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ARNOLD TOYNBEE

LA VIDA DESPUES DE LA MUERTE


Primera parte

EL INTERES DEL HOMBRE EN LA VIDA


DESPUES DE LA MUERTE

Conceptos de lo ultra terreno.

La muerte es el precio que paga la vida por el incremento de la complejidad estructural de


un organismo viviente. La investigación biológica ha demostrado que aun los organismos
vivientes más simples alcanzan un grado de complejidad que suscita el asombro del lego. Las
especies relativamente simples, sin embargo, se perpetúan sin que medie la muerte o una
nueva progenie; en cambio, periódicamente se dividen en especímenes separados que más
tarde se dividir n a su vez. Pero la vida no ha alcanzado grados de mayor complejidad sin tener
que descartar a cada espécimen de las especies más altas y reemplazarlo por otro,-producto
del comercio sexual y la procreación. Todo espécimen que alcanza la madurez suficiente para
apartarse con un espécimen del sexo opuesto y reproducir a su raza se vuelve prescindible una
vez que ha cumplido con dicha función. La fórmula de los ver- sículos genealógicos del Capítulo
12 del Libro del Génesis implica que el individuo humano no vive para sí mismo, sino para
perpetuar la raza en sus hijos.

No obstante, toda criatura viva sujeta a la muerte se afana por conservar la vida, haya
procreado o no. Algunas especies no humanas lloran, al igual que los seres humanos, por la
pérdida del compañero, y también por la pérdida de otros miembros de la comunidad, en el
caso de ciertos animales sociales y no humanos. Pero de la fauna que habita la "biosfera" que
rodea al planeta Tierra, los seres humanos parecen ser los únicos en advertir que tanto ellos
como sus contemporáneos han de morir, y que la muerte ya arrastró a innúmeras generaciones
anteriores. El historiador griego Herodoto nos refiere que Jerjes, el emperador persa, lloró
luego de revistar a su inmenso ejército expedicionario, al darse cuenta que ni uno solo de sus
miembros estaría con vida cien años m s tarde. Esta conciencia humana de la inevitabilidad de
la muerte conlleva un interés en la muerte, y el interés del Hombre en la muerte provoca, a su
vez, interés en lo que sigue a la muerte.

No hay misterio alguno en las consecuencias físicas de la muerte. Después de la muerte, el


cuerpo material se desintegra. Se reintegra a los componentes inanimados de la biosfera. Entre
los componentes animados e inanimados de la biosfera existe un permanente intercambio. Los
miembros 'de todas las especies se nutren de materia nueva y eliminan materia de desecho,
mientras estén vivos; todas las especies producen nuevos miembros y eliminan cadáveres de
otros, mientras las especies perduren. Pero un organismo viviente no se reduce a la materia
que constituye su cuerpo; es un espécimen de materia animada; y un ser humano no sólo es
animado sino consciente, y tal conciencia lo capacita para escoger entre opciones diversas,
para recordar hechos pretéritos, y para prever ciertos hechos futuros - entre ellos, su muerte,
eventual aunque inevitable.

El espectáculo ofrecido por un cadáver, animal o humano, nos resulta familiar, -pero nadie ha
visto jamás, o nadie ha creído haber visto, una criatura viva y carente de corporeidad. Cuando
alguien ve un fantasma, éste cobra visualmente la forma familiar de los seres humanos que
quien lo ve encuentra a diario en su vida normal. Además, los fantasmas no aparecen
desnudos, sino vestidos, y a veces con la indumentaria de una época anterior a la de quien lo
presencia. Un fantasma que no cobrara forma humana sería Invisible; de hecho, nadie ha visto
un ser humano vivo e incorpóreo, salvo que adoptemos la hipótesis de que un fantasma vive y
carece de corporeidad.

Tal hipótesis no es convincente. Pareciera más probable que la aparente visibilidad del
fantasma sea una alucinación. La visibilidad y la audibilidad son propiedades de la materia.
Pero los vehículos materiales tales como la vista, el sonido y el tacto no son los únicos medio!
de comunicación posibles entre personalidades conscientes, y no es improbable que, en ciertos
casos, la aparición de un fantasma sea el apéndice incidental de una comunicación no visual,
pero auténtica, entre la persona que ve el fantasma y otra persona que esté muerta, o todavía
encarnada al menos, pero físicamente ausente. En el presente libro, en la colaboración
redactada por Rosalind Heywood (p gs. 253-94), el lector hallar expuestos ejemplos diversos:
de comunicación entre dos seres humanos todavía encarnados en la biosfera, entre un ser
humano aún encarnado y otro que alguna vez lo estuvo pero ahora no, a causa de su muerte, y
entre un ser humano y una presencia espiritual que no está encarnada y que, al parecer, no lo
estuvo ni lo estar jamás. Tales ejemplos son experiencias de primera mano de la señora
Heywood. Desde el momento en que, por su propia naturaleza, son experiencias personales de
un ser huma- no individual, y no experiencias idénticas y comunes a cierta cantidad de gente,
es imposible -tal como puntualiza la sefíora Heywood- demostrar que esas experiencias de
comu- nícacíón han sucedido realmente. No obstante, me asombraría sí los lectores del
capítulo de la señora Heywood no llegaran, como yo, a la conclusión de que es más probable
que- tales experiencias sean v lidas y no que sean explicables como meras coincida as o
ilusiones.

Mucho- se ha difundido la aceptación de la realidad de la percepción e-..@iasensorial como


tnedio de comurúcaci¨>n entre dos o más personas encarnadas. He presenciado ejemplos de
tal tipo de comunicación, y la evidencia de su realidad es, a mi juicio, irrefutable. La realidad de
la comunicación extra- sensorial entre los vivos es, empero, tema de controversia; y la realidad
de las comunicaciones extrasensoriales con los muertos, o con personalidades conscientes que
jamás estu- vieron encarnadas, suscita disputas aun más vehementes. De todos modos, la
actitud más sabia por parte de quienes se inquietan por el destino de la personalidad después
de la muerte es, por cierto, mantenerse abiertos a la posibilidad de que, en algunos casos, los
muertos pueden haber indicado la realidad de la supervivencia de sus personalidades
mediante una auténtica comunicación con personas todavía encarnadas.

En la infancia, la conciencia humana está apenas en sus albo- res; en la vejez, se oscurece y a
veces se extingue. Además, el ser humano puede tener defectos mentales de nacimiento, o
sufrir trastornos mentales en cualquier etapa de la vida, pero tales menoscabos son
excepcionales. Un ser humano normal no sólo goza de vida, sino de conciencia. Al morir, sí no
antes de morir, tal conciencia Contrariamente al cuerpo- desapa- rece, al igual que la vida. El
cuerpo no desaparece. La materia que lo compone no es aniquilada; el cadáver se desíntegra,
pero sus componentes físicos, es manifiesto, continúan existiendo.
Sin embargo, la vida y la conciencia (a diferencia del cuerpo) son invisibles e impalpables. ¨Qué
le ha ocurrido, pues, a la vida que anidaba en este cuerpo ahora ex nime? Y, si se trata de un
cuerpo humano, ¨qué le ha ocurrido a la conciencia entraiíada por la vida de esá persona? En
otras palabras, ¨qué ha ocurrido con su personalidad?

Ignoramos qué le ocurre a la personalidad de un ser huma- no después de la muerte. Si


disponemos de evidencias con- cluyentes e irrefusables en cuanto al destino del cuerpo, no
sucede así con el destino de la personalidad. La pregunta, reiterada con insistencia, ha recibido
diversas conjeturas por respuesta. Dichas conjeturas quiza se funden en experiencias
personales, pero tales experiencias no son verificables. Algu- nas conjeturas son incompatibles
con otras, y ciertos miembros de ciertas sociedades han dado crédito simultáneo a dos o más
conjeturas incompatibles. En este campo caben la varie- dad y la incoherencia, porque estamos
en el imperio de la hipótesis, no en el de las demostraciones fundadas en la obser-
vación. No obstante, el contraste tradicional entre la incerti- dumbre de la hipótesis y la
certidumbre de la demostración ha sido cuestionado por los descubrimientos de la reciente
observación científica de la materia. Cuando se observan di- minutas cantidades de "materia"
moviéndose a gran velocidad aquélla se presenta o bien como partículas materiales, o bien
como ondas energéticas no materiales. Ambas apariencias, por igual, son incompatibles entre
si. Ambas son observa- bles, pero jamás simult neamente. Así, la naturaleza de la ,&materia" se
ha vuelto enigm tica a raíz de las mejoras que el observador científico ha introducido en su
medio de obser- vación. Tal paradoja no estaba prevista, y quienes la descu- brieron fueron
tomados por sorpresa.

La conjetura más lógica en cuanto al destino de una perso-nalidad humana después de la


muerte reside en suponer que es an logo al destino del cuerpo. Después de la muerte, el
cadáver comienza a desintegrarse, y, si asumimos la validez de dicha analogía, deberemos
concluir que, después de la muerte, se extingue la personalidad humana. Tal conjetura ha
tenido sus prosélitos. Los fil<5sofos griegos de la escuela epicúrea la apoyaban como
verdadera. Su vocero más fervo- roso y distinguido es el poeta latino Lucrecio; la doctrina
epicúrea de Lucrecio ha hallado un eco en la poesía de un moderno poeta inglés, A. E.
Housman. La respuesta epicúrea a la pregunta relativa al destino de la personalidad humana
después de la muerte pareciera ser la más obvia. Se trata, en realidad, de un modo de
resolución que el "sentido co-mún" adopta para inferir lo desconocido a partir de lo cono-cido,
o quiza se acerque más a la verdad decir que infiere lo desconocido a partir de lo que hasta
hace poco se conocía como cierto. Nadie ha enfrentado jamás a un ser humano vivo y
desencarnado, a menos que se repute como vivo y des- encarnado a un fantasma de apariencia
humana. Toda perso. nalidad humana con que haya tratado un ser humano (fuera del
infrecuente fenómeno de los aparecidos y de la inverifi- cable experiencia de comunicación
extrasensorial con los muer-tos) ha sido asociada a un cuerpo humano dotado de vida.
Parece razonable inferir que, cuando el cuerpo muere y se desintegra, la personalidad, que
desaparece al instante, pa-dezca una aniquilación simult nea.

Lucrecio insiste en el hecho, ya mencionado en el presente ensayo, de que la personalidad


humana sufre a veces cierto menoscabo, o bien es ofuscada por la senilidad, antes que la
muerte física sorprenda al cuerpo de ese ser humano. Lu-crecio también observa que una
parte considerable de la vida humana transcurre en el sueño, y sugiere'que la suspen-sión de la
conciencia durante el sueño es comparable a la ani-quílación que esa conciencia ha de sufrir,
según la doctrina epicúrea, después de la muerte física. Un psicólogo, sin em-bargo, podría
objetar que el durmiente sueña ' y que sus sue- nos acas o sean mucho más copiosos que la
memoria que tiene de ellos al despertar; y que si, durante el sueiío, la conciencia abdica
provisoriamente, el nivel subconsciente de la psiqu gana entonces una provisoría libertad de la
que se aprovecha al m ximo. El nivel subconsciente de la psique es un elemento íntegro y
genuino de la personalidad humana, no menos que el nivel consciente, de modo que la
comparación epicúrea entre el sueño y la muerte es una analogía imperfecta.

De cualquier manera, vale destacar que la visión epicúrea al respecto no ha sido la más
aceptada, pese a ser, obviamente, la aconsejada por el "sentido común". Acaso prevalezca hoy
en los países occidentales y también en una minoría de países no occidentales cuya
intelligentsia ha aceptado la Weltan- schauung reciente de los científicos occidentales. Lo cual
es dudoso, sin embargo, pues lo cierto es que una abrumadora mayoría de la humanidad, en
todo tiempo y lugar desde que nuestros ancestros despertaron a la conciencia, ha sostenido
que la personalidad de un ser ilumano no es aniquilada por la muerte. Esta conjetura negativa
ha hallado un consenso favorable, aunque en modo alguno ha babído una respuesta un nime
en cuanto al destino de la personalidad después de la muerte, interrogante ineludible para
todo aquel que rehusa aceptar que la personalidad se extingue con la muerte. A este rechazo
general de la hipótesis de la extinción puede juzg r- selo hispirado por el autoengafío o por la
reticencia a afronta una verdad intolerable. Así y todo, el consenso mayoritario de la
humanidad, al rechazar la hipótesis de la aniquilación exige una seria consideración de las
diversas conjeturas -te-niendo en cuenta experiencias tales como las descriptas por la señora
Heywood.

.Una de dichas conjeturas es aun más lógica que la hipó- tesis de que, al morir, se extingue la
personalidad. El cad -ver no es aniquilado, sino reabsorbido por los componentes inanimados
de la biosfera. Dado que la biosfera manifiesta-mente tiene un componente inanimado, puede
presumiese que también tiene un componente vital y uno consciente. El com- ponente
inanimado de la biosfera no se halla sólo en la bios- fera. Se ha descubierto que otros astros,
según el an lisis del espectro de luz que irradian, tienen componentes mate- riales idénticos a
ciertos ' elementos presentes en la composi-cíón física del planeta Tierra. Ahora, especímenes
de materia real han sido traídos de la lun'a, el astro más cercano a la tierra. Sobre esta
analogía, puede conjeturarse que la vida y la conciencia que existen en la biosfera que rodea a
nuestro planeta no se limitan a esta fracción infinitamente pequeña del cosmos estelar, sino
que puede existir, sin estar ligada a la materia, en un orden incorpóreo de la realidad. Esta
conjetura sugiere la ulterior hipótesis de que, así como al morir, un cuerpo humano es
reintegrado al componente inani-mado y material del cosmos, la vida y la personalidad del ser
humano que ha muerto son respectivamente reintegrados a un modo de existencia hipotético,
pero lógicamente creíble, desligado de la materia, vivo y consciente.

El componente material de un organismo vivo de la bios- fera es una porción de la materia


biosférica temporariamente separado del resto, tanto de la porción inanimada cuanto de las
porciones ternporariamente corporeizadas en otros orga- nismos vivos. Esta segregación de
una porción de la materia en un organismo vivo no sólo es temporaria, sino contingente.
Depende de la habilidad de dicho organismo para obtener aire, agua, alimento y sustitutos de
sus componentes químicos del resto de la biosfera. Tal como lo expresa Lucrecio, "a nadie se le
concede la vida en propiedad absoluta; a todos se nos da sólo en calidad de usufructo
temporario". Sería lógico inferir que lo mismo es cierto de una personalidad humana (es decir,
para la suma total de las "capas" conscientes e inconscientes de la psique humana). Puede
barruntarse que no hay una realidad espiritual no material, no personal o su- prapersonal; que
ésta, al igual que el aspecto material de la realidad, existe (en términos metafóricos tomados
de nuestro vocabulario espacial) "m s all " y "dentro" de la biosfera que rodea a nuestro
planeta; que una personalidad humana no es sino una astilla temporariamente separada de
esa realidad espiritual sin límites, y que la muerte no hace sino devolver la personalidad a esa
realidad espiritual originaria. Ciertas personas han tenido experiencias que sugieren que tal es
la verdad, y otras, poetas especialmente, han vertido tales intui- ciones (acaso derivadas, en
tales casos, de la experiencia) en palabras memorables.

Son ejemplo de ello el poema The Retreat ("El Retiro") del inglés Henry Vaughan, y el más
conocido Intimatíons of Immortality from Recollections of Early Childhood ("Insi- nuaciones de
inmortalidad sugeridas por recuerdos de la pri- mera infancia"), de otro poeta inglés, William
Wordsworth.

Aunque Vaugh n vivió un siglo y medio antes que Word- sworth, no hay evidencias, por lo que
sé, de que el poema de Wordsworth haya sido conscientemente inspirado por el de su
predecesor; ambos poemas concuerdan, sin embargo, en registrar un recuerdo idéntico y en
extraer de él una idéntica inferencia. Cada poeta recuerda que, en la infancia, era cons-ciente
de haber habitado un mundo que no es la biosfera del planeta Tierra, y que la niiíez, aún
iluminada por el resplan-dor de este "Empíreo", era jubilosa, en contraste con la vida adulta en
la tierra, en la cual la luz espiritual que esclarecía la infancia se ha disipado. Happy tbose early
days wben I / Shin'd in my Angel-infancy, dice Vaughan ("Dichosos los días prístinos en que
yo/Resplandecía en mi angélica infan- cia"); y Wordsworth: Heaven es about us in our infancy
("En nuestra infancia nos rodea el Empíreó"). Ambos poeta infieren que, al morir, han de
retornar al jubiloso estado de existencia que les fue arrebatado al nacer. Some men a for- ward
motion love, / But I by backward steps would move; / and when this dust lalls to the urn, / In
that state I came, return, dice Vaughan: "Hay hombres que prefieren avanzar, / Pero yo
preferiría retroceder, / y, cuando este polvo caiga en la urna, / Regresar al estado del que
provengo"; y dice Wordsworth: Our noisy years seem moments in the being Of' the eternas
silence, "Nuestros años de estrépito parecen instantes en el seno / Del eterno silencio". Cada
poeta ve la vida humana en la biosfera como un interludio que, a más de breve, es anormal e
infeliz. Del mismo modo, los griegos precristianos consideraban infeliz, y por lo tanto
indeseable, la vida en la biosfera (Sófocles, por ejemplo, en un pasaje famoso, así como
Herodoto al referirnos un di logo entre Solón, el filósofo griego y Creso, el rey de Lidia).

La condición feliz y normal, temporariamente interrumpida por la vida en la tierra, es


denominada "eternidad" por Vau- ghan, e "inmortahdad" por Wordsworth. V'aughan, para alu-
dirla, emplea la imagen that shady cíty ol palm-trees, "esa umbría ciudad de palmeras";
Wordsworth, that immortal sea, <œese mar inmortal". Ambos poetas, siendo cristianos, imagi-
nan la eterna realidad espiritual vinculada a una persona con características humanas. Para
Vaughan, el estado del que provino y al cual ha de retornar, recibe la luz del semblante de Dios;
para Wordsworth, Dios mismo es our home, "nues-tro hogar". Pero una persona sólo puede ser
un semejante o un compañero; no puede ser un hogar, y, si el prístino y último estado de un
ser humano es un "eterno silencio" o un "mar inmortal", su personalidad, característica
distintiva durante su vida en la tierra, debe ser un rasgo peculiar de su existencia durante este
interludio. El "eterno silencio" y el ®mar inmortal" del que provino y al que va a retornar, son
im genes de un modo de existencia espiritual impersonal. Si esta realidad eterna fuera una
persona divina, y si un ser humano fuera una persona inmortal, el ser humano podría comulgar
con Dios antes de nacer y luego de morir, salvo que una persona divina y una humana jamás
podrían absorberse mutuamente. No podrían hacerlo porque la esencia de la per- sonalidad es
la individuación, El estado jubiloso melancólica- mente aííorado por el poeta supone una
condición en la que él no está separado del resto de la realidad espiritual. El precio de la
personalidad es la, alienación provísoria; para ser reinte- grado a un mar de vida espiritual
donde no cuentan ni la personalidad ni el tiempo, hay que despojarse de la persona-
lidad separada que caracteriza la vida terrena.

Esta incompatibilidad entre individualidad psíquica y unión psíquica es tan lógica como la
incompatibilidad entre partícu, las de materia y ondas de energía. Ya se ha señalado, empero,
que, la cierto nivel de la observación científica, fenómenos fí-sicos idénticos se presentan, de
modo incongruente pero imperioso, ya como partículas, ya como ondas. Esto nos re- cuerda la
información que la señora Heywood recibió del sabio que parecía salirse de su retrato para
iluminarla. Entre personalidades encarnadas en la biosfera, la individuación y la coalescencia
pueden ser incompatibles; en este nivel espi- ritual, son lógicamente incoherentes; pero, a un
nivel superior, puede trascenderse la lógica mundana. En las palabras que la señora Heywood
recibió, al parecer, del sabio: "Si esos dos hubieran de unirse, en el sentido en que tú pretendes
que lo hagan, a este nivel perderían la identidad. Pero podrán unirse, y sin embargo
conservarla, cuando alcancen el nuestro".
Si Wordsworth hubiese recibido una educación budista, en lugar de cristiana, habría llamado a
su oda "Insinuaciones del Nirvana Esta palabra sánscrita significa "anulación", pero la
condición que denota es ardua de aprender, pues, a este respecto, los textos budistas son
deliberadamente parcos. Cuando condescienden a describir el Nirvana, lo hacen en términos
negativos. La realidad positiva puede implicar un estado en el cual se trasciende la
incompatibilidad entre indi- viduación y coalescencía. La palabra Nirvana no entraña la
extinción de la vida o de la conciencia, dado que es posible alcanzar el umbral del Nirvana
antes de la muerte. Se dice que el mismo Buda lo alcanzó en el instante de la iluminación, pero
que conservó su personalidad encarnada por propia vo- luntad, con el propósito de comunicar
a otras criaturas sensi-bles la vía para liberarse del padecer, que él había descubierto por su
propio esfuerzo espiritual y sin ayuda ajena.

Lo que se extingue mediante el acceso al Nirvana no es la vida ni la conciencia, es el deseo, el


afan, la codicia, los anhe- los, impulsos que caracterizan la condición de una persona- lidad
encarnada en la biosfera. Algunos de los contemporáneos indios del Buda sostenían que el
centro de la personalidad de un ser humano -su alma- es consustancial a la realidad espiritual
última, y que es, por consiguiente, coeterna a la modalidad impersonal de dicha realidad. El
Buda negaba la existencia del alma. Alegaba que la conciencia humana e meramente un flujo
de estados psicológicos heterogéneos y efímeros, aunque también que el deseo inviste a estos
transi-torios fenómenos psíquicos de un car cter tan compacto y tenaz que condena -. la
criatura a renacer en múltiples oca- siones, a menos y hasta que el paciente logre liberarse de
deseo que le impedía hallar una salida definitiva del padecer inherente a la vida, según ésta es
experimentada por todos los seres sensibles encarnados en la biosfera. Este conjunto de
estados psicológicos que conforman un obstáculo para sus- traerse a los sucesivos nacimientos
es el karma, una cuenta corriente ética que se hereda de una a otra encarnación y cuyos
débitos y créditos sufren nuevas modificaciones en cada existencia. No hay modo de saldar
esta cuenta a menos que los débitos se eliminen totalmente.

De acuerdo con la doctrina budista de todas las escuelas, el ideal supremo de toda criatura
debería consistir en alcan-zar el Nirvana, tal como lo hizo el Buda, por los propios méritos
espirituales. El Buda ha impartido enseñanzas a sus prosélítos, que bien pueden inspirarse en
su ejemplo. El Buda no sólo era un iluminado, sino un ser compasivo. Desde su muerte, sin
embargo, ya no puede ofrecer ayuda directa y personal a sus seguidores. No puede hacerlo
porque al morir entró en el estado de Nirvana, y a un ser que alcanza el Nir- vana se lo juzga
inaccesible. Para todo aspirante al Nirvana que no esté dotado con el extraordinario poder
espiritual del Buda, las exigencias espirituales son tan severas, y tan ardu la senda, que la
Escuela Budista Septentrional yos acó- litos la denominan Mahayana ("Magna Vía" o
"Gran Vehícu-lo")- ha producido un panteón de salvadores poderosos y accesibles. Se trata de
los bodhisattvas, Budas potenciales que, al igual que el histórico Buda Sidarta Gautama, han
alcanzad el umbral del Nirvana pero aún permanecen en este mundo por propia voluntad, tal
como el Buda antes que lo sorpren- diera. la muerte. Como el Buda, los bodbisattvas actúan a
impulsos de la compasión por sus semejantes, y han permane cido accesibles durante eones y
no, como el Buda, por el lapso fugaz de una vida humana.

Teóricamente, el objetivo que el bodhisattva le ayuda a al- canzar a sus devotos es el Nirvana,
pero de hecho, uno de los bodhisattvas, Amítabha, le ofrece a sus devotos una meta que éstos
pueden alcanzar sin que el esfuerzo del espíritu sea tan extenuante. Esta meta más próxima es
una estadía en el paraíso previa a la próxima encarnación, y el devoto puede ganar tal paraíso
mediante la fe en la gracia salvífica de Ami- tabha. Para los budistas de la escuela Mahayana
que adoran a Amitabha, el Nirvana, la meta final, se ha vuelto remota. El bodhisattva Amitabha
es un salvador, al igual que Vishnu, el dios indio, y que Cristo, la segunda persona del dios trino
de Cristianismo. La búsqueda del Nirvana, que es, prima lacie, un modo de existencia
impersonal, ha sido reemplazada por una relación emocional entre dos personas: un salvador
so-brehumano y un ser humano que le rinde culto. Este último ahora anhela, para su vida de
ultratumba, una estadía en el paraíso en contacto personal con Amitabha.

El Nirvana es una modalidad ontológica postpersonal. El huésped del paraíso de Amitabha


conserva su personalidad cuando, a su muerte, va a habitarlo. Se trata de un paraíso terrenal,
ubicado hacia el oeste, y presumiblemente en el mundo material; si es así, sus pobladores han
de estar inves- tidos de cierta corporeidad. El budista Mahayana devoto del bodhzsattva
Amitabha participa pues de la creencia en que la consecuencia inmediata a la muerte es una
nueva corporiza- ción. Existe, no obstante, la difundida creencia en que el mundo está lleno de
espíritus incorpóreos (y por lo tanto invisibles), que sin embargo tienen el poder de alterar el
curso de los acontecimientos del mundo visible y tangible. Algunas culturas han considerado
que estos espíritus incor- póreos pero poderosos son las almas desencajadas de los muertos.
Se supone que éstas conservan su personalidad des- pués de separarse, al morir, de los
cuerpos a los que antes estaban ligadas. El poeta griego Hesíodo, por ejemplo, en su catálogo
de las sucesivas razas humanas, declara que los miem bros de la raza primera y mejor, o sea la
raza dorada, se trans- formaron, al morir, en espíritus invisibles y benéficos. Las personalidades
conscientes e íncorpóreas no suelen ser fre- cuentes en la experiencia humana, pero la señora
Heywood ha recibido señales de la presencia de una o más de ellas. Ya hemos señalado en este
capítulo que los fantasmas.aparecen al menos con aspecto de personas vivas y encarnadas. Es
notable, entonces, que tanto se haya difundido la creencia en la supervivencia de las almas
incorpóreas de los muertos y en su presencia invisible.

Los espíritus incorpóreos de los muertos de la raza dorada son, a juicio de Hesíodo,
altruistas y benévolos. más común es la creencia en que la conducta de las almas de los
muertos depende -de la conducta de los vivos. Si se las propicia, se cómpottar n
bondadosamente; si se las olvida o irrita, ten- dr n reacciones perjudiciales. Dado que
disponen, según se cree, de poder para realizar el bien o el mal, conviene índu- cirlas a hacer
el bien -gratific ndolas mediante atenciones pia- dosas: una cremación o sepultura
ritualmente intachable, do- nes costosos, ofrendas periódicas de comida y bebida.

De acuerdo con las doctrinas zoro strica, judía farisaico, cristiana e isl mica, las almas de
los muertos, desencarnadas, sobreviven desde sus respectivas fechas de defunción hasta la
ignorada fecha futura en que se cumplir la resurrección dé todos los muertos. De acuerdo con
las enseñanzas del Buda, según las describen los textos de la Escuela Meridional del Budismo,
el persistente conjunto de estados psicológicos que provoca la reencarnación perdura en
estado incorpóreo du-rante el intervalo que media entre una y otra existencia. Pero, aun en
este período intermedio, es difícil imaginar los vestí- gios espirituales de los muertos en una
forma que no sea corpórea. El Infierno y el Purgatorio de Dante se ubican, al igual que el
paraíso de Amitabha, en el planeta Tierra: el
Infierno en las entrañas del planeta y el Purgatorio en las antípodas de su envoltura biosférica.
La ubicación física del
Paraíso dantesco sería, en términos de la ciencia actual, el ,<espacio exterior"; y, en dichos
términos, el Paraíso sería difícil de localizar, puesto que los científicos actuales admitei-i ignorar
sí el espacio-tiempo (tiempo y espacio son insepara- bles, según los físicos de hoy) es infinito o
si tiene límites.

El deleitable paraíso occidental de Amitabha tiene sus pa- rangones en un fresco del Méjico
precolombino, en Teotihua- c n, en el Kentamentiu del Egipto faraónico y en el Elíseo de los
griegos homéricos; pero los griegos homéricos creían que la admisión en el Elíseo estaba
reservada a una privile- gíada minoría, que no ganaba dicha admisión mediante una buena
conducta en la vida terrena, sino mediante una cuna o una boda aristocr ticas. El destino del
pueblo, y de buena parte de la aristocracia, era una l nguida forma de superviven- cia física en
un submundo donde los muertos eran confina- dos indiscriminadamente, sin contemplar las ac
' ciones realizadas en vida. La concepción homérica del mundo ultraterreno del Hades, sórdido
y oscuro, es comparable a la concepción he- brea del Seol; ambas creencias, además, tienen su
antececlente en el submundo al que los sumerios enviaban a sus muertos.

En la Odísea se relata el viaje de Odiseo al reino del Hades y su invocación a las "almas" o
"cadáveres" (en este contexto, ambas palabras se,, emplean como 'sinónimos) de algunos
muertos. El viento del norte conduce la. nave de Odiseo a la orilla remota del océano, el cual,
según se cree, es un río que circunda la tierra de los vivos. Sin embargo, hay un pueblo d seres
vivientes, los -cimerios, que habita esas márgenes brumosos y distantes (los cimerios, en
realidad, ocu- paban las estepas al norte del Mar Negro hacia el siglo viii a.C., la fecha en que
se supone que se escribió la Odisea). El reino del Hades está en las cercanías, tanto en la
superficie corno bajo tierra. Odiseo cava una fosa junto a un peñasco que hay en la confluencia
de dos ríos, pero las "almas" o "ca-dáveres" ascienden desde abajo de la tierra. Son corpóreas,
pero, en comparación con los vivos, son débiles no sólo físicasino mentalmente. La única
función física que conservan en todo su vigor es la voz, pero los sonidos que emiten, aunque
estentóreos, no son palabras articuladas sino chillidos. Estas sombras no son del todo
insensibles, puesto que Odiseo puede ahuyentarlas amenazándoles con la espada desnuda.
(Resulta extraño que un arma física las pueda intimidar; dado que están muertas, cabe
presumir que no es posible matarlas.) están sedientas por la sangre de los animales que Odiseo
acaba de inmolar. La sangre ha sido vertida en la fosa cavada por Odi-seo; al beberla, las
"almas" o "cadáveres" recobran provi-soriamente sus facultades humanas. Recuperan la
capacidadde expresión y conversan con Odíseo de un modo racional.

La existencia en el Hades es aborrecible. La sombra de Aquiles le dice a Odiseo que antes


preferiría ser un labrador, o el esclavo de un campesino índigente, que el monarca de ese
mundo de cadáveres. Hay un extremo contraste entre la existencia en el Hades y la vida en el
Elíseo. La sombra de Agamenón asesinado está en el reino del Hades, pero Menelao, el
hermano de Aga-menón, ser eximido de la muerte. Menelao recibe tal privi- legio en virtud de
ser el yerno del dios supremo, Zeus. Hele-na, la infiel esposa de Menelao, es hija de Zeus, de
modo que los dioses han decidido trasladar a Menelao al Elíseo, aún con vida. Cabe suponer
que allí conservar intactas todas sus fa- cultades físicas y psíquicas.

Los israelitas creían que por lo menos dos seres humanos, Enoc y Elías, habían sido exentos de
l@ muerte y conducidos corporalmente al Cielo. Los cristianos creen que jesús, una vez
ejecutado, resucitó y ascendió al Cielo en forma corpórea, tras haberse manifestado en forma
corpórea a sus discípulos en diversas oportunidades, luego de la resurrección y antes de la
ascensión. Los cristianos creen además que todos los muertos resucitarán con sus cuerpos en
el Día del juicio.

En la escritura, los relatos de.la aparición de jesús después de la resurrección son


ambívalentes. Por una parte, se enfa- tíza la realidad física de ese cuerpo reanimado: jesús
ingiere alimentos y exhibe sus llagas. Por la otra, jesús es elusivo como un espectro. Atraviesa
puertas cerradas y atrancadas; aparece súbitamente y súbitamente se esfuma. Aunque su
cuerpo reanimado tiene solidez, no está sujeto a las leyes de la naturaleza física que gobiernan
los movimientos de los cuer-pos ordinarios en el espacio-tiempo.

El confinamiento en el reino de Hades o Seol es automático, salvo para los individuos


-Menelao, Enoc, Elías- a quienes exime la mediación de un dios. El Nirvana, por el contrario,
sólo puede alcanzarse mediante solitarios esfuerzos espiritua- les, tan agotadores como para
intimidar a algunos budistas.
Como alternativa, se los ha tentado a procurar la ayuda de un bodbisattva para ser recibidos en
un paraíso menos arduo de alcanzar aunque al menos, en teoría, la estadía en tal paraíso no
puede ser permanente, sino apenas preludiar una eventual reencarnación que bien puede
aproximar a la criatura al Nir- vana o bien alejarlo de esa meta final. El egipcio de la época
Ç faraónica no buscaba el Nirv na sino la inmortalidad perso- nal, pero el esfuerzo requerido
para lograrla también era tan extenuante que se crearon alternativas más fáciles. Al igual que la
concepción homérica de la existencia en el Hades y al igual que la tradición cristiana con
respecto a la condición corpórea de Jesús durante el período comprendido entre su
resurrección y su ascensión, el egipcio faraónico concebía lo ultraterreno con características
incompatibles e inconciliables entre sí.

Los egipcios construían tumbas y las colmaban de regalos. La perdurabilidad de las tumbas y el
valor de los regalos dependía de las riquezas del interesado. Las tumbas de los, faraones y otras
celebridades disponían de un terreno que producía ingresos para la manutención de los
sacerdotes que, a perpetuidad, debían oficiar los rituales en sufragio a los muertos. Esta
práctica alcanzó su cumbre en la erección ymantitención de las enormes pir mides sepulcrales
de los Fa- raones de la Cuarta Dinastía. Al parecer, se pensaba que la tumba era una casa que
su dueño habitaba después de muerto. Requería mayores cuidados y mayor fortuna que los
dedicados a la casa que el constructor de la tumba había habitado en vida, lo cual era lógico,
pues la vida terrena es fugaz, mientras que la de ultratumba permanente, según la conciben
quienes no creen en las reencarnaciones periódicas. A juzgar por el tamaño de las tumbas
principescas del Eginto faraónico y por la prodigalidad de las ofrendas, debía pensarse que el
muerto tenía, en cierto modo, una vida corpórea en el sepulcro. La práctica de la momificación
implica una creencia similar. La mo- míficación preserva al cadáver de la corrupción, y la pre-
servación del cadáver ha de haber sido pensada para Garantizar la perpetuación de la vida del
muerto en su originaria forma
corporal.

Pero dónde reside la persona muerta? ¨En la momia depositada en su tumba? ¨O en la estatua
que reproduce sus formas, animada mediante prácticas mágicas? ¨O en un alma incorpórea e
invisible que vive en la tumba y goza de los dones y de los rituales y ofrendas que se le tributan
perma-nentemente? ¨O en una segunda alma, incorpórea e invisible, que o bien desciende al
submundo de Osiris, dios de los muertos, o bien reside en el Firmamento, con otros dioses?
Un muerto también puede abo'rdar la barca de Re, el díos-sol, y viajar con él en su inexorable
jornada hacia el oeste, a través del cielo, y volver por la noche hacia el este, por debajo de la
tierra.

Sea cual fuere el destino ultraterreno del ser humano, las perspectivas ser n menos
alarmantes si de antemano dispone de instrucciones autoritarias que prescriban cu nto debe
hacer- se. Odiseo y sus compañeros regresaron sanos y salvos de su azarosa visita al reino del
Hades gracias a las pormenoriza- das instrucciones facilitadas por Circe, la hechicera, a las que
Odiseo prestó escrupulosa obediencia. Las instrucciones eso- téricas impartidas a los primeros
Faraones fueron eventual- mente incorporadas al Libro de los Muertos, una guía de ultra-
tumba que se hizo accesible a todos los súbditos del Faraón. En el mundo griego, los devotos
del semidiós Orfeo eran munidos de instrucciones similares, lo cual constituía una de las
atracciones del culto.

Los egipcios faraónicos han ido más lejos que ningún otro pueblo, hasta la fecha, en lo que
concierne a equipo material para la vida después de la muerte, pero la práctica de por sí ha
sido normal. La han seguido, a título de ejemplo, los griegos micénicos, los etruscos, los chinos
de la dinastía Shar)g a la dinastía Ming, los japoneses, y, en América, los mayas.

Los montículos sepulcrales de algunos jefes del Japón prehis- tórico se cuentan entre los
mayores del mundo. Su volumen, ya que no su estructura, excede a las pir mides de Egipto. En
el moderno mundo occidental, los príncipes italianos del Renacimiento solían servirse del genio
de los arquitectos y artistas contempor neos para edificar y ornamentar sus tum- bas. En el
siglo xix, el poeta inglés Robert Browning supo captar este interés del cinquecento por la vida
ultraterrena en su poema The Bishop orders his To'mb in Saint Praxed's Church.

Tal interés no es inusitado. Las criaturas humanas de la especie Neanderthal, hoy extinta, ya
sepultaban ceremonial- mente a sus muertos. No se deshacían de los cadáveres como si fuesen
basura. Hasta fecha reciente, la evidencia material de la cultura humana del Neolitico consiste
ante todo en tumbas, sepulturas, urnas para preservar las cenizas de los cuerpos incinerados,
momias (tanto peruanas como egipcias) y ofrendas mortuoria@. Si nuestros arqueólogos
hubiesen te- nido acceso sólo a los utensilios que la gente empleaba en vida y no a ninguno de
los que utilizaban los muertos, nuestras evidencias para la historia de la cultura humana previa
al alfabeto habrían sido harto más exiguas. El interés del hom- bre en la vida después de la
muerte ha permitido a las gene- raciones posteriores satisfacer su curiosidad con respecto a la
vida antes de la muerte de las generaciones pretéritas. Muchos de,los productos que las han
sobrevivido son parte del equipo con que proveían a sus muertos.

En el pasado, la gente no sólo se interesaba en la vida después de la muerte; también la


aguardaba con esperanza o temor, y ambas emociones la incitaban a explayarse sobre el tema.
La evidencia arqueológica sugiere que, entre los etrus- cos de los tres o cuatro últimos siglos
antes de Cristo, el temor era la emoción predominante, mientras que los egipcios faraó- nicos
parecen haber confiado, por lo general,, en que, mediante suficientes esfuerzos, podían
asegurarse un jubiloso futuro post-mortem. Los budistas se complacen en la contemplación del
Nirvana, aunque pueden amedrentarse ante los esfuerzos espirituales que les depara el
Nirvana si lo buscan con fervor, y postergarlo a cambio de objetivos más f ciles de alcanzar. El
ser humano que puede deleitarse en las, perspectivas que él supone en el mundo ultraterreno
no vacilar en arrostrar la muerte. sta, para él, no extrañar el fin de la existencia, sino una
puerta abierta a la posibilidad de acceso a una modalidad existencias más perdurable y
deseable que la vida fugaz, pre- caría y dolorosa que padece un ser humano de este lado de la
tumba.

Tal la actitud de los egipcios faraónicos y de los imaginarios obispos del Renacimiento
italiano en el poema de Browning. Tal parece haber sido, en nuestros días, la actitud de
Winston Churchill, de quien se dice que dedicó tiempo, y con suma complacencia, a impartir
instrucciones de antemano en cuanto a la conducta a seguir durante su propio funeral. El trazo
irónico del poema de Browning consiste en que su obispo ima- ginario es un escéptico a
medias; el deleitable interés que le despierta su tumba es estético, no religioso. Pero, aunque
en el fondo de su corazón no adhiriera a la doctrina cristiana de la inmortalidad y la
resurrección de los cuerpos, al menos adhe- ría a ellas nominalmente. En el Occidente de la era
moderna, y particularmente a partir de los últimos y espectaculares pro- gresos de las ciencias
naturales, la convicción de que la muerte conlleva la extinción de la personalidad ha ganado
cada vez m s terreno, y par passu, el horror ante la muerte y la nega- tiva a afrontar el hecho de
la inevitabilidad de la muerte, se han convertido en la reacción característica del Hombre Occi-
dental de hoy, en contraste con la actitud de sus ancestros cristianos, quienes se interesaban
en la muerte y sus conse-cuencias, tanto si estas consecuencias les infunchan confianza cuanto
si les provocaban ansiedad. Este efecto del progreso científico es ilógico. El estudio de los
fenómenos, incluido el estudio de los fenómenos psíquicos, no ofrece información verificable
sobre lo ultraterreno. Sin embargo, la reciente difusión de la creencia en que la muerte
conlleva la extinción de la personalidad parece provenir, al menos en parte, del moderno
incremento de nuestro saber científico.
Acabamos de reseííar una serie de creencias con respecto a lo ultraterreno. ]estas abarcan
convicciones diversas: que la muerte implica la extinción de la personalidad, que implica la
reabsorción de la personalidad por una realidad espiritual atemporal y suprapersonal, que
implica la supervivencia de la personalidad; esta última se manifiesta en formas diferentes.

Puede creerse que la personalidad sobrevive a la muerte, desen- carnada. Puede creerse que
sobrevive autom ticamente, bajo una l nguida forma física, en el reino de Hades o Seol. Otra
alternativa consiste en creer que la supervivencia de la perso-nalidad se puede garantizar
artificialmente, por medios mate-riales (tumbas, momificación, estatuas, ofrendas mortuorias)
o no materiales (rítos y conjuros), o mediante una combina-ción de ambos expedientes.
También existe la creencia enuna resurrección física íntegras, o en una serie de resurreccíores
físicas, en una fecha futura y tras un período de supervivencia incorpórea.

El zoroastrismo creía que la resurrección del cuerpo ha de abarcar a todos los seres humanos
simult neamente y en una ignorada fecha futura, y tal creencia fue adoptada por judíos,
cristianos y musulmanes. Los hinduistas y los budistas creen haberse reencarnado muchas
veces en el pasado y suponen que lo mismo puede suceder infinidad de veces en el, futuro. Los
hinduistas creen, al igual que los prosélitos de las cuatro reli- giones de Occidente, en la
realidad del alma, y al menos una escuela hinduísta cree que el alma humana es consustancial
a un espíritu suprapersonal, última realidad espiritual dentro y más all del universo. Los
budistas, al igual que los hinduis- tas, creen en la realidad de las sucesivas encarnaciones, pero,
al contrario de hínduístas y prosélitos de las religiones occi-dentales, sostienen que el
elemento inmaterial que enlaza las sucesivas vidas encarnadas no es un alma; los budistas con-
ciben dicho lazo como un macizo conjunto de estados psicoló- gicos generado por el deseo y
creador de una cuenta corriente ética heredada de una a otra existencia, a menos y hasta que
se borre el débito de la cuenta. Los budistas también sostie- nen que tal cuenta puede saldarse
mediante el efecto acumu- lativo de la buena conducta, en una serie de existencias, y que, una
vez saldadas por completo las deudas del karma, hayvía libre para salir al Nirvana, cúlmine de
las encarnaciones.

Nuestra reseña ha revelado que el espectro de conceptos de lo ultraterreno i?e carece de


amplitud y variedad. En un extremo, I-allamos la creencia en la reencarnación o en una serie de
reencarnaciones. En el extremo opuesto, la creencia en que la muerte supone la extinción de la
personalidad humana.

Tanto en el mundo Occidental de hoy como en la intelli~ gentsia contemporánea del resto del
mundo, hay adherentes a cada una de esas concepciones extremas. Una mayoría de la actual
generación aún adhiere a una u otra de las grandes religiones históricas regionales, y otros
representantes de dicha mayoría se aferran a sus r-redos ancestrales con tanto fervor y
sinceridad como sus ascendientes. Hay otros cuya,adhesión no pasa de ser nominal; en el
fondo de su corazón, creen que al morir su personalidad quedará extinta; y el número de
quienes comparten esta convicción va en aumento. La pérdida de las creencias tradicionales en
lo ultraterreno es un hecho reciente. Aun ' en el mundo occidental, la incredulidad era
excepcional hasta la segunda mitad del siglo xix de la Era Cristiana. Hasta esa fecha, la mayoría
de los occidentales aún creían en "la resurrección de los cuerpos y la vida eterna".

A partir de 1914, la civilización occidental ha padecido ma- nifiestas alteraciones. La mala


conducción de los asuntos públicos ha sido consecuencia del desorden contemporáneo que
impera en la mente y el corazón de los miembros de la sociedad occidental, y tal desorden sin
duda es consecuencia de la abrumadora revolución espiritual padecida por el hom- bre de
Occidente durante el anterior medio siglo. Durante los quince siglos precedentes, la mayor
parte de los occidentales había creído en la verdad de los enunciados de la Iglesia Cristiana con
respecto a la vida ultraterrena. Tales enuncia- dos ofrecen respuestas positivas a los
formidables interro- gantes que la mente humana se hace sobre el destino humano, y tales
respuestas son espiritualmente reconfortantes para quie- nes las respuestas dogmáticas y
tradicionales resultan convin- centes.

Los seres humanos tienen ideales espirituales que trascíen- den el nivel medio de sus
actitudes espirituales. Tienen inte- reses y objetivos que trascienden aun la cima a que pueden
aspirar todos los afanes de una vida humana. Cada ser huma- no parece participar de un
mundo que es más grande, en todo el sentido de la palabra, que el efímero destello de
espacio-tiempo :-- que transcurre su vida fugaz y atribulada sobre la tierra. La doctrina cristiana
-y asimismo la judaica y la isl - mica- le aseguran al ser humano que el mundo en que se
encuentra no se limita a las fronteras físicas, mentales y tem-porales impuestas por el lapso de
la vida humana, sino que se corresponde espiritualmente con la potencialidad espiritual del
hombre. Tal garantía elimina la incompatibilidad entre la potencialidad y la capacidad real, tan
agobiadora para los seres humanos que creen que la existencia se limita a la vida terrena, que
se desarrolla en condiciones manifiestamente insatisfac- torias.

La creencia en la sobrervivencia de la personalidad humana después de la muerte colabora


además para reforzar el sentido innato de responsabilidad de una persona hacia su conducta
en la vida terrena, si tal creencia va acompañada por la con- vicción de que somos enjuiciados
post-mortem; ambas creencias se hallan estrechamente vinculadas en las doctrinas del
zoroas- trismo, del judaísmo farisaico, del cristianismo, del Islam, así como en el culto
de Osíris de la religión del Egipto faraónico, m s antigua que éstas. El devoto de
cualquiera de estas cinco religiones cree que su conducta en la vida terrena ha de
deci- dir su destino ultraterreno para la eternidad. Tal creencia suscita en él esperanzas
y temores que acaso lo estimulen para dominar las pasiones y resistir las tentaciones
que acechan a todo ser humano a su paso por la tierra.

En tercer lugar, la creencia en la inmortalidad de la perso- nalidad humana otor consuelo a


quienes han sido despojados de la compañía de un ser humano en la tierra. La angustia dela
separación resulta mitigada por la seguridad de que. la des- pedida impuesta por la muerte es
sólo temporaria. El sobre- viviente anhela volver a unirse al ser amado para siempre, en un
modo de existencia más feliz que la vida terrenal. La vida después de la muerte, al contrario de
ésta, no ligar a dos
humanos mediante el vulnerable vínculo del amor para luego separarlos cruelmente,
llev ndose a uno y dejando al otro con vida. De acuerdo con la doctrina cristiana, el dolor de la
separación es una de las pruebas temporarias que la criatura humana debe padecer en la
tierra.

Tales artículos de fe cristiana fueron los cimientos espiri-tuales de la vida terrenal de


losascendientes de la actual gene- ración de occidentales. Pero muchos representantes de
dicha generación @arecen de tales cimientos. Ya no creen en la vida eterna, y a lortiori no
creen en la resurrección de los cuerpos. La credulidad y la incredulidad no pueden dominarse
volun-tariamente. Una creencia reconfortante no puede mantenerse o asurnirse
deliberadamente si ha dejado de ser compatible con la Weltanschauung general del que antes
la cornpartía. Por lo demás, si un cambio revolucionario operado en la Wel-tanschauung
predominante hace perimir una creencia tradicio- nal, no hay garantías de que el consecuente
vacío del espíritu sea colmado por una nueva creencia que cumpla la misma función espiritual
que cumplía esa creencia tradicional que ya dejó de ser aceptable.
En el aíío 1975 después de Cristo hay cada vez más occi- dentales que viven en medio de un
vacío espiritual. El des-consuelo y la consternación de los actuales herederos de la civilización
de Occidente bastan y sobran como testimonio de la crisis padecida hoy día por el mundo
occidental.

Expectativas fundadas en los diversos conceptos


de lo ultraterreno

Para quienes creen que la muerte conlleva la extinción de la personalidad del que la padece,
la secuela a la muerte no se presenta en forma de alternativas diversas. Tampoco hay
alternativa para quienes piensan que la muerte implica la reabsorción de una personalidad
temporariamente separada por parte de una realidad espiritual atemporal que es una con-
traparte -aunque de modo diferente- de la realidad física que es uno de los componentes del
ser humano mientras éste vive sobre la tierra. El concepto de Nirvana es enigm - tico; para el
no budista es difícil resolver si el Nirvana supone la extinción de la identidad personal o la,
supervivencia de ésta bajo una forma purificada en la que se ha liberado de todo tipo de
deseo. No obstante, el concepto de vida después de la muerte que incluye al Nirvana también
incluye una va- riedad de expectativas; y, también incluyen@na variedad de expectativas todas
las versiones de lo ultratefteno según las cuales la personalidad del muerto sobrevive a
la@erte física y a la subsecuente corrupción del cadáver.

En el credo budista, además' del Nirvana, se prese@ta la alternativa de una recurrencia


potencialmente infinita de een- carnaciones. Tal recurrencía, se cree, es autom tica e inevitable
a menos y hasta que el ser humano, en alguna de sus existen-cias psicosom ticas sobre la
tierra, salde la cuenta de su karma y efimine el deseo que lo condena a sucesivos nacimientos.
El concepto budista de karma no sólo es más creíble sino más ético que el concepto
agustiniano de la predestinación, en el cristianismo. Según esta extraña y asombrosa variante
del credo cristiano, toda criatura humana ya tiene asignado de antemano un sitial en el Infierno
o en el Paraíso, por decisión de un Dios omnipotente que distribuye júbilos y angustias de
ultratumba con toda arbitrariedad, o al menos de modo humanamente inescrutable. El karma
budista, por el contra- rio, no es impuesto al ser humano por un poder externo e inapelable, y
su incidencia no es arbitraria. Cada uno genera su propio karma. Es el débito residual de la
cuenta ética que el ser humano genera mientras vive, y esa cuenta puede ser, y ha de ser,
modificada por la conducta de su titular, para mejor o peor. Aunque es difícil, éste tiene la
posibilidad de saldarla por completo, con lo cual al;rir las puertas para una salida definitiva de
la vida mundana y psicosom tica e ingresar al Nirvana.

En el concepto budista de lo ultraterreno, la creencia en el karma se vincula a una creencia


en la reencarnación, pero ambas creencias no son necesariamente inseparables. Se puede
creer en la incidencia del karma y también, sin incompatibi- lidad, que el ser humano sólo vive
una vida psicosom tica. La creencia en el karma tampoco es incompatible con la idea de que la
personalidad humana sobrevive a la muerte y que después de ésta ha de ser juzgada por una
autoridad ajena que se encargar de castigarla o recompensarla de acuerdo con el veredicto del
juez. Si uno comparte estos puntos, ajenos al budismo, el estado de cuentas del karma de una
persona al fin de una vida única e irrepetible tendr suma importancia, pues ha de ser el
testimonio más importante sobre el que se base el veredicto del juez. El karma es irrelevante
sólo si se cree que el ser humano está destinado al Cielo o al Infierno de antemano, sin que
importe el balance entre su buena y mala conducta en su vida o en su serie de vidas.
La creencia en la reencarnación no ha sido muy habitual. Sin embargo, alrededor del año 500
a.C., tal creencia se pro- pagó, reconocida como verdad manifiesta, no sólo por obra del Buda
sino también -lo cual acaso es más lógico- de sus opositores hinduistas, quienes, al contrario
del Buda, creían que el alma humana es una realidad y no una mera ilusión producida por una
interpretación errónea del auténtico fenó- meno de la vida psíquica. Hacia la misma época,
idéntica creencia sostuvieron, en el mundo griego, los filósofos de la escuela pitagórica y los
practicantes de los rituales órficos. En Occidente, la doctrina de la reencarnación jamás logró
mayor difusión, y no sobrevivió a la masiva conversión de los pue- blos al cristianismo y al Isl m;
en la India y en el Asia orien- tal, tal creencia es aún uno de los principios explícitos y
fundamentales del budismo y el hinduismo.

La creencia en la reencarnación quiza se haya difundido más en sus formas implícitas. En


muchas sociedades se observa la costumbre de darle a un niño el nombre de uno de sus
abuelos, y acaso esta práctica implique que se piensa que el niño es la reencarnación del
abuelo cuyo nombre recibe. La creencia explícita en la reencarnación, empero, sólo se ha co-
nocido en dos lugares: en el mundo griego precrístiano y premusulm n y en el Lejano Oriente.
La semejanza entre la doctrina de la metempsicosis de los budistas e hinduistas y la de los
órfico-pitagóricos es tan estrecha que parece improbable que sea fortuita.

Las dos ubicaciones de dicha creencia son geogr ficamente remotas, y alrededor del 500 a.C.
los medios de comunicación entre ambas eran escasos. Acaso uno de los conductores haya
sido el Primer Imperio Persa, pues, hacia esta fecha, ese imperio incluía tanto la franja
occidental del subcontinente indio como la franja oriental del mundo griego contempor - neo,
incluida la isla de Samos, cuna y hogar de Pit goras antes de su migración a la ciudad-estado
Crotona, en las co- lonias griegas del sur de Italia. El gobierno imperial persa tomó, en sus
inicios, algunas medidas para mejorar el sistema de comunicaciones. Construyó carreteras de
troncos cada tanto equipadas con caballos de refresco, y abrió canales de agua que
comunicaban el Indo y sus tributarios con el bajo Nílo, via el Océano Indico y el Mar Rojo.

De todos modos, quiza sea lo más probable que la doctrina de la reencarnación haya llegado
tanto al sudoeste de Europa cuanto a la India a través de una Vólkerwanderung de pasto- res
n<5mades que, en los siglos viii y vii a.C., irrumpieron desde la estepa de Eurasia en la cuenca
de Indo, dirigiéndose al sudeste, y desde Tra@ia, dirigiéndose haci:fel sudoeste. Hoy día, entre
los habitantes prerrusos'de Siberia, prevalece la creencia en que las almas de sus tharn n'es
(medicine-men) pueden dejar, y de hecho dejan, sus cuerpos y luego regresan a ellos, siempre
en el término de la misma existencia. Tal creencia no es idéntica a la creencia en la
reencarnación des- pués de la muerte, pero pudo haberla generado, y parece probable que, en
Asia del norte, las creencias y pr cticas del chamanismo,actual sean antiquísimas. El historiador
'griego Herodoto, en el siglo v a.C., nos refiere que Aristeas @iuda- dano de la ciudad-estado
colonial proconeso, en la costa asi - tica del Mar de M rmara, que había visitado la estepa de
Eurasia y había escrito un poema sobre sus habitantes nó- mades- desapareció y reapareció
dos veces y que, mucho después de su segunda desaparición, reapareció no en su ciu- dad
natal, sino en otra distante ciudad-"tado de las colonias griegas, Metaponto, en'la costa del
sudeste de Italia. Hero- doto refiere además la historia de Zalmoxis@ espíritu honrado por los
getas, pueblo nómade de Eurasia, que frecuentaba lo que es hoy en día Valaquia. De acuerdo
con esta historia, Zal- moxis, originalmente había sido un esclavo humano y un dis- cípulo de
Pit goras en Samos, y después se las había com- puesto para que la gente de su tribu, los getas,
creyeran que él había muerto y resucitado a los cuatro años.

Para los budistas, la reencarnación perpetua es la perspec- tíva que se ofrece hasta el definitivo
ingreso al Nirvana. Otro par de hipotéticas alternativas 'post-mortem, mencionadas en el
capítulo precedente, es el confinamiento, normalmente au- tom tico, del. mu rto en el reino de
Hades o, al Seol, y el excepcional traslado de un ser humano con vida al Elíseo, al
Olimpo, o al Cielo.

La característica de este segundo par de alternativas (la cual las distingue de las que ofrece el
budismo) es que, en este caso, quienes son destinados a un sitio determinado des- pués de la
muerte, ya sea grato o desagradable, no tienen el poder de influir, y mucho menos de decidir,
sobre semejante destino mediante su conducta en la vida. La eterna morada de todos, a
excepción de unos pocos elegidos, es sórdida; la vida que llevan en su interior es sombría y
execrable, deploran el destino que les tocó en suerte, y, aunque sea mejor que cuanto puedan
merecer los malvados, es por cierto peor a cuanto sea digno de los buenos. La sombra de
Aquiles, evidentemente, habla en nombre de todos sus compañeros del Hades cuando
pronuncia las invectivas contra su condición al dialogar con Odiseo, que aún no ha muerto. El
esc ndalo se acentúa de- bido al extremo contraste entre el triste reino de ultratumba del
Hades y la dicha ultraterrena del Elíseo; para colmo, los pocos que, sin haber muerto, son
transportados al Elíseo, nada han hecho para merecer tan buena fortuna. Ya hemos men-
cíonado que Menelao fue destinado al Elíseo por la sola razón de ser el yerno de Zeus. En
cuanto a Enoc, que "caminaba con Dios, y estaba ausente, pues Dios 10 llevaba", puede leerse
entre líneas que al igual que Menelao, antes debía su buena fortuna a una "relación especial"
que a algún mérito especial de su parte.

Que los seres humanos sean ' predestinados, antes de nacer, ya al Cielo o al Infierno,
principio distintivo del cristianismo agustiniano, también es poco ético. Con el objeto de
confor-mar a la ortodoxia cristiana, el agustinismo se ve obligado a declarar que los muertos
son juzgados antes de que se les envíe a los destinos previstos para ellos con antelación; pero
es obvio que tal juicio es sólo una formalidad y que tal vere- dicto es una farsa; pues, de
acuerdo con la doctrina agustiniana, el ser humano no ha actuado con libertad antes de morir.
Por malos o buenos que hayan sido, sus actos no le pertenecen; ha sido un autómata., y las
acciones que lo salvan o lo pierden en realidad no son propias; han sido los actos de la
divinidad que tiraba de las cuerdas que determinaban los movimientos
de esta marioneta de Dios Todopoderoso.

En el Egipto faraónico, en la época del Imperio Antiguo, se creía, según hemos dicho, que el
ser humano disponía de la facultad de asegurarse la inmortalidad en una apetecible ultra-
tumba, a condición de que dispusiera de suficientes riquezas como para proveer a la
edificación del sepulcro, a la momifi-cación de su cadáver, al tallado de su estatua y la
consecuente animación mediante ritos m gicos, y la manutención de sa- cerdotes que le
consagraran ceremonias litúrgicas y perpetua- mente le ofrendaran alimentos y bebida a la
momia. El Fa- raón también podía otorgar a los miembros más cercanos y queridos de su
familia, así como a su corte y servidumbre, los medios para asegurarse la inmortalidad en
compañía de su soberano. También en este caso se trata de un privilegio poco ético y nada
equitativo, que eventualmente provocó agitacio- nes contrarias. El régimen del Imperio
Antiguo fue derro-cado por una revolución política y social; los procedimientos para asegurarse
la inmortalidad, originalmente monopolizados por el Faraón y sus favoritos, fueron
paulatinamente acce@.i-bles a todos los súbditos del Faraón, al requerir medios menos
elaborados y costosos; el logro de la inmortalidad en una jubi-losa morada ultraterrena pasó a
depender del mérito y no del favoritismo.

El primer testimonio de que disponemos, en cuanto a la creencia en un juicio de los muertos y


su eventual envío al Paraíso o al Infierno según el veredicto, proviene de Egipto- el juicio post-
mortem entablado por el dios de los muertos', Osiris. Si el veredicto era favorable, el muerto
iba a Kenta- mentiu, un paraíso terrenal hacia el oeste, o, según otra concepción, iba al paraíso
del subrnundo de Osiris, donde los muertos justos compartían la presencia del dios. Osiris des-
etnpeiíaba-el triple papel de juez imparcial, salvador benevo- lente y divino patrón de la hueste
de almas justas que recibían eterno domicilio en su paraíso.

Cuando se creía que el destino y la morada de los muertos eran decididos según los méritos o
deméritos realizados en vida, los vivos debían afrontar la perspectiva de un eventual castigo o
recompensa, y la esperanza de ser admitido en el Paraíso debía alternar con el temor de ser
recluido en el In- fierno. Pero alrededor del afío 500 a.C., cuando tanto en la India como en
Grecia se había propagado la creencia en la reen-carnación, también se difundió,
simult neamente, la incom- patible creencia en un juicio post-mortem de cuyo resultado
dependía que uno ganara el Paraíso o las tribulaciones del Infierno. La descripción griega del
Elíseo se asemeja a la des-cripción egipcia del Kentamentiu. Podemos conjeturar que los
griegos tomaron tal descripción de los egipcios, y también que los griegos seguían a los
egipcios cuando dieron en creer que la admisión al Elíseo era una recompensa al mérito y no
un privilegio arbitrariamente conferido por la divinidad.

En la pintura que los egipcios hacían de sus. expectativas, el acceso de los justos al Paraíso
ocupa un espacio mayor que la reclusión de los réprobos en el Infierno. En la pintura griega,
por el contrario, los suplidos infernales son gr fica- mente ejemplificados mediante la
descripción cle los destinos de ciertos pecadores míticos. Los etruscos retonwon este cuadro y
lo pintaron con colores aun más c rdenos; y uno de los atractivos de la doctrina epicúrea, según
la cual la muerte conlleva la extinción de la personalidad, residía en que tal
creenda liberaba a los vivos del temor de que la muerte les reservara un destino similar a la de
los legendarios Titión, Ixión, T ntalo, Sísifo y las Danaides.

Es un hecho histórico cierto que las comunicaciones entre la cuenca egea y Egipto, que habían
sido interrumpidas en el Egeo durante la edad oscura postmicó-iica, fueron r@ciadas
en el siglo viii a.C., lo que hace probable que las descripciones posthoméricas del Infierno y el
Paraíso, en Greda, se deri-varan de las egipcias. Osiris, el juez de los muertos, tuvo su
contraparte griega en Radamanto. Entretanto, hacia el afío ó00 a.C., el profeta iranio Zaratustra
(Zoroastro), fundador de la religión que lleva su nombre, había introducido la idea de un "Juicio
Final", en el que todos los seres humanos, tanto los que entonces vivían como los que ya
habían muerto, iban a ser simult neamente juzgados por un juez que acudiría en
representad¨>n del buen dios Ahura Mazda. Tal acontecimien- to cerraría el período vigente de
la historia del mundo, du- rante el cual éste es el campo de batalla donde luchan Ahura Mazda
y su adversario, el dios malo Angra Mainyush. Según se creía, Ahura Mazda alcanzaría
eventualmente la V'lcton'a. Mientras tanto, era deber de todo ser humano pelear en las filas de
Ahura Mazda, para propiciar el triunfo del bien. Cuan-do la guerra entre el bien y el mal llegara
a su predestinado conclusión, todos los seres humanos, vivos o muertos, serían puestos a
prueba mediante una ordalía: la de cruzar un puente estrecho; los justos triunfarían en la
empresa, los perversos se precipitarían, para su perdición, a un mar de metal fundido.

El concepto zoro strico de un juicio universal al fin de una (Spoca de la historia del mundo
difiere del concepto egipcio del juicio de cada individuo inmediatamente después de la muerte;
y, aunque el concepto zoro strico es el más joven de los dos, no hay pruebas de que provenga
del egipcio, ni perece probable que sea así. Al parecer, Zaratustra vivió y predicó en alguna
zona de lo que hoy es el Asia Central So- viética, en una fecha previa a la incorporación de esta
región y de Egipto al Primer Imperio Persa. Parece difícil que antes de ello hubiera algún
contacto entre Egipto y el Asia Central. Por lo demás, es cierto que el concepto zoro strico de
"las últimas Cosas" influyó, y eventualmente subvirtió, la concep- ción hebraica del trasmundo.
Es posible que el zoroastrismo haya comenzado a influir sobre el judaísmo en una fecha tan
temprana como el 539 a.C., año en que la totalidad del Imperio neobabilónico fue ane-xado al
Primer Imperio Persa. Palestina era, por ese entonces, parte del Imperio neobabilónico, y los
exiliados judíos que regresaron a Palestina, así como los que permanecieron en Babilonia,
quedaron expuestos a la influencia del zoroastrismo después que los persas conquistaron el
Asia Central, campo de acción de Zaratustra. Dicha influencia zoro strica no cesó con la caída
del Primer Imperio Persa; éste fue sucesivamente reemplazado por dos gobiernos griegos,
sucesores del Imperio\Persa: la monarquía de los Ptolomeos, a la muette de Ale-jandro Magno
en 323 a.C., y la monarquía Seléucida, que en 198 a.C. le arrebató Palestina a los ptolemaicos.
La influencia zoro strica en la concepci ón judía de lo ultraterreno se hizo manifiesta después
del 1ó8 a.C., año en que el rey séléudda Antíoco IV Epifanes comenzó a perseguir el judaísmo
enPalestina.

Hasta entonces, la mayor parte de los judíos creía, al pare-cer, que tanto los rectos como los
perversos al morir eran confinados en el Seol. Aún no habían adoptado la creencia zoro strica
en una masiva resurrección corporal de los muer- tos, en un futuro Día del Juicio. Los judíos, sin
embargo, habían hallado una compensación psicológica a su deportación temporaria a
Babilonia y su consiguiente fracaso para recon- quistar la independencia política. Habían
llegado a creer que su dios, Jehov , no sólo les iba a devolver la independencia sino a
transformarlos en amos de un imperio mundial seme- jante al Primer Imperio Persa, mediante
la participación de un rey ungido (o sea, ritualmente legítimo). El anónimo pro- feta hebreo del
siglo vi a.C. a quien los modernos eruditoshan bautizado "Deutero-I saías", designó para esta
función al fundador iranio del Primer Imperio Persa, Ciro II. más tarde, los judíos dieron en
creer que el rey ungido (el mesías) que había de oficiar de agente de jehov para otorgar a los
judíos el imperio del mundo sería un v stago de la Casa de David.

El movimiento de resistencia contra el régimen griego se- léucida que comenz<S en 1óó a.C.
dio inmediatez a la esperanzamesi nica. El mesías había de aparecer en Palestina e inau- gurar
un imperio hebreo en este mundo, que duraría un millar de años. Este milenio sería una edad
dorada, y por lo tanto parecía intolerable que los m rtires judíos que habían dado la vida para
colaborar en su advenimiento fueran excluidos de toda participación, precisamente por el
hecho de que habían dado la vida y ya estaban muertos. Consecuentemente' se creyó que los
muertos judíos víctimas de la persecución de Antíoco IV, y, por extensión, todos los justos de
pretéritas generaciones judías, resucitarían para poder participar del triunfo del pueblo hebreo.
Dado que el imperio del mesías había de ser un imperio terrenal, los muertos judíos resuci-
tados debían emerger del Seoi bajo una forma corpórea.

Esta expectativa de la resurrección corporal de un pequeflo grupo de judíos justos no


implicaba la idea de inmortalidad. El mismo mesías había de morir (según algunas versiones,
en combate y no de muerte natural). Los tn rtires resucitados mo- rirían según las
prescripciones de la naturaleza, una vez que hu- bieran tomado parte en la inauguración del
imperio milenario.

La inmortalidad, al igual que la resurrección de los cuerpos, el juicio Final y el envío de los
justos al Cielo y de los ré-probos al Infierno, vino a integrar, eventualmente, la expec-tativa de
los fariseos, una secta que transformó el judaísmo mediante el añadido de una tradición
mosaica, pretendidamen-te auténtica y conservada por la transmisión oral, a la Ley Mosaica
escrita (la Torah). En esta ampliación de los credos judíos introducida por los fariseos, tanto el
espect culo del Juicio Final cuanto la ejecución de los veredictos en él pro- nunciados derivan
sin duda del zoroastrismo.. Si el cuadro zoro strico no hubiese presentado un Juicio Final,
parece im-probable que los fariseos hubieran llegado a delinearlo inde-pendíentemente. La
creencia en la resurrección de los m rtires judíos del siglo ii a.C. era un caso muy especial, y no
hay nada en la tradición judía originaria que pudiera sugerir la extensión
de un caso especial a todos los judíos y aun a los gentiles.

Los saduceos, que configuraban el establishment eclesi stico y político del estado judío,
reconstituido entre los años 1óó a 129 a.C., negaron la autenticidad, y por tanto la autoridad,
de la ley oral de los fariseos. Como los samaritanos, los sa- duceos sólo en la escritura de la
Torah reconocían'la palabra genuina e imperiosa de jehov . Como la Torah no incluía ninguna
mención a la resurrección de los cuerpos, los saduceos rechazaron este artículo de la fe judío-
farisaica. ste sólo se transformó en parte obligatoria de la doctrina judía ortodoxa después de
la guerra romano-judía del óó al 70 d.C. Los sa-duceos no sobrevivieron a este desastre, pero
los fariseos sí; por lo tanto, a partir de esa fecha, el judaísmo farisaico ha sido
indiscutiblemente la forma ortodoxa del judaísmo. En consecuencia, la imagen zoro strica de
"las intimas Cosas" hoy está incorporada tanto a la doctrina ortodoxa del judafs-
mo como a las dos religiones hijas del judaísmo, la cristiana y la musulmana.

El espect culo del Juicio Final y de la subsecuente agonía de los réprobos en el Infierno y del
júbilo de los beatos en el Cielo es a tal punto dram tico y majestuoso que ha producido un
perdurable efecto en la mente y el corazón de los hombres. Con trazo vigoroso, ejemplifican
ese efecto el Apocalipsis, el Cor n y la Divina Commedia de Dante. Los zoro strícos su- ponen
que el actual orden cósmico aún durar varios millares de años; la primera generación de
cristianos suponía que el juicio Final era inminente; y la decepción que los cristianos sufrieron
durante seis centurias no fue óbice para que el Pro-feta Mahoma esgrimiera, a su vez, la
inminencia del -advení-miento del juicio Final. De hecho, ésta fue una de sus armas principales
durante su campaña proselitista para la conversión al Islam de la mayoría pagana de los
campesinos rabes.

En épocas de Mahoma, el zoroastrismo, el judaísmo y el cristianismo ya habían ganado


adeptos en todas las fronteras de Arabia, preparando de tal modo el terreno para las prédi- cas
del Profeta. Durante los primeros siglos de la Cristian- dad, el zoroastrismo fue la principal
religión del Ir n, al este del campo de acción de la Iglesia Cristiana, mientras que al oeste, la
civilización y religión del Egipto faraónico, con su doctrina de un juicio individual
inmediatamente después de la muerte, aún tenía vigencia y se difundía, al igual que el
cristianismo, por la cuenca mediterr nea. La concepción egip- cia de un juicio post-mortem, así
como la concepción zoro s- trica, se transformaron pues en parte integrante del cuerpo
doctrinas del cristianismo.

Previamente hemos subrayado que la concepción de los egip- cios y la de los zoro stricos, en
cuanto al juicio de lor, muertos, no son compatibles entre sí; pero la adopción de creencias in-
compatibles es probable en un campo de investigación donde las lúpótesis no son verificables
mediante la observación o el experimento, y la teología, en contraste con las ciencias natu-
rales, es un campo de esta especie. Si la creencia egipcia en un juicio individual
inmediatamente posterior a la muerte no hubiese sido íncorporada a la doctrina del
cristianismo, ni el Cielo ni el Infierno habrían estado listos para recibir, en época de Dinte, a
santos y pmadores; la visión del florentino habría sido. prematura, pues aún no había sonado la
Trompeta apo-calfptica.

Hoy día, la creencia en la resurrección de los muertos es oficialmente obligatorio para los
zoro stricos, los judíos, los cristianos, los musulmanes, los hinduistas y los budistas; y estas seis
religiones aún disponen, en conjunto, de la adhesión de una gran mayoría de la humanidad. La
enseñanza de las cuatro primeras es que un ser humano sólo vive una vida, que su alma
desencamada sobrevive a la muerte, y que en una fecha futura e impredecible, todas las almas
volver n a encar- narse para someterse al Juicio Final, y, según el veredicto, gozar de la
exaltación física del Paraíso o de los tormentos físicos del Infierno. La enseiíanza del hinduismo
y el budismo es que el alma (o, como diría un budista, la cuenta de un karma sin saldar) renace
en forma psicosom tica no una sino innútneras veces. Según el budismo, la cadena de,
renacirnien- tos sólo puede cerrarse sí, en una de las tantas reencarnaciones psicosom ticas, se
saldan cuentas para permitir el ingreso al Nirvaba. El hinduismo no ofrece esta salida. De
acuerdo con el hinduismo, las reencarnaciones prosiguen por lo menos mientras dure el
presente período cósmico (Kalpa), y la cala temporal de la cosmología hinduista es tan vasta
como la de la astronomía moderna.

Es natural que quienes piensan que el ser humano vive y muere una sola vez tengan miedo de
la muerte. Para ellos, la muerte es un viaje compulsivo desde un mundo familiar hacia un
destino ignorado, que acaso consista en la extinción total o bien en un trasmundo sombrío sin
júbilo ni dolor, pero lóbrego. También puede suceder que haya un juicio que envíe la
personalidad sobreviviente o bien al Paraíso o bien al Infierno. Para quienes creen en la
reencarnación, la muerte cumple otra finalidad. Para ellos, al borde de la muerte se extiende
un panorama de reiteradas encarnaciones en la forma psicosom tica que les es familiar. Este
panorama hace que la muerte sea menos aterradora, pero el terror a la muerte es
reemplazado por una renuencia a renacer una y otra vez para someterse a una monótona serie
de vi&s dolorosas. Para medir los alcance! de este temor, basta comprobar la inten- sidad y
austeridad de los ejercicios espirituales realizados por un budista devoto y practicante con ¨l
propósito de hurtarse a la penosa ronda de @stencias y alcanzar la serenidad atem- poral del
Nirvana..

Es difícil creer en la reencarnación de los muertos, 1 @ea que ésta deba suceder una sola vez
o reiteradamente. in- tmsado que tenga ciertos conocimientos de q@ca org nica moderna
y de las 'investigaciones psfquicu modernas, le ser m s f cil creer que, si la secuela de li muerte
no es la extin- ción de la personalidad, dicha personalidad viva desencarnada.

La creencia en los espffitus de nados data de muy an- tiguo y está muy difúñdida. Ya hemos
mencionado que el poeta cl sico Hesíodo, que e"bió hada el 700 .C., presenta a su "Raza de
Oro" sobreviviendo en forma incorpórea luego de haberse extinguido psicosom ticamente. Tal
=mcia en la supervivencia de las almas desencarnadas era normal en el mundo griego
precristíano. Tanto el Hades como el @ se volvieron obsoletos, y el nuevo concepto de
resurrección de los muertos resultaba un desatino para la audiencia ateníen- se de San Pablo:
"Cuando oyeron de la resurrección de los muertos, algunos se. burlaron, y otros dijeron:
'Volveremos a hablar sobre el asunto"'. La segunda réplica, obviamente, era un modo cortés de
poner fin a la @ón. Por lo que se sabe, Pablo obtuvo muy pocos prosélitos en Atenas.

Grados de interés en lo ultraterreno


Los grados de interés no son menos diversos que las con- cepciones y expectativas. La
"superficie" consciente de la psique humana es individual, y tal individualidad genera una
preocupación en cuanto al destino del individuo después de la muerte, además del deseo de la
supervivencia post-mortem de la personalidad. La conciencia hace del hombre la más indí-
vidualista de las especies de seres vivientes que se conocen. Sin embargo, el hombre es
también un animal social. si hu- biese sido un solitario, no habría sobrevivido al descender de
sus refugios arbóreos para competir, al nivel del suelo, con animales más fuertes, más veloces y
mejor armados y prote- gidos. Si el hombre perdiera su capacidad de cooperación social, por
cierto que no podría sobrevivir a la actual etapa de su historia. La sociabilidad del hombre es
un rasgo inaliena-ble de la naturaleza humana, lo que genera en él cierto af n por la
supervivencia de su familia, de su comunidad y de su especie.

Este af n altruista por la colectividad, que trasciende al ser humano individual, se revela en
la voluntad que demuestran los padres para sacrificarse por sus hijos, y en la voluntad que
demuestran los soldados para sacrificarse por los intereses de su patria. La d diva que Abraham
pretende de Dios no es la inmortalidad personal, sino una progeme en cuyo número pue- ,da
pervivir la raza de Abraham durante siglos, aún después de la muerte de Abraham. También
ésta es una forma de in- mortalidad, pero en lugar de ser individual, es colectiva. Ade- m s, esta
forma de inmortalidad es el fin que persigue la vida en la biosfera. Si es legítimo personificar
metafóricamente a la vida, podemos decir que su preocupación principal es la de perpetuar
una especie, y, para tal propósito, no vacilar en sacrificar las vidas de los especímenes
individuales. Los espe- címenes pueden inmolarse, la especie no.

Cuando el hombre siente, piensa y actúa como animal so- dal, la preocupación del individuo
por lo que le ocurra des- pués de su muerte es mínima. La actitud que el Génesis le atribuye a
Abraham es una expresión de la preocupación de Israel por el futuro de su pueblo en esta vida,
una vida con- tinua y colectiva que pasa de una efímera generación a la otra.

En el siglo viii a.C., los profetas de Israel y jud comenzaron a tratar de formularse una relación
personal y directa entre el profeta como individuo y su dios; el Deutero-Isaías, sin em- bargo,
que escribe en el siglo vi a.C., deja que el arbitrio de sus lectores decida si el "siervo paciente"
que él retrata es un individuo o es la comunidad judía.

El Buda, un coet neo más joven del Deutero-Isaías, sí se apartó de su comunidad ancestral;
repudió su derecho a la corona paterna; abandonó a su mujer e hijo; halló el modo de liberarse
de la penosa cadena de encarnaciones recurrentes; y le indicó la senda a otros seres sensibles.
La defensa de los derechos riel individuo contra los de la comunidad planteada por el Buda era
radical y revolucionaria. No obstante, como ya hemos señalado, no queda claro si los budistas
creen que la personalidad individual sobrevive o no a la extinción de todos los deseos, único
modo de ingresar al Nirvana. Además, el Buda repudió su comunidad ancestral sólo para crear
una nueva comunidad, la orden mon stico budista (Sangha), y tal comunidad de monjes
budistas no es socialmente aut rquico. Es una minoría que para vivir depende de las limosnas
de una mayoría, y esta mayoría laica de feligreses es una comunidad de tipo tradicional. La
experiencia del budismo ejemplifica hasta qué punto influye sobre el hombre su interés por la
colectividad; la rebelión del individuo contra la comunidad no se dio en todo su vigor sino hasta
hace unos 2.500 años; y, hasta que se dio, la preocupación del individuo por lo ul- traterreno
cedió ante una preocupación más abrumadora: el interés en preservar la comunidad y la raza.

Esta falta de interés por las consecuencias de la muerte, característica de la mentalidad


colectivista del primitivo, tam- bién es distintiva del hombre cuando éste alcanza una etapa de
sofisticación en la que cree que su muerte comporta la ex- tinción de la personalidad. Tal
perspectiva es ultrajante para un ser humano que ha derivado hacia sí mismo la preocupa- ción
que le suscitaba la comunidad. Un ser humano que todo lo ha consagrado a su carrera personal
y al fin cae en la cuenta de que tal carrera concluir con la muerte, muy probablemente apartar
los ojos de perspectiva tan dolorosa para rendirse a una tentación contra la cual tanto el Buda
como los ulteriores visionarios religiosos no han cesado de advertirnos. Un escép-tico
sofisticado perseguir el trofeo del poder, la fortuna y la fama en esta transitoria vida terrenal, y
lo más probable es que se sienta frustrado antes que la muerte tenga tiempo de asestarle el
coup de gr ce.
El interés en lo ultraterreno se intensifica al m@mo en el corazón y el pensamiento de quien
cree en el Nirvana y lucha por alcanzarlo, y en el de-quien cree en un juicio post-mortem, así
corno en el Cielo y el I@iemo, y se esfuerza por asegurarse de que su destino en el trasmundo
se ubique en el Cielo. Es muy probable que las personas cuyas atenciones y esfuerzos se
concentran en la liberación o salvación personal se inflijan a sí mismas numerosos tormentos, o
que sus semejantes se los ahorren transform ndolos en m rtires. En la historia de la Iglesia
Cristiana, la edad del ascetismo se inidó al clausurarse la edad del martirio, cuando el
Emperador Galerio lanzó un edicto en que proclamaba su tolerancia al cristianismo. Hubo una
pausa antes que los cristianos comenzaran a martirizar a los secuaces de los religiones no
cristianas y a las sectas cris- tianas disidentes.

Tanto m rtires como ascetas han sido los archiexponentes del individualismo. Los
indivídualistas mundanos @los con- quistadores y los adalides de la industria- no han hecho
sino seguir por la brecha abierta por los individualistas religiosos en el tradicional int@ humano
por la comunidad. En a his- toria del budismo, la concentración del que procura el Nir- vana,
esforz ndose en la tarea ql se ha impuesto, la de afa- narse por la propia liberación, :e
eventualmente condenada por una escu¨la budista, por tratarse de un af n fundado en el
egoísmo, y se eriii,ó un ideal más sociable en la figura del bodhisattva, un Buda potencial que,
al igual que el mismo Buda histórico, ha pospuesto deliberadamente su ingreso al Nirvana para
ayudar a sus semejantes a alcanzar el Nirvana del que el propio bodhisattva se priva
moment neamente. ¨Acaso la reacción del budismo septentrional contra el bu- <iismo
meridional implica un presagio del futuro? ¨Acaso la humanidad volver a la actitud que suele
adjudic rsela a .Abraham? ¨Acaso el interés por lo ultraterreno perder m- portanda, en el
corazón de las Reneraciones futuras, ante el problema del bienestar, no ya de~l individuo, sino
de la raza humana, cuya supervivencia está en manos de cada individuo, @ lo prescribió la
naturaleza, durante el breve lapso que media entre su nacimiento y su muerte?

Acaso ésta sea la Cuestión más grave que afronta la huma- nidad de nuestros días. Por lo
general, pareciera que los seres humanos seguir n preocup ndose tanto por las
consecuencias de la muerte del individuo como por la supervivencia de la raza. Parece
improbable que una de ambas inquietudes logre eclipsar a la otra.

Podemos preguntarnos si habr una reacción contra el ex- tremado individualismo económico
de los modernos dirigentes industriales, financieros y técnicos de la industria, así como en el
pasado hubo una reacción contra el individualismo religioso de los monjes budistas y los
ascetas cristianos. El inusitado incremento del potencial tecnológico, en las dos últimas cen-
turias, ha alcanzado un nivel tal que puede hacer peligrar la perduración de la raza humana. La
tecnología militar ha pro- ducido armas nucleares; la tecnología civil ha desecado los recursos
naturales e irreemplazables de la biosfera; la tecnolo- gía médica ha originado una explosión
demogr fica al reducir dr sticamente la asa de muertes prematuras antes que la mayor parte de
la humanidad haya comenzado a despedirse del viejo h bito de la infraalimentación. La
biosfera, hoy día, corre peligro de verse superpoblada, contaminada y agotada.

Si Abraham renaciera en el nuevo medio ambiente creado por la Revolución Industrial, no le


pediría a feh<>Y una pro- genie numerosa como las arenas d¨l mar; su interés por la
supervivencia de su raza se limitaría a pedir una progenie qu no excediera la cantidad capaz de
hallar sustento en la bios- fera. El incremento del producto nacional bruto y de la par-
ticipación que en él obtenga el individuo ha sido el principal objetivo del hombre occidental y
de sus émulos no occiden- tales desde las últimas décadas del siglo xviii; ahora parece ceder
ante la búsqueda de estabilidad, que era el principal objetivo en el Egipto Faraónico y en la
China del Imperio. Al parecer, nuestros sucesores deber n habituarse, mediante pe- nosas
experiencias, a consentir una estabilización de la vida económica en un nivel de ingresos
mucho más bajo que el de los cuatro quintos de la población de los Estados Unidos du- rante
los primeros 75 años del siglo xx.

Este nuevo despertar de un interés altruístico en la post ridad podría ser, en sí mismo, un
modo de religión rediviva; pero parece poco probable que sea la única forma. En la na- turaleza
humana, el individualismo, así como la sociabilidad, es innato; y, aunque el individualismo no
descubra una salida económica, es posible que descubra una salida religiosa. La evolución
religiosa, al contrario de la evolución económica no está condenada por naturaleza a límites
materiales imposi- bles de trascender. La comunión de un ser humano con una entidad
suprapersonal y espiritual subyacente y trascendente a todos los fenómenos carece de límites;
y este nuevo despertar de una forma personal de religión va acompañado, al parecer, por un
mayor interés en las consecuencias de la muerte.

Tal interés tiene muchas probabilidades de resurrección y persistencia en la medida en que no


abundar, las posibilidades de que el interrogante suscitado por el destino ultraterreno del
hombre encuentre una respuesta concluyente. En muchas épo- cas y lugares se ha creído que
la supervivencia desencarnada de las personalidades de los muertos era señalada por la expe-
riencia de los vivos. Se ha creído que los muertos y los vivos mantienen cierta comunicación.
No se ha negado que el tipo de'comunicadón establecida entre dos personas viva5 y encar-
nadas cese instant neamente al morir una de ellas, y que a veces cesa antes de su muerte sl,
mientras aún vive física- mente, sufre algún menoscabo de sus facultades mentales o cae en Un
estado de coma. Se cree que el espíritu desencar- nadc> del muerto se comunica con los vivos
y que recibe los mensajes que éstos le dirigen, en modos que, al igual que entre los vivos, quiza
no sean novedosos aunque habitualmente sean confusos. La presunta aunque inverificada
comunicación entre los vivos y los muertos puede darse a través de un médium o bien
directamente, por transmisión del pensamiento y sin que haya contactos físicos de tipo visual o
auditivo. La señora Hey- wood, en este libro, describe algunas de tales experiencias.

Durante los últimos cien años, estos y otros fenómenos físicos han sido estudiados con
objetividad y rigor intelectual a través de las contempor neas investigaciones sobre la natu-
raleza inanimada. La explotación de los niveles subconscientes de la psique humana ha
expuesto ante los investigadores un reino de realidades no materiales'que es, a su modo, vasto
(por utilizar una palabra del vocabulario acuñado para la descripci<sn de modalidades físicas).
En su inmensidad, el campo psíquico de experiencia del psicólogo moderno y del antiguo
cham n se hallan a la par con el campo físico del astrónomo moderno. Este aspecto del interés
humano en la vida después de la muerte es tratado en la Tercera Parte de este libro. Cuando el
lector considere la Tercera Parte, es probable que llegue a la conclusión -así, al menos, lo
espera el autor de la Primera Parte- de que el grado de preocupación por lo ultra- terreno ha
de persistir e incluso ha de aumentar, par passu con un aumento de la preocupación por
asegurar la supervi- vencia de la raza humana en la tierra durante los eones que, según
estimación de los científicos contempor neos, la bios- fera continuar siendo habitable.

Cambios en la atmósfera espiritual

bfientras se redactaban las presentes líneas, el clima mental de la zona occidental y


occident@ada de la humanidad sufría cambios perceptibles, en respuesta a descubrimientos
recientes realizados tanto en el campo físico como psíquico de la inves- tigación científica. Los
rasgos más notorios de este cambio de perspectiva consistían en una mengua de la seguridad
mental, una consecuente :)i adón del dogmatismo y una simult nea expansión del espectro
espiritual. La seguridad espiritual que ahora decaía se había fundado, en épocas anteriores, en
una de dos creencias: la creencia en la infalibilidad de las declara-ciones o escrituras que eran,
según se sostenía, la palabra de Dios, y la creencia en la infalibilidad de la lógica de la razón
humana al nivel consciente de la psique humana. En Occi- dente, la confianza en la razón había
ganado terreno progre-sivamente a costa de la confianza en la revelación, desde las últimas
décadas del siglo xvii de la era cristiana hasta la época en que escribe este autor, y el
incremento de dicha confian-za en la razón había estrechado el campo de posibilidades ofre-
cido a las mentes que aceptaban la lógica como el único y soberano criterio de verdad.

