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Región de Murcia
Conseieríade Cultura y Turismo
MurciaCultural.Capital Creativo.'
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Ad Litteram
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Mieke Bal
© llustracíón ~ c:ubierta;
Ann Yc:ronica Jansscns, Loit in Space, 1997,
Kun!.uuw,eum l.u1.ern. Cone!.ía de la artista.
Una luz controlada por ordenador proyecta un
punto de luz aproximadamente cada dos segundos,
que umbi:t utb Vt'.7, Mt loc1liwción, di:imcrro y
color e ilumina diferentes detalles del espacio,
ISBN: 978-84-96898-52-1
Depósito legal: MU-2172-2009
Imprime: Imprenta Regional de Murcia
, .
Indice
9 Introducción
35 Concepto
35 Punto de partida
39 El viaje entre palabras y conceptos
44 El viaje entre la ciencia y la cultura
52 El viaje entre disciplinas: la visión y el lenguaje
58 El viaje entre el concepto y el objeto
67 El viaje entre conceptos
72 El viaje dentro del aula
81 Imagen
82 Pliegues, llamas y fuego
89 Tesis sobre la filosofía de la historia del arte
92 Moverse
100 Moverse de casa
106 Llamear
117 Virtualidad
122 Estética extática
131 Mlse-en-scene
131 Disponer el escenario
135 Escenificar la muerte
143 Soñar la subjetividad
152 El sueño de la razón
158 Soñar el espacio
164 Subjetividad ex machina
170 Dar imagen al movimiento
7
175 Enmarcado
175 ELproblema del contexto
182 Teorizar la disciplina
186 Caer en una encerrona
192 Tender una encerrona
203 El problema de Las temáticas
215 En el filo
220 Alfabetismo visual
275 Tradición
276 ¿Concepto o ideología?
280 ELpasado es un país extranjero
290 Revisitar Latradición
300 De nuevo: performando Laperformatividad
308 Retrato teatral
314 Arte sucio
320 La última palabra de Latradición
323 Intención
323 Un concepto al que odiamos querer
328 Formas de abandono
339 Oposición productiva
344 La Lógica del intencionalismo
349 La performance del pensamiento
357 Abandono narrativo
361 Abandonar la autoridad
413 Epílogo
423 Bibliografía
TRADICIÓN
F. R Leavis);
- continuidad cultura/ en lasactitudes e imtituciones sociales
La incertidumbre última del pasado hace que estemos aún más ansiosos
por verificar que las cosas hayan sido realmente como suponemos. Para
asegurarnos de que el ayer fue tan sustancial como el hoy, nos saturarnos
de detalles relicarios, reafirmando la memoria y la historia en un forma-
to tangible.
D. LüWENTHAL (1985, p. 191)
Quien quiera que haya aprobado esta idea del orden ... no encontrará
nada de inaudito en que el pasado quede alterado por el presente en la
misma medida en que el presente está dirigido por el pasado.
T. S. ELIOT (1975 (1919])
275
......
¿Conceptoo ideología?
Bailan, saltan y hacen el tonto; coloridos, festivos y llenos de sor-
presas, convierten los días grises y aburridos de principios de invierno
en un período festivo. Tocan en las ventanas mientras dentro, junto a
la chimenea, los niños cantan las canciones típicas de la época. A veces,
sin que nadie salga del cuarto, la puerta se abre un poco y alguien arro-
ja un manojo de caramelos. Antes solían amenazar y sacudir sus ramas
de abedul, pero hoy en día suelen tranquilizar a los niños dándoles
caramelos. Es necesario que los tranquilicen. Este hecho en sí ya
merece atención. Fascinan y tranquilizan, el jugar con la ansiedad es
lo que subyace en la tradición holandesa del Sinterklaas y el Zwarte
Píet [San Nicolás y Pedro el Negro]. Esta tradición me parece una
típica configuración cultural de sentimientos sobre la «raza» y otras
diferencias entre la gente, tal y como han sido transmitidos a los
niños.
La tradición del Zwarte Piet, que sirve aquí como mi caso de estu-
dio, suele sorprender a la gente que no ha crecido con ella. Durante
varios años, la fotógrafa británica Anna Fox vino a los Países Bajos
para sacar retratos a estas figuras que juegan a hacer del «tonto de la
cara negra». Sus fotografías exploran las múltiples ambigüedades de
esa necesidad de tranquilizar. Casi como una etnógrafa, Fox seleccio-
nó como objeto de estudio un país cercano al suyo que, sin embar-
go. le resultaba completamente extraño en lo referente a esca tradi-
ción en particular, que se ha mantenido contra viento y marca duran-
te tan largo tiempo. Esta posición dd artista-observador, que oscila
entre la cercanía y la completa extrañeza, donde el sentido habitual
de lo «exótico» queda reemplazado por un sentimiento de compren-
sión estupefacta, casi constituye una revisión -no un rechazo- de esa
tradición académica que tan cercana está al análisis cultural: la etno-
grafía1.La etnografía estudia la tradición. Fax se dedicó a fotografiar
ésta en particular. Sus series fotográficas son al mismo tiempo el suje-
1 Véase Foster (1995), quien ofrece un comentario sobre un tipo de arte «etno-
gráfico» anterior y radicalmente diferente a éste; Van Alphen (2001) ofrece una crí-
tica y un análisis de la obra de un artista que se acerca más a Fox.
Tradición 277
tradición en el arte 3 • Pero yo sugeriré que su obra también explora,
desde una actitud o visión anti-tradicionalista, qué es la tradición en
general y qué es lo que ésta hace. Su serie fotográfica, que viaja entre
el arte culto y la cultura popular sin asumir una separación entre
estos dos campos superpuestos, nos servirá de guía en este capítulo.
Fox nos ayuda a entender otro «viaje» más de los conceptos, el que
va desde el sujeto del análisis (el artista, pero también el académico
que observa el arte) al trabajo analítico en sí, y a entender también
el lugar del concepto en cuestión dentro de ese trabajo analítico.
