Você está na página 1de 338

RAYMOND ARON

LAS ETAPAS
DEL PENSAMIENTO
SOCIOLOGICO
i

Montesquieu - Comte - M arx - Tocqueville

E D IC IO N E S S IG L O V E IN T E
BUENOS AIRES
T ítulo de l or iginal francés
LES ÉT APES D E LA P E N S E E S OC IOLOG IQU E
Gallim ard. - Paris

T r aducción de
AN IBAL LE AL

IS BN: 9 5 0 .5 1 6 .0 6 5 .X (T o m o 1°)
U B n O DE E D IC IÓN ARC E N T IN A

Que da he cho el de pós ito


que pre vie ne la ley 11.723
Copy r ight by
E DIC ION E S S IGLO VE IN T E
Maza 177 - Buenos Aires
IM P R E S O E N LA ARGE N T IN A
P RIN T E D IN ARCE N T IN A
IN T RO D U C C IÓN

Conside radas en su e volución, las cie ncia»


libe r ar on al e s píritu humano de la tute la
que ejercía sobre él la te ología y la me ta­
fís ica, y que , indis pe ns able en su infancia,
te ndía a prolongarla inde finidame nte . Co n­
sideradas e n su s ituación actual, de be n ser­
vir , por sus métodos o por sus re sultados
generales, para de te rminar la re organización
de las teorías sociales. En su pers pe ctiva
serán, una vez s is tematizadas, la base es­
pir itual pe rmane nte de l orde n social, mie n­
tras dure en la tie rra la actividad de nue s­
tra especie.

Au g u s t o Co m t e
“Cons idérations philos ophique s sur
les sciences et les savants” (1 8 2 5 ),
en Systéme de p olitique pos itiv e ,
t. IV, Apéndice , pág. 161.
Este libr o — quizá fue ra me jor de cir los cursos <jue le sir>
vie ron ele base— me fue suge rido por la e xpe riencia de lo*
congresos mundiale s de la As ociación Inte r nacional de Socio­
logía. Desde que nuestros colegas soviéticos pa r ticipan en e llo*,
estos congresos ofrecen una ocasión única de oír el diálog o en»
tre los sociólogos que r e ivindican una doctrina de l s iglo pa­
s ado y par a quie ne s las ide as directrice s de esta últ im a son
parte de finitiva de la cie ncia, y por otra parte los sociólogos
formados en las técnicas mode rnas de obs ervación y e xpe ri­
me ntación, e n la práctica de la e ncuesta me diante sondeos,
cue s tionarios o entrevistas. ¿De be mos cons ide rar a los s ociólo­
gos soviéticos, los que conocen las leyes de la his tor ia, como
mie mbros de la mis ma profe s ión cie ntífica que los s ociólogos
occidentales? ¿O como las víctimas de un régime n que no pue ­
de s eparar la cie ncia de la ide ología, porque ha trans forma­
do una ide ología, re s iduo de una cie ncia ante rior, e n ve rdad
de Es tado, bautizada ciencia por los guardiane s de la fe ?
*

Es te diálogo entre sabios o profesores me fas cinaba tanto


más cuanto que se confundía con un diálogo his tórico- político,
y porque los principale s interlocutore s, s iguie ndo caminos dis ­
tintos, en cierto s entido lle garon a re s ultados comparable s . La
s ociología de ins pir ac ión marxis ta tie nde a una inte r pr e tación
de conjunto de las sociedades mode rnas , s ituadas en el curso
de la his toria unive rs al. E l capitalis mo sucede al régime n fe u­
da l, como éste s uce dió a la e conomía antigua, y como le su­
ce derá e l s ocialismo. Una mino r ía se ha apode r ado de la plus-
v alía a expensas de la mas a de trabajadore s , prime ro gr acia»
a la e s clavitud, lue go, a la s ervidumbre, y hoy a l as alar iado:
ma ñana, supe rado e l as alar iado, la plus valía y con e lla lo »
antagonis mos de clase desaparecerán. Unicame nte el modo d e
producción asiático, uno de los cinco modos e nume rados p o r
Ma r x e n el pre facio a la Co ntribuc ión a la c rítica de la eco-
nom ía p o lític a, que dó olvidado en e l camino: quizá las que-
r e lias entre rusos y chinos incitar án a los prime ros a otorgar
a l concepto de l modo de pr oducción as iático y de “ e conomía
h id r áulic a ” la impor tancia que desde hace algunos años le
conce de n los sociólogos occidentales . China popula r es más
vulne r able para e l crítico que utiliza este concepto que lo que
h a s ido ja más la U nión Soviética.
E l marx is mo incluye una es tática s ocial a l mis mo tie mpo
que una dinámic a s ocial, para re tomar los tér minos de Augus ­
to Comte . Las leyes de la e volución his tór ica se fund an en
una teoría de las estructuras sociales, e n e l anális is de las
fue rzas y las re lacione s de producción, teoría y anális is fu n ­
dados a su vez en una filo s o fía , de nominada corrie nteme nte
mate r ialis mo dialéctico.
Una doctrina seme jante es a l mis mo tie mpo s intética (o glo­
b a l), his tór ica y de te rminis ta. Compar ada con las cie ncias so­
ciale s particular e s , se caracte riza por u n e nfoque total, abarca
e l conjunto o el todo de cada s ocie dad, apr e he ndida e n su
movimie nto. Por lo tanto, en esencia conoce tanto lo que será
como lo que es. Anunc ia e l adve nimie nto ine vitable de cierto
modo de producción, el s ocialis mo. Progre sis ta a l mis mo tie m­
po que de te rminis ta, no duda de que e l régime n futur o será
s upe rior al régime n de l pas ado: el de s ar rollo de las fue rzas
de producción, ¿no implic a ape lar s imultáne ame nte a la evo­
luc ión y a la garantía de l progreso?
La mayor ía de los sociólogos occide ntales y entre e llos , an­
te todo, los norte ame ricanos , en e l congreso escuchan con in d i­
fe re ncia esta evocación monótona de las ide as marxis tas, s im­
plifica da s y vulgarizadas . Ya no las dis cute n e n sus escritos.
Ignor an las leyes de la s ocie dad y de la his toria, las leyes de
la macros ociología, en e l doble s e ntido que la pa la br a ignorar
pue de tener en esta fras e: no las conocen, y son indife re nte s
a e llas . No creen en la ve rdad de estas leyes, no creen que la
s ociología cie ntífica pue da for mular las y de mos trarlas , y que
valga la pe na buscarlas.
La sociología norte ame ricana que , a par tir de 1945, e je rció
influe ncia dominante sobre la e xpans ión de los es tudios socio­
lógicos , en Eur o pa y en todos los países no comunis tas , es
e s e ncialme nte ana lític a y e mpírica. Mu lt ip lic a las encuestas
me diante cue s tionarios y entrevistas, con e l fin de de te rminar
cómo vive n, pie ns an, s ie nte n y juzgan los hombre s sociales, o
si se lo pre fie re as í, los individuos s ocializados . ¿Cómo votan
los ciudadanos e n las dife re nte s elecciones, cuáles son las va­
riable s — e dad, sexo, lugar de re s ide ncia, cate goría socioprofe-
s ional, nive l de ingresos, r e ligión, etcétera— que influye n so­
bre la conducta e le ctoral? ¿Has ta qué punto ésta se e ncue n­
tra de te r minada o modificada por la propaganda de los can-
didatos ? ¿En qué proporción los electores se han convertido
e n e l curso de la campaña e lectoral? ¿Cuále s son los agen­
tes de esta pos ible convers ión? He a quí algunos de los pro­
ble mas que se propone un s ociólogo que e s tudia las eleccio­
nes pre s ide nciales en Es tados Unidos o en Fr ancia, y a los
que es pos ible re sponde r únicame nte me diante las encuestas.
Se r ía fác il u tiliza r otros e je mplos — los obreros de la indus ­
tr ia, los campesinos, las re lacione s entre cónyuges, la r adio y
la tele vis ión— y re dactar una lis ta inte r mina ble de proble mas
que el s ociólogo for mula o pue de fo r mula r a pr opós ito de eS-
tas diversas clases de indiv iduos s ocializados , o de categoría*
s ociales, o de grupos ins titucionaliz ados o no in s titu c io nali­
zados. E l obje tivo de la inve s tigación es de te r minar las co­
rre laciones entre las var iable s , la acción que ejerce cada una
de e llas sobre la conducta de tal o cual cate goría social, de­
te rminar, no a p rio ri s ino me diante el propio de s arrollo cie n­
tífico, los grupos reales, los conjuntos de finidos , sea por la
comunidad en los modos de actuar, sea por la adhe s ión a l mis ­
mo sistema de valores, sea por una te nde ncia a la homeosta-
sis o por un cambio s úbito que tie nde a provocar reacciones
compensadoras.
No sería válido afir ma r que este tipo de sociología, a cau­
sa de su carácter analítico y e mpírico, sólo conoce individuos ,
con sus inte ncione s y sus móvile s , sus s e ntimie ntos y sus as­
piracione s . Por el contrario, pue de aportar conjuntos o grupos
reales, clases latentes, ignoradas por quie ne s for ma n parte de
e llas , y que constituye n totalidade s concretas. E n todo caso
pue de afir mars e que la r e a lid a d colectiva aparece me nos tras­
cendente que inmane nte par a los individuos . Los individuos se
ofrecen a la obs ervación sociológica s ólo s ocializados : hay va­
rias sociedades, no una s ocie dad, y la s ocie dad globa l está for­
mada por una m u ltip lic id a d de sociedades.
La antíte s is de una sociología s intética e his tór ica, que no
es en r e alida d s ino una ide ología, y de la s ociología, e mpír ica
y ana lític a, que en últ im o anális is no sería más que una so-
ciografía, tiene caracteres de car icatura. Los te nía ya hace
die z años, cuando me propus e e s cribir este libr o, y la a fir ma ­
ción tie ne hoy todavía mayor valide z; pe ro las escuelas cie ntí­
ficas en los congresos trazan su pr opia caricatura, arrastradas
por la lógica de l diálo g o y la polémica.
La antíte s is entre ide ología y s ociografía de ning ún modo ex­
cluye que la sociología cumpla una func ión análoga en la
Un ión Soviética y en Es tados Unidos . Aq u í y a llá la socio­
logía ha r e nunciado a su func ión crítica, y en e l s e ntido mar-
xista de l tér mino, ya no pone en te la de juic io los rasgos fun­
dame ntale s de l orde n s ocial; la s ociología marxis ta porque jus ­
tific a e l pode r de l Es tado y el pa r tido (o de l prole tar iado, si
as í se lo pr e fie r e ), la sociología a na lít ic a de Es tados Unidos
porque admite implícitame nte los pr incipios de la s ocie dad
norte ame ricana.
La s ociología marxis ta de l s iglo xrx era r e volucionar ia: sa­
lud ab a de ante mano la r e volución que de s truiría el régime n
