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The culture of capitalist production and its malaise: about the psychoanalytic
foundation of critical theory
Abstract: The authors of the Institute of Social Research see in the sphere of
culture the verification of the social machinery that sustains the form of
capitalist production. For this, these authors base this perspective on the
culture from the psychoanalysis of Freud. This article aims to reflect,
therefore, on this psychoanalytic foundation of the analysis of the culture of
critical theory.
Keywords: Critical theory; Psychoanalysis; Helplessness; Freud.
1
Candidata a doctora en filosofía de la cultura por la UNAM. Becada por el CONACYT en el programa de
posgrado de excelencia académica. Email: silva_lissette@hotmail.com
2
Investigador postdoctoral en la UAM-X. Becado por el CONACYT dentro del programa de estancias
postdoctorales nacionales. Email: emilio.allier@icloud.com
el presente inmediato y sin un conocimiento del aparato psíquico”. Por ello, las
formaciones culturales, sus bienes e instituciones, cobran una expresión propia que
manifiesta al aparato económico, pero, como lo dice Horkheimer (2003, p. 87), sin que
ello sólo sea una mera representación, un puro reflejo, sino que se configura con una cierta
autonomía: “Pero si los factores culturales adquieren, dentro del proceso total de la
sociedad, en el cual sin duda están por completo entretejidos, una significación propia en
cuanto actúan como rasgos de carácter propios de los individuos, con mayor razón las
instituciones, que se basan en ellos, y que han sido creadas con miras a su fortalecimiento
y continuación, poseen cierta legalidad propia, aunque sólo sea relativa.”
Del mismo modo, los sueños tampoco guardan una única conexión de causa-
efecto con lo vivido recientemente, pues aunque ello generalmente sea el contenido de lo
soñado, muchas veces de forma latente se expresan en los sueños contenidos mucho más
antiguos, al respecto Sigmund Freud (2011, p. 62), en su libro capital sobre el tema, opina:
“[…] todo sueño posee a más de un alcance con lo recientemente vivido, en su contenido
manifiesto, una relación, en su contenido latente, con lo vivido en las más lejanas épocas
de la existencia del sujeto”. Ahora bien, es justamente porque dicha expresión no es
manifiesta sino que nos está velada, por lo que se requiere de la labor psicoanalítica para
interpretarse, pues como afirma Freud:
teoría psicoanalítica fue decisiva para el desenvolvimiento de la crítica social que estos
autores llevaron a cabo; más aún, el darle a los aspectos irracionales e inconscientes del
actuar individual un valor tan significativo, fue muy audaz.
En una época marcada por las esperanzas progresistas, ya fueran de cuño
comunista o social demócrata, o bien aquellas de corte liberal y positivista, la firme
creencia en la racionalidad y progresión de la cultura occidental parecía en amplios
círculos (y, para desgracia nuestra, sigue pareciendo) un hecho indubitable. No obstante,
la inclusión de dichos aspectos en el análisis social fue siempre parte de una articulación
crítica, pues los autores de la teoría crítica eran incompatibles con posiciones
irracionalistas, también en boga en la época.
Por todo ello, cuando en 1931, Max Horkheimer comienza a dirigir el Instituto de
Investigación Social no duda en incorporar al psicoanálisis en dicho proyecto. En su
discurso inaugural como director, Horkheimer dejaba en claro que el rumbo que el
Instituto tomaría a partir de ese momento tendría como fin un acercamiento por distintos
cauces a la investigación social, uno de ellos sería la investigación empírica guiada por el
psicoanálisis.
Horkheimer anunciaba así una de las aportaciones más originales, en la historia
reciente, a la investigación social: intentar saltar por encima de las fronteras que dividen
a las disciplinas sociales y, de alguna forma, yuxtaponer el trabajo empírico y el
filosófico; más aún, poner al servicio de los problemas filosófico-sociales un gran aparato
de investigación empírica. Esto significó, entre otras cosas, la audaz apuesta de conjuntar
la crítica materialista de Marx, a las relaciones sociales capitalistas, con el psicoanálisis
de Freud —ello a pesar de que este maridaje entre dos teorías sociales tan (aparentemente)
divergentes era muy mal visto, tanto en los círculos comunistas como dentro del
psicoanálisis –.
La necesidad de entrelazar la crítica marxiana a la forma de reproducción social
capitalista con la crítica freudiana al malestar en la cultura –un malestar producto de la
continua represión interna y externa de los individuos; efecto de la instauración de la
cultura y el progreso civilizatorio—, fue la atrevida propuesta de este grupo que deseaba
desmarcarse del rumbo que en ese momento había tomado tanto la teoría marxista
ortodoxa, como aquella que provenía de la socialdemocracia. Con ello, también, estos
autores buscaban poner en jaque las formas clásicas del análisis social dentro de la
academia alemana, sumamente influenciada aún por el idealismo alemán. Y los
alarmantes resultados de la encuesta que el Instituto había realizado a los obreros y
empleados alemanes (FROMM, 2012), entre 1929 y 1931 –trabajo con el psicoanálisis
ingresó, por decirlo de alguna forma, al Instituto de Investigación Social y con ello a la
naciente Teoría crítica –, dejaban muy en claro que la herramienta que la psicología
aportaba era indispensable para entender los fenómenos sociales a los que se enfrentaban.,
pues, como afirma Horkheimer en su ensayo de 1932, “Historia y psicología”:
Es cierto que en cada caso la actividad humana debe tener como punto de
arranque las necesidades vitales tal como fueron configuradas por las
generaciones precedentes, pero las energías de los hombres —tanto las que
apuntan a mantener las relaciones tal cual existen en la actualidad, como
aquellas dirigidas a cambiarlas— tienen características que les son propias,
las que han de ser investigadas por la psicología (HORKHEIMER, 2003,
p. 31).
