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Organización Panamericana de la Salud
Oficina de Género, Diversidad y
Derechos Humanos
Curso Virtual Género y Salud
Análisis de género: bases conceptuales y
metodológicas
2011
Organización Panamericana de la Salud
Oficina de Género, Diversidad y Derechos Humanos
Curso Virtual Género y Salud
LECTURA BÁSICA: MÓDULO 3
Análisis de género: bases conceptuales y metodológicas
Elaborado por: Elsa Gómez Gómez
Desde una perspectiva de derechos humanos, el análisis de género representa una
dimensión esencial del proceso de formulación, implementación y evaluación de
programas que buscan adherirse a principios de no discriminación. Es, también, un
elemento indispensable para la evaluación crítica de políticas, programas y proyectos en
curso, en cuanto al grado en que dichas intervenciones respetan, protegen y contribuyen
a la realización de los derechos a la igualdad y la no discriminación. Adicionalmente, el
análisis de género constituye un instrumento clave de abogacía y movilización política en
pro de la rectificación de injusticias y cumplimiento de los derechos humanos de los
individuos y los grupos sujetos a distintos tipos de discriminación y exclusión por razones
de sexo.
El propósito de este trabajo es contribuir a la comprensión de la naturaleza, los usos y los
fundamentos del análisis de género, con referencia particular al campo de la salud. Con tal
fin, la discusión se ha organizado en tres secciones: la primera se refiere al carácter y
aplicaciones del análisis de género dentro del contexto de integración transversal de la
perspectiva de género en políticas, programas y proyectos; la segunda presenta los conceptos básicos
que sustentan el análisis de género; y la tercera describe el proceso metodológico de desarrollo de dicho
análisis.
I. La naturaleza y las aplicaciones del análisis de género
El análisis de género es un componente del análisis socioeconómico de una situación o problema dado.
Su propósito general es revelar las conexiones entre las construcciones de género‐‐ esto es, las relaciones
sociales de desigualdad entre los sexos‐‐y la situación o problema en consideración. Sus objetivos
específicos son los de identificar en contextos socio culturales específicos: a) las áreas críticas de
desigualdad de género relacionadas con el problema; b) la forma como estas desigualdades afectan y
pueden ser afectadas por ciertas intervenciones; c) los factores que contribuyen a estas desigualdades; y
d) las estrategias más adecuadas para el abordaje de tales desigualdades (i). Su centro de interés no se
refiere a las mujeres o a los hombres per se, sino a las relaciones sociales ‐‐y, en particular, las relaciones
i
Ver, por ejemplo: Gender and Development Program/ United Nations Development Program (GIDP/UNDP). Learning and
Information Pack: Gender Analysis. New York: UNDP; 2001. http://learning.undp.org.‐‐‐‐ Hunt J. Introduction to Gender Analysis
Concepts and Steps Development Bulletin. 2004; 64.‐‐‐‐ UNIFEM y CEDAW and the Human Rights Based Approach to
Programming. New York: UNIFEM; 2007. 41‐44 p.
http://www.unifem.org/attachments/products/CEDAW_HRBA_guide_pt1_eng.pdf.
1
de poder‐‐que construyen y mantienen las desigualdades de género. Este tipo de análisis constituye el
fundamento de los procesos de incorporación de una perspectiva de igualdad de género en políticas,
programas y proyectos.
Es importante resaltar que el enfoque respecto al análisis de género que se plantea en este trabajo no
se limita al estudio de las características e implicaciones de las relaciones desiguales de género con
respecto al problema que se quiere resolver, sino que abarca el análisis de las causas de tales
desigualdades, así como los cursos alternativos de acción para rectificarlas. Esto quiere decir que no
acaba, por ejemplo, en la identificación y cuantificación de las diferencias por sexo en la morbi‐
mortalidad en grupos poblacionales diversos; sino que se extiende al análisis causal (intra‐ e inter grupo)
de las desigualdades actualmente remediables, así como al de las estrategias apropiadas para
superarlas.
Los impactos, y la formulación misma de políticas y programas no son neutrales en materia de género.
Sin embargo, por el hecho de que ciertas dimensiones de desigualdad de género se hallan tan
profundamente embebidas en la cultura, resultan con frecuencia difíciles de percibir. El análisis de
género contribuye a hacer visibles estas desigualdades y a arrojar luz sobre el hecho de que la aparente
neutralidad de género en las políticas y los programas puede, en la práctica, reflejar, reforzar‐‐ y aún
exacerbar‐‐los desequilibrios existentes. Contribuye asimismo a revelar las brechas entre la igualdad
formal exigida explícitamente en el discurso legal, y la igualdad real que ocurre en la práctica, en
términos de la realización de derechos y oportunidades.
Los siguientes son algunos ejemplos de políticas de salud aparentemente neutrales en materia de
género que, sin embargo, esconden profundos sesgos en tal sentido. La presencia de estos sesgos se
asocia, entre otros factores, con debilidades en el análisis y la abogacía que apuntalan tales políticas:
- Los criterios de asignación de recursos basados en estimaciones de la carga de enfermedad y discapacidad (DALYS o
AVADS) subestiman el peso de las necesidades de atención de las mujeres, al no dar cabida a intervenciones de
promoción y prevención, las cuales constituyen la esencia de la atención a la salud reproductiva y el grueso de la mayor
utilización de servicios por parte de las mujeres (1).
- La protección social de la salud ligada al empleo, particularmente el formal, excluye desproporcionadamente a las mujeres
en razón de que éstas participan en la fuerza laboral en menor proporción que los hombres; adicionalmente, cuando
participan, se insertan más frecuentemente que aquéllos en empleos informales y de tiempo parcial, generalmente no
cubiertos por la seguridad social.
- Los sistemas de financiamiento de la atención de la salud basados en criterios actuariales de riesgo, imponen una mayor
carga económica sobre las mujeres quienes, por razón de su rol reproductivo y su mayor longevidad, utilizarían los
servicios de salud con mayor frecuencia que los hombres.
- Las medidas de contención de costos, tales como la reducción de servicios públicos, ocultan el hecho de que los ahorros en
tales servicios son transferidos a los hogares en la forma de aumentos de la carga de cuidado no remunerado que
generalmente absorben las mujeres, y que limitan su participación en el mercado remunerado.
1. El análisis de género en el proceso de programación
El análisis de género es usado como instrumento básico para guiar: (a) el desarrollo de iniciativas
dirigidas específicamente a eliminar severas desigualdades de género alrededor de problemáticas
particulares—por ejemplo, violencia contra las mujeres; y (b) la integración de una perspectiva de
igualdad de género en todo tipo de políticas, programas y proyectos, existentes o en proceso de
formulación.
En el contexto de programas de amplio alcance, el análisis de género debe constituir una dimensión
integral del Análisis de Situación que se realiza periódicamente en los niveles regional, nacional y
subnacional. Su uso no debe limitarse a la fase inicial del ciclo de programación sino que debe estar
presente en todos los momentos claves de decisión que tienen lugar a través de sus distintas fases, esto
es, durante la planificación, la ejecución, el monitoreo y la evaluación.
2
a. Durante la fase de planificación, el análisis de género se usa con los siguientes propósitos (2):
• Identificar dentro de contextos socioculturales diversos, las áreas críticas de desigualdad de
género relacionadas con el problema que se quiere abordar, así como la articulación de esas
desigualdades con otras relaciones de poder.
• Determinar el impacto que las relaciones de género puedan tener sobre el éxito de la
intervención y, de acuerdo con ello, mejorar la sostenibilidad y la eficacia de las actividades.
• Tomar medidas para: prevenir que la intervención planificada afecte negativamente a uno de los
sexos, asegure una distribución equitativa de los beneficios de la intervención entre mujeres y
hombres, y contribuya a avanzar la igualdad de género.
• Identificar áreas estratégicas de acción para la promoción de la igualdad de género.
b. En la fase de implementación, el análisis de género asiste, fundamentalmente, en el examen de las
diferencias por sexo y otras variables pertinentes en relación con la participación de la población ‐‐
como agente y beneficiaria‐‐ en el desarrollo de la intervención; y sirve de base para hacer ajustes
pertinentes a la estrategia.
c. Durante las etapas de monitoreo y evaluación, el análisis de género contribuye a la determinación
de los impactos diferenciados por sexo de la intervención, así como a la subsecuente valoración de
los cambios en las relaciones de género y el progreso hacia la igualdad de género (2).
2. El análisis de género desde el enfoque de derechos humanos
El abordaje de la programación desde un enfoque basado en derechos humanos exige que el análisis de
género no se limite a documentar y caracterizar desigualdades de género en la realización de derechos,
bajo el supuesto que otros actores tomarán las medidas apropiadas para rectificarlas. El análisis de
género con perspectiva de derechos, debe adicionalmente analizar las causas de tales desigualdades y
las posibles estrategias para superarlas.
a. Identificar los derechos y obligaciones que serán objeto de intervención: Esta identificación incluye
(i) las instancias en que ciertos derechos son negados a individuos o grupos particulares titulares de
derechos, por ejemplo, el derecho a la vida en el caso de la mortalidad materna; (ii) las obligaciones
correspondientes por parte del Estado y otros titulares de deberes frente a la garantía de tales
derechos; y (iii) las causas inmediatas, subyacentes y estructurales de la no realización de esos
derechos. (Para la identificación de derechos y deberes en el contexto de la discriminación en contra
de las mujeres, un punto inicial de referencia sería CEDAW con sus recomendaciones generales).
b. Identificar los vacíos de capacidad que deberán ser llenados para poder avanzar en el proceso de
realización de esos derechos: “Capacidad”, bajo EBDH, incluye todas aquellas condiciones que
deben existir para la realización de los derechos: (i) del lado de los titulares de derechos, para
reclamarlos; y (ii) del lado de los titulares de deberes, para cumplir con su obligación de
garantizarlos. Esta evaluación servirá de base para el examen y desarrollo de estrategias dirigidas a
robustecer dichas capacidades. Las capacidades por fortalecer entre los titulares de deberes,
incluirían la creación o el mejoramiento de: marcos constitucionales y legislativos apropiados,
infraestructura institucional, voluntad política, información, y criterios de asignación de recursos.
