en Radio Liberty, en <www.svoboda.org/

programs/cicles/ cinema/russian/6pm.asp>.
FUENTES
Las versiones rusas de la guerra en el frente oriental de

Europa han sufrido, durante varias décadas, la sobrecarga y

la distorsión derivadas de las leyendas piadosas, de la

«corrección política» de la historiografía oficialmente

sancionada y del deseo de las autoridades -renacido en

ocasión del sexagésimo aniversario de la Victoria- de utilizar

en beneficio propio una exageración de las heroicas gestas

de la Unión Soviética. Ello no obstante, en Rusia existe una

sólida tradición historiográfica, seria y profesional. En el

actual mundo postsoviético puede florecer con libertad, de

tal forma que se está rascando buena parte de la capa

legendaria. Pero en los últimos años también ha parecido

que quienquiera que pudiera manejar una pluma (en su

mayoría hombres, pero también algunas mujeres) debía

ofrecer una nueva interpretación -a poder ser,

sensacionalista, a la par de nueva- sobre el curso de los

hechos y sobre la motivación de los protagonistas. Muchas

de estas nuevas obras responden a esa intención polémica,

están escritas con dejadez, desconocen o utilizan mal las


fuentes, nacen con una parcialidad grosera y -lo peor de

todo- carecen de índices.

Los protagonistas principales -generales como

Rokosovski y Zhukov, miembros del Politburó como Mikoyan

y Jrushchëv, responsables de los ministerios

gubernamentales como Shajurin, comisario del Ministerio de

Aviación, escritores y periodistas como Ortenberg,

Ehrenburg y Simonov- no pudieron publicar sus memorias

antes de la muerte de Stalin. Sus obras fueron gravemente

censuradas en la primera edición y posteriormente fueron

reescritas incluso varias veces para satisfacer las exigencias

variables de los sucesivos líderes políticos. Esas memorias

contienen muchos pasajes extensos de discurso directo, de

estilo muy vivo, que cabe calificar de sospechosos por


razones obvias. Si las evaluamos en su conjunto, sin

embargo, otorgan una dimensión humana a un relato que,

de otro modo, corre el riesgo de convertirse en una seca

crónica de datos históricos y militares.

También he usado con gran frecuencia los recuerdos y

memorias de muchos hombres, mujeres, niños, civiles,

obreros, policías secretos, funcionarios, médicos y


enfermeras, artistas, escritores y músicos que vivieron

aquellos hechos en primera persona. Como es lógico,

recuerdan del modo más favorable lo que hicieron durante

aquella época, pero sus voces -por muy filtradas que estén

al cabo de seis décadas de memoria- son un componente

imprescindible de la textura global. El discurso directo que

en el presente libro se ha atribuido a testigos se basa, en

consecuencia de todo lo anterior, en una combinación de

anotaciones, de grabaciones sonoras y, en algunos casos, de

memorias, inéditas o publicadas. No cabe considerar tales

pasajes, por tanto, una transcripción plenamente literal.

Las cifras de bajas en las batallas y campañas del

frente oriental, e incluso las de los soldados implicados en

los combates, son imprecisas y objeto de polémica, o nunca

llegaron a estar disponibles, por el carácter mismo de la

lucha. Las cifras que ofrecen las diversas autoridades, por

tanto, son muy diversas entre sí, en ocasiones hasta

extremos muy llamativos. Para las cifras rusas he partido

sobre todo de G. Krivosheev: Rossia i SSSR v Voinakh XX

Veka (Moscú, 2001). Sus conclusiones no están exentas de

polémica, pero se basan en una investigación sólida a partir


de los archivos. Los documentos alemanes son más

ordenados y fiables en lo que respecta a las primeras fases

de la guerra, pero en la caótica lucha de los últimos meses

ese orden se vino abajo. Los problemas que comporta

determinar las pérdidas alemanas en tiempo de guerra se

describen cuidadosamente en R. Overmans: Deutsche

militaerische Verluste ün Zweiten Weltkrieg (Munich, 1999,

PP. 1-8).

El cine -incluso las películas más triviales o más

distorsionadas por motivos ideológicos- transmite una buena


impresión del periodo. He enumerado filmes comprendidos

entre 1930 y el presente. Las películas que se produjeron

durante la época soviética reflejan la ideología de su

momento, como es lógico, pero algunas son excelentes y no

han perdido su popularidad. Con el hundimiento de la Unión

Soviética, el dinero ha ocupado el lugar de la censura

ideológica, como factor limitador.

Aun así, hay una gran variedad de películas competentes e

interesantes en torno de la guerra, que expresan toda clase

de opiniones, en pro y en contra del pasado estalinista y

soviético, y que aparecen repetidamente tanto en las


pantallas de las salas de cine como en la televisión. En 2004

aparecieron tres series televisivas de diversa calidad, todas

ellas muy populares y exitosas: Shtrafbat, Deti Arhata y

Moskovskaya Saga. Si en la Rusia estrictamente

contemporánea existe una cierta tendencia a glorificar el

pasado soviético, estas tres series eran ácidamente críticas,

pues remarcaban que durante la guerra, los rusos lucharon

en defensa de su país, y no de Stalin.

En la bibliografía que acompaña no recojo los artículos

dispersos, pero sí los menciono en las notas. Muchos

proceden de internet: los rusos se han lanzado a la red con

gran entusiasmo, y lo cierto es que, por mucha basura que

haya, también se puede encontrar material útil y en grandes

cantidades.

Las traducciones, salvo cuando se indica lo contrario,

son de mi responsabilidad.

