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Jules Falquet
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Simultáneamente, las instancias políticas y económicas dirigentes
promueven hoy el desarrollo del empleo femenino y su formalización
(profesionalización y reconocimiento) con una retórica “pro mujeres”. Fatiha
Talahite (2010), economista argelina radicada en Francia, ha mostrado cómo el
hecho de poner a las mujeres en el mercado laboral y la autonomización que se
espera que esto provoque, se han vuelto requisitos, medidos con diferentes
índices, para obtener préstamos. La OIT y la OCDE realizan estudios sobre las
transformaciones de las políticas sociales y promueven activamente la
importación de mano de obra, principalmente femenina, para sustituir a las
esposas “nacionales” que ahora son requeridas en el mercado laboral (Kofman et
Al, 200; Ito, 2010). Cada vez más voces —algunas de las cuales se reivindican
incluso como feministas— se suman a este entusiasta coro a favor de la
actividad laboral de las mujeres. Así, aunque genere cierto malestar entre
algunas feministas la multiplicación de las “muchachas” y “nanas” migrantes
y/o racializadas, un consenso se ha creado alrededor de la necesidad de
reconocer y extender el trabajo de care, considerado noble, incluso “ético” (y
“femenino”) frente a una economía liberal totalmente deshumanizada por la
lógica exclusiva del beneficio. Se intenta presentar el “alquiler de úteros” como
un gesto humanitario, o casi un derecho humano a tener hij@s, para las personas
que no quieren o no pueden recurrir al embarazo propio pero desean
absolutamente tener hij@s que perpetúen sus genes5. Finalmente, una
importante corriente de opinión, formada por hombres de negocios, economistas
e incluso ONGs en nombre del feminismo6, defienden la idea de que la
prostitución debería ser considerada como un trabajo como cualquier otro y que
constituiría un empleo, si bien no ideal, que permitiría a las personas poco
cualificadas en otros ramos, pero decididas, enriquecerse de forma relativamente
rápida y fácil.
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HDR8 (Falquet, 2012 b). Sin negar que muchas veces el acceso al trabajo
asalariado, o al menos, a una retribución monetaria (es decir, a la explotación)
pueda constituir un progreso (como aconteció en la salida progresiva del
feudalismo del sistema esclavista de plantación del siglo XVIII, o en otros
sistemas sociales donde las relaciones económicas dependían de las relaciones
sociales (Polanyi, 1983 [1949])), intentaré mostrar aquí que la salarización o
profesionalización de las actividades “femeninas”, es un “progreso” muy
relativo. Siguiendo el trabajo de Colette Guillaumin (1992 [1978]), que teorizó
la apropiación privada y colectiva de las mujeres y también el de Paola Tabet
(20049) sobre la amalgama conyugal y el continuum del intercambio económico-
sexual, me preguntaré aquí si la multiplicación —fuera de la institución
conyugal— de empleadas domésticas, mujeres “útero de alquiler”, trabajadoras
del sexo y trabajadoras del care (es decir, el pasaje de lógicas de apropiación
privada a formas de apropiación colectiva) permite un progreso para las mujeres
(y para qué mujeres en particular), o si esto genera simplemente una nueva
forma de apropiación de las mujeres, que prolonga no solamente las anteriores
lógicas patriarcales sino también las lógicas racistas-coloniales y clasistas.
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creencia ciega, nunca examinada y menos aún científicamente comprobada, de
que existe una irreductible “diferencia sexual”, implica que ser socialmente una
mujer significa ser sistemáticamente complementaria de los “hombres”, y estar
fundamentalmente, sino exclusivamente, destinada a entrar en la institución del
matrimonio, la familia y la maternidad —con todo lo que eso implica en
términos de inserción específica —y en posición desfavorecida— en la vida
social y especialmente en el mercado de trabajo.
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significativo que esta última dimensión de la apropiación, la carga física de l@s
miembr@s del grupo, incluyendo a los hombres válidos, sea casi siempre
invisibilizada, cuando podría ser muy útil para esclarecer las teorías del care. Se
trata, de hecho, de uno de los privilegios fundamentales de los hombres, que les
permite no solamente exonerarse de cualquier trabajo de atención a l@s demás,
sino también beneficiarse ellos mismos de ese tipo de atención. Curiosamente, la
mayoría de las investigaciones sobre el care, al centrarse solamente en las
personas consideradas como vulnerables (niñ@s, enferm@s y ancian@s),
esconden la enorme cantidad de care gratuito que reciben constantemente los
hombres sanos, muchas veces de parte de mujeres mayores, más pobres y hasta
menos saludables (principalmente sus madres).