A la hora de justificar el trabajo de los humanistas ante el
mundo, la tradición participa de cada trabajo académico, como una
evidente coartada o una manzana de la discordia. Si he decidido
centrarme en el concepto de tradición en este capítulo, es para dejar
atrás la comodidad instrumental de los conceptos. La tradición no
es una «herramienta» del análisis. No es una mini-teoría que nos
ayude a entender el objeto artístico. Se parece más a una ideología.
Los conceptos tienen un aspecto dudoso. Al poner de relieve un
concepto que es fácil reconocer como problemático, espero demos-
trar una interacción con éste que se guarda de dar nada por supues-
to. También espero eliminar del análisis cultural la idea althusseria-
na, todavía muy extendida, de que el análisis crítico puede situarse
al margen de los objetos de su crítica4.
Dos tipos de tradición diferentes se enfrentan en estos retratos.
La primera es la tradición de la que habla Eliot y en la que él mismo
se sitúa en su famoso ensayo, que sentó las bases para considerar las
obras de arte en sus propios términos mediante una actividad llama-
da «lectura detallada». La segunda viene dictada por el «sentido-
común» que nos dice que «las cosas siempre han sido así», una tra-
dición aparentemente «natural», pero que, casi siempre, ha sido
«inventada»'.
Tradición 279
El pasadoes un país extranjero
Zwarte Piet despierta mi primer recuerdo del miedo. Mientras
que durante el resto del año la casa en que crecí era un remanso de
seguridad al que corría rápidamente cuando caía la noche para esca-
par de las sombras crecientes de los extraños en la calle, a finales de
noviembre y principios de diciembre, ese remanso era visitado por
fantasmas que nunca llegué a ver, pero que dejaban sus huellas: cara-
melos, una nota de advertencia, un zapato algo fuera de su sitio.
Sabía quiénes eran y también sabía que eran benignos. Su presencia
era estimulante, prometía misterios, caramelos, regalos. Pero por
alguna razón me daban miedo y eso estropeaba la diversión, la tran-
quilidad y la seguridad. Me daba miedo pasar por la puerta del sóta-
no cuando me dirigía a la cocina, me daba miedo subir las escaleras
durante el día. Me llevó media vida dejar de mirar bajo la cama antes
de atreverme a acostarme en ella.
Quizás la angustia inevitable que define la vida de un niño peque-
ño estaba siendo simplemente canalizada -y así controlada- con la
tradicional visita de Zwarte Piet, de la que me liberaba durante el
resto del año 6 • Canalizada, sí, y especializada. Por supuesto, es ahí
donde está el problema, la tradición que tanta vergüenza causa hoy.
En el pequeño pueblo completamente blanco en el que crecí, los
payasos de caras negras -encargados de evaluar el bien y el mal y de
desafiar la cerrazón de la familia a base de golpear las ventanas, de
repartir caramelos y de saberlo todo sobre nuestros pecados cotidia-
nos- marcaron mi primer encuentro con la diferencia racial, en la
guisa de una farsa aterradora 7 •
6 Esto sería análogo a la función que Bruno Bettelheim atribuye a los cuencos
de hadas según su famoso argumento de corte freudiano (1976). Aquí, me gustaría
ser más específica que Bettelheim y más crítica con su interpretación unilateral del
uso continuado de las tradiciones culturales en la educación.
7 Esta tradición holandesa se analiza aquí con toda su idiosincrasia; sin embar-
go, esto no quiere decir que sea la única tradición en la que la gente se pinta la cara
de negro. Otra tradición de este tipo, pero bien diferente, se analiza en Rogin
(1996).
Tradición 281
artista explora y toma prestada la guisa de una etnógrafa, para con
ella ensuciar la pulcritud de su «campo».
En La invención de la tradición, el argumento es que las tradicio-
nes son conservadoras por naturaleza y que no poseen ningún fun-
damento en la realidad cultural. Se mantienen de forma artificial, sir-
ven a propósitos políticos dudosos y suprimen las tradiciones alter-
nativas. En lugar de ser huellas del pasado que deben celebrarse con
anhelo nostálgico, las tradiciones son invenciones, ficciones de con-
tinuidad necesarias para mantener una concepción de la historia
como desarrollo y progreso. En los círculos culturales más progresistas
-incluidos los académicos- se suele escuchar una crítica de las tradicio-
nes que sigue estos parámetros. Sin duda, la tradición holandesa de
Zwarte Piet encaja con esa crítica.
Gran parte de esta crítica a la tradición está justificada y debería
hacerse continuamente, sobre todo cuando las tradiciones mayorita-
rias se privilegian por encima de las alternativas. Cuando mantienen
una estructura binaria dentro/fuera, especialmente cuando se trata de
celebrar al grupo dominante dentro de un entorno social, las tradi-
ciones que promueven la formación de grupos e identidades pueden
ser dudosas, pero no pueden menospreciarse tan fácilmente cuando
nos encontramos frente a grupos -¡tradicionalmente!- marginados,
en peligro de dispersión cultural y que tienen una necesidad eviden-
te de promover su cohesión social. Aunque las raíces de las tradicio-
nes no están siempre donde sus defensores dicen que están -he ahí la
acusación de que su estatus es ficticio, de que han sido «inventa-
das»-, el intento de eliminar o privatizar las tradiciones es, en
muchos casos, ilusorio, idealista o, lo que es peor, tan opresivo como
la tradición en sí9.
Tradición 283
No más preguntas; nadie respondía. El simbolismo en el que lo
blanco equivale a lo bueno y lo negro equivale a lo malo no se expre-
saba en voz alta; simplemente cantábamos «aunque seas [... ]». La
canción continuaba, no recuerdo cómo exactamente, pero probable-
mente con algo que pondría los pelos de punta como «en tu corazón,
yo sé que eres bueno». Pero eso de que habían luchado contra los
cristianos no decía nada bueno de su pasado. Quizás habían sido dia-
blos que se habían convertido en benignos aventureros gracias a la
influencia redentora del santo. Esa era la tercera explicación de su
negritud. Se trataba de una explicación confusa, que sólo nos con-
fundía, permanecía implícita proporcionando la dosis de moralismo
necesaria para producir el sentimiento adecuado en los niños. Y pre-
cisamente porque ese sentimiento estaba teñido de moralidad -más
fuertemente de lo que lo está, por ejemplo, la tradición americana de
Santa Claus- tanto la raza como la clase y menos explícitamente el
género permanecían sujetos a una taxonomía de valores que inhibía
la verdadera igualdad. Lo negro equivale a lo malo, equivale a lo
malo, pase lo que pase. Ese es el trasfondo moralizante y pedagógico
de la tradición. ¿Quién la inventó? ¿Para qué? Sigue vigente, ahora.
