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Crisis Argentina

La turbulenta economía argentina ha sido en particular objeto de numerosas


investigaciones. Sus hiperinflaciones, grandes devaluaciones y declaraciones de default,
han llamado la atención de muchos autores que se han embarcado en cuantiosos análisis
tratando de atar cabos y obtener conclusiones. Sin embargo, no se encuentran en la
literatura económica propuestas como el Indicador de Turbulencia Financiera (en
adelante, ITF), de Reinhart y Rogoff (2011). Esta medida, que resume en forma simple el
nivel generalizado de crisis de un país, es muy útil como una primera aproximación a una
datación de las grandes crisis que han sucumbido a los diferentes países y, en particular,
a la Argentina, pero no permite hilar muy fino sobre la realidad económica local a lo largo
de la historia. Las razones son obvias: los autores arriba citados realizan un estudio que
abarca sesenta y seis países y alrededor de ocho siglos. La investigación que aquí se
desarrolla se centra en el caso argentino y este hecho permite y vuelve deseable modificar
el índice para que describa en forma más completa y transparente el escenario local.

TIPOS DE CRISIS
Reinhart y Rogoff identifican seis tipos de crisis, a saber:
 Crisis inflacionaria: Cuando la tasa de incremento en el nivel general de precios
traspasa cierto umbral complicando los procesos económicos;
 Crisis cambiaria: Cuando se desploma el valor de la moneda de un país, (a
menudo a pesar de las “garantías” del gobierno en el sentido de que bajo ninguna
circunstancia permitirá que tal cosa suceda);
 Crisis bancaria: Cuando buena parte del sector bancario deja de ser solvente
como resultado de cuantiosas pérdidas en la inversión, pánicos bancarios o ambas
cosas;
 Crisis de deuda soberana interna: Cuando un gobierno incumple en el pago de
su deuda con acreedores domésticos o se enfrenta a reprogramaciones
importantes;
 Crisis de deuda soberana externa: Definido de igual modo que la crisis anterior,
pero en el caso de deuda contraída con acreedores extranjeros.
 Crisis bursátil: Cuando se produce una caída estrepitosa en los valores de los
activos.
DATACIÓN DE LAS CRISIS Y CONSTRUCCIÓN DEL ITF
Reinhart y Rogoff proponen diferentes modos de “datar” las crisis que azotan a un país.
Adoptan umbrales cuantitativos para algunas de ellas, como la inflacionaria, la asociada
con el derrumbe o la degradación monetaria y las rupturas de las burbujas del precio de
los activos. Elijen en cambio acontecimientos para datar los otros tipos de crisis: bancaria
y de deuda (tanto interna como externa). Un resumen de los umbrales y los
acontecimientos utilizados para identificar en qué momento un país ha sido azotado por
un episodio crítico, según el criterio de los autores propuestos, se puede hallar en la tabla
siguiente:

Tabla 1: Umbrales definidos originalmente para cada tipo de crisis


Cómo definir una crisis: resumen de umbrales cuantitativos y cualitativos
TIPOS DE UMBRAL
Inflacionaria 20% anual
15% de depreciación anual frente al dólar
Cambiaria
estadounidense
Cierre, fusión o adquisición de una o más instituciones financieras por
Bancaria
parte del

Incumplimiento del gobierno en el pago del crédito principal o sus


intereses antes del vencimiento (o pagadas pero luego de
De deuda
reprogramaciones importantes) - recoge sólo el 1° año. También
interna
puede involucrar el congelamiento de depósitos bancarios y/o su
conversión forzosa de dólares a la moneda local

Incumplimiento del gobierno en el pago del crédito principal o sus


De deuda intereses
externa antes del vencimiento (o pagadas pero luego de reprogramaciones
importantes) recoge sólo el 1° año