Entre las capacidades por fortalecer en los titulares de derechos, figurarían: las habilidades
organizativas, el establecimiento de coaliciones nacionales e internacionales, la formación de redes,
la abogacía y la comunicación con legisladores, y el análisis de políticas (4)
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En consecuencia, un análisis robusto de género, enmarcado en el análisis de situación, debe identificar:
primero, las áreas clave de intervención en términos de desigualdad de género; segundo, las fortalezas
y vacíos en las capacidades de los/las titulares de derechos y deberes para adelantar tal intervención; y
tercero, las políticas o programas apropiados, tomando en consideración obstáculos, riesgos,
oportunidades, posibles alianzas, y aprovechamiento de las ventajas comparativas de la organización
patrocinadora. Tal tipo de análisis es crítico para la definición de los resultados esperados de la
intervención, así como para el diseño de de la metodología que mediría el progreso hacia el logro de
tales resultados. La información cuantitativa y cualitativa producida por este análisis puede, en efecto,
servir de línea de base para el desarrollo y refinamiento de indicadores de monitoreo y evaluación (4).
Esencial dentro de este enfoque de derechos, debe recalcarse, es el empoderamiento de los titulares
de derecho (o de las organizaciones que los representan) para exigir sus derechos. En tal sentido, la
atención debe dirigirse preferencialmente a los grupos más excluidos y, en tal dirección, al desarrollo
de estrategias para eliminar las desventajas y vulnerabilidades que afectan estos grupos. Tal tipo de
requisito exige, en primer lugar, la identificación de los individuos y grupos que se encuentran
marginalizados por la intersección de factores de sexo u orientación sexual, etnia, clase social,
residencia, nacionalidad, capacidad física y mental, etc.; la determinación de los tipos y niveles múltiples
de desventaja o vulnerabilidad que afectan dichos grupos –y subgrupos; y (c) el señalamiento de las
estrategias necesarias para catalizar el empoderamiento de estos grupos (o de sus organizaciones) a fin
de que ellos/as mismos/as combatan sus desventajas.
Por ejemplo, en el área de los procesos de salud‐enfermedad, el análisis de género cumpliría las
siguientes funciones:
Primero, contribuiría a la comprensión de cómo ciertos factores biológicos y sociales que diferencian los
sexos se traducen en conjuntos particulares de riesgos, vulnerabilidades, y consecuencias para la salud
(5). Estos factores diferenciadores incluyen:
a. Las vulnerabilidades y los requerimientos biológicos ligados al sexo;
b. la exposición a riesgos asociados con ciertos tipos de conductas/actividades esperadas y
realizadas predominantemente por uno u otro sexo dentro de contextos socio culturales
específicos, y en los ámbitos laboral, doméstico, comunitario, recreativo, y de relaciones
personales;
c. el acceso desigual a los recursos considerados como determinantes socio económicos de la
salud, incluyendo la atención apropiada a las necesidades específicas de salud;
d. las relaciones desiguales de poder frente a la toma de decisiones sobre la propia salud e
integridad, incluyendo, pero no limitándose a, la esfera sexual y reproductiva;
e. el manejo desigual de las consecuencias sociales de la enfermedad.
Segundo, a partir de tal comprensión, el análisis identificaría las barreras diferenciadas por sexo‐‐
económicas, culturales, legales‐‐que inhiben el ejercicio del derecho a la salud por parte de ciertos
grupos. Tales barreras guardan relación con: la protección frente a riesgos, el desarrollo de actitudes y
conductas saludables, y la prevención de problemas de salud o lesiones; el acceso a servicios y
tratamientos de calidad, adecuados a la necesidad, y dentro de un contexto de acceso universal; el
manejo efectivo de las consecuencias de la enfermedad o la discapacidad, por ejemplo, de estigma,
pérdida de trabajo, exigencias de cuidado en el hogar, etc.
Tercero, con base en la identificación de las desigualdades y barreras asociadas con factores de género,
el análisis proporcionaría elementos para la determinación de responsabilidades relativas a la
eliminación de dichas barreras, y para el diseño de estrategias participativas y socio‐culturalmente
apropiadas, que confluyan para tal eliminación.
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II. Marco conceptual y operacional para el abordaje de las desigualdades de
género en el desarrollo de políticas y programas
El análisis y las acciones dirigidos a promover la igualdad de género a través de políticas y programas se
ha fundamentando en un número de marcos conceptuales elaborados en países del norte y del sur.
Entre estos marcos se destacan los de: Harvard, (Overholt et al, 1985); Igualdad y empoderamiento
(Longwe, 1991); Planificación de género (Moser 1993); Matriz de análisis de género (Parker, 1993);
Relaciones sociales (Kabeer, 1994). Estos marcos tienden a coincidir en cuanto a la necesidad de
identificar las diferencias de género alrededor de los roles, el acceso y el control sobre los recursos, y las
necesidades particulares de cada sexo. Difieren, sin embargo, en cuanto al énfasis asignado a cada uno
de estos componentes, a la interpretación causal de las diferencias por sexo en áreas específicas y, a la
relación del análisis con objetivos políticos y programáticos (por ejemplo, de eficiencia, equidad, o
empoderamiento). Vale señalar, además, que estos marcos fueron desarrollados para abordar
diferentes aspectos de la igualdad de género, en contextos también diferentes (por ejemplo, desarrollo
rural, urbano, comunitario, organizacional; respuestas a situaciones de emergencia, etc.) y que, por
tanto, son útiles para diferentes fines y prioridades de política (ii).
Más allá de las diferencias anotadas, en una forma u otra, todos estos marcos han tratado de establecer
y articular los siguientes elementos conceptuales (6):
• Roles de género derivados de la división por sexo del trabajo
• Acceso y control respecto a los recursos, en asocio con los roles de género
• Necesidades específicas de género
• Enfoque de política para el abordaje de las diferencias de género
La división del trabajo por sexo es reconocida como el eje de las diferencias sociales entre las mujeres y
los hombres. A través del mundo, las actividades remuneradas son realizadas predominantemente por
los hombres, mientras las actividades domésticas y de cuidado de los miembros de la familia dentro del
hogar son desempeñadas, sin remuneración, primariamente por las mujeres. Aunque las mujeres están
ingresando crecientemente al mercado de trabajo remunerado, las responsabilidades domésticas y
familiares continúan recayendo básicamente bajo su dominio.
La relevancia de la división por sexo del trabajo para el análisis de las desigualdades reside en el hecho
de que esta división, no solo separa el trabajo que hacen los hombres y las mujeres sino que, además,
asigna un valor diferencial al trabajo que realiza cada sexo, concediendo un valor generalmente más
alto a las actividades ‐‐y atributos‐‐masculinos. Esta valoración diferencial explica la conexión entre la
división por sexo del trabajo, el acceso desigual a los recursos y al poder por parte de hombres y
mujeres, y la posición subordinada que tienden a ocupar las mujeres en las esferas de la vida privada y
pública. El hecho de que gran parte del trabajo de las mujeres permanezca no reconocido y no valorado
tiene un impacto sobre la posición de las mujeres en la sociedad, sus oportunidades en la vida pública, y
la ceguera de género en las políticas de desarrollo (7). Los siguientes son los conceptos básicos que
fundamentan estos marcos:
1. Roles de género
Los roles de género se refieren a un conjunto de prescripciones para el comportamiento que la
sociedad asigna diferencialmente según el sexo, y que inculca y mantiene mediante los procesos de
ii
Resúmenes de las ventajas, desventajas y aplicaciones particulares de estos y otros marcos conceptuales de amplia utilización
puede encontrarse en GIDP/UNDP, 2001, Op. Cit, p.p. 20‐21, Recursos 4a, 5a, 6a, 7a, 8a, 9a, 10a, 17 y 21.
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socialización y control social. Los siguientes tipos de roles pueden distinguirse dentro de esta división
del trabajo:
a. Roles de trabajo reproductivo: Comprenden las responsabilidades de reproducción y crianza de
los hijos y las tareas domésticas necesarias para garantizar el mantenimiento y bienestar de miembros
de la familia. Incluye no solo la reproducción biológica sino también la atención de las personas que
integran el hogar. Las actividades domésticas y de atención no son remuneradas porque tienden a
considerarse como "naturales" para las mujeres. A través de todo el mundo, las mujeres son las
responsables primarias de estas tareas, y la centralidad de tal rol limita sus oportunidades de
participación en la esfera laboral y política, así como su acceso por derecho propio a programas de
seguridad social en la mayoría de los países de la región.
b. Roles de trabajo productivo: Comprenden el trabajo realizado por las mujeres y los hombres que
percibe remuneración en efectivo o en especie. Incluye tanto la producción con valor de intercambio
en el mercado, como la producción de subsistencia dentro del hogar.
c. Roles comunitarios, que pueden ser de dos clases: (i) Comunitarios de servicio: Actividades
emprendidas, principalmente por las mujeres, como una extensión de su rol reproductivo en el nivel
comunitario, con el objeto de garantizar la provisión y el mantenimiento de escasos recursos de
consumo colectivo, tales como agua, atención de la salud y educación. Es generalmente trabajo
voluntario y no‐remunerado. (ii) Comunitarios políticos: Actividades emprendidas, principalmente por
los hombres, para fines organizativos políticos en el nivel comunitario. Este trabajo puede ser pagado,
directamente en dinero, o indirectamente mediante incrementos en estatus y poder.
d. Doble o Triple Rol: El concepto de doble o triple rol es de importancia medular en el análisis de
género. Dirige la atención al hecho de que el rol reproductivo de ‘ama de casa' y cuidadora de niños,
enfermos y adultos mayores es sólo uno de los dos o tres roles que generalmente cumplen las mujeres:
una proporción creciente de mujeres participa también en el mercado de trabajo remunerado o en las
economías de auto‐subsistencia y, en muchos casos realizan además, actividades de servicio en la
comunidad.