La lógica no puede admitir que dos enunciados, dos creen- cias, x> incluso dos experiencias
sean simult neamente verda- deras si. son contradictorias,, incompatibles, inconsistentes o
incoherentes entre sí. El que piensa por medio de la lógica, cuando enfrenta alternativas
incompatibles, tiene que esco- ger una de ellas, aferr ndose a una para desdeñar a la otra. En la
fecha en que se escribía este libro, comenzaba a sospe- charse que el campo de la lógica, al
igual que el campo de la física newtoniana, no es coextensívo a la totalidad del uni- verso, sino
que es apenas una estrecha franja del campo inte- gral de las experiencias posibles. Se
vislumbraban otras franjas en que dos experiencias incompatibles entre sí podían, sin em-
bargo, ser reconocidas como percepciones de la verdad igual-mente v lidas.

En este sentido, el panorama espiritual postracional se pare- cía al panorama prerracional,


que se había basado en la cre encia en la infalibilidad de cuanto se había supuesto revelación
divina. Ambas perspectivas no racionales admitían que dos fenómenos incompatibles entre sí
podían, y acaso debían, ser aceptados como auténticos. Por otra parte, el panorama post-
racionalista difería tanto del prerracionalista como del racio- nalista por no ser dogm tico. El
pensador postracionalista sigue con fidelidad a la experiencia, sin importarle adonde
ésta lo conduzca, tal como sus predecesores seguían, respecti- vamente, la revelación y la
razón. La experiencia psíquica ilustrada, por ejemplo, por los casos descriptos por la señora
Heywood, conduce a atisbos de posible realidad que el razo-namiento lógico acaso se viera
obligado a rechazar por deluso-rios. Aquí flotados en las "esferas más altas" de experiencia en
las que vuela Coethe al alcanzar el clímax y la conclusión de la segunda parte de su tragedia
Fausto.

"Todo cuanto es transitorio


es apenas una imagen.
Aquí [en una esfera más alta de experiencia]
la imperfección
transformase en un logro.
Aquí se cumple
lo inefable."

Si consideramos tales formas de experiencia con una mente abierta, arrojar n destellos de
luz sobre la inverificable posibi- lidad de vida después de la muerte, preocupación que ha acu-
ciado al hombre desde la fecha ignorada en que nuestros an- cestros despertaron a la
conciencia.
Segunda parte

LA IDEA DEL MAS ALLA:


PASADO Y PRESENTE
CoTTiœ A. BURLAND

SOCIEDADES PRIMITIVAS

El misterio de la muerte siempre estuvo presente para los seres humanos. Nada sabemos de
los pueblos más antiguos y primitivos. Sus pocos huesos dispersos revelan que eran físi-
camente similares a nosotros, pero más all de eso sólo nos queda el misterio. La sepultura más
antigua que conocemos es la de un hombre de Neanderthal, encorvado en una cavidad del
suelo con una pierna de bisonte junto a él. Acaso ésta había de servirle de alimento mientras
viajaba al más all . Los restos de Horno Sapiens hallados en cavernas demuestran que, hace
unos veinte mil años, gente de nuestra misma especie se- pultaba a los muertos en la cueva
que utilizaban como vi- vienda. A menudo había provisiones de comida y acaso de bebida, pero
la evidencia de la muerte había permanecido a la vista hasta que la carne descompuesta
pudiera separarse de los huesos; éstos, entonces, eran pintados con ocre rojo y sepul-tados
con cuidado y en orden. Las sepulturas de Grimaldi, en Monte Carlo, incluían hermosos
brazaletes y una diadema de huesos y conchillas. A los muertos se los vestía para su nueva
vida. Hay, por lo tanto, pruebas de que nuestros lejanos ancestros esperaban una vida después
de la muerte. Esas prue- bas son sólo de orden material.

Los últimos cazadores primitivos han sido reunidos en cam-pos y reservacíones. Algunas
tribus se han extinguido sin dejar descendencia. Pero, afortunadamente, muchos de sus mitos
han sobrevivido y se han registrado sus h bitos fune rarios, de modo que disponemos de algún
dato sobre lo que pensaban del trasmundo. Se trata de gente sencilla que vivía de la
prodigalidad de la naturaleza, cazando y recogiendo lo que encontraran en sus territorios
tribales. Una vida seme- jante restringe el número de integrantes del grupo social. En la
mayoría de los casos, la tribu de cazadores se limitaba a grupos familiares de unos veinte a
treinta individuos. De ha- ber más, no habrían alcanzado los alimentos, Si contaban con un
extenso territorio tribal, los cazadores se dividían en ban- das convenientemente pequeñas;
cada una de ellas operaba sobre un rea determinada y sólo volvían a reunirse una o dos veces
al año, para un breve período celebratorio. En un mun- do así, la muerte es siempre triste, pero
el cuerpo invariable- mente recibe ciertos honores. Acaso se lo envuelva cuidado- samente y se
lo deje en un lugar apartado del bosque, o bien se lo ubique en un sitio especial para que se
descomponga, de modo que los parientes más cercanos puedan conservar alguna reliquia, en
algunos casos el hueso maxilar, en otros el cr neo. En las Islas Andam n las viudas se adornaban
con el cr . neo de sus maridos difuntos, y en el pueblo más primitivo que se conoce, los
aborígenes de Tasmania, los muertos eran cre- mados y sus parientes conservaban las cenizas,
que siempre llevaban, envueltas en piel o en algas, en todas sus peregri- naciones.

Los aborígenes de Australia son los últimos seres humanos que han sobrevivido en una etapa
totalmente paleolítica de la cultura. En cuanto a la muerte, adoptaron diversas actitudes.
La más conocida es la creencia en la continua reencarnación, característica de las tribus del
desierto australiano, en particu-lar de los aranda, que depositaban las almas de los muertos en
medallones de piedra llamados churíngas. Los ancestros revivían en forma de animales y de
hombres. Se volvían enor-mes, y viajaban por el territorio de la tribu dejando señas es-
peciales. Luego desaparecían, pero dejaban sus almas. Las almas emergían de las churingas de
piedra y se transformaban en personas. Entonces afrontaban los varios rituales de íni- ciación
mediante los cuales aumentaba su poder espiritual y su conocimiento interior. Eventualmente
volvían a morir, uno a uno, y cada cual volvía invisible a su churinga. Los mayores que habían
aprendido los secretos sagrados ocultaban las chu- ringas en intersticios de la roca a los que
ninguna persona, ninguna mujer al menos, habría de acercarse. Los hombres representaban los
mitos de los ancestros y entraban al Alche-ringa, la Era del Sueño. Se pintaban y adornaban con
plumas blancas y se transformaban en los ancestros, que eran a la vez hombres y animales
totémicos. Cuando una joven vagaba cerca de terrenos sagrados, podía ocurrir que un espíritu
se escapa-ra de su churinga y entrara en el vientre de ella. Cuando el niño nacía, llamaban a un
anciano para que examinara sus mo- vimientos y su aspecto y reconociera al alma que había
vuelto a vivir en el seno de la tribu. Entonces le daban un nombre al niño. Esa churinga era
secretamente apartada de las otras, en las que aún residía un alma.

No disponemos de ninguna evidencia que nos incite a creer que se le adjudicaba conciencia al
alma de la churinga, aunque ciertos relatos sugieren que se suponía que ésta elegía a su
madre. Resulta claro que la residencia en la churinga no podía ser prolongada, puesto que se
pensaba que el anciano que guar- daba las piedras podía reconocer al recién nacido. En otras
zonas de Australia, las almas habitaban temporariamente un rbol sagrado o una hendidura de
la roca, pero ninguna mujer era iniciada en el culto y se hacía lo posible por mantenerlas
alejadas de los sitios sagrados. No tenían por qué adquirir conocimiento de los mitos, pese a
que engendraran nuevos cuerpos para las almas que debían habitarlos. Acaso esto guar- de
alguna relación con la antítesis entre la naturaleza femenina y la vida del cazador, quien debe
obrar sus hechizos en se- creto. Pero en muchas partes de Australia los espíritus feme- niños
juegan un destacado papel en los mitos, y en Arnhem existe un importante culto a la Gran
Madre.

Acaso esto se deba a ideas culturales que provienen de los agricultores de Nueva Guinea.
También aquí hay otra concep- ción de la muerte: hay una isla de los muertos, de la cual
llegaron los ancestros bajo la forma de dos hermanas gemelas. Las hermanas eran en efecto, la
Estrella de la Mañana y la Estrella del Atardecer. Eran portadoras de cultura y fundaron el modo
de vida de las futuras tribus aborígenes de Arnhem. Se dice que eran gigantescas, pero sus
descendientes eran gente normal que regresaban, al morir, a la isla originaria. Es posi- ble que
esto haya reflejado cierto contacto cultural con los pueblos del Estrecho de Torres.

En Australia sudorientas, quedan tempranos vestigios del paulatino tratamiento que el cadáver
recibía al perder contacto con el espíritu. Al principio, el cuerpo era sujeto a un enta- rimado,
donde se descomponía y desecaba. En esta etapa el espíritu permanecía muy cerca, y todos
tenían sumo cuidado en no mencionar el nombre del muerto por temor a ser lle- vados como
compañeros del difunto. El cuerpo era sepultado provisoriamente hasta que los huesos
quedaban limpios. En- tonces los mayores los exhumaban y los raspaban. El espíritu estaba
muy cerca. A veces se designaba un nifío para el muerto. Cuando se celebraba una fiesta de
recordación, ambos eran contemplados como una sola persona, y las ofrendas al muerto eran
tributadas a su nuevo representante, mientras las almas de los tributarios iban hacia él de un
modo más m gico. Pero en cuanto se limpiaban los huesos, había una despedida general. Se le
quitaba el hueso maxilar, el cual era pintado para que quedara como recordatorio. El resto del
esqueleto era envuelto, apartado y olvidado. El pueblo realizaba una prolongada ceremonia
para ahuyentar al fantasma, y se pen- saba que éste perdía sus poderes. Sólo la viuda y unos
pocos parientes cercanos deseaban visitar en suefíos al muerto. Al
parecer, se pensaba que el espíritu perdía sus poderes y que ya no tenía existencia. Pero las
tribus que realizaban tales ceremonias se han extinguido hace mucho tiempo y las leyen- das
originales se han perdido, de modo que no existe una confirmación moderna de los informes
originales. En sus in- tentos por aprehender las verdaderas creencias de los pueblos primitivos,
el hombre blanco a menudo impuso sus propias ideas, aunque por lo general no advirtiera este
hecho, y lo nativos tendían a ocultar sus misterios sagrados y a decir sólo
lo que, según ellos creían, complacería al poderoso extranjero.

Otro grupo de cazadores paleolíticos que sobrevivieron en nuestro mundo fueron los
bosquimanos. En las viejas épocas, su tierra era tan pródiga en vida animal que no corrían
peligro de morirse de hambre, y vivían en hordas que llegaban hasta el centenar de individuos.
Temían a los fantasmas de los muer- tos, pero así y todo tenían esperanzas de que los parientes
difuntos los ayudaran aconsej ndolos para cazar. Los muertos eran inhumados en fosas de poca
profundidad, cubiertos por c a@ila de piedras, con una particularmente grande en la cima mo
para mantener tendido el cadáver. No-se hacía ningún esfuerzo especial para alejarse de los
muertos, y cuando aú había panteras, hace un siglo y medio, los entierros solían prac- ticarse
en un rincón del refugio de rocas. Los modernos bos-q'uimanos del Kalahari conservan
historias sobre un poderosocreador vagamente descripto como El Capit n, que vive en el cielo
dentro de una casa con techo de pasto. Esta casa tiene habitaciones superiores donde viven
dichosamente los espíritus de los bosquimanos muertos. No necesitan comida ni bebida. Esto,
sin embargo, suena a una reelaboración hecha en base a las predicaciones de algún misionero.
Algunas de las leyen- das más antiguas sugieren que los bosquimanos podían trans- formarse
en astros.

De los cazadores y pescadores de Tierra del Fuego queda tan poco, que todo lo que puede
decirse es que también creían en la persistencia de los espíritus.

Es evidente que las culturas paleolíticas que viven de la caza y de la pesca comparten una
universal creencia en la continuación de la vida después de la muerte, pero ésta difiere
enormemente en cada caso. Tal creencia era muy arraigada, pese a ser muy común, en este
estadio primitivo de la cultura, el espect culo de la corrupción y destrucción del cuerpo ma
terial. Por lo que sabemos, no existe aquí el concepto de recompensa o castigo en el otro
mundo. Pero entonces, la idea de sistemas teóricos que distinguieran la buena o mala
conducta no era parte de la vida cotidiana. La vida y la muerte eran hechos, y al parecer existía
una creencia general, basada ante todo en los relatos de aparecidos, en la vida de los difuntos.

Hasta hace muy poco, los esquimales llevaron vida de cazadores muy especializado!. Su
cultura era asombrosamente rica, si consideramos las arduas concliciones que impone la vida
en el Artico. La mayor parte de los grupos esquimales se componían de sólo una o dos familias
extensas, porque grupos mayores no habrían tardado en agotar el potencial alimentarlo de la
zona. Vivían una vida rica en ceremoniales, rituales m - gicos y danzas colectivas,
especialmente en invierno, cuando nadie podía alejarse mucho del campamento. Muchos de
sus mitos aluden a las aventuras de los ancestros y al mundo de los espíritus. Algunas leyendas
hablan de ancestros que se transformaron en astros celestes; otras, de héroes que eterna-
mente danzan en la aurora boreal. La creencia general era que la mayor parte de los espíritus
iban a un gran submundo don- de la vida continuaba más apagada y menos dichosa que en la
tierra, pero hay muchos relatos que hablan de fantasmas que visitan a sus familias.

La mayoría de las comunidades esquimales creía que el otro mundo era dominio de una
criatura sobrehumana, Sedna, origen de la vida en los mares. Sedna había sido humana
anteriormente, aunque acaso de estatura gigantesca. Estaba unida a un padre cruel, que
decidió matar a la muchacha y, en un viaje en canoa, le cortó los dedos y los miembros y arrojó
el cadáver al mar. Sin embargo, él también se ahogó. Los miembros de Sedna se transformaron
en ballenas, morsas y focas; los dedos de las manos y los pies, en peces. Contínuó viviendo
como Gran Madre, centro de casi todas las creencias religiosas. También había muchos otros
seres espirituales e la mitología esquimal, y todos eran accesibles a través del trance
mediúmnico de un cham n, que podía ser hombre o mujer.

También había espíritus peligrosos que frecuentaban lo hielos. stos eran los Tupilak, curiosas
criaturas mitad hu- manas y mitad animales, siempre delgadas y hambrientas, de- seosas de
tender trampas a los cazadores y a los viajeros soli- tarios. Devoraban a sus víctimas y enviaban
sus almas a la tierras inferiores, gobernadas por Sedna o su padre. La muert como tal no era
muy temida. Pero la muerte privaba a l comunidad de un diestro cazador o de una h bil
costurera. Se temía la magia perversa, portadora de muerte. Pero en el caso de la gente de
edad que ya no podía colaborar en la vida cotidiana, la, muerte era muy aceptable. Una noche
serena, un miembro de la familia quitaba el techo de hielo de un iglú y el anciano moría por
efectos de la intemperie. Irse era el último servicio que tributaba a la familia.

Su alma entonces descendía al mundo subacu tico de Sedna. Pero durante algunas semanas,
ningún miembro de la familia ni nadie que viviera cerca del sitio donde había muerto, utili-
zaría un cuchillo o implemento cortante. Los espíritus solían rondar por un tietnpo, y los
cuchillos podían cortarlos o he-rírlos. Pero a las pocas semanas, el tabú se levantaba.

El trasmundo no era un sitio muy feliz, pero al parecer algunos esquimales tenían esperanzas
de que cierto aspecto del alma volviera a encarnarse alguna vez. Era una creencia confusa y
hay antiguos relatos que hablan de un espíritu doble y otras cualidades espirituales que se
separaban en el instante de la muerte. También era posible recibir noticias de los muertos,
como si fueran gente viva que habitara en otra parte. A veces la gente soiíaba con los muertos,
y unos pocos veían a sus fantasmas. El cham n podía entrar en trance y su espíritu entonces
viajaba al otro mundo, del que solía regresar con consejos y amables recados de los parientes
difuntos. Algunas de las comunidades solitarias, aisladas en su mundo de hielo, temían que la
poderosa Sedna o su maligno padre causaran algún infortunio o irrumpieran en el mundo
superior para atrapar víctimas. El cham n se encargaba de prevenirlo. Ha- llaba un rincón
tranquilo en el iglú donde erigir una espiral de cuerdas de piel que llegaba hasta muy alto y que
tenía una estrecha abertura en la parte superior. Dos o tres personas oficiaban de ayudantes y
asistía toda la familia, que salmo- diaba y tocaba el tambor. Al fin se sentía que el piso se con-
movía y agitaba, y se oía el estrépito del hielo al quebrarse. Entonces el cham n volvía de su
trance y encajaba el arpón en el agujero que había en la espiral de cuerda, atravesando de ese
modo al espíritu. A veces, como prueba de su triunfo, mechones de pelo quedaban adheridos a
la hoja del arpón. Así, al culminar la ceremonia m gica, en medio de una gran tranquilidad, la
familia se sentía a salvo del desastre durante varios meses.

Para los esquimales, las almas vivían en una región inferior, pero no permanentemente. Existía
un contacto entre los fan- tasmas y los chamanes, y los esfuerzos del otro mundo por dominar
a los vivos extrañaban un auténtico peligro. Pero las visitas oníricas a la tierra de los muertos
no son inusitadas ni particularmente temidas. más al sur, los cazadores de las grandes planicies
nortea-mericanas habían avanzado hasta una vida agraria y sencilla, antes que la introducción
del caballo cambiara la orientación de su cultura al facilitarles la caza del búfalo. Siempre
habían creído en la perduración de la vida después de la muerte, y demostraban poco temor
por la disolución terrena. Conocían muy bien los efectos de la corrupción de los cadáveres,
pues-to que los muertos eran envueltos en pieles de bisonte y depositados en plataformas
elevadas, en la zona occidental de la aldea. Todos recordaban qué cuerpo estaba envuelto en
qu lugar. más tarde, el bulto caía a pedazos; entonces recogían
los huesos y 'limpiaban los cr neos. A menudo pintaban los cr neos y los disponían en un círculo
al que los familiares acudían para comunicarse con los poderes superiores por inter- mediación
de los espíritus. Se suponía que los huesos y el espíritu aún permanecían ligados d¨ algún
modo.

La creencia general era que los espíritus iban al paraíso, descripto como las "Felices Regiones
de Cacería", donde la vida era similar a la de los vivos, aunque más placentera y gloriosa. En
ciertos casos, se creía que esta comarca feliz se hallaba bajo tierra, o hacia el oeste. Unos pocos
relatos la ubican sobre la bóveda celeste, pero este miindo superior de gran belleza era la
morada de los dioses y de unos pocos hé- roes y no de toda la humanidad. Por supuesto que
había muchas variantes de esta creencia, y que sufrió alteraciones con el tiempo, aunque había
un factor constante que consistía en pasar de las tribulaciones de esta vida a una tierra donde
los ancestros vivían felices aventuras de guerra y de caza.

El cambio de las circunstancias transformó estas creencias en la religión de la Danza de los


Espíritus. Cuando los pieles rojas fueron conducidos a reservaciones por los hombres blan- cos,
se les prohibió ir de cacería; se vieron obligados a aban- donar su modo de vida y a subsistir
mediante la comida y la vestimenta que les facilitaban los agentes blancos. Desdeñados por-
una raza más poderosa e ignorante del mundo de los espí-ritus, apelaron a los consejos de los
ancestros. La atmósfer espiritual en que los profetas se levantaban para acudir a los ancestros y
pedirles auxilio contra los males infligidos por el hombre blanco no era novedosa. En pequeña
escala, venía repitiéndose durante dos siglos. Pero el movimiento realmente cobró forma
cuando el gran medicine-man Wovoka fue sor-prendido por los espíritus. En 188ó hubo un
eclipse de sol y Wovoka cayó en trance. El sol había muerto; Wovoka s- cendi¨> al cielo y
contempló a todos los muertos de su pueblo. Tuvo entonces una visión de Dios, que le dijo que
él no debía permanecer en las alturas sino regresar a la tierra con un men- saje para su pueblo.
Debía enseñarles una nueva danza y co- munícarles que no debían pelear, ni robar, ni decir
mentiras. Debían amarse los unos a los otros. u¨ Cuando Wovoka regresó a su cuerpo le habló
a su pueblo an os esr- de esta maravillosa visión y promulgó este mensaje de espe- ranza. Los
blancos se arruinarían y desaparecerían en un pe- riodo de espantosas cat strofes del que los
indios emergerían tres días después. Entonces el búfalo regresaría a la tierra purificada, los
muertos de las tribus indias retornarían conjúbflo, y volverían a vivir sin temer la destrucción
em prendida por los blancos. Para propiciar el advenimiento de este de- seado paraíso los
hombres debían abjurar de los h bitos del hombre blanco: renunciar al alcohol, a la labranza y
también al duelo por los muertos, dado que todos ellos se salvarían y volverían a la vida en la
tierra nuevamente purificada, en 1891. Wovoka era un indio paiute, y en cuanto organizó ¨ su
gente para realizar la danza circular de los espíritus, los íntru-sos de otras tribus también se
interesaron. Colmados de espe-ranzas, volvieron para predicar la nueva religión entre sus
respectivos pueblos. Hacia 1890 el movimiento se difundió y logró adherir a los veintiséis mil
bravos del pueblo dakota. El cielo estaba al alcance de las manos, un nuevo cielo y una nueva
tierra; los hombres perversos hallarían la destrucción, y los indios la paz. Las tribus más fuertes
se volvieron agresivas y los agentes blancos le comunicaron las novedades al ejército. Los
soldados capturaron a un puñado de gente pobre y mise- rable, cuya única fuerza residía en sus
esperanzas. Las arma de los blancos exterminaron a trescientos de ellos en Wounded Kne@.
Esa tragedia parece haber quebrado el corazón de los indios. Los ancestros no regresaban, los
blancos conservaban el poder. La Danza de los Espíritus desapareció y los indios quedaron a la
espera de que sus sueños engendrados por el peyotl cristalizaran en realidades. Esto, sin
embargo, no bastó para destruir la creencia de los indios norteamericanos en la supervivencia
de la personalidad después de la muerte: uno debía esperar un poco más para la liberación. La
creencia eri la tierra celestial había sido promulgada por un visionario, y las esperanzas sólo
habían alentado para frus- trarse. Pero la tragedia de la Danza de los Espíritus no habría
ocurrido si las creencias de las naciones indias no fueran fuer- tes y plenas de esperanza. En
esas creencias había poco mis ticismo. La reencarnación era una posibilidad, pero no el alma
múltiple. La persona en su integridad estaba en el otro mun-do, y la persona en su integridad
debía regresar en los albores
del día de la liberación.

Fenómenos algo similares al de la Danza de los Espíritus ocurren en muchas otras regiones,
particularmente en Mela- nesia y Africa. En Mclanesia surgió un profeta que exhortó a su tribu
a romper con el pasado, a cortar todo contacto con los europeos y a aguardar el envío de
cargamentos que los ancestros les mandarían desde su morada celestial. Los ances tros
siempre perviven en el otro mundo, listos para proteger y auxiliar a sus descendientes. En
algunas partes de Melanesía, aparte de los Cargo Cults, los pescadores creen que las almas de
los abuelos y quiza hasta las de generaciones más remotas recuerdan a sus descendientes y
que regresan a ellos en forma de ave, para conducirlos adonde abundan los cardúmenes. Es-
t n cerca y sólo gradualmente se desvanecen de la memoria, proceso que, al parecer, se
considera recíproco.

En cuanto a los polinesios más avanzados, sus ancestros dejaron el sudeste del Asia durante la
Edad de Bronce, pero en las islas a las que arribaron no había metales f cilmente conseguibles.
Su cultura se basaba en la ascendencia divina de sus jefes. Cuando se los descubrió en el siglo
xviii, gozaban de una avanzada civilización neolítica, basada en la pesca y e cultivo de pequeñas
parcelas. La guerra era endémica en cada grupo de islas, y clanes altamente organizados
luchaban por la supremacía. Las creencias en la supervivencia de la perso- nalidad después de
la muerte eran claras y vigorosas. stas, naturalmente, reflejaban las condiciones sociales de la
tierra. Se conservaban las diferencias sociales, puesto que éstas se basaban en el número de
generaciones que separaban al índi viduo de los ancestros divinos. En el instante de la muerte,
el alma permanecía tres o cuatro días cerca del cuerpo y luego se dirigía hacia el crepúsculo de
la tarde, generalmente hacia una península sagrada del oeste donde el alma o bien se arro-
jaba al mar o bien se embarcaba en un bote espectral y bogaba hacia la tierra del sol poniente.
Con frecuencia solía verse una trémula estela roja sobre las aguas.

Se creía que el otro mundo estaba hacia el oeste, pero al mismo tiempo la mayoría pensaba en
él corno si estuviera debajo de la tierra, con una estructura dividida en capas que a su vez
suponían reinos superiores. Para los maoríes de Nue- va Zelandia, estas capas del trasmundo
eran sagradas, y sólo podía llegarse a ellas realizando una serie de ceremonias des- tinadas a
disipar la sacralidad (tapu), que se fortalecía a medida que uno se elevaba y se reducía cuando
uno regre- saba a los niveles inferiores. La ubicación exacta de estos mundos de los espíritus
jamás estaba clara. Era tan vaga como el Avalón de los celtas, que estaba en alguna parte, cru-
zar.do el mar, siempre hacia el oeste. Los polinesios podían Regar al otro mundo en canoa, y al
navegar hacia el oest-e la embarcación ascendía o descendía hacia otros niveles.

De las Marquesas proviene la historia de Kena, que partió en busca del alma de su amada
muerta, Tefiotinaku. Viajó en canoa y llegó a una isla en la tierra de los muertos, pero tuvo que
viajar bajo el agua hacia una isla más profunda; dos veces m s debió descender, y en cada
etapa hallaba bellezas admi- rables que lo demoraban. Pero en el cuarto submundo llegó a la
morada de la diosa que regía el mundo de las almas. Ob- tuvo permiso para llevarse el alma de
Tefiotinaku, que yacía en un cesto envuelta en telas de corteza. Cuando regresó a la aldea dejó
libre el alma, pero aunque la muchacha parecía real, demostró ser un fantasma intangible
cuando Kena la es- trechó en sus brazos. Debió repetir el terrible viaje al otro mundo, y la diosa
una vez más envió a Tefiotinaku a la tierra en un cesto, aunque esta vez Kena recibió
advertencias de que debía asegurarse de realizar ceremonias de purificación antes de liberar el
alma, que durante todo el viaje luchó por escaparse. Sin embargo, esta vez todo se realizó a
conveniencia y Tefiotinaku fue devuelta a su amante como una hermosa mujer. más tarde,
ambos engendraron hermosos hijos.

Esta historia retrata el alma como una criatura evanescente que sabía que el sitio que le
correspondía después de morir era el submundo donde iban las almas nobles, cerca de la corte
de la diosa. De ahí las luchas para escapar hasta que los ritua- les la devolvieron a la tierra. El
alma, entretanto, no había perdido su aspecto terrenal y conservaba su belleza física. En ese
proceso no había división, salvo que el cuerpo había sido moment neamente descartado.

Los maoríes de Nueva Zelandia veían las tierras de los muertos como una serie de estratos,
por debajo y por encima de este mundo. El status de las almas dependía de su paren- tesco con
los dioses que eran sus antepasados. Entre los dioses existía una constante rivalidad que
provenía del gran poder del engaiío y la destrucción, Whiro, que procuraba arruinar todas las
cosas buenas. El destino de la humanidad era ingre- sar a otro mundo muy semejante a éste,
aunque algo más triste. No había elección de la morada definitiva que se basaio en la conducta,
buena o mala, desempeñada anteriormente.

Tales concepciones polinesias de la muerte son parte de una compleja construcción teológico,
probablemente originada en el sudeste asi tico en el primer milenio a.C. y difundida por las
islas cuando las canoas migratorias enfilaron hacia el océano. El mundo de los espíritus era de
índole aristocr tica y se di- vidía jer rquícamente. Pero esto no era sino el reflejo de la vida
terrena, con sus familias poderosas elevadas sobre el co- mún de los hombres. En todas partes
era posible, para los seres humanos, visitar en sueiíos el mundo de los espíritus, y el mundo de
los espíritus a veces entraba en contacto con la gente a través de los fantasmas de los
antepasados y las visio- nes de las moradas en que éstos vivían. Los parientes muertos se
interesaban en las guerras emprendidas por sus descen dientes.

La unidad cultural y el alto grado de organización jer rquica de los polinesios es más
característica de las culturas de la Edad de Bronce de otras zonas. Es posible que esa conce ón
Pcl de un trasmundo estratíficado con una rígida organización jer rquica fuera un reflejo natural
de su ordinario modo de vida. Sus vecinos del Pacífico, los melanesíos, acaso fueran un
exponente más típico de las culturas,de pesca y labranza del Neolítico. Los grupos tribales eran
populosos, y a menudo llegaban a varios millares de personas que compartían un grupo de
aldeas unidas con propósitos defensivos. Los jefes eran imprescindibles, pero no siempre
hereditarios. Fuera del gru- po tribal, había poca cohesión social, y era común la guerra con
quienes no eran miembros de la tribu. De ahí cierta es- trechez de miras que hacía'que los
pueblos de una costa fueran enemigos por definición. Tal estado de cosas se reflejaba en una
amplia variación en las artes de una zona donde hubiera m s de una aldea.

Los melanesios guardaban hacia los muertos una actitud de ,speto ceremonial. A los difuntos
se les tributaban rituales inerarios y ofrendas. En la mayoría de los casos, se suponía ue sus
espíritus habían de aparecer. La gente recordaba todas is pequeñas faltas que pudieran haber
suscitado la animad- ersión de los muertos. ]stos, sin embargo, solían ser favo- ,-ules. Velaban
por la fortuna de sus familiares, inspiraban a los pescadores e infundían fuerzas a los guerreros.
Al parecer, no se pensaba mucho en una resurrección terrenal. En Nueva Bretafía, los malanga
tallaban tablas ceremoniales con guardas muy elaboradas, compuestas ante todo de p jaros,
serpientes y cabezas estilizadas. A menudo se incluía, en el diseiío ge- neral, una figura que
representaba al difunto, pintada de rojo y blanco. Eventualmente los tallados se deshacían,
pero solían durar por el término de tres generaciones. Durante dicho pe- ríodo, el espíritu
estaba disponible. Se lo recordaba como a una persona viva. más tarde se lo olvidaba. Tampoco
que- daba el monumento, de modo que el alma se había alejado.
No obstante, había sido fuente de inspiración para sus descen- dientes inmediatos durante
mucho tiempo, gui ndolos hacia pródigos bancos de pesca y derrotando a las fuerzas malignas
que los amenazaban durante la guerra.

En las Islas Salomón había una separación social similar. Un grupo de dos o tres aldeas
configuraban una gran unidad social. Aunque la cultura de los pueblos era b sicamente idén-
tica, había variaciones en los estilos artísticos y en los h vitos locales. En Roviana, los jefes
muertos ejercían un poder de ultratumba. ste no era simplemente espiritual, sino que se
vinculaba a reliquías físicas. El cr neo de los muertos era temporariamente sepultado, luego
exhumado y limpiado hasta que los huesos quedaban tersos y blancos. Entonces se ubi- caba la
cabeza en una residencia sagrada, una especie de jaula C(@ n forma de casa desde cuyo fondo
el cr neo vigilaba, con cll,i""i;@)S de conchwas blancas alrededor de los ojos. Esta ca,.,,@i
@:)Iía erguirse en terreno sagrado, cercada por una circun- fer(@,@; a de piedras. Pero cuando
había un peligro inminente, el Gótico era quitado de su lugar de reposo y depositado, con s,,is
íi gicos adornos de conchfflas, en la canoa de guerra a cargo del mando. De algún modo, el
espíritu del jefe estaba de inmediato dentro y encima de ella. Entonces guiaban la embarcación
hacia una aldea enemiga, protegidos por el poder del cr neo. Los guerreros luchaban con más
ardor porque de- fendían su paladión con forma de calavera. Esperaban regre-sar con cabezas
enemigas, como glorioso trofeo de victoria.

Las diferencias entre las actitudes de los polinesios y mela- nesíos hacia los muertos reflejan
las condiciones sociales en que vivían. Los melanesios concebían dioses locales, sin que les
importara mucho la cuestión jer rquica, mientras que los polínesios profesaban un arraigado
culto de los ancestros (ba- sado en sus relaciones con una jerarquía divina) que tiene un
aspecto asi tico. Los rnelanesios creían que los muertos esta-. han fuertemente vinculados a
sus descendientes, al menos mientras se los recordara. Pero los polinesios no corrían peli- gro
de olvidar los nombres de los muertos porque disponían de "recordatorios" que aseguraban la
conservación de los jefes.

Aun en las sociedades polinesias más avanzadas hallamos un lazo entre el espíritu y una
reliquia corporal. Así sucedió en Hawai con los restos físicos del Capit n james Cook: algunos de
sus huesos fueron envueltos en bultos de tela para reve- renciar a su poderoso espíritu, al que
de algún modo se aso- ciaba con Lono (Rongo), el poder creador entre sus dioses. En Nueva,
Zelandia, los maoríes también creían que el alma iba a otro mundo y trataban de apoderarse
de las cabezas de sus enemigos con el objeto de debilitar a los espíritus de la otra tribu. Se
realizaba una ceremonia con la cual la cabeza cuidadosamente disecada, era depositada en el
suelo de la casa, mientras las mujeres mayores danzaban alrededor de ella, mal- diciéndola y
exponiendo sus cuerpos desnudos para debilitar la voluntad de los opositores y atraer sobre
ellos la mala suerte. Se pensaba que la cabeza disecada mantenía algún contacto con sus
antiguos compañeros. Por supuesto que la cacería de cabezas es típica de muchas
comunidades humanas. En la mayor parte de los casos, la cabeza era sólo un trofeo, aunque al
parecer se pensaba que, de diversos modos, preservaba al- guna especie de vida. Las cabezas
utilizadas por los jíbaros del Ecuador, por ejemplo, eran reducidas y lucidas por los guerreros
como símbolo de bravura; pero se les cosía la boca, por temor a que hablaran y maldijeran al
que las llevaba. Aun entre los celtas de la Edad de Hierro se creía que las cabezas- trofeo eran
capaces de hablar y de entonar c nticos.

Había una modalidad de pensamiento que casi sugiere una


creencia en la dualidad del alma, una de cuyas partes iría al
j@otro mundo mientras la otra permanece cerca de las reliquias
físicas.
El concepto de un alma múltiple es más bien característico de las creencias africanas. Puede
que la idea haya derivado ,hacia el sur a partir del Egipto faraónico. No cabe duda de que en la
antigedad había rutas comerciales que unían las tierras de pastoreo entre el Nilo y Nigeria y
que cruzaban los desiertos desde el Mediterr neo. Pero las creencias no son universales e
incluso el deseo afectuoso de estar en contacto con los parientes muertos no es uniforme y a
veces no existe. Los nuer del Alto Nilo, a principios de siglo, hacían lo posible para disuadir a los
muertos de regresar. El cuerpo era llevaco afuera a través de un agujero practicado en el muro
de la choza, luego sepultado con algunos sacrificios y una ceremo-nia de despedida. Se lo
ubicaba en un sitio remoto y se lo inhumaba de cara hacía el lado opuesto a la aldea. Los muer-
tos debían ir adonde les correspondiera y mantenerse aparte.

En otras zonas del Africa, sin embargo, los muertos eran recordados con afecto. En muchos
sitios se erigían im genes para que ellos pudieran retornar, habitarías provisoriamente, y así
convivir con su descendencia. Aquí nos hallamos ante un caso de alma múltiple. La persona
está en cierto modo –dentro de la imagen, y sin embargo los nativos suponen que puede haber
un fantasma suelto, al tiempo que la verdadera alma reside en un mundo feliz de las alturas.
Tales creencias abun- dan en las regiones de la costa occidental del Africa y en el Sud n, al sur
del Sobara, así ccimo en el Congo. Todos estos pueblos provenían del norte. En ciertos casos, la
idea de un vínculo espiritual con.los restos del muerto se relacionaba estrechamente con la
realeza. Pensemos en la preservación de los cordones umbilicales de los reyes BaGanda de
Uganda. Eran especies de paladiones que ligaban el espíritu vital de los jefes a través del
tiempo, cada uno con su historia personal. Eran un medio de establecer contacto entre los
espíritus, inasequibles a nadie que no fuera miembro del clan real. En el pueblo de los
BaGanda, los nifíos solían recibir el nombre de un ancestro que había entrado en el mundo de
los espí- ritus. Se esperaba que una parte de la personalidad ancestral entrara en el niño y
permaneciera para ofrecer su colaboración y sus buenos pensamientos durante la vida. Los
reyes tam- bién eran consejeros, y vivían misteriosamente en la choza donde se conservaban
los maxilares sagrados de los monarcas muertos. Cada rey tenía su casa y su servidumbre. El
sacer- dote, consagrado al beber del cr neo del muerto, solía entrar a la choza y salir en estado
de trance. Solía traer consejos del espíritu, y ante el rey actual actuaba inspirado por el es-
píritu, de modo que los reyes pretéritos y presentes pudieran comunicarse entre sí. Se pensaba
que los espíritus tenían la misma forma que habían tenido en la flor de la edad, pero toda
mutilacíón corporal sufrida durante la vida terrena per-sístía en la forma del espectro. No
queda muy claro si los espíritus vivían en el cielo o bajo la tierra. Sin duda, solían mantenerse
cerca de sus descendientes terrenales, y se los contemplaba con ecuanimidad cuando
aparecían.

Al sur y sudeste de Africa, se creía que los vivos podían ocultar el alma en un sitio a salvo de los
hechizos. Psta podía vivir en un amuleto, o recibir protección dentro de un rbol o una roca.
Esta especie de personalidad separada era también la secreta fuerza vital del individuo.
También en las civiliza-ciones africanas más altas la personalidad podía ser preser- vada fuera
del cuerpo viviente. Un ejemplo bien documentado es el banquillo personal de los ashanti. La
columna central del banquillo es, en cierto modo, un altar que guarda la fuerza vital del
propietario. El banquillo recibe permanentes cuida- dos; al morir el dueño, se lo deposita en la
tumba y sobre él se vuelcan las ofrendas. Con el tiempo se pudrir , pero entonces ya no ser
necesario. La fuerza vital se ha despla- zado, puesto que el altna del dueño entró en el mundo
de los espíritus. sta no tiene ubicación específica, pues las almas son móviles, libres y proteicas.
Aunque no son dioses, ejercen poderes muv superiores a sus atributos terrenales, y se puede
entrar en contacto con ellas mediante adivinos y mediante ofrendas acompafíadas de
plegarías. Cuidan a sus descendientes, y no es asombroso que cada tanto se manifíes- ten
como espectros. Son seres vivos capaces de dispensar fuerza vital que otorgue vigor a los
miembros de la familia. Pareciera que el ser humano tiene más de una porción espí ritual
durante la vida y una mayor unidad en la muerte.

En Africa no hay unidad de creencias, y el hogar de los muertos parece ubicarse ante todo
en el cielo, pero muchos ,pensaban que sus parientes muertos circulaban cerca de ellos, en la
tierra, aunque habitualmente invisibles. La mayor uni- dad de pensamiento que puede
registrarse se halla en los relatos que aluden al origen de la muerte. Por todas partes oímos
que el creador", desde su morada celeste, envió un mensajero para anu@iciarle a los hombres
que habían de vivir para siempre y que algún enemigo (por lo general un espíritu mahgno)
induje al mensajero a reposar mientras él enviab un mensaje falso. En algunos casos los seres
humanos reci- bían poderes sexuales para que su vida terrenal dejara de ser permanente. Pero
el caso es que Dios había tenido el propósito de darle la vida al hombre y que algo había inter-
ferido en sus intenciones.

Otra zona habitada largamente por pueblos de una avan- zada cultura de la Edad de Hierro es
Indonesia. Entre esos pueblos remotos que,no fueron convertidos ni al hinduismo ni al Islam,
pervive la creencia en un universo de criaturas espirituales donde las almas humanas son
recordadas y re- cuerdan la vida. Entre los batak de Sumatra las almas son plurales, aunque las
tradiciones divergen en lo que respecta al número de cualidades espirituales incluidas en tal
categoría. El alma externa muere al morir la persona, pero el alma puede permanecer en el
mundo de los espíritus e inspirar a los chamanes. Reúne las mismas condiciones vitales que la
semi- lla de arroz, que permanece seca en un canasto hasta que se la siembra. El alma también
puede reencarnarse, y con fre- cuencia en un animal, tal como el temido y respetado tigre.
Entretanto, los cr neos de la gente importante eran guardados en grandes sarcófagos de piedra
con forma de embarcación, con im genes de espíritus labradas en la proa. En Borneo algunas
tribus sepultaban a sus muertos v abrían una puerta al otro mundo llevando una vara fina 'v
quebr ndola. Al regresar del funeral, los deudos, uno a uno, pasaban sobre l vara partida.
Cuando terminaban, el sacerdote de la alde unía la vara y la ataba. Los deudos se alejaban y se
frotaban totalmente, para ahuyentar la contaminación de la muerte; se suponía que el espíritu
despertaría al día siguiente, vería las ofrendas mortuorias y advertiría que estaba muerto. Se
iría pues a la tierra de los muertos, en lugar de quedarse par,
amedrentar a los vivos.

Llevaría mucho tiempo registrar las múltiples variantes de las creencias humanas en cuanto al
destino del alma en los estadios previos al alfabeto, pero podemos declarar que no hay mucha
unidad en ello. Las evidencias no sugieren que nada, salvo la simple fe en la supervivencia, sea
arquetípico e inalienable en la personalidad humana, Uno puede asociar los diversos relatos
del viaje del alma al otro mundo con sue-ños del pasaje a través de la vida, que a menudo
asumencualidades numínosas. Pero la creencia b sica consiste en que la personalidad pervive y
puede -ser despertado de su sueiío, o bien en que éste puede continuar sin interrupción. Sin
duda, esto halla un respaldo en la experiencia. El más universal de los fenómenos
experimentados en relación con la muerte es la realidad de los fantasmas. No existe cultura en
queindividuos especialmente dotados no puedan caer en trance y conversar con las almas
desencarnadas. Muchos modelos de conducta típicos de los primitivos charnanes pueden ser
investigados científicamente en la moderna sesión de espi-ritismo. Las descripciones son las
mismas, mientras que los detalles reflejan las normas culturales de la audiencia.

No se pueden extrapolar creencias recientemente registradas y adjudicarlas a sociedades


prehistóricas, pero, cuando dispo- nemos de pruebas arqueológicas de entierros deliberados,
ob-servamos que hay cuidado por el cadáver, ya sea que éste se halle vestido, adornado, o
reducido a un esqueleto pintado con ocre rojo y ubicado, habitualmente, en la postura del
sueño. Hasta en las sepulturas de Neanderthal, que tienen unos ochenta mil años, había trozos
de carne enterrados con los muertos. Ello implica un sacrificio de comida y trabajo
de considerable valor.

La creencia en el trasmundo parece endémica en la raza humana.

AD BosHiER

LAS RELIGIONES DE AFRICA

Entre las naciones negras del sur de Africa, las de lengua bantú, existe la creencia de que
todas las personas poseen un espíritu con el cual nacen. Incluso pueden, durante la vida,
heredar el espíritu de familiares muertos. La influencia de estos espíritus puede ser muy
poderosa y es capaz de alterarcompletamente la conducta del receptor. De modo que cuando
un hombre o mujer africanos actúan de manera extraña, los de su tribu, según su filosofía
habitual, adjudican tal conducta a la naturaleza de ese espíritu o moya.

Una de las más poderosas de estas manifestaciones espirí- tuales es la que exige que el
individuo poseso sea entrenado e iniciado como sangoma, médico-brujo.* Suele ocurrir que se
le atribuya a una persona ordinaria el espíritu de un caza- dor, debido a su amor por la caza y
su éxito en ella. Lo mismo puede aplicarse a cualquier oficio o profesión, pero cuando de
alguien se dice simplemente que posee "el espíritu", se entiende por ello las características
religiosas que hacen al médico-brujo. Los moya (que también significa h lito y viento) pueden
manifestarse en cualquier adulto, y su pre- sencia en hombres y mujeres de cualquier color,
credo,o raza, es abiertamente admitida por los africanos Esto surge de su creencia en un Dios
supremo que rige a todos los seres huma-

* En inglés, witch-doctor. El autor aclara en un paréntesis que


emplea el término witch con conciencia de que éste deriva de wbit o
wit, que significa "cognoscible". Vale recordar que witan, en inglés
antiguo, y wizzan, en alto alemán antiguo, significan "conocer"; wita y
wizza, que respectivamente derivan de esas voces, significan "sabio", consejero", en esos
mismos idiomas; la misma raíz perdura en el inglés actual witcb ("brujo, hechicero"), en wise
("sabio"), y en el alemán ac tual wissen "conocer". (N. deláT:)

nos. Sin embargo, se juzga presuntuoso y en verdad virtual- mente imposible acercarse a Dios
por medios directos. Exís- ten pues intermediarios a quienes los mortales pueden acucur para
que comuniquen sus pensamientos a Dios. Se trata de los espíritus de los ancestros muertos.
Esta creencia le valió a los africanos el erróneo título de "adoradores de los ante- pasados". En
realidad, lo que hace el africano es adorar i Dios, sólo que dicha comunión se realiza mediante
los espí ritus ancestrales.

La raza, la lengua, la clase, una multitud de factores dividen a la humanidad en la tierra, pero
el credo africano afirma que tales barreras desaparecen en el mundo espiritual, De acuerdo
con ello, cualquier individuo de cualquier grupo étnico puede ser aceptado en la sociedad
tribal africana, lo cual depende de la armonía reinante entre los espíritus de dicho individuo
y los de la tribu.

Tales creencias tradicionales me eran desconocidas hace veinte años, cuando llegué a las
comarcas salvajes del Africa En un esfuerzo por descubrir el Africa comentada por explo
radores pasados, busqué esas regiones que en los mapas aparecían como zonas desiertas.
Como no contaba con ningún recurso financiero, viajaba a pie y vivía de los recursos natu-
rales. Al poco tiempo entré en contacto con las creencia tribales y me informaron que yo tenía
"el espíritu".

No mucho después de afrontar el desierto, la montaña y lij selva africanas, descubrí que me
era esencial un retorno perió dico a la civilización y a la compañía de quienes eran mis
semejantes. Tales visitas solían ser fugaces y yo no tardab,3 en lanzarme nuevamente a esas-
regiones salvajes que tanto ffl(@ seducían. Mis ocasionales visitas a la ciudad y a mis amigo@
exigían de mí cierto aspecto civilizado. Me fue necesario, era consecuencia, organizar al@in
medio de procurarme ingresos Las serpientes siempre habían ejercido cierta fascinación sobr(;
mí y, cuando me encontraba con ellas -,i mis deambulaciones sentía siempre el impulso de
capturarlas. Este deporte s( transformó en un medio de vida, de modo que empecé a bus
cartas y a extraerles el veneno con un propósito determinado, pues existía un mercado para
dicha sustancia en el mundo de la medicina. Al transformarme en un cazador de serpientes
profesional me relacioné sin darme cuenta con la criatura m @inextricablemente vinculada a
las creencias nativas tradicio-nales.

Tras vagar por buena parte del Africa meridional, oriental y central, mi extremado interés en
los pueblos tribales me condujo a una escarpada cadena de montañas en la zona noroes- te del
Transvaal, no muy lejos del Río Limpopo. Estas monta- fías, las Makgabeng, habían recibido
muy poca atención de los extranjeros y cuando yo llegué a ellas por primera vez en 1959, fue
como descubrir una antigua ciudad-fantasma. Por todas partes hallé abundantes vestigios de
pueblos extin- guidos: ruinas de piedra, cuevas fortificadas, laderas parcela- das en terrazas, y,
lo más interesante de todo, una verdadera galería de pinturas rupestres. Había en las cuevas
una pro- fusión de escenas con figuras humanas, animales y simbólicas, ejecutadas con una
variedad crom tico que conservaba su es-plendor a pesar de los años . P(se a tener reputación
de no ser muy amiga de los extran- jero@, la gente de Makgabeng toleró mi presencia, lo que
me pcimitió examinar esta asombrosa fortuna en arte rupestre. Aunque esta voluntaria tarea
me consumía casi todo el tiempo, aun me sentía impulsado a realizar viajes ocasionales a la
civi-lizaci(Sn para una dosis periódica de "equilibrio". La alter- nada frecuentación de la ciudad
y esas comarcas salvajes con- tribtiia a acrecentar mi asombro y mí interés, tanto por las
noticias de los lanzamientos espaciales como por el sacrificio de tina bestia en una ceremonia
tribal para propiciar la lluvia.

Eii una de esas visitas, en 19ó2, contraje matrimonio, y mi tiiujer, una artista, me acompañó a
las montañas para hacer copi,,is de las pinturas de las cavernas. Durante el mismo añ , !nís
actividades llegaron a oídos de dos antropólogos, de modo que recibí, por vez primera, tanto
una ayuda financiera como una guía profesional. Walter Battis y R ymond Dart insistieron en
que yo continuara estudiando a ese pueblo en forma directa, como lo había hecho siempre,
pero gradual- mente comenzaron a embarcarse en proyectos relacionados con ciertos aspectos
de la vida tribal. Dos años más tarde, circunstancias extraordinarias interrumpieron mí labor en
Mak- gabeng y me llevaron a investigar una montaña en Suazilandia, pues había interés en
explotar sus vastas reservas de mineral de hierro.

M trabajo inicial en esa montaña, conocida como el Pico Bomvu (rojo), reveló que los depósitos
de mineral estaban mezclados con antiguas excavaciones realizadas por el hombre, que
posteriormente habían sido rellenadas. De los nativos suazis recibí el dato que ese lugar, donde
había de operar una gran compañía minera, había sido explotado por su propio pueblo desde
tiempos muy remotos. En realidad, hasta lo tiempos a los que se extendía su tradición oral, la
tribu había trabajado en los filones del Pico Botnvu no sólo por el mineral de hierro sino por el
pigmento rojo al que ellos otorgaban tanto valor. Las antiguas obras que yo había descubierto
en la montaña testimoniaban la fidelidad del informe de los suazis. más tarde, cuando mi
colega Peter Beaumont some-tió los obrajes y estratos a la prueba del radio-carbono, com-
probamos que la hematita roja y su brillante variedad negra, la especularíta, había sido
atrancada a estas montañas durante muchos milenios. Las fechas se remontaban, de hecho, al
tercero, cuarto, sexto, décimo, vigésimo tercero y vigésimo noveno milenios antes de la
actualidad. La fecha más remota que obtuvimos fue de 43.200 años atr s, El Pico Bornvu, por lo
tanto, es la -obra de minería más antigua que se conoce. Adidonalmente, llegamos a la
conclusión de que se habían extraído cerca de cien millares de toneladas de hematital y que
esta notoria empresa se había realizado con herramientas de piedra! Mis investigaciones
preliminares provocaron cierta agitación entre los suazis, pues se profetizaba que los espíritus
ng habían de tolerar la presencia de mineros modernos, equi- pados con m quinas y dinamita.
Los temores de los tribeiíos ante la ira de la gran serpiente Inyoka Makhanda Khanda y los
espíritus ancestrales hacia la proyectado explotación de los depósitos de mineral se agudizaron
a tal punto que a la com-pañía se le sugirió que le ofrendaran a la nación suazi una
parte de la montaña.

La hernatíta, u ocre rojo, no es en absoluto un elemento inusitado en la investigación


arqueológica. Apareció por pri- mera vez en Europa, en el bajo Paleolítico, cuando el hombpe
de Neanderthal la utilizó en sus pr cticas funerarias. Simult - neamente, o en época acaso más
temprana, los primeros hom- bres modernos (Homo sapiens sapiens) la explotaban al sur del
Sabara, y desde allí se difundió a casi todas las partes del mundo. Se la utilizó en Europa, Asia,
Africa, Australia y en las Américas, en los rituales funerarios, con un énfasis que denota la
preocupación del hombre por la vida ultraterrena. Desde remotos tiempos prehistóricos existe
la creencia, aún vigente en ciertos pueblos en el día de hoy, de que la tierra es un cuerpo
viviente. Consecuentemente, a los filones de ocre rojo se los describe como si fueran la sangre
de esta madre tierra. No hay mejor ejemplo que el nombre que actualmente se !.isa para
denominarlo, Hematita. De modo que era sangre de piedra para los griegos, al igual que para
los aborígenes d Australia, algunas tribus africanas y, presumiblemente, para los hombres de
Cro-Magnon y Neanderthal.

En forma contempor nea al ascenso de la razón, en el meso- Utico, surgió la idea de que la
sangre era la fuente de la vida. Ya se matara a un enemigo humano o a una presa animal, la
evidencia más tangible de la muerte de esa criatura era la pér- dida de sangre. La excesiva
pérdida de sangre daba por resul- tado la muerte, con la excepción de las mujeres, que perdían
sangre con la misma regularidad con que la luna cumplía sus ciclos místicos. Este fenómeno
femenino sufría, sin embargo una interrupción, o sea cuando la sangre era contenida durante
nueve lunas, consagrada a engendrar una nueva vida. Además, el ingreso de esa nueva vida al
mundo iba acompañado de un flujo de sangre que tampoco esta vez era fatal a la madre.

Las asociaciones entre sangre y vida-y-muerte son múlti- ples, especialmente para el hombre
primitivo. Al reflexionar sobre los años en que viví como cazador, evoco con toda vivi- dez los
interminables días en que seguía el rastro de la pres herida. Ya fuera solo o en compañía de
cazadores bosquima- nos o bantúes, nada era mejor como espect culo de triunfo que la visión
de las manchas de sangre, que nos impulsaban a recorrer increíbles distancias.

En cuanto aceptamos que nuestros lejanos antepasados, los primeros que comenzaron a
sopesar causas y motivaciones, veían el papel desempeñado por la sangre tal como lo sugieren
los datos antropológicos, querríamos saber cómo actuaban par incrementar, promover,
garantizar y aun inducir la vida. Sin duda, muchos rituales surgieron a dicho efecto, y aun al
pre- sente no faltan en el mundo ceremonias de fertilidad. En este caso lo único que nos
interesa, sin embargo, es ver hasta qué punto esos ritos tienen por propósito asegurar la vida
del hombre después de la muerte.
El acto de inhumación es, de por sí, un intento para ayudar al difunto en su viaje al otro
mundo. Como medida adicional al respecto, se adoptaban ciertos métodos, tales como el de
ubicar al cadáver en determinada posición y el añadido de enseres que pudieran ser útiles en el
otro mundo. Nada es m s común, entre estas mercancías funerarias, que la hematita. La
cantidad puede variar de unos pocos terrones, como los que se hallaron en la sepultura
Neanderthal de Chapelle-aux-Saints (entre 35.000 y 40.000 años de antigedad), a casos como
el de la Dama Roja de Paviland, cuyos restos fósiles estaban cu- biertos por una costra de ocre
molido con el que se la había untado en el momento de sepultarla.

Las sepulturas con ocre son universales y en algunas zonas han persistido hasta el presente.
Ello nos permite apreciar la difundida creencia en los poderes revitalizadores de la madre
tierra, cuya sangre sagrada puede devolver la vida. Así como la excesiva pérdida de sangre
determinaba la muerte, la in-clusión de la sangre de la tierra podía infundir la vida una vez
más. Tan poderosa era la fuerza vital atribuida a esta sustancia que, tal como hemos visto, fue
la causa de la pri- mera aventura minera del hombre; por otra parte, la continua demanda
existente en esa región bastaba por sí sola para expli- car la extracción de millares de toneladas
de hematita me- diante el solo empleo de herramientas de piedra. Tanto el empleo universal
del ocre como medio de asegurar una forma de reencarnación cuanto la antigua explotación
minera de hema- tita (el mayor filón de hierro del mundo) indican que el inte-
rés del hombre en la vida después de la muerte fue la primera motivación de la industria.

Una vez concluidas las investigaciones preliminares en Pico Bomvu, y tras dedicarme a un
pequeño estudio del mencionado simbolismo del ocre rojo, partí nuevamente hacia las
remotas montañas Makgabeng. Así comenz<S mi quinto año en esas montañas, y por primera
vez mi mujer y yo regres bamos con un Land-Rover. Poco después de nuestra llegada, me pidíe-
ron que asistiera a una reunión del jefe africano local y de los ancianos de la tribu. El objeto de
dicha reunión, supe más.tarde, era discutir la severa sequía que durante \años había v ciado a
esa región, gan ndole el título de "cinturón de las as>'. unto al último de los pozos de agua al
borde de la mon- a, escuché cómo los canosos ancianos, uno tras otro, se )rporaban para
expresar sus puntos de vista con respecto atroces acciones de la naturaleza. Entre los temores
enun- ,,: ese día, imperaba, casi por unanimidad, la apre'nensión .,-e los espíritus ancestrales
hubiesen sufrido una ofensa Acaso muchos de los jóvenes no se fueron a trabajar en las .dades
y en las minas, olvidando así los h bitos de sus res?" "¨Y qué del Dios de los blancos? ¨Acaso los
mi- neros no le dijeron a nuestros padres que él secaría los -hos de nuestras mujeres e
impediría las lluvias a menos que )pt semos el credo que ellos predicaban?" En cierto mo- nto,
un hombre de edad muy avanzada sugirió que, como vivía en las cavernas de las montañas, con
toda seguridad @aba más cerca de los ancestros, pues los antecesores de esta bu también
habían sido montañeses. ¨Cu l era, pues, mi inión sobre el asunto? lentras el anciano hablaba,
re- rdé un hermoso conjunto de tambores sagrados de madera, ,e había descubierto años atr s
en una caverna. Al respon- rle al anciano de la tribu, indiqué el distante crespón de- ,o del -,lal
yacían ocultas estas reliquias sagradas y pregunté .. qué los tambores komana de la tribu
habían sido relegados ese lugar, clcnde se pudrirían. Reaccionaron con sorpresa y xba. ¨Cómo
se había quebrado el hechizo que hacía invi- bles tanto los tambores como su escondite a todo
el mundo, dvo a quienes los guardaban? Traté de disipar su preocupa- .ón y pedí una
explicación por esa extraña conducta, pues )s tambores, en los que habitaba el espíritu de la
tribu, nc> staban bien preservados. Dando por supuesto que eran los ,spíritus quienes me
habían revelado la ubicación de la caver- ia, me explicaron que la posición y la condición de los
tam- )ores ejemplificaban el dilema de la tribu. Para sus proge- iitores había sido imposible
ceder ante las demandas de los nisioneros, de modo que, en lugar de destruir los objetos
sagrados, los habían escondido. El ignorado poder del espíritu del hombre blanco les había
vedado la adecuada utilización d los tambores, tal como su creencia tradicional había rechazad
la Sagrada Biblia. La gente de Makgabeng se hallaba, pues en una difícil situación espiritual y
me pedía que los aconse- jara en cuanto a la actitud que debían adoptar para apaciguar a Dios
y los ancestros.

Debo confesar que, pese a mi educación cristiana, me im- portaba más la felicidad de la tribu
que los misioneros que habían visitado la zona, muy brevemente, hacia fines del siglo pasado.
Por lo tanto, alenté al jefe para que regresara los tambores a un sitio de honor. En respuesta a
sus temores, l aseguré a esa gente que el hombre blanco no se vengaría por tales acciones, ni
tampoco los "ancestros" del hombre blanco. Durante el debate subsiguiente, en que se
trataron los diversos problemas técnicos que implicaban el traslado de los tambores y los
rituales, sentí alarma cuando alguien preguntó de dónde se obtendría la sangre necesaria. Los
sacrificios humanos no son inusuales en ciertas zonas del Africa donde se realizan ceremonias
para concluir con graves sequías. Temeroso de verme comprometido en un asesinato ritual, le
supliqué al consejo que no considerara una acción semejante, pero de inme- diato me
aseguraron que no se trataba de sangre humana. Para mi asombro, me refirieron entonces que
la sangre sa- grada de Mamagolo, la Gran Madre, no se podía obtener en la región. Apenas me
atrevía a creer que los tribeños aludie- ran a la hematita; requerí más detalles de esa "sangre".
La descripción no dejaba lugar a dudas de que la sangre de la Gran Madre no era sino el ocre
rojo, ante lo cual me comprometí en el acto a conseguírsela. Declinaron mi oferta con gratitud,
explic ndome que los alfareros de la tribu ya habían provocad la ira de los espíritus al emplear
un polvo rojo que se obte- nía en los comercios europeos como sustituto del mineras
genuino. El material que ellos requerían provenía de las en- trañas de la tierra, de los sitios
donde moraba la gran ser piente. Hacía mucho tiempo, me explicaron, lo habían ex-
traído individuos que entonces viajaban por el país y comer ciaban con ese mineral.

Conteniendo mi entusiasmo, describí minuciosamente las antiguas minas del Pico Bomvu, de
las que ofrecí, una ve m s, traerles un cargamento de ocre. Aún dubitativos, a caus del esmalte
pintado que los alfareros habían comprado a los comerciantes blancos, los ancianos de
Makgabeng dijeron que tendrían que ver el ocre de Bomvu antes de aceptarlo. No obs-tante,
concedieron que valía la pena tomarse el trabajo, pues ,sin la sangre sagrada era imposible dar
vida a los tambores; y, @por lo demás, los tambores, a menos que fueran nutridos con
,esta sangre, no podrían cumplir con la función de comunicarlos ,con los ancestros muertos.

Maravillado ante la secuencia de hechos que me había lle- vado a conocer el ocre rojo, los
sitios donde podía hall rselo y, sobre todo, la supervivencia del antiguo simbolismo de sus
@Ipoderes revitalizadores, partí hacia la tierra de los suazis.

Al cabo de un mes volví al Makgabeng con unas doscientas 'hbras de hematita en forma de
roca. Apenas la vieron, los .ancianos declararon con entusiasmo que ese era el material
,empleado por sus antepasados, y de inmediato se lo pasaron a un grupo de viejas mujeres
para que lo molieran. Tanto los hombres como las mujeres que menstruaban tenían vedado
moler el ocre y sólo las mujeres que habían pasado la meno- pausia podían prepararlo.

Semanas más tarde advertí que los tambores habían sido sacados de su escondite, pero jamás
volvió a mencion rselos, ni a los tambores ni a ninguno de los problemas tratados du- rante ese
día junto al pozo de agua. Para mi gran alegría, no obstante, la siguiente estación trajo algunas
de las lluvias más copiosas que cayeran durante décadas; la sequía se interrumpió y la tierra
manifestó su notorio poder de recuperación. Die ciocho meses después del incidente del
ocr@idio, yo vivía solo en una caverna del Makgabeng, aún dedicado a indagar la culturas
pretérita y presente de ese pueblo. Un día, al ama- necer, un hombre se acercó a la caverna
donde yo vivía y me invitó a una reunión que iba a celebrarse en cierto pueblo do días más
tarde. De modo algo sorprendente, el hombre negó conocer la índole de dicha reunión; lo
único que sabía es que me esperaban allí antes del alba. No sin suspicacia, le asegur que
acudiría al crepúsculo, tal como lo pedían.

Dos días más tarde hallé la aldea indicada, hogar de la mayor parte de los médicos-brujos
locales, que bullía de actividad, pues muchos tribefíos iban de un lado a otro o se reunían en
grupos para charlar. Tras el habitual intercambio de saludos, me dejaron atónito al anuncíarme
que se había organizado el ritual que se imponía para tener la certeza de que los espíritus
ancestrales me aceptarían como iniciado de la tribu. Un viejo médico-brujo me explicó que los
varones de la tribu habían decidido, tiempo atr s, integrarme a su pueblo, pero como est era la
primera vez que ello ocurría con un hombre blanco, era necesario obtener el consentimiento
de los espíritus. Abru- mado por la sorpresa y la emoción, fui conducido al patio cen-tral,
donde había una anciana sentada, parcialmente cubierta con una tela bordada. Era Maledi, la
más alta de las sangomas Makgabeng, y una mujer de la cual yo había intentado durante aiíos
obtener información. En ese momento ella aguardaba el retorno del espíritu de su abuelo, el
cual era su guía principal. Al parecer, había venido un poco más temprano, pero le había
informado a su nieta que iba hacia la cima de una montañ cercana a recoger un poco de té
silvestre. Al regreso "habla- ría¯ con ella. Cuando pregunté para qué necesitaba el té me
respondieron con naturalidad: "Porque le gusta", y cu ndo pregunté cómo viajaba, me dijeron:
"Con el viento, los espí-ritus siempre vuelan con el viento".

El espíritu eventualmente regresó; Maledi y su ayudante comenzaron a hablar en una


lengua arcaica que sólo compren- den los espíritus y sus servidores, los brujos. Por lo
tanto, un viejo adivino que no participaba de la ceremonia debió ofi cíar de intérprete para mí.
Durante horas, las dos sangomas poseídas danzaron y cantaron al ritmo maravilloso de los
tambores, interrumpiéndose ocasionalmente para impartir un mensaje del mundo de los
muertos. Me sorprendió la vita- lidad de la vieja Maledi, quien, por lo que yo sabía, tambié era
abuela, pero cuando le mencioné el hecho a su esposo, él me dijo que no era ella sino el
espíritu quien bailaba.

El problema de mi iniciación había surgido de modo tan súbito que sólo más tarde advertí
hasta qué punto dependí de la decisión de los ancestros de la tribu. Por fortuna, no obstante,
ellos aprobaron mi ingreso en la escuela de los varo- nes jóvenes', después de lo cual me
dieron oficialmente mis nuevos nombres tribales.

Apenas partieron los espíritus, Maledi, su ayudante, y dos de los brujos me condujeron a una
caverna de las montañas, a dos millas de distancia, que yo había descubierto en mi segundo
viaje al Makgabeng. Algunos de los símbolos pín- tados en el techo de esta pequeña caverna se
parecían un poco a las figuras que adornaban los muros de la aldea de Maledi; intrigado por la
semejanza, más de una vez vo le había preguntado a la anciana qué significaban. Durante casi
siete años, ella me había negado conocer la existencia de la caverna, asegur ndome que las
pinturas de los muros de la aldea eran meramente decorativas. Ahora, al detenernos ante la
pared de roca que fortificaba la boca de la caverna, Maledi me dio la bienvenida oficial a su
hogar espiritual, donde ellaacudía para comulgar con sus ancestros y donde iniciaba a las
jóvenes de la tribu. Dentro de la caverna, Maledi se puso a interpretar los símbolos
geométricos y admitió que los que había en los muros de su cabaña tenían una significación
idén- tica. Cuando le recordé su pretendida ignorancia pasada, ella me replicó, sin inquietarse,
que sólo ahora que yo era un ni- ciado podía revelarme tales secretos. Antes de mi aceptación,
los ancestros la habrían castigado con severidad en caso de descubrírmelos.

Los próximos siete días fueron los más excitantes de mi vida, pues los médicos-brujos
Makgabeng comenzaron la tarea de instruirme en el saber de su pueblo, conocimiento que
poseen todos los varones iniciados. En el decurso de nuestra discusiones, los médicos-brujos
aludieron a las excelentes llu vias que se habían precipitado, y declararon que ésta era una
prueba del éxito de los rituales relativos a los tambores sa- grados y al ocre rojo. En realidad,
reiteraron varias veces el gran alivio experimentado por la tribu al ver que tanto Dios como los
ancestros habían aprobado su retorno a las antiguas
ofrendas de sangre de sus antepasados.

Con esta primera iniciación, fui aceptado como médico-brujo en diversas tribus; luego, siete
años más tarde, de vuelta en Makgabeng, atravesé la próxima etapa de la educación tribal, la
escuela de los varones viejos. La primera escuela consiste en un período de instrucción que
prepara a los jóvenes para la vida adulta y les enseña la historia, las creencias y los h vitos de la
tribu. La segunda escuela atiende a conocimientos más ,altos y pone más énfasis en el credo y
los rituales religiosos Ser entrenado como médico-brujo requiere ahondar aun más en lo
religioso, dado que los médicos de la tribu son los sacer- dotes y sacerdotisas de su credo.

Tanto en la escuela tribal como en la escuela de brujos, la instrucciones de mis maestros no


cesaban de enfatizar el víncu- lo que une a los vivos con sus parientes muertos. Virtualmente
pasan toda su vida de la vigilia luchando con los caprichos y fantasías de estas entidades
verdaderamente reales. Es más que probable que también sufran la influencia de ellas durante
el suefío, pues a los suefíos se los juzga comunicaciones directas de los espíritus. Sus
discusiones respecto de estos seres siem- pre presentes son absolutamente directas y libres de
incomo-didad, como las de cualquier europeo al comentar la conducta de un miembro vivo de
su familia. Los médicos-brujos, al estar en íntimo contacto con los ancestros, son la mayor
fuente de información con respecto a la conducta de los espíritus y, cuando están de nimo
para ello, pueden hablar durante horas sobre sus peculiaridades. En ocasiones muy raras,
inclusive se permiten canciones humorísticas en las que se quejan, por ejemplo, de la frivolidad
de una tía-abuela muerta hace mucho tiempo, cuyos continuos pedidos de brazaletes y
cuentas de color no dejan dinero para la comida.

Uno suele leer con frecuencia acerca de la naturaleza severa y prohibitiva de los brujos
africanos. Aunque ese puede ser el caso de ciertos individuos, la mayoría de aquellos con quíe-
nes trabajo tienen todo el humor que es tan característico de los africanos en general. La
habilidad para mantener este humor aun con respecto a ellos y a su profesión los transforma
en compañeros gratos y placenteros. Es típico, al respecto, un di logo que oí por casualidad,
entre una bruja y su mofletuda sobrina, también una sangoma. La vieja tía, reproch ndole a la
mujer más joven su falta de respeto, la amenazó con re- gresar después de su muerte e
infligirle a la sobrina un dolor de cabeza. Sí bien en este caso tales comentarios eran en broma,
sospecho que hay cierto motivo ulterior detr s del increílble.cuidado y respeto con que se trata
a los mayores, pues en la medida en que el espíritu conserve las características que esa
persona tuvo en vida, el modo' en que se la trate en la tierra puede afectar en mucho su
conducta posterior. Un alm a la que se ha tratado con miramientos, respeto y afecto hasta el
fin, es muy probable que produzca un espíritu satisfecho. Esto es muy importante, pues se
sostiene que el espíritu an-cestral más cercano suele ejercer una gran influencia sobre una
persona. Sea cual fuere el motivo, sus creencias tradicionale por cierto se oponen al maltrato
de viejos y débiles.

El poder de la "personalidad" de los espíritus se ve mejor en los sangomas, cuando entran en


trance. Como la mayoría de ellos son mujeres, no es infrecuente que uno presencie a la mujer
más femenina súbitamente transformada en una fi- gura de naturaleza indudablemente
masculina cuando es poseí- da por un ancestro del sexo opuesto. Su expresión facial se vuelve
más rígida y severa, y una apostura definitivament masculina se adueña de su cuerpo, mientras
ella habla con profunda voz de hombre. Al alejarse ese ancestro, puede ocu-
rrir que la sangoma sea inmediatamente poseída por otro espíritu masculino de voz' de
modales e inclusive de lenguaje totalmente diverso. Luego, antes de que ella recobre su estado
de conciencia normal, puede suceder que la visite un antepasado femenino; su conducta
volver a alterarse por com- pleto una vez más. Ndlaleni Cindi, la sangoma a quien hemos
estudiado con mayor detención, tiene tantos espíritus femeni- nos como masculinos. En el
decurso de los años, la hemos visto en trance con tanta frecuencia y el modo de comportarse
de cada ancestro es tan característico que ya sabemos de qué
espíritu se trata aún antes de que hable una palabra.

Contrariamente a ciertos informes, ni los médicos brujos ni el pueblo en general suelen


preocuparse demasiado por la muer- te; supongo que esto tiene mucho que ver con su
familiaridad con los difuntos. El mundo de los espíritus es tan real y se integra a tal punto a la
vida cotidiana que no puede haber ninguna duda de la supervivencia después de la muerte. En
cuanto al lugar exacto donde residen los Muertos, ese es un problema a discutir, aunque no
muy acaloradamente, puesto que pocos africanos parecen preocuparse por la verdadera ubi-
cación. Los sitios que suelen sugerirse son las nubes, el inte- rior de la tierra, las profundidades
acu ticas, los diversos pun- tos cardinales, e inclusive la tierra en que moramos nosotros, los
mortales, quienes, salvo raras excepciones, carecemos de la habilidad para verlos.

Aunque los ancestros pueden viajar a su antojo, el sitio más indicado para establecer
contacto con ellos es el lugar donde están sepultados sus cuerpos. Así, constantemente hay
indi-viduos que realizan peregrinaciones por todo el subcontinente hasta las tumbas familiares,
con el propósito de orar o de pre- sentar ofrendas. Asimismo, con frecuencia hay delegaciones
de la tribu que viajan hacia donde se erige la tumba de un jefe del pasado, puesto que el
espíritu del jefe es el máspoderoso de la tribu y hay ciertos requerimientos que deben
vehiculizarse por su intermedio.

El horror a la muerte que manifiestan ciertos pueblos no alcanza la misma intensidad entre los
bantúes; no obstante, la congoja expresada por parientes y amigos ante el alejamiento físico de
una persona es indudablemente auténtica. El muert merecer el luto de sus allegados pese a
que aún vive, pues lo único que ha hecho es cortar las amarras que lo hacían visible y lo ligaban
a la tierra. Ahora, cuando hereda nuevas habilidades e ingresa a otro reino, los deudos
realizar n cier- tas ceremonias para asegurarle el bienestar. Pues el espíritu aún debe comer,
beber y gozar de ciertos lujos como el rapé, la cerveza y el tabaco. En las zonas tribales
habitadas por los Makgabeng, los campos se dividen en sectores y cada porción lleva el
nombre de un miembro de la familia. Cuando muere una persona, la tierra que lleva su nombre
no es cultivada durante un año, de modo que el espíritu pueda labrarla a su gusto para
cosechar sus productos y consumirlos en el otro mundo. Si muere el jefe de la familia, los
campos de la familia no se labran durante un año; si muere un jefe, ningún miem-
bro de la tribu puede plantar nada durante un año. Así, los que tanto por su edad como por su
rango merecen más res- peto, son los que gozan de más atenciones en el más all .

Mientras que un cristiano debe llevar una vida justa para asegurarse la salvación personal, el
africano tradicional no pro- cura semejante fin. Si buscamos una causa a nuestro respeto por la
moral durante la vida, hallaremos que para un africano tal conducta obedece a la presencia de
sus espíritus ances-trales. Tras la muerte corporal, todos los bantúes entrar n al mundo de los
espíritus, y para ingresar en él uno no depende de un juicio final. Mientras se vive como
mortal, sin embargo, la conducta de uno es continuamente juzgada por un conjunto de
espíritus con tenaz sentido crítico. Los ancestros exigen constantes atenciones, y la menor
negligencia que afecte su bienestar basta para que de inmediato revelen su naturaleza
desp¨>tica y temperamental.
Un inconveniente que esta creencia ofrece a quien la con- templa desde afuera es la extrema
intolerancia que estos an- cestros demuestran a todo lo novedoso. Este estado de cosas, sin
embargo, parece existir en todo el mundo entre las gene- raciones vivientes de más edad y las
más jóvenes, de modo que en Africa, al igual que en todas partes, actúa como una especie de
sistema de frenos que acaso conserve un equilibrio entre el progreso y el estancamiento.

Pese al paulatino ablandamiento que manifiestan las gene- raciones de espíritus más
recientes, éstos aún exigen obedien- cia absoluta de sus descendientes. En consecuencia, aun
en el enorme complejo urbano de Soweto, en las afueras de johan- nesburgo, las sangomas (y
aquí hay cerca de un millar) son completamente obsecuentes con sus ancestros. Suelen
circular, ocasionalmente, historias acerca de espíritus ofendidos que toman la vida de los
mortales descarriados, y, dentro de ese mundo de cemento y acero, aún suelen realizarse
sacrificios a los muertos. Sólo después de la iniciación descubrí que africanos sofísticados que
gozaban de una alta educación admi- tían abiertamente que aún creían en el culto de los
ancestros. Er@ !@s c7ludades, tales creencias suelen ocultarse por temor al ridículo, mientras
que en las zonas tribales no hay necesidad de esconder las creencias tradicionales sobre la vida
después de la nitierte, salvo ante los misioneros.

Así como los ancestros son los servidores de Dios, los mé-dicos-brujos son los servidores de
los ancestros. Cuando al-quícn muere, el cuerpo es depositado en la tumba y se ofician os ritos
correspondientes. Uno, diez o aun cincuenta años m s tarde, cualquier africano habr de
admitir que si uno abriera esa tumba los restos del individuo todavía estar n allí. El espíritu o
moya del muerto, sin embargo, sobrevive, y a partir del instante en que se despide del cuerpo
comienza a buscilr otro cuerpo mediante -el cual expresarse. Entre los tribeños no existe la
creencia en la igualdad, de modo que jiav gente con un gran espíritu y otros que hacen las
veces )S iliodestos marginados de la sociedad. Los últimos tie-i)@: Lin espíritu, como
todos los seres, pero el suyo es menos e' iiic y sólo requiere un mínimo de atención. Los
prime- l),,i el contrario, suelen ser buscados por espíritus más I'()Sk)s, al punto de que, si se
dan las condiciones, el indi- ) e., poseído por completo y obligado a consagrar su vida ii
itiicestros.

La persona así escogida es guiada, habitualmente mediant@, sus sueiíos, a la casa de un brujo
calificado, donde comienza si! iniciación. El neófito aprende cómo atraer al espíritu, cóm(5
comprenderlo, y cómo inducirlo a realizar ciertas tareas, tales como adivinar enfermedades o
ubicar objetos perdidos. El íni ciado descubre que estos ancestros pueden ser impúdicos exhi
bicionistas, a veces extremadamente exigentes, y otras des- vergonzadamente vanidosos. Tal
vanidad se refleja en sus servidores mortales, continuamente forzados, mediante suefíos o
compulsiones internas, a la obtención de cuentas, brazaletes, plumas y todo tipo de bellos
atuendos.

Los espíritus son tan individuales en su enigm tico reino como nosotros lo somos en la tierra.
Por lo tanto, sus capri- chos y deseos jamás se manifiestan de la misma manera @@. diferentes
apreiidíces o brujos. El modo de vestir, de comer, de beber, de bailar, y toda forma de
comportamiento, depen- den del dictamen de los antepasados. En realidad, pareciera que la
personalidad individual del sangoma queda casi total- mente abrumada por sus espíritus
ancestrales.

Los médicos-brujos con quienes estudié transmitían cuanto habían aprendido de sus propios
maestros y antepasados. Pero constantemente me repetían que ante todo yo debía seguir las
instrucciones impartidas por mis propios espíritus para obtener el éxito.
Pese a la diversidad de temperamentos individuales que uno encuentra en el mundo de los
espíritus africanos, hay ciertos ritos que cuentan con la aprobación de la mayoría de los
espíritus, tales como la ejecución del tambor, la danza y el canto. Otro elemento en el que
suelen coincidir casi todos lo$' médicos-brujos es la insistencia en que sus servicios al pueblo
sean bien recompensados. El fracaso en las instruc- ciones dadas a un paciente o cliente es un
horrible insulto al espíritu que es, por supuesto, el responsable por la cura o el éxito.
Finalmente, hay una observación que todo novicio o brujo calificado debe tener en cuenta; se
trata de la ofrenda de sangre, el más esencial de todos los elementos, a los es-
piritus.

El sacrificio periódico a los ancestros es crucial, pues sin esta sangre revitalizadora son
incapaces de asumir la plenitud de sus poderes. ¨Quién, sabiendo que depende de sus ances-
tros difuntos para sobrevivir, dejaría secar la fuente que lo alimenta? Las ofrendas ocasionales
de cabras y vacas a los muertos ilustran la continua creencia de los me@dico-brujos en una
práctica antes observada en la antigua Grecia y regis- trada en la Odisea homérica: "Los
espíritus de los muertos podían ser convocados; se congregaban en grupos cuando se
degollaba a un animal, para sorber su sangre y recobrar la vida, aunque fuera por un tiempo
breve". La Eucaristía es el ejemplo más famoso de relación entre la vida y la sangre, o mejor
dicho, un símbolo de la sangre: el vino que representa la sangre del hijo de Dios. Por lo, que
sabemos hasta el presente, sin embargo, esos notables albores de la industria en Suazilandia,
las antiguas minas del Pico Bomvu, ofrecieron el ejemplo más remoto que'se conoce del
interés del hombre por la vida después de la muerte.

CRispiN TICKPLL

LAS CIVILIZACIONES DE AFRICA


PRECOLOMBINA

Las antiguas civilizaciones de América culminaron en forma violenta hace unos cuatrocientos
o quinientos años. Sólo po- demos percibirlas a través de una lente empañada. Como la mayor
parte de los pueblos, los aztecas, mayas e incas, así como sus predecesores durante miles de
años, creían que la vida de algún modo continuaba después de la muerte. Pero el conocimiento
que tenemos sobre sus creencias es penosa- mente exiguo y fragmentario. Para colmo, está
deformado por el mismo impacto que destruyó dichas sociedades y por el medio a través del
cual lo hemos obtenido.

La historia de ese impacto -de cómo pequeños grupos de aventureros españoles, en nombre
de Dios y del oro, exter- minaron toda una civilización- es a la vez intensamente ro- mántica y
profundamente desagradable: por una parte, una sociedad de la última Edad de Hierro, con las
ventajas de la pólvora, los caballos, el espíritu de cruzada y la iniciativa individual; por la otra,
una sociedad de la Edad de Piedra tardía, rica, colectivista, reservada y ceñida a su medio am-
bíente. Lamentablemente, las riquezas hicieron que los espa- ñoles se comportaran, como dijo
un observador, como bes- tias salvajes; los intrincados mecanismos no pudieron sobrevivir al
mal funcionamiento del engranaje principal; y la transmu- tación del medio -desde la
introducción de la viruela en México a la obstrucción de los sistemas irrigatorios de Perú- trajo
como consecuencia una desintegración social que aún hoy es evidente.

Hoy día quiza seamos más tolerantes hacia la alterídad, o al menos más conscientes de la
relatividad tanto de las ideas como de la organización humanas. Pero vale la pena pregun
@arnos cómo se habrían comportado los modernos exploradores le la luna si selenitas
extraños aunque no menos provistos de ,iquezas hubieran intentado -sin que ello sirviera de
mu--ho- atacar a los astronautas intrusos, hubieran rechazado t odas las pretensiones de los
terr queos y hubieran reclamado que los dejaran en paz. La gente a cargo de la próxima expe-
dición habría demostrado, por cierto, un enf tico y –para ella- justificado af n por poner a los
selenitas en el lugar correspondiente, apropiarse de sus riquezas y enseñarles –en caso de que
se mostraran dispuestos a recibir enseñanzas- las virtudes del sistema ideológico de turno.

Así ocurrió con los españoles en México y Perú. Lejos de reconocer los valores de la
civilización que habían descubierto, sistem ticamente se dedicaron a eliminarla. El único Dios
era su Dios, las únicas creencias, sus creencias. En realidad, uno de los interrogantes en boga,
que subsecuentemente fue desarrollado con gran celo teológico, era si podía concebirse
que los indios tuvieran alma, y ni hablar de su derecho a la vida ultraterrena. Entretanto, nadie
dudaba de que la religión azteca era obra del mismo demonio. El culto del sacrificio
humano, a cargo de sacerdotes con larga cabellera untada de sangre seca y cuerpos punzados
por espinas de maguey, pare. cía una prueba definitiva. Ningún horror excede al que per-
petran los otros.

El resultado consistió en la destrucción de toda una socie- dad, tanto en sus aspectos
espirituales cuanto materiales. El pegamento que los unía fue disuelto, y con las pocas piezas
que nos quedan no podemos comprender cu l era su aspecto exterior y mucho menos cómo
estaba conformada interior- mente. A esto se suma otro problema. Los aztecas y los
incas, las culturas predominantes a principios del siglo xvi, no eran sino recién llegados a la
escena de la civilización. Man-tenían una spera relación con sus predecesores, y absorbían
y se apropiaban de todo aquello que no llegaban a rechazar. Tal como lo consignó un jefe
mexicano en épocas del empera- dor ltzco tl, más de un siglo antes de Cortés:

"No conviene que todo el pueblo conozca las pinturas. Los siervos comunes se confundir n, y
la tierra ser pervertida, porque en los docu-mentos hay muchos embustes..."'

Los mismos españoles no podrían haberío dicho mejor. Comprender en la actualidad cómo los
aztecas, los mayas y los incas y sus predecesores juzgaban la vida y la muerte –y la vida
después de la muerte- es a tal punto una empresa conjetural que más vale reconocerla así
desde un principio.

Describir las evidencias es una tarea breve. En México hay cerca de doce libros de papel
pintado o códices -mayas, míxtecas y aztecas- anteriores a la conquista, así como otros que se
compusieron después, de los que queda una cantidad mayor. Constituyen el único resabio de
los millares que algu- na vez hubo en las bibliotecas de las principales ciudades. Vale la pena
citar una observación del Obispo Landa de Yucat n: "Hallamos un gran número de libros con
tales ca- racteres, y como éstos sólo contenían superstición y mentiras del diablo los
incineramos a todos, lo cual los indios deplo- raron a un grado asombroso y lo cual les causó
una gran angustia". En Perú no había documentos escritos. Las tablas pintadas del principal
templo incaico, en el Cuzco, ilustraban ciertos mitos y propuestas teológícas. Por lo demás, los
incas transmitían la información administrativa mediante la distri- bucíón de nudos en cuerdas
de diverso color, los quipu. Es poco lo que éstos pueden decirnos, Menos aun puedes decir-
nos los granos con pinturas ídeogr fícas del pueblo mochica, muy anterior a los íncas. quiza
sean más adecuados a nuestros propósitos, en primer lugar, los escritos de aztecas, incas y
otros en el nuevo alfabeto europeo correspondiente, a veces en la lengua local, a ve-
ces en español; y, en segundo lugar, los escritos de los mis- mos espaiíoles, soldados,
sacerdotes,- leguleyos y administra- dores, quienes, por una serie de razones que oscilaban
entre la propaganda misionera y el af n por apropiarse de las tierras, querían determinar las
pr cticas de un pasado que no tardaría en desaparecer. Aunque la obra de los españoles sea
inapre-ciable, hay que leerla con cierto escepticismo. Inevitablemente, ellos veían lo que se
adecuaba a su propia concepción de las cosas y cometían las subsecuentes distorsiones; en
cuanto a sus informantes, es muy probable que reelaboraran las cosas según su propio criterio,
ofreciéndoles a los españoles una versión depurada o mejorada que incluyera una alta dosis de
los elementos que, según aquéllos, podrían interesarles a éstos.

Disponemos además de las evidencias arqueológicas, profu- sas pero poco específicas.
Constituyen nuestra fuente de ín- .formación sobre el pasado más remoto. Mientras que los
templos de Tenochtitl n fueron arrasados para echar los d- mientos de la ciudad de México, los
imponentes edificios ma- yas, abandonados durante cinco siglos o más, han sobrevivido
intactos en la jungla. En Perú, todo nuestro conocimiento sobre civilizaciones preincaicas
proviene virtualmente de los contenidos de las tumbas: momias, joyas, alimentos, y algunas
piezas de alfarería que se cuentan entre las más elocuentes que se hayan confeccionado jam s.