Bursátil 25% precio real de las acciones


Variedad de Crisis, América Latina, 1820-2008

3.5
Número medio de crisis por país y año (de 0 a 5)

3.0

2.5

2.0

1.5

1.0

0.5

0.0
1820 1840 1860 1880 1900 1920 1940 1960 1980 2000

Fuente: Página Web “This time is different” de Reinhart y Rogoff:


www.reinhartandrogoff.com/

Grafico 1: Índice de Turbulencia Financiera original aplicado a Argentina (1910 – 2009)

Fuente: Página Web “This time is different” de Reinhart y Rogoff:


www.reinhartandrogoff.com/

De acuerdo a los resultados expuestos, se advierte que los episodios más críticos para
Argentina ocurrieron en 1951, 1980-1990, 1992 y 2001-2002. En todos estos casos, de
acuerdo a los umbrales especificados, se acumularon cuatro o más crisis.
CRISIS INFLACIONARIA

Gráfico 2: Tasa de Inflación anual, basada en el IPC, Argentina 1910 - 2009

El incremento en las importaciones para comprar bienes de capital e insumos básicos y la


reducción de las exportaciones de productos del agro, debido a la mayor demanda interna
originada en la suba del salario real y el poder adquisitivo. Todo esto llevaba a una
devaluación, que provocaba un aumento del precio de productos exportables e insumos
importados, dando comienzo a una espiral inflacionaria. Se iniciaron entonces los Ciclos
Stop & Go, consistentes en despegues parciales que, al cabo de algunos años, perdían
dinamismo no sólo a causa de la rigidez de la oferta, sino también por el estrangulamiento
de divisas y la creciente brecha fiscal. Es así como Argentina registra entre 1949 y 1952,
una inflación anual promedio del 33%, mientras que en el quinquenio siguiente se
mantiene alrededor del 10%. Este nivel es ampliamente superado en el ’59, con una tasa
del 113% (el año previo- 1958- también supera el primer umbral). La inflación se
mantendría luego en un 25% anual promedio, hasta que, entre 1971 y 1973, la media
alcanzaría un nivel superior al 50%, debido, entre otras causas, a la incidencia de la suba
internacional del precio de la carne, un producto clave de exportación.

Desde 1975 comenzó en Argentina la etapa de alta inflación. El punto de partida, asume
Rapoport, puede considerarse el “Rodrigazo”. Bajo el Proceso, se optó por un fuerte
recorte del gasto de gobierno y una drástica disminución en los salarios, logrando bajar
momentáneamente la inflación pero a tasas anuales no menores al 150% en promedio.
Toda la década comprendida entre 1975 y 1985 se mantuvo por encima del umbral
definido traspasado el cual se considera a la crisis inflacionaria, grave.

Los años siguientes fueron, en términos inflacionarios, verdaderamente abrumadores. Se


sucedieron dos hiperinflaciones: en 1989 y en 1990. Durante la primera, los precios al
consumidor aumentaron 3.079% anual. Esta inflación siguió a la ruptura abrupta del Plan
Primavera. La segunda hiperinflación tuvo lugar entre enero y marzo de 1990, año en que
la inflación alcanzó al 2.314%. Ésta “comenzó con una corrida cambiaria en diciembre
de 1989, luego de que un diario financiero revelara que el gobierno lanzaría un plan de
dolarización. En verdad, toda América latina padeció el flagelo de la hiperinflación.

El régimen de caja de conversión, instaurado mediante la Ley de Convertibilidad en 1991,


aunque causó otros desequilibros12, contuvo la inflación. Como consecuencia, no hay
crisis ni presiones entre 1992 y 2001. A partir de 1999, se registraron por tres años valores
deflacionarios, mientras el producto bruto se contraía sin pausa. Como consecuencia de
la severa devaluación del primer semestre de 2002 que triplicó el tipo de cambio, el IPC
aumentó un 25.6%. Como puede observarse, aunque significó un salto importante
comparado con los valores que la tasa de inflación había alcanzado los años previos, no
supera ni siquiera el primer umbral. Esto puede parecer raro en un contexto de crisis
generalizada, pero no lo es si se tiene en cuenta el panorama recesivo que se vivía.