El análisis de la doble o triple jornada de las mujeres es de particular relevancia para el análisis de la
salud. Esto en razón, primero, de la necesidad de considerar el impacto que tal carga de trabajo
representa para la salud física y mental, y las oportunidades de las mujeres; y, segundo, debido al
imperativo de diseñar políticas de cuidado en el hogar que no partan de supuestos de la elasticidad
infinita del tiempo de las mujeres y de la “obligación moral” por parte de las mismas, de cubrir los
déficits de cuidado creados por la reducción de servicios públicos.
2. Acceso y control sobre los recursos
El desempeño de los roles productivos, reproductivos y comunitarios requiere el uso de recursos. En
general, las mujeres y los hombres difieren en cuanto al grado de acceso y de control que tienen
respecto a tales recursos.
a. Acceso es la oportunidad de USAR un recurso, por ejemplo, los condones para la prevención de la
infección por el VIH.
b. Control es la capacidad de DEFINIR EL USO de un recurso e imponer esa definición en otros, por
ejemplo, para requerir el uso –o no uso‐‐de condón en una relación sexual.
c. Recursos: Los recursos pueden ser económicos: como los ingresos, la tierra, los equipos, la
fuerza de trabajo; sociales: como la información, la educación los servicios de salud, la tecnología
médica, la seguridad social, el cuidado infantil, la planificación de la familia; políticos: como la
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representación, el liderazgo y las estructuras legales; internos personales: como la autoestima, y la
capacidad para expresar intereses propios; tiempo discrecional—recurso crítico y, a menudo, escaso.
Elementos para identificar en el análisis de acceso y control sobre los recursos dentro de la actual
división por sexo del trabajo (6):
• Los recursos que las mujeres o los hombres necesitan para el desempeño de sus roles
existentes. Estos recursos pueden ser endógenos o traídos por el programa.
• Los factores que influyen sobre el grado de acceso y control que poseen las mujeres y los
hombres respecto a tales recursos, tanto los endógenos, como los del programa.
• Las estrategias usadas por las mujeres y/o los hombres para tener acceso y control respecto a
los recursos, así como los potenciales conflictos de interés entre mujeres y hombres.
• Los cambios que deberían tener lugar en el nivel y las condiciones de acceso y control sobre
algunos recursos a fin de hacer posible que las mujeres y/o los hombres se comprometan con
nuevos roles.
Puntos para recordar:
• La distinción entre acceso y control sobre los recursos es fundamental para el análisis. El
continuum entre acceso y control no es automático: las medidas que facilitan el acceso a
ciertos recursos (educación, empleo, servicios médicos, etc.) no necesariamente conducen a que
estos recursos sean usados por aquellos/as hacia quienes se dirigen tales medidas. El control
sobre la decisión de usar esos recursos, a menudo requiere de cierto nivel de empoderamiento
por parte de las personas habitualmente excluidas de la toma de decisiones. Por ejemplo, una
mujer puede tener acceso a los ingresos del esposo, e incluso, poseer ingresos propios, pero no
necesariamente tener el poder para decidir o influir sobre qué usos dar a esos ingresos. O, una
mujer puede tener acceso a anticonceptivos, pero no siempre tener control sobre su uso.
• La mayoría de los recursos pueden clasificarse como necesidad o beneficio. Por ejemplo, para
el rol productivo, el dinero puede ser una necesidad (capital) y un beneficio (ingresos ganados).
En los programas, también es útil distinguir entre recursos (insumos) y beneficios (resultados).
3. Necesidades prácticas y estratégicas de género
Las necesidades son el referente empírico de derechos humanos fundamentales, tales como el derecho
al nivel más alto posible de salud física y mental, el derecho a la no discriminación, y el derecho a la
igualdad de género. Desde el enfoque de derechos, la satisfacción de estas necesidades no solo es
obligación moral y legal del Estado, sino que las decisiones al respecto requieren de la participación de
las mismas mujeres y hombres en su calidad de titulares de derecho y agentes de su propio bienestar.
Ciertamente, las mujeres y los hombres comparten un conjunto de necesidades comunes a ambos
sexos, pero también, tienen necesidades específicas que se derivan de las características biológicas
propias de cada sexo, de los distintos roles que desempeñan socialmente, y de la posición diferencial
de poder que ocupan dentro de la familia y la sociedad.
La tipología de necesidades de género más ampliamente utilizada dentro de la comunidad internacional
es la relacionada con las necesidades prácticas y estratégicas (Ver Cuadro 1). Caroline Moser (1993) (8)
desarrolló estos conceptos a partir de la formulación original de intereses estratégicos y prácticos de las
mujeres que hizo Maxine Molyneux en 1985 (9).
a. Necesidades prácticas de género: Son las necesidades expresadas por las mujeres y/o los
hombres cuando demandan un mayor acceso a ciertos recursos y oportunidades a fin de cubrir
requerimientos básicos para su supervivencia y bienestar y para el mejor desempeño de sus actuales
roles de género; tales demandas no cuestionan la división tradicional del trabajo por sexo. Estas
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necesidades son de naturaleza inmediata y son fácilmente percibidas e identificadas por los propios
sujetos‐‐mujeres u hombres‐‐dentro de sus contextos específicos. Se refieren frecuentemente a
carencias o insuficiencias en las condiciones de vida, tales como en la provisión de agua, la atención de
la salud, la educación, el empleo y los ingresos. Una necesidad práctica puede ser satisfecha, por
ejemplo, con la provisión o mejoramiento del acceso a agua potable; el acceso a servicios de salud
apropiados para cada sexo; el establecimiento de medidas de seguridad ocupacional; la entrega de
suplementos nutricionales, medicamentos básicos, anticonceptivos, etc. La respuesta a estas
necesidades es esencial para mejorar las condiciones de vida de ambos sexos y, en algunos casos, para
aliviar la carga de trabajo doméstico que recae desproporcionadamente sobre las mujeres; tal tipo de
respuesta por sí sola, sin embargo, no cuestiona el orden imperante en las relaciones de género y no
cambia la situación de subordinación de las mujeres respecto de los hombres.
b. Necesidades estratégicas de género: Surgen de la posición de subordinación de las mujeres
respecto a los hombres en la sociedad; se relacionan con desbalances de poder entre los sexos y con la
explotación de las diferencias marcadas por la división sexual del trabajo. Pueden incluir demandas tales
como la participación de las mujeres en trabajos remunerados, particularmente en los tradicionalmente
“masculinos”, el aumento de responsabilidad de los padres en el cuidado de los hijos, la igualdad jurídica
entre los sexos, la paridad salarial, el control de las mujeres sobre su propia reproducción, la
eliminación de la violencia doméstica, etc. Estas necesidades no son siempre fácilmente identificables
por parte de las mujeres—o de los hombres— que se encuentran en relaciones sociales de desigualdad
y, por eso, requieren oportunidades específicas que propicien tal reconocimiento. La satisfacción de las
necesidades estratégicas de género se asocia generalmente con un mejoramiento de la posición de las
mujeres en la familia y la sociedad, con una mayor igualdad entre los sexos, y con un cambio en las
relaciones de poder existentes entre los mismos.
Frente a esta caracterización, es importante tener en cuenta que lo que es práctico o estratégico en un
contexto sociocultural puede no serlo en otro; y, también, que la satisfacción de las necesidades
prácticas inmediatas puede proporcionar un punto de entrada para satisfacer las necesidades
estratégicas de largo plazo. Esto último, cuando la respuesta a las necesidades prácticas envuelve
consulta sobre la naturaleza y prioridades de las mismas, así como acciones organizativas para
satisfacerlas.
8
Cuadro 1. Distinción entre necesidades prácticas y estratégicas de género (iii)
Necesidades prácticas Necesidades o intereses estratégicos
• Tienden a ser inmediatas, de corto plazo • Tienden a ser mediatas, de largo plazo.
• Específicas para ciertos grupos de mujeres o ciertos • Comunes para la mayoría de las mujeres o la mayoría
grupos de hombres de los hombres
• Asociadas con necesidades cotidianas: alimento, • Asociadas con desigualdades entre los sexos respecto a
vivienda, ingreso salud, educación, empleo, etc. posición socio‐económica y relaciones de poder; p.e.,
acceso a crédito, tenencia de la tierra, decisiones
reproductivas, vulnerabilidad a la pobreza y la violencia.
• Fácilmente identificables por las mismas mujeres y/o los • Las bases de la desigualdad y el potencial para el
mismos hombres. cambio no son siempre identificables por parte de las
mismas mujeres, y/o los mismos hombres.
• Pueden ser satisfechas mediante la provisión de insumos • Puede responderse a ellas mediante: concientización,
específicos: alimentos, agua, vivienda, medicamentos, aumento de autoestima, educación, fortalecimiento de
etc. organizaciones, movilización política, etc.