ARCHIVOS, MUSEOS Y BIBLIOTECAS

RUSIA

Archivo Central de Documentos Audiovisuales de Moscú

Archivo Central de la Ciudad de Moscú

Archivo Estatal Central de Fotografía y Cinematografia,


Krasnogorsk Archivos del Krasnaya Zvezda

Archivos del Vecherniaya [Vechernyaya] Moskva

Casa del Fotógrafo de Moscú

Museo de Historia Contemporánea de Rusia

Museo de la Defensa de Moscú

Museo de la escuela n.° 110, Moscú

Museo del distrito de Krasnaya Presnia

REINO UNIDO

Archivos de Fotografía y Cinematografía del Museo

Imperial de la Guerra

Archivos Nacionales de la Biblioteca de Londres

Biblioteca Británica (British Library)

Biblioteca Británica, Hemeroteca

WASHINGTON

Biblioteca del Congreso

Biblioteca del Congreso, División de Fotografías y

Grabados Colección de Arte Fotográfico de la Galería

Nacional

Archivos de Seguridad Nacional (colección documental

de Volkogonov)

DOCUMENTOS PUBLICADOS
El grado de apertura de los archivos estatales de Rusia

varía según las épocas, con una política de accesos que

resulta errática. Pero los archiveros en sí son muy serviciales

y entusiastas, y buenos conocedores de sus archivos, que

incluso en el peor de los casos permiten acceder a mucho

material útil.

Desde 1991, se ha ido publicando en Rusia, de forma

sistemática, una gran cantidad de documentos de los años

de guerra. Muchos proceden de las fuentes oficiales, tales

como el Servicio de Seguridad Federal (FSB, sucesor de la

KGB) o la Autoridad de la Ciudad de Moscú, entre otras.

Otros muchos documentos han sido editados por iniciativa

de instituciones tales como la Fundación Internacional

Aleksandr Yakovlev para la Democracia y como la Sociedad

Memorial. Las tres colecciones documentales publicadas bajo

los auspicios de la alcaldía de Moscú entre 1995 y 2001

(Moskva Voennaya, Moskva Prifiontovaya y Moskva

Poslevoennaya) parten de las colecciones de documentos y

recuerdos personales que las autoridades moscovitas

comenzaron a recopilar ya en 1942. Han sido muy

explotados por un gran número de historiadores y, desde


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PELÍCULAS

DIRECTOR

AÑO

Veselye Rebyata*2*2

Aleksandrov

1934

Chapaev

Hermanos Vasiliev

1934

Trilogía Maksim

Kozintsev y Trauberg

1935–1938

Tsirk

Aleksandrov

1936

Volga, Volga

Aleksandrov

1938

Esli Zavtra Voina

Dzigan
1938

Svetly Put

Aleksandrov

1940

Svinarka I Pastukh

Pyriev

1941

Paren iz Nashego Goroda Stolper

1942

Chkalov

Kalatozov

1941

Razgrom Fashistsko-

Varlamov; Kopalin

1942

Nemetskhikh Voisk Pod

Moskvoi

Zhdi Menya

Stolper

1943

Zoya
Arnshtam

1944

V Shest Chasov Posse

Pyriev

1944

Voiny

Nebesny Tikhokhod

Timoshenko

1945

The Young Guard

Gerasimov

1948

Padenie Berlina

Chiaureli

1949

Caballero de la estrella

Raiztnan

1950

dorada

Letyat Zhuravli

Kalatozov
1957

Bailada o Soldate

Chujrai [Chukhrai]

1959

Zhivye i Mertvye

Stolper

1963

V Boi Idut OdnìStariki' Bykov

Bitva za Moskvu

Ozerov

1982

Zavtra Bvla Voina

Kara

1987

Shrafn ikiy (documental) Danilov

1989

Voina na Zapadnom

Levchuk

1990

Napravlenii

Prazdnik
Sujachév [Sukhachëv] 2001

Sbtratbat

Dostal

2004

Deti Arbata

Eshpai

2004

Moskovskaya Saga

Barshchevski

2004

LISTA DE PERSONAS ENTREVISTADAS

Bajo el epígrafe «ocupación», la primera entrada se

refiere a lo que la persona citada hacía durante la guerra;

«n/d» indica que no había nacido en esa fecha. Cuando

existe, la segunda entrada describe la actividad de la

persona en el momento de la entrevista o la posición que

ostentaban al retirarse. (Entre corchetes se indica la

transcripción usada por el autor en este apartado y la

habitual en el libro, cuando hay diferencia con la

transliteración española.)

NOMBRE
OCUPACIÓN

Antonova, Irina

Estudiante; directora de

museos de Arte

Anufriev, Yevgueni

Fuerzas especiales

OMSBON; profesor

universitario

Aria, Semión [Semyon/ Semën] Tanquista, soldado en

batallón de castigo;

abogado

Avdeeva, Ludmila

Teatro Bolshoi (contralto)

Averbaj [Averbakh], Yuri Lvovich Estudiante; gran maestro

de ajedrez

Barendson

Oficial de la defensa aérea;

abogado

Benditski, Aleksandr [Alexander] Músico

Bezymenski, Lev

Oficial político; escritor


Bolotov, Valentin

N/d; Museo del Metro de

Moscú

Dëmina, Vera

8.ª división de voluntarios

(Krasnaya Presnia)

Djambaeva, Tamara

Enfermera

Donskaya, Tatiana

N/d; periodista

Driannov [Dryannov], Kirill

N/d; Museo de la Defensa

de Moscú

Fedorov, Viktor

Soldado; escritor

Frolov, Vladimir

Fuerzas especiales

OMSBON; profesor

universitario

NOMBRE

OCUPACIÓN
Gefter, Valentin

N/d; defensor de los

derechos humanos

Glebov, Nikolai

Obrero en la construcción

del metro

Goliamina [Golyamina], Irina

Alumna de escuela;

científica

Gudz, Pavel

Comandante de carros

blindados; general

Gurkin, Vladimir y Larisa

Oficial de artillería; general

Iofin, Stanislav

Voluntario; oficial del

ejército profesional

Jaruzelski, Wojciech

Oficial; ex presidente de

Polonia

Kantovski, Vladimir
Alumno, soldado en

batallón de castigo;

científico

Kiselëv, Nikolai

Alumno; Instituto de

Cristalografía

Kuzar, Vladimir

N/d, periodista en el

Krasnaya Zvezda

Labas, Yuri

Alumno; científico

Leonova, Klavdia

Obrera textil

Litvin, Sara

Escolar

Markov, Serguei [Sergei]