Nos quedan, por fin, las tradiciones orales. El paso de cua- trocientos años y la instalación de
una civilización extraña no han eliminado el car cter específico de la sustancia subya- cente.
Puede que hoy constituya una deformación del pasado y que nos señale antes los
fundamentos que la superestructura de la antigua civilización. Pero el modo de apreciar la vida
y la muerte en México aún tiene cierta vigencia. Mediante 1 an lisis de estas curiosas
perspectivas, al menos podemos conjeturar el pensamiento del común de la gente de hace
muchas generaciones.

En todo caso, los fundamentos son el sitio adecuado para comenzar. Todas las antiguas
sociedades americanas, desde las m s primitivas a las más complejas, compartían' un origen
común. Desde hace unos cuarenta mil años, los pueblos caza- dores del Asia se trasladaron
desde las tierras bajas de lo que es hoy el Estrecho de Bering hacia Alaska, dispers ndose más
tarde hacia el sur y adapt ndose simult neamente a condicio- nes nuevas e inmensamente
variadas. El alza del nivel del mar que siguió al fin de la última era glacial levantó el puente
levadizo, y la subsiguiente comunicación con el mundo exte- rior (tema harto controvertido)
fue, en el mejor de los casos, intermitente. Los invasores distaban de ser uniformes al co-
mienzo, y en el curso de los milenios conservaron amplias divergencias. Pero, ya por recíprocos
intercambios, ya en vir-tud de lo que habían heredado, continuaron manteniendo cier-
tas ideas y pr cticas comunes.

Por supuesto, sus creencias religiosas nos son desconocidas, pero, según los vestigios que han
sobrevivido, debieron aseme-jarse a las de los pueblos cazadores de todo el mundo. La
introducción de la agricultura y las comunidades sedentarias propiciaron un complejo sistema
de creencias manejado por individuos dotados o una clase sacerdotal y fundamentado en los
ciclos anuales de la naturaleza. La preocupación específica por el más all es evidente desde la
época de los primeros labradores. En México, el cadáver frecuentemente era sepul- tado con
estatuwas femeninas de arcilla, que al parecer sim- bolizaban la fertilidad y la continuidad de la
vicla. Acaso se las destinara a acompañar al propietario en sú viaje a lo desconocido, En Perú,
los alimentos y enseres depositados en la tumba también revelan el af n de proveer a las
futuras necesidades del alma.

A medida que la sociedad se complejizó, las tradiciones de un pasado de cacerías y de un


presente agrario se fundieron en un único sistema religioso. Tanto en el caso de los aztecas
como en el de los incas, el elemento representado por caza- dores, soldados y pueblo
montañés hallaba expresión en la adoración de dioses celestes, especialmente el sol, con su
mito- logía correspondiente; y el elemento representado por los la- bradores y los habitantes
de las regiones tropicales y costeras tenía a la lluvia, la luna y los dioses marinos, también con
sus respectivas mitologías. También estaba expresada la dicoto- mía de lo masculino y lo
femenino. Como en tantas otras religiones, la combinación de ambos conjuntos de creencias se
vinculaba mediante otra estructuracíón. En la base, había una religión para los simples y no
iniciados: politeísta, ani-mista, m gica y local. Luego venía la religión de los cultos y los
aristócratas: aún politeísta, pero más amplia en sus pers- pectivas y, hasta cierto punto, con
una organización intelec-tual. En la cima, estaba la religión esotérica de los sacerdotes:
unitaria, algo abstracta, relacionada con las matem ticas, la astronomía, la cronología, y
expresada en términos simbólicos.

El estado fragmentario de nuestros conocimientos nos obliga a ser cautelosos y a no pedir


coherencia a una religión que fue absorbida antes que rechazada, o a pensar que las creencias
de cualquiera de los grupos descriptos más arriba fueran necesariamente compartidas por los
otros en algún momento. ún visitante del espacio que sólo dispusiera del credo atana-siano,
del Inlíerno de Dante, del Fenómeno del hombre, el Oíd Moore's Almanack y de los testimonios
orales de un campe-sino irlandés o siciliano, hallaría difícil la elaboración de un enunciado
coherente sobre las creencias del cristiano moderno en cuanto al más all .

Las reflexiones sobre el más all , de hecho, eran muy dife@ rentes en las dos zonas altamente
civilizadas de la antigua América: por una parte, la región hoy cubierta por México
y sus vecinos meridionales (Mesoa@rica); por la otra, Perú y sus vecinos del norte, del sur y
del este.

Generalizar, siquiera con respecto a Mesoamérica, y extraer conclusiones a partir de lo que


más conocemos parece poco conducente. Pero ciertas actitudes y elementos parecen haber
sido comunes, en diversa gradación, a todas las culturas más altas. Lo primero v acaso lo más
significativo es la creencia en que la muerte no es sino un punto cúlmine de la vida: la muerte y
la vida son en realidad dos aspectos de lo mismo. Hallamos un buen testimonio de ello en los
tempranos alfare- ros de Tlatilco, Valle de México, que confeccionaban imáge- nes bífrontes: un
rostro viviente de un lado, una calavera burlona del otro. La vida y la muerte de un individuo
estaban predestinadas desde el momento de su nacimiento. Hay mo- mentos, en la vida de
todos, que accidental o deliberadamente determinan todo lo que sigue. Para los antiguos
americanos, uno de esos momentos era la muerte. Si alguien moría así, su vida ultraterrena era
de tal modo; si moría de otra forma, su vida ultraterrena era de tal otro. En ningún mo 'mento
de su vida disponía de una elección individual como la que imaginamos para nosotros. No era
sino una parte infinitesimal en un proceso cósmico de vida, muerte y regeneración.

Se deduce que la moralidad de su vida era relevante sobre todo en cuanto concernía a su
modo de morir. Los pueblos mesoamericanos tenían un rígido código moral, pero no se
inquietaban por los pecados individuales. Es aquí donde más lejos nos encontramos de la
tradición cristiana: las nociones de lucha personal, conciencia personal, y redención personal
les eran totalmente ajenas. Lo mismo ocurría con nuestro acostumbrado dual-'lsno entre Dios y
el diablo, el bien y el mal, lo justo y lo injusto. El dualismo de ellos estaba en el supremo Dios
Ometéotl -el Seiíor Dual y la Dama Dual-, padre y madre a la vez, creador de todos los dioses y
los hombres y no menos misterioso que la Trinidad. Los otros dioses, al igual que los hombres,
tenían aspectos buenos y Ma. ]Os, Y características que variaban según el tiempo y la circuns
tancia. NO h3bIa ninguna Certeza de que lo que a los hombres @es parecía el bien obtuviera
un triunfo fi@al.
a -> quien robó el primer maíz

--L Serpiente EMPlumada Quetzalcóatl

Para los hombres y en ciertos aspectos era el rotector de la humanidad, cayó en desgracia, y
padeció en manos de Tezca. tlipoca @l Espejo Hu@cante-, elev ndose mediante el sa crifício Y
convirtiéndose en la estrella vespertina. Pero si la moralidad personal incidía poco en el
Proceso de amd la vida y la muerte, los actos colectivos de la hum ' ad eran esenciales a la vida
misma. El mundo presente era el quinto desde la creación. Sus cuatro predecesores habían
cuitninado en una cat strofe y no cabía duda de que al actual le ocurriría lo mistno. Entretanto,
a los hombres les cabía la responsabí- Edad de velar por que continuara el ciclo de la vida. Se
prac- tícaban diversas clases de sacrificio. Otietzalcóatl había inrno- lado serpientes, aves y
tnariposas. Pero Tezcatliooca lo había qe@rotado, y a partir de entonces el sacrificio @umano
era el uruco que tenía valor. Así, era necesario ahogar niños para Tlaloc, el dios de la Envía;
antes que brotaran las cosechas, Xipe Totec, el dios del œ!rano, exigía la sangre de una víctítna
que era desollada y cuya Piel era tefíida de amarillo y ves- tida por el sacerdote; el gran
Huítzilopochtli -P iaro que Canturrea a la Izquierda-, el dios tribal de los aztecas, que
representaba al sol en su cenit, necesitaba sanrre humana -agua preciosa- para facilitar su
cotidiano viaje a través del cielo. Para los aztecas, el sacrificio implicaba un acto de honor antes
que de crueldad. Antes que el cuchillo de obsi-diana le arrancara el corazón, la víctima
saludaba al sacerdote:"Oh amado padre". y el sacerdote solía responderle: "Oh amado hijo". El
sacrificio era simplemente el medio para conservar la vida en un mundo arduo y sobre todo
fr gil.

La noción azteca del tras prior-dades cuanto los orígenes tres


paraísos (que no hay que los celestes -"ervados para la pla-
netas y la luna.). En prime ental del Sol, al que iban los guerreros muertos en
batalla y los sacrificados en los altares del templo. Al crepúsculo de cada tardecer sus almas se
congregaban para acompañar jubilosa- mente al sol hasta su cenit. Después de cuatro años,
podían regresar a la tierra como p jaros cantores o como mariposas.En segundo lugar, estaba el
Paraíso Occidental del Sol, al que iban las almas de las mujeres muertas al dar a luz. Cuando el
sol cruzaba su cenit ellas ocupaban el sitio de los guerreros y lo escoltaban hasta el horizonte
occidental. También podían regresar a la tierra, como mariposas nocturnas. También po-dían
adquirir el siniestro h bito de acechar en las encrucijadas, las noches de luna lleno, y devorar a
los niños. El tercer paraíso o Cielo Meridional era para las almas escogidas por Tlaloc, el dios de
la lluvia. Iban allí los que habían muerto ahogados, fulminados por el rayo, suicid ndose o por
enferinedades asociadas con el agua -la lepra, la hidropesía y el reumatismo-. Era un jardín
verde y exuberante, pleno de flores, donde la gente cantaba, jugaba y cazaba mariposas. La
Concepción de este paraíso data de antiguo, según lo demues tra un fresco de Teotihuac n (la
ciudad del Valle de,México destruida,.en el siglo ix).

Para los que no lograban ingresar a ninguno de los tres paraísos, las perspectivas eran
sórdidas. El alma iba al Cielo Septentrional o Sitial de los Muertos, en un viaje que llevaba
cuatro aiíos, y atravesaba ocho lubmundos antes de alcanzar su meta final en el submundo
noveno. Antes de la cremación o la inhumación, el sacerdote inst@a al cadáver sobre las peri
pecias que lo aguardaban, equip ndolo con una buena provi- sión de comida, agua, estandartes
de papel y un perro (el xoloitzcuintli sin pelo). En la boca le colocaba una cuenta de jade, para
sustituir el corazón, y le dejaban presentes para que se los llevara al Señor y a la Señora del
Mundo Subterráneo. El viaje, en cierto modo, representaba un regreso a los oríge- nes del
pueblo americano, en las remotas regiones del norte. Los detalles varían. Según una versión, el
alma primero debía cruzar un ancho río, aferrándose a la cola de su perro mas cota;* luego
debía atravesar altas montañas cuyas laderas

Xolotl significaba, en lengua náhuatl, "perro" y "gemelo". Xolotl era el doble de QuetzaIcoatl, a
quien había acompañado en su descenso a los Infiernos; representaba la parte inmaterial del
hombre y era quien mejor podía guiar al alma en los vericuetos del trasmundo, que sólo él
conocía. (N. del T.) periódicamente chocaban entre sí; luego recorrer un pasaje donde el viento
era tan frío y spero como las hojas de obsi- diana; luego abrirse paso a través de las rocas;
luego eludirr fagas de dardos; luego ahuyentar jaguares y otras bestias feroces que intentaban
devorarle el corazón; luego trepar por desfiladeros de roca quebradiza; y finalmente llegaría al
lugar de las tinieblas'y el piadoso olvido. Según algunos, el alma podía regresar una vez al año a
la tierra en busca de alimentos, antes de regresar a las sombras.

Esta versión es simple y obviamente sospechosa. Hay mu- chas cosas que quedan sin explicar.
Sea cual fuere el pesi- mismo de los aztecas, resulta difícil creer que sus líderes -desde los
sacerdotes o los guerreros que morían en la cama a los mercaderes y al propio emperador- la
aceptaran lite-ralmente o carecieran de otras esperanzas, acaso bajo el pa- tronazgo de los
dioses particulares que invocaban. Dur n, que escribía hacia 1580, consigna un discurso del rey
de Texcoco a la muerte del emperador azteca Axayacatl en 1481:

"... Ahora has ido al lugar donde encontrar s a tus padres, parientes y nobles ancestros. Como
el p jaro que vuela has ido allí para regocijarte en el Seííor de Todo lo Creado del Día y de la
Noche, del Viento y del Fuego...

Luego decía el rey de Tacuba:


"... Has alcanzado la tierra de tus magníficos allegados y ancestros, yaces allí, allí reposas en las
sombras de los frescos campos de las nueve bocas de muerte con tus ancestros; yaces allí, en
la resplandeciente casa de fuego del Sol ... 112

ste no parece ser el sitio aterrador antes descrípto. Pero hasta los emperadores podían
llamarse a engaño. Una extraña historia refiere que el emperador Moctezuma, desesperado
ante la cercanía de los españoles, decidió abandonar el trono y refugiarse en el mundo
subterr neo. Lamentabletnente, los mensajeros que envió volvieron con el siguiente mensaje
del dios:

"... Quienes aquí habitan ya no son como eran en el mundo, sino que difieren en forma y
modales; previamente t@an goces, descanso y ale- gría; ahora todo es tormento; este lugar no
es un deleitable paraíso, como pretende el antiguo proverbio, sino una continua tortura; ve y
dile a Moctezuma que si viera este lugar quedaría helado de terror, y aun se volvería de
pi¨dra ... "S

También hemos de tener en cuenta el escepticismo predo- minante en la poesía azteca que
nos ha quedado. está llena de nostalgia por las delicadas aunque transitorias cosas de la vida y
de incertidumbre ante el futuro. La belleza del mundo es tanto más grande al ser pasajera. Los
hombres son como flores que no tardan en marchitarse o canciones que se esfu-
man en el aire.

". . Basta un día para que nos vayamos, basta una noche para que perdamos nuestra carne. . ."
El espejo reluciente (elmundo perfecto) contrasta con el espejo humeante (Tezcatli-
poca: el mundo real).

... ¨Acaso las flores nos acompañan al reino de los muertos? Es cierto, realmente es cierto que
debemos partir. ¨M s adónde, oh adónde varnos? ¨Alff estaremos muertos, o aún
perviviremos? En ese lugar, ¨vuelve a existir la existencia?"4

Nadie sabía la respuesta. Las creencias ortodoxas podían otorgar consuelo o desesperación,
pero la muerte conservaba su misterio. Los mitos de otras regiones de Mesoamérica parecen
haber sido variaciones sobre el mismo tema. Es cierto que, de acuerdo con Mendieta, el
pueblo de Tlaxcala (principado inde- pendiente sobre la montaña dé México) creía que los
príncipes y señores se transformaban, al morir, en nubes, en aves sun- tuosamente
emplumadas o en-piedras preciosas, mientras que el común de la gente se convertía en
comadreja o en fieras hediondas. Pero ésta parece una leyenda aislada sobre la dis-
tinción de clases. Aun en el lejano Yucat n, los mayas tenían una cosmología similar a la de los
aztecas, aunque expresada en diversa nomenclatura. En épocas de la conquista española
la civilización maya estaba en decadencia y había sufrido, al igual que los aztecas, la influencia
tolteca. Como resultado, nos es casi imposible discernir las características específica- mente
mayas de las que son mejicanas en general. 'Nmbién ellos creían en un cielo dividido en trece
regiones y en un submundo dividido en n destino de] alma era diferente. un
paraíso maya, un sitio de muer- tos en batalla, las víctímás muertas al dar a luz, y los suicidá
para siempre. En el mundo subterráneo al que i gobernado por de- MOniOs torturadores,
reinaba el hambre y la deso. lación.

También esta concepción parece excesivamente simple. Es obvio que se remonta a fechas
muy antiguas, acaso a una época ' previa a la incorporación de los Paraísos Oriental y Oc-
cídental del dios del sol por parte de los aztecas. Pero en modo alguno parece congeniar con
las 2randes tradiciones intelectuales de la casta sacerdotal de los -mayas, y más bie parece
tratarse de una historia relatada a los extranjeros o a los simples.

En el México moderno la muerte aún ocupa un sitio es- pecial. A la gente le gusta referirse a
ella con cierto desgano, demostrar una indiferencia poco proporcionada con la fasd-nación
nacional que ella ejerce. La rapidez con que se la inflige a los otros acaso no inplíque tanto una
carencia de em- patía como un h bito que sobrevive a las generaciones, qta s, en el fondo, la
s@nsacíón de que lo que cuenta es la colectividad de la vida y que la muerte es, al fin y al
cabo, parte del proceso tierra renovarla. Entre los mexicanos de ori- gen indio, las almas
regresan por alimento el día de los mues- tds. Se cuece un pan especial, y en algunas a-Ideas
las tumbas se cargan de contadas y ejavelones. Se vela durante toda la noche, a la luz de las
burlas, y por la mañana la comida ha perdido misteriosamente su sabor. Para los habitantes de
las ciudades, tal celebración es más bien la excusa para un festejo; pero las calaveras de azúcar
y chocolate, el pan especial, los esqueletos con fuegos artificiales entre los dedos, o elev ndose
como barriletes en helicópteros de papel, nos confirman que quien ríe último es la muerte.
Cabe mencionar otro vinculo con el pasado. Para los antiguos mexicanos los alucínógenos
poseían una sustancia divina. De ahí la denominación azteca para las setas sagradas:
teonan catl, la comida de los dioses. Los alucinógenos constituían el común vehículo de acceso
a lo divino, y para algunos aúrv cumplen esa función.

Cuando nos volvemos hacia las creencias de las civilizacio- nes que alguna vez abarcaron los
Andes centrales, desde la selva tropical hasta las costas occidentales de América del Sur,
estamos en otro mundo. Existe un extraordinario con- traste entre la abundancia de
testimonios arqueológicos de las primeras épocas en adelante, respecto a las cr--encias en el
trasmundo, y las vagas y dispersas referencias al tema en los escritos posteriores a la conquista
espafola. Acaso esto sea una consecuencia del car cter mismo de la religión bajo el imperio de
los incas. ]sta consistía, por un lado, en una serie de creencias populares de índole
esencialmente regional, que incluía un relevante culto de los muertos, aunque localizado en
zonas sagradas, dioses locales y espíritus familiares; y, en segundo lugar, en el aparato de la
religión estatal, que amal- gamaba las creencias de los pueblos dominantes y los some-
tidos, y constituía un indispensable medio de conducción po- Etica. Este último, naturalmente,
se asentaba sobre el primero y de él extraía su vigor. No es sorprendente que el primero lo
haya sobrevivido y que muchas de sus variantes aún perduren.

Pero en cuanto a las verdaderas creencias del común de la ente sobre el trasmundo, aún
permanecen ignoradas. Con- templamos sus vestigios con impotencia, sin poder ubicarnos
en la mentalidad que las sostenía. Los pueblos de la montaña y de la costa solían preservar los
cadáveres, tras eviscerarlos mediante métodos que nos son desconocidos, y en las pecu-
hares condiciones de la alta montaña o del desierto seco, la naturaleza culminaba el proceso de
momificación. Las pr c-ticas diferían, naturalmente, según el tiempo y lugar. En
el caso de algunas tribus costeras, por ejemplo, el cadáver era envuelto en -un capullo de telas
tejidas, pieles de animales o atuendos, y coronado por una falsa cabeza hecha con una más-
cara de madera de nariz sobresaliente y ojos redondos y sal- tones; se lo equipaba, además,
con los objetos. qilámás signi- ficación habían tenido en vida para el difunto estos podían
incluir cerámica de todo tipo, armas, herramientas, joyas, co- fres, flautas de hueso de tres
notas, canastos labrados que contenían palillos, agujas, husos e hilo, juguetes ' pinzas para
acicalarse, cinturones bordados y, por supuesto, bebida y ali- mentos, calabazas con maíz,
caracoles y ¨tros moluscos, y re- cipientes que acaso contuvieran cervez'a de chicha. Entre los
mochica y otros, pequeñas láminas de oro, plata o cobre> ova. ladas o circulares, eran
depositadas en la boca del cadáver, y a veces se le introducía una c nula que iba de la boca a la
atmósfera exterior. La alfarería mochica, a veces zoomórfica, a veces representando escenas de
la vida cotidiana, revela una alegría ante la vida y el mundo visible que resplandece aún
hoy. A juzgar por estos y otros artefactos, había un dios feh. no de especial significación.
También se han encontrado es- queletos de pequeños perros (como en México) y, según la
literatura, las esposas, compañeros y siervos selectos a veces eran muertos y sepultados con
los grandes hombres. El jesuita Blas Valera sostenía que había una posibilidad de elección.
Los candidatos al sacrificio podían ofrecer presentes que los reemplazaran, Ramas por ejemplo.
En tales ocasiones, los fu-nerales eran seguidos por las celebraciones de quienes habían
cumplido con las exigencias del muerto salvando al mismo tiempo la propia vida.

Por lo que sabemos, las momias de la costa, una vez ínhu- madas dentro y alrededor de sus
pir mides, eran dejadas en paz. Pero las de las montañas, sepultadas en cavernas, torres
cuadrangulares o aun en tinajas de arcilla, eran en ciertos casos exhibidas de tiempo en tiempo
a través de las aldeas o alrededor de los campos, como parte de las celebraciones reli-
giosas. Las momias reales de los Incas desde Manco Capac, eran expuestas en orden
cronológico bajo quitasoles de plumas multicolores en la plaza principal de Cuzco, en la fiesta
agraria m s importante del afío. En otras ocasiones, había un equipo de sirvientes, danzarines,
bufones, músicos a cargo de ellas, además de otros que les traían comida, les cuidaban la vesti-
menta y procuraban divertirías. Uno de los Incas tenía incluso sirvientes a su lado día y noche,
que se ocupaban de ahuyentar las moscas. Para hombres de categoría inferior las costumbres
variaban. Por ejemplo, a lo largo de la costa el pariente más cercano de un cadáver recién
momificado era sumergido tres veces en el río cuando se'lavaban las ropas del muerto. Tras
una fiesta ritual, se vertía cerveza de chicha en el suelo para aplacar la sed del muerto, y a
veces una de sus viudas @ro- gada con coca- era sepultada viva con él, para hacerle com-
pañía. Algunos pueblos montañeses exhumaban a sus momias durante tres días y tres noches
por año, para cambiarles la la y proveerlas de alimento y bebida. En las tumbas toda-
se pueden realizar banquetes. Se ha sugerido una serie de explicaciones, que van desde
reencarnación o la resurrección hasta el culto de los ances- tros. Ni la reencarnación ni la
resurrección parecen probables. toda preocupacion se centraba en el cuerpo presente y no en
Lo futuro. Cuando los españoles lo condenaron a muerte, el 'rica Atahualpa prefirió ser
bautizado y estrangulado antes que ser enviado a la hoguera y disiparse en humo. No puede
haber exístido una distinción muy clara entre el cuerpo y el alma. tampoco hay nociones de un
alma que regrese para habitar el cuerpo. En cuanto al culto de los ancestros, no sabemos de
nada que sugiera que a las momias mismas se las juzgara di- vinas. Blas Valera escribió que los
indios rogaban a los Dioses '... para que cuidaran al muerto, para que su cuerpo no se
corrompiera y perdiera en la tierra, para que no dejaran que su alma errara sin rurn- bo, y para
que la recogieran y conservaran en alguna región feliz.
La respuesta acaso sea más simple de lo que parece. Los indios veían la vida y la muerte
como parte de un único pro- ceso. No sabían qué le ocurría a los muertos. Acaso hayan
alcansado, inclusive, que el sitio en que los sepultabais era lite- ralmente el escenario de su
vida ultraterrena. Al menos sen-,tían la responsabilidad de perpetuar tanto como fuera posible
sus condiciones visibles de vida, de tal modo que la existencia de ellos fuera más tolerable ya
en esas o quizás en otras de- A cambio, suponían que los muertos constancias mas azarosas.
protegerían a sus descendientes y a la comunidad en que habían vivido. Aunque los indios no
hayan adorado a las momias, es seguro que las veneraban igual que a los huaca u objetos sa-
grados. Los huaca podían ser cosas imponentes, alarmantes o extraigas, desde los mismos
Andes o una yuxtaposición de r-boles hasta seres humanos con seis dedos en el pie. Eran, en
cierto sentido, vehículos a través de los cuales la esencia de lo sobrenatural, buena o mala, se
manifestaba y se hacía conocer en el mundo. Los muertos eran parte de ese misterio.

El concepto de huaca es alusivo y, por lo demás, ha de ha- berse transmutado con el paso de
las generaciones. Por otra parte, se lo aplicaba de diverso modo en diversos lugares. Lo
mismo ha de ocurrir con la concepción del trasmundo. Hay una profusa variedad de tradiciones
orales, algunas quiza muy antiguas, otras no menos remotas pero teñidas posteriormente con
matices cristianos, y otras de origen más reciente. De acuerdo con una de ellas, un peñasco
andino de curiosa confor- rnación es el fin de una senda que guiaba al cielo las almas de los
muertos. Las almas masculinas debían padecer un tipo de carga, las femeninas otro. Sufrían
pruebas para demostrar su fortaleza moral. Sí las franqueaban, podían ingresar a una gozosa
inmortalidad mediante hendiduras -grandes o peque-ñas, según el sexo- de la roca. Sí fallaban,
permanecían ante el peñasco eternamente, aunque invisibles. Para los chíbcha, el alma debía
vadear un ancho río en un bote hecho de telas de araña antes de viajar al centro de la tierra a
través de gar- gantas de roca negra y amarilla. En una región de la costa,
las almas debían llegar a lo que se llamaba la Comarca Silente mediante un puente colgante
hecho de cabellos humanos, y sólo contaban con la ayuda de perros negros.

Es sobre tal infraestructura donde los Incas han de haber amalgamado su compleja religión
corno parte de la organiza- ción estatal. Para ellos había un supremo dios creador, co-no- cido
-al menos según los últimos cronistas- como Viracocha en las montañas y como Pachacamac en
la zona costera. Su servidor más importante, según los Incas, era el dios-sol, de quien decía
descender la familia real. Corno el Inca tomaba a su hermana como primera esposa, los
matrimonios de su familia, velozmente ramifícada, eran agentes de un imperialis- mo
genealógíco mediante el cual se incorporaban a ella nuevos gobernantes. Los otros dioses y
diosas principales –algunos indígenas y otros adoptados- representaban la tierra, la luna,
las estrellas, el trueno y la lluvia, y el mar. Había una pode- rosa casta sacerdotal que presidía
complejos rituales adecuados al ciclo del año y que incluían la purifícacíón colectiva e indí-
vidual, la adivinación del futuro, la curación de los enfermos, y los sacrificios regulares
(incluyendo el sacrificio humano de los profanos en ocasiones y en sitios especiales). Por lo
poco que sabemos a través de los cronistas españoles (que escribían para un público cristiano),
había un paraíso para las almas buenas y la clase gobernante, v un infierno para las almas ma-
las. El Paraíso @l Mundo Superior- estaba en el cielo, junto al sol. Allí abundaban la bebida y los
alimentos y la vida era muy similar a la terrena. El Infierno -el Mundo Inferior-
estaba en las entrañas de la tierra. Era un sitio gélido y desa- gradable donde sólo se podía
comer piedras.

Al describir esta versión simplificada del otro mundo, Cieza tle León destacaba el éxito
obtenido por el diablo al persuadir a los indios a que otorgaran más atención al arreglo de sus
tui,,ibas y sepulcros que a otra cosa: en otras palabras, parecían m s interesados en aprender a
morir que a vivir. Acaso esa haya ,ido su impresión, pero es m uy posible que se haya equi-
vocado. Para lo-S'indios, los puntos cúlmines de la vida eran seguidos por el punto cúlmint de
la muerte. Los muertos debían recibir todo el auxilio q ' ue necesitaban para afrontar lo que los
aguardaba al internarse en lo desconocido. Pero, en un proceso simple, cada parte era tan
importante como la otra, y la línea, aunque sinuosa, era continua. El hecho de que hubiese
sacrificios, humanos o de los otros, revela que la muerte de los individuos podía contribuir a la
salud integral de esta sociedad enf ticamente colectivista.

Para los antiguos americanos la muerte no implicaba el si-lenciado desastre qu@ implica para
nosotros. Si no era el pasaporte para los privilegios ultraterrenos, como en la angus-
tiada religión de los aztecas, era parte integral del misterio de la existencia, y no podía
disociarse a los acontecimientos que la precedían de los que la sucedían. Como en otras reli-
giones, la gente hacía todo lo posible por regular el más all proyectando las categorías de lo
conocido en lo desconocido. Sus esfuerzos pueden parecernos crueles, patéticos o absurdos.
Pero ellos no contaban con más certidumbre que los demás. Los poetas aztecas se aferraban a
su escepticismo, y las familias incaicas no vacilaban en sacrificar llamas que oficiaran de sus-
titutos. La vida en sí misma era buena; y de la brumosa suce- sión de cosas vivientes dimanaba
un resplandor que en mucho se asemejaba, sin duda, al resplandor del crepúsculo. ¨Quién, en
cualquier parte, puede afirmar algo más?

NOTAS

1 Irene Nicholson, Firefly in tbe Night (1959), 25.


2 Diego Dar n, Tbe Aztecs, traducción al inglés de Heyden y Hor-
casitas (19ó4), 174-5. [N. del T.: véase Diego Dur n, Historia de las
L,K VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme (México, Editora Na-


cional, 1951).]
3 Nigel Davis, The Aztecs, 23ó.
4 Irene Nicholson, op. cit., 18ó, 190.
5 Roger y Simone Waisbard, Masks, Mummies and Majzicians, trad.
al inglés de Patricia RusseH (19ó5), 55. [N. del T.: La cit@proviene de
Blas Valera, Costumbres antiguas del Perú (Módco, SEP, 195ó).]
0 Cieza de León es autor de La crónica del Perú (México, Editorial
Nueva Espafía, 1932) y de Segunda parte de la crónica del Perú que
trata del señorío de los Incas (Madrid, Imprenta de Manuel G. Her-
n ndez, 1880). (N. del T.)
5

GEOFFREY PARRINDER

RELIGIONES DE ORIENTE

La India ha sido una de las mayores fuentes de la reflexión religiosa y filosófica durante por
lo menos los últimos cuatro milenios, y su contribución al interés en la vida después de la
muerte ha sido sobresaliente. Lo que recibió la amplia de- nominación de hinduismo ha
afectado a todos los otros credos indios y aún es un factor predominante. El budismo y el jai-
nismo, hoy minoritarios en la India, profesan creencias an- tiguas y en cierto modo divergentes
y se las contempla como no-hinduistas o heterodoxas porque tienen sus propias escri-
turas, pero algunas de sus doctrinas b sicas con respecto a la vida después de la muerte son
paralelas o suplementarias a las enseñanzas del hinduismo. Los sikhs vinieron mucho más
tarde, pero en este campo específico tienen mucho que ver con sus vecinos hinduistas, y de los
grupos religiosos inferiores hay muy pocos que tengan o hayan tenido actitudes nihilístas ante
la vida después de la muerte.

Ciertas enseñanzas, aunque no se restrinjan a la India, se desarrollaron allí, sobre todo la idea
de la transmigración del alma, o su reencarnación, y la creencia ética, relacionada con la
anterior, en el karma, efecto y secuela de las acciones reali- zadas en esta vida. No sólo los
hinduistas, sino los teístas sikhs y aparentemente los agnósticos budistas y jainistas com-
parten tales creencias fundamentales en la India, las cuales se propagaron por el Asia
mediante, los misioneros budistas y florecieron en los terrenos antes difíciles de la China y el
Japón. Tales creencias, sin embargo, no se encuentran en los textos indios más antiguos que
nos han quedado; puede que estuvieran presentes en los estratos inferiores de la sociedad
prehistórica, el influjo de cuyas. ideas perduró cuando los textos o los monumentos físicos
habían desaparecido.

GEOFFREY PARRINDER

RELIGIONES DE ORIENTE

La India ha sido una de las mayores fuentes de la reflexión


religiosa y filosófica durante por lo menos los últimos cuatro
milenios, y su contribución al interés en la vida después de la
muerte ha sido sobresaliente. Lo aue recibió la amplia de-
nominación de hinduismo ha afectado a todos los otros credos
indios y aún es un factor predominante. El budismo y el jaí-
nismo, hoy minoritarios en la India, profesan creencias an-
tiguas y en cierto modo divergentes y se las contempla como
no-hinduistas o heterodoxas J)Orque tienen sus propias escri-
turas, pero algunas de sus doctrinas b sicas con respecto a la
vida después de la muerte son paralelas o suplemen ' tarias a las
enseñanzas del hinduismo. Los sikhs vinieron mucho más
tarde, pero en este campo específico tienen mucho que ver con
sus vecinos hinduistas, y de los grupos religiosos inferiores hay
muy pocos que tengan o hayan tenido actitudes nihilistas ante

la vida después de la muerte.


Ciertas enseñanzas, aunque no se restrinjan a la India, se
desarrollaron allí, sobre tono la idea de la transmigración del
alma, o su reencarnación, y la creencia ética, relacionada con la
anterior, en el karma, efecto y secuela de las acciones reali-
zadas en esta vida. No sólo los hinduistas, sino los teístas
sikhs y aparentemente los agnósticos budistas y jainistas com-
parten tales creencias fundamentales en la India, las cuales se
propagaron por el Asia mediante, los misioneros budistas y
florecieron en los terrenos antes difíciles de la China y el
Japón' Tales creencias, sin embargo, no se encuentran en los
textos indios más antiguos q ' ue nos han quedado; puede que
estuvieran presentes en los estratos inferiores de la sociedad
prehistórica, el influjo de cuyas. ideas perduró cuando los textos
o los monumentos físicos habían desaparecido.
104 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Los Vedas, textos sagrados cuyas primeras composiciones datan acaso del segundo milenio
a;C., dan por sentada la su- pervivencia después de la muerte. Como en muchas otras cul-
turas, hay pinturas que representan una forma simple de vida más all de la muerte y que
sugieren que dicha existencia transcurriría en el cielo, aunque como forma exaltada de la
vida en la tierra.

El seiíor del mundo de los muertos era Yama, padre de la humanidad y primero en haber
padecido la muerte. Vivía en un paraíso celestial donde bebía con los dioses al amparo de
los rboles, acompañado por constantes c nticos y música de flautas. También se decía que los
muertos vivían en el cielo tercero, el punto más alto alcanzado por el dios Vishnú,
que había cruzado la tierra, el aire y el cielo con tres pasos, semejantes a la cotidiana travesía
del sol. Los himnos fune-rarios proclamaban que el espíritu del muerto iría a un mundo
de luz donde, junto a los ancestros, Yama y los dioses, se "uniría a los padres, se uniría con
Yama, se uniría a un cuerpo vigoroso". En un nuevo cuerpo sin las debilidades e imperfecciones
terrenales, el espíritu ingresaba a una vida ju- bilosa donde se colmarían todos sus deseos.'

Hay un esquema pintoresco, aunque más sofisticado, del pasaje a la vida ultraterrena en uno
de los cl sicos Upanishads, discursos filosóficos previos y posteriores al 500 a.C. El texto
declara que el alma separada se eleva a la luna, puerta del mundo celestial, y, si logra
franquearla, prosigue hacia los mun-dos del fuego, el viento, el cielo y los dioses. Allí la reciben
centenares de ninfas, que la exornan con vestimentas, guirnal- das, ungentos y el conocimiento
del ser divino. El alma prosigue hasta un lago y un río eterno, que vadea mentalmente y donde
se despoja de sus actos buenos y malos. Pstos re-
gresan, respectivamente, a los parientes que ama y a los que no ama. Llega a una ciudad
celestial, u@ palacio, a una ex- tensa sala y a un trono reluciente donde se sienta el Dios
creador. Allí, la interrogan: "¨Quién eres?", y responde: "Soy lo que eres tú, lo Real."'

Cuando los pensadores indios de las diversas escuelas co- menzaron a desarrollar las nociones
sencillas de supervivencia, se expresaban opiniones divergentes y no imperaba ninguna
ortodoxia. A veces se expresaban dudas sobre la posibilidad la índole de tal supervivencia. El
famoso filósofo Yajna- svalkya, una vez que derrot¨> a sus rivales en las discusiones
@bre la naturaleza del alma, les pídi<5 que le formularan pre- tuntas. Cuando ellos se callaron,
él propuso su propia pregun-ta, en la forma de un poema sobre un rbol. Este poema te-
,vela una gran semejanza con los versículos sobre el rbol del bbro de job (14, 7-14), donde el
escritor hebreo declara que él rbol puede volver a brotar, pero que el hombre muere y se
corrompe. Del mismo modo, Yajna-valkya compara el hombre a un vigoroso rbol del bosque,
con cabellos como hojas y con sangre semejante a la savia que recorre el tronco. Cuando un
rbol es derribado, vuelve a crecer, pero el hombre, ¨cómo puede elevarse una vez que lo
talan? Sí un rbol es arrancado de cuajo, no puede volver a crecer; tampoco el hombre tiene
raíces para emerger de la muerte. Un verso final canta en elogio del divino Brahm n, meta del
júbilo y la sabiduría, pero éste podría ser un añadido posterior, si bien es cierto que también
job se refugiaba finalmente en Dios.'

En otro di logo, le preguntan a Yajna-valkya qué ocurre con una persona cuando ésta ha
perdido su voz, su aliento, sus ojos y su alma. Yajna-valkya lleva aparte al que lo interroga,
aduciendo que eso no debe discutirse en público. Luego habla de la acción (karma): la buena
acción nos hace buenos, las acciones malignas nos hacen malignos. sta es casi una res- puesta
típica del agnosticismo budista que, según veremos más tarde, sostenía que no existía un alma
aprehensible y que por lo tanto el vínculo entre una vida y otra era simplemente el
karma, los actos y el legado que afectan a cada organismo psi- cofísico.
Pero Yajna-valkya no estaba satisfecho con estas conclusio-nes negativas, y así lo demuestran
los muchos di logos en que él considera la naturaleza del alma, tanto en la vigiha como en
el sueño. El sueño es analizado con sutileza, demostrando que el alma durmiente lleva consigo
los materiales de la vida en vigília, para crear las carreteras y arroyos y carruajes del
mundo del sueño, pues el alma es creadora. Luego se describe la condición del alma al morir
como un carro pesadamente cargado, que es el cuerpo conducido por el alma. Cuando el
hombre agoníza se libera del cuerpo, tal como un fruto cae de un rbol. Entonces la vista, el
olfato, el gusto, el habla, el oído, el pensamiento, el tacto y el conocimiento se disipan
para unificarse en el alma, que deja al cuerpo a través de una de sus aberturas y regresa a la
vida.'

Luego, Yajna-valkya comparó el alma a una oruga que se arrastra por una hoja de hierba
antes de pasar a la próxima hoja, o a una pieza de oro a la cual el orfebre le imprime otra
forma. Así el alma pasa a otra vida, "haciéndose para sí una forma nueva y más bella". Tales
ideas condujeron sin difi- cultad a la doctrina de la transmigración, en que el pasaje de
una vida a otra -metempsicosis- acaso implicara el rena- cimiento en la tierra o reencarnación.

Parece que la idea de la reencarnación era desconocida para los invasores arios que
dominaron a la India y para sus sacer- dotes brahmanes, autores de los Vedas, y puede que
haya for- mado parte de un sustrato de creencias antiguas y arraigadas en la población
originaria de la India. En un di logo que aparece en dos de los Upanishads más antiguos, ciertos
prín- cipes de la casta señorial le preguntan a un Brahm n si sabe dónde van los muertos, cómo
regresan, cu les son las diferen- tes sendas de los muertos, y por qué el cielo no est repleto.
El sacerdote debe confesar su ignorancia y regresa para re procharle a su padre que no lo haya
instruido correctamente. El padre es otro eminente filósofo, Uddalaka, quien vuelve
junto a los príncipes; éstos confirman que dicho conocimiento no había llegado antes a los
sacerdotes, sino que sólo era, pa-trimonio de la clase gobernante. Entonces le describen la
suerte de los muertos.

Los que son ascetas iluminados se elevan, al morir, en el fuego crematorio, en la luz del cuarto
creciente y en el curso septentrional del -sol, y eventualmente llegan al mundo de los
dioses del que no hay retorno. Pero quienes se aferran; a sus ritos y afanes circulan por el
humo crematorio, la mitad oscura de la luna y el curso meridional del sol, hasta los mundos an-
cestrales. Allí sufren la consecuencia de sus actos y luego regresan a través del espacio.
Descienden en las nubes y la lluvia, nacen en la tierra como plantas y, si se los ingiere como
alimento y se los emite como semen, pueden continuar la vida en un nuevo vientre. La crudeza
de este tr nsito recibe en- tonces una nota moral, en adición a las retribuciones que los actos
terrenales han merecido en el cielo. Los que observa- ron una buena conducta renacer n de un
vientre agradable, como hijos de mujeres de las clases sacerdotales, principescas o
mercantiles. Los que observaron una mala conducta re- nacer n de un vientre desagradable,
como hijos de perras o marranas o mujeres descastadas. El hecho de que el cielo no esté
repleto y las variaciones que sufre la población en las di- versas épocas, puede explicarse tanto
por la reencarnación cuanto porque ésta se da no sólo en seres humanos sino en animales.5

Con estos comienzos, la doctrina de la reencarnación pe- netr<5 en la literatura hindú y ha


sido desde entonces un su- puesto b sico. Se la acepta como un acontecimiento vital, sin
discutirla. Sea cual fuere la noción que se tenga del alma, el efecto del karma en la próxima
vida se asume como un hecho evidente. Una vez que se lo acepta, otorga una sólida expli-
cación para las alegrías y malestares de la vida, pues tanto la desgracia como la enfermedad se
presentan como el producto de males pretéritos, y cada hombre es responsable de su pro-
pio destino. No se trata, sin embargo, de un destino imnu- table, pues la naturaleza de la
próxima existencia al menos puede ser mejorada mediante los actos terrenos.

La transmigración (sam-s ra, "pasar a través") es funda- mental en la cosmovisión hindú, y


acaso se trate de una cre- encia de antiquísimo origen, dado que es un elemento b sico tanto
para las cosmologías jainista y budista como para la hin- duista. Los budistas la denominan el
"círculo" o la "ronda de la existencia". En esta ronda, toda criatura nace aquí y muere aquí,
muere aquí y nace en otra parte, nace allí y muere allí, muere allí y nace en otra parte."

La transmigración del alma es sólo parte de la gran trans- migración del universo, el
microcosmo del macrocosmo. El mundo también padece grandes ciclos de nacin-úento y
muerte, o evolución e involución. No hubo creación ex nihilo sino una constante aparición y
disolución, sin una culminación final, puesto que todo el proceso volvía a cobrar forma y a
desarro- llarse nuevamente después de la disolución. Los afíos.de los dioses, que son varios
millares de veces los años de los hom- bres, se dividían en cuatro edades (yugas) de diversa
longi-tud. La primera era la edad de Krita, seguida por las edades de Treta y Dvapara, y la
última, era la edad de KaIi. La pri- mera edad era la mejor y la última, en la que vivimos ahora,
la peor. En este último e insidioso período, la reliRi<Sn decli- na, la moral es abandonada, reina
la permisividad, las mujeres olvidan la modestia, y las clases inferiores dominan a los sa-
cerdotes. Entonces la naturaleza estalla y hay una inundación que sumerge a la tierra en el
océano insondable. Tal escato- logía es común a todas las-rehgiones de la India, pero no es
definitiva. Pues, así como la disolución -había seguido a la creación, una nueva creación o
aparición debe seguir inevita-blemente. Nace un nuevo mundo, tal como un nuevo cuerpo
para el alma que transmigra. Por lo demás, todas las religio-nes indias enseñaban la posibilidad
de liberación o salvacióndel individuo de la ronda transmigratoria.

La objeción que suelen formular los occidentales que críti- can las teorías de la
reencarnación es que no tenemos memoria de las vidas pretéritas, y que por lo tanto no
podemos sacar provecho de sus errores o logros, lo cual aparentemente cons-
pira contra los propósitos de progreso espiritual. Ante esto, se pueden enunciar cuando menos
dos respuestas. La primera es que muchas personas, en el Asia, declaran recordar sus
vidas anteriores y, si bien las escrituras rara vez aluden a tales historias, no cabe duda de que
cuentan con la aceptación po- pular. Los pensadores occidentales que, como jung, han pres-
tado cierta consideración a tales doctrinas, no parecen haber descartado la posibilidad de la
memoria de las vidas pretéritas a nivel consciente o inconsciente. La otra respuesta india de
todas maneras, sería que la creencia en la transmigración no depende de la memoria de las
existencias anteriores. Por lo pronto es un hecho contundente el que los textos llinduistas
cl sicos jamás citen a la memoria como prueba de las preté- ritas existencias terrenales. La
prueba se halla más bien en la misma naturaleza del alma, en su esencia indestructible, que
ni la muerte ni la vida, ni las cosas pasadas o venideras, pue- den destruir.

En uno de los Upanishads más influyentes se halla la his- toría de un joven, Nachiketas, que
al parecer fue sacrificado por su padre. Fue a la casa de la Muerte (Yama), pero como ésta se
hallaba ausente debió esperar tres días sin recibir la hospitalidad debida a un Brahm n. Al
llegar, la Muerte le ofreció tres deseos en retribución. Los dos t)rimeros fueron de orden
formal, pero Nachiketas, en tercer término, inquirió el secreto de la supervivencia. Hay dudas
acerca de los que mueren. algunos dicen que el alma sobrevive y otros dicen que no. ¨Qué
sucede durante ef gyan tr nsito?"

Era una pregunta extraña para formul rsela a la Muerte misma, y la deidad intentó eludirla,
ofreciendo una larga vida, riquezas, hermosas doncellas y una gran descendencia, con tal
de disuadir al que la interrogaba. Pero Nachiketas perseveró, puesto que las cosas efímeras se
desgastan y sólo la verdad perdura; al fin la Muerte declaró que el alma era indestruc-
tible. No muere, porque no ha nacido. No proviene de nín- guna parte y no se convierte en
nadie en particular. El alma jamás perece con el cuerpo, porque es no nacida, limitada,
prístina, constante y etema.7

Los dos versículos que afirman dicha convicción son citados casi textualmente por el famoso
Bhagavad Gita, aunque en el marco de un escenario diferente. El guerrero Ariuna afronta
escrúpulos de conciencia antes de una gran batalla. Si la lucha se lleva a cabo, tanto amigos
como enemigos ser n muertos, el orden de la justicia será subvertido y la sociedad destruida.
Arjuna rehusa @ombatir y le pide consejo a su cochero, que es el dios Krishna, ste de
inmediato procede a asegurarle a Arjuna la eternidad del alma, citando el Katha Upaníshad y
afirmando que todos han existido desde siempre y que jam s cesar n de existir. Esta doctrina es
repetida hasta el cansancio en el Gita, y se relaciona con la transmigración cósmica en una
estupenda visión donde todas las criaturas son absorbidas por el cuerpo de Dios al disolverse el
mundo.8

El alma es de naturaleza inmortal y su existencia posterior es tan segura como su


preexistencia. Tanto hombres como dioses comparten esta eternidad y, aunque Krishna
desempeña cada vez más el papel del Ser Supremo, cuando expone la doctrina de los sucesivos
nacimientos afirma que tanto él como el ser humano que lo escucha han padecido múltiples
exis- tencias. La diferencia entre ambos reside en que Dios recuerda sus previos nacimientos y
el hombre no. El Buda y sus acó- Utos hacían afirmaciones similares.

Si el alma es naturalmente inmortal, su fuga de la c rcel del cuerpo y de la cadena de la


existencia debe depender de sus propios esfuerzos, y no de una deidad que tiene tantas
probabilidades como el hombre de caer apresada en la ronda de las transmigraciones. Se
enfatizan, por lo tanto, el conoci-miento y las obras, pues el auténtico esclarecimiento permitir
liberarse de las ilusiones de este mundo y, a un nivel más pedestre, el perfecto cumplimiento
de todos los deberes des- truir todo karma maligno. Pero esta liberación puede llevar
muchas vidas y la senda en modo alguno es segura, de manera que las obras teístas como el
Gita insisten cada vez más en que el mejor camino hacia la salvación pasa por la gracia de
Dios y la devocí¨>n con que se lo adore.

Los Upanishads hablan de una identidad o alma inmortal ( tman) y también de Brahm n, el
fundamento del mundo, el Absoluto o el Todo. En los textos es posible distinguir al
alma individual del alma del mundo, pero éstos con frecuencia se refieren al tman cósmica en
términos idénticos que a Brahm n. El destino del alma individual, en el pasado y en
el futuro, est inextricablemente ligado al ser universal; según los textos que se consulten, uno
puede deducir que éste es la suma de las almas o una deidad trascendente.

Con los Upaníshads aparece tempranamente la doctrina del monismo (todo es uno) o de la no-
dualidad (a-dvaita), como la llaman los indios. En Occidente, esto suele denominarse
panteísmo: todo es Dios. Es evidente que el monismo es muy importante para la creencia en la
supervivencia a la muerte, pues si el hombre es uno con el ser universal que continúa
inmutable a través de las edades, es naturalmente inmortal. No obstante, sí el monismo
consiste simplemente en enunciar que todo lo que es existe, que no hay dualidad o
diferencia ontológica, que no hay sujeto y objeto, que el pasado y el futuro en realidad no
existen, dado que las apa- rentes variaciones e indívidualidades no son sino "ilusión"
(maya), puede que declarar "Yo soy el Todo" sea lisa y lla- namente una tautología para indicar
que "Yo soy yo".
En los Upanishads hay nueve ejemplos suministrados por el sabio Uddalaka que albergan
reflexiones sobre lo individual y el alma del mundo. El primero de ellos afirma que cuando
un hombre agoniza, su voz, su mente, su aliento y su calor se mezclan con el poder más alto,
pero que la sutil esencia de todo es el Alma del universo. "Esa es la realidad, esa es el
alma ( tman), y tú eres esa alma" (tat tvam as, "eso es lo que eres", el texto favorito de los no-
dualistas o monistas).' Los ríos desembocan en el mar y pierden toda individuali-
dad, así como las abejas recogen miel de diferentes rboles y los diversos tipos de miel se
confunden en la colmena; esa esencia sutil es el alma de todo el universo, y tú eres esa alma.
De igual modo, la sal que hay en el agua es invisible, aunque su sabor est disperso por toda!
partes, tal como el alma del universo.

Este monismo, aparentemente directo, recibió sin embargo interpretaciones divergentes. Los
mismos Upanishads suelen no ser monistas, y aunque el monismo convenga a ciertos filó-
sofos, el hecho de que identifique a la deidad con la humanidad pareciera provocar la muerte
de la religión y de la inmortal- dad personal. En el siglo ix d.C. el gran filósofo Sankara
propuso el más complejo sistema no-dualista, que logró mu- chos prosélitos en los círculos
intelectuales y acaso aún hoy sea predominante entre ellos. En contra de los filósofos San-
khya, que prescribían la existencia de innúmeras almas indivi- duales, Sankara veía lo Individual
como una mera manifesta- cíón de la Identidad más alta, Brahm n.

Sankara declaró que las aparentes diferencias entre las almas son como las diferencias entre
los reflejos, pues aunque el sol parece temblar en un estanque, en otro se mantiene impertur-
bable. Si hubiese múltiples almas y éstas fueran ubicuas, rei- naría la confusión, de modo que
sólo existe un alma verdadera y multiforme. Sankara admiti¨> ciertas diferencias aparentes,
debidas a la ilusión, pero éstas son un mero efecto de Brahm n, impermanente e irreal. Del
mismo modo, hiz? concesiones al culto religioso y aun compuso himnos a varios dioses, pero
esto no era sino una admisión de la condición temporaria a la que subyacía, última realidad, el
eterno e indiferenciado Brahm n.10

En el siglo xi, el filósofo Ram nuja predicó un no-dualismo modificado, mucho más acorde con
las manifestaciones popu- lares de devoción hacia un Dios personal. R m nuja decía que
en el texto "tú eres Eso", la palabra "Eso" se refiere a Brah- m n pero est coordinada con "tú",
puesto que las almas son el cuerpo de Dios pero no su totalidad. El alma no es un
mero efecto de Brahm n con una existencia temporal ilusoria, sino que las almas son
modalidades que constituyen el cuerpo de Dios. Además, las almas tienen su propia conciencia
y ésta persiste en la eternidad, sin que en la vida ultraterrena sean totalmente absorbidas o
aniquiladas.

"Esta Identidad 'interior' también resplandece, en el estado de libera- ción final, como un
'Yo', pues se manifiesta a sí misma ... Por el contra- rio, lo que no se manifiesta como un 'Yo' no
se manifiesta a sí mismo; tal sucede con los vasijas u objetos similares. Ahora bien, la Identidad
emancipada se manifiesta a sí misma y por lo tanto se manifiesta como un 'Yo'. Esta
manifestación como un 'Yo' no implica, en modo alguno, que la Identidad liberada qued@@
sujeta a la ignorancia o a la transmi- gración, lo cual contradiría la naturaleza de la liberación
final." 11

Los antiguos y difundidos movimientos teístas de la India exigían una diferenciación entre
Dios y el hombre, y también sugerían la supervivencia a la muerte por la gracia de Dios.
Esta doctrina se remonta por lo menos al Gita, donde los de- votos adoradores, por contraste
con los filósofos abstractos, llegan a Dios con el corazón. Se acepta que los hombres
puedan buscar el vago y arcano Absoluto mediante el conoci-miento y la austeridad, pero la vía
2s ardua y pocos son ca-paces de encontrarla. Acaso una minoría reverencie lo indefi-
nible y lo impensable, pero la mayoría no puede hacerlo y la senda de] amor es más alta y más
encomiable. El Gita pro- sigue asegur ndole a sus lectores que Dios se transforma en el
Salvador que, mediante la grada, con total independencia del karma, eleva a -sus devotos y los
sustrae al océano de la trans- migrad¨>n para sumergirlos en un estado atemporal de jubilosa
comunión consigo MiSMO.12

Tanto la teoría cuanto la pr ctica revelan la creencia en la vida después de la muerte.


Algunos de los deberes religiosos más importantes y regulares cumplidos por una familia hindú
son los que se vinculan al cuidado de los muertos, los padres y los ancestros. Todos los días hay
que ofrecer agua y comida a los padres, y todos los meses se ofrendan tortas de arroz
t, Linda) en el día de la nueva luna, en una ceremonia llamada Sr ddha ("fiel"), así como en
otras ocasiones de alegría o dolor. No se trata de ritos funerarios sino de actos de home- naje a
los antiguos miembros de la familia que tienen por ob- jeto infundir una fuerza continua a las
almas que han partido.

Como en otras culturas, los muertos despertaban sentimien- tos ambivalentes, tanto de afecto
como de temor. Como el muerto podía dañar a los vivos, se hacían intentos para alejar-
lo formalmente. En los funerales se lo proveía con alimento y enseres para el viaje al otro
mundo, y también se le pedía que partiera en paz. Si no se realizaban las ceremonias perti-
nentes, s e temía que el muerto se transformara en un alma en pena y sin cuerpo, y sólo
después del primer Sr ddha ocuparía su lugar en el mundo de los padres.

Antiguamente la gente del pueblo, al menos, sepultaba a sus muertos y existen versos en que
se ruega a la tierra que proteja a un muerto como una madre cubre al hijo con su
manto. Pero la cremación, acaso introducida en la India por los nómades arios que la
invadieron en el segundo milenio a.C., se transformó en la norma generalmente adoptada en
los funerales hinduistas, y aún se la practica hoy día, salvo para niños muy pequeños o
personas santas cuyos cuerpos, según se cree, no se descomponen. Los ghats * donde se llevan
a cabo las cremaciones son visibles en muchas partes, especial-Mente junto al río Ganges y la
ciudad sagrada de Benarés. La cremación era juzgada una of . renda al Fuego Sacro, el Dios que
era tanto sacerdote como deidad y que dispersaría el cuerpo pero guiaría el espíritu a los
ancestros.

Tradicionalmente se declamaban versos ante el agonizante, y en cuanto éste exhalaba el


último suspiro, se lavaba el ca-d ver. Se lo trasladaba al sitio de la cremación en un carro
uncido a un buey, y allí se lo vestía antes de instalarlo en lapira funeraria. En los tiempos
antiguos, la viuda yacía junto al difunto y luego era llevada por un hermano más joven, quien
volvía a recibirla en el mundo de los vivos y en su casa si ella se mostraba dispuesta a
desposarlo. Los Vedas mencionan una vieja costumbre según la cual la viuda era incinerada con
el difunto y las ofrendas hechas en vestidos y alimentos. Pero
hace mucho que este h bito de la Sati ("mujer fiel") ha ca ducado, y a veces la viuda no estaba
siquiera obligada a asistir a la cremación. Dicha costumbre fue revivida por ciertas fa-

* Las escaleras que hay en las riberas de ciertos ríos de la India,


.para posibilitar el acceso a ellos. (N. del T.)

milias y adquirió relevancia en ciertos lugares durante el si-


glo xix, hasta que se la abolió por completo.

La pr ctica de la cremación implicaba el reconocimiento de la destrucción del cuerpo físico, dé


modo que no quedaba lugar para una doctrina de la "resurrección de la carne". Se creía
que el espíritu ascendía al cielo en el humo o el fuego de la cremación. Pero la ejecución de los
ritos tanto funerarios co- mo recordatorios dependía de la continuidad de la familia,
cuyos integrantes ayudaban al muerto a la vez que recibían sus bendiciones al llevarlos a cabo.
La coherencia de la familia, garantizada por el sistema de castas, era vital para la ejecución
de los ritos ancestrales. Los textos cl sicos comentan los de- sastres que podían provenir de la
mezcla de las castas, de los matrimonios concertados entre clases diversas, y del olvido de
las ofrendas a los muertos, que los hace ocupar un sitio infe- rior en la escala del mundo
ultraterreno.13 Constantemente se enfatiza la importancia de tener hijos para que éstos
ejecuten los ritos ancestrales como corresponde.

Tradicionalmente, los ritos mensuales o anuales del Sr ddha eran dirigidos por doctos
brahmanes, sacerdotes que perma- necían sentados en,un lugar abierto mientras el familiar
hacía arder ofrendas en el Fuego Sacro, consagradas a los dioses, y ubicaba tres tortas de arroz
en haces de hierba sagrada para su padre, su abuelo y su tatarabuelo. Luego se tributaban
ofren-das a los ancestros masculinos más remotos y se vertía agua en el suelo, a modo de
libación. Las tortas de arroz se dividían luego entre los sacerdotes concurrentes y se ofrecía una
fiesta a los otros invitados.

En los tiempos modernos, las ceremonias Sr ddha completas son raras y mucha gente no tiene
tiempo ni dinero para tribu-tar algo más que ofrendas sencillas. Pero los hombres siguen
muriendo y un funeral adecuado se considera esencial para el bienestar tanto de los vivos
como de los muertos, de modo que se realizan actos rituales tanto para asegurar la destinación
celestial de los que parten cuanto su ininterrumpida benevo-
lencia hacia los que quedan. Aunque la teoría de la reencar-nación se sostiene con gran
firmeza, puede que el retorno a esta vida no tenga lugar por un tiempo prolongado; durante
ese lapso, los muertos necesitan recibir y 'ofrecer ayuda y atenciones.

Las escuelas heterodoxas de la filosofía y la religión hindúes son las que niegan la autoridad
de las escrituras védicas, in- cluidos los Upaníshads, y establecen sus propios textos sa-
grados. Cada una tiene diferencias características respecto de las doctrinas hinduistas, pero
también muchas similitudes, es- pecialmente en lo que concierne a la vida después de la
muerte.

Ha habido maestros ateos, aunque poco se sabe de ellos, salvo a través de los escritos de sus
opositores. Según se decía, los Lokayatas sostenían que sólo este mundo (loka)
existe y que no hay nada más all de él. Negaban el cielo y el infierno y afirmaban que el alma
es sólo el cuerpo con sus atributos y que no hay vida futura. El Bhagavad Gita ridícu-
lizaba a la gente como ésta mediante el ejemplo del necio que cuenta con éxito y fortuna y es
orgulloso y sensual, pero, en- ,gafíado por los deseos y las ilusiones, ha de caer en el infierno
que antes negó .14

La religión de los jainistas es muy antigua en la India, aun- que hoy sólo cuenta con cerca de
un millón y medio de pro- séhtos. Se ha sugerido que tanto jainistas como budistas pre-
servaron ideas corrientes en la civilización prearia del Valle del Indo, y que tenían arraigo en las
castas gobernantes antes que en las sacerdotales. Ambas religiones rechazan a los dio-
ses de los indios, o mejor dicho los incluyen como figuras se- cundarías y repudian a los dioses
creadores, del momento en que el mundo cumple ciclos reiterados e infinitos. Ambas creen en
una suerte de vida futura y en su culminación en el
Nirvana.

Los jainistas creen en innumerables almas (jivas) que habi- tan en los seres humanos, los
animales y las plantas. Estas almas est n encarceladas en la materia por karma buenos y
malos, y la salvación consiste en la liberación del alma, que quedar jubilosa y eternamente
aislada en el techo del uni-verso. Los jai.nistas rechazaron la teoría monísta de que una sola
alma palpitara en todas las cosas, a causa de las manifies- tas diferencias entre los cuerpos y,
por lo tanto, entre las almas. Fueron criticados, a su vez, por Sankara y otros, pues supues-
tamente enseiíaban aue el alma es del mismo tamaño que el cuerpo y por lo tanto (aducía
aquél) el alma de un hombre podría reencarnarse en un cuerpo de elefante y hallarlo dema-
siado extenso, o en un cuerpo de horrniga y hallarlo demasiado estrecho. Los filósofos
hinduistas, por su parte, Criticaron la predilección de jainistas y budistas por los argumentos
nega- tivos o alternativos acerca de Dios' -el alma o lo ultraterrenop con doctrinas basadas en
el "quiz s", o la "multiplicidad-de aspectos": "quizá sea", "quizá no sea", "quizá sea y no sea",
lcquizá ni sea ni no sea". Alegaban que, mediante tales recur-sos, los jainistas eludían o
ignoraban la existencia del Sefíor, única fuente de las almas.'5

Los budistas, al parecer, no sólo negaban o ignoraban a Dios sino que iban más lejos que
los jainistas al negar la existencia del alma. En uno de los primeros sermones adjudicados al
Buda, que trata de "las Características de la No-alma" o No- identidad, se analizan los cinco
elementos constitutivos del or organismo psicofísico en un intento de descubrir si alguno de
ellos puede ser considerado el alma. "El cuerpo no es el alma, puesto que si fuera el alma no
estaría sujeto a la enfermedad." A continuación se examinan las sensaciones, la percepción, los
impulsos y la conciencia: ninguno de ellos puede ser el alma, dado que todos ellos padecen."'

Los di logos budistas más tardíos se demoraron en la cues- tión de si el hombre es ahora
el mismo que cuando era niño, o si las diferentes partes del cuerpo, tomadas en su conjunto,
pueden suministrar una aprehensión de la persona. Con sus negaciones y ambigedades, la
posición budista persiste en elu dir tanto la especulación cuanto el dogmatismo. Un eminent
erudito declaró recientemente que "el Buda jamás enseiíó que la identidad 'no es' sino sólo
que 'no puede ser aprehendida' ".También afirma que la apreciación vulgar que tiene
Occidente del budismo como una ética del do-it-yoursell, el "hazlo-por-ti-mismo", sin
mediación de agentes sobrenaturales, es total- mente ajena al budismo histórico y auténtico,
que "se basa en la revelación de la Verdad a través de un ser omnisciente, conocido como 'el
Buda' 11.17

Sean cuales fueren sus puntos de vista sobre el alma, el budismo siempre predicó con
firmeza el renacimiento, la ronda de transmigraciones y la esperanza en el Nirvana. El mismo
Buda, que es uno en una sucesión de Budas pero el único en lo que va en la presente edad del
mundo, padeció centenares de existencias. Uno de los libros más populares es el jitaka
("historias de nacimientos") que contiene unas quinientas cin-cuenta historias sobre los previos
nacimientos del Buda en diversas formas animales y humanas, en cada una de las cuales
cumplió a la perfección con sus deberes. Su último nacímien- to, que él escogió desde el cielo,
condujo al esclarecimiento pleno y definitivo y lo llevó al Nirvana. En su iluminación, el
Buda evocó y vislumbró todos sus previos nacimientos, todas las criaturas del presente y todo
el futuro. Esta omnisciencia virtualmente divina es parte de los atributos del Buda y le ad-
judica un puesto central en la devoción de sus prosélitos, para quienes él es "el Dios por
encima de los dioses". Como Krishna, el Buda conoce todas sus existencias, mientras que
los hombres las ignoran.

La naturaleza del Buda en el Nirvana fue debatida con des- treza negativa. ¨Existe el Buda? Sí,
pero desde que ha in-gresado totalmente al Nirvana, y ya es imposible que pueda
conformarse cotno criatura, es imposible señalarlo con determi-nación. No obstante, es posible
determinar al Buda a través de su doctrina, y sus fieles lo invocan cotidíanamente: "Acudo al
Buda en busca de refugio, acudo a la Doctrina en busca de refugio, acudo a la Orden mon stico
en busca de refugio."
El budismo septentrional o Mah y na ("gran vehículo") en- señó doctrinas concernientes a
tres Budas, salvadores divinos que se brindaban a todas las criaturas como bodhisattvas, y
personificaban la sabiduría perfecta. Algunos filósofos ense- ñaron la doctrina del Vacío o
Vacuidad final, sin que existiera diferencia entre la transmigración y el Nirvana, de modo que
el júbilo consistía en la cesación de todo pensamiento. Tal doctrina recibió el ataque de los
filósofos hinduistas, que arguyeron que el enunciado "todo es nada" equivale a "todo
es el ser"."'

El Gurú N nak fundó a los sikhs en el siglo xv de nuestra era. Son monoteístas pero, si bien
recibieron ciertos influjos del monoteísmo y el misticismo musulmanes, los sikhs est n
firmemente arraigados en la tradición hindú. El fin de la Edad Media vio florecer muchos
movimientos fervorosos; en algunos de ellos el entusiasmo rozaba el erotismo, con la de-
vota adoración de deidades encarnadas. Otros, como los sur-gidos de N nak y Kabír, prescribían
la fe en un Dios supremo pero no encarnado.ç

Sin embargo, las tradicionales creencias indias en cuanto a la vida después de la muerte
Pervivieron en estos nuevos con-textos. Nanak cantó haber n-acido muchas veces como rbol,
p jaro y animal, y haber realizado, en sus múltiples vidas, actos buenos y malos. Pero creía que
nada podía estar oculto a Dios y que sólo la gracia divina podía rescatar al hombredel pecado
y la transmigración. En el sikhismo, como en casi todo el pensamiento indio original, la teoría
del karma explica las Pre-sentes dichas o desdichas del hombre, y ese destino es pasible
de alteración mediante las buenas acciones v la gracia de Dios. Los modernos escritores síkh
enfatizan las'verdades reveladas por el Gurú N nak y sus sucesores' puesto que "innumerables
pecados pueden lavarse gracias a la iluminación del Verbo". La transmigración rige hasta que el
alma se eleva al Nirvana, y luego "el renacer es eliminado mediante la palabra del
Gurú".'9

"Hay siete infiernos", dicen los filósofos Sankara y Ram - nuja, resumiendo la descripción de
sitios destinados al tormen-en el más all , abundantes tanto en las obras hinduistas,
como los Puranas, cuanto en los textos del jainismo y el budismo. Hay una estrecha similitud
con el Infierno de Dan- te, aunque es posible que las ideas indias hayan influido sobre
el Cristianismo medieval en forma indirecta, a través de los misioneros budistas y del Islam.

Erróneamente suele creerse que las religiones de la India y del Asia en general no creen en la
condenación, ero los in-contables infiernos de la religión hinduista, de la budista y de
otras, que ofrecen siniestros detalles de diablos y suplicios, no son si-,io lugares de
condenación. El mismo Bhagavad Gita, al continuar la descripción del destino del necio
opulento, ofrece un respaldo cl sico a la concepción de la perdición eterna de
los malvados. stos padecen un renacer tras otro, son engen- drados en vientres cada vez más
nefastos, y "jamás llegan a Dios"."

Ese "nunca" debe ser comprendido, indudablemente, en el contexto del ciclo cósmico, a cuyo
fin se iniciara una nueva creación. No se trata estrictamente de un "castigo eterno",
aunque es cierto que el eterno ',eón" bíblico no difiere del período cíclico del pensamiento
indio. Es imposible decir hasta qué punto las descripciones de infiernos y paraísos eran toma-
das literalmente en el pasado. No cabe duda de que su propó- sito era atraer a los hombres
hacia la virtud mediante esplén- didos relatos de las recompensas que los aguardaban (aunque
no sin sutiles advertencias que inhibieran de cometer actos sólo por la retribución) y
disuadirles de la pr ctica del mal. En la actualidad, esos vívidos relatos se han espiritualizado, y
un escritor sikh afirma que el "paraíso y el infierno son es- tados mentales y no localidades
geogr ficas ubicadas en el tiempo y el espacio. Est n simbólicamente representados por
la alegría y la pena, el jú@Dilo y la angustia, la luz y el fuego".21
Las incoherencias que parece plantear la coexistencia de con- cepciones como cielo e infierno,
por una parte, y transmigra- ción y Nirvanh, por la otra, no resultaron insuperables. Los
textos más antiguos aluden a los muertos que se elevan al cielo y allí reciben la retribución
debida a sus actos, y una vez que se agotan las consecuencias del karma algunos regresan a
la tierra. Hay un doble juicio moral: en las condiciones de la' vida ultraterrena y en las
condiciones, propicias o desfavora-bles, del nuevo renacer.

No hay que confundir el cielo con el Nirvana. Hay muchos paraísos, en las montañas o los
cielos distantes, que son, para los hinduistas, la morada de los dioses y de los antepasados, y,
para los budistas, el sitio donde los que est n a punto de transformarse en Budas aguardan las
próximas revelaciones de la verdad. Las obras religiosas populares contienen innumera-
bles y espléndidas descripciones de las mansiones celestiales, que pueden ser residencias
temporarias aunq ' ue duren muchí-simos años. El guía del famoso Templo del Diente del Buda,
en Kandy, hoy pasea a los visitantes por salones donde los muros resplandecen con pinturas de
vivo color, donde hay rboles y arroyos, aves y jubilosos inmortales, y, sin mayor precisión, dice
que eso es el Nirvana. Los cultos saben que el Nirvana no puede ser descripto ni pintado,
aunque un antropólogo re- fiere que la mayoría de los Budas, monjes o laicos, prefieren el
paraíso o el renacer, al remoto e inconcebible Nirvana, y que para ellos el renacer es mejor que
"la cesación del renacer" .22 Los primeros en predicar el Nirvana fueron los jainistas y los
budistas, y al parecer tal concepción penetró en el llinduis- mo a través del Bhagavad Gita, el
cual, en una actitud típica- Mente teísta , ve al Nirvana como una comunión con Dios, "la paz
que culnlina en el Nirvana y reposa sobre Afi".23 Nirvana significa "apagado", "extinto" (v
na se relaciona con el vien.to), y consiste en el logro de a extinción de los deseos y el karma de
modo tal que no haya causas para un nuevo renacer
y culmine la cadena de las Ira migraciones.

En lengua inglesa, y en alznos comentarios, el Nirvana ha sido descripto, sin mayor rigor
como extinction, "extinción", en el sentijo de aniquilación~deI alma o principio espiritual, lo
cual ho condice exactamente con los contextos indios.* Ni siquiera la supresión de la
individualidad implica necesariamen- te, en el hinduismo, la completa identificación con el
Abso-luto, puesto que Sankara y R minuja diferían al respecto, y en muchos textos religiosos se
puede interpretar una prédica de la unidad pero no de la identidad con lo divino. En @l
iainismo las almas gozan por toda la eternidad del júbilo de la libera ci¨>n, mientras que en el
budismo sólo se logra la extinció del deseo, causa del sufrimiento y la transmigración.

Los predicamentos búdicos en cuanto al Nirvana se carac-terizan tanto por las negaciones
como por los intentos de se-ñalar en qué consiste. Las populares Preguntas del Rey M-
linda enfatízan que uno no puede indicar a forma, el tamaiío o la duración del Nirvana, y que el
Nirvana es, no obstante, júbilo absolu ' to. En la medida en que se extingue todo af n
por los goces sensuales y toda futura resurrección, concluyen todos los sufrimientos. Es como
la cima de un monte, inacce-sible a las pasiones, pero inconmovible, alto y sereno. Con-
siste en el júbilo de lo eterno y es la indescriptible meta de los totalmente iluminados.

* José Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofía, comenta al res- pecto: "El significado
más aproximado de NI 'rvana es 'extinción' (como cuando se habla de la extinción de un, llama
) ' En efecto, lo que parece real, según los budistas, no es real, sino merafnente 'hinchado'. Al
re- esta hinchazón aparece desde fuera algo no aparece algo Tampoco puede que responde
conceptos valederos de la existencia indides Las definiciones que los budi tas an o
sola- mente aproximaciones." (N. del T.

Con frecuencia se ha visto en la religión india la negación del mundo, el apartamiento ascético
y egoísta de los problemas de la vida, y por cierto hubo muchos ascetas o atletas espiri- tuales
que soportaron indecibles privaciones en la busca de una meta para su espíritu. Sin embargo,
la energía y la dedicación consagradas a la vida ascética han servido de ejemplo a la ma-yoría
de la gente. No han echado las bases para una religión que negara totalmente al mundo. La
religión india no se ha ocupado precisamente del más all , sino de la vida terrena.

La cultura india ha producido innúmeras obras de arte a través de las edades, y en muchas
palpita una exuberante sen-sualidad que acaso complemente el extremado ascetismo. La
literatura, los tratados morales y sociales, los logros técnicos y políticos de la India testimonian,
durante muchos siglos, que la vida mundana tiene un valor. Aun para los sacerdotes el
ascetismo era juzgado la última de las cuatro etapas de la vida
que los hombres debían transponer normalmente: como estu- diante, como padre de familia,
como recluso y como asceta. Sólo cuando un padre de familia hubiese visto a los hijos de
sus hijos y se hubiese asegurado del cumplimiento de los ritos ancestrales,.había de retirarse
de la vida activa para meditar sobre lo eterno.

En la India, los deberes sociales y morales se agrupaban según cuatro clasificaciones, entre las
cuales la salvación o libe- ración (moksha) ocupaba el último lugar. Las otras eran: la
virtud o moralidad, la riqueza y la influencia, y el placer en el amor y en las artes. Estas cuatro
finalidades humanas eran consideradas justas y adecuadas en todas las clases de la so-
ciedad y para ambos sexos, con sus diversos deberes y perti- nencias. Que no siempre se sigan
los ideales más altos es una falla común a todos los seres humanos.

Primariamente se consideraba que la liberación o salvación tendía a rescatarnos de la ronda


de las transmigraciones, aun-que, como ocurre comúnmente con los budistas, más suele
esperarse una vida placentera en la próxima existencia que un traslado al Nirvana. Ya hemos
consignado que la liberación, según las diversas opiniones, podría lograrse mediante el co-
nocimiento perfecto, mediante acciones prolongadas y perfec-tas, o, más popularmente,
mediante la gracia de un Dios amante de los hombres.

La predominante creencia en la transmigración ofrecía un panorama de resurrecciones


potencialmente interminables den@ tro del actual 1ciclo del mundo. Pero las religiones de la
gra- cia, que son de lejos las más difundidas, ofrecen salidas de la cadena transmígratoria. El
Gita dice que Dios salva a los hombres "inmediatamente del mar mortal de la transmigra-
ción". Tal salvación no est meramente destinada a una mi- noría aristocr tica sino a todos los
que buscan refugio en Dios; "las mujeres, los artesanos, y aun los siervos alcanzar n la
meta más alta". Esta salvación eleva a los santos fuera de la transmigración y de los ciclos
mundanos, pues al haberse vuelto semejantes a Dios no vuelven a nacer con la nueva creación
del mundo ni son perturbados al sobrevenir su diso- IUCíón.24

Para los monistas o no-dualistas, especialmente para San- kara, la liberación aporta el
conocimiento de la propia den-, tidad con el Brahm n absoluto. El Absoluto es el Sí-mismo
de todos y los hombres, a través de la meditación, llegan a rechazar la errónea opinión de que
el Sí-Msmo est sujeto a la transmigración. El Sí-Msmo es eternamente libre en su
naturaleza, pero en un cuerpo humano lo ciega la ignorancia; la liberación-consiste
simplemente en reconocer que uno es lo Absoluto, que es Brahm n, La personalidad
aparentemente separada del hombre es ilusoria o transitoria, mientras que el
Absoluto es la realidad impersonal y atemporal. La extinción de la individualidad no conlleva,
sin embargo, la extinción de la realidad sino de la ignorancia. La última realidad es Ser-
Conciencia-júbilo (sat-chit-ananda). Por lo tanto, aunque el alma pierde su individualidad en el
seno de lo eterno, no pier-de su conciencia. Antes bien, logra una conciencia altísima
y perfecta, que es el júbilo del ser verdadero.
Este mor ismo absoluto es popular entre los intelectuales, y ha sido comparado con el Vacío de
ciertos budistas, sí bien este último no parece enfatizar la suprema conciencia como
lo hacen las enseñanzas hínduistas. Pero otros pensadores hinduistas, más próximos a las
concepciones populares, com-parten el teísmo más personal de R m nuja. este enfatiza
la unión con Dios, que no es sin embargo una identificación sino una comunión de Yo a Tú, y
una vida después de la muerte que no es solípsismo ni extinción. R m nuja declara: sostener
que la conciencia del 'Yo' no persiste en el estado o liberación final es absolutamente
mapropiado. La doctrina, en realidad, sólo es- tablece -si bien con palabras levemente
cliferentes- que la liberación final es la aniquilación de la Identidad, El 'Yo' no es un mero
atributo de la Identidad para que aun des ués de su destrucción pudiera persistir la naturaleza
esencial de la Identidad, tal como persiste al cesar la igno- rancia, sino que constituye la misma
naturaleza de la Identidad."2ó

R m nuja declara una y otra vez que las almas constituyenel cuerpo de Dios y que el Brahm n
absoluto, el Espíritu más alto, debe diferir de las almas individuales, pues de lo contrario éstas
no po ' drían comulgar con él, "El Brahm n que I)retende alcanzar e devoto que medita debe
ser algo diferente de él." Ram nuja cierra uno de sus más famosos comentarios con esta
declaración: "hay un Espíritu Supremo cuya naturaleza consiste en el júbilo y la bondad
absolutas; que se opone fundamentalmente a todo mal; que es causa del origen, la
perduración y la disolución del mundo; que difiere en naturaleza de todos los otros seres ...
Que es un océano de amabi- lidad para todos cuantos dependen de él... Y los libera del
influjo de la ignorancia en que consiste el karma... Y les permite alcanzar ese júbilo supremo
que consiste en la intuición directa de la propia natura-leza; y que después de esto no los
devuelve a las miserias de la transmi-gración ... Una vez que ha llevado consigo al devoto que él
ama gran- demente."2ó

NOTAS

1 Rig Veda, 10, 14; 10, 15; 10, 135.


-2 Kaushitaki Upanishad, I, 1-ó.
3 Brihad-aranyaka Upanishad, 3, 9, 28.
4 Ibid., 3, 2, 13; 4, 3, 9 y ss.; 4,3, 35-4, 42; 4,4, 3 y ss.

5 Ibid., ó,2; Chandogya Upanishad, 5, 3-10.


ó Preguntas de Milinda, 77.
7 Katha Upanishad, 2, 18-19; y véase mi The Indestructible Sout.
8 Bhagavad Gita, 2, 19-20; 11, 2ó y ss.
9 Chandogya Upanishad, ó, 8-13.
10 Vedanta Sutras con el comentario de Sankara, 2, 3, 50.
11 Vedanta Sutras con el coraentario de R m nuja 1, 1, l; en la tra-
ducción de Thíbaut, p gs. 70 y ss.

12 Bhagavad Gíta, 12, 1-7.


13 Ibid., 1, 41 y ss.
14 Ibid., 1ó, S-1ó.

15 Comentario de Rimgnuia, 2,2,31; comentario de Sankara, 2,2,34.


1ó Samyutta Nikaya, 3, óó.
LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

17 E. Conze. B

,S Comen@o i4 India P gs. 30, 39.


2, 30.
19 T. Singh en 19ó9), ó9 y ss.

10 Bhagavad Gj

21 h ci .

Sin
22 g
T'
23 . E.ro, Buddhism and Society, 7ó y SS.
M Spl
Bh 7@vd Gita, ó, 15.
1.
24 b, @12 7; 9,32; 14,2.
25 Com@nta@jo de Riminuia; en la traducción de Thibaut, p gs
y SS. ó9
Ibid., 4, 4, 22.
ó

PADRE JOSEPH CREHAN

LAS SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE

Grecia antigua

Alrededor del ó00 a.C., el himno homérico a Deméter pre-


sentó a los griegos ciertas ideas sobre la muerte y el pasaje
al otro mundo que habían de tener una influencia perdurable.
Es posible que el mito del rapto de Perséfone sea de mayor
antigedad, y acaso sea de origen minoico. El himno les
mostraba a los griegos que los misterios eleusinos podían ser
contemplados como rememoraciones del arribo de Deméter
a la casa de Celeo y Metaneira mientras lamentaba la pérdida
de Perséfone, así como de la promesa de inmortalidad al
niño Demofonte (a quien ella alimentó en lugar de Meta-
neira). Esta promesa se frustró por culpa de la inoportuna
curiosidad de la madre, quien quiso saber cómo hacía la no-
driza para que el niño creciera tan maravillosamente. La
moraleja de semejante historia ha de haber desembocado sin
duda en la noción, típicamente griega, de que no conviene
querer saber demasiado sobre el otro mundo y que aun el
iniciado en los Misterios sólo podía esperar una presentación
simbólica de los hechos.
Según ese himno, la Tierra, Zeus y el Hades intervinieron
en el rapto de Perséfone, y por el encargo aparentemente
hecho a Deméter (versos 399-403), de que Perséfone habite
en el Hades un tercio del año y luego retorne para vivir con
los dioses inmortales, es probable que se creyera que el ciclo
de crecimiento y decadencia de la naturaleza estaba en cierto
modo simbolizado en los Misterios. De nada sirve distinguir
dos etapas en la religión griega de los muertos, la primera de
las cuales sería una mitología campesina relativa a la doncella
FW

12ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

del trigo que Muere y renace y la segunda un sofisticado


mito de alcances escatológicos que concede al hombre su sitio
en el universo. El origen minoico del tnito sugiere que puede-
haberse originado mucho más al este, en la forma de un
matrimonio sagrado y ritual entre una doncella terrena y 1
.rey del mundo subterr neo. La otra alternativa del m@to,
(según la cual Perséfone permanece en el Hades y no retorna
a la tierra) fue la seguida por Vírgilio. En Lokri circulaba
una versión similar; y hay pinturas griegas en las que un auriga
del Hades se lleva una doncella a su reino.
La necesidad de un matrimonio sagrado que renovara la
vegetación año a año comporta una creencia que puede hallarse
desde la Mesopotamia hasta las Columnas de Hércules. Una
inscripción en hebreo y etrusco, en Caere, sobre la costa ita-
liana, nos confirma su existencia en el siglo v a.C. El punto
culminante de los Misterios eleusinos consistía en la mostra-
ción de los trabajos de Deméter, seguida por un c ntico nup-
cial en honor a la doncella, "mientras Zeus le dejaba en la
falda los testículos de un macho cabrío, como si fueran los
suyos". Los defensores de la santidad de Eleusis dicen que
Psellos ha combinado en su relato lo que se hacía en Eleusis
con lo que ocurría en Alejandría, pero no podemos estar
seguros de ello. Asterio (Homilía, 10;,P.G. 40:324), alude
a una especie de matrimo io sagrado en Eleusis. Hay inscrip-
cíones en lamellae (l minas) de oro, sepultadas en tumbas
de Thuríi (Magna Grecía), y de Creta (circa 350 a.C.) q ' ue
contienen invocaciones a Perséfone como Reina de los Muer-
tos. Allí se considera, sin duda alguna, que Perséfone siempre
habita entre los muertos, y no que migra de estación en esta-
ción entre este mundo y el otro. La idea de un trasmundo
jubiloso para los "puros" ya era familiar en los tiempos homé-
ricos, puesto que Menelao recibió la promesa de que al morir
iría a los prados del Elíseo, donde la vida es agradable (Odi-
sea, IV; 573). Suele decirse que esta promesa no condice
con la teología general de Homero, según la cual los muertos
habitaban un reino semejante al Seol hebreo. Pero otros
héroes, tales como Harmodio y Aristogitón (quienes en 514
a.C. mataron al tirano Hiparco), residían, según lo procla-
maban las canciones populares, en las Islas de los Bienaven-
turados.
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 127

Pit goras, hacia fines del siglo vi a.C., al parecer recordó


a muchos de los que había conocido en las vidas que ellos
habían llevado anteriormente, mucho antes de que sus almas
moraran en el cuerpo que ahora habitaban. En cuanto a él,
Pit goras proclamaba haber sido Euforbo, hijo de Pantoo, un
héroe homérico. Tales teorías suponen una separación del
cuerpo y del alma en el instante de morir, separación a la que
alude el famoso monumento a los atenienses caídos en Potidea
en el 432 a.C.: "El éter acogió las almas, la tierra los cuerpos
de quienes cayeron ante las puertas de Potidea". La frase "el
cuerpo es el manto del alma" constituía, al parecer, un prin-
cípio de la escuela pitagórica, y por esa razón a Perséfone
se la representaba afan ndose ante el telar, tejiendo nuevos
cuerpos para las viejas almas. Hay Lamellae de oro (de Pete-
lia, Farsalia y Creta) que dan indicaciones al alma para cuando
ésta abandone el cuerpo: "Hallar s un arroyo a la izquierda, en
el Hades, y junto a él un ciprés blanco. . . " Se le indicaba al
alma que pidiera el agua de la rememoración de dicho arroyo,
que presumíblemente le garantizaría la evocación de su vida
anterior en su próxima existencia.
Platón refiere la visión que Er el armenio (República,
ó14 b) tuvo mientras estuvo temporariamente muerto; había
dos aberturas en la tierra, próximas una a la otra, y entre
ambas se erguían los jueces; las almas que llegaban de la tie-
rra, una vez juzgadas, iban va hacia la derecha, para ascender
a los floridos prados de la 'dicha, ya hacia la izquierda, para
descender a los tormentos. Esta sofisticado creencia no puede
conciliarse con el popular culto de los muertos que se practi-
caba en el festival de Antesteria en Atenas. Al anochecer de
este festival de las flores, se depositaban vasi.,as con fruta
cocida para los muertos familiares. Los que participaban en
dicho ritual por cierto ignoraban la noción de que sus fami-
liares difuntos pudieran haberse reencarnado en otro cuerpo.
En el Fedro (24ó c-248 c) Platón intentó imponer cierto
orden a la teoría de la transmigración. El alma, al comienzo
de su existencia, procura elevarse por las esferas hasta que ve
con claridad las verdades celestiales. Pero si pierde las alas,
cae hasta descender en un cuerpo sólido que la aprisiona.

