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I) Trastorno de personalidad
Cabe señalar que los trastornos de la personalidad probablemente están entre los
trastornos mentales más complejos de evaluar. El diagnóstico requiere del especialista la
detección de un conjunto de rasgos, síntomas y conductas considerablemente más amplio
y heterogéneo que para cualquier otro trastorno. Exige, además, la valoración adicional
de la duración de esos criterios diagnósticos, de su inflexibilidad e invasividad, de su
independencia de estados psicopatológicos del eje I, y del grado en que producen malestar
emocional y deterioro funcional en distintos ámbitos de la vida. A esto se añade que los
pacientes con trastorno de la personalidad no siempre son buenos informadores de sus
propias peculiaridades (Álvarez et al., 2011).
II) Trastorno de personalidad límite
El DSM V (APA, 2014) señala que este trastorno implica un patrón dominante de
inestabilidad de las relaciones interpersonales, de la autoimagen y de los afectos, e
impulsividad intensa, que comienza en las primeras etapas de la edad adulta y está
presente en diversos contextos y que se manifiesta por cinco o más de 9 criterios.
V) Comorbilidad
De acuerdo con Álvarez et al. (2011) el TLP suele iniciar sus manifestaciones
durante la adolescencia e incluso, aquellos con este trastorno, a diferencia de otros, suelen
pedir ayuda; pero, a menudo no se detecta debido a los grandes cambios y fluctuaciones
que se dan en esta edad y a la controversia que rodea al diagnóstico de trastorno de la
personalidad en menores. En la práctica clínica habitual, el diagnóstico de TLP no suele
hacerse antes de los 13 años sino más bien después de los 16. En lo que respecta al DSM
– V, este permite el diagnóstico de los trastornos de la personalidad para los menores de
18 años, con excepción del trastorno antisocial de la personalidad.
Por su parte Kernberg, Weiner y Bardenstein (2002) sostienen que el desafío para
un diagnóstico consiste en diferenciar síntomas transitorios, normales del desarrollo, de
los rasgos de una sintomatología grave extensa en un paciente limítrofe, específicamente
durante la adolescencia, las crisis de depresión, angustia e identidad con sus inesperados
giros de identificación con ideologías o con ciertos grupos sociales, conflictos neuróticos
con la autoridad, e incluso el comportamiento antisocial ocasional que no tienen ni la
gravedad ni la cronicidad en un joven adolescente normal que sí se observan en uno
limítrofe, lo mismo es válido para niños menores.
Es así como, atendiendo a dichas controversias y a la falta de evidencia en cuanto
a la estabilidad de la sintomatología del TLP en la adolescencia, se recomienda utilizar el
diagnóstico del TLP con prudencia y hacer un uso restrictivo en menores, utilizándolo
preferentemente a partir de los 16 años, siempre y cuando el trastorno se haya manifestado
a lo largo de 1 año (Álvarez et al., 2011).
Los episodios psicóticos breves ubican al TLP, en forma muy somera, en la frontera
de la psicosis. Esto se debe a que en la sintomatología aguda puede haber elementos
psicóticos tales como conductas bizarras, desorganización en el curso y contenido del
pensamiento, alucinaciones e ideación delirante. Sin embargo, en su inicio el cuadro
agudo de carácter psicótico tiene generalmente un detonante y revierte en días o semanas,
sin dejar un registro mnésico certero ni un defecto en sus capacidades cognitivas que se
caracterizan por ser (Scarfo, 2009):
- Confusionales
- Breves
- No necesitan de tratamiento farmacológico
- No genera defecto esquizofrénico
- Surge solo en pacientes con TLP
- Se pierde noción de la realidad
- Pueden disminuir con antidepresivos y anticonvulsionantes
- Se relaciona con pérdidas y situaciones de estrés.
- Rechaza las respuestas del individuo por lo tanto le enseña a invalidarse y buscar
respuestas en el medio ambiente y no le enseña a etiquetar experiencias y tampoco
a regular las emociones.
- Refuerza intermitentemente la escalada emocional, ello le enseña a la persona a
oscilar emocionalmente entre la inhibición y la agresión.
- Sobresimplifica, le enseña a la persona a responder con alto nivel de frustración
al fracaso, no le enseña a tolerar el malestar y a fijar metas y expectativas realistas.
Linehan (1993, citado por Ramírez y Vargas, 2012) señala entonces que las
personas con diagnóstico de TPL, poseen una marcada historia de descalificaciones por
parte de su entorno social y familiar en particular, donde se les brinda respuestas no
apropiadas a la expresión de sus vivencias íntimas, por lo que se percibe como una
disfunción del sistema de regulación emocional, debido a factores biológicos
predisponentes que se encuentran interactuando con dicho ambiente invalidante.
XI) Tratamiento
Los programas de tratamiento y las técnicas que la Terapia de Conducta nos ofrece
y que han demostrado su eficacia en los llamados trastornos de eje I no parecen funcionar
de la misma manera en los trastornos de eje II o trastornos de la personalidad (García,
2006).
Es por ello que Marshal Linehan diseñó un programa terapéutico en base a sus
investigaciones llevadas a cabo desde 1980 para tratar pacientes con severos problemas
de desregulación emocional, conductas suicidas y autolesivas frecuentes que se conoce
como Terapia Dialéctica Conductual (TDC o DBT). Este programa a pesar de surgir en
lo que se conoce como la Tercera Generación de Terapias Contextuales no es
exclusivamente conductual ya que combina elementos cognitivos conductuales con
técnicas de validación y el Maindfulness (Vásquez-Dextre, 2016).
Los aspectos básicos del a TDC se sustentan en una visión dialéctica del mundo y
supone un factor diferenciador respecto a otras terapias cognitivo-conductuales, estos son
(Vásquez-Dextre, 2016 y Chapman, 2006, citado por Vega y Sánchez, 2012):
En ese sentido el objetivo de la TDC es lograr una vida que valga la pena, ser vivida
y para ello el paciente debe incorporar a su repertorio habitual habilidades de regulación
emocional y conductual (Linehan 1993, citado por Vásquez-Dextre).
Por otro lado, García (2006) indica que no existe un manual en el que se
especifiquen las técnicas a utilizar en cada sesión de tratamiento en la terapia individual.
Sin embargo, este modelo establece una jerarquía de objetivos que deben trabajarse
progresivamente:
Tabla 1
Tabla 2.
Modalidades de intervención en DBT
Así también, es indispensable señalar que la Terapia Dialéctico Conductual se
compone de una etapa de pretratamiento que dura todo un año y que al existir más de
cuatro faltas injustificadas se suspende el tratamiento porque se busca en principio un
compromiso de parte del paciente al tratamiento. Además de esta etapa, también existe
una de tratamiento dividido en 3 fases, véase Tabla 3. (García, 2006)
Tabla 3.
Etapas del tratamiento