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Del Rin al Río de la Plata

En 1857 se firmó el Tratado de Amistad, Comercio y


Navegación entre el reino de Prusia y la Confederación
Argentina. Desde entonces, las relaciones entre la Argentina
y Alemania sufrieron diversos vaivenes al ritmo del contexto
político internacional. Aunque aparentemente menos notoria
que la italiana o la española, la inmigración alemana dejó
también su profunda huella en la conformación de la Buenos
Aires del siglo XX. El sociólogo puntualiza los distintos
aspectos de este intercambio que atraviesa la política y el
pensamiento.

Por Juan José Sebreli

Las corrientes inmigratorias de fines del siglo XIX y


comienzos del XX hicieron de Buenos Aires - Argentina una
ciudad cosmopolita y europeizante, con aportes, a veces
imperceptibles, de la cultura alemana. Aunque algunos
emigrados alemanes prefirieron lugares relativamente
apartados –Villa General Belgrano o La Cumbrecita en Córdoba
o Bariloche– los que eligieron Buenos Aires se mestizaron,
se adaptaron a los hábitos de la ciudad y a la vez
incorporaron sus propias costumbres. En el paisaje urbano
porteño fueron típicas las cervecerías alemanas, las
“Munich”. En el habla popular la característica manera de
despedirse con el “chau” atribuido a los italianos era la
deformación veneciana de un antiguo saludo de los
estudiantes alemanes del Sur. Un invento alemán, el
bandoneón, fue el instrumento esencial del tango.
La inmigración alemana mostraba los dos extremos del
espectro social. A la clase alta pertenecían los Bemberg y
los Bunge; estos últimos llegaron al país en 1827 y con el
tiempo, emparentados con familias tradicionales y aliados
económicos de los Born, se convirtieron en emblemas del gran
capital internacional. Algunos descendientes de los Bunge
han tenido destacada actuación en la vida intelectual.
La otra cara fueron los obreros alemanes, muchos de ellos
venían perseguidos por las leyes antisocialistas de Bismark.
Estos fundaron en 1882 el Club Vorwärts, la primera
organización socialista de la que participó el ingeniero
Germán Avé-Lallement, periodista y teórico pionero del
marxismo argentino.

Ideología alemana. El germanista Ernesto Quesada


–comisionado por las universidades argentinas para estudiar
la educación alemana– fue el introductor y divulgador de
Spengler, que junto al conde de Keyserling y la corriente
filosófica del pesimismo cultural fascinaron a Ezequiel
Martínez Estrada y otros intelectuales argentinos. Los
militares se entusiasmaron igualmente con la ideología de la
“revolución conservadora” y de uno de sus representantes,
Ernst Jünger, editaron su novela bélica Tormentas de acero,
leída con fervor por Borges. Una beca para estudiar con
Heidegger fue el pasaje que llevaría a Carlos Astrada y a
Nimio de Anquin a rozar el nacionalsocialismo. El jurista
nazi Carl Schmitt era tan leído que influyó en los
redactores de la reforma la Constitución de 1949 y hasta un
funcionario peronista intentó traerlo a la Universidad.
El lado oscuro de las relaciones entre argentinos y alemanes
acaeció durante el nefasto período nacionalsocialista. De la
actitud ambivalente del presidente Castillo se pasó, con la
dictadura surgida del golpe militar del ’43, a apoyar al
régimen hitleriano para terminar con una oportunista ruptura
poco antes de su caída. A pesar de no conceder visado a los
judíos considerados “indeseables”, muchos de ellos,
escapados del nazismo, entraron clandestinamente, entre
ellos el poeta expresionista Paul Zech.
El diario de la colectividad alemana Argentinesches
Tageblatt era antinazi, pero la Embajada alemana ayudaba
económicamente a los periódicos nacionalistas antisemitas y
al Partido Nazi local.
Algunos magnates alemanes radicados en la Argentina, Ludwig
Freude, Richard Staudt y Fritz Mandl, cooperaron en el
ascenso de Perón y sirvieron de nexo con los intereses
alemanes. Tras la derrota de Hitler, el país se convirtió en
refugio de criminales de guerra como Eichmann y Mengele, y
en la salvaguardia de los capitales alemanes de la era nazi.

