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Descartes, Meditaciones Metafísicas (Meditationes de prima philosophia).

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Primera meditación

[1] Los primeros dos párrafos son de carácter metódico. Introducción al problema y
exposición de la tarea. Descartes advierte que ha admitido como verdaderas, opiniones falsas.
Y que todo el conocimiento edificado a partir de estas opiniones es, forzosamente, muy
dudoso e incierto. Por esto, se pone una tarea: “[…]; de suerte que me era preciso emprender
seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta
entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería
establecer algo firme y constante en las ciencias.” Entonces, la tarea es doble. En primer
lugar, debe deshacerse de todas las opiniones a las que había dado crédito. Esta idea de un
desasimiento (que consiste en el ejercicio de volverse hacia sí mismo para conocerse a sí
mismo) es probable que haya sido recogida por Descartes desde los ejercicios espirituales de
San Ignacio. Y, luego del desasimiento de las antiguas opiniones, viene la segunda parte de
la tarea que consiste en intentar establecer algo firme y constante en las ciencias.

[2] Especifica el modo de proceder. Descartes se da cuenta de la imposibilidad de revisar


cada una de las opiniones. Por esto, apunta a revisar las opiniones que han servido de
fundamento del resto de las opiniones antiguas, cuya solidez aún no ha sido probada. La
metáfora del edificio refiere a una concepción arquitectónica del conocimiento. Se necesitan
fundamentos sólidos que sirvan de base para la “construcción” del conocimiento, así como
se necesita de una base sólida para construir un edificio que no se caiga.

Para poner a prueba estos fundamentos, Descartes necesita poner en práctica el carácter
hiperbólico de su método. “[…], por cuanto la razón me persuade desde el principio para
que no dé más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a las
manifiestamente falsas, me bastará para rechazarlas todas con encontrar en cada una el
más pequeño motivo de duda.” El carácter hiperbólico del método consiste en rechazar toda
opinión que pueda dar lugar a la duda, por mínima que sea. Esto, pues Descartes está
buscando una proposición indubitable que sirva de base para el conocimiento.

