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Travesía discursiva:

representaciones identitarias en Salta


(siglos XVIII – XXI)
Travesía discursiva:
representaciones identitarias en Salta
(siglos XVIII – XXI)

Sara Mata
Zulma Palermo
compiladoras

Rosario, 2011
Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta: siglos XVIII–XXI / compilado por
Sara Emilia Mata y Zulma Palermo. - 1a ed. – Rosario:
Prohistoria Ediciones, 2011.
208 p.; 23x16 cm. - (Actas / María Paula Polimene y Carolina Piazzi; 18)

ISBN 978-987-1304-99-8

1. Estudios Culturales. I. Mata, Sara Emilia, comp. II. Palermo, Zulma, comp.
CDD 306

Fecha de catalogación: 28/10/2011

colección Actas – 18
Composición y diseño: Georgina Guissani
Edición: Prohistoria Ediciones
Ilustración de Tapa: ***
Diseño de Tapa: ***

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconocidos
especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.

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HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

© Sara Mata, Zulma Palermo


© de esta edición :
Tucumán 2253, (S2002JVA) – Rosario, Argentina
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Este libro se terminó de imprimir en ART - Talleres Gráficos, Rosario, en el mes de *** de 2011.
Tirada: *** ejemplares.
Impreso en la Argentina

ISBN 978-987-1304-99-8
ÍNDICE

ITINERARIO
Sara Emilia Mata- Zulma Palermo .............................................................................. 9

La formación de la provincia de Salta.


Entre la integración territorial y la construcción
político-identitaria (1820-1830)
Marcelo Daniel Marchionni ...................................................................................... 13

Consolidación del imaginario local en la escritura de Bernardo Frías


Zulma Palermo ......................................................................................................... 41

Movilización rural y guerra de independencia. Salta 1810-1821


Sara Emilia Mata ...................................................................................................... 57

Itinerarios de un cuerpo.
Los segundos funerales de Güemes en el proceso de construcción de memorias
Gabriela Caretta e Isabel Zacca ................................................................................. 71

Memoria e Historia.
Representaciones del pasado en Salta, fines del siglo XIX
y principios del siglo XX
Telma Chaile y Mercedes Quiñonez ......................................................................... 93

Nación y regionalismo en la narrativa salteña, 1932-1941


Silvia Castillo .......................................................................................................... 125

Historia e identidad en las letras del folklore moderno en Salta


Irene Noemí López ................................................................................................. 145

Entre dos Centenarios:


construcción de identidades y representaciones sociales en el teatro salteño
Graciela Balestrino y Marcela Sosa ........................................................................ 165

EPÍLOGO
Sara Emilia Mata y Zulma Palermo ........................................................................ 197
ITINERARIO

Sara Mata
Zulma Palermo

N
o resulta sencillo abordar los procesos históricos y sus manifestaciones cul-
turales conjugando diferentes problemáticas a lo largo de más de dos siglos,
en un espacio periférico a los centros de poder político y administrativo. Los
artículos reunidos en esta compilación constituyen el resultado de este esfuerzo gene-
rado en el Proyecto “Construcción de identidades y sus representaciones discursivas.
(Salta, siglos XVIII–XXI)”,1 propuesto con la finalidad de hacer visible la controver-
tida cuestión de las identidades sociales y políticas gestadas a fines de la colonia y en
el proceso de independencia y construcción de los estados nacionales, en Salta, dentro
del contexto de América Latina.
Este interés común vinculó a los investigadores que integraron el Proyecto quie-
nes, desde diferentes perspectivas teóricas y disciplinares, se propusieron estudiar las
dinámicas de identificación social y política y las representaciones sociodiscursivas
que las hicieron posibles, buscando desentrañar las estrategias que consolidaron nú-
cleos duros de la cultura, dando lugar a la concreción de prácticas sociales (religiosas,
rituales, políticas, genéricas, literarias, mediáticas, entre otras) que colaboraron en la
formación de las subjetividades.
Esta preocupación radicó fundamentalmente en la posibilidad de construir for-
mas de un conocimiento otro desde donde concretar el recorrido por la compleja trama
de relaciones y de interacciones tejidas en la colonia, y particularmente a fines de
dicho periodo, así como por los procesos económicos y políticos que caracterizan el
tránsito de la sociedad colonial a la republicana.
Para concretarlo el camino se sustentó en una perspectiva decolonial, es decir,
en una crítica a la colonialidad que, como “colonización interior”, predomina desde
las instancias posteriores a la independencia decimonónica, con la persistencia de
un imaginario moldeado desde el periodo colonial. El paso de éste a la formación de
una sociedad “republicana” giraría, por lo tanto, alrededor de fuertes contradicciones,
cuando no de interdicciones, legibles en los discursos de hasta más de un siglo des-
pués.
Los artículos cuya lectura hoy ofrecemos en esta compilación se concretan desde
diferentes instancias analíticas; en ellos será posible apreciar las formas con las que
cada investigador abordó la problemática común buscando dar cuenta de las instan-

1 Proyecto PICTO UNSa Nº 36715, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta.


10 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

cias mediante las que se definen las identidades y las representaciones sociales mar-
cadas por el poder emergente del proceso de conquista y colonización española y, por
ende, por una profunda asimetría social y económica.
Las prácticas culturales construyen normativas sociales que generan resistencias
y consensos. Serán esas resistencias las que permitirán comprender las manifestacio-
nes políticas y la participación activa que tendrán en la guerra por la independencia
los sectores subalternos que encontrarán en ella no solo la ocasión de reclamar por
derechos largamente negados, sino también la posibilidad de alcanzar espacios de po-
der y una identidad política y social que les permitiese superar las diferencias étnicas
y culturales que los marginaban socialmente.
Así, Sara Mata, Marcelo Marchionni, Gabriela Caretta e Isabel Zacca abordan
procesos de interacción social en las primeras décadas del siglo XIX, que incluyen
tanto una dimensión cultural como política y social. A través de ellos es posible apre-
ciar la centralidad de las luchas por la independencia política de España y los esfuer-
zos de construcción de poder presentes en las décadas postindependientes, en cuya
dinámica se pusieron en funcionamiento prácticas sociales y discursivas generadoras
de identidades políticas y representaciones sociales, en las cuales la memoria colecti-
va y las imágenes por ella consolidadas se extendieron hacia el presente dando forma
al perfil identitario local.
Por su parte, Telma Chaile y Mercedes Quiñonez nos introducen en la construc-
ción de representaciones del pasado local a fines del siglo XIX y comienzos del siglo
XX a través de las memorias familiares de la elite salteña y las tradiciones religiosas,
las cuales revelan operaciones intelectuales de recuperación del pasado que hicieron
posible un relato canónico legitimador del poder político y religioso. Quienes a fines
del siglo XIX se dedicaron a escribir sobre la historia de la provincia formaron parte
de la elite intelectual y política que gobernó la misma. Los primeros historiadores
locales reconstruyeron así una imagen de los grupos sociales del pasado que retroali-
mentaron su posición social presente.
En esta misma línea se proponen los estudios de Zulma Palermo, Silvia Castillo,
Graciela Balestrino, Marcela Sosa e Irene López, que analizan distintas instancias de
las formaciones identitarias del espacio estudiado, según quedan textualizadas en el
ensayo, la narrativa, la dramaturgia y el folklore. Los textos analizados, producidos
desde comienzos del siglo XX, tienen en común representaciones que remiten a acon-
tecimientos y sujetos sociales relevantes que, desde la instancia de la independencia,
fueron dando forma y consolidando un imaginario social de larga duración y perdu-
rabilidad.
En el escenario asumido por el ensayo que retoma la construcción colonial de
subjetividades sometidas a un criterio clasificatorio de base racial, y sostenido en las
diferencias que genera la oposición superioridad vs. inferioridad, según esquematiza
la escritura de Bernardo Frías en la lectura de Zulma Palermo, actúan las formaciones
narrativas del nativismo, en los análisis de Silvia Castillo, que prolongan tales forma-
Itinerario 11

ciones profundizando y conflictivizando en la brecha de las diferencias postuladas en


el ensayo. Los textos dramáticos, por su parte, tal como son trabajados por Graciela
Balestrino y Marcela Sosa, permiten incursionar en momentos decisivos de la historia
nacional y local desde donde se infieren los valores que para la formación identitaria
adquieren los conceptos de patria, región, nación, provincia, ciudad, campo, metró-
poli. Ese campo nocional –según se codifica en el imaginario local con marcados
perfiles políticos e ideológicos relevados en el espacio textual– se define tal vez con
más efectividad discursiva y de efecto social en las canciones folklóricas estudiadas
por Irene López, composiciones que –como el drama escenificado– llegan de manera
más directa y general a los colectivos, produciendo un efecto de identificación que
incide decisivamente en las condiciones culturales del presente. Otro tanto ocurre
con el drama escenificado por su capacidad para producir identificaciones colectivas.
El recorrido que invitamos a realizar por este conjunto de artículos concretados
a través de un Proyecto generado en el cruce de los estudios históricos y literarios,
indagando en la discursividad como soporte de los estudios de las culturas, puede
contribuir a una mejor comprensión de las formaciones locales en el escenario global
del conocimiento, a la vez que poner en evidencia las formas por las que son leídos y
enunciados los conflictos identitarios locales por un conjunto de textualidades tanto
documentales como estéticas constituyentes de imaginarios vigentes hasta nuestros
días.
La formación de la provincia de Salta
Entre la integración territorial
y la construcción político-identitaria
(1820-1830)

MARCELO DANIEL MARCHIONNI

“Libertad, igualdad, independencia, emancipación ha sido


y será siempre el grito uniforme de la América, y el más
noble universal sentimiento de sus heroicos hijos. El en-
tusiasmo por estos preciosos derechos produjo a la vez los
felices efectos de nuestra revolución gloriosa, y los funestos
resultados de la más espantosa anarquía. Extraviados los
pueblos en sus principios, se dividen, se desprenden, y se
separan uno a uno de la dependencia de sus Provincias: es-
tas sucesivamente se sustraen de la Capital de la República.
Aquellos y éstas rompen la unidad, causan la nulidad y di-
solución del Estado. Los Partidos más subalternos amena-
zan, que sabrán aprovecharse en su caso de tan perniciosas
como repetidas lecciones”
10 de mayo de 18261

E
Introducción
l proceso de construcción del nuevo orden político tras la ruptura que signi-
ficaron la revolución y guerra de la independencia en Hispanoamérica, atrajo
la atención de los historiadores desde las últimas décadas. Se renueva, de esta
manera, el interés que había animado a los historiadores de fines del siglo XIX por
desentrañar el derrotero de la gestación de los estados nacionales, aunque con preocu-
paciones y miradas diferentes. Mientras aquellos intentaron construir los primeros re-
latos nacionales que dieran cuenta de los orígenes y la genealogía de la conformación
del estado –triunfante a partir sobre todo de 1880– partiendo de la idea de la preexis-
tencia de una nación argentina configurada desde los tiempos coloniales, en nuestro
tiempo, la historiografía se cuestiona sobre la naturaleza y características que tuvo el

1 Palabras del escrito presentado por el representante de San Carlos, Dr. D. Manuel Ignacio del Portal, a
la Junta Provincial de Salta. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta, Salta (en adelante ABHS), Acta
de la Junta Permanente (en adelante AJPte) 10 de mayo de 1826, Carpeta 253, f. 39.
14 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

proceso en sí, desechando la mirada teleológica que presupone una marcha inexorable
hacia la cristalización del estado y de una identidad nacional argentina.
El presupuesto de partida en los estudios recientes es considerar a la primera
mitad del siglo XIX como un periodo cargado de matices –según los diferentes espa-
cios y momentos– en el proceso histórico que van configurando particulares formas
de organización política y de construcción de nuevas sociabilidades y prácticas. De
esta manera, son varias las cuestiones centrales que orientaron y siguen orientando
las investigaciones de la llamada nueva historia política, que podríamos englobar a
grosso modo dentro de dos grandes áreas de análisis: los discursos y las prácticas
políticas. En el primer grupo podemos incluir temas tales como el lenguaje y el vo-
cabulario político, la producción, circulación y significación de conceptos, discursos,
construcción de legitimidad política a través del lenguaje, etc.; mientras que en el
segundo encontramos desarrollos historiográficos sobre los procesos electorales, el
funcionamiento de las instituciones, el análisis de los grupos sociales que participan
en política, entre otros.2
Uno de los problemas centrales abordados por la historiografía argentina es el
de la construcción de los estados provinciales iniciado en 1820 con la disolución del
poder central residente en Buenos Aires. Podemos visualizar que a partir de ese mo-
mento asistimos casi simultáneamente a un proceso de instauración de nuevas unida-
des territoriales y políticas –las provincias– que se organizaron sobre la base de las
jurisdicciones de las ciudades coloniales.3 Las elites que se sucedieron en el poder
durante los años de la década de 1820, desde el punto de vista institucional, fueron
delineando la organización provincial con la sanción de reglamentos y constituciones,
conformaron los poderes del estado sobre moldes republicanos –legislaturas, poderes
ejecutivos, instancias de administración de justicia– desplegaron regímenes electora-
les, reorganizaron la Hacienda y el sistema rentístico heredado.

2 Uno de los iniciadores de una profunda revisión de la historia política en Hispanoamérica fue sin
duda François-Xavier Guerra, seguido por Antonio Annino. En el caso de la Argentina, podemos citar
a historiadores que trabajaron fundamentalmente Buenos Aires y el Río de la Plata, entre los que se
destaca la figura de José Carlos Chiaramonte, y de quienes continuaron a grandes rasgos las líneas de
sus investigaciones, como es el caso de Marcela Ternavasio, Noemí Goldman, Hilda Sabato y otros
nucleados en el Instituto Ravignani. Fuera de este núcleo es preciso citar los importantes aportes de
investigadores y grupos que vienen trabajando cuestiones de historia política para el siglo XIX, que
sin duda contribuyen a una visión más complejizada y enriquecida sobre este periodo al permitir un
análisis comparativo. Así podemos destacar los trabajos de Cristina López, Gabriela Tío Vallejo e Irene
García de Saltor en Tucumán; Silvia Romano en Córdoba; Beatriz Bragoni en Mendoza, entre otros.
En el caso de Salta, son valiosos los aportes de Sara Mata sobre el periodo tardocolonial y los últimos
trabajos referidos a la insurrección en Salta en el contexto andino en las primeras décadas del siglo
XIX.
3 Este proceso de fragmentación territorial y política no fue privativo del Río de la Plata, sino que
atraviesa el mundo hispanoamericano tras la independencia. Para ejemplificar cfr. ANNINO, Antonio
“Soberanías en lucha”, en ANNINO, Antonio; GUERRA, François-Xavier y CASTRO LEIVA, David
De los Imperios a las Naciones. Iberoamérica, Iber-caja, Zaragoza, 1994.
La formación de la provincia de Salta 15

Desde el punto de vista político se conformaron facciones que continuaron con


el desarrollo de diversas estrategias que les permitieran alcanzar y consolidar la nece-
saria legitimidad política en vista del orden y la estabilidad. En el frente interno de las
provincias, estas primeras décadas del siglo XIX están signadas por la inestabilidad
política, los enfrentamientos facciosos que se materializan en la competencia por el
control de las legislaturas, la imposición de gobernadores y el enfrentamiento militar
a través de la movilización de las fuerzas no desarticuladas que habían participado de
las luchas por la emancipación. En el plano interprovincial, estos años están atrave-
sados por los conflictos que recorren varias jurisdicciones, las cuales celebran pactos
y acuerdos entre sí para sostener a los diferentes grupos que se van delineando en el
orden político, en especial las facciones unitaria y federal.
En el caso de Salta, que en líneas generales no escapa a los procesos que su-
cintamente acabamos de presentar, su conformación político-territorial surge de la
presencia de varias jurisdicciones territoriales definidas por las ciudades coloniales
que las encabezan desde su fundación. Los conflictos que envuelven las relaciones
entre estas ciudades –en especial entre Salta y Jujuy– y las vicisitudes de la guerra de
la independencia –sobre todo para el caso de las ciudades de frontera como Orán y
especialmente Tarija– condicionaron el proceso de construcción del estado provincial
desde su organización constitucional ocurrida en 1821.
Este particular modo en que se integró territorial y políticamente la provincia
de Salta con la incorporación de ciudades y campañas rurales y la conformación de
instancias de representación legislativa, puede ser una pieza clave para analizar el de-
rrotero que siguió el proceso de construcción de identidad/es en esta primera década
de vida de la Provincia como entidad política que reasume su soberanía. Partimos para
ello de la premisa de que es necesario distinguir entre el proceso de diferenciación y
relativa autoidentificación que atraviesan los pueblos hispanoamericanos en los años
próximos a las independencias, y el fenómeno de construcción de la identidad nacio-
nal sobre bases culturales. Tal como lo afirma José Carlos Chiaramonte, en el primer
caso “son las producidas en el plano de la ‘conciencia pública’, en el plano de lo polí-
tico”; en el segundo, es un proceso que se inscribe en la formación de estados indepen-
dientes, hacia la década de 1830, “que buscarán legitimar su aparición concibiéndola
ideológicamente como necesaria derivación de grupos étnicamente diferenciados”.4
En el presente artículo nos proponemos analizar de qué manera la formación te-
rritorial-política de la provincia de Salta, generó procesos de construcción identitaria
que permiten cuestionar la existencia misma de una Provincia unificada políticamen-
te, y por lo tanto, que no generó linealmente una construcción identitaria única. La
gran complejidad de la conformación territorial-política se ve plasmada en la varia-
bilidad de los conceptos y expresiones incluidos en las fuentes, a partir de los cuales

4 CHIARAMONTE, José Carlos Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina


(1800-1846), Ariel, Buenos Aires, 1997, p. 62.
16 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

se pueden rastrear múltiples representaciones sobre el territorio y sus habitantes y la


dificultosa construcción de un nosotros provincial. Se observa una gran indefinición y
la pervivencia de imaginarios y representaciones sobre lo político y lo territorial que
provienen de las tradiciones coloniales en mixtura con las nuevas realidades aportadas
por la revolución, caracterizadas por la emergencia de pertenencias locales por sobre
las casi inexistentes referencias a lo nacional o provincial.

La construcción territorial de la provincia de Salta


Con el proceso de independencia en Hispanoamérica se fueron delineando nuevas
jurisdicciones que, en líneas generales, se corresponden con las antiguas delimita-
ciones administrativas organizadas bajo el dominio de la corona española. Durante la
revolución fueron las ciudades con sus Cabildos quienes encabezaron el proceso de
cambio político y emprendieron la organización política de los territorios que caían
bajo su control. De esta manera, en los nuevos estados en ciernes, aun cuando hubiera
un intento por conservar la centralización y la jerarquía administrativa de las capitales
sobre las ciudades subalternas, en los hechos, las tendencias autonómicas basadas en
el derecho de los Pueblos –o sea las ciudades con sus Cabildos– constituyeron una
fuerte tendencia centrífuga que puso en tensión el proceso de construcción del nuevo
orden estatal.5
En el caso del Virreinato del Río de la Plata, los gobiernos revolucionarios de
Buenos Aires conservaron durante la década de 1810 la obediencia de varias de las
ciudades cabeza de Intendencias, aunque con mucha dificultad.6 En el interior de sus
límites, las antiguas Intendencias fueron reestructuradas territorialmente. En el caso
de la Intendencia de Salta del Tucumán,7 fue dividida en dos en 1814: la de Salta con
capital en la ciudad del mismo nombre con inclusión de las jurisdicciones de San Sal-
vador de Jujuy, Orán y Tarija,8 y la de Tucumán, con capital en San Miguel que incluía

5 Cfr. MARCHIONNI, Marcelo “Cabildos, territorios y representación política. De la Intendencia a la


Provincia de Salta. (1810-1825)”, en Cuadernos de Trabajo del Centro de Investigaciones Históricas
del Departamento de Humanidades y Artes, Serie Investigaciones, núm. 15, Universidad Nacional de
Lanús, Lanús, 2008. La versión on-line podrá consultarse próximamente en http:/www./historiapoliti-
ca.com
6 De hecho escaparon a su control político las intendencias del Paraguay (tempranamente declarada
independiente de Buenos Aires y de la corona); la Gobernación de Montevideo (controlada por las
fuerzas realistas apostadas en su asiento naval) y las Intendencias altoperuanas (rápidamente reincor-
poradas al Virreinato del Perú y base de operaciones de la ofensiva realista sobre los ejércitos insurgen-
tes organizados desde Buenos Aires).
7 Instaurada en 1784 a la partir de la Real Ordenanza de Intendentes aplicada al recientemente creado
Virreinato del Río de la Plata.
8 San Salvador de Jujuy fue la ciudad más antigua junto con Salta, ambas datan de fines del siglo XVI;
Orán fue fundada a fines del siglo XVIII, y Tarija, si bien existió desde el siglo XVI también, su incor-
poración política a la Intendencia de Salta data de 1807, momento en el que se redefinen también las
jurisdicciones eclesiásticas con el recientemente creado Obispado de Salta en 1806.
La formación de la provincia de Salta 17

la dependencia de las ciudades de San Fernando del Valle de Catamarca y Santiago


del Estero.
Este reordenamiento conservó el principio jerárquico piramidal ideado por la
administración borbónica que había dado origen a las Intendencias, por el cual se in-
tentaba borrar la igualdad política de las ciudades representada en la existencia de los
Cabildos dándole preeminencia a las ciudades capitales por sobre las subordinadas.
Las consecuencias políticas de este reordenamiento iniciado a fines del siglo XVIII
fueron vastas y profundas, sobre todo luego de desatarse la revolución, momento en
el cual se enfrentaron dos concepciones diferentes de la soberanía: la que pretendía
anclarse en la tradición del poder igualitario de las ciudades –o Pueblos– y por lo tanto
concebía a ésta como plural o fragmentada, y la que pretendía construir una nueva
noción de soberanía única fundada en los principios de la revolución francesa que
concebía la existencia de un pueblo equivalente a una nación.9
Desde el punto de vista de la construcción territorial y política de las provincias,
esta cuestión es central por cuanto ambas fuerzas –la defensa de la igualdad entre los
Pueblos, por un lado, y la organización de unidades políticas centralizadas y jerárqui-
cas por el otro– entraron en tensión y proyectaron estas disímiles maneras de concebir
el poder y la administración en los diferentes proyectos de organización constitucio-
nal. En efecto, una vez producida la caída del débil poder central de Buenos Aires,
jaqueado por los poderes provinciales que no reconocían su autoridad, asistimos a la
fragmentación del territorio del ex virreinato en otras tantas provincias encabezadas
por las antiguas ciudades coloniales, y el inicio de la década de 1820 signada por los
enfrentamientos entre las dos tendencias políticas que sostenían estos principios con-
trapuestos: los federales y los unitarios.
En el caso de Salta, la crisis del año 1820 la encontró aún embarcada en la lucha
contra los ejércitos realistas que operaban desde el Alto Perú, gobernada políticamen-
te por Güemes, quien había encabezado desde unos años antes la organización militar
en la región en consonancia con la amplia insurrección que caracterizó a gran parte de
las provincias altoperuanas. Con la muerte de Güemes en junio de 1821 y la inmediata
firma del armisticio que dio fin a la guerra en los territorios salto-jujeños,10 se inició
el proceso de organización institucional de la provincia de Salta. Inmediatamente se
eligieron representantes, quienes estarían encargados del dictado de un reglamento
constitucional y de la elección de un nuevo gobernador, que estuviera sujeto a un

9 Esta distinción entre Pueblo/s y pueblo, es crucial para entender la diferencia fundamental de los prin-
cipales proyectos políticos enfrentados en la primera mitad del siglo XIX en Hispanoamérica. El pri-
mero remite a la tradición política española de raíces pactista, que define al Pueblo como la comunidad
de los vecinos con presencia en el Cabildo, es una concepción comunitaria, estamental, y que supone
que la soberanía reside en el cuerpo capitular una vez recibida originalmente de Dios. En el segundo,
el pueblo es el resultado del pacto de asociación entre individuos iguales –los ciudadanos.
10 A la firma del armisticio asisten representantes de los Cabildos de Salta y Jujuy, además del enviado de
Olañeta, jefe del ejército realista. ABHS, Biblioteca Zambrano, Carpeta 17, núm. 1057, ff. 3-6.
18 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

nuevo ordenamiento político basado en los principios republicanos, que a su vez,


impidieran la reedición de la tiranía de Güemes.11
Es precisamente desde la organización del Poder Legislativo que podemos vi-
sualizar de qué manera se integra territorial y políticamente la Provincia, y cómo se
representa en los debates plasmados en las actas legislativas a los habitantes y a los
espacios existentes en las jurisdicciones representadas. En efecto, la Junta Provincial
–de base territorial– elegida con frecuencia bianual, se había erigido en representa-
ción soberana de la Provincia, y por lo tanto, además de tener potestad para dictar y
reformar las llamadas leyes fundamentales, cumplía la misión central de elegir el go-
bernador cada dos años. Al entrar en receso esta Junta Provincial o General, delegaba
la representación en una Junta Permanente, integrada por algunos de los integrantes
de aquella.12
A partir del análisis de los procesos electorales que se llevaron a cabo durante la
década de 1820, podemos visualizar de qué manera se integró territorialmente la Pro-
vincia y cuáles fueron los ámbitos urbanos y rurales que encontraron representación
en la Junta. De esta manera, encontramos representadas a las ciudades separadamente
de los curatos rurales –unidades menores de administración eclesiástica– los cuales
paulatinamente a partir de 1824/1825 aproximadamente comenzaron a denominarse
departamentos.13
El número de representantes varió entre las ciudades –Salta, Jujuy, Orán y Ta-
rija– de acuerdo con las estimaciones de población que se tuvieron en cuenta en los

11 De hecho los sectores dominantes tras la muerte de Güemes –la denominada Patria Nueva– desde el
nuevo poder legislativo, organizado por el reglamento constitucional, intentaron controlar y neutralizar
las fuerzas militares heredadas de la época de Güemes, las cuales sin duda conservaron bastante poder
durante todo el periodo aquí estudiado. Cfr. MARCHIONNI, Marcelo “¿Gauchos o ciudadanos? Las
elecciones como restauradoras del orden social perdido. Salta, 1821-1825”, en Actas de las X Jornadas
Interescuelas/Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 2005, CD Rom;
“La redefinición de los espacios políticos en el proceso revolucionario. Salta en las primeras décadas
del siglo XIX”, en MATA DE LÓPEZ, Sara y ARECES, Nidia –coordinadoras– Historia Regional.
Estudios de casos y reflexiones teóricas, CEPIHA, Universidad Nacional de Salta, Salta, 2005.
12 Cabe aclarar que se trabajó con la colección de actas de las Juntas Provincial y Permanente existente
en el AHBS. Para algunos años contamos con los borradores y libros, para otros, sólo con borradores.
En todos los casos se trata de actas elaboradas por el secretario de la Junta quien no realiza una trans-
cripción taquigráfica de las exposiciones, sino que va sintetizando los aportes de cada diputado en las
discusiones. Por ello, el análisis de los discursos políticos y los términos en este caso, deben realizarse
teniendo en cuenta estas consideraciones. Sobre el funcionamiento de estas juntas realizamos un aporte
en MARCHIONNI, Marcelo “¿Soberanía única o fragmentada? Las Juntas legislativas en Salta y el
problema de la representación en la década de 1820”, en II Jornadas Internacionales de Enseñanza de
la Historia y XI Jornadas de Investigación y Docencia de la Escuela de Historia, Facultad de Huma-
nidades, Universidad Nacional de Salta, Salta, 2010.
13 La persistencia de la denominación curato y la base eminentemente eclesiástica de la cultura política y
la organización de las elecciones fue una constante en la política de estos años. Sobre la presencia de
los sacerdotes en las instancias legislativas y de su rol político, véase CARETTA, Gabriela y MAR-
CHIONNI, Marcelo “Entre la ciudadanía y la feligresía. Una cuestión de poder en Salta a principios
del siglo XIX”, en Andes, núm. 11, CEPIHA, Universidad Nacional de Salta, Salta, 2000.
La formación de la provincia de Salta 19

diferentes momentos, pues no se hizo durante estos años el ansiado censo sobre el que
se establecería la proporción de representantes en relación con el número de habitan-
tes. En cambio, para los curatos/departamentos se mantuvo una representación fija de
un diputado por cada uno.
Sin embargo, aunque esta representación fue fija en número, lo que sí cambió a
lo largo de este periodo fue el número de departamentos que se hicieron acreedores
de lograr su presencia en la instancia legislativa de la Provincia. La incorporación de
nuevos territorios que se iban separando de otros ya existentes, evidencia las transfor-
maciones socioeconómicas y demográficas que se fueron produciendo, además de los
avatares de la guerra –con la consiguiente liberación de territorios– y de los vaivenes
propios de la política local encabezada por los grupos que estuvieron interesados en
promover la emergencia de nuevas representaciones en el seno de la Junta.
Las primeras elecciones, realizadas en 1821, para integrar la representación pro-
vincial se hicieron en la proporción de representación territorial bajo lo dispuesto en
el Reglamento provisional de 1817,14 es decir, un total de veintidós diputados: ocho
por Salta, cuatro por Jujuy, dos por Orán y uno por cada curato rural de Salta y Jujuy.
A partir de 1823 se aplicó un reglamento electoral sancionado por la Junta Provincial
que establecía un mecanismo de elección directa de representantes por las ciudades y
curatos rurales, correspondiendo a Salta cinco diputados, a Jujuy tres, a Orán y Tarija
dos cada una, y uno por cada curato rural.15 Este reglamento, que presentaba varias
similitudes con el reglamento electoral de la provincia de Buenos Aires sancionado en
1821, permitió ampliar la participación de la representación de la campaña en la Junta.
A partir de la promulgación del reglamento de elecciones y de su puesta en vi-
gor hacia fines de 1823, se realizaron sucesivas elecciones en las ciudades y curatos
para cubrir las numerosas y frecuentes vacancias en la representación originadas en
renuncias. El número de curatos –devenidos luego en departamentos– fue variando
con la incorporación de algunos nuevos, como así también, con la anexión efectiva de
Tarija y su jurisdicción tras la finalización de la guerra contra las tropas realistas en
el Alto Perú,16 y de los departamentos correspondientes a Atacama.17 Así, en 1826 se
realizaron elecciones de representantes en las ciudades de Salta, Jujuy, Orán y Tarija,

14 Cfr. Reglamento en RAVIGNANI, Emilio –compilador– Asambleas Constituyentes Argentinas, Insti-


tuto de Investigaciones Históricas de la facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires, 1939, Tomo VI.
15 Esta distribución del número de los diputados se fija provisoriamente mientras no se forme el censo de
población que se hará “cuando lo permitan las circunstancias de la Provincia”. ABHS, Acta de la Junta
Provincial (en adelante AJProv), 5 de setiembre de 1823, Copiador 506, ff. 155v-159.
16 La situación de Tarija y Salta es fluctuante entre 1825 y 1826, producto de los avatares de la guerra,
la política interna local en Tarija y las posiciones que asumieron las autoridades de Salta, el Congreso
General de las Provincias Unidas y del presidente Rivadavia.
17 Esta incorporación se hace en medio de serios conflictos con las autoridades de la Intendencia de Poto-
sí, quienes reclamaron estos territorios que habían sido ocupados durante las guerras de independencia
por las tropas realistas, y luego de liberados, a su vez reclamados por las autoridades de Salta.
20 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

totalizándose entonces treinta y cuatro cargos, doce correspondientes a las ciudades


y veintidós a sus respectivas campañas. El funcionamiento de la Junta Provincial con
la representación de Tarija y su jurisdicción se prolongará entre los meses de julio
y setiembre de 1826, momento en que entró en receso la Junta, y posteriormente se
produjo la anexión definitiva de Tarija a la nueva república de Bolivia.
A partir de entonces la Junta Provincial volvió a funcionar con la representación
anterior a la anexión de Tarija, hasta 1835, cuando se debió redefinir el número de
representantes desde la separación definitiva de Jujuy y su jurisdicción, hecho ocurri-
do hacia finales de 1834. Entonces, la representación provincial establece aumentar
la participación de los diputados de la ciudad de Salta de cinco a ocho; y se conservó
un representante por departamento, aunque se incorporaron dos más respecto al total
anterior de jurisdicciones rurales.18 De esta manera, la Junta Provincial quedó integra-
da por un total de veinte representantes, diez por las ciudades de Salta y Orán, y diez
por la campaña.
En el siguiente cuadro podemos observar cuáles son las ciudades y los departa-
mentos que incluyen sus respectivas campañas, presentes en la representación pro-
vincial a lo largo de la década de 1820, tomando los datos de las convocatorias a
elecciones realizadas en 1821, 1823 y 1826.
Como conclusión de todo lo expuesto en este apartado, podemos lograr una
aproximación a los términos territoriales de la Provincia a partir de los departamentos
y ciudades que la integran. Así, están incluidos los valles (Calchaquí, de Lerma, de Ju-
juy), los territorios de la quebrada de Humahuaca –a los que se añade luego la Puna– y
territorios en la frontera este (algunas secciones del chaco occidental, la jurisdicción
de Orán y Tarija), todos ellos dentro de los límites alcanzados desde la ocupación tem-
prana con la conquista, y la ampliación de la frontera este hasta fines del siglo XVIII.

18 Se agregan los departamentos Molinos y Guachipas. ABHS, AJProv, 12 de febrero de 1835, Carpeta
499, ff. 10 y ss.
La formación de la provincia de Salta 21

Ciudades 1821 1823 1826


San Carlos San Carlos San Carlos
Cachi Cachi Cachi
Perico Perico o Campo Santo Campo Santo
Salta Cerrillos Cerrillos Cerrillos
Chicoana Chicoana Chicoana
Anta Anta Anta
Frontera del Rosario Frontera del Rosario Rosario de la Frontera
La Candelaria
Humahuaca Humahuaca Humahuaca
El resto de los departa- Río Negro Río Negro
Jujuy mentos están incluidos Tumbaya Tilcara
en la representación de
la ciudad.
Orán Sin departamentos Sin departamentos Sin departamentos
Tarija Bajo poder realista, no Bajo poder realista, San Lorenzo
envía representantes no envía representantes Las Talinas
Concepción
Padcaya
Yunchara
Tomayapo
Santa Ana
Partido Sin representación Sin representación Santa Catalina
de la Puna diferenciada diferenciada Rinconada
Cochinoca
Puna

La compleja representación conceptual de la Provincia


El proceso revolucionario en Hispanoamérica se caracterizó, como lo afirmó Chia-
ramonte, por un estado de provisionalidad permanente, y un desenvolvimiento de la
política en el cual el uso del lenguaje y los conceptos cobraron singular importancia al
momento de referir a nuevas realidades sobre el molde de la antigua tradición. De esta
manera, la oscilación en el uso de los vocablos políticos, o bien las permanentes mu-
taciones de los sentidos, constituyen uno de los aspectos esenciales a tener en cuenta
para aproximarnos a la cultura política del periodo.19

19 En este sentido la llamada historia conceptual ha aportado importantes estudios que son de consulta ne-
cesaria para cualquier abordaje que se realice de los discursos y del lenguaje político. Por ejemplo, en
el periodo revolucionario y durante la primera mitad del siglo XIX algunos términos resultan centrales,
como patria, nación, pueblo, representación, independencia, etc. Cfr. GOLDMAN, Noemí –editora–
Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850, Prometeo, Buenos
Aires, 2008.
22 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

En este caso nos centraremos en el universo de las representaciones sobre los


territorios y los diferentes espacios y jurisdicciones que conformaron la Provincia,
que se pueden rastrear en los conceptos presentes en la documentación analizada.
De esta manera, podemos observar cómo los actores designan conceptualmente a las
partes que integran la Provincia dentro de una compleja integración político-territo-
rial. Conceptos tales como Provincia, territorio, Pueblo, ciudad, departamento, villa,
constituyen la pieza medular de una particular visión del espacio político en construc-
ción, y que se interrelaciona con el paulatino, aunque débil, delineamiento de marcas
identitarias.
Comenzaremos teniendo en cuenta el documento que podríamos considerar el
acta de nacimiento de la provincia de Salta, es decir, el texto del armisticio firmado en
julio de 1821 por el cual, según lo que señalamos anteriormente, se dispone la reunión
de la representación de las ciudades de la antigua Intendencia para la elección de un
gobernador. Las referencias territoriales son ambiguas, indefinidas e incluso se podría
pensar que contradictorias, por cuanto encontramos una serie de expresiones que a
primera vista resultan divergentes.
Así, cuando leemos el texto advertimos que al fijarse la retirada de las tropas
realistas, las mismas deberían dejar libre “todo el Territorio del Cabildo de Salta”,
retirándose en un “punto situado en la campaña de Jujuy”. Más adelante, el armisticio
prosigue estableciendo garantías a la retirada de los ejércitos de Olañeta fuera de la
jurisdicción de Salta sin que fuera hostilizada por la “fuerza de la Provincia”; como
así también asegura la libertad a los jefes políticos y militares “tanto de esta ciudad
como la de Jujuy y sus respectivas campañas” para elegir gobernador. Deberían reti-
rarse las tropas de la Provincia a una distancia prudencial “para que la elección de Go-
bernador propietario de esta Ciudad, lleve el sello de libre, espontánea y sin asomo
de violencia”. Finalmente, se prevé una instancia de ratificación de lo actuado, por los
diputados de Salta, los de Jujuy y de “otras Provincias”, juntamente con los delegados
del general español.20 Al ratificarse el armisticio, se fijan los límites de jurisdicción
de ambas partes, “de la Provincia de Salta el pueblo de Humahuaca inclusive por el
frente, y por derecha e izquierda línea recta del Naciente al Poniente; y por la de la
Vanguardia del Ejército Nacional del Alto Perú, la Quiaca inclusive, por el frente, y
por derecha e izquierda igual línea de naciente a poniente”, determinándose que sería
neutral el territorio intermedio.21
En el texto se alude a las ciudades con sus jurisdicciones o campañas; las fuerzas
militares pertenecen a la Provincia que incluye al territorio que se extiende hasta Hu-
mahuaca (en la jurisdicción de Jujuy); pero el Gobernador electo, lo será de la ciudad
de Salta. Esta aparente confusión nos remite al problema que enfrentan quienes están
abocados a la tarea de organizar políticamente este territorio, que incluye dos ciuda-

20 ABHS, Biblioteca Zambrano, Carpeta 17, núm. 1057, ff. 3-6. El resaltado es nuestro.
21 ABHS, AJProv, 21 de agosto de 1821, Copiador 338, f. 19v.
La formación de la provincia de Salta 23

des con sus jurisdicciones. La exclusión de Orán en estas negociaciones, aún cuando
a priori debería ser considerada como una de las partes, podría explicarse por el poco
peso que tuvo en la toma de decisiones, y en su dependencia acentuada con respecto
a Salta;22 por su parte, Tarija aún se encuentra bajo el poder del ejército realista y por
lo tanto, como veremos, no está integrada efectivamente al nuevo espacio provincial.
Como primera aproximación a la cuestión conceptual que nos permita visualizar
los sentidos y alcances de estos términos, presentes en la documentación a lo largo
del periodo considerado, nos detendremos a exponer las diferentes acepciones dadas
por el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) a lo largo del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX.23 A partir de allí expondremos de qué manera aparecen estos
términos en referencia a nuestro caso.
Los núcleos del asentamiento español en América fueron los centros urbanos,
dispuestos a lo largo del espacio conquistado como cabeceras de sus respectivas ju-
risdicciones, organizadores de las actividades productivas y eslabones de los circuitos
comerciales que recorrieron el continente. Estos centros urbanos, en su mayoría en
sus inicios pobres caseríos, recibieron diferentes nombres según los status jurídicos
diferenciados.
Las ciudades en su acepción reconocen tres dimensiones: la del asentamiento
físico, la población incluida en este espacio material, y las instituciones y leyes que la
gobiernan. De esta manera, en 1729 aparece definida la “ciudad” como la “población
de gentes congregadas a vivir en un lugar, sujetas a unas leyes, y a un gobierno, go-
zando de ciertos privilegios y exenciones, que los Reyes se han servido de concederlas
según sus servicios. “Materialmente significa los muros, torres y demás edificios de
que se compone. […] Significa también el Ayuntamiento, o Cabildo, y los Diputados,
o Procuradores de Cortes, que en virtud de los poderes que les otorgan, tienen la re-
presentación y voz de la Ciudad que los envía”.
Hacia 1780 el Diccionario de la RAE simplifica estas definiciones manteniendo
en su esencia las tres dimensiones presentes en el registro de 1729, aunque incorpo-
rando la noción de jerarquía respecto a las villas, ya que define a la ciudad como la
“población comúnmente grande que goza de mayores preeminencias de las villas.
Algunas son cabezas de reino, y otras tienen este título por privilegio”. También,
continúa, “llámase […] así el conjunto de calles, casas y edificios que componen la
ciudad”. Estos sentidos se mantendrán durante el periodo que nos interesa aquí, y es-
tán presentes en los diccionarios a lo largo de la primera mitad del siglo XIX.

22 Una cuestión que aparece reiteradamente es la carencia de un número suficiente de vecinos; inclusive
se pide eximición para cubrir todos los cargos de Cabildo, “vista la escasez de vecinos […] para que
pueda tener Cabildo y elegir los seis miembros”. ABHS, Actas de elecciones de Diputados a la Junta
Provincial, Carpeta de Gobierno, Año 1821.
23 Se consultaron los diccionarios en línea de la Real Academia Española de los años 1739, 1780, 1783,
1791, 1802, 1817, 1822, 1832, 1837 y 1843, mediante el acceso de la página http://www.buscon.rae.es.
24 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Asociado al concepto de ciudad, encontramos el de pueblo, el cual, a su vez,


incluye tres nociones: alude a toda la población que vive en la ciudad, lo identifica
con la ciudad misma, o bien puede atribuirse desde un punto de vista social a un sec-
tor de esta población. Podemos ver entonces que a lo largo de este periodo, “pueblo”
se define como “el Lugar o Ciudad que está poblado de gente”; a continuación “se
toma también por el conjunto de gentes que habitan el lugar”; y, por último, “se llama
también la gente común y ordinaria de alguna Ciudad o población, a distinción de los
Nobles” (1737).
Vemos que ciudad y pueblo, desde el punto de vista jurídico resultan términos
equivalentes en cuanto refieren a la población representada en el ayuntamiento o ca-
bildo y sujeto de representación política. Además de las ciudades, tenemos la presen-
cia de las “villas”, unidades de asentamiento urbano con diferentes connotaciones
jurídicas. En 1739 se definen como “la población, que tiene algunos privilegios, con
que se distingue de la Aldea, como vecindad, y jurisdicción separada de la Ciudad”,
sentido que se mantuvo a lo largo del periodo considerado.
En ambos casos interesa resaltar que las autoridades residentes en ciudades y
villas ejercen jurisdicción sobre un territorio circundante y que es definido espacial-
mente con límites que llegan hasta donde efectivamente se han repartido y ocupado
las tierras entre los vecinos de estos asentamientos. De esta manera, el término ju-
risdicción tiene una doble acepción recogida en los diccionarios, que refiere por una
parte a la autoridad y el ejercicio de la misma –sobre todo en las causas judiciales,
piedra angular del gobierno– y por otra, al espacio donde se ejerce.
Así, la “jurisdicción” puede entenderse como la:
“Facultad, o poder que se concede para el gobierno en la decisión
de las causas; lo mismo que coto, o término de un lugar a otro, o
de una provincia a otra en que se circunscribe el mando de alguno;
Autoridad, poder, o dominio sobre otro, y que se extiende a todo
aquello que domina sobre alguna cosa; Se toma también por un dis-
trito, en que se ejerce justicia por jueves particulares y electivos de
él” (1791).
Esta noción jurídico/espacial de jurisdicción puede asociarse al término “territorio”,
que da cuenta del alcance que tuvo la autoridad del Cabildo de cada ciudad o villa.
En sus significados aparece como “el sitio, o espacio, que contiene una Ciudad, Villa,
o Lugar […]; se llama también el circuito, o término, que comprende la jurisdicción
ordinaria” (Diccionario de 1739, sin posteriores variaciones).
Tal como planteamos anteriormente, desde el punto de vista electoral encontra-
mos divisiones de la Provincia que incluyen a todo el ámbito rural o de la campaña,
de manera diferenciada respecto a la representación de las ciudades. Estas divisiones
aparecen denominadas inicialmente curatos, para luego designarse con el término
departamento. En 1729 el “curato” es definido como “el empleo del Cura o Párroco,
La formación de la provincia de Salta 25

y el territorio que le está señalado y, de cuyos frutos se compone su congrua”; para


luego ajustarse a ser indicado como “el territorio, o la feligresía que está al cuidado de
un cura de almas” (en el Diccionario de 1780). La presencia del curato como unidad
de base electoral no es de extrañar en una sociedad donde por mucho tiempo luego de
la revolución, las esferas civil y eclesiástica no aparecen diferenciadas y funcionando
de manera autónoma.
Sin embargo, su rápida sustitución en la documentación por el concepto depar-
tamento indicaría de alguna manera la intencionalidad de que estas divisiones elec-
torales adquirieran una mayor carga jurídico-administrativa. Así, el “departamento”
aparece ligado a lo administrativo, en un comienzo limitado, para luego ampliarse
su sentido: en el Diccionario de 1791 es definido como “el distrito a que se extiende
la jurisdicción, o mando de cada Intendente de marina”, para luego incorporarse la
noción de que “suele decirse por extensión de algunas otras divisiones de territorio,
edificio o negociado” (1843). Hacia finales del siglo XIX ha desaparecido la alusión
a la Intendencia de Marina para quedar definido el departamento como “cada una de
las partes en que se divide un territorio cualquiera, un edificio, un vehículo, una caja,
etc.” (1899).
A lo largo de la primera década de existencia de la provincia de Salta, los senti-
dos de los términos ciudad, villa, jurisdicción, territorio, curato y departamento, que
encontramos en la documentación administrativa, son variados y ponen en evidencia
el problema de la integración territorial, las jerarquías superpuestas y la indefinición
sobre una organización institucional territorial única.
Tal como lo ha señalado la bibliografía especializada, las ciudades constituyen
el nivel político básico en la toma de decisiones en tiempos de la independencia al
invocarse la teoría de la retroversión de la soberanía; por lo tanto todas pueden alegar
igualdad jurídica en virtud de estos privilegios con que fueron fundadas en nombre del
Rey.24 El accionar de los diputados en todo el periodo abierto con la revolución estuvo
atado a esta concepción de la representación a través del mandato imperativo bajo la
figura del procurador, tal como hemos señalado al referir a la noción de ciudad que
atraviesa el siglo XVIII y principios del siglo XIX.
Sin embargo, la implantación de la reforma borbónica ha impuesto una organi-
zación jerárquica que intentó subordinar a las ciudades subalternas a sus respectivas
capitales, generando un foco de tensión que se prolongó a lo largo de la organización
institucional de las provincias, y que en algunos casos, como el de Salta, dificultó la
organización territorial unificada por la existencia de diferentes jurisdicciones. En un
nivel ampliado, la relación entre ciudades/jurisdicciones dentro de la Provincia, se
reproduce cuando pasamos al problema planteado por esos años de la construcción de
los vínculos entre provincias y nación.

24 Cfr. CHIARAMONTE, José Carlos Nación y estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos
de la independencia, Sudamericana, Buenos Aires, 2004; GUERRA, François Xavier Modernidad e
independencias, FCE, México, 1992.
26 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

En este sentido, al discutirse la propuesta referida al pronunciamiento de la Junta


Permanente sobre la forma de gobierno a debatirse en el Congreso General Constitu-
yente reunido en Buenos Aires desde 1824, las actas legislativas reproducen intere-
santes intercambios entre los diputados sobre la fórmula que deberá contener respecto
a la naturaleza de la Provincia, la representación de la Junta y los Pueblos. Si bien
los diputados coinciden en apoyar el pronunciamiento por el régimen de unidad en el
Congreso, no hay acuerdos sobre quién es el sujeto que confiere esta declaración y a
quién representa.
Entonces vemos que el proyecto presentado plantea que es “la Honorable Junta
de Representantes de la Provincia de Salta”, quien se pronuncia por el régimen de
unidad. El diputado Zuviría manifiesta por su parte que la declaración debe aludir a
“los pueblos que representa” la Junta, pero no queda claro si la representación de la
Junta lo es de toda la Provincia en su conjunto, o bien de los pueblos comprendidos en
ella. Así lo advierte Zorrilla, cuando plantea que en realidad la expresión “Provincia”
involucra a los pueblos que están representados en ella: “en la expresión Provincia
eran comprendidos los Pueblos que le son pertenecientes, pues que nadie ignoraba,
que entre las que forman hoy el Estado, sola la de Salta conserva su integridad”.25
El término Estado, en este caso, está reservado al conjunto del territorio que
pertenecía al Virreinato del Río de la Plata y que se intentaba organizar mediante el
congreso general. Resulta interesante que Zorrilla argumente en pos de la unidad de
la Provincia, entendiendo que ha conservado su integridad, o sea, es la única que ha
retenido otras ciudades con sus jurisdicciones, a diferencia de las demás provincias
que se han organizado a partir del cabildo de la ciudad cabecera de jurisdicción. Así
lo corrobora Zuviría al plantear una diferencia sustancial entre Salta y las demás pro-
vincias, pues plantea que la expresión,
“…los Pueblos que representa, era con el objeto de denotar la di-
ferencia que hay en el voto que Salta presta en este asunto con el
que presten los otros pueblos, porque llamándose cada uno de estos
Provincia, no debe pesar lo mismo el que ellos den que el que dé la
Provincia de Salta, por los tres pueblos de que se compone”.26
Más allá de cómo se presente en los debates a Salta frente a las demás provincias, lo
cierto es que esta Provincia reúne en sí las jurisdicciones de tres ciudades que no están
integradas jurídicamente en un todo territorial. Un aspecto que claramente evidencia
esta afirmación es la organización impositiva, como por ejemplo las dificultades que
encuentra el comercio con el cobro de diferentes derechos por parte de cada una de
las ciudades. Asimismo, se manifiesta la dificultad de las autoridades provinciales por

25 ABHS, AJPte, 19 de octubre de 1825, Carpeta 254, ff. 26-27.


26 ABHS, AJPte, 19 de octubre de 1825, Carpeta 254, f. 26v. El resaltado es nuestro.
La formación de la provincia de Salta 27

imponer más allá de la ciudad de Salta, las obligaciones fiscales bajo un criterio de
uniformidad que sería el deseable.
Es ilustrativa una imagen presente en un acta de la Junta de 1825 que permite
ver la percepción que se tiene del territorio provincial. Se discute entonces el cobro de
arbitrios en diferentes puntos de la Provincia, en especial los del tráfico, extracciones
e introducciones de mercancías. Con un criterio realista de la situación, la Comisión
de Hacienda plantea la limitación de su cobro “sólo a esta Ciudad, no siendo posi-
ble se verifique fuera de ella por ser la Provincia a todo rumbo un campo abierto
absolutamente”.27 Vemos presentes la falta de unidad territorial y jurídica, una autori-
dad que no puede aplicarse fuera de la jurisdicción de esta Ciudad, Salta, y la necesi-
dad de diferenciación en la legislación.
Esto último se advierte cuando la Junta trabaja sobre el arduo asunto de la deuda
pública de la Provincia y sobre los términos de consolidación de la misma que debían
fijarse para cada una de las jurisdicciones. El Poder Ejecutivo reclama la prórroga del
término de reconocimiento de la deuda pública que venció en marzo de 1825, teniendo
en cuenta las presentaciones hechas en Salta y en los partidos de la Puna. La comisión
de Hacienda presenta un proyecto de prórroga diferenciando a los partidos de la Puna,
territorios de Tarija y Salta, Jujuy y Orán. Entonces, se discute largamente sobre dos
cuestiones: los fraudes que provocan las prórrogas, la oportunidad de prórrogas dife-
renciadas según distancias o situación política –Tarija acaba de ser liberada– o bien la
legalidad de una medida que no es uniforme a toda la Provincia. Así, se plantean dos
términos diferenciados basados en la distancia, y teniendo en cuenta que los bandos y
decretos muchas veces se desconocen fuera de los términos de las ciudades de Salta
y Jujuy. El proyecto presentado propone que “al territorio de Salta, Jujuy y Orán se
concede prórroga por cuatro meses”, mientras que “a los Partidos de Humahuaca,
San Andrés, Santa Victoria, los de la Puna, y territorio de Tarija se conceden seis
meses para el mismo reconocimiento desde que en ellos se haga igual publicación”.28
El diputado Zorrilla plantea que se debe abrir el término “con respecto a Tarija, a
cuyo territorio no han comprendido las Leyes de la Provincia, mientras ha estado bajo
la dominación enemiga”. Sin embargo, no está de acuerdo en general con el proyecto
por no ser conforme al carácter de igualdad “con que debe expedirse una Ley general
extensiva a todos los puntos de la Provincia”.29 Esta ley diferenciada según los terri-
torios y partidos, traería confusión y fraudes,
“...por cuanto sabiéndose que los Provincianos residentes en varios
puntos de la comprensión de Orán y Jujuy limítrofes con los Parti-
dos de San Andrés, Santa Victoria y los de la Puna han acostumbra-
do tener su respectiva hacienda unas veces en aquellos y otros en es-

27 ABHS, AJPte, 1 de junio de 1825, Carpeta 316, fs. 63v. El resaltado es nuestro.
28 ABHS, AJPte, 13 de abril de 1825, Carpeta 316, f. 15v. El resaltado es nuestro.
29 ABHS, AJPte, 13 de abril de 1825, Carpeta 316, f. 16. El resaltado es nuestro.
28 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

tos, según mejor les convenía para salvarla o conservarla, sería muy
difícil al Gobierno pronunciarse en los casos en que se le presentase
accionistas que comprendidos en un término como territorianos de
Jujuy u Orán alegasen estar también comprendidos en el otro, en
razón de las exacciones que en aquellos otros puntos les hubiesen
sido hechas. Opinó por consiguiente que debía ser uno solo el térmi-
no para toda la Provincia y necesariamente aquel que se considere
bastante para el Departamento de ella que esté a mayor distancia”.30
Las alegaciones a favor de la unidad y uniformidad fiscal de la Provincia se repiten
en actas sucesivas y se agudizan al producirse entre los meses de julio y setiembre
de 1826 la incorporación de la representación de Tarija a la Junta Provincial de Sal-
ta. En especial, debemos resaltar la del comerciante tarijeño José Pablo de Hevia y
Vaca, quien aun cuando defienda los intereses de su sector, resulta un referente que
aboga por la unidad territorial, política y fiscal de la Provincia. En efecto, realiza una
presentación solicitando la revisión de los impuestos cobrados a los productos que se
dirigen a Tarija, en el marco de un discurso en pos de la unidad de la Provincia y de la
uniformización tarifaria para favorecer al comercio.
Su proyecto recogido en las actas claramente comienza diciendo: “Siendo el De-
partamento de Tarija una parte integral de la Provincia de Salta, no es arreglado a la
unión de comprovincianos que a los de aquel territorio se cobre en la ciudad de Jujuy
un real por yegua o caballo […]”; para luego continuar alegando que:
“...siendo tan gravoso, gravite sobre las mismas partes que constitu-
yen la Provincia de Salta […]. Los de Tarija no extraen los animales
fuera de la Provincia, los conducen a su nativo País para su propio
uso, de manera que exigiéndose tales derechos por vía de extracción,
no son, ni deben ser comprendidos los tarijeños. Nuestra República
necesita de tropas de caballería, y las monturas de Tarija son más
fuertes que otras, tal que por sola esta consideración los de mi País
deben ser eximidos de cualesquiera derechos impuestos al tráfico de
animales. Eximir a los tarijeños de la referida pensión contribuirá
completa y enérgicamente a vincularlos más a formar perpetuamen-
te una sola Provincia, fuerte y respetable. Guardándose recíproca-
mente igualdad de derechos, conocerán prácticamente que Salta los
trata como a hermanos, y así en los sucesivo no habrán motivos para
solicitar la separación de Provincias”.31
Aquí vemos de qué manera queda planteado el problema de las denominaciones para
hacer referencia a la cuestión territorial. Tarija aparece, como en actas anteriores,

30 ABHS, AJPte, 13 de abril de 1825, Carpeta 316, ff. 16-16v. El resaltado es nuestro.
31 ABHS, AJProv, 31 de julio de 1826, Carpeta 276, f. 49. El resaltado es nuestro.
La formación de la provincia de Salta 29

como departamento/territorio, pero en este proyecto es interesante cómo queda plan-


teada la cuestión de lograr la unidad: ¿con Salta?, o ¿dentro de Salta?… ¿Cómo se
representan políticamente estos territorios?, ¿Tarija forma parte de la Provincia o son
dos Provincias a las que se intenta unir políticamente? Como señalamos, aun cuando
hay que tener en cuenta el interés concreto en la unidad territorial que redunda en un
beneficio para el comercio, no deja de interesar de qué manera se brega por una uni-
formidad fiscal que evidentemente no existía, incorporando expresiones tendientes a
la construcción de un nosotros provincial.
La representación tarijeña va más allá en sus argumentaciones reforzando la idea
de esta uniformidad apelando a cuestiones identitarias que tienen que ver con el lu-
gar de nacimiento. Se incluyen algunas expresiones que intentan igualar a todos los
provincianos. Entonces, la comisión de Hacienda de la Junta, eleva su dictamen a
propósito de la presentación de Hevia, afirmando:
“Que nada es más monstruoso en la economía de un Estado o de
una Provincia que la desigualdad de derechos y deberes entre los
individuos que lo componen; de ella resulta una división entre las
mismas partes que componen el todo: que al fin terminará por su
destrucción recíproca. La comisión abundaría en probar la necesi-
dad de una igualdad legal entre los Provincianos, si creyese que
en hacerlo no ofendía la ilustración de los Señores Representantes.
¿Y cómo se conservará esta igualdad tan necesaria gravitando sobre
unos miembros de la sociedad Provincial las pensiones de que están
exentos otros? Los hijos de Jujuy pagan algo por tal extracción del
territorio de Salta; los de Salta son acaso pensionados por lo que
de Jujuy extraen para su Departamento, los unos y los otros pagan
alguna pensión por lo que de Tarija extrajesen para Salta o Jujuy? No
señores, ¿y será justo que solo los de Tarija sufran tan grave pensión
por lo que extraen de Jujuy para una parte de la misma Provincia?
Grávese enhorabuena a todo hijo de la Provincia por cuanto exporte
de ella y de sus límites; más no por lo que circula dentro de ella
misma con ventaja y utilidad de toda ella. Y si esto se cree justo, que
sea general e igual la pensión, y que nadie puede moverse dentro
de la misma Provincia sin ser gravado, en cuyo caso nada tendrá
de injusto y extraño que el tránsito de un barrio a otro tuviese un
derecho especial. […] La comisión ha creído que si el derecho ha
gravitado hasta hoy sobre las bestias que se extraían para Tarija, ha
sido por que hasta la incorporación de los Representantes de aquel
Departamento no se reputaba de hecho en una parte integrante de tal
Provincia, más en el día en que forma una parte y tan principal de
30 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

la Provincia, sus hijos deben gozar de iguales derechos, como ser


iguales en las pensiones”.32
Resulta todo un alegato para justificar la unidad de la provincia y la necesidad de la
libre circulación dentro de un territorio que evidentemente no funciona en los hechos
como una entidad territorial provincial. En estos escritos y en otros posteriores se ape-
la repetidamente a la expresión nuestra Provincia, nuestro territorio, haciendo pre-
sente de qué manera se representa la realidad política territorial de la Provincia frente
al problema de la incorporación efectiva de Tarija, la cual nunca había sido efectiva a
pesar de las disposiciones de las autoridades.
Capítulo aparte merece la consideración de la ciudad de Jujuy y las difíciles
relaciones que mantuvo con Salta desde la fundación misma, y que se mantuvieron
luego con la implantación de la reforma de intendentes en 1782, la gestión de Güemes
y posteriormente en los años iniciales de la Provincia, hasta su definitiva separación y
formación de una provincia independiente a fines de 1834.33 En los debates legislati-
vos la situación de Jujuy es permanentemente puesta de manifiesto y en toda disposi-
ción que pudiera alcanzar a esta ciudad, se insistió en la diferenciación de las medidas,
en la defensa de los intereses de sus vecinos y en la necesidad de que participara la
representación jujeña al tratarse los mismos. Por ejemplo, al reunirse el Congreso
Constituyente en Buenos Aires en 1824 la elección de la representación de la provin-
cia de Salta se realizó de manera separada por las juntas electorales reunidas en Salta
y Jujuy. Incluso las instrucciones dadas a los representantes de la Provincia, fueron
redactadas separadamente por las juntas electorales de ambas ciudades.34 A fines de
ese mismo año, cuando se debatió la supresión de los cabildos, la medida es tomada
expeditivamente para el de Salta, y no así para el de Jujuy –y Orán– el cual quedó
erigido en órgano municipal defensor de los derechos del pueblo jujeño.35
A lo largo de la década de 1820 se evidencia el crecimiento de las facciones que
intentaban cristalizar la separación definitiva de Jujuy respecto a Salta. Es por ello
que se reforzaron los intentos de los representantes por mejorar los vínculos entre las
ciudades tendientes a una mayor igualdad de la capital respecto a las subalternas, a la
vez que se procuraba reforzar la unidad provincial. En este sentido, resulta interesante
considerar el proyecto presentado por la Comisión de Legislación de la Junta hacia
fines de 1825 que proponía el traslado de las sesiones de la Junta a Jujuy, previéndose
asimismo que también se haga en Tarija, reflotando un viejo proyecto que había sido
ventilado en los inicios del funcionamiento de la Junta en 1821.

32 ABHS, AJProv, 26 de agosto de 1826, Carpeta 276, f. 116. El resaltado es nuestro.


33 Cfr. MARCHIONNI, Marcelo “Cabildos, territorios y…”, cit.
34 Cfr. MARCHIONNI, Marcelo “Provincias, ciudades y nación. El debate por la representación de Salta
y Jujuy en el Congreso Constituyente de 1824”, en LÓPEZ, Cristina y MATA, Sara –compiladoras–
Desafíos de la historia regional: Problemas comunes y espacios diversos. Actores, prácticas y debates,
Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras /CEPIHA, Tucumán, 2009.
35 Cfr. MARCHIONNI, Marcelo “Cabildos, territorios y…”, cit.
La formación de la provincia de Salta 31

Esta discusión se dio en momentos en que se decidió aplazar la elección de su-


cesor de Arenales, medida que ciertamente generaba oposición y resistencia de parte
de las facciones ligadas a los sectores güemistas, y que podría repercutir en el resque-
brajamiento final de los vínculos dentro de la Provincia. Uno de los considerandos
incluidos en la propuesta es elocuente al afirmar,
“…que los principios de verdadera igualdad entre los Pueblos, de
generosidad, y de un verdadero amor patrio que nos rigen, decla-
man que por el objeto preindicado y por ejecutar a la Representación
del territorio de Jujuy el gravamen que hasta hoy ha arrostrado de
conducirse a esta [ciudad]; se celebre la próxima sesión en aquella
virtuosa y benemérita ciudad, como a su vez debe hacerse, si fuese
posible, en la de Tarija”.36
En sesiones siguientes se argumenta sobre la necesidad de afianzar la unidad de los
territorios de Salta y Jujuy pues es preciso cortar el resentimiento de aquel Pueblo.37
Queda claro en estos testimonios que los representantes de Salta deben negociar con
los de Jujuy para poder mantener la unidad de ambos territorios, y que la declamación
en los textos sobre la unidad de la Provincia y la igualdad de derechos de las ciudades,
se presenta como una expresión de deseos frente a la fragmentación que caracteriza
a la Provincia. Así, una vez reunida la Junta Provincial y planteada la continuidad de
esta discusión, afirma el presidente Portal que se encuentran allí “unidos los Pueblos
que componen la Provincia por instituciones libres que les conservan la igualdad de
sus derechos […] satisfaciendo los votos de aquella parte interesante y benemérita
de la Provincia”.38
El problema de la conformación de la Provincia con base en diferentes territo-
rios, ciudades y jurisdicciones, atravesó los debates en la Junta, generando algunos
proyectos tendientes a clarificar y refuncionalizar la integración territorial. Por ejem-
plo, el diputado Cayetano González presentó un proyecto de rejerarquización de los
territorios, redefinición de las jurisdicciones y de la designación de las mismas, que
comprendía a Tarija, Orán y Jujuy. Se fundamentó en “el conocimiento de que los
Pueblos subalternos de que habla, desean las mejoras que indica, las que por con-
siguiente servirán a afianzar la unión que debe ser la base de la prosperidad de la
Provincia”.39
En el proyecto se establece que:
“1º La villa de Tarija será Ciudad. 2º. Los que antes eran Tenientes
Gobernadores de Jujuy y Tarija tendrán la denominación de gober-

36 ABHS, AJPte, 21 de diciembre de 1825, Carpeta 254, f. 81v. El resaltado es nuestro.


37 ABHS, AJPte, 22 de diciembre de 1825, Carpeta 252, f. 2v. El resaltado es nuestro.
38 ABHS, AJProv, 4 de julio de 1826, Carpeta 276, ff. 3v-4. El resaltado es nuestro.
39 ABHS, AJPte, 11 de octubre de 1825, Carpeta. 254, f. 10v. El resaltado es nuestro.
32 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

nadores de Departamento con la misma sujeción que han reconocido


hasta hoy al Gobierno de la Provincia. 3º. Tendrán el tratamiento
de Señoría y el mismo sueldo que antes han gozado. 4º. Tendrán
el mando militar como antes lo han tenido: pero el Gobierno de la
Provincia será el Capitán General. 5º. Los que se han denominado
subdelegados se dominarán (sic) en adelante Tenientes Gobernado-
res de Partido, y gozarán el medio sueldo de los Gobernadores de
Departamento, sin tratamiento especial. 6. El funcionario del P.E.
General llevará el renombre de Gobernador y Capitán General de
la Provincia sin aumento de sueldo. 7º. Los Departamentos tendrán
su tenencia de Hacienda sujeta para el buen orden a la Principal; y
el que la administre, denominándose Tesorero de la Hacienda del
Departamento, disfrutará el sueldo de seiscientos pesos. 8º. Orán
permanecerá sin variación hasta que el aumento de la población la
haga conveniente; pero su Teniente Gobernador tendrá desde ahora
el sueldo de trescientos pesos anuales. 9º. Los demás arreglos con-
siguientes a la presente Ley se reservan a la H.J. General, quien dis-
pondrá lo conveniente con la concurrencia de los Diputados por los
dichos Departamentos y Partidos”.40
Como podemos leer, en este proyecto se intenta reasignar jerarquías dentro de la Pro-
vincia: las ciudades y sus territorios (jurisdicciones) pasan a ser departamentos, que
se diferencian de los partidos rurales (departamentos surgidos a partir de los cura-
tos). Se jerarquiza la figura del gobernador de la Provincia sobre los gobernadores
de departamento y los tenientes de gobernador, estableciéndose de esta manera una
pirámide de tres niveles, que se traslada también a la organización de la hacienda
provincial. En los fundamentos se advierte la necesidad de dar este paso para lograr
mantener la paz con las ciudades subalternas y afianzar una unión que es frágil y que
es el resultado de una sujeción a medias a las autoridades de la Provincia. Respecto a
la situación de Orán, se puede corroborar lo que afirmamos anteriormente sobre su si-
tuación política, pues no amerita ningún cuidado por su insignificancia como ciudad.41
Dentro de este movimiento de búsqueda de rejerarquización y redefinición de
los vínculos dentro de la Provincia, también encontramos el planteo presentado por el
representante de San Carlos solicitando que se eleve a este departamento al estatus de
ciudad o villa. La preocupación por la disgregación recorre esta presentación tal como
podemos leer en las palabras seleccionadas e incluidas en el epígrafe de este artículo:
la fragmentación territorial es una consecuencia no deseada de la revolución y es

40 ABHS, AJPte, 11 de octubre de 1825, Carpeta 254, ff. 10-10v.


41 En rigor, podemos considerar a Orán como un fuerte de avanzada en la frontera, escaso de población y
de riquezas suficientes.
La formación de la provincia de Salta 33

preciso aunar esfuerzos por reconcentrar la autoridad y redefinir los vínculos entre las
partes que integran la Provincia.
Dice el diputado Portal en los fundamentos del proyecto:
“Los Partidos más subalternos amenazan, que sabrán aprovecharse
en su caso de tan perniciosas como repetidas lecciones. Para con-
tener esta fuerza centrífuga, arreglar los principios subversivos, y
conciliar el orden público con las pretensiones particulares, era de
desearse que el Poder Legislativo fije las aptitudes respectivas para
organizar una Provincia, una Ciudad, una Villa; así sabría cada uno
en su clase el rango a que es llamado, sin imponerlo a la suerte de
animosas disputas”.42
Continúa luego refiriendo a las condiciones materiales que tiene San Carlos y que
ameritan su elevación al rango de Ciudad o Villa, como ser “su localidad ventajosa,
las ricas producciones de su suelo afortunado, su número de población, los progresos
de sus vecinos en la civilización, y otras consideraciones”.43
En el artículo 1 del proyecto presentado, se afirma que se erige “el Partido de San
Carlos en Villa dependiente del Departamento de la Provincia”,44 con lo cual obser-
vamos un desplazamiento del término departamento, en este caso como equivalente
a Provincia, y luego como sinónimo de jurisdicción de la ciudad, lo cual podemos
encontrar en alusiones posteriores. Por ejemplo, este es el sentido en el que aparece el
término cuando se discuten en 1826 las dotaciones de sueldos de los jueces de primera
elección instalados tanto en el “departamento de Salta”, como los jueces existentes en
los “Departamentos de Jujuy y Tarija”.45
El planteo de en qué medida se extienden los pagos a los jueces fuera de los
de Salta, nuevamente presenta la cuestión de la permanencia de las diferenciaciones
entre las jurisdicciones, y que pondrían en evidencia diferencias que podrían resultar
nocivas. En las actas en las cuales se exponen los argumentos sobre este tema aparece
por primera vez la referencia a Salta como capital de la Provincia, y portadora de una
política en pos de fortalecer esta posición. El diputado Ormaechea sostiene al respecto
que deben extenderse los sueldos a todos los jueces, además de los de la ciudad de
Salta, pues si no se lo hace, esta dotación “presentaría el aspecto de un capitalismo
y promovería en todos los otros Pueblos un celo funesto al orden y prosperidad de la
Provincia”.46 En actas posteriores se verá cómo paulatinamente se va generalizando
el uso del término capital para referir a Salta, lo cual modifica lo usual hasta este mo-

42 ABHS, AJPte, 10 de mayo de 1826, Carpeta 253, f. 39.


43 ABHS, AJPte, 10 de mayo de 1826, Carpeta 253, f. 40.
44 ABHS, AJPte, 10 de mayo de 1826, Carpeta 253, f. 40. El resaltado es nuestro.
45 ABHS, AJProv, 31 de agosto de 1826, Carpeta 276, f. 127v.
46 ABHS, AJProv, 1 de setiembre de 1826, Carpeta 275, f. 1v. El resaltado es nuestro.
34 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

mento ya que la ciudad aparecía casi exclusivamente referida como esta Ciudad, este
Pueblo, o simplemente, Salta.
La compleja conformación territorial y jurisdiccional de la Provincia, se ve re-
flejada en los conceptos utilizados para designar los diferentes territorios, los cuales,
como vemos en este apartado, oscilan y se resignifican permanentemente. Para ejem-
plificar esto y reforzar aún más la evidencia en este sentido, constatamos hacia 1827
la aparición de un nuevo término, nunca antes utilizado, para hacer referencia a dos
departamentos de la Provincia, que cuentan con representación en la Junta. Se trata
del cantón de Campo Santo y el de Anta.47
Resulta llamativo el uso del término, y su aplicación sólo en estos dos departa-
mentos de la Provincia, lo cual puede relacionarse con la intención de establecer una
diferencia con respecto al resto. Si consultamos la definición que el Diccionario de
la Real Academia Española asigna al vocablo “cantón”, encontramos que en 1729 es
definido como “extremo, ángulo exterior esquina de alguna figura que sea redonda,
como de calle, casa, castillo, etc.” aplicado esencialmente a la heráldica.48
Hacia 1817 se incorpora el sentido territorial, al establecer que cantón es “lo
mismo que esquina; País, región”, significados que permanecieron sin cambios a lo
largo del siglo XIX. Entonces, podemos inferir que el uso que los representantes de
Anta y Campo Santo hacen del término, estaría relacionado con la posición geográfica
de ambos departamentos, pues se encuentran situados en las fronteras, en las esquinas,
extremos o ángulos respecto a las ciudades principales, en este caso, de Salta, la capi-
tal. Precisamente se está discutiendo en esas sesiones la reestructuración de los fuertes
y de las fuerzas defensivas desplegadas a lo largo de las líneas de frontera de las cuales
estos cantones forman parte, y que requieren de medidas particulares de parte de la
Junta.

Las marcas identitarias de una frágil construcción política


El proceso de la revolución y guerra de independencia planteó a los grupos y faccio-
nes locales el desafío de la construcción de un nuevo orden político. Esta construcción
debió legitimarse básicamente a través de tres vías: por el triunfo militar, por la puesta
en funcionamiento de nuevas instancias de representación y movilización políticas, y
por la emergencia de un nosotros inclusivo que pudiera actuar como referencia iden-
titaria diferenciadora desde el punto de vista político frente a las fuerzas aún leales a
la monarquía.
Este nosotros se construyó en torno a la identidad americana, contrapuesta a lo
español peninsular, como una manera de afirmar el poder de los defensores de la in-
dependencia. Lo americano y lo local emergieron entonces como los moldes de refe-
rencia identitaria eminentemente políticos, como señalamos en las primeras páginas,

47 ABHS, AJProv, 22 de agosto de 1827, Carpeta 73, ff. 175v. y 188.


48 Cfr. [en línea] http://www.buscon.rae.es
La formación de la provincia de Salta 35

estrechamente anclados en los marcos de adscripción propios de la tradición colonial.