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comienzo de su reflexión, constató que en numerosas sociedades occidentales y
no occidentales, las relaciones sexuales entre mujeres y hombres eran
sistemáticamente acompañadas de un “regalo”, de valor y naturaleza variables,
pero siempre dado por el hombre a la mujer. Tabet analizó este (contra-)don
como prueba de un intercambio desigual: no se trata del intercambio de una
sexualidad por otra (en cuyo caso no habría necesidad de un contra-don) sino de
una “sexualidad” femenina cosificada como “servicio sexual” que se
intercambia contra una compensación material, ya sea en especie o en efectivo.
Tabet nombra estas relaciones intercambio económico– sexual.
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permiten explorar aspectos prácticos de lo que Guillaumin califica como
apropiación colectiva, mostrando su continuidad (mucho más que su
contradicción) con la apropiación privada en el contexto del matrimonio y de la
heterosexualidad en el sentido de Wittig. Voy a explorar aquí la idea de una
“des-amalgama conyugal” para poner a prueba la hipótesis según la cual una tal
des-amalgama podría representar una mejora para la clase de mujeres13.
A lo largo de los años 80, marcados por las victorias de Thatcher en Gran
Bretaña y Reagan en los Estados Unidos, seguidas por la imposición de los
primeros planes de ajuste estructural por parte de las instituciones
internacionales, aparecen varios análisis del nuevo orden económico que se
estaba instalando (por ejemplo, los trabajos de la alemana Maria Mies sobre la
economía global (1986) o de la italiana Silvia Federici (2001) sobre el ajuste
estructural de los 80 en Nigeria). En general, se observa una afluencia cada vez
mayor de las mujeres al mercado de trabajo remunerado, aunque en condiciones
muy precarias e informales. Algunos análisis insisten en la transformación del
trabajo industrial, especialmente en la creciente deslocalización a través de las
maquiladoras y de las zonas francas. Otros se interesan por las actividades
“típicamente femeninas”, en su mayoría relacionadas con la reproducción social:
es sobre éstas que insisto, ya que parecen estar en el centro de las
transformaciones y son, sin duda, las más estudiadas desde la academia
feminista.
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“secundario”14, en empleos precarios (contratos temporales no fijos, a
tiempo parcial, trabajos de estación), en empleos degradados (por la
tecnología o de otra manera) y en otros trabajos subalternos, mal
pagados, de bajo estatus, que siempre han ocupado. (Juteau y Laurin,
1988: 199)
Este punto es crucial: así como lo hace Tabet, Juteau y Laurin hacen
hincapié en que la apropiación colectiva no es necesariamente contradictoria con
la apropiación privada. Al contrario, parecen volverse complementarias, lo cual
es un duro golpe a la idea según la cual la salarización de las mujeres puede
liberarlas de la apropiación privada.
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las nuevas modalidades de apropiación conllevan para las mujeres. Las
prestaciones de desempleo, las prestaciones maternales15 y todas las
demás formas de asistencia del Estado, proporcionan a las mujeres y a
sus hij@s el mínimo vital que ni sus patrones, ni sus padres, ni sus
maridos sus o amantes les garantizan, a largo plazo16. (1988: 201).
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“utilidad” es garantizar al conjunto de los hombres y casi exclusivamente a
ellos, la satisfacción casi instantánea de sus “fantasías sexuales” —gracias a la
cosificación de la sexualidad femenina, obtenida muy a menudo a precios
bajísimos o, simplemente, arrebatada.
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luego l@ abandone y/o ceda voluntaria o involuntariamente a otro linaje, a otra
persona o a una institución (religiosa, estatal o militar, por lo general). Como lo
dijimos, Tabet (1985) ha analizado cuidadosamente las posibles formas de la
alienación y la explotación de este trabajo de gestación en diferentes culturas y
períodos. La novedad aquí radica, por un lado, en la complejidad de las
tecnologías utilizadas, que hace imposible cualquier auto-organización o
autogestión del trabajo por parte de las mujeres que lo realizan, por otro lado, en
la existencia de complejos acuerdos financieros y legales que crean nuevas
normas en torno a la gestación subrogada y, finalmente, en el carácter cada vez
más impersonal y transnacional de estos acuerdos y en el jugoso mercado que
representan. Las grandes sumas de dinero que están en juego representan, a
veces, más de lo que una mujer puede aspirar a ganar en toda su vida
(Rudrappa, 2014). Y además ¡qué maravillosa oportunidad para desnaturalizar la
maternidad, tanto para la mujer que se limita a alquilar su útero, como para la
que puede convertirse en madre sin pasar por el embarazo! Tal es en todo caso
el mensaje de una parte importante de la literatura en este campo.