"Es ley del Destino que el alma que contempla algunas de tales verda-
des quede exenta de males hasta la próxima vez en el curso de las esfe-
128 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

ras, y si persiste en su vuelo, se liberar para siempre. Pero si por


funesta inhabilidad dejara de contemplarlas y la embargaran el olvido y
el extravío, perdiendo sus alas y cayendo a tierra no iria en primera
instancia al cuerpo de un animal, sino que el al@ que más se acercó
a la contemplación caer en el cuerpo de un hombre que se transformar
en filósofo o amante de la belleza ... 11

Hay ocho categorías más para las almas cuya empresa ha


sido menos exitosa: reyes, políticos, gimnasias, etcétera.
El tribunal de jueces de los muertos, según Platón (Apolo-

gía de Sócrates, 41 a) est compuesto por Minos, Radamantis,


Eco y Triptolemo. Los dos primeros son nombres personales
del imperio minoico de Creta, mientras que los dos segundos
se relacionan con Eleusis. Homero (Odisea, XI; 5ó8) ya
conocía a Minos como juez de los muertos, y consigna algunos
de los castigos legendarios (tal como el de llevar agua en un
canasto de mimbre) impuestos a ciertos pecadores notables.
Sin embargo, el Aquiles de Homero le dice a Odiseo, cuando
éste tiene el privilegio de visitar el Hades, que preferiría ser
un humilde labriego en la tierra antes que el sefíor de los
muertos del Hades. No queda muy claro cómo se combinaba
esta concepción con la situación de Minos y los demás jueces.
Con frecuencia se califica a Hermes de Psicopompos, escolta
de las almas. En la Odisea (24: 9-14), se lo representa lle-
vando al Hades las almas de los pretendientes de Penélope
muertos por Odiseo. Hermes también se encarga de sopesar
las almas; hay una famosa pintura cer mica que lo representa
sosteniendo las balanzas cuando Aquiles y Memnón son pesa-
dos en presencia de Zeus, mientras las respectivas madres,
Tetis y Eos, claman por la vida de sus hijos. Este mito dio
tema a una tragedia de Esquilo que se ha perdido, pero Home-
ro (Ilíada, 22:209) hace que el mismo Zeus pese a Aquiles
en contra de Héctor.
Desde el siglo iv a.C. en adelante abundaron, según nos
cuenta Platón (República, 3ó5 a), los manuales griegos que
se decían redactados por Orfeo, Museo o algún otro sabio,
colmados de mitología y fórmulas iniciatorias. Sócrates llegó
a preguntarle a sus jueces cu nto pagarían por estar en com-
pañía de Orfeo y Museo (como él lo estaría luego de su
muerte), y en ese sarcasmo reluce la ironía socr tico. Estos
manuales populares no carecían de instrucciones para convocar
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 129

a los muertos y consultarlos. Una vez más, Hermes oficiaba


de intermediario, pero es imposible saber el éxito logrado por
los esfuerzos de los practicantes aficionados. Los papiros m -
gicos est n llenos de fórmulas y sugerencias, pero en ellos no
consta una crónica de los logros. Cumont (Lux perpetua,
p. 20ó) advirtió el hecho asombroso de que, pese a las discu-
siones filosóficas sobre la transmigración, no hay ninguna
alusión al respecto en las inscripciones sepulcrales de Grecia
o Roma. Si hubiese sido una creencia firme, deberíamos en-
contrar ocasionalmente, en las tumbas, alguna plegaria en que
se rogara para tener más suerte la próxima vez o para un
regreso seguro a las viejas moradas. Las especulaciones de
órficos y pitag¨>ricos han de haber sido objeto de discusiones
intelectuales, sin arraigo en la vida del pueblo.
El viejo punto de vista sobre la religión de los muertos en
Grecia giraba alrededor del animismo de E. B. Tylor, respal-
dado por jane Ellen Harriso@i y Gilbert Murray. Ahora que
los antropólogos han renunciado a dicho animismo, podemos
elaborar un cuadro más realista de las creencias griegas. stas
tomaban a los poemas homéricos casi como un texto revelado;
podía coment rselos, pero no present rselas oposición. Sea
cual fuera la opinión de Sócrates o Platón, el griego del Kera-
meikos se quedaba con su Antesteria para gritar a su culmi-
nación: "Alejaos, espíritus de los muertos; Antesteria ha ter-
minado"; de tal modo se despedía de su difunto, quien aguar-
daría otro año en el Hades. El triunfo de la filosofía en la
cuestión del culto de los muertos no sobrevino hasta que
Grecia fue absorbida por el poderío romano.

Las creencias de los romanos

Los romanos eran hombres pr cticos antes que especula-


tivos, y es importante resefíar sus creencias en el más all a
través de lo que hacían con sus muertos. Los h bitos funera-
rios no son f ciles de definir, pues la ubicación de objetos
preciosos en una tumba puede significar muchas cosas diferen-
tes: el cuchillo o la joya pueden colocarse junto al cad ver
porque se cree que éste los necesitar en el otro mundo, o
porque a su muerte nadie más debería usarlos, o quizá como
una ofrenda a los dioses subterr neos, o simplemente porque
130 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

era suyo y siempre lo usaba. Cicerón describe de este modo


las antiguas creencias latinas: "Era una creencia fundamental
entre los hombres de antaíío que después de la muerte había
cierta conciencia y que al dejar esta vida un hombre no des-
aparecía al punto de perecer por completo" (Tusculanae Dis-
putationes, I: 12: 27). T cito, en la biografía de Agrícola,
su suegro, decía con igual criterio, en el capítulo 4ó: "Si
existe una morada para las almas de los justos; si, como sos-
tienen lo,3 filósofos', los grandes espíritus no fenecen con el
cuerpo, que descanses en paz". El cad ver era adornado y ubi-
cado en un div n dentro de la tumba, como para un banquete.
Esta era una pr ctica etrusca que adoptaron los romanos.
Propercio, que redactó sus poemas bajo el impulso de una
tenaz preocupación por la muerte, nos ha descripto cómo él
creia que debía ser su propio funeral (Elegías, 11:13). No
le interesan las largas procesiones (pompa) ni las doloridas
trompetas, ni andas ni un div n digno de Atalo. Preferiría,
en cambio, llevarle a Perséfone sus tres libros de poemas, y
que su amante siguiera el cad ver desgarr ndose el pecho
desnudo en seiíal de luto. Le gustaría que lo arrojaran a una
pira funeraria y que las cenizas se recogieran en una urna
sencilla. La cremación comenzó a ser de pr ctica corriente en
Roma durante los dos últimos siglos de la república, aunque
Plinio nos asegura que ese h bito no era desconocido anterior-
mente (Historia naturalis, VII:187).
El alma, al morir, se unía a los Manes (almas deificadas de
los ancestros difuntos), según la creencia romana, y éstos eran
reverenciados por el grupo familiar o gens. En Propercio
(Elegía, IV:7) se declara abiertamente que los Manes existen
y que la muerte no es el fin de todo. Describe el retorno
de su amada muerta, Cynthia, en una visión: ella tenía el
mismo aspecto y el mismo peinado que cuando vivía, aunque
su atuendo exhibía los estigmas del fuego. Podía hablar y
respirar, aunque sus labios revelaban la huella del agua del
Leteo y sus dedos rechinaban.
Aunque ignoremos si esta visión fue real o imaginaria, al
menos nos habla de una noción que un poeta romano del siglo
de Augusto consideraba aceptable para el público. Los entie-
rros en tumbas colectivas (o los recipientes cinerarios deposi-
tados en los anaqueles separados de enormes columbaria) pre-
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 131

servaban la idea de que los Manes familiares se mantenían


juntos. El monumento (en griego) de un soldado romano
que murió en servicio en Dura-Europos, Mesopotamia (Exca-
vation Report, 9:177), fue erigido por su viuda y presenta,
como traducción del habitual Dis Manibus, las palabras @uxoct
Oeoct ("las almas divinizadas"). Cicer¨>n hizo en sus Filípicas
(I: ó: 13) una distinción tajante entre el homenaje tributado
a los Manes de los muertos y la adoración de los dioses inmor-
tales: "jamás pude vincular a un muerto coi el culto a los
Inmortales, ni dirigir súplicas a alguien cuya tumba podía
hallarse en cualquier parte para recibir las honras de la devo-
ción familiar". La palabra parentatío, o devoción familiar,
necesita alguna explicación.
Los Parentalia eran una fiesta de los muertos celebrada en
Roma del 13 al 21 de febrero de cada año, y el 22 de febrero
era un día de congregación familiar (cara cognatio) en que se
creía que los muertos venían a reunirse con los vivos. Ovidio,
en sus Fasti (II:535-39) dice que todo lo que se requiere en
los Parentalia es tributar pequeñas ofrendas a los muertos:
un mosaico con una guirnalda de flores (pues las tumbas re-
cientes se cubrían con mosaicos), unos granos de trigo, un
puñado de sal, pan mojado en vino y un ramo de violetas.
Tales presentes había que dejarlos en el sendero que bordeaba
la tumba. Ovidio suscribía a la tradición según la cual Eneas
había traído ese rito desde Troya. La Ley de las Doce Tablas,
siguiendo el código ateniense de Solón, incorporó leyes que
restringieran la extravagancia de los funerales romanos. Cice-
rón da testitnonio del hecho y nos cuenta que, en la niñez, él
y otros debían aprender las leyes de memoria (De legibus,
ll: 23: 58). En la celebración de cara cognatio (o Caristia)
se quemaba incienso y se ponía comida en el hogar, 'para que
los compartieran los Lares de la familia. Según Festo, el eti-
mólogo romano, esos Lares eran "las almas de los hombres
admitidas en compañía de los dioses". Los romanos acauda-
lados tenían en el atrium de sus casas pequeños bustos de los
ancestros, y esta costumbre hizo que los escultores de Roma
adquirieran gran destreza en el retrato. Es característico que
una de las leyes de Sol¨>n hubiese vedado toda escultura re'cor-
datoria que le llevase a diez hombres más de tres días de
trabajo.
132 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Los muertos debían ser sepultados fuera de pomoerium o


zona urbanizada de Roma; así lo Prescribían las Doce Tablas.
Cicerón (loc. cít.), que nos inforfna del hecho) presume que
el propósito era @ edir el fuelyo en los sectores edificados,

pero a sígníficati@v-o: el colegio de Pontífices


(custoc en rornana) sostenía que una zona pú.
blica ( no podía intervenir en una bendición
Privada hubiera ocasionado un fun tal. Lo que
Cicerón e
(bendición Privpda) sólo teñía
lugar, él (De l: @2: 57), cuando el ritual
había ado Y e., estaba sepulto, ci cuando se

había e barro so@ 1 los huesos que se cremaban. Arrojar


el barro (gleba) mientras se recitaba Sit tibi terra levas (,,Que

la tierra te sea leve") constituía el acto funerario más solemne,


Festo nos informa que los que habían tomado parte en una
procesión fúnebre a'su regreso debían caminar sobre una fo-
gata y ser salpicados @on agua, lo cual Constituía una forma
de purificación llamada SUIIitio. Ni esto ni las sepulturas
fuera de la ciudad significan necesariamente que los muertos
fueran impuros. La ley del Pomoerium fue la causa de la
profusa ornamentación de las carreteras que salen de Roma,
según puede apreciarse en la Vii Appia, pero el origen de la
ley parece haber sido el conflicto entre la relieio p blica y
Privada, tal como lo sugiere Cicerón. En los Fast7(4 7ú87-790)
Ovidio í]Vstra la pr ctica de la sullitio; dice el

poeta que el
fuego y el agua son lo más importante de la vida; al exiliado

se le negaba el agua Y,el fuego y la novia los recibía al ingresar


en su nuevo hogar. Acaso el ritual de los que volvían de un
funeral suburbano servía para indicar que éstos dejaban a los
muertos por los vivos.

En la Eneida (ó:735-751), Virgilio adoptó un punto de


vista pitagórico en cuanto a la condición de los muertos. El
alma al morir, ascendía a través del aire, luego atravesaba las@
aguas que hay sobre el aire, y al fin recorría la atmósfera que
est directamente expuesta a los rayos del sol. Este viaje irn-
plicaba una purificación del alma mediante el aire, el ag?a y
la radiación solar, de modo que estuviera totalmente limpia al
acceder al Elíseo. Aquí podía quedarse o bien ser conducida
al río Leteo para afrontar una nueva existencia en la tierra.
La filosofía estoica había introducido esta noción de un ritmo
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 133

cíclico en la vida del mundo; los más perversos egresaban del


ciclo para padecer un castigo eterno, otros alcanzaban el eterno
júbilo, pero la gran mayoría de los hombres atravesaba un
proceso de vida, muerte, purificación y resurrección, en tanto
que el mundo material era renovado cada mil años. Los epi,
cúreos, por contraste, negaban la inmortalidad. Tal filosofía
fue resumida por la mano anónima que inscribió estos versos
en un muro de Pompeya:

Balnea vina Venus conumpunt corpora nostra:


Sed vitam laciunt bainea vina Venus.

0 sea: "Los baños, el vino y las mujeres corrompen nues-


tros cuerpos, y sin embargo son lo mejor de la vida los baños,
el vino y las mujeres". 'A un pagano ordinario difícilmente
lo consolara la inscripción sepulctal que proclamaba: "Soy
cenizas; las cenizas son tierra; la tierra es una diosa; por lo
tanto no he muerto" (C.I.L., VI: 4: 29ó09).
A la muerte del emperador había una apoteosis pública.
julio, al ser asesinado, había ascendido al cielo en un carro
triunfal, según ciertas monedas. Al morir Augusto, se soltó
un guila desde su pira funeraria, para mostrarle al pueblo el
ascenso de su alma. Se hicieron-camafeos en que Pegaso acu-
día a su encuentro en las alturas. Lucano (1:45) prometió
a Nerón una apoteosis semejante, y Estacio (Thebais, 1:27)
le hizo idéntica protnesa a Domiciano. Séneca se burló del
asunto en su Apocolocyntosis, un opúsculo cuyo título podría
traducirse "La metamorfosis de Claudio en calabaza". Un pa-
piro egipcio nos refiere que, según se creía, Febo anundó la
llegada de Trajano entre los dioses (Papyrus Giessen, 20: Klio
7:278). Popea fue embalsamada por orden de Netón (T cito,
Anales, 1ó:ó), "al modo de los gobernantes extranjeros", y
esta alteración de las pr cticas romanas puede haber iniciado
una nueva modalidad funeraria. Lo cierto es que hacia la
época de Adriano la inhumación era la pr ctica más habitual.
En el libro sexto de su De Republica Cicerón argumentó,
contra los epicúreos, que el alma era inmortal, acudiendo a
elementos pitagóricos y platónicos. Como contraparte de la
Visión de Er en la República de Plat<Sn, Cicerón culminó su
obra con el Sueño de Escipión, en el que se dice, con toda
llaneza: "Cada hombre es su propio espíritu ... Tú no eres,
134 LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE

MOrtal, sino tu cuerpo7> (ó:24). El epicúreo Colotes había


declarado que era indigno de un fil¨,sofo enseiíar mediante
mitos. Cicerón no se amedrentó ante este ataque a Plat¨>n,
sino que utilizó la misma t ctica. Plutarco atacó a Colotes,
y en los últimos días del imperio Macrobio escribió un comen.
tario sobre el Sueño de Cicerón. Los monjes de Columbano
-recorrieron Europa con una copia del Sueño confeccionada en
el siglo lv, que terminó sus días en Bobbio.
La hermandad pitagórica de Crotona rendía culto a Hera-
cles, a quien juzgaban escolta de los muertos. Este culto fue
introducido en Roma por Apío Claudio Púlquer en 312 a.C.,
y el h @roe pronto fue contemplado como auténticamente ro-
mano, bajo el nombre de Hércules. Acaso algunos grupos
privados hayan preservado las tradiciones pitagóricas en la
Roma del fin de la república y principios del imperio; Carco-
pino interpretó que las salas subterra@neas de Porta Ma-aglore
eran sitio de reunión de una secta semejante, y hasta @l mo-
mento ninguna teoría ha promovido una explicación capaz de
refutarlo. Apolonio de Tiana, en épocas de Domiciano. iqe un
producto de las enseñanzas neopitag¨>ricas, y Albino 'y Apu-
leyo, en el siglo ii, siguieron las huellas de la tradición plat<S-
nica. Antes del fin del paganismo romano, Salistio (circa
370 a.C.) compuso un tratado Acerca de los dioses, en el que
defendía la transmigración de las almas. "si la transmigración
tiene lugar en un ser racional, el alma se convierte en el alma
de ese cuerpo; si tiene lugar en una criatura irracional, el alma
lo acompaña desde fuera, como lo hacen con nosotros nuestros
espíritus custodios. Un alma racional jamás podría habitar
una criatura irracional." Como prueba del hecho, toma como
ejemplo el nacimiento de niños con enfermedades congénitas
Además, si el número de almas no fuese limitado, Dios debe-
ría hacer otras nuevas continuamente, o bien debería haber ur)
número limitado desde el principio, lo que a Salistio le parece
absurdo. Se respaldaba en el argumento de que Dios, siendo
perfecto, debía haber hecho un mundo perfecto y era impen-
sable que le hiciera constantes añadidos, aunque esto es pre-
juzgar en cuanto a la potestad divina. Que haya un mundo
limitado de almas en un mundo limitado no implica una con-
tradicción, si por "limitado" uno entiende meramente un
número que los hombres son incapaces de estimar. Libanio-,,
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 135

un contempor neo suyo, hizo un agudo comentario sobre


la idea del mundo perfecto, al preguntar por qué los hombres
hablaban tanto de las Islas de los Bienaventurados.

El trasmundo entre los hebreos

El don del, h lito que Dios le otorgó al hombre constituía


la vida, según los judíos. Esto fue lo que recibió Ad n (Géne-
sis, 2:7) mientras que job (34:14-15) declaraba: "Si él pu-
síese sobre el hombre su corazón, y recogiese así su espíritu
y su aliento,, toda carne perecería juntamente, y el hombre
volvería al polvo". El retorno al polvo no impeclía la super-
vivencia del espíritu o del aliento en una forma atenuada.
Desde época temprana, la morada de los muertos se llamaba
Seol. Así se dice que Coré, Dat n y Abir n (Números, 1ó:30)
fueron tragados por la tierra y descendieron vivos al Seol.
Abrah n (Génesis, 25:8) "murió y fue unido a su pueblo,
aunque lo sepultaron lejos de su residencia en Caldea".*
Jacob dijo: "Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol"
(Génesis, 37:35), cuando pensaba que José había muerto.
Existía junto a esta creencia, a veces (como en el episodio de
Saúl "invocando a Samuel", en I Samuel 28), el deseo de
consultar a los muertos. Esto por lo general era reprobado,
como en Isaías (8:19), donde se dice que los espíritus y los
adivinos hablan como avecinas y murmuran como palomas.
El mismo profeta describe el estado ruinoso de Jerusalén
(bid., 29:4) como si fuera el de un cad ver: "Y será tu voz
de la tierra como la de un fantasma, y tu habla susurrar desde
el polvo".
A los muertos se los llama Rephaim unas diez veces en el
Antiguo Testamento; este nombre también se emplea para
los muertos en dos inscripciones fenicias. No se sabe con
certeza cómo explicar esta derivación. En el Deuteronomio
(2:11) se usa el mismo nombre para designar una raza de
gigantes. Puede que, como se pensaba que los gigantes se
había@extinguido, el nombre tuviera un empleo genérico para
alpclir a los "hombres de antaño" que ahora estaban muertos.

Naturalmente, las citas bíblicas del original no siguen el texto de


la Autborised Version. (N. del T.)
13ó LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE

Al rey de Babilonia le dicen (Isaías,' 14:9): "El Seol abajo


se espantó de ti... hizo levantar de sus sillas a todos los
príncipes de la tierra, a todos los reyes de las naciones. Todos
ellos dar n voces, y te -dir n: ¨Tú también te debilitaste como
nosotros, y llegaste a ser como nosotros?" Lo cual por cierto
no sugiere que a los muertos se los juzgara fuertes ' o pode-
rosos. "No hay obra o pensamiento o conocimiento o sabi-
duría en el Seol", dice el Eclesiastés (9 :10), aunque más
tarde declara que el polvo vuelve a la tierra de origen y que
el espíritu al Dios que lo otorgó (12:7). Como dice job
(2ó:ó): "El Seol est desnudo ante Dios".
La existencia en el Seol era contemplada como una especie
de vida debilitada: "Porque el Seol no te exaltar , ni te ala-
bar la Muerte; ni los que descienden al sepulcro esperar n
tu verdad", dice Ezequías en su himno de gratitud al recu-
perarse de su enfermedad (Isaías, 38:18). "¨Quién cantar
en el Seol alabanzas al Altísimo que puedan compararse a la
gratitud de los vivos?", preguntaba el hijo de Sirac (Ecclesías-
ticus, 17:27), y en este caso conviene enfatizar la comparación
("que jamás puedan compararse"). Con la idea de un juicio
después de la muerte surgió una distinción entre el bien y el
mal. Isaías ( 14:15) le., advertía al tirano de Babilonia: "Ser s
derribado al Seol, a las hendiduras del abismo". Se dice que
los no circuncisos est n en las partes más profundas del abis-
mo, pues Ezequiel (32:19-30) compila una larga letanía de
los enemigos de Israel que merecer n ese castigo: "Allí est
Asiria ... todos muertos, y sus tumbas est n en las partes
más profundas del abismo'>; allí est El n, y Edón, y los
príncipes del Norte. job (3:17-19) pareciera estar en des-
acuerdo con este cuadro, puesto que afirma que en el Seol
®los impíos dejan de perturbar. . ., allí est n el chico y el
grande, y el siervo libre de su señor".
En la Sabiduría de Salomón las recompensas de los justos
son proclamadas sin ambigedades: "El justo aunque muera
reposar ... La gracia y la misericordia de Dios est n con Su
elegido, y l vela por los varones santos" (3:1-4 y 4:7-18).
"Los impíos se aterrar n cuando se recuenten sus pecados"
(bid., 4:20); los buenos en realidad no est is muertos (bid.,
3:2) sino que viven para siempre (bid., 5:15). 0 sea que
hacia fines de la época del Antiguo Testamento surgió la con-
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 137

vicción de una absoluta discriminación entre los muertos.


Sobre estas bases nació la idea de la resurrección de los justos.
Anteriormente, ya había alusiones -como en Proverbíos,
11:7 y 12:28- quL- declaraban que si la esperanza del mal-
vado perece con la muerte, no sucede lo mismo con la espe-
ranza del justo. La versión griega de estos pasajes (hecha
hacia el 200 a.C.) decía esto directamente, cualesquiera que
fueran las palabras del original hebreo que se utilizó.
La tradición judía (en el Talmud, Pesaquim, 118 a) sos-
tenía que la inclusión del Salmo 11ó (114) en el Hallel, o
grupos de saltnos para ser recitados en la Pascua hebrea, obe-
decía al hecho de que éste aludía proféticamente a la resurrec-
ción del cuerpo en sus versículos octavo y noveno: "Pues tú
has librado mi alma de la muerte; andaré delante de Jehov
en la tierra de los vivientes". Es posible que este asT en
su contexto original, implicara sólo un acto de gratitu por
haber escapado a una muerte prematura debida a un accidente
o a la violencia, pero tales palabras debieron atraer la aten-
ción de la tradición farisea una vez que se arraigó la creencia
en la resurrección. Al respecto, son muy claras las enseñanzas
del profeta Daniel: "Y muchos de los que duermen en el
polvo de la tierra ser n despertados, unos para vida eterna, y
otros para vergenza y confusión perpetua" (12:2). Puede
argumentarse que la palabra "muchos" es selectiva y sólo se
refiere a los fieles de Israel, pero es probable que el profeta,
mediante un giro idiom tico corriente, hablara de dos multi-
tudés cuyo conjunto forma la humanidad. En Ezequiel (37:
1-14), la visión del valle de los huesos secos recurre a la idea
de la resurrección corporal para expresar el retorno triunfal
desde el exilio. A menos que él estuviera habituado a expre-
sar obscurum per obscuras, cabe considerar que la idea de la
resurrección corporal era familiar para sus oyentes. Lo que
Elías había hecho una vez y milagrosamente (Ecclesiasticus,
48:5), por un muerto, Dios podía hacerlo por todos los
justos.
Del momento en que los canaanitas (en Ras Shamra) pro-
píciaban un dios de la muerte a quien denominaban Resef el
Destructor, señor de las flechas, acaso era inevitable que -los
israelitas cada tanto tendieran a personificar el Seol: "¨Te res-
cataré del poder del Seol?", preguntaba el profeta Oseas (13:
138 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

14), aunque sin esperar una respuesta afirmativa.* Es posible


que jeremías, en su imagen de la muerte "entrando por nues-
tras ventanas" (9:21), aludiera a las flechas de la destruc-
.ción. Isaías personifica del mismo modo a la muerte (5:14),
en tanto que en otra profecía habla de su destrucción final:
"Destruir a la muerte para siempre, y enjugar jehov el
Señor toda l grima de todos los rostros". San Pablo'cita este
pasaje (I Coríntios, 15:54) como si aludiera a la resurrec-
ción de todos, @ero en su propio contexto acaso sólo haya
implicado una visión de la victoria, en esta vida, sobre los
dioses del paganismo. No obstante, cabe suponer que San
Pablo seguía aquí las enseñanzas impartidas por Gamaliel u
otros rabíes de la Jerusalén del siglo i.
Gehenna, o el valle del hijo de Hinnom (jeremzas, 7:31),
era en la tradición hebrea la entrada al Seol. Johanan ben
Zakkai sostuvo, alrededor del año 70 de nuestra era, que era
para los réprobos el portal del Infierno, y el Talmud (Pesa-
quim, 54 a) lo asoda con el abismo que se abrió en la tierra
para devorar a Coré y los otros rebeldes (Números, 1ó:30).
Era el valle que, al sur de Jerusalén, se unía con el valle de
Cedrón y que había sido sitial de un altar a Moloch, a quien
se le inmolaban niños. Shammai ensefí<5 que los malvados
permanecían allí para siempre, mientras que los tibios se de-
morarían allí hasta ser purgados de sus culpas, aunque HiHel
disentía, pues a su juicio sólo los delatores, los negadores de
la resurrección y los promotores de esc ndalo permanecerían
allí para siempre. A otros pecadores les bastaría con una esta-
día de doce meses. Flavio Josefo (Las guerras judías, 2:155)
trató de asimilar las creencias hebreas a las griegas cuando
escribió que los judíos, al igual que los hijos de los griegos,
creían que la morada de los bienaventurados se hallaba en
ciertas islas allende el océano, no castigadas por la meve, la
lluvia o el bochorno, mientras que los malvados eran condu-
cidos a una tenebrosa caverna donde abundaban los suplicios
eternos. Ezequiel (9:4) establece una separación entre el bien

* Ni la Authorised Versíon de jacobo I ni la versión española de


Casiodoro de Reina revisada por Valera traducen el pasaje aludido en
forma interrogativa: 'I will ransom them from the nower of the grave;
I will redeem them from death", y "De la mano del Seol los re(fimiré,
los libraré de la muerte". (N. del T.)
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 139

y el mal, pues los que gimen a causa de las abominaciones en


Jerusalén ser n marcados con la letra tav en la frente, en
tanto que los demás ser n condenados.
El episodio relatado en 2 Macabeos (7:1-23), acerca de la
madre y los siete hijos condenados a muerte por Antíoco (alre-
dedor de 1ó5 a.C.), ofrece el mejor retrato de las creencias
judías en la futura resurrección entonces vigentes. Los hijos
segundo, tercero y cuarto, y la madre misma, declaran su fe
en la resurrección en el instante de la muerte. Cuando el
cuarto hijo le dice a sus verdugos- "Para vosotros no habr
resurrección a la vida", no les niega la reencarnación, sino que
sugiere que padecer n resurrección para ser castigados, que
era el destino de los réprobos. El mismo libro (12:44-45),
consigna que judas Macabeo "oraba por que los muertos que-
daran exentos de pecado". Se trataba de un pecado de debi-
lidad pues bajo las túnicas de muchos caídos en batalla se
descubrían objetos idólatras, que algunos habían conservado
por h bito, otros por temor, y otros como una última seguri-
dad, por si jehov no,les daba protección. La idea de la
discriminación entre los castigos aquí propuestos fue sin duda
desarrollada por Hillel del modo arriba descripto.
La Ley establecía una prohibición general de hacer ofrendas
a los rniiertos (Deuteronomio, 2ó:14). Que un hombre tan
piadoso como Tobías contraviniera esta ley es pr cticamente
increíble, y Qin embargo su padre le dice (Tobías, 4:17):
"Deposita tu pan en la tumba de los justos, mas nada ofrezcas.
a los pecadores". Esto es asombroso, aunque acaso aluda a
una celebracloii fúnebre realizada por los vivos junto a la
tumba. En el Antiguo Testamento no hay otra referencia
a tales ofrendas, aunque existía el h bito (2 Samuel, 3:35 y
jeremías, 1ó:7), de ofrecer a los deudos pan y vino ante el
sepulcro. El texto de Tobías, 4:17, se presta a la duda,
pues la antigua versión latina reza: Panem tuum et vinum
tuum super sepulturam usti' constitue, y esta alusión al acto
de "servir vino sobre la tumba" sugiere con toda naturalidad
una celebración fúnebre.
Los sectarios judíos de Qumran, esenios o no, no parecen
haber tenido una doctrina muy clara de la resurrección, a
juzgar por los Rollos del Mar Muerto. Sin duda aguardaban
el advenimiento de una era mesi nica, pero lo mismo predi-
140 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

caban ciertos profetas, aun cuando dicha doctrina no había


sido formulada, como es el caso de Isaías (25:8). Se ha dicho
que hay un pasaje decisivo en el Manual de disciplina (4:ó):
"Dios los ha escogido para una alianza eterna [everlastingl
y de ellos será toda la gloria de Ad n". @sta es la versión de
Vermes, pero Sutcliffe, que no piensa que los sectarios cre-
yeran en la resurrección, vierte el pasaje de este modo: "Han
sido escogidos por Dios para una alianza eterna [eternas] y
a ellos les pertenece toda la gloria de los hombres" Sutcliffe
destaca que la palabra "eterna" no significa sino un período
prolongado de ignorada duración, y que el nombre propio
Ad n también podía tener el sentido genérico de "hotnbre".
Si bien Sutcliffe admite que hay otros textos que hablan de
una vida jubilosa con los ngeles, advierte que los ngeles
solían estar presentes en la comunidad durante la batalla y el
culto, de modo que la promesa de vida que puedan ofrecer
es muy vaga. Si los sectarios eran esenios, debían @e acuer-
do con el texto de josefo citado supra- haber creído en la
supervivencia del alma separada del cuerpo, en las islas de los
bienaventurados. ¨Pero eran esenios? Es difícil asegurarlo.
Los esenios eran pacíficos, y sin embargo en Qumran se halló
por lo menos un documento que también circulaba en Masada
en tiempos del último alzamiento de los rebeldes, en ó7-72 d.C.
Filón estaba seguro de que los esenios no portaban armas
(Quod omnis probus liber, 78), mientras que los sectarios
de Qumran eran instruidos con un Rollo de Guerra que des-
,cribía el adveninúento de un gran conflicto. Entre los testigos
antiguos, Hípólito (ref. haer., 9:27) declara con énfasis que
los esenios creían en la resurrección de la carne: "Proclaman
que la carne también se levantar y será inmortal, como ya
es inmortal el alma". Ante tal incertidumbre, más vale dejar
en suspenso la cuestión de la actitud de Qumran ante la re-
surrección.

Concepción cristiana de la muerte y el más all

La gran innovación que el cristianismo introdujo en las


creencias hebraicas sobre los muertos consiste en lo que el
Concilio Vaticano denomínó "el car cter pascual de la muerte
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 141

de un cristiano" (Decreto sobre la liturgia, 81). El argumento


de San Pablo (en I Corintios, 15:1-17) era que la resurrec-
ción de Cristo garantizaba la futura resurrección de todo
cristiano. Pablo no limitó esta creencia a la resurrección de
los justos, pues cuando sus enemigos lo desafiaron (Hecbos,
20:3ó) aclaró que él predicaba la resurrección del cuerpo tanto
para justos como para injustos. Esta creencia era un desarrollo
de la tradición farisea, según se ve en la discusión de Cristo
con los saduceos (Mateo, 22:23-33), sobre el caso de la mu-
jer con siete esposos. Idéntica oposición encontró la prédica
de los Apóstoles (Hechos, 4:2), quienes molestaban a los
saduceos, "resentidos de que enseñasen al pueblo, y anuncia-
sen en jesús la resurrección de entre los muertos". En Atenas
se decía que Pablo predicaba dos dioses extranjeros, jesús y
la Resurrección (Hechos, 17:18); los atenienses pensaron que
anastasis, la resurrección, era la consorte de Jesús, el nuevo
dios predicado por Pablo.
Según dijimos anteriormente, la idea de la purgación de los
tibios después de la muerte ya estaba difundida entre los
hebreos (2 Macabeos, 12:39-45) antes de la época de Cristo,
y Hillel pudo calcular que el período purgatorio duraría unos
doce meses. Judas Macabeo oraba por que los muertos fuesen
.exentos de pecado, y el hecho de que San Pablo descubriera
en Corinto (I Corintios, 15:29) que algunos cristianos se
sometían a un segundo bautismo a causa de sus parientes
muertos demuestra que la noción de un alivio al pe@ador
después de la muerte no era desconocida. Pablo no elogió
ni condenó esta pr ctica, limit ndose a citarla como un argu-
mento ad hominem, pero en el capítulo 3 de la misma epístola
ofrece una extensa comparación entre la obra de los diversos
evangelistas y la de los constructores de una ciudad. Sí esta-
lla un incendio, el sólido edificio de piedra sobrevivir ; la
choza perecer , y su habitante "será salvo, aunque así como
por fuego"; del mismo modo, el evangelista ocioso puede ser
salvo, pero sólo después de duros afanes. En una epístola
más tardía (2 Timoteo, 1:1ó) hay una plegaria ("Tenga el
Señor misericordia de la casa de Onesfforo, porque muchas
veces me confortó") en que la mención de las buenas acciones
pretéritas de ese hombre y la preocupación presente por su
casa implican que Onesíforo estaba muerto en el momento
142 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

de la redacción del texto. Del mismo modo, las palabras de


Cristo en Mateo, 12:32, que aluden al pecado que no ser
perdonado "ni en este siglo ni en el venidero" implican.que
ciertos pecados podrían perdonarse en una época futura. La
par bola de Lucas (12:59), sobre el hombre que es encarce-
lado hasta que haya "pagado aun la última blanca" tiene un
sentido similar, aunque los secuaces gnósticos de Carpócrates
vieron en ella una doctrina de la transmigración de las almas,
que debían padecer la necesidad, de volver a la tierra una y
otra vez hasta que hubiesen expiado todas sus faltas; esta idea
extravagante fue refutada por Ireneo (I: 20:2) y por Tertu-
liano (de Anima, 45).
Desde el siglo ii en adelante, existen muchos testimonios
de las oraciones cristianas por los muertos. La famosa ins-
cripcíón de la tumba de Abercio le pedía al que la leyera que
rogara por este obispo asi tico después de su muerte. Los
Hechos de Pablo, un texto apócrifo de círca 1ó0, refiere cómo
una hija muerta indujo a la Reina Trífena a adoptar a la cris-
tiana Thecla: "para que ruegue por mí y yo sea trasladada a
la morada de los justos". En el texto de Romanos, 12:13,
ciertos escribas realizaron, antes de 1ó0, un cambio de pala-
bras, de modo que en el versículo se leía: "tomando parte
en la conmemoración de los fieles", en 1,i,,ar de la exhortación
original: "compartiendo para las necesidades de los santos".
Cuando la comunidad cristiana de Jerusalén fue destruida en
la revuelta de 132-35, la conminación a ayudar financiera-
mente a estos "santos" carecía de toda significación para el
escriba; hizo con el versículo lo que pudo, corrigiendo, según
su criterio, una sola palabra griega: alteró las dos letras ini-
ciales y "restauró" el sentido del texto.
"Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mue-
ren er-, el Sefíor", era el mensaje del Apocalipsis de San Juan
(14:13). Luego se aiíade que ellos descansar n de sus tra-
bajos. La contempor nea Epístola de Clemente habla de Pe-
dro y Pablo "yendo a la correspondiente morada de gloria"
y "despidiéndose de este mundo para ir a la mansión sagra-
da". -Se suponía que los m rtires, ante todo, gozarían de tal
recompensa y sin demora, aunque no eran les únicos en dispo-
ner de ese privilegio. En la carta de la Igiesia de Esmirna
sobre el martirio de Policarpo (15ó d.C.), lue-o de algunas
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 143

palabras acerca de los m rtires, se añade este deseo: "Ojal


sea nuestra suerte compartir la suerte de ellos y gozar de su
compañía". Tales ideas implicaban la noción de,un "juicio
particular" (la expresión se encuentra por primera vez en una
obra fragmentaria de Orígenes recientemente publicada a par-
tir de un papiro de Bolonia) distinto del juicio general de la
hutnanidad. La diferencia entre ambos puede apreciarse en la
plegaria hecha por Serapión (circa, 35ó) por alguien que
acaba de morir y que est por ser sepultado: "Da reposo a su
alma en verdes prados, en descansados aposentos, con Abrah n,
Isaac y jacob y todos tus santos; y alza su cuerpo en el día
que has designado, según tus promesas que no pueden mentir,
para que puedas darle también a él la heredad que le corres-
ponde en tus sagrados jardines". La imaginaría pastoral recu-
rre en el Ordo commendationis animae (de fecha remota), que
retorna el amoena virecta virgiliano al pedirle al Buen Pastor
que reciba el alma otra Paradisi su moena virentia.*
Los intentos por asimilar las creencias cristianas sobre la
resurrección de los muertos con la filosofía griega de la época,
que sólo contemplaba la supervivencia del alma, condujo a
diversas herejías en cuanto a la resurrección. Algunos decían
que sólo los justos volverían a levantarse. Así, en el Dídache
(1ó:7), a principios del siglo ii, se enumeran las señales del
fin: "Primero, la señal que se propagar en los cielos; luego,
la señal del toque de trompetas; y en tercer lugar, el levan-
tarse de los muertos, aunque no de todos ellos. Pues dice la
Escritura: 'Vendr el Señor y con ]l todos Sus santos' ".
Otros negaban que pudiera haber una resurrección corporal.
La apócrifa Epístola tercera a los Corintios (de mediados del
siglo ii) presenta a Pablo respondiéndole a Simón y Cleobio,
dos herejes que negaban la omnipotencia de Dios y la resu-
rrección: "Cristo Jesús vino a levantarnos en carne de la
muerte, según nos lo reveló con su propio ejemplo ... En
cuanto a quienes os dicen que no habr resurrección de la

* "Dentro de los amenos vergeles de su paraíso." El pasaje de Vir-


gilio en cuestión es: His demum exactas, perfecto munere divae, / Deve-
nere locos laetos et amoena virecta / Fortunatorum nemorum sedesque
beatas (Encida, VI, ó37-9): "Concluido este acto, cumplidas las ofrendas
a la diosa, arribaron a los sitios alegres y a los amenos vergeles de los
bosques de los afortunados y a las moradas de la dicha." (N. del T.)
144 LA VMA DESPUS DE LA MUERTE

niegan
carne, no habr para ellos resurrección puesto que

fe a quien resucitó". De modo que esta @bra apócrifa concor-


daría con el Didache al negar la resurrección de los impíos,
pero las versiones latinas establecen una diferencia entre la
resurrección para la vida y la resurrección para el juicio, de
acuerdo con @uan, 5:29. Puede que las versiones latinas aquí
sean más fieles al original que el papiro griego (del siglo iii),
pues el contenido de la obra es por lo general ortodoxo.- Eso
de juzgar sólo a quienes rechazan la fe se acuerda con Juan,
12:47, donde, según la lectura más legítima, Cristo anuncia:
"Si alguien oye y guarda M palabra, yo no le juzgo, porque
no he venido a juzgar al mundo . . . " * El juicio se transforma
pues en preocupación de los impíos.

La condición interina de los justos entre la muerte y el jui-


cio final dio quehacer intelectual a los primeros teólogos cris-
tianos. El argumento empleado por Pablo en Il Corintios,
5:1-10, es muy difícil de seguir. l emplea un lenguaje to-
mado del ritual judío de la Fiesta de los Tabern culos: "Por-
que asimismo los que estamos en este tabern culo gemimos
con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino re-
vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida". El
paralelo entre la resurrección de un cristiano con la de Cristo
implicaba que no todo le era devuelto al alma inmediatamente
después de la muerte, aunque dicha alma gozara por cierto
de la bienaventuranza (Apocalipsis, 14:13). Lo que el Apo-
calipsis llama la "primera resurrección" (20:ó) es para un
número de escogidos, mientras que "el resto de los muertos no
vinieron a la vida sino hasta que se cumplieron los mil años".
Es difícil interpretar si ese "resto" alude sólo a los réprobos,
o a todos salvo los m rtires d - e Cristo, pero como luego sigue
la visión de la "segunda muerte", en que los impíos parten
del juicio hacia el tormento, parece más probable que el "res-
to" sólo se , refiera a los réprobos, a quienes se mantiene a la
espera entre la muerte y el juicio. Lutero jugaba con la idea
de un sueño de los muertos hasta el Día del juicio, mientras

* La Authorised Version traduce, en cambio: "And if any man hear


my words, and believe not, I judge him not: for I carne not to judge,
the world. .. "; y Casiodoro de Reina: "Al que oye mis palabras, y no
las guarda, yo no le juzgo porque no he venido a juzgar al mundo...
(N. del T.)
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 145

que el joven Calvino, con su Psychopannuchia, desafió sus


especulaciones. Es posible escapar a tales dilemas mediante el
recurso, no ignorado por los profetas hebreos, a una doble
perspectiva para interpretar la visión. Los que vienen a la vida
(Apocalipsis, 20:4), o no vienen a la vida (2:5), est n en un
primer plano de la vida de la Iglesia, mientras que en el
fondo est la visión del juicio. De tal manera, la primera
resurrección consistiría en un despertar a la gracia de Cristo.
justino M rtir redactó un tratado sobre la resurrección, que
Juan de Damasco preservó fragmentariamente. En él coniba-
tía la idea platónico de que sólo el alma sobrevive: "Si Cristo
vino para enseñarnos eso, en nada superaba a Pit goras o Pla-
tón". La recientemente descubierta Epístola a Rheginos (obra
de un gnóstico) se refiere a la resurrección espiritual como si
ésta fundiera la resurrección psíquica y la carnal. Se le ofrece
a Rheginos el ejemplo de la transfiguración, cuando Moisés y
Elías aparecieron junto a Cristo; esta presencia visible de
Moisés sirve para ilustrar en qué consistir la "resurrección
espiritual". Aten goras, un platónico converso al cristianismo,
escribió un tratado sobre la resurrección en el que enumeró
las objeciones que suelen oponerse a esta posibilidad. Luego
presentó tres argumentos que demostraban su probabilidad,
relacionados con el motivo de la creación, la naturaleza del
hombre y la necesidad de castigos y recompensas. Entre los
cristianos del siglo ii circulaba una par bola popular que ílus-
traba el último argumento: Un ciego y un cojo habían sido
excluidos del banquete ofrecido por un rey a sus cortesanos,
y en venganza hicieron depredaciones en el huerto real durante
el transcurso del banquete. Los capturaron y ambos alegaron,
en su defensa, que era imposible aue hubiesen causado ese
daiío. El rey hizo que el cojo se montara a hombros del ciego
y entonces los hizo azotar a ambos, pues las eficaces piernas
del ciego habían perpetrado el acto guiadas por los ojos del
cojo.
Hacia fines del siglo ii la creencia en la resurrección de la
carne adquiere mayor difusión. Tertuliano tenía una versión
del credo primitivo que culminaba con las palabras: "Vendr
una vez más para juzgar a los vivos y a los muertos, aun
mediante la resurrección de la carne". Cít)riano incluía, como
tercera pregunta bautismal: "¨Crees en el'perdón de los peca-
14ó LA VIDA DESPUS DE LA MURRTE

dos y en la vida eterna a través de la santa Iglesia?", mientras


que el credo de Aquilea, según Rufino, incluía estas l)alabras:
"La Iglesia es santa en el Espíritu Santo, hay remisio;n de los
pecados y resurrección de la carne". Niceto de Remesiana
explicaba la resurrección como obra del Espíritu Santo: "Tal
como el grano de 'trigo surge a la vida gracias al rocío, así
ocurre con los cuerpos por el rocío del Espíritu, pues Isaías
declaró: 'Tu rocío es rocío de luz, y Tú lo dejar s caer en la
tierra de las sombras' ".
Por lo menos a partir de la mitad del siglo iv, la Iglesia
sustituyó la festividad pagana de los muertos (cara cognatio)
del 22 de febrero por la festividad del Trono de San Pedro.
No se trataba de una elección casual; una de las plegarias li.
túrgicas entonces en boga rezaba: "Concede el reposo al espí.
ritu de los fieles que han partido, y que esta conmemoración
que celebran sus deudos sirva para que ellos reciban mayot
consuelo, y nosotros progreso en la virtud". Se suponía que
Pedro, el portador de las llaves, controlaba la admisión a las
puertas del cielo. En el Sacramentario leonino una de las
plegarías por los muertos comienza así: "Dios, el único a quien
incumbe confortar al alma despué,, de la muerte". La Iglesia,
adoptando un término que la administración del Imperio Ro-
mano solía emplear para la exención de impuestos (indulgen-
tia), estableció que los muertos podían ganar el perdón me-
diante las buenas acciones y la penitencia de los vivos, bajo
condición de que hubiesen muerto arrepentidos de sus pecados,
aunque no hubiesen concluido de purgarlos. El pensamiento
de la patrística griega posterior a Orígenes estaba familiarizado
con la idea de que había espíritus malignos que actuaban
como recaudadores de impuestos y aguardaban en los confines
del mundo para reclamar a las almas que partían todo lo que
juzgaran como pertenencia de ellos. Era conveniente, pues,
pasar por esas aduanas sin ser molestado. Un sermón de Juan
dc Jerusalén (circa 392) describía los círculos celestes; pri.
mero estaba el círculo del serafín, luego la Jerusalén celeste
y luego el Paraíso: "h llanse aquí Enoc y Elías, el buen ladrón,
el segundo Ad n, recobrado del lanzazo, la segunda Eva, la
santa virgen María, que mediante el rbol de la vida ganó gra-
cia para el mundo, creciendo como un brote desde la raíz, y
sobre ella reposaba el Espíritu de Dios". Por diversas razo-
47

SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE

nes, se sostenía que éstos habían alcanzado la resurrección del


cuerpo.

Las creencias maniqueas sobre los muertos

Recientemente se ha establecido con toda certeza que Mani


era un heresiarca cristiano. Un papiro de Colonia ofrece una
biografía suya en la que se dice q e perteneció a una secta
cristiana, los elquesaítas, y que los dejó en 240, a la edad de
24 años. Del momento en que se trata de una distorsión de la
creencia cristiana sobre la muerte, es necesario considerar las
ideas mailiquea. . Según Mani el Tuicio sobrevendría con la
segunda venida de Cristo. De acuerdo con las Homilías mani-
queas (vertidas del copto en 1934),

"él har justicia con quienes estén a su derecha y les conceder la vic-
toria, es decir, a los catecúmenos a quienes convocó al reino de la luz;
sus justos [los Elegidos] y sus doncellas, que él transformara en ngeles.
Y er,.tonces las cabras que estén a la izquierda ver n la esperanza que él
ha de brindar a los que estén a la derecha, y sus corazones se regocijar n
por un instante, pues pensar n que la victoria de las ovejas también es
suya. Entonces él les dir : 'Alejaos de mí......

En las mismas Homilt'as hay una plegaría que se in cia con


una maldición al cuerpo: "Tus deseos en ti est n condenados;
los demonios te invaden; me has causado temor; me has su-
mido en l grimas; est s maldito. Maldito quien te fabric'@
Ojal yo domine a los poderes del cuerpo. Ojal salga de este
mundo... Ojal la Gran Luz [jesús] venga y me ilumine el
sendero... Sea mi senda de paz. Abrase una puerta ante mí
frente a las columnas majestuosas ... Pueda yo ingresar a
la Luz y hallar el reposo". La mitología de la Luz es parte
central de la creencia maniquea. Las almas eran luminosas
y después de la muerte emigraban a la luna (que era la Luz),
desde donde serían trasladadas al sol después de la luna llena
(cuando la embarcación obtuviera una carga completa). ste
era un aspecto original del credo de Mani, y San Efraín lo
acogió con sarcasmo, diciendo que la ronda de la luz era un
poco lenta.
Mani retomó la idea de Orígenes (véase supra) de que hay
una aduana en los confines del mundo. En sus Sal'mos de
148 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Tomás (12), se dice que tres naves bogan por el río de las
pruebas; una est cargada, otra a medio cargar y la otra vacía.
"Ay de la nave vacía que llega vacía a las Aduanas. Le pedi-
r n, y no tendr nada que dar... será expoliada sin piedad,
como lo merece, y enviada al metangismos. Sufrir lo que su-
fren los cad veres, pues clamaron en Sus oídos y 121 no oyó."
El metangismos era un traslado de un buque al otro. Mani
había tomado la palabra de los elquesaítas, que la utilizaban
para denotar las sucesivas encarnaciones de Cristo (según sus
creencias). Para Mani significaba el gradual ascenso del alma
al reino de la Luz. Este proceso es descripto en un salmo
Bema (227): "Recibe el Sello Sagrado del Espíritu de la
Iglesia y cumple con los mandamientos. El mismo juez que
est en los aires te brindar estos tres dones: l) el bautismo
de los dioses recibir s en el Hombre Perfecto; 2) las Lumina-
rias [el sol y la luna] te har n perfecto y te llevar n a su
reino; 3) tu Padre, el Hombre Primigenio, te dar la vida".
Mani anatematizó el bautismo; se había rebelado contra los
elquesaítas a causa del mal uso que hacían de este sacramento
y, a partir de entonces, lo reservó para la otra vida y lo ex-
cluyó de ésta.
En el dualismo de Mani, el alma era la perla, el cuerpo la
ostra. Las Luminarias son los mercaderes que conducen las
perlas hacia las alturas (Kephalaia, 83). La vida ascética de
Mani tenía por propósito liberar tantas partículas de luz encar-
celadas en la materia como le fuera posible. Sus discípulos,
por lo tanto, no podían beber el vino de la uva, que es traslú-
cida, aunque sí la sidra de la manzana, que es opaca. Uno
de los salmos (152) menciona las cadenas que sujetan al
cuerpo:

"El cuidado de mi cuerpo miserable me ha vuelto ebrio con su ebrie-


dad. Sus demoliciones y construcciones han distraído mis pensamientos.
Sus siembras y sus brotes, todos me perturban. Su fuego, su lascivia, me
engañan a diario. Sus engendras y sus destrucciones me someten a sus
consecuencias. Muchos son los trabajos que padecí en esta tenebrosa
morada."

La fórmula de abjuración que debía aceptar un maniqueo


al hacerse cristiano incluía esta sentencia: "Anatema a quie-
nes dicen que las almas humanas son consustanciales a Dios;
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 149

que son devo,-adas por la materia y que Dios ahora permanece


sentado y las atrae a través de la luna y el sol, que ellos deno-
minan barcos" (PG, 1:14ó5). Al maniqueo se le decía en sus
salmos (p. 193): "Nuestro Sefíor Mani es como un viento del
Norte que sopla sobre nosotros, para que partamos con él y
boguemos hacia la tierra de la Luz".

La muerte y el más all en el antiguo Egipto

Egipto difiere de las otras tierras -que nos han dejado testi-
monios de su civilización en que los egipcios profesaban hacia
sus muertos un elaborado tratamiento ritual, sepult ndolos en
pir mides y tumbas pintadas, y también en el hecho de que
el clima de Egipto ha preservado los grandes rollos de papiro
del Libro de los muertos, junto con los textos inscríptos en el
interior de las pir mides para ayudar a los reyes allí sepul-
tados a alcanzar la vida eterna. Debido a la abundancia de
documentos egipcios, la cronología de las dinastías de Egipto
es mucho más exacta que la de cualquier otra zona y permite
el estudio de una evolución, mientras que los mudos vestigios
arqueológicos de tantos otros lugares desafían los intentos de
interpretación coherente.
Al mismo tiempo, la filosofía b sica del hombre egipcio es
ardua de comprender. Cada hombre, además de su cuerpo
o khat, tenía un ka y un ba. El ka puede ser tomado como
un "doble" del hombre, su genio o yo subconsciente; algunos
lo denominarían su ngel guardi n. Nacía con él y perduraba
en su tumba, aunque a veces se dice que est "en el cielo".
En un texto de la tumba de Unas, rey de la quinta dinastía, se
lee que: "Unas es feliz con su ka; Unas vive con su ka", y la
c mara subterr nea donde se preservaba el cuerpo momificado
era conocido como la casa del ka. El ba admite una más f cil
identificación con el alma; era la fuerza y el poder de la vida,
y a veces se lo pintaba como un ave con un penacho en el
pecho, y más tarde como un halcón antropocéfalo que revo-
loteaba sobre el cuerpo embalsamado. En cuanto al Rey' Unas,
los textos sepulcrales lo dicen dotado de un ba "semejante al
de un dios". Esta triple división no pudo dejar de ejercer
cierta influencia sobre Filón, el judío de Alejandría, quien
150 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

en su filosofía postulaba un hombre celestial junto con el


hombre terrenal compuesto de cuerpo y alma.

Bajo la Undécima y Duodécima' Dinastías comenzaron a


usarse grandes sarcófagos de madera en lurar de las pir mides
y las tumbas de edra (o de ladrillos) -

Pi de los primeros tiem-

pos. En el interior de estos sarcófagos había inscriptos lo que


se conoce como "textos de ataúd':, con plegarias de este tenor:
"Pueda Sepi atravesar el cielo, la tierra y las aguas. Pueda
encontrar a su padre, pueda encontrar a su madre, a sus cre-
cidos hijos e hijas; pueda encontrar a sus hermanos y herma-
nas, a sus amigos y amigas; pueda encontrar a quienes han
sido como padres para él o a quienes trabajaron para él en la
tierra; pue¨a encontrar a la concubina a quien am¨ y conoció."
Esta plegaria no menciona a la esposa, pero ésta es aludida
más tarde en el mismo texto: "La diosa Hathor rodea a Sepi
con su poder para protegerle la vida, pero es Gebb [el dios
de la tierra] quien lo equipa. La eíposa-herrnana de Sepi
es el custodio del bosque del Gran Campo, y ella le dice: 'En
verdad has de venir regocij ndote.' " ilathor, la diosa-vaca,
auxiliaba a los muertos; había reservado para sí un sector del
mundo subterr neo (el Tuat) como un paraíso en el que te-

se la identificaba como esposa


embalsamador estaba a punto de
ón le dirigía una plegaria ritual.
tivo que viajó por Egipto hacia,
relato del pro'ceso de embalsa-
etapas, pero poco tenía que decir en
de ese proceso. Al parecer, los egip-
stadp del cuerpo dentro del sepulcro
kal. aunque la relación entre ambos

cuar
cios que

era importante pai


nos resulta enigm

Las admoniciones que el Rey Khati (de la Novena Dinas-


tía) escribió para su hijo hablan de un juicio:

"Llegue a tu conocimiento que no habr compasión en ellos [los


dioses que ofician de jueces] al iuzgar al varón impío, en la hora en que
se lleven a cabo las ordenanzas. Es a @l pecador tener que reco-

nocer el pecado que perpetró ... azlíz lpalrestencia es para siempre.


Quien aparta de sí el recuerdo de este hecho es un necio. Si el hombre
que llega a este iuicio estuviera exento de pecado, su existencia se ase-
mejar a la de N@ter y él marchar como los Sefíores eternos."
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 151

El Neter mencionado en esta admonición es el nombre de


una criatura divina de naturaleza misteriosa, acaso un vestigio
de tiempos muy remotos. Al culminar la admonición, el rey
le asegura a su hijo: "Llegar s a mí sin tener quien te acuse."
Los Faraones solían acufíar sus actos y su destino en la tumba
¨pero qué pensaba de todo ello el común del pueblo? Hero-
doto (Hist., 2:78) relata que en los banquetes de los ricos,
cuando se levantan de las comidas, uno de los hombres pasea
la imagen labrada de un cad ver en un ataúd, mostr ndosela
a todos los huéspedes y diciendo: "Observad a este hombre;
bebed y regocijaos, pues al morir seréis como él." Los po-
bres, que debían contentarse con lo que Herodoto denomina
embalsamamiento de tercera clase, por cierto no dejaron testi-
monios profusos de sus creencias. Los amuletos y los frag-
mentos de papiros m gicos que les pertenecían no nos propor-
cionan una información muy clara.
El concepto de rectitud o Maat se relacionaba originalmente
con la línea recta, de modo que la palabra vino a significar
tanto la ley como la verdad, fuese moral o física. Era todo
lo opuesto a Asfet, que significaba falsedad, pecado o rebelión.
Los textos de las pir mides mencionan a un dios llamado
Ater Asfet ("destructor del pecado"), pero su función es
incierta. Textos posteriores describen la aniquilación de los
impíos después de la muerte. Se lo representa a Horus orde-
n ndole a su serpiente que los destruya: "Oh serpiente Kheti,
oh fuego poderoso, abre tu boca, dilata tus fauces, cubre de
fuego a los enemigos de mi padre Osirís; incinera sus cuer-íos
y consume sus almas." Este era el modo, al parecer, de en-
carar la destrucción total de los réprobos. El consejo dado
a su hijo por Ptahhotep, que nos llega desde la Quinta Di-
nastía, habla de la gran importancia de Maat. "Maat es gran-
de, pues su pote@tad es perdurable; no se lo ha perturbado
desde que lo crearon, y aquel que trasgrede sus leyes es cas-
tigado. Maat es la senda del que nada sabe. La iniquidad
jamás ha llevado a buen puerto sus propósitos. Las ganancias
se obtienen mediante el fraude, pero lo que perdura es el vigor
de la justicia . . . "
Los reyes de Menfis habían respaldado el culto de Ptah
cotno deidad suprema, pero con la calda del Reino Antiguo, al
fin de la Sexta Dinastía, se @mpuso el culto de Ra tal como
152 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

lo. practicaban los sacerdotes de Helíópoli,, mientras que el


culto de Osiris se difundía gradualmente hacia el sur desde
el Delta. Los textos de las . r mides no mencionan el juicio
Pl
del rey después de la muerte, pero con los papiros de 'Pebas
aparece una balma de dos platillos para pesar el corazón
dt:rante el juicio. Al principio, el juez parece ser Ra, el dios-
sol, pero pronto es reemplazado por ósiris. En los papiros
del Libro @e los Muertos este acto se vuelve extremadamente
elaborado. Esta sucesión de deidades en el juicio no implica
que todo Egipto haya cambiado de fe en un momento dado,

sino que nunca hubo una estricta uniformidad de creencias


en la reli gión e-aipcia y que acaso hubiera ideas generalmente
aceptadas en cuanto al juicio después de la muerte aunque el
personal divino difirier@ según los creyentes.

La -.iutojustificación en vistas a la otra vida es anterior a la


difusión del culto de Osiris. Un alto funcionario de la Sexta
Dinastía, Pepi-Nekht, nos dice en una inscripción: "Hablo lo
que es bueno y repito lo que est probado. jamás susurré
palabras malignas al oído del poderoso para que éste atacara
a alguien y así yo me beneficiara ante el gran dios. Di pan al
hambriento y vestí al desnudo. jamás decidí un litigio entre
dos hermanos de tal forma aue el hijo quedara despojado de
las posesiones de su padre . .'. " Cuando el corazón es pesado
ante Osiris, tal autojustificación cobra la forma de una "con-
fesio n negativa" en cuarenta y dos declaraciones para coin-
probar si el muerto no ha cometido tal o cual pecado. En la
Corte de Justicia había cuarenta y dos Asesores de los Muer-
tos. Anubis hacía las veces de fiscal y sostenía las pesas; en
un platillo se colocaba la pluma de Maat y en el otro el ¨ora.
zón del hombre. Thoth, el dios con cabeza de ibis, se sentaba
junto a las pesas con una tablilla, para consignar el resultado,
a para de-
s del Libro
delante hay,
en los par-
a lbs Ase-
sores. La mención negativa de ciertas ofensas morales como
el asesinato y la sodomía se da según las fórmulas "no extin-
guir a un fuego al que había que dejar arder" o "no pescar con
carnada hecha de carne de pescado". Durante la audiencia,

mientras un monst
vorar el corazón d
de los Muertos, de
dentro de un esqu(
ticulares enumerad(
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 153
Osiris permanecía totalmente pasivo y no existía en absoluto
la idea de que fuera un redentor.
A Osiris se le adjudica el gobierno del otro mundo en mu-
thos documentos tardíos; él es el "señor del Tuat" (o Mundo
Subterr neo) y también el amo de la Nave del Sol que antes
había pertenecido al dios-sol Ra. El papiro de Ani representa a
Ani absuelto, acompañado por su esposa y por Thotb, sentado
en una embarcación que contiene presentes para los dioses.
Aparece más tarde en un modesto paraíso, cultivando trigo,
mientras los bueyes muelen el grano. Lflteriormente, el papiro
muestra una embarcación con cabezas de serpiente a proa y
a popa, amarrada a un muelle, mediante la cual Ani podía via-
jar hacia la región occidental donde moraba Osiris. El papiro
que refiere la Disputa entre Horus y Set (Chester Beatty
pap. l) contiene al respecto un pasaje relevante: "Cuando
Ptah, el grande, al sur de su muralla, hizo el cielo, no le dijo
a los astros qué hay en él: 'Partid cada noche hada la tierra
occidental, el sitio donde se halla Osiris.' "
Los sacerdotes de Ra, en Tebas, confeccionaron durante la
Decimoctava Dinastía una guía para el otro mundo llamada
el Libro Ami Tuat. En él se narraba el viaje de Ra en su
embarcación a través de los reinos de los muertos. Se decía
que la nave era la misma que utilizaba para viajar por el cielo
durante el día, pero ahora su curso era del sudoeste al nor-
deste. Abordar esa nave y recibir la luz de Ra era la dicha de
los muertos. La primera región que atravesaba estaba poblada
de almas que aguardaban una oportunidad para subir a bordo.
Esta región no equivale a un purgatorio, puesto que no se
cumplía en ella ningún proceso de purificación; simplemente
se acepta o se rechaza el pedido de subir a la nave, y luego
ésta sigue su curso. Se atraviesan doce regiones, que se co-
rresponden con las horas nocturnas. En la región undécima
hay abismos de fuego donde se aniquila a los réprobos; cómo
llegaron allí, eso queda librado a nuestra imaginación.
Hacia la n-úsma época se compiló otro libro, el Libro de las
Puertas, que por contraste le otorga primacía a. Osiris, a quien
se pasa por alto en el texto previamente mencionado. Hay
doce regiones en el Tuat, al igual que en el otro libro, pero
en éste la región quinta es la mansión de los justos, dividida en
cuatro provincias; una es para @lo egipcios, otra para los sitios
154 LA VIDA DES" DE LA MUERTE

y pueblos de oriente, una tercera para los sudaneses negros y


la cuarta para los libios. Al parecer, no predominaba el con.
cepto de unidad de la raza humana. En la región sexta se
halla el Tribunal de Osíris con todos sus ornamentos. Tam.
bién se encuentra allí la tierra de los bienaventurados que han
salido airosos del juicio, y se dice que éstos cosechan o vigilan
una planta llamada Maat que constituye su alimento.' Osiris
les dice: "Sois Maat de Maat. Estad en paz, vosotros que
tenéis la forma de mis prosélitos y que habit is en la casa de
aquel cuyas almas son sagradas." El Maat no es su único ali-
mento, puesto que se los ve cosechando trigo que maduró bajo
la luz de Ra. ]este es un obvio sincretismo de dos cultos, en
el que la vieja religión de Ra halla un lugar en el más reciente
culto de Osiris, cuya planta m gica imparte a los justos el
poder de Osiris. Su cuerpo, de acuerdo con el mito, había sido
mutilado por sus enemigos y reconstituido por Isis y Nephthys,
sus dos "viudas". El modo en que se operó esta reconstitu-
ción se mantenía en secreto y era tema de una representación
mistérica.
Los Msterios de Osiris eran representados por los sacer-
dotes en los templos de Denderah, Edfú y Filé, para provecho
de los iniciados. Hay en los muros escenas de la representa-
ci<5n dram tica, y las inscripciones han preservado la mayor
parte de los parlamentos. El drama en su totalidad duraba
veinticuatro horas, y en él se reactualizaba la restauración de
Osi,ris. Las partes del cuerpo, nuevamente reunidas, son la-
vadas y ungidas entre plegarias e invocaciones; diversas dei-
dades lo visitan; se le trae el ojo de Horus; se quema incienso;
se realizan varias incubaciones. Dice un Lamento de Isis
(Brit. Mus. papiro 10188): "Tu madre Nut viene a verte con
ofrendas sagradas. Te reconstruye con la vida de su cuerpo.
Est s dotado de alma . . ." Por otra parte, un himno a Osiris
(Brit. Mus'. papiro 9901) dice.- "Thoth te ha traído dulces
aires para tu nariz, y vida y vigor para tu hermoso rostro, y
el viento del norte para que lo inhales . . . " No hay aquí
ninguna alusión a la planta de inmortalidad con que se ali-
mentan los bienaventurados. Es difícil reducir estos Msterios
a una, teología coherente. Cabe citar la sabia conclusión de
Sir E. Wallis Budge: "Osiris fue levantado de entre los muer-
tos, y su cuerpo mortal reconstituido y revivificado mediante
SOCIEDADES DEL CERCANO ORIENTE 155

la magia, Y quienes deseaban vivir felices cc,,n él podían


cumplir su ¨esco mediante los recursos qi,,e los -dioses habían

empleado con él. Millares de egipcios murieron creyendo en


la magia de Osirís, pero no hay evidencias de que vieran en él
a un salvador . . . " Herodoto sabía sobre los Misterios más
de lo que escribió (Hist., 2:170); comparó a Isis con Deméter
y declaró que los griegos habían tomado los misterios de la
diosa de las hijas de D nao. No puede decirse que haya mu-
chas pruebas de un tr nsito directo de los Misterios desde
Egipto a Eleusis, pero es posible cierta influencia a través de
la Creta minoica; Diodoro de Sicilia consideraba que el labe-
rinto de Creta se había construido según un modelo egipcio.
Cuando se helenizó Egipto, tras los tiempos de Alejandro
Magno, las creencias egipcias se transformaron en artículos
de exportación. lsís eclipsó a Osiris como dadora de inmor-
talidad. En la famosa Invocación de Isis (oxyr..'Iynchus pa-
pyri, 1380), compuesta en el siglo i d.C., se clice que ella le
ha conferido ínm-ortalidad a Osíris y Horus, respaldando así
la afirmación hecha por Diodoro de Sicilia (1:25), según la
cual la diosa había descubierto la droga de la inmortalidad. La
Invocación identifica a Isis con otras diosas; en Sidón, As-
tarté; en las Cíd,-das, Artemis, y así sucesivamente. Para e
cristiano Hipólito, ella era la gran hechicera con remeclios
m gicos, y por tal característica la conocían griegos y romano S.
Lo que impresionaba al visitante helénico en Egipto, sin
embargo, era el contraste entre las casas de los vivos y las
tumbas de los muertos. "A la residencia de los vivos deno-
minan 'morada transitoria' @scribía Diodoro (1:51)-, pues
en ella no habitamos sino poco tiempo, mientras que a las
tumbas de los muertos llaman hogar eterno, pues ellos moran
en el Hades por tiempo indeterminado." Este lenguaje pa-
rece el de un cristiano, pero hay que evitar la trampa ten a
por el torpe falsificador de una carta que se suponía enviada
al cónsul Serviano por el emperador Adriano; en ella se dice
que los cultores de Serapis, en Egipto, son cristianos y que
los que se autodenominan obispos cristianos son devotos de
Serapis. Había similitudes en el lenguaje, pero las realidades
eran totalmente diversas.
7

M. S. SEALE

LA SOCIEDAD ISLAMICA

El interés de los rabes en el ttasmundo ha sufrido tres


etapas bien diferenciadas. En el período más temprano, el
pagano o preisl mico, los rabes deploraban la pérdida de sus
parientes carnales y amigos y buscaban consuelo en la idea
de que los difuntos, en realidad, no se hallaban muy lejos.
Creían que los muertos vivían una vida propia y gozaban en
la tumba de una existencia consciente. Los antiguos hebreos
profesaban una creencia similar y creían que la morada de los
muertos era el Seol o Hades., Dice Job:

Oh, quién me diera que me escondieses en el Seol,


que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira,
que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!
Si el hombre muriese, ¨volver a vivir?
Todos los días de mi edad esperaré,
hasta que venga mi liberación.
Entonces llamar s, y yo te responderé;
tendr s afecto a la hechura de tus manos.

(job, 14: 13-15)

Los rabes paganos cuidaban de sus muertos y les proveían


alimento y bebida, pr ctica también vigente entre los hebreos
hasta ser erradicada por la ley mosaica (Deuteronomío, 2ó:
14). En la sociedad rabe, los amigos y parientes permanecían
en contacto con el difunto, se demoraban cerca de la sepul-
tura, y aun alzaban una tienda junto a la tumba; les @ costaba
apartarse. Cuando pasaban ante el sepulcro de un conocido,
pronunciaban su nombre y lo saludaban: pensaban que el
muerto le.-. revolvería el saludo. Creían que las lechuzas que
revoloteaban en las cercanías eran los espíritus de los difun-
tos, y que su chillido era el gemido de los muertos. Al espí-
ritu también se lo denominaba "eco", "calavera", o "alma".
LA SOCIEDAD ISLAMICA

Layla al-Ahyaliya, la poetisa, al visitar la tumba de su


amante poeta, se atrevió a desafiar la creencia en que los
muertos devolvieran el saludo, pese a que su propio amante
así lo afirmaba en uno de sus poemas. Ante esta temeraria
negación, surgió una lechuza y voló derecho al rostro de Layla.
œsta cayó muerta (Al-Aghaní, X, 82; Hamasa, 57ó).
El rabe pagano se negaba a que la muerte cortara los lazos
de la.sangre o de la amistad; al seg'uir el ataúd, exclamaba:
"No estés lejos de mí!" Además de la comida, también le
ofrecía al difunto un camello para cabalgar; el animal era
sujeto junto a la tumba y allí moría de hambre y de sed. En
las épocas tardías del Islam, cuando esta pr ctica ya había
sido prohibida oficialmente, su ejercicio ocasional y continuo
se justificó en la necesidad de proveer al difunto de una ca-
balgadura para el día de la Resurrección. Los rabes paganos,
sin embargo, aunque creían en el más all , nada sabían de la
resurrección de los cuerpos.
En la segunda etapa, es decir, después del surgimiento del
Islam, los rabes continuaron creyendo que los difuntos vivían
una vida propia en el sepulcro, pero el interés se concentró
en el destino y la última condición del hombre. Había dos
artículos de fe de los que el profeta Mahoma ínte¨tó con-
vencer a su gente; primero, que iba a haber un Día de la
Resurrección; al rabe pagano le era difícil creer que Dios
"reuniría sus huesos" y "remodelaría sus dedos" (Cor n,
75:4); "Dir n: ¨Qué, nos reintegran a nuestra forma primi-
tiva? ¨Qué, cuando nuestros huesos est n viejos y decrépi-
tos?" (79:10). El segundo artículo preconizado por Mahoma
era el advenimiento del Día del juicio; el hombre era respon-
sable ante un creador soberano que no había "creado los
cielos y la tierra y todo cuanto existe sólo por diversión [... 1
sino con un propósito serio" (Cor n, 44:38). El rabe libre,
ya nómade o sedentario, retrocedía ante la idea de tener que
rendir cuentas de su fe y de sus actos.
El rabe pagano hablaba desvergonzadamente de las cosas
que, a su juicio, endulzaban la vida: brincar sobre su yegua
favorita en una cabalgata matinal; superar en ingenio a sus
quejumbrosas mujeres y compartir vino rojo y rutilante con
compañeros joviales; apostar en los juegos de azar; y encerrar-
se con una muchacha en un día de lluvia (en la Oda dorada,
158 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

de Tarafa * Se Mencionan tres de las cuatro enumeradas). Es-


ta rendición de Cuentas ha de haber sido tan oco aceptable
como el impuesto a la limosna prescripto en el PCor n, el cual,
una vez muerto el Profeta, sólo por la fuerza de las armas
volvió a ser puesto en vigencia.

El otro mundo, según las revelaciones de Mahoma en el


Cor n, ya no era la morada de seres transformados en som-
bras de sí mismos; estaba pleno de vida Y movimiento: un
sitio triste para unos, dichoso para otros, según la vida que
hubiesen llevado en este mundo, y según el Dios al que hu-
biesen seguido o denegado. El tono moralista de Mahoma, sin
embargo, obtuvo un eco entre los rabes. El Cor n habla de
la gran división entre "las gentes de la derecha'> y "las gentes
de la izquierda":
"Qué! ¨Acaso no le hicimos ojos,
y lengua y labios,

y lo guiamos ante los dos senderos?

Y sin e!nbargo no siguió el abrupto.

¨Y quien te enseñar cu l es la senda abrupta?


La senda abrupta es rescatar al cautivo,
o dar alimentos en período de hambru@a
4 huérfa@o que ha@ en tu familia, o al Pobre que yace en el polvo.
Además de esto, es ser de los creyentes, de los que son leales entre sí,

Tales ser n las gentes de la derecha: [y compasivos entre sí.


mientras que los que descreen de nuestras señales,

ser n las gentes de la izquierda.


Alrededor de ellas se cerrar el fuego." (90: 10-20)1

El Cor n es la mejor fuente de información para el segundo


período al que nos referimos. Dalton Gqllowiy ' afirma que
el último día, o día de la resurrección y del iuicio, est@@a
permanentemente en la mente y en los labios dé Mahoma, a
tal punto que entrelazó la creencia en el último día con la
creencia en Al , y que fue esta "obsesión" la que comunicó
a secuaces y camaradas, El término al-'akhira, el "más all ",
se reitera ciento trece veces en el Cor n. El gran clía recibe

* Ta rabe del sizb vi. En el poema citado, alude


a los tre: aquí s@enumeran y luego concluye: "Dé-
jame pue curso de la vida, pues acaso a mi muerte
sólo pue, del T.)
LA SOCIEDAD ISLkMlCA 159

numerosos nombres y epítetos, incluido "el día en que la


pierna se desnudar " (porque en ese día la gente arrojar a
los vientos la dignidad y se quitar el manto para correr más
r pido). Los acontecimientos de ese día magno y terrible se
iniciar n con un grito y un toque de trompeta. Esta convo-
cación al juicio no sólo congregar a toda la humanidad sino
a los inn y a los animales. La obra de cada criatura ser
pesada en la balanza. Aquel cuyo platillo esté colmado de
buenas obras será admitido en el jardín, pero aquel que tenga
poco peso y escasos méritos será arrojado al Abismo. El In-
fierno se llenar a medida que en él caigan los réprobos, y no
habr disculpa posible.

,,No! Lo juro por el Día de la Resurrección ...


¨Qué, acaso cree el hombre que no juntaremos sus huesos?
Por cierto que sí: Somos capaces de remodelar sus dedos,
pero no, el hombre desea persistir en su libertinaje,
preguntando, ¨cu ndo será el Día de la Resurrección?"
(Cor n, 75)
"El Toque! ¨Qué es el Toque?

El día en que los hombres ser n como poliuas dispersas,


y las montañas como Wones de lana.
Entonces, aquel cuyos actos pesen sobre la Balanza
heredar una vida placentera;
pero aquel cuyos actos sean leves sobre la Balanza
se hundir en el vientre del Abismo.
¨Y qué te enseñar qué es el Abismo?
Un fuego ardiente!" (Cor n, 90: 10-20)

Galloway observa con justeza que "ningún predicador re-


formista ha superado al Profeta al advertir a sus oyentes sobre
los terrores de los tormentos futuros". Parece ser, sin em-
bargo, que a medida que se desarrolló la sunna ("tradición")
isl mica, expandiéndose en los siglos que sucedieron a la muer-
te de Mahoma, se añadieron nuevos horrores jamás concebidos
por el Profeta. Me refiero al interrogatorio en la tumba y los
suplicios que le siguen. Ahora había dos juicios: uno en la
tumba, al morir, y el otro al llegar el fin del tnundo. El
mundo subterr neo estaba poblado por ngeles y demonios de
especies diversas. El ngel de la muerte, cuya función era
extraer el alma del cad ver, tenía dos ojos, uno en el rostro
y otro en la nuca. Se le aparecía al tnoribundo, capturaba su
alma sin darle reposo y abandonaba la casa entre los gritos
1ó0 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

lastimeros de la familia - En la tradición isl mica abundan los


comentarios sobre el interrogatorio en la tumba y el conse-
cuente tratamiento suministrado a creyentes e infieles. El
varón virtuoso es acogido por ngeles "con rostros como el
sol", el impío por ngeles feos y repulsivos. Hay seda y
almizcle para el creyente, cilicio y brasas ardientes para el
infiel. La tumba del creyente autom tícamente se transforma
en un jardín exultante, la del infiel se colma de serpientes
con siete cabezas.
Al-Ghazali enfrentó a' los críticos que cuestionaban l exis-
tenda de tales serpientes en la tumba. Era claro, decían és-
tos, que al examinar la tumba de un infiel no hay en ella
serpientes, y mucho menos con siete cabezas. Respondió Al-
Ghazali:

"Tratamos del mundo invisible y divino. Las serpientes y escorpio-


nes de la tumba no son de la misma especie que las serpientes y escor-
píones de nuestro mundo inferior; pertenecen a una especie diversa y son
percibidos mediante un sentido que no es nuestro sentido de la vista.
Los compañeros de Mahoma no pudieron ver al ngel de la revelación
que lo visitó, y no obstante creyeron en la verdad de la revelación. Tam-
bíén sabemos que el sufrimiento puede ser mental, como ocurre cuando
uno sueña que lo han mordido y profiere alaridos mientras duerme,
Digo, pues, que un hombre puede ser atormentado por la pérdida de los
bienes mundanos, a los que tiene apego excesivo. Estas formas de tor-
mento son posibles y reales. La mente, al contrario del cuerpo, no pa-
dece cambios en la muerte y el difunto conserva la conciencia; por lo
tanto, puede padecer dolores o gozar de la dicha, según el caso." 8

Los dos ngeles examinadores

La tradición tiene mucho que decir acerca de Munkar y


Nakir, los dos ngeles negros que interrogan a los muertos en
lo que respecta a su fe y sus actos. La respuesta del creyente
obra milagros, y hace que su estrecha y negra tumba se vuelva
espaciosa e iluminada. "@a respuesta del infiel obra el efecto
inverso: la tumba se cierra sobre él hasta quebrarle las cos-
tillas. Es puesto a cargo de un bruto que no ve, no oye y no
habla; que lo fustiga con su l tigo de hierro y jamás se com-
padece de la víctima,
Una tradición que se remonta a la esposa favorita del Pro-
feta, A'ishah, refiere que las tumbas de Zaynab, hija del Profe-
LA SOCIEDAD ISLAMICA 1ó1

ta, y de Sa'd b. Mu'adh, un destacado compañero, se en-


sancharon milagrosamente, haciéndose confortables. Esto gra-
tifícó al Profeta y le iluminó el rostro.

El Gran Día del juicio

Al sonar la trompeta, las tumbas se abrir n y se levantar n


los muertos. Desnudos ser n conducidos al gran lugar de reu-
nión, una vasta meseta sobre una honda planicie desierta,
diferente de todo lugar'de la tierra porque la tierra misma
habr cambiado hasta ser irreconocible. La masiva multitud
de criaturas, traída de los siete cielos y de las siete tierras,

. los ngeles, los inn y los diablos, permanecer bajo


junto con
el resplandor del sol, sin hallar sombra en parte alguna. El
sudor fluir a tal punto que las aguas les cubrir n las rodillas,
las caderas y aun seguir n subiendo. Allí permanecer por
sólo Dios sabe cu nto tiempo.

Los portentos

Ese día, reza la Tradición, los cielos se rasgar n, las 'estrellas


se dispersar n, se opacar n las rutilantes luminarias, se vela-
r el sol, se achatar n las montañas. Las hembras de los ca-
mellos, encintas de diez meses, quedar n sin atender, mientras
los mares hierven y el Infierno vomita sus fuegos. En ese día
cada' alma ver lo que produjo y lo que retuvo. Se har n los
balances, se abrir n- los libros y se aproximar el Infierno. Las
llamas crepitar n, para desesperación de los infieles. En los
interrogatorios, se preguntar n cosas relevantes y cosas tri-
viales. A los profetas y apóstoles se les preguntar si difun-
dieron el mensaje. El infierno bullir y finalmente se abrir
.para engullir a quienes se atrevieron a desobedecer al Altísimo.

El puente (Cor n, 37:23)

El puente que se extiende sobre el atroz Abismo es iras


filoso que la hoja de una espada y más delgado que un ca-
bello. El justo lo cruzar corriendo y a salvo. Algunos lo
1ó2 LA VIDA DESPUS DE LA MUERRE

cruzar n caminando, algunos deber n arrastrarse, pero otros,


afan ndose bajo el peso de sus culpas, resbalar n y caer n al
Abismo. El Profeta será el primero en alcanzar la otra orilla.
Su plegaria dir : "ígu rdanos, Oh Señor!" Los ngeles res-
catar n a los creyentes demasiado atnedrentados como para
caminar sobre el puente y los ayudar n a cruzar sobre las lla-
mas enardecidas.

La intercesión (Cor n, 93:5b)

Según una Tradición, dijo el Profeta: "Cinco dones me


fueron concedidos sólo a mí, de entre todos los profetas de
Dios: Fui temído por gentes que vivían a un mes de viaje
de mi morada. Se me permitió conservar los despojos, cuando
a otros no. A in pueblo se le permitió adorar en cualquier
parte y en todas partes. No fui enviado a un pueblo sino a
todos los pueblos. Recibí la prerrogativa de interceder por
los demás." Cuando todos los intercesores hayan fracasado,
vendr n a Mahoma para pedirle que interceda por ellos. El
Profeta se acercar al trono y se inclinar ante el Altísimo.
Dios dir entonces lo que no dijo jam s. '<Lev ntate, Oh
Mahoma, pide y recibir s, ruega y tus ruegos ser n aceptados."
Dir el Profeta: "Mi pueblo, ruego por ellos." Los mejores
entrar n por una puerta a la derecha, en tanto que otros en-
trar n por una puerta común. Los buenos y los doctos podr n
interceder por su tribu y su familia. Si uno del pueblo de
Dios hubiese recibido en vida una taza de agua fría, podr
interceder por su benefactor, rescat ndolo del Infierno. Dice
otra Tradición: uno de los compaiíeros del Profeta hablaba
con admiración de Abraham, el amigo de Dios, de Moisés, que
platicaba con Dios, de jesu's, Verbo y espíritu de Dios. Dijo
Mahoma: "Es cierto cuanto dices, mas yo, sin ufanarme de
ello, soy el bíenamado de Dios, cuya intercesión será aceptada
en el Día del juicio."

El estanque (Cor n, 108)

El Kawthar es un río del Paraíso, cuyas aguas son mas


blancas que la leche, más dulces que la miel y más fragantes
LA SOCIEDAD ISLAMICA 1ó3

que el almizcle. Sus riberas son de oro, su lecho es de perlas


y coral. Una tradición dice que las cúpulas que se yerguen
a ambos lados del río son de perlas huecas. Ei estanque del
Profeta forma parte del río y se alimenta con aguas del Pa-
raíso. Quien bebe de estas aguas jamás vuelve a tener sed.

El Infierno

El Cor n y las Tradiciones se refieren una y otra vez al


Abismo. Dice el Cor n:

"Aunque ninguno de vosotros esté allí,


allí descender ; para el Sefíor
eso es cosa decretada y decidida.
Entonces libraremos a los que fueron
temerosos de Dios; y a los inicuos
los dejaremos allí, trémulos y de rodillas."
(19: 73, 74)

Los condenados dirigir n vanas súplicas a Malik, su guar-


di n. Allí yacer n, maniatados, con fuego sobre ellos y fuego
debajo de ellos, fuego a la derecha y fuego a la izquierda; su
vestimenta será de fuego y su cama será de fuego. Traspa-
sados por espadas, las frentes rotas, los hígados arruinados,
descarnados, despellejados y pelados, recibir n periódicamente
una nueva piel para que se reinicie el tormento.

"Por cierto que a quienes descreen de nuestras seiíales


los asaremos en el fuego; en cuanto
su piel esté calcinada, les daremos
otra piel a cambio, para que
así saboreen el castigo." (Cor n, 4:5ó)

El más elevado de los compartimientos infernales es el


Gehenna; le siguen, en orden descendiente: el Fuego Infernal,
la Llama, el Tostador, los Resplandores, el Infierno y el Abis-
mo, que no tiene fondo. Los compañeros de Mahoma una vez
se asombraron ante un estrépito aterrador; el Profeta les dijo
que era el sonido de una roca que se había precipitado al
Abismo hacía setenta años y que sólo ahora había tocado
fondo.
1ó4 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

La vehemencia del fuego es descripta con estas palabras:


Dios, el Altísimo, orden¨> que el fuego ardiera durante mil
años hasta tornarse rojo, luego otros mil hasta tornarse blan-
co, y aun otros mil hasta tornarse negro, su color actual.
Cuando el fuego se quejó porque se consumía, el Sefíor le
otorgó dos naturalezas: en verano arde con exasperación, en
invierno es mordazmente gélido. El Cor n alude a la bebida
que se ofrece a los réprobos:

entonces asombr ronse


los que fueran tiranos, al pasar más all del Gehenna,
y se les da a beber caliginoso pus,
que sorben y tragan apenas,
y la muerte los circunda por todas partes:
y aún los aguardan castigos más duros." (14: 19, 20)

Los castigos, sin embargo, ser n proporcionales a los males


cometidos. "Dios no se equivocar ni por el peso de una hor-
miga." (Cor n, 4:44a)

El Cielo

Al-Ghazali exhorta a los creyentes a meditar con temor


sobre los horrores del Infierno, así como a recordar y anhelar
la prometida bienaventuranza del Cielo. Los radiantes ciuda-
danos del Cielo ocupan tron,)s frente a rios que manan vino
y miel, y se refrescan con vino arom tico. Los acompañan
jóvenes y huríes de ojos rasgados, intocadas por los hombres
o los inn. Aquí los ciudadanos son reyes, y ningún placer les
es denegado. En la audiencia diaria ante el trono, todos se
deslumbrar n ante la visión beatífica.
Dice Al-Ghazali: "Si el Cielo no fuera sino una vida sin
accidentes ni privaciones, sin enfermedad ni muerte, ello bas-
taría para dejar este mundo por el próximo." '
Una Tradición que se remonta al Profeta declara: "Si quie-
res gozar del vino en el más all , abstente aquí y ahora. Lo
mismo se aplica al oro y la plata y los atuendos de seda: des-
précialos en esta vida y los tendr s en abundancia en tu hogar
eterno. Las ropas de los ciudadanos del Cielo jamás se gastan
y las personas jamás envejecen. Experimentaremos lo que no
LA SOCIEDAD ISLAMICA 1ó5
ha visto el ojo, lo que no ha oído el oído, y lo que no ha pe-
netrado en la mente' del hombre."
Al Profeta le preguntaron si las ropas del Cielo eran manu-
facturadas o creadas; respondió que brotaban de los rboles.
En el Cielo nos alimentaremos de man , aves carnosas, codor-
.nices, leche y miel. Bastar que veamos un p jaro en.el Cielo
y lo apetezcamos para que el p jaro caiga a nuestros pies,
asado y listo para servir. El plato principal será la carne del
toro que pacía en los Jardines del Edén. El organismo eli-
minar los desechos corporales por medio de un sudor que
oler a almizcle.
Las Tradiciones explican los versículos del Cor n que alu-
den a la vida en el Cielo: por ejemplo, el sentido de "huríes
de ojos rasgados, confinadas en tiendas" (55:72) es que estas
hembras jamás se enojan y jamás se apartan. Se las denomina
,,esposas puras" (3:13) porque est n libres de todo tipo de
excreción. La expresión "ocupados en su regocijo" (3ó:5b)
significa que los hombres, en el Cielo, estarán ocupados des-
flotando vírgenes (Ihya', vol. IV, p. 508). Por lo que se
sabe, los habitantes del jardín ser n bellos, imberbes, de ca-
bello rizado, con p rpados oscurecidos por antimonio, de trein-
ta y tres años de edad y noventa pies de alto.
Una Tradición registrada tanto por Al-Bukhari como por
Muslim declara que el mayor deleite que aguarda a los ciuda-
danos del Cielo consistirpa en contemplar el rostro de Dios. A
esto se le llama el "añadido" (Cor n, 10:27), puesto que se
le brindará a los virtuosos además y aparte de su recompensa.
jarir b. Abdallah dijo: "Estábamos sentados con el Mensa-
jero de Dios (Dios le reserve la paz y la bienaventuranza)
cuando él vio la luna llena. Díjonos: Veréis a vuestro Señor
tal como veis esta luna, sin que os dañe su resplandor. Esa
visión beatífica es más espléndida que cualquiera otra cosa."