En las raras ocasiones en las que vi a una persona negra me dije,
o por lo menos pensé: un Zwarte Piet que perdió el barco y ha teni-
do que pasar el año aquí. ¡Pobre chico! Incluso si el chico era una
chica. Nunca me di cuenta de la ironía de la fantasía. Durante los
años en los que «creía en Sinterklaas>>, hasta la edad de 7 u 8 años,
jamás hablé con una persona negra, tampoco vino ninguna a nuestra
casa. Ninguno de los alumnos de mi escuela era negro; aunque tam-
bién es verdad que tampoco ninguno era un chico. Cuando tomé
conciencia de la máscara -de la línea entre la cara negra y la blancu-
ra junto al nacimiento del pelo, de la cuerda con la que se ataba la
barba del Sinterklaas,el día que se rompió el cetro dorado de cartu-
lina-, send la tristeza de un sueño roto.
Incluso entonces, tenía la vaga sensación de que mi infancia esta-
ba a punto de terminar. Un complejo nudo de sensaciones reempla-
zaba a otro, igual de teatral, que hablaba de las ambiciones de una
audiencia de ciudadanos de
Ámsterdam de varias razas y
etnias, enfrentándose a los descendientes de las personas que hace
tiempo, en el pasado colonial, inspiraron la tradición que hoy les gol-
pea en la cara (entonces, se les hacía mucho más daño). Los niños
blancos holandeses de parvulario, más atrevidos y menos miedosos
de lo que yo era entonces, aunque están rodeados de niños negros,
insistentemente gritan «Hola, Zwarte Piet» a las personas negras con
las que se encuentran por la calle, por supuesto, sin darse cuenta de
lo que puede sentir alguien que reciba este saludo varias veces al día.
Entonces un momento histórico vino y se fue. Yo era una madre
joven, trataba de criar a mis hijos lo mejor que podía en una cultura
donde lo «negro» ya no era tan excepcional. Un año, las autoridades
holandesas, conscientes de la naturaleza problemática de esta crarución,
intentaron permitir que los Zwarte Piet se pintaran la cara de rojo, azul
o verde. Era un momento crucial, y fracasó. A narue le gustó. Ahora vuel-
ven a ser negros. Una lástima. Una oportunidad perdida para cambiar la
Tradición 285
tradición y adaptarla a los nuevos tiempos. Quizásse trataba de una con-
frontación demasiado directa con el hecho de que la tradición había sido
inventada, y precisamente por eso no se podía permitir su reinvención.
La última vez que lo vi, en diciembre de 1999, los policías de Ámster-
dam seguían deteniendo el tráfico para que unos tontos con las caras
embetunadas pudieran impresionar a los niños holandeses.
Por supuesto, mientras escribía este capítulo pensaba: ninguna cultu-
ra inventaría hoy una tradición tan racista. Espero que sea así. Pero un
lector crítico no estuvo de acuerdo, y me temo que puede que tenga
razón 10•
Esta tradición resulta particularmente problemática porque es «sofis-
ticada», el racismo se transforma en dasismo (los ZwartePiet son sirvien-
tes) y en sexismo (también están feminizados). Su conducta de payasos
hasta coquetea con la pregunta tradicional del siglo XVI, planteada de
nuevo en el XVIII y así hasta el momento de la abolición de la esclavitud,
la de si los negros eran completamente humanos. No es posible relativi-
zar la ideología profundamente racista en la que se apoya esta tradición.
Pero, entonces, ¿por qué siguen los holandeses tan apegados a ella?11•
Tengo una hipótesis tentativa, que probablemente sólo sirva para
explicar parte de este afecto. Permítanme que utilice el pronombre
«nosotros»en esta ocasión 12 • Sabemos de sobra que esta tradición es pro-
blemática. Hace gala de su infracción de la norma sagrada de nues-
tro tiempo: vigilarás tus pasos, serás cuidadoso, tolerante, abierto de
1O Agradezco a Darby English éste y otros comentarios sobre una versión tem-
prana de este capítulo. English apuntó que ninguna cultura se inventaría una tradi-
ción de racismo tan descaradamente tipológica;pero el racismo se diferenciaría sólo
en su forma.
11 Los holandeses no saben lidiar bien con el racismo en su propia cultura. En
1990 se organizó una exposición de imágenes racista en el Tropenmuseurn de Ams-
terdam. La gene negra la odió: ¿por qué tenían que enfrentarse de nuevo a este mate-
rial tan ofensivo? La gente blanca también la odió: una niña con ·una falda de pláta-
nos, ¿es eso racismo? Véase Nederveen Pieterse (1990).
12 La política del «nosotros» es un problema que se resiste a ser resuelto
(Torgovnick, 1994). Aquí, utilizo el «nosotros» para marcar mi postura de colusión
inevitable que espero que lleve al tipo de complicidad productiva que Spivak deflen-
de en toda su obra (véase, por ejemplo, 1999).
Tradición 287
de color, o que ellos mismos lo sean. Pero desprenderse de una tradición
antigua, por muy inventada que ésta sea, ¡de ninguna manera!