División Dzerzhinski,

guardaespaldas de Zhukov

en 1943

Merzhanov, Viktor

Estudiante del
conservatorio; músico

profesional

Mikosha, Vladislav

Cámara

Mikoyan, Stepan

Piloto de cazas; piloto de

pruebas (hijo del miembro

del Politburó)

Milkova, Tatiana

Enfermera

Mishchenko, Lev

Estudiante; físico

Mitlianski [Mitlyanski], Daniel

Alumno; escultor

Moroz, Vitali

N/d; periodista en el

Krasnaya Zvezda

Nemirovskaya, Yelena

Escolar; directora de una

ONG

Nepornniashchava [-nya-], Anna Adolescente


Nevzorov, Boris

N/d; Instituto de Historia

Militar

Ogryzko, Vladimir

Oficial en la división

Dzerzhinski; general

Petrov, Iván

Teatro Bolshoi (bajo)

Ponedelin, Alla

Compañera de clase de

Mikoyan; hija del general

NOMBRE

OCUPACIÓN

Ponomarëv, Vasili

Voluntario, 21.ª división de

voluntarios (Kiev); general

Pronin, Serguei [Sergei]

Alumno (hijo del jefe de la

Administración de la Ciudad

de Moscú durante la

guerra)
Rezanov, Konstantin

Oficial de la defensa aérea;

general

Robel, Lidia

Obrera textil

Rokosovskaya [-osso-],

N/d; hija del general

Nadezhda

Rokosovski [Rokossovsky],

N/d; nieto del general

Konstantin V.

Romanova, Ludmila

Obrera textil

Sadkovich, Nikolai

N/d; conservador del Museo

de la escuela n.° 110

Saksonov, Oleg

N/d; Instituto de Historia

Militar

Sandrikov, Aleksandr

Voluntario, 18.ª división de


voluntarios (Leningrado);

general

Savina (de casada, Naumova),

Empleada de un hospital

Antonina

Sergeev, Nikolai

Voluntario, división de

voluntarios de Moscú;

general

Sergeeva, Praskovia

Enfermera, división de

voluntarios de Moscú

Shcherbakov, Aleksandr

Piloto de cazas; piloto de

[Alexander]

pruebas (hijo del miembro

del Politburó)

Shcherbakov, Konstantin

Escolar; director del

Komsomol skaya Pravda

(hijo del miembro del


Politburó)

Simonov, Aleksei

N/d; hijo del escritor

Smirnova, Lidia

Actriz

Sokolov, Boris

N/d; historiador

Soloviev, Stepan

NKVD; defensa aérea de

Moscú

Suljanishvili [-ulkha-] Ghia

N/d; cuerpo diplomático

Teleguev, Yevgueni [Yevgeni]

OMSBON; general de la

KGB

Trifonova, Olga

Escritora

Vanke, Elena

Bolshoi (bailarina)

Volkova, Yelena

Enfermera
Volynski, Yuri

N/d; cardiólogo

NOMBRE

OCUPACIÓN

Vostrosablina, Liubov

Bibliotecaria

Yakovlev, Aleksandr

Marino; político

Yastrebov, Yaroslav

N/d; periodista en el

Krasnaya Zvezda

Zasypkin

N/d; funcionario del

Ministerio de Interior

Zbarsky, Ilia [Ilya]

Personal del mausoleo de

Lenin

Zeldin, Vladimir

Actor

Zhukova, Ella

Niña pequeña; hija del


general

Zhukova, Ira

Niña pequeña; hija del

general

Zviagina [Zvyagina], Susanna

Bolshoi (bailarina)

AGRADECIMIENTOS

Entre otros placeres, este libro me ha proporcionado

uno muy notable: el de poder entrar en contacto con

muchísimos moscovitas. He conocido a personas que

estuvieron allí en 1941, a sus amigos y familiares,

historiadores, periodistas y otra gentes interesadas en esa

época de la historia rusa, muchas de las cuales me

acogieron además en sus casas. Stepan Mikoyan y Daniel

Mitlianski invitaron a compartir la cena con nosotros a sus

viejos compañeros de escuela. Vera Demina me sentó amablemente a su mesa -


pese a que yo era un extraño en

su casa- en un día en el que mi agenda, de tan apretada, no

me dejaba ninguna otra opción. Vladimir Kantovski me llevó

a visitar el museo de su antigua escuela, la n.° 110. Todos

ellos compartieron conmigo, de una forma


extraordinariamente generosa, sus recuerdos y su tiempo.

Muchos me entregaron copias de libros -historias de su

regimiento o memorias- a cuya lectura no podría haber

accedido de ningún otro modo. Sus nombres aparecen

repetidamente a lo largo del texto y de las notas, y este

libro es la expresión de la gratitud que siento hacia ellos.

En Rusia, los lazos de la amistad son particularmente

fuertes y, durante todo el proyecto, he gozado del fuerte

apoyo de algunos viejos amigos. En Moscú, Lev Parshin fue

buscando a veteranos de la guerra con un entusiasmo

inagotable y concertó la mayoría de mis entrevistas con

ellos: ha sido esencial en el éxito de este trabajo. Lena

Nemirovskaya y Yuri Senokosov me acogieron con cálida y

generosa hospitalidad durante muchas visitas a la capital

rusa. Marina Tonkij, de la Escuela de Estudios Políticos de

Moscú, trabajó con mucho más denuedo del humanamente

esperable a la hora de organizar mis programas y mi

transporte. Sin todos ellos, este proyecto no habría podido

salir adelante.

Dos familiares del general Rokosovski -Nadezhda

Rokosovskaya, su hija, y Konstantin Rokosovski, su nieto-


me proporcionaron informaciones muy valiosas sobre el

general. Lo mismo debo decir del general Jaruzelski y el

coronel Pruszkowski. El coronel Sadykiewicz buscó sin

descanso referencias bibiográficas e incluso me escribió una

evaluación personal de las capacidades militares de

Rokosovski.

Simon Sebag-Montefiore me apuntó varias líneas de

investigación en los inicios del proyecto. Antony Beevor,

Catherine Merridale y Margaret Paxson me permitieron leer

versiones muy avanzadas de sus libros A Writer at War,

Ivans War y Solovyovo. Lev Mishchenko me entregó una

copia de sus memorias inéditas, que me ha resultado de gran valor.

