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MATERIA: NATURALEZA Y MÉTODO DE TEOLOGÍA


PROFESSOR: D. FELIX MARIA AROCENA
ALUMNO: FR. RAYMUND FAJARDO ALCANTARA
FECHA: 13 NOVIEMBRE 2018

NATURALEZA Y MÉTODO DE LA TEOLOGÍA

“ Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi, sancte Pater, semper et ubíque
grátias ágere per Fílium dilectiónis tuae Iesum Christum…”

Esta parte del prefacio me sirve como guía y punto de partida al resumir todo lo que
he aprendido no sólo en la clase sino también en las lecturas que hemos hecho a lo largo
del semestre. Mi motivo al tomar estos párrafos no es reducir toda la ciencia teológica
dentro de los limites de sus palabras. Simplemente es un intento de desarrollar lo que he
aprendido con el fin de que los contenidos teológicos presentados en la clase no se quedan
solamente como ideas puramente teoréticas, sino que intento a integrar y relacionar el
estudio de la Teología con la vida cristiana vivida diariamente dentro la comunidad eclesial y
celebrada en la Liturgia.

El programa de nuestra materia incluye básicamente seis temas que son esenciales
para con nosotros en cuanto que intentamos no solamente a ser buenos y ilustrados
alumnos de Teología sino sobre todo intentamos a ser buenos teólogos y católicos. En
todos los temas, lo que he visto como algo común es que todos hablan de Dios, aunque de
diversas formas y perspectivas. Conviene subrayar, en primer lugar, que este Dios que
hemos hablado en la clase o de que estamos estudiando no es un Dios que es producto de
mi pensamiento o mi sentimiento interior. No es un Dios que se identifica con una idea
absoluta y abstracta o que se asemeja con una “energía” anónima. Ni es tampoco Dios
quien sólo se halla en nuestros manuales.

Este Dios al que intentamos a comprender es una persona que ha revelado su


nombre en la zarza ardiente, y, más aun, tiene “rostro” porque se hizo carne y vivió con
nosotros ofreciéndonos su amor en la cruz. De ahí, tiene sentido decir estas palabras: “ vere
dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi, sancte Pater, semper et ubíque grátias
ágere per Fílium dilectiónis tuae Iesum Christum…” En verdad es justo y necesario dar
gracias siempre a Dios, que es amor. Dios es amor, un amor que es como una “locura
absurda”. Ese amor se hizo hombre para acompañar al hombre. Aquí se hace la posibilidad
de llamar a Dios “TU”. Y ese amor que se hizo hombre es Jesús, cuyo nombre significa “Dios
salva”, y, es el único nombre que contiene la presencia que significa.
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Considero como primera parte de nuestro programa o como parte introductoria los
temas en los que se desarrollan la naturaleza de Teología como ciencia, la relación esencial
entre la revelación (Teología) y el conocimiento natural de Dios (Filosofía), y la relación de
Teología con otras ciencias particulares, con la Historia, de modo concreto.

La teología está abierta a las aportaciones de la Historia como ciencia. La Teología en


cuanto ciencia no se encierra a sí mismo, cerrando la posibilidad de dialogo con otras
ciencias. Está abierta a un encuentro con otras ciencias. De ahí, se puede decir que la
teología fomenta y se compromete a un trabajo científico inter-disciplinar. La clase que se
nos ha dado sobre la Historia y la Teología me ha enseñado como tengo que ver los
binomios: Teología y Historia, naturaleza y cultura, espíritu y praxis, espiritual y temporal,
religión y política, eclesiástico y civil, Iglesia y historia de la Iglesia, verdad y mentira. En el
fondo, aprendí que en nuestras investigaciones teológicas o en cualquier trabajo científico
lo que tenemos que tener en cuenta es saber ver cuáles son las cosas permanentes y cuáles
son las cosas permanentes. El error y el fracaso vienen cuando se confunden o entremezclan
los dos, así como cuando se confunde lo necesario con lo contingente o cuando se
identifican a Dios con el mundo. Su resultado inmediato es caer en el error de panteísmo.

Hablar de Teología presupone, sobre todo, aceptar la afirmación de que el hombre


es capaz de tener un conocimiento natural de Dios. Este conocimiento es verdadero en
cuanto que se puede conocer a Dios mediante de sus creaturas y mediante de la persona
humana en cuanto que es creada a semejanza e imagen de Dios. Dios al crear no solo se
comunica al hombre TU-a-TU sino al todo el universo. Todas personas son, por lo tanto,
capaces de leer la gloria de Dios en todos sus creados. Y no se puede negar que podemos
hablar de Dios verdaderamente aunque es limitado.

De allí se ve que, en la busque de la verdad, la filosofía aporta un conocimiento


verdadero al servicio de la teología. Esta filosofía reconoce al conocimiento de la verdad
objetiva y que tiene fundamento y alcance esencialmente metafísico. Con esta filosofía son
incompatibles los pensamientos de historicismo, relativismo, cientificismo, positivismo,
pragmatismo y nihilismo. La Iglesia recomienda la “filosofía perenne” que es inspirado por
Sto. Tomas de Aquino.