Estan insólito como la representación de la Flautamágjcade Mozart
en el teatro al aire libre de Santa Fe. Allí,los aborígenes americanos que
formaban parte de la audiencia miraban a los cantantes vestidos como
indios, con tocados de plumas y todo, mientras contemplaban las llanu-
ras donde sus ancestros una vez habían cazado, donde sus padres habían
crecido, en la reserva. Estan insólito como cuando las mujeres aborígenes
holandesas observan a las mujeres musulmanas a las que sus maridos
mantienen a raya cuando caminan, con velo y todo, unos cuantos pasos
detrás de ellos; y tan insólito como les pareció a los heterosexuales «abo-
rígenes» cuando se enfrentaron con procesiones de homosexuales en
barco, para las que también se paró el tráfico, durante los Juegos Gays de
Ámsterdam de 1998. Durante las semanas que siguieron a este aconteci-
miento, los lectores escribieron a los periódicos sobre el tema, pero cuan-
do sucedió toda la población salió a la calle a recibirlo. Fue uno de esos
momentos en los que la cultura holandesa respondió a su reputación libe-
ralmás de lo que suele hacerlo. Esa tradición, que también ha sido inven-
tada, debe permanecer. Pero también debe examinarse, y sus conexiones
subterráneas y riwmáticas con el ZwartePiety otras conductas contradic-
torias deben ser analizadas 14.
¿Se trata entonces de relativismo cultural? No. La situación es simple-
mente diferente cuando el juego lo juega la mayoría «cualitativa» (es
decir, predominante), que lo juega porque le sirve para demostrar sus
derechos «aborígenes». Ya sé que Zwarte Piet sigue siendo una tradición
profundamente problemática; no hay duda de ello, es evidente. Reúne
todos los defectos: es ficticia, opresora, conservadora. Pero es aquí donde
las fotografías de Anna Fox, como obras de arte que deben ser sometidas
14 Huelga decir que el uso del término «aborigen» en este párrafo es irónico,
pero como toda ironía, contiene también un significado «serio». No me parece bien
el uso actual del binomio «alóctono» y «autócrono» para seguir distinguiendo a los
emigrantes recientes de todos los demás que habitan en los países europeos. A la
vista de este uso, me parece útil apropiarme críticamente de un término que man-
tiene a los aborígenes «reales» en una posición subordinada o, por lo menos, excep-
cional.
Tradición 289
el significado de aferrarse a aquello que a nivel racional debe ser rechaza-
do. Preguntan qué significa para cada individuo interpretar, en lugar de
observar, la representación del pasado en el que, para bien o para mal, se
apoya la sociedad holandesa contemporánea. Desde una posición que se
sitúa al mismo tiempo dentro y fuera del contexto en el que opera esta
tradición, Fox explora y simpatiza, se detiene dentro de posiciones de
identificación para después salir juguetonamente con el fin de mostrar
sus problemas, antes de entrar de nuevo en ellas15 • Las imágenes me lle-
van de viaje hacia la tierra de la tradición, donde el pasado se asienta
como una roca que deambula en el presente, para después devolverme al
punto de partida cargada de nuevo equipaje. Las imágenes incitan toda
una serie de momentos identificativos, implicando en todo momento al
espectador, a quien se empuja suavemente a que llegue, después de pasar
por ese país extranjero que es el pasado, a un lugar en el presente donde
quizás no haya estado nunca antes. Un lugar donde los países extranje-
ros ya no quedan relegados al pasado 16 •
Revisitarla tradición
La misma razón que hace que la tradición de Zwarte Piet sea
imposible nos impide despreciarla con demasiada facilidad. Tanto la
cultura holandesa como el sentido de lo que significa ser holandés
están cambiando. Para mantenerse al día con el pasado de esta cultu-
15 Fox conecta así con la «perspectiva de la rana» que resulta inherente a gran
parte del arte británico negro, una perspectiva defendida por Gilroy en su ensayo
«Cruciality and the Frog's Perspecrive», en su libro Sma/l Acts (1993). Lo que me
interesa aquí es sobre todo la imposibilidad de apelar a la «autenticidad» de la que
habla Gilroy (también en su libro The BlackAtlantic). La postura que trato de defi-
nir no esta basada en que soy una holandesa «auténtica», sino en la ambigüedad de
cualquier persona que sea holandesa y algo más (crítica, anti-racista, feminista y una
viajera frecuente, por mencionar sólo esos elementos de mi «identidad» que me
resultan importantes para este capítulo).
16 Las formas de identificación que tengo en mente son variaciones de lo que
Kaja Silverman ha llamado, por una lado, «identificación heteropática», basada en
un movimiento hacia fuera de uno mismo, que pone en peligro el quién soy y, por
otro, «identificación autopática» de tipo caníbal, en la que el otro queda reducido a
un simulacro del yo (1996).
Tradición 291
te similar al que les plantea a los holandeses la tradición de Zwarte
Piet.
De hecho, el problema es estructural. Eso es lo que justifica la
opción de centrar esta disertación sobre tradiciones que viajan en un
ejemplo holandés pasado por el tamiz de una obra de arte producida
por una ciudadana de otro país europeo. ¿Cómo se puede presentar el
material de un pasado colonial -específicamente visiones de África cen-
tradas en la raza- ante un público que en su mayoría está compuesto de
escolaresjóvenes y fácilmente impresionables, muchos de ellos descen-
dientes de africanos? El AMNH, tal como está instalado hoy en día, aun-
que se renueva constantemente y se replantea críticamente, sigue ani-
mando a sus visitantes a que se identifiquen de forma biológica -a que
establezcan, literalmente, un pacto de auto-entendimiento 18-. Al igual
que sucede con los neoyorquinos, a los holandeses tampoco les gusta
enfrentarse a sus contradicciones internas. Sin embargo, al igual que
ellos, deben ser forzados a ello por la realidad social y el debate moral e
intelectual; forzados también por las prácticas artísticas que, al igual que
la filosofía crítica, examina su contexto.
Pero, si uno quiere lidiar con problemas que residen en las relacio-
nes sociales del presente al tiempo que les dan «color», tiene tan poco
sentido olvidar el pasado como reiterarlo de forma irreflexiva. Algunos
debates recientes sobre la importancia de mantener viva la memoria del
Holocausto, y sobre la dificultad de representar ese pasado, nos han
dejado esto muy claro19• La memoria no es solamente algo que le suce-
de a la gente de forma pasiva; constituye un acto que interviene en el
presente, que le da forma, cuerpo y dirección20 • Olvidar implica reprimir,
18 Esta última frase me la sugirió Darby English, que me dijo que él era uno de
esos niños. Su respuesta, que me alegra reconocer, parte de una postura en relación
con el AMNH que resulta simétrica respecto a la mía propia en relación con la tra-
dición de Zwarte Piet.