Abordaje de necesidades prácticas
Abordaje de necesidades o intereses estratégicos
• Tiende a involucrar a las mujeres y/o los hombres como • Involucra a las mujeres y/o los hombres como agentes
beneficiarios e, incluso, como participantes de cambio; o habilita a las mujeres y/o los hombres
para convertirse en agentes de su propio desarrollo
• Puede mejorar la condición de algunas mujeres o algunos • Puede mejorar la posición de las mujeres en la sociedad
hombres. • Puede facilitar el empoderamiento de las mujeres y/o
• Generalmente, no altera los roles ni las relaciones los hombres para transformar las relaciones de género
tradicionales de género, pero puede tener el potencial hacia la igualdad.
de hacerlo. • Su resolución es un problema político que puede
• Su resolución es esencialmente una cuestión técnica. implicar conflicto y envuelve negociación
Dada la conexión de las necesidades estratégicas con la desigualdad de poder entre los sexos, la
respuesta a estas necesidades se ha orientado principalmente hacia el empoderamiento de las mujeres,
con miras a crear condiciones habilitadoras para que éstas desafíen su estatus subordinado frente a los
hombres, y confronten los distintos tipos de opresión que vulneran sus derechos. CEDAW reconoció
que las mujeres tienen necesidades específicas que han sido históricamente desatendidas por las
sociedades, y que esta desatención es tanto una causa como un resultado de formas específicas de
discriminación dirigidas contra ellas. Tal énfasis en las mujeres no desconoce, sin embargo, el papel
imprescindible que juegan los hombres en la transformación de las relaciones de género. Dentro de este
contexto de búsqueda de igualdad en la relaciones de género, las necesidades o intereses estratégicos
de género de los hombres se asocian con el cuestionamiento y ruptura, por parte de los mismos
hombres, con estereotipos de masculinidad hegemónica que afectan adversamente no solo a las
mujeres y otros individuos, sino también, el propio bienestar físico, psicológico y social.
Las iniciativas dirigidas de manera específica a un sexo son frecuentemente utilizadas para abordar
necesidades estratégicas y propiciar cambios transformativos en etapas iniciales del proceso. Tales
iniciativas se orientan a encarar las varias influencias del contexto socio‐cultural, estructural y
comunitario que influyen sobre las construcciones de “feminidad” o “masculinidad”, más bien que a
concentrase en comportamientos específicos (10). Es esencial llamar la atención sobre el hecho de que,
por apuntar a transformaciones que desafían el status quo de género, las necesidades e intereses
iii
Adapted from: United Nations Development Program (UNDP). Learning and Information Pack: Gender Analysis. Gender in
Development Program; 2001. 74 p. Disponible en: http://learning.undp.org
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estratégicos de género son altamente políticas, y pueden envolver conflicto. Requieren por tanto, del
desarrollo de estrategias de debate, negociación y resolución de conflictos (8).
La vasta aceptación de esta taxonomía práctica‐estratégica ha atraído, también, intensas críticas
relacionadas, particularmente, con la tendencia a simplificar, a través de dicotomías, la comprensión y el
abordaje de la realidad. Tales críticas han resaltado las limitaciones que conlleva una visión simplificada
de las necesidades en términos de dos tipos enteramente distintos y separados de necesidades.
El reconocimiento mismo de las necesidades propias de un sector social, se convierte en un acto político,
existiendo por tanto, un conjunto de necesidades que son “legitimadas" en unos contextos pero no en
otros. Las necesidades que no coincidan con el conjunto respectivo, difícilmente podrán ser reconocidas
como tales (12), consideración que resulta esencial en entornos de diversidad cultural, social, étnica y
sexual. Por supuesto, tal legitimación evoluciona con el tiempo, y las mujeres han sido unas de las
beneficiarias de la evolución en el reconocimiento y la legitimación (así sea tentativa) de ciertas de sus
necesidades y derechos. Entre éstos se cuentan la protección frente a la violencia conyugal, el trabajo
remunerado como un medio de desarrollo e independencia, la limitación del número de hijos, la
autonomía, la herencia, y el sufragio político. Este mismo hecho sugiere que otras necesidades, hoy no
nombradas ‐‐y todavía no clasificadas en “casilleros”‐‐ irán revelándose en el futuro; y, que la definición
de medidas para satisfacer tales necesidades estará sujeta a un proceso de competencia entre los
distintos discursos de los grupos involucrados.
Concluyendo, la distinción entre lo práctico y lo estratégico es útil para fines programáticos y
evaluativos, siempre y cuando considere la diversidad y no se convierta en un instrumento rígido y
dicotómico. Más que nociones separadas y mutuamente excluyentes, estos conceptos representan los
extremos de un continuum entre lo práctico y lo estratégico, tanto en términos de la definición de las
necesidades como de los abordajes para satisfacerlas. La respuesta a las necesidades prácticas, es una
obligación imprescindible. Al mismo tiempo, puede constituir una puerta importante de entrada para la
satisfacción de los intereses estratégicos de largo plazo, si es que tal respuesta involucra activamente a
los sectores interesados en la definición de las respectivas prioridades y soluciones.
4. Enfoques de política para el abordaje de las diferencias de género
Los enfoques de política en relación con género y desarrollo se diferencian en términos de los roles que
reconocen en la práctica, el tipo de necesidades que intentan satisfacer, y el grado en que incorporan la
participación de los/las sujetos de derecho en el análisis y la programación. Desde mediados del Siglo
XX, una variedad de enfoques ha surgido para explicar y actuar sobre la situación diferencial de los
sexos. Cada uno de estos enfoques prosperó durante una etapa histórica dada y se acomodó dentro del
enfoque de desarrollo predominante. Su progresión, sin embargo, no ha sido lineal, y elementos de cada
uno de ellos continúan siendo visibles en la práctica y combinándose dentro de las distintas iniciativas.
Entre estos enfoques se destacan los de bienestar, equidad, antipobreza, eficiencia y empoderamiento
(13).
10
a. Bienestar: predominó entre 1950 y 1970. Su propósito central fue el de integrar las mujeres al
desarrollo como mejores madres. Este enfoque considera las mujeres como beneficiarias pasivas del
desarrollo, reconoce su rol reproductivo y apunta a satisfacer sus necesidades prácticas de género (NPG)
en ese rol. Instancias de ese enfoque son las donaciones para ayuda alimentaria, los programas contra la
desnutrición, y los servicios de planificación familiar.
b. Igualdad: surgió durante la Década de las NNUU para las Mujeres 1976‐1985. Consideraba las
mujeres como participantes activas en el desarrollo y tenía como propósito el que éstas alcanzaran
igualdad jurídica con los hombres. Este enfoque reconoce los roles múltiples de las mujeres e intenta
responder a sus necesidades estratégicas de género (NEG) a través de intervenciones estatales dirigidas
a fortalecer su autonomía política y económica y a reducir su desigualdad con respecto a los hombres.
c. Anti‐pobreza: es una versión diluida del enfoque anterior de igualdad, el cual provocó
resistencias políticas por su énfasis en la redistribución de los recursos y el poder entre los sexos. Fue
adoptado durante los años setenta con el propósito de lograr que las mujeres pobres aumentaran su
productividad. Considera la pobreza desproporcionada de las mujeres como un problema originado en
el sub desarrollo, no en la subordinación. Reconoce el rol productivo de las mujeres y busca satisfacer
su necesidad práctica y estratégica de devengar ingresos, particularmente a través de proyectos de
pequeña escala para generación de ingresos.
d. Eficiencia: fue adoptado durante la crisis de la deuda de los años ochenta. Su finalidad es la de
lograr un desarrollo más eficiente y eficaz mediante la contribución económica de las mujeres. Busca
responder a las NPG de las mujeres, al mismo tiempo que se apoya en su triple rol y en una concepción
elástica de su tiempo. Considera a las mujeres, principalmente, en términos de su capacidad de
compensar gratuitamente la reducción de servicios sociales a través de la extensión de su jornada hábil.
e. Empoderamiento: su centro de interés es el aumento de la capacidad de las mujeres para analizar
su situación y tomar sus propias determinaciones en las esferas privada y pública de sus vidas. Reconoce
los roles múltiples de las mujeres y procura responder a las NEG de manera indirecta, mediante la
movilización de abajo hacia arriba en torno de la satisfacción de las NPG. La subordinación de las
mujeres es vista, no solo como problema de género, sino también, de múltiples opresiones Es un
componente esencial de los abordajes de desarrollo humano basados en una visión de derechos.
Los anteriores enfoques de política para el análisis y confrontación de las desigualdades de género en
materia de asignación de responsabilidades, acceso a recursos y ejercicio de poder, se han centrado en
las mujeres. Tal énfasis ha respondido, fundamentalmente, a la tendencia global e histórica de una
mayor discriminación en contra de las mujeres (como colectivo); pero ha obedecido, también, a la
existencia de un movimiento organizado por la defensa de los derechos de las mujeres. De surgimiento
más reciente han sido los enfoques y movimientos dirigidos a crear conciencia respecto a los derechos y
las necesidades prácticas y estratégicas de género de los hombres (por ejemplo, la custodia compartida
de los hijos en caso de divorcio, la licencia paterna al nacimiento de un/a hijo/a), así como a resaltar su
rol en la creación de una sociedad más igualitaria (14). De emergencia, también, más reciente han sido
los movimientos y enfoques centrados en el abordaje de discriminaciones por razones de orientación
sexual e identidad de género que afectan adversamente a individuos y grupos de LGBT (iv).
Punto para recordar:
El análisis de la intervención planificada en términos de los roles de género que (explícita o
implícitamente) reconoce, las necesidades prácticas o estratégicas de género que intenta
iv
La sigla LGBT se usa para enfatizar la diversidad de orientaciones e identidades sexuales y para referirse de manera amplia a
cualquier persona no‐heterosexual, en lugar de circunscribirse a aquéllas que son lesbianas, “gays”, bisexuales o trans‐género.
11
satisfacer, y el grado en que incorpora procesos participativos que involucren a la población
afectada‐‐desde el diagnóstico hasta la evaluación de los programas‐‐ sirve para estimar el
potencial que tiene la intervención para reproducir o transformar relaciones desiguales de género.