Lejos estamos aún en las primeras dos décadas del siglo XIX de la construcción de
identidades nacionales a partir del rescate y reconstrucción de elementos étnicos o
lingüísticos basados en tradiciones históricas, como se dio posteriormente a partir de
1830 aproximadamente.
En nuestro caso, el complejo proceso de construcción territorial y política que
desarrollamos en los apartados anteriores, se corresponde con un dificultoso derrotero
de construcción identitaria provincial. Encontramos en el periodo estudiado aún esca-
sas referencias a adscripciones que pudieran remitir a una identidad provincial, y aún
más débiles son las primeras referencias textuales a entidades políticas extraprovin-
ciales como pudiera ser la nación argentina.
Como desarrollaremos a continuación, lentamente aparecen algunos gentilicios
que dan cuenta de incipientes procesos de construcción identitaria, lo cual puede aso-
ciarse con las dificultades por afirmar una unidad política y las tensiones y vaivenes
que caracterizaron la conformación territorial de la Provincia. Así, términos como sal-
teño, oranista, territoriano, provinciano, aparecen esporádicamente hacia la segunda
mitad de la década de 1820, aunque conteniendo sentidos no siempre coincidentes.
Sin duda un tópico que atraviesa todo este periodo es la imagen heroica de la
Provincia y de quienes nacieron en ella, en la guerra de la independencia. Clara y
reiteradamente podemos percibir en las proclamas y escritos producidos entonces la
recurrencia de esta imagen, que constituye un elemento aglutinador, movilizador y le-
gitimador para las facciones en el poder, en medio de los acontecimientos que se pre-
sentaron no siempre de manera lineal y definida para los actores. La documentación
consultada abunda en las consideraciones sobre esta cuestión, las cuales contribuyen
en gran medida a la reconstrucción posterior que realizaron los historiadores clásicos
locales sobre Salta, su heroísmo y su aporte a la independencia nacional.49
Entre los episodios que generaron diferentes posicionamientos y situaciones que
pudieron constituirse en fundamentos para una posible construcción identitaria, en-
contramos los referidos a las disputas territoriales y anexiones producidos a lo largo
de la década de 1820. Se trata de territorios que se mantuvieron bajo el control de las
armas leales al rey, que luego suscitaron alrededor de ellos una serie de pleitos por su
posesión y pertenencia administrativa al finalizar la guerra. Uno de ellos fue Tarija,
al cual hicimos referencia anteriormente, territorio cuyas facciones locales apoya-
ban diferentes proyectos: unos buscaban la reanexión a Salta, otros pretendían seguir

49 Bernardo Frías es, sin duda, uno de los mentores del rescate historiográfico de Güemes y la exaltación
del papel de Salta en la emancipación. Baste con leerse el título de su monumental obra para poder
apreciar de qué manera este autor equipara en la epopeya de la guerra a Güemes y Salta. A partir de su
obra, sus continuadores realizaron un ingente esfuerzo por equiparar a Güemes con San Martín y Bolí-
var, como artífices de la emancipación americana. Cfr. FRÍAS, Bernardo Historia del General Güemes
y de la provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina, Ediciones De Palma, Buenos Aires,
1971-1973, 6 vol.
36 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

integrando las Provincias Unidas aunque en calidad de provincia independiente, y


finalmente estaban quienes se pronunciaron a favor de la incorporación a la naciente
República de Bolivia.50
Otro fue el caso de los territorios de Atacama, reclamados y ocupados por la
fuerza por las autoridades de Potosí luego de la guerra, en 1825, lo cual generó un
arduo debate en la Junta Provincial pues se ponía en juego por una parte el honor y la
integridad de la Provincia, y por otro, la espinosa cuestión de evitar enfrentamientos
entre provincias hermanas. En estos debates se muestra de qué manera a las conside-
raciones políticas y económicas que justifican el reclamo que se realizó a las autori-
dades potosinas, se añadió la preocupación por legitimar una identidad que afianzara
el futuro de la Provincia.
Esta identidad precisamente parte del rescate del heroísmo y la idea de que se
debía recompensar todo el sacrificio realizado, también como una forma de reforzar
el vínculo político de aquel territorio con Salta. En este sentido, Zuviría es explícito al
afirmar que, mientras se resuelva la cuestión,
“…se afectarán los habitantes de aquel Partido de los sentimien-
tos de adhesión a aquel Gobierno que cuidará bien de inspirárselos
cuando en la actualidad bien avenidos como están con el nuestro
y reconociendo a él en razón de la protección que les ha prestado
podrán pronunciarse por la dependencia de Salta denegándose a la
de Potosí”.
Plantea que Potosí ha tomado Atacama por la fuerza “sin respeto ni consideración a
los sacrificios de esta Provincia por la libertad del País en General y particularmente
por la de aquel Partido”.51
Por su parte, la Comisión encargada de estudiar el asunto repite los fundamentos
de la pertenencia de Atacama a Salta “por haberle prestado su protección y conser-
vándolo en el goce del orden y de su libertad por todo el tiempo que la Presidencia
o Gobierno de que antes dependía ha sido presa de los enemigos”.52 Ante todo, debe
procurarse la armonía entre una y otra Provincia. Potosí había tomado Atacama en
momentos de recuperar su libertad,

50 La cuestión de Tarija ha sido abordada por una abundante bibliografía, preocupada mayormente por
aportar al análisis del proceso político que culminó con la separación respecto a las Provincias Uni-
das y la incorporación a Bolivia. Nos encontramos en estos momentos explorando el problema de la
integración de Tarija desde el punto de vista de la conformación del espacio político provincial. Al
respecto, un avance en MARCHIONNI, Marcelo “El problema de la construcción de un nuevo orden
estatal provincial. Salta y Tarija en la década de 1820”, en AYROLO, Valentina –coordinadora– Actas
de las IV Jornadas de Trabajo y Discusión sobre el siglo XIX Las Provincias en la Nación, Grupo de
Investigación “Problemas y Debates del siglo XIX”, CEHiS/FH-UNMDP, cbediciones, 2011.
51 ABHS, AJPte, 14 de junio de 1825, Carpeta 316, ff. 72-72v. El resaltado es nuestro.
52 ABHS, AJPte, 14 de junio de 1825, Carpeta 316, f. 74v. El resaltado es nuestro.
La formación de la provincia de Salta 37

“...esa libertad de la que la Provincia de Salta ha disfrutado a virtud


de su esfuerzo propio, peleando constantemente por la de todo el
continente, pero que remarcable como se ha hecho en este respecto,
debe hacerse también en generosidad, cediendo por ahora en obse-
quio a la fraternidad Provincial, y por una atención a los bienes que
ella debe producir aquella parte del Territorio que se constituyó bajo
su dependencia por la vía legal de los auxilios y protección que le
prestó, para que una tal cesión, dé la mayor importancia a esa verdad
tan gloriosa para este Pueblo, de que los sacrificios que ha hecho no
han sido por solo él sino por la América toda”.53
Se intentaba en estas argumentaciones justificar la dependencia política por el con-
trol de las armas revolucionarias durante la guerra que había realizado Salta, cuyo
alcance era continental. Como Salta fue la protagonista de esta guerra se justifican los
reclamos territoriales sobre Atacama, aunque bajo la necesidad de no romper con la
armonía política. Por otra parte, era necesario reforzar el sentimiento de adhesión para
inspirar la obediencia a un orden político en construcción y en el cual los continuos
traspasos territoriales obligaban a redoblar los esfuerzos por afianzar el reconocimien-
to de las autoridades, legitimadas en la medida de sus contribuciones a la causa de la
independencia.
Luego de estas presentaciones, la Comisión expone un proyecto de resolución
que derivaba las actuaciones en el gobierno nacional en ciernes –entonces se encon-
traba reunido el congreso constituyente en Buenos Aires– solicitando a las autorida-
des de la Provincia a mantener los reclamos sobre Atacama. Zuviría, por su parte,
propone que se le agregue lo siguiente: “…que el PE conserve la posesión de aquel
Partido por los medios pacíficos que sean de su resorte, o evite la interrupción de ella,
hasta que llegue la vez de la resolución”. Fundamenta su propuesta en el hecho de que
mientras se resuelve, se evitaría que los habitantes de Atacama desarrollen sentimien-
tos de adhesión a las nuevas autoridades, pues:
“…si se deja Atacama bajo la dependencia de Potosí, los agentes
de aquel Gobierno cuidarán de afectar a aquellos Provincianos de
sentimientos de adhesión a él, y aún podrán hacer que ellos mismos
reclamen su independencia de Salta, en cuyo caso esta Provincia per-
derá mucho de su acción, y podrá perder también una suma muy
considerable de ingresos”.54
En este sentido, se refiere a las posibilidades de explotación minera y el comercio con
cuero de chinchillas, que rendiría importantes ingresos a la Hacienda provincial.

53 ABHS, AJPte, 14 de junio de 1825, Carpeta 316, f. 75. El resaltado es nuestro.


54 ABHS, AJPte, 15 de junio de 1825, Carpeta 316, f. 78.
38 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Resulta claro de qué manera la generación de sentimientos de pertenencia por


parte de los habitantes de las diferentes partes integrantes de la Provincia resulta cru-
cial para los gobiernos que buscan el reconocimiento y afianzamiento de su autoridad.
Es importante además el reconocimiento oficial a los sacrificios individuales desple-
gados en tiempos de independencia, que sirven para reforzar la identidad americana
y, luego, salteña. Es el caso, bastante generalizado, de las tramitaciones que a lo largo
del periodo de la posguerra realizan las viudas de los soldados y oficiales que lucharon
por la independencia, solicitando el reconocimiento de sueldos adeudados.55
De esta manera podemos leer, por ejemplo, el dictamen de la Comisión de Pe-
ticiones de la Junta respondiendo al pedido formulado por Da. Catalina Lira, viuda
de D. Juan Ramón Boedo para que el Poder Ejecutivo gestione ante los gobiernos de
Chile y Buenos Aires la pensión que le corresponde por su marido, que ha luchado allí
con el ejército. Los méritos de Boedo hacen atendible el pedido por cuanto:
“Que debiendo contarse entre los Héroes de la Independencia dignos
de la gratitud de la familia americana el finado Sargento Mayor D.
Juan Ramón Boedo en razón del valor, intrepidez y denuedo con que
asaltó la fortaleza de Talcahuano, haciendo honor por este respecto
al suelo de Salta que fue su cuna, nada había tampoco más justo, que
el manifestarse dicho reconocimiento por las primeras Autoridades
de la Provincia, atendiéndose en lo posible a la Viuda de aquél en
grata memoria del último de los sacrificios por la Patria, con el que
marcó su lustrosa carrera”.56
En la construcción identitaria aparece la asignación de pertenencia al nacimiento, al
suelo, a la cuna, que brinda un arraigo a quien nace en el territorio, como así también
lo incorpora a la gran familia americana de la cual forma parte, y, como señalamos
anteriormente, Salta ayudó a independizar con sus valerosos hombres. En estos tex-
tos vemos cómo poco a poco aparecen las referencias al suelo, que en este caso, se
consustancia con los habitantes y va extendiendo el valor y el honor como elementos
identitarios propios.
Aún más allá, advertimos en algunos pasajes de las actas legislativas el intento
por afirmar la construcción de este nosotros inclusivo que alcanza el territorio, la orga-
nización institucional y sus habitantes en un solo cuerpo. Esto lo podemos encontrar
con las primeras referencias a lo salteño a través del uso del gentilicio que aparece
extendido a toda la Provincia, aun cuando el uso no sea generalizado y ciertamente
estuviera limitado sólo a los habitantes de la jurisdicción de la ciudad.

55 Los pedidos de reconocimiento de sueldos adeudados se inscriben en el problema de la abultada deuda


pública que dejó la guerra, y que generó prolongadas discusiones en el seno de la Junta sobre si el pago
de la misma correspondía a la Provincia o a la Nación.
56 ABHS, AJPte, 26 de setiembre de 1825, Carpeta 315, ff. 105-105v. El resaltado es nuestro.
La formación de la provincia de Salta 39

Ofrecemos como ilustrativo lo acontecido en 1826. Entonces, se endurece y se


afirma la oposición política al gobernador Arenales, entre otros motivos, por la pro-
longación por parte de la Junta de su mandato más allá del término legal permitido.
En ese contexto, Juan Antonio Moldes difunde una proclama contraria al gobernador
que es conocida en Tucumán, y por la cual el Poder Ejecutivo solicita a la Junta un
pronunciamiento político en contra de Moldes y en defensa del gobierno.
En un intento por exaltar la figura de Arenales, equiparándolo con el territorio y
los habitantes, el presidente de la Junta expresa que no podía “hablar con moderación
de la proclama ni recordar sin desagrado el nombre de su autor, por las atroces inju-
rias que derrama contra la Provincia, contra su Representación, y contra un Jefe tan
virtuoso, tan digna de la gratitud de todos los salteños y a que tanto le debe el País”.57
Otro gentilicio que aparece esporádicamente a partir de fines de la década de
1820 es “oranista”, para hacer referencia a los nativos de Orán, a quienes se quiere
eximir del pago de diezmos en atención a “ser los vecinos de aquel Pueblo los más
pobres de la Provincia”.58 Estos gentilicios, oranista, salteño, son los únicos presentes
en la documentación del periodo analizado, en las referencias transcriptas, surgidos
en momentos en que se va explicitando, como señalamos anteriormente, la paulatina
incorporación de la noción del suelo y de la cuna como elementos identitarios.

A modo de conclusión
Los sucesivos gobiernos provinciales de la década de 1820 –cualquiera sea su signo
faccioso en cuanto a la política interna–59 sostuvieron ideas unitarias, convencidos de
que sólo un gobierno bajo el régimen de unidad podría sacar adelante a las provincias,
empobrecidas y débiles tras la guerra. Para la elite provincial, la reasunción de la so-
beranía y la organización del estado provincial constituían un accidente producto de
las circunstancias, y un mal no deseado que debía superarse con la constitución de una
nación que fundiera en sí las pretensiones soberanas de las provincias. La incorpora-
ción paulatina del gentilicio argentino, da cuenta de cómo se vislumbra una entidad
que supera a las provincias y cuya organización es perentoria.
Así, argentino es utilizado para referir al congreso reunido en Buenos Aires, a
las provincias argentinas, en alusión a las comprendidas en el antiguo Virreinato, al
estado argentino, o sea, el estado nacional, en proceso de organización por este con-
greso, o a la República Argentina, la entidad política emergente de la asociación de
las provincias.
Mientras tanto, en la Provincia dificultosamente se integraban diversas jerarquías
jurisdiccionales; se incorporaron territorios tras la guerra que reclamaban estatus di-

57 ABHS, AJProv, 4 de agosto de 1826, Carpeta 276, f. 68. El resaltado es nuestro.


58 ABHS, AJPte, 16 de noviembre de 1827, Carpeta 385, f. 47.
59 Güemistas, o Patria Vieja –gobiernos de José Ignacio Gorriti (1821-1823; 1827-1829); antigüemistas,
o Patria Nueva –gobiernos de Cornejo (1821), Arenales (1824-1827) y Juan Ignacio Gorriti (1829-
1830).
40 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

ferenciados; se designaron con ambigüedad los departamentos, territorios, ciudades,


pueblos, villas; y se intentó construir lentamente un nosotros identitario que, sin em-
bargo, no alcanzaba a cubrir a toda la extensión de este vasto conglomerado territorial.
La percepción de que Salta es la única provincia que ha logrado mantener su
integridad a diferencia de las demás, es rápidamente refutada por la evidencia de una
entidad política que precisamente por integrar varias ciudades no logra constituirse en
una Provincia, con un régimen institucional que lograra articular sus partes de manera
uniforme. La Provincia es en realidad varias ciudades, es un espacio abierto a todos
los rumbos, un conjunto de instituciones que incluyen una instancia de representación
territorial con funciones legislativas, dentro de la cual sus integrantes actúan por man-
dato de sus comitentes y no en representación de un pueblo salteño único.
La tensión entre soberanía única o fragmentada que recorre la realidad política de
Hispanoamérica y de las provincias rioplatenses en particular, se hace presente dentro
de esta entidad política que es Salta. La frágil unidad político-territorial impide visua-
lizar la emergencia en estos años de la década de 1820 de una identidad provincial.
Los viejos conflictos no resueltos, o los problemas derivados de la guerra, contribuye-
ron a la separación definitiva de las principales ciudades subalternas, Jujuy y Tarija, y
su posterior organización como provincias.
Hasta entonces, Salta no fue más que la expresión política, fruto de la emergencia
y de la fatalidad de la guerra, de un conglomerado de ciudades y campañas dependien-
tes, representadas en la Junta Provincial que elige un gobernador y que arduamente
intenta uniformar su administración y legislación. Sus habitantes, los hijos de Salta,
los hijos de Jujuy, los hijos de Tarija, los provincianos, territorianos, salteños, ora-
nistas, lentamente se van definiendo en función de la cuna, del suelo que los vio nacer.
Pero tal como se presentaba la realidad política, y como se evidencia en los textos,
no son igualados a pesar de los intentos y pretensiones de construir nuestra provincia
habitada por hermanos.
Consolidación del imaginario local
en la escritura de Bernardo Frías

ZULMA PALERMO

L
a finalidad de estas páginas se orienta a colaborar en la construcción de los
procesos de las formaciones identitarias locales (Salta en el Noroeste Argenti-
no), desde una perspectiva que entiende el colonialismo europeo ejercido sobre
este lugar del mundo como una forma de violencia no sólo económica y política sino
también simbólica y epistémica, de fuerte incidencia en la formación del imaginario.
Para ello propongo una lectura de algunos de los textos de fundación de la historio-
grafía local más recurridos como fuentes documentales, buscando poner en evidencia
de qué manera los criollos ilustrados perpetuaron la colonialidad después de un siglo
de producida la independencia jurídica.
Para ello, en una primera instancia, sintetizo el planteo epistemológico desde el
que efectúo la aproximación crítica para luego generar el análisis de los textos selec-
cionados buscando en ellos la formación de las representaciones por el discurso. Con
ello procuro colaborar en la comprensión de las subjetividades locales, las que ya en-
cuentran rasgos particulares en el momento mismo del tránsito de la colonización a la
independencia en la definición de lo regional, tal como se evalúa y convalida durante
el siglo XIX y principios del siglo XX.
También resulta importante señalar que esta lectura crítica se contextualiza en
esta primera década del siglo XXI, tiempo en el que la globalización1 afecta todos los
órdenes de la vida social y ante la que los estudios locales pueden ofrecer alternativas
que faciliten el des-prendimiento de los modelos homogeneizantes de esta nueva for-
ma de universalismo.
La discusión en el campo que aquí nos interesa se relocaliza en la tensión entre
culturas locales y designio global. No obstante, este nuevo ropaje rápidamente incor-
porado al discurso social por la fuerza penetradora de los medios masivos –eficaces
multiplicadores del discurso político de la ideología del internacional capitalismo–
requiere de una atenta intervención crítica por los estudiosos de la cultura a los efectos
de exponer los vínculos entre las estrategias de este nuevo poder y las condiciones
desde las que propone categorías tan seductoras como multiculturalismo, hibrida-

1 La globalización no es neutra sino que se funda en los mimos vicios de los modelos discriminatorios
del pasado potenciándolos y multiplicándolos; dado su alcance, genera niveles de exclusión nunca
antes sospechados.
42 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

ción o nuevas etnicidades, entre otras. Es decir, de exponer las complicidades entre
el capital, el mercado, los medios y la producción cultural de las sociedades que se
encuentran fuera del circuito de decisión del poder global.2 Se trata de hacer visibles
las relaciones actuales entre el poder global y las emergencias locales que reproducen
–con las estructuras de conocimiento que ejecutan y transfieren– un ya inveterado
sistema de sujeciones, revisando las instancias históricas en las que se gestaron.
Concebimos, por lo tanto, el lugar desde una perspectiva distinta de aquellas que
proponen una desterritorialización procedente de los proyectos economicistas de la
globalización, a la vez que tomamos explícita distancia de las que –como respuesta
a la presión del internacionalismo del capital– se transforman en fundamentalismos.3
Por el contrario, creemos necesario dar valor a lo local no en el sentido de los re-
gionalismos tradicionalistas persecutores de una esencia originaria de las identida-
des, sino de la reconfiguración de los procesos por los cuales, en la cultura local, las
subjetividades se han construido a través de narrativas dependientes de procesos de
colonialidad específicos.
Es esta cartografía la que nos impele a señalar las relaciones entre lo que llama-
mos localización de la cultura y su relación con las subjetividades4 para intentar luego
la compleja tarea de colaborar –desde uno de los lugares que participan en la forma-
ción de la nación incipiente– en el encuentro de la plenitud “que la historia insiste, una
y otra vez, en aplazar”.5
Para ello es necesario ubicar en el centro de la atención crítica las formas de pro-
ducción y circulación de las formaciones microculturales, las que producen saberes
por la auto-observación social de las construcciones del sí mismo en el tiempo: no
sólo de las formas solapadas de existencia de las culturas ancestrales subyacentes a
las formaciones hasta la actualidad, sino también las de aquellas localizadas y parti-
cularizadas como consecuencia de los acontecimientos decisivos de la historia. Así, la
dislocación de las identidades territoriales y la nueva concentración del poder político

2 Es actualizar las complicidades entre la letra, la lengua y el territorio que en la colonia dominara el
mundo conquistado, tal como lo demuestra la reciente crítica colonial. MIGNOLO, Walter “La coloni-
zación del lenguaje y de la memoria: complicidad de la letra, el libro y la historia”, en ZAVALA, Iris
–coordinadora– Discursos sobre la “invención” de América, Rodopi, Ámsterdam, 1998, pp. 183-220.
3 Adherimos al posicionamiento de Arturo Escobar quien –después de recorrer las posiciones teóricas
de las disciplinas sociales al respecto, expresa: “Sugiero pensar en términos de glocalidades que cuali-
tativamente reorganizan y recrean el espacio […] Para que esta posibilidad sea completamente visible
[…] es necesario desplazarse al terreno de la cultura [pues] las políticas culturales de los movimientos
sociales sugieren maneras de reconectar el espacio y el lugar que no se rinden a las narrativas estanda-
rizadas del capital y la modernidad” (“La cultura habita lugares: reflexiones sobre el globalismo y las
estrategias subalternas de localización”, en ESCOBAR, Arturo Más allá del tercer Mundo. Globaliza-
ción y Diferencia, Universidad del Cauca, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá,
2005, p. 187).
4 Al utilizar subjetividades en lugar de identidades, entiendo que se contribuye a desencializar la noción.
5 En palabras de CORNEJO POLAR, Antonio Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad so-
cio-cultural en las literaturas andinas, Horizonte, Lima, 1994, p. 18.
Consolidación del imaginario local 43

por las elites criollas en el siglo XIX, que nos ocupan y que resultan consolidadas por
el poder de la escritura de la historia durante los tiempos del primer centenario.
Perseguiremos, entonces, las configuraciones del imaginario social6 salteño
después de un siglo de la “primera independencia”, a través de la lectura de textos
ensayísticos de quien fuera el primer historiador local, Bernardo Frías (1866-1930),
fuente inexcusable de consulta para la historia oficial hasta nuestros días. Los textos
de Frías que analizamos son una parte de su producción integrada por fragmentos
seleccionados de la Historia del General Güemes y de la Provincia de Salta o sea de
la Independencia Argentina (HG) –publicada en tomos sucesivos entre 1901 y 1950
post mortem, y en forma completa en 1971– y de relatos incluidos en las Tradiciones
Históricas (TH) del mismo autor, cuya publicación se inicia en 1923. Se trata de 17
tradiciones distribuidas en alrededor de 10 volúmenes, la mayoría de ellos editados
en Buenos Aires por la Junta de Historia y Numismática Americana y la Academia
Nacional de la Historia. Los dos últimos volúmenes, que comprenden las siete últimas
tradiciones, vieron la luz post mortem y por iniciativa de la Fundación Michel Torino,7
con el título de Nuevas Tradiciones Históricas (NTH).
Dichos textos –escritos en la transición entre dos siglos– informan acerca de la
persistencia de configuraciones propias de las formaciones sociales precedentes, a la
vez que se adecuan a las peticiones de la nueva estructura política. Nos referimos a la
progresiva consolidación de un sujeto cultural que, durante el transcurso de los siglos
anteriores, se ha ido descentrando, atravesado por vacilaciones identitarias caracte-
rizadoras tanto del dominador (blanco/masculino) como del dominado (indio/feme-
nino) y que se textualizan como oposiciones irreductibles, contradicción y contraste
radicales en permanente tensión, como rasgos de la cultura colonial.8
Muchos de esos rasgos se encuentran rearticulados después de la independencia
para hacerse compatibles con las nuevas formas de relación social. Por lo tanto, cuan-
do hablamos de cultura colonial no hacemos referencia sólo a los tiempos previos a la
emancipación política sino a un tipo de sujeto constreñido por un patrón de poder se-
gún el cual las culturas dependientes se encuentran “impedidas de objetivar de modo
autónomo sus propias imágenes, símbolos y experiencias subjetivas […] sin la que
ninguna experiencia cultural puede desarrollarse”.9

6 Entendemos por imaginario social el conjunto de representaciones (valores, símbolos, conductas, há-
bitos, creencias, etc.) que los teóricos de la nación elaboran sobre el pasado, presente y futuro que
homogenizan a la sociedad, generando estructuras de larga duración.
7 1. Del Milagro; 2. San Bernardo; 3. El camino del Perú; 4. El Gral. Oribe; 5. La sociedad colonial; 6.
El Coronel Moldes; 7. El Gral. Rudesindo Alvarado; 8. Gurruchaga; 9. La familia afortunada; 10. Salta
vieja; 11. Menudencias antiguas; 12. Costumbres domésticas; 13. La negra Braulia; 14. Domingo siete;
15. La Tejada; 16. Las ceremonias de la muerte; 17. Como se casaban los abuelos.
8 Los resultados de la investigación sobre la instancia colonial o de formación, se encuentran publicados
en Sociocriticism, XIII, 1-2, coordinado por PALERMO, Zulma Hacia una historiografía literaria en
el noroeste argentino, 1998.
9 QUIJANO, Aníbal “Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina”, en CASTRO-
44 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Mientras las transformaciones políticas y sociales derivadas de la independencia


y la posterior organización nacional se abren paso en la nueva metrópoli (Buenos
Aires), el espacio local sigue regulando sus prácticas, en gran medida, según modelos
derivados de aquellas. En efecto: en el orden de las prácticas sociales y discursivas
emergentes en la metrópoli, es el momento en el que se generan nuevas formaciones
hegemónicas que posibilitan imaginar una comunidad integrada y estable, emergien-
do con fuerza las formas regulativas y normativas de las nuevas conductas sociales. Se
contraponen, de manera constante, dos modelos de mundo en diferentes variables: co-
lonial vs. independiente; retrógrado vs. evolucionado; bárbaro vs. civilizado; Europa
vs. Argentina; capital vs. interior. Es la última dicotomía, que incluye a todas las otras,
la que se propone en la escritura que estudiamos en la que se hacen legibles las formas
de consolidación o desprendimiento del colonialismo. De este modo, buscamos hacer
visibles las formas por las que se construyen los proyectos estéticos y políticos en la
cultura local a comienzos del siglo XIX y que dan lugar a las construcciones identita-
rias mediadas por las representaciones sociales.
Este conjunto textual posibilitó verificar las formas de construcción de dichas
representaciones como fueron proyectadas en la transición entre los siglos XIX y XX
por un autor monumental a la vez que controlar su funcionamiento y su diseminación.
Una cuestión de relevancia es la relativa a la voz autorial que explicita las diferencias
–fundamentales para la concepción de escritura de la historia– entre ficción y verdad.
Tales diferencias se manifiestan, entre muchos otros rasgos igualmente sustanciales,10
una clara distancia en la intencionalidad: la escritura de las tradiciones es necesaria
para dar cuenta de la vida cotidiana, la escritura de la historia en cambio –calificada
como “grave”– forma parte del serio trabajo de investigación. De modo, entonces, que
las tradiciones se construyen con los “desechos” de la seriedad científica, es en cierta
forma un divertimento serio. Es en los intersticios del discurso ensayístico11 por donde
penetramos en las formas de consolidación por la escritura del imaginario orientados
a perfilar la estructura profunda de una sociedad, cuyos rasgos centrales han dejado
huellas hasta nuestros días.

Representaciones de la diferencia
La voluntad autorial explica –en “El por qué de esta obra” (TH) con la que se inaugura
la Primera Serie o Tradición– el sentido que orientó la escritura: incorporar a la me-
moria social los acontecimientos pequeños y los aspectos legendarios que no tenían

GÓMEZ, Santiago; GUARDIOLA RIVERA, Oscar y MILLÁN DE BENAVIDEZ, Carmen –editores–


Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial, Centro Ed. Javeriana, Bogotá,
1999, p. 103.
10 Dada la extensión de estas páginas, no es posible detenernos en estas importantes definiciones.
11 Es importante también señalar la incidencia en el campo letrado de la fuerte impronta que deja el
“modelo” del peruano Ricardo Palma con sus Tradiciones…, texto que inscribe el perfil cultural de la
sociedad limeña, cuyo estatuto hispánico fue modélico para el sector dominante en Salta.
Consolidación del imaginario local 45

cabida en la historia formal de Güemes y de Salta. Si bien pareciera que la mayor parte
de información que en las Tradiciones se despliega es el resultado de la experiencia
directa y de la información documental, las formas del discurso orientan también a
reconocer la apropiación de la memoria oral. Prevalece la opción historiográfica, des-
de la titulación, al calificar a estas tradiciones como históricas sin aludir a su posible
condición de legendarias. Su significación en este orden, sin embargo, es decisiva,
ya que la memoria social retiene hasta el presente el sentido y la orientación de los
relatos propuestos por Bernardo Frías no sólo por su circulación (las generaciones
más recientes ya no la conservan) sino por su legitimación monumental. En efecto,
las leyendas de San Bernardo y la central del Señor y la Virgen del Milagro, que se
encuentran inscriptas en sus respectivas iglesias, y los relatos de los guías de turismo
están tomadas de allí casi sin variaciones.
La retórica propia de la preceptiva romántica y las imágenes construidas por el
discurso de los proscriptos que caracteriza la escritura de las TH también es propia de
la Historia del General Güemes en cuyo primer tomo se analiza la organización social
sobre la base de la afirmación positivista de que la división en clases rígidamente
establecidas en el siglo XIX (gente decente, cholos, plebe) responde a una “ley de la
naturaleza”. El estudio va de lo general a lo particular: la caracterización jerárquica y
racial refiere a la América para luego señalar las particularidades locales.
En el texto quedan totalmente fundidas las nociones de clase (casta) y de raza en
una clasificación que, por momentos, se atiene al orden productivo y, por otros, sea al
color de la piel o a la procedencia del grupo. La organización social de las provincias,
y en particular de Salta, se diseña atendiendo al principio de la diferencia por un lado,
con Europa y España; por otro con las metrópolis americanas y de la distancia que
marca la separación inconmensurable entre los “señores” (cuyos nombres van prece-
didos por “Don”, como estrategia simbólica de clase aunque despojado de su signifi-
cación de nobleza) y los otros. A esta estrategia se suman otras –como se expone en
los textos: la vestimenta, el tipo de actividades, las formas de subsistencia, las carac-
terísticas y localización de las viviendas, la tenencia o no de personas de “servicio”.12
En la mirada del autor, Salta fue el lugar elegido por la inmigración española
noble y aristocrática, particularmente de origen vasco (significativamente superior a
otras procedencias españolas), dada su importancia comercial (TH: 99). La valoración
del ámbito local es constante: “Es una verdad histórica que la sociedad de Salta fue
lujo y ornamento de la civilización del antiguo virreinato” (TH: 99) o “La historia
social de Salta es la de su genio y de sus triunfos” (TH: 101). Tal organización queda
estructurada estamentariamente ya sea con criterio “científico” (HG) o a través de
analogías, como se especifica en TH: “las mulas se dividían, como los hombres, según
su oficio y beneficio; siéndolas de carga o de silla” (TH 3: VII).

12 Ver CASTRO-GÓMEZ, Santiago La hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva
Granada, Editorial de la Universidad Javeriana, Instituto Pensar, Bogotá, 2005, pp. 81-89.
46 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

La gente decente
Reemplaza en América a la “nobleza” europea; formada ésta por la aristocracia gu-
bernativa y opresora que, si bien “es elemento propio y necesario de toda sociedad
humana”, al ser depositaria de la fuerza militar y política, esclaviza y subordina. Espa-
ña se aparta del modelo europeo por su historia de luchas populares; más aún lo hace
América cuya gente decente constituye el “círculo honorable de perfección social,
fuente de inspiración e imitación de inferiores” (raza que se impone sobre las otras).
Es una aristocracia sin prerrogativas, la clase más “acabadamente perfecta” de las que
han existido por el legado hispánico gracias a su capacidad para la organización social
a través de la educación familiar patricia en lo privado y de los cabildos en lo público
(ambas perdidas con la independencia).
Es importante la diferencia entre los “españoles viejos y los españoles america-
nos: como eran de Europa y los otros de América, esto es: aquellos de la metrópoli que
mandaban, éstos de las colonias que obedecían –se dieron en considerarse una especie
superior”. Buen uso del lenguaje (todos el francés y algunos el latín), costumbres,
comidas, maneras, contrataban sus matrimonios sin los galanteos propios del vulgo.
El americano español (su hijo) aprendía sólo el honor y la honra dejando de lado sus
defectos; de este modo “el americano español, diremos así para no confundirlo con el
indio, americano por sus cuatro costados, era un jinete de avería […] habilidad que
pasmaría a los jefes españoles que los contemplaron y admiraron durante la guerra de
la independencia” (TH 3: XIII).
La gente decente (y más propiamente los “españoles americanos”) se constituye
en la “nata y flor de la civilidad argentina y de América del Sud pues es un pedazo de
la España aristocrática trasladada a América” (TH: 99). Es calificada como:
• culta: exquisita, esplendor, gracia, talento;
• aristocrática: maneras distinguidas, grandeza de espíritu, trato suave, digno, de
viril animación y femenina delicadeza;
• opulenta: hombres y mujeres habituados a la abundancia, “inclinados a los nai-
pes, vicio elegante y funesto, propio de los señores ricos”;
• ilustrada: ilustración literaria de corte clásico; aguda e irónica; abundancia de
bibliotecas privadas en romance y latín con especial preponderancia de libros
religiosos e históricos.

Las mujeres se caracterizan por la finísima cultura de modales, la gracia chispeante, el


ingenio, de altas virtudes domésticas (santas) y públicas (temerarias) a la manera de
la “mujer antigua” (TH: 103).
De casa noble (herencia de sangre, nombre, bienes, lugar social, pasado digno y
virtuoso), los hombres no pueden ejercer “oficios bajos”, entre ellos el teatro conside-
rado “vil” desde los romanos. Se exceptúa la carpintería dignificada por haber sido la
actividad de San José.
Consolidación del imaginario local 47

En las iglesias se llevaba registro civil separado para esta clase a la que se dis-
pensaba honores en libros distintos de los de la plebe. También la distribución urbana
estaba dividida según estos criterios: “La ciudad no pasaba de diez cuadras en su tiro
más largo, y sin embargo, se dividía la muy pretenciosa en cuatro barrios: el central,
que rodeaba la plaza, sin comprender más de tres manzanas en su fondo, era anónimo.
No así los otros sus vecinos [cuyas nomenclaturas] seguían la ley del declive” (NTH:
32). En la ironía discursiva se refracta el lugar de enunciación como opinión autorial.
En lo relativo a la forma de producción económica, los señores obtienen sus ga-
nancias de dos actividades vinculadas al tráfico de mulas: una que podríamos llamar
nómade y la otra sedentaria. De ambas se informa en dos capítulos de la Segunda
Tradición: “Los maridos andariegos” (II) y “Los maridos sedentarios” (III) según los
que, como lo señalan las titulaciones, la finalidad se orienta en destacar positivamente
las maneras en que ambas actividades dan lugar a dos formas distintas de organiza-
ción familiar. Los primeros constituyen el sector de los muleros, americanos unos y
españoles otros, dedicados al arreo hacia Lima; “viajaban con él para controlarlo cada
año con largas estancias en aquella ciudad […] cabeza visible de todo este inmenso
animal salvaje llamado América del Sur”. Ella “constituía la envidia de las mujeres
[…] formaba la aspiración de la juventud masculina, la fortuna de los hombres y el
recuerdo que hacía saltar a los labios la sonrisa de los viejos” (TH 3: I). Tal actitud
admirativa formaba parte de una construcción idealizada pues en Salta “ni se conocían
(tales riquezas) con tanta abundante cantidad; ni era tanto el esplendor de sus fiestas
propias como aquel de la Lima de los cuentos” (TH 3: I). Los “sedentarios”, por su
parte, se dedicaban a las “invernadas” de los mismos animales y, si bien esta actividad
los mantenía fuera de la ciudad por largos meses (de ahí el origen de los gauchos,
según se verá) sólo viajaban al Perù alguna vez pues eran fuertemente atraídos por las
versiones de sus magnificencias: “…era el Perù no sólo el país del oro, mas también
el foco de la civilización, el centro de la actividad y un pedazo del cielo caído en este
mundo, cuajado de todos los goces y placeres humanos” (TH 3: I) “Vale un Perú”.

Los cholos
Constituyen la clase “intermediaria”, superior a la plebe española y formada por los
hijos ilícitos de gente decente y mujeres de “segundo pelo” o de plebe hispánica. El
cholo tiene su equivalente en el “compadrito” rioplatense. Las cholas santiagueñas,
“hermosas y blancas entre la plebe cobriza que llenaba el país desde el Plata hasta
el Titicaca, y los rostros repelentes de aquellos vecinos y colindantes con el Chaco,
como Santiago lo era, y Santa Fe y aquel costado de Salta” (TH 3: XX).

La plebe
Agrupa a los “menesterosos” en tres tipos:
48 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

a) Urbano: mestizos de español y negra (zambos o pardos) encargados de las “artes


viles” y organizados en tres sectores: artesanos, pobres diablos y esclavos. Los ar-
tesanos, a su vez, formaban dos subgrupos: los maestros que imitaban a los señores
(“acaballerados”, “aseñoradas”) y el vulgo integrado por los miserables y “viciosos”.
Dentro de ella y distanciándose por su “roce social” se encuentra los mulatos, cuyo
número en Salta fue reducido: “de espíritu vulgar, de inteligencia ruda, eran locuaces
mas sin cultura alguna; borrachos y osados; groseros y torpes en su trato, maneras y
lenguaje; indolentes y viciosos; ordinarios en sus gustos y hasta crueles en la vida pri-
vada” (HG: 95), quedan así caracterizados con los rasgos de los grupos o sociedades
ahistóricas (Kant), bárbaras.
En TH son asimilados a las mulas: “Por su condición moral (si moral debe en-
cerrar la bestia, según la filosofía), se asemejaba a la del mulato, su congénere; pues
como la mula, contaba por sus padres naturales al burro, por un lado, y a la yegua por
el otro, –el mulato lo tenía en el blanco europeo y en la negra africana. Tenía pues,
el rasgo malo del mulato: era traidora” (TH 3: VII). Sin embargo, es tan despreciable
como necesaria a la gente decente.

b) Rural: “mestizo” de blanco y cobriza (india) resultante de la soledad del patrón ru-
ral, “no son sólo los mejores jinetes sino los más diestros que hay sobre la tierra” (TH:
82). A pesar de la opinión reiterada de la necesaria pureza de sangre, la existencia de
los mestizos queda justificada por la soledad de los blancos en el inmenso territorio, o
a la necesidad del patrón de permanecer en la estancia y lejos de su familia por largos
períodos de tiempo: “una situación tan excepcional fue causa también de que se con-
virtiera en fuente de ilegítimas procreaciones” (TH 3: 7).
Se distingue de entre ellos el “gaucho” por su fisonomía (predominan los rasgos
de la raza blanca) y por sus “caballerescas virtudes, ¡Tantas gotas corrían de sangre
hidalga por sus venas!” (HG: 108); “criado siempre bajo las máximas salvadoras del
orden, de la obediencia y del trabajo” (HG: 107), diferenciado sustancialmente del
“campesino del norte, el vago afecto a la vida errante” (HG: 107). Músico y cantor,
“llenas tenía las horas de su vida de leyendas supersticiosas” (HG: 108).13 El nivel
de idealización es necesario para permitir luego el acceso al heroísmo que reclama la
gesta güemesiana; por otro lado, vale la distancia que se explicita entre lo que el autor
practica como tradiciones cargadas en la narración de anécdotas y valores religiosos,
y el curso de un recorrido legendario supersticioso, propio del lado ignorante de la
plebe.

c) “Vulgo”: se asimila a la “mula de carga” inferior a la de silla (mulato). “Esa lo que


en el ejército corresponde a la tropa en frente a la oficialidad” (TH 3: VII). “Se la
aprovechaba como se aprovecha a cuanto es plebe, como elemento de producción, de

13 Es clara la equivalencia con las figuraciones concebidas por José Hernández.


Consolidación del imaginario local 49

ganancia y de trabajo…” (TH 3: VII). Para un mejor aprovechamiento era necesario


enceguecerla pues “metida en las tinieblas, ofrecía mansamente sus lomos al aparejo
primero, y en seguida a la carga” (TH 3: VII).

Los indígenas
Antigua raza cobriza americana, sujeta al régimen saludable del trabajo –de la agricul-
tura especialmente– y del gobierno religioso y político. Es asimilado a la estructura de
clases europea: los descendientes de los incas que mantenían en general su jerarquía
y los que entran en la categoría de “bárbaros” marginales del imperio. El texto (HG)
expone una importante crítica al “sistema feudal” impuesto por los españoles en los
valles calchaquíes (HG: 85).
Los indios bárbaros, habitaban el Gran Chaco “llanura inmensa, boscosa y salva-
je […] país cálido, ardiente, abrasado del sol, cuna de langostas y sabandijas […] Re-
beldes a toda civilización, desleales a todos juramento; sucios y vagamundos; rudos y
crueles hasta la ferocidad […] Sus mujeres con sus formas dadas al viento, y teniendo
sus hijos como las bestias sus crías” (TH 2: 1).
Desde la opinión autorial estas diferencias tienden a desaparecer reemplazadas
por los excesos democratizadores: “la opinión pública del pueblo soberano estaba
desde la coronilla a los talones, toda ella equivocada, cosa que ocurre siempre que ese
elemento torpe, ciego y rengo, sin alas y sin agallas para dar con la verdad perdida, y
a quien se le ha confiado por una absurda interpretación de la democracia, la potestad
soberana para hacer, enmendar y derribar gobiernos” (TH 1: XXVIII).

Esta taxonomía, “verdadero cuadro de castas” –según fundamenta Castro-Gó-


mez– es generada por “el discurso de la limpieza de sangre [que], con toda su conno-
tación étnica y separatista, formaba parte integral del habitus de la elite criolla domi-
nante, en tanto que operaba como principio de construcción de la realidad social”.14

Valor patrimonial de la fe
Los textos en su conjunto giran alrededor de dos figuras emblemáticas fundamentales:
los santos y los héroes, aún cuando los primeros sólo pueden diseñarse desde la creen-
cia –no pocas veces ironizada o al menos puesta en duda– y los segundos perfilados,
según se veía, desde el recorte sesgado por la pertenencia ideológica y, fundamental-
mente, de pertenencia familiar y social de la voz autorial.
Las Tradiciones se organizan sobre esos dos ejes, de modo tal que cada relato
incluye a veces más de una leyenda vinculada a acontecimientos religiosos (dentro de
la tradición de San Bernardo se encuentra la de la Virgen de la Candelaria; dentro de la
del Camino del Perú la del Señor de Sumalao) o incorpora acontecimientos históricos

14 CASTRO-GÓMEZ, Santiago La hybris del Punto Cero…, cit., p. 78.


50 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

propios de los “relatos graves”, como la fundación de la ciudad o las luchas indepen-
dentistas junto a la tradición que se relata.15
Las narraciones religiosas, a su vez, acomodan sus valoraciones a las necesida-
des argumentativas de la voz autorial. Así, las figuras de los santos quedan asimiladas
a los seres humanos en sus bajezas y/o sus traiciones: en la TH 1 el reemplazo de los
patronos fundacionales (San Felipe y Santiago) por el Señor y la Virgen del Milagro
se explica así:
“El fundador de la ciudad la había puesto, en efecto, bajo la guarda
de San Felipe y Santiago; mas este par de viejos judíos, parece que
por el pero mismo de la vejez o de sus episcopales vestiduras, impro-
pias de una ciudad guerrera, perdieron el valor, o perdieron la fineza
de corresponder a tamaña honra, con un servicio tamaño igualmente,
cual el que pudieron prestarle en el caso de los terremotos. Y así les
fue a los muy flemáticos. Bien merecido tuvieron su castigo que con-
sistió en la tácita destitución que les impuso el público de su cargo
de patronos urbanos…”.
Del mismo modo se establece la diferencia entre la Virgen del Milagro, venerada por
las “grandes godas”, y la “revolucionaria” Señora de las Mercedes:
“Hubo pues una Virgen patriota y una Virgen realista […] Recordó
[…] que la Virgen del Milagro había sido la patrona de su causa, la
realista, y lo más propio le pareció, para perpetuar la causa contraria
a la independencia argentina, el dedicar una parte de los dineros con
que la perra Patria la surtía, para ofrecerle una ofrenda purificadora
de su paso…” (XIX).

Por que en lugar de exhibir a la gratitud pública la imagen de la


Virgen de Mercedes, declarada por el vencedor Generala de los Ejér-
citos de la Patria, y cuya presidencia en los ornamentes religiosos de
la fiesta venía tan a pelo, sacaron a luz a la del Milagro.

Ni más ni menos que si, en lugar de saludar y cubrir de flores la esta-


tua del Gral. Belgrano, la hubieran honrado con tales demostraciones
no a ella precisamente, más sí a la del Gral. Tristán, el enemigo del
día; pues la Virgen del Milagro era la enemiga de la Patria también
en aquel día, y por protectora de las armas del Rey la proclamaron,

15 Esta circulación es propia del imaginario local durante todo el siglo XX, en gran medida retroalimenta-
do por las configuraciones discursivas tal como lo demostramos en nuestro estudio sobre la formación
de la imagen de Güemes por la escritura literaria. PALERMO, Zulma “Juana Manuela Gorriti: escritura
y legado patrimonial”, en ROYO, Amelia –coordinadora– Juana Manuela, mucho papel, Ed. del Roble-
dal, Salta, 1999, pp. 111-150.
Consolidación del imaginario local 51

le pidieron y esperaron de ella todas las damas realistas que hubieron


en Salta (XXII)”.
El mundo de las creencias acompaña la estratificación social pues la verdadera fe cris-
tiana es propia de la gente decente en tanto que las creencias de las otras “castas” se
diferencian de aquellas por sus prácticas “supersticiosas”, propias del “limbo en que
vivía el vulgo”, de modo tal que la “verdadera religión” es uno de los mecanismos de
construcción social de la blancura. No obstante, es posible que la superstición alcance
también a la gente decente (TH, I: XXXVII) practicante de algunos rituales poco orto-
doxos, pero para ello deben estar avalados por la autoridad sacerdotal. Así, la creencia
en la capacidad de las palmas bendecidas en oportunidad de la celebración del Do-
mingo de Ramos para detener catástrofes atmosféricas, o en las medidas, práctica que
consistía en medir el tamaño de algunas partes del cuerpo de la imagen del Señor del
Milagro con una cinta de seda –a pedido de los fieles– como forma curativa para esa
misma parte en el enfermo: “En la teoría supersticiosa valían más que un médico, y
más también que todos los médicos juntos […] Esta era la teología del caso”.16
El enunciado textual da forma al imaginario de la superstición vs. la verdadera
creencia y sólo admite aquella cuando se produce durante la inocencia infantil o por
actitudes retrógradas propias de los “viejos creyentes españoles” y todavía vigentes
en los tiempos que se reconstruyen en el texto, imposibles de ser aceptadas por quie-
nes, como el enunciador, tienen acceso a “las regiones de la luz, a cuyos dinteles […]
creemos haber llegado”. Es desde ese mismo lugar que se posibilita la crítica a ciertas
autoridades eclesiásticas, representantes tanto de la iglesia conservadora (reproducto-
ra de supersticiones), como de aquella que padece de los “achaques” propios de la mo-
dernización a ultranza, “el mal del siglo” que, contrariando la voluntad papal, corona
de oro a la imagen del Señor del Milagro, “cosa que repugna de veras a su humildad,
a su mansedumbre, a Él que […] ya se escogió la suya: la corona de espinas” (TH,
I: XXXIX).17 Aparece así claramente marcado el momento de producción de estos
textos, que evalúan las conductas del pasado según los valores de una ciencia que
desmagicaliza al mundo pero que convalida, con otros mecanismos, la permanencia
de la herencia colonial.18
Dentro de este marco conceptual, las demostraciones de fe y piedad (las que
acompañan, por ejemplo, los ritos del Milagro) son propias de,
“…la vida y la historia más primitiva de aquella ciudad19 y hasta pue-
den producir risa a los incrédulos de todos los tiempos […] califican-
do de zotes a aquellas piadosas almas que, siglo tras siglo, alimen-

16 En la actualidad esta práctica es sustituida por la del pañuelo: los fieles solicitan se toque a las imágenes
con un pañuelo que queda, así, bendecido y con dones curativos.
17 Se volverá sobre esto más adelante.
18 CASTRO-GÓMEZ, Santiago La hybris del Punto Cero…, cit., p. 142.
19 Ver también capítulo– XV “La fe añeja”.
52 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

taron una fe inquebrantable. Los reformados llamarán […] idolatría


a esta particularidad de la fe católica, y los indiferentes pasarán de
largo sin hacer la crítica” (TH 1: XV).
Dentro de ese marco de creencia ancestral se admite como verosímil la delegación del
gobierno a la imagen del Cristo por el Gral. Todd en oportunidad de partir a la batalla
y el respeto que los opositores en la política interna tuvo para con ella al no producir
un golpe de estado (TH 1: XXXVI).
La enunciación, siempre valorativa ya directa o indirectamente, da forma a una
constitución social asentada en principios contradictorios: mientras se denuesta las
prácticas inveteradas debidas a los “españoles viejos” y se exaltan los valores de los
avances civilizatorios, sólo la preservación de las tradiciones puede dar contención
a los excesos de estos. Esta dualidad se lee en toda la escritura pero adquiere forma
específica en el Capítulo XIII de la TH 3, “La lucha entre los de acá y los de allá”. La
“puja por la dominación social” (sic) entre los españoles viejos y los españoles ame-
ricanos planteada en los comienzos sostiene la génesis de aquellas contradicciones.
La acusación de prácticas feudales para con los indios de los valles se asimila a un
ejercicio constante de poder devenido de su origen, según vimos.
Las calificaciones adjudicadas a la modernización oscilan: “lengua recortada”
(pérdida lingüística): en lugar de “Río de las Piedras”, “Río Piedras” (TH 1: VIII); tra-
to a la “divinidad con la misma lengua que a una criatura tras la puerta (TH 1: XVII);
el centenario de la batalla de Salta, “que han dado los remendones de la cofradía del
modernismo en llamarla de Castañares” (TH 1: XXII).

Modernidad Tradición

regiones de la luz limbo supersticioso (TH 1, XXII)


brazo robusto emprendedor vs. impío modernismo
de la civilización (TH 3: II) (TH 1, XXVIII)

No obstante, al declararse la voz autorial “tradicionalista”, la valoración se invierte y


cobra preeminencia ya que desaparecen totalmente las apreciaciones negativas sobre
la tradición y se recarga la negatividad de los “tiempos modernos”:
- veneración del dinero, fraude, diversión vs. fe verdadera, religiosidad y humildad
- decadencia de todos los valores
- carcome el espíritu
- supremacía de valores económicos
- degradación de valores religiosos
- cambio del rol femenino
Consolidación del imaginario local 53

Tomamos algunos testimonios:


“Es lo que en filosofía política se llama la decadencia del patriotis-
mo, que viene a raíz y conjuntamente con la decadencia del carácter,
con la decadencia de los estudios, y hemos de decirlo también, con
la decadencia social y religiosa; que todo corre parejas en este cuesta
abajo por donde vamos. Salus, honor, virtusquoque, ¿qué os habéis
hecho?” (1: XII).

la “reforma moderna “carcome el espíritu” (1: XII)-

ultraje a las cosas “nobles, santas y bellas” (1: XVII).

“acto anticristiano” (reforma) (1: XVII).

“Es el mal que cunde, el modernismo. La Iglesia Católica ha hecho


siempre gala de ser por excelencia de espíritu conservador. Y sin em-
bargo, todo en Salta lo ha variado en usos y costumbres” (1: XXVI).

Antes los varones, los “señores ricos, nobles y empaquetados de la


ciudad” precedían en la procesión al Señor del Milagro; la imagen de
la Virgen le seguía acompañada por las “señoras y demás mujeres”.

“Hoy es a la inversa (son los milagros del modernismo) porque dicen


que la sabiduría camina, y según este progreso, las mujeres deben
andar delante de los varones, y si es la Virgen, le corresponde dar la
espalda a Dios” (1: XXIII).
Las jóvenes eran educadas,
“…no sólo en los cuatro ramos primarios de la instrucción con la
doctrina cristiana por inseparable añadidura, más también todo lo
bueno o lo principal de lo bueno que debe saber una mujer, y que
hoy por nuestro espíritu revuelto y revoltoso hemos dejado por viejo
[costura, hilado, bordado, tejidos]. Habría que añadir todo lo demás
que es propio del saber de una mujer, en vez de la química, del ál-
gebra, de la mineralogía, de la astronomía, de la instrucción cívica
con que se les carga el cerebro ahora, saliendo de los pretenciosos
centros de educación modernos, por cierto, que sin saber preparar
un caldo, administrar un purgante, restañar la sangre, ni sentar un
remiendo, ni aderezar una mesa, ni poner una lavativa […] y andan
dando las gracias a los sirvientes, lo que ha de ser seguramente por el
espíritu democrático cuya exageración es una de las mayores calami-
54 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

dades que tenemos infiltradas en este desbarranco en que nos vamos


hundiendo” (1: XXIV).
Aquella educación se impartía en el “Colegio de Educandas” administrado por mon-
jas franciscanas y luego nombrado “Colegio de Jesús” dirigido por “otras beatas mo-
dernas, de distinto hábito, muy adustas, muy recluidas, todas forasteras…” (1: XXIV).
Se culpa a las mujeres de los problemas del mundo a causa del olvido de su rol central
para seguir “los mismos ásperos y espinosos caminos por donde, desde la mocedad
del mundo, siguen trillando los hombres”, discurso puesto en boca de Cayetano Gon-
zález, por 1844 (1: XXIX).
La opinión sobre lo femenino, por otra parte, lleva a analogías interesantes: al
relatar la leyenda de la Virgen de la Candelaria y su Niño raptado por los indios,
compara su pasividad –“no hizo más que dejarse degollar y perder el niño”– con la
valentía y decidida acción defensiva de San Bernardo –en una tradición paralela– que
“ahuyentó a los salvajes tornándolos a sus tolderías del desierto”; la gratitud de la
gente tuvo un “justo reparto” pues “se fue con el salvador más que con la que parecía
no haber podido salvar ni la Viña ni su propio hijo” (2: XI).
En síntesis: parece producirse, a nivel discursivo, similar toma de posición que
la que se lee en los intelectuales finiseculares: la modernidad, en tanto concreción
de los principios liberales sustento de la independencia política de España, es un va-
lor irrenunciable; trae consigo la ciencia, la tecnología y el cambio necesario; entra,
entonces, en oposición, la ideología conservadora de los dominadores. Fuera de ese
universo político, se transforma en una negatividad.
Todo ello da forma a un campo ético, según el que quedan definidamente ma-
nifestadas las posiciones sobre la función del gobierno y del estado. Tales valores se
encuentran a tal grado incorporados a las prácticas locales, que aún durante el periodo
de Rosas –claramente desechado por el autor– las distinguen de las otras provincias.
Tales rasgos son: competencia para desempeñar el gobierno; negación de la obsecuen-
cia, el prevendismo y los privilegios políticos; justicia equitativa que no beneficie a
los poderosos en detrimento de los desprotegidos (1: XXX). “También ante los jueces
y en las faldas de la Justicia, el vencido paga las costas”, afirma irónicamente (1: XX).

A manera de síntesis
La construcción de la subjetividad local entramada en esta escritura prolonga –en sus
dimensiones más sustantivas– la memoria colonial; es decir, consolida la colonialidad
del poder, del saber y del ser que, en gran medida, encuentra nuevas formas de valida-
ción durante la primera mitad del siglo XX, tal como acontece en las configuraciones
de que dan cuenta otros cuerpos textuales hasta nuestros días. Tales prácticas ponen
en evidencia su capacidad para modelar subjetividades por los integrantes de una elite
letrada quienes, aún dentro de las contradicciones que generan en ellos las grandes
rupturas que imponen los tiempos, no se limitan a reproducir pasivamente un orden
impuesto desde fuera sino que legitiman un “orden natural” de la sociedad a la que
Consolidación del imaginario local 55

pertenecen, como señalara Ángel Rama en su caracterización de la ciudad letrada en


tiempo de la colonia:
“[La] palabra escrita viviría en América Latina como la única vale-
dera; en oposición a la palabra hablada que pertenecía al reino de lo
inseguro y lo precario […] La escritura estaba libre de las vicisitudes
y metamorfosis de la historia pero, sobre todo, consolidaba el orden
por su capacidad de expresarlo rigurosamente en el nivel cultural”.20

20 RAMA, Ángel La ciudad letrada, Ed. del Norte, Hanover, 1984, p. 9.


Movilización rural y guerra de independencia
Salta 1810-1821 1

SARA EMILIA MATA

“Los gauchos, son destinados para la guerra, y son los


primeros con que debemos contar en los casos más des-
graciados. No son para leñateros, arrieros o carboneros;
pero tampoco se les debe tolerar el vicio de la insubordi-
nación o falta de respeto a las autoridades…” 2

E
l proceso revolucionario iniciado en Buenos Aires en 1810 y la guerra que tuvo
lugar luego en territorio salto-jujeño son temas frecuentemente estudiados por
la historiografía local. Es preciso, no obstante, señalar que la mayor parte de
esta literatura se ha centrado en la figura de Martín Miguel de Güemes y el accionar de
las milicias rurales cuya participación ha sido atribuida al liderazgo ejercido por Güe-
mes. Las interpretaciones en torno a esta movilización rural, devenida rápidamente en
insurrección, han generalizado y simplificado su sentido atribuyéndola a la capacidad
de movilizar de los jefes revolucionarios, a un repentino sentimiento de amor a la
patria o a la eclosión de odio hacia los “blanquillos”. 3
Este proceso histórico tan complejo debe, sin embargo, contextualizarse en la
crisis de las monarquías europeas de fines del siglo XVIII, y en particular de la es-
pañola, pero fundamentalmente debe inscribirse, en el caso de la jurisdicción de la
ciudad de Salta, en el espacio sur andino para recuperar la especificidad y diversidad
de situaciones y contextos que permitan visualizar los conflictos, las tensiones y las
prácticas sociales y políticas de una sociedad enfrentada a una crisis política inédita.
Será preciso entonces identificar en la sociedad finicolonial la conflictividad presente
en torno a los recursos, a la autoridad y a las competencias políticas y militares para

1 Este artículo recupera resultados de la investigación desarrollada en el marco del PICTO 36715 y del
PIP Conicet 6073 y publicados en diferentes revistas y libros.
2 “Oficio de Güemes al Teniente Gobernador de Jujuy” Salta, 21 de diciembre de 1815 en GUEMES,
Luis Güemes documentado, Plus Ultra, Buenos Aires, 1980, Tomo 3, p. 106.
3 FRÍAS, Bernardo Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la Inde-
pendencia Argentina, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1972, VI Tomos; CORNEJO, Atilio Historia
de Güemes, Industria Gráfica CODEX, Salta, 1983; COLMENARES, Luis Oscar Martín Güemes. El
héroe mártir, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1999.
58 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

aproximarse a las características de la insurrección rural y del proceso revolucionario


en Salta.

Los paisanos del valle de Lerma en los primeros años de la revolución


La revolución inaugurada en Buenos Aires en 1810 dirimió su destino en los terri-
torios que se extienden entre la provincia de Salta y las provincias Alto Peruanas,
todas ellas pertenecientes al Virreinato del Río de la Plata. La dinámica de la guerra
que tuvo lugar entre 1810 y 1825, fecha en la cual se da por concluido el proceso de
separación de las colonias de América del Sur de España, atraviesa diferentes etapas,
incluye diversos protagonistas y regiones y fundamentalmente presenta cambios en la
configuración de la sociedad y en las propuestas políticas.
La movilización de la población rural en la extensa jurisdicción de la provin-
cia de Salta4 presentó notables diferencias generalizándose en el valle de Lerma la
participación campesina. Ubicado entre las serranías que al este delimitan el umbral
del Chaco Gualamba y los cerros precordilleranos del oeste que lo separan del valle
Calchaquí, el valle de Lerma de clima benigno y de buenas pasturas fue el asiento de
los primeros conquistadores quienes fundaron al norte del valle, en 1583, la ciudad de
Salta. Durante el siglo XVIII, y en particular a partir de la segunda mitad, el auge del
comercio mular que involucraba a criadores de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba con
comerciantes y mineros alto peruanos y peruanos, benefició a los estancieros salteños
que alquilaron sus pastos para el engorde del ganado mular en los meses previos a la
larga travesía hacia el Cuzco y Lima.5 La expulsión de los Jesuitas en 1767, la crea-
ción del Virreinato del Río de la Plata, la habilitación del puerto de Buenos Aires en
1776 y la rebelión de Tupac Amaru en los Andes en 1780, afectaron profundamente
a la sociedad regional. Finalmente, la implementación del sistema de intendencias
convirtió, en 1784, a la ciudad en la Capital de la intendencia de Salta del Tucumán
que comprendía en su jurisdicción a las ciudades de Tucumán, Jujuy, Catamarca, La
Rioja y Santiago del Estero, favoreciendo la instalación de funcionarios de la Corona,
destinados a afianzar la presencia Real.
En las últimas décadas coloniales varias circunstancias, resultantes de los suce-
sos anteriormente reseñados, alimentaron en el valle de Lerma la conflictividad social.
En primer lugar se verificó una importante inmigración de población indígena desde
el Alto Perú, claramente evidenciada en los Padrones de Indios de la jurisdicción de
Salta en 1786, mayoritariamente instalada en calidad de agregados, arrenderos y peo-

4 En agosto de 1814 luego de la recuperación de la ciudad de Salta de manos de los realistas, el Direc-
torio dispone la división de la Intendencia de Salta del Tucumán, creando las provincias de Salta y de
Tucumán. Quedan en la jurisdicción de la provincia de Salta, las ciudades de Jujuy, Oran y Tarija.
5 MATA de LÓPEZ, Sara “Crédito mercantil. Salta a fines del siglo XVIII”, en Anuario de Estudios
Americanos, LIII, 2, Sevilla, 1996, pp. 147-171; “Los comerciantes de Salta a fines del Siglo XVIII”, en
Anuario, núm. 16, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional de Rosario, Rosario,
1994, pp. 189-214.
Movilización rural y guerra de independencia 59

nes en las estancias del valle, atraídos por las posibilidades que brindaba una actividad
ganadera en expansión, consecuencia de la creciente demanda de ganado mular y
vacuno desde el Alto Perú y el Perú.6
El comercio mular posibilitó a aquellos sectores rurales empleados en la arriería,
cuyos salarios se saldaban con una proporción de plata sellada, contar con recursos
suficientes para adquirir una parcela de tierra. A la presión ejercida por una creciente
población rural sobre la tierra y el ganado se sumó así la demanda de pequeñas par-
celas de tierras y la emergencia de un campesinado propietario. Frente a este sector
que lograba disponer de efectivo para pretender la adquisición de pequeñas parcelas
de tierra, se encontraban muchas otras familias en calidad de arrenderos y agregados
o simplemente “intrusos” en las tierras. En contraposición a esta tendencia creciente
de pequeños productores propietarios o no de tierras, la mayor demanda de ganado
mular verificable en las últimas décadas del siglo XVIII favoreció un proceso de con-
centración de tierras en el valle de Lerma o de ampliación de las estancias limitando
así las posibilidades de adquisición de pequeñas propiedades.7
Al conflicto en torno a la tierra se sumó en la última década colonial la imple-
mentación de las Milicias Regladas en 1803, que generaron en el valle de Lerma
fuertes controversias que no deben ser soslayadas. Los funcionarios borbónicos y los
sectores de la elite que no accedieron a los cargos militares no tardaron en compren-
der la importancia que las mismas tenían para el control social de la población y en
particular de la rural. Observaron también que la autoridad y el respeto hacia institu-
ciones tales como el Cabildo se resquebrajaban y que amparados por el fuero militar
los milicianos desconocían cualquier otra autoridad que no fuere la de sus superiores
militares.8
La existencia de estas tensiones sociales no generó, sin embargo, violencia colec-
tiva. Las disputas se dirimieron en los estrados judiciales y el desafío a las autoridades
coloniales se manifestó solapadamente en la ocupación de tierras sin autorización de
los patrones. Las denuncias contra los “intrusos”, acusados por otra parte de cometer
robos y atropellos en el ámbito rural, fueron frecuentes y dieron lugar a la disposición,
en los Autos de Gobierno, de contar con papeletas de conchabo para evitar el rigor de
la ley.9

6 MATA de LÓPEZ, Sara “Mano de obra rural en la jurisdicción de Salta a fines del siglo XVIII”, en
TERUEL, Ana –compiladora– Población y trabajo en el noroeste Argentino. Siglos XVIII y XIX, Uni-
dad de Investigación en Historia Regional, Universidad Nacional de Jujuy, 1995, pp. 11-24.
7 MATA de LÓPEZ, Sara Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia,
Colección Nuestra América, Diputación de Sevilla, España. 2000.
8 MATA de LÓPEZ, Sara “Tierra en armas. Salta en la Revolución”, en MATA de LÓPEZ, Sara –compi-
ladora– Persistencias y cambios: Salta y el Noroeste Argentino. 1770-1840, Prohistoria, Rosario, 1999,
pp. 157-160.
9 Archivo General de la Nación, Buenos Aires (en adelante, AGN), Sala 9, 39-5-6, expediente 8: “Auto
de Bueno Gobierno del Gobernador Intendente de Salta, don Rafael de la Luz, Salta 9 de diciembre de
1806” y “Suplemento al Auto de Buen Gobierno, Salta 2 de enero de 1807”.
60 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Al momento de la revolución y ante la necesidad de fortalecer al ejército que des-


de Buenos Aires marchaba hacia el Alto Perú, el gobernador Chiclana dispuso levas,
a la vez que movilizó a las Milicias de la jurisdicción. En estos primeros momentos,
el pago del prest o salario a los soldados enrolados sirvió de aliciente, aún cuando la
deserción, al igual que en el resto de los territorios del interior del virreinato fue fre-
cuente. No es posible evaluar en qué medida influyó en estas primeras movilizaciones
la experiencia militar previa brindada por las Milicias Regladas y la presencia de un
batallón del Regimiento Fixo de Buenos Aires en Salta.10 De cualquier modo, es posi-
ble observar que aún con escaso o nulo entrenamiento militar, los cuadros jerárquicos
de estas estructuras militares revalidaron y legitimaron sus cargos en el ejército que
organizaba Buenos Aires, en dos instancias de importancia: el reclutamiento a nivel
local y su incorporación como Oficiales al mando de milicias en el Ejercito Auxi-
liar. Pero también es preciso considerar las expectativas y experiencias adquiridas por
hombres que, por su condición de milicianos, lograron autorización para portar armas
y gozaron de un fuero que los sustraía de las justicias ordinarias y les brindaba posibi-
lidades de negociación, a pesar de las asimetrías de la relación jerárquica.11
En efecto, el fuero militar, fuente de desavenencias y espacio de negociación ad-
quiere en este contexto bélico mayor significación en tanto a través de él se habrán de
dirimir espacios de poder entre autoridades civiles y militares. La autoridad ejercida
por los Alcaldes y los patrones sobre la población rural se resintió visiblemente frente
a las posibilidades concretas de sustraerse de ella por parte de peones y arrenderos
sujetos a la milicia.12
De cualquier modo, entre 1810 y 1814 las milicias de Salta tuvieron un prota-
gonismo escaso. Desconocemos el apoyo que pudieron haber brindado en febrero de
1813, cuando el ejército de Belgrano, libró una batalla decisiva en las proximidades
de la ciudad de Salta, logrando recuperarla del dominio realista. En esa oportunidad,
colaboraron oficiales y milicianos salteños que siguieron al derrotado ejército de Cas-
telli, cuando en agosto de 1812 y ya al mando de Belgrano, emprendió desde Jujuy la
retirada hacia Tucumán. En la acción, varios de ellos, recibieron compensaciones por
el valor demostrado en la batalla. Los testimonios de Manuel Belgrano en los difíciles
meses de 1812 muestran a una sociedad local renuente a prestar su apoyo al Ejército
Auxiliar del Alto Perú.13 Los testimonios relativos al escaso entusiasmo por participar

10 El Batallón Fixo fue instalado en Salta, en el marco de una creciente militarización, luego del levanta-
miento pan andino de Tupac Amaru en 1780.
11 MATA de LÓPEZ, Sara “Guerra, militarización y poder. Ejército y milicia en Salta y Jujuy. 1810-
1816”, en Anuario IEHS, núm. 24, 2009, pp. 279-298.
12 MATA de LÓPEZ, Sara “Tierra en armas…”, cit., pp. 166-167.
13 “…quejas, lamentos, frialdad, total indiferencia y diré más odio mortal, que estoy por asegurar que
preferirían a Goyeneche cuando no fuese más que por variar de situación y ver si mejoraban. Créame
Ud. el ejército no está en país amigo […] se nos trata como a verdaderos enemigos”, carta de Manuel
Belgrano citada en MITRE, Bartolomé Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Edicio-
nes Anaconda, Buenos Aires, 1950, p. 219.
Movilización rural y guerra de independencia 61

o sumarse a las milicias no se agotan en las percepciones desencantadas de los Jefes


revolucionarios. En los primeros días de febrero de 1813 Mariano Díaz, natural de
Sinti y oficial del Ejército Auxiliar del Norte fue apresado por los realistas en el valle
Calchaquí cuando, por órdenes de Manuel Belgrano, intentaba reclutar gente del va-
lle. Los vecinos del lugar no solo se negaron a unirse al ejército sino que también lo
atacaron y contribuyeron a su captura.14
La defección a la causa revolucionaria tampoco fue absoluta. La comunicación
clandestina con el ejército estacionado en Tucumán permitió a Belgrano contar con
información acerca de las fuerzas realistas y en los montes y en los cerros del valle de
Lerma y la frontera con el Chaco, partidas milicianas interferían las comunicaciones y
secuestraban mercancías y víveres que llegaban para la provisión de la ciudad. Si bien
la base de operaciones de estas milicias se encontraba en Tucumán, muchos de ellos
eran salteños y conocedores del terreno, condición indispensable para este tipo de ac-
ciones. Sin embargo, la insurrección aún no se había iniciado en la provincia de Salta.