El académico Chubarian eliminó varias de las trabas

que complican el acceso al Archivo Central de la Ciudad de

Moscú. Mijail Gorinov y sus compañeros estuvieron

buscando los documentos de 1941, me proporcionaron

copias de sus eruditos artículos y me invitaron a asistir a la

conferencia histórica que, sobre el Moscú de 1941,

pronunciaron en las oficinas de la alcaldía moscovita en

diciembre de 2004.

Geoff y Kathy Murrell, Dmitri Trenin, Anatoli Cherniaev,


Lev Parshin, Mijail Miagkov y Michal Sadykiewicz leyeron

diversas versiones de mis manuscritos, señalaron

numerosos errores e hicieron sugerencias generales que han

permitido ir mejorando el libro. Ludmila Matthews lo leyó en

dos ocasiones. Los prudentes y discretos comentarios de

Peter Carson me han llevado a hacer mejoras sustanciales.

Lesley Levene ha devuelto el orden a mi caótica sucesión de

notas al pie.

El Centro Internacional Woodrow Wilson para la

Erudición, en Washington DC, me ofreció un lugar idóneo

para finalizar el proceso de escritura; entre otras razones,

por el acuerdo que permite que sean entregados en tu

misma mesa los libros que solicites a la Biblioteca del

Congreso... He contraído una deuda impagable con Sam

Wells por haberme introducido en el centro, y con los

bibliotecarios y el resto de su personal, que fueron

realmente amables conmigo durante toda mi estancia.

Lidia Lunina, del Archivo Central de Documentos

Audiovisuales de Moscú; Galina Balakireva, del Museo de

Historia Contemporánea; María Zhorikova-Shaijat y, sobre

todo, Ralph Gibson de RIA Novosti, fueron especialmente


cordiales y eficaces a la hora de rastrear las fotografías.

Jill repasó con lupa el último borrador. He incluido casi

todas sus sugerencias, pero esa es solo una de las

muchísimas razones por las que le debo mi entera gratitud.

LISTA DE ILUSTRACIONES

Las fotografías de este libro han sido amablemente

proporcionadas por la agencia RIA Novosti, la National

Gallery de Washington, el Museo de Historia Contemporánea

de Moscú (MCH), el Archivo Central de Documentos

Audiovisuales de Moscú (MCA), el Archivo Estatal de

Documentos Cinematográficos y Fotográficos de

Krasnogorsk, Time-Life, el Museo Imperial de la Guerra, y

varias personas a título individual. Indico los nombres de los

fotógrafos siempre que los he podido averiguar. Pero no ha

sido posible -aun a pesar de haberlo intentado sin desmayo-

establecer la fuente o el propietario del derecho de

reproducción de numerosas fotografías, especialmente de las

que se han obtenido en primer lugar a partir de la red de

internet.

1. Calle Gorki: el principio (RIA Novosti)

2. Moscú antes de la Revolución: la catedral de Cristo


Salvador (National Gallery de Washington)

3. El Moscú de entreguerras: Casa del Malecón (MCA,

foto de B. Ignatovich); estación de Kazán (MCA)

4. Estrellas de cine: Marina Ladynina, Valentina Serova,

Lidia Smirnova, Liubov Orlova

5. El asunto Dukovski: Pavel Dukovski y los alumnos

Vladimir Kantovski y Ania Bovshever (fotos © Vladimir

Kantovski)

6. El gobierno de Moscú: Aleksandr Scherbakov

(Novosti), Mijail Nemirovski (foto de Lena Nemirovskaya)

7. De camino al frente (RIA. Novosti)

8. El pueblo se une a la guerra: voluntarios (MCA);

patrulla antiincendios (MCH)

9. La fábrica textil Trëjgornaya. Arriba, la fábrica hacia

1890 (MCH); abajo, voluntarios de la factoría (MCH)

10. La defensa del Kremlin: cazas sobre el Kremlin

(Novosti); bombardeos nocturnos (Getty: Margaret Bourke-

White)

11. Los refugios del metro (RIA Novosti)

12. Globos: frente al Bolshoi (RIA Novosti); niños (Krasnogorsk)

13. Racionamiento (MCA, foto de Ya Jalip)


14. El general Rokosovski (RIA Novosti)

15. Generales: Lev Dovator, Iván Panfilov, Andrei

Vlasov y Georgi Zhukov

16. Soldados: Anatoli Cherniaev (foto © Anatoli

Cherniaev), Yevgueni Teleguev (foto © Yevgueni Teleguev),

Aleksandr Pyltsyn (foto © Aleksandr Pyltsyn) y Lev

Mishchenko (foto © Lev Mishchenko)

17. Enfermeras y otras mujeres: Irma Goliamina (foto

© Irma Goliamina), Yelena Okuneva (foto © Yelena

Okuneva), Antonina Savina (foto © Antonina Savina), Yelena

Volkova (foto © Yelena Volkova)

18. Escritores: Ilia Ehrenburg con Vasili Grossman

(Krasnogorsk), (foto © Aleksei Simonov)

19. Evacuación de los animales: vacas frente al Bolshoi

(RIA Novosti), cerdos en las calles

20. 46.° regimiento de bombardeo nocturno: Popova y

compañeras (Novosti), biplano U-2 (RIA Novosti)

21. 6 de noviembre de 1941: alocución de Stalin al

pueblo (RIA Novosti)

22. Desfile en la Plaza Roja, 7 de noviembre de 1941

(RIA Novosti)
23. Pavel Gudz y su carro de combate. Gudz y

camaradas (foto © Pavel Gutz)

24. Nieve (MCH) y barro (Krasnogorsk)

25 Construcción de las defensas de Moscú: barricadas

(MCH) y trincheras (RIA Novosti)

26. Los héroes de Panfilov (foto del autor)

27. Zoya Kosmodemianskaya, camino de la horca (RIA

Novosti)

28. Invierno en el Moscú en guerra: «erizos» (RIA

Novosti) y patrulla montada (Krasnogorsk)