Estadística

El Cor n alude a "encantadoras moradas en el jardín del


Edén" (ó1:12). Tales moradas, afirma la Tradición, son pa-
lacios de perlas: cada palacio contiene setenta patios, cada
patio setenta casas, y cada casa setenta divanes, con una hurí
LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

en cada div n. Hay un rbol en el jardín, y uno puede cabal-


gar durante un siglo bajo su sombra sin salirse de ella. La
casa más pequeña del Jardín tiene un millar de sirvientes,
.cada uno consagrado a su tarea específica. Finalmente, cada
habitante del jardín desposar a quinientas huríes, cuatro mí@
vírgenes y ocho mil no vírgenes.

NOTAS

1 Tbe Koran, traducción al inglés de J. M. Rodwell (1909).


2 Dalton Galloway, "The Resurrection and judgement in tbl!
Qur'an", en Mostem World, vol. 17 (1922), 348.
Al-Ghazali, Dhikr Al-Mawt Wa-Ma Ba'dub Kitab Al-Agbani (el
autor empleó la traducción inglesa de Virginia Cobb).
4 Al-Ghazali, Ihya, Ulum al-Din, Cairo cd., vol. IV.
8

RF-Nín HAYNFS

IMAGINERTA CRISTIANA

El interés de los cristianos en la supervivencia se entrelaza


con su interés en Dios, cuyo Ser ilumina "la comunión de los
santos y la vida eterna". Su meta no consiste en reiterar en
otra esfera, o en mil encarnaciones, el cuadro de la vida coti-
diana. sta es muy significativa cuando se vive, pues da ma-
teria para la elección y la decisión en el presente e imágenes
para siempre; pero ella no implica la repetición infinita ni el
repudió final. Al cristiano no le preocupa la rueda budista
de las cosas, cuyas rotaciones hay que padecer hasta que los
últimos vestigios de amor, libre albedrío e identidad hayan
sido botrados del alma impasible, ni cree que todas las cosas
materiales -leones y rompientes, estrellas y frutos e insec-
tos- sean maya, ilusión, en el mejor de los casos irrelevantes
para la vida del espíritu, en el peor de los casos su contradic-
ción. Para él, el yo, amante y consciente, es real, y son reales
todas las cosas cteadas, y ambas pueden resplandecer con Dios.
Esto es cierto en dos contextos, el del credo y el de la íma-
ginación viviente. El primero establece que la Divinidad creó
con júbilo todo lo que existe, desde los universos entrelazados
hasta las diminutas luces enjoyadas de los peces tropicales, y
que gradualmente introdujo en las entidades existentes una
creciente potencialidad de conciencia, iniciativa y elección;
paros nwes capaces de quitar la tapa de las botellas de leche,
perros que aprenden a ser pastores de ovejas, elefantes inteli-
gentes, los mismos seres humanos. También establece que
cuando tal potencialidad fue mal empleada y toda la trama del
ser temblaba de dolor, Dios entró a la creación desde dentro.
Para citar la notable traducción de un poema de Ad n de St.
Victor (siglo xit) realizada por Geoffrey Riddehough:
1ó8 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Measureless and ínfinite


Whom no scope of human wit
Nor tbe bounds of space contain,
Measureless atid timeless, He
Now in space and tíme sball be
Making all tbings new again.

[Desmesurado e infinito,
Aquel a quien ni el ingenio humano
ni el espacio pueden abarcar,
desmesurado e infinito,
estar en el espacio y en el tiempo
cre ndolo todo otra vez.]

Su cuerpo recapituló, antes de nacer, tal como todos los


fetos humanos, las primeras etapas de las vidas animales cuyo
particular impulso evolutivo condujo a la aparición del hom-
bre. Su cuerpo ha de haber conservado, como todos los cuer-
pos humanos, los vestigios de la evolución, como por ejemplo
el apéndice vermiforme. Sufrió todas las consecuencias del
mal empleo de la conciencia, la iniciativa y la elección, en
todas sus repercusiones, y liberó una vez más a los seres hu-
manos de la prolongada monotonía del mal que los condício-
naba; y más que líberarlos, los renovó. Les ofreció la visión
de la muerte como un camino hacia la vida; no sólo la muerte
corporal (aunque también ésa, considerada como culminación),
sino la muerte de los viejos h bitos, los viejos reflejos, los
viejos pecados, la muerte de todo lo que se aferra a un yo
que debía renovarse, renacer, transformarse.
También les legó, como forma de plegaría, de meditación y
de rectitud, un medio de comunicación con ]el, basado en las
cosas materiales más vulgares; el agua, el aceite, el pan y el
vino, "fruto de la vífía, ofrecido por Dios y hecho por los
hombres", todos ellos objetivos y sígnificantes.
En el contexto de la imaginación viviente nos afectan las
afirtnaciones implícitas hechas por las cosas de la creación en
el acto de ser ellas mismas; la bandada de gansos que vuela
hacía el sur, en una tarde de otoiío, la luna más all del ra-
maje negro, el sol al hundirse en el oleaje sin límites. Todos
ellos existen -por muy transitorios que sean-, los veamos
o no; cuando los vemos sin enibargo, nos transmiten una
sensación de significado oculto aunque intenso. Tal sensación
a veces se fortifica cuando la mirada, la sonrisa o el gesto de
IMAGINERIA CRISTIANA 1ó9
una persona súbitamente parecen revelarnos su -ser interior e
invisible.
El yo interior es real y también es real el cuerpo a través
del cual lo reconocemos y a veces lo percibimos con inten-
sidad; ¨qué ocurre cuando ese yo deja de informar el cuerpo
y ese cuerpo se reduce a sus componentes físicos?
No podemos saberlo en detalle mientras estamos vivos;
pero el cristiano se aferra al hecho de que los muertos, al igual
que él, viven en comunión con Dios. Por mucho que la muer-
te lo desgarre -lo cual nos ocurre a todos- no puede entre-
garse al intento de convocarlos, de concentrarse en ellos como
si se tratara de una sombría película en cuya producción tanto
la rememoración como la telepatía deben jugar un papel in-
calculablemente poderoso; tal como deben desempeñarlo la
personalidad, el vocabulario y las asociaciones del médium. l
puede -y debe- rogar por ellos así como ruega por sí mis-
mo; pero eso no significa que el pasado deba retornar y que
todo deba ser tal como antes: la llamada a la puerta, los pasos
en las escaleras, la paz vespertina junto al fuego. Tales cosas
se han transformado en algo inimaginablemente nuevo, y aun-
que a veces lo conforte una "sensación de presencia" total-
mente imprevista, o unas pocas palabras inaudible!! que no
vi enen de ninguna parte, no puede adherirse a ellas. Aqui,
como en tantas otras situaciones,

He who clutches at a soy


Dotb tbe winged life destroy
He -who kisses tbe joy as t flies
Lives in eternitys sunrise.

["Quien se aferra a una alegría


la vida alada destruye.
Quien besa la alegría al vuelo
vive en el alba de la eternidad."]*

Debe orar, pues, por sus muertos tal como por sí mismo,
debe orar sabiendo que est n vivos, que las vidas de ellos,
al igual que la suya, sólo tienen una significación final en
tanto estén orientadas hacia Dios; y que ellos también oran
por él. Esto'sueíia a un frío consuelo -y con frecuencia lo

* Se trata del poema Eternity, de WiWam Blake. (N. del T.)

170 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

parece- pero darse cuenta de ello puede revelar la sensación


de unidad que resplandece en una multitud que canta, una
multitud tan vasta que sus miembros no pueden verse aunque
sepan que coparticipan del canto.
Los que se educaron en las formas más tradicionales del
cristianismo habr n aprendido desde jóvenes a considerar dos
cosas que muchos de sus contempor neos est n condicionados
para descartar: el hecho del misterio y el hecho de la muerte.
-Todo el pensamiento científico de la pasada centuria se -basaba
en la presunción de que un día los seres humanos conocer n
todos los pormenores de todas las cosas, y que a partir de
este conocimiento surgir una explicación completa de nuestra
irrupción como seres conscientes ...

into this Universe, and why not knowing


Nor whence, like water willy nilly flowing
And out of it, íike wind atong the waste
We know not whither, willy nilly blowing.

["en este universo, sir saber el porqué


ni de dónde, como agua que fluye involuntario,
y fuera de él, como viento en el desierto,
sin saber adónde, como r fagas involuntarias."]

Mentras la comprensión científica no haya alcanzado la


perfección, por lo tanto, se juzga inútil, además de incómodo,
meditar sobre el misterio último, por muy mysterium tre-
mendum et fascinaras que pueda ser; por lo demás, se considera
mórbido encarar a la muerte.
Al cristiano, por el contrario, se le ha recomendado meditar
sobre las Cuatro Cosas últimas -la Muerte, el juicio, el In-
fierno y el Cielo- y él se halla dispuesto a enfrentar el hecho
de que un día debe morir por muy próxima o distante que
se halle la muerte> ya ocurra con lentitud en una clínica geri -
trica precipitación en un accidente automovilístico; sabe

o con

que al morir el ser en que se ha transformado, se cristalizar


y determinar de modo absoluto su forma de percibir, de
sentir y reaccionar, tal como aquí y ahora lo hace de modo
relativo; que puede negarse a sí mismo la dicha eterna, la
Visión Beatífica (a menos que un tardío rel mpago de bien-
aventuranza destruya sus defensas), si se aparta de Dios y
-del hombre, con orgullo, avaricia y egoísmo, para caer en una
IMAGINERIA CRISTIANA 171

celda cuyas paredes reflejar n, como otros tantos espejos, sólo


el rostro del que la ocupa; y también que puede rendirse a las
fuerzas de la evolución y la metamorfosis y la gracia, y capa-
citarse para "amar y servir a Dios y gozarlo para siempre",
quizá no de un modo inmediato, pero sí después de un período
en que observar las consecuencias de sus actos y padecer
un proceso en el que los reflejos condicionados, por así lla-
marlos, se quebrar n, los músculos rígidos ser n reeducados
y él recobrar maravillosamente la plena percepción.
Santa Catalina de Génova observaba, con respecto a esto,
que el amor de Dios, que renueva el júbilo de los bondadosos,
los humildes y los que aman, puede ser intolerable para los
egotistas. Lo.que para unos es luz primaveral, pues est n dis-
puestos a conocerla, para otros es fuego, un calor intolerable
e inoportuno, pues sólo se interesan en sí mismos.
tstas son imágenes -la celda, la luz, el fuego-, y el uso
de imágenes, aun las más generales, es tan peligroso cuanto
inevitable, puesto que las imágenes comunican impresiones
diversas a gente diversa. más aun, las imágenes pueden sig-
nificar cosas diversas para la misma gente en períodos diversos.
La imagen más vigorosa no es sino un medio de comunicar
algo indescriptible si no por ella misma. Es, en el mejor de
los casos, como una ventana para que el hombre detenga en
ella los ojos, o para que la atravíese con la mirada -según
escribía el poeta del siglo xvii-,* viendo en ella su propio
reflejo, o un cristal empañado, o la luz que hay más all de
ella. Abundó -y abunda- la incomprensión causada por el
hecho de concentrarse en el reflejo, y aun más la debida a
confundir la imagen con la cosa en sí misma, el cuadro por su
significado.
Esto es tan cierto de las ideas sobre el trasmundo como de
cualquier otra cosa. ¨A cu ntos niños del siglo xix les pro-
dujo más temor el tedio eterno que esperanzas de alcanzar el
cielo la visión de vastas multitudes de gente vestida con batas
blancas y tocando sin cesar el arpa, cuando no "arrojando sus
coronas doradas al mar de cristal"? ¨Saltaron hacia atr s o se
dispersaron y hubo que juntarlos? ¨Acaso el mar estaba he-

* A man that looks on giass, / On t may stay his eye; / Or, if he


pleasetb, througb t pass, / And tben tbe Heaven spy. Del poema
The Elixir, de George Herbert (1593-1ó33). (N. del T.)
estaban acostumbrados a ese tipo
Testamento. Pero los jinetes cele
a lbs niños, y aun la ciudad enj,

172 LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE

lado? ¨Y por qué hacía la Biblia, en otra parte, la triste men-


ci¨>n de que "no habr más mar"?
Lo que es peor, ciertas imágenes pueden ser excelentes en
ciertos contextos, aunque inútiles y aun repulsivas en otros.
Así, los cuadros vívidos, ajenos, terribles del Apocalipsis eran
expresivos para los primeros cristianos, que eran judíos y
el Antiguo
que devora
muy remotas
para los pueblos occidentales que hoy participan de una dvih-
zación industrial.
- La imaginaría de nuestro tiempo es diferente. Cuando pen-
samos en el fin del mundo se nos ofrecen las intolerables y
blancas explosiones de la guerra nuclear; cuando pensamos
en el fin de nuestra vida en este mundo, es en términos de
oscuridad, acaso de claridad, pero siempre de algo descono-
cido; si pensamos en el fin de las vidas de otros, es (en el
mejor de los casos) en términos de un aeroplano que se aleja
cada vez más, reduciéndose en el crepúsculo de la tarde, o (en
el peor de los casos) como si se tratara de un pedazo de pai>el
que recorre los escalones polvorientos de la Oficina de per-
sonas Perdidas donde el Orfeo Negro busca en vano a su
perdida Eurídice.
No digo que tales imágenes sean útiles o adecuadas o der-
tas; digo que se nos ocurren naturalmente en nuestra época
y lugar y en nuestro medio.
-Sería más seguro buscar amparo en las familiares palabras
evocativas: "No ha visto el ojo, no ha percibido el oído, ni
ha sido dado al corazón del hombre lo que Dios reserva a
cuantos lo aman." Pero a la mayoría de nosotros nos con-
cierne imaginarlo, a menos que pertenezcamos a esa minoría
cuyas intuiciones son amorfas y casi íneomunicables, salvo en
términos de perplejidad y paz numinosa.
Cuanto más detallados son los retratos de la vida después
de la muerte, 'menos aceptables nos parecen (aunque, a otro
nivel, configuren piezas poéticas notables). Las exploraciones
emprendidas por Dante en el Infierno, el Purgatorio y el Pa-
raíso eplenas de ecos resonantes y hermosos, de nítidas
imágenes, de frases penetrantes, pero no comunican una con-
vicción vívida e inmediata, salvo como obras de arte. Dante
173

roza la verdad sólo cuando escribe contemplativamente. El


resto es demasiado temporal, demasiado ceñido a fechas, de-
masiado sólido; aunque no tan sólido, tan pesado, tan mar-
móreo como la población del Paraíso Perdido y el Paraíso
Reconquistado de Milton, móvil y enorme estatuaria barroca
vista contra el fondo de un paisaje cl sico. Acaso suceda que
la poesía épica no puede respaldar un ímpetu ajeno a este
mundo. Sólo la lírica, o un fugaz pasaje en prosa, pueden
permitir al lector trace within this earthly dresse / Brigth
shootes of everlastingness ("percibir dentro de este atuendo
terreno / brillantes destellos de eternidad").
El espect culo de Agustín y Mónica, de pie junto a la ven-
tana y distraídos de las obras de Dios para contemplarlo a
Dios Nfismo, es quizá el ejemplo más ilustrativo sobre las
últimas aplicaciones de la supervivencia: personalidades rea-
les, en mutua y amante compañía, absortos en estupor y ado-
ración. junto a ellos se encuentran Tomás de Aquino, regod-
j ndose en el divino "Tumulto del Ser", y Francisco de Sales,
reflexionando sobre la Fuente de la Alegría.
Algunos han ansiado la Wuerte en su af n por ver a Dios
cuanto antes, exclamando, con Santa Teresa de Avila y San
Juan de la Cruz, "muero porque no muero"; aunque luego
se contentaron con vivir consagrados a Su voluntad y a servir
a Sus criaturas en este mundo tanto como se les requiriera.
También hubo los que desarrollaron, como bases intelectua-
les, lo que creían nociones útiles sobre el más all . Por ejem-
plo, uno de los primeros Padres, matem tico, alegó que, siendo
la esfera la forma matem ticamente perfecta, los hombres en
el último día se incorporarían como esferas; Tomás de Aqui-
no, que en esta vida tendía hacia lo esférico @ebieron recor-
tar un lugar en la mesa comunitaria para que él acomodara
su redondo vientre-, creía probable que la gente, sin impor-
tar la edad a la que muriese, tuviese en la próxima vida la
edad de treinta años, el pico de la perfección física.
El énfasis de los cristianos sobre la muerte ha cambiado,
por supuesto, según la época. En la Edad Oscura, cuando el
orden del Imperio Romano se derrumbó por obra de su propia
complejidad, intrincada y excesivamente centralizada, así como
por una malaria endémica y por las invasiones b rbaras, era
casi una tentación pasar por alto la vida y concentrarse en la
174 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

muerte, olvidando la promesa de Cristo de que l había ve-


nido para que Sus seguidores tuvieran la vida y la tuvieran
en abundancia. Aunque la imagen de la Ciudad de Dios des-
cendiendo del cielo como una novia adornada para su esposo
servía para glorificar tanto la idea de la ciudad donde los
hombres cooperaban entre sí cuanto el sacramento del matri-
monio, la reacción instintiva ante el caos, la miseria y las im-
previstas desdichas de esa época, era subestimar esas cosas. Su
significación destell¨> una vez más cuando la gente de la Edad
Media dedicó diversas obras a Dios y al hombre, y vio al Rey,
encarnación del orden, gobern ndolo todo, al labrador alimen-
t ndolo todo, al soldado defendiéndolo todo, al monje rogando
por todos, vivos y muertos.
Los contemplativos que se habían retirado -tal como los
Padres del Desierto y los primeros eremitas ingleses- de este
mundo peligroso y malsano para orar a solas o en compañía
de hombres consagrados a la plegaria, se vieron eventualmente
impulsados a retornar a este mundo, intercediendo por nume-
rosas personas y comunic ndoles una conciencia de Dios que
infundían con su sola presencia. El francés San Hugo de
Lincoln abandonó su silenciosa adoración en la Grande Char-
treuse para reestablecer triunfalmente una comunidad en los
pantanos de Somerset, servir con gran eficiencia una enorme
diócesis, iniciar la reconstrucción de una catedral compartiendo
el trabajo con los otros obreros, y criticar las ctueles leyes
forestales de un Rey que ya había promovido el asesinato de
un arzobispo y estaba sujeto a terribles accesos de furia.* La
española Santa Teresa pasó de la plegaria ext tica a los viajes
interminables bajo un intenso calor o un frío intenso, sobre
carromatos vacilantes y en medio de la total incertidumbre,
para convertir nuevas carmelitas. Una de -sus seguidoras fue,.
en nuestro siglo, la monja Edith Stein, distinguida filósofa
alemana que fue conducida de su convento a un campo de
concentración nazi para judíos, con quienes y por quienes mu-
r¨> en una c @-nara de gas, serena, comunicando a los demás
la paz y la fuerza que albergaba en sí misma.
El contemplativo, pues, puede en principio procurar la
gcmortificación" (un medio 'de muerte no sólo para el'pecado

Alude a Enrique II, cuyos cortesanos asesinaron a Tomás Becket,


arzobispo de Cantorbery, en 1170. (N. del T.)
IMAGINERIA CRISTIANA 175

real, el af n de índependizarse de Dios, sino para las preocu-


paciones por las necesidades, trabajos y distracciones de cada
día) y más tarde anhelar aun la muerte física, como medio
para obtener la visión de Dios. quizá hasta se le conceda la
muerte "mística" de su propio egotismo. Pero, sea cual fuere
la naturaleza del júbilo, el contemplativo no puede ingresar
en vida a un Nirvana duradero, o a un estado continuo de lo
que los medievales denominaban "ebriedad espíritual",,como
si ésta fuese un fin en sí misma. Hay que emplearla en la
oración, en las obras, y tanto para los vivos como para los
muertos.
Mors janua vitae, el antiguo adagio que proclama que la
muerte es el pórtico de la vida, contiene más de una impli-
cación. Mors no sólo significa la muerte del cuerpo, sino la
reiterada muerte y renacimiento del yo renovado, la transfor-
macíón de la misma identidad. En nuestro siglo, C. J. jung
ha demostrado cómo este arquetipo colectivo resplandece en
innumerables situaciones y mitologías humanas. Se lo ve con
toda claridad, por ot-a parte, en la vida de cada persona,
cuando ésta pasa de un estadio a otro de su evolución. El
huevo debe transformarse en gusano, el gusano debe despo-
jarse repetidamente de la piel que lo protege, y al fin tejer
su propio sudario para someterse a la pasiva metamorfosis en
cris lida antes que irrumpa una nueva mariposa de aspecto
diferente, aunque sea continuación de su ser anterior. En
muchas sociedades tales transiciones son reconocidas y cele-
bradas mediante rites de passage. stos han alcanzado una
nueva dimensión en el cristianismo a través de los sacramentos
de la Confirmación, el Matrimonio, las órdenes Sagradas y
la Extremaunción. Pero, en buena parte de la sociedad occi-
dental, sólo sobreviven en formas disminuidas: recepciones
nupciales y festividades religiosas racionalistas acompafíadas
de licor y verbosos discursos.
No obstante, esas pequeñas muertes y renacimientos son
recurrentes en todas las vidas individuales; y fue hacia las
vidas individuales donde se concentró la atención al declinar el
feudalismo y el funcionalismo. Cada hombre comenzó a trans-
formarse cada vez más en un ciudadano de segunda clase de
la Cristiandad, satisfecho con ser y hacer lo que le ordenaban
sus amos temporales y espirituales, quienes respectivamente lo
17ó LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE

gobernaban todo y oraban por todos. Asu@ó responsabili-


dades, rezó sin retirarse del mundo. Su vida y el modo en que
la vivía continuamente contribuían a hacerlo más o menos
adecuado para el Reino del Cielo, cuyos inicios est n aquí y
ahora, como Píers Plowman ("Pedro el labrador"), el perso-
naje del poema de Langland, lo proclamaba apasionadamente,
El retrato de la vida, después de la muerte se adecúó más a
su propia visión; comenzó el pop art de los misterios, el gran
juicio y la misericordia tallada.
Algunas imágenes se oscurecieron, otras fueron progresiva-
mente iluminadas en diferentes partes de Europa. Santo To-
más Moro, recluida desde joven en la austera vida contem-
plativa del convento, la via negativa, luego surgió como uno
de los laicos más brillantes de su tiempo, que consideraba la
vida en este mundo tan importante como para urdir, en su
Utopia, los planes para una sociedad perfecta. En medio de
las complicaciones del poder, dedicó su vida pública y privada
a Dios, y a su muerte confió en que él, su familia y sus ver-
dugos pudieran "congregarse alegremente en el cielo"; esto
suena como una fiesta, un Sffiúl cuyas diversas formas (the
shout of them that triumph / The song ol them that least,
"el grito de aquellos que. triunfan / El c ntico de aquellos
que celebran") ha resultado tan chocante para ciertos intro-
vertidos corno Netí, Netí - not this, not tbís ("Neti, Neti
esto no, esto no") lo ha sido para otros temperamentos.
Sin embargo, Tomás Moro, al igual que john Bunyan más
tarde, escribió más sobre cómo llegar al Cielo (sobre lo que
advirtió que no debíamos pensar que iríamos sobre un colchón
de plumas) que sobre el Cielo mismo,
En cantos, himnos, y poemas, nos legó sin embargo algunas
trémulas imágenes, semejantes al sol que se refleja 'en los
círculos del agua. Así:

0 Jesus Lord, my heal and weal, my bliss completa


Make tbou my heart thy garden plot, true, lair and neat
I'hat 1 may hear
Tbe music caer

dulcimer and luie


cymbal
And timbre
And tbe gentle sounding fruto
IMAGINERFA CRISTIANA

["Oh Seííor Jesús, mi consuelo y bienestar, todo mi júbilo,


haz de mi corazón tu huerto, auténtico, bello y bien
[dispuesto,
porque yo oiga
la clara música,
arpa, dulcémele y laúd,
con cimbales
y timbales
y la flauta dulce y melodioso."]

Y también:

jerusalem, my happy home


'Wben sball I come to tbee
Tby gardens and thy gallant walks
Continually are green
There grow such sweet and pleasant ltowers
As nowhere else are seen
Al through the streets, with silver sound
The flood of tife doth flow
Upon wbose banks on every side
Tbe wood of lile dotb grow...
And there they live in sucb deligbt
Such pleasure and sucb play
A tbousand years, t seems to tbem
Are but as yesterday [. . . 1

["Jerusalén, mi hogar feliz


@cu nd¨ vendré hasta ti? [... 1
Tus jardines y tus bellas calles
est n continuamente verdes,
crecen allí flores tan dulces y gratas
como no se las ve en ninguna parte.

A través de las calles, con sonidos de plata


fluye el flujo de la vida,
en cuyas riberas a ambos lados
crece el bosque de la vida [... 1
Y se vive allí con tal deleite,
tal placer y esparcimiento
que mil años parecen transcurrir
en un solo día

Pero antes venía la jornada del c ntico fúnebre, con su


refr n aterrador:

T@iis ae night, this ae night


Every night and all
Fire and sleet and candlelight
And Christ receive thy saute.
177
178 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

["Esta noche, esta sola noche


es todas y cada una de las noches.
Fuolgo y celaca y palmatorias
y Cristo reciba tu alma."]

De la sala en semipenumbra, el muerto pasa a través de la


oscuridad al Mar de los Gemidos (donde la aulaga muerde
hasta "la médula del hueso" a quienes jamás se despojaron
de "medias y zapatos"), y sigue inexorablemente hasta atra-
vesar el Puente del Horror, y de aW al Purgatorio, donde

It ever tbou gavest meat and drink


Every night and ala
The lire sbalí never make thee shrink
Aud Christ receive thy saute.

["Si diste carne y bebida


en todas y cada una de las noches
el fuego jmás te har temblar,
Y Cristo reciba tu @."]

Los modos de contemplar lo'que yace más all de la muerte


son los generales: el que conocen los afligidos, y el que co-
noce cada hombre al aguardar su propia experiencia. Aunque
son interdependientes, pueden ser tan diversos como un mapa,
una herida y una serena sensación de perplejidad. Aquí, por
ejemplo, llora el poeta:

They are aU gone into a worid ot ligbt


And I alone sit titigering bere [...1
1 I see tbem wdking ín an Air of glory
1 Dear heauteous Deatb, the jewel ot tbe just
Shining nowhere but in the d@rk
'Wbat mueres do lie beyond tby dust
Could man outlook tbat mark!
He tbat bath tound some lledged birds nest may know
At tirst sight t the bird be fíown
But wbat tair 'Well, or Grove he sings in now
That is to him unknown.

["Todos se han ido a un mundo de luz


y sólo yo me demoro aquí [...1
1 Lw veo caminar en una Atmósfera de gloria
1 Querida muerte hermosa, la joya de los justos,
que sólo resplandece en lo Hebras.
Qué misterios subyacen en tu polvo!
IMAGINF-RIA CRISTIANA 179
Pudiera el hombre n-úrar más all !
Quien ha encontrado el nido de un p jaro emplumado, puede saber
a primera vista si el ave se voló,
pero en qué bella fuente o arboleda canta ahora,
eso le es ignorado."]

Así canta Henry Vaughan, al lamentar a sus amigos Muer-


tos; pero colmado de paz cuando

I saw Eternity tbe other night


Like a great Ríng o/ pure and endless Ligbt
Alí calm, as t was brigbt.

["La otra noche vi la Eternidad,


semejante a un gran Anfflo de Luz pura e infinita,
tan sérena como brfflante."]

Y una vez más, catnbiando sus imágenes pero ahondando


en su deseo:

Tbere is in God, some say


A deep and dazzling darkness; as men here
Say it- is late and dusky because tbey
See not ala clear.
0 for tbat Night, tbat I in I-Iim
Might tive invisible and dim.

["Hay en Dios, dicen algunos,


una prognda y espléndida tini¨bla; así dicen aquí los hombres
que es tarde y est oscuro porque
no ven con claridad.
Oh esa Noche, que yo en Pl
pudiera vivir invisible y oscuro."]

Helo aquí a Donne, que desfallece:

Since I am coming to tbat Holy room


Wbere witb thy Quire of Saints for evermore
I shall be made Tby Music: As I come
I tune tbe instrument bere at the Door
And wbat I must do tben, tbink here before 1 ... 1

We tbink tbat Paradise and Calvary


Cbrist's Cross and Adam's tree, stood in one place,
Look Lord and find botb Adams met in me;
As tbe first Adam's sweat surrounds my face
May tbe last Adam's blood my sout embrace.
180 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

[ 1 'Ya que me acerco al tabern culo sagrado


donde, con tu Coro de Santos, para siempre
me tornaré en Tu Música: Ya que me acerco
afino el instrumento ante la Puerta>
y lo que haré después ahora medito

Creemos que el Paraíso y el Calvario


la Cruz de Cristo y el Arbol de Ad n, se hallaban en el mismo sitio.
Contémplame, Sefíor, y confluyan en mí los dos Adanes;
Tal como el sudor del primer Ad n empapa mi rostro,
inunde mí alma la sangre del último Ad n."

Y he aquí a Donne mirando más all de la muerte:

Brings us 0 Lord at our last awakeníng into tbe bouse and gate of
heaven to enter ínto that gate and dwelí in that house where there shali
be no carnes nor dazzling but one equal ligbt, no noise or sitence but
one equal music ', no fears or hopes but one equal possession, no ends
or beginnings but one equal eternity...

["En nuestro último despertar, condúcenos, Oh Seííor, a la mansión


y al pórtico del cielo, para entrar por ese pórtico y morar en esa man-
sión, en la que no habr tinieblas ni resplandor sino una ecu nime luz,
ni ruido ni silencio sino una ecu nime música, ni temores ni esperanzas
sino una ecu nime posesión, ni fines ni comienzos sino una ecu nime
eternidad"... 1

Sir Thomas Browne, menos específico, sólo pide estar des-


pierto y percibir lo Divino:

Howe'er I rest, great God let me


Awake again at last with Thee
f... 1 0 come tbat bour when I may never
Sleep again but wake for ever.

["Sea cotno fuere mi reposo, permíteme, gran Dios,


volver a despertar al fin contigo.
[... 1 Ob, venga esa hora en que jam s
me venza el sueño, sino que vigile para siempre."]

¨Advirtió, como médico, qué pequeña proporción emplea-


mos de nuestras percepciones potenciales? ¨Anticipó la an-
siedad actual por lo que se denomina "estados alterados de
conciencia"?
En la época en que fueron escritos estos versos, las doc-
trinas de la Reforma habían cortado los primitivos lazos de
continuidad entre los vivos y los muertos. La noción de un
IMAGINERIA CRISTIANA 181

Purgatorio donde todos pudieran estar unidos por recíprocas


plegarias ya se desvanecía de la imaginación de Inglaterra, y
con ella otra noción, la de que las almas das a veces pudieran
,regresar por propia voluntad para confortar a los afligidos o
para corregir algún entuerto, noción vigente en el cristianismo
por lo menos desde San Agustín. Se abandonaron las ora-
ciones a los santos, criaturas humanas muertas que podían
aún amar y ayudar a los vivos mediante su santidad. Se decía
que ningún espíritu desearía regresar del cielo; por lo'tanto,
toda aparición reconocible como una persona muerta, debía
ser o bien un alma en pena o bien un demonio que había
asumido ese aspecto. Toda aparición benévola debía ser un
ngel, y un ngel era no humano por definición, pese a la
confusión implicada por palabras sobre el otro mundo tales
como:

And with the morn tbose Angel taces smite


Wbom we bave loved long since and lost awbile.

["Y con el nuevo día sonríen esos rostros de Angel


que hace tanto que amamos y perdimos."]

La misericordia de Dios hacia los hombres culminaba con


la muerte. Por entonces, ya se habían pervertido totalmente,
o se habían, redimido por completo, e irían "al lugar corres-
pondiente". La imaginación vaciló y las visiones se derrumba-
ron. Las imágenes que quedaron fueron "himn genes" ajenas
a la experiencia ordinaria: alas, coronas, tronos, arpas, vesti-
mentas blancas. A veces se las aceptaba literalmerité, como
ocurrió con ese padre adventista del Séptimo Día, quien, pobre
como era, insistía en que cada uno de sus siete hijos debía
tener un vestido blanco linipio y dispuesto para el Día del
juicio, y emprendía imprevistos ensayos haciéndolos vestirse
en medio de la nocl-le. Pero para la mayoría se han vuelto cre-
cientemente irreales. Muchos victorianos se desentendieron de
ellas convencidos de que la muerte era el fin de la conciencia,
un mero epifenómeno de la existencia física. Otros descar-
gaban sus sentimientos sin examinar la fe. Aunque no podían
rogar por los muertos, podían reverdecer (y ennegrecer) su
memoria mediante un luto sofisticado, enormes l pidas e in-
cluso, en algunos casos, la confección de imágenes de tamaño
LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF,

natural de nffios vestidos con su ropa y preservados en sus


cuartos, de modo que sus hermanos no los olvidaran.
Se desarro)1ó el Espiritismo, restableciendo el balance psico-
lógico con imágenes de una tierra dorada donde los muertos
vivían en simulacros del ambiente terreno. Pero The Dream
ol Gerontius * a veces empañado por su pesada música, parece
ser el primer poema que en muchos siglos un cristiano inglés
le dedicara a la experiencia del alma que asciende en su ca-.
mino hacia Dios.

Para mí, las palabras más esclarecedoras de nuestra época


se encuentran al final de The Screwtape Letters de C. S.
Lewis, y aluden a un hombre muerto en un raid aéreo:

"Sus ojos se iluminaron súbitamente... los vio a Ellos... La vaga


conciencia de que había amigos que habían poblado sus soledades desde
la infancia adquiría Dor fin una @licación; esa música central de toda
experiencia pura, que siempre había huido de la memoria, era por fin
recobrada.. . No sello los vio a Ellos, sino que lo vio a PI... una luz
(ría.. . la claridad misma."

"El sueño de Gerontius", poema que describe el viaje del Alma


del juicio al Purgatorio, escrito en 18óó por el Cardenal john Henry
Newman, teólogo y apologista cristiano. (N. del T.)
9

ULPICH SIMON

LA RESURRECClóN EN UNA ERA POST-RELIGIOSA

Una vez leída la mayor parte de los artículos de este volu-


men, siento una gran perplejidad y estoy seguro de que el lector
la comparte. ¨Cómo es posible que el cerebro humano pueda
infundir sentido a tal cantidad de información? Las perspecti-
vas de supervivencia, absorción, encarnación, júbilo y.angus-
tia, cielo e. infierno, distinciones geogr ficas y culturales, las
consideraciones científicas y los testimonios paranormales, pre-
sentan un caleidoscopio que desafía nuestros poderes de com
prensión. Me resulta imposible evaluar las diversas aproxi-
macíones o verificar los testimonios ofrecidos. No sé siquiera
si integrarme a la búsqueda con una opinión abierta o sin
opinión alguna. Unamuno, en su gran libro Del sentimiento
tr gico de la vida (1921), un cl sico sobre el tema, aboga
apasionadamente por el ejercicio de la "cardíaca" (la lógica
del corazón de Pascal) en contra de la fría lógica de la ciencia.
Creo que est en lo cierto: aun teniendo a mano los datos
acumulados desde su época, no podemos llegar a la afirmación
"Me levantaré de entre los muertos" mediante el recurso de un

a r ento basado en los datos sensoriales. Aun sí se com-

p rebama la vida incorpórea después de la muerte mediante


formas verificables, no sabríamos nada de su conclidón. Esa
$<vida", ¨sería buena, eterna, placentera, continua? Tal como
dice el Fausto de Goethe, el panorama es borroso antes de la
muerte y la resurrección.
El panorama es borroso no sólo porque defendamos de los
métodos de razonamiento lóg-ico-dentíficos. sóo también por-
que la vida después de la muerte ha perdido su influjo para
quienes ya no razonan con el corazón. Nos hemos apartado
del trasmundo. Desde Spinoza, los doctos han concentrado
sus afanes en esta vida. La esperanza en lo ultraterreno les
cías 1
ultra

letariado no
éstas Introducen 1
decir la econolnía
tivo no 7ecesíta 0,
Conviene adrn

@a que Predique a
riamente peligrosa d
elnpezar, no sirve dc
te> atenta contra la
luk'a-,, suscita ínterror

184
'-A VIDA D.ESPUS DE "A MU.CRTE

@@!re de mal gusto.


de la deshonestidad, al precio
te al tedio inevitable
¨Quí?n quiere VIVI'R p,
'os laceres de la carta
ferirpía no existir.
Las restricciones que así
m Bese colaboran para rest,@ de la
sobre
que impone
tel del h de
elatación lm tivo.
Ningún Proleta set arnias

setnejantes anzuelos. c@n conciencia


necesarios (@ Pcnnítido @as dernocra-
t@ctura de poder de la cfi s los consuelcs

ex @etativos mis @t, ura del pro-


p 'l Puesto que

(le valo -res ql @ 1 de contra.

estado MOn0 ítíco. Lc, colec-

toda, que t@ doctri-


a lnllerte resulta necesa-
r yista colectivista. Pct

p @d?cc"S-n- Por otra pa,@


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ante soi últiino


d @ltl-"'Ogante harto era en índivi.
vista. en i colecti-
índivi ILO colectivo, se aduce, es contini de los

La @Os se coin ensa mediante los na


ante socialismo se -
no Pl ernpíríca cierran, cor-qo es previsible,
de la superví

cionai tidas, 0 bien se ve@cia. :stas


s trata,de fraudes subv,,-
Capitalistas @ bien los in '

jejado eng3ííar, Los tlinórnenos i) cultos se han

tos en Inanos de observa , 1 aranorrnales Se hallan segu-


segura bajo . . ciores estatales, así, la _ES -
de su lnu control d@l Soviet. si alguien P * Se halla

cíat el ante' 'a regulación del estad apareciera después


Pec@o. pelo en el soclal,s

de que la vida cuimi,@ con la Inu 'no o se encargaría de saen-

Esp, ewtrasens@,y
wood, en este volumen "

rige la horrna científica


erte física, aun si el Problerna

Vóase el atlículo de Rosalínd HY


i7j
LA RESURRECCION EN UNA ERA POST-RELIGIOSA 185

del instante de la Muerte aún puede ser tolerado como tema de


investigación en círculos médicos y bajo supervisión oficial.
La secularización de la muerte da un golpe formidable a
todas las tracliciones religiosas. Su mayor fuerza reside en su
implícito poder de persuasión. "Hemos de morir", es el credo
secular. Para los cristianos no es sencillo responder "Todos
hemos de vivir", puesto que la tradición, desde la antigedad
hasta la fecha, es sumamente compleja, cuando no contradic-
toria. Para la mente racional debe parecer vulnerable al ex-
tremo. ¨Cómo, por ejemplo, afirmar que el cuerpo se levan-
tar cuando también nosotros lo confiamos a la tierra? ¨Cómo
defender la inmortalidad del alma cuando al mismo tiempo
muchos teólogos cristianos no admiten la existencia indepen-
diente del alma? más importante aun, ¨cómo interpretar la
continuidad del yo, cuando la prédica cristiana, desde los días
más remotos, se glorifica en la mutación, en una especie de
metamorfosis mediante la cual la semilla original se prolonga
en el fruto, pero casi irreconocible? Aun más inquisitivamente,
¨cómo pueden los cristianos denunciar el credo secular que
afirma la muerte universal y total, cuando los cristianos solían
declarar que la masa de la humanidad se pierde con la- muerte,
puesto que sólo la fe y la unión en Cristo garantiza el mila-
gtoso pasaje de la muerte a la vida?
Ahora bien, las diversas y paradójicas sugerencias acerca de
la vida después de la muerte no siempre fueron fuente de de-
bilidad. Por el contrario, había una convicción b sica, ex-
presada en los credos cl sicos, y aun una aparente distinción
entre la resurrección de los individuos y la resurrección final
de toda la humanidad, que coincidía con el fin de la historia,
que infundían más fuerza a los creyentes. Estas "dos resurrec-
ciones" le ofrecían a la fe un doble sostén, al combinar el
destino del individuo con el desarrollo cósmico de los aconte-
cimientos. Del mismo modo, la triple expectativa de un In-
fierno, un Purgatorio y un Paraíso concordaba con la expe-
ríencia de condenación, conversión y júbilo que parecía sugerir
la vida cotidiana. Pero estos esquemas ordenados y sistem -
ticos no han capeado el temporal de la secularización de la
muerte. No sólo la oposición socialista y colectivista, sino
todo el panorama presentado por el industrialismo y la expo-
liación del mundo, en la guerra y en la paz, son los que han
18ó LA VMA DIESPUS DE LA MUERTE

arrancado todo germen de esperanza. El peso de nuestra his-


toria ya, no propicia el grito triunfante y autosuficiente de
Et Resurrexit! El lazo emocional se ha desvanecido y la hu-
manidad ya no se siente naturalmente identificada con-el Crís-
to resucitado.
Aun más apremiante y destructivo parece ser la denominada
perspectiva ecuménico. Se invita a los cristianos a mezclar
sus creencias (complejas como son) con otras (de no menor
complejidad) y el resultado es, de modo nada sorprendente,
una maraña de símbolos que aluden a estados ultraterrenos.
Las manifestaciones de intento semejante se oyen o se leen
muy a menudo: se dice que nosotros (¨quiénes somos "nos-
otros"?) seremos absorbidos por una nada total, que es la
inmensidad cósmica del Ser, cuya fuente' o cuya meta o cuyo
exponente es el Cristo (o el Buda o cualquier otro). Se nos
dice que Dios "nos" recuerda como espíritu puro en un
océano de recuerdos semejantes a los de Cristo. Es muy f cil
parodiar estos sustitutos -plenos de buenas intenciones aun-
que vacíos de significación- de las incisivas imágenes de las
doctrinas y tradiciones cristianas.
La confirmación, auténtica e impostergable, de la vida des-
pués de la muerte no puede ser desgajada del contexto de
Dios, Cristo y el Espíritu Santo. "Dios es el Dios de los
vivos, y no de los muertos": así llegamos a la fe en la otra
vida, no a través del estudio del hombre, ni siquiera identi-
fic ndonos con sus aspiraciones, sino mediante la revelación
de Dios mismo. Sin Dios morimos ... es así de sencillo. Con
-Dios obtenemos la vida, aunque no fuera de la dialéctica de
la experiencia humana. Lo que vislumbramos detr s de la
muerte nos colma de esperanza y temor, pues existe el incon-
trovertible "O esto o lo otro" que se corresponde con la evi-
dencia recogida en nuestros corazones. El Cielo y el Infierno
simbolizan el Pro y el Contra de esta experiencia.
A esta altura, ya oigo los gruñidos del editor y ya observo
la consternación del lector. Y ambos tienen razón: el tras-
mundo cristiano no debiera requerir un lenguaje tan arduo,
tal como el de "O esto o lo otro". ¨Por qué asignarle los pros
a la vida y los contras a la muerte, cuando antiguamente el
trasrniindo ofrecía una dulce continuidad con la vida corpórea?
Entonces un amante podía saludar a su amada difunta con un
LA RESURRECClóN EN UNA ERA POST-RELIGIOSA 187

c lido "adiós", y esperar el instante en que nuevamente am-


bos estarían juntos, no en el sueño sino en una vida pacífica
de retorno al jardín de la inocencia. Hay entre nosotros mu-
cha gente simple que jamás ha visto las imágenes de las cata-
cumbas romanas y que cree, sin embargo, en esta especie de
feliz consumación. Conocí personas casi analfabetas que salu-
daban a la muerte con una serenidad derivada de esta confianza,
que no hace sino repetir el "Entonces conoceré y seré cono-
cido" de San Pablo. La eternalización del amor se da aquí por
segura, aparte del drama del Pro y el Contra.
No obstante, morimos y no podemos contentarnos con una
pacífica continuidad. El hombre muerto est representado por
L zaro, a quien jesús alza de la tumba. Est en vida después
de estar en la muerte, apartado, desesperanzado, con el "he-
dor" de la descomposición inicial. Este hedor no es sólo físico
sino también, y acaso más asombrosamente, espiritual. L zaro,
sujeto por su sudario, simboliza nuestra humanidad agónica,
afienada, aislada, lista para la pila de desechos. Nada, ni
siquiera la medicina, puede salvarlo, y sin embargo no ha de
perecer. Quien clama en él es un núcleo de vida, una per-
sona, no una máscara. Pero este Ego se pierde en sí mismo
y por lo tanto no puede vivir. A la humanidad no le corres-
ponde ni la muerte ni la vida, sino el gran juicio, primero la
acusación, luego la defensa, los atenuantes y agravantes, hasta
que se dé el veredicto y se pronuncie la sentencia.
' La tradición cristiana no puede aludir a la otra vida con
exclusi¨>n de este juicio del Hombre, la ordalfa del Hijo del
Hombre, quien muere y es resucitado por Dios para que así
se reivindique a sí mismo y a toda la creación. Con Dios cul-
mina la desesperada ambigedad de nuestra existencia. Libra-
dos a nosotros mismos, sólo nos queda angustiarnos. Tal como
lo expuso Dostoievski en Los hermanos Karamazov, el hom-
bre racional (Iv n) debe "devolver su boleto" ante los horro-
res y padecimientos de este mundo. Sólo el hombre pasional
(Alyosha) puede viajar con este boleto, que lo habilita para
una jornada de fe por la que Dios vindica a sus servidores.
La vida eterna es el equivalente cósmico de la vindicación
personal. En términos bíblicos, es la culminación de la his-
toria humana, la conquista de la historia humana por el Reino
de Dios. De ahí el elemento dram tico de la vida eterna, una
188 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF,

verdadera paradoja. La experiencia temporal de conflicto, de


intensa expectativa, de padednúento, el alcance de los puntos
decisivos, contrastan con la tranquila atemporalidad de la
Deidad inmutable. Unamuno tiene razón cuando juzga tr gica
a nuestra existencia y ve en su apetencia de eternidad una
necesidad antirradonal. Esta transgresión de la razón.es pre-
dsamente cierta de nuestra experiencia terrena, que anhela
ser deshecha para recomponerse. Los héroes tr gicos testifican,
no menos que los m rtires cristianos, este af n de una recom-
pensa eterna, pues la vida es una especie de recompensa des-
pués de la muerte cuando se la contempla de este modo. El
héroe tr gíco.-Edípo, Orestes, Antígona, Filoctetes, Prome-
teo- siempre est solo; sufre a solas, agobiado por el mundo,
el destino o los dioses. Pero al fin se lavan las culpas, se
alcanza la muerte y se logra la reconciliación. La tragedia su-
giere la inmortalidad del hombre durante y después de su
ordalía. El m rtir testifica la esperanza de que la causa sagra-
da, la verdad, viva a través de su sacrificio y que él mismo
viva a causa de y en la verdad. Así, el futuro eterno "corona"
el desastroso presente.
Estos extremos de lucha y de triunfo parecen acordes con
la experiencia de los gigantes de la fe, pero no con la existen-
cia cotidiana del hombre ordinario. Los cristianos siempre
han considerado este problema de los mediocres, que no pecan
demasiado aunque tampoco son un dechado de virtudes. El
Núevo Testamento no suele aludir a las ovejas que simple-
mente pacen sobre la tierra y luego son trasladadas a vergeles
celestiales, aunque la iconografía de las primeras épocas parece
complacerse en esta imagen. La respuesta acaso resida en que
los hombres "ordinarios" no son lo que creen ser. Est n
hechos para la vida eterna, y si su trivialidad los excluya es
porque sufren de un defecto interior que testimonia en contra
de ellos. También deber n pasar el juicio, aunque deberían
escoger. Por otra parte, los grandes pecadores, quienes se
ufanan de su originalidad y marchan sobre la tierra como
colosos, puede que en realidad no sean sino polvo trivial,
Ibsen termina su Peer Gynt con una nota magistral al res-
pecto; Peer que se aproxima a la muerte como gran pecador,
resulta ser tan insignificante que sólo sirve para que el Fun-
didor lo derrita como un botón mal formado. No podemos
LA RESURRECCION EN UNA ERA POST-RELIGIOSA 189

estar seguros de nuestra condición, nuestras motivaciones y de


nuestras expectativas. Hamlet se ve forzado. a advertirlo: la
elección no es simplemente entre "ser o no ser", pues existe
la amenaza de la comarca desconocida de la que ningún viajero
regresó jam s. Ahí est el inconveniente: acaso soñemos, acaso
nos transformemos en suefíos. Puede que nuestra conciencia
permanezca mientras nosotros quedamos expuestos como lo
que somos realmente.
Tal exposición no es voluntaria. El insuperable logro de
Dante en la Divina Commedia reside, en parte, en su insis-
tencia sobre la coacción de la verdad sobre los espíritus infer-
nales. Lejos de transformarse, sólo desean ser lo que son y
han sido. No est n dispuestos a arrepentirse. Existen, no en
el sentido de salirse de sí mismos, sino en su aislamiento. Est n
totalmente cerrados en sí mismos y se devorarían unos a otros
con el af n de preservar sus mezquinas identidades. Se con-
denan a sí mismos y actúan como sus propios verdugos. Son
su propio infierno, pero además est n en el Infierno. Quebra-
rían el orden divino, si pudieran, con tal de culmínar la ordalía
ahora sin sentido. Carecen de poder para hacerlo, tal como
debe admitirlo al fin el Sat n de Milton. No gozan de la vida
eterna ni padecen la aniquilación.
Las grotescas pinturas de Hyeronimus Bosch traducen este
mundo pesadwesco donde el lobo devora al lobo, el leopardo
se abalanza sobre el leopardo y el hombre aborrece al hombre.
Pero el pandemónium puede engañar al inadvertido con ele-
gancia e ingenio. El seductor ' Don Juan abraza la condenación
cuando Mozart lo conduce a su negativa final, después de la
estrepitosa carcajada en el cementerio. Los platillos en re
menor arriba, y los trombones abajo, sellan el destino del
soberbio nihilista.
Uno puede rebelarse contra esta concepción del castigo
eterno. Pero el "temor y temblor" es precisamente la nota
que un tratamiento moderno debe infundirle al tema. Sin
ella nos encontramos en un refugio dónde impera la calidez
burguesa, e n un hotel de dos estrellas. Pero, como Sartre
lo demostró en su Huis Clos ("A puerta cerrada"), somos
nuestro propio infierno, y nuestros prójimos son los diablos
que nos atormentan y a quienes atormentamos, exclaustrados
para siempre entre puertas cerradas. Cuando las puertas se
LA VIDA DF-SPUS D.E LA MUERTE

abren, ]Os condenados aún etrnanCCen dentro. Los secularis.


tas no eluden esta verdad p

clue 'Os cristianos a. menudo encuen.

@'guíetan@e. Dante @reibíó clarame


eloti desesperadas colnpariida rite esta, si condí.
Por los n
entes, los Perversos, los traidores> los indife-
'I'al'Os Y los Papas. Verdí , los

SU regresión - . @espués d uejó

y descenso inmortales en <


Irael todos son p
les Pertenece. 1
V'sión beatífica di
nuestra sed de venganza al con-
que e un Requí'ó>¯' muy secular. p

ínterrogaci, r el aspecto más Problen2 tíco de nuestra


S, cuar 1 cítanos ante versícuios -
hallamos con hombre -, Plnturas o lí-

deros al abrir, S Y mujeres verda.


.stos son hechpoosr: eje@Plo, ]Os anale! de los juicios de guerra.

Mie@tos que les in han sufrido, y los sufrí@


un tin a esto, o c, demonios, ¨Puede haber
1 a la eternidad -juzgar -®rea-
les,, los campos de concentración Ni el castigo eterno ni la

restauración I"Ve_rsll -
dica, pues vemos .. 'slrvon va , e espuesta a nuestra pré-
r

toda rati que estos seres, egoístas,

vacuos Y banales, carecen de -,ostro, 0, como diríamos nos.'


otros) est n ,m@ertos". Y sin embargo, ¨@én tendría l.
temeridad de negar que los nitier Y los Stalffi íncorp<Sreos,
con su vasto séciu'to, aún OPC"N en el reino demónic

esferas P No ' - o de las

podemos habl de la vida después de la muerte


sin expresar con firmeza ar
nluerte después de la vida,"stro horror Y angustia ante su
perversiones tert que @ún sigue Presente en muestras
ellas y en las custorsiones de la verdad'. Los
que no tienen rostro, divorciados del tnisino
su vacudad en el triunfo impersonal que a Dios' encapsulan
hacia SU colapso final. PC ' @rastra este mundo

"O es@ triunfo de la mentira, que


Solzhenítsyn describe con tal brillantez, no tiene @to fut-
que su cancerosa evolución. uro

La e" '@ar logra excluir toda esperanza de este colapso


final, pero el cristiano @igue aferrado a la consumación c>@ti-
mista, @ la divina comedia. No só
rosa-
.e, en la medida en que nosotros,
mente el tema de la víndícació !o aún reverbero vígo
LA RESURRECCION EN UNA ERA POST-RELIGIOSA 191

como el profeta Ezequiel (cap. 37), aguardamos la restaura-


ción del gran ejército de víctimas inocentes; mucho más autén-
tica resuena la música de la Resurrección, que (según el pen-
samiento paulino) implica la derrota de la misma muerte.
La música, más que la expresión verbal, comunica las alegrías
de estos s bados interminables, tal como se los celebra en el
himno 0 quanta qualia sabbata. Unamuno niega que la paz
y la gloria puedan venir juntas. "Y Dios no te dé paz, y sí
gloria!", es su bendición final. Pero la expectativa cristiana
procura lo imposible, donde el cambio otorga estabilidad, la
potencia excede al acto y nuestra humanidad asciende por y a
través de Dios mismo. Las palabras por cierto no bastan para
describir esto, excepto en los textos místicos más raros. Dante
,sigue siendo el maestro de estas afirmaciones, y cabe señalar
que sólo el que ha salido del hediondo Infierno puede des-
plegar todos los matices de la luz para ser guiado, y para
guiarnos, en el ascenso. Este ascenso no es uniforme, sino
graduado dimensionalmente, siempre en proporción a la Gra-
cia, la elección, el amor y la obediencia. Aquí la cuestión ya
no es la vida después de la muerte, sino la cura más all de la
muerte, en contrición y en ext tica aproximación al Creador.
La capciosa pregunta, "¨cómo se levantan los muertos?",
deja de perturbarnos cuando, siguiendo a Dante, negamos que
los muertos estén muertos. Los muertos entierran a sus muer-
tos pero los vivos mueren para vivir. La identidad de Cristo
con los cristianos garantiza que este morir y revivir son un
proceso continuo. Padecemos una metamorfosis, y la vida
sobre la tierra es el registro de esta ordalfa metam<Srfica. Si
preguntamos, "¨cómo nos transformamos?", podríamos darnos
una idea de nuestra experiencia de resurrección terrena. Pero
no siempre somos conscientes de esta transformación, el pro-
ceso parece variar de un individuo a otro. Por cierto que nada
tiene que ver con las categorías de conducta económica y
social. La transformación es la respuesta personal a, y contra,
el mundo que nos rodea. Hay, no obstante, ciertos rasgos
comunes que los cristianos consideran inalienables.
El bautismo, la pertenencia a la comunidad eclesi stica, la
pr ctica sacramental, la fidelidad marital y la castidad, la ad-
ministradón de los bienes y los dineros, los actos de compasión
y la plegaria suenan casi demasiado abstractos y estrechamente
192 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

eclesi sticos para servir de mojones del Cielo en la era secular.


Sin embargo no se los puede eludir, porque la transformación
depende de una participación, tanto activa como pasiva, en la
vida de Dios. El proceso de purificación del amor reside sim-
plemente en la plegaria. Los amigos de Dante, en el Purga-
torio, siempre le piden que ruegue por ellos, y se da por sobre-
entendido que tendr n la cortesía de interceder por él. En la
plegaria se ensancha la eterna energía de la caridad.
Nada puede estar más en conflicto con el aspecto de la era
secular que esta dirección que asume la voluntad en la ple-
garía. Si tomamos al doctor Faustus como el exponente cl -
sico de la voluntad moderna comprenderemos que él no puede
rezar, salvo para sí mismo y ante sí mismo. Su vasta energía
anticipa el alcance de la industria y la tecnología modernas.
œl 'sería capaz de tomar el mundo por la violencia y trans-
formarlo. Debe vender su alma a cambio del dominio total.
Hasta Helena de Troya debe comparecer ante aquel quú
intenta enlazar el pasado con el presente en una explotación
a escala cósmica. ¨Pero podr vivir para siempre? En el
tratamiento tradicional, est "condenado Goethe, sin em
bargo, introduce en su final la más fina ironía: cuando los
cavadores trabajan para ganarle terreno al mar y la inocente
pareja de ancianos es echada por la fuerza de su antiguo hogar
para dejarle lugar al nuevo, Fausto, aunque ciego, cree ver
la creación de un mundo feliz, de un breve new worid. Lo
saluda como a su paraíso, al que le diría, "Quédate aquí!",
pero lo que toma por el júbilo eterno es la preparación de
su tumba. Goethe, sin embargo, salva al Fausto muerto del
diablo y abre para su alma el Paraíso "Católico", pues "quie-
nes luchan con firmeza pueden ser redlmidos". Defendidb
por angélicos pétalos de rosa, en compañía de niiíos inocentes,
y gracias a la intercesión de la infortunada y penitente Marga-
rita, Fausto se levanta, arrancado a las garras de Mefistófeles,
y se une a los santos más altos y a los contemplativos.
No obstante, pese a la poesía y la alegoría, tenemos dudas
en cuanto a la salvación de Fausto, el superhombre secular.
Nuestras preocupaciones nada tienen que ver . con su pagana
autosuficiencia, ni siquiera con sus ultrajes. No podemos creer
que él se entregara a la metamorfosis que puede abrirle el
júbilo que él mismo no erigió. El secularista moderno debe
LA RESURRECCION EN UNA ERA POST-RELIGIOSA 193

llegar a las esferas inmortales por sus propios esfuerzos. Como


dijo Goethe sobre su propio futuro: el destino le debe otra
entelequia. Pero puede que el destino no le deba nada, salvo
el olvido total. Cuando Thomas Mann, verdadero hijo del
mundo de Goethe, tomó la par bola del doctor Faustus du-
rante la Segunda Guerra Mundial, ya no podía suscribir al
final optimista que redimía al tít n secular. Por el contrario,
el Adrian Leverkhn de Mann, un músico que también seha
un pacto con su diablo, alcanza las alturas de la inspiración,
gana nuevos terrenos en la composición, logra la visión apo-
calíptica, sólo para desplomarse en el vacío. Muere loco e
inofensivo en 1940, mientras los ejércitos alemanes clerríban,
con ímpetu realmente f ustico, las defensas de Occidente. Así,
la tragedia del individuo y el destino corpóreo no culminan
con pétalos de rosa y el ascenso a través del Purgatorio sino
con la muerte final.

Escucho una vez más la voz de mi editor y de mi lector, algo


consternados: "No itnportan las alusiones literarias. Díganos
qué nos pasa. Dígame qué me pasa". No puedo decirlo. Rehu-
so contemplarme en el aislamiento, pues en el aislamiento,
fuera de contexto, no sólo me siento perdido, sino que quiero
perderme. ¨Quién quiere vivir en el vacío del yo? ¨Quién
quiere perpetuar la pequeña familia? ¨Quién podría tolerar
una eternalízacíón de nuestra despreciable civilización? 0 bien
ensanchamos la perspectiva, recurriendo no sólo a las Escri-
turas, sino a Dante y a Shakespeate, a Mílton y a Goethe, a
los grandes pintores de Resurrecciones y Ascensiones (Rafael,
Miguel Angel, El Greco), o nos perdemos en las mezquinas
polémicas verbales que son la muerte de todo. Acepto la
estructura del Purgatorio, porque la transformación bajo las
estrellas es un poderoso argumento a favor de la metamorfosis
por encítna de las estrellas. Anhelo el Purgatorio, porque no
quiero seguir siendo lo que soy. Afirmo el Purgatorio porque
nada puede quedar corno est , y sin embargo, cuando se
queme toda la escoria, quedar un núcleo de auténtica verdad
sobre la que se erige al rostro eterno, radiante, semejante al
de Cristo, que quiere reflejar la luz que ha recibido en un
cósmico y amoroso intercambio.
Pero aquí en la tierra, sólo la música puede dar un presen-
timiento de este Paradiso. Las trompetas y los tambores acom-
194 LA VIDA DESPUS DE LA MUF-RRE

pafían tradicionalmente la apertura de las tumbas. Los grandes


corales Et Resurrexít, seguidos por los Expecto Resurrectio-
nem Mortuorum y Vitam Venturi Saeculí hablan con más
elocuencia del Cielo que las palabras, pues sólo la música
polifónico puede comenzar a evocar las inagotables facetas
de nuestro objetivo. Acaso sólo la música sea la propiedad
perdurable, el continuo directo que tenemos aquí y que ten-
dremos all , que nos envuelve aquí (aunque nosotros la emi-
tamos) y que nos vestir all . Bach expresa una y otra vez
la alegría de la muerte, la satisfacción de morir, el consuelo
del "Tú est s conmigo", como la culminación de la vida, y
sólo puedo recomendarle al lector que escuche las Cantatas 8,
21, 2ó, 38, 82 entre las muchas que hay. Karl Barth habló
una y otra vez de la música de Mozart entre los ngeles, y
aunque Mozart sea hondamente perturbador, como alguien
que ha estado "del otro lado" de la muerte, su música nos
lleva a través del fuego y del agua de la gran ordalfa. Mozart,
más que ningún otro, hace sonar las notas profundamente
amenazadoras de la seducción demonfaca, del descenso al sin
sentido a través de tresillos y síncopas en re menor. No nos
dirige su prédica ni altera el escenario con delicadezas del
siglo xviii. más bien nos conduce por las profundidades al
Gloria que hay en las profundidades. Sea lo que fuere la
muerte, Dios sólo puede acogerla con gloria y con luz.
La gloria es un concepto del que se ha abusado durante
siglos. Se la ha identificado con el triunfo y el éxito, especial-
mente en la política y en la guerra. No hay, sin embargo,
otro concepto capaz de abarcar todos los matices y dimensio-
nes diversos exhibidos en este libro respecto a la vida después
de la muerte. Los cristianos no creen que esta gloria sea vaga
o impersonal, sino que resume todo el peso de la angustia
existencias, de los esfuerzos intelectuales, de la abnegación
sacrificial y del placer ext tico frente a jesucristo. San Pablo,
en la Segunda Epístola a los Corintios, describe el asombroso
pasaje de una gloria a otra, en un ascenso a la plenitud del
ser en Cristo, que retiene todas las marcas de la muerte te-
rrena. La Cruz de la vida sólo se anula en la vida para volver
glorificada", o vista a ia luz de la verdad de Dios. Este
proceso de glorificación -"glorifícame como yo te he glorífi-
cado"- es la experiencia de la "hora" de la muerte.
LA RESURRECClóN EN UNA ERA POST-RELIGIOSA 195

Sin la música, polífona en la riqueza de sus fugas, estos


destellos de gloria no podrían sustanciatse. Ningún ctistiano
adulto, pot lo tanto misericordia a los realmente sordos, cuya
esperanza debe ser postergada), puede reclamar acceso a esta
gloria sin cantar, tocar y escuchar los Glorias de nuestra lí-
turgia, Allí, y s¨>Io allí, se encarnan las tensiones de la gloria
eterna, que concilian la profundidad del morir con la altura
del vivir. La era secular recobrar su fe no a través de pala-
btas teológicas sino tnedíante las trompetas del Gloría.
10

MA]RNN ISFUEL

LA NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA:


UNA CONSIDERACION MISTICA

Si hemos de considerar la índole de la vida eterna hacía


la que tienden las religiones más altas, debemos pensar ante
todo en nuestra vida terrena y en sus últimas significaciones.
Si nuestra vida presente es la de seres que caminan en sueños
-y tal afirmación, lamentablemente, es cierta para mucha
gente que ha recorrido la tierra desde los inicios del tiempo-
,@nas podemos esperar que la vida de ultratumba sea algo
mas que un sueño vacío. Pero si hemos logrado, durante el
período fugaz que nos reserva este mundo, llegar a alguna
comprensión de nosotros mismos, entonces tenemos una só-
lída base para anticipar evoluciones futuras. Si la vida perso-
nal tiene algún significado auténtico, tiende hada el instante
en que alcanzaremos, en cierta medida, la plenitud de una
persona completa, tal como lo hicieron los grandes represen-
tantes de la raza humana en otros tiempos y lugares. Me
refiero a los santos de todas las grandes religiones del mundo,
pues son ellos quienes son contemplados con más c lida apro-
bación y con veneración más profunda por quienes tienen
tales aspiraciones.
El sentido que concedemos a la vida es una indicación de
nuestro estado en el reino de la vida eterna, y la vida eterna
es a su vez una función del conocimiento que tenemos del
principio inmortal que es parte de nuestra personalidad. "Pues
donde estuviera tu tesoro, allí estar también tu corazón"
(Lucas, 12:34). Si nuestro tesoro es mundano, tr tese de
riquezas, poder y prestigio, placer o supremacía intelectual,
nuestro corazón quedar aprisionado en el reino de la vida
material y poco deber esperar cuando las cosas de este mundo
hayan caducado. Pero si nuestro tesoro es una perla de
NA'RURALEZA DE LA VIDA ETERNA

valores interiores, lo que se conoce como el Reino de Dios y


por la cual sacrificamos todo lo que poseemos, entonces nues-
tra vida fructificar con esplendor cuando hayamos abandonado
la prisión de nuestro cuerpo mortal. Se sigue de ello que
nuestra gran tarea en la tierra es el autoconocimiento, pues
sólo cuando nos conocemos y amamos según Dios nos ha
hecho podemos comenzar a comprender y amar también a los
demás. Por lo demás, el interés en la vida después de la
muerte es una extensión natural de la comprensión de la iden-
tidad personal, y lejos de ser una patética y fantasioso expre-
sión del deseo de escapar al hecho doloroso de la aniquilación
que presuntamente sobreviene con la muerte, se convierte en
un medio de evolución racional y ético de la conciencia, que
se extiende hacia inagotables zonas de realidad y significación.
Quien no puede concebir una existencia desencarnada ca-
rece de mucho más que una saludable imaginación; carece de
una cabal apreciación de sí mismo. La identificación del mundo
material con la totalidad del mundo real es el gran error del
hombre moderno; es tan serio como la herejía pseudomística
que identifica al mundo de la materia con un fenómeno ilu-
sorio de una realidad b sicamente espiritual, actitud que ha
sido justamente atacada por una generación cuya orientación
era científica. En rigor, sólo hay una realidad, y es el lugar
de acción donde se ubica quien aspira a ella en cualquier tiem-
po y lugar. Munidos de estas consideraciones, veamos cómo
se constituye la persona en términos de inmortalidad.

El principio inmortal en el hombre

La precisión del pensamiento griego juzgó al hombre una


dualidad de carne mortal y alma inmortal. Aunque los hebreos
pensaban que el hombre es más bien una unidad de cuerpo y
alma, no cabe duda que la parte perdurable de nuestra perso-
nalidad es el principio inmaterial del alma. El mismo con-
cepto de alma ha sido frecuentemente ridiculizado en los
tiempos modernos, pero las corrientes actuales de psicología
transpersonal han logrado reivindicar este aspecto de la per-
sonalidad humana. En realidad, la esterilidad de la psicología
behaviorista ha traído como consecuencia una exaltada apre-
198 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

ciaci<Sn de los valores como la parte más perdurable de la


experiencia humana en la tierra. Hoy día, el alma es descripta
como el yo transpersonal o el yo espiritual. Es el verdadero
foco de identidad de cada persona, pues es mediante sus jui-
cios intransferibles, tanto a un nivel moral como, y especial-'
mente, en momentos de crisis existendal, como comenzamos
a conocernos como miembros distintos y distintivos de la crea-
ción. Al verdadero yo hay que distinguirlo del inestable y
cambiante centro de la conciencia, mediante el cual nos mos-
tramos en la vida diaria. Este aspecto de la personalidad est
abrumadoramente condicionado por la educación pasada y la
experiencia, y tiende a fluctuar de acuerdo con las circunstan-
cias exteriores y con la necesidad de conformarse a las actitudes
predominantes. Lamentablemente es cierto que la mayor parte
de la gente pasa la totalidad de su vida a este nivel de la
personalidad, cambiante y centrado en sí mismo, y se identi-
fica completamente con ciertos atributos exteriores tales como
la riqueza, la apariencia física, las dotes intelectuales o la rele-
vancia social. Ahora bien, aunque tales características son
suficientemente reales y de considerable importancia en tér-
minos -de las necesidades mundanas, ninguna de ellas puede
ser contemplada como permanente. No sólo sucede que nues-
tra fortuna mundana se altera de acuerdo con acontecimientos
externos o internos de nuestras vidas, sino que el atractivo
físico y el brillo intelectual tienden a disminuir con el paso
del tiempo. Es una cosa realmente terrible verse privado de
lo- que uno previamente consideraba un objeto tan estable.
Quienes se identifican con algo exterior a su yo auténtico,
ser n duramente sacudidos cuando la vida, en forma cruel
aunque beneficiosa, los despoje de todo falso objeto de apego
e identificación.
Es en este contexto donde se aclara el papel redentor del
sufrimiento. Por muy desagradables que sean la enfermedad,
la frustración y la pérdida, al menos nos enseñan qué es per-
durable en nuestra vida y qué es transitorio y meretricio. En
la historia de job, vemos cómo éste tuvo que perderlo todo
antes de encontrarse a sí mismo en Dios, tan vasto como
para hacer irrelevante toda queja humana, y su yo auténtico
pudo resplandecer en ese divino encuentro. jesús pregunta:
"¨Qué ganar un hombre si ganaré todo el mundo a costa
NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA 199

de sí mismo?" (Marcos, 8:3ó). Las otras grandes religiones,


especialmente el budismo y el hinduismo, son igualmente ex-
phcitas en cuanto a la necesidad de despreocuparse de los
deseos personales en favor del yo auténtico y espiritual, que
es inmortal, cognoscible y reconocible.
Reconocemos al auténtico yo al hacer una elección pro-
funda siguiendo una decisión moral de gran magnitud. Lo
que uno decida ha de causar mucho dolor, tanto para uno
como para los propios familiares y amigos. Aquí la decisión
escapa a toda consideración relacionada con la facilidad o la
comodidad; se trata de un movimiento activo del yo autén-
tico por obtener la libertad de la autoexpresi<5n. Uno también
puede comenzar a descubrir el yo interior verdadero en mo-
mentos de arrebatada meditación y plegaria, cuando la propia
atención penetra en la vasta serenidad en cuyo vacío puede
oírse la voz de Dios.

El verdadero yo y la persona

Una comprensión cabal de la personalidad requiere algo


más que el centro espiritual de integración; requiere'la carne
y los huesos del cuerpo físico, los pensamientos de la mente
racional, los impulsos y respuestas emocionales de la natu-
raleza sensitiva, y la aspiración que tiende hacia la realización
íntegra en cuanto persona. Es difícil encontrar una persona
verdadera, es decir, alguien en quien el cuerpo, la mente
razonante, la naturaleza emocional y la voluntad personal
estén totalmente integradas alrededor del centro espiritual
que denominamos el alma, o yo verdadero. El hombre medio
sólo tiene los más débiles destellos de la nobleza de una per-
sona real. El logro de la personalidad es la tarea de nuestras
vidas. Una persona real est viva en el mundo, capaz de elec-
ciones morales independientes, y de trabajar armoniosamente
como individuo, cualesquiera sean las circunstancias en que
se halle, y de adaptarse a las necesidades de quienes lo rodean
sin que su personalidad ceda ante ellas. Ni el conformista
pusil nime ni el anarquista obsesivo son personas completas,
pues tanto uno como otro, aunque de modos opuestos, se
identifican en términos del mundo que los rodea y no en
200 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

relación con el centro de su propio ser. Cuando uno desarro,


lla una personalidad madura, se aparta cada vez más de las
circunstancias externas y aun del condicionamiento interno,
para funcionar, en cambio, en un mundo más amplio de inte-
reses universales y opciones morales. Ser una persona es
experimentar ese servido a lo más elevado que conocemos,
es decir, la, auténtica libertad: ser libre de los requerimientos
del egoísmo, ser libre de la envidia hacia los demás y de la
necesidad del apoyo constante de los demás. Una persona
puede ser ella misma bajo cualquier circunstancia, pues al
estar integrada en sí misma es inmutable, al menos en las
profundidades de su ser, sean cuales fueren las dificultades o
peligros que deba afrontar. Tal persona vive conscientemente
en la eternidad, en este preciso instante, pues el asiento de su
conciencia se desentiende de las exigencias temporales para
entregarse a la eternidad, que en cada instante del tiempo
Ve un sacramento externo. En otras palabras, el presente
deja de ser un mero período de padedmiento sin sentido para
investírse del esplendor de la significación eterna, una signi-
ficación que atiende a la íntegra completitud del ser, cuando
la sabiduría del yo verdadero haya penetrado hasta la médula
de la personalidad y la haya elevado de la mortalidad del
deseo egoísta a la inmortalidad del interés universal. Cuando
tenemos en cuenta que tal es la tarea de cada persona viviente,
se hace temiblemente obvio qué poco se la puede realizar en
esta vida llena de limitaciones y decepciones que culmina con
la desintegración física. Para que tal plenitud se logre, la vida
en el otro mundo se hace inevitable.

Modos de supervivencia

La creencia en la supervivencia gira alrededor de la acepta-


ción del dualismo de la mente y el cuerpo. Si sólo el cuerpo
físico es real, y lo que llamamos la mente es una mera ema-
nación del cerebro, o un epifenómeno de la actividad cere-
bral, se sigue que no puede haber supervivencia a la muerte.
Pero los datos de la investigación psíquica harto sugieren que
la actividad mental puede desarrollarse fuera de la órbita del
cerebro, aun durante la vida mortal, y la comunicación espon.
NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA 201

t nea con los muertos, además del material más controvertido


ofrecido por los méffiums, ahogan fuertemente por la super-
vivencia po ᄃ t-mortem del componente mental y espiritual -de
la personalidad. En nuestro presente estado de conocimiento
(e incredulidad) nada de esto lleva la impronta de la verdad
absoluta, y yo personalmente dudo si la supervivencia a la
muerte puede ser probada científicamente hasta que el hom-
bre en general adquiera otro nivel de receptividad espiritual
y pueda comunicarse con mayor eficacia no sólo con los di-
funtos sino también, y lo que es más importante, con sus
semejantes en esta vida.
Si uno acepta, sobre la base de la fe religiosa, la probabili-
dad de la supervivencia, y si uno ha tenido la suerte de man-
tener comunicación directa con los difuntos -lo cual entraña
para mí la última prueba subjetiva de la supervivencia, aun-
que trat ndose de una experiencia privada no pueda transmi-
tirse a los escépticos y sea, por lo tanto, incapaz de probar
nada ante los demás-, dispone, como receptor, de un modelo
definido de persistencia de la personalidad. En el caso de la
gente absolutamente egoísta, de los que sólo han podido esta-
blecer relaciones con los demás para usarlos y obtener ven-
tajas, lo que sobrevivir es un borroso conjunto de recuerdos
y condicionamientos pretéritos sin ningún foco central de esta-
bilización. Tal persona dependió de las sensaciones y gratifi-
caciones personales para tomar conciencia de su identidad;
cuando se halle despojada de esa conciencia física, se ver en
un estado de tiniebla y confusión en un sentido literal. Tal
supervivencia no es recomendable, y es parte del infierno
tradicional que nos retrata la doctrina religiosa. Una persona
semejante no opera, por cierto, a nivel de su yo auténtico,
cuya existencia ignoró e ignora por completo. El rasgo prin-
dpal de esta desastrosa experiencia post-mortem es la separa-
ción de la identidad personal, en su forma más rudimentaria,
de la mayor parte de las cosas vivientes. Tal eidstencia no
constituye sino la continuación de la vida egoísta que esa
persona gozó mientras estaba en la tierra, sólo que ahora ha
perdido la consoladora presencia del cuerpo físico. Tal enti-
dad puede rondar ciertos lugares durante un tiempo.
La existencia que aguarda a quienes profesan una actitud
más abierta, que han podido forjar auténticas relaciones en su
202 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

tr nsito por la tierra, es más promisoria. El logro de una rela,


ción perdurable requiere abnegación y voluntad de servir a
los demás, al menos al punto de darse al otro en forma cons-
tante. Como resultado,. se produce una penetración en la
envoltura de la personalidad egoísta y una conciencia de uni-
dad org nica, aun más all de los límites de la carne. En este
caso, lo que sobrevive de'la personalidad es un complejo
mental y emocional mucho más organizado, y más consustan-
ciado con el yo verdadero, o alma, que est casi al desnudo.
Es este tipo d ' e personalidad desencarnada la más dispuesta a
comunicarse con los de la tierra, ya de modo espont neo o
(menos perfectamente) a través de un médium. Este tipo
de supervivencia, que seguramente todos experimentaremos de
un modo o de otro, es más estimulante que la vida en la
tierra, pues nuestro radio de visión psíquica es mucho mayor,
aunque sea esencialmente egoísta y quede restringido a una
apreciación personal de la inmortalidad. La personalidad
puede crecer mediante la acumulación de conocimientos arca-
nos sobre el otro lado de la muerte, pero no hay evolución
hacia la plenitud del ser, hacia el logro de una personalidad
más acabada. La comunicación efectuada por tal fuente, y el
conocimiento que puede otorgar, es a menudo de tipo mun-
dano, y a veces puede parecer remota de la personalidad que
tenía quien imparte el mensaje cuando vivía en la tierra. La
comunicación con los difuntos puede trivializar una relación
que era gratificante en la tierra, y es mejor dejar las cosas así
hasta que el deudo reciba espont neamente un auténtico men-
saje del muerto.

El límite de la comunicación espiritista reside en su tenden-


cia a exaltar la personalidad del receptor y a forzar la persona-
lidad del difunto. Pero es probable que el espiritismo haya
trazado un bosquejo bastante acertado de la orientación de
la vida de ultratumba. Este tipo de supervivencia, sin duda
parte de la evolución de la conciencia humana más all de la
muerte, y tiene poco que enseñarnos sobre la vida eterna a que
aspira el gran pensamiento religioso. Es dudoso que una
persona desencarnada pueda lograr una personalidad @lena al
verse privada de algo que la limite. La evolución no es una
función del incremento del saber intelectual, sino que supone
el padecimiento y el sacrificio en un mundo de limitaciones.
NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA 203

Por esa razón, el punto de vista del espiritismo, aunque pro-


bablemente sea acertado, resulta poco apropiado finalmente.
Su importancia reside en que ofrece un puente para enlazar
la vida presente de la persona, con todas sus falencias, con
el día glorioso en que gozar de la plenitud de sí mismo en
unión con Dios, cuando la muerte sea al fin derrotada. Para
mí, el período inmediato de existencia post-mortem es un
momento de reposo, recuperación y preparación para que el
alma pueda disponerse a afrontar otras pruebas.

Futuras resurrecciones

Los elementos de la personalidad que sobreviven deberían,


según esta postura, incluir el yo - auténtico del individuo, así
como la experiencia mental y el desarrollo emocional que éste
adquirió en su vida terrena. La comunicacióri con quienes
han partido recientemente presenta aspectos reconocibles de
la vieja personalidad, al menos inmediatamente después de la
muerte. Pareciera que más tarde hay una incorporación de
todo el condicionamiento pasado en un yo más amplio y
abarcador, que así se halla mejor equipado para proseguir su
viaje hacia la plenitud. Las religiones más avanzadas aceptan,
por cierto, un estado intermedio (o purgatorio, como suele
Ham rselo) como medio de evolución del alma hacia su reali-
zación definitiva en Dios. La noción, algo más exclusiva, y
basada hasta c-.?rto punto en la interpretación de las escrituras,
de que el alma o bien va a un paraíso jubiloso -en caso de
ser "salvada"- o bien sufre los eternos tormentos del in-
fierno y la condenación @n caso contrario- es tan clara-
mente injusta y repucliable que ha apartado a mucha gente
reflexiva de la religión y ha causado muchos malestares neuró-
ticos entre los creyentes. En realidad, existen aspectos de la
creencia en el más all que son aun más dañinos que la nega-
ción categórica de la vida ultraterrena o aun del sentido de la
vida.
La noción del purgatorio supone que la evolución del alma,
envuelta ésta en el cuerpo espiritual de que la inviste su ex-
periencia terrena, tiene lugar mediante sucesivas experiencias
de limitación en las que el sufrimiento y el autosacrificío se-
204 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

rían los medios de desarrollo. Sobre la índole.de tal evolución


hada la plenitud, sólo nos cabe hacer especulaciones, aunque
una vía posible sería el proceso de reencarnación. Esto im-
plica que el alma adopte un nuevo cuerpo humano en suce-
sivas ocasiones, de forma que cada vida terrena colabore para
que el yo auténtico acceda a una mayor realidad y a una
mayor unidad con otras identidades. De tal modo han enca-
rado la resurrección el hinduismo y el budismo, adoptando
este último una concepción negativa del alma individ@. La
religión teísta occidental suele oponerse a la idea de la reen-
carnación, tanto porque sus formas más populares e interpre-
tativas se centran en una resurrección literal del cuerpo físico,
cuanto porque supone que la vida en el mundo culminar al
fin de una progresión lineal antes que por un movimiento
cíclico como el que parece implicar fa re-encarnación. Por lo
demás, el cristiano supone que el asombroso sacrificio de
Cristo hace innecesaria una ev¨lución dolorosa en la otra vida,
al menos ' para el creyente, quien debería ingresar a un reino
de júbilo al morir. Los clitos de la investigación psíquica
-sobre todo las memorias tempranas y comprobadas de la
vida pretérita en niííos muy pequeiíos- parecen respaldar
S' d ón
la posibilidad de la hipótesi e fa reencarnaci , pero igno.
ramos si se trata de una instancia universal o siquiera común.
La prédica de la reencarnación a nivel popular suele ser ca-
rente de amor, e interesarse más en el saldo de viejas deudas
que en la evolución del alma hacia la unidad divina. En otras
separada a costa de la
in ta a los recuerdos de lo
rara vez tienen rela-
demás. Teniendo en cuenta el
ue dicen rememorar, en algunas
de la! c personajes ilustres, este grado
es tual en su vida presente,
sus reacciones insatisfactorias ante el
mundo en que viven, nos hace preguntarnos sobre el valor
de tales recuerdos, y si se trata en verdad de un hecho y no
meramente de un sistema de eng4os erigido por una perso-
nalidad inadecuada,
Acaso la verdad esté a medio camino entre cuanto procla-
man los partidarios fervorosos de la reencarnación y los que

de po en el <
según se deduce c
NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA 205

descartan todo tipo de estado intermedio después de la muerte


física. La reencarnación podría ser una de las "muchas man-
siones" prometidas por jesús en la casa de su Padre. Si se
rechaza el aspecto punitivo de tales resurrecciones, y se tiene
en cuenta que la evolución del alma hacía su plenitud es el
factor más importante, la reencarnación (que puede implicar
un retorno a este mundo o bien a cualquier otro mundo de
limitaciones) es tan justa como misericordioso. La evolución
espiritual siempre se da esencialmente mediante la experien-
cia, no -mediante el conocimiento intelectual. Y la experiencia
que est siempreen el corazón de la realidad es el amor. Una
comprensión del amor unitivo que enlaza a creador y creatura,
un amor que no implica ninguna condición de parte del crea-
dor y que no procura, de parte de la creatura, otro beneficio
que la unión eterna, es una comprensión de la índole de la
vida eterna. Tal comprensión es la senda del hombre hacia
su final consumación en Dios. Su vida es de hecho una
exploración de los medios y la naturaleza del amor abnegado,
y en cuanto ha adquirido efectivamente esa comprensión,
su vida como unidad separada se transmuta en una unidad
consustanciada con toda la creación y también con Dios. Pa-
rece probable que tal sabiduría sea fruto de una múltiple
experiencia en múltiples formas y en múltiples y diversos
"mundos", que en realidad no son sino aspectos del mismo
mundo, pues sólo hay un mundo y es el de la vida eterna.
Nuestra presente experiencia terrena es un reflejo micro-
cósmico del esplendor de Dios, inevitablemente empafíado por
la acción perversa de sus creaturas, especialmente el hombre,
a quien la gracia del creador le otorgó el libre albedrío, al
punto de que ellos repudiaron por completo al creador y se
dieron a destruir la tierra que debían cuidar y gobernar. Afor-
tunadamente, el hecho de que la personalidad sobreviva, aun
luego de un terrible repudio de la responsabilidad de esta vida,
hace que la futura evolución de la persona sea al menos una
posibilidad. Si el alma insiste en repudiar el bien más alto,
que significa en efecto el bien común y no el interés propio,
cabe concebir que perdiera su identidad y se aniquilara desin-
tegr ndose. Personalmente espero, sin embargo, que todos
los seres corruptos sean redimidos en el amor de Dios. Esto
no implica un universalismo pusil nime en que haya una sal-
20ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

vación m gica o autom tica, sino ra s bien el prolongado y


doloroso enfrentamiento con los obstáculos interiores y su
transmutación en la luz del amor de Dios. Cuando uno consi-
dera las grandes injusticias sociales que padece mucha gente
en este mundo terreno, y las severas desventajas psicológicas
bajo las cuales se afanan, se hace cada vez más difícil conde-
nar a nadie, y más apremiante colaborar con las fuerzas del
amor y la compasión en el mundo. En rigor, la exhortación
de Cristo a no juzgar a los demás por temor a ser juzgados
se transforma en el centro de la vida creadora. Sería humí.
llante advertir hasta qué punto somos culpables de los delitos
de los demás, no tanto por las acciones positivas emprendidas
contra ellos como por nuestra actitud, habitualmente negativa,
hacia ellos a través de una falta de interés en nuestras vidas
cotidianas.