[3] Comienza la meditación propiamente tal. Primer motivo de duda: los sentidos. Descartes
dice que ha admitido como verdadero (verdadero: que el ente que percibo es tal como lo
percibo, que es real) todo aquello que ha aprendido de los sentidos (a sensibus) y mediante
los sentidos (per sensus). Hace esta distinción para diferenciar aquello que yo mismo percibo
(a sensibus) de aquello que me es dado comunicativamente por otro (per sensus). Ahora bien,
advierte que ha experimentado que, a veces, los sentidos lo engañan. Entonces, por el carácter
hiperbólico del método, deben ser rechazados, y la proposición “los sentidos me engañan”
adquiere valor absoluto.
[4] Vemos una restricción al valor absoluto de la proposición “los sentido me engañan”.
Descartes advierte que, si bien los sentidos me engañan, pareciera que lo hacen en lo tocante
a cosas lejanas (como el sol), pero no en relación a las cosas cercanas. Parece que de las cosas
cercanas como que “estoy aquí”, “con este papel en mis manos”, no se puede dudar. Pero
Descartes advierte de otra clase de engaño respecto de las cosas que percibimos, que no
refiere al modo de ser de las cosas percibidas (como que el sol, siendo grande, lo veo
pequeño), sino que refiere a la existencia de la cosa. Se trata del fenómeno de la alucinación;
pues, aquel que tiene una alucinación, no puede distinguirla como tal, sino que se le presenta
como real, como existente. Entonces, tanto en la (falsa) percepción como en la alucinación,
se da que lo percibido no es más que algo representado. Este excurso sobre la alucinación da
paso al siguiente motivo de duda: el sueño.
[5] El segundo motivo de duda de la experiencia sensible es el sueño. “¡Cuántas veces no
me habrá ocurrido soñar, por la noche, que estaba aquí mismo, vestido, junto al fuego,
estando en realidad desnudo y en la cama! […] lo que acaece en sueños no me resulta tan
claro y distinto como todo esto [lo percibido en vigilia]. Pero, pensándolo mejor, recuerdo
haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. Y fijándome en este
pensamiento, veo de un modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que
basten a distinguir con claridad el sueño de la vigilia.” Descartes advierte que no se puede
distinguir entre sueño y vigilia. Pero la duda, en virtud del carácter hiperbólico del método,
debe más allá; pues, en la medida en que no se puede distinguir sueño y vigilia, la duda
hiperbólica lleva a Descartes a pensar en la posibilidad de un sueño generalizado, o sea, en
la posibilidad de que siempre estemos durmiendo y que lo percibido en ese eterno sueño no
sea más que una ilusión. El engaño perceptivo y el sueño concuerdan en que, en ambos casos,
lo percibido son representaciones. Sin embargo, estos se diferencian en que, en el caso del
primero, el engaño es respecto de tal o cual cosa (cercana o remota); mientras que, en el caso
del sueño, la totalidad de la experiencia onírica resulta ser una representación. En este punto,
la duda metódica se ha cernido sobre toda la experiencia sensible.
[6] A partir de ahora, empezamos a movernos exclusivamente en el terreno de la
representación (cómo algo se me representa, independiente de si ese algo existe en la realidad
y cómo existe); pues Descartes ha puesto en duda que lo que percibo sea un ente tal como es;
entonces, solo me queda, como dato seguro, mi representación [mi percepción]. Descartes,
siguiendo el método, se pone en el lugar de que, en efecto, estemos en un sueño generalizado,
y que todas nuestras percepciones sean meras ilusiones. “Con todo, hay que confesar al
menos que las cosas que nos representamos en sueños son como cuadros y pinturas que
deben formarse a semejanza de algo real y verdadero; de manera que por lo menos esas
cosas generales —a saber: ojos, cabeza, manos, cuerpo entero— no son imaginarias, sino
que en verdad existen.” Ocurre que no solo experimentamos las cosas en la aprehensión de
su respectiva particularidad, los particularia (lo individual representado en cada caso en la
sensibilidad, p.e., “este papel”, “estas manos”); sino que lo individual empírico llega a ser
conocido a la luz de representaciones generales. Los generalia son sepresentados de manera
general, p.e., “la mano”. Descartes intenta salvar a los generalia del sueño generalizado. Sin
embargo, no encuentra un fundamento certero para afirmar que estos no son afectados por el
sueño generalizado, pues también lo representado, en general, en conceptos, proviene de los
sentidos. La forma de lo general (del concepto) viene del entendimiento, pero el contenido
se toma de la experiencia.
[7] Pero –agrega Descartes –hay algo aún más simple y universal que realmente existe. Estos
magis simplicia et universalia (cosas más simples y universales) son determinaciones
esenciales de lo empírico, pero no son empíricos. De este género son la naturaleza corpórea
en general y su extensión. Lo que Descartes dice aquí es que la esencia de las cosas empíricas
no reside en lo que ellas supuestamente son, sino que radica en algo de orden formal. Es el