La campaña se insurrecciona. El ascenso político y militar


de Martín Miguel de Güemes
El año de 1814 fue un año adverso para la revolución rioplatense. Luego de su triunfo
en Salta, Belgrano abrigó la esperanza de expulsar a los realistas de las Provincias
Alto Peruanas restituyéndolas, de manera definitiva, a la administración de Buenos
Aires. A pesar de todos sus esfuerzos por organizar allí tropas disciplinadas y suficien-
tes para hacer frente al Ejército Realista fue derrotado en Vilcapugio y Ayohuma y el
Ejército Auxiliar del Norte se vio obligado a abandonar por segunda vez el Alto Perú,
retrocediendo hasta Tucumán. En enero de 1814 los realistas ocupaban nuevamente
Salta y Jujuy.
Si en 1812 los pobladores, en su mayoría, miraron con indiferencia e incluso mu-
chos con entusiasmo la presencia del ejército real, en 1814 las circunstancias fueron
diferentes, ya que no contaron con los apoyos políticos y económicos de los cuales
habían gozado en 1812, en parte porque las principales familias realistas habían emi-
grado en 1813 hacia el Perú junto con el derrotado ejército del Rey y en parte porque
Joaquín de la Pezuela, el Jefe realista que ocupó Salta en esta oportunidad actuó con
extrema severidad incautando bienes y persiguiendo a todos aquellos sospechados de
apoyar a la causa revolucionaria.
Por otra parte, Manuel Belgrano fue reemplazado por José de San Martín en la
Jefatura del Ejército Auxiliar del Norte quien aconsejado por Manuel Dorrego re-
plegó el Ejército a Tucumán implementando en el territorio salto-jujeño una guerra
de guerrillas, tal como la que se estaba desarrollando en las provincias altoperuanas.
Opinaba Dorrego que no era conveniente mantener tropas regulares del ejército en

14 Archivo General de Indias, Sevilla (en adelante, AGI), Diversos, Ramo 1, núm. 1, “Causa criminal
seguida de oficio contra el Reo Mariano Díaz acusado por caudillo de insurgentes y de haber cometido
los asesinatos, robos y saqueos que constan de esta sumaria”.
62 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Salta ya que para impedir la pacífica estadía del enemigo era suficiente “una partida
de cincuenta hombres” armados con las carabinas y fusiles existentes en esa división.
Recomendaba además que esos cincuenta hombres fuesen “partidarios y soldados
hijos de estas inmediaciones” a quienes habrían de sumarse, cuando fuera preciso,
el paisanaje. Consideraba que: “Con cien lanzas de las que hay en los almacenes del
ejército, podría armarse el paisanaje. Este podrá traer noticias diarias de Salta, como
que los paisanos entran y salen francamente, e impedir la recolección de caballos y
ganado”.15
Con la finalidad de concretar este plan San Martín nombró Comandante de
Avanzada del Ejército Auxiliar al teniente coronel Martín Miguel de Güemes quien
estableció su cuartel en las Conchas, sobre el río Pasaje en la frontera sureste de la
jurisdicción de Salta, próximo a Tucumán.16 En Guachipas, paraje al sur del valle de
Lerma designó al capitán Apolinario Saravia17 con la finalidad de organizar milicias
destinadas a hostigar a los realistas. Ambos recibieron el mandato de reunir a los
milicianos y convocar al paisanaje cuando fuere necesario y posible para desarrollar
guerra de guerrillas, con la finalidad de interferir las comunicaciones de los realistas,
evitar su aprovisionamiento y restarles posibilidades de avanzar hacia Tucumán.
Esta estrategia sería exitosa ya que frente a la necesidad de proveerse de víveres y
de ganados, especialmente mulas y caballos, partidas realistas se internaron en el valle
de Lerma en búsqueda de provisiones confiscando ganados tanto de las estancias como
de los pequeños y medianos productores quienes vivieron indignados el saqueo al que
eran sometidos. Alentados y organizados por los milicianos que operaban al mando
de Apolinario Saravia en las serranías de Guachipas, muchos de ellos resistieron la
requisa y en no pocas ocasiones, asaltaron las partidas realistas con la finalidad de
recuperar su ganado. Los oficios e informes militares dan cuenta de manera constante
acerca de la participación de voluntarios en las milicias que hostigaban a los realistas.18

15 GÜEMES, Luis Güemes documentado, cit., Tomo 2, pp. 71-73.


16 Martín Miguel de Güemes se había reincorporado en el Ejército del Norte por mediación de José de
San Martín en enero de 1814. Natural de Salta, hijo de un funcionario español destinado por decisión
paterna a la carrera militar, revistaba al momento de la revolución como Teniente del 3er. Batallón del
Rey, Fixo de Buenos Aires, destacado en Salta. Adhirió desde sus inicios al movimiento revolucionario
y se incorporó como oficial al Ejercito Auxiliar del Perú del cual lo separó por indisciplina Manuel
Belgrano en 1812. Conocedor de la región, vinculado con algunos sectores propietarios de la frontera,
reunía todas las condiciones requeridas para ser designado como Jefe de Avanzada en el partido del
Rosario, en la frontera, en momentos en que la decisión de San Martín era precisamente retrotraer al
ejército a Tucumán y desarrollar en Salta guerra de montaña o guerrilla.
17 Apolinario Saravia pertenecía a una de las familias más ricas de Salta. Su padre Pedro José de Saravia
era un importante propietario de tierras en el valle de Lerma y un activo comerciante de mulas. Con
cargos en el Cabildo de Salta ostentaba el titulo de Caballero de la Real Orden de Carlos III y en 1803
había alcanzado el cargo de Coronel del Regimiento de Milicias de Caballería Reglada de Salta.
18 MATA de LÓPEZ, Sara “Paisanaje, insurrección y guerra de independencia. El conflicto social en Salta
1814-1821”, en FRADKIN, Raúl y GELMAN, Jorge –compiladores– Desafíos al orden. Política y
sociedades rurales durante la Revolución de Independencia, Prohistoria, Rosario, 2008, p. 68.
Movilización rural y guerra de independencia 63

Poco después, Martín Miguel de Güemes con las milicias que había logrado reunir y
organizar ayudado por algunos estancieros de la frontera del Rosario, acosó a las
fuerzas realistas en las proximidades de la ciudad de Salta y estableció sobre ella
un férreo cerco que dificultó el aprovisionamiento no solo del ejército sino también
de la población que residía en al ciudad. En julio de 1814, un destacado vecino de
Salta, Pedro Pablo Arias Velásquez en una carta dirigida al exiliado obispo Videla del
Pino comentaba que en la ciudad “las gentes que quedaron asta aora están saliendo
o fugando con mil riesgos y trabajos por la suma miseria que el sitio de nuestros
gauchos tiene a aquel pueblo sin dejarles dentrar nada en víveres…”.19
Si bien el hostigamiento a las fuerzas realistas y el cerco impuesto por el campe-
sinado ya incorporado voluntariamente en las milicias rurales no fue tan solo obra de
la población rural del valle de Lerma ya que desde la Frontera del Rosario se sumaron
las milicias reunidas por Martín Miguel de Güemes, fueron los paisanos del valle de
Lerma quienes adquirieron en esta resistencia mayor protagonismo. Estos paisanos
voluntarios comenzaron a ser identificados como “gauchos”, denominación que ad-
quirió así una clara connotación militar.20 Expulsados los realistas, y después de la
experiencia adquirida permanecieron movilizados en el marco de las desavenencias
entre el ejército de Rondeau y el gobernador Güemes. Habrá de ser la crisis de 1815
una de las razones por las cuales la insurrección se sostuvo articulándose en el proyec-
to político de Martín Miguel de Güemes. Gracias al ascendente militar logrado en la
resistencia a la ocupación realista de 1814 y al triunfo logrado en Puesto del Marqués
en abril de 1815 Güemes logró, a su regreso a Salta y luego de pasar por Jujuy y tomar
de su maestranza 600 fusiles, hacerse designar Gobernador de la Provincia de Salta.
Aprovechó así el vacío de poder que experimentaba el Directorio en Buenos Aires
y la partida del Gobernador de Salta incorporado al Ejército de Rondeau en marcha
hacia el Alto Perú. Al dejar la ciudad, Hilarión de la Quintana, había depositado en el
Cabildo funciones propias del Gobernador.
Desde el Gobierno y desafiando las órdenes del Directorio y del jefe del Ejército
del Norte se dedicó a organizar cuerpos de Línea, entre ellos los Infernales y sobre
todo las milicias cívicas de gauchos en la campaña de Salta, Jujuy y Orán.21 Para
concretarlo se enfrentó duramente con el Cabildo de Jujuy, que además se negaba a
reconocer su designación. En el centro de la disputa se encontraba el otorgamiento
del fuero militar a los milicianos. Tanto el Cabildo de Salta como el de Jujuy insistían
en negar los beneficios del fuero a los gauchos cuando no se encontraran en acción.

19 AGN, Culto, Sala X. 4.7.2.


20 Fueron Dorrego y San Martín quienes comenzarían a llamarles así, estableciendo probablemente una
velada analogía con los “gauchos” de la Banda Oriental que al mando de José de Artigas luchaban
contra los realistas en Montevideo. Coincide con esta apreciación Luis Güemes Güemes documentado,
cit., Tomo 7, p. 437.
21 MATA de LÓPEZ, Sara “La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de
poder”, en Andes, núm. 13, CEPIHA, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta, 2002,
p. 120.
64 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

En setiembre de 1815, al concluir de organizar las Milicias Cívicas de Gauchos y los


cuerpos de línea, Güemes contaba con fuerzas suficientes para desafiar a las autorida-
des de Buenos Aires y del Ejército Auxiliar. El fuero, a pesar de la resistencia ofrecida
por la elite, operó de manera permanente. Su concesión significó, sin duda parte de
la negociación implícita entre el paisanaje incorporado a las milicias y los sectores
revolucionarios de Salta que apoyaban a Güemes. No cabe duda que comprendieron
cabalmente la necesidad que de ellos tenían para afianzar su proyecto político.
Cuando en marzo de 1816 las fuerzas militares de Rondeau tomaron la ciudad de
Salta y declararon a Güemes traidor a la revolución, una partida de gauchos sorpren-
dió y derrotó a una avanzada del Ejército Auxiliar, tomando su armamento. Luego de
este revés y acosado por el cerco que las milicias de Güemes realizaban a la ciudad
impidiendo su abastecimiento, Rondeau accedió a formalizar un pacto en Cerrillos,
localidad próxima a la ciudad de Salta. Poco después el Gobernador, luego de una
reunión con los más importantes propietarios rurales, acordó “eximir” interín durase
la guerra del pago de los arriendos22 con lo cual es evidente que el poder ascendente
de las milicias lograba arrancar concesiones a la elite propietaria de Salta. La insu-
rrección adquiriría así los ribetes de un movimiento social que se fue intensificando
en el transcurso de la guerra contra los realistas. Y será también en el transcurso de
la guerra que irá transformándose en la expresión armada de un proyecto político, y
con ese sentido gran parte de esta movilización habrá de perdurar varias décadas más,
luego de concluida la guerra de independencia.

Conflicto social e insurrección. De campesinos a gauchos


Desconocemos el número de hombres que integraron las Milicias cívicas o Escua-
drones Gauchos a fines de 1815, sabemos que organizó sin autorización del Director
Supremo una División Infernal de Gauchos de Línea, a la vez que formó otros cuerpos
militares de línea con los oficiales desertores del ejército en retirada de Rondeau a
principios de 1816. De todos modos, no eran estos cuerpos de línea los que reunían el
mayor número de hombres. En 1818 las fuerzas militares de Güemes incluían cuerpos
militares propiamente dichos a saber el de Artillería y el de Caballería (Regimiento
de Infernales, Partidas Veteranas, Coraceros, Partidas Auxiliares, Granaderos) y los
Escuadrones de Gauchos pertenecientes a la jurisdicción de Salta, de la Frontera del
Rosario, del Valle de Cachi, de Jujuy, de la Quebrada de Humahuaca, y en un solo
escuadrón los gauchos de Orán, Santa Victoria, San Andrés y la Puna. Estos Escuadro-
nes de Gauchos eran las Milicias Regladas de la provincia y al igual que los cuerpos
militares gozaban del fuero permanente. En total 6.610 hombres,23 una fuerza induda-
blemente importante.

22 MATA de LÓPEZ, Sara “Tierra en armas…”, cit., p. 171.


23 GÜEMES, Luis Güemes Documentado, cit., Tomo 8, pp. 22-43.
Movilización rural y guerra de independencia 65

Resulta interesante observar que los cuerpos militares contaban con un total de
551 soldados, mientras que los 15 escuadrones gauchos sumaban 4.888 milicianos.
Es decir, que el peso de la resistencia a los realistas recaía indudablemente en las
Milicias de la Provincia.24 Pero más significativo aún es comprobar que de esos 4.888
hombres 2.090 correspondían a los escuadrones del valle de Lerma, es decir, el 44%
de los gauchos correspondían a los partidos de Chicoana, Guachipas y Rosario de
los Cerrillos donde, a fines del período colonial, se concentraba la mayor parte de la
población rural del valle en calidad de pequeños propietarios, arrenderos y agregados
y donde también la tensión en torno a la tierra era intensa. También allí, a fines de la
colonia, se radicó población indígena tributaria procedente del Alto Perú para quienes
la abolición del tributo dispuesta por el gobierno revolucionario, a partir de 1812,
pudo impulsar a sumarse a la defensa del mismo ingresando a las milicias.
Si en abril de 1815 Güemes se presentó en Puesto del Marqués comandando una
división de 1000 hombres, de los cuales 500 pertenecían a las milicias gauchas del
valle de Lerma,25 es indudable que éstas sumaron muchos voluntarios a sus filas en el
transcurso de 1815, cuando decididamente capitalizó la insurrección incorporándola
en los Escuadrones Gauchos de las Milicias Provinciales. A pesar de no contar con
cifras confiables en relación con la población de Salta y su jurisdicción es factible
arriesgar que 2090 gauchos representaría prácticamente a todos los hombres en con-
dición de tomar las armas. La movilización era, de este modo, masiva.26
A mediados de 1816 Manuel Belgrano, nuevamente General del Ejército Auxi-
liar del Perú, aceptó con serias reservas la guerra de montaña como única alternativa
posible para enfrentar a los realistas en los territorios del ex-virreinato del Río de
la Plata.27 De esta manera, la insurrección salteña, organizada ya en las estructuras
militares dadas por su Gobernador pasaron a formar parte de la guerra que libraban

24 MATA de LÓPEZ, Sara “Paisanaje, insurrección…”, cit., p. 70.


25 Carta de Agustín Dávila a Martín Torino, Jujuy, marzo 3 de 1815 en GÜEMES, Luis Güemes documen-
tado, cit., Tomo 2, p. 292.
26 En 1816, Juan Adam Graaner de visita en Salta reconoce que respecto a la población solo se tienen
noticias muy vagas, y que según los datos que ha obtenido la ciudad tendría unos 6.000 habitantes. Cfr.
GRAANER, Juan Adam Las provincias del Río de la Plata en 1816, Lib. y Edit. El Ateneo, Buenos
Aires, 1949. En 1825 un viajero inglés, José Andrews calcula para la ciudad y su campaña un total de
14.500 habitantes. Cfr. ANDREWS, José Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y
1826, La Cultura Argentina, Vaccaro, Buenos Aires, 1920. A fines de la colonia las cifras también son
dispares. El censo de 1778 indica un total para Salta, curato rectoral y campaña de 11.565 habitantes
correspondiendo al valle de Lerma 3.265. Si a estas cifras sumamos parte de la población del curato
rectoral que se encontraba en las quintas, chacras y estanzuelas que rodeaban el centro urbano, podría-
mos estimar alrededor de 5.000 habitantes en el área rural del valle. El crecimiento de población en
las últimas décadas coloniales puede constatarse por la migración de población indígena altoperuana y
también por los datos que brinda Malespina en 1789 que consigna para Salta y su jurisdicción un total
de 22.389 habitantes. Citado por ACEVEDO, Edberto La intendencia de Salta del Tucumán, Universi-
dad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1965, p. 322.
27 AGN, Sala X. 4.1.3.
66 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

las guerrillas en el Alto Perú y el ejército de Buenos Aires no volvería a transitar el


territorio de la provincia de Salta.
Es un lugar común en la historiografía local diferenciar al fuero militar del deno-
minado “fuero gaucho”, incluyendo en este último el derecho al no pago de los arrien-
dos ni la prestación de servicios debida a los propietarios de las estancias. Junto a esta
afirmación se agrega el asignar este beneficio a la voluntad de Güemes de retribuir de
algún modo a los hombres que luchaban por la patria, que por ella abandonaban a sus
hogares y sus labores y que por pertenecer a las milicias no recibían salarios.28 Esta
imagen de Martín Miguel de Güemes como hacedor de la insurrección y Padre de los
Pobres, se hace eco, sin embargo, de los detractores del Gobernador, quienes al inten-
tar destituirlo a fines de mayo de 1821, le atribuían “engañar a la muchedumbre, alu-
cinarlas con expresiones dulces sin sustancia, imitarla en sus modales, alargar liberal
la licencia, fomentar los vicios, deprimir la virtud”,29 es decir, subvertir el orden, per-
mitir y fomentar el desprecio por el sagrado derecho de la propiedad privada. También
realizan una lectura ingenua de los informes elevados por Güemes al Ejército Auxiliar
y a las autoridades de Buenos Aires en los cuales éste se atribuye haber entusiasmado
al paisanaje y se refiere a los milicianos como sus gauchos. Esta interpretación, que
afirma la existencia de un fuero gaucho diferente al fuero militar, se basa principal-
mente en el Bando promulgado por Güemes en 1818 en el cual asegura que “todos los
gauchos alistados en los respectivos escuadrones y la tropa no solo gozan y eterna-
mente han de gozar del fuero militar sino de cuantos privilegios estén en las facultades
del gobierno supremo quien se interesa en tan justa y agradecida recompensa…”.30
Así el fuero gaucho resultaría de la suma del fuero militar y los privilegios otorgados
por Güemes, considerando que estos serían el no pago de arriendos ni prestación de
servicio personal, por parte de los arrenderos. También se han basado para sostener
tal hipótesis en las actuaciones originadas a partir del reclamo de los propietarios de
tierras entre 1820 y 1822, es decir un año antes de la muerte de Güemes y en los dos
años posteriores.31
Aún cuando no resulte posible explicar la movilización exclusivamente por los
beneficios del fuero o el conflicto en torno a la tierra, serán precisamente el goce del
fuero militar y la posibilidad de ocupar tierras en las estancias sin reconocer dere-
chos a sus propietarios, las claves para aproximarnos a la insurrección rural de la
provincia de Salta, por lo menos en aquellos espacios de más antigua colonización,
tal como lo era el valle de Lerma o el de Jujuy. Resulta sumamente interesante pres-

28 PÉREZ de ARÉVALO, Lilia Fanny “El fuero Gaucho”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 6,
Buenos Aires, 1979.
29 Archivo y Biblioteca Históricos de Salta, Salta (en adelante, ABHS), Mensaje del Cabildo de Salta a
los ciudadanos, 24 de mayo de 1821, Fondo Documental Dr. Bernardo Frías, Carpeta 10, Documento
148.
30 AGN, Gobierno de Salta 1814-1818, Sala X. 5.7.4.
31 PÉREZ de ARÉVALO, Lilia Fanny “El fuero Gaucho”, cit., pp. 65-67.
Movilización rural y guerra de independencia 67

tar atención a las denuncias formuladas por el Teniente de Gobernador de la ciudad


de Jujuy y encarnizado opositor del Gobernador de Salta, quien aseguraba que Güe-
mes prometía tierras a los paisanos que se sumaran a sus filas para enfrentar al Ejér-
cito Auxiliar de Rondeau. Como prueba de sus dichos presenta una carta enviada por
Güemes al capitán Mariano Benavidez, solicitándole reuniese todos los hombres que
pudiese junto con la caballada, y le insta a empeñarse “más que nunca por que resul-
ta un beneficio grande a toda la gauchada, por que concluyendo con estos ladrones
he de repartir las haciendas y terrenos de los picaros que protegen a estos facinerosos
a toda mi gente…”.32 Estas manifestaciones, a la vez que expresan la centralidad de
la tierra y el ganado, en tanto recompensas materiales para el paisanaje, ponen de
manifiesto el conflicto latente de los años previos a la revolución y sus aspiraciones
sociales y económicas. Constituyen también un claro mensaje amenazador dirigido
a los propietarios de la elite que atentaban contra su autoridad.
Más allá de la autenticidad de esta carta, y de las estrategias de poder implemen-
tadas por Güemes para lograr la adhesión del gauchaje, es evidente que el no pago de
los arriendos era lo que ellos esperaban y deseaban. La habilidad y la audacia de Güe-
mes es haberlo comprendido y utilizado para lograr sus objetivos políticos y militares
y enfrentar a sus enemigos, fueran ellos las facciones políticas opositoras a su gobier-
no como las fuerzas realistas que amenazaban a la revolución. Pero, ¿avanzó sobre los
derechos de propiedad legislando a favor de la ocupación de las tierras y de no pagar
derechos de usufructo? No existe ninguna evidencia de que así sucediera. Como tam-
poco existe prueba de que el fuero gaucho otorgara esos derechos a los milicianos.33
Del análisis de las actuaciones seguidas por los propietarios de estancias para
desalojar a los “gauchos” intrusos y obligar a los arrenderos al pago de los arriendos,
es posible advertir un avance sobre los derechos de propiedad por parte del paisanaje,
el cual no puede ser controlado por Güemes, quien se ve en la obligación de tolerarlo,
aun cuando en algún momento debió admitirlo al negociar su adhesión. Es evidente,
asimismo, el papel desempeñado por los sargentos y capitanes de las milicias, quienes
usarían abiertamente de este recurso para mantener su poder de convocatoria a tomar
las armas.

Algunas reflexiones finales


A pesar de la importancia que la demanda de tierras tendrá en un conjunto consi-
derable de los hombres enrolados en las milicias de Salta, no basta esta razón para
explicar la movilización de la campaña salteña en la lucha contra los realistas. Como
tampoco resulta satisfactorio explicar el levantamiento de los paisanos en marzo de
1814 únicamente como reacción a los saqueos practicados por las partidas realistas,
en su búsqueda de ganados y mulas. Si bien éste fue el detonante, no debe olvidarse

32 AGN, Sala X, Guerra, 4.1.3.


33 Cfr. GÜEMES, Luis Güemes documentado, cit., Tomo 7, pp. 437-439.
68 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

que el levantamiento fue alentado por los jefes de las milicias rurales e inscripto en
la guerra de guerrillas dispuesta por el ejército de San Martín para Salta. Es preciso,
a nuestro criterio, reflexionar acerca de las expectativas tanto sociales como políticas
que otorgaron sentido y coherencia a su accionar social y a las relaciones de poder
establecidas con la elite dirigente. En este sentido, la exploración acerca de sus ideas
sobre el buen gobierno basado en la legitimidad de las autoridades a las cuales debían
obediencia (patrones de las estancias, cabildantes, funcionarios de la corona, jefes de
las milicias) y de los derechos que les asistían en su relación con ellos, resulta central
en el análisis de los conflictos sociales, incluidos aquellos derivados de un proceso
económico. Probablemente, el fuero militar constituya junto con los reclamos por tie-
rras, exención de aranceles religiosos y pagos de arriendos y prestaciones de servicios
personales por el acceso a una parcela de tierra, los principales alicientes para sumarse
a las milicias o presentarse como voluntarios en la lucha contra los realistas. También,
y como lo señalaran ya otros historiadores (y sobre lo cual sobran ejemplos), con la
revolución se abrieron nuevas posibilidades de ascenso social para las denominadas
castas, especialmente a través del Ejército y las milicias.34 Finalmente, y ante la esca-
sez de recursos, el botín como recompensa pudo haber sido también un aliciente en el
sostén de la movilización rural.
Sin embargo, y sin desconocer todas estas razones de interés personal, es proba-
ble que también existieran otras motivaciones de índole colectiva en la participación
voluntaria de los paisanos que adquirirá perfiles más relevantes luego de expulsados
los realistas. Resulta interesante que una de las primeras reivindicaciones sociales
conseguidas por los gauchos consistiera en el no pago de los arriendos por las tierras
que ocupaban y el dejar de prestar servicios personales a los patrones, todas ellas
obtenidas después del apoyo brindado a Güemes frente a Rondeau en 1816. Consi-
deramos sugerente pensar que no fue Güemes quien dispuso que los arrenderos no
abonaran sus arriendos ni prestaran servicios con la finalidad de ganar su adhesión,
sino que fueron estos quienes negociaron su lealtad a cambio de estas concesiones las
cuales, por otra parte, es probable que para esos momentos ya estuvieran disfrutando.
Igualmente interesante es considerar que la extensión del goce de fuero a las milicias
gauchas, aún cuando no se encontraran movilizadas, que el Gobernador defendiera in-
tensamente ante los Cabildos de Salta y Jujuy fuera el resultado de las negociaciones
implícitas con los jefes locales de esas milicias para lograr su adhesión.
Pensarlo en estos términos sugiere un cuestionamiento a los derechos de propie-
dad de la tierra, traducido como merecida recompensa por los servicios prestados a
la “patria”. Es probable que observaran como realmente razonable disponer de tierras
para el sostén de sus familias, como también que era justo que esa tierra la disfrutaran
ellos que luchaban contra un gobierno despótico y por una “justísima causa”. Pero si

34 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina
criolla, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972.
Movilización rural y guerra de independencia 69

bien el sentido de patria para estos paisanos o gauchos fue probablemente adquiriendo
en el transcurso de la guerra un sentido político, dejando de ser tan solo “el amor al
lugar donde se ha nacido”, es evidente que no la percibirían tal como la planteaban las
elites revolucionarias. Si así hubiera sido, no habrían sido renuentes a seguir al Ejer-
cito Auxiliar al Alto Perú. El retorno inmediato a sus hogares y tareas rurales apenas
concluía el hostigamiento a los realistas en cada una de las reiteradas invasiones que
tuvieron lugar entre 1816 y 1821, dan cuenta del sentido limitado territorialmente que
tenía para ellos la “patria”.
Es importante también preguntarse acerca de la relevancia que, en estos movi-
mientos sociales, tuvieron los imaginarios andinos de retorno del Inca al poder, la
manifiesta violencia hacia los españoles y criollos identificados como los opresores
y el sentimiento de pertenencia a una “patria” de la cual era posible esperar el reco-
nocimiento de derechos en relación con el acceso a recursos (por ejemplo, la tierra),
el goce de fueros y privilegios o la abolición de impuestos o gabelas considerados
injustos. Es decir, aspiraciones sociales y políticas que poco tenían que ver con las
declaraciones políticas de la elite revolucionaria y mucho menos con los postulados
liberales de la época.
El proceso revolucionario no solo ofreció oportunidades individuales a sujetos
de diversa extracción social sino que favoreció el planteo de reivindicaciones colec-
tivas de los sectores subalternos que llevaron adelante sin enunciarlo, pero sí de ma-
nera directa, un proyecto político. En el caso específico de la insurgencia rural en el
valle de Lerma, se insinuó una reforma agraria ya que dejaron de pagar arriendos, de
prestar servicios personales y de conchabarse como peones y ocuparon tierras en las
principales propiedades rurales del valle. Los esclavos que integraban los escuadrones
gauchos, muchos de ellos incorporados voluntariamente sin autorización de sus amos,
abrigaban por su parte otras aspiraciones y la principal de ellas era la libertad, ya que
tal como expresaba uno de ellos en una carta dirigida a Martín Miguel de Güemes,
no era posible que un gaucho fuera esclavo cuando luchaba por la libertad de todos
sus hermanos.35 En la medida en que patria y libertad se presentaban para ellos es-
trechamente unidas e interdependientes, ya que no era posible la patria sin la libertad,
es probable que la patria por la que luchaban fuera concebida como un orden social
más justo. La prolongación de la guerra, y la permanente invocación a la libertad de
la patria, contribuyó de esta manera a configurar un proyecto político que respondía a
sus expectativas sociales y económicas.36
Los gauchos fueron adquiriendo conciencia del poder que le otorgaban las ar-
mas para enfrentar las invasiones realistas que tuvieron lugar reiteradamente entre

35 MATA de LÓPEZ, Sara “Negros y esclavos en la guerra por la independencia. Salta 1810-1821”, en
MALLO, Silvia y TELESCA, Ignacio Negros de la Patria. Los afrodescendientes en las luchas por la
independencia en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Editorial SB, Colección Paradigma Indi-
cial, Buenos Aires, 2010.
36 MATA de LÓPEZ, Sara “Paisanaje, insurrección…”, cit., pp. 61-82.
70 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

1817 y 1821. Eran los paisanos armados que defendían a la “patria” contra el tirano
español. Bajo la denominación de “gaucho” se borraron otras formas identitarias. Los
arrenderos, peones, agregados o simplemente hombres procedentes de diferentes ju-
risdicciones regionales, fueran ellos españoles pobres, negros, afromestizos, mestizos
o indios, se identificaron progresivamente con la denominación de gauchos ocultando
diferencias étnicas, sociales y ocupacionales.37
Los “gauchos” fueron presentados por Martín Miguel de Güemes como “los bra-
vos defensores de la patria”38 y la elite en el Cabildo de Salta tampoco habría de poner
en duda su valentía caracterizándolos como “guapos, animosos y valientes”.39 Esos
hombres armados, infundían un comprensible temor, y a medida que se prolongaba
la guerra con los realistas y aumentaba la presión económica sobre los propietarios el
discurso sobre los “valientes gauchos” comenzaba a expresar desconfianza y rencor.40
Con la muerte de Martín Miguel de Güemes en junio de 1821 y la firma de un
armisticio entre las fuerzas realistas comandadas por Antonio de Olañeta y los miem-
bros de la elite opositores a Güemes, se iniciará en la provincia de Salta un proceso de
extrema conflictividad en el cual sus principales protagonistas serán precisamente los
gauchos, quienes continuarán movilizados enfrentando a la elite de Salta que aspiraba
retornar al antiguo orden, reduciendo el número de milicianos, limitando el goce del
fuero militar y fundamentalmente restableciendo el pago de los arriendos y de las
cargas sacramentales y expulsando a los intrusos y vagos que se hallaban instalados
en las tierras sin autorización.

37 CARETTA, Gabriela y ZACCA, Isabel “Enterrar de gracia: Notas en la construcción de identidades


sociales en Salta en tiempos de cambio (1730-1830)”, en Primeras Jornadas Nacionales de Historia
Social, La Falda, Córdoba, 30 de mayo al 1 de junio de 2007.
38 AGN, Ejército Auxiliar del Perú, Guerra, Sala X. 4.1.1: “Oficio de Güemes a Martín Rodríguez, Jujuy,
Setiembre y 17 de 1814”.
39 AGN, Sala VII, 10.3.3: Copiador del Libro de Cabildo de Salta 1805-1820, ff. 410-412.
40 En 1818, Facundo de Zuviría con sutil ironía expresa que los propietarios: “…solo ven en los defen-
sores de la patria […] hombres que talan sus campos, destruyen sus frutos, arrean y consumen sus
ganados…”. ABHS, Salta, “Información de derechos de José Ignacio Gorriti” (Armario Gris).
Itinerarios de un cuerpo
Los segundos funerales de Güemes
en el proceso de construcción de memorias1

GABRIELA CARETTA
ISABEL ZACCA

“Su recuerdo es una apoteosis”


Juana Manuela Gorriti (1858)

“…sólo rindiendo homenajes al vicio,


espera algún día [Gorriti] ser igualmente venerado”
El Correo de las provincias (1823)

U
Introducción
no de los íconos de la construcción de la salteñidad como discurso identitario
homogeneizante de una sociedad culturalmente heterogénea es la figura de
Martín Güemes. La historia de esta construcción es compleja, nunca lineal
y muestra diferentes derivas, horizontes, opciones que se eligieron y otras que se
descartaron, construyendo una memoria colectiva, entendida como la condición de
posibilidad de las memorias individuales y de la identidad del grupo.2
Historizar la memoria colectiva no es tarea sencilla. Marc Bloch, preocupado
por los mecanismos concretos que autorizan la memoria colectiva, las modalidades
necesarias de la transmisión del pasado, la relación de los individuos con el grupo y
las consecuencias prácticas y políticas de la existencia de las memorias colectivas,
cuestionaba a Maurice Halbwachs el haber puesto la mirada en la memoria como
producto y no como proceso. Le Goff ha mostrado cómo las posibilidades de este
estudio están dadas en el cruce disciplinar entre antropología, sociología, historia y
filosofía e implica afrontar los problemas del tiempo y la historia.3 En este sentido, los

1 Agradecemos especialmente los comentarios y sugerencias de Jaime Peire y Carlos Hernán Sosa.
2 Cfr. LAVABRE, Marie-Claire “Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria”, en PEROTIN-
DUMON, Anne –director– Historizar el pasado vivo en América Latina [en línea] http://etica.uahurta-
do.cl/historizarelpasadovivo/es_contenido.php, 2007 [consulta: 10 de junio de 2009]. Versión impresa
“Maurice Halbwachs et la sociologie de la mémoire”, en Raison Présente, 128, octubre de 1998, pp.
47-56.
3 Cfr. LAVABRE, Marie-Claire “Maurice Halbwachs…” cit.; LE GOFF, Jacques “Memoria”, en El or-
72 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

ritos mortuorios con fines políticos han jugado un papel destacado. Avner Ben-Amos
sostiene que en los funerales organizados por un estado debemos atender, más que a
su condición de rito de pasaje, a su conformación como categoría de las ceremonias
del poder, que constituyen una parte integral de cualquier régimen político y forman
parte de la versión del pasado que busca instituirse como memoria oficial.4
De entre estos esquivos procesos de construcción de memorias colectivas hemos
optado por centrar la mirada en los entierros y funerales, reconociendo en estos ri-
tuales la instancia en la que el hecho biológico del deceso se transforma en un hecho
social.5 En aquellas sociedades que desarrollaron un culto a los muertos, éste se puso
en relación con los procesos de consolidación de la comunidad, de construcción de
identidades, de estratificación social y también de legitimación del poder. En este sen-
tido, los ritos mortuorios con fines políticos han jugado un papel destacado.6
En el proceso de construcción de la heroicidad de Güemes, uno de los hitos cons-
titutivos es el de su muerte, por las circunstancias de haber sido herido por una bala
“realista”, enterrado en una capilla rural y trasladado posteriormente a la ciudad, para
que sus restos descansen postreramente en la Catedral de Salta. Andrea Villagrán ha
mostrado cómo el proceso de heroización de Güemes y su construcción de representa-
ciones operan como “condiciones de posibilidad que habilitan y a la vez condicionan
lo que puede ser dicho, mostrado, construido desde y sobre la historia”.7 Asimismo
este proceso fue un horizonte de conformación identitaria local, en tanto fue utilizado

den de la memoria, Ediciones Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 134.


4 BEN-AMOS, Avner Funerals, politic, and memory in Modern France, 1789-1986, University Press,
New York, Oxford, 2000. Agradecemos a Sonia Tell el habernos facilitado el acceso a este texto.
5 CARETTA, Gabriela y ZACCA, Isabel “Deambulando entre las Eusapias: lugares de entierro y so-
ciedad tras la ruptura independentista en Salta”, en FOLQUER, Cynthia y AMENTA, Sara –editoras–
Sociedad, Cristianismo y Política. Tejiendo historias locales, UNSTA-CEPIHA, Tucumán, 2010, pp.
253-280; “Benditos Ancestros: Comunidad, poder y cofradía en Humahuaca en el siglo XVIII”, en
Boletín Americanista, Año LXI, núm. 62, Publicacions i Edicions Universitat de Barcelona, Barcelona,
en prensa.
6 Cfr. ASSMANN, Jan Religión y memoria cultural. Diez estudios, Ediciones Llimod-La Araucaria,
Buenos Aires, 2008; BELTING, Hans “Imagen y muerte”, en Antropología de la imagen, Katz, Buenos
Aires, 2010, pp. 177-232; KAULICKE, Peter “Memoria historiografiada y memoria materializada.
Problemas en la percepción del pasado andino preeuropeo”, en Estudios Atacameños, núm. 26, 2003,
pp. 17-34; ZARATE TOSCANO, Verónica Los nobles ante la muerte en México. Actitudes, ceremo-
nias y memoria (1750-1850), El Colegio de México/Instituto Mora, México, 2000; NIELSEN, Axel
Celebrando con los antepasados. Arqueología del espacio público en los Amarillos, Quebrada de Hu-
mahuaca, Jujuy, Argentina, Mallku Ediciones, Argentina, 2007; GINZBURG, Carlo “Representaçao.
A palavra, a idéia, a coisa” en Olhos de Madeira. Nove reflexoes sobre a distancia, Companhia Das
Letras, Sao Paulo, 2009; BEN-AMOS, Avner Funerals, politic…, cit.
7 VILLAGRÁN, Andrea “El general gaucho, Historia y representaciones sociales en el proceso de
construcción del héroe Güemes”, en ÁLVAREZ LEGUIZAMÓN, Sonia Poder y Salteñidad. Saberes,
políticas y representaciones sociales, CEPIHA-UNSa, Salta, 2010, p. 24. Esta problemática ha sido
considerada, desde otra perspectiva, por CARO FIGUEROA, Gregorio “Orígenes de la construcción
del culto a Martín Güemes” [en línea] http://www.portaldesalta.gov.ar/cultoaguemes.html.
Itinerarios de un cuerpo 73

por los grupos que se hicieron del poder en Salta a lo largo de su historia, fundados en
la perennidad de la gloria que legara el héroe de la guerra de independencia.
Este largo itinerario del cuerpo se inicia con la muerte misma de Güemes (1821)
para concluir con la fundación del Panteón de las Glorias del Norte (1918), instancia
de construcción del héroe que se pone en relación con los procesos históricos de cons-
trucción del poder. En este trabajo nos detendremos en los primeros pasos de esta
trayectoria, la puesta en escena del traslado y entierro de los restos de Martín Miguel
de Güemes de la capilla del Chamical –donde habían sido enterrados tras su muerte el
17 de junio de 1821– al interior de la entonces catedral de la ciudad de Salta en 1822.8
Abordar el estudio del traslado de los restos del militar y gobernador de una ca-
pilla del campo a la catedral de la ciudad –que incluyó la exhumación de los restos, su
traslado hasta la ciudad, procesión por las calles, velatorio y entierro en lugar conside-
rado sagrado, con orden de asistencia y retirada de milicias, invitación a la población
en general, con presencia de las autoridades de la provincia– implica considerar a los
actores, las acciones y los lugares de una puesta en escena que constituye un esfuerzo
de construcción de memoria colectiva con, y en toda, su dimensión política.
Para Maurice Halbwachs, lo social resultará una dimensión de análisis ineludible
en los estudios acerca de la memoria. Su planteo puede resumirse en tres proposicio-
nes articuladas: el pasado no se conserva, se reconstruye a partir del presente; la me-
moria del pasado sólo es posible por obra de los marcos sociales de referencia con que
cuentan los sujetos; y, como el individuo aislado es una ficción, la memoria individual
sólo tiene realidad en cuanto participa de la memoria colectiva. El autor advierte que
percepciones del presente y del pasado van a la par, que el testimonio no explica la
realidad pasada sino la verdad del presente tal como la sociedad lo construye y que
ningún acontecimiento, aunque se lo califique retrospectivamente de fundador, está
en condiciones de unir en una representación común varias conciencias colectivas
distintas.9

8 Con la creación del obispado de Salta, en 1806, la Catedral ocupará el templo de los expulsos jesuitas,
ya que la iglesia matriz era más pequeña y amenazaba ruina. En la segunda mitad del siglo XIX, se
construirá un nuevo edificio en los terrenos de la matriz. Se consagrará allí la nueva catedral del obis-
pado de Salta, en 1878.
9 Cfr. LAVABRE, Marie-Claire “Maurice Halbwachs...”, cit.
Itinerario de un cuerpo

Fuente: Elaborada sobre un plano de la ciudad de 1807 compuesto por Larramendi (AGN, Sala
IX, 30.8.2 INT, Leg. 63, Expte. 9).
* AAS, Parroquia San Juan Bautista de La Merced, Libro de Entierros, Cuadernillo 1821-1826,
ff. 8-8v.
** AAS, Caja Panteón de las Glorias del Norte, s/d.
*** AAS, Caja Panteón de las Glorias del Norte, Decreto de Manuel Carlés, 19 de septiembre
de 1918.
Itinerarios de un cuerpo 75

Trabajar con memorias colectivas implica también intentar reconocer las diferentes
memorias de las facciones políticas en lucha. Memorias de grupos sociales contra-
puestos que se disparan en la política del gobernador Gorriti, de construcción de una
memoria colectiva a la que rápidamente se responderá desde la escritura con un dis-
curso cruzado, que intenta imponer otra memoria colectiva, legitimadora de otras fac-
ciones. Memoria escénica y memoria narrativa10 enfrentadas, esfuerzos por recordar
las glorias del “Señor Coronel Mayor General en Xefe y Gobernador”11 en su lucha
por la libertad y, su opuesto, obra escrita para no olvidar los excesos del “tirano”.12 Se
trata de la dimensión mnemónica de la lucha por el poder en la que los sujetos reacti-
van sus recuerdos y se apela al pasado como forma de legitimación o deslegitimación
de las acciones del presente histórico.
Estas memorias en lucha encuentran una primera instancia de resolución en
quien, desde los recuerdos socializados en su infancia y juventud, construye uno de
los primeros textos que será utilizado como palabra de referencia, siempre presente,
en las otras postas del itinerario: las páginas literarias de Juana Manuela Gorriti.

Dar un nuevo lugar al cuerpo. Re-presentar a Martín Miguel de Güemes


Tulio Halperin Donghi ha llamado la atención, hace tiempo, sobre el proceso de mi-
litarización y politización que se desata tras la ruptura con España.13 El espacio sur-
andino, en el que ubicamos las ciudades/provincias del noroeste del Río de la Plata,
fue uno de los campos en los que se dirimieron batallas de posiciones y de posesiones
entre el bando que se autoproclamó patriota y su otro, los gachupines o godos. En este
contexto de guerra y de movilización, podemos entender el surgimiento y legitima-
ción del poder de un criollo, hijo de español y con un importante ensamble social en
redes de Salta y Jujuy, Martín Miguel de Güemes, quien a partir de 1815 conducirá,
no sin oposición de alguna facción de la elite, los destinos de la guerra y la suerte de
la sociedad como Gobernador y General en Jefe. Seis años ejercerá este doble mando
hasta que el 17 de junio de 1821 muere tras unos disparos, que si bien tienen el cuño
realista, se producen en un contexto de intentos de toma del poder por parte de las
facciones en lucha, con la consecuente represalia en manos de los hombres de Güe-

10 Jan Assmann sostiene que en lo que hace a la estructura de sentido de la memoria se puede hacer una
distinción entre memoria escénica, organizada visualmente, cercana del recuerdo espontáneo y que
alcanza estratos de la personalidad más hondos, más alejados de la conciencia; y la memoria narrativa,
organizada lingüísticamente, que tiende a organizarse con sentido y coherencia. Cfr. ASSMANN, Jan
Religión y memoria…, cit.
11 Archivo Arzobispal de Salta (AAS) Parroquia San Juan Bautista de La Merced, Libro de Entierros,
Cuadernillo 1821-1826, ff. 8-8v.
12 El Correo de las Provincias, núm. 2, Buenos Aires, 1 de diciembre de 1822, [13], en Biblioteca de
Mayo, Tomo X, Periodismo. El Correo de las Provincias, El Nacional, Hemerografía, Buenos Aires,
Senado de la Nación, 1960, p. 9097.
13 Cfr. HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argen-
tina criolla, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
76 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

mes.14 Herido en la ciudad, muere en terrenos de finca La Cruz, considerada su cuartel


general, a unas cuantas leguas de Salta y es enterrado en la capilla cercana a la finca.
No hemos encontrado los registros de este entierro en los libros parroquiales, el
silencio sobre este suceso cubre buena parte de los papeles guardados en los archivos
oficiales. Frente al silencio de las fuentes documentales que rodea al primer entierro
de Güemes, los segundos funerales ordenados por el gobernador José Ignacio de Go-
rriti, diecisiete meses después, han dejado una multiplicidad de marcas sobre las que
trabajaremos. La primera corresponde al registro del libro de entierros de la iglesia
catedral firmado por el Maestro Francisco Fernández con una extensión poco usual
para estos años:15
“En esta Santa iglesia Cathedral de Salta a catorce días del mes de
Noviembre del año de mil ochocientos 22, yo el Cura Rector Interino
Maestro Don Francisco Fernández sepulté los huesos del cuerpo del
finado Señor Coronel Mayor General en Xefe y Gobernador que fue
de esta Provincia Don Martín Miguel de Güemes que murió el 17 de
junio de mil ochocientos veinte y uno en el campo y fue enterrado
en la Capilla del Chamical de donde se trasladaron dhos huesos a
esta ciudad para hacerles el entierro con toda aquella decencia que
merecían sus notorios y distinguidos servicios: fue casado con la fi-
nada Doña Margarita del Carmen Puch, el cual dicho Señor murió
intestado, y para que conste lo firmo”.16
En él se deja testimonio de la muerte y primer entierro, poniendo en palabras aque-
llo que había permanecido en silencio en la misma documentación un año y medio
atrás.17 Con el registro parroquial algunos aspectos de la primera muerte se socializan,

14 Sara Mata y Marcelo Marchionni han abordado en extenso y lo siguen haciendo, el estudio sobre
este periodo en sus dimensiones política, social y económica. En este sentido véase MATA, Sara “La
guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder”, en Andes, núm. 13,
CEPIHA-UNSa, Salta, 2002; Los gauchos de Güemes, Sudamericana, Buenos Aires, 2008; “El poder
de la autoimagen”, en CHIBAN, Alicia El archivo de la Independencia y la Ficción Contemporánea,
UNSa-Consejo de Investigación, Salta, 2004, pp. 307-337 y otros; MARCHIONNI, Marcelo “La rede-
finición de los espacios políticos en el proceso revolucionario. Salta en las primeras décadas del siglo
XIX”, en MATA, Sara y ARECES, Nidia Historia Regional. Estudios de casos y reflexiones teóricas,
EDUNSa, Salta, 2006.
15 En un estudio sobre los lugares de entierro tras la ruptura independentista observamos que los registros
de entierro entre 1810 y 1822 son bastante escuetos en cuanto a la información que brindan, incluso
hay años en los que esos registros no quedan asentados en el libro parroquial. Cfr. CARETTA, Gabriela
y ZACCA, Isabel “Deambulando entre las…”, cit.
16 AAS, Parroquia San Juan Bautista de La Merced, Libro de Entierros, Cuadernillo 1821-1826, ff. 8-8v.
El destacado es nuestro.
17 Según relata la tradición fue el mismo maestro Fernández, cura amigo del general Güemes, quien lo
había asistido en su muerte. La ausencia de registro, que en general aparece para todos los oficios de la
capilla, puede asociarse, en esta oportunidad, a la violencia y al miedo que imperan; imposibilidad de
poner en palabras escritas, necesidad de mantener en silencio.
Itinerarios de un cuerpo 77

se re-presentan. Morir en el campo y ser enterrado en la capilla del Chamical, como lo


registra el cura, refiere a dos marcas importantes: la del espacio rural, particularmente
el valle de Lerma, dominio del General –en tanto allí había desarrollado su estrategia
de lucha, había reclutado de forma más o menos coercitiva sus milicias y había reco-
nocido el beneficio del no pago de arriendo a sus gauchos;18 y la capilla que, aunque
espacio sagrado controlado por los especialistas, había sido mandada construir y ben-
decir por el propio Gobernador en 1818 en cercanías de su estancia.
Encontramos en esta escritura parroquial, en la que una parte de la historiogra-
fía vio sólo datos poblacionales y biográficos, toda una declaración política del cura
Fernández: los méritos y servicios por los que se le realizan estos nuevos funerales
son los de General en Jefe y los de Gobernador. Mientras que el propio gobernador
Gorriti, en un oficio al teniente gobernador de Jujuy, sólo se decide a resaltar como
justificativo de la ceremonia, que “se tributen por la provincia los honores que co-
rresponden a un jefe que, libertándola de todas cuantas invasiones ella ha sufrido
de los tiranos, tuvo la gloria de arruinar dos ejércitos triunfantes que la ocuparon;
agregando la de estar en ella una milicia de la más virtuosa y heroica de cuantas han
sido el sostén del país y de la causa de nuestra independencia”.19 Nada se dice de la
condición de antiguo gobernador de Salta; trasladar sus restos, dejándolos asociados
a la defensa militar y a la heroicidad de las milicias, implica un primer esfuerzo por
construir la condición heroica de Güemes y despolitizar su figura. En ambos casos se
escribe para el reconocimiento presente, pero se sabe también que estas palabras tie-
nen la potencialidad de sobrevivir a las personas, para las generaciones venideras. La
diferencia entre los registros no resultan un dato menor ya que a lo largo del proceso
de mnémesis podemos reconocer una alternancia y diferencia entre quienes apelan a
su condición militar, aquellos que reivindican o denigran su condición de gobernador
y quienes unen ambas situaciones como el caso del registro de Fernández o el del
periódico El Correo de las Provincias, como veremos más adelante. 20
Si bien en la escritura del segundo entierro queda clara la participación del cura
con la expresión enterré, en el primero el impersonal fue enterrado, construye el si-
lencio sobre los agentes que participaron de ese ritual y, muy posiblemente, del acom-

18 Cfr. MATA, Sara “La guerra de independencia…”, cit.


19 Archivo Güemes, Oficio dirigido al teniente gobernador de Jujuy, 6 de noviembre de 1822, citado por
FRÍAS, Bernardo Historia del General Güemes y de la provincia de Salta o sea de la Independencia
Argentina, D’Uva, Salta, 1961, p. 272.
20 Alejandra Cebrelli y Víctor Arancibia reconocen en la historización de la heroicidad de Güemes, cu-
yos inicios ubican en la publicación de Güemes. Recuerdos de infancia de Juana Manuela Gorriti, la
construcción de un ícono, es decir, de figuraciones altamente codificadas y fuertemente identitarias. La
perspectiva histórica y la indagación del proceso a partir de sus funerales nos han permitido recono-
cer una genealogía de esas representaciones y su alta conflictividad. Dos situaciones que hacen a las
condiciones de posibilidad de la conformación del ícono. Cfr. CEBRELLI, Alejandra y ARANCIBIA,
Víctor “Un acercamiento al problema de las prácticas, los discursos y las representaciones. Sobre hé-
roes, futbol y otras iconografías pasionales”, en Representaciones sociales. Modos de mirar y de hacer,
CEPIHA-CIUNSa, Salta, 2005, pp. 121-142.
78 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

pañamiento en el trance de la muerte, que no es sino socialización de los vivos.21 De


esta manera la memoria de esta primera muerte, del momento de quiebre caótico en
la vida, es privilegio del grupo más cercano, ellos se convertirán en custodios de sus
restos y de la memoria sobre su muerte y entierro.
Con el segundo funeral, una repetición gráfica de la muerte, el caos –quiebre
producido por la muerte deseada por la facción opositora y concretada de forma vio-
lenta– es controlado, el muerto ocupa un lugar, la ceremonia mediatiza la reubicación
del muerto en el entorno social. En su estudio sobre imagen y muerte, Hans Belting
sostiene que la tumba y el segundo entierro son lugar y rito de acción, por ellos la
muerte se inventa de nuevo, se controla, luego de unos meses o años en los que se va
resolviendo socialmente; aunque se refiere especialmente a lo que Belting denomi-
na culturas arcaicas, en las que el acontecimiento de la muerte acarrea la catástrofe,
entendemos que es posible interpretar de este modo el quiebre político y social que
produjo la muerte de Martín Güemes.22 En este contexto, el gobernador Gorriti se
constituye, en quien otorga el derecho a la sepultura, que es –en definitiva– derecho a
una muerte oficial y pública a diferencia de la del Chamical.
Puestos a analizar la ritualidad del traslado, observamos que la ciudad y sus
alrededores se han convertido en las tablas de una gran puesta en escena ritual de
la que participó buena parte de la población ya que “hubo concurrencia general del
pueblo de la ciudad y de los gauchos”.23 Inclusive un informante que escribe una
carta al periódico El Correo de las Provincias expresa que estaban los “gauchos”,
el “populacho” y también los “comerciantes”.24 Es importante que en el análisis de
estos rituales tengamos presente, tanto la expresión y la retórica que se desenvuelve
desde el poder, como la comunión y la experiencia que deviene de este acto ritual y
que es frecuentemente condensada en una versión personal o grupal del evento, que
apela a los sonidos, la sensación de ser parte de la multitud, el cansancio del caminar
acompañando el cortejo.25
De esta manera, con la ceremonia ritual, la muerte del General adquiere una
nueva dimensión social.26 Si consideramos que buena parte del poder construido por
Güemes sentaba sus bases en la población rural, sacar el cuerpo del Chamical y entro-

21 ELIAS, Norbert La soledad de los moribundos, FCE, México, 1989.


22 Cfr. BELTING, Hans “Imagen y…”, cit., p. 194.
23 Son muy pocas las fuentes primarias que hemos podido rescatar para esta aproximación a los funerales
de Güemes, inclusive en las carpetas de gobierno sólo encontramos una razón de lo que se invirtió en
los gastos originados por los funerales y el libramiento de dinero para la compra de pólvora para los
cartuchos sin balas que se usarán en las honras al coronel mayor Martín Güemes en la iglesia matriz
de Jujuy. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta (ABHS), Fondo de gobierno, Caja 48, Carpeta 3,
noviembre de 1822.
24 El Correo de las Provincias, 23 de enero de 1823, núm. 6, Buenos Aires, [79], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9152.
25 Cfr. BEN-AMOS, Avner Funerals, politic…, cit.
26 BELTING, Hans “Imagen y…”, cit., p. 194.
Itinerarios de un cuerpo 79

nizarlo en la ciudad, más aún en la catedral, constituye un proceso de expropiación/


apropiación del cadáver, y con él de sus glorias, de sus méritos, particularmente los
militares. Esta incautación necesita borrar algunas huellas anteriores, sacar al muerto
de su antiguo enterratorio, despojarlo de la caja o mortaja en que yacía, colocarlo en
ataúd nuevo y vestirlo por fuera, para que puedan visualizarse los símbolos de un nue-
vo prestigio.27 Hay aquí un juego semiótico –que se sustentaría aún más de ser verdad
lo que expresa Frías sobre la exhibición de la ropa y la espada– y que es casi explícito,
pues se “reviste” ya no el cuerpo, del que se prescinde, sino la imagen de Güemes,
refundada para la mirada pública.
Así mismo, encontramos en esta ritualización del segundo entierro una preten-
sión de legitimar la sucesión de Gorriti, eligiendo para ello, aquellos rasgos que hacían
a sus méritos militares y silenciando los que referían a su condición de gobernador
asesinado, recuerdo que abriría las posibilidades de un nuevo magnicidio.
Enterrarlo en el presbiterio de la catedral, con la anuencia del gobernador
eclesiástico,28 en virtud de sus glorias militares, termina consagrando los huesos como
reliquias, y a Gorriti como conciliador de un orden que se había quebrado en el último
año del gobierno de Güemes, particularmente con quien detentaba el gobierno ecle-
siástico.29 Silenciamiento de los antiguos enfrentamientos, trasvasamiento del poder
de Güemes a Gorriti en virtud del rito y refuerzo de un orden en el que lo político no
se separa de lo religioso.
En todos los casos, las fuentes contemporáneas a las que nos hemos referido,
privilegian el uso de la palabra huesos y sólo ocasionalmente la de cadáver. La primera
expresión es más que interesante, ya que refiere a un proceso biológico, el descarne,
que tiene implicancias en segundos funerales en diferentes culturas del mundo, es-
tudiados por antropólogos e historiadores.30 El tiempo necesario para que el proceso
de descarne se diera naturalmente dependía de las condiciones de suelo y clima: en
un informe que los médicos José Redhead y Antonio Castellanos elevan al gobierno

27 Según Bernardo Frías, sobre el nuevo cajón colocaron el uniforme y la espada del general muerto.
FRÍAS, Bernardo Historia del General Güemes…, cit., p. 272.
28 Archivo Güemes, Oficio dirigido al teniente gobernador de Jujuy, 6 de noviembre de 1822, citado por
Frías, Bernardo Historia del General Güemes…, cit., p. 272.
29 Unos meses antes de la muerte de Güemes el gobernador eclesiástico Figueroa, residiendo en Tucu-
mán, había condenado el régimen político señalando que “se engaña el jefe que calcula perpetuarse
en el mando desquiciando autoridades superiores, fomentando facciones, inspirando terror, desem-
bosalando (sic) la fiera multitud” y había prohibido la entrada a las iglesias “a estos forajidos, ebrios,
mal hechores e impíos […]. La guerra que Güemes hizo a esta inocente ciudad fue injusta, ilegal,
temeraria, absurda, tiránica, contra el derecho Divino y de gentes…”. ABHS, Copiador 338, Acta de la
Junta Provincial 9 de agosto de 1821. AAS, Vicaría Capitular, Carpeta 246, Carta de censura contra los
partidarios de Güemes que saquearon la ciudad, Tucumán, mayo de 1821.
30 En estos casos las sociedades se preocupan de pautar los tiempos y/o los procedimientos para asegu-
rarse que los huesos se encuentren libres del estado de putrefacción propio de la carne, para realizar la
exhumación y nuevo velorio con su correspondiente segundo entierro. Cfr. BELTING, Hans “Imagen
y…”, cit.; GINZBURG, Carlo “Representaçao. A palabra…”; cit.
80 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

provincial con motivo del proyecto de creación del panteón de la ciudad en 1825, afir-
man que “un cuerpo no queda en esqueleto seco y no pierde los últimos restos de sus
partes blandas, sino después de una larga época que generalmente pasa de siete años.
Es probable que aquí se efectúe con más prontitud esta descomposición”.31 Y es que
para el paradigma miasmático –dominante hasta fines del siglo XIX– la presencia de
un cuerpo en putrefacción “es un aviso suficiente que sus emanaciones encierran un
principio de destrucción que amenaza nuestra existencia”.32
Insistir sobre la condición de osamenta descarnada del cuerpo de Güemes en su
traslado y segundo funeral, cuando suponemos –de acuerdo al informe de los médicos
Redhead y Castellanos– que debió estar en proceso de descomposición, es parte de
la construcción de una metáfora tranquilizadora en la que el muerto ha perdido su ca-
rácter peligroso. No es ya el cuerpo que “emite un gas cuyo influjo peligroso es bien
conocido”,33 y por analogía tampoco el líder que con su influencia mantenía, según
sus enemigos, “el sistema feudal inventado por [el mismo]; pues tiene la provincia di-
vidida en distritos militares, cada uno a cargo de un gefe (sic), que por la mayor parte
han sido desertores o malechores (sic), y que respectivamente son tan absolutos en su
feudo, como un pequeño soberano”.34
Carlo Ginzburg sostiene, siguiendo a Robert Hertz, que los segundos funerales
son una instancia tranquilizadora del trauma de la muerte que deviene del pasaje del
cuerpo putrefacto (objeto inestable y amenazador por excelencia) al esqueleto. Los
huesos no son ya, por tanto, el cuerpo del muerto, mucho menos el del vivo, son un
otro, una representación que marca la presencia de una ausencia, pero más aún, que
construye una nueva presencia con su agencia. Esta representación será cargada de
sentidos por los diferentes elementos que construyen este ritual de traslado de los
huesos a los que nos hemos referido. 35
Otra cuestión significativa en la construcción de esta representación es que el
volver a ver el cuerpo en el interior de una caja nueva lo inviste de realidad, se trata de
esa posibilidad del reconocimiento que, como dirá Ricoeur, es lo que permite que el
recuerdo se constituya como tal, alejándose de la fantasía, experiencia que “se presen-
ta bajo la forma de un juicio declarativo tal como: ¡Sí, es ella, es él! No, no se trata de

31 ABHS, Fondo de Gobierno, Caja 62, Carpeta 3, agosto de 1825, f. 2v. Agradecemos a Marcelo Mar-
chionni el habernos facilitado una copia digital de este documento.
32 ABHS, Fondo de Gobierno, Caja 62, Carpeta 3, agosto de 1825, f. 2.
33 ABHS, Fondo de Gobierno, Caja 62, Carpeta 3, agosto de 1825, f. 2v.
34 El Correo de las Provincias, 15 de diciembre de 1822, núm. 3, Buenos Aires, [28], en Biblioteca de…,
cit., p. 9098.
35 Según Ginzburg, los ritos en torno a los dobles de cera o a los huesos, constituyen instancias de consa-
gración divina del emperador – en la Roma de los antoninos– o de perennidad de la función monárqui-
ca –entre los reyes franceses e ingleses del cuatrocento y del quinientos; continuidades en la crisis de
la muerte, permanencias en medio de la ruptura, que legitiman –en última instancia– la sucesión. Cfr.
GINZBURG, Carlo “Representaçao. A palabra…”, cit.
Itinerarios de un cuerpo 81

un fantasma, de una fantasía”.36 Las circunstancias de la muerte y primer entierro de


Güemes y sus noticias transmitidas de boca en boca, debió dejar flotando en el aire el
sentimiento de incredulidad, la fantasía de su retorno, la presencia de su espectro. En
el reconocimiento del féretro que traía sus huesos se abre la posibilidad de construir el
recuerdo, de contar con un referente material que desvanezca al fantasma.37
Incluso el lugar de entierro, la tumba en sí misma no es sólo un lugar de reposo
sino también, como lo sostiene Belting, “el lugar de una acción: un lugar en el que el
tiempo de la muerte se inventa de nuevo”.38 Todo vuelve a hacerse como si el muerto
fuese reciente, esfuerzo por borrar la otra muerte, el otro entierro. Representar, romper
con el curso cotidiano, trastocar tiempos y espacios, para resemantizar la muerte de
Güemes y asociarlo a la figura del nuevo gobernador. Nueva representación del velo-
rio y muerte: el uniforme sobre el ataúd, el cortejo, el itinerario de retorno a la ciudad,
el entierro al pie del altar de la catedral, la concurrencia generalizada son marcas en
este ritual que procura construir una memoria en la que se trastocan muchos de los
signos de la primera muerte, este representar es parte del proceso de reconstrucción y
apropiación de su heroicidad.

Memorias en pugna
Bernardo Frías expresa que los odios entre las facciones que apoyaban y las que se
oponían a Güemes habían perdurado durante toda la vida de aquellas generaciones y
que incluso él los había alcanzado a conocer. En un pie de imprenta de su libro His-
toria de Güemes relata que con motivo del traslado de los restos a la nueva catedral
en 1918, una de las personas sobrevivientes de aquella época, refiriéndose a la pompa
con que se recordaba y construía la memoria del general, le dijo: “Tantos honores, ¡y
quién sabe de qué indio serán esos huesos!”. “Pero qué ¿no aseguran todos que son
los del general Güemes?, le preguntamos. “¡Oh, no! Si ni supieron donde lo habían
enterrado”.39 Enfrentamientos entre facciones que se proyectan en la tensión entre
presencia/ausencia, voz/silencio.
Esta tensión entre recuerdos y olvidos, construidos socialmente, es la que se pone
en juego cuando Gorriti decide el traslado de los restos a la ciudad, con el objetivo
declarado de conseguir la reconciliación social y, el no confeso pero por todos recono-
cido, de legitimar su lugar de poder. Se trata de analizar las condiciones de posibilidad

36 RICOEUR, Paul “Historia y memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado”, en


PEROTIN-DUMON, Anne –director– Historizar el pasado…, cit. Resaltado en el original. “Histoire
et mémoire: l’écriture de l’histoire et la réprésentation du passé”, en Annales. Histoire, Sciences Socia-
les, núm. 55-4, París, julio-agosto de 2000, pp. 731-747.
37 Los estudios sobre memoria y desaparecidos en América latina han llamado la atención sobre la impor-
tancia de recuperar los restos de quienes fueron asesinados durante las dictaduras a fin de hacer posible
el duelo de los familiares y de la sociedad en su conjunto. Cfr. PEROTIN-DUMON, Anne –director–
Historizar el pasado…, cit.
38 BELTING, Hans “Imagen y…”, cit., p. 194.
39 FRÍAS, Bernardo Historia del General Güemes…, cit., p. 275.
82 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

de este proceso de construcción de memoria colectiva y de representaciones sobre


Güemes, a partir de la consideración de las diferentes memorias comunicativas, en-
tendidas como los recuerdos construidos en las experiencias interpersonales/grupales,
en las que las emociones juegan un papel decisivo, dándole precisión y horizonte a
los recuerdos.40
La poiesis mnemónica de la nueva muerte de Güemes no sólo está orientada a la
creación de una memoria colectiva, sino que dispara recuerdos personales y grupales,
ya que, como sostiene Paul Ricoeur si bien la socialización nos permite recordar,
también es cierta la afirmación contraria, el recuerdo nos permite socializarnos. La
socialización no es un mero cimiento, sino además una función de la memoria. Si bien
se recuerda con otros, la memoria, puede ser atribuida, como lo propone este autor, a
todas las personas gramaticales: yo, ella, él, nosotros, ellas, etc. Este enfoque autoriza
al historiador a recurrir a la memoria individual, grupal y colectiva, enredadas todas,
particularmente al tratarse de fiestas, conmemoraciones y otras celebraciones.41
En la medida en que trabajamos con huellas de ese pasado, nos resulta difícil
acercarnos a estas diferentes memorias, sólo unos pocos trazos han llegado a nosotros,
más aún si consideramos que la forma privilegiada de su transmisión era la palabra
hablada. A pesar de lo cual, en el periódico El Correo de las Provincias parecen enun-
ciarse algunos rasgos de ese recordar del grupo enemigo de Güemes que, en principio,
reunía a una facción de la elite de Salta, con sus conexiones en Buenos Aires y en
otros espacios del Río de la Plata.
Dos ediciones del periódico, correspondiente a los días 1 y 23 de enero de 1823,
incluyen noticias acerca de los segundos funerales y su editor las integra a una crónica
de los sucesos de Salta entre 1815 y 1822, enviada por un vecino de Salta que, según
el periódico, es un “sujeto fidedigno, y testigo presencial de todos los sucesos de esta
provincia…”. Su autor, a quien el editor deja en el anonimato, expresa:
“Estos son, señores, los desastres que oprimen la provincia de Salta
[…]. Nada puede descubrirlos mejor que una parte de los hechos
que lo caracterizan, presentados del mismo modo que el público los
conoce; nada podría servir más que este conocimiento a los objetos
del periódico que Uds. se han propuesto publicar, para acertar los
remedios adecuados, y capaces de producir el bien de todos sin vio-
lencia de nadie. He aquí el punto a que están circunscriptos todos los

40 Cfr. ASSMANN, Jan Religión y memoria…, cit.


41 Para explicar esta múltiple adscripción Ricoeur utiliza la noción de atribución de fenómenos psíquicos,
proveniente de la filosofía analítica, según la cual la atribución de un acto o estado psíquico a sí mismo
es, por principio, correlativa a la atribución simultánea a otro distinto. Cfr. RICOEUR, Paul “Historia
y memoria…”, cit.
Itinerarios de un cuerpo 83

intereses de esta carta, cuya intención no conoce el desvío, pues se


dirige por los medios de la verdad, a los fines de la justicia…”.42
Mientras que el editor del Correo sostiene que esta:
“…árida relación de una serie no interrumpida de crímenes, no es
agradable, y puede haber fastidiado a nuestros lectores; pero ellos
deben ser consignados en la historia de nuestra revolución, para que
los venideros no confundan a los buenos con los malos; y porque con
relación a los presentes, su exposición servirá quizá al menos de una
rémora al crimen”.43
De esta manera, las noticias del traslado y nuevo entierro, en las que pretendemos
reconocer rasgos de la memoria de uno de los grupos, se incorporan a lo que podría
ser el primer texto que tiene pretensión de construcción de una memoria histórica del
sistema Güemes.
Testigo presencial, sujeto fidedigno y relación árida son garantías de un relato
que busca ser magistra vitae y que merecerían, creemos, un estudio en profundidad
de lo que entendemos sería la primera “historia” del sistema Güemes. Si bien en este
escrito datado el 22 de noviembre de 1822 que se despliega en tres ediciones del
periódico no se hace referencia a los funerales, Fortunato Lemoine,44 editor del Co-
rreo, decide incluir en dos de ellas las noticias que, dice haber recibido, en sendas
cartas acerca de las circunstancias y repercusión del traslado; propuesta escrituraria
que anuda el relato condenatorio del pasado a la representación que se construye en
los segundos funerales.
La primera cuestión que Lemoine intenta construir es la banalidad del entierro y
las contradicciones con la situación que se vive en la región ya que aún no había con-
cluido la guerra contra los ejércitos “y mientras el enemigo hacía derramar sangre y
lágrimas a los habitantes de Humaguaca, el Sr. Gorriti […] bañado también en llanto,
conducía hasta la Catedral de Salta el Sancarron de Güemez y le hacía un suntuoso y
magnífico entierro…”.45

42 El Correo de las Provincias, 23 de enero de 1823, núm. 6, Buenos Aires, [80-81], en Biblioteca de…,
cit., p. 9154.
43 El Correo de las Provincias, 23 de enero de 1823, núm. 6, Buenos Aires, [79], en Biblioteca de…, cit.,
pp. 9152-9153.
44 Fortunato Lemoine había nacido en Charcas a fines del siglo XVIII. El 25 de mayo de 1809 suscribe
junto a su padre, su tío, José Bernardo de Monteagudo y Juan Antonio Alvárez de Arenales, entre otros,
la “Proclama de la ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de la ciudad de La Paz”. El mariscal
Vicente Nieto lo confinó a Salta junto a su padre Joaquín y a Bernardo de Monteagudo. Incorporado a
las fuerzas que combatían a los realistas estuvo nuevamente en el Alto Perú. Fue agrimensor y desem-
peñó esa función en el Río de la Plata hasta su muerte en 1829. Entre 1822 y 1823 fue redactor y editor
del Correo de las Provincias. Cfr. Biblioteca de…, cit., p. 9054.
45 El Correo de las Provincias, 1 de enero de 1823, núm. 4, Buenos Aires, [46], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9115.
84 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

La ironía es un recurso que utiliza frecuentemente el editor a lo largo del perió-


dico y del relato que nos ocupa: “…cuando el célebre Güemez concluyó su carrera
para la fortuna de Salta […]. Sus prosélitos, discípulos y sucesores han tenido la feliz
ocurrencia de exhumar sus huesos”.46
Sin embargo, donde cobra mayor fuerza el sarcasmo es al referirse al atuendo
que Gorriti vestía en los funerales: “…el Sr. Gorriti vestido de una capirusa (sic) ne-
gra…”. No encontramos referencias a la palabra capirusa en las diferentes ediciones
del Diccionario de la Real Academia Española (RAE) del siglo XIX, aunque supo-
nemos que puede asimilarse a la idea de caperuza47 o, como Lemoine acota, podría
tratarse de un capirote48 –cubierta de la cabeza algo levantada y que terminaba en pun-
ta, algunas tenían faldas que caían sobre los hombros, como las que se ponían en los
lutos.49 Esto que podría parecer un detalle menor, constituye aquí una excusa especial
para ridiculizar al gobernador Gorriti.
El paratexto del periódico, anotado a pie de página, pone en palabras toda la fuer-
za de la imagen, tomando como pretexto la vestimenta de Gorriti y trazando un para-
lelismo con el relato de la Dueña dolorida del Quijote: “Otra carta nos dice capirote; y
solo hemos creído que haya imitado a D. Quijote, allá cuando la Dueña dolorida, etc.,
etc.”.50 A lo largo del relato cervantino que se desarrolla en seis capítulos (del treinta
y seis al cuarenta y dos) de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de
la Mancha (1615), las vestiduras cobran un rol central: tanto el anciano escudero,
como la Dueña dolorida y las doce dueñas que la acompañan, van vestidas de luto;
el relato incluye una extensa descripción de sus vestimentas y hasta sus nombres son
una alegoría del ropaje:
“…vestido, con una negrísima loba, cuya falda era asimismo desafo-
rada de grande […] comenzaron a entrar por el jardín adelante hasta
cantidad de doce dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas
de unos monjiles anchos […]. Tras ellas venía la condesa Trifaldi,
a quien traía de la mano el escudero Trifaldín de la Blanca Barba,
vestida de finísima y negra bayeta por frisar […]. La cola o falda, o
como llamarla quisieren, era de tres puntas, […] por lo cual cayeron
todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía lla-

46 El Correo de las Provincias, 1 de enero de 1823, núm. 4, Buenos Aires, [46], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9115.
47 “Caperuza: especie de bonete que remata en punta hacia atrás”, en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
(RAE) Diccionario de la lengua castellana por la RAE, 6ª edición, Imprenta Nacional, Madrid, 1822,
p. 1572. Reproducción digital a partir del ejemplar de la Biblioteca de la RAE [en línea] http://www.
buscon.rae.es/ntlle.
48 El Correo de las Provincias, 1 de enero de 1823, núm. 4, Buenos Aires, [46], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9116.
49 RAE Diccionario de la…, cit., p. 1581.
50 El Correo de las Provincias, 1 de enero de 1823, núm. 4, Buenos Aires, [46], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9116.
Itinerarios de un cuerpo 85

mar la condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa ‘de las Tres


Faldas’…”.51
Esto no pasaría de un detalle doméstico si no consideráramos que en esta amplia es-
cena de hombres y mujeres de luto, los duques y sus cortesanos, han urdido una farsa:
nada es lo que parece, tras los velos apretados del luto de las Dueñas y sus amplios
ropajes negros, se esconden hombres travestidos. Aunque Sancho advierte que no
conviene fiarse de las dueñas, Don Quijote y, él mismo, son víctimas de esta burla.
Podemos suponer entonces que el editor del Correo de las Provincias, al construir un
paralelismo entre la vestidura de Gorriti y la de la Dueña dolorida, busca reforzar la
idea de farsa y de montaje, construido alrededor de la ritualidad del entierro.
Nos interesa destacar también el uso de la palabra Zancarrón en las noticias. En
una primera acepción de los Diccionarios del siglo XIX de la RAE la palabra refiere
a los huesos, grandes, secos o sin carne; esto se relaciona directamente con el proceso
de descarne que precede a los segundos entierros, tal como hemos planteado en párra-
fos anteriores. Sin embargo, estamos frente a una palabra polisémica en la que puede
reconocerse una carga peyorativa, ya que, por semejanza, se utiliza también para de-
nominar al flaco, viejo, feo y desaseado.52 Un último uso que señala la RAE es el de
Zancarrón de Mahoma, para referirse con desprecio a los huesos de quien es conside-
rado falso profeta y que son visitados en la Mezquita. Hacia aquí marcha la semántica
del texto, “en el nuevo entierro de Güemez; o bien en la fiesta del Sancarrón [Gorriti]
conducía hasta la Catedral de Salta el Sancarron de Güemez y le hacía un suntuoso y
magnífico entierro; este nuevo Omar, o Abubeker”,53 haciendo un paralelismo entre
los huesos del “falso” profeta y los de Güemes y entre los sucesores de aquel (Omar o
Abubeker) y Gorriti. Hay en el uso reiterado de esta palabra un recorrido que se inicia
en la realidad material de los huesos para dejarlo anudado a la condición de Mahoma
como “falso” profeta, que refuerza la farsa de la Dueña dolorida.
Esta memoria que puede leerse entre las líneas de los artículos periodísticos con-
fronta con los recuerdos de otros grupos:
“El entierro […] ha producido diferencias entre los gauchos, el po-
pulacho de la ciudad, y aun los comerciantes que terminaron por
tirarse balazos, y se supone que los muertos han sido más de siete:

51 CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Man-
cha (1615), edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico, Crítica, España, 1998 [en
línea] http://www.cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/parte2/cap36/ y /cap38/
52 “Zancarrón: El hueso del pie desnudo y sin carne. Por extensión se dice de cualquier hueso grande, o
seco, o sin carne. Por semejanza se llama al flaco, viejo, feo y desaseado. (met) Se aplica al profesor
de ciencias que no sabe bien, ó de algún arte que entiende poco. Zancarrón de Mahoma: llaman por
irrisión (burla, desprecio) los huesos de este falso profeta, que van a visitar los Moros a la Mezquita”.
RAE Diccionario de la…, cit., p. 8861.
53 El Correo de las Provincias, 1 de enero de 1823, núm. 4, Buenos Aires, [46], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9115.
86 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

hemos visto una carta que sólo dice esto; pero a nosotros no nos
escriben en el correo pasado ni en este, lo que atribuimos a que han
sido interceptadas, porque Gorriti ha dispuesto que los correos sean
conducidos por partidas de tropa”.54
Estamos frente a un texto, con sus opacidades, en el que se da cuenta a través del
enfrentamiento que se produce en el transcurso de la ceremonia, de esas memorias en
pugna a las que hacemos referencia y que parecen mantenerse hasta entrado el siglo
XX. Otras noticias no han llegado hasta nosotros, sea porque en Salta no había im-
prenta, sea porque, como insidiosamente afirma Lemoine, Gorriti impedía la difusión
de cartas en las que se escribiera lo que sucedía. Poco podemos aportar al respecto,
en este sentido sólo es posible afrontar el análisis de aquellos textos constructores de
memoria, como el de Juana Manuela Gorriti, que tienen algo que decir y que callar.