III. Pasos para desarrollar un análisis de género
A continuación se describen un conjunto de pasos básicos para la realización de un análisis de género a
través de las distintas fases del ciclo de programación (véase resumen en Cuadro 2). Tales pasos son, por
naturaleza, iterativos, no siguen una secuencia linear, a veces se superponen, y se van ajustando sobre
la marcha. La descripción de estos pasos fue extractada y adaptada del trabajo de Juliet Hunt (2) y
complementada por otras fuentes tales como el Entendimiento de las Naciones Unidas sobre Derechos
Humanos en la Programación (15). El trabajo de Hunt se basó en materiales de capacitación en género
producidos por dicha autora que combinan elementos de varios marcos analíticos, particularmente, los
de Overholt (1985) y Moser (1993) (8‐16).
Es importante llamar la atención sobre el hecho de la propuesta metodológica que aquí se presenta es
solo una de las varias opciones que fluyen de los distintos marcos conceptuales formulados para el
análisis y las intervenciones en materia de género. Dichos marcos, como se mencionó en el Numeral II
de este trabajo, fueron desarrollados desde diversos enfoques teóricos, para ser usados en contextos de
distinto orden, y con énfasis políticos y prácticos que pasan por la eficiencia en la asignación de
recursos, la justicia distributiva, y el empoderamiento del grupo afectado.
Paso 1: Obtener información desagregada por sexo, edad y otras variables pertinentes
El desglose de la información por edad, sexo y otras categorías socio culturales pertinentes (estatus
socioeconómico, origen étnico, residencia rural‐urbana, capacidad funcional, orientación sexual, etc.) es
un requisito básico de buena práctica para el desarrollo de diagnósticos e intervenciones consecuentes
con la realidad y con principios de justicia, eficacia y eficiencia. La información cuantitativa y cualitativa
desglosada por sexo, edad y otras variables relevantes es esencial para identificar y responder a las
desigualdades de género en su intersección con otras desigualdades de poder en los varios niveles de
intervención: el micro de los programas/proyectos, el meso de la prestación de servicios, y el macro de
las políticas. Por ejemplo, en el caso del abordaje del VIH, sin este desglose en la información, no es
posible evaluar las diferentes vulnerabilidades y necesidades de las mujeres y los hombres de distintas
edades, orientaciones sexuales, y grupos sociales frente a la infección; tampoco, las distintas barreras
en el acceso y utilización efectiva de servicios; y tampoco las repercusiones diferentes que la
intervención planificada puede tener sobre estos grupos.
Considerando que la división por sexo del trabajo y del poder ‐‐y la consecuente desigualdad en la
distribución de los recursos‐‐ ocurren no solo en la esfera pública sino, también, en la privada del hogar,
el desglose intrafamiliar ‐‐por sexo y edad‐‐ de los datos constituye un requisito central. Este requisito,
debe enfatizarse considerando, no solo su singular relevancia para la discriminación de las mujeres sino,
también, por el hecho de que tiende a ser ignorado en la planificación tradicional centrada en el hogar
como unidad mínima de análisis y de asignación de recursos. En este sentido cabe resaltar que las
mediciones de pobreza basadas en los recursos económicos del hogar pueden encubrir importantes
dimensiones de pobreza que afectan desproporcionadamente a ciertas categorías etarias y de sexo
dentro de la población. Más aún, las políticas de asignación de recursos centradas en los hogares (a
través de un jefe de hogar) no aseguran que los beneficios “goteen” equitativamente sobre todos los/las
integrantes de esos hogares. La identificación y abordaje de las desigualdades intrafamiliares, buscan
corregir tales sesgos, respondiendo al objetivo de que las intervenciones beneficien por igual los
hombres y las mujeres de distintas edades dentro de las familias.
12
Cuadro 2. Resumen de los pasos básicos del análisis de género
1. Recoger información desglosada por sexo y otras variables clave —en hogares, centros de servicios, y
comunidad‐‐. que sea pertinente para la intervención planeada y para cada una de los ítems que se
enumeran a continuación
2. Evaluar cómo la división por sexo del trabajo y las decisiones afectaría la intervención planeada, y cómo
la intervención podría afectar esa división.
3. Determinar quién tiene/ tendrá acceso y control sobre los recursos, bienes y beneficios existentes y los
que se asociarán con la intervención
4. Evaluar las necesidades prácticas y estratégicas de género de cada sexo, en distintas edades y contextos
socio culturales, así como sus respectivas prioridades, vulnerabilidades y fortalezas para reclamar sus
derechos en el ámbito de la intervención. La satisfacción de tales necesidades se constituirán en los
objetivos de género de la intervención.
5. Examinar la diversidad y complejidad de las relaciones de género en el contexto causal de otras
relaciones sociales, y la forma en que tal complejidad restringe o brinda oportunidades para el abordaje
de las desigualdades de género.
6. Identificar las barreras y restricciones diferenciales que impedirían a uno u otro sexo participar y
beneficiarse equitativamente de la intervención.
7. Desarrollar estrategias para encarar las barreras y restricciones identificadas, incluir tales estrategias
en el diseño y la ejecución de la intervención, y asegurar que tales estrategias se adapten al contexto y se
doten de recursos apropiados.
8. Evaluar la capacidad del grupo coordinador/ejecutor de la iniciativa (incluyendo socios o contrapartes
titulares de deberes) para integrar una perspectiva de igualdad de género a través del ciclo programático
(planificación, implementación y monitoreo de la intervención); y desarrollar estrategias para fortalecer
esa capacidad.
9. Evaluar el potencial de la intervención para catalizar el empoderamiento de las mujeres (y/o de los
hombres, según el caso), para abordar sus necesidades prácticas y estratégicas de género, y transformar
las relaciones de género.
10. Elaborar indicadores género‐sensitivos para monitorear la participación, los beneficios, la eficacia de las
estrategias de promoción de igualdad de género, y los cambios en las relaciones de género
11. Hacer uso de la información y el análisis de género a través de todo el ciclo programático y en todos los
documentos clave del programa.
Aunque existe una variedad de fuentes de información desagregada por distintas categorías analíticas,
no siempre es fácil encontrar información‐‐cuantitativa y cualitativa‐‐actualizada específica para el lugar
y el problema objeto de la intervención. Cuando tal información no esté disponible, debe darse seria
consideración al financiamiento de actividades de investigación u obtención de información que llenen
tal vacío. Esencial dentro de este contexto es la información que se obtiene a través de la consulta con
los/las interesados/as clave y los grupos locales, incluyendo los grupos organizados de mujeres. Los
métodos participativos brindan oportunidades no solo de oír a las mujeres y a los hombres
separadamente sino, también, de que hombres y mujeres puedan oírse mutuamente.
13
Paso 2: Evaluar la división por sexo del trabajo y los patrones de toma de decisiones
La descripción de quién hace qué dentro del hogar, la comunidad, el lugar de trabajo, la organización o
sector, y quién toma las decisiones sobre las acciones relevantes para el proyecto, es una herramienta
básica del análisis de género. Esta herramienta contribuye a hacer visible el trabajo previamente
“invisible” que representa una porción sustantiva, si no mayoritaria, del trabajo de las mujeres; incluye
las actividades de cuidado no remunerado en el hogar y la comunidad que son invisibles porque no se
consideran como trabajo. Por tanto, la identificación de roles de género se dirige, no solo a distinguir las
diferentes tareas cumplidas por hombres y mujeres—niños y niñas—sino además, a asegurar el
reconocimiento y valoración de la función del trabajo reproductivo, su dotación de recursos en la fase
de planificación, y su contabilización apropiada en la implementación y la evaluación de impacto de la
intervención.
La información obtenida mediante la identificación de roles permite determinar en qué formas la
división por sexo de los roles y el poder de decisión afecta y se vería afectada por la ejecución de las
actividades planeadas, en contextos socioeconómicos y culturales específicos. En el contexto sanitario,
ayuda a orientar la intervención a fin de: a) asegurar que responda a las necesidades y limitaciones
específicas de cada sexo, edad y característica social de acuerdo con sus roles de género; y b) promover
el involucramiento y participación de ambos sexos en la intervención (5).
El perfil de actividades pone de manifiesto los problemas y los requerimientos de atención en materia
de salud que se asocian con los diferentes roles y responsabilidades que desempeñan las mujeres y los
hombres en contextos determinados. Con excepción de los riesgos asociados con las enfermedades de
transmisión sexual, los problemas de salud vinculados a la reproducción afectan fundamentalmente a
mujeres y niños/as. Sin embargo, las diferencias en riesgos, vulnerabilidades y necesidades de salud
particulares de cada sexo van más allá de lo reproductivo para asociarse con otros elementos inherentes
a la biología de cada sexo y con las circunstancias creadas por la segregación por sexo del trabajo y del
poder. Entre éstas circunstancias figuran las relacionadas con los riesgos implicados en el desarrollo de
ciertos trabajos remunerados y no remunerados, ciertas actividades de recreación, y la participación en
acciones violentas incluyendo los conflictos armados, la criminalidad, y la violencia intrafamiliar. ‐‐‐‐
En el contexto de la gestión de la salud dentro del hogar, la comunidad y el sector formal de la salud, las
mujeres son las principales proveedoras de atención: son las encargadas primarias de la alimentación y
la higiene dentro del hogar, y del cuidado de niños, enfermos, discapacitados y adultos mayores de la
familia; y tienden, también, a ser las responsables del aprovisionamiento de agua y combustibles para el
hogar y de la promoción de la salud en la comunidad. Constituyen, finalmente, una porción mayoritaria
del personal remunerado del sector de la salud, al mismo tiempo que representan una minoría en los
niveles de decisión de dicho sector.
Preguntas importantes para hacer durante este proceso, serían, por ejemplo:
• ¿Qué tipos de trabajo se hacen y quién los hace? Los diferentes tipos de trabajo para
considerar son: Productivo (sector formal e informal), reproductivo (no remunerado doméstico
y de cuidado dentro del hogar), y comunitario de servicios esenciales o de gestión política.
