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Viajar, beber y leer… en un café

El café es esa bebida que toma el 85% de la población mexicana por las mañanas, o bien, para
desvelarse haciendo la tarea o continuar en el trabajo. Casi siempre, al igual que el alcohol, se
considera una bebida de adultos dado la ilusión de energía que produce. Se cree que a los niños los
pone tan hiperactivos como cuando comen dulces, de ahí que en ocasiones se las prohíban. Algunos
conocidos me han comentado que el mero café, el de grano, les causa bastante sueño. ¿Por qué
pasa eso? No hay una explicación clara, sólo que cada persona tiene un metabolismo distinto.

Cierto profesor de literatura-historia-teatro compraba por las mañanas su café Andatti. Cuando se
lo terminaba llenaba el vaso con Coca-cola, lo mezclaba un poco y yo veía cómo cerraba levemente
sus ojos al beberlo. Yo me preguntaba, ¿Cómo no enloquece con eso? Ahora que soy estudiante de
letras podría afirmar que todos los profesores de la carrera beben por lo menos una taza de café al
iniciar su día, y varios de ellos ni siquiera le agregan azúcar. En alguna ocasión un compañero de
historia explicó esto con una frase: “Un buen café no necesita azúcar, y uno malo ni la merece”. Así
pues, al conocer a mis modelos se me vienen a la mente los siguientes elementos: Café, libros,
cigarros y gatos. Éstos han conformado los símbolos del auténtico literato. Carlos Monsiváis, Honoré
de Balzac, Oscar Wilde, Ernest Heminway y Charles Bukowski son un claro ejemplo de ello. A lo
mejor deberíamos preguntarnos qué escritor no corresponde con alguno de estos símbolos.

Más bien, en literatura deberíamos considerar la palabra café como acepción de cafetería. Pienso
en La colmena de Camilo José Cela, una obra que si no mal recuerdo resume en un glosario sus 400
personajes. Cada uno de ellos tiene una historia y el lector las conoce a partir de las conversaciones
que tienen en un café. Y una novela así de experimental me recuerda a El café de nadie de Arqueles
Vela, un café que ciertamente existe en el centro de la Ciudad de México. Característico de este
autor como buen estridentista: mostrar esa otra perspectiva de la realidad mexicana que es el inicio
de la modernidad. En su otra novela La señorita etcétera, el narrador anónimo —aspecto estructural
que corresponde con el espíritu individualista de esta vanguardia— se enamora de Ella, quien es la
mesera de un café. Para el narrador, Ella es tan impactante como el ambiente de la ciudad, en tanto
que las sillas y las ventanas le muestran ciertas actitudes humanas. De tal manera que en la literatura
el café representa el yo y su entorno.

Queda más claro en Aura de Carlos Fuentes, obra que he leído y releído y no me canso de leer. En
ella se encuentran los símbolos del auténtico literato: café, libros, cigarros y gatos. El café aquí
cumple como punto de partida para una historia que reúne en un tú el yo protagonista y el yo lector:

LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días.
Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más. Distraído, dejas que la ceniza
del cigarro caiga dentro de la taza de té que has estado bebiendo en este cafetín
sucio y barato. Tú releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso.
Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de
desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible
si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara
cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras
más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe
Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles,
acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas
particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo
tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono. (Fuentes,
1962)

Aquí el lector, al leer ese anuncio, sus ojos toman el lugar de Felipe Montero, quien se redescubrirá
como el general Llorente y regresará con su vieja amada Consuelo Llorente. En este caso, la esencia
del Boom Latinoamericano representa en un yo la identidad amplia de América Latina. Propósito
quizás ambicioso por parte de los autores: hablar en términos de colonialismo como parte de
nuestra individualidad. Esto se representa en el descubrimiento del yo en el otro. Pero finalmente,
el café en el que Felipe Montero bebe su té, es el inicio de su viaje de autodescubrimiento en el que
conocerá su verdadero yo, ya que allí es donde se encuentra el letrero que cumple con sus
características, y dado que la elocución del anuncio atrae al lector, éste también emprende ese viaje.

Hablando de viajes —en el sentido literal de la palabra—, pienso en La culpa es de los tlaxcaltecas
de Elena Garro. Un cuento bellísimo y sumamente complejo a nivel estructural. Data de la misma
época que la obra de Fuentes, pero es sin duda especial al hablar del pasado mexicano. La
protagonista Laura huye de la modernidad para viajar a la época de la conquista y reencontrarse
con su primo marido, un indio guerrero a quien amaba de verdad. La historia comienza con una
noche lluviosa en la que Laura regresa a su casa luego de ver a su amado. Para reconfortarse le pide
a su sirvienta y confidente Nachita un café. A partir de allí le cuenta sus tres encuentros con su primo
marido. El segundo de ellos es en el café Tacuba, lugar donde ocurrió una de las más importantes
batallas de la conquista: La Noche Triste. Allí huye para volver a verlo. Como pretexto le pide al
mesero una cocada, de manera que recuerda a su amado, y al salir del café dice que “el pensamiento
se me hizo un polvo brillante y no hubo presente, pasado ni futuro”. De esta manera, en el café
regresa a su verdadero yo histórico tanto en su mente como en su realidad.

Así pues, el café es un lugar arquetípico donde el individuo reconoce quién es y cuál es su relación
con lo que lo rodea. Todos en algún momento deberíamos llevar a la práctica esto: ir solos a un café
y beber o comer algo sencillo para observarse en un mundo en particular. Viajar, verse como el
protagonista de una novela experimental.

Dafne Fernández Narváez

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