Construyendo una memoria histórica


La mayor parte de los numerosos textos que componen la obra de Juana Manuela
Gorriti son breves. Originalmente fueron publicados en numerosos opúsculos, perió-
dicos y revistas que se imprimieron en la segunda mitad del siglo XIX. Hacia la última
década de ese siglo, Juana Manuela Gorriti los compila y ordena en obras que nunca
pierden el tono desvaído de las misceláneas. Estos escritos, a menudo, eran enviados
a las personas incluidas en las dedicatorias, muchos de ellos también exiliados, como
regalos que la autora consideraba permitiría a sus amigos experimentar un placer me-
lancólico. A Dionisio de Puch le envía el escrito Güemes. Recuerdos de la Infancia, y
en una carta, que acompaña al opúsculo, sostiene que al leer el texto “volverá usted á
ver objetos muy caros a su corazón, no desfigurados por el polvo de la tumba, sino jó-
venes y bellos como en otro tiempo”.55 La literatura se constituye para Juana Manuela
Gorriti, en este punto, en piedra de toque del recuerdo, pues hay en su escritura una
notoria intencionalidad evocadora.
Aunque los recuerdos nutren los relatos, estos sólo se vuelcan en parte a la es-
critura, ya que administra lo que se debe comunicar, a partir de una economía de la
información propia de la autobiografía. El empleo del silencio como estrategia discur-
siva se impone en su escritura: si su padre pregunta “quiénes fueron los traidores que
vendieron a Martín Güemes al enemigo, su madre responde no queramos saberlo”,
aún así José Ignacio lo dice, finalmente, Juana Manuela lo silencia en el texto argu-
mentando que “es hora de concordia, olvidemos”.56 Lo que dice/lo que calla; lo que se
sabe y se cuenta/lo que se sabe y se calla; recuerdo/olvido.

54 El Correo de las Provincias, 23 de enero de 1823, núm. 6, Buenos Aires, [79], en Biblioteca de…, cit.,
p. 9152.
55 Nos referimos a la misiva que dirigiera al general Dionisio de Puch. GORRITI, Juana Manuela “Sue-
ños y realidades”, en Obras completas, Tomo IV, Fundación del Banco del Noroeste Coop. Ltda. Salta,
Salta, 1995, p. 257.
56 GORRITI, Juana Manuela “Carmen Puch”, en Obras Completas, Tomo IV, cit., p. 270.
Itinerarios de un cuerpo 87

Esta forma de escritura de Juana Manuela Gorriti se acerca a lo que François


Dosse plantea como influencia de la biografía victoriana de mediados del siglo XIX,
que puede equiparse inclusive a la hagiografía. En ellas se difunden vidas autorizadas,
fuentes de respetabilidad, expurgadas de todo elemento que pueda dañar la buena
moralidad. En general, esas biografías están escritas por personas cercanas al biogra-
fiado, quienes sólo escriben de su vida lo que pudiera parecer edificante. Es una escri-
tura sin lugar a la distancia crítica, donde se pretende que el lector tome una relación
de reverencia cuasireligiosa.57 Con esta modalidad escrituraria podemos identificar
la de Juana Manuela Gorriti, en tanto que en sus relatos son los énfasis, las reitera-
ciones y los silencios los que fundan una memoria –que Paul Ricoeur denominaría
manipulada–58 presentando una identidad incuestionable, heroica y de clase, en la que
se reconoce, y la de los otros, a quienes, aún en los silencios, nombra profusamente.
Resulta interesante observar el recorte que la autora opera en estas biografías,
amparada en la idea de que sólo un rasgo es suficiente para dar a conocer una figura.59
Es justamente gracias a esta economía de la información, identificada como silencios,
con la que se evita presentar la conflictividad en la que se encontraban Gorriti, sus
amigos y familiares, y las memorias en pugna a las que hacemos referencia.
Juana Manuela Gorriti construye una memoria, que en este caso es biográfica,
con fuertes dosificaciones de lo autobiográfico. En tanto que los modelos retóricos del
romanticismo de la época atraviesan su producción, la autora regula la escritura desde
sus recuerdos; es decir, desde su experiencia de niña y la información que ha recibido
a partir de la tradición oral que se recogía en su familia, elaborando así en el exilio,
una memoria que le permite esclarecerse a sí misma. En los relatos sobre Salta, se
explaya con preocupación literaria, y la voz narradora se autoconstruye presentándose
como testigo de las historias, particularmente en las que se refieren a las figuras de
Martín Güemes, Carmen Puch, o sus propios padres.
Los escritos sobre Martín Güemes y los que se refieren indirectamente a él son
numerosos.60 Estos relatos, escritos en el exilio en Perú, constituyen una de las bases
de la construcción de la memoria sobre estos procesos. Para este trabajo hemos selec-
cionado aquellos que hacen referencia particularmente a la muerte y traslado de los
restos de Güemes.61

57 DOSSE, François El arte de la biografía: entre historia y ficción, Universidad Iberoamérica, México
DF, 2007, p. 32.
58 Cfr. RICOEUR, Paul La memoria, la historia, el olvido, FCE, Buenos Aires, 2008, pp. 110-113.
59 Correspondencia en la que la escritora sostiene que “para juzgar de la magnitud de un astro, basta
conocer una de sus faces”. Cfr. GORRITI, Juana Manuela Obras completas, Tomo III, Fundación del
Banco del Noroeste Coop. Ltda. Salta, Salta, 1994, pp. 97-99.
60 Los que se refieren más extensamente son: GORRITI, Juana Manuela “La tierra natal”, en Obras com-
pletas, Tomo III, cit., pp. 11-94; “Martín de Güemes”, en Obras Completas, Tomo III, cit., pp. 106-109;
“Carmen Puch”, en Obras Completas, Tomo IV, cit., pp. 264- 272.
61 Sólo en dos oportunidades escribe sobre estos funerales: en el capítulo “Carmen Puch”, que redactó
en 1858, cuando residía en Lima, y que luego se incluyó en Sueños y realidades, publicado en 1865 en
88 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

En Sueños y realidades (1858), Juana Manuela construye el recuerdo de Carmen


Puch, la joven esposa de Martín Güemes, desde una perspectiva que sobreimprime en
el recuerdo la belleza de Carmen, el tierno amor de los esposos, y el posterior dolor de
la esposa por la muerte del héroe. A través de la voz de su padre, describe la embos-
cada y muerte de Güemes. En el segundo relato, incluido en Perfiles (1890), recuerda
cómo siendo niña, conoció a Martín Güemes, y se refiere brevemente a su muerte.
Las narraciones acerca de los segundos funerales son prácticamente idénticas en
los dos textos.62 La autora reconstruye la distancia entre la primera muerte y las con-
diciones de posibilidad del traslado de los restos: “Y dos años pasaron”; “El luto había
desaparecido del uniforme de los compañeros de Güemes”; “La guerra languideció
por ese tiempo en nuestro país”; “aprovechó esa tregua”.63 Es decir que, los segundos
funerales fueron posibles luego de dos años, antes no pudo evocarse al muerto, prepa-
rar una solemne ceremonia, hacer una amplia convocatoria, traer el cuerpo.
En esta evocación literaria, el cuerpo es acompañado por el cortejo compuesto
por los empleados del gobierno y los militares que estaban en la ciudad, los pueblos
que desde el campo habían llegado para acompañar el cortejo, los huérfanos, los caba-
llos con arneses de duelo, el dolor y la piedad ante su muerte, el silencio de la ciudad,
los sones intermitentes de las campanas, los rezos de los sacerdotes, y el llanto de
la “multitud”. Juana Manuela Gorriti identifica algunos actores por su condición o
función (el gobernador, los empleados, los militares), incluso el caballo, símbolo que
acompañará la construcción del héroe en la monumentaria, y el coro del pueblo o mul-
titud, rostros sin nombre y sin palabra, a los que apenas les cabe el sollozo o el llanto.
Todo se sucede como si hubiese unanimidad en el sentimiento y en la experiencia
compartida, nada se dice de los tiros, enfrentamientos, ni muertos a los que aludía el
Correo de las Provincias, Juana Manuela Gorriti rehúye nombrar a los opositores, ne-
gándoles existencia escrituraria. Podemos reconocer, por lo tanto, en uno y otro texto,
la construcción de memorias parciales, manipuladas.
A todo ello suma la autora un interés por construir el protagonismo de su padre
José Ignacio de Gorriti. Frente a las dudas sobre su accionar, la escritora destaca la
lealtad y amistad que lo unió al General muerto: “El luto había desaparecido del uni-
forme de mi padre, pero no de su corazón, donde vivía siempre como una antorcha
cineraria…”.64 Incluso, Juana Manuela Gorriti edifica en los dos relatos la idea de la
participación directa del Gobernador en los ritos de la primera muerte: “Llegados al
lugar de la sepultura [Chamical], mi padre retirando la señal que su mano había dejado

Buenos Aires. El segundo es “Martín de Güemes”, uno de los capítulos de Perfiles, de este escrito te-
nemos sólo la fecha de edición de la obra compilada en 1890. Las referencias textuales fueron tomadas
de GORRITI, Juana Manuela “Martín de Güemes”, cit.; “Carmen Puch”, cit.
62 En el de 1858 se incluye un episodio en el que soldados venidos desde Humahuaca y de Río del Valle,
rinden honores al muerto, muestran su adhesión a la convocatoria del gobernador Gorriti y se llevan un
mandato del gobernador. GORRITI, Juana Manuela “Carmen Puch”, cit., p. 271.
63 GORRITI, Juana Manuela “Carmen Puch”, cit., p. 271; “Martín de …”, cit., p. 108
64 GORRITI, Juana Manuela “Martín de Güemes”, cit., p. 108
Itinerarios de un cuerpo 89

en ella…”.65 El signo, que se reviste de la presencia previa indicando un lugar, anti-


cipa los postreros funerales; es Gorriti quien, con esa marca, construye la posibilidad
de los funerales.
El relato mismo sobreabunda en un protagonismo para Gorriti, quien se ensalza
como el héroe de las circunstancias por la determinación y las acciones, al punto de
abrir la tierra de la sepultura, exhumar los restos de Güemes, presidir la columna
ritual, llevando de la mano a los pequeños huérfanos que “sin conciencia de su des-
gracia, miraban con asombro entorno suyo”,66 cerrar y guardar las llaves del nuevo
ataúd. Sin embargo, en el favorable recuerdo de la hija, se despolitizan estas acciones,
considerándolas “un deber caro a su alma” y no una instancia de legitimación del
poder del nuevo Gobernador.
Se observa, además, una construcción de la unidad y continuidad entre Gorriti y
Güemes, que silencia los enfrentamientos ocurridos en los últimos años del gobierno
del General y la inestabilidad política tras su muerte, elevando a Gorriti a la condición
de heredero natural de Güemes.
En el cierre del relato, se ponen en evidencia las dos ideas que justifican y arti-
culan el escrito. La relación entre muertos y poder: “¡¡Grandes de la tierra, que osáis
llamaros tales, por qué os habéis hecho una púrpura con la sangre de vuestro pueblo,
un trono de sus osamentas!!” Esta relación encuentra su punto culminante en la con-
sideración de apoteosis que reviste el recuerdo de Güemes: “Desde ese día, muchos
han tendido sus luctuosas horas sobre nuestra bella patria torrente de sangre la han
bañado, arrastrando en montones de cadáveres la generación de entonces con sus
creencias y tradiciones; pero el nombre de Güemes ha quedado inmortal; su recuerdo
es una apoteosis”.67 Precisamente, con los segundos funerales, organizados por el go-
bernador Gorriti, se produce para Juana Manuela Gorriti aquella metamorfosis que, al
igual que la consacratio de los emperadores romanos, lo vuelve un dios o un héroe, lo
constituye en un mito de origen.

A modo de colofón
Emprender estudios en torno a la muerte y los muertos, implica considerar el proble-
ma de la construcción de la memoria, no tanto como producto acabado, sino más bien
como proceso complejo y conflictivo, como instancia de lucha por la memoria del
poder, que es, en última instancia, por el poder de la memoria, con sus consecuencias
prácticas y políticas. Esta problemática general se densifica en los funerales de per-
sonajes que reúnen la posibilidad de ser íconos identitarios y que se llevan acabo por
decisión de los gobiernos.
Desde esta perspectiva, iniciamos el estudio de la conflictiva construcción del
panteón de los héroes –que se dará a lo largo del siglo XIX– con el primer traslado de

65 GORRITI, Juana Manuela “Carmen Puch”, cit., p. 271.


66 GORRITI, Juana Manuela “Martín de Güemes”, cit., p. 109.
67 GORRITI, Juana Manuela “Carmen Puch”, cit., p. 272.
90 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

los restos de Martín Miguel de Güemes a la ciudad de Salta en 1822. Estos funerales,
al igual que los de Dorrego o Belgrano, organizados por y para los nacientes estados
provinciales y nacional se constituyen en una parte esencial de la cultura política –que
incluye las prácticas discursivas y simbólicas– que se ensaya y se instala a lo largo
del siglo XIX en el Río de la Plata y que contribuye, en un proceso conflictivo, a la
construcción de una memoria colectiva que intenta dar legitimidad al régimen político
e identidad al conjunto social.68
La ritualidad del traslado de los huesos del controvertido gobernador Güemes a
la ciudad, en lo que podemos considerar un funeral de estado, tiene la particularidad
de ser un segundo entierro: representación por antonomasia de una ausencia que se
hace presente y se pone en relación directa con una pretendida perdurabilidad del po-
der que legitima las acciones de los grupos del presente histórico en que se produce el
traslado. Rendir culto a los huesos/cenizas de Güemes, es actualizarlo en su poder, es
hacerlo presente en esa ausencia, pero controlado y resignificado desde los atributos
militares que lo rodean en los funerales. En este contexto, el gobernador Gorriti se
constituye, en quien otorga el derecho a la sepultura, que es –en definitiva– derecho a
una muerte oficial y pública a diferencia de la ocurrida en el Chamical.
Reconocemos en este acontecimiento extraordinario la oportunidad de abordar el
esfuerzo de construcción de una memoria colectiva y sus condiciones de im/posibili-
dad. Éstas no se deben sólo al armisticio con las fuerzas realistas y al poder del nuevo
gobernador Gorriti, sino también a los recuerdos personales y grupales que esta puesta
en escena actualiza y a las experiencias que construye. Es dable pensar, entonces, que
la presencia de memorias –cimentadas en el proceso de socialización en las familias,
grupos o facciones y que suelen durar una o dos generaciones– conformaron el marco
de recepción y decodificación de estos segundos funerales.
En la escritura de Fortunato Lemoine en el Correo de las Provincias, a partir de
las cartas que recibe de Salta –atravesadas por su experiencia del tiempo transcurrido
en esta ciudad y de sus amistades involucradas en el proceso local– junto al relato
histórico condenatorio del sistema Güemes escrito por un vecino de Salta, podemos
observar algunos rasgos de una de esas memorias comunicativas en lucha, a la vez que
reconocer un esfuerzo por construir una memoria histórica alternativa a la escénica
de los funerales: tiranía, banalidad, poder y farsa son los atributos que revisten tanto a
Güemes como a Gorriti desde estas páginas del periódico.
De esta manera, la ritualidad de los funerales, sus escrituras, las noticias del
Correo de las Provincias y los relatos de Juana Manuela, construyen nuevas tumbas:
en el doble sentido que le asigna Michel de Certeau: recordar a alguien desaparecido

68 El silencio de los archivos locales sobre la muerte y sus primeros funerales que suponemos se produje-
ron por los expurgos y la administración de la memoria oficial de los grupos de poder –que atraviesa no
sólo estas instancias fúnebres, sino también buena parte de su accionar– han puesto en valor el hallazgo
de indicios en periódicos de la época y los escritos emblemáticos de Juana Manuela Gorriti.
Itinerarios de un cuerpo 91

y asignarle un lugar entre los muertos.69 Este lugar de memoria no es unívoco, y no lo


será hasta las primeras décadas del siglo XX en las que los relatos escritos por Juana
Manuela Gorriti, con su administración de la palabra y los silencios, constructores de
memoria y olvido, brinden elementos para los discursos que permitan la definitiva
apoteosis, tal como ella la había descripto, silenciando la conflictividad de las fac-
ciones y de las memorias en lucha. Para la autora de Güemes. Recuerdos de infancia,
el nuevo lugar del heroico general no es sólo la tierra de la catedral, sino el recuerdo
mismo, un hombre cuya tumba está en los corazones de una nación entera y cuya
memoria es un culto.

69 DOSSE, François El arte de…, cit., p. 19.


Memoria e Historia
Representaciones del pasado en Salta,
fines del siglo XIX y principios del siglo XX

TELMA CHAILE
MERCEDES QUIÑONEZ

“Yo pienso que no es en pirámides y obeliscos donde se


eterniza la memoria de los héroes.
Es la historia quien la remite a la posteridad más remota”
Bernardo Frías

S
ostiene Paul Ricoeur que el problema de la representación del pasado se en-
cuentra ya establecido en el plano de la memoria antes que en la historia.1 En
virtud de ello nos interesa pensar la dinámica de las representaciones del pasado
en Salta, a partir de la recuperación de la memoria y la construcción de tradiciones. El
propósito es abordarlas desde devenires históricos específicos, mediante relatos de de-
terminados hechos y procesos vinculados a la historia política y religiosa local, recu-
perados entre las postrimerías del siglo XIX y principios del siglo XX. Para ello es ne-
cesario considerar su inscripción en los contextos sociales en los cuales se generaron
para dar cuenta –como propone Sergio Visacovsky en alusión a las narrativas sobre
el pasado– de sus formas de producción y usos por agentes en situaciones concretas.2
La recuperación y selección de determinados acontecimientos dio lugar a una
importante producción escrita que terminará consolidando visiones canonizadas de
la historia local, las cuales resultan de vital importancia en la constitución de una
identidad salteña. Quienes escribieron en el periodo de entresiglos, miembros de los
sectores de la elite local profundamente vinculados con el poder político y religioso,
llevaron adelante esta tarea de recuperación y generaron espacios válidos de interpre-
tación histórica, en un campo aún no definido sobre la base de criterios profesionales,
contribuyendo así a moldear imágenes del pasado de Salta. En este proceso, la noción

1 RICOUER, Paul “Historia y memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado”, en


PÉROTIN-DUMON, Anne –directora– Historizar el pasado vivo en América Latina [en línea] http://
www.historizarelpasadovivo.cl/downloads/ricoeur.pdf [consulta: 19 de marzo de 2011].
2 VISACOVSKY, Sergio “Cuando las sociedades conciben el pasado como memoria: un análisis sobre
verdad histórica, justicia y prácticas sociales de narración a partir de un caso argentino”, en Antípoda.
Revista de Antropología y Arqueología, núm. 4, enero-junio 2007, p. 63.
94 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

de representaciones permite aproximarnos hacia algunas de las formas a través de las


cuales las comunidades percibieron y comprendieron su sociedad y su propia histo-
ria.3 Estrechamente relacionado con esto, hay otro aspecto de las representaciones que
nos interesa retomar. Nos referimos a aquel doble sentido en un juego de ausencias y
presencias, que señala Roger Chartier al recuperar a Louis Marin. Por un lado, la re-
presentación en lugar de algo ausente, al cual permite ver mediante una imagen que lo
representa. En nuestro caso referimos a la construcción de imágenes de ciertos hechos
como presentificación de lo ausente ya pasado. Por otra parte, en las representaciones
se halla también la capacidad de mostrar una presencia.4 Aquí se trata de aquella “di-
mensión reflexiva u opacidad enunciativa en la que toda representación se presenta
representando otra cosa”.5 En este sentido, a propósito de las imágenes visuales como
representaciones, Gabriela Siracusano sostiene que no sólo revelan, sino que también
disimulan y ocultan “relaciones y formas de pensar, hacer e intervenir en el mundo”.6
Para la autora, algo de esa opacidad puede develarse al relacionar entre sí los objetos
culturales, sincrónica o diacrónicamente. Las memorias, las tradiciones, los relatos
históricos, como construcciones discursivas del mundo social tienen esa dimensión de
opacidad enunciativa, disimulando, ocultando relaciones de fuerzas en la lucha por el
poder.7 Tenemos entonces que las representaciones, que se modelan en el transcurso
de una diversidad de prácticas, posibilitan acceder a las relaciones entre los sistemas
de percepción de la realidad y las clasificaciones que atraviesan el mundo social.8
Las representaciones del pasado que pretendemos abordar se proyectan en dos
dimensiones. Por un lado, esa recuperación y representación del pasado trasciende a
los sectores de la elite local y se convierte en una memoria que pasa de ser familiar/
grupal/restringida a ser concebida como la historia compartida por todos. Es el pasado
común el que se construye, a pesar que es sólo un sector el que lo hace y sólo su gesta
la que se recuerda, o se olvida. Por otro lado, se proyecta una imagen historiográfica
hacia todo el siglo XX con reminiscencias hasta el presente, convirtiéndose casi en un
sentido común historiográfico.
Nos preguntamos entonces de qué manera estos procesos de recuperación de la
memoria, de construcción de tradiciones y el pasaje de algunos de ellos a la condición
de relatos históricos, se vincularon con procesos de construcción de poder y elabo-

3 CHARTIER, Roger El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Gedisa, Barcelo-
na, 2002, pp. I-VI.
4 CHARTIER, Roger El mundo como representación…, cit., pp. 57-58; “Poderes y límites de la repre-
sentación. Marin, el discurso y la imagen”, en Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin,
Manantial, Buenos Aires, 1996, pp. 77-78.
5 GAYOL, Sandra y MADERO, Marta –editoras– Formas de historia cultural, Prometeo, Buenos Aires,
2007, p. 23.
6 SIRACUSANO, Gabriela El poder de los colores. De lo material a lo simbólico en las prácticas cul-
turales andinas. Siglos XVI-XVIII, FCE, Buenos Aires, 2005, p. 17.
7 SIRACUSANO, Gabriela El poder de los colores…, cit., p. 23.
8 CHARTIER, Roger El mundo como representación…, cit., p. IV.
Memoria e Historia 95

ración identitaria. Desde acontecimientos que transitaron el camino de los recuerdos,


inducidos por la significación histórica que adquirieron para el presente de los sujetos
involucrados, y la trama de relaciones en la que estos estaban insertos, propiciamos la
reflexión abrevando en las narrativas de Bernardo Frías y del sacerdote Julián Tosca-
no. Nuestra selección obedece a su condición de referentes ineludibles al considerar
la producción historiográfica local en el momento inicial de su conformación, Frías
a partir de la recuperación del aporte de la provincia de Salta y del general Güemes
al proceso de independencia y Toscano desde su contribución acerca de la historia
religiosa. Así también orientamos nuestra atención hacia relatos orales recuperados a
partir de la tarea diseñada y encarada por agentes eclesiásticos con el propósito explí-
cito de conservar las tradiciones religiosas. Nos referimos a las tradiciones del Mila-
gro y de la Viña, cuya sistematización fue emprendida por el ya mencionado Toscano
y el sacerdote Eusebio Lardizábal, ambos integrantes de la administración diocesana.

La memoria, entre el recuerdo y el olvido


El concepto memoria nos permite explorar representaciones del pasado local en tanto
la memoria, en su acepción más directa para el periodo que estamos considerando, se-
gún la definición del Diccionario de la lengua castellana de 1889, refiere a la “poten-
cia del alma por medio de la cual se retiene y recuerda lo pasado”.9 Pero la memoria
también se desdobla, mnéme y anámnesis, entre el recuerdo que vuelve a la mente al
evocarlo espontáneamente y la búsqueda consciente de lo pasado.10 Y es precisamente
ese pasado el que pone en juego los condicionantes del hoy y la utilización de la me-
moria para la construcción de relatos históricos. Ahora bien, el sólo conocimiento del
pasado no alcanza para explicar el presente, por eso es preciso atender a las percepcio-
nes que los agentes tienen del pasado en su propio presente histórico.
Los estudios sobre la memoria, provenientes principalmente de los campos de
la psicología y la sociología, tienen un importante desarrollo desde las primeras dé-
cadas del siglo XX. Pero su posicionamiento en el campo historiográfico data recién
de la década de 1980 y adquiere carta de ciudadanía a partir de los trabajos de Pierre
Norá y Jacques Le Goff, entre otros, pertenecientes a la llamada tercera generación
de Annales.11 Así también, la historiografía marxista inglesa contribuye, a través de la
revista History Workshop, a la recuperación de la memoria de los sectores populares

9 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Diccionario de la lengua castellana, 1889, p. 650 [en línea] http://
www.buscon.rae.es [consulta: 24 de marzo de 2011].
10 RICOEUR, Paul “Historia y memoria”, cit., pp. 4-5. El autor cita además la visión de Aristóteles, “la
memoria es tiempo”, hay un antes y un después de la cosa evocada.
11 Josefina Cuesta Bustillo sostiene que en 1960, con motivo de celebrarse el Primer Congreso Inter-
nacional de Ciencias Históricas, el tema de la memoria colectiva permanecía casi desconocido para
la historiografía. Recién desde la década de 1980 se produce una expansión de los estudios referidos
a la memoria y también se extiende su uso en los medios de comunicación y en el lenguaje común.
CUESTA BUSTILLO, Josefina –editora– “Memoria e historia. Un estado de la cuestión”, en Memoria
e Historia, Marcial Pons, Madrid, 1998, pp. 203-208.
96 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

y las clases trabajadoras.12 En tanto, el libro de Eric Hobsbawm y Terence Ranger


aporta otra mirada respecto a la recuperación del pasado desde el presente, a través
del análisis de distintas tradiciones inventadas.13
Desde distintas perspectivas se parte entonces de la importancia del presente para
recuperar el pasado e imponer distintas versiones sobre el mismo. “La memoria no
recuerda las cosas tal y como fueron, sino que es una reconstrucción del pasado desde
el presente que modula, recrea e interpreta, de diversos modos, el pasado”.14 El pasa-
do constituye un recurso manipulable y los recuerdos tienen carácter selectivo, “un
mismo acontecimiento puede ser recordado de modo diferente, tan sólo destacando
u omitiendo aspectos del mismo”.15 Sumado a esto, si bien es el individuo el que re-
cuerda no lo hace de manera aislada sino que, así como es parte de una sociedad y no
puede ser analizado por fuera de ella, lo que se recuerda también tiene marcos sociales
que sostienen, posibilitan y condicionan el recuerdo. Hay, por lo tanto, una construc-
ción social del recuerdo. La memoria individual es social en tanto “los conceptos en
los que se formula y deposita son nociones comunes a diversos individuos, propias
de una sociedad y pertenecientes a un determinado momento histórico, se enraizan
en esa sociedad. No puede ser expresada al margen de los contextos concretos en los
que se produce y formula”.16 El grupo y la sociedad son, entonces, las condiciones de
existencia de la memoria.
El término memoria colectiva refiere justamente a la memoria de grupos sociales
reales e históricos, que comparten espacio y tiempo, y en el marco de los cuales la
memoria individual adquiere sentido.17 Pero es necesario incluir dos precisiones. Por

12 La revista History Workshop parte del supuesto que la historia debe ser construida por sus propios
protagonistas. Para ello, realizan talleres de historia donde los protagonistas cuentan, explican e inter-
pretan la historia, mientras que los historiadores profesionales ponen su saber al servicio de las clases
oprimidas, aportándoles herramientas, metodologías y brindándoles un “canal de expresión”. AGUI-
RRE ROJAS, Carlos Antonio Pensamiento historiográfico e historiografía del Siglo XX, Prohistoria,
Rosario, 2000.
13 Las tradiciones inventadas implican “un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas acep-
tadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores
o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad
con el pasado”. HOBSBAWM, Eric “Introducción”, en HOBSBAWM, Eric y RANGER, Terence –edi-
tores– La invención de la tradición, Crítica, Barcelona, 2000, p. 8.
14 MENJÍVAR OCHOA, Mauricio “Los estudios sobre la memoria y los usos del pasado: perspectivas
teóricas y metodológicas”, en Cuaderno de Ciencias Sociales, núm. 135, FLACSO, Costa Rica, p. 12.
15 VISACOVSKY, Sergio “Cuando las sociedades…”, cit., p. 55. Un ejemplo de esta afirmación puede
consultarse en VALENSI, Lucette “Autores de la memoria, guardianes del recuerdo, medios nemotéc-
nicos. Cómo perdura el recuerdo de los grandes acontecimientos”, en CUESTA BUSTILLO, Josefina
Memoria e Historia, cit., pp. 57-68.
16 CUESTA BUSTILLO, Josefina Historia del presente, Eudema, Madrid, 1993, p. 43.
17 Se reconoce en Maurice Halbwachs al creador del concepto “memoria colectiva”, aparecido en 1925
en su libro Los marcos sociales de la memoria. Respecto a la necesaria diferenciación de los términos
memoria colectiva y memoria social, Gerard Namer sostiene que la memoria colectiva es precisamente
la memoria de grupo y memoria social como memoria en y de la sociedad, independiente y sin el so-
porte de ningún grupo. “Su diferencia radica en que aquella corresponde a toda la sociedad, en general,
Memoria e Historia 97

un lado, la memoria colectiva es una memoria históricamente situada, es decir, una


generación en un determinado momento histórico –que constituye su presente– re-
cuerda otras generaciones/hechos/procesos del pasado, pero no como mito, fuera del
tiempo, sino que reconstruye con la mirada puesta en su propio presente, rescatando
del pasado aquellos valores, atributos, cualidades que son válidos y legitimantes para
los grupos sociales en el presente. De lo anterior también se desprende la segunda
consideración. Al utilizar el término “memoria colectiva” se corre el riesgo de perder
de vista las diferencias sociales y los conflictos, tanto del pasado como del presente.18
Es importante preguntarnos entonces qué se recuerda y qué se olvida, en un pre-
sente histórico determinado, de los hechos pasados. Son los grupos sociales, con sus
intereses y prejuicios, los que encarnan la memoria colectiva, siendo la elite19 –como
grupo social dominante– la que logra convertir su memoria colectiva en la memoria
de todo el conjunto social, generando y legitimando una imagen social de si misma
en dicho conjunto. Así, la elite salteña de fines del siglo XIX y principios del siglo
XX rescata del pasado, hechos, sujetos de los cuales se considera heredera y recrea
en el presente las diferencias del pasado, se considera el sector más distinguido de la
sociedad y sus hombres los destinados a conducir a los sectores populares.20 De esta
manera, no sólo se rescata una determinada memoria y se conservan ciertas tradicio-
nes y a partir de ellas se reconstruye la historia de Salta, sino que también un sector
de la elite se apropia de ese pasado y de sus narrativas. Esta historiografía construye
una memoria de los grupos de elite que se encuentra anclada en el presente y no en
el pasado, esa memoria sirve para su legitimación en el presente y su filiación con
hechos y personajes gloriosos.21 Por eso es necesario atender siempre a la pregunta de
quién recuerda y de qué hechos pervive el recuerdo. Unido a lo anterior es necesario

y se define por un carácter genérico, difuso, casi inaprehensible, mientras que por memoria colectiva
se entiende la correspondiente a un grupo determinado”. CUESTA BUSTILLO, Josefina “Historia y
memoria”, en Historia del presente, cit., p. 43.
18 Precisamente Paul Ricoeur al plantear el tema del sujeto de la memoria –es decir ¿quién recuerda?–
discute la noción de memoria colectiva y las pretensiones hegemónicas de la sociología frente a la
historia y sostiene que la memoria puede anclarse en distintos sujetos, yo, ellos, nosotros. RICOEUR,
Paul “Historia y memoria”, cit., pp. 6-7.
19 De acuerdo con Peter Bachrach “las elites son los grupos que tienen capacidad de poder y autoridad y
que, en consecuencia, pueden influir significativamente en los valores de la sociedad en que se mue-
ven”. BARACH, Peter Critica de la Teoría de la Democracia, Amorrortu, Buenos Aires, 1973, pp.
109-125.
20 “Los grupos dominantes se autoperciben como naturalmente superiores, y tal condición hace de ellos
los naturalmente elegidos para las artes del gobierno”. ÁLVAREZ LEGUIZAMÓN, Sonia “Introduc-
ción”, en Poder y Salteñidad. Saberes, políticas y representaciones sociales, CEPIHA, Editorial Mi-
lord, Salta, 2010, p. 13.
21 Al respecto Gerard Namer identifica dos conceptos relacionados: tradición y solidaridad. “La tradición
es […] la determinación, la necesidad que el pasado de los muertos ejerce sobre el presente de los
vivos. La solidaridad es […] una relación donde los vivos reconocen en su vínculo con el pasado, una
memoria del hecho y del valor moral de ese pasado”. NAMER, Gerard “Postfacio”, en HALBWACHS,
Maurice Los marcos sociales de la memoria, Antrophos, Barcelona, 2004, p. 349.
98 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

también preguntarse por aquello que no se recuerda, ya que como sostiene Jacques Le
Goff: “…apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupacio-
nes de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las
sociedades históricas. Los olvidos, los silencios de la historia son reveladores de estos
mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”.22
Entre los “trabajos” que realiza la memoria se distinguen entre otros precisa-
mente el recuerdo, el silencio y el olvido. Estos dos últimos también sostienen en el
presente distintos proyectos o identidades, “elimina el pasado en aras de un presente o
de un futuro que se pretende construir, o en aras de la unificación e identidad del grupo
portador del recuerdo”.23 Por supuesto, los recuerdos son evocados desde el presente,
de acuerdo a preguntas e intereses actuales, y, para el periodo de finales del siglo XIX
y comienzos de uno nuevo, quien asume el rol de historiador es en muchos casos el
encargado de convocar el recuerdo de otros para la realización de su trabajo. Esto es
muy importante en nuestro análisis ya que en el caso de Bernardo Frías, Julián Tos-
cano y Eusebio Lardizábal, algunas de las fuentes con las que trabajan tienen precisa-
mente esa dimensión evocadora, pues acuden al recuerdo de aquellos que participaron
en los eventos que reconstruyen del pasado salteño, mediante la comunicación oral y
la elaboración de cuestionarios. Si bien los tres recurren a las tradiciones, es particu-
larmente Frías quien utiliza para su argumentación lo que él denomina las tradiciones
de las distintas familias de elite salteña, ya que son éstas quienes guardan de manera
particular y privada documentos escritos y tradiciones orales del accionar familiar en
el pasado. Es importante señalar esto ya que buena parte de la historiografía poste-
rior se asienta sobre estas propuestas. El recuerdo es una reconstrucción del pasado
con datos tomados del presente y la memoria se asienta entonces sobre el recuerdo.24
Podemos pensar aquí, acudiendo a Ricoeur, en la inscripción de esos recuerdos en la
escritura de Frías, oscilando entre los archivos privados y públicos. De hecho, esto no
habrá de resolverse del todo para la operación historiográfica ni siquiera en los inicios
del siglo XXI, ya que aún en la actualidad algunas familias de elite conservan priva-
damente documentación importante para el trabajo del historiador. Así, miembros de
estas familias son los propios voceros de la elite o bien son historiadores extranjeros
quienes acceden a estos documentos, que el historiador común no puede consultar ni
ejercer la crítica historiográfica.25

22 LE GOFF, Jacques El orden de la memoria, Paidós, Barcelona, 1991, p. 134.


23 CUESTA BUSTILLO, Josefina Memoria e Historia, cit., p. 207.
24 HALBWACHS, Maurice La memoria colectiva, PUF, París, 1968. Traducción en “Memoria colectiva
y memoria histórica”, en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, núm. 69, enero-marzo de
1995, p. 210.
25 La reconstrucción de imágenes de pasado que elabora la elite es realizada por “portavoces legítimos”
de este grupo, “quienes desde la escritura sentencian la existencia del grupo, y elaboran las categorías
de percepción y valoración en las que éstos se retroalimentan junto a otras de lo que consideran gente
inferior. Tales personajes, dotados de un acervo inespecífico de conocimiento, traducen en las letras,
bajo la forma de ensayos literarios o relatos históricos, sus propias interpretaciones de la sociedad y las
Memoria e Historia 99

Por su parte, el recuerdo tiene una contracara formada por el silencio y el olvido,
que es necesario diferenciar. “El silencio puede oscilar entre la barrera de la oculta-
ción y la de lo indecible y, en algunos casos, tropieza con la incapacidad de comuni-
car, tan traumática es la experiencia del recuerdo”.26 En tanto el olvido puede contener
también una voluntad de esconder, de eliminar de la comunicación hechos y procesos
que las memorias individuales aún recuerdan. En los relatos que retomamos no hay
silencio en relación con experiencias traumáticas sino solamente ocultación, no siem-
pre consciente ni voluntaria, de determinados hechos del pasado que no acuerdan con
el proyecto que la elite sostiene en el presente.
Justamente por estas razones cobra importancia el análisis de distintas narrati-
vas en su contexto de producción y el uso otorgado por los propios actores, en tanto
explican también los recuerdos y los olvidos, en un campo intelectual que a fines de
la centuria decimonónica comienza a ajustarse a reglas y principios profesionales.27
Los contextos sociales de producción de estas narrativas no constituyen simplemente
una referencia o trasfondo histórico, sino que constituyen el punto de partida para el
proceso de interpretación.

De la memoria a la Historia
Ya los primeros estudiosos de la memoria sostienen la necesaria diferenciación entre
memoria e historia. Maurice Halbawchs afirma que mientras la memoria confirmaría
las similitudes entre el pasado y el presente, enfatizando su continuidad, la historia
remarca las diferencias entre ambos y enfatiza el cambio. La Historia reconstruye el
pasado desde una distancia crítica y desprovista de compromiso emocional.28 Pero
no todos lo autores marcan estas distancias. Según Sergio Visacovsky precisamente a
fines del siglo XX los límites entre memoria e historia se tornaron difíciles de precisar
y señala que –según David Lowenthal– son distinguibles en tanto actitudes hacia el

de su sector de pertenencia […] su mirada se corresponde con un posicionamiento social particular, con
el del grupo al que legitiman”. ÁLVAREZ LEGUIZAMÓN, Sonia Poder y Salteñidad…, cit., p. 13.
26 CUESTA BUSTILLO, Josefina Memoria e Historia, cit., p. 207. Distintos autores que trabajan sobre
hechos y procesos traumáticos del siglo XX, en algunos casos incluso a partir del recuerdo de sobrevi-
vientes, señalan al silencio como mecanismo de defensa contra esas experiencias traumáticas.
27 VISACOVSKY, Sergio “Cuando las sociedades…”, cit., pp. 63-64.
28 MENJÍVAR OCHOA, Mauricio “Los estudios sobre…”, cit., p. 19. El problema de la continuidad o
no con el pasado también fue abordado por Eric Hobsbawm a partir del concepto de tradición. Mien-
tras las tradiciones inventadas, en tanto prácticas, implican continuidad con el pasado –repeticiones
invariables y fijas– aunque dicha continuidad puede ser en gran parte ficticia. La costumbre en cambio
tiene la doble función, en las llamadas sociedades tradicionales, de motor y engranaje y no descarta la
innovación y el cambio. HOBSBAWM, Eric La invención de la tradición, cit., p. 8. Por su parte, David
Cannadine, en la misma compilación, sostiene que en periodos de grandes cambios, conflictos o cri-
sis, las tradiciones, y específicamente los rituales vinculados, pueden ser deliberadamente inalterados
para dar impresión de continuidad. CANNADINE, David “Contexto, representación y significado del
ritual: la monarquía británica y la invención de la tradición, c. 1820-1977”, en HOBSBAWM, Eric La
invención de la tradición, cit., p. 111.
100 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

conocimiento. Para Pierre Norá “la memoria está abierta a la dialéctica del recuerdo
y del olvido, siendo ante todo un fenómeno actual al servicio del presente, la historia
por el contrario, es la reconstrucción problemática e incompleta de lo que ya no es, es
decir una representación del pasado”.29
Es por ello que resulta de gran importancia advertir el pasaje entre la memo-
ria, como recuerdos y olvidos, a narraciones que adquieren el carácter de históricas,
de acuerdo a las reglas del campo historiográfico. Josefina Cuesta Bustillo remarca
precisamente que la historia es entendida como un saber científico, exhaustivo en el
control de los testimonios, en tanto la memoria, como memoria de hechos pasados,
adquiere el carácter de testimonio y se encuentra íntimamente vinculada a la identi-
dad colectiva.30 Así, la memoria se constituye en objeto de estudio de la historia y en
fuente histórica.31 La historia incluye a la memoria colectiva, sin destruirla,32 y a la
vez revierte sobre ella.
Así, mientras la memoria como recuerdo de hechos pasados puede pervivir en
distintos sujetos colectivos es necesario fijarla a distintos emblemas, monumentos
o conmemoraciones que convoquen precisamente esos recuerdos seleccionados, la
memoria necesita lugares materiales donde asirse.33 Pero la forma más eficaz de fijar
los recuerdos y de convertir la memoria en relatos históricos es a través de la elabora-
ción de narraciones: “El pasado se funda en la experiencia de realidades acontecidas,
transformadas en recuerdos personales y colectivos; como, por diferentes razones, es-
tos recuerdos pueden perderse, es decir, olvidarse, es imprescindibles fijarlos a través
de expresiones orales y escritas de carácter público”.34 Este paso, entendido por Paul
Ricoeur como trayecto de la fase documental a la fase escrituraria, es el que permite
establecer una determinada representación del pasado, realizado en un momento y
un contexto determinado y por un grupo determinado. De esta manera, el término
representación designa la “relación de la memoria con el pasado bajo las especies de
la imagen-recuerdo en un extremo […] y en el otro […] la relación de la historia con
el pasado, o sea, la intencionalidad misma del discurso histórico”.35
Tenemos entonces que estos relatos precisan y limitan la memoria y consoli-
dan una determinada representación del pasado, ocultando el proceso de selección
y manipulación llevado a cabo por sus autores: “Pero leídos en los libros, enseñados
y aprendidos en las escuelas, los acontecimientos pasados son elegidos, cotejados y
clasificados siguiendo necesidades y reglas que no eran las de los grupos de hombres

29 VISACOVSKY, Sergio “Cuando las sociedades…”, cit., p. 59.


30 CUESTA BUSTILLO, Josefina Memoria e Historia, cit., pp. 210 y ss. En el trabajo citado de Sergio
Visacovsky, el autor señala la necesidad de los grupos por hacer memoria, en tanto en ella estaba im-
plicada su identidad. VISACOVSKY, Sergio “Cuando las sociedades…”, cit., p. 53.
31 MENJÍVAR OCHOA, Mauricio “Los estudios sobre…”, cit., p. 24.
32 LE GOFF, Jacques El orden de la memoria, cit., p. 144.
33 KAULICKE, Peter “Memoria historiografiada…”, cit., p. 18.
34 VISACOVSKY, Sergio “Cuando las sociedades…”, cit., p. 53. Cursivas en el original.
35 RICOEUR, Paul “Historia y memoria”, cit., pp. 11 y ss.
Memoria e Historia 101

que han conservado largo tiempo su depósito vivo”.36 Así, este paso al relato escrito
implica una posición de poder, la de fijar para el futuro la memoria colectiva de los
grupos, seleccionando los hechos que se recuerdan y los que se olvidan, u ocultan.

La construcción social de las representaciones del pasado


El intento por acceder a algunas de las representaciones del pasado local en Salta
construidas a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, implica un esfuerzo por
recuperar y articular distintas fuentes como las memorias familiares y las tradiciones
religiosas. Nuestro interés radica en explicitar los procesos por los cuales estas repre-
sentaciones reconstruyen la historia de la provincia en el marco de la historia nacional
e intervienen en la construcción de imágenes del pasado cuya influencia se percibe a
lo largo de casi todo el siglo XX. Identificar a los productores de las narrativas donde
están plasmadas estas representaciones constituye un primer acercamiento. En este
periodo, pero no exclusivamente, los vínculos con el poder político y religioso son
muy fuertes y los primeros que se dedican a escribir sobre la historia local forman
parte de una elite intelectual pero también política que gobierna la provincia. Es por
eso que para dar cuenta de quienes estamos hablando, en tanto sujetos de enunciación,
incluimos algunas breves referencias que nos permiten ubicarlos temporal y relacio-
nalmente.
Bernardo Frías nació en Salta en 1866, en el seno de una familia tradicional salte-
ña. Cursó los estudios superiores en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, obteniendo el título de abogado y luego el de Doctor en
Jurisprudencia, siendo su padrino de tesis del doctor Indalecio Gómez.37 Al regresar a
Salta se dedicó a su profesión y a la docencia como profesor en la Escuela Normal y
en el Colegio Nacional. En este último ámbito formó discípulos, de los cuales el más
destacado fue Atilio Cornejo, quien recuerda a Frías como “mi profesor y maestro”.38
En el ámbito público ejerció cargos de relevancia, fue diputado provincial, presidente
del Consejo General de Educación de la provincia, Ministro y Presidente de la Corte
de Justicia de Salta. Fundó en 1918, junto al interventor Federal Dr. Manuel Cortés
y a monseñor Gregorio Romero, el Panteón de las Glorias del Norte, instalado en la
Catedral de Salta. Pero la profesión por la que es recordado es la de historiador. Se
consagró a revisar toda suerte de documentos históricos que encontraba en los archi-
vos, tanto oficiales como privados, y a indagar datos de ancianos, actores y testigos
del pasado salteño. Pudo reunir así una valiosa documentación que publicó en diarios

36 HALBWACHS, Maurice La memoria colectiva, cit., pp. 212-213.


37 FIGUEROA, Fernando Diccionario biográfico de salteños, EUCASA, Salta, 1980; PICCIRILLI, Ri-
cardo –director– Diccionario histórico argentino, Tomo III, Ediciones Históricas Argentinas, Buenos
Aires, 1953; CORNEJO, Atilio “El Doctor Bernardo Frías”, en FRÍAS, Bernardo Historia del General
Martín Güemes y de la provincia de Salta, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1971.
38 Atilio Cornejo es un destacado historiador salteño del siglo XX que disputa con su maestro, el Dr.
Frías, el sitial de honor de “padre de la historiografía salteña”.
102 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

y revistas, pero su obra fundamental es la Historia del General Güemes y de la pro-


vincia de Salta o sea de la independencia argentina.39 En este texto planteó de manera
clara la recuperación de la figura de Martín Miguel Güemes y del accionar de la pro-
vincia y de su elite dirigente en el proceso de independencia, y brindó una imagen del
pasado salteño desde la colonia a las primeras décadas del siglo XIX. Reconocido en
el espacio historiográfico local, fue miembro de la Junta de Historia y Numismática
Americana y fue invitado al Primer Congreso de Historia Nacional, reunido en Jujuy
en 1924.
Por su parte, Julián Toscano nació en el curato de Leales, Tucumán, en 1890 y
realizó sus estudios en el colegio franciscano de esa provincia. Allí cursó filosofía, ló-
gica, metafísica, ética, lengua latina, teología y moral.40 Recibió el diaconado en Salta,
donde fue ordenado sacerdote en 1873 y se incorporó como párroco de Cafayate. Su
interés por la historia y la arqueología de la región calchaquí tomó forma en el texto
La región calchaquina. Páginas de historia pre y post-colombiana y su arqueología
calchaquina, publicado en 1898. Otro de sus impresos posteriores fue Estudios ar-
queológicos. Aportes sobre arqueología argentina. Salta (1910).41 También colaboró
activamente en Güemes. Revista Quincenal, Literaria y Social, con varios artículos
que versaron sobre el accionar del general Martín Miguel de Güemes.42 Paralelamente
a la escritura de textos desarrolló su labor como integrante del gobierno de la diócesis
de Salta, durante el mandato del obispo Matías Linares y Sanzetenea, como vicario
general y deán desde 1899. Sus aportes acerca de la historia religiosa en Salta para dar
a conocer la obra desplegada por la iglesia en la sociedad local durante la colonia, a
partir de la consulta de la documentación existente en el archivo eclesiástico, dieron
como resultado Historia de la Imágenes del Señor del Milagro y de Nuestra Señora la
Virgen del Milagro que se veneran en la Catedral de Salta (1901), escrita a propósito
de la coronación de estas imágenes. Le continuó El Primitivo Obispado del Tucumán
y la Iglesia de Salta (1906), un trabajo pionero en lo que hace a la producción histo-
riográfica confesional en el país. Estos textos impresos se inscribían en un momento
fundacional de la práctica histórica local y su construcción de imágenes de la sociedad
colonial y las primeras décadas del siglo XIX.

Desde las historias provinciales


Estas narrativas se incluyen en un movimiento más amplio de elaboración de relatos
históricos que pretenden reconstruir la historia nacional, recuperando algunas gestas

39 El primer tomo de la obra aparece en 1902, publicado en Salta por el Establecimiento Tipográfico El
Cívico, el tomo II se edita en 1907 y el último tomo publicado en vida de su autor data del año 1911.
La obra completa –en total seis tomos– recién aparece en 1971.
40 Archivo del Arzobispado de Salta (en adelante, AAS), Carp. Monseñor Toscano, Expte. para recibir la
tonsura a órdenes menores, 1866.
41 CUTOLO, Vicente Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930), Tomo 7, pp. 382-383.
42 Revista Quincenal, Literaria y Social Güemes, números 1, 24, 25, 26, Salta, 1907, 1908.
Memoria e Historia 103

heroicas y conformando un espacio válido de producción histórica. Los estudios sobre


historiografía argentina sostienen la fundación del campo historiográfico nacional a
partir de las obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, quienes en la segunda
mitad del siglo XIX consagran también una serie de presupuestos historiográficos y
ofrecen los términos de referencia a los historiadores argentinos durante largo tiem-
po.43 La mirada de estos autores está centrada en el espacio rioplatense y desde allí
construyen la historia nacional, con un abordaje netamente porteño-céntrico. Sin em-
bargo, no debe pensarse el campo historiográfico como existente por sí mismo a partir
de la publicación de determinadas obras, sino como un campo en conformación, aún
no independizado de otros campos como el periodismo o las letras. Gustavo Prado
afirma que la historiografía no es un género preexistente que deba ser analizado como
algo dado, sino que es un campo que se construye en determinadas condiciones políti-
cas, sociales y culturales locales. Así, el autor sostiene que “la historiografía no pudo
irrumpir en la cultura argentina del siglo XIX como un discurso científico sustancial-
mente diferente de los géneros literarios sino, al contrario, como un discurso expe-
rimental inmerso en el magma de las bellas letras vernáculas, cuyas convenciones y
especificidades fueron definiéndose históricamente”.44 Entonces, las condiciones en
las que surge y se constituye dicho campo –y adquiere características propias– difieren
entre el espacio rioplatense y las provincias del interior, en las cuales el desarrollo es
mucho más tardío.
Una serie de complejos procesos como los debates historiográficos, la formación
de archivos de carácter público, la aparición de obras históricas en las distintas pro-
vincias, constituyen los primeros síntomas de la evidencia de un ámbito que empieza
a ser reconocido autónomamente, a la par que se delimitan progresivamente las re-
glas de la profesión.45 Las distintas polémicas, que marcan la actividad historiográfica
en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX, dan cuenta de ese
campo en construcción y “constituyen un indicador del desarrollo metodológico y

43 HALPERIN DONGHI, Tulio “La historiografía: treinta años en busca de un rumbo”, en FERRARI,
Gustavo y GALLO, Ezequiel –compiladores– La Argentina del ochenta al Centenario, Sudamericana,
Buenos Aires, 1980.
44 PRADO, Gustavo “Las condiciones de existencia de la historiografía decimonónica argentina”, en
AAVV Estudios de Historiografía argentina, Tomo II, Biblos, Buenos Aires, 1999, p. 45.
45 La historiografía europea asiste a lo largo del siglo XIX también a un proceso de profesionalización
e institucionalización, conformando escuelas historiográficas nacionales cuyos intereses se organizan
en razón del propio pasado histórico y el presente de los sectores dominantes. La aparición de revistas
históricas especializadas, la organización de archivos históricos nacionales, la creación de sociedades
históricas da cuenta de este proceso, cuyos principios metodológicos tienen una importante influen-
cia en las historiografías latinoamericanas. Abordan estos procesos, entre otros: DOSSE, François La
historia. Conceptos y escrituras, Nueva Visión, Buenos Aires, 2003; FONTANA, Joseph La historia
de los hombres, Crítica, Barcelona, 2001; IGGERS, Georg La ciencia histórica en el siglo XX. Las ten-
dencias actuales, Idea Universitaria, España, 1998; “Comentarios sobre la historiografía alemana”, en
Revista Escuela de Historia, núm. 3, UNSa, Salta, 2004; MACRY, Paolo La sociedad contemporánea.
Una introducción histórica, Ariel, Barcelona, 1997.
104 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

de los enfrentamientos políticos, ideológicos y por el predominio dentro del campo


historiográfico”.46 Alejandro Eujanián, por su parte, sostiene que debido a la inexis-
tencia de canales académicos que permitan validar las producciones escritas y a sus
autores, la crítica historiográfica, generalmente realizada en medios públicos como
los periódicos, contribuyó precisamente a dirimir los problemas vinculados con la
competencia y legitimidad de quienes se interesaban por el pasado argentino.47 La
producción histórica es, hasta los primeros años del siglo XX para el espacio riopla-
tense, una empresa esencialmente privada, que “no reconocía ámbitos institucionales
de socialización y que elaboraban escritores estrechamente vinculados por lazos de
parentesco con los protagonistas de la historia argentina de la primera mitad del siglo
XIX”.48 Estos historiadores carecen entonces de una formación profesional y entre-
mezclan sus actividades políticas con la práctica historiográfica.
En este espacio protohistoriográfico comienzan a publicarse también las deno-
minadas historias provinciales,49 que revisan el pasado argentino desde otras perspec-
tivas, en general rescatando y revalorizando el aporte de las distintas provincias y de
sus elites dirigentes en el proceso de independencia y organización del país.50 De esta

46 LEONI, María Silvia “La historiografía correntina en la primera mitad del siglo XX. Una historia
provincial en el contexto historiográfico argentino”, en IX Jornadas Interescuelas y Departamentos de
Historia, UNC, Córdoba, 2003.
47 EUJANIÁN, Alejandro “Polémicas por la historia. El surgimiento de la crítica en la historiografía
argentina, 1864-1882”, en Entrepasados, núm. 16, Buenos Aires, 1999, p. 9.
48 BUCHBINDER, Pablo “Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los oríge-
nes de la historiografía argentina”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Emilio
Ravignani, Vol. 13, Buenos Aires, 1996, p. 60.
49 Estas obras van a ser catalogadas por Rómulo Carbia como “crónicas regionales” a las cuales otor-
ga en general escasa relevancia historiográfica. Por su parte, Armando Bazán caracteriza esta etapa
como fundacional de la historiografía regional argentina, destacando autores como Bernardo Frías
junto a Joaquín Carrillo, Paul Groussac y Nicanor Larrain. CARBIA, Rómulo Historia crítica de la
historiografía argentina, Coni, Buenos Aires, 2ª ed., 1940; BAZÁN, Armando Raúl “La historiografía
regional argentina”, en Revista de Historia de América, núm. 96, Instituto Panamericano de Geografía
e Historia, Caracas, 1983. También consultar: FIGUEROA, Eulalia “Aportes para el estudio de la
historiografía de Salta”, en Primeras Jornadas de Historia de Salta, Salta, 1984; y BAZÁN, Armando
Raúl “El Noroeste”, en La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico
en la Argentina (1893-1938), Tomo II, Buenos Aires, 1996.
50 El tema del surgimiento de las historias provinciales y la revalorización del aporte de cada una ellas en
la “historia nacional” fue consistentemente abordado por distintos historiadores, rescatando la espe-
cificidad de cada una de ellas y el conflicto que genera la recuperación de algunas figuras o gestas del
pasado. Solamente como referencia véanse los análisis de BUCHBINDER, Pablo “La nación desde las
provincias: las historiografías regionales argentinas entre dos centenarios”; Quiñonez, María Gabriela
“Manuel Florencio Mantilla y la historiografía decimonónica argentina. Un análisis de las relaciones
entre vida política y actividad intelectual en Corrientes a fines del siglo XIX”, IX Jornadas Interescue-
las y Departamentos de Historia, UNC, Córdoba, 2003; Quiñonez, María Gabriela “Las historiografías
provinciales en los orígenes del revisionismo: Corrientes y Entre Ríos”, inédito; MICHELETTI, María
Gabriela “Entre la memoria local y el relato nacional, en revistas santafesinas de entresiglos (Argen-
tina, fines s. XIX- principios s. XX)”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2009 [en línea] http://www.
nuevomundo.revues.org. Para el caso correntino, particularmente diferente del salteño, véase: LEONI,
Memoria e Historia 105

manera, se generan distintas miradas del pasado, construyéndose una historia nacional
desde distintos espacios geográficos, políticos y sociales, en la convicción de que no
solamente se definen propuestas historiográficas sino también proyectos políticos.
Sin duda, tanto Julián Toscano como Bernardo Frías constituyen referentes in-
eludibles de este momento historiográfico para la provincia de Salta. Aquí se observa
claramente la yuxtaposición de campos intelectuales no diferenciados y la estrecha
vinculación de estos primeros historiadores con la política. Estos intelectuales forman
parte de los gobiernos –tanto civil como eclesiástico– de las redes familiares de poder,
de los hábitos y normas propios de un sector de la sociedad que se siente dueño del
proceso histórico y construye imágenes del pasado destinadas a perdurar por largo
tiempo.
Una de las construcciones más fuertes del periodo contribuye a rescatar y reva-
lorizar la figura del general Güemes en la gesta de la independencia. Pero no es Frías
el pionero. La polémica entre Bartolomé Mitre y Dalmacio Vélez Sarfield es una de
las primeras en repensar la actuación de los pueblos del norte en las luchas por la
independencia, revalorizando la figura de Martín Miguel de Güemes.51 Vélez Sarfield
inicia la polémica de forma anónima en el diario El Nacional y pretende poner en
tela de juicio la interpretación mitrista de los procesos revolucionarios contados en
la Historia de Belgrano. Una de las críticas gira precisamente en torno a la figura del
salteño, el cual –según su opinión– no debe ser catalogado como caudillo sino paran-
gonado con Bolívar o San Martín. Bartolomé Mitre descalifica las criticas de Vélez
Sarfield y afirma que éste pretende reemplazar héroes reales –Manuel Belgrano– por
héroes hipotéticos y realzar “una personalidad aislada, exagera en la figura de Güe-
mes, su rol histórico y su importancia en la revolución, al punto de indignarse de que
algunos se hayan atrevido a llamarle caudillo”.52 En cambio Mitre, citando al general
Paz como principio de autoridad, describe a Martín Miguel de Güemes como “orador
gangoso […] demagogo excitando a los pobres a la rebelión contra la clase más culta
de la sociedad […] relajado en sus costumbres y sin sobriedad, y caudillo idolatrado
por lo gauchos.” Además afirma que sin el carácter de caudillo Güemes sería solo una
pálida fisonomía militar.53

María Silvia y Quiñonez, María Gabriela “Combates por la memoria. La elite dirigente correntina y
la invención de una tradición sanmartiniana”, en Anuario de Estudios Americanos, Tomo LVIII-1,
Sevilla, 2001. Quiñonez, María Gabriela “Representaciones del pasado y producción historiográfica en
Corrientes: entre la exaltación de las peculiaridades y la reivindicación de su vocación nacional, 1880-
1930”, inédito. LEONI, María Silvia “El aporte de Hernán Gómez a la Historia y la historiografía del
Nordeste”, en Folia Histórica del Nordeste, núm. 12, Resistencia.
51 La polémica se produce en 1864, mientras Bartolomé Mitre es Presidente de la Nación, en tanto Vélez
Sarsfield había sido su Ministro de Hacienda.
52 MITRE, Bartolomé Estudios Históricos sobre la revolución de Mayo: Belgrano y Güemes, Buenos
Aires, 1864, p. 277.
53 MITRE, Bartolomé Estudios Históricos sobre…, cit., p. 313.
106 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Al respecto, Alejandro Eujanián sostiene que la figura de Manuel Belgrano ex-


presa el sentimiento nacional, “sobre el cual se asentaba la supremacía de la nación
por sobre las provincias”. En este sentido, se afirma no sólo el héroe elegido, sino
también la visión porteño-céntrica de la historia, historia que nace y se consolida
en el espacio rioplatense y desde allí se construye la nacionalidad, “la tesis sobre la
‘preexistencia de la nación’ y, por lo tanto, la de su preeminencia por sobre los estados
provinciales, se convertía no sólo en este momento sino también salvo excepciones
para la historiografía posterior, en una suerte de sentido común historiográfico que
quedaba fuera de cualquier disputa”.54
En este contexto, la obra de Bernardo Frías constituye el primer esfuerzo exi-
toso por convertir al general Güemes en el máximo héroe local y paradigma de la
salteñidad, enterrando todos los odios ocasionados por su gestión de gobierno.55 Así
también, la elite salteña realiza un proceso de apropiación de la figura de Güemes y
–con el paso del tiempo– del culto en torno a su imagen y accionar.56 Bernardo Frías
presenta a Martín Güemes como representante de lo mejor y más destacado de la
sociedad salteña, rescata la figura del jefe militar no sólo para situarlo en el panteón
de los héroes sino también lo reconoce como parte de esa elite ilustrada de la cual el
mismo forma parte. No se reivindica al caudillo sino que se reconoce en Güemes a
un par, que luchó y pudo dirigir “los dos elementos antagónicos por naturaleza: las
masas ignorantes e incultas de los campos y el núcleo de población de las ciudades,
civilizado, culto, rico, ilustrado, guardián constante que ha sido del orden y de la ley”.
En otro apartado sostiene:
“Conviene establecer que Güemes no ha sido ni pudo ser cual se lo
han podido imaginar criterios abismados con la barbarie de famosos
jefes de montoneras del sur –Quiroga, Rosas, Ramírez, Artigas, Ló-
pez o Aldao; porque a diferencia de éstos […] Güemes aparte de ser
jefe de gauchos honrados y valerosos, es, como gobernador de pro-
vincia, el jefe de la clase culta, ilustrada y pudiente; el gobernador de
una sociedad distinguida y civilizada”.
El general Güemes tiene entonces el don de poder confraternizar con las masas in-
cultas y a la vez razonar con sus pares de la elite salteña, su rol como gobernador de

54 EUJANIÁN, Alejandro “Polémicas por la historia…”, cit., pp. 13-14.


55 Al referirse a Martín Gabriel Güemes, gobernador de Salta entre 1886 y 1889, Bernardo Frías expresa:
“Si su abuelo, el General Güemes, había sido aborrecido a muerte, por gran parte de la sociedad, su
padre, con la suavidad, la cultura y los tiempos que le tocaron en suerte para gobernar la provincia,
había, con el tiempo y la muerte que todo lo borran, [borrado] el ardor de los odios”. FRÍAS, Bernardo
“Tradiciones Históricas. La Salta Vieja. El vecindario. Güemes”, en Boletín del Instituto San Felipe y
Santiago de Estudios Históricos de Salta, núm. 13, Talleres Gráficos La Provincia, Salta, 1944, p. 11.
El resaltado es nuestro.
56 Véase al respecto los trabajos compilados en ÁLVAREZ LEGUIZAMÓN, Sonia Poder y Salteñidad.
Saberes, políticas y representaciones sociales, CEPIHA, Editorial Milord, Salta, 2010.
Memoria e Historia 107

la provincia le brinda además lustre institucional. Igual que Vélez Sarfield, Bernardo
Frías coloca a Güemes en pie de igualdad con el general San Martín, “esa gran revolu-
ción de Mayo sólo produjo dos genios en la guerra para salvarse y cubrirse de laureles:
San Martín y Güemes”.57
Frías además acerca el mundo intelectual provincial al rioplatense y realiza un
esfuerzo por insertar esta mirada local del pasado argentino en la visión nacional que
se construye a partir de las obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. No es una
obra que confronta, por el contrario, revaloriza el aporte salteño y otorga proyección
nacional al héroe salteño. Dice Atilio Cornejo:
“La historia argentina vista desde Salta, con ojos argentinos, es la
que escribió el doctor Frías. Es, a la vez, la historia de Salta, lo
que significa la historia de la Nación, pues Salta tuvo siempre su
pensamiento en ella y en su Constitución, cuyos Congresos y Asam-
bleas Constituyentes presidieron sus hijos: Boedo en 1816, Castro en
1826, Zuviría en 1853 […] En estos ocho tomos , tres […] se ocupan
de la figura y de la actuación singular, tan corta, como brillante, del
general Güemes, que más que héroe de Salta, es héroe de la Nación,
pues fue un soldado de la Revolución de 1810, un jefe y un general
argentino, que ganó sus galones, uno a uno, acordados por el go-
bierno nacional, y último, recibido del más grande de los argentinos,
el general San Martín, con quien combina el plan continental glorio-
so que, si bien la muerte de aquel lo truncó, dejó al menos trazado,
con su espada ensangrentada y con las lanzas de sus valientes gau-
chos, el límite norte de la patria”.58

Esta operación historiográfica rinde sus frutos.59 Los primeros tomos de la Historia de
Güemes son calurosamente acogidos por el ambiente intelectual de la época, tanto de
Salta como de Buenos Aires, y el propio Mitre, cuando recibe en 1903 –casi cuarenta
años después de la polémica con Vélez Sarfield– el primer tomo de la obra, contesta a
Bernardo Frías en los siguientes términos: “…ha correspondido usted a las esperanzas
públicas, condensando en los primeros capítulos de su libro, los antecedentes histó-
ricos de la heroica provincia teatro de las hazañas del héroe que llenará los capítulos

57 FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., Tomo I, p. 10.


58 CORNEJO, Atilio “El Doctor Bernardo Frías”, en FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., pp.
XL-XLI. El resaltado es nuestro.
59 Otra operación historiográfica complementaria, elaborada por ejemplo a partir de la producción de
Juana Manuela Gorriti, contribuye a la construcción de una nueva tradición, vinculada a las guerras de
independencia, y constituye una forma fundacional de la identidad que borra la fundación de la ciudad
a fines del siglo XVI y la reemplaza en el imaginario con la acción de Martín Miguel de Güemes.
PALERMO, Zulma –coordinadora– “Contribuciones a la interpretación de la “imaginación histórica”.
Salta-Siglo XIX”, en Avances de Investigación, núm. 2, CEPIHA, Salta, 2002, p. 4.
108 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

subsiguientes…”.60 Es posible advertir el desplazamiento de la interpretación de la fi-


gura de Martín Güemes al que ahora Mitre nombra como héroe y no ya como caudillo,
con el sentido despectivo del término otorgado tanto por él mismo como por Vicente
Fidel López.61 Bernardo Frías alcanza entonces también, junto a su héroe, proyección
nacional y estatuto de padre de la historiografía salteña.62
En estos momentos de construcción de representaciones sobre el pasado los lí-
mites entre el campo profesional y el mundo de la política aún no están claros.63 Así,
para la edición de los primeros tomos de la Historia de Güemes, Frías cuenta con el
apoyo económico del estado provincial, apoyo que revierte a su vez como modo de
legitimación social e intelectual.64 Interesa destacar no sólo el apoyo económico del
gobierno sino también que el Dr. Frías, al momento de recibir dicha recompensa, es
Fiscal General interino de la Provincia, mostrando la ausencia de límites entre el ám-
bito político y el intelectual a principios del siglo XX. Este procedimiento se reitera
con motivo de la aparición del segundo tomo en 1907, para el cual incluso se gestiona
ayuda económica en el Congreso Nacional. Así, el diputado Lacasa, encargado de ar-
gumentar en la Cámara de Diputados, informa sobre el proyecto y sostiene que es un
trabajo “que viene a llenar un vacío existente en la historia nacional, pudiendo decirse
que el doctor Frías se incorpora con todos los atributos de su talento y su estilo bri-
llante, a la gran obra de la historia, siguiendo a los grandes maestros: el general Mitre
y el doctor Vicente Fidel López”.65 Estos apoyos se realizan en un momento de grave
crisis económica de la provincia, remarcada tanto por los periódicos, como por infor-

60 Carta del 4 de febrero de 1903, transcripta en CORNEJO, Atilio “El Doctor Bernardo Frías”, en
FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., pp. XXX y XXXI.
61 El término caudillo va a ser analizado con posterioridad por autores como Atilio Cornejo, desentrañan-
do las distintas acepciones del término y considerando útil finalmente la de líder, dirigente o guía.
62 El propio Atilio Cornejo, con el cual comparte este sitial de honor, reconoce que Bernardo Frías “fue,
indudablemente, el número uno de los historiadores de Salta, sin desmerecer por ello a los que le pre-
cedieron, a sus contemporáneos, o a los que le sucedieron: Mariano Zorreguieta, Juan Martín Legui-
zamón, Arturo L. Dávalos, Manuel Solá (h), Julián Toscano, Ricardo Solá, Francisco Centeno, Miguel
Otero, Dámaso Uriburu y tantos otros […] y, ¿por qué no decirlo?, sin exageración, hasta el presente”.
CORNEJO, Atilio “El Doctor Bernardo Frías”, en FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., pp.
XXVI y XXVII.
63 Un trabajo reciente retoma la figura de Bernardo Frías, a partir de su obra Tradiciones Históricas,
y analiza entre otros aspectos los límites confusos, cuasi inexistentes, entre su accionar político, su
vocación de historiador y su propio lugar de enunciación como referente, o vocero, de la elite local.
VILLAGRÁN, Andrea y VÁZQUEZ, Estela “Ensayando una/otra lectura de relatos históricos. Salta,
principios del siglo XX”, en Andes, núm. 21, CEPIHA, Salta, 2010.
64 El primer tomo recibe apoyo oficial a través de una ley provincial que le otorga la suma de dos mil
pesos como “recompensa de la Provincia, requerida por las exijencias (sic) del merecimiento y del
estímulo, por su obra titulada Historia del General D. Martín Güemes y de la provincia de Salta”. Otra
ley autoriza al Poder Ejecutivo para adquirir doscientos ejemplares de la obra. Ley 656 del 18 de julio
de 1903 y Ley 658 del 25 de julio de 1903, Registro Oficial de la Provincia de Salta, Libro 13, Archivo
y Biblioteca Históricos de Salta, pp. 247 y 257. El resaltado es nuestro.
65 CORNEJO, Atilio “El Doctor Bernardo Frías”, en FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., pp.
XXXI-XXXIV.
Memoria e Historia 109

mes de los gobernadores y también en trabajos actuales sobre el periodo. Al respecto,


historiadoras salteñas expresan que este tipo de erogación del gobierno muestra la
visión propia de los grupos dirigentes salteños,66 no sólo de su presente sino también
de su pasado ilustre.