Francfort en Buenos Aires. Poco se recuerda que la Escuela


de Francfort fue patrocinada por Felix Weil, hijo de un
exportador de granos alemán radicado en la Argentina desde
1890. Weil nació en Buenos Aires y luego de estudiar en
Francfort, donde conoció a los integrantes de la Escuela,
regresó a su ciudad natal en 1930 para hacerse cargo de los
negocios del padre. Una posibilidad frustrada fue que la
Escuela de Francfort, siguiendo a su mecenas, hubiera optado
por exiliarse en Buenos Aires. Debe recordarse que Weil
escribió en inglés uno de los mejores estudios sobre la
economía argentina: The Argentine Riddle (1944). Otros
pensadores alemanes –Nietzsche y Heidegger– tuvieron mayor
incidencia en los círculos académicos que los
francfortianos; no obstante, ellos serían traducidos por
primera vez al castellano en las ediciones de Sur. Un
representante de la segunda Escuela de Francfort, Jürgen
Habermas, visitó, en la década del 80, Buenos Aires, a la
que consideró una Weltstadt (ciudad mundial).

Expresionismo y Bauhaus. Emblemático representante del


cosmopolitismo porteño, Roberto Arlt vivió en un clima
lingüístico donde el alemán paterno se mezclaba con el
italiano de la madre, el castellano aprendido en la escuela
y el lunfardo de la calle. Sus novelas pertenecían a un
estilo típicamente alemán, el expresionismo, que impregnaba
la atmósfera de la cultura rioplatense.
De los vanguardismos, Borges sólo rescataba al
expresionismo, al que dedicó un ensayo en Inquisiciones y en
1920 publicó en la revista madrileña Cervantes una antología
de poetas expresionistas alemanes. El expresionismo dejó
también su impronta en las artes plásticas: el realismo
expresionista en el contexto social dramático de Kathe
Kollwitz inspiró los aguafuertes de Guillermo Facio
Hebequer. El género teatral del grotesco porteño tenía
resonancias expresionistas.
El cine expresionista y, en general, el cine alemán de la
era prehitleriana no sólo era exhibido en los cineclubes,
sino que algunas películas alcanzaron éxito masivo.
Metrópolis y el Doctor Mabusse se reflejaban en la atmósfera
delirante y los personajes exacerbados de Los siete locos.
Borges, por su parte, reconocía –en el prólogo de Historia
universal de la infamia– entre sus inspiradores al director
de cine alemán Josef von Sternberg. Menos conocida es la
incidencia que los alemanes tuvieron en el cine argentino de
los años 30, cuya iluminación de dramáticos claroscuros fue
impuesta por directores de fotografía centroeuropeos que
habían trabajado en los estudios UFA, antes de pasar por
Buenos Aires. Igualmente alemanas fueron dos artistas de la
fotografía: Annemarie Henrich y Grete Stern. Después del
expresionismo, la Bauhaus hizo su entrada: antes de
afincarse en esta ciudad, el arquitecto Wladimiro Acosta fue
decorador del cine expresionista alemán y estudió en la
Bauhaus. Alberto Prebisch, diseñador del Obelisco e impulsor
de la arquitectura racionalista, era descendiente de
alemanes y sus edificios estaban inspirados en la Bauhaus.
Las interacción cultural entre ambos países no cesó aunque,
con rasgos distintos: el mundo ha cambiado y las dos
naciones no son las mismas. Sin embargo, algunos estilos
artísticos como el expresionismo están presentes todavía en
la obra de los pintores argentinos Carlos Alonso, Carlos
Gorriarena o el Guillermo Roux muralista.
Ute Lemper –presente en Buenos Aires en estos días– cantando
a Kurt Weil y evocando el cabaret berlinés muestra la
permanencia del arte alemán del temprano siglo XX aunque la
diva tal vez llegará a ser un ícono del siglo XXI.

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