capitalis ta. De a q uí e n más , e n la Un ión Soviética la re volu­
ción s alvadora ya no pertenece a l futur o, s ino a l pas ado. Se
ha pr oducido la r uptur a decis iva que Ma r x profe tizaba. De s de
ese mome nto, a causa de un proceso a l mis mo tie mpo ine vita­
ble y dialéctico, estamos fr e nte a una inve r s ión de lo pos itivo
a lo ne gativo. Una s ociología, nacida de una inte nción revo­
luc ionar ia , e n ade lante sirve par a jus t ific ar e l orde n e s table­
cido. Sin duda , conserva o cree conservar una func ión re volu­
cionaria con respecto a las sociedades que no e s tán gobe rnadas
por un par tido marxis ta- leninista. Cons e rvadora en la Unión
Soviética, la s ociología marxis ta es re volucionar ia o se esfue r­
za por serlo e n Fr ancia o e n Es tados Unidos . Pe ro nuestros
colegas de los paíse s de l Es te conocen ma l (y hace die z años
conocían a ún pe or ) a los paíse s que a ún no hicie r on su re volu­
ción. Por cons iguie nte , las circuns tancias los obligan a reser­
var su r igor par a los país e s eme no podían e s tudiar por sí mis ­
mos, y a te s timoniar una indulge ncia s in límite s par a su pro­
pio me dio s ocial.
La sociología, e mpírica y ana lít ic a, de Es tados Unidos no es
una ide ología de Es tado, y me nos a ún una e x altación cons­
cie nte y voluntar ia de la s ocie dad norte ame ricana. Los soció­
logos norte ame ricanos son, a mi juic io , casi todos libe rale s e n
e l s e ntido que la pa la br a tie ne alle nde e l Atlánt ic o — es decir,
más bie n de mócratas que re publicanos , favorable s a la movi­
lid a d s ocial y a la inte gr ación de los negros, hos tiles a las dis ­
criminacione s raciale s o re ligios as . Cr itican la r e a lida d nor ­
te ame ricana en nombre de las ide as o de los ide ale s norte a­
me ricanos , no vacilan e n reconocer sus múltiple s defectos que ,
como la hidr a de la le ye nda, parecen surgir igualme nte nume ­
rosos al d ía s iguie nte de la re forma que e lim inó o ate nuó los
defectos de nunciados la víspera. Los negros podr án ejercer e l
derecho de voto, pero ¿qué s ignifica este derecho si los jóve ­
nes no e ncue ntran e mple o? Algunos e s tudiante s negros ingre ­
s an en la unive r s idad, pero ¿qué s ignifican esos hechos s im­
bólicos si la inme ns a mayor ía de las escuelas concurridas por
los negros son de infe r ior calidad?
E n s uma, los sociólogos soviéticos son conservadores para sí
mis mos y r e volucionarios par a los de más . Los sociólogos nor­
te ame ricanos son re formis tas cuando se trata de su pr opia so­
cie dad, e implícitame nte por lo me nos par a todas las socie da­
des. E n 1966 la opos ición no es tan ace ntuada como lo e ra e n
1959, fe cha de l congreso m und ia l a l que he a ludido . De s de
entonces los es tudios e mpíricos de e s tilo norteamericano se han
multiplic a do en Eur opa Or ie ntal, quizá más numeros os en Hun­
gr ía y sobre todo e n P olonia que e n la Unión Soviética. En
este últ im o país también se ha de s ar rollado la inve s tigación
e x pe r ime ntal y cuantitativa, ate nta a proble mas clarame nte de ­
limitados . No es impos ible concebir, en un futur o r e lativame n­
te próx imo, una sociología soviética, por lo me nos igualme nte
re for mis ta par a la Unión Soviética, que combine la apr oba­
ción global con las críticas de de talle .
Dos razones de te rminan que la combinación sea me nos có­
moda en el unive rs o s oviético que e n e l unive rs o norte ame ri­
cano. La ide ología marxis ta es más e xacta que la ide ología
im p líc it a de la escuela dominante de la s ociología norte ame ­
ricana, y exige de los sociólogos una apr obación que no ar­
moniza tan fácilme nte con los ide ale s de mocráticos como la
apr obación dis pe ns ada por los sociólogos norte ame ricanos , al
régime n político de Es tados Unidos . Ade más , la crítica de de ta­
lle no debe lle vars e de mas iado le jos s in comprome te r la va­
lide z de la pr opia ide ología. En efecto, ésta a fir ma que la
r uptur a de cisiva en e l curso de la his tor ia huma na ocurrió
en 1917, cuando la ocupación de l pode r por e l prole tar ia­
do o e l pa r tido pe r mitió la nacionalizac ión de todos lo »
ins trume ntos de producción. S i des pués de esta r uptur a el
movimie nto or dinar io de las fue rzas humanas pros iguió s in
modificac ión notable , ¿cómo s alvaguar dar e l dogma de la Re ­
volución s alvador a? En e l mome nto actual, me parece pro­
pio re pe tir una obs ervación ir ónica for mulada en Stresa des­
pués de la le ctura de los dos informe s , una de l profe s or P.
N. Fedoseev, y la otra de l profe s or B. Barbe r: los s ociólo­
gos soviéticos se sie nte n más satisfechos de su s ocie dad q ue
de su cie ncia; los sociólogos norte ame ricano, en compe ns ación,
se sie nte n más satisfechos a ún de su cie ncia que de su so­
cie dad.
E n los paíse s europeos, como en I 03 de l tercer mundo, la *
dos influe ncias , ide ológicas y r e volucionar ia por una parte ,
e mpír ica y re for mis ta por otra, se ma nifie s tan s imultáne ame n­
te, y una u otra es más fue r te s egún las circuns tancias .
En los paíse s de s arrollados , sobre todo e n los de Eur o pa
Occide ntal, la s ociología norte ame ricana conduce a los soció­
logos “ de la re volución a las re formas ”, y de n ing ún mo do
“ de las re formas a la re volución” . E n Francia, país donde el
mito re volucionario te nía par ticular fue rza, muchos jóvene s
unive rs itarios se convirtie r on progre s ivame nte a una actitud
re formis ta, a me dida que e l tr abajo e mpír ico los lle vó a re e m­
plazar las visiones globale s por la indagación ana lít ic a y
parcial.
De todos modos, en esta conve rs ión es d ifíc il de te rminar
qué parte corresponde a los cambios sociales y qué a la prác­
tica sociológica. En Eur o pa Occide ntal la s ituación es cada
vez me nos r e volucionaria. Un cre cimie nto e conómico r ápido,
las más amplias pos ibilidade s de promoción social de una ge­
ne r ación s ocial a otra son factores que no incitan a los hom­
bres corrientes a descender a la calle . S i agre gamos que el
pa r tido r e volucionario está vinculado a una pote ncia e xtran­
je ra, y que ésta ofrece como e je mplo un régime n cada vez
me nos e dificante , no pue de sorpre nde r la dis minución de l ar­
do r re volucionario s ino la fide lida d, a pe s ar de todo, de m i­
llone s de electores al par tido que pre te nde ser e l único he ­
re dero de las esperanzas re volucionarias .
En Eur opa como en Es tados Unidos , la tr adición de la cri­
tica (e n el s e ntido ma r x is ta), la tr adición de la s ociología
s intética e his tór ica no ha mue rto. C. Wr ig ht Mills , He rbe r t
Marcus e en Es tados Unidos , T . W. Ador no e n Ale ma nia , L.
Go ldma n en Francia, al marge n de que su crítica se or igine
e n el populis mo o el marxis mo, atacan s imultáne ame nte a la
teoría for mal y ahis tór ica, s e gún se expresa en las obras de
T . Parsons y en las encuestas, parciale s y e mpíricas , carac­
terísticas de casi todos los sociólogos de l mundo que quie r e n
hace r obr a cie ntífica. La teoría formal y las encuestas par ­
ciale s no son ins e par able s lógica ni his tór icame nte . Muchos
de los que practican e fectivame nte e l método de las encues­
tas parciale s son indife re nte s u hos tile s a la teoría ge ne ral
de T. Parsons. No todos los par tidarios de Pars ons se de di­
can a encuestas fr agme ntarias cuya multiplic a ción y dive r­
s idad impe dir ía la ge ne r alización y la síntesis. En r e alidad,
los sociólogos de ins pir ación marxis ta, deseosos de mante ne r
la crítica global o total de l or de n actual, son e ne mi­
gos tanto de la te oría for mal como de las encuestas fr ag­
me ntarias , sin quft e llo im pliq ue que ambos e ne migos son la
mis ma cosa: si los dos pare cie ron más o me nos vinculados
en la s ocie dad y la s ociología norte ame ricana de de te rmina­
do pe ríodo, la conjunción no es necesaria ni pe rdur able .
La te oría e conómica lla ma da for ma l o abs tracta fue re cha­
zada antaño por la escuela his toricis ta y por la escuela que
de s e aba re currir al método e mpírico. Amba s escuelas, a pe­
sar de una común hos t ilida d a la te oría abstracta y ahistó-
rica e ran ese ncialme nte dis tintas . Una y otra han re cupe ra­
do la teoría y la his toria. As imis mo, las escuelas s ociológicas
hos tiles a la teoría for mal de Parsons o a la s ociografía s in
te oría re cuperan, por dis tintos caminos la teoría y la his to­
r ia, o por lo me nos la e s tructuración conce ptual y la bús que ­
da de proposiciones generales, sea cual fue re e l nive l e n que
estas ge ne ralidade s se s itúan. En ciertos casos, a ún pueden
lle gar a conclus iones re volucionarias más que re formistas .
De s de el mome nto que se re laciona con los países de nomi­
nados s ubde s arrollados en el le nguaje corriente, la soeiolo-
gía e mpír ica des taca los múltiple s obs táculos quo las r e la­
ciones sociales o las tradicione s re ligios as o morale s inte r ­
pone n en e l camino de l de s arrollo o la mode r nización. Una
s ociología e mpír ica, formada en los métodos norte ame rica­
nos, e n ciertas circuns tancias pue de lle gar a la conclus ión de
que únicame nte un pode r r e volucionario logr ar á que br ar esas
resistencias.
Me diante la teoría de l de s arrollo, la s ociología lla ma da ana­
lític a re cupera la his toria — hecho que se e xplica fác ilme n­
te, 'porque esta teoría es una suerte de filos ofía for malizada
de la his toria conte mpor áne a. Re cupe ra también una teoría
for mal, pues la comparación entre las sociedades exige un
sis tema conce ptual, y por cons iguie nte una de las m o d a lid a ­
des que los sociólogos de nominan hoy te oría.