19 Véase Van Alphen (1997), que ofrece un recuento esclarecedor de posturas y
estrategias que atañen a este problema.
20 Sobre la función cultural de la memoria entendida como una actividad, véase
Bal, Crewe y Spitzer, eds. (1999).
Tradición 293
servadurismo cultural, cuestionando así el potencial de cambio y la
efectividad del análisis cultural; al mismo tiempo, explora el valor
social relativo de tradiciones específicas. Por definición, los rasgos
específicos o los contenidos de una tradición no son ni progresistas
y sanos, ni reaccionarios y dañinos. Además, de lo que se trata es de
para quién son buenos o malos sus posibles efectos. Las definiciones
de diccionario no se pronuncian sobre tales cuestiones, como
demuestra el lema de Longman citado arriba. Si nos fijamos en
cómo la tradición se utiliza como palabra, nos imaginamos la cohe-
sión social que implica la primera definición -«la transmisión de
información, creencias y costumbres»- junto a la tendencia conser-
vadora de la segunda -«convención o conjunto de convenciones»-,
lo que hace que la ruptura que aparece en el ejemplo de Leavis
parezca liberadora. La tercera definición -«continuidad cultural en
las actitudes e instituciones sociales»- se puede aplicar a las otras
dos.
Pero, a diferencia de tales definiciones, las fotografías de Fox lla-
man la atención hacia la actividad que requiere la memoria cultural.
Repletas de una historia de múltiples niveles, las imágenes constitu-
yen un acto de memoria cultural, tal como requiere cualquier
enfrentamiento productivo con el pasado en pos del presente. De
forma tentativa propondré que esta forma de «actuar la memoria» o
de «re-actuar la memoria» resulta tanto del enfrentamiento con un
concepto-palabra -la tradición- que viaja -en esta ocasión entre el
presente y el pasado- como de las actitudes cambiantes hacia la tra-
dición en sí, por lo que se reconoce la imposibilidad de ejercer un
distanciamiento político arrogante en nombre del progresismo polí-
tico. Las imágenes de Fox sólo se pueden entender como una efec-
tiva crítica cultural a condición de que se lean detalladamente, pero
no autónomamente. Sólo pueden leerse en relación con las tres tra-
diciones que movilizan y subvierten. Permítanme destacar algunos
de sus aspectos.
Desde luego, las imágenes son retratos. ¿Qué puede significar
eso? El retrato en sí constituye una tradición profundamente ambi-
23 Le agradezco mucho a Darby English que haya insistido sobre este punto.
24 Sobre el retrato y su significado hoy en día, véase Van Alphen (1996).
Tradición 295
6.2.-6.5. MINA Fox, ZWARTE P!ET, NÚMEROS I, 3. 2 y 14. A PARTIRDE 1
FOTOGRAF!As EN COWR REALIZADAS EN HOLANDA ENTRE 1993 Y 1998.
6.6. DIEGO VE!}.ZQUU, flErRATO DE}UAN DE PAREJA, 1650, ÓLEO SOBRE LIENZO, 81,3 X
69,9 CM. THE METROPOUTAN MUSEU OF ART, NUEVA YORK. ADQUISICIÓN DE
FLETCHER & RoGERS FUNDS Y DE LA DONAOÓN DE Ms. ADElAIDE M ILTON DE GROOT
EN INTERCAMBIO COMPLETADO POR REGAIOS DE LOS AMIGO DEL MU FO.
Tradición 299
con la representación. La estratagema tuvo éxito. El amo recibió su
encargo y, seis meses más tarde, liberó a su esclavo, quien se convir-
tió a su vc::zen pintor27 •
Augurando el futuro de Pareja, el pintor otorgó a su modelo la
pose que él mismo había adoptado en su cuadro más famoso: Las
Meninas. Si tomamos este caso como una alegoría, entonces la pin-
tura, al igual que la tradición, tiene la capacidad de cambiarse a sí
misma desde dentro y de cambiar a su vez la realidad social. En este
sentido, el arte puede ser realmente performativo y la tradición puede
volverse contra sí misma. Por tanto, podemos decir desde el contexto
de este capítulo que Velázquc::zvisitó la tradición dentro de la que desa-
rrollaba su carrera, para darle la vuelta sin desprenderse de ella. Pero no
nos entusiasmemos. Si idealizamos la estratagema de Velázquez y su
doble resultado, nos podríamos olvidar de la ambivalencia inherente
al retrato. Al enviar a Pareja a Roma con su propio retrato, el amo lo
ofreció para que fuera identificado como el objeto de la representa-
ción; no para que nadie se identificara con él. La historia sigue sien-
do una alegoría pero, como tal, demuestra algo que se sale de los con-
fines de la intención individual -del individualismo que el retrato se
esfuerza tanto por promover-. Puede que el maestro tratara de glori-
ficarse, pero su acto de individualización resultó ser continuo con la
emancipación de Pareja28 •
De nuevo:performandola performatividad
Además de implicarse con el retrato, las fotografías de Fox, como
si fueran turistas que viajaran a un país vecino, se implican en otra
actividad de performance importante: el teatro. A pesar de que las
figuras se disfrazan de personajes importantes en sus imágenes, no lo
son. Los fondos informales y poco sofisticados que relucen a través
de la oscuridad artística -el radiador, el borde de una mesa de formi-
Tradición 301
Regnault fechado en 1870 y
titulado CabeZttde moro, ofre-
ce un interesante ejemplo
paralelo de la intersección del
teatro y el retrato (fig. 6.8). La
comparación demuestra las
sutilezas de estas alianzas gené-
ricas, así como la imposibili-
dad de utilizar los conceptos
como etiquetas. En la obra de
Regnault la perspectiva desde
abajo hace que la figura parez-
ca heroica. Tanto su mirada
-que se dirige hacia fuera de la
6.8 . H ENRJREGNAULT,CulEZA DE MORO,
1870, ÓLEO SOBRE LIENW, 16 X 12 PULGADAS. imagen, podríamos decir que
1CA.
