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El aprendizaje autónomo permite la formación profesional en la educación a distancia

1. Introducción
2. Prejuicios en contra de la educación a distancia
3. Las cosas buenas que tiene la educación a distancia
4. La autonomía como fundamento de la educación a distancia
5. El perfil profesional del egresado a distancia.
6. Conclusiones.

La educación a distancia se ve cada vez más como una opción atractiva para la
profesionalización de personas de todo estrato social, ocupación, edad y género. No importa cuál
sea la circunstancia, algún tipo de educación no presencial, por utilizar un término que englobe
de una manera más comprensiva los distintos tipos de educación a distancia, aparece como una
buena opción a la hora de alcanzar una meta académica, sea esta la pragmática de conseguir una
cualificación laboral, u otra un poco más espiritual, tal como se deriva del principio que nos dice
que el conocimiento es un fin en sí mismo.

Pese a que herramientas como internet, principalmente ella, nos permite el acceso permanente a
una fuente casi inagotable de recursos formativos e informativos, y aunque todo el tiempo
estamos conectados a ella y nos beneficiamos de sus múltiples cualidades, aún pervive en el
imaginario colectivo aquel prejuicio natural que la presencia puede más que la distancia. ¿Acaso
no criticamos, coloquialmente, a las relaciones a distancia? ¿Acaso no juzgamos que un trabajo
presencial es más serio que uno que nos permita trabajar desde casa? Estas preguntas pueden
parecer aparentemente erísticas; sin embargo, creo que cumplen su objetivo: cuestionar al lector,
desde sus prejuicios cotidianos, sobre un tema que todavía parce ser tabú.

La profesión, además, parece ser algo que solamente puede aprenderse por medio de la
experiencia y el ejemplo. ¿Cómo encontramos el ejemplo mediante la distancia? ¿Cómo puede el
profesional hacerse a sí mismo como hombre de experiencia en un campo, si ese campo es
virtual? Estas y otras cuestiones deben ser claramente respondidas por las instituciones de
educación superior a distancia, de igual manera que el médico debe convencer a su paciente que
su praxis es lícita y pertinente. La internet, así, como principal vehículo de la educación a
distancia del siglo XXI debe probar su temple. Empero, esto no significa que toda la
responsabilidad del proceso educativo deba ser puesta en ella: cada quien debe poner de su parte,
activa y autónomamente. Y esto no solamente debe ser aplicado a la educación a distancia, sino
que debe constituir una permanente crítica del sistema educativo en general.

De esta manera, nos proponemos en este ensayo realizar una defensa de la educación a distancia
como una manera eficaz y eficiente de profesionalización a partir del desarrollo de cuatro partes:
en primer lugar, observaremos algunos de los prejuicios que se tienen en contra de la educación a
distancia. En segundo lugar, veremos cómo la educación a distancia significa una evolución
natural de la educación misma. En tercer lugar, analizaremos qué sea la autonomía, y cómo esta
se revela como el principal fundamento de la justificación de la pertinencia de la educación a
distancia. Y, finalmente, en un cuarto lugar, realizaremos un pequeño perfil del profesional a
distancia y de su tipo de formación, dando final respuesta a la pregunta que podemos tomar
como guía de todo el texto: ¿cómo se debe formar el estudiante a distancia bajo la insignia de la
autonomía?

En primer lugar, hemos de reconocer un problema de índole real, más que de naturaleza teórica:
los prejuicios concebidos por los mismos educadores a distancia, así como por los investigadores
que han tomado dicho fenómeno como objeto de estudio. La manera en que muchos educadores
de universidades a distancia tratan de hacer cuadrar el sistema de educación a distancia con el
sistema tradicional de educación presencial, es probablemente el mayor obstáculo que este
incipiente tipo de formación debe afrontar en su intento de permear los grupos sociales a los que
está originalmente dirigido.

Powell y Keen (2006) sintetizan estos problemas en cuatro axiomas que los educadores a
distancia siguen, muchas veces, sin realizar una crítica reflexiva de cuáles pueden ser las
consecuencias de tal modo de pensar: 1) que la educación a distancia tiene como principal
objetivo llegar a las personas que no pudieron acceder a la universidad tradicional; 2) que la
educación a distancia está orientada a certificar conocimientos (entregar diplomas,
principalmente, para la obtención de trabajo) más que a crearlos; 3) que la educación a distancia
es, si mucho, en el mejor de los casos, solo un sustituto de la cosa real. Solamente uno de estos
axiomas corresponde a un pre-juicio que no resulta contrario a la idoneidad intrínseca de la
educación a distancia: 4) que cada vez más la tecnología ofrece recursos que, no solo sustituyen
los atributos de la universidad presencial, sino que significan un nuevo mundo de posibilidades
positivas (cfr. pg. 284).