La experiencia de la vida eterna

La vida eterna no es un estado de existencia que podamos


preves oscuramente más allí de la muerte. Existe en potencia
dentro de nosotros y ahora. Su logro depende de nuestra
actitud en el mundo y de la gente con quien vivimos. El
hombre terreno coniicnza su larga peregrinación como un ser
centrado en sí mismo, y el yo que capta es meramente su
cuerpo físico con sus deseos innatos y los impulsos que surgen
de ellos, en primer lugar el de la supervivencia y la autogra-
tificación. Una noción tan rudimentaria de la vida no puede
trascender la aniquilación corporal. Pero en todos los seres
humanos existe un principio interior, el alma, que anhela la
inmortalidad, y cuanto más intensamente viva la persona en
este mundo, más florecer su auténtico yo e integrar a toda
la personalidad desde su posición central. El descubrimiento
del auténtico yo es una resultante de relaciones abnegadas con
los que amamos, y la intensidad y el alcance de ese amor se
incrementan a medida que la personalidad logra integrarse
mejor. A medida que dejo de centrarme en mí mismo, me
identifico más con los otros, transform ndome en parte de
ellos sin perder en ningún momento mi identidad única. Por
el contrarío, al sacrificar mis preocupaciones y actitudes egoís-
NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA 207

tas sirviendo a quienes me rodean, descubro lo que es perma-


nente e indestructible en mí. Y este principio indestructible
no se reduce a mí solo, sino que es el centro creativo del uni-
verso. Experimentar el ser de Dios, que es tunanente al alma
en su punto más exaltado, eso es la vida eterna. En tal expe,
riencia, el yo es arrebatado a su pin culo de solitario temor;
deja, en realidad, de e)dstir como entidad separada, y es uno
con el poder creativo de Dios. Se experimenta un amor ine-
fable, un amor que es personal para cada individuo, pero
también transpersonal, puesto que abarca a todas las cosas
creadas en una igualdad de amor. Así, en la mente divina,
todas las cosas son contempladas con igual cuidado, no a causa
de sus méritos intrínsecos sino porque Dios las creó. Una
vez que alguien comprende esto, toda su actitud hacia el
mundo y sus semejantes se transforma. Deja de lidiar con los
demás o de tratarlos como meros instrumentos de su propia
satisfacción y supervivencia, pero se interesa en ellos con
un amor que es el mismo amor que Dios siente por él, y que
él incluso aprende a sentir por sí mismo. Pues jamás podre-
mos amar adecuadamente a nuestro prójimo, es decir, con un
respeto distante, a menos que sepamos aceptarnos a nosotros
mismos. Esto no significa que debamos ocultarnos'nuestros
defectos o pretender que no existen, sino aceptarlos con el
amor que tiene el padre por sus hijos, de modo que podamos
redimirlos en ese amor que es en principio divino.
Una vez que aprendemos a aceptarnos a nosotros, a los
otros, y al mundo en que vivimos con verdadera alegría y
amor, pasamos de la esclavitud de la muerte y la caducidad
a una nueva vida. Bien escribió San Juan, "Sabemos que
hemos pasado de muerte a vida porque amamos a nuestros
hermanos". Esta nueva vida es la vida anterior, pero vivida
con una actitud más alerta. Cada momento resplandece de
sentido, y cada actividad y cada relación presentes irradian
la luz del reconocimiento. La vida eterna puede ser experi-
mentada ahora mismo si podemos dejar de lado los intereses
egoí tas, y entregar nuestra íntegra personalidad a las exigen-
cias del momento presente. La vida eterna, en realidad, no es
sino el vivir constructivamente y con toda conciencia cada
momento que pasamos. El pasado no puede ser alterado, y
el futuro est fuera de nuestra comprensión hasta que se eleva
208 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

al presente, pero el momento actual, vivido con plenitud,


constituye nuestra experiencia de la realidad, y también es la
experiencia de Dios en un punto del tiempo y el espacio.
Vivir de este modo es un don de la gracia de Dios, pues es
una experiencia mística de gran peso mientras se est encar-
celado en la materia terrena. Pero vivir de este modo para
siempre es el fin último del hombre, y tal fue la vida del
Cristo encarnado. En esta vida, la grosera corruptibilidad de
la materia se transmuta en una esencia espiritual imperecedera.
De tal modo, el mismo cuerpo puede ser resucitado de la
corrupción de la carne a la eternidad del espíritu, y es siempre
el mismo cuerpo aunque con una forma diferente.
Es evidente que este esquema de redención y resurrección
es visionario si se lo aplica al hombre en su actual estado de
conciencia espiritual. Sólo hubo uno, el Cristo encarnado,
capaz de testimoniar esta resurrección, pero nos fue prometido
que seremos como él en la plenitud de nuestra entrega. Hasta
ese momento, que paradojalmente se ubica fuera del tiempo
y del espacio pero puede conseguirse aquí y ahora, hemos de
padecer la muerte física con todas sus incomodidades, y el
complejo mente-alma seguir evolucionando hada una com-
prensión y un conocimiento mayores en el mundo de ultra-
tumba, un mundo en el que habr reiterados episodios de limí-
tación en una situación resurreccional. ]sta puede resolverse
en una forma cíclica de retorno a la tierra o acaso se consume
en otro modo de vida. A través del sufrimiento, y experi-
mentando el amor eterno de Dios, que est a nuestro alcance
si tenemos la humildad de recibirlo, el alma cesa de parecer
remota de la totalidad de la personalidad, para convertirse en
el mismo centro de la persona resucitaba, en quien el cuerpo
y el alma funcionan como una sola unidad. El punto de vista
hebraico de la personalidad como una unión completa del
cuerpo y el alma es en realidad el más acertado, pero su
verdad esencial sólo será develada cuando alcancemos la perso-
nalidad plena y nos transformemos en personas auténticas,
en la imagen del Cristo encarnado, en quien Dios moró en
forma corporal. En nuestra existencia presente, esa unión es
apenas parcial y a menudo no existe, especialmente en quienes
se sujetan completamente a la tierra mediante una imaginación
egoísta.
NATURALEZA DE LA VIDA ETERNA 209

Se sigue de todo esto que una persona que se realiza verda-


deramente a sí misma no tiene miedo de la muerte, y espera
su advenimiento para cuando haya cumplido con su misión
terrenal. Puede decir, si bien con menos certeza que jesús,
"Est concluido" y "En tus manos encomiendo mi espíritu".
Dispuesto a consagrarse por completo al Altísimo, puede
aguardar el paso del tiempo con serena confianza. Aunque esa
persona, paradójicamente, siendo una con la vida y con la
muerte, deja de pensar demasiado en la muerte o de meditar
en exceso sobre su estado en la otra vida. Ha traspasado la
dualidad vida-muerte, mente-cuerpo, pasado-futuro, y vive en-
teramente en el momento actual, que también es el momento
de lo eterno, el punto de intersección de lo temporal y lo
atemporal. Así sucede que el interés en la vida después de la
muerte y en las sucesivas reencarnaciones ocupa cada vez
menos la atención de la persona autorrealizada, y el hecho
de su presente eternidad la absorbe por completo. De hecho,
es en este contexto donde la exhortación de San Pablo, "Orad
sin cesar", se hace tan posible como inevitable. Cada acto
realizado en el mundo es consumado para gloria de Dios, no
menos que por el bienestar de nuestros setnejantes, y la per-
feccíón que de él dimana es nuestro legado a la posteridad,
que podr ver cómo la naturaleza divina habla a través del
don más alto que un hombre cede al mundo, un don ofrecido
por amor y abnegación.
Todas las consideraciones sobre la vida después de la muerte
pueden relacionarse, pues, con la perfección de la naturaleza
humana. esta implica una creciente participación en la natu-
raleza divina, y no importa cu n amargas sean las pruebas que
debe afrontar, al final todo se consuma en una plenitud de
ser. La fe hondamente arraigada en el alma oculta del hombre
germinal lo conduce, mediante la esperanza, a experimentar el
amor de Dios. Este amor lo inunda a tal punto que él crece
progresivamente hasta alcanzar la estatura de una auténtica
persona, un reflejo de la persona de DIOS.
y
1 Tercera parto

LA IDEA DEL MAS ALLA'


EL FUTURO
n

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1
1
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1
DORIs F. JONAS

LA VIDA, LA MUERTE, LA CONCIENCIA


Y LA CONCIENCIA DE LA MUERTE

La vida, desde su nacimiento en los elementos químicos que


formaban nuestra tierra, se ha desplegado hasta su compie-
jidad actual, al parecer milagrosa, y aquí espero hallar un con-
texto dentro del cual podamos ubicar nuestra conciencia de
la muerte y nuestra inquietud por la continuación de la exis-
téncia individual.
Cuando la vida emergió por primera vez de la materia
inorg nico se reprodujo por fisión, de modo tal que las for-
mas de vida más primitivas, en la medida en que no estaban
separadas de su materia nutrida, eran casi inmortales.' Igno-
ramos cómo era la vida más primitiva y más simple, pero cuan-
to más estudiamos las formas unicelulares vivientes mayor es
la complejidad que enfrentamos. En verdad, entonces com-
prendemos por qué llevó tanto tiempo, desde la formación
de nuestro planeta, el surgimiento de las primeras células org -
nicas, tal como llevó tiempo la integridad de la evolución
org nica, para avanzar desde esa simple célula hasta el hombre.
Llevó entre dos y dos billones y medio de años la evolución
de la materia química hasta la célula autorreproductiva, y
otro tanto para que las fuerzas de la naturaleza llegaran a
nuestra especie a partir de esa vida original.
La tendencia inherente a polimerizar, en las propiedades
químicas de los complejos de carbono en solución, da por
resultado largas concatenaciones que, eventualmente a causa
de su longitud, suelen quebrarse, Este hecho simple es el que
en definitiva subyace en los procesos de reproducción vegeta-
tiva o asexual. Así, la vida unicelular, nutrida por sustancias
químicas de la solución en que había surgido y provista de
energía mediante las radiaciones solares, se regeneró dividién-
214 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

dose constantemente en dos partes a través del proceso de


meiosis, siendo, como decíamos, casi inmortal.
Una de las consecuencias de este tipo de regeneración 'resi-
de, sin embargo, en que las células hijas de una célula madre
que se divide suelen permanecer próximas entre sí, formando
racimos. Eventualmente ocurre que algunas, por casualidad o
accidente, se apartan de estos racimos. Su material genético
así se combína favoreciendo ulteriores mutaciones evolutivas
que configuran el fundamento para la reproducción sexual.
Aquí yace el origen de la mortalidad.
La reproducción sexual por fusión, comparada con la te-
producción vegetativa por fisión, es mucho más eficaz en
términos evolutivos del momento en que sus productos son
más competentes para la búsqueda de fuentes de nutrición
y para afrontar, por lo tanto, las presiones de la selección
natural. La evolución continua de formas cada vez más com-
plejas se acelera en progresión geométrico cuando los indivi-
duos, por así decirlo, renuevan el circuito, y sólo sus genes
continúan existiendo en una perpetua recombinadón que me-
jora constantemente las funciones y la forma de la criatura,
adapt ndola cada vez más a su medio. Así, sólo los genes
conservan la original ininortalidad de la vida, mientras que
el resto del organismo se vuelve mortal.
Al continuar y acrecentarse el ritmo de este proceso, y
merced a la obra de la selección natural, que favorece a ciertos
grupos hasta que éstos se adaptan por completo a su medio
ambiental, vemos emerger ciertas líneas evolutivas que llega-
mos a reconocer como especies. Aquí es precisamente donde
vemos que la muerte es parte esencial de los procesos de la
vida, puesto que el estadio en que muere la criatura individual
es también un factor que obedece a las presiones de la selec-
ción natural, de modo que la muerte adviene inevitablemente
en ese punto de la vida individual en que propicia los fines
del grupo y por ende de la especie. La especie, como el
gene, tiene también una vida casi inmortal. Albert Gaudry,
en 1888, definió a la especie como "una transitoria modalidad
de tipos que persiguen su e@oludón a través caer decurso de las
edades".' Así como el cuerpo huffiano elimina células que son
renovadas constantemente, la especie elimina individuos que
son renovados para mantener la vitalidad de la especie.
VIDA, MUERTE, CONCIENCIA Y CONCIENCIA DE MUERTE 215

Uno puede ilustrar este proceso con toda claridad obser-


vando los ciclos vitales de otras criaturas. Podría decirse que
el orden natural de las cosas frunce el ceño ante el gasto indis-
criminado de materia biológica. Cada fase de la existencia
de cada individuo sirve a un propósito dentro de la perpe-
tuación de su especie, y cuando el individuo deja de ser útil
a la reproductividad y ya no puede ser útil a la especie, muere
de forma que su materia corporal colabore en la manuten-
ción de la vida de otras especies y así sea r pidamente reab-
sorbido en el ciclo total de la naturaleza.
Acaso, los mejores ejemplos de economía de medios se hallen
en el mundo de los insectos, donde los machos de todas las
especies mueren en el acto de la cópula o muy poco después,
y las hembras viven sólo el tiempo suficiente para desovar.'
Las hembras de la araña @4 la mantis religiosa y el escarabajo,
por ejemplo, est n, por así decirlo, programadas para lo que
podríamos juzgar el h bito más bien desagradable de comerse
a sus consortes durante o poco después de su fertilización,
con lo cual la materia corporal del macho sirve a su especie
en forma de alimento cuando éste ya ha cumplido sus otras
funciones. Cortejar y copular son sin duda ocupaciones peli-
grosas para los machos de estas y muchas otras especies, pero
no lo son más que el dar a luz para muchas de las hembras.
La presencia de la nueva generación los vuelve prescindibles.
Entre los peces, no es destino de los machos ofrecer un
póstumo servicio a la comunidad transform ndose en alimento
de sus consortes, pero es habitual que los genitores perezcan
en cuanto han cumplido con su misión reproductora. Los sal-
mones sockeye, por ejemplo, después de pasar tres o cuatro
años nutriéndose del plancton del Pacífico, regresan, contra
todo tipo de dificultades, al lecho del río en que nacieron unos
cinco años atr s. El salmón, cuando llega al agua dulce, ya
alcanzó su madurez sexual y est en celo, pero a partir de ese
momento cesa de alimentarse. Cuando llegan a destino, la
hembra con la cola cava el nido, que consiste en una oquedad
de unos tres pies de ancho donde depositar los huevos. Luego
remonta la corriente y cava más nidos, continuando el proceso
hasta haber albergado y depositado entre tres mil quinientos
y cinco mil huevos. El macho pasa sobre los huevos y los
fertiliza, después de lo cual, la grava y la arena se deslizan
21ó LA VMA DIPSPUS DE LA MUERTE

sobre ellos y los protegen. Ambos genitores, cuyos cuerpos


han agotado toda reserva de grasa en esta prolongada marcho
(unos dieciocho días desde el ingreso al río), depositados los
huevos, fertilizados y protegidos para asegurar la pervivencia
de la raza, mueren, el macho habitualmente, en primer lugar.
La hembra entierra las aletas en la grava para que su cuerpo
forme un techo protector sobre el nido hasta su último es-
tertor.5

Por supuesto que no todos los insectos ni todos los peces


mueren al culminar su primera temporada reproductiva. No
obstante, por lo que sabemos, ninguno de ellos sobrevive hasta
alcanzar una vejez no reproductiva; esa fase de la vida carece
de toda fundonalidad hasta que llegamos al nivel de los ma-
míferos, en el curso del desarrollo evolutivo.
Aun cuando es imposible hacer asertos sin excepciones al
hablar de las innumerables especies de todas las formas de
vida, algunas generalizaciones son posibles. La mayor parte
de los insectos, peces, anfibios y reptiles aseguran la supervi-
vericia de la raza produciendo huevos en tal cantidad que un
mínimo porcentaje logre subsistir. En tales circunstancias es
innecesaria la selectividad, que requeriría padres que amparen
a las nuevas crías tras depositar los huevos en un 112 ar ade-
cuado. Cuando los procesos evolutivos moderan t pr@-
galidad y adoptan métodos menos excesivos, nos encontramos
con aves y mamíferos que sobreviven produciendo menor
cantidad de v stagos por cada individuo hembra. Tal reduc-
ción en el número de v stagos, sin embargo, implica mayor
cuidado hada ellos y por lo tanto una vida más prolongada
para los padres que deben protegerlos.
En los peldaños de la escala de la vida anterior a los mamí-
feros, los períodos más vulnerables del ciclo vital de una
criatura son aquellos en que ésta se halla en el huevo y el
que le sigue inmediatamente después. En tales períodos cons-
tituye un alimento f cil para muchos depredadores. Al rete-
ner a sus hijos dentro del cuerpo de la madre durante todo el
período fetal, los mamíferos lucieron un gran progreso en
cuanto a la protección de sus crías en esa etapa crucial. Y
aun cuando la vida de la madre se ha prolongado lo bastante
como para que ésta ofrezca su cuerpo como protección del
embrión y colabore en su nacimiento, surgen otras funciones
VIDA, MUERTE, CONCI@CIA Y CONCMNCIA DE muERTE 217

que justifican la continuación de su existencia: la alimentación,


la protección continua y el entrenamiento del recién nacido,
desamparado en extremo.
Entre los grupos de individuos que constituyen cualquier
especie, su variabilidad natural procura que haya entre ellos
algunos que vivan más y otros que vivan menos. Cuando con-
viene a la supervivencia del grupo que sus individuos tengan
una vida breve y, por así decírlo, se aparten para dar paso a
la nueva generación, los individuos que viven menos revelan
disponer de una ventaja selectiva y su raza sobrevive. Sin
embargo, cuando conviene a la supervivencia de un grupo que
los individuos vivan más tiempo, son los longevos quienes
sobreviven en mayor proporción y quienes comunican tal ten-
dencia a su posteridad. Esto es lo que ocurrió en forma cre-
ciente con los mamíferos de mayor tamaño. Si llamamos la
atención sobre este hecho tan obvio es para destacar que la
vida más prolongada en una especie animal no es algo que se
dé porque sí, sino que es una circunstancia que obedece a
necesidades funcionales.
En los mamíferos, pues, los procesos evolutivos lograron
razas que sobrevivían como para poder reproducir un limitado
número de v stagos en sucesivas temporadas y como para
poder encargarse de ellos. Pero en la mayor parte de los
mamíferos no se requiere una fase ulterior, un período de
vejez, una vez pasada la juventud.
Hay muchos medios para que un mamífero que se acerca
al fin sea @ado del grupo, y lo mismo es aplicable, inci-
dentalmente, a muchas aves. Los animales pueden perder
su posición de predominio o privilegio ante la llegada de indi-
viduos más jóvenes y fuertes, como ocurre, por ejemplo, con
los ciervos y las focas. Pueden ser debilitados por sus heridas
y perder la capacidad física para procurarse alimento o salir
de caza; entonces se los marginar a la periferia de los grupos,
donde ser n f cil víctima de los depredadores, como ocurre
entre muchos animales de rebaño, o bien continuar n cazando
hasta que sucumban a sus incapaddades, como la hiena, el
perro salvaje y el lobo. En algunos casos, la sola pérdida del
predominio basta para precipitar la muerte.
La vida del individuo animal no constituye un absoluto.
Tanto la naturaleza de su vida y la época de su muerte son
218 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

determinadas por las necesidades del grupo. El proceso de


selección natural no sirve a la preservación del individuo sino
del grupo en su nivel más alto de funcionalidad. De hecho, la
selección adantativa se sustenta sobre un elevado índice de
mortandad y estimula la competencia.
Lo que surge de todo esto es que la función de la vida es
perpetuar la vida. El individuo es parte de la perdurable
vida de su especie, tal como las hojas que cada otoño caen
del rbol para conservar la energía necesaria al organismo
durante el invierno y son renovadas en la primavera para
captar la luz solar y convertirla en nueva energía, siendo cada
hoja así sometida a las necesidades de la totalidad del rbol.
Entre tales especies, la muerte no se busca ni se teme. Se la
experimenta, tal como a las otras ' fases de la vida, cuando llega
el momento. Entre los mamíferos, dicha actitud (si así pode-
mos llamarla) resulta habitualmente mediatizada por la misma
naturaleza de la percepción del animal. Muchas de sus rela-
ciones sociales son regidas por el sentido del olfato, de modo
que una criatura muerta, que no huele igual que una viva, ya
no es identificada como un semejante.
Esto nos conduce a unos pocos animales superiores que
tienen vida prolongada y entre quienes vemos una preocupa.
ción por el bienestar de sus congéneres.

"Un delfín enfermo, por ejemplo, no puede caer en estado de como.


Ni siquiera puede dornúrse por más de seis minutos. Si se duerme
durante más tiempo lo hace con gran riesgo de muerte, pues el sueño
profundo le impide respirar. A causa de esta peculiaridad, el delfín
enfermo debe ser atendido veinticuatro horas por día, y cada delffn
est dispuesto a hacer lo propio por otro delfín." ó

El doctor john Cunningham Lilly @n el intento de reali-


zar un experimento de comunicación entre especies, durante
el cual una joven y un delfín nariz de botella convivieron du-
rante un afío, intercambiando recíprocos aprendizajes y ense-
fíanzas- consignó que en su Instituto se había observado
reiteradas veces que los delfines se cuidaban entre sí veinti-
cuatro horas al día hasta 'que el enfermo se recobraba, varios
días o varias semanas después.
Los elefantes africanos nos ofrecen otro asombroso paralelo
con las pr cticas culturales humanas. Sylvia Sikes, zoóloga
VIDA, MUERTE, CONCIENCIA Y CONCIENCIA DE MUERTE 219

consultora en Nigeria, vio y registró rituales de duelo entre


dichos animales. He aquí un ejemplo típico:

"En caso de que un animal se encuentre mortalmente herido y no


pueda levantarse, los otros miembros de la manada [... 1 lo rodean des-
consoladamente varias veces, y si permanece inmóvil todos se detienen
con un gesto de incertidumbre. Entonces miran hacia afuera del círculo,
con las trompas colgando. Puede que al rato vuelvan a alzar la trompa y
reanuden la marcha en círculos, para detenerse una vez más mirando
hacía afuera. Eventualmente, si el animal caído est muerto, se corren
hacia un lado y se litnitan a permanecer allí [... 1 por varias horas, o
hasta el anochecer, en que suelen arrancar ramas y briznas de hierba de
la vegetación circundante, para dejarlas ca'er sobre y alrededor del cad -
ver. Los elefantes más jóvenes también participan de la ceremonia.
También patean el suelo, en dirección al cad ver, y luego permanecen
junto a él, contone ndose inquietos de un lado a otro. Eventualmente
se retiran de la zona." 7

David Attenborough, famoso integrante de la BBC, ha hecho


un registro fotogr fico de la conducta observada por los ele-
fantes al sepultar a sus muertos con ramas y hojarasca.
más cerca del hombre, no se ha observado que los chim-
pancés realizaran ritos protofunerarios, pero entre ellos suelen
darse amistades sociales y apegos individuales. Jane Good-
afl escribió que una rnadre chimpancé suele llevar a su hijo
muerto durante días, aunque su sentido del olfato debe infor-
marle, no menos que a nosotros, que la criatura ha cesado de
vivir, No obstante, en dichos animales, el desarrollo de la
zona dorsal del cerebro (neocortex), parece combinarse con
un- principio de autoc<)nciencia. Adicionalmente, su prolon-
gada infancia (no alcanzan la madurez sexual hasta los ocho
años y no llegan a la plena madurez social hasta los doce)
impone un necesario apego entre la madre y el hijo, que es
suficientemente fuerte como para que en tales casos la madre
se obstine en no dejar a su cría.
Esto nos lleva directamente a los albores del hombre. Co-
menzando por los mamíferos no humanos más desarrollados,
vemos que la incrementada evolución del neocortex se com-
bina con un principie de conciencia individual, requisito im-
prescindible para intere"rse por la muerte.
Hasta hace muy poco solía pensarse que el hombre primitivo
(y, por ende, también el contempor neo hombre tribal) no
tenía noción de la muerte y se interesaba muy poco en ella.
220 LA VMA DESPUS DE LA RTE
La 1 l! edición de la Encyclopaedia Britatínica, publicada en
1910, dice al respecto:

"Para el salvaje, la muerte por causas naturales resulta inexplicable.


E,i todas las épocas y lugares, si reflexiona siquiera sobre la muerte, no
llega a comprenderla como un fenómeno natural, ni siente horror o
curiosidad en su presencia. El hombre, en sus estadios primitivos,.ha
tratado a sus muertos con una indiferencia casi animal. Las investiga-
ciones arqueológicas demuestran que el hombre del Cuaternario se preocu-
paba muy poco por el destino del cad ver de sus semejantes [... ]."

día sería muy difícil defender tanto ese tono de des-


dezosay superioridad como la información en sí misma, espe-
cialmente desde las expediciones encabezadas por el doctor
Ralph Solecki entre 1951 y 19ó0 a la caverna de Shanidar,
en el Kurdist n, al norte de Irak.' Allí se descubrió un gran
número de esqueletos de ejemplares Neanderthal. El pritnero
que exhumaron, al cual bautizaron Shanidar I con el objeto
de identificarlo, había muerto en un alud, pero entre sus restos
habí ' a pequeñas pilas de huesos de mamíferos que sugieren
una ceremonia fúnebre. El aspecto más interesante de este
esqueleto en particular consistía en que, pese a que el omó-
plato, la clavícula y el brazo derechos parecían atrofiados de
nacimiento, y que el inútil antebrazo derecho parecía haber
sido amputado en una época temprana de su vida, tenía unos
cuarenta años de edad al morir, edad muy avanzada para un
hombre de Neanderthal. Además, debía haber sido ciego del
ojo izquierdo, puesto que tenía un extendido tejido óseo cica-
trizal en la parte izquierda de la cara. Y, como si esto no
bastase, la parte superior del cr neo había recibido una herida
que se había curado antes de su muerte. En pocas palabras,
Shanidar I representaba una clara desventaja en un medio en
que hombres en mejor estado debían afrontar vidas bastante
arduas. Sin embargo se le había permitido vivir. Es evidente
que se hizo útil a la comunidad (había restos de dos habit cu-
los en las cercanías), según lo testimonian sus dientes delan-
teros, inusitadamente desgastados, que al parecer utilizaba para
aferrar las cosas en reemplazo del brazo derecho. Pero del
momentc en que difícilmente hubiera podido proveer a su
sustento o resguardarse por sus solos medios, debemos presu-
mir que su gente lo aceptó y mantuvo hasta el día en que mu-
rió. La pila de piedras que había- sobre su esqueleto, así como
VIDA, MUERTE, CONCIENCIA Y CONCIENCIA DE MUERTE 221

los restos de comida, demuestran que aún después de muerto


era objeto de alguna veneración.
Otro hombre había muerto en un alud relativamente pe-
queño, y su defunción no había pasado inadvertida para sus
compañeros. Tiempo después de la caída de las rocas, una vez
disipado el polvo, habían vuelto para ver lo sucedido. Sobre
el cad ver depositaron una pila de piedras y sobre ésta en-
cendieron una hoguera. También aquí nos encontramos con
fragmentos de pequeños huesos de mamíferos que parecen
vestigios de una ceremonia fúnebre. Al culminar la ceremo-
nia, parece que se cubrió la hoguera con tierra mientras el
fuego aún ardía. Se exhumaron seis esqueletos más, algunos
de ellos con heridas que habían sido curadas. Entre ellos,
Shanidar IV yacía sobre restos de polen. Bajo el microscopio
de Mme. Arlette Leroi-Gourhan, paleobot nica de París, se
descubrió que este polen no provenía sólo de las especies habi-
tuales de rboles y hierbas, sino también de por lo menos ocho
especies de flores, al parecer entretejidas con ramas de un ar-
busto semejante al pino, Ningún accidente natural justificaba
la presencia de tales vestigios a tal profundidad de la cueva.
Como escribe Solecki:

"Algún ser humano de la última Edad Glacial debió recorrer la


ladera con el doloroso af n de recoger flores para el muerto [... l.
Hoy día nos parece lógico que se le ofrenden al ser querido que acaba
de morir cosas bonitas como son las flores, pero encontrar flores en un
sepulcro de Neanderthal que data de hace ó0.000 años es otra cosa [ .. l.
En los millones de años de evolución que se iniciaron con homínidos
simioides en el Africa, es entre los Neanderthal donde encontramos testi-
monios de los albores del sentimiento social y religioso: el obvio cuidado
con que se trataba a lisiados y heridos, las sepulturas... y las flores."

En vista del refinamiento de las ceremonias fúnebres en la


raza Neanderthal, nos vemos forzados a suponer que el interés
en la muerte data de épocas anteriores y que, en efecto, si
tuviéramos todos los datos a disposición, hallaríamos una con-
tinuidad a partir de las razas precedentes. Debemos intentar
meternos en la piel de los primeros hombres. La vida era todo
lo que sabían y comprendían. No tenían modo de conceptua-
lizar la muerte, pero resulta claro que pensaban en ella. Con
el desarrollo de las culturas humanas, surgieron diversos "te-
mas". Uno de ellos es el tema de la muerte y el renacimiento.
222 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Arnold van Gennep vio,' en 1909, la "regeneración" como


una ley de la vida y el universo: la energía detentada por todo
sistema paulatinamente se agota y debe ser renovada' cada
tanto. Según este autor, en el mundo social la regeneración se
cumple en lo que él llama rítes de passage, cont ndose entre
ellos los más primitivos ritos de muerte y renacimiento. Hay
restos de ejemplares de Cro-Magnon sepultados en posición
fetal; cabe interpretar en ello (de acuerdo con los mitos de
aquellos pueblos que hasta -hace poco observaban esa pr ctica)
un af n de facilitar la resurrección del difunto en una nueva
vida. La pr ctica de envolver el cad ver en mortajas evoca la
circunstancia de que el feto est cubierto por una rñembrana,
y la limpieza del cad ver es un equivalente ritual (m gico
acaso) de la limpieza del recién nacido. Este tema m gico es
frecuente en los pueblos cazadores y nómades.
Otro tema, vinculado con los pueblos patríarcales y pasto-
riles, se relaciona con la idea de que una persona, al morir,
debe continuar con el mismo tipo de existencia que ha llevado
hasta entonces; por lo tanto, se le dejaba comida, utensilios y
armamento para que los empleara en la otra vida.
En algún momento de la evolución de la conciencia de nues-
tros antepasados surgió el tema animista, entre los pueblos
matriarcales y agrícolas en primer lugar. Estos hombres pri-
mitivos explicaban los procesos de la naturaleza inanimada
mediante la intervención de espíritus vivos, dotados de una
capacidad similar a la suya, en los objetos inanimados; para-
lelamente, se explicaba el fenómeno de la vida humana me-
diante la creencia en un maniquí o animal que existe dentro
de cada hombre y le dicta sus actividades: este hombre en
miniatura constituye el alma del primitivo. A veces, el alma
era concebida como un p jaro. Los bororós de Brasil, aún
hoy, suponen que el alma del durmiente cobra esa forma para
alejarse del cuerpo durante la noche y regresar a él con el
despertar.
Finalmente, se describe el alma como el h lito del hombre
(anima). En los tiempos modernos, el "último aliento" es
algo más que una mera met fora. Expresa la'creencia en que
el agonizante, al expirar por últírha vez, deja escapar algo tan-
gible, capaz de una existencia independiente.- el alma. Entre
los antiguos romanos, la costumbre imponía al deudo más
VIDA, MUERTE, CONCIENCIA Y CONCIENCIA DE MUERTE 223

cercano el deber de inhalar el "último aliento" del moribundo.


Esta idea persiste en el car cter sacro que se le adjudica al
último beso.
Pero para regresar al hombre primitivo, la idea, al evolu-
cionar, de que el espíritu deje el cuerpo en el instante de la
muerte se transformó, de un modo u otro, en fuente de in-
tensos temores. Se organizaron ritos de todas clases para
apartar al espíritu de la comunidad de los vivos, para garan-
tizar que se mantuviera alejado y no dañara a los sobrevivien-
tes. Se creía que el espíritu podía lamentar el verse privado
de su cuerpo y entonces regresar para inquietar a los vivos, ya
por venganza o bien para hallar un nuevo cuerpo donde ins-
talarse, o acaso para llevarse a alguien que le hiciera compañía
en el otro mundo.
Si un hombre moría sin presentar heridas, se pensaba que
había sido víctima de brujos o hechiceros asociados con espí-
ritus malignos. Hasta su contacto con los europeos, muchas
tribus africanas imputaban la muerte a los hechiceros de una
tribu hostil o a los actos maléficos de un vecino, de modo que
se requería una venganza y se iniciaban disputas entre clar)es.
En Australia ocurría lo mismo. Andrew Lang escribió: "Cuan-
do muere un nativo, sin que importen las evidencias. de que
su muerte obedeció a causas naturales, en el acto se concluye
que el difunto estaba hechizado."
De la incapacidad de conceptualizar la muerte se desprende
una tendencia a personificarla, y se inventan mitos para dar
cuenta de su origen. A veces se trata de la ruptura de un
tabú. En Nueva Zelandia, Mani, el héroe divino de la Poli-
nesia, no estaba bautizado como correspondía. En Australia,
se le dijo a una mujer que no se acercara a cierto rbol donde
vivía un murciélago; el la infringió la prohibición, el murcié-
lago salió volando, y el resultado de ello fue la muerte. Los
ningfus (de China) fueron echados del paraíso y perdieron
la imnortalidad porque uno de ellos se bañó en aguas tabú; la
Pandora griega abrió la caja prohibida; la Eva bíblica comió
la manzana prohibida. Estos mitos indican que entre muchos
pueblos, la muerte adquirió los visos de un castigo a una mala
acción, y esta idea condujo a ritos propiciatorios y luego a
ritos de arrepentimiento y expiación cuya evolución perdura
en las modernas religiones occidentales.
224 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF-

El resto ocurre en tiempos históricos, en los que podemos


apreciar dos corrientes opuestas. Por una parte, el culto de los
ancestros, la honra de los muertos, y la contemplación de
los muertos como parte constitutiva de la familia; así ocurría
en la antigua Roma, donde se honraba al genius del pater fv-
milias y al inno de la matrona. No se trataba de las "almas"
de los ancestros en el sentido que le damos nosotros, sino de
las formas masculinas y femeninas mediante las cuales se per-
petuaban los poderes del clan. Tales sentimientos aún perdu-
ran en las sociedades modernas, donde el muerto honrado por
ciertas familias se convierte en parte del legado social de dichas
familias.

Es ley universal de la naturaleza que los rasgos, órganos e


individuos que carecen de toda funcionalidad tiendan a ser
eliminados, y no ha habido excepción a esta regla en los grupos
sociales humanos hasta los tiempos modernos. Al mencionar
algunas de las pr cticas relacionadas con este aspecto de la
vida en la cultura de los hombres primitivos, debemos recor-
dar que esos h bitos tenían 'un sentido y que no podemos
juzgarlos con nuestros propios valores.
Entre los grupos tribales primitivos, por lo general ocurría
que aun el reverenciado anciano era descartado si se volvía
incapaz de desempeñar su papel, o si sus impedimentos físicos
excedían su valor social. En algunos grupos, estas costumbres
se ejercían con ayuda de los propios ancianos, en otros sin
ellos; en algunos, eran compasivas, en otros no, lo cual solía
depender de circunstancias externas. Los grupos nómades, en
su totalidad, y los que vivían en zonas de clima muy riguroso,
ya en el rtico o en los desiertos, no podían afrontar el lastre
implicado por una persona no productiva, viéndose obligados
a disponer prontamente de ella.
Entre algunas tribus esquimales, una persona de edad que
ya no poclía realizar ninguna tarea (una andana, digamos,
que hubiese perdido todos los dientes y ya no pudiese morder
el cuero para facilitar la confección de botas, o un anciano
decrépito), dejaba "voluntariamente" el refugio familiar para
exponerse al frío y morir congelada. En una tribu nómade del
Africa central, cuando la vejez hacía de alguien un lastre para
la comunidad, ésta lo abandonaba, en el momento de la migra-
ción, con un trozo de carne y una c scara de huevo de avestruz
VIDA, MUERTE, CONCIENCIA Y CONCIENCIA DE MUERTE 225

llena de agua, de modo que pudiera sobrevivir sólo mientras


duraran estas magras provisiones. Entre los yakuts de Siberia,
los viejos le rogaban a sus hijos que los ultimaran y se orga-
nizaba una fiesta funeral de tres días. Entonces los hijos
conducían a los padres a un bosque y les preparaban una tum-
ba donde los sepultaban vivos, con armas, utensilios y provi-
siones. Los yerklamining de Australia dejaban a los moribun-
dos cerca de una fogata, abandon ndolos; los baumanas de
lo que era el Sud n francés abandonaban a sus moribundos,
con alaridos para ahuyentar a los espíritus; los selung del
archipiélago Mergui, cerca de las costas de Birmania, llevaban a
los moribundos a una isla desierta y los dejaban allí; los dora-
chos de América Central llevaban a los moribundos a un
bosque; los nativos de Natilevu en Fiji, depositaban a los
moribundos en una tumba, con agua y comida: mientras pu-
dieran disponer de tales alimentos, la tumba permanecía abier-
ta; los hotentotes enterraban vivos a los moribundos, o bien
los dejaban en una hendidura de las montañas.
Los grupos 'sedentarios de medios menos hostiles podían, y
solían, despedir a los ancianos con más amabilidad. En el folk-
lore de todas partes del mundo, y en muchas costumbres que
han sobrevivido en zonas rurales hasta este siglo, tenemos
abundantes testimomos que nos hablan de dichas pr cticas. En
la Noruega rural, en el sur de Alemania y en ciertas zonas del
Puniab, aún hoy persiste el h bito de que el paclre y la madre
se retiren a una especie de hogar para ancianos en su propie-
dad cuando el hijo mayor se casa y queda capacitado para
administrar la tierra. Este retiro simbólico es el vestigio de
pr cticas más primitivas y más dr sticas.
Si recogemos el hilo hasta su extremo inicial, comprobamos
que todas las creencias y pr cticas a que hemos aludido son
extensiones -quizá podamos denominarlas subproductos úl-
timos- de la vastamen - te incrementada complejidad cerebral
que señaló el advenimiento de la humanidad, y de las caracte-
rísticas del neocortex que indujo a nuestra especie a buscar
las causas de los hechos y los propósitos o el sentido de la
vida. Pero este mismo cerebro tuvo otras extensiones y otros
subproductos últimos que incluían el uso y la confección de
herramientas, y tal extensión (así como la que llevó de la so-
ciabilidad y la comunicación entre los primates hasta los grupos
22ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

humanos y las lenguas) tuvo, como casi todo en la naturaleza,


un acelerado efecto de retroalimentación. Promovió cambios
en los sistemas sociales, que pasaron de la recolección de frutos
de la tierra, y probablemente de carroña, a la caza y de allí, a
su vez, a grupos agrícolas y luego industriales.
Ahora estamos en las fronteras de una nueva era tecnoló-
gica. En las sociedades occidentales vemos que esto supone
una ruptura de los patrones familiares tradicionales. Los re-
querimientos de la tecnología aceleran el flujo de la informa-
ción y al mismo tiempo la facilitan, aumentando el abismo
entre las generaciones y disminuyendo el valor del conoci-
miento acumulado en las mentes de los ancianos. Las actitu-
des hacia la muerte est n, como necesariamente lo estuvieron
siempre, íntimamente ligadas a las actitudes hacia la familia o
clan. La reciente disminución del valor del anciano en su
sociedad ha conllevado una disminución general del respeto
-una pérdida de la actitud de respeto- y una pérdida del
sentimiento de apego a la unidad social, una pérdida de la
reverencia hacía la muerte y del interés en el más all . Al
presente, las sociedades tecnológicas sólo muestran interés en
el aquí y el ahora, y en la vida individual considerada en sí
misma, desvinculado de su lugar en la familia o el grupo social.
Por tal razón, en la medida en que se le adjudican tantos
valores, cada momento de la vida individual parece muy im-
portante como para desperdiciarlo. Al perder la esperanza en
una existencia futura y la fe en permanecer como parte eterna
de la vida familiar, consagramos todo nuestro ingenio a pro-
longar la vida cuanto sea posible y a colmarla con la mayor,
cantidad posible de experiencias.
Así, en la época presente, muchos se hallan en igual situa-
ción emocional que esos pueblos primitivos que no concebían
otra vida salvo ésta y que proveían a sus muertos con arte-
factos que los capacitaran para prolongarla. La versión con-
tempor nea de esto es una preocu ación casi obsesiva por la
p
prolongación de la vida in¨vidual por todos los medios pos.
bles, incluidos los excesos más temerarios de la heroica tecno-
logía quirúrgica y aun la, congelación de los cuerpos para su
futura resurrección.

Pareciera que hemos llegado al punto en que necesitamos


ser educados para comprender la vida como un todo y la muer-
VIDA, MUERTE, CONCIENCIA Y CONCIENCIA DE MUERTE 227

te como una función biológica. Al contemplar en su totalidad


el panorama de la evolución de la vida sobre la tierra, disrer-
nimos una línea continua que brota de la materia inorg nico
para progresar desde las formas más sencillas hasta una cre-
ciente complejidad que culmina en la autoconciencia y la preo-
cupación por el destino individual. Pero, ya sostengamos que
la vida es un don divino o una consecuencia inevitable de las
propiedades químicas de la materia, la muerte es en ambos
casos su inevitable complemento, esencial para su continuación.

NOTAS

1 A. I. Oparin, The Cbemical Origin of Lífe (19ó4).


2 A. Gaudry, Les ancétres de nos animaux dans les temps géologiques
(1888).
3 J. H. Fabre, Social Life in tbe Insect World (1937).
4 Ann Moreton, "Spiders", en Smithsonian, 2, 5 (1971).
5 Betty Carter, "Salmon", en Smithsonian, 2, 7 (1971).
ó John C. Lílly, The Mind ol the Dolphin (19ó7).
7 Sylvia Sikes, The Alrican Elephant (1970).
8 Ralph Solecki, Sbanidar (1971).
9 Arnold van Gennep, Tbe Rites of Passage, trad. al inglés de Mo-
nique Vizedom y Gabrielle Gaffee (19ó0).
12

STANISLAV GROF Y joAN HALiiAx-GROF

LAS DROGAS PSICODLICAS


Y LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE

Si consideramos la relevancia que tiene la muerte en la vida


humana, es sorprendente comprobar la negación y la elusión
de que la muerte y la agonía son objeto en las sociedades
occidentales. La enfermedad fatídica y la muerte no son con-
templadas corno parte significativa de la vida, sino como una
ingrata evocación de la incapacidad del hombre para dominar
y controlar la naturaleza. Un moribundo es alguien que no
tiene más que ofrecer. Hay knuy poca gente que crea que se
puede extraer una lección del enfrentamiento con la agonía
y la muerte.
El acercamiento de nuestros contempor neos a una persona
moribunda est dominado por esfuerzos que tienden a demo-
rar la muerte por todos los medios. La mayor parte de los
individuos que mueren en clínicas y hospitales est n rodeados
por una tecnología consagrada a la subsistencia. Los compa-
iíeros de tales moribundos son los frascos y tubos medicinales,
los rnarcapasos eléctricos, los órganos artificiales y los moni-
tores de funciones vitales. Esta intensa preocupación por la
prolongación mec nica de la vida ha suprimido la preocupa-
ción por la calidad de los últimos días del moribundo y por la
relevancia de la muerte misma. La atención médica contem-
por nea suele excluir las necesidades emocionales, filosóficas
y espirituales del moribundo. La religión sirve de poco. He-
mos sido privados de la oportunidad de participar en la muerte
de los otros o de prepararnos para esta experiencia extrema.
Muchos moribundos afrontan así una profunda crisis, que es
b sica y total del momento en que afecta simult neamente los
aspectos biológico, emocional, psicológico y espiritual. No
obstante, los psiquiatras, psicólogos y otros integrantes de las
DROGAS PSICODELICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTF,

profesiones de apoyo sólo recientemente han advertido que


en esta rea se requiere una urgente actitud de apoyo. Tam-
bién ha habido una falta de interés en circunstancias impor-
tantes relacionadas con esto, tales como los cambios de per-
sonalidad acusados por los moribundos, las experiencias sub-
jetivas ligadas con el proceso de la agonía, el efecto de las
experiencias cercanas a la muerte en quienes la sobreviven,
y las aplicaciones psicológicas, filosóficas y espirituales de la
experiencia muerte-resurrección.
Las actitudes occidentales contrastan abruptamente con las
que observamos en sociedades de menor desarrollo tecnoló-
gico, particularmente las culturas antiguas y orientales, donde
la muerte es juzgada una parte importante del proceso de la
vida. Aprender a morir era considerado un aspecto integral
del vivir. Se enfatiza la comprensión de la muerte como me-
dio para la comprensión de la vida. En varias religiones mis-
téricas, en misterios representados en el templo, y en rites de
passage realizados durante milenios en diversas culturas del
mundo, los discípulos son urgidos a experimentar la muerte
y la resurrección. P-sta, se cree, resulta de la iluminación espi-
ritual. Al mismo tiempo, esta muerte simbólica prepara al ser
humano para la experiencia real. Los antiguos libros de los
muertos, como los de Egipto y el Tibet, se consideraban ma-
nuales que preparaban a una persona para la muerte y la resu-
rrección rituales no menos que para la experiencia real de la
muerte. En muchas culturas premodernas se efectuaban ela-
borados rituales religiosos y sociales para otorgar un respaldo
eficaz a quien arrostraba una muerte inminente.
La progresiva conciencia psicológica y académica de la in-
mensa importancia pr ctica y teórica de la muerte sólo tuvo
lugar en la última década. Quisiéramos concentrarnos en la
terapia psicodélica practicada con individuos a punto de mo-
rir, aproximación que, basada en nuestras experiencias clínicas,
creemos un valioso aporte pr ctico y teórico en el problema
de la agonía y de la muerte. En nuestra propia investigación,
comprobamos que la psicoterapia con LSD se revela como una
poderosa técnica terapéutica que no sólo puede aliviar el pade-
cimiento físico y emocional relacionado con la agonía, sino
que también, y a menudo en forma abrupta, puede trastornar
la concepción que el individuo tiene de la muerte y la actitud
230 @A VIDA DESPUS DE LA MUERRE

con que la afronta. Por lo demás, las observaciones y los dato


obtenidos en esta investigación tienen importantes implico
ciones teóricas para la comprensión del proceso de morir.
Aunque la terapia psicodélica es una disciplina relativament
nueva, sus raíces se hunden en la prehistoria de la humanidad
Desde tiempo inmemorial el hombre ha conocido y emplea
diversas sustancias que alteran la mente y quiebran la mem-
brana de la conciencia ordinaria. Tales compuestos de pro-
piedades psicodélícas suelen ser extractos de plantas diversas,
y con menos frecuencia, sustancias de origen animal. Escrituras
chinas que se remontan al 2700 a.C. ya nos hablan de drogas
alucin¨>genas.' El soma, la legendaria poción divina de los
Vedas hindúes, ya era utilizado por las tribus indoiranias hace
varios milenios; de acuerdo con Gordon Wasson, 2 el soma era
el hongo Amanita muscaria. Durante muchos siglos, en los
países orientales se han utilizado preparados de c ñamo indio
en medicina popular, en pr cticas meditativas y en ceremonias
religiosas, así como para recreación y placer. En la Edad Me-
dia, se creía que ciertas pociones y ungentos con propiedades
de plantas psícoactivas (tale. como la belladona, el estramo-
nio, el beleíío y la mandr gora) eran utilizadas en el sabat de
las brujas y en los rituales de Nhsa Negra. Las plantas psico-
délicas tienen una larga historia en las culturas precolombinas
como los aztecas, olmecas, mayas e incas. Entre ellas, las más
famosas son el cacto mexicano Lophophora williamsii (peyo-
te), la seta sagrada Psilocybe mexicana (teonanacatl), diversas
variedades del morning glory (ololiuqui) y el yage. Las tribus
de Africa, Sudamérica y Asía han utilizado algunas otras plan-
tas alucin¨>genas.
La prolongada historia de la utilización, de drogas psicodé-
licas ofrece un abrupto contraste con la historia relativamente
breve del estudio científico de estas sustancias. Aunque la
mescalina y la bulbocapnina fueron estudiadas en las primeras
décadas de este siglo, no hubo un interés auténtico hasta prín-
dpios de la década del cincuenta. Hubo un desarrollo ex-
plosivo luego del descubrimiento del LSD-25, realizado acci-
dentalmente por el químico suizo Albert Hofmann en los
laboratorios Sandoz. Desde entonces, los químicos han logrado
identificar los principios activos de las plantas psicodélicas
más activas y elaborarlos en su forma pura para uso clínico
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTF- 231

y de laboratorio. En las dos últimas décadas, tales sustancias


fueron ofrecidas a decenas de millares de pacientes psiqui -
tricos, profesionales en salud mental, científicos y artistas.
Entre aquellos cuya experiencia psicodélica obró una in-
fluencia profunda y transformadora se contó Aldous Huxley.
Sus experiencias con la mescalina y el LSD influyeron de modo
decisivo en su visión del mundo y en su obra. Los habitantes
de su Mundo feliz ingieren una sustancia química para rela-
jarse y recrearse; Huxley la denomina "soma", que es el nom-
bre de la podón divina descripta en los antiguos Vedas. En
su novela La isla, Huxley habla de la'medicina "moksha", que
da a los habitantes de la isla una visión mística. Esta expe-
rienda los libera del temor a la muerte y los capacita para vivir
con mayor plenitud en su vida cotidiana. El mismo Huxley
se interesóvivamente en esto. Cuando María, su primera es-
posa, estaba a punto de morir de c ncer, él utilizó en sus horas
finales una técnica hipnótico para recordarle las experiencias
místicas que ella había tenido durante su vida. En La isla
Huxley describe una escena similar durante la muerte de su
personaje Lakshmi.
A través de sus experimentos psicodélicos, Huxley llegó a
la conclusión de que las experiencias con LSD pueden aliviar la
agonía y elevar el acto fisiológico final del hombre al nivel
de la conciencia y acaso al de la espiritualidad. En una carta
que Huxley le envió en 1958 a Humphrey Osmond, un pio-
nero en las investigaciones con LSD que fue quien le presentó
las -drogas psicodélicas, recomendó específicamente el suminis-
tro de LSD a los pacientes de c ncer en trance de muerte. En
19ó3, pocas horas antes de que él mismo muriera de c ncer,
le pidió a su segunda esposa, Laura, que le diera 100 miligra-
mos de LSD. En su libro This Timeless Moment 3 ella nos
ofrece una conmovedora descripción de este hecho.
En 19ó3, Eric Kast, de la Chicago Medical School, empren-
dió sus primeros experimentos mediante el empleo de LSD con
enfermos de c ncer. Su interés primario se limitaba a la anal-
gesía, y su aproximación era puramente farmacológica. Descu-
brió que el LSD tenía un eficaz efecto analgésico superior al
de la dihidromorfinona (morfina) y al de la meperidina (De-
merol) .4, ' Adidonalmente, observó en sus pacientes una disi-
pación del estado depresivo, una mejora en el sueño, y una dis-
232 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

minudón del temor a la muerte.O, 7 Subsecuentemente Sidney


Cohen," estimulado por su amistad personal con Aldous'HuxIey
y por los resultados positivos de Kast, pudo confirmar los ha-
llazgos de este último.
El potencial de la terapia psicodélica fue puesto sistem tica-
mente a prueba en un estudio dirigido por un grupo de psiquia-
tras y psicólogos en Spring Grove, Baltimore. La atención de
este grupo se concentró primariamente en las necesidades de los
enfermos de c ncer debido a una circunstancia dram tica e im-
prevista. En 19ó5, cuando el grupo estudiaba el efecto de la
terapia psicodélica en alcohólicos y neuróticos, una mujer ma-
dura, miembro del personal, desarrolló un carcinoma en el
pecho, acompañado por una notoria depresión física y mental.
Un integrante del equipo psicoterapéutico, Sidney Wolf, sugirió
que acaso la beneficiara ~un tratamiento psicoterapéutico con
LSD. Los resultados de este experimento inicial fueron tan
alentadores que se decidió llevar adelante las investigaciones.
Se estableció un contacto con el Sinai Hospital de Baltimore,
donde un grupo de cirujanos encabezados por Louis Goodman
ofreció su cooperación. En 19ó7, Walter Pahnke se unió al
grupo de Spring Grove, inició un programa de investigaciones
en este campo y se transformó en el investigador más desta-
cado. Cuando éste murió tr gicamente en 1971, el primer
iniciador asumi¨> la responsabilidad médica de este proyecto.
Hasta ahora, más de cien enfermos de c ncer han sido tratados
por el grupo de Spring Grove con terapia psicodélica. Las
sustancias psicoactivas empleadas en la psicoterapia fueron la
dietilamida de cido lisérgico (LSD-25) y la dipropiltripta-
mina (DPT), un compuesto psicodélico de acción limitada con
efectos similares al LSD.
Los hallazgos y consecuencias de esta investigación pueden
dividirse en dos categorías principales: l) la significación
pr ctica de aliviar los sufrimientos emocionales y físicos de los
moribundos; 2) la significación teórica, que explora la índole
de la muerte real y el significado de la experiencia simbólica
muerte-resurrección para los vivos.

El estudio se emprendió mediante la cooperación entre el


Maryland Psychiatric Research Center y el Sinai Hospital de
Baltimore.', 'o Se adoptaron diversos requisitos primarios para
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 233

la selección de los pacientes cancerosos a incluir en el pro-


grama. El enfermo debía presentar síntomas de marcada tur-
bación emocional, tales como depresión, ansiedad, insomnio,
tensión y aislamiento psicológico. Otra condición requerida
era un alto grado de dolor físico que se aliviara de inmediato
con medicación analgésico o narcótica. Como la continuidad
era parte importante del estudio, se requería una posibilidad
de supervivencia de por lo menos tres meses. Los problemas
cardiovasculares de gravedad, las lesiones cerebrales org nicas
y la met stasis cerebral eran consideradas contraindicaciones
para la psicoterapia psicodélica. Desde el punto de vista psi-
qui trico, había cierta tendencia a descartar a los pacientes
cuya psicopatología fuera acentuada, como en los casos que
ofrecieran una sintomatología psic<5tica o borderline.
El procedimiento consistía en tres fases recíprocamente ín-
terrelacionadas: una serie de sesiones sin droga, con los pacien-
es y sus familiares, la sesión psicodélica, y 'varias entrevistas
sin droga para la integración de las experiencias de la sesión.
El período preparatorio solía durar entre ocho y quince
horas, con un promedio de diez. Los beneficios y riesgos
potenciales inherentes a esta forma de terapia fueron abierta-
mente discutidos con el paciente- y su familia; era necesario,
por supuesto, que el consentimiento fuera dado con conod-
miento de causa. En la tarea psicoterapéutica, el foco primario
residía en la situación presente, en problemas tales corno el
de enfrentar y aceptar la diagnosis, la prognosis y la muerte;
no era norma general confrontar al paciente con el desenlace
fatal de su enfermedad. Los terapeutas sólo discutían las con-
secuencias de la diagnosis y la prognosis cuando el enfermo
estaba preparado. Siempre se confiaba en la sensibilidad in-
tuitiva de los terapeutas. Aunque los conflictos intrapsíquicos
de importancia eran tratados cuando afloraban durante el tra-
bajo psicoterapéutico, no se hacían esfuerzos constantes para
sondear en el material conflictivo profundo o en los traumas
de la niñez, tal como se ha hecho al trabajar con alcohólicos,
drogadictos y neuróticos.
Muchas de las discusiones con los pacientes giraban alre-
dedor de problemas filosóficos o religiosos. Era una meta
importante del período preparatorio llegar a un íntimo con-
tacto con el individuo a punto de morir.
234 LA VIDA DESPUS DI- LA MUERTE

Cuando llegamos al transfondo social de los pacientes, se


u. rgidos entre
prestó suma atención a los problemas irresueltos s "
o distorsiones de comuni-

cación habidas entre paciente, fami


el moribund Y sus familiares y a las

lia y personal clínico. Se


hicieron todos los esfuerzos posibles para esclarecer la inter-
acción personal, introducir honestidad en la situación y abrir
nuevos canales de comprensión. A los familiares se los veía
con el paciente y sin él, y se los estimulaba a exponer sus
pr . os puntos de vista acerca de la muerte. Había una ten-
OP!

dencia general a incrementar la comunicación todo lo posible,


con el propósito de superar el aislamiento psicológico que e' S
tan típico de los enfermos de c ncer.
Cuando se exploraron los problemas más importantes y se
estableció una relación de confianza entre el paciente y los
terapeutas, se hicieron planes para la sesión psicodélica. En
una entrevista especial, realizada el día inmediato anterior a
la sesión psicodéllca, el paciente recibía información específica
y abarcadora e instrucciones relativas a los inusitados estados
de conciencia inducidos por el LSD (o el DPT) y el mejor
modo de emplearlos constructivamente. Este período índuc-
tivo era particularmente interesante desde el @unto de vista
ofrecía muchos paralelos con la
iniciado antes de ingresar a un

aciente recibía una dosis de LSD,


microgramos, o una inyección
m@ de DPT, según ¨l estu-
La mi de las sesiones se cele-
del Sinai Hospital; sin embargo,
cuando el estado @ísico d( paciente lo permitía, la sesión se
llevaba a cabo en una de las dos salas especiales para trata-
mientos del Maryland Psychiatric Research Center o en casa
del paciente. Durante la sesión misma, se estimulaba al pa-
ciente a permanecer reclinado, con los ojos cubiertos por pan-
tallas y escuchar música estereofónica selecta. De acuerdo con
nuestras observaciones, tal internalización de la -sesión de LSD
podía conducir a las experiencias más profundas y beneficiosas.
Dos terapeutas, un hombre y una mujer permanecían con
el paciente durante el período activo de la droga, o sea entre
diez y quince horas en el caso del LSD y entre cuatro y seis

en el cual part
braban en salas pri
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 235

horas en el caso del DPT. Cuando era necesario, o adecuado,


se le ofrecía al paciente apoyo emocional, ya d ndole pal-
madas para tranquilizarlo, ya tom ndole la mano o acun ndo-
lo; nuestra experiencia indica que esto es más eficaz que la
conversación. Si se le hablaba en las primeras horas de la se-
sión, habitualmente era para estimular al paciente a ahondar
en su experiencia, confrontar todo el material que emergía y
expresar sus sentimientos con libertad. Después de varias
horas, cuando los procesos más importantes quedaban resueltos,
se le pedía al paciente que comentara la experiencia si así lo
deseaba. más tarde, en la fase final, se introducía a los fami-
liares en esa situación, y no era infrecuente que tal copartici-
pación fuera valiosa y se realizaran progresos en las relaciones
familiares.
Al día siguiente y durante la próxima semana, los terapeutas
ayudaban al paciente a integrar la experiencia del LSD con su
vida cotidiana. En la mayor parte de los casos, el contacto
con el paciente y su fatnilía continuaba más all de esta cir-
cunstancia. Si era necesario, se repetía la sesión de LSD; al-
gunos pacientes que sobrevivieron mucho tiempo llegaron a
las seis sesiones en un período de varios años. En otros, se-
guimos al paciente hasta el día de su defunción y luego traba-
jamos con los restantes miembros de su familia.
Los cambios observados en los moribundos cancerosos
durante el curso de la terapia psicodélica solían ser dram ticos
y afloraban en varios sectores. El más frecuente era el alivio
de la depresión, la ansiedad, la tensión, el aislamiento psicoló-
gico y el insomnio. Esto no era tan sorprendente, puesto que
previamente se habían observado resultados similares en diver-
sas categorías de pacientes psiqui tricos. más imprevista era
la mitigación o aun la desaparición del tenaz dolor físico que
sufrían algunos pacientes. En los casos tn s dram ticos, un
dolor que no habían podido controlar altas dosis de narcóticos
desaparecía por semanas o tneses al cabo de una sola sesiót)
con LSD. Pero el efecto más notable de la terapia psicodélici
consistía en una dram tica transformación del concepto de
muerte. Algunos pacientes se abrieron a ideas tales. corno la
primacía de la mente sobre la materia, la continuidad de
la conciencia después de la muerte, la 'supervivencia del alma
o el concepto de la reencarnación.
23ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Otra consecuencia de la terapia psicodélica que facilitaba


el encuentro con la muerte eran los cambios específicos pro-
ducidos en los juicios de valor. stos implicaban un vuelco de
la reflexión sobre el pasado y las inquietudes sobre el futuro
hacia un mayor énfasis en el aquí y ahora. También había
una tendencia definida hacia la pérdida de todo interés en el
status, el dinero, las posesiones y las ambiciones, y una incre-
mentada apreciación de las cosas simples de la vida.
No podemos discutir aquí en detalle la metodología de ese
estudio y sus resultados. Sólo brindaremos un breve resumen
de los datos obtenidos en un grupo de treinta y un cancerosos
tratados con psicoterapia respaldada por LSD. Los lectores
interesados pueden hallar más información y datos estadísticos
en diversas publicaciones previas.","
De acuerdo con el proyecto original de la investigación, cada
paciente debía completar tests psicológicos selectos antes y
después del tratamiento. Esto resultó ser, sin embargo, una
expectativa poco realista, en la medida en que los tests requie-
ren una concentración que para muchos pacientes de c ncer
es casi imposible a causa del agotamiento y el dolor físicos.
Por lo tanto, se puso énfasis en las estimaciones realizadas por
los observadores externos antes que en los tests psicológicos.
A tal propósito, una escala especial de estimación fue disecada
por Pahnke y Richards. Este instrumento posibilitaba la obten-
ción de valores que oscilaban entre -ó y +ó y reflejaban el
grado de depresión, aislamiento psicológico, ansiedad, dificul-
tades de, conducta, temor a la muerte, preocupación por el
dolor y (a partir de una reciente revisión) la negación de la
inminencia de muerte por porte del enfermo. Las estimaciones
por este medio se realizaban un día antes y tres días después
del tratamiento, con ayuda de médicos, enfermeras, familiares,
terapeutas y coterapeutas.
Luego realizamos constatacíones estadísticas con las aprecia-
,cíones previas y posteriores a la sesión, de acuerdo con el valor
asignado por el paciente a cada uno de los que operaban con
la escala estimativa, Los cómputos de tales estimaciones se
hicieron por separado para cada una de las subescalas indivi-
duales y también por los representantes de las seis categorías
de evaluadores.
Adicionalmente, se obtuvo un índice compuesto de cada
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA muF-pTE 237

una de las categorías de desesperación combinando las estima-


ciones de todos los evaluadores. La mejora del paciente se
comprobaba mediante la comparación entre los índices cotn-
puestos previos y posteriores al tratamiento. Para obtener una
apreciación del grado de mejoría, se diseñó un índice global de
la condición clínica de cada paciente estableciendo un paralelo
entre las estimaciones individuales y las categorías clínicas.
La utilización de este índice global posibilitó calcular el por-
centaje de éxito terapéutico. Puede definirse "Mejoría dra-
m tica" como un incremento del índice global en cuatro o
más puntos, y "mejoría moderada" como una elevación de
dos a cuatro puntos; los pacientes que revelan un incremento
de menos de dos puntos, o una baja equivalente, pueden ser
considerados como "sin cambios esenciales". De acuerdo con
tal definición, nueve pacientes (29 9o) revelaron una mejoría
dram tica, trece (41,9 %) una mejoría moderada, y nueve
(29 %) se mantuvieron sin cambios esenciales. Sólo dos pa-
cientes acusaron un índice global más bajo en el período pos-
teríor al tratamiento; en ambos, la baja era mínima (-0,21
y 0,51 puntos respectivamente).

La significación de la terapia psicodélica suministrada a los


cancerosos trasciende el estrecho marco de la fugaz ayuda ofre-
cida al paciente. La muerte siempre introduce una crisis en
cualquier familia. Parece que el período de duelo es afectado
por el grado y la índole de los conflictos surgidos con el mo-
ribundo en el período prevío a su defunción. Los parientes
pueden experimentar sentimientos ambiguos en cuanto a la
pertinencia de sus decisiones en ese momento particular. Se
ha estudiado muy poco la relación entre la situación existente
en el momento de la agonía y la índole de la subsiguiente
congoja. Los psiquiatras practicantes conocen muy bien, sin
embargo, la importancia crucial que tiene el modo en que
alguien afronta la muerte de una figura emocional relevante.
La terapia psicodéfica con los cancerosos, al incluir a los fami-
liares, ofrece una oportunidad única al ejercicio de la medicina
preventiva. Mediante una intervención terapéutica adecuada,
tenemos la oportunidad de aliviar la muerte del que la padece
y, al mismo tiempo, de ayudar a los deudos a afrontar este
profundo trauma de una manera saludable.
238 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Pese a su potencial terapéutico, las sustancias psicodélicas


tienen un uso no-medicinal tan vasto y sufren leyes tan. res-
trictivas que el futuro de esta terapia es incierto. Sea cual
fuere el destino de tales tratamientos, la investigación antes
descripta suscitó más optimismo en cuanto a una zona que
era contemplada con suma ansiedad y desesperación. Hoy hay
esperanzas de que un día pueda transformarse radicalmente la
experiencia del morir, mediante medios químicos o poderosas
técnicas que prescindan de la droga.

Pocas ideas y creencias han aflorado en la historia de la


humanidad con el mismo grado de constancia y asiduidad que
las relacionadas con la continuación de la existencia más all
del momento de la defunción biológica. El concepto de ultra-
mundo ha cobrado varias formas específicas, pero la idea b sica
subyacente es la misma: la muerte no constituye el término
absoluto de la existencia humana y de un modo u otro la vida
o la conciencia han de perdurar. A veces la imagen del tras-
mundo es concreta y real, no disímil de la existencia terrena.
Con más frecuencia, los reinos del más all tienen caracterís-
ticas especiales que los distinguen de cuanto se conoce en la
tierra. Muchos han desarrollado una concepción del viaje pós-
tumo del alma en el cual el muerto debe padecer un complejo
proceso de transiciones por diversos niveles y reinos del otro
mundo.
En la literatura psiqui trica y psicológica, el concepto de
vida ultraterrena y el viaje espiritual después de la muerte
han sido generalmente tratados como manifestaciones del pri-
mitivo pensamiento m gico, o bien como una expresión de
renuencia e incapacidad para aceptar el he¨ho de la perennidad
humana. Hasta hace poco, rara vez se pensaba que las des-
cripciones de las póstumas aventuras del alma procedentes de
las culturas antiguas y exóticas pudieran reflejar una realidad
de la experiencia. Los informes sobre experiencias de indivi-
duos que sobrevivieron a la muerte clínica indican que ese
viaje representa el auténtico mapa de estados alterados de la
conciencia según los padecen los moribundos. La investigación
psicodélica ha aportado importantes datos adicionales de ín-
dole fenomenológica y neurofisiol<Sgica que señalan que las
experiencias vinculadas a complejas secuencias mitológicas, re-
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 239

lígiosas y místicas, antes, durante y después de la muerte,


bien podrían ser una realidad clínica. La posibilidad de des-
pojar este campo de supersticiones y fantasías y de someterla
al escrutinio científico es tan interesante que bien merece una
discusión sistem tica.
Los estudios comparativos de las nociones del otro mundo y
d-ll póstumo viaje del alma revelan asombrosas similitudes
entre culturas y grupos étnicos bien diferenciados histórica y
geogr ficamente. La recurrencia de ciertos temas y motivos
en diversas épocas y en países remotos entre sí es absoluta-
mente notoria. La idea de un hogar definitivo para los justos,
a su muerte, ll mese cielo o paraíso, aparece en muchas cul-
turas diferentes.
La noción de infierno o purgatorio, un sitio donde los di-
funtos ser n expuestos a torturas inhumanas, es tan ubicua
como la del cielo o paraíso. Al igual que los varios paraísos,
no es un lugar donde el muerto permanezca para siempre,
sino apenas una etapa transitoria en el ciclo de nacimiento,
muerte y resurrección.
Otro tema recurrente en la mitología escatológico es el
juicio de los muertos. El arte cristiano abunda en imágenes
donde los ngeles y los demonios combaten por las almas de
los muertos, o en pinturas del Juicio Final, con los justos ele-
v ndose al cielo y los réprobos devorados por las fauces del
infierno. La tradición musulmana menciona un puente sobre
el infierno por el que deber n cruzar todos los muertos. Los
creyentes podr n mantener el equilibrio y cruzar exitosamente;
los infieles se deslizar n para caer al abismo infernal. En la
religión zoro strica había una ordalía similar, el "Puente del
Separador". Los justos podían ingresar f cilmente al júbilo
eterno; los viles caían en manos del demonio Vizarsh. En la
versión más antigua del Juicio de los Muertos, hallada en el
Libro de los Muertos egipcio (circa 2400 a.C.), la psicóstasís
tiene lugar en la Sala de las Dos Verdades. El corazón del
muerto es sopesado con la pluma de la diosa i'Jaat, símbolo
de la verdad y la justicia. Quien se encarga de sopesarlos es
el dios Anubis, con cabeza de chacal, mientras que el dios
TI-ioth, con cabeza de ibis, consigna el veredicto como- un juez
imparcial. El monstruo triforme Amemet, Devorador de las
Almas, se yergue dispuesto a engullir a los que padecen un
240 LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTF,

juicio adverso. Horus le presenta los justos a Osiris, quien


los acepta en los placeres de su reino. En la versión tibetana
de la escena del juicio, en el Bardo Th¨Sdol, el administrador de
la verdad y la justicia se llama Dharma-Raja, el Rey de la
Verdad, o Yama Raja, el Rey de los Muertos. Est adornado
con cr neos humanos y sostiene el espejo del karma que re-
fleja cada acto bueno o malo del compareciente. De la sala
del tribunal salen seis senderos k rmicos que conducen a di-
versos lokas, reinos donde el muerto renacer de acuerdo con
sus créditos y débitos.
El destino de los muertos suele ser representado como un
sendero, un viaje, o una secuencia específica de hechos. Al-
gunas representaciones parecen primitivas e ingenuas, otras
ofrecen una compleja y sofisticado cartografía de la experíen-
cia. Existen profundos paralelos entre las características b si-
cas del viaje póstumo del alma según lo representan diversas
culturas y las experiencias que caracterizan el viaje del cham n,
la iniciación de los misterios, y los rites de passage o ritos
ínici ticos.
Las descripciones de las aventuras espirituales de los mori-
bundos y los muertos, tal como las presentan las mitologías
exóticas o en sus versiones más sofisticadas (como la del bu-
dismo tibetano) han llamado muy poco la atención de los
científicos occidentales. La mitología escatológico ha sido tra-
tada como una expresión de la negación masiva de la peren-
nidad del hombre y como un intento por superar el miedo a
la muerte y a lo desconocido. No influyó sobre esta situación
el hecho de que los relatos de experiencia de muerte y de
proximidad con la muerte, y de las observaciones de médicos
y enfermeras sobre pacientes en su lecho de muerte, revelaran
gran sitnilitud con las descripciones antiguas y exóticas de la
fenomenología de la muerte. Dos excepciones, por lo menos,
merecen mencionarse. Carl Gustav jung, gracias a sus exten-
sos estudios de mitología comparada, su inusitada capacidad
i-ntuitiva y su propia experiencia de proximidad con la muerte
reconoció el extraordinario valor del Bardo Th¨Sdol y de textos
similares, que describen las experiencias post-mortem, para la
comprensión de la mente humana. Las vio como manifesta-
ciones de arquetipos, matrices transindividuales de nuestro in-
consciente, que configuran una parte integral de la psique
I)ROGAS PSICODLICAS Y F-XPERIENCIA DE LA mul-IITF- 241

humana y que, bajo ciertas condiciones, pueden hallar CXpre-


. s individuales. AldOus lluxley
sión en vigorosas experiencia

-1- ciclo e infierno representan

sugirió que nociones como las U'- modo convin-


rellidadés subjetivas que se experimentan de
cente en los estados mentales inducidos mediante drogas u

otras técnicas, clínica sistem tica con ~l LSD ha ítPortadO

La investigas respaldan las ideas de Jung y de Hux-

amplios testimol saben de antropología y mitología ex-


ley. sujetos.qu písodios y aun secuencias tem ticas

perimentan 'mi ,,.brosa similitud con las des-


completas que presentan una

ciones aíe póstumo, del alma Y con los tn'ster'os de

crip varías culturas. Las drogas PsicOdé-


muerte, y estudio de los profundos patalelos y

ricas han - tre las experíe-"r-iils


existentes en

las inusit st_morten, diseñados por va-


de muert, psicológicos que tienen lugar

rias culturas, aconteci

en los rítos ticos, los misterios Y Otros rituales Centrl-


dos en la muerte Y el renacimiento, los estados reducidos me-
diante la dregav otros casos de alteración de la conciencia. El
extenso niapa del inconsciente humano trazado en base a las
observaciones de la investigación con LSD es aplicable a todos

los estados antes descriptos.


El detallado an lisis fenomenológico de lo sucedido en las
sesiones con LSD de buena pette de individuos tevela un
hecho fascinante. Estas sesiones no sólo contienen matrices y
secuencias vivenci les que concuerdan con las que hallamos

en las mitologías o
expresa en términ
,tales totalmente a
,riencia del cielo, e

sino que con frecuencia se las


específico de reas cultu-
. nta. Así, la expe-

de los muertos no sigue


necesariamente, en sujetos europeos y americanos, la tradición
esperar. A veces, sujetos sin
emplo, detalladas secuencias de
o @nista> o complejas escenas
los Muertos egipcio, que ilustran
n de la barca del sol con sus ene-
uat. Los paralelos entre algunas
ThzSdol tíbetano son tan sorprendentes
década del sesenta, Leary, Metzner y

rn gos as
experiencias Ba

rned@ d-
242 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Alpert 13 recomendaron el uso de este texto sagrado como guía


para las sesiones psicodélicas. Del mismo modo, las secuencias
de muerte-resurrección pueden ser experimentadas por algunos
sujetos mediante una identificación con la pasión, la muerte y
la resurrección de Cristo. Otros, sin embargo, tienden en este
punto a identificarse con Osiris, Dioniso, Adonis, o las víc-
timas sacrificadas al dios-sol azteca. El golpe que finalmente
provoca la muerte del yo también puede experimentarse COMO
procedente de la terrible diosa Kali, de Shiva el Destructor,
de las Bacantes, o del dios egipcio Set. Así, el simbolísmo
cultural específico puede ser muy preciso y pormenorizado.
La sofisticado estructura de tales secuencias puede trascen-
der el trasfondo educacional y la especialidad del que las vi-
vencia; el origen y la naturaleza de tal información resulta
un misterio. Seguir el ejemplo de jung y denonúnar arque-
tipos a tales fenómenos nos da una etique,,a, pero no resuelve
el problema. Es obvio que los investigadores cuentan con una
gran tarea para el futuro.
Las hondas similitudes entre la experiencia del morir (y la
muerte) y las sesiones de LSD pueden demostrarse describien-
do un episodio de la historia de Dean, un paciente negro de
2ó años con un avanzado c ncer de colon, quien participó en
nuestro programa de terapia psicodélica.

"En una etapa avanzada de su c ncer, Dean súbitamente manifestó


una grave uremia. Varios años antes, habían debido extirparle un riíí n
porque éste padecía un crecimiento maligno. En este punto, la uretra
del otro rífíón se obstruyó por la infección y Dean comenzó a intoxi-
carse con Tus propios desechos. Los cirujanos demoraban la operación,
el pa~ pregunt ndose si tenía sentido una Intervención que, en el
mejor de los casos, sólo prolongaría la vida de Dean por unas semanas.
"Después que Dean hubo pasado ocho días atacado por su uremia
progresiva, recibimos una urgente llamada telefónica de su esposa, a las
cinco de la mañana. Esa noche Dean había visto a Stan en un sueflo
y quería discutir un asunto que consideraba de extrema importancia.
Llegamos al hospital casi una hora más tarde; para entonces el estado
de Dean había empeorado y él parecía haber entrado en coma. Lo
rodeaban varios parientes, qiiienes intentaban comunicarse con él; no
había reacción alguna, salvo un tnurmullo ocasional e incomprensible. Al
parecer, la muerte de Dean era inminente. Mentras Stan consolaba a
Flora y a los parientes, tratando de ayudarlos a aceptar lo inevitable,
joan se sentó junto a Dean y le habló con suavidad, utilizando su versión
occidentalizada de las instrucciones del Bardo 11¨3dol. Esencialmente le
sugería que se moviera hada la luz y se fundiera con ella, sin temer su
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 243

esplendor. Cuando todos los asistentes parecían haber aceptado la situa-


ción, sucedió algo totalmente inesperado. A último momento, el equipo
quirúrgico decidió operar; sin previo aviso, dos enfermeros entraron a
la sala, trasladaron a Dean a una camwa y lo llevaron a la sala de
operaciones. Todas las personas de la sala se consternaron ante lo que
parecía una intrusión brutal en una situación especial e íntima.
"Durante la operación Dean padeció dos paros cardíacos cuyo resultado
fue la muerte clínica. En ambas ocasiones se lo resudtó. Cuando lo
visitamos por la tarde en la sala de terapia intensiva (ICU: Intensive
Care Unít), recién se recobraba de su anestesia. La miró a joan y nos
asombró con un comentario imprevisto aunque acertado: 'ISe cambió
usted el vestido!' Neg ndonos a creer que alguien en estado de coma
observara correctamente y luego recordara semejante sutileza, comenza-
mos a interrogarlo sobre la índole de sus experiencias en la mañana de
ese día. Comprobamos que había percibido atinadamente a la gente
de la sala, así como sus actos y conversaciones. Inclusive notó que en
un momento las l grimas habían rodado por las mejillas de Joan. Al
mismo tiempo, sin embargo, se vio envuelto en una serie de experiencias
inusuales que parecieron desarrollarse en por lo menos tres niveles. Escu-
chó la voz de joan y reaccionó ante sus sugerencias. La oscuridad ni-
cial fue reemplazada por una luz brillante, y él pudo acercarse a ella y
fundirse con ella. Simult neamente, vio una película sobre el cielo raso,
una vívida representación de todas las cosas malas que había hecho en la
vida. Vio el desfile de los rostros de toda la gente que había matado
en la guerra de Corea y de los jóvenes que había golpeado cuando ado-
lescente. Tuvo que sufrir los dolores y agonías de toda la gente que
había maltratado en su vida. NUentras pasaba esto, tuvo conciencia de
la presencia de Dios, que lo observaba y juzgaba esta resefla k rmica.
Antes de que lo dej ramos, manifestó con énfasis su satisfacción por
haber realizado tres sesiones de LSD. Encontraba la experiencia de la
verdadera muerte en extremo similar a las experiencias psícodélicas y
consideraba que éstas eran un entrenamiento y una preparación exce-
lentes. 'Sin las sesiones, me hubiera asustado terriblemente ante lo que
ocurría, pero conociendo esos estados no tuve miedo en absoluto."'

La experiencia de Dean es muy importante. Ofrece algo


más que una simple demostración de los paralelos formales
entre la situación del morir y la fenomenología del efecto del
LSD. Dean era una de las personas que había experimentado
ambos estados y podía hacer una comparación v lida entre
ellos. Su afirmación explícita en cuanto a la profunda simi-
litud entre su experiencia de agonía y las sesiones de LSD
confirmaban nuestras conclusiones, basadas en observaciones
clínicas durante las sesiones de LSD, en el estudio de la lite-
ratura antropológica y mitológico, el an lisis de los relatos de
quienes habían sobrevivido a la muerte clínica, y, last but not
least, en varias situaciones similares a la de Dean.
244 LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE

Todo esto indica claramente que el inconsciente humano


contiene patrones para una amplia variedad de experiencias
que constituyen los elementos b sicos del viaje espiritual del
moribundo. Las técnicas y las circunstancias capaces de activar
tales matrices y transformar su contenido latente en una ex-
periencia vívida y consciente abarcan un radio muy amplio.
Incluyen las sustancias psicodélicas, el aislamiento sensorial,
así como la sobrecarga sensorial mediante luces y sonidos, la
hipnosis, el c ntico monótono y el baile rítmico, la falta de
sueño, la aceleración y varias técnicas de meditación y pr c-
tica espiritual. Algunos estados patológicos tienen un efecto
similar, como ocurre con un severo stress emocional y físico,
las enfermedades postrantes, las intoxicaciones y ciertas heri-
das y accidentes. Por razones que no son claras en el actual
estado de nuestros conocimientos, en ciertas psicosis, en parti-
cular la esquizofrenia y la melancolía, se activan los niveles
perinatal y transpersonal del inconsciente.
En el moribundo, tales matrices inconscientes pueden ser
activadas por mecanismos muy diferentes. El gatillo específico
depender en cada caso de la personalidad del sujeto, de su
estado físico y mental, del tipo de enfermedad, y de los órga-
nos afectados. En este artículo nos limitaremos a reseñar los
factores más obvios al respecto. Los estudios de Heim,"
Noyes,", "l Rosen 17 y otros han demostrado con claridad que
una súbita confrontación con la muerte puede desencadenar una
inusitada experiencia subjetiva aun si el organismo est n-
tacto. En este caso, el único mecanismo concebible es una
regresión psicológica producida por un shock o stress emocio-
nal muy severo. Es posible que una versión mitigada del mis-
mo mecanismo opere en individuos que afrontan una perspecti-
va de muerte menos inminente. En los individuos moribundos
existe, sin embargo, una variedad de profundos cambios org -
nicos que pueden funcionar como gatillos de las matrices in-
conscientes. Muchas enfermedades interfieren la nutrición y
el sueño adecuados del paciente y se asocian con diversos gra-
dos de inanición y de insomnio.
Con frecuencia, la inundación del organismo con productos
tóxicos es responsable de profundos cambios psicológicos. Es-
to sucede especialmente en el caso de enfermedades hep ticas
y renales, puesto que el hílado desempeña un importante
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 245

papel en el proceso de eliminación de varias sustancias tóxicas


y el riñón elimina los desechos del organismo. Los cambios
mentales son particularmente profundos cuando el individuo
sufre de una progresiva afección de los riiíones con una sub-
secuente uremia. También puede resultar un alto grado de
autointoxicación a partir de desórdenes asociados con la des-
integración de los tejidos, como en el c ncer o las enfermeda-
des infecciosas o postrantes. Las consecuencias psicológicas de
una dolencia física son más f cilmente comprensibles si el pro-
ceso patológico afecta al cerebro; esto ocurre en pacientes con
meningitis, encefalitis, lesiones en la cabeza, tumores cerebra-
les y otros tipos de lesión cerebral org nica. La anoxia, o
insuficiente provisión de oxígeno en los tejidos corporales, es
de tal importancia como activante de matrices inconscientes
que merece un comentario más detallado. En los moribun-
dos, la anoxia es un estado sumamente frecuente. Puede ser
causada por procesos pulmonares que reducen la cantidad de
oxígeno que se toma (enfisema, tumores pulmonares, neu-
monía, tuberculosis y otras), por distribución inadecuada de
oxígeno, como en el caso de la anemia o las insuficiencias car-
díacas, o por interferencia en el traslado enzim tico del oxí-
geno a un nivel subcelular. Es bien sabido por diversas fuentes
que una provisión limitada de oxígeno o un exceso de dióxido
de carbono produce estados mentales anormales. Los experi-
mentos con la c mara anóxica han demostrado que la falta de
oxígeno puede producir experiencias inusitadas, al igual que
el LSD. McFarland "' ha demostrado que la reacción psico-
som tica a la anoxia est directamente relacionada con la
personalidad preexperimental del sujeto.' Los neurótícos tíe-
nen mucha menor tolerancia a la situación y tienden a reaccio-
nar de inmediato con arduos síntomas psicosom ticos. Los
hallazgos de McFarland revelan asombrosos paralelos con los
resultados de la investigación con LSD. En 1950, Meduna "
publicó un libro sobre el empleo terapéutico del dióxido de
carbono en los desórdenes emocionales. La llamada mezcla
de Meduna (70 % de oxígeno y 30 % de dióxido de carbono)
puede producir, tras una breve inhalación, idénticas experien-
cias que las que se conocen en las sesiones de LSD. La simi-
litud es tan íntima que esta mezcla puede ser empleada como
herramienta prognóstica antes de las sesiones con droga; la
24ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

índole de la reacción del sujeto al dióxido de carbono predice


con bastante acierto la reacción que esa persona tendr ante
el LSD. También puede ser empleado antes de la sesión para
familiarizar al sujeto con los inusitados estados mentales que
experimentar bajo el efecto del LSD o, después de la sesión,
para trabajar con los problemas residuales que permanecieron
irresucitos en la sesión. Las técnicas para restringir la provi-
sión de oxígeno han sido ampliamente utilizados en todas las
épocas en el proceso de inducir experiencias inusuales. Así,
ciertos rituales aborígenes incluyen la sofocación por medios
mec nicos, casi hasta la asfixia, o la inhalación del humo. Se-
gún algunas fuentes, la forma original del bautismo incluía
una violenta situación en que se "tgaba casi a la asfixia, siendo
el resultado una profunda experiencia de muerte-resurrecci n.
Cabe mencionar, al respecto, una descripción anecdótico de la
interacción entre un gurú y su discípulo. El gurú sostiene
la cabeza del discípulo bajo el agua durante un excesivo pe-
ríodo de tiempo, y sólo lo dejar asomar después de reiteradas
señales de desesperación. Mientras el discípulo, con el rostro
azulado y los ojos sobresalientes, jadea en busca de oxí eno,
9
el gurú le pregunta: "¨Quieres el conocimiento o el aire?" El
pranayama hindú recurre a períodos de hiperventilación alter-
nados con una prolongada contención del aliento para inducir
una experiencia espiritual. Otras técnicas hindúes implican la
obstrucción de la laringe con la lengua vuelta hacia atr s,
la cerrazón de las arterias de la car<Stida, o una prolongada
suspensión de los pies con la consecuente congestión de la
sangre en la cabeza y la anoxia cerebral. Los taoístas pro-
pician una técnica respiratoria durante la meditación en la cual
la entrada del aire es tan lenta y poco notoria que si se ubica
una plumita frente a las fosas nasales, aquélla permanece
inmóvil.
Es posible que las similitudes entre las experiencias con
LSD y los efectos concomitantes de la anoxia no sean mera-
mente accidentales. Se han establecido numerosas hipótesis
para explicar los efectos bioquímicos y farmacológicos del LSD.
Existen ciertas pruebas de laboratorio que indican que el LSD
podría interferir con la circulación del oxígeno a nivel enzi-
m tico. Abramson y Evans, quienes estudiaron los efectos del
LSD en un pez luchador siamés (Betta splendens), describie-
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 247

ron una variedad de reacciones vegetativas, motrices y con-


ductuales ante la droga. El pez reaccionaba mediante una
íncrementada pigmentación y posturas o movimientos carica-
turescos; los autores bautizaron algunos de estos fenómenos
con nombres especiales, tales como efecto de "la zambullida
cartesiano", del "rodar del barril", o del "estado de trance".
En otro estudio, Weiss, Abramson y Baron obtuvieron efec-
tos similares empleando dosis moderadas de dos sustancias
-el cianuro de potasío y el cido de sodio- que inhiben la
respiración de los tejidos; algunos de estos fenómenos también
podían inducirse mediante la anoxia y la asfixia. Aunque las
pruebas directas de laboratorio relacionadas con el efecto inhi-
bitorio del LSD sobre la oxigenación de los tejidos es contro-
vertida y poco concluyente, la posibilidad de tal efecto tiene
sumo interés desde el punto de vista del tema comentado.
Ya hemos mencionado que la anoxia es bastante frecuerrte
en los moribundos. Así, en el estudio emprendido por Karlís
Osis " sobre las observaciones hechas por médicos y enferme-
ras ante lechos de muerte, la anoxia era muy a menudo des-
cripta por los médicos como el principio que explica las vi-
siones, apariciones y otras experiencias inusuales. Si la falta
de oxígeno y el exceso de dióxido de carbono pueden producir
efectos similares al LSD, entonces una combinación de ambos
factores podría ser responsable por algunas de las experiencias
inusuales que acompañan y suceden a la muerte clínica. En
los casos en que la muerte se origina en la cesación del ritmo
cardíaco, los tejidos corporales pueden sobrevivir un tiempo
utilizando el oxígeno presente en la sangre y transform ndolo
en dióxido de carbono. En cuanto a las células cerebrales,
esta situación se prolonga cerca de diez minutos antes que
haya daño irreversible. Cabe concebir que los procesos cere-
brales tienen, durante este lapso, sus correspondencias cons-
cíentes. Si creemos que la conciencia se relaciona con reas
subcorticales del sistema nervioso central, dicho lapso sería
de mayor duración, puesto que los elementos celulares en las
zonas más arcaicas del cerebro son menos sensibles a la caren-
cia de oxígeno y pueden sobrevivir por más tiempo.
En tales circunstancias, el occiso experimentaría lo que se
llama un estado alterado de conciencia, similar a los inducidos
mediante el LSD o la mezcla de Meduna. La activación de
248 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

matrices psicodin micas, perinatales y transpersonales del in-


consciente da por resultado experiencias en que se vislumbra
el paso de la propia vida, el juicio final, el infierno, el purga-
torio, el cielo u otros elementos del viaje póstumo del alma
según lo representan diversas tradiciones. Además est la cues-
tión del tiempo. Quien padece un estado alterado de con-
ciencia experimenta el tiempo de un modo muy distinto a
nuestra cotidiana percepción del tiempo de relo . Durante va-
rios minutos de tiempo objetivo, los que ingieren LSD pueden
experimentar subjetivamente vidas enteras, Siglos, milenios,
aun eones. Del mismo modo, el moribundo puede reseñar
toda su vida en pocos segundos y en escasos minutos de reloj
puede experimentar todo un viaje cósmico. En tales circuns-
tancias, una hora puede ser percibido como un segundo, y una
fracción de segundo puede transformarse en la eternidad.
Aquí, la psicología de los estados inusitados debe aguardar
un Einstein capaz de construir las ecuaciones que gobiernan
estas extraordinarias transformaciones del espacio-tiempo ob-
jetivo al subjetivo.