THE CORCORAN GALLERY OF ART, WASHI GTON
DC, DONACIÓN DE M R. R . M . i<AUFFMAN.
hacia el palco, rompiendo con
los retratos tradicionales que
hacen que el modelo mire al
espectador- como el manto rojo que viste, que se ha elegido por su efec-
to colorista, sugieren teatralidad. Pero, como retrato, ciertamente no
performa una llamada a la identificación. El modo en el que utiliza el
color sugiere la negricud. No sólo el color de la cara -que es de un negro
que rara vez se ve en la gente negra y que subraya el blanco de los ojos,
a su vez enfatizados por la mirada de soslayo-, sino también el brillan-
te amarillo de la izquierda y la vestidura de un profundo carmín, ele-
mentos que hacen que se trate de un cuadro de color en más de un sen-
tido. En esta ocasión la performance teatral no va acompañada de una
performatividad crítica. Así pues, la obra de Regnaulr establece un con-
traste con el retrato individualizante de Velázquez, pero también con el
uso que hace Coleman de la teatralidad.
Con un gesto comparable a la «mod.i6cación » de la Teresade Bernini
por Bourgeois, el artista americano Ken Aptekar revisitó el cuadro de
Regnault de forma preposterada.En una exposición que aabajaba críti-
camente sobre una serie de piezas pertenecientes a la colección de la
Tradición 303
6.9. l<ENAPTEKAR, FUERZA, DETERMINACIÓN, PODER, 1997, ÓLEO SOBRE MADERA, PERNO, CRISTAL
ARENADO, 30 X 30 PULGADAS. COLECCIÓN DR. LUcY C. ÜANJELS. CORTESÍA DEL ARTISTA.
El texto otorga a los rasgos del rostro una respuesta positiva que
su anterior invisibilidad no podría haberles otorgado. Sin embargo,
la adolescente a quien se cita había dicho esas frases en respuesta a la
pintura de Regnault, no a la de Aptekar. El heroísmo en el cuadro de
Aptekar servía al mismo propósito que el retrato de Velázquez -pero
no en cuanto retrato-. El visitante respondía a la pose y a la perspec-
tiva, a la mise-en-scene.Además, su frase conecta a la audiencia con la
El texto otorga a los rasgos del rostro una respuesta positiva que
su anterior invisibilidad no podría haberles otorgado. Sin embargo,
la adolescente a quien se cita había dicho esas frases en respuesta a la
pintura de Regnault , no a la de Aptekar . El heroísmo en el cuadro de
Aptelcar servía al mismo propósico que el retrato de Velázquez -pero
no en cuanto retrato-. El visitante respondía a la pose y a la perspec-
tiva, a la mise-en-scene. Además, su frase conecta a la audiencia con la
* «Azul», en inglés blue, además de referirse al color azul, se utiliza para aludir a
un ánimo triste o melancólico y a un estilo de música, el blues,que expresa este
ánimo (N. de la T.).
Tradición 305
Después de que le fuera retirada su licencia, conducía a mi hermano
mayor a los bares de Detroit a los que no iban los blancos. Trataba de
estar en la onda, sentándome en el maletero con mi cerveza de jengibre.
Mi hermano abría su maleta de conciertos, sacaba su trompeta y se sen-
tada con las mejores bandas de be-bop.
Tradición 307
tro de las instituciones. La diagnosis es brusca, pero llena de compasión
en el sentido literal y vital, demasiado plena para constituir una queja.
La interacción entre las presiones institucionales públicas y su efecto en
la vida personal y privada que regresan siempre a la cultura pública se
somete a escrutinio al tiempo que se lleva a primer plano, de forma lite-
ral, al espacio del espectador. Al integrar la respuesta de la audiencia, hace
explícito lo que el arte es capaz de hacer, lo que hasta los niños de 15 años
k pueden hacer cuando responden a la performatividad del arte ofrecien-
do sus propias contra-performances.
Esto, quizás, hace que la adquisición de poder se convierta en el tema
central del proyecto de Aptekar. Una toma de poder que es también el
objetivo del tipo de análisis cultural que he tratado de proponer a través
de mi interacción con este arte. Pero para que el arte otorgue poder debe
ser performativo. Debe utilizar la teatralidad para no engañar, ni para
imponer una identificación sentimental. Mediante su reelaboración del
retrato de Regnault y de la tradición que moviliza, Aptekar utiliza a
Carrie Parker como actriz que performa -en los dos sentidos de la pala-
bra-, interpretando fperforming]sobre el escenario -el museo- un acto
de habla mediante el que adquiere su propio poder.
Retratoteatral
Lasdos convenciones que componen nuestro concepto de imagen,
la del teatro y la del retrato, se reactivan en la obra de Fox. Convergen en
su elaboración [working-through] de esta dolorosa tradición influida por
el moralismo. Mi explicación hipotética del cariño que sienten los holan-
deses por esta tradición se basa en la idea de que el moralismo, incluido
el moralismo progresista y antirracista, no es tanto una crítica de la tra-
dición como una parte integral de ésta. La colusión es inevitable. Esto es
algo que reconocen las obras de Aptekar, y en ese aspecto se parecen a las
fotografías de Fox.
Al subrayar las relaciones interdiscursivas con el retrato, las fotografí-
as de Fox demandan una atención individualizada que entiende la mas-
carada como parte de la individualidad del sujeto. Como parte de ésta,
junto con otras partes, pero a veces también como sinécdoque, como la
Tradición 309
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dentro de mf' 1•
Mientras hago esto, soy consciente de que lo hago, también veo
los bordes blancos alrededor de los ojos del sujeto, índices de una
incertidumbre racial, la mano que se niega a declarar la verdad racial.