Hace siete años, cuando inicié este libr o , me pre guntaba


si la sociología marxis ta, como la de s ar rollar on los sociólogos
lle gados de Eur o pa or ie ntal, y la sociología e mpírica, como
la practicaban ls sociólogos occidentales en general y los so­
ciólogos norte ame ricanos en particular , te nían ele me ntos co­
munes . E l retorno a las fuentes, el e s tudio de las “ grandes
doctrinas de la sociología his tór ica”, para re pe tir el título
que di a los dos cursos publicados por el Ce ntre de Docu-
m e ntation Univ e ris taire te nía la fin a lid a d de dar respuesta
a este interrogante. E l lector no ha lla r á en este libr o la res­
pue s ta que yo bus caba y e ncontrará otra cosa. Suponie ndo la
pos ibilida d de una respuesta, será pos ible for mular la a l fi­
na l de l volume n que s e guirá a éste, pero que aún no ha sido
escrito.
Cie rtame nte , desde el prime r mome nto me inc liné a dar
una respuesta a esta pre gunta; y esa respuesta, impre cis a e
implíc ita , se ma nifie s ta en este libr o . Entr e la s ociología mar ­
xista de l Este y la s ociología par s oniana de l Oeste, entre las
grandes doctrinas de l s iglo pas ado y las indagacione s fr ag­
me ntar ias y e mpíricas de hoy, pe r dur a cierta s olidar idad, o si
se lo pre fie re cie rta continuidad. ¿Cómo desconocer la con­
tinuid a d e ntre Mar x y Ma x We be r, entre Ma x We be r y Par-
sons, y aun entre Augus to Comte y Dur khe im, y e ntre este
últim o , Mar ce l Maus s y Claude Lévi- Strauss? Es e vide nte que
los sociólogos modernos, son e n cierto s e ntido herederos y
continuadore s de l gr upo que s e gún algunos e s tá for ma do
por los pres ociólogos. La expre s ión mis ma de pre s ociólogo
des taca la d ific ult a d de la indagación his tór ica que yo de ­
s e aba r e alizar. Sea cual fue r e e l obje to de la his tor ia — la
ins titución, la nación o la dis ciplina cie ntífica— , es nece­
s ario de fin ir o de lim it a r este obje to par a s e guir su de ve nir.
E n rigor, e l his toriador de Fr ancia o de Eur o pa podr ía ajus ­
tarse a un s e ncillo pr oce dimie nto: u n fr agme nto de l plane ta,
e l he xágono, e l e spacio s ituado entre e l Atlántic o y e l Ur a l
se de nominar ía Fr ancia o Eur opa, y e l his toriador r e latar ía
lo que oc urrió e n este e spacio. E n r e a lida d, ja más se a plica
método tan grosero. Fr ancia y Eur opa no son e ntidade s geo­
gráficas , s ino e ntidade s his tóricas ambas e s tán de finidas me>.
diant e la conjunción de ins titucione s e ide as , aunque cam-
biante s e ide ntificable s , y por una s upe rficie . Es ta de fini­
ción es r e s ultado de un vaivén entre e l presente y e l pas ado,
de una confr ontación entre la Fr ancia y la Eur opa mode r na
y la Fr ancia y la Eur opa de l s iglo de las Luces o de la cris­
tiandad. E l bue n his toriador es e l que conserva e l s e ntido
de la e s pe cificidad de cada época, de la sucesión de las épo­
cas, y fina lme nte de las constante s que son las únicas que
autor izan a ha bla r de una s ola y mis ma his tor ia.
Cua ndó e l obje to his tór ico es una dis ciplina cie ntífica o
s e udocie ntífica o s e micie ntífica, la d ific ult a d se agrava. ¿Cuán­
do comienza la s ociología? ¿Qué autore s me recen que se les
atr ibuya carácter de ante pas ados o fundadore s de la socio­
logía ? ¿Qué de finic ión adoptar e mos para esta últ im a ?
Adopté una de finición cuya impre cis ión reconozco, s in creer­
la por e llo ar bitr ar ia. La sociología es e l e s tudio que se
pre te nde c ie ntífic a de lo s oc ial com o tal, sea en e l nive l ele­
me ntal de las re lacione s inte rpe rs onales , o e n e l nive l ma ­
croscópico de los grandes conjuntos , las clases, las nacione s ,
las civilizacione s o utiliza nd o la e xpre s ión corriente, las so­
cie dade s globale s . Es ta de finic ión nos pe r mite compre nde r
por qué es dificultos o e s cribir una his tor ia de la s ociología,
y de te rminar dónde comie nza y dónde concluye . Ha y mudaos
modos de inte r pr e tar la inte nción cie ntífica o e l obje to social.
¿La s ociología exige s imultáne ame nte esta inte nción y este
objeto, o comienza su exis te ncia cuando apare ce n uno u otro
de ambos caracteres?
T odas las sociedades alie nta n cierta concie ncia de sí mis ­
mas. Muchas sociedades concibie ron estudios, pr e te ndidame n­
te obje tivos, de tal o cual aspecto de la vida colectiva. La
Po lític a de Aris tóte le s apare ce como u n tr atado de sociolo­
gía política o como un a nális is compar ado de los re gímenes
políticos . Pese a que la P o lític a im plic a también un anális is
de las ins titucione s familiar e s o e conómicas , su centro era el
régime n político, la or ganización de las re lacione s de mando
en todos los nive les de la vida colectiva, y sobre todo en
e l nive l donde se r e aliza de l modo más cabal la s ociabili­
da d de l hombre : la ciudad. E n la me dida en que la inte n­
ción de apre he nde r lo social como tal es mate r ia de l pe ns a­
mie nto s ociológico, Monte s quie u merece figur ar en este libro,
más que Aris tóte les , con e l carácte r de fundador . En com­
pe ns ación, si se considerase e se ncial la inte nc ión c ie ntífic a
más que e l e nfoque de lo s ocial, Aris tóte le s posee ría dere­
chos probable me nte iguale s a los de Monte s quie u, o aun a
los de Augus to Comte.
Ha y más. Las doctrinas históricos ociales de l s iglo pas ado
no son el único origen de la s ociología mode r na; ésta tiene
otra fue nte , re pre s e ntada por las estadís ticas adminis tr ativas ,
los survey s, las encuestas e mpíricas . E l profesor P a ul Lazars-
fe ld r e aliza desde hace var ios años, con la ayuda de sus
alumnos , una inve s tigación his tór ica acerca de esta fue nte
de la s ociología mode rna. Pue de agregarse, no s in s ólidos ar­
gume ntos , que la s ociología e mpír ica y cuantitativa de hoy
debe más a Le P la y y a Quéte le t que a Monte s quie u y a
Augus to Comte . De s pués de todo, los profesores de Eur opa
or ie ntal se convierten a la sociología desde el mome nto e n
que no se lim ita n a evocar las leyes de la e volución his tó­
rica según las ha for mulado Marx, y por e l contrario inda ­
gan a su vez la r e alida d soviética con la ayuda de estadís­
ticas, cue s tionarios y entrevistas.
La sociología de l s iglo xix s e ñala indudable me nte un mo­
me nto de la r e fle x ión de los hombre s acerca de sí mis mos ,
e l mome nto en que adquie re condición te mática lo social
como tal, con su carácter e quívoco, unas veces r e lación ele­
me ntal entre individuos y otras e ntida d global. Expre s a tam­
bié n una inte nción que no es r adicalme nte nue va, s ino or i­
g ina l por su r adica lida d, la de un conocimie nto propiame n­
te cie ntífico, de acuerdo con el mode lo de las cie ncias de la
naturale za, y pe rs iguie ndo el mis mo objetivo: el conocimie n­
to cie ntífico de be ría otorgar a los hombre s el dominio de
su s ocie dad o de su his tor ia, de l mis mo modo que la fís ica y
la química les fac ilitar on el dominio de las fuerzas na tur a­
les. Par a ser cie ntífico, ¿este conocimie nto no debe aba ndo­
nar las ambicione s s intéticas y globale s de las grandes doc­
trinas de la s ociología his tór ica?
Si comencé bus cando los orígenes de la sociología mode r­
na, de hecho acabé or ganizando una gale r ía de retratos in ­
telectuales. Di e l paso de una cosa a otra sin tene r clara con­
cie ncia de l as unto. Me dir ig ía a mis alumnos , y ha blaba con
la libe r tad que la impr ovis ación pe rmite . En lug ar de in ­
terrogarme constante mente acerca de lo que se re laciona con
lo que uno tie ne derecho a de nominar sociología, procuré
apre he nde r lo ese ncial de l pe ns amie nto de estos sociólogos,
s in desconocer lo que creemos la inte nción e spe cífica de la
sociología, s in olvidar tampoco que esta inte nción era inse>-
parable , e n el s iglo pas ado, de las concepciones filos óficas y
de un ide al político. Por otra parte , quizá las cosas no son
dife re nte s e n los sociólogos conte mporáne os , tan pronto se
ave nturan e n el terreno de la macros ociología, y esbozan una
inte r pr e tación globa l de la sociedad.
¿Estos retratos corresponden a sociólogos o a filós ofos ? No
dis cutiré este punto. Digamos que se trata de una filos ofía
social de un tipo re lativame nte nuevo, un m odo de pe ns ar so­
ciológico, caracterizado por la inte nción cie ntífica y e l e nfoque
de lo social, un modo de pe ns ar que se de s ar rolla en este
últim o tercio de l s iglo xx. E l hom o s ociológicas va camino
de re e mplazar a l hom o oeconom icus. Sin dis tinción de regí­
menes ni de continentes , las unive rs idade s de todo el m un­
do multip lic a n las cátedras de sociología, y de un congreso
a otro parece acelerarse e l ritmo de cre cimie nto de las p u b li­
caciones s ociológicas. Los sociólogos r e ivindican métodos e m­
píricos, r e alizan encuestas me diante muestreos, aplican su pro­
pio sistema conce ptual, inte rrogan desde cierto ángulo a la
r e alidad social, e x hibe n un e nfoque específico. Este modo de
pe ns amiento se alime nta e n una tr adición cuyos orígenes se
re velan en esa gale ría de retratos.
¿Por qué e legí a estos siete sociólogos? ¿Por qué Saint-
Simon, Proudhon, He rbe rt Spe nce r no e stán incluidos en mi
gale r ía? Se gurame nte podr ía invocar algunas razones razona­
bles. Augus to Comte por inte r me dio de Dur khe im, Marx gra­
cias a las re voluciones de l siglo xx, Monte s quie u por inte r­
me dio de T ocque ville y éste por obr a de la ide ología nor­
te ame ricana pertenecen a l presente. En cuanto a los tres au­
tores de la segunda parte , ya fue r on re unidos por T alcott
Parsons en su pr ime r gran libr o, T¡u¡ S truc lure o f S oc ial Ac-
tio n, y a ún se los e s tudia en nuestras unive rs idade s como a
maestros más que como a ante pas ados . Pe ro pe caría de desho­
ne s tidad cie ntífica si no explicas e los de te rminante s perso­
nales de la selección.
He come nzado por Monte s quie u, a quie n ha bía consagra­
do antes un curso de un año completo, porque pode mos con-
sidt- rar s imultáne ame nte filós ofo, político y s ociólogo a l a u­
tor de í¡l e s píritu de las leyes. Monte s quie u continúa a n a li­
zando y comparando los re gíme ne s políticos como lo hace n
lo» filós ofos clásicos, a l mis mo tie mpo que procura abarcar
todos los sectores de l conjunto social, y de finir las re lacione s
múltiple s entre las var iable s . Quizás esta le cción de l prime r
autor me fue s ugerida por los recuerdos de l capítulo que
Le ón Bruns chvicg consagró a Monte s quie u en Les Progrés de
la conscie nce dans la philo s o phie occide ntale , capítulo don­
de s aluda a Monte s quie u, no como precursor de la s ociolo­
gía, sino como s ociólogo por exce lencia, e je mplar e n e l mo­
do de aplica r el método analítico por opos ición a l método
sintético de Augus to Comte y sus dis cípulos .
lie conservado también la figur a de Ale x is de T ocque ville
porque los sociólogos, y sobre todo los franceses, lo ignor an
con fre cue ncia. Dur khe im ha bía re conocido e n Monte s quie u
a un precursor: no creo que haya conce dido ja m ás la mis ma
je r a r quía al autor de L a Dém ocratie en A m é rique . Cua ndo
yo era e s tudiante s e cundario o unive rs itario, era pos ible acu­
mula r diplomas de letras, filos ofía o s ociología s in oír jamás
e l nombr e que ningún e s tudiante de l otro lad o de l Atlánt ic o
pue de ignorar. Ha c ia e l fin a l de su vida, ba jo e l Se gundo
Impe r io, Ale x is de T ocque ville se que jaba de un s e ntimie n­
to de s ole dad peor que e l que ha bía conocido en los de ­
siertos de l Nue vo Mundo. Su de s tino pos tumo, e n Fr ancia,
prolongó la e xpe riencia de sus últimos años. De s pués de ha­
ber conocido un éxito tr iunfa l con su pr ime r libr o, este des­
cendiente de una gran fa m ilia nor manda, convertido a la de­
mocracia por vía de r azonamie nto y con tristeza no re presen­
tó en una Fr ancia e ntre gada alte rnativame nte a l egoísmo sór­
dido de los poseedores, a los furores re volucionarios y a l des­
potis mo de un individuo, e i pape l que des eaba. Exce s ivame n­
te libe r al para e l pa r tido de donde ha bía s alido, carente de
entus ias mo s uficie nte por las ide as nuevas a los ojos de los
re publicanos , no ha s ido acogido por la de re cha n i por la
izquie r da, y fue sospechoso a todos. T a l la suerte reservada
en Fr ancia a la escuela ingles a o anglonorte ame ricana, y con
esto me re fie ro a los franceses que comparan o comparaban
con nos talgia las tumultuos as pe ripe cias de la his toria de
Fr ancia des pués de 1789 con la libe r tad que gozaban los pue ­
blos de le ngua ingles a.
Ais la do políticame nte por e l e s tilo de su adhe s ión re ti­
cente a la de mocracia, movimie nto ir re s is tible más que ide al,
T ocque ville se opone a algunas de las ide as fundame ntale s
de la escuela s ociológica de la que Augus to Comte es el
pre s unto iniciador y Dur khe im el pr incipal re pre se ntante , por
lo me nos en Fr ancia. La sociología implic a confe r ir je r ar quía
te mática a lo s ocial como tal, no implic a que las ins titucio­
nes políticas y e l modo de gobie r no sean re ductible s a la in ­
frae s tructura s ocial, o de ducible s a par tir de los rasgos es­
tructurales de l orden s ocial. Ahora bie n, el pas aje de la con­
versión de lo s ocial en te mática a la de s valorización de lo
político o a la ne gación de la e s pe cificidad polític a se r e ali­
za fácilme nte . Bajo dis tintas formas , ha llamos este mis mo des­
lizamie nto tanto en Augus to Comte como e n Carlos Mar x y
Émile Dur khe im. Al día s iguie nte de la guerra, e l conflicto
his tór ico entre los re gímene s de de mocracia libe r al y los de
par tido único, unos y otros vinculados a socie dades que Toc­
que ville ha br ía de nominado de mocráticas y Augus to Comte
indus triale s , confie re sobrecogedora act ualida d alte rnativa que
re mata L a Dém oc raiie e n A m é rique . “ En nue s tro tie mpo las
nacione s no a dmit ir án la de s igualdad de las condicione s que
prevale cen en su seno; pe ro de e llas de pe nde que la ig ua l­
da d las conduzca a la s e rvidumbre o a la libe r tad, a las lu ­
ces o a la barbarie , a la pr os pe ridad o a la mis e r ia”.
Se pr e guntar á por qué e le gí a Augus to Comte ante s que
a Saint- Simon. La razón es s e ncilla. Se a cual fue re el pape l
que atr ibuya a l propio Saint- Simon e n e l pe ns amie nto saint-
s imoniano, no cons tituye un conjunto s intético comparable al
pe ns amie nto comtis ta. Aun s uponie ndo que la mayor ía de los
temas de l pos itivis mo ya se manifie s tan e n la obr a de l con­
de de Saint- Simon, eco sonoro de l e s píritu de los tiempos ,
estos temas no apare ce n organizados con r igor filos ófico sino
por obra de l ge nio e x traño de l politécnico que tuvo in ic ia l­
me nte la a mbic ión de abarcar la tota lida d de l sabe r de su
época, y que muy pronto se encerró voluntar iame nte en la
cons trucción inte le ctual que él mis mo ha bía le vantado.