entendimiento el que pone estas cualidades en la cosa
[8] Los magis simplicia et universalia se salvan, al menos, del sueño generalizado, pues no
dependen de los sentidos. Pareciera, entonces, que contienen algo cierto e indudable. “Pues,
duerma yo o esté despierto, dos más tres serán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más
de cuatro lados; no pareciendo posible que verdades tan patentes puedan ser sospechosas
de falsedad o incertidumbre alguna.”
[9] Se introduce un tercer motivo de duda que viene a poner en tela de juicio a los universalia
(figura, magnitud, lugar): el deus falax. El dios de Descartes tiene todos los atributos que se
le daban en la época medieval. Entre otros, tiene como atributo la omnipotencia; lo que hace
que Descartes se pregunte si acaso será posible que este Dios creador me haya creado de tal
modo que me engeñe aún en lo que yo creo conocer de la manera más sencilla. “¿Quién me
asegura que el tal Dios no haya procedido de manera que no exista figura, ni magnitud, ni
lugar, pero a la vez de modo que yo, no obstante, sí tenga la impresión de que todo eso existe
tal y como lo veo? Y más aún: así como yo pienso, a veces, que los demás se engañan, hasta
en las cosas que creen saber con más certeza, podría ocurrir que Dios haya querido que me
engañe cuantas veces sumo dos más tres, […].” Así, Descartes se pone ante la posibilidad
de una razón expuesta de manera máxima a la irracionalidad. Ahora bien, a esta hipótesis, se
contrapone la idea de Dios como summum bonum. Sin embargo, Descartes mantiene la duda,
pues agrega que si el crearme de tal manera que me engañe siempre está en contradicción
con su condición de sumamente bueno, de sumo bien; también debería estarlo el que me haya
creado de manera que me engañe una vez, y esto sí que ocurre.
[10] Descartes advierte que puede que, llegados a este punto, hayan quienes prefieran negar
la existencia de un ser tan poderoso y perfecto. Pero –continúa –si se acepta eso, estamos
más expuestos al engaño. Esto, pues, es claro que errar y equivocarse es una imperfección.
Entonces, cuanto menos perfecta sea la causa de mi origen, más imperfecto soy yo y, por
tanto, me hallo más expuesto al engaño. Entonces, el descarte de la hipótesis de un Dios tal,
hace que la duda se vuelva más extrema. Llegados a este punto, Descartes ha rechazado todas
las bases del conocimiento. “A tales razonamientos nada en absoluto tengo que oponer, sino
que me constriñen a confesar que, de todas las opiniones a las que había dado crédito en
otro tiempo como verdaderas, no hay una sola de la que no pueda dudar ahora, y ello no por
descuido o ligereza, sino en virtud de argumentos muy fuertes y maduramente meditados; de
tal suerte que, en adelante, debo suspender mi juicio acerca de dichos pensamientos, y no
concederles más crédito del que daría a cosas manifiestamente falsas, si es que quiero hallar
algo constante y seguro en las ciencias.”
[11] Nos recuerda que estamos haciendo un ejercicio meditativo, filosófico. No es que estas
cosas sean necesariamente falsas, pero, dado que, en virtud del carácter hiperbólico del
método, han resultado ser dudosas, Descartes debe descartar estas opiniones y forzarse a
imaginárselas como falsas para, así, disponer su espíritu hacia el conocimiento de la verdad.
[12] En este párrafo, encontramos un resumen de todo lo que fue tratado en la meditación.
Además, Descartes introduce un cuarto motivo de duda. Respecto a la posibilidad de un Dios
engañador, Descartes contrapuso su condición de summum bonum. Pero, en virtud del
método, introduce la hipótesis del “genio maligno” (genium malignum) que emplea todos sus
esfuerzos en engañarme. No es que Descartes esté diciendo que existe tal genio maligno, sino
que, de alguna manera, ese genio maligno soy yo mismo llevando hasta el extremo la
posibilidad de duda. Con este recurso, Descartes lleva al extremo la posibilidad del engaño
para, así, tratar de llegar al conocimiento de alguna verdad. Y, si no logra llegar a una verdad,
al menos, le quedará suspender el juicio, esto es, no asentir a aquello a que en posición natural
sostuvo como verdadero, pero que el método ha mostrado como dudoso.
[13] Descartes advierte de la dificultad del trabajo que se ha propuesto. Y, en su comentario
final, hace referencia al mito de la caverna de Platón.
Segunda meditación
[1] Descartes da cuenta de su estado actual producto de la meditación anterior. Sin embargo,
advierte que seguirá el mismo método “hasta haber encontrado algo cierto, o al menos, si
otra cosa no puedo, hasta saber de cierto que nada cierto hay en el mundo.”
[2] Descartes señala que le basta con encontrar tan solo un punto de apoyo firme e inmóvil
sobre el cual pueda construir, esto es, basta con una sola cosa que sea cierta e indubitable.
[3] Hace una especie de resumen de lo acontecido en la meditación pasada y llega a la misma
conclusión: que nada cierto hay en el mundo.
[4]

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