29. Estación de Bielorrusia. Arriba, prisioneros de

guerra alemanes (fuente desconocida). Abajo, el regreso

(RIA Novosti)

30. Requiem (foto © Daniel Mitlianski)

31. Los muchachos de la escuela secundaria nº 110:


Grisha Rodin, Gabor Raab, Yuri Danilkovski y Yuri Shlykov

(fotos (D Irma Goliamina)

32. Calle Gorki: el final (MCA, foto de Ya Jalip)

ÍNDICE ALFABÉTICO

Abakumov, Victor, 295

Afinogenov, Aleksandr, 266 Ajmatova, Anna, 357


Alatortsev, Vladimir, 393 Aleksandrov, Aleksandr, 138,

182 Aleksandrov, Grigori, 60, 189 Aleksi, 233

Alexander Nevsky, 233, 376 Aliosha Skvortsov, 189,

469 Alksnis, Yakov, fusilado en 1938,

197

Allilueva, Nadezhda, 45

Antonova, Irina, 349-350, 360 Anufriev, Yevgeni, 51,

115, 150,

316, 366, 376, 414, 415, 456 Arakcheeva, Tatiana, 271

Aria, Semión, 213-215, 456 Arnshtam, Leo, 413-414

Artashev, Major, 214

Artemiev, Pavel, 321, 366-367, 371, 375, 377, 404

Avdeenko, Aleksandr, 185, 187-188 Averbaj, Yuri, 146

Babel, Isaak, 58, 75

Baggalay, mister, 351-352

Balkin, Pavel, 165

Baring, Maurice, 34

Barsik, 440

Barsova, Valeria, 368

Batov, Pavel, 220

Bauman, Karl, 49
Baurdzhan Momysh-Uly, 390 Bek, Alekandr, 165, 390,

391 Beliakov, Iván, 378

Beloborodov, Afanasi, 386, 403 Belov, Pavel, 311, 387,

409, 428-429

Beria, Lavrenti, 18, 77, 83, 102-103, 127, 129, 201-

202, 321, 336, 340-342, 363

Blunt, Anthony, 82

Índice alfabético

Moscú 1941Índice alfabético

Bock, Fedor von, 96, 131, 281, 381,

388, 398-399, 417 Bogushevski, Igor, 468 Bovshever,

Anya, 55, 215, 217 Bruskina, Masha, 413 Budënny, Semión,

281, 375 Bujarin, Nikolai, 53, 75 Buniatov, Zia, 212

Burmenko, Yelena, 200-201 Butiagin, 339

Chancellor, 29

Chaureli, Mijail, 272 Cherevichenko, 399, 429

Cherniaev, Anatoli, 47, 54, 91-92,

115-116, 175-176, 194-196,

435-437,456

Chaikovsky, Peter, 16, 229, 405 Chkalov, Valeri, 72

Chujrai, Grigori, 189


Chukovski, Kornei, 461

Churchill, Winston, 106, 363 Corneille, Pierre, 228

Danilkovski, Yuri, 468 Dementieva, Alla, 151 Dëmina,

Vera, 166 Diakov, Abram, 166 Dmitri Donskoi, 233

Dobrushin, Serguei, 190, 360 Dokutovich, Galina, 156, 159

Dolgoruki, príncipe Yuri, 29 Dovator, Lev, 237, 304, 305,

383,

403-404, 409, 428

Dreitser, doctora S. G., 226, 317 Dukovski, Pavel, 54-

55 Duz-Jutimirski, 393 Dynnik, Valentina, 115

Eden, Anthony, 404

Efron, Serguei, 75, 356

Ehrenburg, Ilia, 62, 66, 114, 184, 185, 188, 234, 454

Eisenstein, Serguei, 59-60, 234, 361

Ermler, Fridrij, 362

Fadeev, Aleksandr, 56 Falk, Robert, 91, 362 Favorski,

Vladimir, 362 Fedorenko, Yura, 437 Fëdorov, 264

Fidelman, 164

Filin, general, 198

Frolov, Vladimir, 51, 150, 339-340,

366, 414-415, 456


Frunze, Timur, asesinado, 103

Gabovich, Mijail, 181, 395-397 Gaft, 436-437

Gamarnik, Bliuma, 76, 340-341 Gamarnik, Veta, 54

Gamarnik, Yan, 76

Gasheva, Rufina, 157, 457 Gauzner, Kolia, 175

Gefter, Misha, 115, 175, 176, 177 Gejman, 426

Giatsintova, 264

Gilels, Emil, 166

Ginzburg, Lidia, 62, 95

Ginzburg, Moisei, 167, 168, 286 Glebov, Nikolai, 322

Goethe, Johann Wolfgang von, 420

Goldenveizer, Aleksandr, 55 Goliamina, Irina, 54, 351,

456, 468 Golikov, Filip, 82, 83

Golovanov, Aleksandr, 65, 391 Goncharov, general,

207-208 Gorbatov, Aleksandr, 220

Gordon, Abram, 287

Gorki [Nizhni Novgorod], 185, 193,

195, 218, 321, 326, 335, 338 Goshko, teniente, 256

Granovskaya, 91

Grechichkin, 338

Gridaspov, P., 227-228, 397-398 Grigoriev, 205


Grizodubova, Valentina, 73 Gromadin, Mijail, 247-248,

275 Grossman, Vasili, 56, 95, 185-187,

282, 283, 284, 315, 455, 461 Guderian, Heinz, 99-100,

132,

237, 238, 243, 281, 289, 381,

387, 399, 465

Gudz, Pavel, 116-119, 122, 372-373, 378, 401-403,