CRISIS CAMBIARIA

Gráfico 3: Variación anual del Tipo de Cambio Oficial frente al dólar estadounidense

Gráfico 5: Variación porcentual anual de la Reservas Internacionales Totales en manos


del BCRA, como proporción de la Base Monetaria

En 1971, en medio de una inflación creciente, un crecimiento algo estancado y una


proporción Déficit/PBI en aumento, se registra un cambio de signo en el saldo comercial
para volverlo negativo y una pérdida de reservas en relación a la BM del 70%. La
devaluación sería ese año de casi el 60%, anticipando la primera crisis registrada según
el indicador aquí presentado, que llegaría en 1972, con un aumento del tipo de cambio
oficial de casi el 90%. Hacia este año, la “estabilización de Krieger” había quedado atrás
y el país era un caos social y económico. En el 73, la restricción externa no fue un
problema, gracias al salto que dieron las exportaciones, pero el saldo comercial se
achicaría hacia el año siguiente, generando una nueva pérdida de divisas/BM. Con los
términos de intercambio en descenso, las reservas cayeron en los años siguientes.

La década del 80, al igual que cuando es evaluada desde otros puntos de vista, fue
desastrosa. La pérdida de reservas/BM estuvo presente año tras año e importantes
devaluaciones se sucedieron en los años 81-85 y 87-89. Una década entera de presiones
y crisis cambiarias, motivada en los primeros años, según Trapé, por un saldo comercial
y de cuenta corriente negativo, en virtud del atraso cambiario (como resultado de “La
Tablita”) y del proceso de endeudamiento. El compromiso del gobierno de realizar las
devaluaciones como habían sido prometidas, lo llevó a una cuantiosa pérdida de reservas.

A partir de 1983, con el retorno de la democracia, se observarían nuevos factores para


explicar la pérdida de reservas. Trapé explica que los términos de intercambio caían y el
saldo comercial, si bien era positivo, no alcanzaba para cubrir los intereses que se giraban
al exterior, lo que implicaba el uso de reservas a tal efecto. A comienzos de 1989, la
presión sobre las divisas en manos del BCRA era muy fuerte y la desconfianza era
generalizada. El cuadro estalló cuando el BM retiró explícitamente su apoyo al país,
iniciándose una corrida contra el austral. Para evitar el cuantioso drenaje de divisas, el
gobierno dejó flotar el tipo de cambio, que aumentó más del 4000% aquel año, en el
marco de la vertiginosa hiperinflación. En el 91, la crisis se “mantiene” como resultado
de la inercia hasta el año siguiente, cuando se instituye la Caja de Conversión, que desde
el punto de vista cambiario, sería una solución muy estabilizadora. No hay ningún
episodio en la década que transcurre entre 1992-2002, que pueda caracterizarse como
crisis o presión cambiaria. La crisis en este mercado regresa en el año 2002, cuando
además de una pérdida de reservas/BM de más del 80%, se registró una devaluación de
más del 200%, en el marco de una crisis económica, política y social verdaderamente
generalizada.

CRISIS BANCARIA

En 1975 la economía argentina había entrado en un régimen de alta inflación. Según


describe Ávila (2004), en el tercer trimestre de 1979, bajo el primer gran intento de
estabilización (“La Tablita”) y en medio de una fuerte reactivación económica, la
inflación empezó a caer marcadamente, mientras los depósitos y el grado de monetización
aumentaban. Pero este favorable escenario se desmoronó en 1980. El creciente déficit
fiscal y la prevista transferencia del poder de una junta militar a otra, fueron el origen de
una ola de desconfianza.

El cambio de coyuntura golpeó de inmediato al sistema bancario. Se conocieron


irregularidades en las carteras de préstamos del Banco de Intercambio Regional (BIR) y
de otros dos bancos, y a fines de marzo el BCRA tomó la decisión de liquidar el BIR. El
público dejó de renovar sus depósitos en los bancos débiles y empezó a convertirlos en
dólares o en nuevos depósitos en instituciones fuertes (esto hace que los depósitos totales
no registren una caída, aunque durante 1980 y 1981 crecen a mucho menor ritmo que el
que venían exhibiendo). La corrida, sumada a la imposibilidad de obtener fondos en el
mercado interbancario, precipitó una situación de iliquidez en los bancos débiles. El
BCRA entonces re descontó activos de estas instituciones y modificó el régimen de
garantía de los depósitos, elevando notablemente el monto máximo con garantía total.