Desde la historia de la Iglesia


Otra imagen que se construye a fines del siglo XIX y principios del siglo XX y que
perdura con fuerza hasta la actualidad es la de las tradiciones religiosas. A partir de
ella se fue conformando la imagen de una Salta religiosa, tradicional, anclada en valo-
res que muchas veces giran alrededor de dos figuras emblemáticas fundamentales: los
santos y los héroes.67 Este proceso de construcción comprendió la tarea de conserva-
ción de las tradiciones religiosas concretada por agentes eclesiásticos. En este aparta-
do, nos posicionaremos principalmente desde la noción de tradición como otra forma
de representación del pasado para considerar sus vinculaciones con la elaboración de
una historia religiosa y de la Iglesia locales. La tradición como “versión del pasado
que se pretende conectar con el presente y ratificar” forma parte de la organización
social y cultural que es contemporánea al interés de dominación de un grupo específi-
co.68 Observamos, entonces, que en Salta tuvieron lugar procesos de construcción de
tradiciones en esos términos a partir de la reunión de los relatos acerca de las historias
de ciertas devociones religiosas. Al igual que con la memoria, también en este plano
se verificó la selección de ciertos hechos y a partir de ellos las ocultaciones y las
apropiaciones.69
Puede decirse que la producción de historias provinciales tuvo su correlato en
las jurisdicciones eclesiásticas. El interés por conocer algunos aspectos del pasado de
las diócesis dio lugar al desenvolvimiento de aquella historia que Roberto Di Stéfano
denominara con el mote de confesional. Producida por miembros de la institución

66 “Las dos únicas grandes erogaciones del periodo constituyen una panorámica de los grupos dirigentes
salteños. Una es el pago a Bernardo Frías por su obra histórica sobre el General Martín Miguel de
Güemes, y la otra corresponde a los festejos de la conmemoración del Centenario de la Batalla de Salta
durante el gobierno de Robustiano Patrón Costas (1913-1916)”. JUSTINIANO, María Fernanda y
TEJERINA, María Elina “La relación Estado-región a través de los presupuestos provinciales. El caso
de Salta durante el boom agroexportador”, en XVIII Jornadas de Historia Económica, Mendoza, 2002.
67 PALERMO, Zulma “Discursos de fundación y representaciones sociales. Dos transiciones seculares”,
mimeo.
68 WILLIAMS, Raymond “Tradiciones, instituciones y formaciones”, en Marxismo y literatura, Barce-
lona, Península, 1980, p. 138.
69 WILLIAMS, Raymond “Tradiciones…”, cit., p. 138. Desde la sociología de la religión Danièle Her-
vie-Léger entiende a la tradición como el “conjunto de representaciones, imágenes, saberes teóricos y
prácticos, comportamientos, actitudes, etcétera que un grupo o una sociedad acepta en nombre de la
continuidad necesaria entre el pasado y el presente”. HERVIEU–LÉGER, Danièle La religión, hilo de
la memoria, Herder, Barcelona, 2005, p. 145. Por su parte, para Eric Hobsbawm la invención de tradi-
ciones es “esencialmente un proceso de formalización y ritualización, caracterizado por la referencia al
pasado, aunque solo sea para imponer la repetición”. HOBSBAWM, Eric La invención de la tradición,
cit., p. 10.
110 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

eclesiástica, esta escritura historiográfica tiene connotaciones apologéticas y es sub-


sidiaria de la reflexión teológica en tanto le interesa “el desarrollo en el tiempo y en
el espacio de la Iglesia fundada por Cristo”.70 Desde fines del siglo XIX, esta aproxi-
mación histórica hacia las cuestiones religiosas principalmente centró su atención en
algunos santuarios marianos.71 En el caso de la diócesis de Salta, la preocupación por
historizar algunos aspectos de la labor pastoral de la Iglesia ya se había manifestado
durante el mandato del obispo Pablo Padilla y Bárcena (1893-1898), dando como
resultado las publicaciones de los textos de eclesiásticos y laicos que versaban acer-
ca de los orígenes y los prodigios de advocaciones religiosas de Catamarca y Salta:
Nuestra Señora del Valle y el Señor y la Virgen del Milagro respectivamente. Un
aspecto a destacar en ellas es que la mayoría de estas producciones impresas incluían
documentación.72 Aún cuando Padilla fue designado obispo recién en 1893, ya venía
desempeñándose en el gobierno eclesiástico como el colaborador más cercano de su
antecesor Buenaventura Rizo Patrón desde principios de la década de 1880, dada la
situación de enfermedad de este último y luego de su fallecimiento, como Vicario Ca-
pitular en sede vacante desde 1885.73 El sucesor de Padilla, el obispo Matías Linares
y Zanzetenea (1898-1914), continuó con estas iniciativas, acentuándola especialmen-
te para el caso de Salta, sede de la diócesis. En la dedicatoria de la Historia de las
Imágenes del Señor del Milagro y de Nuestra Señora la Virgen del Milagro que se
veneran en la Catedral de Salta, Toscano reconocía el esfuerzo de ambos prelados
en la difusión del conocimiento de los hechos vinculados a la historia del Cristo y de
la Virgen en esta advocación y en el “enaltecimiento del culto que supieron imprimir
en favor de las mismas”.74 Fue a partir de esta devoción del Milagro que se inició la
tarea de normatización de los relatos, en oportunidad de la conmemoración de fechas
importantes para la historia de la misma. Así apareció impreso el texto de Mariano

70 DI STÉFANO, Roberto “De la teología a la historia: un siglo de lecturas retrospectivas del catolicismo
argentino”, en Prohistoria, núm. 6, Rosario, 2002, p. 175.
71 A mediados de la década de 1920 Rómulo Carbia englobaba esta producción bajo la denominación de
crónica religiosa. CARBIA, Rómulo Historia de la Historiografía…, cit., pp. 223-224.
72 ORELLANA, Bernardino Fr. Ramillete Histórico de los milagros de la Virgen del Valle. Extractados
de la Información Jurídica de 1764 y dispuestos en orden de lectura piadosa para espiritual solaz y
expansión de los devotos de esta Santa Imagen, Imprenta Pablo E. Coni e Hijos, Buenos Aires, 1887;
SOPRANO, Pascual Pbro. La Virgen del Valle y la conquista del antiguo Tucumán. Buenos Aires,
Imprenta del Courriere de La Plata, 1889; LAFONE Y QUEVEDO, Samuel Historia de la Virgen del
Valle. Parte I: Desde la invención de la Sagrada Imagen hasta la Información de 1764, Catamarca,
1897; ZORREGUIETA, Mariano Tradición Histórica del Señor y Virgen del Milagro que se veneran
en la Iglesia Catedral de Salta. Escrita con motivo del tercer centenario de la venida a Salta de dichas
imágenes, Imprenta La Velocidad, Salta, 1892.
73 CHIERICOTTI, Olga “El apostolado católico en la Provincia de Salta”, en Estudio socio-económico,
Tomo III, UNSa, CIUNSa, Salta, 1984, pp. 396-401.
74 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes del Señor del Milagro y de N. Señora la Virgen del Mi-
lagro que se veneran en la Catedral de Salta, Imprenta, litografía y encuadernación de Jacobo Peuser,
Buenos Aires, 1901, p. XI.
Memoria e Historia 111

Zorreguieta75: Tradición Histórica del Señor y Virgen del Milagro que se veneran en
la Iglesia Catedral de Salta. Escrita con motivo del tercer centenario de la venida a
Salta de dichas imágenes (1892). Posteriormente, los preparativos para la coronación
de ambas efigies, gestionadas por el obispo Linares ante el Sumo Pontífice en Roma,
dieron lugar a la publicación de la Historia de las Imágenes del presbítero Toscano.
La tendencia por la normatización de los relatos devocionales prosiguió luego con la
devoción de Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña, tarea que desarrollaron los
padres Eusebio Lardizábal y el mismo Julián Toscano. Ya el historiador Néstor Auza
señaló el rol que tuvo el episcopado en el desarrollo de la historia de la Iglesia para
destacar su participación en la formación de la sociedad argentina, si bien lo hace
para unos pocos años después. Este autor destaca especialmente la labor del obispo
de Entre Ríos, Abel Bazán y Bustos (1910-1927) en la promoción de la enseñanza
de la historia de la Iglesia en la Argentina en las escuelas católicas y la escritura del
primer de manual para llevarla a cabo.76 El movimiento para impulsar el estudio de
temas vinculados a la Iglesia se fue fortaleciendo, en los años previos y posteriores al
Centenario, con la aparición de trabajos vinculados a la acción eficaz del clero en el
movimiento revolucionario de 1810. Esta multiplicación de estudios y publicaciones
se consolidó institucionalmente con la creación de la Junta de Historia Eclesiástica
Argentina en 1942 y la edición de Archivum para la divulgación de artículos y escritos
de historiadores católicos.77
Resulta de particular interés entender a las producciones narrativas realizada por
eclesiásticos en el obispado de Salta desde la perspectiva de los propios dirigentes de
la diócesis que las estaban promoviendo. Así, al prologar la Historia de las Imágenes,
Padilla la rescataba entre los “trabajos de importancia que honran las letras argenti-
nas” y señalaba que “merece ser leída con interés, no sólo por las personas sencillas
y piadosas, sino también por los doctos y eruditos. Las primeras encontrarán motivos
para afianzar y acrecentar su devoción; los segundos, un caudal de datos preciosos
que se relacionan con nuestra historia civil y religiosa de casi tres centurias”.78 Se
trataba “de la palabra oficial de un portavoz autorizado”,79 el vicario general y deán
que relataba hechos vinculados a la historia del obispado. Esta significación atribui-
da al conocimiento y difusión de la historia a partir de acontecimientos religiosos y

75 Nació en Salta en 1830. Fue escribano de gobierno, interventor en la Administración de Correos, in-
tendente y senador. En 1872 el gobierno de la provincia ordenó la publicación de Apuntes históricos de
la provincia de Salta en la época del coloniaje, primer trabajo sobre temas históricos que se imprimió
en el espacio provincial, si bien consiste sobre todo en una recopilación de documentos brevemente
comentados. FIGUEROA, Eulalia “Aportes…”, cit., pp. 249-252.
76 AUZA, Néstor “La historiografía en Argentina y su relación con la historia de la Iglesia”, en Teología,
núm. XXIII, 1986, pp. 60-62.
77 DI STEFANO, Roberto “De la teología…”, cit, pp. 176-182.
78 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., p. XIV. El resaltado es nuestro.
79 BOURDIEU, Pierre ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Akal, Madrid,
1985, p. 69.
112 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

creencias en consonancia con la organización política puede entenderse, por un lado,


desde el proceso de adaptación de la Iglesia argentina a la consolidación del Estado
nacional, coincidente con la consolidación institucional de la propia Iglesia.80 Asimis-
mo estas vinculaciones tan cercanas entre lo religioso y lo político a fines del siglo
XIX y principios del siglo XX contribuían a definir pertenencias locales en un diálogo
entre la nación y las provincias. En este proceso las devociones tenían un lugar im-
portante, como podía observarse en el sentido identitario de la advocación mariana
de la Virgen del Valle en Catamarca en los dichos de otro eclesiástico, quien en 1891
reconocía a la coronación pontificia de la imagen como acontecimiento memorable
de la historia argentina que conducía “al pueblo catamarqueño […] hasta la cumbre
de su engrandecimiento religioso y civil”.81 Unos años después en Salta, Toscano se
preocupaba por marcar la vinculación entre el pueblo de Salta y la devoción hacia
Cristo y la Virgen, sobre todo con esta última: “Efectivamente, la ciudad de Salta, a
quien podemos llamar la ciudad mariana, ha confesado á la faz del mundo las glorias
de la Virgen María; ha cantado con el entusiasmo de su fe sus grandezas”.82 Más allá
del sentido apologético, estas expresiones advierten acerca de la influencia de la ma-
triz católica en la construcción social y simbólica de los estados y de las provincias.83
Hay otros aspectos que nos interesan considerar en la historiografía eclesiástica,
especialmente en la producción narrativa de Toscano. Por un lado, respecto a la cons-
trucción de imágenes sobre la sociedad local en la época de la colonia y su vinculación
con la idea de Iglesia que se sostenía desde la jerarquía religiosa en ese momento. Así,
en alusión a la Iglesia de Salta, el presbítero manifestaba que “las noticias recogidas
suministran en parte, lo conveniente para exteriorizar su acción, ya se la considere
como consecuencia de la institución misma en la organización perfecta de su gobierno
bajo el régimen de sus celosos pastores, ó en la difusión de la enseñanza de la fé y
doctrina cristianas bajo la acción de labor del infatigable misionero, ó en los cuidados
que la religión y las costumbres de los pueblos demandan como bases de su flores-
cencia y estabilidad”.84 Para Toscano, vicario de la diócesis, la historia de Salta está
estrechamente vinculada a la de su Iglesia y las obras desplegadas por sus prelados y
sacerdotes:

80 DI STEFANO, Roberto y ZANATTA, Loris Historia de la Iglesia Argentina. Desde la conquista hasta
fines del siglo XX, Grijalbo-Mondadori, Buenos Aires, 2000, pp. 313-317. Estos autores sostienen que
desde la administración nacional se promovía en el plano eclesiástico, la centralización operada en el
plano político, así como la afirmación de Buenos Aires sobre las provincias, en este caso a través de la
elevación a arquidiócesis y la subordinación de los otros obispados en calidad de sufragáneos.
81 CHAILE, Telma “Promesas y gracias en cartas de devotos de la Virgen del Valle de Catamarca en el
Noroeste Argentino. Fines del siglo XIX-principios del XX”, en Boletín Americanista, 2011, en prensa.
82 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado del Tucumán y la Iglesia de Salta, Imprenta Biedma e Hijo,
Buenos Aires, 1906, p. 243.
83 MALLIMACI, Fortunato “Las paradojas y las múltiples modernidades en Argentina”, en MALLIMA-
CI, Fortunato –compilador– Modernidad, religión y memoria, Colihue Universidad, Buenos Aires,
2008, p. 86.
84 TOSCANO, Julián, El primitivo Obispado…, cit., p. 6.
Memoria e Historia 113

“La diversidad de obras apostólicas que emprenden á la vez, esa la-


bor asidua para implantarlas, cuidar de su organización, adminis-
tración, estabilidad y crecimiento, hasta poder recoger el fruto de
ellas […], así los obispos habían creado sus obras y cultivádolas en
la diócesis con admirable constancia, sin desalientos para atravesar
los desiertos, salvar las grandes distancias, marcadas por centenares
de leguas, para hacer presencia corporal en los grandes y pequeños
centros de población, en las reducciones de indios conversos, á fin de
tomar parte activa en la catequización, dar métodos precisos para la
enseñanza y alentar al pobre misionero en su vida dura y fatigosa”.85
Tenemos entonces que fue en el primitivo obispado durante la colonia donde Toscano
encontró los inicios de “nuevas sociedades” y del “apostolado en acción”. Por otra
parte, si bien se observan coincidencias en los procesos de paulatina conformación de
las historias provincial y de la Iglesia, es necesario tener en cuenta que no necesaria-
mente se desarrollaron como iniciativas conjuntas. Di Stéfano sostiene que la volun-
tad apologética fue el motivo principal que llevó a algunos prelados a redactar textos
que daban cuenta de la acción de la Iglesia. A su vez, se trató también de una respuesta
al anticlericalismo sostenido por sectores de las elites dirigentes.86 La producción de
la historiografía eclesiástica en Salta no fue ajena a esto último. Precisamente los re-
latos vinculados a santos y milagros le brindaron a Bernardo Frías la ocasión para dar
rienda suelta a un anticlericalismo expresado irónicamente a través de la referencia a
los relatos devocionales como cuento.87
“La búsqueda en los viejos legajos del archivo [del obispado], muy deficientes y
truncos la mayor parte, con inmensas lagunas” fue una constante en la empresa de dar
cuenta de la historia de la Iglesia de Salta y de las creencias de sus pobladores, según
lo aclaraba el mismo Toscano.88 Pero fue especialmente para el caso de las devociones
que el registro escrito se presentaba de manera insuficiente o era directamente inexis-
tente. Ante esta situación, la recuperación de testimonios mediante la recopilación de
relatos orales suplía las faltas y las lagunas en la documentación. Esto se observó es-
pecialmente al momento de indagar los orígenes y el desarrollo de ciertas devociones
religiosas para las cuales fue necesario acudir a los recuerdos de quienes pudieran dar
cuenta de algunos aspectos cuyo conocimiento se volvía necesario para completar o
dar coherencia a los relatos. Además de Toscano, también el sacerdote Eusebio Lardi-
zábal de los Canónigos Regulares de Letrán y cura párroco de la iglesia de la Candela-
ria de la Viña, implementó esta posibilidad a través de un cuestionario. Estas tareas de
indagación permitieron la sistematización de los relatos que circulaban acerca de las

85 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado…, cit., pp. 125-126.


86 DI STEFANO, Roberto “De la teología…”, cit, p. 177.
87 CHAILE, Telma Los cultos religiosos en Salta. Procesos de identidad y relaciones de poder, Tesis
Doctoral, Universidad Nacional de la Plata, 2010.
88 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado…, cit., p. 6.
114 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

historias que daban cuenta de los inicios y la consolidación de las devociones religio-
sas locales. La clericalización89 de esas historias de devociones marianas y crísticas
de origen colonial implicó la elaboración de narrativas en un marco de interpretación
delimitado y controlado por los propios sacerdotes. Este proceso fue afianzando un
corpus de tradiciones religiosas referente a imágenes localmente consagradas como
las imágenes del Cristo y de la Virgen del Milagro y la Virgen de la Candelaria de la
Viña. A su vez, el proceso evidenció un desplazamiento desde la recuperación hacia
la elaboración de tradiciones en una dinámica de imposición enunciativa sobre varias
versiones que circulaban socialmente acerca de lo que se conocía de los trayectos de
estas advocaciones destinatarias del fervor religioso de algunos feligreses.

Representaciones del pasado en Salta a fines del siglo XIX


y principios del siglo XX
La memoria de las familias realistas, entre el olvido y la reconciliación
Uno de los principales registros para la elaboración de representaciones del pasado
en el periodo de entresiglos lo constituyeron las memorias familiares, es decir, los
recuerdos, normativas, valores que configuran una cierta concepción del mundo y del
lugar de la familia en el conjunto social, e incluso la tradición oral recogida del relato
de los protagonistas del proceso revolucionario y las décadas siguientes. Pero no todas
las memorias se conservan y atraviesan el umbral de lo público. Así, las familias de
elite consiguieron preservar su memoria, seleccionar los hechos, olvidando y recor-
dando acontecimientos pasados, e integrarla en narraciones que adquirieron carácter
histórico.
Bernardo Frías, en la Historia de Güemes, precisamente apela a la tradición oral
y a los recuerdos de los partícipes, testigos, o de sus descendientes. Atilio Cornejo, en
la Nota Preliminar, expresa:
“La obra contiene gran riqueza de datos, de anécdotas y de refe-
rencias originales. Recoge el testimonio de la tradición oral, la cual
sin su concurso se hubiera volatilizado para siempre, pues alcanzó a
consignar las narraciones de los últimos protagonistas de la epopeya
gaucha y de sus descendientes inmediatos. Se funda asimismo en
numerosa documentación, particularmente las cartas y papeles de las

89 Tomamos el concepto de clericalización de Claudio Lomnitz, quien lo plantea en relación con la muer-
te de los indígenas en México durante la primera época posterior a la conquista a partir de la puesta en
práctica de dispositivos de control por parte de los eclesiásticos. Entre ellos considera al despliegue de
la persuasión para la aceptación de las creencias de la Iglesia, el poder para disponer de los cadáveres
de los indígenas y sus rituales funerarios y la elaboración de narrativas usadas en la explicación de
situaciones de crisis. LOMNITZ, Claudio La idea de la muerte en México, FCE, México, 2006, pp.
184-186.
Memoria e Historia 115

antiguas familias de Salta, que tuvo oportunidad de examinar y que


en los años ulteriores se han perdido o dispersado”.90
En estos archivos reside la memoria familiar pero también el pasado local, y los pro-
tagonistas son los descendientes de las antiguas familias que participan de la gesta de
independencia. En este sentido, Frías contribuye con su narrativa a fijar una imagen
de la sociedad salteña que encuentra en el pasado, y más específicamente a fines de la
colonia y durante el proceso revolucionario, a lo más distinguido del vecindario, es la
elite salteña quien encabeza el movimiento revolucionario y lo encauza; y el general
Güemes el jefe de la clase culta.91
En este punto es interesante detenerse a indagar en la construcción historiográfi-
ca que realiza Frías de la participación de distintas familias durante el proceso revo-
lucionario y los vínculos y enfrentamientos al interior de la elite salteña en torno a la
figura del general Güemes. La administración de la memoria, entre los recuerdos y el
olvido, permite al autor en algunos casos matizar dichos enfrentamientos y a algunos
biógrafos familiares directamente olvidar parte de las trayectorias familiares que con-
tradicen los intereses del presente. La recuperación de la memoria del general Güemes
y la reconciliación histórica con su figura se manifiesta ya en 1885, con motivo del
primer centenario de su nacimiento. En esa ocasión se celebra en el Teatro Victoria de
la ciudad de Salta una velada musical a la cual asiste “todo lo más representativo de
Salta, donde se vio, tomando parte principal en el acto, a más de uno de los descen-
dientes de los enemigos de Güemes, aún de aquellos que habían pasado aquellos días
de amargura y gloria llenos, bajo las banderas del Rey”.92 Así, un estudioso salteño
expresa justamente que en la segunda mitad del siglo XIX el grupo principal salteño
comienza a cerrar las querellas contra la figura de Güemes. “¿No era acaso un error
colocar a Güemes al lado de los caciques anárquicos, demagógicos y disolventes?
¿No resultaba más conveniente y más justo presentarlo como un arquetipo de gaucho
decente, hombre de orden, de buenos modales y de buena familia?”93
En este proceso de recuerdo, silencio y olvido, nos detenemos en el accionar de
los sectores realistas salteños. En la Historia de Güemes, Frías muestra cómo al cono-
cerse en Salta las noticias de los hechos ocurridos en la capital virreinal el 25 de mayo
de 1810, aparecen delimitadas algunas familias que identifica como famosos realistas:
Archondo, Gorostiaga, Ibazeta, Costas y por supuesto Isasmendi. En relación con las
otras familias, las patriotas, tiene epítetos más elocuentes y nos muestra la construc-
ción de las trayectorias familiares: “¡Y coincidencia notable! Aquellos Toledos, aque-
llos Arias, Castellanos y Saravias, que siglos atrás habían conquistado estas comarcas
y las habían sujetado al dominio de España y de sus reyes, venían en su descendencia

90 CORNEJO, Atilio “Nota Preliminar”, en FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., p. IX.
91 FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., pp. 10-12.
92 FRÍAS, Bernardo “Tradiciones Históricas”, cit., pp. 5-44.
93 CARO FIGUEROA, Gregorio “Bernardo Frías, memoria familiar e historia local”, 2006 [en línea]
http://www.iruya.com [consulta: 4 de enero de 2010].
116 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

a figurar también entre los que asestaban así, el primer golpe para quebrar las cadenas
que reataban la patria a extranjera servidumbre”.94 Es así que Salta aparece en el relato
de Frías como el bastión que se levanta en defensa de la patria y resalta también el
accionar de las familias que decididamente acompañan esta causa.
Y respecto a los partidarios del rey expresa: “…el rey de España no contó en Sal-
ta sino con escasísimos partidarios argentinos, como los Isasmendi, los Costas y los
futuros coroneles don Saturnino y don Pedro Antonio Castro, entre la gente visible”.95
Los realistas se circunscriben para Frías a los españoles avecindados en Salta y casa-
dos también con españoles y el odio envenenado hacia la patria y las crueldades hacia
los patriotas los distinguen como enemigos y sospechosos. Así, en un episodio resca-
tado por Bernardo Frías y analizado por Halperin Donghi, se describe una anécdota de
la época revolucionaria en la que las damas salteñas llegan a asirse de los cabellos y
una de ellas, Manuela Arias, hace azotar a otra dama por goda. Al respecto, Halperin
Donghi sostiene:
“Sin duda, Frías no aprueba la brutal iniciativa de doña Manuela,
pero es característico que este autor, tan reticente para revelar las fa-
llas políticas de la elite salteña, no oculte el nombre de la demasiado
fervorosa dama patriota y sí en cambio el de la que fue víctima de sus
fervores: todavía a principios del siglo XX las faltas de la primera
parecen menos graves que la heterodoxia política de la segunda”.96
Así, el trabajo del olvido –tanto como el recuerdo– contribuye a la construcción de
una imagen social de la elite salteña que reivindica su accionar en la gesta emanci-
padora y se apropia de la figura del general Güemes, a quien convierte en su héroe
máximo. Por ello, la memoria de las familias realistas se desdibuja, se suprime y se
reinscribe en otras memorias. Un claro ejemplo de esta operación historiográfica lo
encontramos en la familia Costas. Una de las principales defensoras de la causa del
Rey subsume su memoria, e incluso su propio apellido, en la memoria de la familia
Patrón Costas.97
El desempeño de la familia Costas como realistas es reconocido, como vimos, ya
por Bernardo Frías, el cual nombra específicamente dos familias: Costas e Isasmendi,
entre los escasísimos partidarios de la causa del Rey en Salta. Sin embargo, los sec-
tores realistas en Salta son numerosos e incluyen a familias principales de la elite lo-
cal. Incluso el tajante convencimiento que los sostenedores más intransigentes de los

94 FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., p. 465.


95 FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., p. 484.
96 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina
criolla, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, p. 384.
97 Al decir familia Patrón Costas no nos estamos refiriendo a un producto final, definitivo, inmóvil y des-
gajado de tiempo y espacio y que reúne en sí ciertas características esenciales, sino que nos referimos a
un proceso por el cual el mundo social del siglo XX reconoce en este constructo a una de las principales
familias de elite con proyección no sólo a nivel regional sino también a escala nacional.
Memoria e Historia 117

derechos de España en América son los españoles avecindados en la sociedad local,


también se desmiente a partir de la trayectoria de Francisco Avelino Costas, salteño de
nacimiento y parte de una familia, los Ruiz Gauna, llegados a la ciudad en la primera
mitad del siglo XVIII. La presencia realista en Salta se mantiene hasta finalizada la
guerra y particularmente son las mujeres quienes articulan mecanismos para ayudar
a los realistas. Así, como la historiografía local ha rescatado el accionar de mujeres
patriotas en la lucha contra el enemigo realista, también es interesante visualizar la
actitud de madres y hermanas que actuaron acompañando a los jefes de las familias
entre los leales a la monarquía española. Estas mujeres que permanecen en sus ciuda-
des cuando los hombres parten a la guerra son quienes continúan con las actividades
cotidianas y se hacen cargo de distintas operaciones para mantener los negocios y las
propiedades familiares.98
El juicio de Bernardo Frías en relación con los sectores realistas es contundente.
“Su tenacidad y el odio envenenado que profesaron contra la patria
y sus defensores desde aquel día, habíales de derramar sobre su ca-
beza todas las calamidades y penurias en que debería envolverlos la
borrasca de una revolución violenta por quince años, llevando por su
nacionalidad aquellos hombres, estampado en la frente, el estigma
de enemigos y sospechosos, circunstancia que entonces produjo lo
que vino a llamarse durante la revolución, el pecado original”.99
Frente a esta visión de los grupos realistas se torna entonces necesaria una operación
historiográfica de silenciamiento de la memoria familiar de los Costas, de tal manera
de no provocar conflictos en la construcción de la imagen social de la familia Patrón
Costas en el siglo XX. Borrar dicho pecado original se convierte en la premisa nece-
saria para consolidar la imagen familiar.
Así, la familia Costas ha sido objeto de atención de los historiadores, pero la his-
toriografía que se refiere específicamente a la familia Patrón Costas no la incluye en
su genealogía sino hasta el casamiento de dos hermanas Costas con dos hermanos Pa-
trón –momento en el que se conforma el apellido– en 1865, a pesar que, tanto Francis-
co Manuel como Francisco Avelino Costas, forman parte de la elite colonial local.100
Es interesante notar que Bernardo Frías sí rescata e incluso ensalza la figura de Calixto
Ruiz Gauna, cuñado de Francisco Avelino Costas, por su travesía para llevar a Buenos

98 Así también, las figuras claves en la conservación de las memorias familiares son las mujeres, en tanto
guardianas no sólo de los recuerdos sino también de los archivos familiares. Quiñonez, María Merce-
des Familia y Poder. Los Patrón Costas y la conformación de la elite salteña (Mediados del siglo XVIII
a principios del siglo XX), Tesis Doctoral, Universidad Nacional de La Plata, 2010.
99 FRÍAS, Bernardo Historia del General…, cit., p. 484. El resaltado es nuestro.
100 Este silenciamiento opaca incluso la trayectoria familiar a fines del periodo colonial, su desarrollo
comercial y el desempeño de diversos cargos públicos, la compra de importantes propiedades, las
vinculaciones con distintas familias de la elite local de largo arraigo, es decir, su importancia en la
sociedad local tardo colonial. Quiñonez, María Mercedes Familia y Poder…, cit.
118 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Aires las noticias de lo ocurrido en Salta cuando inicia el proceso revolucionario, y


cita para sostener su relato la tradición recogida en la familia Gauna, no haciendo
ninguna referencia a los vínculos familiares con la familia Costas.101
La operación historiográfica y de recuperación de la memoria familiar brinda
además otro elemento. Las hermanas Costas son presentadas en los estudios como
Costas Figueroa Güemes, en una doble operación. Por un lado, se une esta rama fa-
miliar a lo más granado de la elite colonial que es la familia Figueroa –emparentada a
su vez con los Toledo Pimentel– y, por otro lado, se la une también al tronco familiar
de la familia Güemes, en un proceso que oculta la oposición al momento del proceso
revolucionario y además es congruente con el proyecto de memoria familiar que se
conforma a partir de la figura de Robustiano Patrón Costas. Recordemos que una vez
consolidada la figura de Güemes como paradigma de la salteñidad, las familias de eli-
te se apropian de su figura y seleccionan su genealogía a fin de sostener ese proyecto
en el presente.
Además, el olvido incluye a los descendientes de la familia Costas que no regre-
san a la ciudad de Salta y forjan sus destinos en las vecinas repúblicas de Chile y Bo-
livia. Así, las ramas familiares de los Costas se bifurcan en su accionar histórico y las
memorias familiares también se construyen dentro de los nuevos marcos nacionales,
tal como lo señala Tristan Platt en su estudio sobre la familia Ortiz:
“La ruptura entre las dos ramas, y el olvido de cada una con respec-
to a la otra, ilustra un proceso fundamental en la construcción de
las nuevas fronteras republicanas. Pues, la construcción del Estado-
Nación en el siglo XIX impuso, no menos que la construcción de
una memoria compartida, el olvido colectivo como un mecanismo
central en la delimitación de la nueva nación”.102

101 La tradición sobre la heroica actuación de Calixto Ruiz Gauna, desarrollada a partir de la orden del
gobernador Isasmendi de encarcelar a los cabildantes, es recogida por numerosos estudiosos del pe-
riodo. Armando Bazán expresa: “Desde su prisión, los cabildantes resolvieron hace llegar sus quejas
a la Junta de Buenos Aires y comisionaron para ello al coronel Calixto Ruiz Gauna, quien realizó la
proeza de recorrer en ocho días las trescientas leguas que separan a Salta de Buenos Aires. Después
de un descanso de 24 horas el prodigioso jinete regresó con los despachos de gobernador intendente
a favor del Dr. Feliciano Chiclana, auditor de guerra del Ejército Auxiliar del Perú, que se hallaba en
marcha al Norte. No bien llegó a Salta el nuevo mandatario ordenó la libertad de los capitulares quie-
nes se reunieron para recibirlo el 23 de agosto. Así dejó el mando Nicolás Severo Isasmendi, último
gobernador del Rey”. BAZÁN, Armando Historia del Noroeste Argentino, Plus Ultra, Buenos Aires,
1986, p. 98. Actualmente, la página web de la Cámara de Diputados de la provincia de Salta tiene en su
sitial de héroes al coronel Calixto Ruiz Gauna y dice: “La historia y la libertad de nuestra patria, se ha
visto ennoblecida por la acción de este hombre ilustre. Su figura fuerte, serena, triunfal, arriesgada, te-
meraria, a veces sobrenatural, es la que debe perdurar en la memoria de todos los argentinos que aman
la lealtad, el ejemplo de hombre incorruptible, por sobre las sombras de la injusticia y la corrupción”.
Artículo firmado por el Prof. Belisario Luis ROMANO GÜEMES [en línea] http://www.camdipsalta.
gov.ar/senda/sitial1.htm [consulta: 12 de marzo de 2006].
102 PLATT, Tristan “Historias unidas, memorias escindidas. Las empresas mineras de los hermanos Ortiz y
Memoria e Historia 119

Es llamativo entonces el trabajo del olvido de la rama boliviana de la familia Costas


que a pesar de ser parientes directos de Robustiano Patrón Costas, sus tíos y primos,
no forman parte de la memoria familiar.
La construcción de la memoria señala otro hito que es el momento histórico de
formación del apellido Patrón Costas. Al respecto, entendemos que todo análisis de
las estrategias matrimoniales debe considerar que el matrimonio es también una inter-
sección de memorias, el encuentro de dos universos de recuerdos. Así, en el caso de la
familia Patrón Costas vemos que existe claramente una selección de hechos y sujetos
del pasado que representan mejor el proyecto familiar en el siglo XX y un silencio de
aquellos elementos que debiendo estar en la genealogía familiar son conflictivos para
el presente. Al momento de la unión matrimonial de dos hermanas Costas Figueroa
Güemes con dos hermanos Patrón Escobar cada uno aporta una memoria selectiva
que confluye en el constructo familia Patrón Costas. Las mujeres aportan prosapia,
linaje, vínculos sociales con lo más destacado de la elite colonial y un acercamiento a
la figura de Güemes que silencia un pasado realista y opositor al caudillo que podría
resultar conflictivo en el presente, dada la recuperación de su figura desde la segunda
mitad del siglo XIX. Los hermanos Patrón Escobar aportan el afán industrioso, el
espíritu capitalista y la fortuna hecha a partir del esfuerzo y el trabajo, rescatando así
los valores que la sociedad de la época considera centrales.
La reconciliación de la memoria familiar y el olvido del accionar de ciertos gru-
pos de la elite local se manifiesta también en la crónica genealógica de Elisea Ortiz
Isasmendi, hija de Abel Ortiz y de Elisea Isasmendi, nieta del último gobernador rea-
lista el coronel Nicolás Severo de Isasmendi, a quien se presenta como representante
de los sectores coloniales más encumbrados y de mayor prosapia, no generando a
fines del siglo XX –luego de una intensa labor historiográfica y de las distintas ope-
raciones de la memoria– ya ningún resquemor al interior de los grupos de elite local.
Así, el propio casamiento de Robustiano Patrón Costas con Elisea Ortiz Isasmendi
–en 1906– es presentado por sus biógrafos como una muestra más de la unión al inte-
rior de los sectores más tradicionales de la sociedad local, otorgando un largo arraigo
a la familia Patrón Costas, a pesar de su relativamente reciente constitución como
tal. “La tradición se impuso una vez más en este casamiento. Los contrayentes tenían
antepasados ilustres, salteños de origen español. La sociedad de Salta, alejada de las
mezclas de sangre, permanecía firmemente atada a sus orígenes y sus costumbres”.103
Esta imagen que parece recordar las premisas asentadas por Bernardo Frías a princi-
pios del siglo XX se realiza, sin embargo, en los últimos años de ese siglo, mostrando
la permanencia de ciertas visiones de la elite local, construidas y consolidadas a lo
largo de dicho siglo.

la construcción de las elites nacionales. Salta y Potosí, 1800-1880”, en Andes, núm. 7, CEPIHA, Salta,
1995/1996, p. 140.
103 SWEENEY, Ernest y DOMÍNGUEZ BENAVIDES, Alejandro Robustiano Patrón Costas. Una leyen-
da argentina, Emecé, Buenos Aires, 1998, p. 37.
120 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Las tradiciones religiosas, entre la conservación y la sistematización


Las operaciones de recuerdo y olvido de fines del siglo XIX y principios del siglo XX
no se limitaron a las trayectorias familiares. Puede observarse que también compren-
dieron a las tradiciones religiosas a partir de la preocupación que los integrantes de la
jerarquía eclesiástica del obispado de Salta evidenciaron respecto a su conservación.
Creemos que esa referencia explícita a la tradición por los propios sujetos puede ayu-
darnos a revelar otras formas de producción de representaciones del pasado a partir de
la memoria. Es por ello que rescatamos aquí la noción de tradición desde la referencia
que los agentes hicieron de ella, es decir, en tanto categoría histórica, pero sin descui-
dar que para nosotros constituye también una categoría de análisis. De esta manera,
resulta de interés identificar cómo la estaban entendiendo, cuándo acudieron al uso
de este término y en que momentos fue necesario recuperarla y conservarla. Esto nos
permitirá dar cuenta de las vinculaciones que establecieron entre la tradición y otras
formas de registro de los sucesos históricos y las funciones que le atribuyeron.
De la producción historiográfica de Toscano y las aseveraciones del obispo Li-
nares y del sacerdote Eusebio Lardizábal se desprende que el empleo del término tra-
dición resultaba clave para aquellos agentes que contaban con los medios necesarios
para recuperar, conservar y difundir ciertos hechos de interés de la historia religiosa
local.104 Así tenemos que para el obispo de Salta, además de resultar una tarea “muy
conveniente y saludable”, las tradiciones religiosas de los pueblos merecían preser-
varse pues:
“…revelan los sentimientos cristianos, fomentan el espíritu de ver-
dadera piedad mantienen vivo el fuego sagrado de la fe, de la espe-
ranza y de la caridad, y, si estas tradiciones por su naturaleza, tienden
a purificar las costumbres y facilitar la práctica de la virtud mediante
la devoción y culto a la Santísima Madre de Dios, la Santísima Vir-
gen, es deber de los prelados y pastores de la Iglesia velar sobre
ellas, a fin de que la acción del tiempo no desvirtue su influencia
moralizadora”.105
Este afán por conservarlas “vivas” estaba asociado con el mantenimiento de las prác-
ticas devotas, entre las cuales el fervor religioso hacia la Virgen era objeto de especial
empeño entre el clero del obispado. La insuficiencia de la documentación escrita para
dar cuenta de estas tradiciones generaba la posibilidad de escudriñar en las versiones
orales de aquellos sujetos que las mantenían “más frescas y lozanas”.106 La tradición

104 CHAILE, Telma Los cultos religiosos…, cit.


105 AAS, Carpeta Correspondencia Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña 2, Información
acerca del culto e identidad de Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña y del Cristo de Vilque que se
veneran en la misma iglesia, 1905; Auto del obispo Matías Linares, Salta, 4 de enero de 1905. Agrade-
cemos a Mariela Carral su colaboración en la transcripción del documento.
106 AAS, Carpeta Correspondencia Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña 2, Informa-
Memoria e Historia 121

no sólo era el recuerdo y el testimonio de algo pasado, sucedido hace mucho tiempo,
sino que también podía contribuir a apuntalar prácticas religiosas y creencias, por lo
que su recopilación y conservación resultaba un acto de memoria y de institución.
En principio podemos considerar que la significación de la tradición era resca-
tada por estos agentes eclesiásticos basándose en su condición de “noticia de cosa
antigua que viene de padres a hijos, y se comunica por relación sucesiva de unos a
otros”.107 La tradición se comunicaba entonces a través de los recuerdos de la memoria
familiar relativos a ciertos acontecimientos que por su situación extraordinaria habían
alcanzado una condición de proeza digna de reconocerse, como lo era el relato de la
actuación de Calixto Ruiz Gauna. Ahora bien, aún cuando las tradiciones entendidas
como noticias tenían un origen generacional, anudado a una dimensión de recuerdo
familiar, llegaban a adquirir un espesor temporal que traspasaba a más de una gene-
ración. En el caso de la información levantada por el sacerdote Eusebio Lardizábal
acerca de la historia de Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña y el ataque que
sufrió su imagen por parte de indígenas del Chaco, “ninguno de los declarantes había
presenciado o tenido participación directa en los sucesos de referencia, los datos que
aportaban provenían de lo que conocían por transmisión oral, y por lo tanto repro-
ducidos y transformados durante más de un siglo y medio”.108 Era precisamente ese
espesor temporal lo que caracterizaba a esos relatos reunidos bajo la denominación
de tradiciones religiosas y que hacía necesaria su recolección. Toscano entiende a una
“tradición constante” como aquella “transmitida de generación en generación y de
siglo en siglo”. Las tradiciones son “noticias […] conocidas, patentes y averiguadas
desde un tiempo inmemorial, por pública voz y fama”.109 El sacerdote consideraba
que esa densidad histórica, que era temporal pero además socialmente generalizada,
contribuía a afianzar creencias vinculadas a las imágenes religiosas renombradas lo-
calmente, como era el caso de los patrones, la Virgen y el Cristo del Milagro.110 De
allí la necesidad de conocer sus antecedentes y garantizarles sustento histórico. El
camino recorrido por el sacerdote iba desde el relato de la tradición al relato histórico,
a través del recurso a la memoria como acto de recordar y a la documentación como
la unidad de medida del conocimiento histórico en términos de Ricoeur. Esto permitía
ordenarlas, sistematizarlas y así asegurar su pervivencia. Toscano y Linares compar-
tieron la preocupación por metodizar algunas tradiciones religiosas existentes y reunir
los antecedentes acerca de las imágenes a las cuales refieren para facilitar el cono-
cimiento histórico de los motivos que las sustentan y acercarlas “al público piadoso
en una forma clara y sencilla en sus conceptos, en la hilación de los sucesos que se

ción…, cit., Comunicación de E. Lardizábal, Cura Rector, Canónigo Reg. Lat., Salta, 9 de abril de
1905.
107 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Diccionario…, cit., p. 973.
108 CHAILE, Telma Los cultos…, cit.
109 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., pp. 23, 31.
110 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., p. 23.
122 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

investigan”.111 Si bien estos eclesiásticos le reconocen a la tradición, una autoridad y


un valor histórico112 pues permitían el conocimiento de hechos alejados en el tiempo,
estaba claro que no llegaba a tener el mismo peso que aquello que había sido volcado
a la escritura, documentado. En todo caso, la tradición complementaba los actos de
memoria, “la memoria de tantos hechos dignos de la historia que deben perdurar in
monumentum para los tiempos venideros”.113 Y la documentación confirmaba o recti-
ficaba el relato tradicional para pasarlo a generaciones venideras con la misma auten-
ticidad con que lo recibían, dando idea de continuidad entre el pasado y el presente.114
A partir de esta concepción se entiende la incorporación de documentación en los dos
textos de Toscano, para que “el lector pueda compulsar los documentos históricos a
que nos referimos”.115
El pasaje de la narración oral a la escrita revela el proceso de clericalización al
que estuvieron sujetas las tradiciones religiosas en el periodo de entresiglos. La selec-
ción de hechos y sujetos que se recuperaron en los relatos, especialmente aquellos en
los cuales la participación de clérigos resultaba protagónica para la consolidación de
las prácticas y creencias religiosas, desarrolló –siguiendo a Claudio Lomnitz– “una
manera de imponer el discurso” por parte de los sacerdotes sobre otras versiones
existentes. Tales eran aquellas ironizadas por Frías y las conservadas por los testi-
gos interrogados por Lardizábal, quienes enfatizaban aspectos relacionados con los
esfuerzos de otros sujetos en la construcción de la devoción. Este encauzamiento de
los recuerdos individuales y familiares de aquellos que narraron los sucesos sobre
los cuales fueron consultados, principalmente “gente de vida centenaria”,116 posibilita
comprender la conformación selectiva de las tradiciones religiosas como “version[es]
de un pasado configurativo y de un presente preconfigurado, que resulta entonces
poderosamente operativo dentro de un proceso de definición e identificación cultural
y social”.117 Para Toscano existen tradiciones que son autorizadas en tanto fueron au-
tenticadas por informaciones jurídicas, quedando “como un monumento de la fe y de
la historia”. Por su parte, las indagaciones orales efectuadas por el padre Lardizábal
también eran confrontadas en la medida de lo posible con “documentos oficiales de
existencia bien respetable”, los cuales permitían acceder a la tradición confirmada.118
Esta operación escrituraria habilitaba demostrar “como ha atravesado los siglos la
devoción hácia el Cristo y la Virgen milagrosa, que el pueblo de Salta venera con fe
profunda y sincera”.119 En palabras ya citadas de Linares, son estas las tradiciones

111 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., pp. IX-X.


112 Comunicación de E. Lardizábal, cit.
113 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., p. 5. El resaltado es del original.
114 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., p. 32; El primitivo Obispado…, cit., p. 292.
115 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., p. 120.
116 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado…, cit., p. 89.
117 WILLIAMS, Raymond “Tradiciones…”, cit., p. 137.
118 Comunicación de E. Lardizábal, cit.
119 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado…, cit., pp. 54, 239, 234.
Memoria e Historia 123

que merecen ser conservadas precisamente porque “tienden a purificar las costum-
bres [con] su influencia moralizadora”. En tanto el vicario también identificaba esas
costumbres que debían ser modificadas y purificadas en “la propensión natural de
nuestros indígenas a servirse de todo, aún de lo más santo […] en ciertos actos de
culto externo para convertirlos en abusos, con la intemperancia de sus costumbres
gentílicas bajo pretexto de religión”.120 Esas costumbres que eran trasmitidas por el
indígena “como herencia á los suyos”, se observaban en las fiestas religiosas, conver-
tidas “en reuniones profanas: en nuestra campaña todavía se celebran los misachicos,
costumbre que trae su origen desde los tiempos de la conquista, la celebración de la
fiesta profana después de la fiesta religiosa en el templo, en casa del dueño del santo,
para terminarla con toda clase de excesos. Es uno de los tantos medios inventados
para entregarse á momentos de expansión con un pretexto de religión”.121De aquí se
desprende que no toda tradición relatada o practicada, aún cuando transitaba a través
del recuerdo de unos y de la práctica de otros, debía ser conservada.
Es importante no perder de vista los contextos en los cuales estas tradiciones pa-
saron a ser volcadas en narraciones ordenadas mediante la búsqueda de documentos o
la indagación oral. Esos momentos en los que se acude a ellas corresponden a fechas
conmemorativas que marcan hitos en la historia de las devociones. En el caso de las
imágenes del Milagro, la celebración del tercer centenario del arribo a Salta de la ima-
gen del Cristo y del segundo centenario de la manifestación de la Virgen en beneficio
de la salvación de la ciudad durante el terremoto de 1692, ameritaron la impresión del
texto de Mariano Zorreguieta en 1892. El recuerdo de estos centenarios se sostenían
en que explicaban el origen del Cristo y el fundamento de la festividad a partir de la
intercesión mariana ante su Hijo para salvar la ciudad. Por eso era imperioso: “Que el
centenario sea un acto de poderoso empuje para mantener siempre el esplendor anti-
guo, á la vez que viva y ardiente la devoción, como magnífica muestra de la fé y de la
piedad católica heredada de nuestros padres”.122 A la vez, la celebración coincidió con
el nombramiento como obispo del vicario capitular Pablo Padilla.123 Así, las fechas
resultaban doblemente memorables, por lo que el escrito homenajeaba conjuntamente
a las imágenes del Milagro y a un obispo muy esperado, ya que la silla episcopal salte-
ña llevaba diez años de vacancia. Luego, con la Historia de las Imágenes de Toscano,
elaborada para acompañar la coronación de ambas efigies por parte de Linares y por
facultad delegada del pontífice León XIII, se cerraba el circuito de fechas memorables
en relación con la devoción del Milagro. Mientras que el caso de la tradición de la
Viña se orientaba más bien a asegurar la permanencia del fervor religioso hacia una
“imagen secular que se veneró cerca de dos siglos” y en circunstancias en las que se

120 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado…, cit., pp. 160, 147-148.


121 TOSCANO, Julián El primitivo Obispado…, cit., pp. 148-149.
122 ZORREGUIETA, Mariano Tradición Histórica del…, p. 110.
123 ZORREGUIETA, Mariano Tradición Histórica del…, pp. 90-94.
124 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

la había “relegado a un orden secundario y casi nulo”.124 Esa necesidad de mantener


lo que comenzaba a extinguirse y por ende, a perderse su recuerdo, podía contribuir a
destacar los esfuerzos del obispo Linares en la tarea de conservación de las prácticas
devotas y del propio Lardizábal como sacerdote extranjero recientemente incorpora-
do a la diócesis y a la vida local. Asimismo el relato ayudaba a justificar el avance
colonizador sobre el territorio del Chaco, ocupado por grupos indígenas, a los cuales
Toscano esperaba ver sujetos a la civilización cristiana.125

Palabras finales
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, tanto en Salta como en otras provin-
cias, asistimos a un proceso de construcción de representaciones del pasado desti-
nadas a perdurar largo tiempo, en dos ámbitos centrales de la vida social que crean,
inventan o fortalecen sentimientos de identidad y pertenencia. Así, la revalorización
de figuras heroicas –a partir del trabajo con archivos públicos o privados y tradiciones
orales y la administración de las memorias familiares– se complementa con los proce-
sos de conservación y construcción de tradiciones vinculadas con ciertas devociones
religiosas, contribuyendo ambas a establecer imágenes del pasado salteño que opera-
ron y operan activamente hasta el presente.
Los encargados de esta tarea fueron miembros de la elite local, vinculados y
partícipes del poder político y religioso, y desde esos espacios de poder forjaron na-
rrativas que cimentaron a su vez la conformación de un ámbito cada vez más espe-
cializado, pero también más restrictivo, de producción histórica. Así, la historia y la
utilización del pasado no es un tema menor en las redes de poder. Las imágenes del
pasado que se rescatan y recrean en este periodo sirven para consolidar o legitimar
lugares en el presente y contribuyen a la definición de identidades sociales. De esta
manera, las operaciones de la memoria –rescate de los recuerdos, silencios, olvidos–
juegan un rol central para poder elaborar estas narrativas, ya que es necesario anclar
la memoria en las prácticas y, fundamentalmente, en la palabra escrita.
Vemos entonces que no es posible separar las producciones escritas que aparecen
en estas décadas de entresiglos, de sus autores y de su posición relacional en el mun-
do social y político salteño. Además, esas producciones se inscriben en un momento
particular en los que cada conjunto social –reconocibles en las provincias del inte-
rior– elabora estas narrativas rescatando y revalorizando el aporte particular en una
gesta que identifica y aúna todas las voces. Este momento historiográfico constituye
entonces una etapa clave para el análisis, tal como lo realiza Eric Hobsbawm para el
periodo de invención en serie de tradiciones en Europa, en tanto estas imágenes expre-
san nuevas formas de identidad y estructuran las relaciones sociales.

124 TOSCANO, Julián Historia de las Imágenes…, cit., p. 83.


125 CHAILE, Telma Los cultos…, cit.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña
1932-1941

SILVIA CASTILLO

L
a necesidad de configurar una identidad representativa de la unidad nacional
ha puesto en evidencia los diferentes conflictos que genera una progresiva su-
cesión de exclusiones. Este proceso se textualiza a través de contradicciones
radicales en permanente tensión que articulan inmensas redes de pertenencia y legiti-
midad vinculadas a estructuras políticas hegemónicas.
En el caso local, el proyecto de formación de la identidad nacional se enfrentó a
una situación de extrema pluralidad dada por su particular localización marginal: del
imperio incaico, del Virreinato del Perú y de la República Argentina. En consecuencia
Salta, más próxima cultural y geográficamente a las formaciones andinas altoperua-
nas, se debatía entre la necesidad de asumir sus diferencias o aceptar las propuestas
identitarias de las clases dirigentes que se “forjaban en una atmósfera en que los mo-
delos de éxito y refinamiento venían de España y todos querían ser más españoles que
los españoles”.1 Claro está que la europeización cultural se convirtió en una aspiración
compartida por todos desde los inicios de la colonización, y era utilizada, ya desde
ese momento, de diferentes maneras según la posición ocupada por los agentes en el
espacio social.2
Es, en este sentido, que interesa indagar en textos literarios tomados como expo-
nentes de un fenómeno de singular complejidad: la definición de un espacio y la cons-
trucción de una identidad como estrategia de auto-identificación modelada, muchas
veces, en función de intereses específicos. El anhelo de reducir la distancia que existe
entre las fronteras de la nación y su centro, entraña la conciencia de su diferencia y su
marginalidad. A partir de esta búsqueda de equilibrio entre dos realidades profunda-
mente diferentes, se pueden entrever los conflictos solapados que posibilitan imaginar
una comunidad integrada y estable sustentada en las formaciones hegemónicas. Esta
propuesta se orienta, entonces, a revisar la conformación de la Literatura Nacional

1 SHUNWAY, Nicolás La invención de la Argentina, Emecé editores, Buenos Aires, 1995, p. 21.
2 QUIJANO, Aníbal “Colonialidad y modernidad-racionalidad”, en BONILLA, Heraclio –editor– Los
conquistados. 1492 y la población indígena de las Américas, Tercer Mundo/Flacso/Libri Mundi, San-
tafé de Bogotá, 1992, pp. 438-439 citado por CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto cero:
ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Editorial Pontificia Universidad Jave-
riana, Bogotá, 2005 p. 90.
126 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

en un momento en el que las producciones regionalistas-nativistas son consideradas


representativas del proyecto nacional.
Para realizar este recorrido resulta imprescindible clarificar previamente las líneas
rectoras de nuestro análisis de las relaciones entre el discurso literario y la construc-
ción de las identidades.

Diferencia colonial y discursos americanistas


La situación de colonización que signa la historia de América a partir de 1492 consti-
tuye una suerte de matriz3 en la que se gestaron, durante siglos, los procesos culturales
del continente, cuyas “lecturas” se actualizan en diferentes momentos socio-históricos
y se concretan en diversas propuestas teórico-críticas y literarias. Esta matriz colonial
constituye un complejo entramado de poder que, en última instancia, es “una red de
creencias sobre las que se actúa y se racionaliza la acción, se saca ventaja de ella o se
sufre sus consecuencias”.4
Sabemos que desde el momento del descubrimiento surge la necesidad de ex-
presar el asombro ante lo desconocido. En esta instancia la alteridad se modela en
lo semejante, es decir, que se recurre a todo lo conocido para tratar de dar cuenta de
lo nuevo. Esta necesidad pronto se transformó en requerimiento –recordemos que
los Reyes Católicos piden a Colón “hacer entera relación” de lo visto y lo vivido. La
obligación de escribir va acompañada de fórmulas discursivas que rigen la mirada del
observador. En 1560 se publica una serie de cuestionarios, elaborados por Santa Cruz
Páez de Castro, con el fin de seleccionar y organizar la información obtenida. Se inicia
así lo que Walter Mignolo denomina, siguiendo a Edmundo O`Gorman, la “invención
de América” definida como “un caso de apropiación semántica y de construcción
territorial que ignora y reprime aquel que ya existía y que la invención oculta”.5 En
este proceso se imponen las lenguas occidentales y sus categorías de pensamiento
sobre las lenguas y saberes indígenas. Por ello, las Relaciones geográficas, escritas
a pedido, responden a marcos institucionales de poder político que regulan el decir y

3 Patricio Noboa Viñán realiza un importante rastreo sobre la noción Matriz colonial que le permite afir-
mar que existe y opera como un “patrón de poder”, “organizado y establecido sobre la idea de raza la
misma que dio lugar a la definición de nuevas identidades, tanto a colonizados como a colonizadores,
como un factor de clasificación social y de relaciones históricamente necesarias y permanentes para
justificar las diversas formas de explotación y de control del trabajo y las relaciones de género”. Ade-
más, este patrón se imbrica con la colonialidad del poder y el saber lo que asegura el control del cono-
cimiento. NOBOA VIÑAN, Patricio “La matriz colonial, los movimientos sociales y los silencios de la
modernidad”, en WALSH, Catherine –editora– Pensamiento crítico y matriz (de)colonial: reflexiones
latinoamericanas, Universidad Andina Simón Bolívar/Abya-yala, Quito, 2005, p. 76.
4 MIGNOLO, Walter Desobediencia epistémica. Retórica de la modernidad, lógica de la colonialidad y
gramática de la descolonialidad, Ediciones del signo, Buenos Aires, 2010, p. 12.
5 MIGNOLO, Walter “La colonización del lenguaje y de la memoria: complicidades e la letra, el libro
y la historia”, en ZAVALA, Iris –coordinadora– Discursos sobre la “invención” de América, G.A,
Amsterdam-Atlanta, 1992, p. 150
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 127

autorizan el uso de la palabra a ciertos locutores que ocupan un lugar privilegiado en


el sistema colonial.6
El corpus de textos que construye el espacio americano da cuenta de una con-
formación dialéctica que, como afirma Walter Mignolo, se construye a partir de un
yo enunciador, un en sí mismo, frente a un otro que es referido en el enunciado.7 Los
poseedores de la escritura muestran un espacio hispanizado que se define por adapta-
ción, transformación o negación del espacio indígena. En consecuencia, las Relacio-
nes Geográficas muestran la convivencia de dos órdenes culturales. Los límites de las
provincias y ciudades fundadas por los españoles se trazan sobre los espacios cons-
truidos con anterioridad por los distintos grupos étnicos. Un ejemplo de ello puede
considerarse la relación escrita por Diego Pacheco. En este texto se afirma que: “Hay
en estas provincias tres ciudades pobladas […] las cuales son Santiago del Estero en
los Juries y San Miguel de Tucumán, que participa de servicio de Diaguitas y confines
de Juries”; así los límites que existían entre los diaguitas y los Juries son desdibujados
por el conquistador para conformar un nuevo espacio. Del mismo modo coexisten en
estos textos las formas de nominar impuestas por los españoles y las usadas por los
indígenas “toman sus aguas de muchos ríos caudalosos que nacen en el valle de Jujuy,
que los indios llaman de Xibixibi”,8 trasluciendo así la representación territorial de
los colonizados.
La historia de América se inicia, por lo tanto, con una “condición colonial”9 que
implicaría la “imposición de un patrimonio y la destrucción de otro”, es decir, que
la identidad americana se construye a partir de “una matriz indígena disuelta” y, por
tanto, históricamente obsoleta, y una “matriz hispánica dominante” capaz de, por sí
misma, dar cuenta de la totalidad de formas de vidas existentes. De hecho se plantean
casos en los que el otro, los otros,10 son reconocidos en su diferencia sólo para cance-
larla. Al escribir sobre ella la anula, incorporándola subordinadamente, en su propio

6 Las tesis doctorales de Alejandra Cebrelli y Elena Altuna analizan casos en los que se demuestra esta
relación asimétrica en el uso de la palabra.
7 Cfr. MIGNOLO, Walter “La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los estudios literarios colonia-
les)”, en Dispositio, Vol. XI, núm. 28-29, p. 228.
8 PACHECO, Diego “Relación de las Provincias del Tucumán”, en BERBERIAN, Eduardo Crónicas del
Tucumán Siglo XVI. Revista de Antropología e Historia Comechingonia, Córdoba, pp. 219-220.
9 Luis Lumbreras emplea este término para referirse a “la relación desigual entre dos pueblos: el domi-
nante y el dominado. Cada uno con su propia racionalidad y su patrimonio propio. Se trata de imponer
el uno sobre el otro”. LUMBRERA, Luis “Consideraciones preliminares para la crítica de la razón
colonial”, en AA VV Los Andes el camino del retorno, FLACSO, Quito, 1990, p. 57.
10 Aníbal Quijano afirma que Europa impuso “su dominio colonial sobre todas las regiones y poblaciones
del planeta, incorporándolas al sistema-mundo […] eso implicó un proceso de re-identificación histó-
rica, pues desde Europa les fueron atribuidas nuevas identidades geoculturales. […] De este modo, un
gran número de pueblos, cada uno con su propia historia, lenguaje, descubrimientos y productos cul-
turales, quedaban reunidos en una sola identidad: indios. QUIJANO, Aníbal “Colonialidad del poder,
eurocentrismo y América Latina”, en LANDER, Edgardo –compilador– La colonialidad del saber:
eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, CLACSO, Buenos Aires, 2000, pp.
209-221.
128 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

horizonte de representación pues, como sostiene Edmond Cros, “el sujeto […] trans-
cribe las particularidades de su inserción socio económica y socio cultural así como
la evolución de los valores que marcan su horizonte cultural”.11 Georges Balandier al
respecto afirma que:
“La situación colonial se presenta como poseyendo un carácter esen-
cialmente inauténtico: busca constantemente legitimarse mediante
un conjunto de seudo-justificaciones […] –el color, la dependencia
político-económica, las casi inexistentes realizaciones sociales, la
falta de contacto entre los indígenas y la ‘casta dominante’– se apo-
ya sobre una serie de racionalizaciones, a saber: la superioridad de la
raza blanca, la incapacidad de los indígenas para gobernarse correc-
tamente, el despotismo de los jefes tradicionales…”.12
Estos argumentos se generan a partir de una razón colonial13 que promueve los meca-
nismos de su propia legitimación y reproducción incluso a través de textos que plas-
man una conciencia diferencial y buscan abrir el camino a la autonomía americana.
Es dentro de la compleja gama de matices propia del orden colonial que se marca el
comienzo de la larga gestación de macroprocesos socioculturales del continente, mu-
chos de los cuales aun hoy tienen vigencia, tendientes a conformar una subjetividad
diferencial.
Desde esta perspectiva, el naciente discurso americanista ofrece la posibilidad de
observar los procedimientos de construcción del patriotismo criollo, en tanto que ex-
presa la necesidad de un grupo de autoidentificarse y ser reconocido por la metrópoli
a la que, paradójicamente, rechazan y anhelan. En este momento la construcción de la
identidad está estrechamente relacionada con la cuestión territorial, pues cobra gran
importancia el lugar de nacimiento.
El término patria en el discurso americanista define el lugar en el que se nace.
Como sostiene Luis Monguió “En el castellano de los siglos XVI y XVII patria fue
usada […] no sólo para designar el pueblo o ciudad de nacimiento sino toda la pro-
vincia, país o reino en que se había nacido…”.14 En relación con esta definición se

11 CROS, Edmond El sujeto cultural. Sociocrítica y psicoanálisis, Corregidor, Buenos Aires, p. 14.
12 BALANDIER, Georges “La situación colonial: approche théorique”, en Cahiers Internationaux de
Sociologie, Vol. 9, París, 1951, p. 44.
13 Tomo este concepto de la producción de Aníbal Quijano y Walter Mignolo, entre otros, para referir
al conocimiento elaborado desde una perspectiva “eurocéntrica”. Para Quijano eurocentrismo es “el
nombre de una perspectiva de conocimiento cuya elaboración sistemática comenzó en Europa Occi-
dental antes de mediados del siglo XVII […] Su constitución ocurrió asociada a la específica secula-
rización burguesa del pensamiento europeo y a la experiencia y las necesidades del patrón mundial
de poder capitalista, colonial/moderno, eurocentrado, establecido a partir de América”. QUIJANO,
Aníbal “Colonialidad del poder…”, cit., p. 218. La razón colonial, así constituida, hace referencia a una
racionalidad o perspectiva de conocimiento específica que se hace hegemónica colonizando, imponién-
dose, a otras formas de conocer, previas o diferentes, tanto en Europa como en el resto del mundo.
14 MONGUIÓ, Luis “Palabras e ideas: ‘Patria’ y ‘Nación’ en el virreinato del Perú”, en Revista Iberoame-
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 129

puede afirmar que patria es el lugar al que se siente pertenecer, en el que se marca
una historicidad y hacia el cual se siente afecto.15 Así, por ejemplo, en Memorial de
las historias del nuevo mundo Pirú,16 texto de Buenaventura Salinas y Córdoba,17 se
construye la figura de madre acentuando así el carácter “afectivo que en cualquiera
de sus acepciones conlleva patria al examen de la historia peruana…”:18 “No vale la
presunción, que hablo como apasionado hijo, por el amor de la patria, a causa de que
los que menos le deben al Pirú, son los nacidos de su propio vientre”.19
En el ámbito de la patria se manifiesta la figura del hijo en relación con el proceso
de autodefinición de una identidad que empieza a diferenciarse de los españoles de la
península. Estas diferencias son expuestas por Buenaventura Salinas para anularlas,
por lo menos, en el discurso. En el Memorial de las historias del nuevo mundo Pirú
se pregunta “¿Son por ventura los nacidos en el Pirú labrados de diferente masa, y
sangre, que los de España?20 Para responder esta pregunta se revisan los principales
argumentos que esgrimen los peninsulares contra los “nacidos en estas tierras” llegan-
do a la conclusión de que:
“…quien nace en ella [Perú] no tiene que envidiar méritos, pues sus
padres, y abuelos se los dejaron. No tiene que admirar ingenios, que
los suyos son admirados, y envidiados; ni busque maravillas en el
mundo, pues cuanto en él se reparte, lo tiene epilogado con venta-
jas…”.21
Se advierte que, en este enunciado, el reconocerse diferente de los españoles penin-
sulares pero con los mismos derechos identifica como miembro de la patria sólo al
grupo de los españoles americanos, marcando así distancias con otros habitantes de

ricana, p. 452.
15 Arturo Escobar advierte que el “lugar” es importante en la vida de las personas si se entiende como
experiencia de una locación con alguna medida de anclaje (inestable, sin embargo), con un sentido de
fronteras (permeables, sin embargo) y de conexión con la vida cotidiana, aun si su identidad es cons-
truida, atravesada por el poder, y nunca fija. Enfocar esta “lugarización” permitiría observar la continua
vitalidad del lugar y de la producción del lugar para la cultura, la naturaleza y la economía. ESCOBAR,
Arturo Más allá del tercer mundo: Globalización y diferencia, Instituto Colombiano de Antropología
e Historia, Bogotá, 2005.
16 SALINAS Y CÓRDOVA, Buenaventura de Memorial de las Historias del Nuevo Mvndo Pirv, Intro-
ducción de Luis Valcárcel, estudio de Warren L. Cook, Universidad Mayor de San Marcos Lima, 1957
[1630].
17 En los escritos de este cronista de la segunda década del siglo XVII se manifiesta la identificación de
los españoles nacidos en los Andes con un mundo “nuevo”, diferente del peninsular. Esta diferencia no
implica una inferioridad, sino una exaltación de las bondades y bellezas de la “patria”. Cfr. BURGA,
Manuel “La región andina: integración, desintegración. ¿Historia hacia adentro o historia hacia afue-
ra?”, en AA VV Los Andes: el camino del retorno, FLACSO, Quito, 1990, p. 142.
18 MONGUIÓ, Luis “Palabras e ideas…”, cit., p. 461.
19 SALINAS Y CÓRDOVA, Buenaventura de Memorial de las…, cit., p. 86.
20 SALINAS Y CÓRDOVA, Buenaventura de Memorial de las…, cit., p. 87.
21 SALINAS Y CÓRDOVA, Buenaventura de Memorial de las…, cit., p. 91. El resaltado me pertenece.
130 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

América. Estas diferencias muestran que en el Perú conviven diversas naciones, en el


sentido de etnias con el que se representa en el texto. La patria no incluye a los indí-
genas, ni a los mestizos y tampoco a los extranjeros.22 Según Santiago Castro Gómez,
“estamos frente a la escenificación de un protonacionalismo criollo, marcado por el
imaginario de la limpieza de sangre, que sólo hasta mediados del siglo XIX encontra-
ría su propia forma de expresión biopolítica”.23
Es por ello que si bien Buenaventura Salinas sostiene que “Son estos miserables
indios hombres, que no son lobos, osos, tigres, ni leones”,24 no reconoce para ellos
los mismos derechos que para los criollos, cuestiona el maltrato pero no el lugar que
ocupan en la sociedad. Son considerados “humildes, dóciles, fáciles, tratables, senci-
llas, simples, quietas, obedientes, fieles”,25 es decir, buenos para servir. En este mismo
sentido caracteriza a los mestizos, hijos de madre india y padre español, como “gente
[…] con virtud”. De este modo –como sostiene Castro Gómez siguiendo a Mignolo–
la “limpieza de sangre” es un criterio legitimado científicamente que se incorpora al
habitus de los distintos actores sociales (dominadores y dominados), y ancla en las
estructuras objetivas (leyes del Estado, códigos comerciales, planes de estudios en los
distintos niveles educativos, formas institucionalizadas de la producción y el consu-
mo cultural, entre otras muchas.) legitimando al mismo tiempo la división étnica del
trabajo.26
El discurso americanista es, entonces, la manifestación de un sujeto colonial que
levanta su discurso frente a España pero que no deja atrás el imaginario de la blancura,
producido por el discurso de la limpieza de sangre; la europeización era una aspira-
ción internalizada por muchos sectores de la sociedad colonial y actuaba como el eje
alrededor del cual se construía la subjetividad de los actores sociales. Ser “blancos”
no se relacionaba tanto con el color de la piel, como con la escenificación personal
de un imaginario cultural tejido por creencias religiosas, tipos de vestimenta, certifi-
cados de nobleza, modos de comportamiento y por formas de producir y transmitir
conocimientos.27
La diferencia colonial que encuentra una forma eficiente de manifestación en los
discursos americanistas que –al decir de Ana Pizarro– abren el camino a la autonomía

22 Walter Mignolo explica este fenómeno a partir del concepto de “doble conciencia” elaborado por el
sociólogo W. E.B Du Bois. Con este término da cuenta del dilema de subjetividades formadas en la
diferencia colonial; así la conciencia criolla, como conciencia racial, constituiría un caso representativo
pues, “se forjó internamente en la diferencia con la población afro-americana y amerindia [...] esta
transformación recibió el nombre de colonialismo interno”. MIGNOLO, Walter “La colonialidad a lo
largo y a lo ancho: el hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad”, en LANDER,
Edgardo –compilador– La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales Perspectivas la-
tinoamericanas, CLACSO, Buenos Aires, 2000, pp. 68- 69.
23 CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto…, cit., p. 16.
24 SALINAS Y CÓRDOVA, Buenaventura de Memorial de las… cit., p. 289.
25 SALINAS Y CÓRDOVA, Buenaventura de Memorial de las… cit., p. 287.
26 CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto…, cit., pp. 57-59.
27 CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto…, cit., p. 64.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 131

literaria, busca expresar un imaginario social, un deseo y una identidad diferente de la


imperial. Sin embargo, para los criollos ilustrados, la blancura era su capital cultural
más valioso y apreciado, pues ella les garantizaba el acceso al conocimiento científico
y literario de la época, así como la distancia social y política frente al “otro colonial”28
que se afianzará en los diseños nacionales del continente.

Estado-nación
A comienzos del siglo XIX una serie de estados independientes reemplazaron a la
organización imperial española. Estos estados políticos modernos surgen como re-
sultado de un largo proceso de auto-identificación, diferenciación y separación que
consolidó la conformación colonial de América. Uno de los rasgos que distingue,
entonces, la descolonización de este territorio es el “colonialismo interno” ejercido
por los líderes de la construcción nacional.29 La conciencia criolla blanca, tal como la
describe Walter Mignolo, se definió en términos geopolíticos con respecto a Europa,
pero en términos “raciales” se definió en relación con la población criolla negra y a la
indígena. En consecuencia, se puede afirmar que:
“…la negación de Europa no fue, ni en la América hispánica ni en
la anglo-sajona, la negación de “europeidad” puesto que en ambos
casos, y en todo el impulso de la conciencia criolla blanca, se trataba
de ser americanos sin dejar de ser europeos; y de ser americanos pero
distintos a los amerindios y a la población afro-americana”.30
Es la misma razón colonial, que se inició en el siglo XVI y que fue practicada por los
colonizadores hispánicos en primer término para ser transferida, desde la emancipa-
ción, a los gobernantes criollos y luego, a través de diversos procedimientos, consti-
tuirse en la razón que pone en funcionamiento la casi totalidad de los actos del colec-
tivo social, que actúa a partir de ella aún sin tener plena conciencia.
Desde la perspectiva criolla blanca se buscó la homogeneidad que la formación
del Estado-nación requería; para ello, había que disolver, o por lo menos ocultar, la
heterogeneidad. Este proceso de nacionalización implicaba:
“…una cierta democracia, dado que cada proceso conocido de nacio-
nalización societal en los tiempos modernos ha ocurrido solamente
a través de una relativa (o sea, dentro de los límites del capitalismo)
pero importante y real democratización del control del trabajo, de
los recursos productivos y del control de la generación y gestión de

28 CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto…, cit., p. 15.


29 Walter Mignolo afirma que “uno de los rasgos que distingue los procesos de descolonización en las
Américas de finales de siglo XVIII y a principios del XIX es […] el hecho de que la descolonización
estuviera en manos de “criollos” y no de los “nativos” como ocurriría luego, en el siglo XX, en África
y en Asia. MIGNOLO, Walter “La colonialidad a…”, cit., p. 70.
30 MIGNOLO, Walter “La colonialidad a…”, cit., p. 69.
132 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

las instituciones públicas. De este modo, la ciudadanía puede llegar


a servir como igualdad legal, civil y política para gentes socialmente
desiguales”.31
Sin embargo, la “colonialidad del poder” no pudo ser anulada ya que indios y negros
no podían acceder al control de los recursos de producción, ni de las instituciones y
mecanismos de la autoridad pública. En un importante análisis sobre este tema Aníbal
Quijano sostiene que en Argentina la extrema concentración de la tenencia de la tierra,
en particular de las conquistadas a los indios, hizo imposible cualquier tipo de relacio-
nes -sociales y políticas- democráticas, incluso entre los blancos. Para el investigador
peruano, “sobre esa base, en lugar de una sociedad democrática, capaz de represen-
tarse y organizarse políticamente en un Estado democrático, lo que se constituyó fue
una sociedad y un Estado oligárquicos”.32 De este modo, podemos observar cómo el
proceso de homogenización se formula desde una perspectiva eurocéntrica33 porque
se concreta a partir de la exclusión de la diferencia (negros, indios y mestizos) y no
por la democratización de las relaciones sociales, políticas y productivas. En estas
organizaciones el indígena no tiene lugar alguno “si no se muestra dispuesto a aban-
donar completamente sus costumbres y deshacer enteramente sus comunidades para
conseguir integrarse al único mundo constitucionalmente concebible del derecho”.34
La vigencia de estas estructuras de poder siguen presentes, ya que el neoliberalis-
mo de nuestro tiempo constituiría “el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio
[que actuaría] como una extraordinaria síntesis de los supuestos y valores de la socie-
dad liberal moderna en torno al ser humano.”35 El poder y la eficacia del pensamiento
moderno se vinculan –como afirma el sociólogo venezolano– con la naturalización de
los valores básicos de la sociedad liberal moderna “la riqueza, la naturaleza, la histo-
ria, el progreso, el conocimiento y la buena vida”. Desde esta perspectiva, el orden
social impuesto por el neoliberalismo se constituye como el único posible ya que:
“Esta es la concepción según la cual nos encontramos hoy en un pun-
to de llegada, sociedad sin ideologías, modelo civilizatorio único,
globalizado, universal, que hace innecesaria la política, en la medida
que ya no hay alternativas posibles a ese modo de vida”.36

31 QUIJANO, Aníbal “Colonialidad del poder…”, cit., p. 226.


32 QUIJANO, Aníbal “Colonialidad del poder…”, cit., p. 231.
33 Esta cuestión se encuentra profunda y minuciosamente tratada por Aníbal Quijano para quien “la colo-
nialidad del poder establecida sobre la idea de raza debe ser admitida como factor básico en la cuestión
nacional y del Estado-nación”. QUIJANO, Aníbal “Colonialidad del poder…”, cit., p. 238.
34 LANDER, Edgardo “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos”, en LANDER, Edgardo
–compilador– La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoameri-
canas, CLACSO, Buenos Aires, 2000, p. 12.
35 LANDER, Edgardo “Ciencias sociales…” cit., p. 11.
36 LANDER, Edgardo “Ciencias sociales…” cit., p. 12.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 133

En la hegemonía del pensamiento moderno, que da origen y desarrollo a la formación


de los estados nacionales tal como hoy los conocemos, el capitalismo constituye una
esfera de la matriz colonial del poder que permite construir la narrativa triunfalista de
la modernidad –como una totalidad universal– basada en el progreso lineal e infinito.
En la medida en la que este universalismo niega todo derecho diferente al liberal, es
que sustenta la propiedad privada individual como punto de partida de la concepción
constitucional. Bartolomé Clavero observa que:
“La propiedad […] es [un] derecho ante todo del individuo sobre sí
mismo. […] Y el derecho de propiedad puede serlo sobre las cosas
en cuanto que resulte del ejercicio de la propia disposición del indi-
viduo no sólo sobre sí mismo, sino sobre la naturaleza, ocupándola y
trabajándola. Es el derecho subjetivo, individual que constituye, que
debe así prestar constitución, al derecho objetivo, social. El orden de
la sociedad habrá de responder a la facultad del individuo. No hay
derecho legítimo fuera de esta composición”.37
La intensificación de este pensamiento se hace visible hoy en las consecuencias ca-
tastróficas de la llamada globalización que –como entiende Eduardo Grüner citando
a Samir Amin– no es más que un “eufemismo mediocre y engañoso para la mundiali-
zación de la ley del valor del Capital”.38
El Estado-nación es, entonces, un invento moderno estrictamente correlativo de
la emergencia potencialmente mundial del modo de producción llamado capitalismo.
Los valores económicos de mercado determinaron, a su vez, las formas válidas de
conocer y ambas esferas revirtieron sobre una sola forma de constitución del ser, de
la identidad, de la pertenencia a una memoria común que se orienta y homogeniza
por la colonización interior.39 En consecuencia, los Estados-nación, en tanto “falsas
totalidades de la civilización”,40 se constituyen en sistemas negadores de la diversidad
en sus múltiples órdenes.