El conocimiento de Dios no termina en el ámbito de la razón natural. El


conocimiento natural de Dios tiene que ser purificado y sobre todo iluminado por la verdad
de la revelación divina. Aquí nos invita a no ser no solo filósofos sino también teólogos. El
teólogo es verdaderamente científico. Sin embargo, las verdades que él investiga no
solamente presupone el uso de la razón sino también de la fe. Lo que se estudia en la
teología es la salvación, es decir, el mismo Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos.
El que se hace hombre es el Logos que nos trasmite ese misterio de Dios. De ahí, la Teología
no es una ciencia como otras ciencias empíricas, sino es una ciencia sapiencial.
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El estudio sobre Dios no solamente nos invita a pensar, sino nos invita, sobre todo, a
creer y a rezar. Por eso nuestra profesora, Isabel Maria Leon Sanz, nos ha recordado en sus
clases que el primer encuentro de fe y razón tiene lugar en la mente del una persona que es
un creyente, y que nuestro afán de comprender tiene que ser movido por el amor (Fides
quearens intellectum). La instrucción Donum Veritatis también nos recuerda que un buen
teólogo no es solamente el que busca una comprensión unitaria, con rigor y precesión,
sobre los misterios de la fe, sino que también, y sobre todo, el que intenta a vivir una vida
santa. De la misma manera, nuestro estudio teológico tiene que ayudarnos no solamente
comprender a Dios, sino que tenemos que ser verdaderamente enamorados de Dios,
enamorados de Jesucristo. Nuestro estudio deber ser un medio oportuno de conocer, seguir
y amar a Cristo. De aquí hablar de Dios se necesita un corazón puro, no contaminado por el
mundo (como San Juan lo entiende). Y puesto que al hablar de Dios no nos sitúa al mismo
de nivel de Él tenemos que tener humildad y hablar de Él rezando.

Acercarnos a Dios presupone buscarle por medio de sus hechos y palabras en la


historia de la salvación. De ahí nos lleva a la segunda parte que trata de las fuentes de la
revelación de Dios: la Sagrada Escritura y la Tradición. Reconocerle lleva consigo a aceptar
la Biblia como palabras verdaderas de Dios. La Biblia es no es más que la palabra de Dios
consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. En su conjunto narra una sola
historia compuesta por único autor que es Dios. Todas las Escrituras están inspiradas por
Dios de modo activo, no pasivo, es decir, la Sagrada Escritura no es solo inspirada por Dios
sino que está traspirando a Dios. En este sentido San Francisco de Asís enseñaba que en la
Sagrada Escritura está la fragancia de Dios.

Ahora, Dios se acerca a nosotros a través de su palabra. Pero esta palabra va mas allá
de lo que está escrita, porque en realidad esta palabra se hace persona, en Jesucristo, el
Verbo de Dios que se hizo hombre. Con San Jerónimo podemos decir que la ignorancia de
las Escrituras es ignorancia de Cristo. De aquí se entiende por qué la Iglesia ha venerado
siempre la Escritura como venera el cuerpo del Señor. Esto nos recuerda que nunca
tenemos que despreciar el texto sagrado. Cada vez que leemos la Palabra de Dios en la
Liturgia se hace posible nuestro encuentro personal con Cristo, por eso tenemos que estar
siempre bien preparados cada vez que la proclamamos. Además nos estimula no solamente
a leer la Biblia, sino meditarla y llevarla en la oración, escucharla en la Liturgia porque de
aquí conoceremos más de cerca al Señor. Jesucristo no solo se entrega y se acerca a
nosotros por su cuerpo eucarístico sino también por su palabra.

La Biblia no es la única fuente de la Revelación de Dios. La Tradición y la Sagrada


Escritura constituyen como dos fuentes de Teología pero con una sola fuente, Dios mismo.
Aunque con el Protestantismo se rechaza la verdad de la Tradición y con la Ilustración se
califica a los que piensan de ser fieles a la Tradición como signo de inmadurez, de cobardía o
de acientífico, la Iglesia continua a enseñar que la revelación divina se contiene tanto en la
Sagrada Escritura como en la Tradición. Rechazar la Tradición es una equivocación porque la
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Tradición es normativa desde los Apóstoles. La Tradición entregada a la Iglesia es siempre


normativa porque es su vida. Esta Tradición tiene un rasgo vital ya que la Tradición no es
sólo contenido doctrinal, sino es una vida. Lo que ha recibido se entrega y se va creciendo.
Tiene también una dimensión de totalidad porque comprende toda la vida cristiana.
Además tiene una dimensión de catolicidad en cuanto que la Tradición es algo más allá de
las diversas culturas o tradiciones particulares. Crea en la Iglesia una comunión, que es
últimamente la comunión con Cristo.