2. Una nueva gran estafa para las mujeres menos privilegiadas del
mundo
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económico-sexual: una fuerte restricción del acceso a los recursos, una clara
privación de conocimientos en la mayoría de las áreas (especialmente en materia
sexual, técnica y profesional) y la amenaza permanente de usar la violencia en
su contra.
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Por lo tanto, en una perspectiva de imbricación de las relaciones sociales
de sexo, “raza” y clase, es interesante analizar quién practica la des-amalgama y
en qué condiciones. La mayoría de los servicios desamalgamados son de hecho
ofrecidos a muy bajo precio por mujeres racializadas y/o proletarizadas,
migrantes ilegalizadas por un sistema jurídico cada vez más restrictivo que
regula la inmigración y la ciudadanía; y/o por mujeres del Sur que ejercen “a
distancia” (como las mujeres que producen bebés ajenos en la India o en
Ucrania, o las trabajadoras sexuales cuyas imágenes y prestaciones circulan por
internet). Es importante examinar de cerca las condiciones materiales, y
especialmente las condiciones jurídicas, del ejercicio de estas actividades así
como el estatuto legal (situación migratoria y ciudadanía) de quienes las ejercen.
Se confirma así que los análisis de la socióloga estadounidense Evelyn Nakano
Glenn (1992), sobre las instituciones, las leyes y las violencias específicas que
históricamente se han utilizado en Estados Unidos para obligar a ciertos
segmentos de la población a llevar a cabo actividades de care (mujeres negras,
racializadas y migrantes, especialmente), pueden ser fácilmente aplicados a la
organización actual de la internacionalización de la reproducción social. Como
ya se ha dicho, las leyes que rigen la movilidad de las mujeres y, sobre todo, lo
que he llamado “heterocirculación de las mujeres” (Falquet, 2012 a), es decir,
las leyes de migración y, más ampliamente, los sistemas jurídicos que las privan
de los derechos a los que acceden los ciudadanos de sexo masculino, son
fundamentales para obligar a algunas mujeres a vender en el mercado, por
separado y a bajo precio, los servicios tradicionalmente intercambiados en el
contexto conyugal.
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especialmente bajos, es lógico que muchas cajeras de supermercado o
empleadas domésticas no tengan como ideal el escapar de la familia y del
trabajo del hogar, sino más bien el retirarse, en la medida de lo posible, del
trabajo asalariado, según ha destacado la socióloga Mirjana Morokvasic
(2010), al analizar ciertaa falta de entendimiento entre algunas feministas
alemanas y algunas migrantes del Este en los años 70. Finalmente, todo esto
arroja nuevas luces sobre la paradoja destacada por la antropóloga Nasima
Moujoud (2008): muchas mujeres a quienes las leyes migratorias han
transformado en indocumentadas, se ven obligadas a casarse para obtener los
papeles que les permitan acceder al empleo formal. Es decir, se ven forzadas a
entrar a la apropriación privada para poder entrar al mercado laboral…
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hij@s o no con esa pareja, de romper, divorciarse, vivir sola, volver a
empezar… (Juteau y Laurin 202-203)
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*
Espero haber demostrado aquí que, a pesar de que se remonten a los años
70 y 80, los trabajos de Guillaumin y más tarde los de Juteau y Laurin sobre la
apropiación, así como los de Tabet sobre la amalgama conyugal y el continuum
del intercambio económico-sexual, son particularmente útiles para pensar las
transformaciones actuales de la actividad y el trabajo de las mujeres en el
contexto de la globalización neoliberal. Sin embargo, es necesario volver a
centrar la atención en la experiencia y situación de aquellas miembras de la clase
de las mujeres no privilegiadas por la “raza” y por la clase. Constatamos que
para ellas, los cambios son relativamente menores, ya que siguen transitando
entre la apropiación privada y la colectiva, “prefiriendo” incluso a veces la
apropiación privada, a pesar de ser a menudo empujadas hacia la apropiación
colectiva por el sistema jurídico, en función de las necesidades de mano de obra
que tengan las otras categorías sociales. Lo que en un primer momento parece
ser una paradoja, muestra que en los hechos, la oposición señalada por
Guillaumin entre la apropiación privada y la colectiva no es idéntica para el
conjunto de la clase de las mujeres. Sólo algunas mujeres privilegiadas por su
clase y “raza” pueden realmente esperar escapar de la apropiación privada,
gracias a su entrada en las relaciones de explotación (el asalariamiento), en
términos de (semi)igualdad con los miembros de la clase de los hombres.
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basta —o mejor dicho, ni siquiera tiene sentido— que algo sea un “avance”
desde el punto de vista del género, si no lo es también desde el punto de vista de
la “raza” y de la clase.
Bibliografía
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