Literatura nacional
La nación no es el mero resultado de la conjunción de un territorio y de una lengua,
es también el producto y la producción de una “comunidad imaginada” –en el sentido
que Benedict Anderson dio a la expresión– que actúa a nivel ideológico y afectivo so-

37 CLAVERO, Bartolomé Derecho indígena y cultura constitucional en América, Siglo XXI, México,
1994, pp. 21-22 (citado en LANDER, Edgardo “Ciencias sociales…” cit., p. 17).
38 GRÜNER, Eduardo “Sobre el estado-bifurcación y otras perplejidades dialogantes”, en BUTLER,
Judith y CHAKRAVORTY SPIVAK, Gayatri ¿Quién le canta al Estado- Nación? Lenguaje, política,
pertenencia, Paidós, Buenos Aires, 2009.
39 PALERMO, Zulma “Reinvenciones nacionales y emancipaciones emergentes: rediseñando la Litera-
tura Nacional”, Conferencia plenaria en XV Congreso Nacional de Literatura Argentina 1810-2010,
Córdoba, 1 al 3 de julio de 2009.
40 ADORNO citado por GRÜNER, Eduardo “Sobre el estado-bifurcación…”, p. 34.
134 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

bre aquellos individuos que se sienten parte de ella. En este proceso la escritura juega
un papel decisivo ya que produce los relatos que irán dando forma a las identidades
nacionales. En el caso argentino parte del sueño Sarmientino que:
“Se inscribe en una doble imaginación –como puesta en escena de la
imagen de lo real: la descripción de un espacio geocultural que aún
sin conocerlo lo desborda y lo satura, y la utopía (en la forma de un
programa) de aniquilar y hacer desaparecer dicho espacio”.41
En consecuencia, el sueño escrito por Sarmiento en su Facundo es una pesadilla que, a
la vez que le impide ejercer la civilización dentro del espacio de lo real, es un proyecto
utópico que pretende borrar la barbarie de la conciencia cultural americana. Por lo tan-
to, es posible afirmar que el proyecto ideológico de la Civilización se escribía desde
una ficción, desde “una práctica política y social que debía orientarse a la aniquilación
de la experiencia real de América”.42
En este mismo sentido –profundizándolo– actuó el discurso literario, pues es una
acción a nivel real y simbólico que contribuye a producir una realidad a la vez que
expresa un imaginario social, un deseo y una identidad. La función de la literatura,
como la de la lengua, es, pues, en el periodo de la emancipación, una función de legiti-
mación de las naciones recientes, de afirmación de la autonomía frente al otro bárbaro
o extranjero.43 Este es el momento en el que la mirada retrospectiva se orientó a la
construcción de historias nacionales, a la reinvención de los rasgos identitarios que
posibilitaran a los ciudadanos reconocerse como pertenecientes a un país moderno. Se
trata de deslindar de la herencia hispánica ciertos rasgos culturales para relocalizar-
los dentro de los nuevos límites geopolíticos y fundar, de este modo, las diferencias
nacionales. Tal esfuerzo se sostuvo en el reconocimiento tácito de la existencia de
memorias culturales, de ciertas particularidades locales resultantes de experiencias
coloniales disímiles.
La historia de la literatura informaba sobre la historia nacional porque no podía
quedarse al margen de la sociedad y, sobre todo, quedar fuera de la ideología domi-
nante. Desde esa perspectiva, la literatura aparecía marcada por el debate ideológico
de la lucha de clases imperante en el momento. Desde esa lucha se interpretaba y valo-
raba a los escritores precedentes y contemporáneos y su escritura, entendida ya como
una institución social.44 En un movimiento de adecuación al modelo propuesto por la

41 HEREDIA, Pablo El suelo. Ensayos regionalismos y nacionalismos en la Literatura Argentina, UNC,


Córdoba, 2005, p. 29.
42 HEREDIA, Pablo El suelo…, cit. p. 32.
43 PIZARRO, Ana –organizadora– América Latina: Palavra , Litratura e Cultura. Emancipação do Dis-
curso. Volumen 2, Memorial- UNICAM, São Paulo, 1994, p. 26.
44 PALERMO, Zulma “El rol del discurso crítico literario en el proyecto andino de nación”, en GONZÁ-
LES, Colom –editor– Relatos de Nación. La construcción de las identidades nacionales en el mundo
hispánico, Iberamericana-Vervuert, Valencia, Vol. 2, 2005, p. 608.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 135

historiografía moderna, las literaturas nacionales del continente se erigieron sobre la


base de un sistema literario único y homogéneo.
La razón colonial, en consecuencia, se encuentra a la base de la formación del
canon literario. Mignolo afirma al respecto que: “En Latinoamérica […] la formación
oficial del canon se basó en la lengua y en los valores de las culturas colonizado-
ras […] y ocupó el lugar del canon silenciado (pero no suprimido) de las culturas
amerindias”,45 marcando así el carácter impositivo y excluyente de la formación canó-
nica. Por lo tanto, las literaturas nacionales responderían al canon europeo marginan-
do las producciones literarias de vastos sectores de raigambre prehispánica. De este
planteo surge, entonces,
“…una doble negación: las literaturas excluidas del sistema nacional
no tendrían ni valor artístico ni representatividad social; y también
lo es, en otro nivel de análisis, que ambos juicios reproducen y con-
validan ideológicamente el orden real de una sociedad cuyo poder
mixturaba rasgos propiamente clasista con otros de índole étnica”.46
De allí que la constitución de las literaturas nacionales que se cumple a fines del siglo
XIX representa un triunfo de la ciudad letrada, la cual por primera vez en su larga
historia comienza a dominar a su contorno. El sistema literario –único, homogéneo
erudito, escrito en castellano– absorbe múltiples aportes rurales, intersectándolos con
otros para componer un discurso autónomo que explica la formación de la naciona-
lidad y establece administrativamente sus valores.47 Está claro que tal valoración se
hacía según la estética y la preceptiva de las escuelas y movimientos centrales ob-
viamente pautados de acuerdo a su periodización. Esta concepción discriminó en el
campo literario a las producciones populares que, de allí en más, serían inscriptas en
el ámbito de un folklore de cuño conservador, o en el caso de las producciones indíge-
nas, predominantemente orales, enviadas a un origen prehispánico.
Al revisar crítica y metacríticamente el sistema literario argentino –del mismo
modo que el latinoamericano– es evidente que la pretendida unidad jamás se logró y
que desde los inicios se viene proponiendo líneas de pensamiento que intentan des-
prenderse de la condición colonial.48 Sin embargo, el hecho de que esta homogeneidad
jamás se lograra no fue suficiente para hacer variar tal paradigma. En el mejor de los
casos, las fisuras producidas a la homogeneidad eran interpretadas como carencias
subsanables mediante políticas adecuadas, como la extensión de políticas educativas

45 MIGNOLO, Walter “La colonización del…”, cit., p. 241. En este artículo Mignolo advierte además que
“una de las funciones principales de la formación del canon (literario o no) es asegurar la estabilidad y
la adaptabilidad de una determinada comunidad de creyentes. Por lo tanto, la comunidad se sitúa a si
misma en relación con una tradición, se adapta al presente y se proyecta hacia el ‘futuro’”.
46 CORNEJO POLAR, Antonio “Apéndice La literatura peruana: totalidad contradictoria”, en La forma-
ción de la tradición literaria en el Perú, Centro de Estudios y publicaciones, Lima, 1989, p. 179.
47 Cfr. RAMA, Ángel La ciudad letrada, Arca, Montevideo, 1984.
48 PALERMO, Zulma “Reinvenciones nacionales…”, cit., p. 4.
136 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

o el desaliento al uso de las lenguas nativas o, incluso, su prohibición. Además del


establecimiento de sistemas de regulación de la producción y circulación-mercadeo
de producciones culturales y económicas fuertemente centralizados. Antonio Cornejo
Polar observa pertinentemente que “la idea subyacente era convertir lo heterogéneo
y conflictivo, inclusive enconadamente belicoso, en un espacio homogéneo y de ser
posible armónico”.49

Regionalismos
La Nación fundada a partir de la dicotomía civilización/barbarie, sostenida en la cul-
tura del progreso, se radicó en la ciudad habitable y civilizada. Por el contrario, el
interior de la ciudad puerto se constituyó en el espacio a transformar, la barbarie en
tránsito a la civilización o en términos más actuales en vías de desarrollo. El diseño
territorial, que se plasma en un mapa convencional de proporciones geográficas, da
cuenta también de esta diferencia al establecer una centralidad y, a partir de ella, dis-
poner un espacio para lo otro, lo extraño al territorio elaborado como nacional. Para
dar cuenta de lo que no es foráneo, pero tampoco argentino, es que se elabora y se
impone la idea de lo “regional”.50
Sin embargo, el interior jugaba un papel importante para el anhelado progreso.
Por ello, las reconfiguraciones regionales apuntaban a consolidar la nación homogé-
nea al naturalizar las relaciones asimétricas en diversos planos –económico, social,
cultural, político, subjetivo– entre identidades surgidas a partir de un patrón de poder
organizado sobre una idea de raza que estaba destinado, ante todo, a la preservación
de ese nuevo fundamento de clasificación social.
Así, en el orden de la producción económica, la región significaba “más riqueza
del suelo” más división del trabajo, para garantizar el lugar –siempre subalterno– de la
Nación en la economía del mundo. En cuanto a lo social, en este primer momento, en
ese espacio que no es propio ni ajeno el factor racial juega un papel central: el negro,
el indio y el mestizo constituían una condición desencadenante del caos social y la
desintegración cultural, eran la herencia de la colonia y dificultaban la constitución
del nuevo estado, a la vez que impedían el “orden” para el “progreso”, necesarios para
entrar en la “modernidad” eurocéntrica.51
En consecuencia, era necesario avanzar sobre la heterogeneidad que encerraba
el diseño territorial de la Nación. En este proceso de colonialismo interno colabora-
ron diversas líneas del denominado regionalismo. A partir del momento fundacional
se pueden reconocer, por lo menos, dos formas de manifestación de ese proyecto: el
nativista y el auténtico. Ambos tienen a la Nación como referente indisociable de
la integración a ella de las parcialidades; para el primero, la Nación es el punto de

49 CORNEJO POLAR, Antonio Escribir en el aire, Editorial Horizonte, Lima, 1994, p. 142.
50 IGHINA, Domingo Espacios geoculturales. Diseños de nación en los discursos literarios del cono sur
1880-1930, Alción editora, Córdoba, 2000, p. 19.
51 HEREDIA, Pablo El suelo…, cit., p. 36.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 137

partida; para el segundo, el de llegada. A su vez, para los proyectos centralistas de


regionalización, la Nación ha sido un punto de partida inexorable, y hacia ese centro
deben converger las regiones; se trata de una configuración nacionalista de la Nación,
en tanto se funda en una construcción a priori de sus componentes y de la relación
entre ellos en función de un centro rector y controlador. En cambio, para los proyectos
de regionalización cultural, la Nación es punto de llegada, es decir, las regiones son
referencias previas a la Nación, y es desde una articulación de sus pertenencias y po-
sibilidades prácticas que aquella puede construirse, a la manera de una convergencia
proyectiva. Para ambas propuestas, la Nación en un bastión de poder con el que es
necesario negociar para obtener un lugar en el concierto internacional.52
La Nación moderna se erigió, entonces, a partir de un programa nacionalista-
centralista que la regionalizó para conformar un poder económico que le permitiera
acceder al mercado europeo y estadounidense. Este proceso de regionalización interna
consolidó de cierta forma sus fronteras, lo que significó una des-regionalización en
el marco del continente, es decir, “un separatismo dirimido entre ‘nacionalismos’,
cerrados, políticamente antagónicos, introspectivos”. Esto último colabora en la con-
solidación del sociometabolismo del capital que es en efecto mundial, “global”, pero
su administración requiere de la segmentación localizada de los estados nacionales.53
Este estado de situación fue legitimado por las literaturas regionales ya que:
“…plantearon el concepto de diversidad y heterogeneidad como un
principio de consolidación frente a la “unidad” homogeneizadora na-
cional […] las culturas regionales se proponían autónomas pero no
independientes”.54
De ahí la importancia de las narrativas regionalistas en el proceso de fundación y
refundación de una nación homogénea, puesto que los lineamientos iniciales determi-
narán, por ejemplo, los principales tópicos del momento nacionalista más importante:
1930. Así, la orientación de la integración regional del país terminará, paradójicamen-
te, fundándose en la declamada recuperación de los saberes subalternizados (textos
de raigambre prehispánica) para consolidar el cuño hispánico de la nación y su futuro
dentro de esta perspectiva.55

52 HEREDIA, Pablo El suelo…, cit., p. 41.


53 Para Grüner, esto pone de manifiesto una paradoja sólo aparente, pues el eje oculto de esa administra-
ción es “el control de la fuerza de trabajo”, la fuerza productiva que genera la plusvalía para el capital.
En consecuencia, el establecimiento de fronteras nacionales, desde esta perspectiva, responde a la
necesidad de “mantener el control sobre los flujos migratorios de la fuerza de trabajo. Así se evidencia
“una contradicción irresoluble entre las promesas de libre circulación en todas las direcciones de bie-
nes, mensajes y sujetos (para retomar la célebre “tríada comunicacional” de Lévi- Strauss) y el hecho
de que el Capital no puede tolerar la libre circulación mundial de la fuerza de trabajo”. Cfr. GRÜNER,
Eduardo “Sobre el estado-bifurcación…”, cit., pp. 30-31.
54 HEREDIA, Pablo El suelo…, cit., p. 38.
55 IGHINA, Domingo Espacios geoculturales…, cit., p. 15.
138 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

El nativismo centra el contenido temático que rige los otros aspectos, la organi-
zación estructural y los recursos léxicos y gramatológicos de su producción literaria,
en el paisaje, las faenas rurales y las costumbres. Puesto que este regionalismo se
desarrolla como una reacción en contra de,
“… el ascenso social de las capas medias, el radicalismo, la con-
centración inmigratoria en Buenos Aires y el crecimiento del pro-
letariado urbano, las primeras luchas sindicales, la llegada, a decir
de Joaquín V. González, de ‘los vicios sociales’ que fermentan en
Europa”.56
Esta línea del regionalismo no se articulará sobre la denuncia tal como ocurriera con
otras narrativas latinoamericanas, sino que negará la situación de explotación y su-
mersión del interior y exaltará las esencias intransferibles del alma nativa.57 De ahí
que J. V. González y Martiniano Leguizamón plantearan una visión idealizada de la
relación del hombre y su tierra.58 Para Ford esta línea, claramente deshistorizadora,
“interpretará, interesadamente, aspectos míticos, folclóricos o cotidianos de la cultura
popular rural”.59 Es así como, en ese momento, la producción letrada toma elementos
de la memoria oral para reformularlos de acuerdo a las normas institucionalizadas. La
integración estética de las culturas subalternas o periféricas involucra un cierto vacia-
miento cultural de los seres humanos y las comunidades que las producen y represen-
tan. Se establece así, claramente una escisión entre la producción literaria, el referente
y el lector. Se puede afirmar, entonces, que esta forma de regionalismo buscó diluir al
otro para incorporarlo a su propia historia como un antepasado remoto que lo legitima.

El regionalismo en Salta
Es en el planteo de estas problemáticas que interesa pensar en tres novelas publicadas
en Salta entre 1932 y 1941, se trata de En Tierras de Magú Pelá,60 Miñur en Sumalao61
y Destino.62 En estas producciones, claramente regionalistas, podemos observar como
cada uno de los autores legitima su lugar de narrador de la región desde su conoci-
miento de la tierra, sus costumbres. Gauffín, Torres López y Rodríguez Pérez parten

56 FORD, Aníbal Desde la orilla de la ciencia. Ensayos sobre identidad, cultura y territorio, Punto sur,
Buenos Aires, 1987, p. 225.
57 FORD, Aníbal Desde la orilla…, cit., p. 226.
58 Según Eduardo Romano “celebrar el “alma” servía de coartada para no reparar demasiado en el cuerpo
de los virtuales portadores de dicha cultura autóctona, bastante maltrechos ya por la miseria que pro-
dujeran las luchas civiles, el centralismo porteño y sus propias oligarquías provinciales”. ROMANO,
Eduardo “La parábola narrativa regionalista”, en VIDELA de RIVERO, Gloria y CASTELLINO, Ma-
ría Elena –editora– Literatura de las regiones argentinas, UNCuyo, Mendoza, 2004, p. 166.
59 FORD, Aníbal Desde la orilla…, cit., p. 226.
60 GAUFFIN, Federico En tierras de Magú Pelá, La Crujía, Buenos Aires, 2009.
61 TORRES LÓPEZ, Ciro Miñur en Sumalao (Escenas regionales de costumbres, del Norte argentino),
Ed. La Raza, Tucumán, 1941.
62 RODRIGUEZ PÉREZ, Ernesto Destino, Librería San Martín, Salta, 1941.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 139

desde sus vivencias para producir sus novelas.63 El uso de la autobiografía justifica,
entonces, el tomar la palabra, a la vez que acentúa la construcción de la genealogía de
una clase que busca instalar una identidad nacional homogénea y hegemónica. Es el
caso de Ciro Torres López en Miñur en Sumalao, novela donde se narra las aventuras
de un carrerista en las ferias de Sumalao, quien afirma:
“Lejos de mi tierra y de mi gente, los añoraba de entraña, y para
aproximarlos a mi cariño, quise evocarlos ante ti, en toda su rude-
za, su lenguaje, su temple y su donosura; con sus paisajes, sus cos-
tumbres, sus cabalgaduras, sus cantos, sus mastines y sus ensueños;
con sus montañas, su tradición y la ingenua gracia de su querer y su
existir”.
Así, desde el inicio del texto, se marca la legitimidad de la apropiación de la palabra
por parte de quien se presenta asumiendo un carácter paternalista y desinteresado. De
esta forma el yo enunciador se señala como dueño de un conjunto de recursos que le
posibilitan apropiarse y reproducir el discurso del otro para esconder la naturaleza
impositiva de sus prácticas culturales. Como sugiere Palermo: “…es la familia la
que, ejerciendo su poder desde la primacía de sus virtudes, tiene por derecho ‘natural
la facultad del mando y de la conducción de los destinos de la nueva sociedad. Es la
clase destinada a llevar a la práctica los gestos revolucionarios porque puede […]
extenderlos al indio […] y al negro”.64
Desde este rescate interesado de aspectos míticos, folklóricos o cotidianos de
la cultura rural popular, las novelas abordadas elaboran una imagen del gaucho y del
indio que los ubica como un antepasado remoto del hombre blanco europeo. Desde
una fuerte influencia del positivismo, la narrativa regionalista reforzará la existencia
de primitivismos, es decir de hombres menos evolucionados, cuya racionalidad es
inferior a la del blanco.
En En tierras de Magú Pela se describe la condiciones de vida de un puestero
acentuando lo que el narrador percibe como “promiscuo”, “precario”, “falto de higie-
ne”:
“En la única habitación del puesto se amontonaba la familia en pro-
miscuidad con los perros. […] En el interior del rancho guardaban
multitud de cosas: colgados del techo, el sombrero alón y las botas
nuevas del puestero; lazos y lonjas de uso diverso; cuajos de sal que

63 Cfr. SYLVESTER, Santiago “Federico Gauffín, vida y ficción”, en En tierras de Magú Pelá, La Cru-
jía, Buenos Aires, 2009; “Salta, los poblados, más allá de Iruya” [en línea] http://www.lanueva.com/
edicion_impresa/nota/24/05/2009/95o149/nota_papel.pdf; CARO FIGUEROA, Gregorio “Don Ciro
Torres López, hombre en transición”, en Revista Escuela de Historia, núm. 4, enero/diciembre de
2005.
64 PALERMO, Zulma “Juana Manuela Gorriti: Escritura y legado patrimonial”, en ROYO, Amelia –com-
piladora– Juanamanuela, mucho papel, Ediciones Del Robledal, Salta, 1999.
140 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

goteaban sobre las camas y la gente; pelotas de sebo para engrasar


lonjas. En un cajón, adornado con flores de trapo, el grupito de la
Sacra Familia recibía el tributo mal oliente de una vela de sebo. […]

Encima del techo había caparazones de quirquinchos, y en un árbol,


cabezas y garras de tigre, puma, oso hormiguero y otros animales
silvestres […]. Pudriéndose en las ramas o en el suelo, había cueros
de chancho montés, y pendientes de gajos tronchados, blanquea-
ban las cáscaras de huevos de avestruz […] el alimento habitual del
lugareño”.65
La descripción, que no atiende a ningún condicionante sociohistórico, concluye con
una afirmación que naturaliza la pobreza:
“Hechos a las privaciones, los puesteros soportan alegremente cual-
quier penuria y con sus cantos matan las horas que, para el hom-
bre del pueblo, serían insoportables por el calor, los mosquitos y la
soledad”.66
En Destino, de igual manera, se atribuye a la naturaleza ciertas características que se
muestran como “virtudes de la raza” y asemejan a los aborígenes a los animales:
“Puneño puro el Panta. Sobre todo al verlo marchar con ese trotecito
menudo, rápido, picadito como el andar de una mula pasulca. Incan-
sable en las marchas. […] el Panta desconocía la fatiga y despreciaba
la distancia”.67
La voz hispanizada construye horizontes de representación que ponen en evidencia un
proceso de discriminación, por el que se aleja, se aparta todo lo que implica lo ajeno
enfatizando su inferioridad en el contexto del progreso.
Por ello, y en tanto se trata de construir una imagen negativa, en Miñur… se presenta a
“los gauchos” que asisten a ver la carrera en las ferias de Sumalao como: “La masa in-
forme, negreante, salpicada aquí y allá por puntitos de color, se movía entremezclada,
lanzando de sí un formidable vaho de monturas, a tabaco, a pezuñas de animales”.68
Estas definiciones actualizan en la memoria cultural la dicotomía europeo vs.
americano, civilizado vs. bárbaro, cristiano vs. salvaje. Entre ellas se mueven las
imágenes del /los otros que se exponen para sustentar el lugar único desde el que se
enuncia el texto. La configuración de la alteridad es una exigencia para el autorecono-

65 GAUFFIN, Federico En tierras de…, cit., pp. 61-62.


66 GAUFFIN, Federico En tierras de…, cit., p. 62. El destacado me pertenece.
67 RODRÍGUEZ PÉREZ, Ernesto Destino… pp. 23-24.
68 TORRES LÓPEZ, Ciro Miñur en Sumalao…, cit. p. 71. El destacado me pertenece.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 141

cimiento, y manifiesta la necesidad de “establecer y fijar el trato del extraño a la vez


que construye las fronteras de la identidad del sujeto”.69
En Miñur en Sumalao, esta distancia se manifiesta, además, en los hechos na-
rrados donde los gauchos concentran todos los signos negativos, caracterizados por
el despilfarro y el alcoholismo que deriva en su falta de “moralidad”.70 Es entre estas
variables que, en la novela, se instalan las tensiones más significativas. El narrador-
observador al diseñar la imagen del protagonista lo hace desde una mirada fuertemen-
te subjetivada, que lee peyorativamente. En este caso no se verbalizan pruritos como
el que manifiesta Joaquín V. González al preguntarse, “¿Debo contar esta historia en
estas páginas destinadas a despertar amor o simpatía por mi tierra?”71 La voz enun-
ciadora naturaliza una imagen estereotipada –cristalizada como inferior- que la clase
dominante necesita elaborar e imponer.
De este modo, las costumbres de los nativos se oponen radicalmente a la de los
civilizados. Como afirma Edmond Cros “quien habita otro mundo no puede parecerse
a mí”;72 es por este motivo que en el texto de Torres López se evidencian procesos de
deshumanización “…aquello no parecía ya una reunión de hombres, sino una ola de
cosas, heterogénea, abigarrada, disforme, mal oliente y llena de fragor”.73 En este
sentido se cuestionan los “sentimientos” de los “gauchos”. En la carrera disputada
entre el “Trueno” y el “Ormón”, el jinete del segundo pierde la vida, “El caballo ha
quedado inútil. Melo, el corredor, yace muerto”.74 En esas circunstancias aciagas los
amigos del jinete sólo atinan a rodear el cadáver hasta que:
“El patrón, dueño del Ormón, da unos pesos para los gastos de en-
tierro. Algunos de los ganadores aumentan la suma. Y únicamente
entonces los amigos del muerto lo alzan y se lo llevan a un rancho
vecino donde se quedan velándolo y bebiendo, coqueando, contando
cuentos, comiendo y endilgándose chistes. […] En lo íntimo sus co-
nocidos se felicitan de su muerte, porque son los perdedores y ya no
tienen dinero para divertirse en las vecinas fiestas de Sumalao […]
Están contentos […] tienen un pretexto excelente para no ir […] y

69 ADORNO, Rolena “La construcción cultural de la alteridad: El sujeto colonial y el discurso caballe-
resco”, en I simposio de filología iberoamericana, Facultad de Filología Universidad de Sevilla, 1990,
p. 170.
70 “progreso”, “ilustración” y “moral” son las funciones que la Literatura ejercitaba, en la sociedad nacio-
nal.
71 Citado por ROMANO, Eduardo “Origen, Trayectoria y Crisis de la Narrativa Regionalista Argen-
tina” en INTI. Revista de Literatura Hispánica Argentina, Fin de Siglo, núm. 52-53, 2000-2001, p.
431.
72 CROS, Edmond El sujeto cultural. Sociocrítica y psicoanálisis, Corregidor, Buenos Aires, 1997, p. 51.
73 TORRES LÓPEZ, Ciro Miñur en Sumalao…, cit. p. 92.
74 TORRES LÓPEZ, Ciro Miñur en Sumalao…, cit. p. 29.
142 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

con el dinero recogido para el muerto, pueden embriagarse, beber


hasta la hartura”.75
Este enunciado evidencia los límites que se establecen entre el mundo occidental ci-
vilizado y el americano bárbaro. Esta frontera marcaría el fin de la cultura, los ele-
mentos que dan forma a la civilización familia, patria y ciencia, síntesis de los su-
puestos valores básicos de la sociedad moderna y civilizada, marcan en el otro lado
una alteridad absoluta que se caracteriza por la carencia, incluso, como está visto, de
sentimientos.
En la novela de Gauffín las costumbres de los “salvajes” también se presentan
como opuestas radicalmente a la de los “civilizados”:
“¡Eso no es posible! ¡Sería absurdo! Usted un hombre de ciencia, un
europeo, un hombre de sociedad, quedarse aquí, en medio de estos
salvajes, perdido para la patria, para la ciencia, para la familia, en
un mundo distinto de nuestro mundo civilizado!”76
La cita evidencia los límites que se establecen entre el mundo occidental y el indígena.
Esta frontera se marca también en Destino cuando se narra las transformaciones que
sufre un maestro designado como director en una escuela de la puna:
“Sus finos modales, su cuidado lenguaje, hasta lo refinado de sus
gustos, fueron desapareciendo para dar lugar a otras aficiones y ma-
neras.

Se tornó chabacán, descuidado en el vestir y lo que es peor tomó de-


masiado gusto por las cosas puneñas; por las fiestas de principio y fin
de siembra, por la caja, por la chicha y el alcohol. […] ¿Y qué podía
quedar en él de la amplia preparación obtenida en años de estudio,
cuando hasta para hablar debía descender en las ideas y simplificar
el léxico, para llegar a los cerebros flacos de inteligencia y pobres
de saber?”77
En este sentido es justo introducir el término desierto que designa no sólo una zona
de frontera sino también un espacio liminal cargado ideológicamente que “alude a
lugares vacíos de presencia humana”.78 Lo humano en las novelas se asocia sólo a lo
“blanco”. Son estas ausencias las que justifican el avasallamiento y la dominación en

75 TORRES LÓPEZ, Ciro Miñur en Sumalao…, cit., p. 17. Los destacados me pertenecen.
76 GAUFFIN, Federico En tierras de Magú Pelá…, cit., p. 124.
77 RODRÍGUEZ PÉREZ, Ernesto Destino…, cit., pp. 26-27.
78 Cfr. WRIGHT, Pablo “El Desierto del Chaco. Geografías de la alteridad y el estado”, en TERUEL,
Ana y JEREZ, Omar –editores– Pasado y Presente de un Mundo Postergado. Trece Estudios de Antro-
pología, Arqueología e Historia del Chaco y Pedemonte andino, Universidad Nacional de Jujuy, San
Salvador de Jujuy, 1998, pp. 35-56.
Nación y regionalismo en la narrativa salteña 143

un intento de redimir al otro a un modelo civilizatorio único, universal, en la medida


en que no hay alternativas válidas o, por lo menos, convalidadas por una fuerza homo-
geneizadora que presenta su proyecto de una sociedad moderna como la forma más
acabada de la experiencia humana.
Esto posibilita afirmar que en las novelas se reproduce el imaginario colonial
envestido con los requerimientos de la formación identitaria nacional. Es desde esta
perspectiva que se construye la imagen de raza degenerada. Las sucesivas imágenes
distorsionadas que se proyectan de los gauchos y de los “indios” adquieren dimen-
siones desmesuradas que involucran no sólo su presente sino también su futuro. El
episodio con el que se cierra Miñur en Sumalao muestra la total degradación de los
protagonistas:
“La mujer esforzándose por aventar su propia turbación cogió a su
marido de las ropas, quizo [sic] hablarle, pero su lengua embotada
solo produjo ecos cavernosos, sin sentido; y como él diera señales de
vida única por difusos ronquidos y por gruñidos sordos”.79
La falta de lenguaje articulado marcaría una diferencia radical entre los sujetos capa-
ces de comunicarse y, por lo tanto, de ser escuchados, y aquellos que son anulados
para ser, luego, condenados a una condición de subalternos y explotados.
El mecanismo ideológico que se acciona en las novelas justifica el orden social
dado a partir de argumentos tomados de la naturaleza, puesto que para el regionalis-
mo, es la gran ordenadora de las jerarquías sociales. Así, las novelas que nos ocupan,
pasarán por alto la situación histórica concreta de la región, para adherirse a pautas
arquetípicas, a un saber atemporal por el cual el nacionalismo reproduce el universa-
lismo eurocéntrico.
La colonialidad del poder, del ser y del saber sustentan las representaciones que
asocian la cultura occidental con la disciplina, la creatividad, el pensamiento abstracto
y la posibilidad de instalarse cognitivamente en el punto cero, mientras que el resto
de las culturas son vistas como preracionales, espontáneas, imitativas, empíricas y
dominadas por el mito.80
En Miñur…, Destino y En tierras de Magú Pelá la educación formal convalidada
por el Estado Nación se valora sobre los saberes y prácticas ancestrales de la comuni-
dades originarias, pues es ella la que posibilitaría, sólo potencialmente, el ingreso a la
civilización de las culturas que son presentadas como elementos pasivos y receptores
de conocimiento. En estas representaciones, su misión es acoger el progreso y la ci-
vilización que vienen desde Europa que se autoimpone la tarea de difundir la moder-
nidad por todo el mundo. Para Santiago Castro Gómez, la expropiación territorial y
económica que hizo Europa de las colonias, corresponde una expropiación epistémica

79 TORRES LÓPEZ, Ciro Miñur en Sumalao…, cit., p. 120.


80 CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto…, cit., pp. 46-47.
144 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

que condenó a los conocimientos producidos en ellas a ser tan “sólo el pasado” de la
ciencia moderna.81

Desafíos de la región
Pensar en nuestros días el estado de situación de los estudios sobre la producción
cultural de una región, cuando las condiciones mundiales y locales han variado con-
siderablemente, lleva a reflexionar por lo menos sobre dos aspectos. En primer lugar,
respecto a la ampliación del objeto de estudio al incorporar tipos textuales menos
canónicos tales como el testimonio, la crónica periodística, las revistas culturales y
literarias en los que se busca información que posibilite tanto la construcción de cate-
gorías como la caracterización de estéticas. En segundo lugar, pensar las producciones
regionales en relación con los diseños globales.82
Desde esta perspectiva aparece como prioritario relevar y señalar las asimetrías
que la hegemonía globalizadora intenta subsumir –borrar– ocultando las profundas
diferencias que cada localización geográfica y social imprime a sus textualidades las
que son “activamente discordantes”.83 Esto implica necesariamente poner el conoci-
miento de los “expertos” al servicio de la reproducción social al señalar y convalidar
el fragmentarismo propio de la cultura que es siempre heterogénea.
Es prioritario, entonces, para ampliar y consolidar las perspectivas desde las que
pretendemos indagar la producción literaria local, analizar y examinar el espacio des-
de el que se toman las palabras como hecho de heterogeneidades y transformaciones.
Es decir, reflexionar acerca de cómo estas prácticas discursivas, aunque sea incons-
cientemente, intervienen en el proceso de “naturalización” de las actuales relaciones
asimétricas de poder, tanto económicas como intelectuales, ocultando la violencia de
la imposición colonial. Alcanzar esta meta implicaría obviamente, también, auscul-
tarnos nosotros mismos como sujetos heterogéneos productores de conocimientos.
En otras palabras, se trata de colaborar con el desprendimiento epistémico que
comienza en la descolonización del conocimiento para poder correrse del pensamien-
to único que postula la modernidad occidental e instalarse en una epistemología fron-
teriza que plantee alternativas a la modernidad posibilitando, de esta manera, la emer-
gencia de nuestra heterogeneidad constitutiva. Es a partir de todas estas fisuras en el
orden impuesto que algo distinto comienza a producirse.

81 CASTRO GÓMEZ, Santiago La hibrys del punto…, cit.


82 Cfr. PALERMO, Zulma “El rol del…”, cit.; “Culturas locales/Diseños globales…”, cit.
83 RICHARDS, Nelly “Intersectando Latinoamérica con el latinoamericanismo: discurso académico y
crítica cultural”, en CASTRO GÓMES, Santiago y MENDIETA, Eduardo –coordinadores– Teorías
sin disciplina. Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, Universidad de San
Francisco, México, 1998, pp. 254-255, citado por PALERMO, Zulma “Culturas locales/Diseños glo-
bales…”, cit., p. 1157.
Historia e identidad
en las letras del folklore moderno en Salta

IRENE NOEMÍ LÓPEZ

L
Palabras previas
as producciones de músicos como Gustavo “Cuchi” Leguizamón y José Juan
Botelli, junto a la de poetas como Manuel J. Castilla, José Ríos o Jaime Dá-
valos, son referentes indiscutibles de la cultura de Salta y exponentes de una
construcción identitaria peculiar. La misma, desarrollada en el transcurso de las dé-
cadas comprendidas entre 1940-1970, aún hoy tiene vigencia en tanto define el “ser
salteño” como diferencial en el conjunto nacional y a Salta como “tierra de músicos
y poetas del folklore”.
El presente trabajo se ha realizado en el marco de una investigación más extensa
formulada desde el interés por distinguir y comprender el rol que tales producciones
culturales han tenido en la formación de representaciones identitarias e imaginarios
sociales en Salta durante el siglo XX, en especial durante el periodo que abarcan las
mismas aproximadamente desde mediados de la década de 1940. El objeto de estudio,
un corpus de letras de canciones del folklore compuestas por Leguizamón y Botelli,
permitió desarrollar un análisis orientado a distinguir las construcciones identitarias
manifestadas en ellas y considerar cuáles han sido los procesos que dieron lugar a la
emergencia de estas propuestas estéticas y a su convalidación como representantes de
esa construcción identitaria peculiar.
Consideramos importante atender a la canción popular ya que ella, en tanto pro-
ducción simbólica y conjunto de prácticas culturales, involucra procesos de compo-
sición-producción, interpretación, difusión y consumo que no podemos obviar en el
análisis sobre la formación de los imaginarios y la construcción de identidades. En ese
sentido, la pregunta fundamental que nos guia es qué pueden informar estas cancio-
nes –en sus circunstancias de producción pero también en sus formas de circulación y
recepción– sobre los procesos identitarios. De acuerdo a ello el análisis se orientó en
el orden de las representaciones discursivas que colaboran en la formación de las sub-
jetividades, en la definición de la “cultura criolla” y en la invención de la “tradición
gauchesca”. Dentro de esa problemática general, en este trabajo nos interesa analizar
las formas en las que algunas letras de canciones retoman, reelaboran y resignifican
momentos claves de la historia local y nacional, como las luchas de la independencia
146 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

y posteriormente los conflictos entre diferentes proyectos de organización nacional,1 e


identificar los discursos identitarios vigentes en tales representaciones.
Para efectuar tal análisis, hemos seleccionado, de entre el extenso corpus de compo-
siciones, el “Estilo de la mala memoria” (1981) y “La trova de la Macacha” (1981)
de Gustavo Leguizamón y César Perdiguero, “Chacarera del Chacho” (1960) y “La
unitaria” (1961), ambas con letra y música de Gustavo Leguizamón, y “La Felipe
Varela” (1956) de José Juan Botelli y José Ríos.

Representaciones del pasado, memoria e identidad


La producción folklórica ha sido generalmente concebida como una zona de produc-
ción cultural diferenciada y valorada en tanto se presuponía que constituía la expre-
sión auténtica y genuina de un “ser” nacional, de lo popular y del mundo rural. Desde
ese punto de vista, es evidente su indisociable relación con una idea de nacionalidad y
su concepción como paradigma de una identidad definida en términos de homogenei-
dad y esencialismo. En forma similar, desde ese paradigma emerge la representación
del espacio norteño, de Salta en el caso que nos interesa, como peculiar en el conjunto
nacional y como cuna del folklore. Se trata en ambos casos de construcciones hege-
mónicas y cristalizadas en cuya base y difusión actúan una serie de discursos identita-
rios2 que refuerzan y reproducen tal perspectiva. Sin embargo, como sostiene Ricardo
Kaliman, a pesar de estas construcciones cristalizadas, el campo del folklore moderno
en Argentina debe ser más bien considerado como,
“…un terreno de lucha por la definición y redefinición de la colecti-
vidad que se pretende expresar a través de él. En lugar de una única
y homogénea identidad nacional, en el folklore se trenzan, en contra-
dicción o en complementación, diversas perspectivas del pueblo, de
la nación, e incluso de otras identidades menos visibles pero igual-
mente inquietantemente pujantes”.3
Ese terreno cuya homogeneidad es puesta en tela de juicio tampoco se corresponde
exactamente con aquello que los folklorólogos habían designado como folklore. Por

1 A modo de referencia se pueden citar otras canciones del folklore moderno que textualizan el periodo
de guerras de la independencia y el posterior de las luchas entre unitarios y federales, tales como “La
poncho colorado” de Hilda Herrera y Nella Castro, “Juana Azurduy” de la serie “Mujeres argentinas”
de Ariel Ramírez y Félix Luna, y el album Viva Güemes de Hernán Figueroa Reyes.
2 Kaliman y Chein definen discursos identitarios como aquellos que “hacen referencia a las autoads-
cripciones subjetivas a grupos, e incluyen desde extensos tratados producidos por intelectuales que se
erigen en voceros del grupo hasta las frases aisladas emitidas por cualquier miembro de ese grupo”.
Cfr. KALIMAN, Ricardo y CHEIN, Diego Identidad. Propuestas conceptuales en el marco de una
sociología de la cultura, IHPA-CIUNT, Proyecto “Identidad y Reproducción cultural en los Andes
centromeridionales”, Tucumán, 2006, p. 51.
3 KALIMAN, Ricardo Alhajita es tu canto. El capital simbólico de Atahualpa Yupanqui, Universidad
Nacional de Tucumán, Proyecto “Identidad y reproducción cultural en los Andes”, Tucumán, 2003, p.
53.
Historia e identidad 147

el contrario, se trata de la emergencia durante el siglo XX de un fenómeno que en Ar-


gentina adquirió características particulares y que R. Kaliman propone entender desde
la noción de folklore moderno. Bajo esta denominación se entiende el surgimiento
y desarrollo de formas que, aunque derivadas de las prácticas rurales, ingresaron a
los circuitos urbanos y se difundieron a través de los medios masivos. Es música de
autores urbanos que se difunde tanto en espacios urbanos como rurales, en cuya cir-
culación intervienen los medios masivos y que, a medida que se va consolidando, va
creando sus propios ámbitos y circuitos: en radios, peñas, centros de diversión urbana,
festivales, discos, etc.4
Desde tal perspectiva nos interesa analizar cómo se construyen discursivamente
las representaciones del pasado a través de los sucesos y personajes que se seleccio-
nan y los discursos identitarios que sostienen tales representaciones. En ese sentido,
un factor que no puede omitirse en el estudio de las identidades colectivas es la idea
de una “memoria cultural”: una construcción del pasado que un determinado grupo
realiza, y es en parte compartida por los miembros de ese grupo. Es decir, una cierta
concepción e idea acerca de ese pasado compartido. Sin embargo, esa construcción
no puede pensarse como algo homogéneo que pasa de generación en generación sin
transformaciones ni modificaciones sino en los términos en que Raymond Williams
define el concepto de tradición: una construcción selectiva realizada siempre desde el
presente y no exenta de operaciones ideológicas y políticas.5 Todo discurso identitario
supone esta construcción de una memoria cultural colectiva, una referencia explíci-
ta al pasado como forma de legitimación del presente: de las prácticas, costumbres,
símbolos y valores de un presente que se afinca, y por ello se valida, en ese pasado
compartido. Más allá del carácter imaginativo o inventivo de esas construcciones, las
mismas constituyen un fuerte factor de cohesión, identificación, punto de referencia y
pertenencia a una determinada comunidad.
Las canciones de Leguizamón y Botelli que integran nuestro corpus de análi-
sis remiten al pasado y ofrecen una interpretación del mismo, a veces presentándolo
como ejemplo, otras contribuyendo a la reproducción de mitos y leyendas o bien en-
tramando diferentes versiones de la historiografía nacional o local. En algunos casos,
estas canciones postulan su legitimidad mediante la idea de una continuidad con prác-
ticas antiguas y tradicionales. Ese pasado puede ser más o menos real, más o menos
inventado, pero siempre se concibe como compartido por la comunidad. En ese pasaje
se producen necesariamente transformaciones, re-interpretaciones, reformulaciones y
desplazamientos, es decir, formas de recepción creativas. Esto permite observar cómo
configuran estos artistas, en tanto productores intelectuales, la “tradición”, es decir,

4 Cfr. KALIMAN, Ricardo Alhajita es tu canto…, cit.


5 Williams, Raymond “Tradiciones, instituciones y formaciones”, en Marxismo y Literatura, Penín-
sula, Barcelona, 2000, pp. 137-142. Desde una perspectiva mucho más desafiante, tales operaciones
ideológicas corresponden a lo que el historiador Eric Hoswbawn entiende como “invención” de las
tradiciones.
148 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

cómo reciben lo que reciben, qué es lo que realizan y producen con ello y, en particu-
lar, cómo toma forma en las canciones.
De esta manera, no abordamos el corpus desde una concepción del folklore como
expresión de una única y “auténtica” identidad nacional sino, tal como sostiene R.
Kaliman en el enunciado antes citado, como un campo en el que se entrecruzan di-
versas identidades y formas de concebir lo nacional. Entre los discursos identitarios
que sostienen a estas producciones, nos interesa destacar la “salteñidad” en las di-
versas formas en que se manifiesta: en el culto a la figura de Güemes y su gesta; en
la construcción de un “nosotros” en oposición al otro colectivo, los “porteños”; en la
emergencia de un discurso del localismo –que no adscribe ni al proyecto federal ni al
unitario– y de la memoria de la elite en la zamba “La Felipe Varela”; en la presencia
del discurso identitario de la hispanidad en la “Trova de la Macacha”.
El corpus se organiza en dos momentos de producción: uno a mediados de la
década de 1950 y el otro a principios de los años 1980. En el primero se retoma
la confrontación entre unitarios y federales; en el segundo, en cambio, las primeras
luchas armadas contra los españoles luego de la Revolución de Mayo enfatizando el
enfrentamiento entre un “nosotros”, los salteños, y un “otro”, los porteños.

Un presente de antiguas disputas: unitarios, federales, héroes y bandidos


Los años 1960 fueron los de mayor auge en la producción, circulación y consumo
de la canción del folklore moderno. Esta situación ha llevado a considerar esta etapa
como un boom6 que se manifiesta en la cantidad y calidad de los grupos folklóricos e
intérpretes que actúan, en la creación de festivales –Cosquín en 1961– en la cantidad y
variedad de programas de radio existentes, en la edición y ventas de discos, en el auge
de intérpretes y compositores, en el surgimiento de nuevas voces (como Mercedes
Sosa y mas adelante, Horacio Guaraní, Víctor Heredia, etc.) y de nuevas perspectivas
dentro del campo expresadas por el grupo que nuclea al Nuevo cancionero. Al respec-
to, Claudio Díaz señala que en esos años, con la emergencia del Nuevo Cancionero,
se manifiesta un nuevo paradigma discursivo e ideológico que produce una serie de
conflictos y tensiones en el campo del folklore. Este nuevo paradigma entra en pugna
con el paradigma tradicional vigente por la definición de lo que es o no es folklore y
por la legitimidad de sus distintas expresiones.7
Ese momento de producción coincide también con una fuerte politización del
campo cultural e intelectual y de la sociedad toda –en parte promovida por el impacto
de la revolución cubana, la impronta de la izquierda latinoamericana a nivel continen-
tal y por los sucesos que aquejaban el orden constitucional a nivel nacional. En el de-
bate de perspectivas y tomas de posición, resurgen las antiguas disputas que enfrenta-

6 Cfr. GRAVANO, Ariel “El boom del folklore”, en El silencio y la porfía, Corregidor, Buenos Aires,
1985, pp. 116-146.
7 Cfr. Díaz, Claudio Variaciones sobre el ser nacional. Una aproximación sociodiscursiva al folklore
argentino, Ediciones Recoveco, Córdoba, 2009.
Historia e identidad 149

ron a proyectos político-ideológicos divergentes como los de federalismo/unitarismo.


En el campo del folklore se produce una tensión entre las líneas más conservadoras
y de derecha, por un lado y, por otro, de tendencias progresistas y de izquierda, que
proponen un tipo de canción testimonial y de denuncia, cuyo estandarte promulgarán
artistas como Jorge Cafrune, Mercedes Sosa y Horacio Guaraní.
La mirada sobre el pasado desde ese presente se manifiesta claramente en la edi-
ción de una serie de discos que dan cuenta de esto entre los años 1960 y 1970: en 1965
el disco de homenaje a Juan Lavalle con letra de Ernesto Sábato y música de Eduardo
Falú Romance de la muerte de Juan Lavalle; también en 1965 el disco de homenaje
a Chacho Peñaloza, El Chacho. Vida y muerte de un caudillo interpretado por Jorge
Cafrune;8 en 1969 el disco ¡Viva Güemes! con letra de León Benarós, interpretado
por Hernán Figueroa Reyes. Sin embargo, si bien estas producciones surgen paralela-
mente en un mismo lapso de tiempo, responden a identidades vinculadas a posiciones
políticas e ideológicas diferentes en las que se exaltan determinadas virtudes en los
héroes retratados u homenajeados y se promueven diferentes proyectos.
En ese contexto se difunden las canciones de G. Leguizamón y las de J. J. Botelli
y J. Ríos que actualizan la disputa en torno a unitarios y federales, por lo cual resulta
pertinente analizar cómo se adscriben a esa pugna entre discursos ideológicos, políti-
cos e históricos diferentes.
A mediados de la década de 1950, Leguizamón compone en letra y música dos
canciones: una de ellas, “La unitaria”, reivindica la figura de Juan Lavalle; la otra,
“Chacarera del Chacho”, la del Gral. Peñaloza. Ambas fueron interpretadas y difun-
didas por Los Fronterizos en 19569 y 1957 respectivamente y posteriormente editadas
en partitura por Lagos en la década de 1960.10
En “Chacarera del Chacho”, Ángel Vicente Peñaloza o Peñalosa, el Chacho, se
erige como un emblema de rebeldía y de libertad. Este caudillo federal, compañero
de Facundo Quiroga, nació en Guaja, La Rioja, en 1796 y murió en Olta, el 12 de
noviembre de 1863. La canción representa al caudillo como líder gaucho que defiende
los ideales de un colectivo –definidos como el “gauchaje” y la “montonera arisca y
brava”– en la lucha contra el centralismo de Buenos Aires.
La letra de esta chacarera oficia como una especie de “biografía” en la que se
retrata, condensada, la vida, proyecto y muerte del héroe alabando su accionar. El
retrato comienza con el nacimiento del caudillo, continúa luego con su lucha (“La
montonera arisca y brava/lo hizo caudillo aguerrido y montaraz”; “Grito de sangre su
brazo alzado fue emblema de la rebeldía nacional”), su muerte (“La plaza de Olta vio
su cabeza enarbolada en una pica militar”), y finaliza con la construcción del mito en
la última estrofa:

8 En 1967 Jorge Cafrune realiza la gira “De a caballo por mi Patria”, en homenaje al Chacho Peñaloza.
9 Hay una versión posterior de Alfredo Zitarrosa.
10 En 1960 “Chacarera del Chacho” y en 1963 “La unitaria”.
150 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

“Dicen en Huaca
que se aparece ensangrentado
en el camino de lealtad.
Quienes le han muerto
nunca entendieron que su presencia
en el gauchaje era inmortal”.

Esta última estrofa es la más significativa. El uso del impersonal “dicen que” es una
marca del rumor popular y de la construcción del mito, a la vez que señala al menos un
matiz de distancia entre el enunciador y lo que se enuncia –el yo se diluye en el imper-
sonal y anónimo “dicen que”– marcando una diferencia frente a las afirmaciones con-
tundentes que se formulan en las anteriores estrofas. Por otra parte, los últimos versos
ofician a modo de respuesta o refutación a la célebre frase de Sarmiento –“Bárbaros,
las ideas no se matan”– en tanto la canción concluye afirmando la inmortalidad de
Chacho entre el gauchaje, es decir, la pervivencia en la memoria cultural de los líderes
y los mitos, como también de las ideas y proyectos que los han impulsado. Con ello
se invierte la díada civilización/ barbarie en la lucha entre unitarios y federales; en la
canción los bárbaros son “quienes lo han muerto”, es decir, los unitarios.
Esta estrofa presenta además una gran similitud con una de las coplas del cancio-
nero popular de tradición oral. En Cantares históricos argentinos, Olga Latour de Bo-
tas registra, entre otras, esta copla popular que circuló luego de la muerte de Chacho:

“Dicen que al Chacho


lo han muerto.
Yo digo que así será,
tengan cuidado magogos,
no se vaya a levantar”.11

Como puede observarse, también esta copla sugiere la idea de la inmortalidad del líder
y de su proyecto. La construcción discursiva del héroe en la canción de Leguizamón
se realiza incorporando los tópicos expresados en las coplas orales y en biografías o
ensayos sobre el Chacho, entre ellos los de Eduardo Gutiérrez y José Hernández.12 De
esta manera, la canción reproduce la interpretación del federalismo como proyecto
político de base popular y con perfil provinciano.
En contrapunto con esta chacarera, “La unitaria” retoma el otro proyecto de or-
ganización nacional, el unitario y la figura de Juan Lavalle. Pero en ella no hay ala-

11 Cfr. LATOUR DE BOTAS, Olga Cantares históricos argentinos, Ediciones del Sol, Buenos Aires,
2004, p. 100.
12 Veáse por ejemplo El Chacho de Eduardo Gutiérrrez y Vida del Chacho de José Hernández. En esa
línea de reivindicación del caudillo en 1965 León Benarós escribirá Vida y muerte de un caudillo, obra
que será interpretada por Jorge Cafrune.
Historia e identidad 151

banzas ni reivindicaciones. La enunciación en primera persona afirma la pertenencia


del enunciador al grupo unitario, manifiesta en los versos: “voy a buscarlo a Lavalle
para pelearme por él”; “Iré de poncho celeste jugándome en los caminos, si es que me
topan los rojos haré temblar al destino”. En la última estrofa el sujeto enuncia su rol
como cantor: “Me gusta ser unitario y andar cantando mi suerte”.13
La definición del sujeto como cantor y la referencia a la forma musical –zam-
ba– oficia de enlace entre la actualidad de este canto y su “raigambre” y orígenes,
marcando una “continuidad”: esta zamba que se canta hoy es “de las de antes, tiempos
de andar cantando y peleando”. Su función, en ese momento era la de acompañar la
lucha, dar valor, y hoy es la de brindar un testimonio del pasado.
En la segunda mitad de los años 1950, J. J. Botelli y J. Ríos componen la zamba
“La Felipe Varela”.14 Si bien el título nos remite al proyecto federal, la letra da cuenta
de la textualización de un discurso identitario de la “salteñidad” con una marcada per-
tenencia “localista” reconstruida a través de la memoria de la elite que no se adscribe
a ninguno de los dos proyectos de orden nacional. Acá se presenta una divergencia no
sólo con las versiones de la historiografía oficial sino también con aquellas que se pos-
tularon como alternativas, tal el caso del revisionismo histórico. La gran difusión de
esta zamba (grabada desde 1956 por numerosos grupos e intérpretes como Los Fron-
terizos, Los Cantores del Alba y Horacio Guaraní, entre muchos otros) y, posterior-
mente, la realización de una mesa de discusión organizada por el diario El Tribuno en
1967 al cumplirse 100 años del paso de Varela por Salta, reavivó la polémica sobre la
heroización, victimización o repudio del accionar del caudillo y su proyecto. También
acá nos encontramos con la confrontación entre memorias y relatos distintos: desde el
punto de vista de la tradición oral que dicen recuperar Botelli y Ríos en esta zamba,
se trata de una “invasión”; desde la perspectiva del revisionismo, sólo un paso más
necesario en el proyecto federal y de unión de los pueblos americanos que defendía el
caudillo catamarqueño.
La zamba compuesta por José Ríos y Botelli tuvo además varias “respuestas” po-
líticas y musicales: algunos intérpretes, por ejemplo, cambiaban la letra del estribillo
original, sobre todo el último verso que dice: “Felipe Varela viene matando y se va”
por este otro: “Porque Felipe Varela nunca mató por matar”.15 Entre las respuestas y
polémicas suscitadas, Eduardo Rosa en “El Quijote de los Andes”16 refuta los versos

13 Es importante tener en cuenta, aunque excede a los propósitos de este artículo, la portada de la partitura
editada por Lagos en la “Colección Canción Estampa” con pintura de Richard Pautasso. La figura del
unitario ofrece indudables asociaciones con el unitario representado por Enrique Breccia en la versión
historieta de “El matadero” de La Argentina en pedazos.
14 Grabada por Los Fronterizos en 1959.
15 Véase “Sobre la zamba Felipe Varela” [en línea] http://www.elortiba.org/Varela.html [consulta: 6 de
octubre de 2010], donde se menciona una versión de Fermín Chávez que refuta la zamba de Botelli y
Ríos y en la que aparecen los versos citados.
16 ROSA, José María “El coronel Felipe Varela y el Paraguay”, “Lanzas contra fusiles” y ROSA, Eduardo
“El Quijote de los Andes” [en línea] http://www.elortiba.org/Varela.html [consulta: 6 de octubre de
152 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

de la zamba. Por su parte, Félix Luna junto a Ariel Ramírez componen otra zamba,
titulada “Cuando Varela viene”. Como puede observarse, todo ello da cuenta de una
fuerte polemización no sólo en el campo del folklore. En palabras del compositor,17 la
letra de esta zamba recoge los recuerdos de los antepasados que vivieron la invasión
del caudillo el 10 de octubre de 1867 y que, relatados oralmente, forman parte de una
memoria colectiva. Tal como veremos más adelante, al igual que en el “Estilo de la
mala memoria”, el relato oral que rememora momentos históricos no forma parte de
la historia escrita, de los documentos, o de los hechos relevantes tomados por la his-
toriografía nacional. La zamba tuvo, por ello, diversas recepciones. Como recuerda el
mismo Botelli, en su momento los revisionistas lo criticaron puesto que la letra de esta
zamba muestra a Varela como invasor y “bandido”, en tanto el movimiento revisionis-
ta postula a los caudillos federales como héroes. La zamba en sí no menciona ni a uni-
tarios ni federales, simplemente da cuenta de cómo el paso de Varela por Salta afectó
la cotidianidad de un delimitado sector perdurando en la memoria cultural a través del
relato oral de los mayores. Es decir, cómo afectó concretamente la vida cotidiana de
un grupo de habitantes, desconocedores o no de las propuestas federales o bien a los
que poco importaba en todo caso la consecución del proyecto político ideológico que
Felipe Varela, en particular, o el federalismo en general, representaban.
La polémica con los historiadores revisionistas a raíz de la zamba “La Felipe
Varela” es significativa en tanto a través de ella se afirma un lugar de enunciación. En
“Salta, el 10 de octubre y Felipe Varela”, José Juan Botelli expresa:
“No tenemos por qué los salteños en un 10 de Octubre, reverenciar
otra memoria que la de esos defensores, caídos en 1867 en defensa
de la ciudad de Salta y su honra. Hoy parecemos avergonzados de
esa recordación. Hasta hace sólo sesenta años, miren ustedes cual-
quier diario salteño del 40 o del 45 y hallarán hasta fotografías; hasta
las escuelas iban al cementerio a rendir el mínimo homenaje de re-
cordación. Qué nos importa Felipe Varela, por más argentino que se
haya sentido en sus andanzas poco claras, máxime cuando no nos
dejó un solo recuerdo constructivo o siquiera grato. […] Aquí no
tenemos razones para venerar a Felipe Varela, mal que les disguste a
sus simpatizantes…”.18
El establecimiento de diferencias entre “ser salteño” y “ser argentino” expresa una
idea “separatista” que se manifiesta constantemente en otros discursos y prácticas en
Salta. Por otra parte, también se destacan cambios entre pasado y presente en torno a
la interpretación y valoración de este suceso. Mientras que en el pasado evocado se
evidencia el ejercicio de una memoria a través de actos destinados a mantenerla viva

2010].
17 Entrevista realizada en abril de 2009.
18 En Botelli, José Juan La sal de Salta, Gráfica Logos, Salta, 2007, p. 29.
Historia e identidad 153

y actual, en el presente se reclama el desconocimiento y la ausencia de tales recuerdos


y actos.
Sin embargo, es importante señalar que esa memoria estaría respondiendo a los
recuerdos y discursos construidos por las familias de elite; es decir, no se trata de una
memoria oral de base popular sino de los relatos que circularon en las tradicionales
familias salteñas sobre el accionar de Varela.

Retrato del “héroe”: en torno al valor simbólico de la gesta güemesiana


En los primeros años de la década de 1980 se editan dos composiciones de G. Le-
guizamón con letra de César Perdiguero: “Estilo de la mala memoria” y “La trova
de la Macacha” en las que también se manifiesta la relación entre pasado, memoria e
identidad.
Se trata de dos composiciones que no han sido, al menos hasta el momento,
interpretadas y grabadas; por lo tanto no se difunden y, en tal sentido, no repercuten
socialmente en la misma medida en que lo hicieran las zambas anteriormente anali-
zadas. A diferencia de ellas, estas canciones se producen en un momento en que el
folklore ya no genera la misma respuesta y en que la mayoría de los grupos e intér-
pretes adscriptos al novocancionerismo o aquellos más ligados al progresismo han
sido silenciados por la dictadura militar. Por lo tanto, la confrontación entre diversas
posturas y tendencias políticas e ideológicas aparece igualmente silenciada. Otras son
las condiciones de producción y recepción: la difusión está marcada por la censura,
las listas negras, las canciones e intérpretes prohibidos y muchos de los compositores
e intérpretes más relevantes del campo se encuentran en el exilio. En consecuencia, se
produce un alejamiento del público joven y se dan las condiciones para que aquellas
propuestas más afines a lo que C. Díaz denomina “paradigma clásico”19 se vieran de
alguna manera favorecidas, en tanto existen zonas de coincidencias entre éste y el
discurso oficial de esos años.20 El folklore en ese contexto se autopresenta como re-

19 C. Díaz define al paradigma clásico como “el conjunto de supuestos, convicciones y acuerdos que,
formados entre los años ’30 y ’40, son compartidos hacia los ’50 por los agentes sociales que integran
el campo del folklore […] Esos supuestos compartidos son los que permiten la distinción clara de las
producciones que forman parte del campo, es decir, son ‘folklore’, de aquellas que no lo son”. Díaz,
Claudio Variaciones sobre el…, cit., p. 117. Entre los rasgos y normas a partir de las cuales se juzga la
“legitimidad” cumplen un rol primordial el nacionalismo cultural en sus variantes y transformaciones
desde el Centenario, incluyendo al peronismo, y la “voluntad nacionalizadora” manifiesta tanto en los
artistas pioneros como en los folklorólogos, entre otros muchos factores que Díaz señala. Un exámen
más detallado, que excede a estas páginas, permitiría observar y evaluar la posición de cada uno de los
productores acá involucrados en tanto, más allá de algunas coincidencias, éstos no pueden identificarse
plenamente en el paradigma clásico, G. Leguizamón mucho menos que C. Perdiguero.
20 Cfr. GRAVANO, Ariel El silencio…, cit., pp. 183-185; DÍAZ, Claudio Variaciones…, cit., pp. 252-253.
Gravano habla de “crisis” y de elementos “retardatarios” y “negativos” en el folklore durante esos años
y de una menor difusión de la música popular y del folklore no sólo por la censura sino también porque
el Estado –paradójicamente– decide dejar en manos de empresas privadas multinacionales el aparato
de difusión de música. Díaz, por su parte, considera que se produce una doble fractura en el campo:
154 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

servorio de la nacionalidad frente a otras propuestas musicales que se conciben como


“foráneas” ante lo propio, la más significativa de ellas, el rock.
En ese contexto estas letras pueden leerse como una nueva avanzada conserva-
dora: hacia la figura más emblemática de la salteñidad, la del general Martín Miguel
de Güemes, y su hermana Macacha. En tal sentido podría hablarse de la puesta en
texto, en un caso, del discurso identitario de la salteñidad que toma como emblema a
la gesta guemesiana y, en el otro, del discurso identitario de la hispanidad en Salta en
la “Trova de la Macacha”.
Editado en 1981 por Editorial Lagos, el “Estilo de la mala memoria” responde a
una forma musical muy antigua, nada común en el contexto de las formas explotadas
en el marco del folklore moderno, conformado mayoritariamente por zambas y cha-
careras, y excepcional en el conjunto de las composiciones de Leguizamón.21 El estilo
pertenece al tipo genérico de la canción; por lo tanto, a diferencia de la mayoría de las
formas musicales del folklore, no es una danza. Es un género típicamente pampeano;
sin embargo, posee algunas coincidencias con el género que en el espacio andino se
conoció bajo la denominación de “triste” y que circuló en Argentina durante el siglo
XIX en los salones románticos. También se lo denominó “décima”, ya que las estrofas
del texto por lo general presentan versos en décimas aunque también pueden ser cuar-
tetas octosílabas. La forma de ejecución estaba a cargo de un solista o de dos voces
con acompañamiento de guitarra.22
Este estilo de Leguizamón y Perdiguero no presenta versos en décima sino octo-
sílabos y por sus características líricas consideramos que se vincula más con el triste
que se cultivó en Perú y Bolivia. Una de esas características consiste en el tono de
lamento y la abundante utilización de interjecciones de dolor. Por lo tanto, es la forma
misma –y no sólo la construcción semántica– la que nos remite al pasado, al siglo
XIX y a la circulación de este tipo de canciones en el contexto de las guerras por la
Independencia.
Otra particularidad significativa del “Estilo de la mala memoria” de Leguizamón
y Perdiguero es que la letra construye acabadamente la figura del héroe, pero sin
nombrarlo. En esta composición, a diferencia de la canción de homenaje a Chacho
Peñaloza, se omite el nombre del caudillo. Por lo tanto, se apela a un receptor que
reconstruya las señas que permiten descubrir de quién se está hablando, o bien que
comparta un tipo de conocimiento en el seno de una comunidad e intuya que el caudi-

por un lado, por el exilio y la separación de los artistas con las organizaciones populares; por otro, por
la imposibilidad de acceder a los mecanismos de difusión y consagración. Así también considera que
existen “zonas de coincidencia entre los rasgos estéticos y políticos del paradigma clásico y los del
discurso autoritario de censura” (p. 247).
21 Otro estilo compuesto por Leguizamón es el “Estilo de los oficios” con letra de Walter Adet.
22 Cfr. Gómez García y RODRÍGUEZ, Victoria Música latinoamericana y caribeña, Pueblo y Edu-
cación, La Habana, 1995, pp. 257-258.
Historia e identidad 155

llo que vuelve a Salta “sentido por el desaire que le hicieron los porteños” es Martín
Miguel de Güemes.
La canción, como todo texto artístico, explota esta ambigüedad y sólo ofrece
algunos datos que posibilitan la reconstrucción de los silencios, ausencias y desplaza-
mientos de sentido. Se hace necesario, por lo tanto, realizar una reconstrucción doble:
por un lado, de la situación o historia enunciada y, por otro, del momento y lugar de
enunciación, es decir, sus condiciones de producción.
Al respecto se pueden señalar al menos dos situaciones fundamentales: la dicta-
dura militar y la inminente guerra de Malvinas con la emergencia del sentimiento na-
cionalista y “patriótico” que la misma provoca. Pero sobre todo nos interesa destacar
el lugar primordial que la figura de Güemes y la gesta güemesiana representan para el
discurso identitario de la salteñidad.23
Como mostró Zulma Palermo, se trata de un proceso de construcción de la me-
moria local en el que la figura de Güemes nuclea un sentimiento de pertenencia e iden-
tificación con la “Patria chica” –Salta– equidistante de las construcciones nacionales
que queda diseñado en la escritura de Juana Manuela Gorriti a fines del siglo XIX.24
Ante la ausencia de retratos de la persona Güemes, pervive en cambio la imagen le-
gada por la escritura literaria que, de esta manera, funda y da forma a un imaginario.
Junto a esta escritura, en ese proceso de construcción de la memoria juega un rol
fundamental el discurso historiográfico que, también a fines del siglo XIX, retoma la
figura y gesta del caudillo para ofrecer la versión local de la historia de la Independen-
cia Argentina, confrontando la versión oficial de la hitoriografía mitrista.
Un indicio más de que en Salta la figura de Güemes fue revalorizada recién a
fines del siglo XIX y principios del siglo XX por los sectores de elite que se apropian
de la gesta guemesiana y construyen su valor simbólico, es que el cancionero popular
de Salta –recopilado por Juan Alfonso Carrizo– no registra ningún cantar en torno a
la figura de Güemes o que remita a sus hazañas. En otros cancioneros, en cambio, hay
ejemplos abundantes de coplas y cantos destinados a destacar las hazañas y virtudes
de Facundo Quiroga, Chacho Peñaloza, Felipe Varela o Manuel Dorrego. Si los canta-
res anónimos y populares no registran las hazañas del caudillo, en cambio, es la elite
la que construye la heroización de su figura y la reproduce a través de diversos discur-
sos y prácticas. Simultáneamente, en ese movimiento produce una equiparación entre
la historia de Salta y la del sector dirigente que se autodenomina “gente decente”.

23 En la instancia final de redacción del presente artículo salió publicado un trabajo que recorre el proceso
de heroización de Güemes y su valor para el discurso identitario de la salteñidad. Ver VILLAGRÁN,
Andrea “‘El héroe gaucho’, Historia y representaciones sociales en el proceso de construcción del
héroe Güemes”, en ÁLVAREZ LEGUIZAMÓN, Sonia –compilador– Poder y salteñidad. Saberes,
políticas y representaciones sociales, CEPIHA, Salta, 2010.
24 PALERMO, Zulma “Juana Manuela Gorriti: escritura y legado patrimonial”, en ROYO, Amelia –coor-
dinadora– Juanamanuela, mucho papel, Ediciones del Robledal, Salta, 1999, pp. 111-150.
156 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

El “Estilo de la mala memoria” recoge y apoya, refutando los relatos de la histo-


ria oficial, las versiones ofrecidas por la historiografía salteña de principios del siglo
XX a través de las voces de sus principales exponentes. Reproduce, de esta manera, el
imaginario en torno a Güemes y la fundación de la “Patria chica” y su valor simbólico
como referente identitario. En tal sentido es importante señalar que César Perdiguero,
el autor de la letra, fue periodista, cronista, impulsor de festivales folklóricos como la
Serenata a Cafayate y miembro del Instituto San Felipe y Santiago de Investigaciones
Históricas fundado en 1937 por monseñor Tavella y dirigido por Atilio Cornejo. En
cuanto al compositor de la música, Gustavo Leguizamón, hizo pública y notoria su
admiración por Güemes, rasgo que puede señalarse como “típicamente salteño”.
El hermetismo de la canción exige también la reconstrucción de la historia eli-
dida. Para ello uno de los pocos datos o pistas que se ofrece es la mención en el es-
tribillo de Eduardo Gauna, personaje que, a diferencia de lo que ocurre con Güemes,
es totalmente desconocido y, él sí, apenas recordado. En el texto, el silencio sobre
Güemes junto a la denominación por nombre y apellido de este otro sujeto intensifica
aún más la ambigüedad y la polisemia: el caudillo dolido puede ser Güemes o bien
cualquier otro, como Eduardo Gauna, que actuó como capitán al mando de Güemes
en la Batalla de Suipacha.
Las dos primeras estrofas presentan a un sujeto decepcionado por motivos que
luego se irán develando: “Sentido por el desaire que le hicieron los porteños vuelve
de arriba el caudillo”. La segunda estrofa comienza refiriendo: “Dolido piensa en
Suipacha”. Los calificativos “sentido” y “dolido” van configurando a este sujeto del
enunciado, el caudillo, caracterizado como líder desairado, ignorado y no reconocido
oficialmente y al cual se opone un sujeto otro, colectivo, los porteños. La canción no
trata de sus hazañas sino, fundamentalmente, del olvido y la necesidad de restablecer
aquello que fue ignorado por la historia oficial mitrista.
En setiembre de 1810, siendo gobernador de Salta Feliciano Chiclana, Eduardo
Gauna fue nombrado jefe de las milicias que serían incorporadas en el Ejército Expe-
dicionario al Alto Perú al mando de Antonio González de Balcarce. En ese momento
las milicias no eran unidades profesionales del Ejército sino grupos armados locales
que se incorporaron en el Ejército del Norte; con la designación de Gauna queda des-
plazado el sargento nombrado por los propios milicianos salteños, entre quienes exis-
tía la tradición de elegir a sus propios jefes. Este nombramiento constituye, entonces,
una forma más en la que se manifiestan los roces y conflictos entre el poder local y el
rioplatense, ya que tanto el gobernador Feliciano Chiclana como Eduardo Gauna son
designados en sus funciones por la Junta de Buenos Aires y –es de suponer– respon-
den a sus intereses.25 Esta compleja red de relaciones de poder y subordinación, y los
conflictos de intereses políticos que ocasiona son, significativamente, “borrados” en

25 MATA de LÓPEZ, Sara “Guerra, militarización y poder. Ejércitos y milicias en Salta y Jujuy. 1810-
1816”, en Anuario IEHS, núm. 24, Tandil, 2009, p. 284.
Historia e identidad 157

la canción. En ella, Eduardo Gauna no aparece como un representante de los intereses


porteños sino locales, ya que finalmente ambos –Güemes y Gauna– forman parte del
mismo silencio y olvido. En cambio, la oposición entre salteños y porteños se enfatiza
desplazando el acento político e ideológico hacia un terreno más subjetivo: el caudillo
se siente dolido y desairado por la falta de reconocimiento a su actuación en la Batalla
de Suipacha. Se presenta entonces, en principio, el ejercicio de la memoria como el
deber de restablecer un “orgullo herido” por el desaire de los “porteños”. De acuerdo
a la canción, esta oposición y distinción de colectivos contrapuestos dentro del “ser
nacional” ya resulta claramente perceptible en épocas tan tempranas como las guerras
de Independencia.
La Batalla de Suipacha tuvo lugar el 7 de noviembre de 1810, y fue el primer
triunfo militar en la naciente Argentina meses después de producida la Revolución de
Mayo. Su objetivo era contener a los realistas cuyo poder se centraba en el Alto Perú
y a la vez expandir el ideal independentista a las provincias alto peruanas. Tal como
señalamos antes, la controversia enunciada en la canción de Leguizamón y Perdiguero
es la falta de reconocimiento hacia la labor del caudillo por parte del gobierno revo-
lucionario en Buenos Aires y, sobre todo, su ausencia –la negación de su figura y de
su accionar– en el parte de guerra redactado por Juan José Castelli. Semánticamente
entonces, la canción se hace eco de una “historia” contada, de una tradición que, pri-
mero oralmente y luego sumamente explotada por la historiografía local, se encargó
de ponderar la participación de Güemes en la Batalla de Suipacha, silenciada por el
documento oficial del parte de guerra, y el rol de esta Batalla y del héroe salteño en
la consecución de la Independencia Argentina. La situación que presenta la primera
estrofa, y que es necesario reconstruir, es la siguiente: en 1811, estando Güemes en
Potosí y luego de la victoria en Suipacha y del silencio en el parte de guerra sobre su
participación, la Junta de Buenos Aires decide la disolución de las milicias coman-
dadas por Güemes y éste es enviado nuevamente a Salta sin reconocimiento alguno.
La explicación que la historiografía salteña dio a este acontecimiento, y que esta
obra musical reproduce, es simple: los “porteños” ignoraron la labor de Güemes y,
de esta manera, no sólo intentaron coartar la carrera del salteño sino que, además,
restaron valor al rol que tuvo Salta en el proceso independentista.26 Este argumento y
reclamo se alza en las voces de Atilio Cornejo, Bernardo Frías, Luis Güemes y Martín
Gabriel Figueroa Güemes27 –entre algunos de los historiadores locales más relevantes
de la primera mitad del siglo XX– junto a la conclusión de que también por este moti-

26 Esta explicación y sus ecos aún resuenan, por ejemplo, en los debates sobre si debe considerarse a Güe-
mes como héroe nacional –a la altura del valor simbólico que detentan San Martín o Belgrano– sobre el
feriado que rememora su fallecimiento que es sólo provincial, sobre el conocimiento de su figura más
allá de Salta.
27 Véase, por ejemplo, Cornejo, Atilio Historia de Güemes, Agrupación Tradicionalista “Gauchos de
Güemes”, Salta, 1983 [1945]; Fernández, María Cristina “Batalla de Suipacha” [en línea] http://
www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/indeguemes2.htm [consulta: 18 de junio de 2010]; Güemes,
Luis Güemes documentado, Tomo 1, Plus Ultra, Buenos Aires, 1979.
158 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

vo y por la inacción de los altos jefes al mando del Ejército se perdieron las provincias
alto peruanas de Cochabamba y Tarija, entre otras. Lo interesante es advertir también
las fuentes a las que se recurre para construir y fundamentar estas interpretaciones: se
trata siempre de los testimonios de contemporáneos, del decir de aquellos que parti-
ciparon de la batalla y que se fue transmitiendo a las generaciones posteriores; even-
tualmente, estos testimonios orales se refuerzan académicamente con los escritos de
historiadores bolivianos. Desde allí se confronta abiertamente con la historia nacional
escrita por Bartolomé Mitre. Se infiere así la emergencia de tensiones, por un lado,
con los documentos oficiales y, por otro, con una forma de relatar la historia.
De esta manera, la composición musical da cuenta de la actualización de una
memoria que, sin haber quedado registrada en los documentos oficiales, opera como
una “verdad” que ha sido negada y que, por este motivo, ocasiona toda una serie
de desencuentros entre Buenos Aires y el interior del país. Se configuran dos voces:
por un lado, la del documento oficial redactado en el Río de la Plata, en el que no se
menciona la valiosa actuación de Güemes en esta batalla; por otro, la voz del relato no
oficial que opera con valor de una “verdad” que ha sido negada y ocultada. Frente a
una “verdad”, que es la del combate, el fuego, la sangre y los testimonios de quienes
la vivieron, la otra “verdad”, la del documento, la que queda registrada en letras de
molde. Las dos voces antes mencionadas se corresponden a su vez con dos tipos de
escritura: por un lado, la escritura de las lanzas, por otro, la escritura del documento
oficial que actúa como borradura de la primera. Podríamos incluso inferir que se esta-
blece así un contrapunto entre lo real y la construcción de lo real en el documento. Se
señala así no sólo que esa construcción es discursiva, sino sobre todo que la versión
oficial intencionalmente manipula, oculta y opaca los hechos.
El estribillo refuerza esta contraposición de dos discursos evaluados por la escri-
tura en términos de “buena”/ “mala” memoria: por un lado, aquella que recuerda la
escritura de las lanzas, voces y cuerpos en la batalla; por otro, aquella que se evalúa
como “mala memoria” y es la que recupera el documento oficial:

“¡Ay, ay! la mala memoria


Ay, sangre de Eduardo Gauna
pregúntenle a los godos
lo que sucedió en Suipacha”.