“Quizá nunca antes en el siglo XX el país experimentó tanta inestabilidad y destrucción


de riqueza como en 1982”. Así lo menciona Ávila (p. 9), quien expresa que varias
desgracias afectaron al país aquel año. En lo que refiere al sector bancario, aquellas se
tradujeron en una alta tasa de interés interna en términos reales, en el agravamiento de la
recesión económica que había comenzado a fines de 1980 y en un fuerte quebranto
patrimonial de las empresas endeudadas con los bancos. “El gobierno, guiado por la
hipótesis de que el quebranto empresario y la pérdida de valor de la cartera activa de los
bancos tarde o temprano precipitaría una corrida, seguida por una crisis de liquidez, un
obligado rescate del sistema bancario y una hiperinflación, decidió curarse en salud y
nacionalizar los depósitos en julio de 1982”

El objetivo de la nacionalización o centralización de depósitos era licuar el valor de las


deudas empresarias y por esta vía reflotar la actividad económica, para lo cual el gobierno
asumió que era necesario licuar los depósitos bancarios. Tomando las palabras de Ávila
(p. 10): “La reforma produjo un cambio de 180º en la naturaleza y el funcionamiento del
sistema bancario. La desregulación financiera de 1977 había creado un sistema bastante
libre. Hasta junio de 1982, las tasas de interés pasivas y activas eran fijadas libremente
por el mercado y el encaje era bajo y uniforme”. A partir de julio de 1982, el encaje medio
del sistema aumentó a 80% y el multiplicador se redujo abruptamente a 1,05 en julio y se
estabilizó en 1,2 en meses subsiguientes.

En 1989, llegó la hiperinflación y, de su mano, la crisis bancaria. Según Reinhart y


Rogoff, los bancos que se fueron a la quiebra poseían el 40% de los activos del sistema
financiero. Como explica Ávila (pp. 13- 14), a fines de aquel año, “el gobierno concluyó
que el control de cambios y la política de encajes vigente eran sencillamente
incompatibles con la estabilización monetaria y la recuperación económica. Ambos
problemas fueron encarados de inmediato. En diciembre, se eliminó el control de cambios
y, en enero siguiente, se eliminaron los encajes remunerados”. Esa segunda medida (Plan
Bonex) le devolvió al BCRA el control de la oferta de dinero. En términos generales, este
Plan consistió en un canje compulsivo de los depósitos bancarios a plazo fijo, y de algunos
títulos públicos, por un bono en dólares que rendía una tasa de interés fija. En enero de
1990 desapareció abruptamente del balance del BCRA el pasivo remunerado que
dislocaba el comportamiento de la oferta monetaria. Así lo explica Ávila (p. 14), quien
concluye: “El costo fue una grave pérdida de reputación del Estado argentino como
pagador de sus obligaciones y una flagrante violación de contratos pactados libremente
entre bancos y depositantes”.

La eliminación del control de cambios y del encaje remunerado y una política fiscal que
igualaba el gasto a la recaudación crearon una posibilidad de estabilización monetaria.
Pero ésta no se concretaría hasta 1991. La aguda inestabilidad de la velocidad de
circulación, que fue la característica central de la hiperinflación, obligó a la adopción de
la caja de conversión (“convertibilidad”), que comenzaría a regir en abril de ese año.