Entonces me percato de la pintura negra corrida sobre el labio supe-
rior de la mujer. Esa mancha funciona como un guiño, como si me
estuviera tomando el pelo, parece que dijera: «No soy quien crees que
soy»32 • ¿Se trata de una mujer negra que interpreta a una mujer blan-
ca que interpreta a un hombre negro? Aquí, no se trata de quién es
ella, de eso es de lo que se trata. El juego al que juega me implica a
mí, a quien yo soy, tanto como a la persona que ella es y se niega a
revelar. Es así como, al mezclar el retrato con el Zwarte Piet y al soli-
citar la teatralidad, Fox desnaturaliza la tradición. El espacio teatral
que se abre aquí es el espacio donde la cultura no sólo existe, sino que
sucede.
Lo que esta imagen consigue hacer con mi conciencia de raza lo
hace también con mi conciencia de género. Vemos a mujeres todas
diferentes, ¿o no? La persona que posa con orgullo luciendo un
manto púrpura, cuya peluca o boina se ha corrido hacia atrás reve-
lando, a conciencia o por accidente, la línea del nacimiento de pelo
de piel blanca, ¿es un hombre o una mujer? (flg. 6.3). Su gesto desa-
fiante en la mirada y los labios hace que el género de este personaje
se vuelva tan ambiguo que me pregunto si se trata de un hombre que
posa como una mujer que posa como un hombre. Y así, de nuevo,
me doy cuenta de que a veces no se sabe: y a veces no importa. En
otras palabras, a veces es posible rechazar la identificación obligada
como otro, y sustituirla por una identificación con un otro. La pose
en sí misma, la elección y el control sobre la forma en que cada per-
sona queda representada en esta serie, det.ermina si uno pertenece a
cierto sexo o género -o si está representando algo intermedio-. En
esta serie, el género, al igual que la raza, constituye un acontecimien-
32 Torné esta frase del relevante análisis del travestisrno que ofrece Ernst van
Alphen (1998).
33 Véase Butler (1993), que ofrece el concepto de género que subyace en esta
visión de la fotografía.
Tradición 311
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alcanzar. Los ojos azules son el síntoma más claro del travestismo.
Pero la pose de perfección: la cabeza que se indina lo justo para resul-
tar en una favorecedora representación facial, pero que al mismo
tiempo se yergue cómoda y orgullosamente, y la seguridad de la
expresión del rostro son lo suficientemente enfáticas como para reve-
lar la artificialidad de la pose captada en el momento de su éxito. La
actuación en sí, su performance visible, sugiere que no se trata de una
chica rica de entre mis compañeras de clase, sino de una mujer de
clase media-baja que posa como una mujer de clase media que posa
como un hombre de clase baja.
Así pues, las estrategias de este juego son diferentes de las de los
otros dos retratos ambiguos a los que he venido respondiendo.
Mientras que el ataque travestido a la identidad racial y de género
genera un espacio de incertidumbre que utiliza una concepción de la
teatralidad enfáticamente artificial para lograr este efecto, este retra-
to explora los límites del teatro realista, o de esa forma de teatro que
lleva a la audiencia a olvidar su propia naturaleza y a naturalizar el
espectáculo. Me parece que esto constituye una intervención cultu-
ral muy efectiva por parte del artista-como-modelo. Al abordar la
clase de forma sutil, cuestionando la representación realista naturali-
zante, esta fotografía implica a todos los espectadores, voluntaria-
mente críticos o no, en las tensiones y ambigüedades que acarrea la
representación, poniendo así en duda desde dentro su efecto educa-
tivo y adoctrinador.
Mi Zwarte Piet favorito en esta serie tiene el aspecto que yo
hubiera tenido si se me hubiera dado la oportunidad y, al verla, reco-
nozco que mi caso era desesperado, aunque el suyo no lo sea. Su
sombrero es marrón, como su cara pintada y sus ojos. Aquí, el
marrón, contrastado con el negro brillante de los rizos de la peluca
de nailon, con el fondo oscuro y el negro del disfraz, nos recuerda
que negro no es negro, sino el síntoma de una dicotomía que apenas
cubre una realidad física (fig. 6.5). El marrón ha sido aplicado con
un pincel, dejando mucho que desear, el resultado es tan artificial
como el color del pintalabios. El blanco tampoco es blanco, por lo
Tradición 313
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misma como espectadora. Mi propia performance como espectado-
ra, subjetiva e impredecible, también pertenece a la performance de
esta obra. Una payasa marimacho, travestida y con la cara negra:
interpretar el papel de lo que no eres satisface un deseo profundo.
Como ensuciarte, o meterte en asuntos sucios. Como controlar el
miedo, en lugar de controlar a los otros. Como lidiar con las compli-
caciones de la tradición en lugar de rechazarla simplemente, como si
te perteneciera a ti.
Arte sucio
En este capítulo he estado hablando de la complicidad. Pero rele-
gar esa complicidad sólo al pasado es otra forma poco ingenua de
desprenderse de ella. La obra de Fox también puede ayudarnos a
superar esa tendencia. Me fuerza a reconocer que me gustan estas
fotografías. Esto es un efecto de la estética en cuanto «relación» y, a
través de esa efectividad estética, las fotos me impactan performati-
vamente, con parte de mí misma. Me enfrentan con una tradición a
la que he tenido demasiado apego como para deshacerme simple-
mente de su recuerdo. Al mismo tiempo, me enfrentan con una tra-
dición que me hace enrojecer de vergüenza. Hay algo desvergonzado
en estas fotografías. ¿Cómo puedo tratarlas con la ayuda de un con-
cepto -la tradición- que también tiene las manos sucias? Me parece
que el tipo de viaje del que se trata aquí es, en el mejor de los casos,
el turismo. ¿Puede que sea, o incluso que sólo pueda ser, una turista
explotadora y superficial?