La objeción más obvia a esta idea es la alternativa que nor-


maimente se toma como un hecho: la pérdida instant nea y
permanente de la conciencia en el momento de la muerte clí-
nica, comparable a la que tiene lugar durante la anestesia ge-
neral o después de una conmoción cerebral. Los relatos sub-
jetivos de los supervivientes a la muerte clínica revelan al
respecto que podría haber más de una alternativa. Interesantes
observaciones con respecto a la anestesia general podrían men-
cionarse para demostrar la complejidad de los problemas im-
plicados. En la llamada anestesia disociativa inducida por la
ketamina (Ketalar), los pacientes experimentan una variedad
de estados mentales inusitados mientras que parecen incons-
cientes a ojos del observador externo. Las operaciones realiza-
das en estas condiciones son posibles no porque la conciencia
esté extinguida, sino porque se ha reconcentrado dr stica-
mente. Quienes ingieren LSD suelen revivir todas las sensa-
ciones de las operaciones realizadas bajo anestesia profunda de
tipo convencional. En otros ex erimentos, hubo pacientes
capaces de reconstruir, bajo influencia hipnótico, las conver-
saciones ocurridas durante una operación en que ellos habían
estado bajo anestesia total.
DROGAS PSICODLICAS Y FXPERIENCIA DE LA MUERTIE 249

Si existe una razonable posibilidad de que la experiencia de


la muerte sea un proceso complejo, al menos tan complicado
y rarnificado como la vida misma, los esfuerzos consagrados
a la antigedad y a las culturas exóticas al respecto súbita-
mente afloran bajo una nueva luz. En vista de la relevancia
psicológica de este hecho, vale la pena, por cierto, aprender
tanto correo se pueda sobre dicho proceso, familiarizarnos con
los mapas del viaje póstumo, y, de ser posible, adquirir pr c-
tica y entrenamiento en cuanto a los estados inusitados de
conciencia que implica. Muchas culturas no occidentales ofre-
cen a sus integrantes la oportunidad de familiarizarse con tales
estados. En otras, la experiencia de la muerte ez, regulamente
representada en el marco de los ritos inici ticos. En nuestro
mundo, la muerte toma al individuo por sorpresa y normal-
mente lo halla totalmente falto de preparación.

Los procedimientos específicos que posibilitan experimentar


secuencias profundas de muerte psicológica y resurrección,
además de otros fenómenos perinatales y transpersonales, po-
drían ser, sin embargo, entrenamiento y preparación más que
suficientes para la transición final. Hay indicios de que lo
que el individuo ha experimentado en vida modifica en efecto
el modo en que haya de morir. Parece que parte de los conflic-
tos y dolores relacionados con el proceso de muerte en ciertas
personas obedece al hecho de que los cambios fisiológicos y
bioquímicos del organismo activan dificultosas matrices in-
conscientes. Así, parte al menos del problema de la muerte
podría relacionarse con conflictos irresueltos de la historia del
individuo y con la representación del dolor del nacimiento,
que no ha sido elaborada e integrada a la conciencia. Cabe
mencionar una observación importante para respaldar esta po-
sibilidad. En los pacientes que tuvieron muchas sesiones con
LSD, las primeras experiencias solían contener mucho material
psicodin mico y dram ticas secuencias perinatales. Si las se-
siones prosiguen, dichos puntos pueden ser resueltos y todas
las sesiones subsiguientes son de índole transpersonal, religio-
sa y mística. Cuando a tales pacientes se les suministra inha-
ladones de mezcla de Meduna en el curso de su terapia con
LSD, su reacción al dióxido de carbono cambiar según la
etapa del tratamiento con droga. En los intervalos entre las
primeras sesiones con LSD, la mezcla evocar visiones de figu-
250 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

ras geométricas abstractas y,recuerdos de la niñez. La misma


combinación de gases, suministrada más tarde, cuando dichos
pacientes est n elaborando material perinatal, desencadenar
secuencias de conflicto muerte-resurrección. En los estadios
avanzados del tratamiento psicolítico, cuando las sesiones de
LSD son de índole predominantemente transpersonal, la mez-
cla de Meduna inducír estados místicos y religiosos, o aun
experiencias de encarnaciones pretéritas. La terapia psicodélica
practicada con cancerosos ofrece algunos testimonios directos
de que las sesiones psícodélicas no sólo pueden cambiar la
concepción de la muerte y la actitud hacia ella, sino la misma
naturaleza y los contenidos de la experiencia del morir. Todas
las observaciones descriptas parecen confirmar el punto de vis-
ta expresado con tanta claridad y concisión por Abrah n de
Sancta Clara. un monje agustiniano austríaco: "El hombre que
muere antes'de morir, no muere al morir."
Las presentes dificultades para el suministro de terapia psi-
codélica inducen a pensar, naturalmente, en el alcance pr ctico
de cuanto comentamos. Como las objeciones más acendradas
contra el uso profesional del LSD y otras sustancias psicodé-
licas son de índole emocional antes que científica, es difícil
predecir hoy el futuro de esta terapia. La tarea realizada ha
permitido, no obstante, trazar un mapa del nuevo territorio,
advertir la naturaleza de los problemas que presenta, y des-
cubrir ciertos mecanismos terapéuticos aplicables a dicho sec-
tor. En la época presente, muchos investigadores individuales
tratan de desarrollar alternativas psicodéficas sin drogas, basa-
das en los mismos principios generales.
No es necesario ' sin embargo, esperar a que la terapia con
LSD vuelva a ser legalizada o a que se desarrollen procedi-
mientos sin droga para alterar la conciencia. Un examen más
íntimo revela que los estados inusitados de la conciencia, tal
como los que produce el LSD, tienen lugar espont neamente
en muchos individuos por razones de naturaleza fisiológica,
bioquímica y psicológica. En el presente estado de conocimíen-
tos, tales estados son normalmente considerados complicaciones
psiqui tricas y se los anula mediante tranquilizantes. De acuer-
do con nuestra experiencia, un psicólogo o psiquiatra sensible
puede usar al menos algunos de estos estados constructivamen-
te, tal como en una experiencia con LSD. Con apoyo y guía
DROGAS PSICODLICAS Y EXPERIENCIA DE LA MUERTF- 251

adecuados, tales episodios pueden revelarse como significativos


y benéficos para el moribundo. Tal aproximación requiere, sin
embargo, una brusca alteración de nuestros valores: en lugar
de enfatizar la prolongación mec nica de la vida, deberemos
interesarnos en el aspecto cualitativo de la experiencia de la
muerte.
Cabe decir unas pocas palabras sobre la relación entre reli-
gión y ciencia que parece aflorar a partir de estos estudios.
En la época presente, el punto de vista predominante es que
los descubrimientos y progresos de la ciencia han desacredi-
tado la validez de las creencias religiosas. Los conceptos y
suposiciones b sicos de las religiones, si se los toma literal-
mente, parecen ingenuos, pueriles y absurdos. Los astrónomos
han indagado vastas zonas del universo y no queda lugar para
esferas celestiales, jerarquías angélicas o para el mismo Dios.
Las investigaciones geológicas y geofísicas han precisado la
estructura y composición de la corteza y el interior de la tierra;
i@o se descubrió el infierno. Lo que atacó y desmintió la cien-
cia contempor nea, sin embargo, es la creencia ingenua y pri-
mitiva en que las concepciones religiosas b sicas tengan una
existencia objetiva en el universo físico tridimensional tal
como lo experimentamos cotidianamente. Las observaciones
de la investigación con LSD indican claramente que el júbilo
del paraíso, los horrores del infierno y el ext tico arrebato de
la salvación pueden ser experimentados con una vividez que
excede nuestras percepciones cotidianas. Las matrices para
tales experiencias parecen ser parte intrínseca de la persona-
lidad humana.
El reconocimiento y la exploración de dichas dimensiones
es vital para una comprensión más profunda de la naturaleza
humana.

NOTAS

W. A. Emboden, "Ritual Use of Cannabis sativa L.: A Historical-


Ethnographic Survey", en Flesh ol tbe Gods, ed. P. Furst (1972).
2 R. G. Wasson, Soma: Divine Mushroom of Immortaiity.
3 L. A. Huxley, Tbis Timeless Moment (19ó8).
4 E. C. Kast, "The Analgesic Action of Lysergic Acid Compared
with Dihydromorphinone and Meperidine", en Bull. ol Drug Addiction
and Narcotics, App. 27, 3517 (19ó3).
LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

5 Idem., Pain and LSD-25: "A Theory of Attenuation of Anticipa-


tion", en LSD: Tbe Consciousness Expanding Drug, ed. D. Solomon
(19ó4).

8 Idem., V. J. CoUins, "A Study of Lysergic Acid Diethylamid As


A,n Analgesic Agent", en Anaestb. Analg. Curr. Res., 43, 285 (19ó4).
7 Idem., "LSD and the Dying Patient", en Chicago Med. Sch. Quart.,
2ó, 80 (19óó).
8 S. Cohen, "LSD and the Anguish of Dying", Harpers Magazine,
231, ó9 (19ó5) y 231, 77 (19ó5).
9 W. N. Pahnke, A. A. Kurland, W. Ríchards, L. E. Goodman, "LSD-
Assisted Psychoterapy with Terminal Cancer Patients", en Psycbedelic
Drugs, eds., R. E. I-Iicks, P. J. Fink (19ó9).
10 W. Richards, S. Grol, L. E. Goodman, A. A. Kurland, "LSD-
Assisted Psychotherapy and the Human Encounter with Death", en J.
Transpers, Psycbol., 4, 121 (1972).
11 S. Grof, W. N. Pahnke, A. A. Kurland, L. E. Goodman, "LSD-
Assisted Psychotherapy in Patients with Terminal Cancer", conferencia
del Quinto Simposio de la Fundación de Tanatología, New York (no-
viembre de 1971).

12 S. Grof, "LSD and the Human Encounter with Death", Voices,


8, ó4 (1972).
13

T. Leary, R. Metzner, R. Albert, The Psychedelic Experience:


A Manual Based on tbe Tibetan Book ot the Dead (19ó4).
14 A. Heim, "Notizen uber den Tod durch Absturz,", en Jahrbucb des
Schweizer Alpenklub, 27, 327 (1892).
15 R. Noyes, "Dying and Mystical Consciousness", en J. Thanatol,
1, 25 (1971).
1ó Idem, "The Experience of Dying", en Psycbiatry, 35, 174 (1972).
17 D. Rosen, en una entrevista personal.
18 R. A. McFarland, en Fatigue and Stress Symposium (enero de
1952).
19 L. J. Meduna, Carbon Dioxide Tberapy (1950).
20 K. Osis, Deatbbed Observations of Physicians and Nurses (19ó1).

13
RosALiND HEYWOOD

ILUSlóN ¨O QU?

Ante todo debo aclarar la tarea que me han encomendado.


sta consiste en considerar qué me sugieren a mí ciertas ex-
periencias propias en cuanto a la posible naturaleza de la vida
después de la muerte. Enfatízo el "a mí" poroiie no puedo
compartir tales experiencias con los demás. Las pruebas que
ellas ofrecen son privadas, no públicas. Tales pruebas, por lo
demás, entrañan para mí arduos conflictos interiores. Durante
muchos años, el punto de vista científico ortodoxo que sos-
tiene que todas nuestras experiencias son explicables en tér-
minos de la física y de la química ha condicionado mi facultad
de razonamiento al punto de hallar la supervivencia de la
conciencia después de la muerte del cuerpo, en cualq ' uiera de
sus formas, casi tan impensable como lo sería el intangible
vapor o el agua que fluye para alguien que conociera el H20
sólo como hielo sólido. Sin embargo, como oponiéndome a
esa tendencia, me veo obligada a preguntar: "¨Es honesto que
uno deje de lado las experiencias que juzga reales sólo porque
los demás, por mucho que sean personas eminentes, las consi-
deran ilusiones originadas en un modo de pensar ingenuo y
deliberado?" Y además, cabe recordar que Einstein sostenía
que todo conocimiento de la realidad se inicia en la experien-

cia y culmina en ella.


En este artículo, pues, intentaré comunicar las impresiones
que padecí en el momento de mis propias experiencias (hay
gente que ha tenido miles de experiencias más impresionantes)
más bien que mi an lisis condicionado de ellas; en otras pala-
bras, no escribiré como un científico ortodoxo que observa des-
de afuera, sino como uno de esos viajeros medio ciegos que no
tienen otra opción que la de andar al tanteo en el bosque en
254 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

tinieblas, desde el Aquí-y-Ahora hasta el misterio de la muerte.


El hecho de no tener opciones nos autoriza a los más humildes
a seguir, desde la tupida floresta, todo destello de luz que pa-
rezca rozar la naturaleza de ese misterio; y conviene recordar
que la ortodoxia científica est en continua mutación. "La
existencia de la mayor r>arte de las cosas del universo -dice
el Profesor bfichael Pofanyi- debe basarse en principios que
nada tienen que ver con lo-, puntos de vista corrientes en el
mundo científico." 1

Hace seis años me pidieron que redactara un breve artículo


para un simposio titulado Mans Concern witb Deatb, en el
que debía expresar si yo creía que la conciencia continuaba
después de la tumba, o si el olvido era lo que nos estaba des-
tinado. Las torpes conjeturas que entonces arriesgué a favor
de la supervivencia fueron en parte urgidas por fugaces des-
tellos de mi conciencia alterada, en los que creí establecer
contacto con resplandores de conciencias desencarnadas, que
eran vívidos, deliberados y aparentemente existían en una di-
mensión más amplia de la realidad, y en parte por la enf tica
insistencia del gran físico Schroedi"ger sobre el hecho de que
en ningún caso habr que deplorar la pérdida de la expe-
riencia personal. No hagr nada que deplorar" .2 Esa frase
me impactó poderosamente.

Desde entonces tuve otras vagas sugerencias de contacto con


resplandores de conciencia existentes, al parecer, fuera del
mundo físico según lo perciben nuestros sentidos, y el énfasis
de Schroedinger me ayudó a no rechazarlas del todo, pese a
la presión ejercida por el materialismo convencional para que
sólo juzguemos "real" el mundo físico. Tales su erencias, por
9

lo demás, parecen menos alocadas al que las padece si éste las


ve a la luz de los descubrimientos de los pioneros de la física,
que nos dicen que aun el mundo físico es muy diferente de lo
que nos comunican nuestros sentidos. Para empezar, pare-
ce que sólo manejamos al respecto una información de segunda
mano. "Cuando creíamos estar estudiando el mundo externo
@jo Sir Hebert Dingle-, lo que observ bamos eran nues-
tros datos; el mundo era una inferencia realizada a partir
de ellos." 3

Es asombroso comprobar las extraordinarias ínferencias que


ILUSION ¨O QUP,? 255

hoy realizan los físicos en cuanto a la naturaleza del mundo


externo. Tomemos como ejemplo lo que J. B. Oppenheimer
dice acerca de uno de sus elementos b sicos, el electrón. No
es un invento del Sombrerero Loco.*

"Si preguntamos, por ejemplo, si la posición del electrón es siempre


la misma, la respuesta es 'No'; si preguntarnos si el electrón cambia de
posición con el tiempo, la respuesta es 'No'; si preguntamos si est
quieto, la respuesta es 'No'; si preguntamos sí est en movimiento, la
respuesta es 'No'." 4

Tomemos, por otra parte, la opinión del Profesor Henry


Margenau, otro físico destacado, sobre la situación general de
la física. l ha señalado que la ciencia ya no es depositaria

a de verdades absolutas; que hay en ella campos que escapan a


dk lo físico; que en la percepción sensorial ordinaria la conversión
';Ir del estímulo fisiológico en una respuesta consciente equivale
a un milagro, y que el principio de Mach (según el cual la iner-
cia de todos los objetos de la tierra est determinada por la
masa total del universo que la rodea) es tan misterioso como
los fenómenos psíquicos que no tienen explicación.", "
Vale la pena leer esos pasajes dos veces. ¨Puede llamarmos
la atención que Eddington diga: "Tengo mis serias dudas so-
bre si alguien se da una mínima idea de qué se entiende por la
realidad de cualquier cosa que no sean nuestros propios yos."'
'sta no constituye sino una pequeña muestra de las nume-
rosas afirmaciones similares hechas por físicos eminentes, y es
interesante que, pese a ellas, el materialismo de ayer aún sea
contemplado como un Santo Oficio que conoce todas las res-
puestas. (Es como si nosotros, seres minúsculos, le exigiéra-
mos al Universo que se rebaje a nuestras medidas.) Pero para
aquellos cuya experiencia puede chocar con dichas respuestas,
es un gran alivio enterarse de que el mundo según lo perciben
los sentidos no es la realidad fundamental para juzgar todas
las experiencias, sino apenas una abstracción que los hombres
infieren a partir de algo más amplio. Eso no significa, por
supuesto, que ya se haya descubierto un h bitat oficial para

* The Mad Hatter ("el Sombrerero Loco") es un extravagante perso-


naje de la novela Alices Adventures in Wondertand, de Lewis Carroll.
(N. del T.)
25ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

experiencias como las mías; pero acaso la física más avanzada


nos sugiere que el contacto con ese algo más amplio es menos
impensable de lo que se cree. Einsteín, por ejemplo, escribió
que cuando un físico teórico le dijo que era dado a creer en la
telepatía, él le respondió: "Quiz s eso se relacione más con
la física que con la psicología." 11 Puede que alguna vez sea
posible registrar tales experiencias sin que a uno le imputen
supuestos y creencias exageradas e insostenibles.
Comenzaré por el extremo del bosque que corresponde al
Aquí-v-Ahora, describiendo un tipo de experiencia que, a un
nivel absolutamente precario, suelo tener y que probablemente
sea mi contacto ocasíonal con lo que parecen los aspectos más
amplios de la realidad. Tal semejanza puede sugerir que cier-
tos tipos de relación son continuos en todos' sus aspectos. La
experiencia consiste en relacionarse con otras personas vivien-
tes o con hechos distantes por medios que no son los sentidos
conocidos y que son relativamente comunes, aunque poco pu-
blícitados por quienes los poseen, pues hay gente que juzga
esas cosas insólitas o siniestras y hay quien las ve como sim-
ples disparates. quizá deba añadir que, para mí, ese modo
de establecer relaciones me resulta tan normal como la vista
o el oído. Hoy día suele denomin rselo percepción extrasen-
soríal o ESP (extrasensory perception) pero tal denominación
puede ser imprecisa, ya que se ignoran los límites de la per-
cepción sensorial.' Sólo recientemente se ha descubierto que
las ratas suelen apartar a sus crías de los rayos X, que los
seres humanos no perciben, y que las abejas pueden ver bajo
la luz ultravioleta y que los delfines y murciélagos se guían
por un sistema de sonar. Además, la palabra "extrasensorial"
parece implicar una ruptura en la continuidad de la percepción
que resulta difícil de asumir. ¨Acaso la naturaleza puede
erigir una cortina de hierro? Es estimulante descubrir que el
profesor Margenau comparte esta duda. Escribe: "No puedo
creer en la existencia de furtivas transiciones cu nticas en la
experiencia humana. Debe haber una zona donde lo total-
mente inexplicable se une a lo que entendemos como un
hecho normal".'O
A efectos de su estudio, los investigadores han dividido la
ESP en cuatro categorías: precognición, retrocognición, clari-
videncia (reacción ante hechos físicos) y telepatía (reacción
ILUSION ¨O QU? 257

ante el estado mental de otra persona); pero no parece existir


razón alguna para pensar que éstas no supongan una misma
capacidad funcionando en situaciones diversas. De ser asi,
puede que la ESP mantenga con lo que llamamos el espacio
y el tiempo una relación más fluida q ' ue la conciencia super-
ficial. Pero, dice Heisenberg, "cuando llegamos al nivel ató-
mico el mundo obietivo del espacio y el tiempo deja de
existir".
Como bien se sabe, los fenómenos de ESP han sido con-
signados anecdóticamente en el curso del tietnpo, sí bien
antiguamente se los llamaba magia o adivinación y general-
mente se los juzgaba sobrenaturales. Pero no todos los pen-
sadores eminentes parecen haber compartido esa opinión. De-
móctito, por ejemplo, creía que por medio de imágenes men-
tales los emisores podían transmitir sus sensaciones a los re-
ceptores distantes, y también pensaba que "las imágenes que
brotan de personas que se hallan en estado de gran excita-
ción conllevan una representación particularmente vi
vida y significativa"," Al parecer creía, como muchos en la
actualidad, que la ESP es una capacidad natural que resulta
estimulada por situaciones y relaciones emocionales. Esta pers-
pectiva nos trae a la memoria los sueños admonitorios de las
esposas de César y Pilato y la captación mental, por parte de
Elíseo, de los secretos militares del rey de Siria. "¨No me
mostraréis -se quejaba el rey- quién de vosotros est con
el rey de Israel?" "Ninguno, mi sefíor, oh Rey -respondían
sus servidores-, sino que Elíseo, el Profeta, le cuenta al rey
de Israel lo que tú dices en tus aposentos."
Con el advenimiento de la Edad Científica, la ESP (al igual
que todas las presuntas formas de psi) perdió su status sobre-
natural; en realidad, oficialmente se negó su existencia. Ante
todo, no se conformaba a los principios en los que se basaba
la nueva ciencia; además, siempre había estado sospechosa-
mente contaminada de fraude y superstición. Hay una linda
historia, citada por el doctor George Owen del Trinity College
(Cambridge) en un programa televisivo de la BBC (del 4
de abril de 19ó7), que ofrece un temprano ejemplo del severo
y continuo rechazo de la mayor parte de los científicos. En
1ó95, los estudiosos universitarios estaban demostrando inte-
rés en un edificio de Cambridge donde se decía que había
258 LA VIDA DESPUS DE LA MUERRE

perturbaciones provocadas por poltergeíst.* Se ha registrado,


decía el doctor Owen, que

11 se acercó el señor Isaac Newton, hombre muy docto, Zembro del


Trinity CoHege, y al ver a varios estudiosos a las puertas les dijo:
'Hato de necios, ¨jamás tendréis un poco de ingenio? ¨No sabéis que
tales cosas no son sino engaños e impostoras? Idos a casa, malditos
scais!' Y se negaba a entrar".

Todos recordamos que, más tarde, el mismo Newton tuvo


problemas con sus colegas por haber expuesto la noción de
una "fuerza oculta", la gravedad!

Durante los últimos cincuenta aiíos, sin embargo, pese a


este persistente rechazo oficial, se han obtenido pruebas expe-
rímentales cada vez más perentorias de la percepción extra-
sensorial de hechos mundanos en diversos países, desde los
EE. UU. hasta la URSS; es bastante irónico que últimamente
se haya estimulado este tipo de investigación en círculos or-
todoxos debido al temor de que un enemigo emulara a Eliseo
y obtuviera secretos militares por medios telep ticos. Estas
búsquedas, así como la aparente desmateriahzación de los ele-
mentos b sicos del mundo físico a partir de la física moderna,
han ablandado un poco la atmósfera mental científica. Por
ejemplo, la American Assodation for the Advancement of
Sdence ("Sociedad norteamericana para el progreso de la
ciencia") ha consentido la afiliación de la Parapsychological
Assocíation, los periódicos brit nicas Nature y New Scientist
han publicado descripciones de ese tipo de experimentación, y
durante los últimos años los difuntos profesores Sir Cyrfl
Burt y C. D. Broad, los profesores Sir Alister Hardy y H. H.
Price, el señor Arthur Koestler y el doctor john Beloff, entre
otros, han comentado públicamente y por escrito la relación
entre la física y la psicología.
Pero configuran una minoría. Tales debilidades por parte
de los integrantes de la élite intelectual hacen que la mayo-
ría de los científicos ortodoxos, que aún creen que toda la
experiencia humana es explicable en términos de física y- de

El vocablo alem n poltergeist (de poltern, golpear, y geist, espí-


ritu), "fantasma revoltoso", se utiliza para designar ciertos fenómenos
paranormales caracterizados por ruidos (raps) presuntamente provocados
por criaturas desencarnadas. (N. del T.)
2ó0 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

lo cual no significa que yo sepa que ellos son lo que parecen


ser. Tampoco hay nadie que sepa que ellos no existen.
La incapacidad de mi parte racional para aceptar estas pre-
sencias invisibles como algo que no fuera ilusión fue leve-
mente debilitada hace tres años por una provisoria alteración
de mi conciencia que produjo un efecto doble. Hasta cierto
punto me eximió de contemplar el mundo físico sólo desde
el punto de vista de un observador externo, tal como ha sido
condicionado el hombre moderno, pese a que los físicos con-
tempor neos han demostrado que esto es imposible. También
pareció introducir ese mundo físico dentro de la trama de
la totalidad, que hasta ahora apenas había vislumbrado en
forma consciente. Wílliam james dijo una vez que no se podía
comunicar una experiencia a quienes no habían tenido una
similar, y sé muy bien cue esta experiencia, expresada en
palabras hechas para denotar el llamado mundo objetivo según
lo revelan los sentidos, sonar pueril. Pero, en la medida en
que modificó mis perspectivas, tengo que contarla.
Una maiíana de sol salí a mi balcón para mirar mis queridas
flores. Súbitamente, como una bala, me asombró la conciencia
de este hecho: físicamente, ellas y yo éramos uno, íísicamente
ellas y yo y los rboles y el pasto y el césped del'jardín -y
todo sobre la tierra- est bamos hechos de la misma tierra,
éramos parte de ella. Y la tierra era parte del sistema solar,
y así sucesivamente, hasta incluir todo el universo. Todo, aun-
que diverso, era uno. No lo pensé; lo experimenté.
Esto, por supuesto, es lo que hoy,nos dicen los físicos,:
que han desmaterializado los fundamentos del mundo físico
en una red de interrelaciones tan misteriosas que el único
modo conocido para describirlas es mediante modelos mate-
m ticos. Bertrand Russell escribió una vez que la "física es
matem tica no porque sepamos mucho sobre el mundo físico
sino precisamente porque sabemos muy poco. Lo único que
podemos descubrir de él son sus propiedades matem ticas".
Einsteín fue más lejos: "En la medida en que las leyes mate-
m ticas se refieran a la realidad no son exactas; en la medida
en que sean exactas no se refieren a la realidad".
Pero ésa es una aproximación intelectual, y una aproxima-
ción intelectual difiere por sí misma de esa magnífica sensación
de pertenencia, pues una cosa es saber que el fuego quema y
ILUSlóN ¨O QU? 2ó1

otra es meter la mano en la llama. Donne conocía esta sensa-


ción. "Ningún hombre es una isla, completa en sí misma; cada
hombre es un trozo del continente, una parte del todo." Y
sin embargo -aunque esto sonar a paradoja para la apre-
ciación cotidiana- dentro de esa unidad persistía la diver-
sidad. Los gorriones eran gorriones, y los hombres, hombres.
Y cada individuo estaba especialmente relacionado con sus
congéneres.

"El mundo es como un gran animal @ecía Plotino- l. Las


partes semejantes pueden ser discontinuas, y sin embargo gozar de
simpatía entre sí en virtud de su semejanza, de modo que la acción
de un elemento especialmente aislado no dejar de alcanzar a su contra-
parte más remota." (Enéadas, 4.4.)

Hoy día, a partir de Kammerer y jung, los pensadores se-


rios se inclinan cada vez más a meditar sobre el misterio de
las semejanzas dentro del todo. Quiz s alguna vez surja una
ley tan b sica como la de la causalidad.
Desde el artículo que arriesgué en 19ó9 sobre la posibilidad
de contacto con conciencias desencarnadas existentes en otras
zonas de la realidad, mi experiencia del balcón, así como la
creciente sensación de que lo semejante tendía hacia lo seme-
jante dentro de la totalidad, me han ayudado a considerar
menos impensable la realidad de tales conciencias. También
han colaborado en ello mis lecturas sobre la demolición, por
parte de la física moderna, del lugar común que piensa que
la materia, el tiempo y el espacio son la base de la realidad
y no su abstracción, Recientemente, además, he pensado en
el parecido que hay entre estos aparentes contactos con pre-
sencias desencarnadas y mi interacción telep tica (que me
resulta indudable) con personas vivas a quienes amo, o que
necesitan mi ayuda, o con quienes estoy ligada por intereses
comunes. De ahora en adelante, pues, escribiré sobre la hipó-
tesis, francamente especulativa, de que puede existir una con-
tinuidad entre lo "físico" y lo "ultrafísico" y que lo que pare-
ciera mi contacto con esto último acaso contenga indicios
sobre la índole de la existencia desencarnada, o al menos sobre
las barreras que nos impiden aprehenderla.
Con la esperanza de comunicar esta aparente continuidad,
describiré ante todo una muy reciente interacción telep tica
2ó2 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

con mí esposo, con quien me relaciono muy a menudo de esta


manera, antes de pasar a los que supongo contactos con pre-
sencias desencannadas. Tales interacciones mundanas tienen una
ventaja de la que jamás dispondr n los encuentros a través de
las fronteras de lo aparente, aunque sean genuinos, pues ofre-
cen pruebas compactas, si bien la casualidad, el engaño o lo
que se quiera pueden ser invocados para explicar cualquiera
de estos hechos. El siguiente relato fue consignado poco
después del suceso.
El martes 11 de septiembre de 1973, un auto de la BBC
debía venir a buscarme a las 4.30 p.m. a mi casa de Wimble-
don, para conducirme a un programa de radio. Como era ir
hermoso atardecer, a las 4.25 salí y me senté en el últin@@,
escalón izquierdo de nuestra entrada, para gozar del s(yj qi-@
se filtraba a través de las hayas cobrizas y los altos arl@iistos
que separan nuestra calzada con forma de media luna de la
carretera. Para no ensuciarme, me senté encima del sobre
marrón donde estaba mi libreto de la BBC, en el que había
hecho algunas anotaciones.
A la izquierda del umbral hay un gran mirador que tiene
frente a él bérberos altos y exuberantes. A la izquierda de
éstos, a cierta distancia, se encuentra el garaje, frente a la
carretera. Mi esposo acababa de salir de la casa poco antes
de que yo me sentara en el escalón, y yo le oí poner el
auto en marcha dentro del garaje para ir a jugar golf en
nuestra cancha local, que est más o menos a una milla de
distancia. Yo no podía verlo desde donde estaba, pero, según
él, al salir a la carretera vio, desde el lado Exterior de nuestra
salida izquierda, la parte trasera del auto de la BBC, que se
detenía en el lado exterior de nuestra salida derecha. Al salir,
él no podría haber visto nada que se detuviera a la derecha
dentro de la salida, aunque yo me hubiera levantado, no sólo
porque el mirador y el bérbero bloqueaban parte del paisaje,
sino también porque el automóvil de nuestra nuera, estacio-
nado allí, impedía ver el resto. Desde la carretera, los rboles
y arbustos que rodean la casa hacían invisible el umbral.
Mientras yo salía a recibir el auto de la BBC para ahorrar
tiempo (se acercaba la hora de'mayor tr fico) le envié un
último adiós a mi esposo, pero al no recibir respuesta y no
ver ningún auto, me di cuenta que se había ido. Cinco o
ILUSION ¨O QU? 2ó3

diez minutos más tarde también advertí que me había olvi-


dado el sobre encima del cual me había sentado. Sentí cierto
estremecimiento, a causa de las anotaciones hechas en el li-
breto, y se lo dije al conductor, añadiendo que ya no había
tiempo para ir a buscarlo. más tarde me preocupó una ima-
gen mental en la que mi marido, que tiene 83 años, atra-
vzsaba Londres con el sobre durante la hora de mayor tr fico,
cuando ya no era necesario. Me dije que no debía ser tonta,
pues tendría tiempo de telefonear a casa al llegar a la BBC
antes de que él volviera del golf, pero seguí preocup ndome
en lugar de calmarme. Al llegar a la BBC me apresuré a ir
al teléfono de la mesa de recepción, donde me anunciaron
que ya había llegado un mensaje de mi marido, diciéndome que
venía para aquí con el sobre. Llegó asombrosamente pronto, a
las 5.28. Durante el viaje había garabateado el siguiente
mensaje en el dorso del sobre, apoy ndolo sobre la rodilla
cada vez que lo detenía una luz roja:

"Cuando llegué a la cancha de golf, las 'órdenes' dijeron: 'No jue-


gues, vete a casa'. Así lo hice y dejé el auto en el garaje. Estaba por
entrar por la puerta lateral cuando las 'órdenes' dijeron: 'No, por la puer-
ta del frente', y allí encontré este sobre que sin duda te había5 olvidado
de llevar contigo." (Firmado) F.

"órdenes" es el nombre que mi marido y yo le damos a


los impulsos de acción aparentemente irracionales. Al volver
a casa, le dije que el profesor john Taylor, que había presi-
dido nuestro programa y a quien yo le había mostrado burlo-
namente el mensaje, había dicho que él debía haber visto el
sobre en el umbral. Mi marido comentó al respecto que le
había molestado que le "ordenaran" entrar a la casa por la
puerta del frente, porque el auto de nuestra nuera estaba
estacionado tan cerca de los ladrillos que bordeari el sendero
de grava que tuvo que caminar torpemente sobre ellos y con-
tra los arbustos, lo que le resultó difícil a causa de su cadera
artificial. Esto, decía él, confirmaba que su visión de lo que
había a la derecha antes se hallaba bloqueada.
A consideración del profesor Taylor, sólo había tres posibi-
lidades para que mi marido hubiese visto el sobre: que su
impulso de volver a casa cuando quería jugar al golf hubiese
concordado casualmente con mi sorpresa al olvidarme las no-
2ó4 LA VIDA DESPUS DE LA MUEP.TE

tas; que él y yo hubiésemos planeado un engaño de antemano,


o que hubiese habido ínteracción telep tica. Preferimos lo
último, puesto que el incidente sigue un patrón que conocemos
muy bien después de cincuenta y dos años de matrimonio.
l suele responder ante súbitos estremecimientos emocionales
de mi parte, y a veces yo parezco afectada por sus situacio.
nes de peligro o sus actos repulsivos.
Los casos de interacción telep tica útil son tan frecuentes
entre mi esposo y yo que nos parece más ingenuo adjudicarlos
a obra de la casualidad que aceptar la realidad de la ESP.
Tal como he dicho, quien la experimenta llega a ver en tal
interacci¨>n un medio de comunicación tan natural como la
vista o el oído, si bien menos preciso o frecuente, e incon-
trolable a nivel de la conciencia. Me gustaría detenerme un
poco más en esta interacdón, con la esperanza de que arroje
cierta luz sobre las dificultades que implica una posible comu-
nicación con formas incorpóreas.
Nuestras impresiones telep ticas son súbitas como el rayo,
habitualmente cuando existe una necesidad emocional y cuan-
dp no hay a mano medios de comun,z:ación ordinarios. Esto
no sólo coincide con los cuentos tradicionales y con los inci-
dentes referidos por los pueblos primitivos que no tienen
medios de contacto artificiales, sino con las observaciones de
Demócrito. Eventualmente una descubre que, aunque la ESP
sea observada espor dicamente, no es discontinuo; sucede más
bien que, más all del umbral de la conciencia superficial,
hay una interrelación permanente entre los seres humanos,
mayor o menor según sus grados de afinidad. Una vez más,
lo semejante atrae a lo semejante.
Una oculta captación de dicha interrelación es quizá lo que
explica la honda satisfacción que brindan la músi¨a, la danza,
los rituales, los juegos y otras actividades conjuntas. En ellas
podemos dar expresión a un lazo que conscientemente no
advertirnos. ¨Pero por qué no lo advertimos? ¨Dónde est
el bloqueo? Cabe conjeturar que en la última etapa, cuando el
material subliminal aflora a la superficie de la conciencia. Da
la sensación de que existe un censor, un filtro a través del
cual hay que pasar. Esto bien podría ser la causa de que las
impresiones surjan @omo surgen- vaga, oblicua, simbólica,
xrel,kja, distorsionadamente, o que no surjan en absoluto; aun-
ILUSION ¨O QU? 2ó5

que aun entonces la conducta puede ser afectada por ellas.


Tomemos como ejemplo la interacción telep tica entre mi
esposo y yo. ¨Por qué él hubo de sentir meramente "debo
volver a casa", aunque su intención consciente fuera la de
jugar golf? ¨Por qué se sintió impulsado, sin razón aparente,
a entrar a la casa por la puerta menos apropiada? ¨Por qué
no advirtió el hecho real: "Rosalind se olvidó el sobre en el
umbral de la puerta del frente"? Y en cuanto a mí, ¨por
qué mi mente razonante (que insistía sobre el hecho de que
si él había ido a la cancha de golf debía estar en la cancha
de golf) pudo sobreponerse a la impresión nebulosa y confusa
-pero correcta- de que él conducía apresuradamente en los
momentos de mayor tr nsito?
Freud y otros han aducido múltiples razones por las cuales
el material subliminal sufre una censura, y las experiencias
con drogas psicodélicas demuestran a las claras que la inunda-
ción de impresiones indiscriminadas que afloran a la conciencia
-particularmente si uno imagina que acaso provengan de
otros aspectos de la realidad- difícilmente propiciaría una
actitud si brota cuando uno, digamos, conduce en medio del
tr fico. Como lo expresó Bergson, la naturaleza ha dispuesto
las cosas para la attention la vie.
Aunque nada sé de fisiología, mi experiencia del balcón,
que incluía tanto lo que llamamos el mundo físico como la
conciencia, estimuló mi interés de aficionada en el papel des-
empeñado por el cerebro ante la ESP .12 No mucho después
me encontré con las siguientes citas, que pueden ser comple-
mentarias. La primera es un resumen de un experimentcv
piloto titulado "Acontecimientos objetivos del cerebro corre-
lacionados con los fenómenos físicos", que apareció en una
nueva publicación canadiense fundada por el doctor A. R. G.
Owen, ex rector del Trinity College de Cambridge. La se-
gunda es el comienzo de un artículo del profesor R. E. Orn-
stein, "Right and Left Thinking".

"I. Se informa un nuevo fenómeno. Se describe un experimenta


piloto, realizado mediante t@cas bien establecidas, en el cual se descu-
bre que las imágenes transmitidas telep ticamente provocan reacciones
en el electroencefalógrafo, que son similares en forma y comparables en
magnitud a las provocadas por estímulos físicos tales como el sonido.
Notoriamente, en este experimento, aunque la reacción est ostensi-
2óó LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE

blemen'e legilroda en el órgano, el receptor, aunque no ignora la índole


de

.l @.peim@@t.@ no registra conscientemente el contenido del mensaje

o no lo reconoce conscientemente cuando se lo envían." 13 [La bastardilla


es mía.]

"II. Hace siglos que creemos en dos formas de conciencia. La razón


versus la pasión es sólo uno de los aspectos de dicha creencia; la
mente versus la intuición es otra. Lo femenino, lo sagrado, lo miste-
rioso, históricamente se han alineado contra lo masculino, lo profano,
lo lógico. La medicina se enfrenta con el arte, el yin complementa al
yang. En la f bula y el folklore, en la religión y en la ciencia, este
dualismo se reitera con asombrosa regularidad.
Lo que es nuevo es el descubrimiento de que ambos modos de
conciencia tienen una base fisiológica. No son una simple reflexión cul-
tural o filosófica. Hay numerosas evidencias de que el cerebro humano
se ha especializado, y de que cada hemisferio de ese órgano es respon-
sable de una modalidad distinta de pensamiento.
Las diferencias entre las partes derecha e izquierda del cuerpo pro-
porcionaron a los investigadores la clave principal de los mecanismos
biológicos del pensamiento. En este aspecto, otras culturas son más
avanzadas que la nuestra. Los aborígenes de Australia aferran el bastón

1 masculino' con la mano derecha y el bastón 'femenino' con la mano


izquierda. Para los indios Mojave> la mano izquierda es el lado pasivo
y matemal de la persona, mientras que la mano derecha representa al
padre activo.
Especialidades de cada hemisferio cerebral. Resulta ser que tales
distinciones no son arbitrarias. La corteza cerebral est dividida en dos
hemisferios, ligados por un haz de fibras denominadas corpus callosum.
El lado derecho de este órgano controla en principio el lado izquierdo
del cuerpo, y el lado izquierdo del cerebro tiene predominio sobre el
lado derecho del cuerpo. La estructura y las funciones de ambos 'semi-
cerebros' influyen sobre las dos modalidades de la conciencia. El hemis-
ferío izquierdo se relaciona ante todo con el pensamiento analítico,
especialmente el lenguaje y la lógica. Este hemisferio parece procesar
la información de modo secuencias, lo cual es necesario al pensamiento
lógico, puesto que la lógica depende de la consecutívidad y el orden.
El hemisferio derecho, por el contrario, patece ser el principal res-
ponsable de nuestra orientación en el espacio, nuestro talento artístico
[incluida la destreza musical, dice más tarde Omstein en el artículo], la
conciencia del cuerpo y el reconocimiento de los rostros. Procesa la infor-
mación de manera más difusa que el izquierdo, e integra el material de
un modo simult neo antes que lineal." 14

Para quien experimenta la percepci¨>n extrasensorial, ésta


es una buena descripción del material que se adquiere me-
diante la ESP, en primer lugar-subliminalmente, al parecer,
para luego deslizarse a la superficie de la conciencia (¨a través
del hemisferio derecho del cerebro?) cuando el jefe, el pen-
ILUSlóN ¨O QU? 2ó7

sador SL@uencial, est dormido, o sumido en ensofíadones diur-


,s, o podando el césped. "La precognidón tiene lugar @ice
ristóteles- cuando la mente no est ocupada con pensa-
iientos, sino que est , por así decirlo, desierta y completa-
mente vacía."
quizá la ESP nos parezca más normal si recordamos que el
pensamiento creativo se comporta de modo similar. Como se
sabe muy bien, los poetas, artistas, músicos y científicos nos
hablan de la súbita aparición de ideas originales "como caídas
del cielo": entre muchos otros, por ejemplo, Blake, Stevenson,
Mozart, Dirac, Kekulé, Coleridge y'el mismo Bertrand Rus-
sell. No es de asombrarse que el gran matem tico Henri
Poincaré juzgue que

" ... el yo subliminal no es en modo alguno inferior al yo consciente; no


es puramente autom tico; es capaz de discernimiento; tiene tacto y deli-
cadeza; sabe cómo elegir y adivinar [... l. Sabe adivinar mejor que el
yo consciente, puesto que actúa acertadamente donde aquél ha fracasado.
En una palabra, ¨acaso el yo subliminal no es superior al yo conscien-
te?" 15

Esta descripción que hace Poincaré del yo subliminal su-


giere que éste acaso sea más capaz que el yo consciente de
captal, -'ros aspectos de la realidad.
Otra semejanza entre el pensamiento creativo y la ESP es
su elusividL-'œ, no se los puede someter ni conminar. En The
Art of Scientifíc Investigation, el profesor W. l. B. Beveridge
comenta que "las ideas suelen brotar en el límite de la con-
ciencia", y que "los mensajes del subconsciente nunca pueden
ser captados si la mente est ocupada muy activamente o
fatigada en exceso". También consigna que A. N. Whitehead
se declaraba "impresionado por la impropiedad de nuestros
pensamientos conscientes para dar expresión a nuestro subcons-
ciente [... 1 sólo en raros momentos ese mundo más profun-
do y más vasto aflora al pensamiento consciente y a la expre-
sión".
El siguiente ejemplo de mi interacción telep tica con una
persona viva constituye a mi juicio una típica irrupción de
ese mundo más profundo y más vasto, porque hubo una
sensación de inmediata presencia, aunque no de objetos sóli-
dos, actividades, o medio ambiente. quizá podría denomin r-
solo á la momentánea iluminación de una relación continua. Lo
elijo como ejemplo por tres razones. Se pareció mucho a los
aparentes contactos con presencias incorpóreas, salvo que (I)
no pude sentir si la mente consciente de la otra persona me
sentía como yo a ella; (II) era una persona a quien yo amaba
pero de quien había debido separarme, lo que originó el estado
emocional descripto por Demócrito, y (III) yo ya había tenido
una experiencia similar con esa misma persona.
En nuestra juventud, un amigo y yo habíamos padecido un
duro ataque de Vénus toute entiére sa proie attachée, pero
como no podíamos casarnos, nos habíamos librado, no sin
dolor, de su abrazo férreo. Meses más tarde, mientras visitaba
a otro amigo en una ciudad distante, una tarde, advertí súbita-
mente su presencia invisible. -l estaba allí. Al día siguiente
me enteré por una amiga de que también él había ido a esa
ciudad el día anterior, y de que ella le había referido mi visita
a ese lugar a la misma hora (por lo que pude inferir) en que
yo había experimentado su presencia aparente.
Este incidente nos conduce a la experiencia que constituye
el principal objeto de estas especulaciones. También se trató
del contacto personal con un amigo; pero esta vez era un
amigo desencarnado, que pareció sentirme tanto como yo a él.
La elijo con preferencia a otras similares, porque un comen-
tario hecho por él sugiere que es pr cticamente imposible que
las personas corpóreas, cuya captación del medio proviene
de los sentidos, comprendan la naturaleza de lo desencarnado.
Tomo el siguiente relato según lo consigné en 19ó3, al trans-
cribir algunas de mis experiencias de ESP:

"El encuentro fue totalmente ifnprevisto, y el amigo era Vivian Us-


borne, el inventor naval, que había sido muy amable conmígo cuando
era un joven vicealmirante en Macedonia, y que fue la prunera persona
que compartió mis 'obstinados cuestionamientos de los sentidos y las
cosas externas'. Desde mi casamiento, nuestros caminos rara vez se
habían cruzado, hasta que, en 1950 y pico, casi treinta años más tarde,
descubrimos que vivíamos a muy poca distancia el uno del otro, en
Londres. Entonces reiniciamos nuestra amistad donde la habíamos de-
jado; pero esto no había de durar, pues Vivían pronto fue atacado por
una enfermedad lenta pero incurable. Por entonces, había llegado a
sentir, al igual que yo, que el hombre al morir se extingue como una
vela, y deploraba amargamente que las muchas ideas que aún se agitaban
en su cabeza jamás llegaran a cristalizarse. Yo no podía menos que estar
de acuerdo con él.
ILUSION LO QU? 2ó9

En su funeral, sólo sentí un profundo alivio al verlo libre de la frus-


tración y el sufrimiento, y también el alivio egoísta de no tener que pre-
senciarlos; no sentía en absoluto la presencia de ViviatL Diez días más
tarde fui a buscar un cuadro hecho por él, que él me había regalado.
quizá sea relevante el hecho de que yo me dedicara a otra actividad en
la que estaba emocionalmente comprometida y que ya no sintiera nostalgia
por Vivian. Al entrar en su cuarto para tomar la pintura me sorprendió
una intolerable bocanada de lo que he Regado a llamar el olor de la
muerte. Nunca estoy segura si se trata de algo físico o de lo que un
sensitivo podría Uamar fronterizo, aunque le fuera muy difícil explicarle
a un investigador qué quiso decir con ese término. Luego, en asombroso
contraste (en ese momento parecía casi deliberado, pero acaso haya que
excluir esa idea como producto de mi imaginación), me topé con el mismo
'Vivian', muy alegre y vivaz. Me aparté bruscamente,-como si me hubiese
tropezado con un amigo en la calle, y luego sobrevino una experiencia
que es extremadamente difícil de describir sin que suene chata, insigni-
ficante o melodram tica. Al igual que con 'Julia', sentí que 'Vívian' se
comunicaba conmigo 'dentro de mi mente'; cerré los ojos y permanecí
muy quieta para prestar más atención.1ó Me comunicó @e un modo
tan íntimo que la mejor palabra para designarlo, aunque parezca pre-
yenciosa, es comunión- que se había equivocado totalmente al suponer
que la muerte implicaba aniquilación. Por el contrario, disponía ahora de
un panorama, una libertad y unas posibilidades que jamás se hubiese
atrevido a sofíar. No sólo ponía énfasis en el hecho de estar vivo sino
en esta magnífica expansión de sus posibilidades. Entonces parecí consus-
tanciarme con la modalidad de su situación, aunque no con su forma.
No experimenté forfnas ni imágenes.
Por unos instantes permanecí muy quieta, agudamente consciente del
sorprendente contraste entre el olor a muerte y la intensidad de vida de
'Vivian': era corro si pertenecieran a órdenes diversos. Entonces recordé
mi deber y le 'dije':
-Esto es maravilloso, pero aún no me has dado evidencias. ¨Qué
puedo decirle a la S.P.R.?" *
(Espero que mi intento de describir la ininediatez de la presunta
comunicación de Julia conmigo haya puesto en claro que 'dije' es una
palabra muy alejada de esta íntima y recíproca percepción; ésta se vive,
tal como dijo Gilbert Murray hablando de su propia experiencia telep -
tica, como una suerte de cosensibilidad.)
La respuesta de 'Viviaji' fue enf tica e inmediata.
-No puedo ofrecerte testimonios. Ustedes no tienen conceptos para
estas condiciones. Sólo puedo brindarte imágenes poéticas.
En eso, lejos, lejos por encima de mí, vi -con. el ojo interior- un
inmenso par de alas blancas volando por un limitado cielo azul. Aunque
en principio parezca absurda una imagen tan obvía y victoriana, basté
para captar totalmente las perspectivas, posibilidades y libertades en que
yo, por unos instantes, me vi envuelta. Pero fue sólo por unos instantes.

Society lor Psychical Research, "Sociedad de estudios psíquicos".


(N. del T.)
270 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Pronto advertí que no podía ~tener la concentración que exigía el


contacto con 'Vivian', así que pronto le dije, a desgano:
-Adiós, debo irme.

Espero que quede claro que en su momento, la experiencia parecía


completamente normal, y el invisible 'Vivian' tan real como un amigo
que uno se encuentra en la calle. Yo no sentía sino deleite al comprobar
lo feliz que él era y el amplio campo que se le ofrecía a su mente fe-
cunda. Esta falta de temor es común entre quienes tienen tales
riencias." 17

Ustedes no tienen conceptos para estas condiciones. Sólo


puedo brindarte imágenes poéticas. Ese fue el comentario
clave. Era totalmente cierto. Nadie dispone de conceptos para
condiciones que difieren en su especie de las que nos ofrecen
los sentidos, entre otras razones porque los sentidos, como ha
destacado el profesor H. H. Price, nos revelan sólo aquellos
elementos de lo que nos rodea que son necesarios a nuestra
su ervivencia física. Blake nos dijo lo mismo hace mucho
p
tiempo: This lile's live windows ol the soul / Distort tbe
heavens from pole to pole ("Las cinco ventanas del alma
hacia esta vida / distorsionan los cielos de un polo al otro").
Y sobre esta imagen provinciana y distorsionada ha crecido el
lenguaje con sus falsas opciones: subjetivo u objetivo, en-
tonces o ahora, aquí o all , dertro o fuera, arriba o abajo.
(Blake escribió una vez en una carta: "Di-os me guarde [... 1
de creer que Arriba y Abajo son lo mismo que suponen los
experimentalistas".) No es de asombrarse que jean-Paul Sar-
tre llamara al lenguaje una "estructura del mundo externo"
y dijera que "el poeta est fuera del lenguaje" y que "en lugar
de conocer a las cosas por sus notnbres, parece que uno pri-
mero debe establecer con ellas un contacto silencioso". No
es de asombrarse, tampoco, que los hombres hayan procurado
modelos matem ticos para describir el mundo de la física sub-
atómica, que los místicos orientales digan "no es esto, no es
aquello", y que quienes visitan los ignorados paisajes del
mundo abierto por las drogas psicodélicas sólo puedan balbu-
cir: "El que no estuvo allí, no puede comprenderlo". No es
de asombrarse que, aun a nivel físico, el profesor Richard
Gregory haya preguntado:, si un viajero del espacio se topara
con algo totalmente nuevo, ¨podría verlo?

Yo sólo pude establecer contacto, pues, con el estado psico-


lógico de Vivian; con su alegría, su sensación de oportunidad
ILUSION ¨O QU? 271

y posibilidades; uno casi podría decir que con la modalidad


de la relación con su mbito, pero no con ese mbito mismo.
Yo estaba, por así decirlo, al nivel del perro de Einsteín -si
es que tenía un perro-, que podía compartir una fracción
del deleite de su dueño cuando éste formulaba un nl,.jvo
concepto, pero no podía comprender la causa.
Si estos aparentes contactos no son ilusorios, ¨se puede
conjeturar cu l es el proceso? ¨Es posible que el hemisferio
derecho del cerebro (el cual, como escribía el profesor Orn-
stein, se relaciona con la intuición y las facultades artísticas)
establezca un nebuloso puente entre el yo consciente y el
mundo subliminal, más vasto y profundo? ¨Y es posible que
haya algo de verdad en mi sensación de que el mundo subli-
minal pasa sin solución de continuidad a otros aspectos del
ser? Tal idea se adecua a la sensación de numinosidad que
transmiten la belleza natural y el arte, especialmente la mú-
sica, el arte de las relaciones puras.
Sea cual fuere la explicación de tales experiencias, no puedo
negar que las tengo. Me refugiaré pues en lo que decía el
profesor H. H. Price, quien afirmaba que si la posteridad se
ríe de nosotros será por la timidez de nuestras hipótesis antes
que por su extravagancia, para consignar una curiosa aluci-
nación sensitiva que tuve durante la Segunda Guerra Mundial.
En ese momento no supe cómo tomarla, pues el tipo de rela-
ción desencarnada que sugería no se conforma con nuestro "o
esto o lo otro", pues era tan paradójico, de hecho, como las
llondículas" de la física. Creo posible, sin embargo, que sea
adecuada a una relación jer rquica en la que llegué a pensar
más tarde y que luego describiré.
Yo tenía dos amigos; uno de ellos era un viejo sacerdote
retirado, un santo varón cuya salud languidecía y que vivía solo
en una casa del bosque. El otro, igualmente admirable, era el
anciano médico Héctor Munro, que había sido un íntimo
amigo de A. E. Como yo tenía evidencias de que ambos
estaban dotados de ESP, ingenuamente presumí que podrían
tener un "encuentro". De modo que llevé al médico de visita
a casa del sacerdote. Ambos fueron muy corteses., pero fue
claro que no establecían contacto alguno. En lo que me pare-
-ió un patético intento por lograrlo, el sacerdote llevó al mé-
dico a ver su biblioteca, mientras vo me, nllp,1511,n -,ola unto
272 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF,

al fuego, pregunt ndome por qué no podían "unirse" como


yo lo había supuesto. Frente a mí colgaba el retrato de un
antiguo sabio. Como mi raz¨>n no estaba alerta, no me sor-
prendí cuando él pareció salirse del marco para decir: "Si esos
dos hubieran de unirse, en el sentido en que tú pretendes que
lo hagan, a este nivel perderían su identidad. Pero podr n
unirse y sin embargo conservarla, cuando alcancen las nuestras".
(Debo reiterar que este tipo de experiencia parece totalmente
natural en su momento.)
La experiencia precedió a mi encuentro con Vivían, de modo
que acepté la información del sabio con infantil asentimiento
y no profundicé en ella. Pero tanto el encuentro con Vivian
como la imprevista conciencia de totalidad del mundo físico
que me asaltó en. el balcón contribuyeron a lograr que una
pregunta me acuciara con insistencia: ¨acaso todas las rela-
dones dentro del Todo resuenan en todos sus aspectos? Por
ejemplo, como preguntaba antes. @lós hombres, logran a veces,
sin saberlo, esa conjunción sin @@dida de la individualidad de
que hablaba el viejo sabio? ]In Occidente nos gusta conside-
rarnos como destellos corpóreos y separados de conciencia, y
sin embargo la mayor parte de nosotros gusta de interrelacio-
narse en actividades físicas que logran resultados que ninguno
de nosotros podría alcanzar por sí solo. Formar parte de un
equipo de remo, de un cuerpo de baile o, en mi caso, la esti-
mulante experiencia de tocar música orquestas o de c mara.
Cada instrumentista conserva su individualidad y brinda todo
lo que tiene. Sin embargo, ese todo no es sino parte de una
totalidad musical más amplia que sólo puede surgir gracias
al conjunto. Y consideremos la cooperación intelectual. Un
amigo me habló de un grupo de estudiantes de matem tica
que recibían la tarea semanal de cooperar para solucionar
juntos un problema muy arduo. Una semana un miembro del
grupo cayó enfermo antes que le dieran el problema, pero se
unió a sus compañeros antes que éstos hallaran la solución.
Sin saber de qué se trataba, dijo al llegar: "Sé la respuesta al
problema de esta semana. Es tal y cual. . . "
Estaba en lo cierto. ¨Cómo había sucedido? ¨Acaso el
interés común había suscitado una comunicación subliminal
entre los integrantes del grupo? En The Gbost in the Machine
Koestler desarrolla la vieja idea de que la vida debe estar
273

organizada jer rquicamente. "Los integrantes. de una jerar-


quía @scribe- tienen, como el dios romano jano, dos@Iros-
tros que miran hacia direcciones opuestas; el que mira ,hacía
los niveles subordinados es el de una totalidad íutocotlt'e 1nida;

18

el que mira hacia el pice, el de una parte dependiente .


Para estas subtotalidades con rostro de jano, recurrentes en
todo tipo de jerarquía, Koestler acufíó el término bolón.* ¨Es
posible que el estudiante ausente que sabía .'la respuesta al
problema que aún no habían resuelto sus compañeros haya
actuado como un holón menor dentro de otro más grande,
formado por la integridad del grupo?
También debo buscar una posible explicación a cuatro ex-
periene,ias con: presencias incorpóreas al parecer su

períores al
hombre, las dos primeras aparentemente vinculadas a sitios
particular s. La siguiente descripción fue escrita a @nt es , que
e
pudiera darle alguna ubicación a esos hechos. El primer ,og

9 fl
rrió en 1938, cuando mi esposo dejó el Foreign Service,'Y-.NPI
volví de los Estados Unidos para encontrarme con ei t@rl gico
desempleo que cundía por todo el país. ¨Había alguna cola-
boradón que una mujer ordinaria pudiera ofrecer? Par

averi-
iluillo., fui a almorzar a la Casa d¨ los Comunes con un amigo
i?ffj"entario. Cito mi registro del hecho:

'íué muy temprano, como

Lle de costumbre, así que ubiqué en


un banco de la entrada de Westminster Hall, me relajé dejé que el
mundo se'disipara. quizá fue debido a mis intenciones -¨cómd ayu-
dar?- como me descubrí pasando al mbito, a la conciencia -¨qu¨, país-
btas usar?- de un Ser profundamente sabio y poderoso que meditaba,
tuve la impresión, sobre el Parlamento. En ese esr>acio interior él se
elevaba a tal altura que los edificios parecíanl glo-tnerarse a sus pí él'
Metafóricamente hablando. No había imágenes de él. Tampoco veía YO
nada parecido a pies. Pero yo, advertía que su tarea, su mayor preocu-
pación, era influir buenamente en. los deliberaciones parlamentarias :y
también que él pensaba en términos de amplios períodos antes que en un
particular momento del tiempo.
Como de costumbre, no pude proseguir la experiencia, ni pude repe-
tirla la próxima vez que fui al Parlamento. Sin embargo me conmovió
mucho y deseaba hablar de ella. ¨Pero a quién? Mi marido estaba en el
Africa y yo sabía que otra gente sonreiría diciendo: 'Pobre! Es un
poquito excéntrica. . .' Entonces recordé a una persona, un santo varón
que vivía en un bosque... El no se reiría de mí.

En el original, bolon; Koestler deriva su neolo~~~


axo-i, "todo", "completo". (N. del T.) o nb' œn
274 LA VIDA DESPUS DE -LA MUERTE

No lo hizo. Por el contrario, apenas llegué comenzó espont neamente


a hablarle a otro hombre que estaba allí sobre el Angel de la Casa de
los Comunes. (tl era cristiano.) ... Asombrada, le dije:
-¨Entonces usted también lo sintió?
Se rió.
-Claro que sí -me dijo.
Afíos más tarde, mientras esperaba a mi hijo menor en un salón de
música desierto, en Eton, una vez más creí trasladarme... al mbito de
un gran Ser. Parecía estar a cargo de la escuela y, al igual que su
colega de Westminster, creaba una atmósfera de calma y reflexiva sabi-
duría. Creo que lo más impresionante de estas experiencias fue esa
sensación de cahna y certidumbre. Ellos no tenían apuro. Sabían qué
era lo que tenían que hacer. Frente a ellos, los nombres parecían hor-
migas agitadas." 19

En ese momento, según dije, yo ni pensaba en relacionar


tales criaturas, por muy "reales" que parecieran, con la "nor-
malidad" o siquiera con otros tipos de experiencia de ESP.
En realidad, no contaba con muchos estímulos para hacerlo,
puesto que hasta uno de los académicos más amables, que
tenía un profundo interés en las investigaciones psíquicas, se
rió de mis impresiones y las juzgó sin importancia. A esa
parte de mí condicionada por el materialismo le hubiese gus-
tado estar de acuerdo con él, pero el problema era que esos
seres me inducían a una actitud reverente aun más intensa que
la provocada por la mejor música. Era ridículo que alguien
como yo hubiese podido inventarlos. Hoy día, sin embargo,
el profesor Michael Polanyi puede hablar de un universo estra-
tificado, Koestler de jerarquías de holones, y los físicos avan-
zados nos dejan entrever que el mundo físico que conocemos
no es sino una abstracción del mundo real, hecha por los sen-
tidos con propósitos pr cticos. Quiz s, entonces, la gente que
experimenta esas elevadas presencias pueda acariciar la idea
de que se trata de holones superiores, existentes de un modo
inaccesible a la percepción sensorial pero accesible a la capa-
cidad intuítiva de un ser humano para vislumbrar (al igual
que el imaginario perro de Einstein que antes mencíoné) su
condición e intención, o para represent rselos mediante im -
genes simbólicas. A menudo me he preguntado si mis dos
presencias podían ser, por así decirlo, holones localizados, y si
tales holones podían crecer a través de las edades mediante
la incorporación de miembros desencarnados de alguna iglesia,
nación o cualquier comunidad en particular por la cual sus
ILUSION ¨O QU? 275

ii-I.-egrantes se hubiesen interesado en vida. Un caso posible


1.i@)dría ser la Socíety of Psychical Research. En sus Lectures
0,11@ Psychical Research, el profesor C. D. Broad destacó que,
ci,a.tido algunos de sus miembros sensitivos tenían la aparente
experiencia de contacto con lo desencarnado, éste siempre se
cíllba con sus predecesores brit nicos de clase alta en la Society.
,.Acaso el "otro mundo" -se preguntaba- sólo est po-
blado por investigadores brit nicos de clase alta del siglo xix?
ron todo respeto, esto me desconcierta. También en "este
iundo", lo semejante tiende a Ij scinejarite: los académicos
Cambridge a los académicos de Cambridge, los cantantes
pop a los cantantes pop, los marxistas a los marxistas.
Incidentalmente advertí que de los diez amigos ante cuyas
muertes yo reaccioné en el mismo instante, o que parecieron
visitarme más tarde, ocho compartían conmigo cierto interés
en las investigaciones psíquicas. Y no eran los amigos con quie-
nes más me sentía ligada emodonalmente.

que con mis amigos encarnados parezco meramente


reaccionar ante su situación y sus deseos sin saber muy bien
si ellos me sienten o no, con las presencias desencarnadas
puede ocurrir de otro modo. Como dije, a veces parecen
-hall ndonos a solas- tomar la iniciativa, ya para darme
información simbólica, o, con más frecuencia, para indicar
qué acción hay que tomar. Pero en ambos casos el contacto
parece ocurrir cuando mi razón est adormecida. Daré un
ejemplo muy ilustrativo, pues en él pareciera enfatizarse que
el contacto con otros aspectos de la realidad tiene lugar a
nivel subliminal y que la conciencia de dicho contacto tiene
que emerger como mejor pueda al nivel consciente.
En 19ó9 recibí un golpe al ver en The Times el obituario
de un gran amigo, Guy Wint, y dos días más tarde me descu-
brí respondiendo en alta voz a una aparente pregunta suya,
antes de darme cuenta de su presencia. En realidad, sólo el
sonido de mi propia voz atrajo mi atención. Es iina expe-
riencia muy curiosa oír que una parte de una misma, de la
cual una no es consciente al nivel del mundo físico, le res-
ponde a alguien del cual tampoco una es consciente a ese
nivel.
No sé decir si justificadamente o no, pero cuando más tarde
27ó LA VIDA DESPUS,]*,@LA @MUERTE

leí el siguiente pasaje en una conferencia del doctor Grey Walt-


er sobre el ritmo cerebral, mi mente retrocedió a dicha expe-
riencia de dar una respuesta antes que la superficie de la
conciencia captara la pregunta. Esto volvió a sugerirme la
falta de barreras entre la zona "física" y la "ultrafísica" del
ser. Decía el doctor Grey Walter:

hay pruebas objetivo de que los impulsos espont neos t)ara


explorar y evocar experiencias imaginarias son precedidos y acompíú os
por reflejos eléctricos tan nítidos y sustanciales como los que he descrípto
en relación con las interacciones con el mundo externo. [Nótese el
precedidos... 1 .
Es una experiencia inquietante discernir eléc-
trico las intenciones de una persona, predecir sus decisiones antes que
ella las conozca. más impresionante aun es comprobar, cuando uno
mismo es sujeto a ese artefacto, que mediante un esfuerzo de la voluntad
uno puede influir sobre los hechos externos, sin tnoverse o actuar en
forma manifiesta, a través de los impalpables oleadas eléctricas del pró-
pio cerebro. quizá no es sorprendente que el ejercicio reiterado de tal
esfuerzo requiera el logro de un particular estado de concentración, un
paradójico compuesto de distancia y entusiasmo." 20

Muy especulativamente uno podría aiíadir, detr s de las


palabras "evocar experiencias imaginarias", "y para toda in-
teracción subconsciente relacionada con la ESP". Al menos,
esa paradójica combinación de distancia,iy entusiastno @hi sido
descripta a menudo por aquellos en quienes tal @ente in-
teracción alcanzó la superficie de la conciencia.@-@l
Con el permiso de la señora Wint, baso mi descripción de
la experiencia habida con su esposo eri la,,-w is~idnj que
entonces hice cw@hecho.
Guy Wínt,-.y Té., solíamos encontrarnos para trabajar en Lon-
dres. Nuesteol-Yprincipales intereses en común eran el drama
y la inves'tígacióíi psíquica, incluida la cuestión de la super-
vivencia. Muy@ cada tanto yo pasaba la noche con él y su
esposa en Oxford, pero como ella estaba muy ocupada con
su familia y con sus muchos amigos, yo trataba de molestarla
lo,, menos posible. Además sentía una pequeña barrera entre
dla'y yo, pese a su extremada amabilidad; y el otro día me
Is.Wrendí al enterarme, por boca de ella misma, que yo le
@ía gustado pero que veía en-ní,-,au~ figura formidable
que la atemorizaba. Menciono esta circunstancia porque re-
duce la.,probabilidad de que ellai@bjfuliite telep tica de
ILUSION ¨O -QU? 277
la experiencia que narraré, aunque, @ por supuesto, yo no pueda
estar segura de ello.
El domingo, dos días después de la muerte de Guy, yo es-
taba sentada a solas, dispuesta a comenzar mi trabajo, cuando,
para gran sorpresa mía y sin que hubiese advertido su prefi
sencia, descubrí que había apoyado la cabeza sobre el escri@
y le respondía a Guy, con emocionados sollozos:
Guy, sí, lo intentaré! Lo intentaré!" Entonces, sobresaltada.:
volví en mí y me di cuenta, consternada, de que no tenía idea
de cu l era la promesa que había hecho. En tales ocasiones
dejo de lado todo razonamiento e intento comportarme según
lo requieren mis amigos desencarnados. Me parecería muy mal
no hacerlo así. Entonces traté de interpretar los deseos de
Guy. Al parecer, deseaba que yo me pusiera de inmediato
en contacto con Freda, su mujer. La situación era embarazoso.
Ella era mucho más joven, hermosa, contaba con muchos
amigos, y yo no veía razón alguna para que Freda deseara
de mí algo más que las condolencias que le había enviado
por escrito. Además, tiendo a economizar y a no hacer lla-
mados telefónicos de larga distancia a menos que haya razones
pr cticas de urgencia. Pero en esta ocasión la presión era
demasiado fuerte como para resistirla, de modo que la llamé
a Freda y, como a ella pareció agradarle, le conté mi expe-
riencia con Guy. Luego le escribí y telefoneé varias veces
durante las tres próximas semanas. El resultado fue una carta
de Freda agradeciéndome mis llamados y mis cartas. Decía
tener la impresión de que, sin mí y otro amigo que había
hecho lo mismo, se habría vuelto loca, porque todo el mundo
la trataba con sumo tacto y no mencionaba a Guy, cuando
lo único que ella quería era hablar de él.
Tuve la impresión de que Guy era sumamente feliz, y más
tarde otro par de amigos '.e contó a Freda que -sentían que
Guy estaba alegre al verse libre del sufrimiento. Acaso esto
parezca una impiedad de su parte, pero sospecho que, si los
individuos sobreviven, son nuestras limitaciones las que crean
una separación entre ellos y nosotros; somos nosotros los
que presumimos que ellos se han ido. Puede que para ellos
una relación valiosa no se interrumpa con la muerte. En ese
caso, puede que la muerte del cuerpo no les parezca más
portentosa que un viaje a Australia ... especialmente si su
278 LA VIDA DESPUS DE LA MUER.TE

relación con lo que denominamos el tiempo difiere de la


nuestra.

Al menos, en la medida de mi percepción, la única intención


de Guy, así como la de Julia y otros, era la de enviar ayuda
a alguien que ellos amaban: nada supe de su propia situacíóœ,,
salvo que pude experimentar su estado de dicha. En la expe-
riencia siguiente, por el contrario, la aparente intención fi-ie,
tal como en el caso de Vívian, la de informarme sobre la situa~
ción de un amigo muy querido que había muerto recién, el
profesor Cyril Burt. Era natural que él quisiera hacerlo, vuelto
que yo había discutido con él la posibilidad de la superviveri.,
cia de la conciencia después de la muerte y también hal@,
citado sus pareceres en algunos escritos. Pero se recordó
que, según Vivian, la información sobre condiciones que
fieren cualitativamente de las nuestras sólo puede se@

segunda mano, por medio de imágenes. Y fueron im genl---


lo que obtuve. quizá sea natural que fueran musicales ant,%.@
que visuales, pues el profesor Burt había tenido más sen"@..
bilidad auditiva que visual, además de ser un buen músicas,
También esta vez describiré el incidente según lo transcri %,
en ese momento.
Sir Cyril Burt murió en el atardecer del lo de octubre (@i,
1971, y el doctor Charlotte Banks me telefoneó para infc
marme esa misma noche. Yo sabía que él estaba muy enfe
mo, pero tenía la impresión de que, aun en caso de que no
se recuperara, su defunción requeriría un proceso lento. Su
muerte súbita, por lo tanto, me afectó duramente, no por él,
pues yo ya había advertido que la vejez de su cuerpo pronto
sería un obst culo para su hermosa mente, sino porque lo
amaba y dependía muchísimo de él. Como me dijo mi es-
poso: "Has perdido tu soporte".

A la rnafíana siguiente yo seguía muy emocionada, y el


efecto físico, que ya he sentido en otras circunstancias simi-
lares, era un temblor en el cuerpo y las rodillas y l grimas en
los ojos. No se trataba de l grimas de pena, sino de urg
especie de alivio de mi cuerpo ante una presión que no posea
soportar de otro modo. Después del desayuno algo me im-
pulsó @ me compulsó, mejor dicho- a ir al piano y tocar
el segundo movimiento de la sonata N? 10 en do mayor de
Mozart. Esto me sorprendió mucho, pues hacía años que na
ILUSION ¨O QU? 279

tocaba el piano; ya no tengo técnica, se me endurecieron los


dedos y me falta energía. Además, me sentía muy cansada
y tenía mucho que hacer, lo que hacía ese acto aun más sor-
prendente. Mi marido entró, perplejo, y después me contó
que quiso preguntarme qué diablos hacía, pero se contuvo.
Como siempre presto minuciosa atención a ese tipo de
"órdenes" traté de observar qué sensación me comunicaba
el movitniento. Era una impresión de calma serenidad, esa
serenidad que reporta el sentirse cómodo en un ambiente
natural -jardín, flores, bosques, agua-, paz. Se trataba de
una sensación de ordenada simplicidad, una nostalgia l nguida
y moment nea durante el segundo tema menor, y luego ese
segundo tema culminaba en clave mayor en medio de una
paz perfecta. Y la clave, advertí más tarde, era fa mayor, la
misma de la Sinfonía Pastoral y de la Quinta sonata para
violín de Beethoven. Sentí intensamente como si el profesor
Burt estuviera diciéndome: "Así es como me siento". Claro
que no hay ninguna evidencia externa de que fuera así.
Luego sentí, por muy embarazoso que fuera hacerlo a tan
poco tiempo de su muerte, que debía telefonear a Gretl Ar-
cher, su devota amiga y secretaria, y contarle este incidente.
Ella respondió: "¨Sabe usted? Menos de tres horas antes
de su muerte, bajo el efecto de los sedantes, el profesor tocaba
el piano en la mesita de su cama. , Yo observaba sus dedos,
tratando de descubrir qué tocaba, pero no pude averiguarlo,
aunque también contemplé su rostro, en el que había una ex-
presión de júbilo".
Ayer, 14 de octubre, le conté algo de esto a la señorita
Alisen Dobbs, que me había traído una pila de corresponden-
cia entre su sobrino, el matem tico Adrian Dobbs, tnuerto
en 1970, y el profesor Burt, porque yo los había puesto en
contacto. En una de las cartas, Adrian escribía que nadie lo
había ayudado tanto como el profesor Burt, y ella pensó que
a mí me agradaría saberlo. Esta mañana (el día siguiente)
llegó una carta de la señorita Dobbs, en la que me informaba
que al llegar a casa había hallado, en ur- maletín de Adrian,
algunos cuadernos de notas más recientes y que el primero
que abrió tenía una cita sobre Mozart en la primera p gina
que ella miró. Aunque la fraseología no me pertenezca, no
cabría mejor expresión para lo que el lento movimiento de
280 LA VIDA DFS@y&?,'@l MUERTE

Mozart @parecía haberme dicho sobre el profesor Burt> espe-


cialmente@ en las últimas líneas.
.,,@Lahntlaindeile wffió'ritti' Dobbs terminaba M, me
sorprendió 'que,-ilentre@ @i@co cuadernos, abriera '@en la p gina
d@,,-Mozart. Por-eso se@lo envío sin pérdida de tiempo". (La

@taor,im zk, Thei@'Impossible Adventure, de A. Gheerbrant.)


ndœ:)inLrm@:) 3ffl

;,P13"Bw@l m úcp,@!Mozart hay un extraño sortilegio en el más amplio


sentido de la palabra, a la que ningún indio habría permanecido insen-
sible. Sobre ellos, al igual que sobre nosotros, la música parecía ejercer
una influencia benéfica: relajaba el cuerpo y permitía que el alma se
expandara a su?-;placer. Era una especie de oxígeno, el b lsamo más
sentador. D@si@4kjpo tefnores, la melancolía y las fatigas de la jornada.
Nos confortaba en nuestra soledad y nos daba nimos en esa vida prími-
tiva que llev bamos. Sobre esta lóbrega comarca, eternamente cerrada
sobre sus secretos, la música erguía una trémula selva de afinados violi-
nes, que imprimía al vello de la piel el mismo movimiento que tienen
los azulados brotes de mandioca al mecerse bajo el viento de la ladera.
Esa música no endurecía el cuerpo ni fijaba una máscara de temor en
105 rostros de quienes la escuchaban. Abria los rincones secretos del
corazón, hacía que un millar de voces ocultas surgiera del velado centro
de las casar un millar de colores, un millar de formas'insospechadas

Mi razón prefétltí 'dejar de lado los dos siguientes aiíadí-


dos a la experiencia Burt-Mozart, pero sería deshonesto hacer-
@io; dado que no estoy en posición de asumir que sean coin-
@eg.@,@!por casualidad,- y@,,-,@ por propósitos de presencias
@rortis o por la ley, dt-@:atracción de lo semejante. El
@merof,@r@ que Adrian Dobbs, un amigo a quien yo
había conocido a través de nuestro común interés en las in-
.vestigaciones psíquicas y cuya tía me había enviado la cita
de sus cuadernos relativa a la música de Mozart, ya había
establecido contacto conmigo después de su muerte en 1970.
,Yo,@había tenido la impresión de que él quería enviarle un
m em@'"'e al profesor C. D. Broad, de quien había sido íntimo
amigo en Cambridge. como es de imaginar, con consi-
d=ble desconfianza, pero el profesor Broad respondió en
forma copiosa - y, gentil que el mensaje era correcto y que
habí -,,"]I@ddj@tras él trabajaba con las anotaciones de

arte-Ue tffin rnrta escrita por el


antes de la muerte de este
o: al enterarse de mi experiencia
Tr3i,,i@jiviu¯i N Qu ?,bu 281

Burt-Mbzu
itpuce , que yo me compulsado a tocar
música de 'Mozart en particular. ,--)tjq

"Como la muerte es, si lo consideramos con cierta atención, la autén-


tica meta de nuestra existencia, he cultivado duralite los últimos años
relaciones más íntimas con esta franca y bondadosa amiga de la huma-
nidad, de modo que su imagen ya no me resulta aterradora, sino que es
fuente de alivio y de consuelo. Y agradezco a mi Dios por ofrecerme
graciosamente la oportunidad (tú sabes a qué me refiero) de saber que
la muerte es la llave que abre la puerta de nuestra verdadera felicidad.
jamás me acuesto, por las noches, sin reflexionar -joven como soy-
en que q@ no vea el día siguiente. No obstante, ninguno de mis
amigos podría decir que con los demás me muestro huraño o mal-
humorado.
Por esta bendición doy cotidianas gracias a mi Creador, y deseo de
todo corazón que cada uno de mis semejantes pueda gozar de ella."21

Inútil agregar que todo el incidente Burt-Mozart despierta


un conflicto entre mi razón y mi intuición. La razón dice:
.',Obra de tu tonta imaginación!" La intuición responde:
"Si crees eso eres una necia".
De modo que mi problema consiste en lo siguiente: ¨hasta
qué punto mi razón est condicionada contra la aceptación
de la idea de toda comunicación con presencias desencarnadas
por una atmósfera mental que-subraya que el único mundo
real es el mundo físico según lo presentan nuestros sentidos
y sus herramientas? Y por otra parte, ¨hasta qué punto mi
intuición est condicionada por pensamientos deliberados? No
aludo necesariamente al deseo de perpetuar la mezquina iden-
tidad personal. Hay-mucha gente que est libre de esa forma
de mezquindad; pero hay muchos que se sienten enjaulados,
encerrados y encarcelados y anhelan una extensión de la con-
ciencia, un horizonte más amplio, el aumento de perspectivas
y posibilidades de que pudo gozar Vivían. Por lo demás, sí
tanto él como los otros visitantes desencarnados son ilusorios,
debe hallarse una razón para la utilidad de sus a veces asom-
brosos requerimiento . 5
El conflicto entre razón e intuición en la psique humana
sólo podr resolverse cuando los recientes,@descubrimientos
de la física (que acaso aún tenga más que revelarnos) res-
pe5to del provincialismo y la naturaleza ilusoria del mundo
físico, según lo presentan nuestros sentidos, hayan penetrado
con más intensidad en nuestra atmósfera mental. La mayor
282 LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE

parte de nosotros aún siente lo que sentía el doctor johnson


al patear la piedra, pues los hombres siempre han estado
inmersos en la atmósfera mental de su época como en el
aire que respiran. Afortunadamente, esa atmósfera cambia
lentamente con los nuevos descubrimientos. Si uno sabe que
la tierra es plana, tiene sentido imaginar el cielo arriba y el
infierno abajo. Si uno tiene cuatro años (esta historia me
la contó recientemente un amigo) y la madre de uno le dice
que su cuerpo abultado contiene un niño que le dio nuestro
padre, tiene sentido (con mis disculpas a Freud) advertirle a
éste: "¨Viste el niño que le diste a mam ? Bueno, se lo
comió". ¨Qué hubiera visto Francis Bacon en un aparato
de TV? Le pregunté a un amigo matem tico, quien respon-
díó: "¨Le hubiese quedado otra alternativa que la magia?"
La lucha por la comprensión, sin embargo, acaso sea nece-.
saria para fortificar nuestros músciilos mentales. J. B. Op-
penheimer dice: "La experiencia de advertir cómo nuestros
pensamientos, palabras e ideas estaban encerrados en la fimi-
tación de nuestra experiencia 'es saludable. . . " Esto puede
servir de estímulo para que los legos traten de pensar por
sí mismos, especialmente teniendo en cuenta que Oppenheinier
aiíade que aun a los científicos más eminentes les cuesta salir
del capullo del pensamiento contempor neo.

"Kepler, que amaba las esferas, descubrió elipses Einstein

propuso la noción de cuantos de luz, pero jamás pudo reconciliarse con


la teoría cu ntica lógicamente elaborada a partir de ese fundamento. Y
de Broglie, quien descubrió que hay ondas relacionadas con partículas
materiales, jamás pudo conciliarse con el hecho de que se las interpretara
como ondas que sólo representaban información y no como una pertur-
badón en un medio corpóreo." [La bastardilla esmfa.] 22

Si un de Broglie jamás pudo deshacerse de la necesidad


intelectual de concebir un medio corpóreo para la transmisión
de las ondas, puede que una persona ordinaria que experi-
mente la moment nea y aparente visita de un amigo que pro-
viene de un reino para él inconcebible, sea incapaz de otra
cosa que una sensación compartida, o un contacto de segunda
mano a través de una imagen sensorial. Pero si tales contactos
mediante imágenes de veras ocurren, ¨quién escoge la imagen?
Vivían dijo que él me daba la imagen del ave surcando el
cielo. Equivocada o no, yo sentí como si Burt me indujera
ILUSIóN ¨O Q'U? 283

a tocar Mozart cotno un indicio de su situación. Cabe conje.


turar que ambos, siendo muy inteligentes, después de morir
advirtieron la dificultad de informar acerca de la nueva con-
dición en que se hallaban y que utilizaron imágenes para
representarla. De hecho, eso fue lo que dijo Vivian. El pro-
fesor H. H. Price y otros también han sugerido que, sin darse
cuenta de ello, los que recién han muerto pueden continuar
generando imágenes mentales semejantes a su ambiente terre-
nal en provecho propio, o quizá porque ellas se adecuan a
sus expectativas. (Esa producción de imágenes podría set
an loga a nuestro sueño.) En mi juventud leí una hermosa
historia, creo que de Annie Besant, sobre un viaje que ella
creía haber hecho en "el avión astral". Vio entonces a una
mujer, recién llegada y de rodillas, que adoraba una imagen
de Dios Padre espléndidamente tradicional, con su larga barba
blanca y su trono blanco. Lamentablemente, escribía Annie
Besant, se había olvidado de hacerle la espalda.
Contrariamente, también puede que el tipo psicológico del
receptor sea el que determina la imagen: quien tienda a la
experiencia visual quizá vislumbre campos verdes, quien tien-
da a la experiencia auditiva, oir música celestial. D. Se@-,tt
Rogo nos ofrece un informe al respecto. Durante una vísi,a
al entonces Arzobispo de York, una tal Lady C. conipartía
la habitación con una tal señorita Z. La primera escribió-.

"Yo dorraía con la señorita Z., cuando súbitamente vi una imagen


blanca que volaba por la habitac!ón E ... l. Le dije a la seiíoiíta Z:
t¨Vio usted eso?', y ell exclamó simult neamente,' '¨Oyó usted eso?'
Dije en el acto: 'Vi un ngel volando por la habitacíón','y ella: "Escuché
el canto de un ngel'."23

Rogo también cita un caso que sugiere un intento de repre-


sentar I(@ inconcebible en términos de imagen,'y en el cual
el receptor reconoce que es sólo una imagen. La modelo de
un artista, que era una sensitiva, informó que mientras estaba
en trance podía escuchar música iio-física. Pero el artista
comentó: "Est GI@-liigada a emplear el vocablo música; es la
palabra nuestra que w@ s se aproxima al sortilegio que aún
la embarga". (Yo tami)íén tuve una vez una experiencia
vagamente parecida, y la transcribo deliberadamente, para
demostrar qué demencíales pueden sonar esos incidentes cuaii-
284 LA VIDA DESPUS DP- LA MUFRTE

do se los traduce a íté@ tridimensíonales. Se trataba de


ascender por el clímax de'la Balada en La menor de Chopin,
'Descampado como una montaña", hasta un sitio de increíble
belleza. ¨Podría tratarse de una imagen para representar un
estado inconcebible con el que establecí contacto a través de
mis meditaciones sobre la Balada?)
Para la gente sencilla las cosas son más f ciles, porque no
se molestan en tales ínterrogatorios. El otro@,ldb @:léí acerca
de un escrito autom tico hecho por una viuda,-@supuestamente
al dictado de su esposo, que acababa de morir. Ella escribió,
como si él lo hiciera, que después de la muerte se había encon-
trado con su madre y lo habían llevado a un confortable
chalet donde se hallaba totalmente dichoso y a gusto. Ella
se alegró inmensamente. Los más cultos dir n: "Pobre alma
simple! Eso procede de su propio subconsciente, por supuesto.
Ella est compensando su pérdida". Puede que eso sea cierto
con mucha frecuencia. ¨Pero debo yo, en nombre de esa
presunción, descartar mis experiencias en todos los casos?
A la luz de las afirmaciones de Vivian y de las descripciones
del viejo sabio, según las cuales los semejantes pueden unirse
sin perder la identidad, ¨debo yo presumir que el amor no
puede enlazar a dos personas a través de la Frontera aparen-
te? Y si ese lazo se da con la esposa a nivel subliminal, es
posible que la feliz condición de su esposo sólo pudiera comu-
nic rsele al estrato consciente, sujeto por los sentidos, me-
diante esa imagen humilde. Pero supongamos que la viuda
fuera de mi tipo, que parece experimentar un enlace ínme-
diato Y sin imágenes con otras personalidades, encarnadas o
no. En ese caso no necesitaría de la escritura autom tica.
Podría, en ciertos momentos, vivenciar directamente la calma
alegría y el persistente amor de su esposo tal como yo parecí
vivenciar directamente el deleite de Vivian ante sus oportu-
nidades, la felicidad de Guy y de Julia y la serenidad del
profesor Burt.

Espero que los investigadores algún día presten más aten-


ción al hecho de que las impresiones de la ESP son vividas
de modo Diferente por diferentes receptores, pues acaso re-
sulte que hay más gente de la que se cree que ha tenido
contactos con lo incorpóreo. En el pasado, por ejemplo, como
mis experiencias -tanto las mundanas como las otras- so-
285

lían carecer de mi de deíCaiiarIa8 COn'O mctos


destacada, honesta
productos de mi ir dijo
Leonard, me
y talentoso senslt ('Veo que lo raismo que
cuando nos conck -y agitó una mano-, en
yo, pero yo lo expreso por ., aquí Esta esclarecedora

lo vive directamente".

tanto que usted no descartar autoln tícamente


'ón me dio coraje Pata

afirrnaci o si fueran hechos accidentales o "meta

tales experiencias com


imaginación" - isodio ejenlplífica lo que quiero decir al rcfe-
El siguiente ep atrones de recepción. Me pidieron que

rírme a diversos p
escribiera mi primer libro sobre.investigación psíquica cuando
me hallaba muy ocupada y algo exhausta; yo sentía, sin
embargo, una presión tenaz desde mi interior -aunque al
mismo tiempo era como sí ' ' a de afuera- para se ir

vimer gu'
acc.ante con @i Esa presión se agudizó cuando llegué al

en que debía encarar lo@,problemas que podían afrontar


punto

las criaturas desencarnadas si de veras intentaban comunicarse


con nosotros, según nos lo indican una serie de escritos auto-
m ticos conocidos como la Correspondencia Cruzada de la
S.P.R. (Dicha t)resión parecía ejercerse desde "arriba y de-
Wl, hablando de un modo más o menos metafórico. Aquí

@) Experimenté al fin un gran


escrito lo que "alguien" deseaba.
trude (Nancy) johnson, una de@.
rendido muchas tareas e@peri-

nien a G. N. M. Tyrrell, vino a aimor-7


zar conmigo. almuerzo, para mí sorpresa -jam s
había tenido, tener, un impulso semejante- me

sentí impulsada a sentarme en el suelo, apoy ndome contra


ella, y a leer parte de lo q,ue había escrito. Pero no le men-
cio@@la presi@n que experimentaba. Lo que sigue es la trans-

cripcíón que hice en su tnotnento:

e habría sido de particular interés para

G como una hoja, gritó-.


r la emoción. Yo le afe@

al

es lo clue quiere.