Por ello, estos cuatro autores consideraron que las “fuerzas psíquicas” de los
individuos son un factor que no se puede obviar u omitir, sobre todo aquellas fuerzas que
mantienen andando a la forma de reproducción social en la que aún nos encontramos.
Algo de este problema se había revelado ya en la encuesta a los empleados y obreros
alemanes, puesto que en sus resultados se veía que “una actitud política de izquierda podía
resultar ser una satisfacción sustituta de un obrero o un empleado adaptado psíquicamente
a la sociedad de clases.” (WIGGERSHAUS, 2010, p. 151).
Porque el capitalismo en su fase tardía requiere de una colaboración constante de
todos los miembros de la sociedad, sea ésta producto de una satisfacción sustituta; de la
coacción directa; de la educación autoritaria constantemente reafirmada en todas las
relaciones sociales, o bien, una combinación de todas ellas. Y para lograr la verdadera
colaboración primero hay que alcanzar la conformidad con esta realidad, pues: “cuando
la contradicción entre lo interno y lo externo se volvió demasiado molesta para la
conciencia, se entrevió la posibilidad de lograr la reconciliación, no subordinando a la
voluntad la realidad tozuda, sino armonizando la vida interior con esa realidad.”
(HORKHEIMER, 2003, p. 101). Todo individuo ha de adaptarse al mundo tal cual es, de
hecho, la forma de vida capitalista se le presenta al individuo como un modo de vida
natural, un estado de naturaleza al que sólo cabe soportar y para lograrlo hay que reprimir
constantemente toda búsqueda de satisfacción.
agresividad que genera. Esta es cada vez mayor, puesto que el progreso de la civilización
ha sido precisamente progreso en la renuncia instintiva, en las defensas individuales y
sociales aplicadas a frenar los instintos de la sexualidad y ni siquiera es posible gozar de
ellos con las reglas del consumo propias del capitalismo: “La sociedad burguesa liberó a
los individuos, pero sólo en tanto personas que han de mantenerse disciplinadas. La
libertad dependió desde un principio de la prohibición del placer” (MARCUSE, 2011, p.
39).
Eso que llamamos progreso civilizatorio tiene como fundamento al aumento
constante de la represión de las pulsiones sexuales, pues estas originalmente no tienen
limitaciones temporales y espaciales, la sexualidad es por naturaleza “perversa
polimorfa”. Sin embargo, la organización social convierte en tabús o en perversiones
prácticamente todas las manifestaciones de los instintos sexuales que no sirvan o preparen
para la función procreativa:
Perversión se le llama, entonces, a todo impulso sexual que no se limite a la
genitalidad, que rompa los esquemas y estereotipos que someten a la sexualidad a ser
puramente medio de procreación, de perpetuación de la especie. De este modo, las
funciones erógenas del cuerpo son reprimidas. La sexualidad se reduce a pura genitalidad.
La civilización sustenta su existencia en este primario sacrificio común: “La cultura actual
nos da claramente a entender que sólo está dispuesta a tolerar las relaciones sexuales
basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la
sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de
reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido” (FREUD, 1976, p. 96).
Bajo las instancias de la producción en el capitalismo el individuo ha debido
constreñir su sexualidad a la organización meramente genital, que concentra la libido a
fin de potenciar el resto del cuerpo como un instrumento de trabajo. Esta exigencia de la
sociedad capitalista con respecto a la relación que el hombre debe de guardar con su
sexualidad ha despojado al cuerpo de la totalidad de sus zonas erógenas, las pregenitales,
por ejemplo, las cuales están al servicio de una sexualidad no productiva ni reproductiva.
Y aunque la represión es indispensable para la vida en sociedad, es decir a la acción
civilizatoria del hombre, sin embargo lo que no es necesario es la represión sobrante, la
cual no está indisolublemente ligada a la cultura. Los mecanismos que llevan al
sometimiento total de los hombres no son indispensables para la sociabilidad, pero la cada
vez más omnipotente y obniabarcante maquinaria capitalista exige de la represión
de Benjamin, en su intento por escapar del fascismo europeo), los autores de la teoría
crítica no cesaron en su labor reflexiva, la cual desplegó puntos de partida y líneas de fuga
que, hasta hoy, resultan fundamentales para la investigación filosófica.
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