La cuarta estrofa enfatiza esta idea de la “mala memoria” que provoca el “asombro
de los salteños” porque “lo que escribieron sus lanzas lo borraron los porteños”. Ya
que el documento oficial nada dice, la canción apela a la voz de los otros actores, en
este caso, a los vencidos: “pregúntenle a los godos lo que sucedió en Suipacha”. Es
significativo que el colectivo “porteños” se configure en el texto como el principal
grupo opositor: son ellos los que provocan el “desaire”, son también los que ignoran,
en fin, son los que se perciben como “enemigos”, en este caso de una “verdad”. En
Historia e identidad 159

cambio los “godos”, enemigos en la guerra, se presentan acá como “aliados” en el


establecimiento de esa verdad, a los que se apela como “testigos” de este caso –ya
que ellos han sido los que sufrieron directamente las consecuencias de estas batallas.
El otro testigo murió en la batalla: una de las pruebas de la decisiva participación de
Güemes en Suipacha es que todas las bajas estuvieron en su cuadrilla, entre los que
muere Eduardo Gauna.
Sin embargo, el conflicto no enunciado, tanto por la canción como por las expli-
caciones de la historiografía salteña, es el que se vislumbra entre los jefes locales y
los mandatos del poder central. Nada se dice de cómo actúa Güemes, ya que si bien
es cierto que demuestra el valor y la osadía necesarias para ganar una batalla decisiva
que encima se estaba perdiendo, también es cierto que actúa por cuenta propia, sin
recibir órdenes de superiores, lo cual sabemos es totalmente inadmisible en las rígidas
convenciones que funcionan en una institución tan jerárquica como la militar. Güe-
mes, además, llevó adelante una forma de guerra especial y diferente a las estrategias
convencionales del ejército, denominada “guerrilla”, que básicamente consistía en el
ataque sorpresivo al enemigo y que basaba su superioridad en el conocimiento del
terreno. Por lo tanto, se infieren todos esos conflictos internos a las jerarquías militares
y en especial entre el poder de los jefes locales versus los jefes del Ejército designados
desde Buenos Aires.
La cuestión del olvido y la necesidad de subsanar el mismo a través de un ejer-
cicio de “memoria” es el eje de sentido que estructura el texto: la memoria como
proceso selectivo de aquello que se recuerda y aquello que se olvida, se esconde o se
niega, y el ejercicio de la memoria como acto político en sentido amplio. En este caso
se califica la negación de ciertos hechos o su ocultamiento como una “mala” memoria
con lo cual se presupone que la “buena” es aquella tradición que recoge el accionar de
Güemes y sus gauchos en esas batallas. Esta dinámica pone de manifiesto una volun-
tad de “hacer justicia”, de escribir aquello que quedó borrado; estamos entonces no
sólo ante la reiterada confrontación entre Buenos Aires y el interior sino, sobre todo,
ante una lucha por determinar quién detenta el poder discursivo: quién cuenta la histo-
ria, cómo, desde dónde y para quiénes. Esta confrontación revela además una cuestión
fundamental en la conformación de las subjetividades relacionada con el lugar –no
sólo geográfico sino sobre todo ideológico– desde el cual se produce y distribuye
el conocimiento. La construcción de la historia “nacional”, producida desde Buenos
Aires y distribuida al resto del país, es debatida y refutada en este texto. Leemos en él
una explícita voluntad de recordar, referir y dar una versión “otra” de los hechos que
se construye con valor de “verdad”.28

28 Esto no significa que efectivamente lo sea; ni siquiera que tenga una correspondencia absoluta con
hechos concretos y materiales de la realidad. Lo que intento demostrar a través de este análisis son los
sentidos que el texto construye a través del lenguaje y su adhesión a versiones y presupuestos también
sostenidos por la historiografía local a través de Bernardo Frías, Atilio Cornejo y Figueroa Güemes,
entre otros.
160 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

De esta forma, la letra de esta canción da cuenta de la existencia de una “me-


moria” que se opone y se enuncia explícitamente como contraria a las construcciones
de la “historia oficial” respecto a la actuación del héroe local, Güemes, y los gauchos
bajo su mando en las guerras de la Independencia. El conflicto de intereses entre los
distintos grupos textualizados (españoles, porteños, guerreros y militares locales) y,
en particular, la confrontación como producto de los designios porteños impuestos
sobre el espacio local, se presenta en el “Estilo de la mala memoria” como una tensión
entre la identificación con lo hispánico y/o con los ideales independentistas. Se lee
así una resistencia a considerar como “capital” y centro de poder a Buenos Aires y la
continuidad de un sentimiento de pertenencia al espacio andino.
No sólo respecto al relato de los hechos se toma distancia de “los porteños” sino
que también los espacios que la escritura construye marcan una oposición con Buenos
Aires en tanto el espacio de referencia, a través de la oposición arriba-abajo, define
la pertenencia de Salta al espacio andino. Ese espacio construido como territorio de
pertenencia es el que en la canción queda definido como un “arriba”, dentro del cual
Salta se ubicaría “abajo”.
Por su parte, la dinámica entre recuerdo/olvido pone de manifiesto cómo opera
la memoria cultural, intentando preservar aquello que se considera valioso, pero a
la vez olvidando, borrando o yuxtaponiendo momentos diferentes. En la canción se
condensan –aunque se trate de diferentes instancias y respondan a circunstancias dis-
tintas– múltiples silencios y ausencias en torno a Güemes: del parte de guerra primero,
de la historiografía mitrista luego, del cancionero popular, a lo cual se yuxtapone la
práctica del hablar sesgado instaurada por el mecanismo de la censura imperante en el
momento de producción y que atraviesa todas las prácticas discursivas.
Finalmente, queremos destacar la ambigüedad en torno al valor simbólico que
detenta la gesta guemesiana. La apropiación de la figura y actuación de Güemes reali-
zada por la elite salteña a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, oculta y olvida
que en su momento fueron también algunas facciones de la elite quienes lo combatie-
ron o se opusieron a su proyecto, en tanto los intereses del caudillo afectaban en forma
directa los intereses –políticos y económicos– de las clases dominantes. Se observa
así claramente cómo opera la tradición selectiva en la reconstrucción del pasado, en
este caso desde los grupos e intereses hegemónicos.
La construcción del héroe y su cristalización en figura de bronce es precisamente
la que no permite ver toda la compleja red de intereses contrapuestos, conflictos y
tensiones que hacen a la historia de Salta, a toda historia, no sólo a ésta. Así, si por
un lado la figura de Güemes nos remite a los valores tan exaltados en Salta de lo
“propio”, la “salteñidad” y las “tradiciones” pero, por otro, permite una apropiación
(o construcción) diferente y alternativa de su valor simbólico: interpretando el sentido
revolucionario, libertario y hasta osado de sus acciones para con la elite; actualizan-
do el sentido de la guerra de guerrillas, es decir, sacándole el sesgo demonizado que
le dejó el periodo de la dictadura militar, y poniendo en valor el sentido de aquellas
Historia e identidad 161

luchas guiadas por objetivos políticos e ideológicos concretos. Sería ésta otra apropia-
ción, otra definición del capital simbólico en disputa; es decir, una incorporación al-
ternativa que, de todos modos, es siempre selectiva y realizada desde un presente. Lo
mismo puede decirse respecto a la actualización de las disputas entre unitarios y fede-
rales, o a la reivindicación de figuras como las de Chacho Peñaloza y Felipe Varela.

El hispanismo: la trova o el amor en tiempos de guerra


También con letra de César Perdiguero y música de G. Leguizamón, en 1981 se publi-
ca “La trova de la Macacha”. Ya el título nos da un indicio de que se trata de una forma
musical ajena al repertorio típico del folklore moderno. Trova remite, simultáneamen-
te, a la canción lírica medieval y a lo que se dio en llamar por las décadas de 1960 y
1970 en Cuba y en 1980 en Argentina –particularmente en Rosario– la “nueva trova”.
Trovador es el cantautor, aquel que tiene algo para decir y que lo hace mediante la
poesía cantada. Ésta es una canción de amor, y por su definición genérica hunde sus
raíces en una remota tradición de la canción en la Europa medieval.
El texto delimita dos voces bien diferenciadas: la del trovador que canta a Ma-
cacha y la del yo –nuevo trovador– que canta tratando de evocar ese pasado y de
reconstruir una historia de amor que, irremediablemente, se pierde. La diferencia de
enunciación se establece por el uso de deícticos y tiempos verbales. El yo que evoca
esa canción aclara que la trova que hoy canta es la misma que cantó “el misterioso
y dulce soldado enamorado” con “acento español” bajo la ventana de Macacha. La
canción por tanto no es de su autoría, sino de aquél que “fue hacia la muerte por tu
desdén herido, el que murió glorioso, pronunciando tu amor”. Los verbos, a excepción
del primer verso en el que se establece la acción de cantar, están en tiempo pasado:
enredó, cantó, nombraba, iba. La voz del cantor, trovador, en cambio establece un aquí
y un ahora “Aquí traigo Macacha”, “Aquí te dejo”, “Quiero adornar tu reja con mi
copla de España”, “te bendigo al partir”. Este yo, además, no nombra su canto como
trova sino como copla y llama a su destinataria “dulcísima enemiga”.
Esta historia de amor puede pensarse incluso como un sentimiento de filiación
con lo hispánico, manifiesto también en el legado de un patrimonio cultural de la
copla y de la música. Esa trova española se conecta con el canto actual, marcando
una identidad-continuidad en el tiempo: esta canción es aquella que cantó el soldado
hace más de un siglo. El texto construye la percepción de que la memoria puede re-
construirse a través del canto y que lo que cambia no es esa forma musical sino las
condiciones de su ejecución y escucha, sus destinatarios.
Como puede observarse, las dos obras de Leguizamón con letra de Perdiguero
editadas en 1981 presentan la particularidad de pertenecer al género de la canción, –no
de la danza– de actualizar momentos significativos de la historia local, y de estructu-
rarse en formas musicales como la trova y el estilo que son excepcionales dentro de
la obra de Leguizamón.
162 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

A modo de conclusiones
Las canciones analizadas dan cuenta, en todos los casos, de una mirada hacia el pasa-
do que implica tomas de posición de los sujetos que enuncian –dónde, cómo, cuándo
lo hace– y de las selecciones que realizan. Así, la reconstrucción de ciertos sucesos
que se consideran significativos o paradigmáticos se realiza siempre desde un presen-
te, desde un posicionamiento político-ideológico que simultáneamente se funde con
situaciones y problemáticas contemporáneas a su momento de producción.
Estas construcciones discursivas retoman momentos significativos de la historia
–local y nacional– desde una enunciación situada a mediados del siglo XX, y en ese
movimiento generan transformaciones o desplazamientos que simultáneamente infor-
man del momento histórico y político de su momento de producción, no sólo sobre
opciones estéticas sino también ideológicas y políticas –del productor o, en general,
de los discursos que la canción incorpora, ya sea reproduciendo valores conservadores
o bien cuestionando o propiciando otras formas de mirar y de construir nuevas repre-
sentaciones de lo local.
Los dos cortes cronológicos en que se organizó el corpus permiten observar sig-
nificativas diferencias tanto en la mirada hacia el pasado como también en las trans-
formaciones acaecidas en el campo del folklore. Así, mientras a fines de los años 1950
y principios de los 1960, en un contexto de pugnas discursivas políticas e ideológicas
el héroe retratado es Chacho Peñaloza, a inicios de los años 1980, en cambio, en otras
condiciones de producción y recepción, resurgen con fuerza los íconos más conser-
vadores de la salteñidad vinculados a los discursos del hispanismo y de la oligarquía
local.
En las letras las oposiciones entre nosotros/otros, nosotros/ellos, propio/ajeno,
pertenencia/extranjería, en su reiteración van dando cuenta de la construcción de un
territorio y de un sentimiento de pertenencia que toma forma en los discursos. Las
canciones analizadas no responden a una idea homogénea de lo nacional; por el con-
trario, el “Estilo de la mala memoria” enfatiza la pugna y diferencia entre “porteños”
y “salteños”, una rivalidad que el texto de la canción sitúa en los momentos “funda-
cionales” de la Patria. La confrontación entre Buenos Aires y el interior del país, en
este caso Salta, se manifiesta como una pugna entre proyectos políticos diferentes y
entre dos formas distintas de construir el relato de la historia local. En la “batalla”
por los signos y el control por la memoria se enfrentan, por un lado, los designios e
intereses porteños y, por otro, los intereses y necesidades locales; un contrapunto en-
tre la versión oficial de los hechos que se redacta en Buenos Aires, y la versión local
que perdura a través de relatos que las canciones retoman y actualizan. Sin embargo,
como señaláramos antes, es importante destacar que tanto “La Felipe Varela” como
el “Estilo de la mala memoria” estarían respondiendo a una memoria oral construida
por las familias de elite.
Así también, en el “Estilo de la mala memoria” y “La trova de la Macacha” se
textualiza una compleja tensión entre la identificación con el espacio andino y el pro-
Historia e identidad 163

yecto nacional construido desde Buenos Aires, por un lado y, por otro, el sentimiento
de pertenencia con la cultura hispánica (sobre todo a través del legado musical dado
por la copla y la “trova”). Esto a su vez se complementa con la afirmación de perte-
nencia a un espacio y una cultura propias que en muchos casos se distancia de lo que
se ha construido como “lo nacional”,29 como se observa claramente en “Estilo de la
mala memoria” y con mayor virulencia en “La Felipe Varela”.
El espacio y las subjetividades locales se delimitan a través de ese sentimiento de
diferencia y de pertenencia que se manifiesta en la enfatización de ciertos caracteres,
tradiciones, leyendas, formas de ser, hablar y cantar. La exaltación de dicha diferencia
es lo que se dio en llamar la “salteñidad”. De esta manera, el análisis permitió distin-
guir los discursos que contribuyen a la construcción de la salteñidad convalidando la
legitimidad de los grupos dominantes y la forma en que las representaciones discursi-
vas colaboran en la definición de una “tradición gauchesca”, tan cara a los discursos
identitarios locales.

29 Aunque tal vez esta interpretación sea un poco audaz, creemos leer en esta canción la emergencia de
una idea separatista que luego se expresó con fuerza en el primer gobierno democrático en Salta, cuyo
gobernador –peronista– fue Roberto Romero. Esta idea se sustentaba sobre la posibilidad o necesidad
de autonomía de Salta respecto al conjunto nacional.
Entre dos Centenarios:
construcción de identidades
y representaciones sociales en el teatro salteño

GRACIELA BALESTRINO
MARCELA SOSA

N
os proponemos analizar identidades políticas y representaciones sociales en
el teatro de Salta1 –que es el que se hace en dicho espacio sociocultural– en el
periodo comprendido entre los dos Centenarios (ca. 1910-2010), es decir, que
el concepto teatro de Salta abarca la práctica que se inicia generalmente en la escritura
y termina en la representación, por lo cual, aunque trabajaremos mayoritariamente
con textos dramáticos producidos en el microespacio salteño, incluimos también una
puesta en escena de un dramaturgo de trascendencia nacional.2 El proceso de dichas
representaciones, con sus cambios y permanencias, se relevará a través de la indaga-
ción de imágenes de la identidad cultural y de la memoria colectiva, inscriptas en un
discurso cultural específico como es el teatro.
Otra cuestión que se advierte es la problemática que suscita la doble temporalidad
de nuestro objeto de estudio. El tiempo de la ficción que abarca el corpus selecciona-
do es mucho más amplio que el lapso entre los Centenarios, pues focaliza de manera
singular puntos de inflexión o instancias clave en la conformación de construcciones
identitarias en el arco temporal que se extiende desde la colonia hasta el presente. Esto
se verá más claramente en el siguiente esquema que subsume ambos ejes temporales
en los textos que consideramos nucleares para los objetivos antes enunciados:

1 El presente trabajo, si bien se nutre en parte de la sostenida investigación de las autoras –que dio como
fruto la escritura de la primera historia del teatro de Salta (siglos XX y XXI) hasta este momento– y de
numerosos artículos sobre textos dramáticos o espectaculares de la escena salteña, es el resultado de
una nueva mirada sobre dicho objeto de estudio desde la perspectiva de las representaciones sociales e
identitarias que surgen del PICTO UNSa N° 36715/08-09.
2 Esta excepción se justifica por dos razones: el teatro no es sólo texto dramático, por lo cual en el texto
espectacular también se inscriben significaciones y representaciones identitarias; además, por la re-
levancia de la puesta en escena local de Barcelona, 1922 del reconocido dramaturgo Alejandro Finzi
(Buenos Aires, 1951), realizada por el director y teórico teatral salteño José Luis Valenzuela.
166 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Tiempo histórico
Año* Texto Autor o Director
ficcional
El campamento de los
Colonia 1953 C. Matorras Cornejo
cobardes
Guerras de
1926 La tierra en armas J. C. Dávalos-Serrano
Independencia
ca.1955 Eso que se llama Patria C. Matorras Cornejo
Primer Centenario 1914 El limbo J. Castellanos
El Peronismo 1953 Tan sólo el monte lo sabe C. Matorras Cornejo
1941 Ña Eloisa, la curandera C. Xamena Lomba
1950 Pacha-Mama A. R. Sirolli
Dictadura 1976 Esteco F. Mateo
Democracia 1985 Barcelona, 1922 J. L. Valenzuela
1990 El espión J. Ahuerma-D.Sorich
2002 En un azul de frío R. Monti
2004 Queso de cabra C. Müller

∗ Año: Generalmente remite a la fecha de escritura y/o publicación del texto dramático; en otros
casos, consignamos fecha de estreno, como se aclarará en los respectivos apartados.

Del cuadro anterior se infiere, además, que la mayoría de los textos plantean una re-
elaboración ficcional posterior al tiempo que aquellos referencializan. Por tanto, en el
trabajo se hará evidente la fricción entre la temporalidad de la historia efectivamente
acaecida y la de la historia que recrea la ficción teatral,3 lo que además implica atender
a la reconstrucción contrastiva de los contextos en contacto (el histórico y el de pro-
ducción escritural) y de las representaciones sociales respectivas. Este roce discursivo
entre las temporalidades mencionadas producirá saltos y discontinuidades en la línea
cronológica, como se aprecia al yuxtaponer las dos primeras columnas del cuadro, que
deben ser confrontadas por el lector/espectador.
Finalmente, la exposición del tema, por su complejidad temporal, necesariamen-
te nos obligaba a elegir uno de estos criterios: el año de escritura o puesta en escena,
o el tiempo de la ficción. Hemos privilegiado este último porque reordenar ese zigzag
temporal implica visualizar los cambios en las construcciones identitarias y represen-
taciones sociales objeto de nuestro estudio, que se producen en periodos significativos
de la historia argentina, que se exponen según este ordenamiento:

3 Los casos en que se produce una sincronía entre el horizonte de escritura y el tiempo de la ficción son:
El limbo; Ña Eloisa, la curandera; Pacha-Mama; Tan sólo el monte lo sabe, El espión –drama que ma-
nifiesta una oscilación temporal que se explicitará en el apartado correspondiente– y Queso de cabra.
Entre dos Centenarios 167

1. Expedición al Chaco Gualamba (1774) e identidades en conflicto en El campamen-


to de los cobardes.
2. Imaginario patriótico y guerras de Independencia en la frontera norte: La tierra en
armas y Eso que se llama Patria.
3. En torno al Centenario: ideología y representaciones identitarias en El limbo.
4. Nativismo y proyecto nacionalista: Ña Eloisa, la curandera; Pacha-Mama, Tan
sólo el monte lo sabe.
5. Metáforas urbanas de la dictadura: Esteco y Barcelona, 1922.
6. Acerca de la memoria y de la identidad silenciadas: El espión, En un azul de frío y
Queso de cabra.

Expedición al Chaco Gualamba (1774) e identidades en conflicto en


El campamento de los cobardes4
La dramaturgia de Carlos Matorras Cornejo –conservada en su totalidad y hasta ahora
publicada en forma parcial– adquiere relevancia por su lograda factura y por proble-
matizar procesos identitarios del ámbito local y nacional.5 Tres de sus ocho piezas
dramáticas tematizan la cultura regional, como acontece en El campamento de los
cobardes y Tan sólo el monte lo sabe. Pero al margen de distinciones entre lo cosmo-
polita y lo local, la ideología inscripta en su producción muestra una tensión entre la
díscola conformidad del escritor con los valores de su clase social de pertenencia y
la justificación de las reivindicaciones del Otro, sea indio, gaucho, escritor fantasmal
y periférico, aunque la opción del sujeto textual siempre se resuelve a favor de estos
últimos, como se mostrará seguidamente.
El campamento de los cobardes (1955)6 exhibe dos espacios culturales enfren-
tados, mostrando las aristas más visibles del sometimiento que padecieron los aborí-
genes chaqueños durante la colonización española. La acción acontece en 1774 en el

4 Este apartado del artículo reescribe la ponencia de BALESTRINO, Graciela “Memoria histórica, orali-
dad y escritura en El campamento de los cobardes de Carlos Matorras Cornejo”, en IX Jornadas Regio-
nales de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, UNJu, 2008 y publicada en Cuadernos de
Humanidades, núm. 19, Universidad Nacional de Salta, 2009, pp. 111-121. También retoma y profun-
diza algunos planteos de BALESTRINO, Graciela “Una visión contrahegemónica de la conquista del
Gran Chaco”, en BALESTRINO, Graciela y SOSA, Marcela –selección y estudios críticos– 40 años
de teatro salteño (1936-1976). Antología, Inteatro, Colección Historia Teatral, Buenos Aires, 2008, pp.
205-209.
5 Matorras Cornejo (1908-1961) descendía de Jerónimo de Matorras, gobernador del Tucumán, y su
familia era terrateniente en Anta. Como abogado se desempeña en distintos cargos jerárquicos, entre
ellos Juez de Primera Instancia en lo Civil. A partir de 1943 renuncia y se dedica a la escritura en forma
casi absoluta (ARIAS, Leonor; PARRA, Mabel y SAICHA, Susana Carlos Matorras Cornejo. Una
escritura en los márgenes, UNSa, Salta, 2000).
6 A partir de aquí lo mencionaremos con la sigla ECC. Utilizamos la edición crítica y anotada –hasta
ahora la única– que figura en BALESTRINO, Graciela y SOSA, Marcela 40 años de teatro salteño…,
cit., pp. 213-251.
168 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Chaco Gualamba7 –poco antes de la instauración del Virreinato del Río de la Plata–
durante la expedición que comandó Jerónimo Matorras, gobernador del Tucumán y
tatarabuelo del dramaturgo. La firma del tratado de paz era el requisito necesario para
el cese de las incursiones bélicas de los aborígenes y para el enlace de la provincia del
Tucumán con Asunción.
Esta puesta en discurso teatral de la pacificación de los mocovíes –que en reali-
dad implicó aceptar la sumisión a la corona española– pone en cuestión la identidad
del colonizador y la del colonizado aborigen, basándose en documentos letrados y en
relatos de tradición oral imbricados en prácticas culturales de la etnia mocoví. Por
consiguiente, ECC es un acto de recuperación de la memoria histórica al presentar la
expedición para firmar un tratado de paz con el pueblo mocoví de un modo diferente
al de la historia oficial.
En un breve prefacio el dramaturgo declara la base histórica del conflicto dra-
mático a partir del cual él inventa la trama sentimental: “las tiendas del Campamento
de los Cobardes se alzaron un día a orillas del río Bermejo, en épocas en que los
mocovíes acostumbraban aún celebrar su tradicional Fiesta del Tigre”.8 Seguidamente
menciona sus fuentes documentales,9 pero cabe aclarar que el Diario de la expedición
fue escrito por Blas Joaquín de Brizuela, uno de los maestres de campo que participa-
ron en la empresa, aunque su nombre no figura en la portada del texto editado en 1837
por Pedro de Ángelis.
El discurso logístico-militar del Diario10 menciona leguas recorridas y nombres
de parajes desde el Fuerte del Valle hasta la Laguna de Lacangayé, donde se produce
el encuentro con Paikín, el gran caporal de los mocovíes. La monotonía discursiva se
quiebra con breves referencias a deserciones y motines hasta que se detalla el inciden-
te que dará el título a ECC.11

7 Pedro Lozano, en su Descripción corográfica del Gran Chaco Gualamba (1733), así denominó al
extenso territorio sudamericano que se extiende, desde el nacimiento de los ríos Otuquis y Parapití, en
Bolivia, por el norte, y el río Salado, por el sur, en Argentina. En la República Argentina la región cha-
queña abarca las provincias del Chaco y Formosa, norte de Santa Fe, nordeste de Santiago del Estero
y este de Salta.
8 Matorras hace coincidir la expedición con la fiesta del tigre o pim-pim porque no le interesa destacar la
expedición en sí misma sino el conflicto cultural.
9 El Diario de la expedición hecha en 1774 a los países del Gran Chaco por don Jerónimo Matorras,
Gobernador del Tucumán –editado por Pedro de Ángelis– y el Diario del viaje del Padre Lapa al Gran
Chaco Gualamba, de donde toma “casi textualmente” la descripción de los indios mocovíes.
10 Todas las citas del texto, que identificaremos como Diario, corresponden a ÁNGELIS, Pedro de “Dis-
curso preliminar al Diario de Matorras”, en Colección de obras y documentos, Plus Ultra, Buenos
Aires, 1972, pp. 241-258.
11 “El 10 [se quedó] el señor canónigo con su carretilla, con los dos tenientes coroneles del Tucumán y
150 hombres, que por su cobardía y mala voluntad nos habían servido de bastante molestia y estorbo.
Dejámosle […] lo [...] necesario de víveres y municiones por más de tres meses [pero] quedaron siem-
pre llenos de temores, porque sólo aspiraban sus deseos a regresar a la provincia. […] El 12, a eso de
las tres […] salimos […] a toque de caja, dándole el nombre de Acampamento de los cobardes (pp.
272-273, cursivas del autor).
Entre dos Centenarios 169

La última parte del Diario es una relación de los ríos Grande y Bermejo, que in-
corpora lo extraño: una víbora de dos cabezas, “ampalabas de disforme grandeza, ara-
ñas de desmedido tamaño, escuerzos disformes y avispas de mucha bravura” (ECC:
296). Este bestiario se completa con la referencia a dos exóticas naciones aborígenes,
una con seres “pelados enteramente” y la otra con “enanos cuya estatura no pasaba de
tres cuarta” (ECC: 296), que reproduce el imaginario europeo sobre los aborígenes,
cuya supuesta anomalía subvierte el orden del mundo civilizado.
En ECC el Gobernador del Tucumán sólo actúa en el primer acto y nos entera-
mos de la firma del acuerdo por el relato conciso y perentorio de un mensajero indio
para evitar la muerte inminente del Capitán desertor, prisionero de Lachirikín. Los
personajes se aglutinan en dos pares antagónicos, máscaras de los sujetos colectivos
enfrentados: el Capitán/Lachirikín y fray Antonio/el Payé. Esta configuración se com-
pleta con Francisca de Paula y Acevedo, mediadores entre aquellos. Francisca, que
Matorras convierte en hermana de Lachirikín, apela al amor para la superación de las
barreras lingüísticas y culturales entre indígenas y conquistadores; acepta el bautismo
–acción urdida por el Capitán para ocultar su falta disciplinaria de haber introduci-
do subrepticiamente a la joven india en el campamento militar– sin comprender el
sentido religioso y político de su conversión. Rechazada por su comunidad y por los
blancos, se arroja a las aguas del Bermejo. Acevedo es el lenguaraz, el traductor que
establece puentes lingüísticos de entendimiento entre unos y otros.
Excepto el Payé, único personaje del drama que no está basado en figuras concre-
tas del Diario, los restantes son arquetipos del colonizado y del colonizador español.
Jerónimo Matorras se convierte en el Gobernador y fray Antonio Lapa, cura doctri-
nero de la reducción de Macapillo, en Fray Antonio y confiere entidad dramática al
cacique Lachirikín. La breve mención a los soldados disconformes con la dura trave-
sía por la selva bordeando un río interminable se convierte en el núcleo de la trama
sentimental. El Capitán, a causa de la pasión amorosa que siente por Francisca, es
castigado y debe quedarse con los levantiscos en el campamento, que sufre el ataque
de los mocovíes.
ECC muestra textualizaciones de prácticas sociales y sujetos culturales12 enfren-
tados. El español ve al aborigen como un salvaje que debe dominarse con la fuerza
de las armas y como un infiel que se debe evangelizar y domesticar en las denomina-
das reducciones. La conducta falaz del colonizador se evidencia en el ocultamiento
de móviles de exclusión del indio con señuelos o en la incongruencia entre palabra
y acción, pero a veces los dispositivos de eliminación o aniquilamiento del Otro se
expresan sin eufemismos.13

12 Véase, al respecto, CROS, Edmond “El sujeto cultural colonial. La no representabilidad del Otro”, en
El sujeto cultural. Sociocrítica y psicoanálisis, Corregidor, Buenos Aires, pp. 49-65.
13 Ante la pregunta del Teniente coronel a un joven Cabo, acerca de cómo actuaría con Francisca, éste le
responde: “Pues, muy sencillo. La llamaría y le diría: si eres del monte, vuelve al monte; si eres india,
vuelve con los indios; si Paikín te ha engendrado, vuelve con Paikín. Te agradecemos tu aviso, pero
170 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

El misionero describe a los mocovíes encareciendo sus semejanzas y no las dife-


rencias con la raza modélica; señala que son “distintos a los demás indios”, con “linda
presencia […] buenas facciones, generosos, muy aseados…” (I, 5: 222). Es decir, los
ve parecidos a los europeos, en tanto sus patrones raciales y costumbres no desento-
nan con los de los hombres blancos, paradigmas del mundo civilizado. El dramaturgo
construye un religioso ambivalente que se vanagloria de su palabra evangelizadora
pero lleva un sable al cinto. Cuando parte a la toldería para rescatar al capitán oculta
una pistola con la que mata al Payé pero atribuye su crimen a “los rayos del cielo”,
refutando de hecho el carácter pacificador de su mediación.14
La mayoría de los cobardes no se sienten comprometidos con la causa del rey de
España, porque han nacido en Salta, la Rioja o Córdoba y no en la lejana metrópoli
y por tanto se comportan como sujetos coloniales difractados, con ambivalencias y
contradicciones.
Matorras recupera dos segmentos descriptivos de la Relación del Diario que
intentan incorporar dimensiones de oralidad en el texto dramático. Las aguas rojas
como sangre del río Bermejo –que, según el Gobernador, en un futuro será referente
de progreso y civilización– anuncian en una escena ritual el final trágico. Por su parte,
la fiesta del tigre, culminación de una práctica ritual cosmogónica que se denomina
pim-pim, alcanza una dimensión simbólica al aglutinar sentidos con notable intensi-
dad plástica y dramática.
Rodeando al capitán atado a un árbol, el Payé danza al ritmo de tambores y pin-
ta una raya en un tronco, semejando los dibujos de la piel del tigre, acción que será
sucesivamente imitada por indios “pintarrajeados y emplumados”, como indica una
acotación. Aquí se patentiza la estimación negativa de un rasgo cultural que el dra-
maturgo podría haber adjetivado de manera neutra, pero seguidamente menciona sin
carga valorativa el tocado de plumas del Payé.
Pese a ello, la representación de la práctica mítico-religiosa presenta una mirada
contrahegemónica de la colonización española en América.15 La lucha del tigre y el

ahora vuelve con los tuyos. Y, para consolarla, le daría un collar de vidrios multicolores, de esos que
les gustan tanto” (II, 6, 238).
14 Este rasgo también es visible en el cuadro que el sobrino del gobernador Matorras encargó al pintor
Tomás Cabrera y que sin duda el dramaturgo debía conocer. Remitimos al exhaustivo análisis de Lo-
tufo, Margarita “Por la gracia de Dios. Una mirada divergente sobre la obra pictórica. El encuentro
del gobernador Matorras con el cacique Paykín”, en Gutiérrez, Rafael; LOTUFO, Margarita y
VERGARA, Santos Abordajes y perspectivas, Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta, Salta,
2003, pp. 133-185. Para la relación del citado cuadro en ECC, véase BALESTRINO, Graciela “La
lucha del tigre y del toro: El campamento de los cobardes de Carlos Matorras y sus relaciones intertex-
tuales e interdiscursivas”, en PELLETTIERI, Osvaldo –editor– Huellas escénicas, Galerna/Fundación
Roberto Arlt, Buenos Aires, 2007, pp. 251-259.
15 Matorras era exponente de la elite salteña pero se podrían aducir otros ejemplos que contradicen la
citada mirada prejuiciosa. Así, llama la atención que el título de la pieza dramática de Carlos Matorras
refiera la falta de valor militar de soldados que luchan por debida obediencia al rey Carlos III y no
incluya el nombre de su tatarabuelo, tan notorio en el título del Diario.
Entre dos Centenarios 171

toro es la parte culminante del pim-pim, durante la celebración del arete (la verdade-
ra fiesta o el verdadero tiempo) para agradecer los frutos de la madre-tierra. Desde
una perspectiva antropológica se interpreta el combate –en el que siempre vence el
tigre– como un enfrentamiento entre el aborigen (el tigre), y el conquistador español
(el toro).16 Cuando el tigre (Payé) está a punto de sacrificar al toro (el Capitán), Fray
Antonio lo mata. Además de ser una trágica ironía que quien predicaba el amor y la
caridad cometa un acto criminal, la inversión del relato mítico condensa el desmonta-
je del relato oficial de la colonización que en forma prismática se teatraliza en ECC.
Lachirikín, traspasado de dolor por la muerte de su hermana, estruja el poncho y mira
con infinito odio a Fray Antonio y al Capitán. Arrancándose de un tirón el crucifijo,
dice al misionero: “devuelve a tu jefe este dios y este poncho, que han traído la desgra-
cia a los mocovíes y dile que Lachirikín sólo quiere su libertad” (III, 5: 250). La pues-
ta en discurso de la pacificación de los mocovíes cifra el axis del drama, cuyo gesto de
recuperación de la memoria histórica conlleva el roce discursivo entre la letra y la voz.

Imaginario patriótico y guerras de Independencia en la frontera norte


La tierra en armas17
En las primeras décadas del siglo XX, se imponía en Salta una elite de ideología con-
servadora gracias a su poder político y económico, que proyectaba sus valores sobre
una amplia fracción de la cultura ciudadana. Para decirlo en otras palabras, campo de
poder y campo intelectual18 eran coincidentes. El sector intelectual de la oligarquía
lugareña favorecía el progreso y modernización de la provincia y, consecuentemente,
legitimaba aquellas prácticas culturales –entre ellas, la teatral– que obedecían a dichos
objetivos, trazando sus coordenadas fundamentales: entretener y moralizar simultá-
neamente.
La modernización tuvo en Salta un contexto diferente del de otras regiones del
país pues no incluyó aluviones inmigratorios, lo cual explica el abroquelamiento den-
tro de las tradiciones hispánicas. Se entiende, también, que el teatro haya sufrido
permanentemente una acción de control y vigilancia sobre su capacidad de fisurar las
convicciones que conforman el imaginario del público.
La figura histórica de Martín Miguel de Güemes habría de ser, desde esta pers-
pectiva, el foco de una cantidad de representaciones que fueron diseñando una imagen
mítica, en función de circunstancias sociopolíticas y operaciones ideológicas determi-
nadas. Entre los hitos literarios para esta construcción, debemos consignar como un

16 Véase VERGARA, Santos “El pim-pim o la supervivencia de una expresión teatral aborigen en el
trópico salteño”, en GUTIÉRREZ, Rafael; LOTUFO, Margarita y VERGARA, Santos Abordajes y
perspectivas, cit., pp. 186-251.
17 Este apartado es una reescritura de SOSA, Marcela “La tierra en armas de Dávalos-Serrano (o las
armas del teatro)”, en Andes, núm. 14, CEPHIA, 2003, pp. 231-246.
18 BOURDIEU, Pierre “El campo literario. Prerrequisitos críticos y principios de método”, en Criterios,
núm. 25-28, La Habana, enero 1989-diciembre 1990, pp. 20-42.
172 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

texto paradigmático La tierra en armas (estrenada en 1926 y publicada en 1935) de


Juan Carlos Dávalos y Ramón Serrano, que tematiza el mismo periodo que La guerra
gaucha (1905) de Lugones pero con una acción dramática totalmente distinta.
En 1926 se estrena en Salta La tierra en armas, luego de su exitosa puesta en
Buenos Aires.19 Dávalos advirtió que el público de Salta –habituado a la llegada de
compañías foráneas con espectáculos de gran aparato– consumía el género teatral e,
inclusive, estaba familiarizado con obras de carácter histórico. Por consiguiente, era
un público que se podía cautivar con el atractivo de la construcción de un drama his-
tórico propio, que tendría como eje a Martín Miguel de Güemes, la figura del prócer
gaucho por antonomasia.
La intriga de La tierra en armas20 está segmentada en tres jornadas. La prime-
ra, ubicada en 1814, dramatiza la guerra entre realistas y patriotas, representada por
algunos de los hombres de Güemes y el propio héroe gaucho, que idea una de sus
estratagemas. La segunda jornada, dos años después, muestra a Güemes gobernador,
centro de una conjura que consigue evitar durante una fiesta en el Cabildo. La tercera
Jornada, en 1821, se bimembra: primero se desarrolla en casa de Macacha, donde se
produce el disparo a Güemes; luego se muestra el monte adonde ha llegado el general
herido. Rodeado por sus hombres de confianza, Güemes agoniza; aparecen Mercedes,
Vigil –un capitán español ganado para la causa patriota– y su hija, Argentina.
La ficción encadena la gesta güemesiana con la historia amorosa del capitán
Vigil y Mercedes. Desde el principio se entrelazan ambas en forma muy natural; la
respuesta al enfrentamiento entre españoles y americanos es la hija de ambos: Argen-
tina. Para lograr este efecto teatral, los dramaturgos alteran la plana a la historia al
dramatizar la muerte de Güemes: en vez de las célebres palabras dirigidas al coronel
Vidt, prefieren que musite: “Mis patriotas mis amigos no puedo más Muero por bala
realista Ahijadita Argentina Te dejo en un beso, mi vida (Besa a la niña, que le habrán
acercado) Congreso Nación constituida…” (506).
La tierra en armas es la magnificación del héroe norteño, tal como éste es con-
servado en el imaginario social. Inclusive el cuadro final tiene una acotación que
recomienda “inspirarse” en la pintura “La muerte de Güemes” (que entonces estaba
en la Legislatura). Se puede leer la escena –alrededor del prócer agonizante– como
una adoración: ha nacido el mito de quien, trascendida la esfera individual, pasa a
simbolizar la identidad de la región.21

19 En 1950, Teatro Vocacional Salta representa La tierra en armas dentro de los actos programados por
el gobierno en homenaje a San Martín. La próxima noticia que tendremos de la pieza será en 1971, a
través del filme de Leopoldo Torre Nilsson, “Güemes o la Tierra en Armas”.
20 DÁVALOS, Juan Carlos y SERRANO, Ramón La tierra en armas, Ediciones Argentinas Cóndor,
Buenos Aires, 1935. A partir de ahora todas las citas se harán por dicha edición y se reconocerá el texto
con la sigla LTA.
21 Mozejko toma como eje de análisis la figura de San Martín, mediada por la pluma de Mitre, para es-
tablecer los mecanismos de construcción de los héroes de la independencia americana: “Los procesos
de independencia de los países de América son presentados […] como epopeyas. La historia se cons-
Entre dos Centenarios 173

Como afirma Mozejko,22 el héroe renuncia a su vida privada para entregarse en


cuerpo y alma a la familia nacional (antes de morir, Güemes besa primero a su ahijada
y luego menciona a la Nación). Otro elemento es la caracterización étnica: el héroe
forma parte del grupo de criollos (es de origen hispánico noble pero renuncia a los
privilegios inherentes y se mimetiza con sus gauchos). El criollo representa la con-
fluencia de lo español y el medio,23 tal como se desprende de las palabras de Güemes
cuando disputan sobre la superioridad de raza con el capitán Vigil.24
Lo más significativo en la caracterización del héroe es la ecuación hombre + na-
turaleza ya que sólo la fusión de ambos logra la configuración de la armonía; por ello,
cuando muere Güemes y uno de sus hombres dice: “¡Lo hemos perdido todo!” (506),
Mercedes replica: “¡Toda la Tierra en Armas! … Toda la tierra nuestra/¡más nuestra
desde ahora que va a sorber el cuerpo/de su héroe y de su mártir! …” (507).
En LTA la muerte es el corolario previsible del constructo heroico: la forma cir-
cular de los gauchos reunidos en torno a su general simboliza la imagen identitaria
que traza de sí el sector hegemónico de la cultura salteña y en la que confluyen por
igual historia y ficción. La obra cumple, así, con uno de los cometidos posibles del
teatro histórico en la construcción de sentidos: escenificar el relato fundacional de una
comunidad –o del sector hegemónico de la misma– deseosa de atesorar su pasado y
utilizarlo como escudo protector contra fracturas en su entramado social y cultural.

Eso que se llama Patria25


Eso que se llama Patria, texto dramático inconcluso (carece de parte del Acto III) e
inédito26 de Carlos Matorras, fue escrito probablemente entre 1949 y 1955. De acep-

truye mediante discursos que respetan las normas de un género, en el que los héroes, […] aparecen
como figuras que defienden valores colectivos […] Además, los héroes nacionales se configuran en
un espacio en el que, a partir de la oposición privado vs. público, se proscribe lo primero –los héroes
renuncian a su vida privada– y se privilegia lo segundo”. MOZEJKO, Danuta Teresa “Las definiciones
de lo nacional como modelos de inclusión/exclusión: la figura heroica de San Martín”, en MOREAU,
Pierina –editora– Actas de las Terceras Jornadas de Literatura Comparada, Vol. II, AALC, 1998, pp.
889-897.
22 MOZEJKO, Danuta Teresa “Las definiciones de…”, cit., p. 890.
23 Como dice D. Mozejko, citando a Mitre, “eran los verdaderos hijos de la tierra colonizada y constituían
el nervio social […] “los únicos animados de un sentimiento de patriotismo innato, que desenvuelto se
convertiría en elemento de revolución y de organización espontánea, y después en principio de cohe-
sión nacional”. “Las definiciones de…”, cit., p. 891.
24 “GÜEMES: -¿Razón de raza? Yo también por ella/no mezquiné la vida, cuando al lado/de Liniers,
tomé parte en la defensa/de Buenos Aires, donde el pueblo criollo/sintió al chocar con tropas de In-
glaterra/que le brotaban garras y tenía/sangre caliente en las robustas venas./Vieja sangre cansada, de
leones/que al remozarse en las indianas hembras/con vigor inmortal echa a la vida/las almas libres de
una raza nueva!” (406). Cursivas nuestras.
25 Este ítem reescribe el artículo de SOSA, Marcela “Nuevos ‘palimpsestos’: construcciones identitarias
en Eso que se llama Patria, de Carlos Matorras Cornejo”, en Cuadernos de Humanidades, núm. 19,
2009, pp. 123-134.
26 El texto, con el resto de su producción dramática édita e inédita, se incluye en el archivo de Matorras
174 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

tarse esta última fecha, sería muy ostensible el roce discursivo del horizonte de escri-
tura con el tiempo ficcional referencializado.
El hecho de que el texto esté ambientado en la época de Güemes y de las luchas
por la Independencia indica claramente su adecuación para examinar el surgimiento
y circulación de ideologemas (patria, tierra, libertad), así como de nuevas prácticas
sociales discursivizadas, que entrarán en conflicto con el status quo colonial. Escribir
sobre la problemática identidad en las guerras de Independencia implica reenviar al
lector/espectador de 1950 hacia sus propias creencias y revisar su posicionamiento
ideológico. No hay que olvidar que los gobiernos de Perón rigen el escenario político
de la Argentina durante la etapa en que Matorras produce casi toda su escritura.
Aunque el posicionamiento político del dramaturgo no aparece explicitado en
ninguno de sus textos ni hay referencias de militancia alguna,27 su traslado a Buenos
Aires a fines de 1955 –cuando es nombrado Subprocurador de la Justicia Nacional del
Trabajo– nos permite inferir su rotundo rechazo a la política e ideología peronistas.
La cercanía de EP al tiempo de mayor convulsión en la historia política argentina, la
revolución de 1955, es innegable.
Nuestra hipótesis es que la intensa conflictividad social que sacudió la Argentina
durante y al término de los dos primeros gobiernos peronistas se discursiviza en el
teatro histórico de Matorras, quien halla en el distanciamiento epocal la posibilidad
de objetivar las escisiones y contradicciones identitarias colectivas en las que se ve
involucrada su subjetividad.
El núcleo histórico dramatizado es el momento en que el gobernador Mar-
tínez de Hoz prepara una expedición contra las fuerzas patriotas. Güemes y sus
capitanes están iniciando una eficaz acción guerrillera en el noroeste argenti-
no pero la acción se focaliza en la labor de las “bomberas”, mujeres de todos los
rangos sociales que le aportaban datos importantes arriesgándose a sanciones pe-
nosas e, inclusive, a perder la vida, o sea, en la microhistoria construida por quie-
nes –desde lugares secundarios– hicieron posible una gesta de caracteres heroicos
y predominantemente masculinos. Macacha, Amalia, Juana Moro, Juana Robles
–estas últimas sólo mencionadas– resaltan por encima del General (a quien no se ve en
ningún momento), del Capitán (del cual no se sabe el nombre), de Máximo (quien es
presentado la mayor parte del texto como un traidor) y hasta de Julián y los gauchos.
Su entidad femenina es, indiscutiblemente, lo que puede asimilarlas a la idea de patria
que se construye a nivel discursivo.
Casi todos los personajes se enfrentarán entre sí, aun dentro de las familias, por
esa “idea” de patria que se está gestando, llena de vacilaciones y contradicciones:
Amalia y Julián, Pablo y Máximo, Juana Moro y sus parientes realistas, se opondrán
por su adscripción a uno y otro bando. El carácter inicial de esta representación se

localizado en el Instituto “Luis Emilio Soto” de la Facultad de Humanidades de la UNSa. A partir de


ahora se lo reconocerá con la sigla EP.
27 ARIAS, Leonor; PARRA, Mabel y SAICHA, Susana Carlos Matorras Cornejo…, cit., p. 41.
Entre dos Centenarios 175

evidencia en los constantes debates que se entablan en el texto; los sujetos de esa “co-
munidad imaginada”28 discuten, (se) preguntan, hipotetizan, plantean… Es paradig-
mática la conversación entre el oficial de los Infernales y Amalia, quien protesta por
los sacrificios que exige la patria, construcción identitaria de carácter inestable.29 Ese
“algo desconocido” es una idea que aún no ha cuajado, que apenas está formándose en
el imaginario social, también expresada en el parlamento del Capitán, cuyo amor por
la patria está en sus entrañas, en su sangre. Inclusive la nostalgia amorosa de Maca-
cha y el Capitán viene a reforzar los semas del vocablo patria, al (con)fundirse ambas
declaraciones en una sola.30 Esta segunda representación, imbricada con la primera,
homologa patria y tierra. 31
Durante las guerras de Independencia la lucha por el espacio es política; es el
momento en que se reconfiguran los ejes político-discursivos de la legitimación del
dominio de los espacios y se instauran nuevas oposiciones semánticas vinculadas con
ellos: propio/extranjero, libre/cautivo, nosotros/otros. Un diálogo entre una dama sal-
teña y un oficial realista refracta el conjunto de creencias y prejuicios, de una y otra
parte, que operaban en el seno de la sociedad colonial cuando, como de un magma,
estaban aislándose los elementos de una construcción identitaria en estado embriona-
rio.32 Aquí nuevamente aparecen los semas de libertad y tierra asociados con la idea
de patria. Pero también, un componente distinto que es la adscripción a la geografía
americana. Montaldo sostiene que en el siglo XIX había una imaginación espacial
que buscaba constituir el territorio y fijarlo “en la escritura para desentrañarle sentidos
vinculados a la organización nacional, cultural y política: la naturaleza y la cultura,
la civilización y la barbarie, impresas sobre el cuerpo borroso, esquivo o ausente de

28 ANDERSON, Benedict Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacio-
nalismo, FCE, México, 1993.
29 “OFICIAL: -Pero si eso es la patria, Amalia. Su rancho, estos cam­pos, esos ce­rros... Hay que conser-
varlos libres para que los podamos disfrutar.
AMALIA: -Si ya los disfrutábamos antes de que tengan ese nombre. Antes de que suenen los cañones;
antes de que mi marido tuvie­se que dejarme sola.” (I, 1) [Cursivas nuestras]
30 “CAPITÁN: -Y yo, a la patria la llevo en mis entrañas. […] La huelo en el aire, me moja en los ríos y la
veo en los cerros. […] La siento correr por mis venas y latir junto a mi corazón. […] Mi cuerpo se nutre
con la sangre de mi patria, y no puedo vivir si ella me falta. (Confi­dencial). Perdona si te importuné con
mis reclamos de amor” (II, 6).
31 Afirma G. Montaldo que “el espacio y el territorio están en la base de toda reflexión sobre lo nacional
y la identidad se define, en un nivel sustancial, como el vínculo con la tierra”. MONTALDO, Graciela
Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina, Beatriz Viterbo, Rosario, 1999, pp. 17-
18.
32 “Oficial: -Si me trasladan de aquí, tienes que venir conmigo. Debemos casarnos lo antes posible.
Salteña: -Te dije que no, y lo sigo diciendo. No me casaré hasta que mi tierra sea libre. No quiero que
mis hijos nazcan en la esclavitud.
Oficial: -Pero, si son hijos míos, no serán nunca esclavos. ¡Soy español!
Salteña: -¡Español! ¿Te parece bonito? A mí no. Soy americana, y mi padre me enseñó que eso es lo
verdadero. Pronto tendremos un lugar en el mundo” (III, 7). Cursivas nuestras.
176 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

la patria”.33 Se hacía una “cartografía proyectiva”; lo que hace Matorras es una “car-
tografía retrospectiva”, una delimitación por el lenguaje de las fronteras identitarias.
El ideologema patria se convierte en el pivote de una acción dramática donde el
protagonismo es asumido por mujeres. Quizás porque, al identificar mujer y patria,
se puede hacer un culto de ella. Dicho ideologema evoca amor sublimado y lealtad y
exige el sacrificio de sus creyentes a cualquier precio, inclusive el de la propia honra
(valor muy caro en una sociedad que conserva elementos de la ideología hispánica).
Por eso, el motivo del espionaje es la contracara de la épica gauchesca liderada por
Güemes: una acción aparentemente baja e indigna cuyo ejemplo paradigmático es
Máximo (nombre que delata su verdadera índole).
La contienda que se escenifica no es bélica sino verbal, en una pugna individual
y colectiva por decir la Patria. Poder ponerle un nombre, acotar sus fronteras, es si-
tuarse en un lugar, alinearse en un grupo, establecer una pertenencia y una identidad.
La autoconciencia de los patriotas salteños exhibe una gradación ejemplarizadora:
desde la esclava Juana Robles hasta la dama, transitando por los gauchos “brutos” del
monte o la simple Amalia, que pasa de su egoísmo doméstico a una acción heroica
que le cuesta la vida, todos aparecen subyugados por un objetivo común o “ficción
orientadora”34 que los cohesiona y borra sus diferencias sociales, raciales y culturales.

En torno al Centenario: ideología y representaciones identitarias en El limbo35


Una lectura sociocrítica de imágenes axiales del texto teatral El limbo36 (1914) de
Joaquín Castellanos posibilitará indagar las representaciones de la identidad nacional
en el contexto del Centenario. Antes de hacerlo, es imprescindible recuperar algunos
datos biográficos del autor37 que permitirán situar su escritura en el respectivo contex-
to de producción.

33 MONTALDO, Graciela Ficciones culturales…, cit., p. 18.


34 SHUMWAY, Nicolás La invención de la Argentina. Historia de una idea, Emecé, Buenos Aires, 1993.
35 Este trabajo reescribe la comunicación de BALESTRINO, Graciela y SOSA, Marcela “Representacio-
nes de patria en torno al Centenario: El limbo de Joaquín Castellanos”, en XV Congreso Nacional de
Literatura Argentina “1810-2010: Literatura y política”, Córdoba, 1-3 de julio de 2009, CD ROM.
36 CASTELLANOS, Joaquín El limbo. Obras literarias, Honorable Senado de la Nación, Secretaría Par-
lamentaria, Dirección de Publicaciones, Salta, 2000, pp. 506-693. De aquí en adelante, se usará la sigla
EL para identificar el texto, que citaremos por dicha edición.
37 Joaquín Castellanos (1861-1932) es doctor en leyes y escritor reconocido desde su más temprana ju-
ventud. Su militancia en el radicalismo porteño le permitió alternar con Sarmiento, Carlos Tejedor,
Lucio V. Mansilla y otros. Luchó por la autonomía de Buenos Aires y se destacó en la Revolución de
1890, al lado de Leandro N. Alem y Mitre. Fue vocal de la Primera Junta Ejecutiva del Partido Radical
y diputado nacional por Buenos Aires en dos ocasiones. Su carrera política tuvo su ápice y su ocaso
cuando, habiendo sido elegido gobernador de Salta (1919-1921), su mandato cesó abruptamente por
la intervención de Irigoyen. Además de sus autos sacramentales El limbo (1914) e Inquietudes (1925),
Marcas a fuego, Güemes ante la historia y Poemas viejos y nuevos (1926) son una prueba de la plura-
lidad de sus intereses.
Entre dos Centenarios 177

Sus circunstancias biográficas coincidieron con las de otros provincianos pres-


tigiosos –Ricardo Rojas y J. V. González– quienes saltaron a la palestra nacional por
la corriente ideológica que, hacia 1910, se extendió por toda la Argentina bajo el de-
nominado “primer nacionalismo cultural”. El movimiento, forjado en torno al primer
Centenario de la Independencia, intentaba reconstruir una idea de nacionalidad que
incluyera tanto a indígenas y gauchos como a inmigrantes, como una respuesta ante
el aluvión inmigratorio de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. “Serán los
llamados ‘nacionalistas culturales’ y los positivistas ligados a la “generación del 98”
española –sostiene García Fanlo–38 los que intentarán una búsqueda de lo argentino
fundada en un retorno a las tradiciones, a lo autóctono, encarnado en la figura del
gaucho”.
Las concomitancias de EL con el horizonte de expectativas trazado son notables;
sin embargo, el texto apenas recibió atención de la crítica,39 quizá por su supuesta
recuperación anacrónica del auto sacramental y el misterio o por el hecho de no haber
sido nunca llevado a escena. No obstante, EL posee significativas representaciones del
ideologema patria40 y otros afines.
La estructura externa de EL consta de doce etapas, más una preliminar, cada una
compuesta por diversas escenas. El dramaturgo sigue y resignifica al mismo tiempo
el modelo del auto sacramental, que consistía en un solo acto acorde con el carácter
intemporal del género,41 rescatando la estructura alegórica pero sin connotación re-
ligiosa. La inclusión de “etapas” está relacionada con la profanización de la acción
dramática, contaminada por la estética realista del paso o entremés. Algunos perso-
najes son “reales” como el Dr. Silvio Aryano,42 el Repórter, el Maestro de Escuela…;

38 GARCÍA FANLO, Luis “Nacimiento de la argentinidad”, en Escribirte [en línea] http://www.anillo-


deoro.escribirte.com.ar/9145/nacimiento-de-la-argentinidad.htm [consulta: 2 de junio de 2009].
39 Véase al respecto ARIAS SARAVIA, Leonor “Aproximación a la literatura dramática salteña. Sig-
nificación de la obra de Carlos Matorras Cornejo”, en Actas del Simposio de Literatura Regional,
Universidad Nacional de Salta/Secretaría de Estado de Educación y Cultura, Salta, 1978, pp. 235-248;
REGEN, Jacobo “Prólogo” a El limbo, cit., pp. 17-20.
40 En su “Credo Nacionalista”, Castellanos declara la raíz socialista de su nacionalismo y sitúa a la patria
como valor máximo: “Creo en la Madre Patria y en su Hijo el Pueblo Argentino, que fue concebido
en el seno de la virgen naturaleza americana, por obra y gracia del Espíritu Santo de la Libertad…”.
Álbum del Archivo de la familia Castellanos, citado por CORBACHO, Myriam y ADET, Raquel “Cap.
3. Frustrado intento de modernización”, en La historia contada [en línea] http://www.portaldesalta.
gov.ar/libros/cap3.htm, [consulta: 10 de octubre de 2010].
41 Los autos –articulados en loor de la Eucaristía– versan sobre cuestiones teológicas y usan analogías
para expresar conceptos inaccesibles a la razón humana, lo cual explica la condición alegórica de sus
personajes y de la intriga. El anacronismo tiene que ver con la representación de un mundo eterno, om-
nitemporal. Véase SOSA, Marcela “Miguel Hernández/Calderón de la Barca: la tensión de la escritu-
ra”, en ARELLANO, Ignacio –editor– Actas del Congreso Internacional Calderón 2000, Universidad
de Navarra, Reichenberger, Kassel, 2002, pp. 873-885.
42 La suposición de una proyección autobiográfica se corrobora por la coincidencia entre el nombre del
protagonista y el del padre de Joaquín Castellanos. Además, el dramaturgo era ariano: había nacido un
21 de abril. Aryano quiere decir “émulo del dios Ares”, el guerrero de la luz; la relación se establece
178 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

otros, alegóricos (las sombras del “limbo”, los nirvanoides y su dios Nirván, Apolyon,
Gualicho, la Viuda, la Innombrada…) y otros no pertenecen a ninguna de estas cate-
gorías pues son históricos, pero sólo son nombrados, aunque cobra cierta corporeidad
la Sombra de Alem (673).
La Etapa preliminar comienza en “los lindes de la vida”, en un mundo polar,
poblado por “vagarosos númenes”, donde reina el dios Nirván. En la Etapa II se pasa
de ese plano abstracto a una localización humana y geográfica. El Dr. Aryano, político
procedente de la capital, llega a una población perdida en la campaña bonaerense a re-
poner sus fuerzas quebrantadas (522). Aryano galopa a campo traviesa pero su caballo
muere y se sumerge en una zona intermedia entre el mundo real y el invisible (529). El
protagonista presiente que está en los umbrales del arcano pero aún no está limbado,
porque posee ideales y voluntad: el conflicto dramático consistirá en resistir y luchar
contra los Nirvanoides quienes desean llevarlo al Limbo. Además del auxilio espiri-
tual de la Innombrada (novia fallecida), contará con dos aliados: Gualicho y Apolyon.
Aryano es aletargado en una bruma y transportado al Limbo por los Nirvanoi-
des. Allí, asiste al desfile de una multitud de figuras fantasmales, entre las que están
Obligado, Guido, el propio Castellanos y Lugones (658). Contempla los espectros
de políticos coetáneos embotados por “el veneno moral del retoricismo”: Agustín de
Vedia, Carlos O. Bunge, José Nicolás Matienzo… (663). Entre los suicidas (671-672),
Aryano encuentra a la Sombra de Alem, con quien habla.
EL, que parecía escenificar contenidos metafísicos y éticos, plantea la construc-
ción del ser nacional, de la identidad argentina. El dramaturgo sitúa la acción en la
pampa en vez de localizarla tal vez en algún pueblito del noroeste, porque le interesa
marcar su naturaleza imaginaria, “símbolo de la raza y el ambiente patrio” (606). El
limbo, además de ser el espacio donde se juegan mayormente las acciones dramáticas,
constituye la representación matriz del texto, un entre que establece una bimembra-
ción entre cielo y tierra, dualidad que se reitera en todos los planos discursivos (por
ejemplo, a nivel de personajes: Aryano/Repórter, Gualicho/Nirvanoides).
Por otra parte, el limbo es la patria, ideologema que circulaba en el imagina-
rio sociocultural del Centenario y que nuclea las convicciones particulares del dra-
maturgo al respecto. A esa imagen límbica de patria –habitada por seres informes y
desprovistos de fervor patriótico– se opone la gesta de Mayo, momento histórico de
su constitución (541). Las “jornadas épicas” refieren a la construcción histórica de la
patria por la acción de los hombres; el “Sol de Mayo”, a las ideas de libertad y he-
roísmo. Aryano habla de “creyentes de la patria, un religioso/culto de inmenso amor
le profesaron” (553), manifestando que la patria se construye por la creencia y ésta
asume el valor de una religión, concordando con el estudio de Gabriel di Meglio43

tanto con el Cordero cristiano como con el carnero mitológico del vellocino de oro.
43 DI MEGLIO, Gabriel “Patria”, en GOLDMAN, Noemí –editora– Lenguaje y revolución. Conceptos
políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850, Prometeo, Buenos Aires, 2008, pp. 115-130.
Entre dos Centenarios 179

sobre la evolución del concepto de patria en la primera mitad del siglo XIX: aunque
polisémico, mantuvo siempre contenidos emotivos y evocativos de una deidad laica.
Como la patria se construye por la acción humana, es natural que el dramaturgo
apele al ideologema de los héroes que dieron su vida por su causa pero, curiosamente,
no se remonta al Mayo evocado sino que remite a la historia argentina del pasado in-
mediato. La figura emblemática de éste es Leandro Alem, quien se dirige a Argentina
con un posesivo enfático.44
La operación simbólica propone una vuelta de la argentinidad a sus raíces revo-
lucionarias: hay que refundar la patria. De allí deriva la funcionalidad del fresco de la
vida contemporánea política, social y literaria rioplatense –también hay uruguayos–
que ofrece EL. Simultáneamente, Alem es filiado con los prohombres de Mayo en una
relación genealógica directa. El enunciador –y quienes se embanderan en esta causa–
pertenecen a ese mismo linaje y conforman la “estirpe luzbélica”, citada varias veces
como imagen del héroe civilizador, dando lugar al otro ideologema básico del texto,
el del político/intelectual (“mezcla extraña de tribuno, luchador, profeta y bardo”,
519). Castellanos construye una autoimagen donde es posible reconocer la función
ideológica y social que atribuye traslaticiamente al grupo nacionalista del Centenario.
El ideologema patria va acompañado por un término de larga data en el imagi-
nario de nuestra sociedad: la pampa, metonimia de Argentina, y también escenario
paradigmático de la antinomia civilización/barbarie. La presencia omnímoda de este
par es rastreable en todo el texto45 y se corrobora por el espectro de Sarmiento (685-
686). Dicha antinomia se corporiza en la figura de Gualicho, quien se autodefine46
mostrando chambergo, talero, tiradores y facón. El modelo conceptual sarmientino es
recuperado en EL y uno de sus pares –el de la barbarie representada por el gaucho–
aparece positivamente refuncionalizado: su condición de liberador de Aryano, cuando
éste está a punto de sucumbir ante los Nirvanoides (691), es suficientemente ilustra-
tiva del rescate de lo telúrico, unido a los avances de la civilización (simbolizada por
la polinave salvadora de Gualicho), para la reconstrucción identitaria nacional. En
definitiva, el texto puede leerse como una resemantización dramatizada y superadora
de la dicotomía civilización/barbarie acorde con las necesidades sociohistóricas de
una reconfiguración identitaria desde las perspectivas del campo político-intelectual
del nacionalismo cultural de la época. Si en el Facundo la naturaleza americana y los
caracteres engendrados por ésta son la representación de la distancia radical frente a
la imagen de la “civilización” europea y el eje central en la operación de territoriali-

44 “¡Oh, mi patria; oh, República Argentina!/[…] Internamente el colonial desmayo/su viejo influjo sobre
ti recobra;/¡no ha terminado aún la grande obra/de tu inmortal Revolución de Mayo!” (673).
45 Hay menciones recurrentes a la civilización moderna con sus símbolos tecnológicos más notorios: el
avión, el automóvil, el tren, por oposición a mentalidades y prácticas del habitante de la pampa (por
ejemplo, la Viuda).
46 “En mí se ha producido un cambio igual al de la raza criolla que se civiliza por fuera. Lo mismo que la
gran mayoría de los nativos, yo evoluciono externamente, pero por dentro está el gaucho” (680).
180 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

zación que permite definir “el cuerpo de la patria”,47 en EL pampa y personajes serán
la representación alegórica más exacta de un proyecto nacional frustrado o, peor aún,
la resolución de la antigua dicotomía en un limbo inaceptable.

Nativismo y proyecto nacionalista48


En términos generales los textos dramáticos del nativismo salteño de los años 1940
y 1950 concuerdan con las características del teatro nacionalista impulsado por la
política cultural de las sucesivas presidencias de Juan Perón. Pero no puede sosla-
yarse que el nativismo salteño, teatral y literario tenía una sostenida tradición ligada
estrechamente con la ideología hegemónica dominante a lo largo de su historia, a tal
punto que recién en pleno siglo XX la escritura deja de ser patrimonio o privilegio de
la elite local.
Además, los repertorios de circos y de renombradas compañías porteñas que
estuvieron en Salta –como la de Pablo Podestá– habían favorecido la evolución de
una poética nativista que a partir de 1940 adquiere renovado brío, impulsada por el
peronismo. En esos años se estrenan piezas de autores locales de matriz nativista,
como Ña Eloísa la curandera de Carlos Xamena. Pero la difusión que logra Pacha-
Mama en 1950 –publicada en 1936– logra convertirla en el texto canónico del teatro
nativista salteño. En aquel año, Pacha-Mama, puesta por el Teatro Vocacional Salta,
con dirección de Arturo Wayar Tedín, compite en la preselección que se realizó para
representar a la provincia en el Gran Certamen Nacional para Teatros Vocacionales.
El jurado local, integrado entre otros por Carlos Xamena, sostuvo que Pacha-
Mama contribuía a divulgar tipos, costumbres y paisajes del noroeste argentino (El
Tribuno, 30 de enero de 1950), argumento que compartió el jurado nacional. La vi-
gencia casi excluyente del teatro nativista salteño en los ’50 respondía en gran parte
a la trama de relaciones que se tejía entre el poder político provincial y referentes de
aquel. Así, Carlos Xamena, cuando estrena Ña Eloisa en 1941, era vicegobernador y
Sirolli en 1950 desempeñaba el cargo de Subsecretario de Hacienda de la Provincia.49

47 MOYANO, Marisa “Facundo: la negatividad de la barbarie y los procesos de territorialización”, en


Sincronía, primavera 2003 [en línea] http://sincronia.cucsh.udg.mx/facundo.htm [consulta: 1de junio
de 2009].
48 Las consideraciones acerca de Pacha-Mama de Sirolli y Tan sólo el monte lo sabe de Matorras reela-
boran y sintetizan la ponencia de BALESTRINO, Graciela y SOSA, Marcela “Poética e ideología en
Tan sólo el monte lo sabe de Matorras Cornejo”, en PELLETTIERI, Osvaldo –editor– En torno a la
convención y a la novedad, Galerna/Fundación Roberto Arlt, Buenos Aires, 2009, pp. 315-326. A su
vez, la lectura de Ña Eloisa, la curandera, se basa en el artículo de SOSA, Marcela “El ‘mundo expan-
dido’ de Ña Eloisa, la curandera de Carlos Xamena: relaciones con las dramaturgias del sainete y del
nativismo”, en PELLETTIERI, Osvaldo –editor– Huellas escénicas, Galerna/Fundación Roberto Arlt,
2007, pp. 285-290, así como en la introducción a la edición del texto en BALESTRINO, Graciela y
SOSA, Marcela –editoras– 40 años de teatro salteño, cit., pp. 73-76.
49 Amadeo Rodolfo Sirolli (1900-1981), polifacético hombre público, escritor, historiador y arqueólogo,
había nacido en Buenos Aires, pero desde muy joven se interesó por el problema social de los abo-
rígenes en los ingenios azucareros de Jujuy. Permaneció varios años como funcionario fiscal en los
Entre dos Centenarios 181

El nativismo se caracterizó por la representación del ámbito geográfico y cul-


tural de la Argentina interior: conflicto social irremediable, triángulo amoroso con
rasgos románticos y melodramáticos y fuerte costumbrismo que pretende reflejar la
vida cotidiana, el lenguaje y la identidad colectiva regionales. El nativismo era, pues,
una puesta en escena del proyecto estético e ideológico del nacionalismo que, de ese
modo, no visualizaba el vertiginoso proceso de modernización del país.50

Ña Eloisa, la curandera
La referencia biográfica a Carlos Xamena Lomba,51 autor de Ña Eloisa, la curandera,52
será sucinta aunque inexcusable, porque retrata paradigmáticamente las relaciones
que se entretejían en la década de 1940 entre campo de poder y campo intelectual/
artístico. Como aclara el subtítulo, ÑEC es una “comedia de ambiente norteño” en un
acto. Dicha ambientación permite establecer conexiones con textos anteriores como
Pacha-Mama de Sirolli, que también transcurre en los Valles Calchaquíes. A partir
de la similitud espacial, hay semejanzas en la configuración étnica de personajes,
costumbres, vestimenta, vivienda, lenguaje. Desde ese punto de vista, podemos ubi-
car primariamente el texto de Xamena dentro del teatro nativista, si bien el conflicto
dramático está lejos de ser amoroso.
Pero las afinidades comienzan a desdibujarse a partir del mismo rótulo de “co-
media” colocado por el dramaturgo. Algunos de los rasgos canónicos de la misma
están presentes: el tono humorístico de la pieza, el desenlace feliz, el rango social de
los personajes. Inclusive, la extensión de la pieza en un acto recuerda el género chico
criollo. De sus componentes (el propósito humorístico, la brevedad, el conflicto sen-
timental, la jerga de los inmigrantes, la inclusión de canciones y tangos),53 la pieza de

Valles Calchaquíes, donde paralelamente realizó tareas arqueológicas. En 1931 publicó Pacha-Mama,
colección de relatos ambientados en el espacio geocultural vallista, que reescribió años después como
drama. En 1935 se integró a FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), cuyo
ideario difundió con otros forjistas, entre ellos Arturo Jauretche y Juan y Raúl Scalabrini Ortiz. Ocupó
diversos cargos políticos en sucesivos gobiernos e intervenciones de la provincia de Salta.
50 Al respecto véase MOGLIANI, Laura “Concepción de la obra dramática del nativismo”, en PELLE-
TTIERI, Osvaldo –director– Historia del teatro argentino en Buenos Aires, Vol. II, Galerna, Buenos
Aires, 2002, pp. 175-182.
51 Xamena es vicegobernador durante el gobierno de Oscar H. Costas, en 1950, y gobernador, cuando
éste presenta su renuncia, en 1951. Entre 1940 y 1950 se produce la actividad teatral de Xamena, quien
también actúa y dirige al resto de los actores del Cuadro Filodramático José Manuel Estrada. Escribe
diversas comedias, hoy perdidas (Un trencito para papá, Regalitos navideños, entre otras), que son
siempre representadas en el Salón de Actos de San Alfonso.
52 Ña Eloisa, la curandera (Comedia de ambiente norteño en un acto) fue representada por el Cuadro
Filodramático José Manuel Estrada en 1941, en el Salón Parroquial de la Iglesia San Alfonso. Conje-
turamos que la comedia fue redactada definitivamente un año después de su estreno por la fecha, 1942,
consignada en la portada del manuscrito, que nos fue facilitado por los herederos del autor. A partir de
ahora todas las citas se harán por la edición del texto en BALESTRINO, Graciela y SOSA, Marcela
–editoras– 40 años de teatro salteño, cit., que se reconocerá con la sigla ÑEC.
53 Véase ORDAZ, Luis Historia del teatro argentino. Desde sus orígenes hasta la actualidad, Instituto
182 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Xamena retiene la extensión y la intencionalidad. El conflicto amoroso es sustituido


por una anécdota trivial; el cocoliche, por la construcción de una lengua autóctona;
los tangos, por coplas, bagualas y huaynos. Retomaremos esta cuestión al interpretar
la propuesta ideológica del texto.
La curandera doña Eloisa y su hijo Simpronio, un mozo entrometido, se enteran
de la posible agresión por parte de un prófugo, el “Degoyao” Guantay. Simpronio deja
fuera de combate a varios sospechosos gracias a un “mate preparado” por su madre.
Otro personaje, el Opa Barcala, deja sin sentido, ignorando de quién se trata, al reo, y
Ña Eloisa es perdonada por el Comisario cuando está a punto de ser detenida.
La acción dramática se origina por dos equívocos relacionados con los proce-
dimientos curanderiles de Ña Eloisa: el primero se produce cuando el sargento Puca
malinterpreta la “receta”, ocasionando el daño y la cólera del Comisario; el segundo,
cuando Simpronio da el mate preparado con un yuyo purgante a todos los Forasteros
que aparecen, sin haberlos podido identificar previamente, pues ninguno de estos con-
fiesa su nombre. Esta situación muestra el enfrentamiento de dos ámbitos diferentes:
el campo y la ciudad.
El ámbito campestre está representado por la curandera, Simpronio, el sargento
Puca, el Comisario, Ño Epigenio, el Opa Barcala. Su caracterización proviene del
lenguaje, pleno de prevaricaciones idiomáticas que producen efectos hilarantes.
Más allá de la comicidad evidente de la obra, ésta plantea una visión carnavali-
zada del mundo, justamente un “mundo al revés” muy distinto del que la estratificada
sociedad salteña de la época estaba acostumbrada a percibir. Uno de los componen-
tes que Bajtin54 describe como característicos de la cultura carnavalizada de la Edad
Media y del Renacimiento aparece en ÑEC: el vocabulario familiar, con juramentos,
chistes y referencia a temas escatológicos. El habla de los personajes refiere, de ma-
nera más o menos directa, al cuerpo y a las funciones fisiológicas: la “indiogestión”
del hijo de don Epigenio, el relato del estreñimiento y la cura de Ño “Abrelata” Junco,
los retorcijones de los Forasteros.
Otro elemento de la cultura popular es la presencia de tontos o bufones: en el
caso de ÑEC, el Opa Barcala cumple perfectamente el rol de tonto y es muy suscep-
tible a ese respecto, mientras que Simpronio desempeña alternativamente el papel de
bobo o simple (como cuando canta la misma canción una y otra vez o se trenza en una
lucha de igual a igual con el Opa) y el de avispado (él es quien se “enfrenta” con los
supuestos delincuentes).
La inversión carnavalesca se ha concretado del todo: el que restablece la paz de
la comunidad contrarrestando el peligro representado por el Forastero IV, es el menos
dotado de la escala humana y social, el Opa, por oposición al degradado rol de la po-

Nacional del Teatro, Buenos Aires, 1999.