Per ella e 1 y seguía repitiendo:


28ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

- Es George! Es George! Est justo frente a nosotros -y añadió,


al cabo de un instante-: Ahora acaba de irse!

más tarde, durante varios minutos, ella no parecía estar 'aquí' conmigo.
Esta es una figura de lenguaje para expresar que su conciencia parecía
estar concentrada en otra parte, aunque no estaba en trance. Finalmente
pareció regresar, y yo le pregunté:
-¨Puedes decirme qué quería?
-Parecía satisfecho @ijo-. Fue como cuando él solfa enfrentar
una tarea ardua y yo le decía algu que e ayudaba a clarificar las ideas,
lo que le permitía seguir adelante. No decía mucho pero demostraba su
satisfacción. Había logrado lo que quería. Y ese era el aspecto que
tenía ahora.
Le pregunté cómo lo había visto y ella dijo que él estaba sentado
en el sof de enfrente.
-Pero eso es secundario -añadir. Lo más importante para mí
fue que él estuviera. Lo sentí.
-¨Es decir que tuviste una sensación de su presencia? -pregunté.
-Sí, sí, era George!"

Claro que no cuesta nada decir que la lectura sobre posibles


comunicaciones con los muertos pudo suscitar en Nancy re-
cuerdos emocionales de un guía y amigo muy querido, recuer-
dos lo suficientemente fuertes como para inducir una alucina-
ción creada por ella misma. Por otra parte, sí se lo contempla
sin prejuicios ni a favor ni en contra, el George satisfecho
que experiment¨> Nancy se adecuaba a mi previa sensación,
de sentirme obligada a escribir un pasaje difícil de un modo
determinado y de haber logrado lo que "alguien" quería. Y
yo nada le había dicho a Nancy al respecto, si bien ella l3udo
captarlo telep ticamente a un nivel subliminal. ¨Pero por
qué yo no identifiqué a Geore como George cuando sentí
esa presión? Acaso haya una posible respuesta en la afirma-
ción de mi viejo sabio con respecto a la unión sin pérdida de
identidad. Los intereses de George se relacionaban mucho
con los del grupo de Frederic Myers, responsable de la Corres-
pondencia Cruzada, y es lógico que después de la muerte lo
atrajera el holón que había formado ese grupo. Además, su
amistad conmigo tenía i-nucho que ver con esos mismos inte-
reses. Por lo tanto, cuando escribí el pasaje que le leí a Nancy,
puede que yo haya reaccionado a la presión ejercida por el
grupo Mvers en tanto holón, mientras que al leerlo puede que
]lava estado centrada en mí misma, en "mi" libro, cerrando
mi sensibilidad a toda impresión psi. Pero Nancy era la hija
adoptíva de George v el 'œazo entre ambos era muy fuerte,
ILUSlóN ¨O QU? 287

quizá deba recordarle al lector que no consigno este incidente


como una prueba de la supervivencia, sino para comparar la
experiencia de Nancy, adecuada a su relación con George, con
la mía, adecuada a mi relación. De todos modos, bien puede
decirse que eran relaciones que tomaban diferentes aspectos
de la realidad.
Ahora llego a dos experiencias relevantes, que han obrado
en mí durante años, bajo la superficie, para modificar tni
actitud hacia la posible existencia y la eventual naturaleza de
la conciencia que sobrevive a la muerte. Ya una vez intenté
describirlas, pero el intento es inhibitorio, no sólo porque las
sombras de Freud y Skinner parecen vigilarnos, sino también
porque las únicas palabras que puedo encontrar para ello pare-
cen lógicas, melodram ticas y absurdamente inapropiadas. Lo
subjetivo y lo objetivo, por ejemplo, ya no eran opuestos, y
esa pobre y maltrecho palabra, amor, si bien en un sentido
ext tico y nada posesivo, era la expresión humana más cabal
para aludir a esa armonía del universo, creencia que a Einstein
le permitió (según él se lo confesó a Hans Reichenbach) des-
cubrir su teoría de la relatividad. De hecho, durante esas
experiencias el viejo versito de Tis love that makes the world
go round ("Es el amor el que hace girar el mundo"), se trans-

formó en un enunciado científico desprovisto de sentimenta-


lismo, y energía y conciencia en dos aspectos de la misma
realidad. En una carta dirigida a mí, Sir Cyríl Burt una vez
expresó de este modo su idea de esa realidad:

"Estoy convencido de que sólo hay un orden fundamental, que parece


lógico o matem tico ante nuestra intuición cognitiva, estético ante nues-
tra intuición emocional, y moral ante nuestra intuición volitiva o conativa.
Y es esencialmente numinoso."

Ambas experiencias consistieron en un contacto con lo que


llamaré focos desencarnados de ese orden fundamental, que
por supuesto incluye la conciencia. En términos humanos el
impacto que me produjeron fue el de presencias personales,
muchos más "reales", aun en la memoria, que todo contacto
en el mundo físico y tan infinitamente "fuera de mis esque-
mas" que sugerir, como lo han hecho algunos psicólogos, que
son invención mía, resulta poco menos que una broma. La
palabra clave es cualidad. Ello no implica, por supuesto, que
288 LA VIDA',-

!W,@b4-IMUERTE

tal contacto suponga una qialidad especial por parte del te-
cepto.r, , "El Rutilante Anillo de la Eternidad", como el sol,
ra justos, injustos y estúpidos por igual, pero ocurre
que todos suelen mantener los ojos cerrados. Esta vez ocurrió
,que, debido a, circunstancias que no esnp~@,

A"nqonar
los míos estaban levemente entreabiertos.
Tales presencias diferían de las de p4

#mi s mtiertos
recientemente en el hecho de que mis amigos venían a mí. Las
presencias no "iban" ni "venían". Tampoco parecían estar
localizadas, como esos seres que parecían velar por Westmins-
ter Hall y Eton Chapel. Lo más que puedo decir es que
estaban. Lo impregnaban todo. Acaso esto suene paradójico,
pero a mi juicio, la diferencia vital entre lo que llamamos
estados normales de conciencia y los estados que propician
experiencias semejantes, es que en éstos las paradojas son
normales. Estas presencias, por ejemplo, si bien parecían focos
de energía muy intensos e intensamente personales, no tenían
necesidades ni límites. Podría decirse que "desaparecían"
"hacia arriba" y "hacia adentro"_p@14_@raer,vida del rutilante
centro espiritual, y al mism

i soii,e@pandían "hacia
abajo" y, "(hacia afuera" para envolverme a mí y a todo con
ella No obstante, estas palabras, de orientación geogr fica
son @Wbtw. desaparecer, arriba, abajo, afuera, centro. ¨Qué
pueden significar cuando el centro y la circunferencia son lo
mismo? Especialmente,,cuudq-4 wptxp,,@t4

d
y no hay circunferencia,,,,,@,g z:jbi ij,, obom 5L

Ambas experiencias me sugirieron, en diversas formas, que


una de las razones@para carecer de conceptos que captaran las
condiciones1Piltrafa @al r>arecer relativamente accesibles en
que tuncionaban@ kjuy y-@ la:n@ az' propio egocentrismo.
La primera se me dio a conocer como una imagen visible de
alegría, belleza y, com asión celestiales, muy, muy "por enci-
1p
ma" de mí. Mientras yo miraba "arriba" en adoración y humil-
dad, me sentí conectada, por así llamarlo, para mirar "al
otro lado", lo que me permitió mirar "fuera" con una fracción
de "sus" ojos y entrever la infinidad de relaciones entretejidas
dentro del Uno limitado. El resultado fue asombroso. pro-
,4enypg ~iencia de mí misma.
rama de rela-
pude amarlas,
ILUSION ¨O QU? 289

amarlas realmente. Es posible que en sus momentos crea-


dores, los artistas, poetas, músicos, científicos y matem ticos
,(vislumbren" algo así y de ese modo puedan suministrarnos
algo que nos acerque más a la melodía de la armonía central.
(Apenas puedo tolerar el empleo de estas palabras tontas.)
Por supuesto que, para alguien como yo, la visión tuvo que
desvanecerse. Sólo puedo recordarla por momentos y, por lo
general, sólo logro pensar en ella. No puedo revivirla por
completo. Quince años más tarde se me recordó speramente
que eso se debía a mi propia limitación. Una vez más, una
inmensa presencia (invisible ahora, pero en cuyo mbito pare-
cí elevarme en éxtasis en un instante de belleza extrema y
natural) me hizo mirar a través de una fracción de sus ojos.
Pero esta vez tuve que mirar hacia abajo, hacia abajo. Y lo
que vi en el fondo fue... a mí misma, un objeto fr gil, lento
y pequeño, con sus pequeñas puertas de la percepción emba-
rradas por el egocentrismo. Su atención se había fijado en sí
misma. No es de asombrarse que el barro se resquebrajara.
Hasta ahora he registrado algunas de mis experiencias de
ESP como si fueran incidentes de un viaje que podrían dar
indicios sobre la índole del objetivo de ese viaje. ¨Es la
aniquilación, o, como lo sugieren débilmente tales experiencias,
una expansión de la conciencia? (Uno recuerda que, en el
aspecto físico de la realidad, la conciencia se ha expandído
desde la ameba al hombre en su estado actual. ¨No podr
expandirse más, aun aquí?) Mientras consignaba esas expe-
riencias, me descubrí, y era la primera vez que lo hacía, ha-
ciendo el intento de vincularlas: l) entre sí; 2) a la comunica-
cíón en. la vida cotidiana; 3) a cuanto, pese a que se la suela
aceptar como la última palabra, comienza a parecer una cien-
cía pretérita, y 4) a cuanto llega hasta el lego de la física de
hoy. Dicha tentativa indujo un cambio de actitud que trataré
de explicar.
En cuanto a l), ahora advierto que, si se contemplan mis
experiencias como ejemplos de relación, est n hiladas con una
hebra que es continua con la interacción sensorial de la vida
cotidiana. Primero vinieron las interacciones telep ticas que,
como las sensoriales, son un medio para relacionarse con In-,
vivientes. Luego vinieron las interacciones con amigos desen-
carnados, que se parecen a la comunicación telep tica con los
290 LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE

vivos, salvo que en mi caso (fuera de los pedidos telep ticos


urgentes por parte de mi esposo) esos amigos suelen demos-
trar más iniciativa que los vivos. En tercer lugar, el viejo
sabio del cuadro me sugirió la noción de una relación aun
más íntima, el entrelazarniento de individuos desencarnados
en grupos, aunque sin pérdida de la propia identidad. En
1940, yo jamás había oído hablar de holones, pero pareciera
que este concepto es apropiado para describir ciertas formas
desencarnadas. Finalmente, vinieron mis contactos, entre la
estupefacción y la adoración, con lo que llamaré los grandes
holones, en los que se corporeizaba la armonía única del amor.
En cuanto a 2) y 3), por muy reales y eficaces que me
parezcan a mí mis experiencias, ellas "rompen con las reglas"
y por lo tanto son impensables. "Idos a casa, seiíora Hey-
wood, a vuestra cocina, maldita sea!"
Pero, ¨y qué en cuanto a 4) ? Aun -.í la física de hoy no
ha hallado respuestas para estos irinpensables, sí lo ha hecho,
según hemos visto, para otros, y de un modo que hace que
el materialismo ortodoxo parezca más bien provinciano. Los
extraordinarios cambios que est n ocurriendo necesitan tiempo
para llegar hasta el mundo de los legos, y mientras tanto nos
-desconciertan. "Hace sólo una semana", por así decirlo, nos
decían que sí viaj bamos en tren a más de quince millas por
hora nos saldría sangre de la nariz; "anteayer", que un avión
que rompíera la barrera del sonido se desintegraría, y "ayer",
que riada podía viajar más r pido que la luz. En marzo de
1974 recibimos un espléndido diario de viaje, publicado en el
New Scientist, en que dos físicos informaban acerca de una
partícula que ellos llaman tachyon, que parece capaz de supe-
rar la velocidad de la luz. más de una vez me he preguntado,
al ver cómo giran, haciéndose invisibles, los rayos de una rue-
da, o al vet que soplan un silbato ultrasónico que yo no puedo
oír, si la posible existencia de velocidades de movimiento o
vibración que escapen a los sentidos o la imaginación humana
no tiene algo que ver con nuestra carencia de conceptos para
las condiciones en que quiz s existan las criaturas desencar-
nadas. Poco después de leer el. informe de los cazadores de
tachyons me contaron la historia de una niñita cuya madre
se había ahogado. El día que siguió a esa desgracia, el padre
se encerró a solas con su pena, pero ella insistió en verlo.
ILUSlóN ¨O QU? 291

Tenía noticias. "Estuve hablando con mam -le dijo-, dice


que no nos preocupemos. Est todavía con nosotros, pero va
más r pido, de modo que no podemos verla." ¨Disparates?
¨Cosas de niiíos? ... )espués de todo, en el Aquí y Ahora
no podemos percibir a la manta religiosa que captura una
mosca, debido a su velocidad.
Debo confesar que, dado el hecho de que los débiles intentos
que hacen quienes tienen experiencias de ESP por describir
hechos paradójicos e "imposibles" (en nuestro lenguaje) son
frecuentemente recibidos con carcajadas, es más bien placen-
tero encontrarse con físicos que desafían nuestra perplejidad
con paradójicos neutrinos que, según nos dicen, carecen de
todo atributo físico, aunque atraviesan nuestros cuerpos por
billones; con positrones, que según nos dicen, retroceden mo-
ment neamente en el tiempo, y con electrones que, más all
de los descriptos por Oppenheirner, ostentan la capacidad de
atravesar dos agujeros al mismo tiempo. Ningún fantasma,
decía Sir Cyril Burt, ha igualado esa proeza. También nos
dicen que la materia y la energía son idénticos, que el mundo
del espacio y el tiempo según lo experimentamos no existe, y
que sí existen campos no físicos. Finalmente, sin internarme
en informes sobre las equivalentes maravillas del macrocosmo,
citaré la reciente descripción de la diversidad dentro de lo
único hecha por un físico. "Lo q ' ue llamamos una partícula
aislada es en realidad el producto de su interaccíón con el
medio. Por lo tanto, resulta imposible separar cualquier parte
del universo del resto de él." "

¨Cómo puedo, pues, encarar la pregunta: Qué me sugieren


ciertas experiencias propias en cuanto a la índole posible de la
vida después de la muerte?
El intento de contemplar tales experiencias a la luz de no-
ciones como la atracción de lo semejante, las jerarquías de
holones y los paradójicos hallazgos de la física actual, me han
dado el coraje, no sé si justificado o no, para encarar mis apa-
rentes contactos ocasionales con conciencias que funcionan en
aspectos más amplios de la realidad como posiblemente genui-
nos. Ya no parece existir la necesidad de desconfiar de ellos
a la luz de las certidumbres de ayer, puesto que las certidum-
bres de ayer ya no parecen existir. Es como si las puertas de
292 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

una prisión se agitaran levemente para develar lo que quiz


sean ocasionales visiones del Pacífico.
Además, los conceptos de atracción de los semejantes y de
jerarquías de holones me han sugerido lo que parece ser un
cuadro concebible de la naturaleza de la conciencia ultrafísica.
Lo cierto es que proporcionan una imagen adecuada a la des-
cripción del viejo sabio del cuadro. Y además tiene sentido
suponer que pueden existir holones mucho más logrados que
los que hoy posibiliten aun los mejores seres humanos. Me pa-
rece más bien arrogante presumir que estamos en el tope de
la escalera. También, el deseo de que sobrevivan a la muerte
las minúsculas entídades que somos hoy. Pero la nodón de
que nuestros elementos más cooperativos, menos egoístas, pue-
dan transformarse en componentes de un holón desencarnado
más amplio sugiere una liberación de la c rcel del egocentris-
mo y una a adón de la conciencia que debería provocar
,M

nuestro júbilo@li
Finalmente, la idea de que esos holones desencarnados cons-
tituyan otros más grandes, íntegra a la continuidad del modelo
esos tremendos focos de conciencia, esas magnas presencias,
que por momentos humildemente percibí. Puede suponerse que
ellos sean el fundamento de las tradicionales y difundidas cre-
encias en dioses, ngeles, demonios ... creencia que acaso re-
sultara de una percepción mediatizada por el hemisferio dere-
cho e "intuitivo" del cerebro, sí bien hoy rechazada con burla
por el predominio del hemisferio izquierdo y secuencias, An-
tes Mencioné la arrogancia humana. Soy muy consciente de la
arrogancia de una mujer no académica al especular, como acabo
de hacerlo, sobre la naturaleza del hombre, y del universo!
Por otra parte, aun las amas de casa, al igual que Einstein,
deben aprender de sus experiencias. Y ocultar las pequeñas
experiencias propias por tetnor a parecer un tonto sería un
acto de cobardía. El otro día me encontré con un poema del
filósofo presocr tico Jenófanes, traducido por Karl Popper.
Expresa lo que siento como yo jamás podría hacerlo:

Tbe gods did not reveal trom tbe beginning


All tbíngs to us, but in tbe course of time
Through seeking we may learn to know tbings better,
But as for certaín truth, >,ío mata bas known it,
Nor sbalí we know it, neitber of tbe gods
ILUSION ¨O QU? 293

Nor yet ot aU tbe things of which I speak.


For even if by chance he were to utter
Tbe final trutb, he would himself not know it;
For all is but a woven web of guesseS.25

["Los dioses no nos revelaron todas las cosas desde el principio, pero
en el decurso del tiempo, y mediante nuestros afanes, podemos cono-
cerlas mejor. Pero hombre alguno conoce la verdad cierta respecto de
los dioses ni de las cosas de que hablo, ni las conocer jam s. Pues
aunque al azar profiriese la verdad definitiva, él mismo lo ignoraría;
pues todo no es sino una apretada trama de conjeturas."]

Pero Jenófanes aludía al hombre tal como todavía es, abru-


mado por misterios y horizontes que escapan a su actual com-
prensión. Si el hombre no se destruye a sí mismo, ¨no es
posible, con el transcurso de los mílenios, que evolucione hasta
poder formular conjeturas más talentosas y desarrollar antenas
que puedan palpar aspectos más anchurosos de la apretada
trama de lo único?
Diciembre de 1973.

NOTAS

Michacl Polanyi, "Science and Man", Nullield Lecture (5 de fe-


brero de 1970).
2 E. Schroedinger, What is Lile? (19ó9).

3 Herbert Dingle, The Scientific Adventure (1952).


4 J. B. Oppenheimer, Science and the Human Understanding (19óó).
t> Compendiado de "ESP in the Light of Modern Physics", en Science
and ESP, cd. J. R. Smythíes (19ó7 y 1971).
ó Cuando ya había escrito lo que precede, leí el siguiente pasaje
en el artículo de A. Koestler en The Challenge ol Chance de Alister
Hardy, Robert Harvie y Arthur Koestler (1973), 235: "La tiranía ge-
mela de la causalidad mec nica y el determinismo estricto ha llegado a
su fin; el universo ha adquirido un nuevo aspecto, que parece reflejar
ciertas antiguas y arquetípicas intuiciones de unidad en la diversidad
vislumbradas desde un punto más alto. El principio de Mach se ha
convertido en parte integrante de nuestra física moderna, aunque huela
a misticismo. Pues implica no sólo que el universo a la larga ejerce
su influencia en los hechos locales, sino que los hechos locales a la larga
ejercen su influencia, por pcquefía que sea, en el universo. Como lo ha
expresado Whitehead, no sin patetismo, 'no hay posibilidad de una exis-
tencia separada y autosuficiente'."
7 A. Eddington, Tbe Nature ot the Physícal World (1931).
8 Citado por A. Vallentin en Einstein (1953).
9 El término ESP es hoy empleado por los investigadores para descri-
bir la rama receptora o perceptiva de lo que popularmente se conoce
A VIDA DESPUS DE LA MUF@ RTE

como fenómenos parapsicológicos. La rama activa o emisora incluye


fenómenos tales como el movimiento de las mesas, las fuerzas poco com-
prendidas liberadas por la frustración (tradicional y equívocaniente deno-
minadas poltergeist), ete. Para evitar las supersticiones asociadas con la
palabra "parapsicológíco", los investigadores suelen hablar del conjunto
de ambas ramas como de fenómenos psi. Psi es un término neutro
sugerido por un famoso psicólogo, el Dr. Robert Thouless.
1" Henry Margenau, "ESP in the Framework of Modern Science", en
Science and ESP, ed, J. R. Smythies (19ó7 y 1971), 222.
11 Citado por el profesor E. R. Dodds en Supernc>rmal Phenomenl
in Classical Antiquíty (1973).
12 La pregunta crucial, en lo que se refiere a las posibles comunica-
ciones con criaturas desencarnadas, es por supuesto si el cerebro genera
o transmite la conciencia. Los materialistas ortodoxos asumen la pririiera
postura, pero hay evidencias recientes que han forzado a ciertos expertos
como Sir fohn Eccles, Lord Adrian, el difunto profesor Sir Cyril Burt,
el doctor Wilder Penfield y los profesores W. H. Thorpe y Gomes, entre
otros, a optar por la segunda. Véase, por ejemplo, J. C. Eccles, The Brain
and the Unity o[ Conscious Experience (19ó5), J. C. Eccles, cd, The
Brain and ibe Conscious Experience (19óó) y Cyril Burt, Journal S.P.R.
(diciembre de 19ó7),
13 D. H. Lloyd, M.D. (pseudónimo), "Objective Events in the Brain
correlating with Psychíc Phenomena", en New Horizons, publicación de
la. New Horizons Research Foundation. Toronto, vol. I, N? 2 (verano
de 1973). Otros experimentos, -,nprendidos en los EE. UU. por los
doctores Charles Tart y Douglas Dean, han demostrado también que las
reacciones fisiológicas extrasensoriales ante estímulos etnocíonales tienen
lugar sin que haya conciencia de tales estímulos.
14 Robert E. Ornsteín, "Left and Right Thinkíng", en Psychology
Today (mayo de 1973). Véase también The Psycbology ol Consciousness
del mismo autor, y un artículo sobre él publicado en New Scientist
(ó de junio de 1974), ó0ó.
15 llenri Poincaré, Mathematícal Creation, citado en The Creative
Process, ed. Brewster Gbiselin (1952).
1ó Julia era otra amiga que pareció present rseme en forma invisible
poco después de su muerte en un accidente aéreo, con insistentes ínsttuc-
ciones para que yo ayudara a su madre. Aunque éstas eran sorprendentes,
funcionaron cuando se las puso en pr ctica.
17 Rosalind Heywood, The Infinite Hive (19ó4, 19ó7 y 1971). En
los EE.UU. se tituló ESP, A Personal Memoir.
18 A. Koestler, The Gbost in the Machine (19ó7), 45-49.
19 De The Injinite Hive.
20 Grey Walter, "Observatíons en Man, his Frame, his Duties and
his Expectations", 19ó9.
21 Mozarts Letters, trad. al inglés de Emíly Anderson, vol. II, p. 907.
22 J. B. Oppenheimer, Tbe Flying Trapeze (19ó2), 5-ó.
23 D. Scott Rogo, NAD' A Study of some unusual "Other World"
Experiences (1970).
24 Dr. F. Capra, Main Currents in Modern Tbougbt (1972).
25 Citado en Brian Magee, Popper (1973).
14

ARTHUR KOESTLER

FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO

En sus Unpoputar Essays, Bertrand Russell refiere una anéc-


dota significativa:

"F. W. H. Myers, a quien el espiritismo había índucido a creer en


una vida futura, le preguntó a una mujer que acababa de perder a su
hija qué pensaba que había ocurrido con el alma de ésta. La madre
replicó: <Bueno, supongo que estar gozando del júbilo eterno, pero
preferiría que no hable usted de temas tan desagradables'." 1

Aquí pareciéramos tener el perfecto paradigma de la mente


dividida del hombre, en la cual la credulidad y la incredulidad
coexisten agónicamente. Por una parte, el disgusto de la muer-
te, un hecho frío y concreto; por la otra, no sólo el júbilo
eterno (o el eterno tormento), sino versiones harto más sofis-
ticadas de la vida después de la muerte, que presentan proble-
mas inaccesibles a nuestra mente, pues escapan a la capacidad
razonadora de nuestra especie (aunque no, quiz , a la de otras
especies en millones de planetas más antiguos). En la jerga
de las computadoras, diríamos que no estamos programados
para esa tarea. Ante una tarea para la cual no est programa-
da,'Ia cotnputadora o bien se llama a silencio o bien enloquece.
La segunda posibilidad parece haberse repetido, con desalen-
tadora recurrencia, en las civilizaciones más diversas. Ante la
intolerable paradoja de una conciencia que emerge de la nada
para volver a la nada, sus mentes enloquecieron y saturaron
la atmósfera con los fantasmas de los muertos y otras presen-
cias invisibles que, en el mejor de los casos, eran inescrutables,
pero por lo general maléficas, por lo cual había que aplacarlas
29ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

mediante rituales grotescos que no excluían el sacrificio huma-


no y el asesinato de herejes. La antropología, la historia an-
tigua y la historia moderna nos brindan abundantes pruebas
del rasgo paranoide que es endémico en nuestra especie, quiz
debido a un error evolutivo en la constitución de su sistema
nervioso.

Hay, por supuesto, otra cara de la medalla. Todos recuerdan


al viejo sabio que dijo que la filosofía es la historia de los
intentos del hombre por reconciliarse con la muerte. Si la pa-
labra muerte estuviera ausente de nuestro vocabulario, nues-
tras grandes obras literarias jamás habrían sido escritas, no
existirían las pir mides y las catedrales, ni las obras de arte
religioso - y la religión o la magia est n siempre en el origen
del arte. La patología y la creatividad de la mente humana son
dos caras de la misma medalla acuñadas por el mismo mone-
dero. Un cínico observador que viniera del espacio podría
preguntar si es necesario que sea así, si las glorias de una cara
compensan los horrores de la otra. Hegel pensaba que el nues-
tro es el mejor de los mundos posibles; uno se pregunta si la
manta religiosa compartiría este parecer mientras paga el pre-
cio debido a las glorias de la procreación. 0 si el miserable
que es estrangulado en el garrote vil hallar consuelo en la
reflexión de que será inmortalizado por Goya. ¨Basta esto
para redimir la igualdad entre gloria y patología? Nues ' tro
cínico alienígena concluiría más bien que este planeta padece
el predominio y los estragos de una especie monstruosa, de un
fallido experimento del director de la casa de moneda.
De acuerdo con las teorías de Paul MacLean, que cada vez
hallan más respaldo entre los neurofisiólogos, la expansión, r -
pida y sin precedentes, sufrida en los últimos quinientos mil
años por el cerebro humano dio por resultado una falla en la
coordinación entre esta adquisición, nueva filogenéticamente,
-la "corona pensante" que gobierna el pensamiento racio-
nal- y las estructuras arcaicas del cerebro, que compartimos
con los reptiles y los mamíferos inferiores y que gobiernan
nuestras reacciones emocionales. Esta discordancia evolutiva
parece ser causante de una "esquizofisiología", una división
entre la razón y la emoción que es endémica en la condición
humana. La emoción es la señora más antigua y poderosa de
esta casa dividida, y cuando hay conflicto, el sector razonante
FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 297

del cerebro se ve obligado a proveer tacionalizaciones espurias


que satisfagan los deseos y caprichos de su hermana mayor.
De ahí que ciertas ilusiones paranoicas tengan tal coherencia
y poder de convicción -pues aun la locura tiene método-,
incluidas las nociones más extravagantes sobre el más all . El
neocortex puede repetir sus sórdidos silogismos: "Todos los
hombres son mortales, Sócrates es hombre, ergo, etcétera",
pero el viejo cerebro que aún ocupa la parte más extensa de
nuestro cr neo rechaza apasionadamente la noción de la ani-
quílación personal: como no puede hacer una distinción cate-
górica entre el yo y el mundo, el fin del yo significa el fin del
mundo, lo que obviamente es impensable. Por lo tanto, el
viejo cerebro juzga que la supervivencia es un hecho irrefuta-
ble, mientras que su hermano menor, tímido y pedante debe
afrontar la tarea de colmar el vacío que sigue a la muerte con
una escenografía de science-jiction. Teniendo en cuenta que
su fantasía en esto no tiene limitaciones, es asombroso que su
labor haya sido tan pobre. EI,Abismo, la Gehenna, el Hades,
el Seol recurren con monótona regularidad, al igual que las
lúgubres escenas de las novelas de horror "gótico"; los mbitos
celestiales, por lo demás, parecen diseñados para que los muer-
tos se mueran nuevamente de tedio. No me complazco en la
blasfemia; sólo quiero destacar la pobreza de la imaginación
humana, aun si se le concede infinita libertad para sus juegos.
Aludí a la ciencia-ficción: ésta nos ofrece una lección con-
cluyente. Sus héroes, a miles de años en el futuro, navegan
hacía remotas galaxias por el hiperespacio, más r pidos que la
luz, pero sus pensamientos, sensaciones y vocabulario se limi-
tan al estrecho marco del presente. El enfundado astronauta
que desciende en el tercer planeta de Aldebar n se comporta
tal como lo haría en una farmacia de Minnesota: la Vía L ctea
se ha transformado en una extensión de Main Street, Puede
que sus habitantes sean lagartos geniales que se comunican
mediante telepatía guiada por radar, pero no es mucho lo que
se gana: nuestra curiosidad es acuciada durante pocas p ginas,
pero son demasiado extravías para ser verdad y no tardamos
en aburrirnos. Nuestra imaginación adolece de estrechas limi-
taciones- no podemos proyectarnos al futuro remoto, ni si-
quiera al pasado remoto: la imagen de un maestro de escue-
la egipcio de la Decimoctava Dinastía es apenas una silueta
298 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

borrosa; no podemos ínsuflarle un h lito de vida. De ahí el


fracaso de la novela histórica. Cada cultura es una isla; se
comumca con otras islas, sí, pero sólo se conoce a sí misma; y
las islas de los vivos est n separadas de la Atl ntida de los
muertos.

Pero esta separación no tiene por qué ser total y absoluta.


"Cuanto más minuciosas sean las imágenes de la vida después
de la muerte @scribe Renée Haynes- menos aceptables nos
parecen." Es obvio que debemos movernos en dirección opues-
ta: alejarnos de las imágenes y los detalles, de la "err¨>nea
concreción", como la llamaba Whitehead. Ello itnplica que
debemos despejar ese desv n donde se acumulan los trastos
verbales y visuales, las imágenes talladas y las palabras impre-
sas, toda la fantasmagoría paranoide. Después de todo, los
Iconoclastas de la Edad Media constituyeron un movimiento
profundamente religioso, que bien pudo haber sido inspirado
por la exhortación de Whitehead.
En cuanto se-lo purifica, puede que el aire sea más saludable
y transparente. quizá la Atl ntida ahora nos parezca aun más
remota, pero al mismo tiempo, quizá descubramos cómo acer-
carnos a ella con más sobriedad. Me refiero a los recientes
progresos de la parapsicología y la física de vanguardia, las
cuales., aunque no se relacionen directamente con nuestro ín-
terrogante, parecen ofrecernos las únicas claves objetivas al
respecto. (El encuadre subjetivo del místico les es tan com-
plementario como el yín lo es al yang, pero est fuera de los
alcances de este capítulo.)
Dos colaboradoras de este volumen (Renée Haynes y Rosa-
lind Heywood) ya se han referido a las desconcertantes para-
dojas de la física contempor nea, y yo, por mi parte, ya le
dediqué p rrafos más extensos en otra oportunidad.' Aquí me
limitaré a hacer una breve recapitulación de los puntos filosó-
ficamente más relevantes, donde las fronteras entre física y
metafísica se vuelven indiscernibles.
FISICA, IFILOSOFIA Y MISTICISMO 299

ili

Hacia fines de la década del '20, Einstein, de Broglie,


SchrZjdinger y Heisenberg ya habían desmaterializado la mate-
ria. Demostraron que lo que nos parece una masa sólida, m, era
el equivalente de una altísima concentración de energía, E; y
la simple ecuación E = mc-' (donde c es la velocidad de la
luz; quizá sea la única fórmula matem tica que fue capaz de
cautivar la imaginación del público) fue convalidada por a
bomba termonuclear y por métodos menos dr sticos de inves-
tigación en laboratorios. Estos últimos demostraron en forma
concluyente que los llamados constituyentes elementales de la
materia (electrones, protones, neutrones, etc.) se comportaban,
según la circunstancia, como partículas de masa o como ondas
inmateriales. "El electrón -proclam¨> de Broglie- es sirnul-
t neamente un corpúsculo y una onda. 11 3 Este dualismo, fun-
damental en la física moderna, es conocido como el Principio
de Complementaridad. Según las palabras de Heisenberg: "Es-
tos dos marcos de referencia se excluyen recíprocamente, pero
también se complementan recíprocamente, y sólo la yuxtapo-
síción de estos marcos incompatibles puede suministrarnos un
panorama exhaustivo del aspecto de los fenómenos [... 1" '
En otra parte hace una afirmación que, por así decirlo, deja
escapar el gato que tenía encerrado: "Lo que denominamos
'Com lementaridad' concuerda muy bien con el dualismo car-
,P

tesíano de materia y mente."


Otro gigante de la física moderna, Wolfgang Pauli, expresó
la misma idea:

"No puede decirse que se haya resuelto el problema general de la


relación entre la mente y el cuerpo, entre lo interior y lo exterior. Es
posible que la ciencia moderna nos haya acercado a una comprensión
más satisfactoria de dicha relación al introducir el concepto de comple-
mentaridad en la física misma." r>

A estas citas podrían añadirse numerosos pronunciamientos


similares suscriptos por los pioneros de la física contempor -
nea. Es evidente que ellos veían en el paralelo entre ambos
tipos de complementaridad -mente/cuerpo y corpúsculo/
onda- algo más que una analogía superficial. De hecho, se
300 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF-

trata de una analogía muy profunda, pero para apreciar qué es


lo que implica, debemos tratar de vislumbrar a qué se refiere
el físico al hablar de las "ondas" que constituyen la materia,
El sentido común, ese pérfido consejero, nos dice que para
producir una onda debe haber algo que ondule: la vibrante
cuerda de un piano, el agua ondulante o el aire en movimiento.
Pero la noción de ondas de materia excluye por definición todo
medio con atributos materiales como conductor o sustrato de
la onda. De modo que afrontamos la tarea de imaginar la vi-
bración de la cuerda pero sin la cuerda, la sonrisa del gato de
Cheshire pero sin el gato,* o sea, otra tarea para la que no
estamos "programados". No obstante, podemos hallar algún
co@isuelo en la analogía existente entre ambas complementar-
dades. Los contenidos de la conciencia que pasan a través de
la mente, desde la percepción del color hasta los pensamientos
y las imágenes, son "nadas aéreas" e insustanciales, pero de
algún modo est n vinculadas con el cerebro material, tal como
las "ondas" y "campos" insustanciales de la física est n de
algún modo vinculadas con los aspectos materiales de las par-
tículas subatómicas. Esto es lo que jeans tenía en mente al
escribir su famosa declaración, en la que decía que los físicos
se apartaban del punto de vista materialista casi un nimemente,
porque "el universo comienza a tener más el aspecto de un
gran pensamiento que el de una gran maquinaria".'
Eso fue escrito en 1937. Por esa época, la materia sólida
casi se había evaporado de los laboratorios físicos, para trans-
formarse en focos de energía concentrada y al fin disolverse en
las violencias y sinuosidades de la curvatura del espacio. Para-
lelamente, nuestros conceptos de espacio, tiempo y causalidad,
para los cuales estaban programadas las computadoras de nues-
tra caja craneana, demostraron ser totalmente ínapropiados
para aplicarlos a los hechos producidos a escala subatómica o
supragal ctica. "Los tomos no son cosas @scribió Heinsen-
berg-. Cuando descendemos al nivel atómico, el mundo ob-
jetívo del tiempo y el espacio cesa de existir." 7
Tampoco la estricta causalídad y el rígido determinísmo son
aplicables a ese nivel. El Principio de Indeterminación es tan

* Alusión a un famoso pasaje del cap. VI de Alice's Adventures in


Wonderland de Lewis Carroll. (N. del T.)
FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 301

fundamental en la física moderna como las Leyes del Movi-


miento de Newton lo eran a la mec nica cl sica. Implica que
el universo, en cualquier momento dado, se halla casi sin deci-
dir, y que su próximo estado carece hasta cierto punto de
determinaciones, es "libre". De modo que si un fotógrafo
ideal, con una c mara ideal, tomara una fotografía de todo el
universo en un momento dado, la foto sería algo confusa, a
causa de la indeternúnación del estado de sus constituyentes
últimos.*
Así que en los últimos cincuenta años, es un lugar común
de la física que la visión mecanicista de un mundo estricta-,
mente determinado ya resulta insostenible; se ha transformad¨
en un anacronismo victoriano (pese a que la psicología beha-
viorista y amplios sectores del público culto aún se aferren
a él). El modelo del universo como un mecanismo de relojería,
típico del siglo xix, se ha derrumbado; por otra parte, con el
advenimiento de la teoría cu ntica y de la relatividad, el mismo
concepto de materia ha perdido toda solidez, de forma que el
materialismo ya no tiene derecho a proclamarse una filosofía
científica.
¨Cu les son las alternativas?

iv

He citado a algunos de los gigantes (todos ellos premios


Nobel) que, en la primera mitad de nuestro siglo (más exac-
tamente en las tres primeras décadas), desmantelaron afanosa-
mente el rígido mecanismo de relojería e intentaron reempla-
zarlo por un modelo más elaborado, lo bastante flexible como
para acoger paradojas lógicas e ideas previamente juzgadas im-
pensables. En el medio siglo transcurrido desde' la revolución
de los aiíos '20, se han realizado ínnúmeros descubrimientos
-los radiotelescopios escrutaron el cielo, se escudriiíaron acon-
tecimientos subatómicos en c maras de burbujas- pero aún
no se ha elaborado un modelo satisfactorio y una filosofía
coherente que sean comparables a la ofrecida por la cl sica

* Puede demostrarse que, por breve que sea el tiempo de exposición,


el Principio de Indeterminación har que la imagen fotogr fica salga
borrosa.
302 LA VIDA DESPUS DE LA MUEKTE

física newtoniana. Estos años pueden ser descriptos como uno


de esos períodos de "anarquía creativa" que suelen reiterarse
en la historia de la ciencia, cuando los viejos conceptos se tor-
nan obsoletos y aún no se vislumbra el pasaje a una nueva
síntesis. El último interregno semejante a la cosmología duró
casi una centuria y media, desde la publicación del De Revo-
lutioníbus de Copérnico, en 1541, hasta la de los Principiae de
Newton en 1ó84. Debido a la aceleración de la historia -que
incluye a la historia de las ideas- la fase actual de anarquía
creativa probablemente sea mucho más breve, y cuando llegue
la nueva síntesis acaso nos maravillemos de nuestra previa
ceguera. En el momento en que redacto estas líneas, la misma
física teórica parece encerrada en una c mara de burbujas don-
de se cruzan las hipótesis más estrambóticas. No obstante
pueden detectarse ciertas tendencias generales. En primer lu-
gar, se acuerda que el "modelo" del universo sólo puede ser
abstracto y matem tico, descartando toda tentativa de repre-
sentación visual, pues sólo somos capaces de representar y vi-
sualizar fenómenos en el espacio tridimensional (3-d), movién-
dose por un solo eje temporal que va de causa a efecto, en
tanto que un auténtico modelo de los acontecimientos micro
y macrocósmicos requeriría más dimensiones, posiblemente
(según algunos) un número limitado de ellas donde causas y
efectos se entrelazaran en nudos gordianos. Cuando los físicos
contempor neos se atreven, pese a todo, a desafiar el tabú
que pesa sobre las imágenes talladas del tomo o del cosmos,
parecen hacerlo con suma reserva. Así, según john A. Whe-
eler, profesor de física de la Universidad de Princeton y figura
líder de la física de vanguardia, la misma geometría del espacio
tridimensional "fluctúa violentamente en pequeñas distancias".
Traza luego este cuadro surrealista:

11 El espacio de la geometrodin mica cu ntica es comparable E una

alfombra de espuma tendida sobre un paisaje con leves ondulacio-


nes [... ]. Las continuas mutaciones microscópicas de la alfombra de
espuma, al surgir nuevas burbujas y desaparecer las viejas, simbolizan
las fluctuaciones cu nticas de la geometría [... ]." 8

Este turbulento océano de espuma burbujeante intenta re-


presentar -o, mejor dicho, simbolizar- el concepto de super-
espacio de Wheeler (la bastardilla es suya):
FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 303

"El escenario en el que se mueve el espacio del universo no es, por


cierto, el espacio mismo. Nadie puede ser el escenario de sí mismo;
necesita de un teatro más grande donde moverse. El teatro donde el
espacio realiza sus mutaciones no es siquiera el espacio-tiempo de Eins-
teín, pues el espacio-tiempo es la historia del espacio que cambia con el
tiempo. Ese teatro debe ser un objeto más amplio: el superespacio [... l.
'ste no est dotado de tres o cuatro dimensiones; est dotado de un
número infinito de dimensiones. Cada punto del superespacio representa
un mundo tridimensional en su totalidad." 9

El superespacio, o hiperespacio, es un viejo caballito de


batalla de la ciencia-ficción, junto con el concepto de universos
paralelos y de tiempo reversible o multidimensional. Ahora,
gracias a los radiotelescopios y los ciclotrones, todos ellos ad-
quieren respetabilidad académica. Cuanto más extraños son
los datos experimentales concretos, más surrealistas son las
teorías elaboradas para explicarlos. El Profesor Feynman de
Caltech interpretó las huellas de los positrones, en la c mara
de burbujas, como una evidencia de que estas partículas hacían
breves retrocesos en el tiempo, y en lugar de ser recibido con
públicas carcajadas recibió el Premio Nobel en 19ó5.
El superespacio de Wheeler tiene ciertos rasgos notorios;
uno de ellos es la múlt.,ple conectividad. Esto significa, para
decirlo en un lenguaje simple -y simplificado- que las re-
giones que dístan entre sí en nuestro familiar espacio 3-d, pue-
den ser temporariamente puestas en contacto directo mediante
túneles o "agujeros" del superespacio. Se los llama agujeros
de gusano. Se supone que el universo est cubierto de estos
agujeros, que aparecen y desaparecen en fluctuaciones inmen-
samente r pidas, resultando figuras en cambio constante: un
caleidoscopio cósmico agitado por una mano invisible.
(Incidentalmente, estos agujeros de gusano de la espuma
microscópica no deben ser confundidos con los Agujeros Ne-
gros del cielo del astrónomo, que también fueron postulados
primeramente por Wheeler. Los Agujeros Negros son regiones
del universo en los cuales se precipita la tnasa de una estrella
calcinada que sufrió un colapso gravitacional para ser aniqui-
lada o para emerger en otro universo del superespacio. Por
muy fant stico que suene, en el momento en que se escriben
estas líneas (julio de 1975), los astrónomos parecen haber
identificado varios Agujeros Negros, y numerosos observatorios
se han lanzado activamente a la búsqueda de otros.)
304 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

Las alas de la analogía son notoriamente traicioneras, pero


no obstante útiles para pequeños vuelos, o saltos más bien,
siempre que tengamos en vista que las met foras no son pro-
batorias.

Habida cuenta de esta advertencia, existen obvias analogías


entre la ciencia moderna y la paraciencia, entre la física mo-
dern-a y la metafísica. La primera con que nos topamos fue la
aparente afinidad entre los dos principios b sicos de coriiple-
mentaridad: partícula/onda y cuerpo/mente. Ahora podemos
pasar a una nueva pregunta: si la materia puede convertir su
masa en radiación y transformarse así en energía pura e "in-
corpórea", ¨resulta absurdo todavía hablar de energía mental
desencarnada? más precisamente: ¨semejante mención suena
tan absurda como hace cincuenta años, antes que la revolución
de la física destronara a la materia y nos enseñara que los
tomos no son "cosas"? ¨Y es aún legítimo burlarse del tér-
mino mind-stulf * (acuiíado por Eddington) como carente de
validez científica, cuando un físico puede describir el universo
como un baño de burbujas en el superespado? El Dr. I. J.
Good, del equipo de The Scientist Speculates,"' fue aun más
lejos: "La materia es etérea y la mente es la roca sólida ...
No estamos a más de un paso de concebir que todas las mentes
son parte de un sistema único [... 1" 11 ¨Se justifica aún la
negación de la posibilidad de las señales telep ticas, cuando
los físicos aceptan que existe una acción a distancia en diversas
formas, desde la gravedad a los agujeros de gusano, o inclusive
la denominada "paradoja Einstein-Podolsky-Rosen (EPR)"? **
Se pueden formular otras preguntas basadas en analogías
que no son concluyentes pero sí muy sugestivas, respecto de
otras categorías de fenómenos parapsicológicos, que incluyen la
psicoquinesis y los destellos aislados de precognición, en que

* "Materia mental." (N. del T.)


** En términos generales, este famoso experimento diseñado por
Einstein indica que, si dos electrones son inducidos a volar en direcciones
Opuestas, la interferencia que se practique sobre cualquiera de ellos
influir sobre el otro, por muy lejos que se hallen entre sí. Cf. Tbe
Chaltenge of Chance, p. 228.
.FfSlCA, FlLOSOFfA Y MISTICISMO 305

la dirección de la flecha del tiempo parece invertírse; pero ello


requeriría incursionar en regiones aun más técnicas y abstrusas
de la física teórica. Lo que nos importa señalar es que en&
menos que hace medio siglo parecían desafiar las leyes de la
naturaleza hoy resultan menos ofensivos porque dichas leyes
ya no tienen una validez estricta; y las extravagantes teorías
con que se pretende dar cuenta de dichos fenómenos hoy re-
sultan menos estrafalarias potque las teorías expuestas por los
físicos son aun más extravagantes e insultantes para el sentido
común. El universo de la física cl sica, que consistía en peque-
ñas y sólidas bolas de billar que saltaban de un lado a otro en
estricta obediencia a las leyes de la mec nica, ha sido reempla-
zado por la indeterminación de la espuma cu ntica; sus nítidos
contornos se han vuelto borrosos, su estructura se ha ablan-
dado, sus leyes se han hecho más tolerantes y perrnisivas. Un
objeto que vuela por el aire sin causa física aparente, como se
registra con frecuencia en los fenómenos de Poltergeist, ya no
ofende a las leyes de la naturaleza, sino apenas a las leyes de
probabilidad. Y estas leyes, que en la ciencia moderna reem-
plazan a la causalídad, no son leyes físicas en sentido estricto.
Operan -según puede testimoniatlo cualquier físico, cual-
quier compañía de seguros o cualquier croupier-, pero nadie
puede explicar cómo y por qué lo hacen. El matem tico más
grande de nuestro tiempo, john von Neumann, las denominó
magia negra". Dejémoslo así.

vi

Hay un aspecto de la ciencia moderna que parece de par-


tícular relevancia pata nuestro tema: la tendencia hacia una
nueva concepción del holísmo.* En realidad, ésta se inició a
principios de siglo con el Principio de Mach, que enuncia que
las propiedades de inercia de la materia terrestre son detetmí-

* El holism<) (del griego ¨3xos, "todo") supone una teoría en que el


universo, y en especial la naturaleza viviente, son vistos como totalidades
interactuantes, como estructuras que son más que la rnera suena de sus

p@es Entre sus expositores se cuentan el bíólo 90 Kurt Goidstein


(outor de Der Aufbau des Organismus, 1934) y jan C. Stnuts (autor de
Hotism and Evolution, 192ó). (N. del T.)
30ó LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

nadas por la masa total del universo que nos rodea. Tampoco
aquí tenemos una explicación satisfactoria sobre cómo se ejerce
tal influencia; sin embargo, el Principio de Mach (tal como
lo reformuló Eínstein) ocupa una posición central en la cos-
mología moderna. Sus aplicaciones metafísicas son fundamen-
tales, pues de él se infiere que no sólo el universo en cuanto
totalidad influye sobre los acontecimientos locales, terrestres,
-sino que también los acontecimientos locales ejercen su in-
fluencia, por pequeña que sea, sobre la totalidad del universo.
Los físicos de mentalidad filosófica no dejan de advertir dichas
aplicaciones -algunos para su satisfacción, otros para su des-
contento. Bertrand Russell burlonamente seiíal¨> que el Prin-
cípio de Mach "huele a astrología"," mientras que Henry
Morgenau, profesor de física en Yale, hizo este reflexivo co-
mentario:

"La inercia no es intrínseca al cuerpo; es inducida por la circunstancia


de que el cuerpo est circundado por todo el universo [... l. No sabe-
mos de ningún efecto físico que transmita esta acción; hay muy poca
gente que se preocupe por el agente físico que la comunique. Por lo que
puedo ver, el principio de Mach es tan misterioso como los fenómenos
psíquicos sin explicación, y su formulación me parece casi igualmente
oscura

Si pasamos del macro al microcosmo, nos encontramos con


similares desarrollos "holísticos". Así Heisenberg: "El sistema
que se trata en la mec nica cu ntica es en realidad parte de
un sistema mucho mayor (eventualmente la totalidad del mun-
do)." " No hay partes independientes que funcionen esplén-
didamente aisladas del resto del universo. más bien sucede que
,sólo si todo el universo es incluido como objeto del conoci-
miento científico, pueden satisfacerse las- condiciones para cali-
ficar 'un sistema aislado' "."' 0, según el Dr. F. Capra, físico-
"Lo que denominamos una partícula aislada es en realidad el
producto de su interacción con el medio. Por lo tanto, resulta
imposible separar cualquier parte de universo del resto de
él." "l Y en último término, el Profesor David Bohm del Birk-
beck College de la Universidad de Londres (la bastardilla le
pertenece):

"Suele reconocerse que la teoría cu ntica tiene características asom-


brosamente novedosas Sin embargo, se ha enfatizado muy poco
7-

FFSICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 307

lo que, a nuestro criterio, constituye la característica más distintamente


novedosa, a saber, la íntima interconexión de los diversos sistemas que
no est n en contacto espacial. De esto hemos tenido una clara revelación
especialmente a través de los 1 ... 1 famosos experimentos de Einstein,
Podolsky y Rosen E ... l.
últimamente, el interés en esta cuestión ha sido suscitado por el
trabajo de BeU, quien obtuvo criterios matem ticos y precisos, distin-
guiendo las consecuencias experimentales de dicha característica de la
'interconectividad cu ntica de los sistemas distantes' [... l. Así, uno
es llevado a una nueva noción de ininterrumpida totalidad Funbroken
wholenessl que niega la idea cl sica de que el mundo sea analizable en
partes que existan separada e independientemente [... ]."17

Estas citas (que podrían multiplicarse al infinito) no refle-


jan voces de solistas, sino antes bien a un coro de físicos emi-
nentes que comprenden las consecuencias revolucionarias de
sus investigaciones. El cuadro de conjunto que surge de ellas
nos trae reminiscencias del credo filosófico de los hipocr ticos
-"Hay un flujo común, todas las cosas est n en simpatía"-,
compartido por pitag¨>ricos y neoplatónicos y sintetizado por
Pico della Mirandola, el platónico del siglo xv cuyos escritos
inspiraron a Kepler en'su búsqueda de las leyes planetarias:
"H llase en primer lugar la unidad de las cosas por la cual cada
cosa es una consigo misma. H llase en segundo lugar la uni-
dad por la cual una criatura est unida a las otras y todas las
partes del mundo constituyen un solo mundo"."'
La mayor parte de los físicos contempor neos suscribirían a
estas líneas. En un notable libro de aparición reciente, La
Gnose de Princeton, subtitulado Des Savants la Recherche
d'une Religion,"' el Profesor Raymond Ruyer.Uamó la atención
sobre las conclusiones casi místicas hacia las que tienden las
teorías físicas de los Agnósticos de Princeton".* Pero se trata
de un misticismo sobrio, nacido en el laboratorio. La mística
medieval hablaba de "simpatías", "correspondencias" del To-
uu-Uno, de la parte contenida en el todo, aunque también, en

* GeU-Mann adoptó, para su teoría de las partículas elementales, el


término budista "la óctuple vía"; se lo recompensó por el descubrimien-
to de la partícula menos-omega, predicha por su teoría, y en 19ó9 reci-
bió el Premio Nobel. Otros términos empleados en la jerga técnica de
la física cu ntica son quark (vocablo acuñado por Murray Gell-Mann
para designar una partícula lúpotética), strangeness ("extrañeza") y
Charm ("Encanto"). Detr s de ese humor estudiantil, se encuentra la
perp leja conciencia del misterio.
308 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

cierto modo, continente del todo. La "gnosis de Princeton"


tiene un paradigma o met fora para cada una de dichas enun-
ciaciones.

Uno de los más sorprendentes de tales paradigmas es el ho-


lograma.*"@No intentaré explicar cómo trabaja, pero se basa
en un método fotogr fico (sin lente) que registra los patrones
de interferencia de un rayo l ser dividido sobre una placa foto-
gr fica transparente. Cuando a ésta se la vuelve a iluminar con
luz l ser, se ve una nítida imagen tridimensional del objeto
fotografiado. Pero la propiedad inquietante del holograma con-
siste en que si uno le corta un fragmento y lo ilumina con el
rayo l ser, el objeto fotografiado aún será visible en su tota-
lidad, sólo que será menos.nítido cuanto más pequeño sea el
fragmento que se separa de la placa. De modo que cada parte
del holograma potencialmente contiene toda la información
para describir el todo, aunque la información se vuelve más
sumaria cuanto más pequeña sea esa parte. Se pierden los de-
talles, pero se preserva la Gestalt, la configuración del todo.
Las met foras que pueden derivarse del prind o de holografía
p
causan vértigo. Algunos neurofisíólogos creen que ofrece un
modelo para el almacenamiento de las memorias en el cerebro.
El místico diría que eso sólo confirma lo que él ya sabía, que
todo est unido", que la parte puede contener al todo, que el
microcosmo refleja al macrocosmo y a su vez se refleja en él.
Pero si se puede demostrar que tal cosa es cierta en los fenó-
menos materiales, no hay razón v lida que nos impida aplicar
tales argumentos también a los fenómenos mentales: trazar
formas paralelas al principio de Mach, a la paradoja EPR, a los
agujeros del superespacio y así sucesivamente, hallazgos según
los cuales se borrarían las presuntas barreras entre las mentes
individuales. Si en el mundo de la materia "todo est unido",
cabe suponer que lo mismo rige para el mundo complementario
de la mente; y (para citar nuevamente a Good), "no estamos
a más de un paso de concebir que todas las mentes son parte
de un sistema único".
esta era, en verdad, la opinión de uno de los más grandes
fundadores de la física moderna, Erwin Schrbdinger, cuya
ecuación de la onda del electrón -la fórmula de la "onda de

Inventado por Denis Gabor, Premío Nobel 1971.


FFSICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 309

materia'!- representa un viraje decisivo en la historia de la


ciencia.* Los intereses de Schr@ger estaban divididos en-
tre la física y la filosofía, lo que quiz s explique que él pudiese
vislumbrar las aplicaciones místicas de la equivalencia mate-
ria-onda, expresada en su ecuación, con más claridad que sus
colegas; y él tuvo el coraje de exponerlas pública e inequívoca-
mente en sus conferencias y en sus I,ibros. (En este aspecto
se antidp¨> por varias décadas a los "gnósticos de Princeton".)
Uno de los artículos más importantes de Schr¨3dinger se
titula "¨Qué es una partícula elemental?" Sigue de inmediato
el subtítulo de la primera parte, que señala la parte relevante
de la respuesta: "Una partícula no es un individuo". He aquí
algunos fragmentos de ese artículo (compendiando las conclu-
siones y onútiendo los argumentos técnicos sobre los cuales
se basan):

"La última forma del atomismo se llama mec nica cu htica. Ha ex-
tendido sus alcances hasta comprender, además de la materia ordinaria,
todos los tipos de radiación, la luz incluida, en pocas palabras, todas las
formas de energía, entre las que se halla la materia ordinaria. En la
forma actual de la teoría los ' tomos' son los electrones, los protones, los
fotones, los mesones, etc. El nombre genérico es partícula elemental, o
meramente partícula [ . . . 1
"Este ensayo trata de la partícula elemental, y más particularmente de
cierta característica que este concepto ha adquirido -o más bien per-
dido- en la mec nica cu ntica. Quiero decir esto: que la partícula
elemental no es un individuo: no puede ser identificada, carece de "mis-
midad" [identidad personal], El hecho es conocido por todos los físicos,
pero rara vez se le da alguna importancia en los trabajos que pueden
ser leídos por los profanos La partícula, según veremos, no es
un individuo identificable [
. "Sin duda, la noción de la individualidad de los fragmentos de materia
data de tiempo inmemorial [... 1 La ciencia la ha adoptado como un
hecho evidente de por sí. La ha refinado al punto de poder abarcar
todos los casos de aparente desaparición de la materia

Luego nos da el ejemplo del leño que se quema; los cíentí-


ficos, desde Demócrito hasta Dalton, jamás dudaron ...
.l que un tomo que originariamente se hallaba en el trozo de madera lo
estuviera luego en las cenizas o en el humo. En el nuevo giro del ato-
mismo, que comenzó con los artículos de Heisenberg y de Broglie en
1925, hay que abandonar tal actitud. tsta es la revelación más sorpren-

* Schr¨Sdinger compartió el Premio Nobel con Heisenberg, en 1931.


310 LA VIDA DESPUS DE LA MUE'.TTE

d,,,,Ie que surge de los subsiguientes desarrollo#, y la característica que,


a la Largos ha de tener las consecuencias más importantes. Si deseamos
preservar el otomismo, los hechos observados nos obligan " negar que
los constituyentes últimos de la materia tengan el car cter de individuos
identificables. Hasta hace poco, por lo que sé, los atomistas de todas
las épocas habían transferido esa característica de los fragmentos de ma-
tería visibles y palpables a los tomos, que ellos no podían ver o tocar
u observar aisladamente. Ahora [... 1 debemos negar a la partícula la
dignidad de ser un individuo absolutamente identificable [... ] El to-
mo carece de la propiedad más primaria que asociamos con un fragmento
de materia en la vida cotidiana. Algwos filósofos del pasado, si a ellos
se les diera la palabra, opinarían que el tomo moderno no consiste en
materia alguno, sino que es forma pura [consists ol no stufl at así but .y
pure sbapel." 20

Schr¨idínger el físico fue el principal responsable de la de-


molición del concepto de materia (aunque modestamente le
otorgara la prioridad a de Broglíe y Heisenberg); Schrbdinger
el filósofo sintió terror y alborozo ante lo que había hecho.
Las partículas elementales, los presuntos "ladrillos" del uní-
verso, habían perdido su identidad, no consistían en ma-teria
alguna sino que eran forma pura, en otras palabras, esos ladri-
llos eran un espejisn-io, una ilusión, el velo de Maya. El pró-
ximo paso casi obligatoriamente lo condujo a contemplar la
supuesta separación individual de las mentes como igualmente
ilusoria:

"Obviamente sólo queda una opción, o sea la unificación de las


mentes o conciencias. Su multiplicidad no es sino una apariencia, en ver-
dad sólo hay una mente. Psta es la doctrina de los Upanishads. Y no
sólo de los Upanishads [... 1 Permítaseme citar, además de los Upa-
nishads, un texto de Aziz Nasafi, místico persa musulm n de siglo xiii:
'A la muerte de cada criatura viviente, el espíritu retorna al mundo
espiritual, el cuerpo al mundo corporal. En éste, no obstante, los cuer-
pos est n sujetos a mudanza. El mundo espiritual es un solo espíritu
que se yergue como a trasluz detr s del mundo corporal y que, cuando
nace una criatura, resplandece a través de ella como si fuera a través de
una ventana. Según el tipo y tarnaiío de la ventana, penetra más o menos
luz en el mundo. La luz en sí misma, sin embargo, permanece inmu-
table.' 11 21

No había conflicto interior entre Schr¨jdinger el físico y


Schr¨jdinger el metafísico. Ambos aspectos de su pensamiento
eran interdependientes y complementarios. Así, tras comen-
tar el pasaje de Nasafi que hemos citado, continúa:
FISICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 311

"Aun asf, cabe recordar que para el pensamiento occidental dicha


doctrina es poco atractiva, es indigerible, fant stica, acientífica. Bien, es

as( porque nuestra ciencia -la ciencia grieg"- se base en la objetiva-


ción, por medio de la cual se ha vedado n, decuada comprensión del
sujeto del Conocimiento, de la mente. Pero yo creo que es precisamente
este el punto en que nuestro actual modo de pensar necesita ser enmen-
dado, quizá mediante una pequeña transfusión de sangre del -pensamiento
oriental. No será f cil, y debemos cuidarnos de los errores; la trans-
fusión de sangre siempre requiere grandes precauciones, para evitar los
co gulos. No deseamos perder la precisión lógica alcanzada por nuestro
pensamiento cientffíco, que no tiene parangón en ninguna parte y en
ninguna época." 22

En otra parte, Schr¨5dinger aclara cu les son, a su juicio,


los "errores" y los "co gulos" del misticismo oriental: la doc-
trina de la transmigración de las almas. Si se descarta eso,
C<uno tiene que -renunciar a la presunta justicia de los aconte-
cimientos mundanos, que es de todo punto indefendible. Lo
que queda es la hermosa concepción de unidad e interconexión
absoluta, de la cual dijo Schopenhauer que era su consuelo en
la vida y que sería su consuelo al morir".
La formulación que el propio Schr¨Sdinger hace de dicha
concepción se halla en varios pasajes de sus libros; por ejem-
plo, en las p ginas finales de su cl sico What is Life?, obra
que se transformó en hito de la biofísica (y que introdujo el
nuevo concepto de negentropía):

"Desde los grandes Upanishads la ecuación ATHMAN = BRAH@


(el yo personal es igual al yo omnipresente, que es eterno y todo lo
abarca) fue considerada en el pensamiento hindú E ... 1 como represen-
tativa de la quintaesencia de la penetración más profunda de los aconte-

cimientos del mundo [... ] La conciencia es un singular cuyo plural se


desconoce. Sólo hay una cosa y lo que parece una pluralidad es mera-
mente una serie de aspectos diversos de lo mismo, producida por un
engaño (el MAYA hindú); idéntica ilusión se produce en una galería

de espejos [... 1" 23

La física cu ntica ha resultado ser una galería de espejos en


que las partículas elementales se reflejan sin poseer una iden-
tidad real; y la conciencia personal parece una entidad igual-
mente delusorio, como el fragmento de un holograma, conte-
nido del todo y continente de una versión en miniatura del
todo. Su esencia -su componente supraindividual- es in-
destructible y atempoi,.,A] Pties sólo su engai-kosa individualidad
312 LA VIDA DESPUS DE LA MUEltTE

est sujeta al cuerpo en la vida y en la muerte, es decir, su-


jeta al tiempo. Comentando al respecto los profundos cambio ᄃ
que ha sufrido el concepto de tiempo en la física moderna,
SchrMnger concluía su quinta Conferencia Tarner en el Tri-
nity College, Oxford, 19@ó, con estas palabras memorables:

"La 'teoría estadística del tiempo' tiene, a mi juicio, una incidencia


más poderosa en la filosofía del tlefnpo que la teoría de la relatividad.
Esta última, por muy revolucionaria que sea, deja intacto el flujo uní-
direccional del tiempo, que en ella se da por supuesto, mientras que la
teoría estadística lo construye a partir del orden de los acontecimientos.
Esto implica una liberación' de la tiranía del viejo Cronos [... 1 Aun-

que algunos de ustedes, estoy seguro, llamar n a esto misticismo. De


modo que con todo el respeto debido al hecho ac que la teoría física
es siempre relativa, ya que depende de ciertas premisas b sicas, podemos
asegurar (yo así lo creo, al menos), que la teoría física en su etapa
actual sugiere poderosamente que la Mente es indestructible por obra
del Tiempo." 24

Igualmente memorable es este pasaje, escrito en el último


aiío de su vida:

"En lo que a mí respecta, todo esto es maya, si bien un maya muy


interesante y muy ceiíido a un orden. El elemento eterno que hay dentro
de mí (por usar un lenguaje directamente medieval) apenas es afectado
por él. Aunque esto es cuestión de opiniones."25

vii

Los parapsicólogos han adoptado el término "campo-psi"


para las interacciones psíquicas, como un complemento de los
campos gravitacional, electromagnético, etc., de los físicos.
El difunto Profesor Sir Cyríl Burt comentaba:

"No hay ninguna improbabilidad previa que nos impida postular aun
otro sistema y aun otro tipo de interacción, que acaso aguarde nuestra
investigación más intensiva: un universo psíquico que consista en hechos
o entidades ligados por interacciones psíquicas, que obedezcan a leyes
propias y que interpenetren el universo físico y que se superpongan
parcialmente, tal como las diversas interacciones ya descubiertas y reco-
nocidas se superponen entre Sf."2ó

Parece razonable suponer que algunas nociones b sicas con-


quistadas por la física moderna son -mutatis mutarídis-
FFSICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 313

aplicables también al campo psíquico que les es complementa-


rio, como el de la mente lo es al cuerpo y el corpúsculo a la
onda. quizá la más profunda de dichas nociones sea el redes-
cubrimiento, desde una perspectiva más abarcadora, de la uni-
dad cósmica en que "todo est unido", tal como las regiones
más remotas est n conectadas por el principio de Mach o el
superespacío. Si aplicamos este principio al dominio psi, lle-
gamos a una especie de mind stuff eddingtoníano, complemen-
tario a la alfombra de espuma cu ntica de Wheeler. Las bur-
bujas que en ésta aparecen y desaparecen representan la con-
ciencia individual, que surge y se desvanece en la espuma
universal. Si esto parece una temeridad especulativa, tenga-
mos siempre en cuenta que estamos manejando analogías deri-
vadas de las teorías de físicos sumamente respetables; y des-
pués de todo, lo que les sirve a unos, bien puede servirle
a otros.
Esta visión ñeo-holística de la materia y la mente supone
una reducción de la autonomía de las partes. "Los tomos no
son individuos", no tienen identidad personal. An logamente,
las mentes individuales no son en verdad, o enteramente,
"identidades que se contengan a sí mismas". Interactúan con
su medio y con otras mentes mediante comunicación sensorial
y extrasensorial. La segunda se transmite, al parecer, a través
del campo-psi, o éter psíquico, o como quiera llam rselo.
Whately Carington habla de @ella en una conferencia dada
en 1935:

"La telepatía es posible porque existe una subyacente unidad de fa


conciencia, debajo y más allí de las hendiduras y separaciones provocadas
por nuestra temporaria segregación corporal. Si descendemos lo bastante,
llegamos a niveles que son comunes a todos, y esta es la conciencia uni-
versal en virtud de la cual todos somos miembros auténticos el uno del
otro. Después de la muerte, la conciencia @eo yo- persiste, pero no
del modo localizado y limitado en que nos lo ha hecho suponer nuestra
observación de los cuerpos físicos y de sus reacciones."27

Treinta años más tarde, Frank Spedding ofreció otra memo-


rable conferencia en la Society for Psychícal Research, en la
que llevó aun más lejos la met fora de Carington:

"Podemos retratar el mundo viviente como un archipiélago compuesto


por mwares de isloies, cada uno de los cuales representaría una entidad
consciente individual. Inmediatamente debajo de la superficie yace la sub-
314 LA VIDA DESPUS DI, LA MUERTE

conciencia individual [... 1 Debajo de éste, a su vez, Lu tierras se unen


y en este estrato hay un subconsciente colectivo donde las ideas y los pen:
samientos de una mente subconsciente individual se transmiten a otra; si
tales ideas efloran a la mente consciente nos hallamos ante el fenómeno
de la telepatía E ... ] Tan difícil es figurarnos el modus operandi de
nuestra mente subconsciente como formarnos una imagen mental del elec-
trón [... ] Al nacer, la isla de la conciencia surge como una pequeña
mancha, y al morir, desaparece bajo las aguas. A mi juicio, habrfa que
incluir el conjunto de la vida en esta analogia."28

Vili

Si asumimos, pues, la existencia de un sustrato psíquico


semejante, del cual afloran las conciencias individuales y en
el cual se disuelven al cabo de unos setenta años, ¨c¨>mo en-
caja el cerebro sólido en este cuadro?' Hay que admitir que
no encaja en absoluto mientras permanezcamos cautivos de esa
filosofía materialista que proclamaba -según la irónica par -
frasis de Burt- que la química cerebral "segrega conciencia
tal como el hígado segrega bilis. El modo en que los rj ovi-
mientos de las partículas podían 'segregar' esta 'insustancial
procesión' [de imágenes e ideas] quedaba en el misterio"."
Esa sensación de misterio también era compartida por emi-
nentes neurofisiólogos como Sir Charles Sherrington y neuro-
ciru anos como Wilder Penfield; ambos propusieron un modi-
ficado dualismo cartesiano de cerebro y mente, donde la mente
era el agente de control. "Declarar que ambas cosas son una
no hace que lo sean", escribió Penfield. Y Sherrington: "Que
nuestro ser esté compuesto de dos elementos fundamentales
no es, supongo, mucho más improbable de por sí que el que
esté compuesto de uno solo [... 1 Tenemos que ver la rela-
ción entre mente y cerebro como un problema no meramente
irresuelto, sino desprovisto de fundamentos desde sus inicios".80
Si rechazamos tanto el materialismo ingenuo cuanto el rí-
gido dualismo cartesiano, el principio de complementaridad
nos ofrece una perspectiva más promisoria.* La mente no es
generada por el cerebro, sino que est vinculada al cerebro.
La índole de ese vínculo constituye uno de los problemas más
antiguos de la filosofía; aquí me limitaré a mencionar una

Para un comentario más Pormenorizado al respecto, véase Tbe


Gbost in the Macbine, capftulo 14.
FISICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 315

hipótesis, originalmente formulada por Henrí Bergson y luego


adoptada por varias personas que escribieron sobre percepción
extrasensorial. Según tal hipótesis, el cerebro actúa como un
filtro protector de la conciencia. La vida sería imposible de
vivir si prest ramos atención a los miuones de estímulos que
constantemente bombardean nuestros sentidos, a la "abigarra-
da y zumbante turba de sensaciones" (blooming, buzzing mul-
titude ol sensations), como la denominó WiUiatn james. Por
lo tanto, el sistema nervioso, y ante todo el cerebro, funcionen
como una jerarquía de mecanismos filtrantes y clasificatorios
que eliminan una gran proporción de percepciones sensoriales
como "ruidos" irrelevantes, y abstraen la información rele-
vante que requiere atención y acción. Según nuestra hipóte-
sis, este sistema de filtración y de cómputo simult neamente
protege a la conciencia de la zumbante turba de mensajes
extra-sensoriales, de las imágenes e impresiones que flotan en
el éter psíquico en el que est imnersa parte de nuestra con-
ciencia individual.
La hipótesis "del filtro" podría brindar una explicación a la
aparente extravagancia y relativa rareza de los fenómenos pa-
rapsicológicos. Tal era la opinión compartida por un Profesor
de Lógica de Oxford, H. H. Price, quien escribió:

"Parece que las impresiones recibidas telep ticamente tuvieran cierta


dificultad en cruzar el umbral y manifestarse en la conciencia. Parece
eidstir alguna barrera o mecanismo represivo que tiende a cerrarles el
paso a nuestra conciencia, una barrera diffcil de franquear, y ellas re-
curren a toda suerte de artificios para superarla. A veces utilizan los
mecanismos musculares del cuerpo, y emergen en forma de lenguaje o
escritura autom ticos. A veces emergen en forma de suefíos, otras como
alucinaciones visuales o auditivas. Y a menudo sólo pueden emerger
en forma distorsionada y simbólica [... 1 Cabe conjeturar que muchos
de nuestros pensamientos y emociones cotidianas son de origen telep -
tico o parcialmente telep tico, pero que no se los reconoce como tales a
causa de hallarse distorsíonados y mezclados con otros contenidos men-
tales no bien cruzan el umbral de la conciencia."al

ix

Así llegamos a una visión de conjunto de la conciencia indi-


vidual como una especie de fragmento hologr fico de la con-
ciencia cósmica - un fragmento temporaríamente adherido a
31ó LA VIDA DESPUS DE LA MUEPTE

un cuerpo, con su aparato de cómputo y filtración, que even-


tualmente regresar , disolviéndose en ella, a la materia mental
que todo lo impregna. Sabemos poco del primer proceso; del
segundo no sabemos nada. Pero quizá el primero encierre al-
gunas claves para comprender al segundo.
Freud y Piaget, entre otros, han enfatizado el hecho de que
el recién nacido no distingue entre yo y medio ambiente. Es
consciente de los hechos, pero no de sí mismo en tanto entí-
dad diferenciada. Vive en un estado de simbiosis mental con
el mundo exterior, una extensión de la simbiosis biológica
operada en el vientre materno. El universo se centra en el yo,
y el yo es el universo, condición que Piaget denominó con-
ciencia "protoplasm tica" o "simbiótica". Puede que subsistan
vestigios de ella en la magia simp tica y en ese trascendente
Asentimiento oce nico" que el místico y el artista se esfuerzan
por recapturar en un nivel evolutivo superior, en una voluta
más alta de la espiral.
De modo que el niño no conoce límites firmes entre el yo
y el no-yo, y los cl sicos estudios de Piaget han demostrado
que la formación de tales límites es un proceso gradual que
dura varios años, hasta que el niiío se vuelve totalmente cons-
ciente de su identidad propia, separada y personal; o, por ex-
presarlo de otro modo, hasta que su conciencia simbiótica se
canalice en una conciencia del yo y aprenda a manejar la
computadora que hay dentro de su cr neo todavía maleable.
¨Existe alguna relación simétrica entre la emergencia de la
conciencia individual en el recién nacido y el proceso de su
disolución en la muerte? Podemos hacer un experimento men-
tal en el que se revierta la flecha del tiempo, como en una
película proyectada hada atr s. En esta secuencia, a medida
que el niño regresa a la infancia, su conciencia de identidad
personal se'disolvería gradualmente hasta extinguirse con su
retorno al vientre materno. Poco antes de ese retorno, pade-
cería la traum tica experiencia de verse reducido al silencio,
de dejar de respirar y de alimentarse. En el vientre continua-
ría achic ndose mientras sus tejidos pierden toda diferenciación
en el óvulo fecundado y eventualmente, tras@otro hecho trau-
m tico, en dos células germínales. No obstante, no sabemos
decir en qué punto exacto de su evolución el feto adquiere
reactívidad y los rudimentos de la sensibilidad o la "mente";
PFSICA, FILOSOFFA Y MISTICISMO 317

ni en qué punto la pierde en la secuencia inversa. Y si pasa-


mos de la ontogénesis a la filogénesis (de la cual la primera
es una recapitulación sumaria), nuevamente nos vemos en la
incapacidad de trazar una línea donde la conciencia haga su
aparición en la escala evolutiva. Los etólogos que se pasan la
vida observando animales -mamíferos, aves o insectos- re-
husan trazar dicha línea, mientras que los neurofisiólogos
hablan de conciencia e-.pinal en los organismos inferiores y
los biólogos de la conciencia protopl smica de los protozoos.*.,
Bergson llegó a afirmar que "la inconsciencia de una piedra
que cae es algo diferente de la inconsciencia de un repollo que
crece". Después del arrogante materialismo de la pasada cen-
turia, la vanguardia de los físicos y biólogos parece encami-
narse hada alguna forma de panpsiquismo.
A primera vista, nuestra película invertida no parece ofre-
cernos demasiados consuelos. El nacimiento es una ruptura
dram tica en la evolución del individuo, pero sólo implica la
transición de una forma a otra de ezistencia org nica, en tanto
qbe la muerte supone la transición de lo org nico a lo inor-
g ñico. En lo que a los procesos corporales se refiere, no hay
simetría entre lo que precede al nacimiento y lo que sucede
a la muerte. Si pas bamos la película al revés, era sólo para
recordamos que la conciencia individual no es un fenómeno
de todo o nada, sino gradual, que se inicia en un estado indi-
ferenciado de conciencia "protoplasm tica", adhiriéndose a
un organismo embrionario, e individualiz ndose paulatinamen-
te; y -tal es nuestra hipótesis- tras separarse del organismo
moribundo, pierde su individualidad, también paulatinamente,
después de la muerte.,@ero la pérdida de la individuación no
equivale a la extinción. Significa una irrupción en la con-
ciencia cósmica: la isla naufraga para unirse al continente
sumergido, o el Athman se une al Brahm n, la imagen que el
lector escoja.
Lo que quiero enfatizar es que se trata de un proceso paula-
tino. Es indudablemente difícil reconciliarse con el hecho de
que, en el instante de la muerte (aun si ésta llegara gradual-

Como los foraminilera, que construyen casas microscópicas con es-


piculas de esponjas muertas. Sir Alister Hordy calificó a esas casas de
"maravfflas de destreza arquitectónica, como si obedecieran a un plan".
Sin embargo, esas criaturas unicelulares carecen de sistema nervioso.
318 LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

mente, a través de la senectud y del coma), la complementaria


coparticipación entre la materia mental y el cuerpo quede
bruscamente abolida. ¨Cómo pueden entonces continuar fun-
cionando ciertos vestigios de la psique? La teoría de Carríng-
ton sugiere que el componente esencial de la psique, el que
es parte del campo psi y est sumergido en él, siempre inan-
tuvo cierta autonomía, jamás se sujetó a un cuerpo particular.
Siempre se mantuvo en comunicación mediante señales extra-
sensoriales que penetraban el aparato de filtración y cómputo;
ahora que esos artificios protectores del cuerpo se han hecho
innecesarios, la gradual disolución de lo único en el todo-uno
@n el Nirvana o en la "luz blanca" del místico- puede
proseguir sin obstáculos .
Algunos receptores de radio tienen un h bito curioso: des-
pués.que uno apaga el aparato, la música persiste débilmente
por unos segundos antes de desvanecerse; o una voz resuena
fugazmente, como un eco espectral. La explicación del físico
es en realidad muy sencilla, pero el efecto es más bien descon-
certante, y puede servir como metáfora para los casos relati-
vamente bien atestiguados (como las famosas corresponden-
das cruzadas) en que los vivos reciben comunicados de quienes
han muerto recientemente. Bas ndonos en la hipótesis de la
extinción gradual del aspecto individual de la psique, tales
señales se deberían a vestigios de una personalidad que aún se
aferra a la materia mental desencarnada, tal como la voz es-
pectral que aún proviene del receptor de radio desconectado.
La insipidez general de tales comunicados, y el infantilismo a
menudo manifestado en los fenómenos físicos producidos du-
rante las sesiones, indicarían el paso progresivo de tales ves-
tigios de conciencia personal @omo en nuestra película al
revés- de la adultez a la infancia, antes de ser reabsorbidos
en el vientre universal. Es verdad que algunas apariciones
-suponiendo que nó todas ellas sean mera alucinación- no
son de muertos "recientes" sino que parecen haberse originado
hace siglos. Pero el tiempo se ha transformado en una enti-
dad ambigua para la ciencia moderna, y ciertos "cortes" emo-
cionales pueden retardar el proceso de despersonalización.
Para invocar aun otra met fora -¨qué otra cosa se puede
hacer frente a lo inefable?-, comparemos este proceso con el
flujo de un río hada el océano. Al aproximarse al estuario,
FISICA, FILOSOFIA Y MISTICISMO 319

el río se vuelve turbulento, periódicamente es invadido por el


océano - las sugerencias de eternidad de los místicos. Por
otra parte, aun tras abordar sus sólidas orillas, el río arrastra
sedimentos durante millas después de la desembocadura, sed-
mentos que enturbian las claras aguas con vestigios de la tierra
firme, hasta que al fin pierde todo rastro de su origen. Pero
esto no significa que el río haya sido aniquilado. Sólo se ha
liberado del lodo que contenía para reconquistar su transpa-
rencia. Se ha identificado con el mar, dispers ndose en él,
omnipresente, y recibiendo un destello de sol en cada gota.
No ha caído el telón; acaba de levantarse.

Esta perspectiva, por muy subjetiva y vaga que sea, es al


menos lo suficientemente definida como para excluir toda
creencia en una mortalidad personal en la que no nos des-
pojemos de nada. Acinismo tiempo, la hipótesis de un campo
psi cósmico no es más fant stica que el superespacio del físico
repleto de espuma cu ntica, e inclusive- tiene con él ciertas
afinidades. Sí llevamos la especulación un paso más all , cabe
presumir que la materia mental cósmica evoluciona a medida
que evoluciona el universo material, y que contiene alguna
especie de registro histórico de los logros creativos de la vida
inteligente no sólo de este planeta, sino también de otros.
Nuestros astrofísicos sostienen hoy día que sólo en nuestra
galaxia existen entre un centenar y un millar de mihones de
planetas con posibilidades de albergar formas vivientes; y al-
gunos de ellos son tanto más viejos que la tierra, que la etapa
evolutiva alcanzada por sus habitantes debería ser, en comp -
ración al hombre, lo que el hombre es en comparación con la
ameba. La science-líctíon es harto provinciana como para su-
ministrarnos siquiera un atisbo de tales formas de existencia.
"La realidad -escribía J. B. S. Haldane- no sólo es más
fant stica de lo que pensamos, sino también mucho más fan
t stica que todo lo que podamos imaginar." Acaso cuando
el velo de Maya deje de ser un obst culo tengamos un atisbo
de ella.
LA VIDA DESPUS DE LA MUERTE

NOTAS

1 Bertrand RusseU, Unpopular Essays (1950), p g. 141.


2 Tbe Roots ol Coincidence (1972) y Tbe Cballemjee ol Cba>,Ice (en
colaboración con Sir A. Hardy y )R. @e) (1973). @
8 Citado por Heisenberg, Der Te und das Ganze (19ó9), p gs. 101
y siguientes.
4 Heisenberg, op. cit., p g. 113.
5 Pauli, "Der Einfluss Archetypischer VorstellunRen euf die BildunR
Naturwissenschaftlicher Theorien be Kepler", en Jlng-Pauli, Naturerk-
tirung und Psyche. Studien aus dem C. G. jung-Institut, Zricb, IV
(1952), p g. 1ó4.

ó Sir James Jeans, The Mysterious Universe (1937), 122 y siguientes.


7 op. Cit., 51.

8 "guperspece and the Nature of Quintum Geometrodynamics", en


Batelle Rencontres (19ó7), 24ó.
9 Citado por Laurence B. Chase, "The Black Hole of the Universe",
University, A Princeton Quarterly (verano de 1972).

10 The Scientist Speculates - An Antbology ot Partly Baked Ideas,


l. J. Good, ed. (19ó2).

11 Poresdence Rescarch Joumal, vol. I, N? 2 (febrero de 1975),


pdcr 5.

'i2 Citado por D. W. Sciem , Tbe Unity ot the Universe (1959), 99.
18 En Science and ESP, J. R. Smythies, ed. (19ó7), 218.
14 op. cit.
15 F. S. C. Northrop, en su introducción a Pbysics and Philosopby
de Heisenberg (1959).

1ó Main Currents >y Modern Thougbt (septiernbre-octubre de 1972).


17 D. Bohm y B. Hiley, "On the Intuitive Understanding of Non-
@ty as Implied by Quantum Theory" (en prensa, Birkbek College,
Univeríidad d¨Londr¨s, 1974).
18 Pico delw Mirandola, Opera Qmnia (1557), p g. 40.
19 Parfs, 1974,

20 En Erwin Schródinger, Science, Theory and Man (1957), 193


y siguientes.
21 Emffi Schr8din®er, Mind and Matter (1958), 53-4.

22 Ibid., p gs. 54-5-.


23 Wbat is Life? (1944), 88-90.
24 Mind and Matter, op. cit., 8ó.7.

25 Mei>,se Weltansicbt (19ó1), 108.


20 En The Scientist Speculates, op. cit., 8ó,

27 "The Meaning of'Survivol" (S. P.'R., 1935).

29 "Concepts of Survival", en J. Soc. tor Psychical Researcb, vol. 48,

N? 7ó3 (marzo de 1975), 15-1ó.


lle Seventeenth Frederick
w P.R,, 19ó8), 34-5-
s System (190ó).
FeasibiIity of a Physical Theory
of 239.
NOTICIA SOBRE LOS COLABORADORES*

ARNOLD TOYNBEE (Mans Concern with Lile alter Death) fue uno de
los investigadores e historiadores más eminentes del siglo. Es autor,
inter alia, de Greek Historical Thougbt, A Study of History y Christianity
Among the Religions of the World.

COTTIE BURLAND (Primitive Societies) trabajó durante treinta años en


el Museo Brit nico y ha hecho importantes obras sobre las antiguas
civilizaciones de América. Su último trabajo es Montezuma: Lord of
tbe Aztecs.

ADRIAN BosHlER (The Religions of Africa) es explorador y antropólogo


y Director de Operaciones en el Museo del Hombre y de la Ciencia de
johannesburgo.

CRISPIN TICKELL (The Civilizations of Pre-Columbian America) es un


eminente diplom tico que ha manifestado un permanente interés en la
antropología y en la América precolombina. Suele ofrecer conferencias
en la Universída¨ de Harvard.

GEOFFREY PARRINDFR (Religions of tbe East) es profesor de Estudios


de Religiones comparadas en la Universidad de Londres. Sus publica-
ciones previas incluyen Religion in Africa, Dictionary of Non-Cbristian
Religíons y Tbe Christian Debate.

El PADRE JOSEPH CREIIAN (Near Eastern Societies) es miembro de


la Compañía de Jesús.

M. S. SEALE (Islamic Society) es un misionero que ha pasado cuarenta


años en Siria y el Líbano; es profesor en la Escuela de Teología del Cer-
cano Oriente, en Beirut.

RENE HAYNES (Some Christian Imagery) integra el consejo de la Society


for Psychical Research; ha escrito varios libros, entre ellos una obra
sobre la percepcíón extrasensorial, The Hidden Springs.

En cada caso, añado entre paréntesis el título original del artículo


(N. del T.)
LA VIDA DESPUS DE LA MUERTF,

ULRICH SIMON (Resurrection in a Post-Religious Age) es Profesor de


Teología en el King's College de Londres.

MARTIN ISR"L (The Nature of Eterna Lile: A Mystical Consideration)


es un eminente patólogo y es miembro del Royal College of Surgeons.
Es autor de Summons to Lile.

DoRis F. JONAS (Life, Death, Awareness atid CQncern: A Progression)


es coautora de Young Titl We Die.

STAN-TSLAV GROF y joAN H.ALIFAX-GROF (Psycbedelics and the Experience


of Deatb) son eminentes psiquiatras; trabajan en los Estados Unidos.

ROSALIND HEYWOOD (Ilíusion - or Wbat?) es una reconocida autoridad


en percepción extrasensoríal; escribió Inlinite Hive y The Sixth Sense.

ARTHUR KOESTLER (Whereof One Cannot Speak ... ?) se cuenta entre


los escritores y pensadores más importantes de nuestra época. Sus publi-
caciones incluyen Darkness at Noo>,i y The Act of Creation.
INDICE GENERAL

Primera parte

1 ARNOLD TOYNBEE

El interés del hombre en la vida después de la


muerte.............................. 9

Segunda parte

LA IDEA DEL MAS ALLA: PASADO Y PRESENTE

2 COTTIE A. BURLAND

Sociedades primitivas....................... 51

3 ADRIANBOSHIER

Las religiones de Africa..................... ó9

4 CRISPINTICKELL
Las civilizaciones de América precolombina...... 8ó

5 GEOFFREY PARRINDER

Religiones de Oriente....................... 103

ó PADRE JOSEPH CREFIAN

Las sociedades del Cercano Oriente............ 125

7 M. S. SEALE
La sociedad isl mica........................ 15ó

8 RENEHAYNES

Imaginería cristiana........................ 1ó7


9 ULRICH SIMON

La resurrección en una era post-relígiosa........ 183

10 MARTIN ISRAEL

La naturaleza de la vida eterna: una consideración


mística................................... 19ó

Tercera parte

LA IDEA DEL MAS ALLA: EL FUTURO

1 1 DORis F. JONAS
La vida, la muerte, la conciencia y la Conciencia de
la muerte............................... 213

12 STANISLAV GROF Y JOAN HALIFAX-GROF

Las drogas psicodélicas y la experiencia de la


muerte................................... 228

13 ROSALIND HEYWOOD

Ilusión ¨o qué?........................... 253

14 ARTHUR KOESTLER

Física, filosofía y misticismo................. 295

Noticia sobre los colaboradores................... 321


r

ESTE UBRO SE AC.ABO DE IMPRIMIR EL DIA


30 DE DICIEMBRE DE 1993, EN LOS TALLERES

FUENTES IMPRESORES, S.A.

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