Estos prejuicios, en su mayoría, proviene del pensamiento del hombre común, de aquel que,
muchas veces, critica sin conocer empíricamente (mucho menos en teoría) lo que bombardea.
Podríamos tratar, desde nuestra propia experiencia y reflexión, refutar estos primeros tres
argumentos en su orden:

1) si bien la educación a distancia se presenta como una oportunidad de profesionalización para


las personas que no han podido acceder a la educación presencial, sea cual sea la razón para ello,
también es cierto que muchas personas se han visto conducidas a la educación a distancia por
razones menos pragmáticas. Muchos de los que en esta época acceden a este tipo de formación lo
hacen por amor al conocimiento, porque ya estudian una carreara presencial y desean aumentar
sus posibilidades laborales o reforzar sus conocimientos; otros, así mismo, lo hacen porque han
descubierto en sí mismos que aprenden mejor solos. La universidad para muchas de estas
personas no es ya un salón cerrado, como tampoco podemos pensar en un universo cerrado. La
universidad es una apertura, y en ese sentido va mucho más allá de las aulas.
2) De igual manera, así uno de los objetivos principales de la educación a distancia (y, en
realidad, de toda educación formal) sea certificar a los estudiantes en un conocimiento
específico, de tal manera que ellos puedan acceder al mercado laboral, este no puede ser, y no lo
es en realidad, la única finalidad de este modo de formación. No es justa la generalización en
ningún caso, y este no es la excepción. Aún cuando muchas personas solamente estudien para
lograr una certificación, esto no es un fenómeno exclusivo de la educación a distancia, sino que
es un síntoma general de una sociedad excesivamente utilitaria, y todas las instituciones
educativas, aún las más antiguas y respetadas, sufren de esta afección. Muchas veces, de hecho,
puede suceder lo contrario en la educación a distancia: por no tener el estudiante un
condicionamiento grupal tan grande como en el aula de clase, su actuación con respecto a la
creación del conocimiento puede ser diferente, más autónomo y desinteresado; aunque esto
depende, claro está, del carácter de cada uno de ellos.

3) Así mismo, decir que la educación a distancia es solamente un sustituto barato de la educación
presencial, como un travesti de la cosa real, no dice mucho: ¿acaso entonces podríamos decir que
la educación presencial, y toda educación en general, es solo una parodia del oficio del
profesional? ¿La escuela de cocina es, de esta manera, una fantasía ridícula del oficio del
cocinero? Esto resulto, de cualquier manera, algo ridículo. Si la educación, como veremos más
adelante, depende de cada uno, la realidad de la educación, su verdad y su efectividad real
dependerán, de nuevo, del carácter de cada uno. En pocas palabras, toda educación puede ser un
travesti de sí misma; por lo tanto, el solo hecho de que uno de los modos de ella sea determinada
por la distancia no la convierte en una farsa con respecto a algo supuestamente verdadero.

En segundo lugar, si ya hemos soslayado suficientemente algunos de los prejuicios en contra de


la educación a distancia, debemos proponer en qué sentido esta formación sea un beneficio para
toda la educación en general. La educación a distancia no corresponde solamente a un esfuerzo
pragmático por identificar maneras más eficientes de llevar la educación a un público cada vez
más segregado, como si al hablar de educación se hablara de un producto cualquiera, como la
leche o los textiles, sino que su determinación como fenómeno social corresponde a la natural
evolución de las relaciones sociales y de la permanentemente cambiante dinámica del acontecer
humano, de su historia y de su ser en el mundo. Es por esto que Ohler (1991) comenta:

Distance education (…) is a discernible step in social evolution. It is an imaginative and yet
practical attempt by society to invest itself with the survival skills needed in a highly competitive
world that increasingly values the educated, cooperative, technologically competent citizen (pg.
23).

El mundo del hombre tiene como fundamento la interacción que cada uno de los individuos
tenga con el otro. La comunidad, de esta manera, posee un valor que dentro del sistema de la
vida resulta insoslayable. No obstante, a medida que pasan las eras, los modos específicos de
interacción y de creación de comunidad han ido variando, no siendo siempre las mismas formas.
Recurriendo a la historia, podemos ver claramente que lo que se ha entendido por comunidad ha
cambiado a través de las eras: en el neolítico, se refería a las sociedades de cazadores alrededor
de un padre común; en la Grecia clásica, lo era la polis, cerrada sobre sí misma; y hoy en día, en
la era de la internet, el concepto de comunidad se ha ampliado hasta límites inauditos: la
comunidad virtual tiene ya casi tanto peso, al menos para la vida psicológica, que la comunidad
de cuerpos.

Esta interacción virtual tiene como fundamento, necesariamente, la acción autónoma, y la


consciencia de cada estudiante de su propio valor, de su propio deber y del rol que debe jugarse
cada vez en el proceso educativo. No obstante, esta toma de consciencia no puede realizarse en la
nada: debe haber un fundamento teórico de esa autonomía. Así, pues, en tercer lugar, debemos
observar qué sea la autonomía. Esto lo podemos analizar desde dos puntos de vista: desde
Immanuel Kant y desde Aristóteles de Estagira. Para comenzar, podemos revisar cómo explica
Kant la definición de autonomía, tal como la encontramos en la Fundamentación de la
metafísica de las costumbres:

La autonomía de la voluntad es la constitución de la voluntad, por la cual es ella para sí misma


una ley ˗independientemente de cómo estén constituidos los objetos del querer˗. El principio de la
autonomía es, pues, no elegir de otro modo sino de éste: que las máximas de la acción, en el
querer mismo, sean al mismo tiempo incluidas como ley universal (Kant, 2007, pg. 53).

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