Pr oudhon no figur a en esta gale r ía de retratos, pese a que


estoy fa milia r iza do con su obra, porque veo e n é l más un
moralis ta y un s ocialis ta que un sociólogo. No se trata de
que haya carecido de un a vis ión s ociológica de l de ve nir his ­
tór ico (lo mis mo podr ía afir mars e de todos los s ocialis tas );
pero difícilme nte se logr ar ía extraer de sus libros el e quiva­
le nte de lo que ofrecen a l his toriador de l pe ns amie nto socio-
lógico e l Coiurs de Pk ilo s ophie Pos itiv e , o E l c apital. En cuan­
to a He rbe r t Spencer, confieso que te nía reservado un lugar .
Pero e l re trato exige un conocimie nto íntimo de l mode lo. Le í
varias veces las obras principale s de los siete autores a quie ­
nes de nomino “ fundadore s ” de la sociología. No podr ía de ­
cir otro tanto de las obras de He rbe rt Spencer.
Los retratos, y aún más los esbozos (en verdad, cada uno
de estos capítulos merece más la de nominación de esbozo que
la de retratos) r e fle jan siempre , e n mayor o en me nor gra­
do. la pe rs onalidad de l pintor. Al re le e r la prime ra parte
des pués de siete años, la s e gunda al cabo de cinco años, creí
pe rcibir la inte nción que or ie ntó cada una de estas exposi­
ciones, y de la cual en el mome nto dado probable me nte yo
no tenía concie ncia. En los casos de Monte s quie u y Tocque ­
ville , es e vide nte que yo quis e de fe nde rlos fre nte a los so­
ciólogos de obs ervancia riguros a, y conse guir que este par ­
lame ntar io de la Gir onda y este diputa do de la Mancha fue ­
sen reconocidos con derecho a ocupar un lugar entre los fu n ­
dadore s de la sociología, pese a que ambos hayan e vitado
el sociologis mo y mante nido la autonomía (e n s e ntido cau­
s al) y aún cierta primacía (e n el s e ntido humano) de l orde n
político en r e lación con la estructura o la infrae s tructura
social.
Como Augus to Comte ha conquis tado desde hace tie mpo
un re conocimiento de le gitimidad, la e xpos ición de su doc­
tr ina conte mpla otro objetivo. T ie nde a inte r pr e tar el conjun­
to de la obr a a par tir de una intuic ión or iginal. Quizá por
eso mis mo me vi inducido a a tr ib uir a la filos ofía socioló­
gica de Augus to Comte mayor unida d s is te mática de la que
tie ne — lo que no seria poco decir.
La expos ición de l pe ns amie nto marx is ta tie ne carácte r po­
lémico menos contra Ma r x que contra las interpretaciones , que
e s taban de moda hace die z años, y que s ubor dinaban E l ca­
p it a l a l Manus crito e conóm ico filo s ófic o , y de s conocían la
r uptur a entre las obras de juve ntud, ante riores a 1845, y las
obras de madure z. Al mis mo tie mpo, des eaba dis tinguir las
ide as de Marx que his tór icame nte son esenciales, las mis mas
que los marxis tas de la II y la III Inte r nacional conservaron
y utilizar on. Por esa r azón he s acrificado el anális is e n pro­
fund ida d, que había r e alizado e n otro curso y que espero
r e anudar algún día, de la dife r e ncia entre la crítica como
la e nte ndía Ma r x de 1841 a 1844 y la c ritic a de la e conom ía
p o lític a, conte nida en sus grande s obras. Louis Althus s e r ha
puesto el acento sobre este punto de cis ivo: la continuidad o
la dis continuidad entre e l jove n Marx y e l Marx de E l Capi­
tal de pe nde de l s e ntido a tr ibuido a la mis ma palabr a “ crí­
tica” e n los dos mome ntos de su carrera.
Las tres exposiciones de la se gunda parte me parece n más
académicas , quizás me nos or ie ntadas hacia un obje tivo de fi­
nido. S in embargo, temo habe r s ido injus to con respecto a
Emile Dur khe im, hacia cuyo pe ns amie nto s ie mpre e xpe ri­
me nté una a ntipatía inme diata. Pr obable me nte tengo d ific ul­
tad par a soportar e l s ociologis m o sobre e l cual des embocan tan
a me nudo los anális is s ociológicos y las intuicione s profundas de
f.mile Dur khe im. He ins is tido, quizá más de lo que pr oba­
ble me nte es e quitativo, en lo más dis cutible de su obr a, me
re fie ro a su filos ofía.
He pre s e ntado a l autor de l T raite de s ociologie générale
con indife r e ncia, pe ro hace tre inta años le ha bía cons agrado
un ar tículo apas ionadame nte hos til. Pare to es un ais lado, y
al envejecer me sie nto cerca de los “ autore s malditos ”, a un­
que hayan me re cido parcialme nte la ma ldic ión que los afec­
ta. Ade más , el cinis mo par e tiano se ha incorporado a las cos­
tumbres . Uno de mis amigos filós ofos trata de imbé c il a P a ­
re to (a unque de be ría de finir me jor e l tér mino: filos óficame n­
te im b é c il); pe ro ya no conozco profesores que como Céle s tin
Bouglé, hace tre inta años, no pudie s e n o ír una re fe re ncia a
Vilfr e do Par e to s in dar r ie nda s ue lta a la cólera que pro­
voca e n ellos el me ro nombre de l gr an e conomis ta, autor de
un monume nto sociológico cuyo lug ar en la his tor ia de l pe n­
s amie nto a ún no ha podido ser de te r minado por la poste­
r idad.
Si he de bido for zarme par a reconocer los méritos de Dur ­
khe im, y carecí de pas ión con respecto a Pare to, conservo
con respecto a Ma x We be r la admir ación que le consagré des­
de m i juve ntud, pese a que me s ie nto e n muchos puntos , a l­
gunos de e llos importante s , muy a le jado de su pos ición. Ocu­
rre que Max We be r no me ir r it a jamás , n i s iquie r a cuando
dis crepo, y por e l contrario e xpe rime nto u n s e ntimie nto de
male s tar a un a llí donde los argume ntos de Dur khe im me
convencen. De jo a los ps icoanalistas y los s ociólogos la tarea
de inte r pr e tar estas reacciones pr obable me nte indignas de un
hombre de cie ncia. Pese a todo, he tomado algunas pre cau­
ciones contra m í mis mo, y con ese fin m u ltip liq u é las citas,
por supues to s in ignor ar que tanto la e lección de las citas
como las de las estadís ticas de ja gran parte lib r a do a la
ar bitr ar ie dad.
Una últ im a obs e rvación: en la conclus ión de la prime ra
parte re ivindico mi adhe s ión a la escuela de sociólogos libe ­
rales, Monte s quie u, T ocque ville , a los cuales agrego Élie Ha-
lévy. Lo hago no s in ir onía ( “des ce ndie nte tar dío” ) que no
fue adve rtida por los críticos de este libro, que ya apare ció
en Es tados Unidos y en Gr an Br e taña. No creo in út il agre gar
que nada de bo a la influe ncia de Monte s quie u o de Tocque ­
ville , cuyas obras e s tudié s e riame nte s ólo e n los últ imos die z
años. En cambio, le o y re le o los libros de Marx desde hace
tre inta y cinco años. Var ias veces utilic é el método re tórico,
de l par ale lo o la opos ición Tocqueville- Marx. sobre todo en
el pr ime r capítulo de l Es s ai s ur les lllie rtés . Lle gué a Tocque­
ville a par tir de l marxis mo, de la filos ofía ale mana y de la
obs ervación de l mundo actual. Jamás vacilé entre L a Dém o­
cratie e n A m érique y E l c apital. Como la mayor ía de los es­
tudiante s y los profesores franceses, no ha bía le ído L a Dé ­
m ocratie en A m é rique cuando, en 1930, inte nté por prime ­
ra vez, sin lograrlo, de mos trar para mi propio he ne fie io que
Marx estaba en lo cierto y que el capitalis mo ha bía sido con­
de nado de una vez para s ie mpre por E l c ap ital. Pese a mí
mis mo, continúo inte re s ándome más e n los miste rios de E l
c ap ital que en la prosa lím p id a y triste de L a Dém ocratie en
A m é rique . Mis conclus iones pertenecen a la escuela ingles a,
y mi for mación se or igina sobre todo e n la escuela ale mana.
*

Es te lib r o ha s ido corregido por e l señor Guy Berger, a u­


ditor de l T r ibunal de Cuentas . Su aporte sobrepasa con mu­
cho la corrección de varios cursos que no ha bían sido redac­
tados de ante mano, y que conse rvaban los defectos de la ex­
pos ición ve rbal. Enr ique c ió e l texto con citas, notas y de ­
talles . E l lib r o le debe mucho: a quí le expreso mi pr ofunda
y amis tos a gr atitud.

He mos agre gado como anexos tres estudios escritos en el


curso de estos últimos años.
E l prime ro. A ugus to Com Je et A le x is de T ocque v ille . ju ­
gues de l'A ngle te rre , es el texto de una Confe re ncia B as il Za-
haroff, pr onunciada en la Unive rs idad de Ox for d en junio de
1965. Agrade zco a la Ox for d Unive r s ity Press, que publicó
esta conferencia, la autor ización para re pr oducirla.
E l segundo, Idée s politique s e t v is ión his torique de T oc­
que v ille , es e l texto de una confe re ncia pronunciada en 1960
en el Ins tituto de Es tudios Políticos de París , y publicada
por la Re v ue ¡ranqaise de Science politique en 1960.
E l últ im o es el texto francés de la comunicación hecha en
He ide lbe r g en e l XV Congreso de la As ociación Ale ma na de
Sobiología, ce le brada en 1964, en ocas ión de l ce ntés imo a ni­
versario de l nacimie nto de Max We be r.
Estos tres estudios pertenecen a la his tor ia de las ide as más
que a la his tor ia de la s ociología, e n el s e ntido propiame n­
te cie ntífico de l tér mino. Pe ro ayer, y quizás ése sea aún
hoy el caso, la divis ión entre las dos dis ciplinas no estaba
bie n de finida.
P r im e r a pa r t e

LOS F U N D A D O RE S
C H A R L E S - L O U IS D E S E C O N D A T
B A R Ó N D E M O N T E S Q U IE U

Me creería el más fe liz de los mortales


si pudiese lograr que los hombre s curasen
sus prejuicios. Aquí llamo pre juicios, no a
lo que de te rmina que se ignore n ciertas
cosas, sino a aque llo que nos lle va a igno­
ramos a nosotros mismos.

E l e s píritu de las leyes, pre facio.


Quizá parezca sorprendente come nzar una Historia de l pe n­
s amie nto sociológico con el e s tudio de Monte s quie u. E n Fran­
cia se le considera ge ne ralme nte un precursor de la sociolo­
gía, y se atr ibuye a Augus to Comte el mér ito de habe r fun­
dado esta dis ciplina — fon toda razón— , si ha de llamar s e
fundado r a quie n creó e l tér mino. Pe ro si ha de de finirs e
e l s ociólogo por una inte nción e s pecifica, la de conocer cie n­
tíficame nte lo s ocial como tal, Monte s quie u es entonces, en
mi opinión, un sociólogo con e l mis mo derecho que Augus to
Comte . La inte r pr e tación de la sociología, im plíc ita en E l
e s píritu de las leyes es, e n e fecto, más ‘•mode rna” en cier­
tos sentidos que la de Augus to Comte . E llo no de mue s tra que
Monte s quie u tenga razón contra Augus to Comte , s ino s ólo
que a mi juic io Monte s quie u no es un precursor, s ino uno de
los doctrinarios de la sociología.
Cons ide rar a Monte s quie u como sociólogo, es re s ponde r a
una pre gunta que han for mulado todos los his toriadore s : ¿A
qué dis ciplina corresponde Monte s quie u? ¿A qué e scuela per­
tenece?
La ince r tidumbr e es vis ible en la or ganización unive rs ita­
r ia francesa. Monte s quie u pue de figur ar s imultáne ame nte en
e l programa de la lice nciatur a e n letras, e n la de filo s ofía y
aún, en ciertos casos, en la de his toria.
E n un nive l más elevado, los his toriadore s de las ideas
s itúan a Monte s quie u sucesivamente entre los hombre s de le ­
tras, los teóricos de la política, los his toriadore s de l derecho,
y los ide ólogos que , en el siglo xvn analizar on los fundame n­
tos de las ins titucione s francesas y pre pararon la crisis revo­
lucio na r ia; y aun entre los economis tas .1 Es muy cierto que

1 Recuérdes e la humor ada, por otra parte muy dis cutible ,


de J. M. Keynes, en su pre facio a la e dición francesa de la
T eoría ge ne ral: “Monte s quie u, e l mayor economista francés, el
que merece compararse con Adam Smith, y que sobrepasa por
cie n codos a los fisiócratas, e n vista de la pers picacia, la cla­
Monte s quie u es s imultáne ame nte escritor, casi nove lis ta, jur is ­
ta y filós ofo de la política.
No es dudos o, sin embargo, que su obra E l e s píritu de las
leyes ocupe un lugar fundame ntal. Ahor a bie n, a mi juic io la
inte nción de E l e s píritu de las leyes es s in duda la que yo
de nomino sociológica.
Por otra parte , Monte s quie u de ningún modo lo ocultó. Su
obje tivo es hace r inte lig ible la his toria. Quie r e compre nde r
e l dato his tórico. Ahor a bie n, e l dato his tór ico se le presenta
e n la forma de una dive r s idad casi in fin ita de costumbres,
usos, ideas, leyes e ins titucione s . E l punto de par tida de la
inve s tigación es precisamente esta dive r s idad en apar ie ncia
incohe rente . E l fin de la inve s tigación de be ría ser el reem­
plazo de esta dive r s idad incohe re nte por un or de n pe nsado.
Exactame nte como Max We be r , Monte s quie u quieTe pas ar de l
dato incohe rente a un orden inte ligible . Ahor a bie n, esta ac­
tividad es la que corresponde a l sociólogo.
Pero las dos expresiones que acabo de utiliza r , dive r s idad
incohe re nte y orde n inte ligible , cons tituye n e vide nte me nte un
proble ma. ¿Cómo pue de descubrirse un orde n inte lig ible ?
¿Cu ál será la naturale za de este orde n inte ligible que re em­
plaza a la dive r s idad r a dic al de los usos y las costumbres?
Creo que en las obras de Monte s quie u hay dos respuestas
que no se contradice n, o más bie n dos e tapas de u n des arro­
llo. La prime r a consiste en afir mar que más a llá de l caos de
los accidentes, des cubrimos causas profundas , que e x plican la
apar e nte ir r a cionalidad de los hechos. As í en la obra Consi-
dératiíins s ur les causes de la grande ur et de la décadence des
Rom ains , Monte s quie u escribe:
“ La fortuna no domina e l mundo. Pode mos pr e guntarlo a
los romanos , que tuvie ron una inint e r r umpida sucesión de pe ­
ríodos de pros pe ridad cuando gobe rnaron de acue rdo con cie r­
to plan, y una ininte r r umpid a suce sión de reveses cuando se
ajus tar on a otro. En cada mo nar quía actúan causas generales,
unas veces morale s y otras físicas, y la e le van, la mantie ne n
o la pre cipitan. Todos los accidentes re s ponde n a estas cau­
sas, y si e l azar de una ba talla — es decir, de una causa
particular — causó la r uina de un Es tado, ha bía una causa ge­

r ida d de las ideas y el bue n se ntido (cualidade s que todo


economista de be ría poseer.” (T. M. Keynes, T héorie ge nérale
de l ’e m ploi, de iin té ré t e t de la m onnaie , traducido al francés
por J. de Large ntaye , París, Payot, 1953, pág. 13.)
ne r al que de te r minaba que ese Es tado pereciese como re s ul­
tado de una s ola ba ta lla . E n una pa labr a, e l movimie nto
pr incipal arras tra consigo todos los accidentes particular e s ”
(Ca p ítu lo 18; O. C., t. II, pág. 173).
Y en E l e s píritu de las ley es:
“ Poltava no ar r uinó a Carlos X II. Si no hubie s e ha lla do
su r uina en ese lugar , lo mis mo ha br ía ocurrido e n otro. Es
fác il r e parar los accidentes de la for tuna. No es pos ible co­
rre gir los hechos que se or iginan cons tante me nte en la na tu­
raleza de las cosas” (Lib r o X, Ca pítulo X III; 0 . C., t. I I
pág. 387).
A mi juicio, la ide a que se expresa e n estas dos citas es
la prime r a propiame nte s ociológica de Monte s quie u. La for ­
mular é de l s iguie nte modo: de trás de la suce sión apar e nte ­
me nte accide ntal de los hechos, es necesario apre he nde r las
causas profundas que los e xplican.
Sin e mbargo, una propos ición de esta clase no implic a que
todo lo que ha ocurrido fue necesario por obr a de las causas
profundas . En e l punto de par tida la sociología no se de fine
por e l pos tulado que a fir ma que los accide nte s carecen de
e ficacia e n e l curso de la his toria.
De te r minar si una victoria o una de rrota m ilita r fue causa­
da por la corrupción de l Es tado o por errores de técnica
o de táctica, es una cue s tión de hecho. No hay prue bas en e l
s entido de que cualquie r victoria m ilita r es el signo de la
grandeza de un Es tado, o cualquie r derrota e l s igno de su
corrupción.
La segunda respuesta ofre cida por Monte s quie u es más in ­
teresante y lle ga más lejos. Consiste en afir mar , no que los
accidentes se e x plican por caucas profundas , s ino que es po­
s ible or ganizar la dive r s idad de las costumbres, los usos y las
ide as en un re ducido núme r o de tipos. Entre la dive r s idad
in fin it a de las costumbres y la unid a d abs oluta de una so­
cie dad ide al, hay un tér mino inte r me dio.
E l pre facio de E l e s píritu de las leyes expresa clarame nte
esta ide a e s e ncial:
“ En pr ime r lug a r e xaminé a los hombre s , y lle gué a la con­
clus ión de que , en esta in fin ita dive r s idad de leyes y cos tum­
bres, no es taban regidos únicame nte por sus fantas ías ”.
La fór mula implic a que es pos ible e xplicar la var ie dad de
las leyes, y que las leyes que corresponden a cada s ociedad
están de te rminadas por ciertas causas que a veces actúan s in
que los hombre s tengan conciencia de e llas .
Y lue go continúa:
“ He propue s to los principios , y pe rcibí que los casos pa r ­
ticulare s se ajus taban a ellos como por pr opia inic ia tiv a ; las
his torias de todas las nacione s son s imple me nte conse cuencias
de tales pr incipios ; y cada le y par ticular e s tá vinculada con
otra, o de pe nde de otra más ge ne ral” (O . C., t II, pág. 2 2 9 ).
As í, pode mos e x plicar de dos modos la dive r s idad obser­
vada e n las costumbres: por una parte , r e montándonos a las
causas re sponsables de las leyes particular e s que observamos
e n tal o cual caso; por otra, de ducie ndo pr incipios o tipos
que cons tituye n un nive l inte r me dio entre la dive r s idad in ­
cohere nte y un e s que ma de valide z unive rs al. Hace mos inte ­
lig ib le el de v e nir cuando apre he nde mos las causas pr ofundas
que de te r minaron e l sesgo ge ne ral de los hechos. Hace mos
inte lig ible la div e rs idad cuando la or ganizamos de ntro de un
re ducido núme r o de tipos o conceptos.