Con independencia de la contingencia del estatus cultural de las
tradiciones y del valor que se pone en sus especificidades históricas,
no es fácil determinar la actitud de los agentes culturales de hoy en
día hacia tradiciones que muchos consideran improductivas para una
sociedad dinámica. Ni siquiera las tradiciones dañinas se pueden eli-
minar con sólo desearlo. El tipo de crítica que un análisis cultural
políticamente consciente puede ejercer sobre las tradiciones no se
puede separar limpiamente del tejido cultural en el que está imbrica-
da la crítica en sí. Y este tejido cultural está repleto de tradición. Para
Tradición 315
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enfrentara a esas dos tradiciones académicas que ya conocen, o creen que
ya conocen, el resultado de su búsqueda. Arriesgándome a adoptar la
censurable posición de apoyar una tradición cuestionable, me he pro-
puesto actuar como una turista, por lo menos en cierto sentido.
Los turistas se llevan souvenirsa casa, pero son conscientes de que dis-
frutan de las culturas que visitan desde fuera y de que no están lo sufi-
cientemente cercanos a ellas como para juzgarlas. Aunque la postura ofi-
cial de los académicos progresistas es despreciar el turismo, cualquier
estudiante de objetos culturales ejerce de turista constantemente. Los
turistas son visitantes superficiales, explotadores, contribuyen a arruinar
la cultura que admiran. Son conscientes de ello y aun así lo hacen, argu-
mentando que de este modo contribuyen a la economía local, aunque
en realidad saben que ésta no es tan local. La posición del turista es ver-
gonwsa. Quizás sea esa vergüenza la que hace que el análisis cultural sea
potencialmente efectivo.
En este comentario, he visitado las fotografías de Fox y a través de
ellas mi propio pasado convertido en país extranjero. Lascuatro fotogra-
fias que he comentado en detalle representan para mí las ambigüedades
y tensiones de la tradición del Zwarte Piet de la mejor manera posible. A
través de esa tradición, utilizan, descomponen, critican y explotan otras
tradiciones como la fotografía, la etnografía, el retrato y el teatro. Al tra-
bajar como lo hacía también Aptekar con una obra que en sí misma
lidiaba con la tradición, Fox ha sabido captar esas tensiones, pero no para
documentarlas, sino como un modo de elaborar [working through)] el
espacio que nos abren y trabajar con él. Dentro de ese espacio la tradi-
ción puede utilizarse para examinar una cultura en flujo, una cultura que
permanece atrapada en sí misma de forma trágica, pero que aun así es
incapaz de mantener la ilusión de auto-identidad.
Una cultura no está condenada a mantener para siempre -y mucho
menos a celebrar con un sentimiento profundamente nostálgico- sus
raíces racistas. Por el contrario, una cultura siempre está, por definición,
de ayer, como Adriaan van Dis, vestido como un pionero boer, con botas de cam-
paña y sombrero, cantando el Sari Mareis, la canción de sudafricanos blancos más
conocida en Holanda.
35 La celebrada exposición de Fred Wilson en Contemporary de Baltimore, en
1996, ofrece uno de los muchos ejemplos de cómo abordar ese pasado pictórico en
el presente y para el presente. Véase Atkinson y Breitz (I 999), quienes recientemen-
te han editado una colección de ensayos sobre los problemas de la representación en
un contexto que intenta definirse como post-racista: Sudáfrica, en el contexto de la
Bienal de Johannesburgo de 1998.
36 Véanse los capítulos 6 y 8 de Double Exposures.
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para revivir su propia infancia y quizás exorcizar el miedo que acom-
pañaba a la fascinación. La cuenca de ese río ideológico y artificial
que canalizaba la ansiedad infantil a través de la especialización de la
alteridad racial puede ampliarse. Me gustaría sugerir que esas foto-
grafías ampliadas de imágenes de hoy en día imbuidas de pasado son
producto de una doble exposición, sirven para provocar una intensi-
ficación de la reflexión sobre a dónde podemos ir desde aquí
mediante la explotación alegórica del medio. El efecto enfático de
una mascarada que nos persuade de que no hay ninguna identidad
real discernible, pero tampoco ninguna máscara ficticia tras la que
esconderse ante una tradición preocupante, pero de momento impo-
sible de erradicar: todo esto constituye al mismo tiempo la perfor-
mance de las fotografías, la liberación del espectador, la enseñanza de
Fox y la démasqué del Zwarte Piet. Como seguirá sugiriendo el
siguiente capítulo, la enseñanza, la herramienta principal del analis-
ta cultural, sólo puede funcionar si ella también se transforma a lo
largo de sus «viajes».
38 Los ejemplos de cultura popular como los pósters y los escaparates de las
tiendas, yuxtapuestos a poesía y diarios, demuestran una continuidad entre la tradi-
ción y la memoria (cultural). La versión más reciente del análisis de Bardenstein se
centra de forma explícita en el aspecto de memoria de estos símbolos (1999).
Tradición 321
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la cuña que la teatralidad inserta entre estas dos tradiciones, no se
han tratado de la misma forma. Lastradiciones artísticas sirven como
marcadores de formas reconocibles a través de las cuales es posible
conformar nuevas perspectivas, ideas críticas. La belleza de las imá-
genes, su cualidad estética, se ha utilizado como una herramienta, del
mismo modo que la movilización de la tradición se ha utilizado para
incrementar la cualidad afectiva de las imágenes, que es una precon-
dición de su efectividad performativa.
La tradición cultural sólo se ha transformado un poco. El arte no
puede cambiar a la sociedad sin más, pensar que puede hacerlo es un
gesto de hubris elitista. Pero, como esa mancha de pintura negra
sobre el labio de la mujer cuya identidad racial se mantiene obstina-
damente ambigua, el espejo de autorreflexión que nos pone delante
su fotografía nos ayuda, sólo un poco, a subrayar el dolor de esa tra-
dición. Hasta que un día la cultura en cuestión se despierte harta de
ese dolor. Sólo entonces, quizás, se podría rechazar por completo esta
tradición, no suprimirla por moralismo, sino rechazarla por el dolor
que causa a todos sus miembros. Para entonces, otra tradición ya
habrá sido inventada, una que encaje mejor con la cultura y que haga
menos daño. Hasta que también ella se convierta en el resto de una
cultura que se arrastra detrás de los tiempos .