Ávila (p. 14). El mismo expresa: “Se sabía que la convertibilidad iba a ser, a la larga,
incompatible con la tradicional función de prestamista de última instancia del BCRA,
pero no había opción, salvo una reforma radical del sistema bancario que el país no se
había planteado todavía”. Los primeros años de la “convertibilidad” fueron
macroeconómicamente tranquilos, también desde el punto de vista bancario. La
inestabilidad llegaría recién con el Efecto Tequila. México devaluó en forma caótica su
moneda en diciembre de 1994 y a partir de entonces la mayoría de los países emergentes
fue objeto de sospecha. Argentina era demasiado parecida a México: “Tenía un régimen
de tipo de cambio fijo y exhibía un déficit en cuenta corriente próximo a 4% del PBI.
Nada importaban las grandes privatizaciones ni la caja de conversión; sólo importaban el
parecido y que cinco años antes el país había caído en una hiperinflación”.
Ávila (p. 16), resume en pocos renglones el episodio bancario:

La corrida bancaria (y cambiaria) se inició a fines de diciembre. Fue en


aumento hasta mediados de enero de 1995, cuando el BCRA decidió el cierre
de dos bancos mayoristas (Extrader y Basel), se segmentó el mercado de
préstamos interbancarios y se intensificó la iliquidez de los bancos con
problemas. Ingresó en una zona de relativa calma hasta fines de febrero y
registró el clímax cerca del 10 de marzo, cuando la tasa de interés
interbancaria llegó a 50% anual (siete veces el nivel previo a la devaluación
mexicana). Esa semana, el sistema bancario, el peso convertible y el país
estuvieron al borde del abismo. La prima de riesgo-argentino tocó el máximo
nivel desde la hiperinflación y la pérdida de valor de los activos bancarios
(bonos y préstamos en el mercado secundario) era correspondientemente
grande.

CRISIS DE DEUDA INTERNA

Según Piffano et al. (2009, p. 126): “La década del ochenta encontró al sistema de
previsión social argentino sumido en una profunda crisis estructural la que se manifestó
en déficit permanentes, dependencia de fondos estatales, caída en los beneficios
jubilatorios y creciente incumplimiento de obligaciones contraídas, lo cual trajo aparejado
problemas judiciales y una creciente tensión social”. Con el cambio de gobierno, a partir
de mediados de 1989, se recurre a instrumentos más drásticos para salvar las dificultades
en las que estaba inmersa la economía argentina. De esta manera, se aprueba
inmediatamente en el Parlamento, la Ley Nº 23.696 de Emergencia Económica, en la que
se establece el cese de juicios contra el Estado (especialmente en la esfera previsional).

Siguiendo a Virgolini (2009) y teniendo en cuenta los procesos hiperinflacionarios que


sucedieron al culminar aquella década, es claro que la deuda pública fue en parte licuada
durante 1989 y 1990. La otra parte de los compromisos internos fueron convertidos o
canjeados por deuda externa en el denominado Plan Bonex.

CRISIS DE DEUDA EXTERNA

Como explican Müller y Benassi (2013), a partir del año 1974, como producto del
reciclaje de los petrodólares tras el shock petrolero de 1973 y la recesión en los países
desarrollados, se genera un incremento inusitado de liquidez que pone a disposición de
los países periféricos una amplia masa de capitales, a tasas de interés muy reducidas.
“Como es sabido, éste es el punto de partida de un explosivo ciclo de endeudamiento en
buena parte de los países periféricos” (p. 15). Esta nueva fase del endeudamiento
argentino muestra un vertiginoso crecimiento del pasivo externo, con origen en la
escalada de la tasa de interés internacional desde 1979 y la caída de los términos de
intercambio. A esto concurre el endeudamiento que propicia la gestión económica de
Martínez de Hoz. A partir de 1982, se procede además a la estatización de parte de la
deuda privada, a través de un mecanismo de seguros de cambio, en un contexto de
inflación elevada. “Se produce así el tránsito por la “década perdida” de 1980,
caracterizada por una doble restricción, fiscal y externa, producida por el accionar
simultáneo de la disparada de la tasa de interés internacional y de la estatización de la
deuda privada” (p.15). Según describe Trapé (2005), en 1988 Argentina dejó de pagar los
intereses de su deuda externa, lo cual implicaba, de hecho, una moratoria. La década del
’80 prácticamente completa muestra presiones ante el pago de la deuda e incumplimientos
en los compromisos asumidos, según el detalle de Reinhart y Rogoff (2011). “Es por
entonces que la deuda externa se convierte en una suerte de protagonista central del
desenvolvimiento económico del país” (Müller y Benassi, p.15).