54 Véase BAJTIN, Mijail La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Alianza, Madrid,
1987.
Entre dos Centenarios 183

licía, presentada en la risible dupla del Comisario (inmovilizado por la “viborilla”) y


el sargento Puca (inmovilizado por su estulticia).
La risa carnavalesca es ambivalente: llena de alegría y regocijo, pero al mismo
tiempo de burla y sarcasmo, tiene como objetivo negar y afirmar simultáneamente
el orden de las cosas. Éste es, precisamente, el envés de la risa de un texto cuyas
proporciones y tono “menor” permiten filtrarlo en el discurso social sin resquemores:
la reafirmación de la identidad local que se atrinchera frente a la llegada de cambios
foráneos e invasivos, simbolizados por esos Forasteros pues, como dice Simpronio,
“qué casual, los tre eran sospechosos”. Ña Eloisa contesta con un evasivo “vaya a
saber por qué” pero, leyendo retrospectivamente, hay indicios en las conductas pre-
potentes, agresivas y desconfiadas de los extraños. La actitud de Simpronio responde,
según palabras de Ño Epigenio, a una mera “pricaución”, a un mecanismo de defensa
frente a los peligros de la cultura urbana. En ese sentido, hay que situar el estreno
de la obra dentro del contexto socioeconómico, cultural y político de Salta55, una
provincia atenazada por la necesidad de salir del letargo pueblerino para superar la
desigualdad social y la pobreza con respecto a los centros hegemónicos del país y,
al mismo tiempo, el temor a la pérdida de la identidad ante el avance progresista. La
ideología plasmada en ÑEC posibilita adscribirla a la segunda fase del nativismo –se-
gún la tipología de Mogliani citada– en cuanto a la exaltación de valores tradicionales
culturales y éticos, representados por la pureza paradigmática del campo. Por ello, no
es casual la concentración de los mismos en la figura emblemática de la curandera (o
médica, como se llama ella misma) quien, a pesar de las “denuncias” por sus prácti-
cas, preserva la salud de la comunidad. En forma consecuente con dichos postulados,
Ña Eloisa sale triunfante a los ojos de los espectadores, como símbolo de ese mundo
cuya identidad se quiere resguardar.

Pacha-Mama
El estreno de Pacha-Mama en 1935,56 en el Teatro San Martín de Buenos Aires, no
pasó inadvertido. El periodismo consideró que sus mayores logros residían en la pin-
tura de un ambiente auténticamente nativo, en la caracterización de los personajes
y en el vigor de algunas escenas. Sirolli la hizo imprimir al año siguiente con una
profusa introducción, quizá previendo puestas futuras. Quince años después volvió
a reponerse en Buenos Aires con un elenco y director salteños, pero para el público
local PM era un texto dramático y espectacular nuevo.
Wayar Tedín impulsó en 1950 el rescate de dramas histórico-nativistas de déca-

55 Véase SOSA, Marcela “La crisis del teatro salteño (1940-1957)”, en PELLETTIERI, Osvaldo –editor–
Teatro, memoria y ficción, Galerna/INT, Buenos Aires, 2005, pp. 299-306. Hasta 1943, Salta se había
visto implicada en un movimiento pendular entre conservadores y radicales: los primeros, acusados de
llegar al poder mediante fraude electoral; los segundos, divididos por profundas escisiones internas.
56 Todas las citas del texto, que en adelante se menciona con la sigla PM, se hacen de BALESTRINO y
SOSA, 40 años de teatro salteño…, cit., pp. 18-71.
184 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

das anteriores con la reposición de La tierra en armas y de su PM, que se adecuaba


perfectamente al horizonte ideológico del certamen antes mencionado, al estimular
la exaltación de valores regionales. La vigencia casi excluyente del teatro nativista
también era consecuencia de la trama de relaciones tejidas entre el poder político
provincial y referentes de esa línea estético-ideológica.57
El jurado local, integrado entre otros por Carlos Xamena, señaló los criterios que
orientaron su opción:
“…corresponde preferirse una obra de carácter regional, [por] el
estímulo que deben merecer quienes realcen las cosas de nuestra
tierra, y también porque Pacha-Mama […] ha de significar en la
competición final […] en Buenos Aires un motivo de interés en la
divulgación de los tipos del noroeste argentino, con sus costumbres,
supersticiones y la sugerencia que transmite el fuerte colorido del
paisaje”.58
PM responde plenamente al canon de la dramaturgia nativista: intriga sentimental
romántica y melodramática, costumbrismo, visible en la inclusión de escenas que
pretenden reflejar la vida cotidiana, lenguaje, identidad regional e ideología nacio-
nalista sustentada por la cultura oficial. La trama muestra la relación entre Amankay
y Yupanki con su final trágico por la intromisión del foráneo Rodolfo, configurando
una representación antagónica de los sujetos culturales contrastados: los nativos de
los valles calchaquíes, últimos descendientes de los incas, y el porteño, emblema de
la metrópoli. La trama ideológica que se superpone a la anterior se condensa en la raza
incaica y la Pachamama. La primera está presentada como categoría ontológica en el
“Himno a la Raza” –elegía a los descendientes de los antiguos incas– mientras que la
segunda refiere a la divinidad de la madre tierra o madre del cerro, donde moran los
dioses.59
Los numerosos segmentos descriptivos y líricos, propios de un regionalismo ex-
terior, confieren gran morosidad a la progresión de los acontecimientos. No obstante,
en PM el tiempo lento es deliberado, como lo indican diversas acotaciones del drama-
turgo, acorde con el estar como vivencia y actitud existencial del hombre andino.60

57 En 1950 Sirolli era Subsecretario de Hacienda de la Provincia. Por su parte, Arturo Wayar Tedín, yerno
de Sirolli, le estrenó la mayoría de sus piezas teatrales.
58 El Tribuno, 30 de enero de 1950. Cursivas nuestras. En la instancia nacional del certamen Wayar Tedín
obtuvo el premio “Puesta en escena” y Blanca Carretero, el correspondiente al rubro “Actriz”, que le
valió su incorporación al elenco del Teatro Cervantes.
59 El culto a Pachamama, actualmente vigente, pertenece al fondo común de los pueblos aborígenes
andinos. Esta divinidad desde la cumbre de los cerros envía las lluvias, fertiliza las plantas y cuida los
animales. Se le rinde devoción en las apachetas, altares de piedra a la vera de los caminos.
60 Véase KUSCH, Rodolfo El pensamiento indígena y popular en América, ICA, Buenos Aires, 1973
para el campo nocional del estar; CHIBÁN, Alicia “Área literaria”, en Estudio socio-económico y
cultural de Salta, Tomo II, Áreas lingüística y literaria, UNSa/Consejo de Investigación, Salta, 1982,
Entre dos Centenarios 185

El sentido de religación del hombre vallisto con la realidad profunda de la tierra que
en forma tan ostensible intentaba mostrar PM en su faz escrita y espectacular, no fue
percibido por la crítica de Buenos Aires, en ocasión de su estreno, pero sí fue evidente
que, en su reestreno en Salta, el jurado y el público consideraron que las representa-
ciones identitarias del texto contribuían a la preservación del ser nacional.

Tan sólo el monte lo sabe


Carlos Matorras escribe, sin darlo a conocer, Tan sólo el monte lo sabe61 (1953) bajo la
impronta de Pacha-Mama.62 TSM plantea en forma problemática la conflictiva inte-
racción de tres sujetos colectivos: la oligarquía terrateniente, los criollos y los indios,
reconfigurando el nativismo teatral entonces vigente en Salta.
Las analogías entre ambos textos son muy notorias, especialmente en lo que con-
cierne al triángulo sentimental y a la importancia del estrato mítico en la construcción
de sus respectivos sentidos. En TSM los intermedios costumbristas de PM se trans-
forman en un localismo fusionado con la acción dramática, porque la perspectiva es
asumir una heterogeneidad conflictiva. De tal modo se establece una correspondencia
entre el Chaco salteño –figurativizado en tres espacios de pertenencia cultural y étni-
ca: la casa principal de la estancia de José Manuel, el rancho del puestero Zenón y el
huete del indio Pancho– y el conflicto dramático en el que participan el estanciero, Ze-
nón, su hija Amelia, Máximo, el peón enamorado de Amelia, y Pancho, indio mataco.
El personaje Magre del Monte –deidad mítica andrógina que encarna la naturale-
za virgen, vestida como un gaucho– adquiere el valor de un ámbito de preservación de
la memoria cultural e identitaria del aborigen y de su entorno y, por tanto, es un dispo-
sitivo que simboliza el imaginario de los vencidos. El texto se abre con la imponente
presencia de la deidad en un trozo de monte virgen.63 En las acciones de los personajes
reales se refractan desde distintas perspectivas las conflictivas interrelaciones de los
grupos representados:
a) La intolerante relación del patrón con los gringos “advenedizos” por la posesión de
la tierra que perteneció a sus antepasados. Su repentina llegada al puesto se debe al
pleito por la posesión de Barrialito y su aguada.

pp. 194-199 para la funcionalidad del mismo concepto en la literatura de Salta.


61 En adelante lo identificaremos con la sigla TSM. Todas las citas del texto se hacen de la edición de
BALESTRINO y SOSA, 40 años de teatro salteño…, cit., pp. 160-203.
62 Es muy probable que Matorras hubiera conocido como lector o bien como espectador a PM, a partir de
su reestreno en Salta.
63 “¡Magre del monte me llaman! Soy el que guía los novillos hasta la oculta hondonada […]; el que en-
gaña al campeador para hacerle perder el rumbo; el que enloquece a los perros, enemigos domésticos
de mi gente. Soy el que cría a los tigres que se han quedado sin madre, el que enseña a nadar a las antas
[…] el que, metido en la panza del yuchán dirige la carrera de las comadrejas y el largo caminar de las
hormigas […] ¡Magre del Monte me llaman!” (I, escena 1).
186 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

b) El odio de Zenón por los matacos, que se explica por el secreto que oculta el naci-
miento de Amelia, se amalgama con su adhesión servil al patrón, ante el avance de los
gringos que talan el monte interesados por la extracción de petróleo.
c) El problema de la identidad sexual de Amelia, quien, por un lado, desearía ser
varón para llevar la tropilla a través de las picadas del monte y, por otro, muestra ac-
titudes tipificadas como femeninas, homologable con la entidad andrógina de Magre
del Monte.
d) La situación terminal de Pancho, arrinconado en su huete al borde de la selva pese a
ser hijo de un cacique. Después de la muerte de su mujer apuñala a Zenón y emprende
una huida que, sabe, lo conducirá a la muerte.
Todas estas cuestiones conforman conflictos no declamados, como sucedía en
PM. De tal forma, si el patrón de estancia no tiene papeles que acrediten sus derechos
territoriales, Zenón y Tomasa tampoco pueden probar que sean los padres legítimos
de Amelia. Este personaje aglutina todas las aristas del drama porque es consciente
de su identidad difractada. Finalmente, cuando descubre que es hija de Zenón pero su
verdadera madre es la mujer de Pancho, asume con firmeza su identidad india y elige
quedarse en el monte.64
Una lectura ideológica de TSM no puede soslayar su fuerte intertextualidad con
Los gauchos de Juan Carlos Dávalos.65 Una confrontación de las características y
acciones de la figura mítica en ambos textos permite sostener que Matorras ha rese-
mantizado el mito, añadiéndole una nueva significación. Mientras que en Dávalos la
deidad se identifica con la naturaleza y su preservación, Matorras –si bien mantiene
este núcleo primigenio– amplía los sentidos del relato mítico: al considerar el par
hombre/naturaleza como una ecuación, concentra la función reparadora y vigilante de
Magre del Monte en el ámbito humano.
En TSM Pancho sintetiza un sujeto cultural “perseguido, aislado, humillado”,
por ello su huete se emplaza en el borde de un territorio inexpugnable. Además, se
frustra su callado deseo de ejercer una función paterna ante Amelia y su posibilidad de
tener descendencia, por la muerte de su mujer. Magre del Monte, en su última apari-
ción, le ofrece un morir digno, una especie de regreso al útero materno, a la tierra con
la que el aborigen se con-funde. La huella del talón de Pancho es la marca silenciosa
e indeleble del indígena, antes de perderse para siempre en la senda iluminada entre
la maraña.
En síntesis, en el texto interactúan miradas enfrentadas acerca del indio, el crio-
llo, el terrateniente y los gringos capitalistas. La imagen final de Amelia y Máximo
cuando proyectan refugiarse en la hoyada de Magre del Monte anticipa para ellos
también un desenlace inexorable.

64 “Éste es mi ambiente y no lo puedo cambiar. Aura sé que soy india […] Me quedaré aquí, en estos
campos que jueron de mi gente” (III, segundo cuadro, escena 2).
65 DÁVALOS, Juan Carlos Los gauchos, Editorial La Facultad, Buenos Aires, 1928.
Entre dos Centenarios 187

Metáforas urbanas de la dictadura


Esteco66
Esteco de Francisco Mateo,67 es una reescritura autóctona del relato bíblico de la mu-
jer de Lot, convertida en estatua de sal al mirar el espectáculo prohibido de la destruc-
ción de Sodoma. Según la tradición oral aún vigente en el Noroeste, Esteco68 era una
próspera ciudad colonial que atrajo el castigo divino por su perversión; un mensajero
celestial exhortó a sus habitantes para que se arrepintieran antes de la hecatombe, pero
sólo lo escuchó una piadosa mujer que habría de salvarse si no miraba atrás. Cuando
estaba abandonando la ciudad azotada por el terremoto, sucumbió a la curiosidad y se
dio vuelta, para quedar transformada en una estatua de piedra en ese instante.69
El texto70 de Francisco Mateo tematiza la leyenda retomando el espacio, algunos per-
sonajes y el desenlace de la misma, pero con modificaciones sustanciales. Es impor-
tante señalar un dato suplementario: la leyenda había sido novelada poco antes por
Fernando Figueroa en La mujer de piedra (1974). Es decir, que aquella permanecía en
el imaginario pero fue actualizada y resemantizada en dos oportunidades diferentes,
con distinta significación.
Los textos de Mateo y Figueroa incorporan funciones idénticas a las que sub-
yacen en el relato bíblico: la corrupción de una ciudad, la exhortación –desoída– al
arrepentimiento, el castigo divino, junto con la inmolación de una mujer inocente.
Pero cada uno elige construir la trama desde una perspectiva singular: en el texto de
Mateo, la lujuria del sacerdote es la máxima expresión de la sima moral en que se
hallan sumidos los habitantes de Esteco; en el de Figueroa, la codicia es el pecado
que recorre los estamentos de una sociedad mercantilizada y marcada por el desprecio
hacia las etnias autóctonas.

66 Este ítem retoma aproximaciones previas en SOSA, Marcela “Cauces discursivos de la memoria cul-
tural: historia, leyenda y ficcionalización dramática en Esteco de Francisco Mateo”, en Cuadernos
FHYCS, núm. 33, UNJu, 2008, pp. 105-115; “Piedra sobre piedra”: componentes discursivos en Este-
co”, en BALESTRINO, Graciela y SOSA, Marcela –editoras– 40 años de teatro salteño (1936-1976).
Antología, Inteatro, Buenos Aires, 2008, pp. 253-255.
67 Francisco Feliciano Mateo (1934-2009) nació en Salta. Perteneció al Grupo Estudio Phersu dirigido
por Perla Chacón, antes de trasladarse a Buenos Aires, donde continuó con su actividad teatral durante
30 años. El GAT (Grupo Argentino de Teatro) presentó en el Teatro Margarita Xirgu su obra, El Mocho.
Esteco fue escrita y premiada con una Mención por la Sociedad Argentina de Escritores en 1976. Pu-
blicó Cardozo (Poema bárbaro), Cuentos en negro y escarlata, Cuentos del viejo Horqueta. Fue editor
de la Revista Informes de Salta, la nuestra hasta su muerte.
68 Esteco efectivamente existió y fue destruida por un terremoto, aunque sin el cuadro apocalíptico del
relato hebreo. Para más datos véase el paratexto que incorpora Mateo a su obra (en BALESTRINO,
Graciela y SOSA, Marcela –editoras– 40 años de teatro salteño…, cit., p. 259), donde proporciona
información sobre la ciudad histórica y su “versión libre” de la leyenda.
69 Véase CARRIZO, Juan Alfonso Cancionero popular de Salta, Universidad Nacional de Tucumán,
Tucumán, 1933, pp. 32-33.
70 A partir de ahora todas las citas se harán por la edición del texto en BALESTRINO, Graciela y SOSA,
Marcela –editoras– 40 años de teatro salteño cit., pp. 257-300, realizada a partir del original inédito
facilitado por su autor.
188 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

En Esteco, sobre un trasfondo de avaricia, idolatría y lujuria se va a recortar la


pasión de fray Anselmo por María Soledad, una dama estequeña de costumbres rela-
jadas. Al principio, vemos cómo el párroco franciscano, aún apuesto pese a su edad
mediana, se resiste ante las distintas tácticas de la mujer, hasta que cae en sus redes
de seducción.
Esta pareja pecaminosa tiene su correlato, exactamente opuesto, en el compasi-
vo Lotero (el Naranjerito) y Juanita, su mujer, quienes se aman tiernamente. Juanita
confiesa a unas “viejas rezadoras” –no a su esposo– que es estéril y que padece un
mal de los huesos que se “le vuelven sal”. Se produce la admonición y profecía del
Ciego –quien es, al mismo tiempo, el Ángel Vociferante– a la ciudad, acusada de
avaricia y libertinaje. El sacerdote, rechazado por María Soledad enseguida de ceder
a la tentación, recobra su lucidez y decide morir junto a su pueblo. El Ciego exhorta
a Lotero para que abandone inmediatamente Esteco con la prohibición de mirar atrás.
Al comenzar el terremoto y dirigirse Lotero y su mujer hacia las afueras, Juanita se
desprende de él y mira hacia la ciudad, quedando convertida en estatua de piedra.
Hay cambios sustanciales en la reescritura de la leyenda vernácula. Mientras
en ésta la protagonista del relato era solamente una pobre mujer con un pequeño en
brazos, en Esteco los que huyen son Lotero y su mujer; Juanita desoye la advertencia
celestial y se da vuelta. Sin embargo, su acción es totalmente intencional, porque sabe
que sufre de una grave enfermedad. El desenlace consiste, sencillamente, en el cum-
plimiento de la profecía.
Queda explicar el porqué de la actualización de la leyenda por parte del drama-
turgo en la década del ’70, en una Argentina convulsionada social y políticamente.
Más allá de las fronteras nacionales y temporales, la estructura profunda del relato
apunta a la necesidad, determinada desde una cosmovisión cultural y religiosa, de
justificar los desórdenes, tanto naturales como sociales. Pero, para comprender ca-
balmente la resignificación de la leyenda, es preciso relacionar la escritura del texto
con las circunstancias sociopolíticas de nuestro país en 1976. Conjeturamos que la
recuperación de este relato mítico permitió cifrar –otra vez simbólicamente, como en
el caso de EL– una representación de Argentina.
Esteco ha quedado aún hoy en el imaginario colectivo de la región como ciudad
emblemática del lujo desmedido, la corrupción y la soberbia de las clases gobernan-
tes, castigada por la ira de Dios. Por ello, es imposible no pensar Esteco como una me-
tonimia de Argentina y, dentro de aquella ciudad, María Soledad como metonimia,71
a su vez, de Esteco.72

71 El propio personaje así se lo hace saber al horrorizado P. Anselmo: “MARÍA: Alfonso, yo soy María
Soledad. Soy Esteco. Yo, la terca dueña de mi propia vida; yo, quien gobierna tu corazón…” (297).
72 El Ciego/Ángel Vociferante la describe así: “Ciego: -Ay de ti, ciudad hipócrita, ciudad de avaros e
incrédulos, de comerciantes codiciosos y mujeres libertinas. […] Que tiemble la tierra desde su entraña
de esqueletos cocidos […] Que derribe las casas pretenciosas y sus cimbas de tejas coloradas. Que
amase un barro nuevo, barro para cocer tinajas de una vendimia temprana de horrores, para contener la
Entre dos Centenarios 189

La advertencia del Ángel Vociferante manifiesta la cólera del intelectual frente


a un mundo descompuesto, al revés, donde el orden de las cosas, las relaciones hu-
manas y los valores están pervertidos. Desde la voz prestada de su personaje, el texto
anuncia un castigo ejemplar para una sociedad que hace oídos sordos y ojos ciegos al
clamor de los justos. Especularmente, el espectador también toma un protagonismo
inusual; no puede abandonarse a la sensación de un fresco social al que asiste pasi-
vamente sino que participa ya que, en la extensa didascalia inicial, “el Cabildo está,
imaginariamente, donde se sitúa la platea” (261). Desde el punto de vista escénico, el
hecho de que el Cabildo coincida con la ubicación del público, hace que éste se vea
involucrado en las imputaciones que se profieren contra la población de Esteco y que
tome conciencia, así, de las representaciones identitarias que transcribe la ficción.

Barcelona, 1922
Barcelona, 1922 del dramaturgo argentino Alejandro Finzi fue estrenada por José
Luis Valenzuela –entonces director del Teatro Universitario de Salta– en diciembre de
1986 y repuesta a mediados de 1987. El referente inmediato del texto de Finzi remite
a la crisis político-social que culmina en 1923 con el golpe del general Miguel Primo
de Rivera y, específicamente, a la violencia generada por el terrorismo de estado en
Barcelona, en la segunda década del siglo XX. Sin embargo, si se tiene en cuenta la
fecha de escritura del texto (1985), el referente implícito es la dictadura argentina del
Proceso recientemente terminado por la reinstauración democrática de 1983, con la
presidencia de Raúl Alfonsín.
Una pareja de campesinos (Casimira y Luis) de una de las zonas más pobres
de España, desea emigrar a Argentina y Juan, un joven cesanteado de una fábrica
de Madrid tras una feroz huelga, quiere ir a Burdeos. Los tres se encuentran en el
departamento de policía en la ciudad de Barcelona, en 1922. El Policía acusa a Juan
de realizar actos de sabotaje e intenta reclutarlo para ir a Marruecos. Juan intenta huir
pero es detenido por varios hombres que lo golpean brutamente y se lo llevan.
Por otro lado, Casimira no sabe si Luis –cuando intenta convencerla de la emi-
gración– se refiere a la Córdoba española o a la argentina y en la evocación de Luis,
el Ebro se parece extrañamente al Río de la Plata. Barcelona, 1922 manifiesta que dos
ciudades distintas pueden ser una sola, que los nombres lejanos consiguen fundirse,
que los tiempos históricos se encuentran. Una vez que el espectador tiende los puen-
tes de la memoria, las analogías se multiplican. Cada uno de los espejos devuelve la
imagen tristemente familiar del abuso de poder y del sojuzgamiento por el terrorismo
de estado.

sangre de los pedigüeños de bendiciones, de los que hacen manar monedas de plata de las espaldas de
los indios y cortejan a la lujuria con sonrojos de rufianes…” (282).
190 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Acerca de la memoria y de la identidad silenciadas


El espión
En 1990, Juan Ahuerma Salazar73 estrena El espión, texto escrito en coautoría con
David Sorich y publicado ese año.74 La acción dramática se sitúa en dos periodos
distantes: 1897 y la época contemporánea. Por ese motivo, la estructura discursiva se
segmenta en cinco actos integrados por diecinueve escenas correlativas que obedecen
tanto a la oscilación entre ambos lapsos como a los cambios de lugar.
El quiebre cronológico anuncia una propuesta dramatúrgica innovadora, que im-
pide la adscripción a una estética realista, pues en las escenas que entremezclan el pre-
sente y el pasado, personajes vivos y muertos confunden sus existencias. Confirman-
do nuestra hipótesis, aparecen otros elementos de orden no racional como secuencias
oníricas, presencia de lo fantasmal y brujerías que, sin dejar de lado la creación de un
clima poético y fantástico, evidencian la sarcástica mirada del dramaturgo sobre clisés
que hacen al núcleo duro de la construcción identitaria del linaje local.
Así como el título produce cierta perplejidad en un principio, otras expectativas
son frustradas apenas el lector/espectador se enfrenta con la historia bimembrada del
coronel José Evaristo Lapiedra y sus descendientes, el Dr. José Evaristo Escalada y
Jesús Mariano Castro. El coronel Lapiedra es atacado a traición en una fiesta y prome-
te en su lecho de muerte que va a volver en uno de los hijos de sus hijos. El elemento
sobrenatural de la reencarnación vaticinada permite evaluar críticamente el orgullo de
la prosapia de cuño hispánico, basado en la idea de que la valentía y otras virtudes se
heredan con la sangre.
El salto temporal ocurre bruscamente en la tercera escena del mismo acto, en
que un escribiente refiere simultáneamente lo que va redactando en su máquina de
escribir: la historia de la descendencia del coronel Lapiedra, de la cual se destacan dos
primos: el Dr. José Evaristo Escalada, recientemente nombrado Secretario del Orden
Público, y el opa de la familia, Jesús Mariano Castro.
El fantasma del coronel y las evocaciones de gestas memorables son el contra-
punto del retrato antiheroico de Escalada, quien realiza una redada en un prostíbulo,
en una clara oposición binaria. La inserción de poemas tradicionales referentes a las
montoneras de Felipe Varela no sólo produce una sugestiva ruptura en el hilo de la
acción dramática sino que, además, marca un rotundo contraste entre el descendiente
y el antepasado. La derogación de los relatos épicos configuradores de la idiosincrasia

73 Nació en Salta en 1949. Es licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba y ejerce
su profesión. Ha publicado los poemarios Territorio libre (1974, Primer Premio de la Dirección Pro-
vincial de Cultura de Salta) y El ángel que faltaba (1986, Premio Fundación Banco del Noroeste). Sus
novelas: Alias cara de Caballo (1984) y La República Cooperativa del Tucumán (1989) fueron adapta-
das y llevadas al teatro. Su inclinación hacia el arte dramático se confirma al publicar El espión (1990,
Premio Regional Municipalidad de Salta). También es autor de La metáfora de Munzur al Manzur
(1993) y de Lluvia amarilla y perros in the night (novela, 1995).
74 AHUERMA SALAZAR, Juan y SORICH, David Antonio El espión, Grafiker, Salta, 1990. Todas las
citas se harán por dicha edición.
Entre dos Centenarios 191

salteña se produce por la degradación de la figura del abogado, descendiente –directo


e invertido a la vez– del coronel Lapiedra.
La mirada irónica de los dramaturgos recae sobre determinados elementos del
imaginario salteño: la superstición (brujerías de amor y muerte), la nostalgia idealiza-
dora de un mundo perdido (conducta de las tías Agustina y Rosario) y la contradicción
entre el decir y el hacer (discurso sobre criminalística de José Evaristo y vida infra-
humana de Jesús Mariano; amores incestuosos entre el primero y Casiana, hermana
de este último). Una segunda predicción se cumple: al acudir las prostitutas a la Se-
cretaría para efectuar su declaración son coreadas por unas curanderas, las Harpías,
quienes profetizan el funesto desenlace al ver una foto del magistrado.
Las dos líneas de la acción dramática se unen: la pasión clandestina de los pri-
mos, mantenida en secreto hasta el momento, culmina en el extravío de José Evaristo
y en el asesinato, por error, de Jesús Mariano. La profecía primigenia ha sido transgre-
dida por los hechos: mientras el coronel Lapiedra había sido asesinado a traición, es
José Evaristo Escalada quien mata a una víctima inocente, su propio primo, cuya pu-
reza paradigmática está simbolizada en la condición de opa. El escribiente consigna,
en la última escena, que Jesús Mariano era “el último de los descendientes del heroico
y triste, tristísimo, verdaderamente triste Coronel Lapiedra” (70), en obvia remisión a
la narrativa de García Márquez.
El sentido del título adquiere una claridad antes esquiva. Las acepciones de espía
y espión tienen diferencias sutiles pero las tienen: mientras la primera refiere a aquella
persona que observa disimuladamente lo que hace(n) otro(s) para comunicarlo a un
interesado, generalmente con un propósito de uso de esa información, el espión es
quien observa lo que se dice o hace, es decir, es un observador oculto o, mejor dicho,
ocultado y por ello, precisamente, no visto. Jesús Mariano sigue con mirada cerval los
mínimos (e íntimos) movimientos del descendiente perfecto. Las condiciones infra-
humanas en las que vive –condenado a la extrema marginalidad dentro de su propia
casa– son el caldo de cultivo para la tragedia que se desatará al final del texto. José
Evaristo Escalada se consideraba la reencarnación de un héroe, el coronel José Eva-
risto Lapiedra. La irrisión de sus pretensiones alcanza el punto máximo de grotesco
en este desenlace al mostrarlo como el verdugo de su propio primo, en una suerte de
compensación pagada con la propia sangre familiar. El arco dibujado desde La tierra
en armas, con su magnificación del héroe norteño, hasta El espión no puede ser más
pronunciado: no hay representaciones homogéneas que reproduzcan ideologías hege-
mónicas, sólo una pluralidad de construcciones identitarias en (de)construcción.
192 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

En un azul de frío75
El título de En un azul de frío76 de Rafael Monti –al remitir a la letra del tango de
Enrique Santos Discépolo, “Cafetín de Buenos Aires”– aporta el primer indicio para
construir la significación textual: connota un clima de soledad y nostalgia, de pérdida
irreparable, que anticipa la derrota de los protagonistas.
Martín, un periodista, y Coco, “un ex combatiente de Malvinas, algo trastornado
pero con momentos lúcidos” viven juntos en la casa del primero. Alba llega a ésta a
pedir trabajo como empleada. Coco está autointernado, como hace siempre cuando se
siente fuera de control. Coco confunde a Alba con Laura (mujer de Martín desapareci-
da durante la dictadura) pero luego se enamora de ella. Mientras, Alba y Martín se van
conociendo más profundamente. Alba resuelve irse lejos porque está esperando un
hijo de Martín. Hay un enfrentamiento entre Coco y Martín por ella. Al oír un disparo,
Martín cree que Coco se ha suicidado pero éste aparece, dispuesto a internarse para
siempre. Martín se queda solo.
En un azul de frío77 es un drama social que puede incluirse dentro de la estética
del realismo reflexivo: la historia individual se engarza con la colectiva de manera
inextricable para explicar el destino de tres personajes fracasados, complejos, opues-
tos y complementarios a la vez. Coco es el inadaptado (el loco), pero con suficiente
lucidez como para internarse cuando así lo considera necesario y con suficiente coraje
como para arriesgarse a amar; Alba, proveniente de una historia de maltratos y abor-
tos, desea “probar suerte”, frase que esconde el incipiente embarazo que significa una
apuesta a la vida; Martín, el intelectual, es, paradójicamente, quien sólo se plantea la
posibilidad de vegetar.
El personaje de Coco se asocia con otro “loco” de la literatura, don Quijote,
quien recobra la lucidez en el lecho de muerte. La muerte simbólica de Coco es su
enajenación. La locura de Coco es la reacción defensiva ante una realidad demasiado
dolorosa: la pregunta por Laura, más que un síntoma de su desquicio, es el constante
recordatorio del pasado, la certificación de lo irreparablemente perdido.78

75 Este ítem reescribe el artículo de SOSA, Marcela “Teatro y sociedad: En un azul de frío de Rafael
Monti”, en BRAVO, Sergio y CARAMELLA, Rosanna –coordinadores– Actas del I Congreso Inter-
nacional “La cultura de la cultura en el Mercosur”, Vol. II, Secretaría de Cultura, Salta, 2004, pp.
1093-1102.
76 En un azul de frío fue premiado en el “Certamen Nacional de Dramaturgia-Ciclo de Teatro Leído y/o
Semimontado-Argentores 2002” y estrenado en Buenos Aires el 27 de agosto de 2002, con dirección
de Susana Torres Molina.
77 MONTI, Rafael En un azul de frío, en Caja de resonancia y búsqueda de la propia escritura, Inteatro,
Buenos Aires, 2004, pp. 61-77. A partir de ahora, todas las citas se harán por dicha edición.
78 La clave la proporciona el texto mismo; un poco antes, Martín explica a Alba cómo se conocieron él
y Coco: “La noche que llegó Coco con un pedido del mercado, me preguntó por qué estaba llorando y
sin pedir permiso se quedó […] hasta ahora. Se instaló en mi vida con toda su pena a cuestas. Aceptar
un dolor ajeno era menos doloroso que ocuparme de mi propio dolor. Los primeros días yo no paraba
de hablar de Laura ni él de contarme el desembarco del dos de abril. Por eso no se olvida y la nombra
como si estuviera acá…” (73).
Entre dos Centenarios 193

En el realismo reflexivo, texto y contexto entablan relaciones primordiales. La


serie estética se imbrica con la serie social. Laura y Coco son los emergentes textuales
de hechos de nuestro pasado nacional: la primera, del Proceso con su saldo de des-
aparecidos (1976-¿?); el segundo, de la guerra de Malvinas (1982), con su saldo de
muertos físicos y morales. Allí, Coco no sólo sintió la cercanía de la muerte sino que
vio morir a su hermano, sin poder ayudarlo.
En un procedimiento de cajas chinas, los acontecimientos van embutiéndose
unos en otros y potenciando su efecto macabro: el hundimiento del buque “Gral. Bel-
grano”, la guerra de Malvinas, el Proceso. Estas heridas del tejido social convergen en
la figura de Martín, víctima y refugio, a la vez, de otras víctimas.
La aparición de Alba plantea el conflicto dramático en la existencia monótona
de estos dos seres aislados por su profundo desamparo individual y social, pero es
también la esperanza de ruptura de ese círculo cerrado. No es casual el nombre de la
mujer, ni tampoco que su aparente probar suerte encubra la esencial función de dar a
luz. No obstante, el encuentro personal, en tanto principio constructivo del realismo
reflexivo, sólo puede devenir en una mayor soledad.
Martín es quien desde su lugar social podría suturar esas heridas con el hilo de la
memoria, ejerciendo su rol de escritor. Su mirada recorre en forma distanciada los úl-
timos veinte o treinta años de historia argentina.79 En una secuencia posterior, Martín
le propone a Coco escribir juntos sobre “la guerra que no conocimos”. Este, con una
lucidez que sobrepasa la del “cuerdo” intelectual, le responde: “Hace diez años que
me venís rompiendo las bolas con lo mismo, Martín. Dejáte de joder un poco con la
guerra, que no le interesa a nadie. Escribí sobre Alba…” (72).
Coco ha descubierto la esencial impotencia de su amigo: la imposibilidad de la
escritura. El dolor de las llagas sociales e individuales es demasiado intenso. La fun-
ción que debería cumplir Martín apenas subsiste bajo la mediocre rutina del periodista
frustrado. Laura es la mujer desaparecida, pero también es el cuerpo ausente de la
escritura. El sinsentido de la reciente historia argentina, con su saldo de aniquilación
ideológica y moral, ha bloqueado toda posibilidad de decir. La sociedad ha quedado
estigmatizada por un “silencio pegado a las carnes”, para usar una frase cervantina, y
ese “poder decir” equivale a “poder vivir”. Martín se ha abroquelado en su mutismo
(es interesante observar que este vocablo se emparienta con mutis, es decir, “salida o
retirada”); Coco, en su locura, expresada en un extremo cansancio de la cabeza (sen-
tido reforzado por el nombre del personaje). Por ello, ambos amigos ven transcurrir
la vida a través del cristal empañado del cafetín del tango: “…la ñata contra el vidrio/
en un azul de frío”, como si fuesen espectadores congelados. Vidrio, azul, frío: la

79 “MARTÍN: […] ¡Acá hubo desaparecidos, mierda! […] Y nos afanaron hasta el colchón, con y sin
democracia. Gracias que nos dejaron las cacerolas para poder salir a la calle. ¿Sabés las guerras que
hubo en el mundo, los campos de concentración, las guerras civiles, las guerras de religión? […] Y
nosotros nos tenemos que hacer cargo de por vida de la aventura de un borracho que quiso jugar a los
soldaditos…”(66).
194 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

asociación lleva naturalmente a los muertos de Malvinas y a los desaparecidos. El frío


de hielo que atería a los combatientes argentinos es también el frío azul de nuestros
muertos olvidados. Sobre el espejo bruñido de ese vidrio, la imagen se refleja múlti-
ples veces: Coco y Martín miran sus vidas como si fuera una escenificación; del otro
lado, el lector/espectador mira el drama de sus vidas ficcionales, mientras el drama-
turgo apela a despertar su conciencia del azul frío del olvido y a problematizar nuestra
pretendida identidad, a través del incesante oficio de la memoria.

Un policial negro, negro y andino


Carlos Müller en Queso de cabra80 se vale de una de las formas más difundidas del
teatro en el teatro rompiendo con esquemas estereotipados y jugando con el especta-
dor, que recién advierte que está ante un juego dramático reflexivo cuando ha transcu-
rrido aproximadamente la cuarta parte de la acción dramática.
Se reconocen dos espacios: el destacamento y el puesto, a cuatro horas de mar-
cha del primero, “allá en los cerros”, atravesando caminos sinuosos y con precipicios.
El sargento Guanuco despierta al oficial Fernández Alvarenga para comunicarle la
muerte del Modesto Tapia. En el puesto los recibe Deolinda, la cuñada del muerto,
que repite lo que le ha contado Gumersindo, su marido: el finado cayó antarca en
el corral y se golpeó la cabeza en una piedra. Para el oficial la muerte del criollo
ha sido un accidente. Guanuco, compadre de los puesteros, interroga a Gumersindo,
saca fotos, pretende llevarse la piedra como evidencia y también recibe con agrado
los dos quesos que aquel le regala. Finalmente, por insistencia del sargento el caso
se plantea como muerte dudosa. Así queda asentado en el acta que escribe Guanuco,
donde se nombra por única vez a Kelloticar,81 el paraje del puesto. La acción prosigue
en el destacamento. Teresa, esposa de Guanuco, le entrega la vianda y se retira, pero
de inmediato regresa repitiendo su gesto. El Director –que no se sabe cuándo ha in-
gresado al espacio escénico– interrumpe para observar el error de Teresa y el lector/
espectador se da cuenta de que todo lo leído/visto hasta ese momento es un ensayo
teatral. Los actores discuten entre sí y Teresa increpa al oficial porque no le dio el pie
para su ingreso. El Director ordena que retomen sus respectivos papeles y desde aquí
la acción zigzaguea entre el primer y segundo nivel de ficción. El jefe, autoritario,
pretende enseñarle a Guanuco a jugar ajedrez. Mientras aprende las reglas del juego

80 Carlos Müller (1954) nació en Buenos Aires y reside en Salta desde 1974. Ha publicado novelas,
cuentos y poemas, algunos premiados en el orden provincial, regional y nacional. En lo que respecta al
teatro, Fragmentos del discurso doloroso obtuvo el Tercer Premio en el Concurso Regional de Teatro
“Bernardo Canal Feijóo”, DRAMAT, INT, Tucumán, 2006, y Queso de cabra consiguió Segundo Ac-
césit en el Premio Hermanos Machado de Teatro convocado por el Ayuntamiento de Sevilla en 2004.
Este logro hasta ahora no ha incentivado la concretización espectacular del drama, pese a las gestiones
de su autor. Todas las citas de Queso de cabra (en adelante, QC) provienen de una copia del original
proporcionada por el autor.
81 Voz de origen quechua (que proviene de kellotica, arbusto de flores amarillas), denomina un paraje
próximo a Nazareno, localidad situada en el departamento Santa Victoria.
Entre dos Centenarios 195

va atando cabos y armando la trama del crimen mediante la deducción y la sabiduría


de sus ancestros. Comparando los sabores de los quesos que le regala Gumersindo
infiere que todos son obra de Deolinda, recordando el dicho de su abuela: “los quesos
hechos por una misma persona tienen siempre el mismo sabor. Es tan personal como
las huellas digitales…”.
La relación de semejanza entre personajes aparentemente muy diferentes achica
las distancias entre realidades culturales contrapuestas. Deolinda, la homicida, some-
tida sexualmente por Gumersindo se iguala con Teresa. La golpiza que esta última re-
cibe de Fernández Alvarenga, al fracasar su intento de violarla, las identifica a ambas
como víctimas de violencia de género.
La pieza interna es un juego de ajedrez, un policial que el Director define como
“negro, negro y andino”. La pieza externa se conforma con las sucesivas interrup-
ciones del ensayo, en las cuales se discute –entre otras cuestiones– el hecho de hacer
teatro en zonas tan distantes geográfica y culturalmente de “las capitales” del teatro.
El calificativo “negro” y la localización andina del policial que está ensayando
el grupo marca notorias diferencias con los ilustres paradigmas foráneos del género.
Es claro, pues, que la elección de un policial anticanónico es correlativa de la iden-
tidad cultural que proclama QC, porque la ficción de segundo grado establece una
estrecha semejanza semántica con la obra-marco que la contiene. QC da cuenta de la
especificidad e idiosincrasia tanto de la práctica teatral como del preciso “escenario”
sociocultural en el que la misma se desenvuelve. Los fragmentos dispersos construyen
una sutil trama de conflictivas relaciones entre el director y los actores de un grupo
vocacional en un pueblo ignoto, que está ensayando a toda máquina un policial que
será estrenado “en tres semanas”.
Unas pocas veces las rupturas son producto de la intervención del director. El
actor que hace el papel de Sargento se siente incómodo por la extensión de sus par-
lamentos: “Es demasiado largo. El poco público que va a venir a ver la obra se va a
quedar dormido”.
En otras ocasiones los cortes se producen porque hay una evidente intención
de realizar una puesta que provoque “efecto de realidad”, pero sin duda las rupturas
más intensas son las que provocan Teresa, por su supuesta equivocación, y Deolinda,
argumentando que el guión es incongruente.
En el cuadro en que el oficial ebrio va al calabozo donde está Deolinda, para
hacerla confesar, le da un cachetazo que provoca la interrupción del ensayo. Deolinda,
sorprendida, le reclama que le ha dolido el golpe, pero el oficial sigue con su parlamento
y la insulta calificándola de india y colla.
El policial que ensaya el grupo desmonta la trama oculta –y casi siempre silen-
ciada por el discurso hegemónico– de una conflictiva relación intercultural en la que
los otros emplazados en Kelloticar, en el fin del mundo, metáfora de la América andi-
na –son víctimas de prácticas autoritarias, saturadas de racismo, violencia y rechazo
a la identidad cultural mestiza. Pero no es menos contundente la intersección que se
196 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

produce entre los dos niveles de ficción de QC y que se plantean con tanta transparen-
cia. Parece una ironía trágica que el grupo teatral no sea consciente de que reproduce
los conflictos y niveles de violencia que muestra la pieza que desean llevar a escena.
En síntesis, la travesía histórica de construcción de identidades y representacio-
nes sociales en el teatro salteño entre los dos Centenarios, aquí expuesta, es signifi-
cativa por el hecho de que los textos de ficción son espacios altamente productivos
para la lectura de tales constructos. A lo largo del capítulo se ha puesto el acento en
puntos de inflexión de la historia argentina y en conceptos nucleares (ideologemas
como patria, región, nación, provincia, ciudad, campo, metrópoli), condensadores de
representaciones identitarias que son el cemento cultural de una comunidad.
Se ha indagado también las construcciones identitarias de los sujetos culturales
ficcionalizados (aborigen, gaucho, coya, colonizador, foráneo/forastero) y las estrate-
gias discursivas que dan cuenta de las transformaciones de los imaginarios sociocul-
turales y estéticos en la región.
Sorprende la enorme capacidad que ofrece el cuerpo textual de ejercitar una lec-
tura en red como las filiaciones que se establecieron entre Pacha-Mama y Tan sólo
el monte lo sabe. Asimismo, los finales de casi todos los textos contienen imágenes
semejantes, sugerentes y simbólicas, a pesar de que, seguramente, cada autor desco-
nocía la existencia de la mayor parte de las obras restantes. Por citar un solo caso,
las imágenes de caída se reiteran en el cierre de varios dramas (Pacha-Mama, Tan
sólo el monte lo sabe, Esteco) según la estética e ideología de los dramaturgos. En
conclusión, creemos haber demostrado que el teatro de Salta –por su heterogeneidad,
espacios de conflictos e ideologías– es una práctica y un discurso que refractan vívi-
damente la polifonía de imaginarios sociales entre los dos Centenarios.
EPÍLOGO
Sara Mata
Zulma Palermo

E
l recorrido que nos propusimos realizar culmina con la reunión de estos textos
cuya vinculación radica en la certidumbre de que las estructuras de someti-
miento y sujeción coloniales persisten más allá incluso de sus propios confines
y que es necesario explicitarlas respondiendo a aquello que Edward Said ha llamado
en el contexto de Cultura e Imperialismo, la “resistencia cultural descolonizante”.1
Así ha sido posible leer cómo cada investigador –atendiendo a sus particulares objetos
de estudio– puso en funcionamiento instancias analíticas que hicieron visibles las for-
mas por las que se consolidó en el tiempo una estructura de poder de larga duración.
Por ello es que en conjunto, y a pesar de la diversidad de materiales estudiados, los
distintos instrumentos utilizados con esa finalidad y los diferentes cortes temporales,
se buscó generar procesos de descolonización epistémica entendiendo que para ello
es imprescindible reactivar las formas por las que el poder colonial ejerció su control
y su dominio no sólo en las relaciones físicas, económicas y políticas sino también en
las formas de conocer.
Ese concepto creemos ilustra, desde este conjunto de estudios, un fenómeno ge-
neralizado en los espacios latinoamericanos y, al mismo tiempo, con particularidades
propias de las localizaciones específicas cual es el caso que aquí nos moviliza.
En estos tiempos de renovadas estrategias de colonialidad –la globalización de
la economía, de los mercados y de las formas de conocimiento– es dable advertir que
esta realidad, sometida antes a antiguos imperios, se encuentra ahora en una instancia
que reclama de los estudios locales de la sociedad y la cultura un posicionamiento que
colabore en la concreción del des-prendimiento de los modelos heredados para dar
lugar a su puesta en valor en el concierto de la nación y del mundo, y a abrir para ellas
instancias de glocalización.
A estas certidumbres iniciales vinculantes se unen otras cuestiones no menos sig-
nificativas en el orden de los materiales y métodos utilizados y la extensión temporal
de los estudios concretados. De los documentos a los relatos de ficción y a las letras
de la canción popular parecería haber distancias insalvables; sin embargo, es ineludi-
ble advertir que esos materiales son producciones discursivas que construyen senti-
dos, los que en nuestro caso fueron buscando en ellos diversas formas de definición
identitaria. Al mismo tiempo, es una opinión generalmente aceptada que conocemos
desde el presente, desde un aquí y un ahora que incorpora saberes y “tecnologías” que

1 SAID, Edward Culture and Imperialism, Knopf, New York, 1993.


198 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

no pueden relegarse y que es desde esa mirada del presente que estamos llamados a
reconstruir el pasado. Un pasado no lineal sino hecho de abruptas rupturas, de mo-
mentos de condensación de valores (o disvalores), de invenciones y de olvidos. De
allí esta otra convicción que se fue anudando en el transcurso de las investigaciones
y que fue dando un sentido otro a las búsquedas individuales: que nuestras operacio-
nes –dentro de sus necesarias diferencias– se abrían en común al des-velamiento de
las construcciones discursivas de la identidad local. Porque –y es otra convicción hoy
generalizada–– no analizamos hechos (es imposible reconstruir lo real del pasado)
sino los discursos producidos sobre los hechos y el lugar de enunciación de los sujetos
que los generaron.
Lo que hemos puesto en juego, en consecuencia, es una práctica transdiscursi-
va –por fuera de las particularidades disciplinarias– ejercida sobre objetos textuales,
buscando construir un conocimiento de la sociedad local que diera cuenta de las estra-
tegias por las cuales se fue dando un particular sentido de pertenencia, generando es-
tructuras de poder alrededor de algunas construcciones/invenciones del sí mismo que
llevó a su institucionalización y, de allí, a su “naturalización”. Dicho de otro modo, la
reconstrucción de los procesos de producción identitaria como resultado del análisis
de las formas por las que el discurso social o los discursos sociales que construyen
poder desde el saber se encuentran inscriptos en los distintos textos estudiados.
Es en este proceso discursivo, en la transición entre los siglos que van de la in-
dependencia política a su primer centenario y en sus proyecciones al siglo XX, que se
ponen en evidencia los conflictos y contradicciones que caracterizan la construcción
de las autorepresentaciones locales. El conjunto de las investigaciones ha permiti-
do re-construir de qué manera el sujeto social desde el momento independentista se
encuentra con dificultades para conformar una entidad definida institucionalmente,
cuando el territorio no era nada más que un conjunto de núcleos poblacionales rela-
cionados por la guerra, sin un gobierno institucionalizado y sin normativa legitima-
dora.2 Por ello el orden político territorial se define sobre la base de la ciudad colonial
preexistente, colonialidad que va más allá del trazado de este orden para cubrir todas
las instancias de la vida social en sus distintas dimensiones, en tanto colonialidad del
poder, del conocer y del ser3 desde donde se configuran las autorepresentaciones.
Se trataba –como concluye M. Marchionni– del conjunto de,
“…los hijos de Salta, los hijos de Jujuy, los hijos de Tarija, los pro-
vincianos, territorianos, salteños, oranistas [que] lentamente se van
definiendo en función de la cuna, del suelo que los vio nacer. Pero

2 Como resulta de la investigación de Marcelo Marchionni.


3 Estas categorías, centrales para la opción decolonial, fueron propuestas inicialmente por Aníbal Quija-
no y asumidas luego por todos los teóricos que integran el colectivo Modernidad/Colonialidad/Decolo-
nialidad. Para una introducción a estas categorías consultar CASTRO GÓMEZ, S. y GROSFOGUEL,
R. –compiladores– El giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capita-
lismo global, Siglo del Hombre, Universidad Central y Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2007.
Epílogo 199

tal como se presentaba la realidad política, y como se evidencia en


los textos, no son igualados a pesar de los intentos y pretensiones de
construir nuestra provincia habitada por hermanos”.
Atraviesa aquí el dispositivo de la “limpieza de sangre”,4 que caracteriza a la colo-
nialidad del poder y que se pone claramente en evidencia en los ensayos de Bernardo
Frías, en los que juega un rol determinante su diseño del “cuadro de castas” vigente
en Salta, una forma de clasificación social que –en la perspectiva de Castro Gómez,
equiparable a la situación que aquí se manifiesta– se trata de un sistema que “no fue
creado por científicos europeos sino por artistas criollos de la elite, que respondían sin
duda a una necesidad de su grupo social”.5
Resulta así de singular importancia para nuestros propósitos la cuestión de la
legitimidad devenida de los “derechos de cuna”, criterio racializado y clasista que
persiste a comienzos del siglo XX tal como se manifiesta en la escritura de Frías,
“fundador” de la historia local, según las reiteradas referencias a sus textos en la
mayoría de los artículos aquí reunidos.6 Este criterio de estratificación se sostiene
sustancialmente en el mundo de las creencias, pues la verdadera fe cristiana es propia
de la gente decente en tanto que las de las otras “castas” se diferencian de aquellas
por sus prácticas “supersticiosas”, propias del “limbo en que vivía el vulgo”, de modo
tal que la “verdadera religión” es uno de los mecanismos de construcción social de la
blancura. Es en esa dimensión que se da curso a la narración legendaria alrededor de la
que habrán de definirse otros núcleos de sentido que se reproducen a lo largo del siglo
XX en distintas formas de expresión literaria y de prácticas naturalizadas.
Es, entonces, la escritura institucionalizante de Frías la que da forma a los fun-
damentos de la historia local en dos direcciones: por un lado, las particularidades de
su constitución social, según se acaba de enunciar; por otro, relocalizando el rol de
Salta en la historia política en tanto clave de las luchas independentistas. Esta historia
se centra en la figura de Martín Miguel de Güemes, cuya fuerza queda destacada en el
orden de prioridades de la titulación de su obra mayor: Historia del General Martín
Miguel de Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina,7
según la cual la figura y las acciones del héroe se identifican con la génesis de la
provincia y su incidencia en la independencia nacional.8 Esta concepción revierte y
borra el posicionamiento de la elite conservadora, aliada al poder real que durante
el desarrollo de la guerra independentista en el norte (entre 1814 y 1821), se opuso

4 CASTRO-GÓMEZ, Santiago La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Grana-
da (1750-1816), Universidad Javeriana, Bogotá, 2010.
5 CASTRO-GÓMEZ, Santiago La hybris del…, cit., p. 77.
6 En particular, la exploración ofrecida por Zulma Palermo.
7 FRÍAS, Bernardo Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de
la Independencia Argentina, 6 tomos, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1971-1978.
8 La fuerte incidencia de esta construcción identitaria tiene una relevancia decisiva, ya que los estudios
que aquí se reúnen convergen en distintas formas de asunción de esa figura y de su rol.
200 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

férreamente a ella. En efecto, la narrativa de Frías muestra una elite de apasionado


patriotismo dispuesta a entregar su patrimonio para el sostenimiento de la guerra. De
esta manera reconcilia, a principios del siglo XX, la figura de Güemes con la elite lo-
cal que había propiciado su muerte en alianza con las fuerzas realistas, justificando su
posicionamiento en los desmanes provocados por la movilización de la masa.
La lectura decolonial de ese proceso que hemos propuesto permite poner en evi-
dencia de qué manera las representaciones sociales gestadas en la conquista y colo-
nización del territorio americano resultaron decisivas para la interpretación brindada
por los contemporáneos a la guerra de independencia, quienes consideraron que el
liderazgo de Güemes se debía exclusivamente al discurso persuasivo y disolvente del
orden social por él esgrimido. Esta interpretación fue luego asumida por los grupos
dirigentes locales que atribuyeron a la elite revolucionaria los méritos del éxito alcan-
zado, mientras que la valentía de los “gauchos” en la defensa del territorio no habría
de impedir su clasificación como “rústicos miserables”,9 posicionamiento que habrá
de revertirse posteriormente durante el transcurso del siglo XX.
Esta diferencia negativa y constitutiva del “otro”, configura las representaciones
que del conjunto social se construyeron entonces y que permanecen en el tiempo
como “núcleos duros” de la cultura consolidados por la escritura literaria, particu-
larmente en la narrativa de la primera mitad del siglo XX y –como es decisivo– por
la educación formal y la institución eclesiástica, dando lugar a la formación de una
imagen del “otro” fuertemente racializada.
Se define allí a indios, mestizos, afromestizos, negros, en fin la “infima plebe”,
como incapaz de plantear objetivos propios en el marco de la lucha anticolonial. Al
mismo tiempo, esta narrativa deja en evidencia el conflicto entre el poder de la escri-
tura letrada y las representaciones que en ella se construyen, consolidando la perte-
nencia al sector dominante –ya sea por derecho de sangre o por su asimilación a él– y
las apropiaciones de la memoria social ajena, la de la plebe.
Una lectura atenta de la dinámica revolucionaria por fuera de estos discursos
del poder –como intentamos aquí concretar– permite detectar, junto con las tensiones
sociales existentes en el ámbito rural en los años previos a la ruptura revolucionaria
de mayo, la presencia de fuertes cuestionamientos a la autoridad colonial por parte
de los sectores subalternos.10 La crisis política y el enfrentamiento faccioso de la elite
brindaron, de manera incuestionable, las posibilidades para que el conflicto latente se
evidenciara expresándose en las prácticas políticas de arrenderos, peones y pequeños
productores movilizados y articulados en el proyecto revolucionario de la elite, quie-
nes formularon implícitamente reivindicaciones en torno al acceso a los recursos, la
consideración social y el poder político y militar. Fueron ellos quienes construyeron

9 “Manifiesto que da a los que quieran forma juicio de los últimos acontecimientos de la Provincia de
Salta su Gobernador que fue el ciudadano José Antonino Fernández Cornejo, Salta, febrero 4 de 1822”,
AGN, Sala VII, Colección Ernesto Celesia, Doc. 2480.
10 De acuerdo con la investigación realizada por Sara E. Mata.
Epílogo 201

en el transcurso de la guerra una representación política y militar, el gaucho, identidad


resignificada y apropiada simbólicamente por el poder hegemónico durante el siglo
XX y convertida por lo mismo en un ícono identitario local.
La fuerza de su vigencia es visible en el folklore que, desde mediados del siglo
XX, identifica a Salta con el tipo humano del gaucho instalado como símbolo de
“salteñidad”. Esta forma de producción simbólica muestra de qué manera las letras de
ese corpus resignifican momentos claves de la historia local y nacional, entre ellos las
luchas de la independencia y los posteriores conflictos entre diferentes proyectos de
organización nacional asimilando el discurso oficial que reasignó sentidos políticos a
los sucesos que tuvieran lugar en el transcurso del siglo XIX.11
La apropiación simbólica de la figura de Martín Miguel de Güemes se inicia en
el contexto del grave conflicto político y militar que tuvo lugar luego de su muerte
cuando algunos Cuerpos de Milicias y de Línea decidieron enfrentar y desconocer la
autoridad de las principales figuras opositoras al gobernador asesinado. Resultado de
las negociaciones entabladas después de varios meses de intensa convulsión política y
militar, fue la designación como gobernador de José Ignacio Gorriti, jefe militar con
relativo ascendente sobre las milicias y cuerpos de línea y medianamente confiable
para una elite enfrentada pero necesitada de ejercer control sobre los milicianos. La
decisión de trasladar los restos mortales de Martín Miguel de Güemes desde la capi-
lla del Chamical, paraje donde falleció luego de varios días de agonía, al interior de
la Catedral al año siguiente de su muerte evidencia, además de un importante gesto
destinado a las milicias que cuestionan a las autoridades surgidas luego de la muerte
de Güemes, un decidido intento de apropiación simbólica destinada a legitimar su po-
der.12 El derrotero político del siglo XIX logró, no sin dificultades, restaurar el “orden
social” alterado en las primeras décadas. El recuerdo de Güemes y de los “gauchos”
continuó siendo controvertido.
En el transcurso del siglo XIX, la elite letrada y hegemónica olvidó –para luego
reconstruir– los sucesos que habían tenido lugar durante la colonia y la independencia
diseñando una imagen de sí misma destinada a afianzar su legitimidad política. La
construcción de la memoria no solo fue discursiva sino que se materializó en definidas
prácticas sociales, actuando de tal modo que las familias salteñas –cuya adhesión al
Rey durante el proceso de la independencia las obligó incluso a emigrar hacia el Perú–
borraron voluntariamente aquellas pertenencias y buscaron, a través de las alianzas
familiares, “silenciar el pasado realista”; amparadas por el éxito económico alcanzado
en el transcurso del siglo XIX, mediante la invención de una memoria familiar acorde
con la revaloración de la guerra y sus figuras, auto-representación con la que alcanza-
ron notable prestigio y arraigo social.

11 Estudiadas por Irene López.


12 Este proceso de apropiación es analizado en el artículo de Gabriela Careta e Isabel Zacca.
202 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

Otro tanto ocurre en el ámbito de las creencias, especialmente con los cultos
marianos, que jugaron un rol determinante en la construcción identitaria desde el mo-
mento en que se produce una inversión del sentido de la religiosidad popular, antes
desvalorizada como “propia del vulgo” en la escritura de Frías. Así, a fines del siglo
XIX, las autoridades eclesiásticas se esforzarán por producir un relato en el cual las
devociones marianas colaboran en la definición de las “pertenencias locales” precisa-
mente en el momento en que se consolida el estado nacional, poniendo en evidencia
la estrecha relación entre el poder eclesiástico y el poder político. La sistematización
de los relatos, en ocasiones con notorias diferencias, puso de manifiesto la imposición
clerical preocupada por construir una narrativa canónica e identitaria en torno a la
religiosidad local.13
Esta variable consolida un campo de representaciones que amalgama la imagen
de Salta como un espacio de fuerte raigambre colonial y de preservación de la fe, cen-
tro de peregrinación y de culto utilizados en nuestros días en la oferta de la industria
turística al mercado global. En amalgama con ella, la identificación de la “salteñidad”
con la figura de lo “gaucho” y la generación de nuevas representaciones que reponen
un pasado arqueológico inexistente hasta fines del siglo XX.14
La construcción de la representación del sujeto social en todas estas analíticas
consolida la colonialidad del poder, del saber y del ser que, en gran medida, encuentra
nuevas formas de validación durante la primera mitad del siglo XX, tal como acontece
en las configuraciones de que dan cuenta otros cuerpos textuales hasta nuestros días.
Tales prácticas ponen en evidencia su capacidad para modelar subjetividades por los
integrantes de una elite letrada quienes, aun dentro de las contradicciones que gene-
ran en ellos las grandes rupturas que imponen los tiempos, no se limitan a reproducir
pasivamente un orden impuesto desde fuera sino que legitiman un “orden natural” de
la sociedad a la que pertenecen.
De este modo, gran parte de la historiografía regional del siglo XX tributaria
de la iniciada por Bernardo Frías, el cancionero popular y la literatura contribuyeron
eficazmente a consolidar una identidad local centrada en representaciones sociales
con una fuerte impronta discriminatoria hacia la población originaria y reivindicatoria
de los valores y lugares de poder de quienes se proclamaban, ficticia o realmente,
herederos de la elite colonial de matriz hispana. La lucha por la independencia fue sin
duda uno de los momentos claves resignificados en el proceso constitutivo de la iden-
tidad local junto a los cultos religiosos más arraigados desde épocas coloniales cuyos
rituales –dinámicos en el tiempo– han contribuido a instituir fechas y festividades
como hitos de esa identidad. El gaucho, Martín Miguel de Güemes, las festividades

13 Como una de las formas de “invención” de la memoria por el aparato historiográfico que proponen
Telma Chaile y Mercedes Quiñonez.
14 En el culto al Señor y la Virgen del Milagro nacido a fines del siglo XVII y en la nueva presencia de
la “Virgen del Cerro”, de muy reciente data; los desfiles de fortines junto con la caracterización de los
Infernales en el protocolo oficial y la oferta museológica con espacios como el Museo de Alta Montaña.
Epílogo 203

del Señor y de la Virgen del Milagro forman parte así de una historia hegemónica de
fuerte incidencia en el presente.
La institución literaria, por su parte, respondiendo a los requerimientos canóni-
cos tanto estéticos como políticos, cumple un rol fundamental. Así la función de la
narrativa nativista consolida y valida las prácticas propias de la colonialidad en un
momento en el que se busca consolidar un proyecto de nación y las maneras en que
esta periferia provincial y fronteriza responde a ese proyecto tensionada entre su vieja
pertenencia al tronco altoperuano y la exigencia de consolidar la unidad nacional a
partir de la generación de nuevas fronteras políticas.15 Estas tensiones y reconfigu-
raciones dan lugar a la afirmación de los conceptos fundantes de la idea de “patria”,
“nación”, “región”, también en otras expresiones literarias de esas primeras décadas
del siglo XX cual es la escritura dramática, cuyo efecto representacional genera una
significativa función pedagógica. La indagación efectuada en este tipo de producción
extendida a lo largo de dicho siglo, permite seguir las transformaciones que, durante
su transcurso, se proyectan como identificatorias de la salteñidad.
Ello hace que, al incursionar en los intersticios de las formaciones sociales leídas
desde este inicio del siglo XXI se releve un proceso en el que se ponen en discurso
las auto-representaciones de un sujeto social que se mira y se muestra sostenido en
los valores de la memoria colonial y que, al mismo tiempo, buscando incorporarse al
mundo global, se reinventa y se resignifica validando tanto en las prácticas discursivas
como en las acciones políticas la presencia de las formaciones culturales que fueran
consideradas “bárbaras” y “propias del vulgo”.16
Al terminar este recorrido no es posible proponer conclusiones. Quedan abier-
tos muchos interrogantes en tanto las transformaciones detectadas, impulsadas por
políticas de Estado, pueden ser nada más que nuevas estrategias de manipulación del
poder que no dan lugar a cambios estructurales sino solamente a la versión visible de
los hechos.
Dejamos estas páginas a la consideración de los lectores con la expectativa de
que contribuyan en la concreción del des-prendimiento de los modelos heredados para
dar lugar a la puesta en valor de las memorias silenciadas en el concierto de la nación
y del mundo y a abrir para las sociedades locales instancias de glocalización.

15 Exploradas por Silvia Castillo en novelas de escasa o ninguna difusión.


16 En la investigación sobre los textos dramáticos realizada por Graciela Balestrino y Marcela Sosa.
Los autores y las autoras

Graciela Balestrino es Doctora en Humanidades con orientación en Letras por la


Universidad Nacional de Salta. Se desempeña como Profesora Titular de Literatu-
ra Española y Directora del Instituto de Investigaciones Sociocríticas y Comparadas
en la UNSa. Ha publicado libros y artículos sobre teatro español, latinoamericano y
argentino, entre los que se mencionan La escritura desatada. El teatro de Alfonso
Sastre (Guipúzcoa, Hiru), Un siglo de teatro en Salta: memoria y balance (CIUNSa,
con Marcela Sosa y Mabel Parra); “Salta: 1900-1930” y “Salta: 1930-1976” (historia
del teatro, Galerna, con M. Sosa) y 40 Años de teatro salteño (1936-1976). Antología
(Instituto Nacional del Teatro, con M. Sosa).

Gabriela Caretta es Licenciada en Historia. Reviste como Profesora Adjunta de Meto-


dología y Técnicas de la Investigación Histórica en la Universidad Nacional de Salta y
como Investigadora del Consejo de Investigación de la UNSa, en el que dirige el Pro-
yecto Nº 1893/3. Es coordinadora del Museo Histórico de la Universidad. Ha publicado
artículos en revistas especializadas y capítulos de libros dedicados a la historia social y
cultural del clero y de la religiosidad, particularmente referidos a la muerte y el morir en
la colonia y el siglo XIX. Ha editado, junto a Isabel Zacca, Para una historia de la Igle-
sia. Itinerarios y estudios de caso (CEPIHA).

Silvia Castillo es Profesora en Letras egresada de la Universidad Nacional de Salta.


Se desempeña como Jefa de trabajos prácticos en las cátedras Teoría y práctica de la
prensa escrita e Introducción a la investigación periodística y al periodismo de opi-
nión, Profesora de Problemáticas básicas de la Literatura y Directora de la Escuela de
Ciencias de la Comunicación. Integra equipos de investigación avalados por el Con-
sejo de investigación de la Universidad Nacional de Salta desde 2001. Ha publicado
artículos y capítulos de libros referidos a la producción literaria del NOA, al campo
de la comunicación y a la investigación periodística local. Entre sus publicaciones
recientes se encuentran “Estado Nación e Institución Literaria (Salta: 1930-1940)”
(en Colonialidad del Poder: Discursos y Representaciones de Alejandra Cebrelli y
Zulma Palermo, UNSa, 2009); “Diferencia colonial, canon literario y construcción de
la imagen femenina” (Cuerpo(s) de mujer. Representación simbólica y crítica cultura
de Zulma Palermo, Ferreira Editor/UNSa, 2006); “Pensar la investigación desde una
perspectiva local” (Trampas de la Comunicación y la cultura, 2008).

Telma Liliana Chaile es Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Pla-


ta. Se desempeña como Jefa de trabajos Prácticos de Historia Argentina I en la UNSa
y es becaria postdoctoral del CONICET en el Centro Promocional de Investigaciones
206 Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta

en Historia y Antropología (CEPIHA). Ha sido expositora en seminarios, congresos


y jornadas organizados por distintas universidades e institutos de investigación y ha
publicado artículos en revistas especializadas, abordando aspectos relacionados con
la religiosidad en Salta referidos a la colonia y a fines del siglo XIX y principios del
siglo XX.

Irene Noemí López es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Salta y


Profesora Superior de Música. Doctoranda en Letras por la Universidad Nacional de
Córdoba y Becaria de Posgrado del CONICET. Actualmente se desempeña como do-
cente en las cátedras de Teoría Literaria I y II de la Universidad Nacional de Salta. Ha
publicado artículos en revistas y libros de su especialidad. Entre sus publicaciones se
encuentra Alejo Carpentier. Los ritmos de una escritura entre dos mundos (EUNSA,
2006).

Marcelo Daniel Marchionni es Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad


Nacional de Salta, Master en Historia Latinoamericana por la Universidad Internacio-
nal de Andalucía. Desarrolla actualmente su tesis doctoral titulada “Política y socie-
dad en Salta y el norte argentino (1780-1850)”, en la UNSa. Es docente, ex becario y
miembro de proyectos de investigación del CIUNSa y CONICET desde 1991. Dirige
eel proyecto CIUNSa Nº 1893/2 referido a historia política en Salta y Jujuy entre fines
del siglo XVIII y mediados del siglo XIX. Cuenta con publicaciones de artículos en
revistas especializadas y capítulos de libros referidos a su especialidad. Actualmente
ocupa el cargo de Secretario Académico de la Facultad de Humanidades de la UNSa.

Sara Emilia Mata es Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata.


Se desempeña como Investigadora del CONICET, Directora del Instituto de Inves-
tigaciones en Historia y Antropología CEPIHA, Directora de la Revista Andes. Es
Profesora Titular de Historia Argentina I en la Universidad Nacional de Salta. Ha
publicado numerosos artículos científicos sobre historia colonial y la revolución y
guerra de independencia en Salta y el Alto Perú. Es autora, entre otros, títulos de Tie-
rra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia (España,
2000) y Los gauchos de Güemes. Guerra de independencia y conflicto social (Buenos
Aires, 2008).

Zulma Palermo ha sido Profesora Titular de Teoría Literaria en la Universidad Na-


cional de Salta. Sus investigaciones se orientan desde la crítica cultural latinoameri-
cana a partir de procesos locales. Actualmente es Profesora Emérita de esa Univer-
sidad y participa en el colectivo modernidad/colonialidad/decolonialidad desde sus
comienzos, línea desde la que dicta Seminarios y Conferencias en distintas unidades
académicas argentinas y extranjeras. Sus últimas publicaciones son: Desde la otra
orilla. Pensamiento crítico y políticas culturales en América Latina; Cuerpo(s) de
Los autores y las autoras 207

Mujer. Representación simbólica y crítica cultural; Las culturas cuentan, los objetos
dicen; Colonialidad del poder: discursos y representaciones. En esta colección de
Ediciones del Signo ha coordinado dos volúmenes: Arte y estética en la encrucijada
descolonial y Pensamiento argentino y opción decolonial.

María Mercedes Quiñonez es Profesora en Historia por la Universidad Nacional


de Salta y Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente
docente en la Facultad de Humanidades de la UNSa y becaria postdoctoral del CONI-
CET, con lugar de trabajo en el CEPIHA. Integra proyectos de investigación acredita-
dos en el CIUNSa, Agencia y CONICET. Sus temas de investigación se orientan a la
historia de la familia, la elite y el poder en Salta en el siglo XIX.

Marcela Beatriz Sosa es Doctora en Literatura Española y Teoría de la Literatura por


la Universidad de Valladolid. Se desempeña como Profesora Adjunta en Literatura
Española, Literatura Extranjera y en seminarios de la UNSa. Posee publicaciones
locales, nacionales e internacionales sobre teatro español, iberoamericano y salteño
y sobre didáctica de la literatura. Es autora de El bisel del espejo. La reescritura
en el teatro contemporáneo español e hispanoamericano (CIUNSa) y 40 Años de
teatro salteño (1936-1976) (INT), ambos con Graciela Balestrino; Las fronteras de la
ficción. El teatro de José Sanchis Sinisterra (UVA) y Manual para cautivar lectores
(Secretaría de Cultura/CIUNSa/Capacitar, en coautoría).

Isabel Zacca es Licenciada en Historia. Reviste como Investigadora del Consejo de


Investigación de la UNSa, co-directora del Proyecto Nº 1893/3, así como Auxiliar en
la cátedra de Historia de las Sociedades en la Sede Regional Tartagal de la UNSa. Ha
publicado artículos y capítulos de libros dedicados a la historia social y cultural de
la población, la familia y la religiosidad, ha realizado estudios sobre enterratorios,
la muerte y el morir en la colonia y en el siglo XIX. En colaboración con Gabriela
Caretta, ha editado Para una historia de la Iglesia: Itinerarios y estudios de caso
(CEPIHA).

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