LA T E ORIA P OLIT ICA

E l proble ma de l apar ato conce ptual de Monte s quie u, ese


apar ato que le pe rmite r e e mplazar una dive r s idad incohe re nte
con un orden pe ns ado, se re suelve apr ox imadame nte en el
proble ma, clás ico en los intérpre te s , de l p la n de E l e s píritu
de las ley es. ¿Es ta obra nos ofrece un orde n in te lig ib le o
una colección de observaciones más o me nos s utile s sobre
tale s o cuales aspectos de la r e alida d his tór ica?
E l e s píritu de las leyes está dividid o en varias partes, cuya
apar e nte he te roge ne idad ha s ido obs ervada a me nudo. Desde
e l punto de vista en que me he s ituado hay, a m i juicio, esen­
cialme nte tres grande s partes.
Ante todo, los trece prime ros libr os , que de s ar rollan la co­
nocida te oría de los tres tipos de gobie r no; es de cir, lo que
llama r ía mos una sociología polític a, un esfuerzo par a r e du­
cir la dive r s idad de las formas de gobie rno a algunos tipos,
cada uno de ellos de finido s imultáne ame nte por su natur ale za
y su pr incipio. La segunda parte va de l libr o X IV a l libr o
XIX. Es tá cons agrada a las causas mate r iale s o físicas , es
de cir, e s e ncialme nte la influe ncia de l c lima y e l s ue lo sobre
los hombres , sus costumbres y sus ins titucione s . La tercera
parte , que va de l libr o XX a l lib r o XXV I, e s tudia suce siva­
me nte la influe ncia de las causas sociales, e l come rcio, la
mone da, e l núme r o de hombre s y la r e lig ión sobre las cos­
tumbre s , los usos y las leyes.

Por cons iguie nte , apar e nte me nte estas tres parte s s on e n
un s e ntido una s ociología de la po lític a; lue go un e s tudio
sociológico de las causas, unas fís icas y otras morale s , que
actúan sobre la or ganización de las sociedades.
Ade más de estas tres parte s pr incipale s , que dan los últimos
libr os de E l e s píritu de las leyes que , consagrados a l e s tudio
de las le gis lacione s romana y fe udal, re pre se ntan ilus tr acione s
his tóricas , y e l libr o X XIX cuya r e lación con una de las gran­
des divis ione s sería d ifíc il; pre te nde re s ponde r a la pre gun­
ta: ¿Cómo debemos compone r las leyes? Pue de inte rpre tars e
este últ im o lib r o como una e laboración pragmática de las .con*
secuencias que se de duce n de l e s tudio cie ntífico.
Tenemos, finalme nte , un libr o de d ifíc il clas ificación e n
este p la n de conjunto: e l lib r o XIX, que se ocupa de l e s pí­
r itu ge ne ral de una nación. No se re fie re por lo tanto a una
causa particular , o a l aspecto político de las ins titucione s , s ino
a lo que cons tituye quizás e l pr incipio de unific ac ión de l todo
social. Sea como fue re , este libr o es uno de los más impor ­
tante s. Re pre s e nta la tr ans ición o et vinculo e ntre la prime r a
parte de E l e s píritu de las leyes, la s ociología politica, y las
otras dos parte s, que e s tudian las causas fís icas o morale s.
Es ta reseña de l plan de E l e s píritu de las leyes pe r mite
fo r mula r los proble mas esenciales de la inte r pr e tación de
Monte s quie u. Las dife re ncias entre la prime ra parte y las dos
parte s siguiente s han lla ma d o la ate nción de todos los his ­
toriadores. Sie mpre que los his toriadore s compr ue ban la he­
te roge ne idad apar e nte de los fragme ntos de un mis mo libr o ,
se sie nte n te ntados de ape lar a una inte r pr e tación his tór ica, y
procuran de te r minar en qué fe cha e l autor e s cribió las dife ­
rentes partes.
E n e l caso de Monte s quie u, es pos ible de s ar r ollar sin ex­
cesiva d ific ulta d esta inte r pr e tación his tór ica. Los prime ros
libr os de E l e s píritu de las leyes — si no e l prime ro, por lo
me nos de l libr o II al V III, es de cir los que a na liza n los tres
tipos de gobierno— son, si así pue do afir mar lo, de ins pir ación
aris totélica.
Monte s quie u los e s cribió antes de su via je a Inglate rr a, e n
una época en que estaba ba jo la influe ncia dominante de la
filo s ofía política clás ica. Ahora bie n, en la tr adición clás ica
la Po lític a de Aris tóte les era el libr o e se ncial. No es dudos o
que Monte s quie u haya escrito los prime ros libr os con la Po­
lític a de Aris tóte les al lado. En casi todas las páginas po­
demos h a lla r re fe re ncias a esa obr a en for ma de alus ione s
0 de críticas.
Los libros s iguiente s, sobre todo e l famos o lib r o XI, acer­
ca de la cons titución de Inglate r r a y la s e paración de pode ­
res, pr obable me nte fue r on escritos más tarde, de s pués de la
estada en Inglate r ra, ba jo la influe ncia de las observaciones
re alizadas durante ese viaje . En cuanto a los libros de so­
ciología consagrados a l estudio de las causas fís icas o mo­
rales, probable me nte fueron escritos después de los prime ros
libros .
Desde este punto en ade lante , sería fác il pero poco satis­
factorio pres entar E l e s píritu de las leyes como la yuxtapo­
s ición de dos modos de pensar, de dos modos de e s tudiar la
re alidad.
Monte s quie u sería, por una parte , un dis cípulo de los filó ­
sofos clásicos. En su condición de tal, ha de s ar rollado una
teoría de los tipos de gobie rno que, aunque en ciertos puntos
discrepe con la teoría clás ica de Aris tóte les , se e ncue ntra to­
davía en e l clima y la tr adición de estos filós ofos . Al mis mo
tie mpo, Monte s quie u sería un s ociólogo que busca de te rminar
la influe ncia qu* e l clima, la natur ale za de l terreno, e l n ú­
me ro de habitante s y la r e ligión pue de n ejercer sobre los d i­
fere nte s aspectos de la vida colectiva.
Dada la doble natur ale za de l autor, teórico de la política
por una parte, sociólogo por otra, E l e s píritu de las leyes sería
una obra incoherente, y no un libr o or de nado de acuerdo
con una inte nción pr e dominante y un sistema conce ptual, si
bie n in cluir ía fragme ntos de fe chas y quizás ins piracione s
diversas.
Ante s de resignars e a una inte r pr e tación que s upone al
his t or iador más inte lige nte que el autor, y capaz de ver in ­
me diatame nte la contradicción que ha br ía e - quivado la m i­
rada de l genio, es necesario buscar el orde n inte r no que , con
r azón o sin e lla, Monte s quie u pe r cibía en su propio pens a­
mie nto. E l proble ma propue sto es el de la compa tibilida d
entre la teoría de los tipos de gobie rno y la teoría de las
causas.
Monte s quie u dis tingue tres tipos de gobie r no: la r e pública,
la mo nar quía y el des potis mo. De fine cada uno de ellos por
re fe re ncia a dos conceptos, que de acuerdo con la de nomina­
ción de l autor de E l e s píritu de las leyes son la naturale z a
y el p rinc ip io de l gobierno.
Por su natur ale za el gobie rno es lo que es. E l pr incipio
de l gobie rno es el s e ntimie nto que debe a nimar a los hom­
bres s ubor dinados a un tipo de gobie rno, para que éste fu n ­
cione armonios ame nte . Así, la virtud e? el pr incipio de la
re pública, lo que no s ignifica que en ésta los hombres sean
virtuosos, sino que de be rían serlo, y que las r e públicas son
prósperas sólo en la me dida en que los ciudadanos son vir­
tuosos.2
La natur ale za de cada gobie rno está de te rminada por el
núme r o de los que de tentan la sobe ranía. Monte s quie u es­
cribe : “Supongo tres de finicione s , o más bie n tres hechos:
uno, que el gobie rno r e publicano es aque l en que e l pue blo
en corporación o sólo una parte de l pue blo tie ne e l poder
sobe rano; e l monárquico, es aque l e n que s ólo uno gobie rna,
pero ajus tándos e a leyes fijas y e s table cidas ; mie ntras que
en e l des potis mo, uno solo, sin le y y s in re gla, a todo3 im ­
pone su voluntad y sus caprichos ” ( E l e s píritu de Las leyes,
libr o II, capítulo 1; O. C., t. II. pág. 239) Aplicado a la re pú­
blica, la dis tinción — pue blo en corporación o s ólo una parte
de l pue blo— se propone evocar las dos formas de l gobie rno re­
publicano: la democracia y la aristocracia.
Pe ro estas de finicione s de mue s tran también que la na tu­
rale za de un gobie rno no de pe nde s ólo de l núme r o de los
que dete ntan e l pode r soberano, s ino también de l modo de
e jercitar este último. La mo nar quía y e l de s potis mo son re­
gíme nes que implic a n ambos que s ólo una persona de te nta
e l pode r soberano, pero e n e l caso de l régime n monárquico
e lla gobie rna de acuerdo con leyes fija s y estable cidas, mie n­
tras que en el caso de l des potis mo gobie r na s in leyes y sin
reglas. Tene mos así dos criterios — o para de cir lo en la jerga
mode rna, dos variable s — que nos pe rmite n de te r minar la na ­
turaleza de cada gobie rno: por una parte , ¿quié n detenta el
pode r s oberano?, y por otra, ¿cuále s son las modalidade s de l
ejercicio de este pode r sobe rano?
Conviene agregar el tercer crite rio, que se re fie re al p r in ­
cipio del gobierno. La característica casi jur ídic a de l e jercicio
de l pode r soberano no define^ s uficie nte me nte un tipo de go-
bi'Tno. Ade más , cada tipo de gobie r no está caracterizado por
el s e ntimie nto, s in e l cual no pue de dur ar n i prospe rar.
Ahora bie n, según Monte s quie u, hay tres s e ntimie ntos po­
líticos fundame ntale s , y cada uno de ellos asegura la e s tabi­
lid a d de un tipo de gobierno. La r e pública de pe nde de la
vir tud, la monarquía- de l honor y e l des potis mo de l temor.

2 “Entre la naturaleza de l gobie rno y su principio hay


esta dife re ncia, que su naturale za es lo que le hace ser tal, y su
principio lo que lo mue ve a actuar. Una es su estructura par ­
ticular , y el otro las pasiones humanas que lo impuls an. Las
leyes de be n relacionarse tanto con el principio de cada gobierno
como con su naturale za.” ( E l e s píritu de ¡as leyes, libro III,
capítulo 1; O. C- ; tomo II, págs . 250 y 251.)
La virtud de la r e pública no es una vir tud moral, s ino pro­
piame nte política. Es el respeto a las leyes y la cons agración
de l individuo a la cole ctividad.
E l honor, como dice Monte s quie u, es “desde el punto de
vista filos ófico, un fals o honor” . Es e l respeto que cada uno
debe a su propio rango.3
En cuanto al temor, no es necesario de finir lo . Es un sen­
timie nto e le me ntal, y por así de cirlo infr apolítico. Pero a él
se re fir ie r on todos los teóricos de la política, porque muchos
de ellos, desde Hobbe s en ade lante , han e nte ndido que era
un s e ntimie nto mas humano, e l más r adical, e l que sirve de
punto de par tida a la e xplicación de l propio Es tado. Pe ro
Monte s quie u no es un pe s imis ta como Hobbe s . A sus ojos,
un régime n fund ado en e l te mor está e s e ncialme nte corrom­
pido, y se e ncue ntra casi en el umbr a l de la nada política.
Los sujetos que s ólo obedecen por te mor casi no son hombres.
Compar ada con la tr adición clás ica, esta clas ificación de
los re gímenes es or iginal.
Monte s quie u considera ante todo la de mocracia y la aris ­
tocracia, que en la clas ificación de Aris tóte les son dos tipos
dife re nciados , como dos modalidade s de un mis mo régime n
lla ma do r e publicano, y dis tingue a este régime n de la mo­
na r quía. De acue rdo con Monte s quie u, Aris tóte le s no conoció
la ve rdade ra natur ale za de la mona r quía . E llo se e xplica
fácilme nte , por que la mona r quía según la concibió Monte s ­
quie u se ha r e alizado con aut e nticidad s ólo en las monar quías
e uropeas.4
Una razón pr ofunda e xplica esta o r iginalidad. En Monte s ­
quie u, la dis tinción de los tipos de gobie r no es a l mis mo
tie mpo una dis tinc ión de las or ganizacione s y las estructuras