Plan Bonex

Igual que el Gobierno de Alfonsín, Menem apeló a encajes bancarios altos animado por dos
motivos: la necesidad de financiar el déficit fiscal, que era preocupante aunque equivalía a la
mitad del registrado en comienzos de la etapa democrática (14,5% del PBI); y como herramienta
de política monetaria restrictiva, para evitar la expansión de dinero. Esto significó que, por
ejemplo, de cada 1000 australes depositados en cuentas bancarias aproximadamente un
80/85% no pudiera ser prestado por las entidades. En verdad con este mecanismo el Estado se
convirtió en el principal (y compulsivo) tomador de préstamos. Los encajes eran remunerados,
de modo que el Banco Central les pagaba a los bancos por tener congelado un porcentaje tan
alto de los depósitos. El país estaba fuera de los mercados internacionales con motivo de la
moratoria dispuesta en abril de 1988 por Alfonsín, y por la gran cantidad de bonos emitidos a
tasas altas tenía también agotada su capacidad de tomar deuda interna. Así transcurrió la
segunda mitad de 1989. Hacia diciembre, el clima de incertidumbre y desconfianza se
acentuaron. Los argumentos de quienes sostenían que en realidad Argentina no lograba salir del
fenomenal descalabro cambiario, fiscal y de precios por los desaciertos del anterior Gobierno
parecían desvanecerse.
El Ministro Rapanelli era funcional a un modelo económico típicamente liberal, estaban vigentes
las leyes de Emergencia y Privatizaciones, la relación entre Carlos Menem y George H.W. Bush
(padre) pasaba de ser protocolar a una obsecuente amistad y se anunciaba el fin de la moratoria
de abril de 1988, reanudando los pagos a los acreedores externos. Pese a todo, no retornaba la
confianza a los mercados. Basta mencionar como ejemplo a la devaluación de la moneda que
parecía no tener techo: el año 1989 había comenzado con un dólar cotizando entre 20 y 25
australes (recordemos que en 1985 un austral equivalía a U$S 0,80), llegó a los 400/500 australes
en oportunidad del cambio de Gobierno y trepó hasta los 1950 australes en diciembre. El total
anual de la depreciación de la moneda fue 8000% aproximadamente.

Un plan que por un lado limitara el retiro de depósitos bancarios a plazo y por el otro concentrara
en un solo título a la inmensa variedad de bonos en australes que habían sido emitidos en los
últimos años. El bono pensado para esos fines fue el Bonex (Bonos Externos) que existía desde
la década del 70, siempre en dólares y siempre honrado por el Estado, algo que lo hacía gozar
de reputación en el mercado. Los depósitos bancarios, casi en su totalidad constituidos a tan
sólo siete días (lo que revela el excesivo cortoplacismo con que se manejaban los inversores)
serían devueltos en efectivo hasta la cifra de un millón de australes y el resto en Bonex. El monto
involucrado en la operación rondó los U$S 3.000 millones. El plan despertó muchas críticas,
principalmente porque se veía afectado el derecho de propiedad al impedírsele a los ahorristas
retirar en dinero el capital más los intereses de sus ahorros depositados en una entidad
financiera. A partir de que -ya emitidos los Bonex- los ahorristas comenzaron a recibirlos, la
inmensa mayoría (gente de clase media) salió a venderlos. Sabido es que en estos casos existe
un valor nominal (expresado en la lámina del bono) y un valor real (el que efectivamente tiene
si su tenedor lo vende en el mercado). Hacia abril de 1990, el valor real de los Bonex era de entre
25/30% de su valor nominal. Esos ahorristas prefirieron desprenderse de los Bonex con la ilusión
de al menos rescatar una cuarta parte de sus ahorros, perdiendo las tres cuartas partes
restantes. Una minoría, con alta capacidad económica pudo esperar; sea porque también habían
cobrado en Bonex o porque compraron a bajísimo precio los Bonex vendidos con desesperación
por los ahorristas de menores ingresos. Esta minoría no sólo pudo sino que supo esperar pues
suelen manejar información que no está al alcance de quienes desconocen los vaivenes del
mercado. En el último trimestre de 1990, lo que antes cotizaba un 25/30% promedio, ahora se
situaba entre 70 y 80%. Esto significa: una rentabilidad en dólares de aproximadamente 200%.
Algo que en un país estable lleva décadas, aquí se conseguía en tan sólo 6 meses.