456

Gurkin, Vladimir, 147-148, 305-306

Halder, Franz, 241

Hess, Rudolf, 84

Hitler, Adolf; 83,235, 236, 257, 366, 399

Hoth, Hermann, 100, 237, 240, 381

Ilf y Petrov, 354

Iliushin, Serguei, 80

Iofan, Boris, 43, 46, 234, 255 lofin, Stanislav, 300-301

Iván el Terrible, 29, 128

Jachaturian, Aram, 359 Jarlamov, Semión, 157-158

Jaruzelski, Wojciech, 463

Jorin, capitán, 401

Jrennikov, Tijon, 192, 359


Jrulëv, Andrei, 426

Jrushchëv, Leonid, 467

Jrushchëv, Nikita, 40, 41, 43, 44, 243, 462, 463, 464

Juszkiewicz, Adolf, 68

Kabalevski, Dmitri, 359

Kachalov, Vladimir, 209, 238 Kaganovich, Lazar, 40, 53,

74,

129-130, 343, 346, 374, 426 Kantovski, Vladimir, 54-

55, 215

217, 218, 302, 457

Kapitsa, Peter, 234

Kapler, Aleksei, 361

Karmen, Roman, 361

Katukov, Mijail, 159, 289

Kavelin, Konstantin, 53

Kazakov, Vasili, 238

Kesselring, Albert, 99, 257, 274 Kirillov, general, 208,

209

Kirov, Serguei, 50

Kirponos, Mijail, 97, 98, 118, 243 Kiselëv, María, 316-

318
Kiselëv, Nikolai, 316, 317

Kiselèv, Victor, 184

Klimov, coronel, 247, 248, 250 Klimovskij, Vladimir,

127, 205 Klochkov, Vasili, 388-389

Klubkov, Vasili, 410-411

Kobulov, Bogdan, 201-202 Kolosova, V. A., 368, 371

Koltsov, Mijail, 75

Koniev, Iván, 237, 281, 303, 382, 399, 428

Kopets, Iván, 205-206

556 Moscú 1941

Índice alfabético

557

Koptev, Aleskei, 329

Kork, August, 76

Kork, Yekaterina, 76, 340-341 Kosmodemianskaya,

Zoya, 410, 413, 414, 469

Kosygin, Aleksei, 335, 345 Kovalenko, teniente, 168

Kovshova, Natasha, 301

Kozintsev, 59

Kozlov, coronel, 288

Kozlovski, Iván, 229, 358, 368 Kozyrev, Andrei, 53


Krainov, Boris , 410

Kriukov, Vladimir (general), 182-183, 462

Krotkov, Yuri, 311, 502

Krylov, V. F. (oficial), 108-109 Kulik, Grigori, 127

Kuptsov, Igor, 468

Kutuzov, Mijail, 65, 96, 190, 307-308, 376, 467

Kutz, 213-214

Kuza, Vasili, 258-259

Kuzmin, Iván, 163

Kuznetsov, Nocolai, 97, 98, 125, 201

Labas, Raisa, 91, 114, 265, 315, 325, 347, 362

Labas, Yuli, 91, 265, 347, 362 Ladynina, Marina, 191-

192, 469 Lagushkin, 386

Lapirov, Semen, 248-249, 257, 260, 369

Laskin, Viktor, 161-162 Lebedev-Kumach, Vasili, 138

Leliushenko, Dmitri, 307, 308 Lemeshev, Serguei, 229, 358,

395

Lenin, 37, 133

Leonov, Kolya, 233

Leonov, teniente, 214, 215 Leonova, Klavdia, 179, 180,

457 Lermontov, Mijail, 137, 307, 393 Levchenko, Irina, 155


Levi, Primo, 455-456

Levitan, Yuri, 107, 324, 368, 401 Litviak, Lidia, 156

Litvin, Sara, 47

Loktionov, Alexander, 200, 207, 341

Lukin, Mijail, 237, 239, 288, 304 Luzhkov, Yuri, 29, 459

Maksimenko, general, 238 Malenkov, Georgi, 45, 127,

129-130, 199, 335, 336

Malinin, Mijail, 238, 303, 400, 429, 430

Malyshev, 343

Mandelshtam, Osip, 58

Mardashëv, Serguei, 106, 133, 454 Markin, Vasili, 161

Markov, Serguei, 104

Mazel, 393, 394

Mejlis, Lev, 128, 138-139, 207-208, 236

Meretskov, Kirill, 80, 206-208, 431, 432

Merkulov, Mitrofan, 164 Merzhanov, Viktor, 146

Meyerhold, Vsevolod, 58, 75 Mijoels, Solomon, 234

Mikosha, Vladislav, 43,105,106, 379 Mikoyan, Aleksei,

103

Mikoyan, Anastas, 45, 47, 129-130, 321, 333-334

Mikoyan, Artëm, 80, 268


Mikoyan, Stepan, 103, 268 Mikoyan, Volodia, 103

Milkova, Tatiana, 151, 152

Miller, Dr. Peter, 296, 330 Milton, John, 35, 54

Mishchenko, Lev, 166, 170, 285, 290,292-293

Mitlyanski, Daniel, 53-54, 302, 351, 456, 468, 469

Molotov, Vyacheslav, 40, 65, 97, 107, 127, 128, 129,

347, 404 Morozov, 418

Müller, Heiner, 391

Murat, Joachim, 28

Napoleón, 31, 95, 96

Nekrich, Aleksandr, 464 Nemirovskaya, Lena, 320, 449

Nemirovskaya, Polina, 320, 458 Nemirovski, Mijail, 259,

270-271,

320, 458

Nemirovski, Semión, 259 Nepomniashchaya, Anna, 345