3 "Es e vide nte que e n una mo nar quía donde el que hace
e jecutar las leyes se cree por e ncima de éstas, se necesita me ­
nos virtud que e n un gobie rno popular, donde quie n aplica
las leyes siente que también lo obligan, y que él soporta su
pe s o. . . Cuando esta virtud cesa de manifestarse, la arbitra­
r ie dad entra en los corazones que pue de n re cibirla, y la ava­
r icia en todos .” (Lib r o III, capítulo 3; O. C., tomo II, págs.
251 y 252.) "La natur ale za de l honor consiste en re clamar pre ­
ferencias sin dis tincione s .” (Lib r o III, capítulo 7; O. C ., tomo
II, pág. 257.)
4 La dis tinción fundame ntal entre r e pública y monar quía
e n r e alidad ya aparece en Maquiave lo: “T odos los gobiernos,
todos los señoríos que tuvie ron y tie ne n impe r io sobre los ho m­
bres fue ron y son r e públicas o pr incipados .” (E l prínc ipe , capí­
tulo 1; O. C ., Pléiade , pág. 290.)
s ociales. Aris tóte le s ha bía conce bido una teoría de los re­
gímenes, y apar e nte me nte le ha bía conferido un valor gene­
r a l; pero pre s uponía como base social la ciudad grie ga. La
monar quía, la aris tocracia y la democracia cons tituían las tres
modalidade s de or ganización política de las ciudade s griegas.
Er a le gítimo dis tinguir los tipos de gobie r no de acue rdo con
e l núme r o de los que e je rcían e l pode r soberano. Pe ro este
tipo de anális is implic a ba que estos tres regímenes fuesen, par a
e mple ar una expres ión mode rna, la supere structura política
de cierta forma de s ocie dad.
La filos ofía política clás ica había inve s tigado poco las re la­
ciones entre los tipos de superestructura política y las bases
sociales. No ha bía for mulado clarame nte el pr oble ma de la
me dida en que es pos ible estable ce r una clas ificación de los
regímenes políticos , al marge n de la or ganización de las socie­
dades. La contr ibución de cis iva de Monte s quie u será precisa­
me nte re tomar e l pr oble ma e n su ge ne ralidad y combinar e l
anális is de los re gímene s con el de las organizacione s s ocia­
les, de modo que cada uno de los gobie rnos aparezca a l mis mo
tie mpo como de te rminada sociedad.
Se establece e l vínculo entre el régime n político y la socie­
dad, en pr ime r lugar y e x plícitame nte me diante la conside­
ración de las dime ns ione s de la s ocie dad. De acue rdo con
Monte s quie u, cada uno de estos tres gobiernos re sponde a
cie rta dime ns ión de la s ocie dad dada. Abunda n las fórmulas :
“ Corres ponde a la natur ale za de una r e pública que ocupe
s ólo un pe que ño te rritor io; de otro modo no podr ía pe rdur ar”
(Lib r o V III, capitulo 16; O. C., t. II, pág. 362).
“ Un Es tado mo nár quico debe tene r me diana e xtensión. Si
fue r a pe que ño, for maría una r e pública. Si muy extenso, los
principale s de l estado, grandes, como no están ba jo los ojos
de l pr íncipe , y tie ne n su propio corte fue r a de la corte del
pr íncipe , garantizados por otra parte contra las prontas eje­
cuciones por las leyes y las costumbres, podr ían de jar de obe­
decer” (Lib r o V III, capítulo 17; O. C., t. II, pág. 363).
“ Un gran impe r io s upone una autor idad de s pótica en quie n
gobie r na” (Lib r o V III, capítulo 19; O. C., t. II, pág. 365).
Si quis iéramos traducir estas fór mulas e n propos iciones de
riguros a lógica, probable me nte no de be ríamos u t iliz a r un le n­
guaje propio de la caus alidad, es decir, a fir ma r que desde e l
mome nto en que e l te rritorio de un estado sobrepasa cierta
dime ns ión, e l de s potis mo es ine vitable , s ino de cir más bie n
que hay una na tur a l concordancia entre e l volume n de la
socie dad y e l tipo de gobie rno. Por otra parte , e llo propone
u n proble ma d ifíc il a l obse rvador: s i a par tir de cierta di-
nie ns ión un estado es ine vitable me nte des pótico, ¿e l s oció­
logo no se ve for zado a reconocer la neces idad de un régime n
que a su juic io es humano y mor alme nte ne gativo? A me ­
nos que evite esta de s agradable conse cue ncia afir mando que
los estados no de be n s obrepas ar cierta dime ns ión.
Sea como fuere, me diante esta teoría de las dime ns ione s
Monte s quie u r e mite la clas ificación de los re gímene s a lo que
hoy se de nomina la morfología social, o e l volume n de las
sociedades, par a re tomar la e xpre s ión de Dur khe im. Monte s ­
quie u r e mite igualme nte la clas ificación de los re gímenes al
anális is de las sociedades, fundándos e en la ide a de l pr inci­
pio de gobie rno — es de cir— , de l s e ntimie nto indis pe ns able
par a el funcionamie nto de cierto régime n. La te oría de l p r in ­
c ipio conduce e vide nte me nte a una te oría de la or ganización
s ocial.
Si en la r e pública la virtud es el amor a las leyes, la de­
voción a la cole ctividad, el patriotis mo, par a e mple ar una
e xpre s ión mode rna, en últ im o anális is des emboca e n cierto
s e ntido de la igualda d. Una r e pública es un régime n en el
c ual los hombre s vive n por y para la cole ctividad, en e l cual
se sie nte n ciudadanos , porque im plic a que son y se sie nte n
iguale s unos a otros.
En compe ns ación, el pr incipio de la mona r quía es e l honor.
Monte s quie u de s ar rolla la corre spondie nte teoría en un tono
que , por momentos , parece polémico e ir ónico.
“En las monar quías la política induce a hace r grande s
cosas con la m ín im a virtud pos ible . Como en las me jores
máquina s e l arte, e mple a e l mínim o pos ible de movimie ntos ,
de fue rza y de rue das , el estado pe rdur a inde pe ndie nte me nte
de l amor a la patr ia, de l deseo de la ve rdade ra glor ia, de l
r e nunciamie nto pe rs onal, de l s acrificio de los más caros in ­
tereses y de todas esas virtude s he roicas que ha llamos en los
antiguos , y de las que s ólo hemos oído ha bla r ” (Lib r o III,
c apítulo 5; O. C., pág. 25 5).
“ Como hemos dicho, el gobie r no monár quico s upone pre e mi­
nencias , je rar quías y aun e l orige n noble . La natur ale za de l
honor es re clamar pre fe re ncias y dis tincione s . De a hí que ,
de acuerdo con su naturale za mis ma se lo incluya en este
gobie rno. La a mbic ión es pe rnicios a e n una r e pública. Pro­
duce defectos pos itivos en la mo na r q uía ; infunde vida a este
gobie rno, y en él cuenta con la ve ntaja de que no es pe li­
grosa, porque pue de r e pr imírs e la s in cesar” (Lib r o III, ca­
pítulo 7; O. C., t. II, pág. 25 7).
Es te anális is no es de l todo nue vo. De s de que los hombre s
re fle xionar on acerca de la política, s ie mpre vacilar on entre
dos tesis extremas: el Es tado es próspero s ólo cuando los
hombres quie re n dire ctame nte el bie n de la cole ctividad; o
bie n, como es impos ible que los Hombres deseen dir e ctame nte
e l bie n de la cole ctividad, es bue no e l régime n en que los
vicios de los hombre s concurren al bie n ge ne ral. La teoría
de l honor for mulada por Monte s quie u es una mo da lid a d de
la s egunda tesis. des provista de ilus ione s . Gar antiza e l bie n
de la cole ctividad, si no los vicios de los ciudadanos , por lo
menos sus cualidade s menores, y aun actitude s que moralmcn-
te s e rían, re probables .
Por mi parte , creo que e n los capítulos de Monte s quie u
acerca de l honor hay dos actitude s o dos inte ncione s domi­
nante s : una de s valorización r e lativa de l honor comparado con
la auténtica vir tud política, la de los antiguos y de las re­
públicas ; pero también una valor ización de l honor como pr in­
cipio de las re lacione s sociales y prote cción de l Es tado contra
el ma l s upremo, e l des potis mo.
En efecto, si los dos gobie rnos , e l r e publicano y e l mo nár ­
quico. tienen dife re nte esencia, porque uno se bas a en la
igua lda d y e l otro en la de s igualdad, porque uno se basa en
la vir tud política de los ciudadanos y e l otro en un s us tituto
de la vir tud, que es el honor, estos dos re gíme ne s tie ne n sin
e mbargo un rasgo común: son re gímene s mode rados , ninguno
se impone de modo ar bitr ar io y a l marge n de las leyes. E n
cambio, cuando lle gamos a l tercer gobie r no — a saber, e l go­
bie r no de s pótico— abandonamos e l ámb ito de los gobie rnos
mode rados . Monte s quie u combina con la clas ificación de los
tres gobiernos una clas ificación dualis ta de los gobie rnos mo­
derados y de los gobiernos no mode rados . La r e públic a y la
monar quía son mode radas , e l de s potis mo no lo es.
De be mos agre gar a esto un tercer tipo de clas ificación, que
e n home naje a la moda lla ma r ía dialéctica. La r e pública se
bas a en una or ganización ig ua lit a r ia de las re lacione s entre
los mie mbr os de 1 cole ctividad. La mona r quía se basa esen­
cialme nte en la dife r e nciación y la de s igualdad. En cuanto a l
des potis mo, s e ñala el re tor no a la igualda d. Pe ro, mie ntras
la igualdad r e publica na es la igua lda d en la virtud y en la
par ticipación ge ne ral e n e l pode r s obe rano, la ig ualda d des­
pótica es la ig ua ld a d e n el temor, en la impor tancia y en la
fa lta de pa r ticipación en el pode r soberano.
Monte s quie u atr ibuye a l de s potis mo, por as í de cirlo, e l ma l
polític o abs oluto. Es ve rdad que e l de s potis mo constituye una
for ma quizás ine vitable cuando los Es tados adquie r e n propor­
ciones excesivas; pero, a l mis mo tie mpo, el de s potis mo es e l
régime n donde un solo individuo gobie r na s in reglas y s in
leyes y donde , por cons iguiente , r e ina el temor. Nos s e ntimos
tentados de afir ma r que cada uno teme a todos los de más
tan pronto se establece e l de s potis mo.
En de finitiva, en el pe ns amiento político de Monte s quie u
se de line a una opos ición decisiva entre e l despotismo, donde
cada uno temp a todos los demás , y los regímenes de lib e r ­
tad, donde ningún ciudadano teme a nadie . En los capítulos
consagrados a la cons titución ingles a, pertene ciente s al libr o
XI, Monte s quie u ha expresado directa y clarame nte esta se­
gur idad in dividua l que es fruto de la libe r tad. En un des­
potis mo s ólo la r e ligión es el lím it e a l pode r abs oluto de
quie n r e ina; y a ún esta protección tie ne un carácte r precario.
Es ta síntesis natur alme nte s us citará dis cusione s y críticas.
Ante todo, pode mos pre guntarnos si e l des potis mo es un
tipo político concreto, en e l mis mo s entido que la r e pública
o la monar quía. Monte s quie u s e ñala que hallamos el mode lo
de la r e pública en las r e públicas antiguas , y sobre todo en
la r omana, antes de las grandes conquis tas . Son mode los de
la mo nar quía las monarquías europeas, ingles a y france sa,
conte mporáne as de l autor. En cuanto a los mode los de des­
potis mo, son, de una vez por todas, los impe rios a los que
Monte s quie u de nomina asiáticos, e n una amalgama que re úne
a l impe r io persa y al chino, al impe rio de las Ind ia s y a l
impe r io japonés . Sin duda, los conocimie ntos de Monte s quie u
acerca de As ia e r an fragme ntarios , pero en todo caso dis po­
nía de una docume ntación que le ha br ía pe r mitido ofrecer
una concepción más de tallada de l des potis mo as iático.
Monte s quie u se e ncue ntra en el origen de una inte r pr e ta­
ción de la his toria de As ia que no ha de s apare cido de l todo, y
que caracteriza a l pe ns amie nto europeo. Los re gímenes as iá­
ticos s e rían ese ncialme nte despotismos, factores de supre s ión
de toda es tructura política, de toda ins titución y de toda mo­
de r ación. En el e nfoque de Monte s quie u, el de s potis mo as iá­
tico es e l desierto de la servidumbre . E l soberano abs oluto
es único y todopoderos o, y a veces de lega sus poderes e n un
gran vis ir; pero sean cuales fue re n las modalidade s de las
re lacione s entre e l déspota y su me dio, no hay clases sociales
e n e quilibr io , n i órdenes ni je rarquías , tampoco el e quivale nte
de la virtud antigua ni el e quivale nte de l honor europeo; el
te mor r e ina sobre millone s de hombres , en e l ámbito desme­
s urado de estos impe rios , donde e l Es tado pue de manteners e
únicame nte si una s ola pers ona es todopoderos a.
¿Es ta te oría de l de s potis mo as iático no es también, y sobre
todo, la image n ide al de l ma l político cuya e vocación no ca­
rece de inte ncione s polémicas respecto de las monar quías
e uropeas ? No olvide mos la frase famos a: "T odas las monar ­
quías van a perderse en el des potis mo, como los ríos en el
ma r ” . La ide a de l de s potis mo as iático es e l odio a l desenlace
pos ible de las monar quías cuando éstas pie r de n e l respeto de
los rangos, la noble za, los cuerpos inte rme dios , s in los cuales
e l pode r abs oluto y ar bitr ar io de una s ola pers ona carece to­
talme nte de mode ración.
En la me dida en que e stable ce una corre sponde ncia entre
las dime ns ione s de l te rritorio y la for ma de l gobie rno, la
teoría de los gobiernos de Monte s quie u ame naza conducirnos
también a una suerte de fatalis mo.
E n E l e s píritu de las leyes, hay un movimie nto os cilatorio
entre dos extremos. Se r ía fác il citar muchos textos, de acuer­
do con los cuales ha br ía una suerte de je r ar quía: la r e pública
es el me jor de los re gímenes, le s igue la monar quía, y cierra
la marcha el des potis mo. Pero, por o t n parte , si cada régime n
es consecuencia ir r e me diable de cierta dime ns ión de l cuerpo
social, nos hallamos , no ante una je r a r quía de valores, sino
e n presencia de un de te rminis mo ine xorable.
Me ncione mos , finalme nte , una últ im a crítica o incertidum-
bre , que se re fie re a lo e s e ncial e interesa a la re lación
entre los regímenes políticos y los tipos sociales. En efecto,
pode mos pens ar de diferentes modos esta re lación. E l sociólogo
o e l filós ofo pue de n cons ide rar que un régime n político está
de finido s uficie nte me nte me diante un solo criterio, por e je mplo
e l núme r o de los que de tentan la sobe ranía, y fund a r así
una clas ificación de los re gímenes políticos con s ignificado
s uprahis tórico. T al conce pción que ha llábamos implícitame nte
e n la filos ofía clás ica, en la me dida e n que ésta for mulaba
una teoría de los regímenes , al marge n de la or ganización
de la s ociedad, y pre s uponie ndo, por así decirlo, la valide z
inte mpor al de los tipos políticos .
Pero también es pos ible , como lo hace más o me nos clara­
me nte Monte s quie u combinar estrechamente e l régime n político
y e l tipo social. E n este caso, lle gamos a lo que Ma x We be r
ha bía de nominado tres tipos ide ales : el de la ciuda d antigua,
e l estado de re ducidas dime ns ione s , gobe rnado como re pública,
la de mocracia o la aris tocracia; el tipo ide al de la monar quía
e uropea, cuya esencia es la dife r e nciación de los órdenes, la
monar quía ie gal y mode r ada; y finalme nte , e l tipo ide al de l
de s potis mo as iático, e l estado de dime ns ione s extremas, e l
pode r abs oluto de uno solo, donde la r e ligión es e l único
lím it e a la ar bitr ar ie dad de l sobe rano; se ha re staurado la
igualdad, pero como re s ultado de la impote ncia general.
Monte s quie u se in c linó más bie n a esta se gunda concepción
de la r e lación entre el régime n político y el tipo social. Pe ro
a l mis mo tie mpo pode mos pre guntarnos en qué me dida los
regímenes políticos son se parables de las e ntidade s his tóricas
e n las cuales se re alizaron.
Sea como fuere, que da en pie que la ide a e se ncial es este
vínculo e s table cido entre e l modo de gobie rno, el tipo de
régime n por una parte, y por otra e l e s tilo de las re lacione s
interpe rs onales . De hecho, lo decisivo a los ojos de Monte s ­
quie u, no es tanto que el pode r soberano pertenezca a varias
personas o a una sola, s ino que se ejerza la autor idad de
acue rdo con las leyes y la me dida, o por el contrario a r bi­
trariame nte y en la viole ncia. La vida social var ía de acue rdo
con el modo de eje rcicio de l gobie rno. Una ide a s e mejante
manifie s ta toda su a mplitud en una sociología de los re gímenes
políticos .
Ade más , sea cual fuere la inte r pr e tación de las re lacione s
entre la clas ificación de los re gímene s políticos y la cla s ifi­
cación de los tipos sociales, no es pos ible ne gar a Monte s quie u
e l mérito de habe r propue s to clar ame nte e l proble ma. Dudo
de que lo haya re suelto de finitivame nte , pero, ¿acaso alguie n
lo ha cons e guido?
*