Paralelamente, es importante explorar quién toma las decisiones en el contexto de estos
diferentes tipos de trabajo dentro del hogar, la comunidad y las instituciones y cómo están
cambiando estos patrones de trabajo y decisión. En la identificación del “quién”, debe hacerse
la distinción por sexo dentro de categorías socio‐demográficas y culturales con problemas y
requerimientos específicos, y con mayores barreras para acceder a servicios de atención. Entre
estas categorías se incluirían, por ejemplo, los/las niño/as, adolescentes, ancianos/as,
discapacitados/as, las madres solteras, las personas portadoras de VIH, etc.; y se tomaría en
consideración, además, su estatus socioeconómico, étnico, migratorio, transfronterizo, etc.
14
Como ya se mencionó, las mujeres son tradicionalmente las responsables por la provisión de atención
básica de salud dentro del hogar y por la obtención de atención institucional para los familiares
dependientes; no siempre son ellas, sin embargo, quienes deciden sobre la utilización de los servicios
institucionales para sí mismas y sus dependientes. En este contexto debe averiguarse en qué medida
hombres y mujeres están participando en la prestación directa de atención dentro del hogar, y decidiendo
sobre la utilización de servicios en los centros de salud, y cómo esta división intrafamiliar de las
responsabilidades y las decisiones repercute sobre la salud de los distintos miembros del hogar.
La carga física del doble o triple rol, el acoso sexual en el trabajo, y la autonomía en la toma de decisiones
respecto a la sexualidad, la reproducción, la búsqueda de servicios de salud fuera del hogar, y el uso de la
violencia intrafamiliar son todos factores derivados de la división por sexo del trabajo y el poder que
pueden impactar significativamente la salud de las mujeres y los miembros de la familia.
Es también dentro de este contexto que deben evaluarse los riesgos asociados con el desempeño de los
roles de género y su relación con los perfiles de morbi‐mortalidad de una población. Por ejemplo, las
considerablemente más altas tasas de mortalidad masculina que femenina por accidentes y violencias no
pueden desvincularse de la realización de trabajos peligrosos o en ambientes insalubres por parte de los
hombres, de la mayor movilidad de éstos fuera del hogar, de su más frecuente adopción de conductas de
riesgo en la recreación y en sus estilos de vida (deportes peligrosos, velocidad en la conducción de
automotores, alcoholismo, tabaquismo, consumo de droga, agresividad, relaciones sexuales no
protegidas, renuencia a buscar ayuda médica), elementos todos congruentes con el rol
estereotipadamente masculino de proveedor, protector, héroe y dominador.
La distribución de la carga de trabajo doméstico y productivo es también importante para las niñas y los
niños: esta distribución se ha identificado como un factor importante tanto en matrícula como en las
tasas de retención en la escuela, en el rendimiento escolar y en la participación en actividades
extracurriculares.
• ¿Dónde tiene lugar cada actividad? (por ejemplo, hogar, pueblo, mercado, campo, centro urbano o
zona rural, y qué tan lejos del hogar) ¿A qué distancia del centro de salud más cercano? Esta
información permite identificar las diferencias por edad y sexo en la movilidad fuera del hogar y las
barreras culturales a la misma impuestas frecuentemente sobre las mujeres; permite asimismo
v
De utilidad particular en este respecto es la información proporcionada por las encuestas de uso del tiempo, disponibles en un
número creciente de países.
15
evaluar la necesidad de medidas especiales en términos de tipos de movilización requeridos para la
asistencia a los servicios de salud y la participación de determinadas categorías de personas en las
actividades de la intervención.
• ¿Cómo varían, en distintos contextos, los patrones de división por sexo del trabajo y el poder? Las
preguntas anteriores deben contestarse con respecto, no solo a la edad y el sexo de las personas,
sino también en relación con cada una de las categorías socioeconómicas, étnicas o geográficas que
son objeto de la intervención o que pueden resultar afectadas por ella. Valga recalcar que el análisis
de género siempre debe tener lugar dentro del análisis de un contexto social más amplio.
Es también útil tener un perfil desglosado por sexo del equipo técnico de la organización u
organizaciones que participan en el desarrollo de la intervención en sus distintas etapas, así como el de
los actores que estarían involucrados en la rectificación de las desigualdades a que apunta la
intervención: los titulares de deberes en instituciones gubernamentales y no gubernamentales, y los
actores en organizaciones sociales. En este sentido debe determinarse ¿Cuáles son las
responsabilidades del Estado y otros actores para resolver el problema de desigualdad en el ejercicio de
los derechos en cuestión? ¿En quienes descansan esas responsabilidades? ¿Qué organizaciones tienen
poder e influencia para presionar a los titulares de deberes para cumplir con sus obligaciones?
Paso 3: Evaluar el acceso y el control con respecto a los recursos y beneficios
Los distintos tipos de roles—se asocian en la práctica con diferentes niveles de acceso y control respecto
a los recursos sociales, familiares e, incluso, personales. La determinación de quién tiene qué, y quién
tiene poder sobre quién dentro del hogar, la comunidad, el lugar de trabajo, la organización o el sector,
es una herramienta básica dentro del análisis de género. Su propósito es identificar‐‐ en contextos
socioeconómicos y culturales específicos‐‐asimetrías de género en cuanto a acceso y control sobre los
recursos y beneficios‐‐materiales y no materiales‐‐pertinentes para el desarrollo de la intervención
(incluyendo los existentes y los que traería el programa); y evaluar cómo tales asimetrías en cuanto
recursos y beneficios afectarían y se verían afectadas por la intervención. La falta de información sobre
desigualdades de género respecto a acceso y control de recursos puede conducir a percepciones
erróneas sobre lo que pueden lograr los actores involucrados en un programa y la medida en que
mujeres y hombres pueden beneficiarse del mismo. Esta herramienta ayuda a prever medidas dirigidas
a compensar o corregir asimetrías, al menos dentro del contexto de la intervención, a fomentar un
reparto más equitativo de las decisiones sobre la atención sanitaria y la salud sexual y reproductiva, y a
catalizar el empoderamiento del grupo blanco en sus relaciones dentro de la familia y la comunidad.
En el campo de la salud, el acceso de mujeres y hombres a recursos determinantes de la salud,
incluyendo los servicios de salud y de protección social, está asociado con:
(i) la vinculación diferencial de los sexos al trabajo remunerado en el sector formal de la economía que
limita desproporcionadamente la titularidad de las mujeres a tales beneficios;
(ii) la disponibilidad de servicios de calidad que atiendan las necesidades específicas de cada sexo, y que
sean geográfica y económicamente accesibles;
(iii) las relaciones desiguales de poder entre los sexos que restringen la autonomía de las mujeres para
buscar, pagar y usar los servicios de salud, y para influir sobre la dirección del desarrollo sanitario;
(iv) estereotipos de masculinidad que inhiben a los hombres para buscar atención, particularmente
preventiva.
Las preguntas por contestar incluirían:
• ¿Quién tiene acceso a recursos y bienes tales como trabajo remunerado, tierra, abastecimientos de
agua, equipos, capital, crédito, nuevas tecnologías y capacitación?
16
• ¿Quién tiene control sobre cómo se usan y quién usa estos recursos? ¿Quién dentro de la familia
controla los recursos necesarios para la protección y promoción de la salud individual y familiar? (Se
reitera la importancia de distinguir entre acceso a recursos y control sobre su uso y de destacar
dentro de tales procesos, los relacionados con la distribución intrafamiliar de recursos para
satisfacer las necesidades de promoción y protección de la salud, educación, alimentación,
transporte, etc., de sus distintos miembros).
• ¿Quién tiene acceso a servicios de salud acordes con los derechos y las necesidades particulares de
cada sexo‐‐ y qué factores determinan el acceso de las mujeres, los hombres y los LGBT de distintos
grupos sociales o culturales? ¿Exigen los centros de salud el permiso del cónyuge o los padres para
el acceso de las mujeres a servicios de salud reproductiva?
• ¿Quién pertenece a grupos u organizaciones formales o informales? ¿Quién tiene liderazgo?
¿Cuántas mujeres y cuántos hombres participan en los servicios de salud comunitaria—
remunerados y no remunerados‐‐y que puestos ocupan?
• ¿Quién se beneficia del producto del trabajo ‐‐remunerado y no remunerado‐‐de las mujeres y los
hombres en las esferas familiar y pública, y quién, de las actividades de desarrollo y de las
oportunidades de educación y capacitación?
• ¿Quién tiene acceso a los recursos de la intervención, incluyendo la información, y quién participa
en los procesos de gestión de tal intervención? En este contexto es importante preguntarse: ¿Qué
procesos de consulta y participación debieran diseñarse para aumentar y equiparar el acceso de las
mujeres y de los hombres a la información y los recursos de la iniciativa, así como para conocer sus
respectivas prioridades? ¿De qué forma debe diseminarse la información para asegurar el acceso
equitativo de las personas a los recursos y oportunidades que ofrece la intervención?
Por ejemplo, en situaciones de emergencia y post‐conflicto, no puede asumirse que las mujeres recibirán
acceso igualitario a los recursos a menos que se planifique específicamente para ello. Las mujeres
pueden además tener prioridades diferentes a aquellas identificadas por los líderes masculinos dentro de
los grupos desplazados.
• ¿Qué requisitos de la intervención pueden tener un impacto diferencial por sexo en la
participación? ¿Se adaptan a las circunstancias específicas de las mujeres o los hombres, o excluyen
de facto a unos o a otras: por costos, distancia, transporte, tiempo, falta de confidencialidad, etc.?
• ¿Cuál es la repercusión de estos factores diferenciales de acceso y control respecto a los recursos
sobre la realización efectiva de las actividades de la intervención? ¿Cómo repercutirán dichos
factores sobre la distribución futura de los beneficios de la intervención y sobre las relaciones de
género? ¿Se han identificado posibles conflictos de género y la forma de superarlos?
