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El catequista es un cristiano como todos los otros y como todos los demás está
“plasmado” del Espíritu Santo desde su bautismo.
Es el Espíritu Santo la guía, el maestro del catequista que debe sentirse y actuar
como dócil instrumento de Él; un instrumento que no cesa nunca de ser tal,
porque el Espíritu Santo lo sostiene en su formación “permanente”.
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Cf. AA.VV., La spiritualità del catechista, en: <http://lnx.catechista.it/index.php?option=com_docman&task=
cat_view&gid=64&Itemid=56>, [20.01.2017].
2. El encuentro personal con Jesucristo
La oración es una experiencia espiritual, se da por obra del Espíritu Santo: "Y la
prueba de que ustedes son hijos es que Dios envió a nuestro corazones el Espíritu
de su Hijo que grita: «Abba», es decir, «Padre». De modo que ya no eres siervo,
sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios." (Gal 4 ,6-7).
La oración, sobre todo para el catequista, debe ser personal (“Tú, cuando ores,
entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo screto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará” Mt 6,6) porque es en modo
personal que logramos decirle sí a Dios, pero también comunitaria, es decir,
debe integrarse con todas las otras expresiones de la vida eclesial y con las otras
formas de oración de la asamblea y del grupo. Es desde la base comunitaria que
la oración personal toma estímulos y contenidos, mientras el aspecto normativo
y ritual de la oración trae su animación, su vitalidad del encuentro íntimo de la
persona con Dios Padre, con Cristo, en el Espíritu.
-Vivir una fuerte experiencia litúrgico-sacramental.
La vida del catequista ha de ser una vida eucarística: «Al vertice de esta acción
educativa, está la preocupación de disponer a los fieles a hacer del misterio
eucarístico la fuente y culmen de toda la vida cristiana. Todo el bien espiritual de
la Iglesia se encuentra en la Eucaristia, donde Cristo, nuestra Pascua, está
presente y dá vida a los hombres, invitándoles, introduciéndoles a ofrecerse con
Él en su memoria, para la salvación del mundo» (CEI, Rinnovamento della
Catechesi, 46). La Eucaristia, de hecho, es la más alta y plena realización de la
salvación, fuente y culmen de la existencia cristiana, alimento fundamental para
el crecimiento de la fe. «La celebración de la Eucaristía es el momento
fundamental para el crecimiento de toda la comunidad y de cada uno de sus
miembros en la fe de Cristo» (RdC, 73).
La llamada y la respuesta
El catequista es una persona llamada por el Señor y, como tal, ha de dar una
respuesta. La razón última y fundante de su empeño está en la llamada de parte
de Dios por medio del encargo confiado por el Párroco, o aquel que haga sus
veces.
Las competencias
El servicio eclesial
Enseñante
Educador
Atento al hombre
De ahí nace el optimismo del cristiano y más todavía del catequista: el bien es
presente en cada hombre y en Jesucristo la humanidad puede llegar a ser más
responsable, más empeñada, más fraterna (cf. GS 22).
No solo para los apóstoles sino para cada cristiano “porque anunciar el
evangelio no es un motivo de gloria; es una obligación”(cf. 1 Cor 9,16). Más aún
lo debería ser para cada catequista quien debe estar "siempre dispuesto a dar
razón de su esperanza a todo el que le pida explicaciones" (cf. 1 Pt. 3,15-16) y
capaz de aceptar los profundos cambios culturales con el optimismo enraizado
en la presencia operante de Dios en el mundo; movido hacia un empeño
inteligente y valiente para que todo sea para bien del hombre, según el
proyecto de Dios; animado por la gran esperanza colabora generosamente a la
acción de Dios que salva a los hombres y los ama; pero los salva en modo que
nosotros apenas vemos y que solo él conoce plenamente.
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Hoy en día, en ámbito catequético, se suele hablar más de interlocutor que de destinatario.