La dis tinción entre e l gobie r no mode rado y el inmode r ado


probable me nte es fund ame ntal en e l pe ns amie nto de Monte s ­
quie u. Pe rmite inte gr ar las re flexione s acerca de Inglate rra
que halla mos en e l libr o X I en la teoría de los dos tipos de
gobie r no de s arr ollada en los prime ros libros.
E n este s entido, e l texto e se ncial es e l capítulo 6 de l
lib r o XI. donde Monte s quie u e s tudia la Cons titución de In g la ­
terra. Es te capítulo tuvo tanta re s onancia que muchos cons-
titucionalis tas ingleses inte r pr e taron las ins titucione s de su
país de acuerdo con el come ntario de Monte s quie u acerca de
e llas . E l pres tigio del ge nio alcanzó altur a tal que los ingleses
creyeron comprenderse a s í mis mos a l lee r E l e s píritu de
las ley es.5
Monte s quie u de s cubrió en Inglate r ra por una parte un Es tado

5 Acerca de esta cue stión, véase el libr o de F. T. T. Flet-


cher, Monte s quie u tirul e nglis h politics , lo ndr e s , 1939, y tam­
bién pue de examinarse la obra de P. M. Spur lin, Monte s quie u
in A m e rica 1760- 1801, Unive rs idad de l Es tado de Louis iana,
1940.
e uvo objeto propio os la libe r tad política, y por otra el he cho
y la ide a de la re presentación política.
"Aunq ue todos los Es tados te ngan en ge ne ral un mis mo
obje tivo, que es pe rdur ar , sin e mbargo cada Es tado tie ne uno
que le es par ticular — escribe Monte s quie u— . E l e ngrande ­
cimie nto era el obje tivo de Ro ma ; la guerra e l de Lacede-
nionia; la r e ligión e l de las leyes judaicas ; el comercio el
obje tivo de Ma r s e lla .. . Ha y también una nación en e l mundo
en cuya cons titución e l obje tivo dire cto es la libe r tad po lític a ”
(E l e s píritu de las leyes, libr o XI. capítulo 5; 0 . C. t. II,
pág. 396). En cuanto a la re pre s e ntación, la ide a no ocupaba
un lugar de prime r plano en la teoría de la r e pública. Las
r e públicas en las que Monte s quie u pie ns a son las antiguas ,
donde exis tía una as amble a de l pue blo, y no una as amble a
e le gida por el pue blo y for mada por sus representante s. Sólo
en Inglate rra pudo observarse la ple na r e alización de la ins ­
titución representativa.
La característica fundame ntal de este gobie rno, cuyo objeto
es la libe r tad y donde el pue blo está re pre s entado por las
a- ambleas, es lo que se ha lla ma do la s e paración de poderes,
doctrina que mantie ne su act ualida d y sobre la cual se ha
e s pe culado inde finidame nte .
Monte s quie u compr ue ba que en Inglate r r a e l monarca
de tenta el pode r ejecutivo. Como éste exige rapide z de de cis ión
y de acción, es conveniente que una sola pe rs ona lo detente.
El pode r le gis lativo está e ncarnado e n dos as ambleas : la
cámar a de los Lores, que representa a la noble za, y la cámara
de los Comunes , que re presenta al pue blo.
Estos dos poderes, e jecutivo y le gis lativo, oorresponden a
pers onas y cuerpos dife re nciados . Monte s quie u describe la
coope ración de estos órganos al mis mo tie mpo que analiza
su s e paración. De mue s tra, en efecto, lo que cada uno de e llos
pue de y debe hace r en r e lación con e l otro.
Ha y un tercer pode r, e l de juzgar . Pe ro Monte s quie u s e ñala
que “ como e l pode r de juzgar , tan te r rible para los hombres,
no adhie r e a cierto estado n i a de te r minada profe s ión, vie ne
a ser, por as í de cirlo, invis ible y nulo ” (E l e s píritu de las
leyes, lib r o XI, capítulo 6; O. C., t. II, pág. 39 8). Lo cual
parece indic ar que , puesto que e l pode r ju d id a l es e s e ncial­
me nte e l intérpre te de las leyes, de be tene r el mínimo pos ible
de iniciativa y de pe rs onalidad. No se trata de l pode r de las
personas, s ino de l pode r de las leyes, use teme a la magis ­
tratura, no a los magis tr ados ” (Ib íd .).
E l pode r le gis lativo coopera con e l e jecutivo; le corresponde
e x aminar en qué me dida las leyes fue r on aplicadas acerta­
dame nte por e l s egundo. E n cuanto a l pode r “ de e je cución” ,
no de be pa r ticipar en e l de bate de los proble mas , y por el
contr ar io de be mante ne r re lacione s de coope ración con e l
pode r le gis lativo, aplicando lo que se de nomina su fac ultad
de impe dir . Monte s quie u agre ga ade más que e l pre s upues to
de be ser votado anualme nte . “Si e l pode r le gis lativo decide ,
no año tras año, s ino par a sie mpre , acerca de la re caudación
de los dine ros públicos , corre el riesgo de pe rde r su libe r tad,
por que el pode r de e je cución ya no de pe nde r á de é l” ( Ib íd .,
pág. 4 0 5 ). La votación a nual de l pre s upue s to se as e me ja a
una condición de la libe r tad.
For mulados estos datos generales, los intérpre te s de s tacaron,
unos el hecho de que e l pode r eje cutivo y el pode r le gis lativo
e ran entes dife re nciados , los otros e l hecho de que entre ellos
de bía habe r una coope ración pe rmane nte .
Se ha r e lacionado e l texto de Monte s quie u con los escritos
de Locke re feridos a l mis mo as unto; ciertas par ticular idade s
de la e xpos ición de Monte s quie u se aclaran por re fe re ncia al
texto de Locke.® Sobre todo, a l comie nzo de l capítulo 6, hay

8 Los textos de Locke utilizados por Monte s quie u son los


T w o T re atises of Gov e rnm e nt, in the forme r the false pr inci­
pies a nd foundation of Sir Robe r t Filme r and his followers are
de tccte d and ove rthrown; the late r is an Essay conce ming the
true Or igin, Exte nt and End of Civil Gove r nme nt, editados por
pr ime r a ve z en Londre s en 1690. E l s e gundo de estos dos
tratados, Ensay o sobre e l v e rdade ra orige n, la ex tensión y e l
fin d e l pode r c iv il, fue tr aducido al francés por Da v id Maze l
y publicado en Ams te rdam por A. Wo lfga ng a partir de 1691,
con el tít ulo Du Gouv e rne m e nt c iv il, oii l’on traite de 1‘origine ,
de Is fonde m e nts , de la nature d u Pouv oir e t des fins des So-
ciétés politique s . Es ta tr aducción de Maze l tuvo muchas e di­
ciones e n el curso de l siglo x vm. J.- L. Fyot re alizó una nue va
tr aducción para una e dición mode rna, con el título de Essai
sur le pouv oir c iv il, publicado e n la Bibliothéque de la Science
Politique , París, P .U.F., 1953, con pre facio de B. Mirkine- Guet-
ze vitch y Mar ce l Prélot.
La te oría de los poderes y de las relacione s entre los pode ­
res de Locke aparece e n los capítulos X I a XIV de l Essai sur
le pouv oir c iv il. En el capítulo XII, Locke dis tingue tres tipos
de pode r: E l pode r legis lativo, el pode r e je cutivo y el pode r
fe de rativo de l Es tado. "E l pode r legis lativo es e l que tiene
de recho de de te rminar e l modo e n que se utiliza r á la fue rza
de l Es tado para prote ge r a la comunidad y a sus mie mbr os .”
E l pode r e jecutivo es “u n pode r s ie mpre en ejercicio para ve ­
lar por la ejecución de las leyes sancionadas y que están en
vigor ”. Por lo tanto, e ngloba s imultáne ame nte la adminis tr a­
ción y la . justicia. Ade más , “existe e n cada Es tado otro pode r,
dos de finicione s de l pode r e jecutivo. Se lo define la primera
vez como e l que de cide “ las cosas que de pe nde n de l derecho
de gentes” (I b í d pág. 3 9 6 ), lo que apare nte me nte lo lim ita
a la política exterior. Poco después, se lo de fine como e l
que “e jecuta las re soluciones públic as ” (/ b íd ., pág. 39 7), de
modo que adquie r e una ma gnitud muy dife r e nte . En u n caso,
Monte s quie u s igue e l texto de Locke, pe ro e ntre ambos autore s
hay una fundame ntal dife r e ncia de inte nción. E l obje tivo de
Locke es lim ita r el pode r r e al, de mos trar que si e l monarca
sobrepasa ciertos límite s o fa lta a ciertas obligacione s , e l
pue blo, ve rdade ro orige n de la s obe ranía, tie ne derecho a
reaccioner. E n cambio, la ide a e s e ncial de Monte s quie u no es
la s e paración de los poderes en e l s e ntido jur ídic o de la
expre s ión, s ino lo que podr ía de nominar s e e l e q u ilib rio de
los poderes s ociale s , condición de la libe r ta d política.
En e l de s arrollo de su anális is de la cons titución ingles a,
Monte s quie u s upone la exis te ncia de una noble za y dos cá­
maras , una de las cuales re presente a l pue blo y la otra a la
aris tocracia. Ins is te en que los noble s sean juzgados e xclus i­
vame nte por sus pares. E n efecto, “ los grandes e s tán s ie m­
pre expuestos a la e nvidia; y si e l pue blo los juzgar a, podr ían
correr pe ligr o, y no gozar ían e l privile gio que tie ne e l me ­
nos importante de los ciudadanos de un Es tado libr e , e l de
ser juzgado por sus pares. Por cons iguie nte, es necesario que