Paso 4: Evaluar las necesidades prácticas y estratégicas de género
Tal como se definió previamente, las necesidades prácticas de género son necesidades inmediatas de
supervivencia y bienestar que no cuestionan la división por sexo del trabajo y poder y que son
generalmente percibidas por las mismas personas que las experimentan. Las necesidades o intereses
estratégicos de género, por otra parte, reflejarían aspiraciones a largo plazo con respecto a igualdad de
género, pero no siempre forman parte de las percepciones y prioridades de las personas en condición
de desventaja o subordinación. Aunque es posible adquirir algún grado de información sobre tales
necesidades, por ejemplo, a través del análisis de diferencias por sexo y otras variables pertinentes en
las estadísticas e investigaciones sobre salud, es esencial oír directamente la voz de las personas de
diferente sexo, edad y contexto socio cultural, con respecto a su rol, su lugar en la sociedad, sus
derechos, sus necesidades, los distintos tipos de opresión que las afectan, y los cambios que quisieran
ver en tal sentido.
17
En el caso de los procesos salud‐enfermedad, la evaluación de necesidades de sexo‐género conlleva la
identificación de vulnerabilidades y requerimientos y biológicos ligados al sexo, en combinación con las
vulnerabilidades y los riesgos asociados con el diferencial por sexo en la posición de las personas en el
contexto social. Tal diferenciación deberá destacar la diversidad en el posicionamiento de los sexos que
ocurre como resultado de la intersección entre la categoría de sexo‐género con otras categorías de
edad, orientación sexual, etnia, estatus socioeconómico, residencia, capacidad funcional, situación de
salud, etc. Incluye asimismo, la evaluación de las capacidades particulares de las personas en tales
subcategorías para hacer frente a sus propias vulnerabilidades y riesgos, acceder a la información y los
recursos relevantes para su salud, y lidiar con las consecuencias de la enfermedad o la discapacidad.
Esta etapa es de importancia central para el proceso de programación puesto que las necesidades
identificadas proporcionarán la base para la formulación de los objetivos de igualdad de género que
orientarán la intervención planeada, ya sea dentro de un programa amplio, o como proyecto dirigido
específicamente a tal meta.
Paso 5: Realizar un análisis causal de los determinantes de las desigualdades de género en el
contexto de la intervención
Este aspecto del análisis considera los factores y tendencias sociales, culturales, religiosas, económicas,
políticas, ambientales, demográficas, legales e institucionales del contexto que influyen sobre la
persistencia o cambio de las desigualdades de género y, por este medio, sobre el logro de los objetivos
de la intervención. Este tipo de análisis causal se refiere a la posición diferencial de los sexos dentro de
la familia, la comunidad y el mercado, así como las relaciones que se establecen entre éstos y las
instituciones sanitarias. Las preguntas se dirigirán a valorar –en un contexto de diversidad‐‐el efecto de
estos factores de influencia sobre las desigualdades de género en el acceso y el control sobre los
recursos necesarios para el ejercicio del derecho a la salud y en la capacidad de influir sobre la dirección
del desarrollo sanitario.
Esta etapa del análisis ahondará en la identificación y comprensión de las varias formas de
discriminación que resultan en la negación o violación de los derechos humanos de cada uno de los
sexos, según sus características sociales y culturales, así como de las barreras diferenciales que éstos
encuentran a través de sus vidas para la realización de tales derechos.
Las causas de la no‐realización‐‐ o de la desigualdad en el ejercicio‐‐ de los derechos humanos
abordados por la intervención deberán ordenarse en una jerarquía que demuestre las relaciones entre
las causas inmediatas (suficientes), subyacentes (necesarias o contribuyentes) y básicas o estructurales
(relaciones, organización y procesos sociales). Si no se reconocen las causas en sus diferentes niveles,
difícilmente podrán plantearse soluciones efectivas y sostenibles. El reconocimiento de tales causas
permitirá el desarrollo de estrategias dirigidas a minimizar la influencia de los factores que impiden a
ciertos grupos el ejercicio del derecho a la salud y a la participación en su desarrollo. Adicionalmente,
teniendo en cuenta que las causas básicas o estructurales del problema de salud analizado,
frecuentemente son también causas de otros problemas en diferentes sectores, la consideración y
abordaje de tales causas facilitará interpretaciones y respuestas de carácter multisectorial, y no
meramente sectoriales (17).
Si se toma, por ejemplo, la mortalidad materna de las mujeres adolescentes en una determinada población,
el ordenamiento de las causas sería como sigue:
∗ Inmediatas (primer nivel): complicaciones del embarazo debidas a condiciones preexistentes que son
relevantes para los resultados médicos: hemorragia, eclampsia, desnutrición, intento de aborto, etc.
18
∗ Subyacentes (nivel intermedio): falta de acceso a anticonceptivos; retardo en la búsqueda de servicios de
salud; embarazos muy seguidos en edades tempranas, centros de salud muy distantes; actitudes
irrespetuosas del personal de salud frente a ciertos grupos étnicos, etc.
∗ Estructurales (tercer nivel): pobreza; ausencia o inadecuación de leyes que garanticen el acceso universal a
servicios de salud sexual y reproductiva; baja prioridad política asignada al combate de la mortalidad
materna; baja calidad de los servicios públicos; bajos niveles de instrucción de las mujeres; falta de educación
sexual en las escuelas; falta de autonomía de las mujeres, particularmente de las jóvenes, para negociar
relaciones sexuales voluntarias y sin riesgo de embarazo, así como para obtener anticonceptivos; actitudes
religiosas y patriarcales que prohíben el uso de métodos anticonceptivos.
Este tipo de análisis contribuirá asimismo a visualizar las intersecciones de género con otras relaciones
de poder y a identificar los distintos tipos de discriminación que experimentan las mujeres y los hombres
a través de las distintas etapas de sus vidas.
Objeto de consideración en esta fase del análisis serían, también, las oportunidades para impulsar la
igualdad de género que brindarían actitudes cambiantes y circunstancias particulares tales como, las
situaciones de emergencia y post‐conflicto. El análisis de tales factores ayudará en la etapa de
planificación a identificar áreas clave donde la intervención podría abordar las necesidades de género,
tanto prácticas como estratégicas.
Paso 6: Identificar las barreras y limitaciones que enfrentarían (o enfrentan) mujeres y
hombres‐‐ de distintas edades y contextos sociales y culturales‐‐ para participar y
beneficiarse equitativamente de la intervención
Con base en la información obtenida en los pasos anteriores, y durante la etapa de diseño, se
identificarán las restricciones y barreras que pueden encontrar las mujeres y los hombres de distinto
contextos socio culturales para participar ‐‐como beneficiarios/as y decisores/as—en todos y cada uno
de los componentes y actividades clave de la intervención. Durante la implementación, los temas de
quién participa y se beneficia, cómo, y por qué/ por qué no, también deben ser objeto de estrecha
vigilancia.
Paso 7: Plantear estrategias de promoción de igualdad de género para su inclusión dentro del
diseño y la ejecución de la intervención
Identificar estrategias y acciones dirigidas a superar las barreras que enfrentan mujeres y hombres ‐‐de
edades y grupos específicos‐‐ para participar y beneficiarse de la intervención. Es importante
determinar qué restricciones, barreras o desequilibrios pueden abordarse de manera realista durante la
vida de la intervención, y asegurarse de que las estrategias seleccionadas sean dotadas de recursos
apropiados y adecuadas al contexto socio‐cultural. Por ejemplo, las estrategias “género‐sensitivas” de
comunicación, consulta y participación deben ser desarrolladas y sometidas a prueba antes de aplicarse
de manera extensiva. Valga recalcar que:
• Para el logro de objetivos de igualdad de género en las intervenciones de salud sexual y
reproductiva es imprescindible la participación activa de los hombres.
• La mera presencia de mujeres y/o de hombres como receptores de servicios no garantiza una
verdadera participación o un enfoque de género en la intervención. La participación real tiene que
ver con la capacidad de los/las participantes para decidir sobre el proceso y el destino de la
intervención; y el enfoque de igualdad de género con el impulso hacia la redistribución del poder de
decisión y la consecuente transformación de las relaciones entre mujeres y hombres.
• El fortalecimiento de las capacidades organizacionales para la provisión y vigilancia de la atención de
la salud es un elemento catalizador del empoderamiento, particularmente el de ciertas categorías
de mujeres tradicionalmente aisladas dentro de la esfera doméstica.
19
• La intervención debe construir sobre la experiencia y participación de las organizaciones de base,
particular pero no exclusivamente de mujeres, existentes en la comunidad.
• El grado en que la participación como derecho sea seriamente incorporada en estas estrategias
determinará la medida en que la intervención refleje una perspectiva de derechos.
Paso 8: Evaluar la capacidad del recurso humano coordinador/ejecutor de la iniciativa para
integrar una perspectiva de igualdad de género en la planificación, implementación y
monitoreo de la intervención; y desarrollar estrategias para fortalecer tal capacidad
Una evaluación de la capacidad del equipo institucional (incluyendo socios o contrapartes) para integrar
una perspectiva de igualdad género en las acciones del programa debe conducirse lo más temprano
posible en el ciclo del proyecto, a fin de poder ponderar y costear oportunamente estrategias
apropiadas para fortalecer dicha capacidad. Dentro de este contexto, es esencial evaluar la capacidad
de los actores gubernamentales y no gubernamentales que son titulares de obligaciones con respecto a
la realización de los derechos en cuestión.