Nesterenko, María, 73, 200, 341 Novikov, Iván, 150

Obolenskaya, 57

Obraztsov, Sergei, 55, 182 Ogryzko, Yevgueni, 376,


404, 456 Oistraj, David, 166

Okuneva, Yelena, 290, 293

Orlova, Liubov, 60, 182, 189, 228, 324


Ortenberg, David, 138, 185-186, 323 Osipenko, Polina,

72, 73

Osmërkin, Aleksandr, 315 Ospovat, Aleksandr, 167, 286

Panfilov, Iván, 306-307, 384

Panov, Vasili, 393, 394

Paulus, Friedrich von, 448 Paustovski, Konstantin, 17,

36-37, 38

Pavlichenko, Ludmila, 155

Pavlov, Dmitri, 97, 100, 125, 204 Petrov, Ivan, 183

Petrov, Vladimir, 393

Pilnyak, Boris, 58

Pinus, Yakov,167, 286

Planquette, Robert, 394

Platonov, Andrei, 185-186

Pliats, Mijail, 457

Pliev, Issa, 428

Pokrovski, 252

Polenov, 331

Polivanova, Masha, 301

Polosujin, Viktor, 1941, 307 Ponedelin, Alla, 208

Ponedelin, Pavel, 208


Ponomarëv, Vasili, 157, 457

Popova, Nina, 259, 270, 320 Poskrebyshev, Aleksandr,

101, 133, 201

Projorov, familia, 32, 178

Prokofiev, Sergei, 361

Pronin, Vasili, 41, 98, 300, 336, 340, 342, 346

Proskurov, Iván, 83, 200, 341, 342 Pudovkin, Vsevolod,

59, 361-362 Pumpur, Peter, 199, 200, 247, 295,

341

Pushkin, Alexander, 32, 419 Pushkin, coronel, 118

Putin, Vladimir, 46, 457

Pyltsyn, Aleksandr, 218-219

Pyriev, Aleksandr, 191, 192

Raab, Gabor, 468

Raskova, Marina, 73-74, 155-156, 157

Reichel, Joachim, 448

Reizen, Mark, 368

Remizov, 237

Rheinhart, general, 381

Richter, Sviatoslav, 147

Robel, Lidia, 180, 457


Rodin, Grisha, 468

Rokosovskaya, Ada, 65, 67 Rokosovskaya, Nadezhda,

305 Rokosovskaya, Yulia, 65, 67-68 Rokosovski Aleksandr,

67 Rokosovski, Konstantin, 65, 67-68, 68-69, 120-121, 122,

238, 303,

306, 382, 384-385, 386, 397, 403,

428, 429-430, 454, 462-463, 477 Rokosovski, Ksawery,

66 Rokosovski, Lózef, 66

Rozov, Viktor, 165

Rundstedt, Gern von, 96, 97, 399 Rusakov, Yegor, 301

Ruskij, enfermera, 263

Ruslanova, Lidia, 59, 182, 238, 462 Rychagov, Pavel,

72, 73, 198, 199, 200, 341

Rykov, Aleksei, 75

Sagaidachny, Petia, 437, 439 Sajarov, Andrei, 46-47,

53, 327, 353-356,407

Sajarova, Dra. Ye. I., 244, 269, 424,

441, 442, 444, 446 Sandomirskaya, Beatrice, 265

Saraev, capitán, 166

Savina, Antonina, 51-52, 177-178, 457

Savkov, Igor, 167, 286


Sbytov, Nikolai, 199, 249, 295, 296 Semënova, Galina,

159

Semënova, Natalia, 269, 424, 445, 446, 447

Serafimova, Valia, 152

Sergueeva, Praskovia, 153, 373 Serguei de Radonezh,

san (1322-1392), 233

Serguei Petrovich, 291

Serov, Anatoli, 72

Serov, Iván, 318-319, 400

Serov, Valentin, 316

Serova, Valentina, 16, 57, 72, 182, 228, 430, 449, 457

Shajurin, Aleksei, 334, 335 Shamshin, I., 368

Shaposhnikov, Boris, 71, 240, 295, 385

Shcherbakov, Aleksandr, 103 Shcherbakov, Aleksandr,

41, 98,

139, 146, 181, 199, 266, 300,

314, 319, 321, 319, 389, 426,

443, 458

Shcherbakov, Serguei, 216-218 Shchusev, Aleskei, 271

Shebalin, Vissarion, 359

Shelepin, Aleksandr, 409-410 Shklovsky, Yosif, 354


Sholojov, Mijail, 157

Shostakovich, Dmitri, 358, 359 Shredov, 263

Shtern, Grigori, 200

Simonov, Konstantin, 1915-1979 (escritor), 15, 57-58,

136, 139,

142-143, 168, 185, 187, 205-206,

228, 420, 449, 467, 471, 487 Siniavski, Andrei, 53

Sinilov, Kuzma, 336, 337, 371, 418, 449

Skripnikov, 163

Smirnova, 411-412

Smirnova, Lidia, 16, 190, 361, 457 Smushkevich, Rosa,

201-202 Smushkevich, Yakov, 72, 200, 201,

341, 342

Sobchuk, Oksana, 440

Sobol, Lena, 55, 215, 217

Sobolev, 423, 443-444

Solina, 411-412

Sorge, Richard, 82, 88

Stalin, Josef, 43, 44, 45, 49, 52, 58, 59-60, 68, 74, 77,

78, 79, 84, 85, 86, 87-88, 90, 97-103, 125-126, 127, 128-

129, 130, 134-137, 197-198, 205, 222, 234, 239, 243, 294,
311, 318, 321-322, 335, 367, 368-369, 375-376, 384, 392,