Por su parte, la Iglesia recibe la misión de guardar, conservar y proclamar esta


Tradición en todos los tiempos. Dios mismo es el que garantiza la indefectibilidad de la
Iglesia. La autoridad de la Iglesia no es mera continuidad histórica, sino está fundada en el
hecho de que quien dirige la Iglesia es el Espíritu Santo. Al mismo tiempo también el
Espíritu Santo está siempre en acción tanto en la Sagrada Escritura como en la Tradición.
Por eso ambos son inseparables. El Magisterio siempre enseña e interpreta la Sagrada
Escritura dentro de la Tradición. La Tradición nos protege frente al peligro de una lectura
parcial, fuera de contexto o simplemente literal de la Sagrada Escritura. Los santos Padres,
la teología monástica y la Liturgia nos ofrecen la mejor reflexión o síntesis en el leer de la
Escritura y en la vivencia de la Tradición. Estos tres temas constituyen la última parte de mi
trabajo.

Ocupan un lugar indispensable los santos Padres en la ciencia teológica en cuanto


que son los que han tenido una “intuición de las cosas celestes”. Han sido ellos los que han
alcanzado la mejor interpretación de la Palabra de Dios, además viviéndola en su vida de
oración y en las celebraciones litúrgicas. Para los Padres la Tradición es verdadera gnosis, un
don de Dios a la Iglesia frente a las falsas interpretaciones de la Escritura, y para recibir la
Sagrada Escritura ellos la sitúan en el marco de la alianza, es decir, dentro de la Iglesia. La
gran tradición patrística de exegesis es una gran riqueza para la teología y para toda la
Iglesia. De hecho en la renovación de la Iglesia Católica que se presenta como un
renacimiento o intento de volver a las fuentes, los textos de los santos Padres son
indispensables. Sólo a través de ellos se puede leer las fuentes sin gafas de sistema
escolástica. Los santos Padres no están en un rincón del pasado sino que los tenemos
delante como gigantes a cuyos hombros intentamos a caminar para ver mejor. Por eso
después de los Apóstoles, dice San Agustín, los Padres son los sembradores, regadores,
constructores y alimentadores de la Iglesia.

La teología monástica, aunque es una teología que ha nacido recientemente por un


trabajo del Benedictino Belga Dom Jean Leclerq, tiene una relación esencial con los Padres
porque su fuente no es más que la Sagrada Escritura, los Padres y la Liturgia. Esta teología
nos ofrece una sublime reflexión sobre la Escritura. Y su método está empapado por una
profunda vida de oración y de piedad: collatio, lectio divina, meditatio, contemplatio. Esto
es así porque el fin de la teología monástica no es tanto el conocer la verdad, sino amar más
la verdad. No se dedica tanto a una investigación racional sobre el dato revelado (como en
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la escolástica) sino a se dedica más a buscar a Dios con su corazón, poniendo en práctica
cada día ese amor (credo ut experiar). De ahí quiero señalar la importancia de las palabras
del Papa Benedicto XVI cuando dijo en la abadía cisterciense austriaca “en su anhelo de
obtener el reconocimiento de un riguroso carácter científico en el sentido moderno, la
teología puede perder el aliento de la fe. Pero así como una liturgia que olvida dirigir la
mirada a Dios es, como tal, casi insignificante, de igual modo una teología que ya no está
animada por la fe, deja de ser teología; acaba por reducirse a una serie de disciplinas más o
menos relacionadas entre sí. En cambio, donde se practica una "teología de rodillas", no
faltará la fecundidad para la Iglesia. Nuestra luz, nuestra verdad, nuestra meta, nuestra
satisfacción, nuestra vida no es una doctrina religiosa, sino una Persona: Jesucristo.” Por
ello adquiere sentido decir “ semper et ubíque grátias ágere per Fílium dilectiónis tuae
Iesum Christum…”

Por último, el encuentro personal con Cristo en la tierra se hace posible en la


Liturgia. La liturgia va más allá de todo conocimiento teológico porque aquí Dios no es el
objeto de mi estudio, sino es el “TU” que sale a mi encuentro, es una “Persona” que me
demuestra a mí su amor infinito. Dios se hace realmente presente en la Liturgia. Para mí
esta materia me ha ayudado mucho no solo tener un buen conocimiento de la naturaleza y
método de Teología sino más bien cómo celebrar bien, con más profundidad, las
celebraciones litúrgicas, en concreto, la Santa Misa y la Liturgia de las Horas. Quiero poner
en práctica estas palabras del Papa Benedicto XVI “celebrad la sagrada liturgia dirigiendo la
mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos
los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios
amigo de los hombres”.

Con esto quiero terminar reiterando otra vez sus palabras “en efecto, Dios no es
jamás simplemente el objeto de la teología; al mismo tiempo, también es siempre su sujeto
vivo. Por lo demás, la teología cristiana no es jamás solamente un discurso humano sobre
Dios, sino que al mismo tiempo es siempre el Logos y la lógica en la que Dios se revela. Por
eso la intelectualidad científica y la devoción vivida son dos elementos del estudio que, en
una complementariedad irrenunciable, dependen una de otra.” Quiero tener estos dos
elementos como mis “brújulas” a lo largo de mis investigaciones teológicas.

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