Paso 9: Evaluar el potencial de la intervención para catalizar el empoderamiento de las
mujeres—y/o de los hombres‐‐y responder a sus necesidades estratégicas
Sobre la base de las necesidades estratégicas de género (relacionadas con la rectificación de las
desigualdades de poder ente los sexos) identificadas en el Paso 4, analizar posibles acciones que
propicien algún tipo de transformación de “abajo para arriba” en las relaciones de género. Tales
estrategias se dirigirían a confrontar la posición de desventaja y subordinación de las mujeres, o a
cuestionar y cambiar los roles y las responsabilidades de los hombres. Dado que tales necesidades o
intereses no siempre son fáciles de reconocer y expresar, es importante sostener discusiones separadas
con las mujeres y los hombres objeto de la intervención, acerca de su rol, su lugar en la sociedad y los
cambios que en tal sentido quisieran ver.
Una manera de abordar las necesidades estratégicas con los hombres puede ser a través de la creación
de conciencia entre los mismos respecto al impacto que conductas estereotipadamente “masculinas”
pueden tener sobre la salud de sus parejas, sus hijos/as, y su propia salud. Con las mujeres, tal abordaje
podría incluir el desarrollo de habilidades para ejercer el derecho a vivir libres de violencia por parte de
la pareja, y para negociar relaciones sexuales libres y seguras.
Las necesidades prácticas pueden, también, encararse de una manera empoderadora, abordándolas
paralelamente con las necesidades estratégicas; por ejemplo, facilitando el abastecimiento de agua
potable e incluyendo las mujeres en el manejo de esos abastecimientos, área donde tradicionalmente
no desempeñan un rol de poder; y, en general, usando las necesidades prácticas como punto de
entrada para el fortalecimiento de la capacidad organizativa de los grupos marginados, la creación de
conciencia acerca de los derechos, los desequilibrios de poder, y los intereses de largo plazo respecto a
la igualdad de género. Valga reiterar que lo que es un interés estratégico en un contexto social y
cultural no siempre lo es en otros contextos.
Paso 10: Elaborar indicadores sensibles a las cuestiones de género
Los indicadores de desempeño sensibles a las cuestiones de género son esenciales para monitorear el
impacto diferenciado por sexo de la intervención, así como los cambios en las relaciones de género.
Tales indicadores deben tener las siguientes características y propósitos:
• Requerir información desglosada por sexo y otras categorías pertinentes respecto a quién participa
y quién se beneficia de la intervención;
• determinar si la intervención tiene diferentes impactos y beneficios para las mujeres y los hombres ,
y apoyar el análisis de las causas por las cuales estas diferencias ocurren;
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• evaluar si la intervención está propiciando un cambio en las relaciones de género, y apoyar el
análisis de cómo están cambiando las relaciones de género (positiva o negativamente), y cómo este
cambio (o no cambio) afecta el logro de los objetivos amplios de la intervención;
• involucrar tanto a las mujeres como a los hombres en el desarrollo de tales indicadores, así como en
la obtención y análisis de la respectiva información.
Es importante incluir una mezcla de indicadores cuantitativos y cualitativos que permitan evaluar
beneficios, cambios en las relaciones de género y otros impactos. Los informes de resultados sobre los
indicadores deben acompañarse siempre de un análisis cualitativo que asegure que los datos se
interpreten correctamente.
Ejemplos:‐‐‐Un indicador de género cuantitativo en un programa de control del VIH sería el número de
hombres y mujeres que asisten a un taller de sensibilización. Los indicadores cualitativos determinarían si
tales mujeres y hombres pueden identificar formas de protección contra la infección por el VIH, si pueden
hablar sobre el uso de condones y usarlo con la pareja, y si ha aumentado la aceptación, por parte de la
comunidad, de las mujeres y los hombres que viven con el VIH. ‐‐‐ En un proyecto de agua y saneamiento, un
indicador cuantitativo puede ser el número de mujeres representadas en los comités de agua. Los
indicadores cualitativos podrían determinar si las mujeres participan activamente en la gestión y toma de
decisiones en estos comités. Podrían obtenerse, también, las opiniones de hombres y mujeres sobre el tipo y
ubicación más apropiados para el servicio de provisión de agua.
Paso 11: Utilizar la información y el análisis de género en todas las fases del ciclo
programático y en todos los documentos clave del programa
Cada uno de los pasos anteriores debe considerarse a través de todo el ciclo programático incluyendo,
cuando sea aplicable, la fase de programación interinstitucional dentro de contextos geográficos o
sectoriales, y continuando a través de las etapas de diseño, implementación y evaluación de la
intervención. Por ejemplo, durante la fase de programación interinstitucional, es crítica la evaluación de
la capacidad y el compromiso por parte de los socios gubernamentales y no gubernamentales respecto a
la integración de principios de igualdad de género en la intervención; durante la etapa del diseño, el
proceso de análisis de género no estará completo hasta haber desarrollado estrategias operativas e
indicadores género‐sensitivos que aseguren que las necesidades y prioridades de ambos sexos serán
abordadas sistemáticamente; y durante la implementación, mientras se recopila la información
requerida por los indicadores, es importante prepararse para introducir cambios en la intervención, si se
encuentra que la misma está teniendo efectos perjudiciales no previstos, o desatendiendo las
necesidades y derechos de uno de los sexos. Tales hallazgos pueden requerir cambios en las actividades
e, incluso, en los objetivos.
La perspectiva de género debe integrarse sistemáticamente en todos los documentos clave del
programa y no limitarse a una sección dentro de un documento, o a un documento separado sobre los
objetivos y estrategia de género. Es esencial que los esquemas de planificación (p.e., marcos lógicos)
reflejen apropiadamente, dentro del análisis social amplio, el análisis social de género realizado
durante el diseño; igualmente, las metas, objetivos, resultados esperados e indicadores contenidos en
tales esquemas deben incluir referencias explícitas a logros relacionados con igualdad de género; los
medios de verificación deben ofrecer garantías de que registran las voces de las mujeres, los hombres y
los grupos LGBT, según el caso; y finalmente, los supuestos de la planificación y la evaluación de riesgos
deben considerar dimensiones de género.
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IV. Comentarios finales
De la discusión sobre el análisis de género, es importante subrayar las siguientes consideraciones:
Ni las mujeres ni los hombres constituyen grupos homogéneos. El análisis de género debe
reconocer la intersección de género con otras desigualdades de poder‐‐ tales como edad, grupo
étnico, educación, ingreso, orientación sexual, discapacidad, estatus migratorio, etc.‐‐ que afectan a
todos los miembros de una sociedad. La interacción entre estos factores determina, no solo distintas
formas de discriminación por sexo, sino también, niveles múltiples de exclusión que afectan
desproporcionadamente a las mujeres de ciertos grupos.
Dado que los roles y las relaciones de género son contextualmente específicos, el análisis de género
debe apuntar a la identificación de los obstáculos y oportunidades que mujeres y/o hombres
enfrentan diferencialmente dentro del contexto en cuestión, para satisfacer sus necesidades
prácticas y estratégicas de género dentro del marco del ejercicio igualitario del derecho a la salud.
Valga resaltar que la definición y el reconocimiento, por parte de las personas, de sus necesidades,
particularmente las estratégicas, son procesos políticos cuya resolución implica debate y puede
envolver conflicto.
El análisis de género debe incluir un examen de las causas inmediatas, subyacentes y estructurales
de las desigualdades de género que violan derechos humanos reconocidos y que se relacionan con
el objeto de intervención. La descripción de la situación es importante, pero el análisis de las
implicaciones de esta descripción es esencial para que los hallazgos se traduzcan en intervenciones.
El análisis de las causas estructurales permite comprender el contexto en que opera la intervención,
atender a los múltiples determinantes que impiden la realización de ciertos derechos, y propiciar
acciones multisectoriales que creen sinergias entre distintos tipos de intervenciones, tales como
atención de salud, educación, y protección social.
Desde una perspectiva de derechos, la identificación de vacíos de capacidad entre los/las titulares
de derechos para reconocer y reclamar la realización de los derechos en cuestión, y entre los
detentores de deberes para cumplir sus respectivas obligaciones, forma parte integral del análisis y
constituye la base para el desarrollo de estrategias de fortalecimiento de tales capacidades.
El análisis de género no se limita al diagnóstico de la situación previa al diseño de la intervención,
sino que debe realizarse y orientar las distintas etapas del ciclo programático; debe servir, además,
de instrumento para detectar cambios o realidades no consideradas en el diseño y guiar reajustes
necesarios de los objetivos y/o las estrategias a fin que éstos respondan efectivamente a las
necesidades, intereses y derechos de las mujeres y de los hombres. Debe aplicarse, asimismo, a los
diferentes niveles de análisis: el nivel micro de la población de beneficiarios/as, el meso de
prestación de servicios, el nivel macro de política, y a través de todos los sectores y programas.
Una característica esencial del análisis de género, particularmente desde un enfoque de derechos,
es su calidad participativa. Esto asegura que las necesidades prácticas y estratégicas identificadas
sean reales, más bien que percibidas por terceros, y que las estrategias propuestas para responder a
tales necesidades se alineen con las prioridades y peculiaridades de quienes no son simplemente
beneficiarios/as, sino actores y decisores de su propio cambio.
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El libro fue traducido al español y está disponible en línea en inglés:
http://books.google.com/books?id=XHTNzyvEDekC&printsec=frontcover&dq=Caroline+Moser&source=
bl&ots=StKaTuQpzh&sig=VpM6T1a5igye_3GfUmxSXLTTPD4&hl=en&ei=FPuUTLXUNoGglAePo4yoCg&sa=
X&oi=book_result&ct=result&resnum=11&ved=0CEUQ6AEwCg#v=onepage&q&f=false
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12
Nancy F. 1990, citada por Anderson J. 1992. p. 8‐9. no estoy seguro cómo se hace esta referencia, falta
información
13
Moser CO. Gender Planning and Development: Theory, Practice and Training. Londres y Nueva York:
Routledge; 1993. Capítulo 4, Third world policy approaches to women in development; p. 55‐79.
14
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