399, 409, 427, 447, 448, 453, 454, 459, 460, 461-462,

466, 480-481

Stalin, Vasili, 103, 361

Stalin, Yakov, 103

Starshina» (agente secreto ruso), 88

Stolper, Aleksandr, 360 Suljanishvili, l'vlijail,181

Suvorov, Viktor, 88, 480

Symonds, 251

Talanova, Galina, 305, 430 Tatlin, Vladimir, 362

Teleguev, Yevgueni, 149, 340, 366,

372, 375-376, 413, 416, 456 Teleguin, Konstantin, 295

Timashkov, 209, 210

Timoshenko, Semión, 79, 80, 88, 126, 237, 243

Timoshkov, capitán, 257

Tolstoi, Aleksei, 184, 185, 188, 234 Tolstoi, Lev, 28, 95,

189, 229, 284, 307, 387, 419

Trifonov, Yuri, 46

Tsfasman, Aleksandr, 59 Tsvietayeva, Marina, 53, 75,

356-357 Tujachevskaya, Nina, 76, 340 Tujachevski, Mijail,

72, 76, 116 Tupikov, Vasili, 83, 243


Tupolev, Andrei, 198

Tvardovski, Aleksandr, 450, 458, 467, 468

Uborevich, Ieronim, 76, 207 Uborevich, Nina, 76, 340,

341 Utësov, Leonid, 59, 182

Vainstain, profesor, 163

Valia, 47, 152, 467

Vanke, Yelena, 266, 395

Vasenin, 215

Vashkevich, 171

Vasili Tërkin, 188, 469

Vasilieva, Ye. D., 358

Vera Maximovna, 236

Verzhbitski, Nikolai, 318, 331, 424, 445

Vlasov, Andrei, 116, 147, 289, 386, 403, 428, 432-433,

461 Voinovich, Vladimir, 109

Volkova, Yelena, 154

Volodin, Mijai1,162

Voronov, Nikolai, 100, 132 Voroshilov, Kliment, 59, 67,

71, 129 Vorotnikov, oficial municipal, 338

Vostrosablina, Liubov, 152 Voznesenski, Nikolai, 129,

428, 440
Werth, Aleksandr, 225, 227, 228, 230, 236, 239, 261

Yakir, Iona, 76

Yakovlev, Aleksandr, 203 Yakovlev, Nikolai, 80, 268

Yefremov, Mijail, 428-429 Yegorov, capitán, 118

Yerëmenko, Andrei, 203, 239, 243, 281, 284, 296

Yezhov, Nikolai, 77

Yudovich, Mijail, 393

Zajarova, Lidia, 159 Zastrovski, comandante, 163

Zbarski, Bori,133

Zbarski, Ilia, 106, 133, 454-455 Zeldin, Vladimir, 191,

457

Zenkov, (miembro del servicio de ambulancias), 264

Zhdanov, Andrei, 339

Zhilenkov, Georgi Nicolaievich, 147

Zhukov, Georgi, 70, 71, 80, 127, 204, 222, 297, 299,

367, 386, 399, 409, 428, 447, 461-462, 464

Zhukovski, Nikolai, 33

Zinoviev, Aleksandr, 50-51, 63 Zoshchenko, Mijail, 357,

361 Zubarev, Nikolai, 393

Zveriev, Arseni, 335

Zveriev, Grigori, 285, 288-289 Zviagina, Susanna, 183


ÍNDICE

Mapas 9

Nota sobre la transliteración 13

Año Nuevo de 1941 15

PRIMERA PARTE

El lento aproximarse de los truenos

1. La ciudad toma forma 23

2. La forja de Utopía 39

3. Guerras y rumores de guerras 65

SEGUNDA PARTE Estalla la tormenta

4. 22 de junio de 1941 95

5. Rusia planta cara 125

6. Los voluntarios 145

7. Movilización de las masas 173

8. Stalin recobra el control 197

9. El ojo de la tormenta 225

10. Fuego sobre Moscú 247

TERCERA PARTE

«Tifón»

11. Los alemanes abren una brecha 281

12. Pánico 311


13. Evacuación 343

14. El torrente crece 365

15. El torrente se desborda 393

16. La derrota se torna en victoria 423

17. Repercusiones 453

Notas 471

Fuentes 521

Agradecimientos 545

Lista de ilustraciones 549

Indice alfabético 553

RODRIC BRAITHWAITE

MOSCÚ

RODRIC BRAITHWAITE

UNA CIUDAD Y SU PUEBLO EN GUERRA

Después de cumplir el servicio militar en Viena, Rodric

Braithwaite trabajó en el Foreign Office desde 1955 hasta

1992, sirviendo en Yakarta, Warsaw, Roma, Bruselas y

Washington. Vivió en Moscú desde 1963 hasta 1966 y se

desempeñó allí como embajador entre 1988 y 1992. Su

anterior libro, Across the Moscow River (2002), trata acerca

del tiempo que pasó en Rusia y del fin de la Unión Soviética.


MEMORIA CRÍTICA

Últimos títulos publicados

Simon Sebag Montefiore La corte del zar rojo

Helmut Heiber

Hitler y sus generales

Laurence Rees Auschwitz

Los nazis y la «Solución final»

Zhores A. Medvedev y Roy A. Medvedev El Stalin

desconocido

Max Hastings Armagedón

La derrota de Alemania, 1944-1945

Laurence Rees

Una guerra de exterminio Hitler contra Stalin

Götz Aly

La utopía nazi

Cómo Hitler compró a los alemanes

Moshe Lewin

El siglo soviético

¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética?

Morten Heiberg y Manuel Ros Agudo La trama oculta de

la guerra civil
Los servicios secretos de Franco, 1931-1945

Antony Beevor

Un escritor en guerra

Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945

James T. Patterson El gigante inquieto

Estados Unidos de Nixon a G.W. Bush

RODRIC BRAITHWAITE

MOSCÚ

1941

La batalla de Moscú fue la mayor de la historia: siete

millones de combatientes de ambos bandos tomaron parte

en ella y cerca de un millón de soldados rusos, al mando de

Rokossovsky, a quien Stalin sacó del gulag para dirigir la

defensa de la capital, murieron en los combates. Rodric

Braithwaite, que fue embajador de Gran Bretaña en la Unión

Soviética, ha reconstruido esta dramática epopeya, no sólo

sobre la base de estudios y documentos, sino a partir de las

entrevistas a un gran número de los supervivientes de

aquellas luchas y aquellos sufrimientos, que nos cuentan sus


vivencias y recuerdos. Con ello logra un retablo lleno de

vida, en que los grandes momentos de la guerra se mezclan


con las experiencias de hombres y mujeres comunes, que

nos cuentan con sus propias voces cómo fueron los días de

pánico en que todo parecía perdido y de qué modo en aquel

terrible invierno pudieron entre todos contener la invencible

maquinaria de guerra alemana, que comenzó allí el reflujo

que llevaría a su derrota.

MEMORIA CRÍTICA 9

969142

*1. En el caso de los títulos de las diversas fuentes

bibliográficas, se respeta el modelo de transcripción utilizado

por el autor, por ser más frecuente en las bases de datos de

la investigación y la bibliografía internacionales. En el caso

de los antropónimos, se ofrece la transcripción española y

entre paréntesis cuadrados, cuando hay divergencia, la

original. (N. del t.)

*2. En el caso de los títulos de películas, se respeta

asimismo la transcripción del autor, por ser de uso más

habitual en las bases de datos cinematográficas

internacionales. (N. del t.)

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