Sin perjuicio de la mirada crítica -que se comparte- sobre la violación de derechos


constitucionales que trajo aparejado este Plan, puede ser comprensible (con criterio muy
restrictivo) que cuando se toman decisiones vinculadas con temas bancarios o monetarios -
materias por demás sensibles- es algo impracticable enviar un proyecto al Congreso. Si así fuera,
al tomar estado público con anticipación el contenido de las medidas, podría terminar
haciéndole perder efectividad. Algo similar ocurrió con la creación del Austral y la
instrumentación del desagio en 1985, que fueron puestos en vigencia por Decreto y
posteriormente convalidados por el Parlamento Nacional; aunque sin lugar a dudas que el Plan
Bonex fue mucho más allá. Años después, el vulgarmente llamado “corralito” primero y
“corralón” después superarían holgadamente en afectación patrimonial de los ahorristas a todo
lo conocido.

Lo que quiso evitarse con el Plan Bonex -sin éxito y con un altísimo costo- fue el empeoramiento
de una situación que ya era caótica. En primer lugar, como se señaló antes, más del 80% de los
depósitos estaba inmovilizado bajo la figura del encaje. Por consiguiente: ese dinero no estaba
disponible en los tesoros de los bancos o del mismo Banco Central por si eventualmente debían
ser devueltos. En segundo lugar, liberar al mercado una cantidad tan importante de australes
en un contexto de fuerte inestabilidad, causaría el efecto de una mega devaluación, que podía
colocar al país a las puertas de una nueva hiperinflación.
Año PBI Var. PBI per Inflación Exporta Import Desemp Saldo de la
(millones Anual Cápita (Promedio) ciones aciones leo Balanza
de (dólares) Comercial
dólares)*
1991 204.094 10,6% 6.258 171,7% 11.978 8.275 6,5% 3.703
1992 223.701 9,6% 6.786 24,9% 12.235 14.872 7,0% -2.637
1993 236.505 5,7% 7.099 10,6% 13.118 16.784 9,6% -3.666
1994 250.308 5,8% 7.434 4,2% 15.839 21.59 11,5% -5.751
1995 243.186 -2,8% 7.147 3,4% 20.963 20.122 17,5% 0.841
1996 256.626 5,5% 7.462 0,2% 23.811 23.762 17,2% 0.049
1997 277.441 8,1% 7.983 0,5% 26.431 30.45 14,9% -4.019
1998 288.123 3,8% 8.203 0,9% 26.434 31.377 12,9% -4.943
1999 278.369 -3,4% 7.841 -1,1% 23.308 25.508 14,2% -2.2
2000 276.173 -0,8% 7.508 -0,2% 26.341 25.28 15,0% 1.061
2001 263.997 -4,4% 7.105 -1,1% 26.542 20.319 17,3% 6.223

Referencias Bibliográficas

Krikorian, M. (2010). La hiperinflación de 1989/90. Anales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y


Sociales, 7. (p. 539-544)

POBLETE, A. P. TURBULENCIA FINANCIERA EN ARGENTINA.

Buchieri, E., & Gastaldi, S. Convertibilidad y prestamista de última instancia: la experiencia de


Argentina en los 90.

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