al que pode mos llamar natur al por que corresponde a una fa ­


cultad que cada individuo tenía naturalme nte antes de e ntrar
en s ocie dad. . . Cons ide rada globalme nte , la comunidad forma
u n cue rpo que se encue ntra en estado de naturale za con res­
pe cto a todos los restantes estados o a todas las personas que
no for man parte de ella. Este pode r compr e nde el de recho de
pa z y de guerra, el de formar ligas y alianzas y re alizar toda
suerte de negociaciones con las personas y las comunidade s
ajenas al Es tado. Si así lo prefiere, se lo pue de llamar fe de ­
rativo . . . Los dos poderes e jecutivo y fe de rativo son, sin duda ,
e n sí mismos re alme nte dis tintos : uno se re fiere a la aplicación
de las leyes en el inte r ior de la s ocie dad, a todos los que la
forman; el otro se ocupa de la s e gur idad y los intereses exte­
riores de la comunidad con respecto a quie nes pue de n serle
útile s o pe r judicarla; s in e mbargo, de he cho casi s ie mpre están
r e unidos . . . Por otra parte , no sería pos ible confiar el pode r
ejecutivo y el pode r fe de rativo a personas que pue da n actuar
s e paradame nte , pue s en ese caso la fue rza públic a se hallaría
bajo autoridade s dis tintas , lo que más tarde o más te mprano
provocaría desórdenes y catástrofes” (Ed ic ión Fyot, págs . 158
y 159).
los noble s comparezcan, no ante los tr ibunale s or dinarios de
la nación, s ino ante la parte de l cue rpo le gis lativo que está
for mada por “noble s ” (Ib íd ., pág. 40 i) . En otros términos ,
e n su anális is de la Cons titución ingles a Monte s quie u procu­
ra re cuperar la dife r e nciación s ocial, la dis tinción de las cla­
ses y los rangos con arre glo a la esencia de la monar quía,
s e gún la ha de finido y en cuanto es indis pe ns able para la
mode ración de l poder.
Por mi parte, come ntando a Monte s quie u, me apre s uro a
s e ñalar que un Es tado es libr e cuando e l pode r contie ne al
poder. Lo que vie ne a jus tificar particular me nte esta inte r ­
pre tación, es que en el lib r o XI, cuando ha concluido e l exa­
me n de la cons titución de Inglate r ra, Monte s quie u r e toma a
Roma y a na liza e l conjunto de la hi.- toria romana con re fe­
re ncia a las re lacione s entre la ple be y el patr iciado. Le in ­
teresa sobre todo la r iva lida d entre las clases. Es ta compe­
tencia s ocial es la condición de un régime n mode rado, porque
las dife re nte s clases pue de n e quilibrar- c mutuame nte .
Con respecto a la cons titución mis ma, es. cierto que Mon­
te s quieu e xplica de talladame nte cómo cada uno de los po­
deres tiene tal o cual derecho, y de qué modo de be n coo­
pe rar los difere nte s poderes. Pe ro esta e structura cons titu­
cional no es otra cosa que la e xpre s ión de un estado libr e o,
me inclina r ía a pensar, de una s ocie dad libr e , en la cual
ning ún pode r pue de extenderse ilimita da me nte porque otros
poderes lo contiene n.
Un pas aje de las Cons idérations s ur les causes de la gran-
dewr e t la de cade nte des Rom ains re sume pe rfectame nte este
te ma ce ntral de Monte s quie u:
“ En ge ne ral, cuando vemos r e inar ge ne ral t r a nquilida d en
un Es tado que se atr ibuye e l nombre de Re públic a , pode ­
mos tener la certeza de que no hay libe r tad. Lo que lla m a ­
mos unión en un cue rpo político es cosa muy e quívoca. Au ­
téntica es la unión ar mónica, que de te r mina que todas las
partes, por contradictorias que nos parezcan, concurran a l bie n
ge ne ral de la s ocie dad, de l mis mo modo que las dis onan­
cias en la mús ica concurre n a la ar monía ge ne ral. Pue de ha ­
be r unión en un Es tado en e l cual se creería que sólo hay
des orden, es de cir una ar monía que es fue nte de fe licidad,
únic a y ve rdadera paz. Ocurre lo mis mo que con las partes
de este univers o, e tername nte vinculadas por la acción de
unas y la re acción de otras” (Ca pítulo 9; O. C., t. II, pag.
119). '
La concepción de l consenso s ocial es la de un e quilib r io
de las fuerzas o de la paz e s table cida por la acción y la
re acción de los grupos s ociale s .7
Si este anális is es exarto, la teoría de la cons titución in ­
glesa está en el centro de la s ociología política de Montes*
quie u, no porque represente un mode lo válido para todos lo«
países, sino porque pe rmite recuperar, en el me canis mo cons­
titucional de una monar quía, los fundame ntos de un cita do
mode rado y libre , gracias al e quilibr io entre las clases socia­
les y entre los poderes políticos .
Pero esta cons titución, mode lo de libe r tad, tiene carácter
aristcorático, y por eso mis mo se han propuesto dife re nte s
inte rpretaciones.

Una prime r a inte r pr e tación, que fue durante mucho tie m­


po la de los juris tas , y que probable me nte fue todavía la de
los constituyentes franceses de 1958, es una teoría de la se­
paración, concebida jur ídicame nte , de los poderes en el mar ­
co de un r é g ime n‘re publicano. E l pre s ide nte de la Re pública,
y e l Pr ime r minis tro por una parte , e l Par lame nto por la
otra, tie ne n derechos bie n de finidos , y se los e quilibr a e n
el s entido o la tr adición de Monte s quie u, pre cisamente me ­
diante una de finición ajus tada de las re lacione s entre los
diversos órganos. 8

7 Esta conce pción no es del todo nue va. La inte r pr e tación


de la cons titución r omana me diante la ide a de la divis ión y
e l e quilibr io de poderes y de fuerzas sociales aparece ya en la
teoría de l régime n mixto de Polibio y Cice rón. Estos autores
ve ian más o menos e xplícitamente en esa divis ión y este e qui­
libr io una condición de la libe rtad. Pero precisamente en Ma-
quiave lo pode mos leer fórmulas que anuncian las de Monte s ­
quie u. “Afir mo a quie nes conde nan las querellas de l Senado
y de l pue blo que conde nan lo que fue principio de la libe rtad,
y a quienes impre s ionan mucho más los gritos y el r uido que
ocas ionaban en la plaza públic a que los buenos efectos que
aportaban. En toda Re pública, hay dos partidos ; el de los gran­
des y el de l pue blo; y todas las leyes favorables a la libe r tad
nacen exclusivamente de su opos ición” (Dúscours s ur la Pre­
m íe te Décade de T ite- Liv e , Libr o I» Ca pítulo 4; O. C., Pléia-
de, pág. 390).
8 E l te ma de s e paración de poderes es uno de los temas
principales de la doctrina cons titucional oficial de l general de
Gaulle . “Todos los principios y todas las experiencias exigen
que los poderes públicos —legis lativo, eje cutivo, judicial— estén
claramente separados y bie n e quilibrados ” (Dis curs o de Bayeux,
el 16 de junio de 1946). “Que exista un gobie rno he cho para
gobernar, a quie n se conceda tie mpo y pos ibilidade s en ese
Otr a inte r pr e tación ins is te en e l e quilib r io de los pode ­
res sociales, como lo hago yo aquí, y destaca también el
carácte r aris tocrático de la conce pción de Monte s quie u. Es ta
ide a de l e quilibr io de los poderes sociales pre s upone la exis­

,
te ncia de la noble za; ésta es la jus tificac ión de los cuerpos
inte r me dios de l s iglo xvhi cuando e s taban próximos a su de­
s apar ición. En esta pers pectiva, Monte s quie u es un represen­
tante de la aris tocracia que re acciona contra e l pode r mo­
nár quico en nombr e de su clase, conde nada a desaparecer.
Víctima de la as tucia de la his tor ia, se alza contra el rey,
que r ie ndo de cidir por la noble za, pe ro su polémica será e fi­
caz únicame nte en favor de la causa de l pue blo. 9
Creo pe rs onalme nte que hay una tercera inte r pr e tación, que
incluye a la segunda pero la s upera, e n e l s e ntido de la aw-
fhe be n de He ge l, es decir, que supe ra a l mis mo tie mpo que
conserva la parte de verdad.
Es cierto que Monte s quie u conce bía el e quilibr io de los po­
deres sociales, condición de la libe r tad, s ólo sobre la base de l

sentido, que no se ocupe de otras cosas que de su tarea, y que


por eso mis mo me rezca la adhe s ión de l país . Que exista un
par lame nto de s tinado a representar la voluntad públic a de la
nación, a votar las leyes, a controlar al e jecutivo, sin querer
salirse de su función. Que el gobie r no y el par lame nto colabo­
ren, pe ro pe rmane zcan separados e n sus re s pons abilidade s , y
que ningún mie mbr o de uno pue da ser s imultáne ame nte mie m­
bro de l otro. T al la estructura e quilibr ada de l p o d e r .. . Que
la autoridad judicial te nga la garantía de su inde pe nde ncia, y
sea guardiana de la libe r tad de todos. De ese modo, la com­
pe tencia, la dig nidad, la impa r c ialida d de l Es tado se hallar án
me ior garantizadas ”. (Dis cur s o de la plaza de la Re pública,
el 4 de s etiembre de 1958). Observemos, de todos modos, que
e n el caso de la Cons titución de 1958, el eje cutivo pue de opo­
nerse al le gis lativo más fácilme nte que éste a aquél.
Con respecto a la inte rpre tación de los juristas acerca de la
teoría de s e paración de poderes de Mos te s quie u, véase sobre
todo: L. Duguit, T raité de Dro it cons titutionne l, vol. I; R. Carré
de Malbe r g, Co ntributio n á la théorie ge nérale de V Etat, París,
Sirey, tomo I, 1920, tomo II, 1922 e spe cialme nte el tomo II,
págs . 1- 142; Ch. Eis e nmann, “L ’Es prit cíes lois" e t la sépara-
tion des pouv oirs , en Mélange s Carré de Malbe rg, París, 1933,
pág. 190 y siguientes; “La pensée cons titutionne lle de Monte s ­
quie u”, en Re cue il Sirey d u Bice nte naire de "L 'E s p rit des lois ”,
París, 1952, pág. 133- 160.
9 Es ta inte r pr e tación es sobre todo la de Louis Althusser,
et rhistoire,
e n su libro Monte s quie u, la p o litiq ue París, P .U.F.,
1959, 120 páginas .
mode lo de una socie dad aris tocrática. Cre ía que los buenos
gobie rnos e ran moderados , y que podía n serlo s ólo si el pode r
conte nía a l pode r, o a ún si ningún ciudadano te mía a cual­
quie r otro. En los noble s no podía ale ntar un s e ntimie nto de
s e gur idad si sus derechos no e s taban garantizados por la pro.
p ia or ganización política. La concepción s ocial de l e quilibr io
que de s ar rollada en E l e s píritu de las leyes está vinc ula da
con una s ocie dad aris tocrática; y en el conflicto contempo­
ráne o acerca de la cons titución de la mona r quía france sa,
Monte s quie u pertenece a l par tido de la aris tocracia, y no a l
de l rey o al de l pue blo.
Pero falta s aber si la ide a de Monte s quie u acerca de las
condicione s de libe r tad y la mode ración no es válida más
a llá de l mode lo aris tocrático que él conce bía. En todo caso,
Monte s quie u ha br ía dicho probable me nte que, en efecto, es
pos ible concebir una e volución s ocial que tie nda a de s dibu­
ja r la dife r e nciación de los órdenes y las je rarquías . Pero,
¿es pos ible conce bir una s ocie dad s in órde nes ni je rarquías ,
un estado s in plur a lid a d de poderes, mode rado y donde al
mis mo tie mpo los ciudadanos gocen de lihe r tad? Pue de sos­
tenerse la tesis de que Monte s quie u, que r ie ndo tr abajar en
favor de la noble za y contra el rey, haya favore cido a l movi­
mie nto popula r y de mocrático. Pe ro si nos re fe rimos a la
his toria, los aconte cimie ntos han jus tificado e n me dida con­
s ide rable su doctrina. Ha n de mos trado que un régime n de­
mocr ático, donde el pode r s obe rano pertenece a todos, no
por eso es un gobie rno mode r ado y libre . Creo que Monte s ­
quie u tiene perfecta r azón cuando mantie ne la dis tinción r a­
dic a l entre e l pode r de l pue blo y la libe r tad de los ciuda­
danos . Bie n pue de ocur rir que , s ie ndo e l pue blo soberano, de­
saparezca la s e guridad de los ciudadanos y la mode r ación e n
e l e je rcicio de l poder.
Alle nde la for mulación aris tocrática de su doctrina de l e qui­
lib r io de los poderes sociales y de la coope ración de los po ­
deres p o lític o s ,10 Monte s quie u propus o e l pr incipio que a fir ­
m a que la condición de l respeto a las leyes y de la s e guri­
dad de los ciudadanos es que no haya ning ún pode r ilim i­
tado. T a l es e l tema e se ncial de su s ociología política.

10 Por otra parte , en el análisis de la r e pública s egún Mo n ­


tes quieu, a pesar de la ide a esencial de que la naturale za de
la r e pública es la igualda d de los ciudadanos , volvemos a ha lla r
la dife re nciación entre la masa de l pue blo y las élite s.
DE LA T E ORIA P OLIT ICA A LA
S OCIOLOGIA

Estos anális is de la sociología política de Monte s quie u per­


mite n propone r los pr incipale s proble mas de su sociología ge­
ne r al.
E l prime ro se re fie re a la ins e rción de la s ociología po lí­
tica erigía s ociología de l conjunto social: ¿Cómo pode mos pa­
sar de l aspecto privile giado, el tipo de gobie rno, a la com­
pre ns ión de la socie dad toda? Se trata de un pr oble ma muy
seme jante a l que se propone , en r e lación con el - marxis mo,
cuando queremos pas ar de l aspecto privile giado, la or gani­
zación económica, a la inte lige ncia de l todo.
E l se gundo proble ma es e l de la r e lación entre el hecho
y el valor, entre la compr e ns ión de las ins titucione s y la de ­
te rminación de l régime n des e able o bueno. En efecto, ¿cómo
pode mos afir ma r s imultáne ame nte que ciertas ins titucione s
e s tán de te rminadas — es decir, se impone n a la voluntad de
los hombres— y fo r mular juicios políticos acerca de e llas ?
¿ E l sociólogo pue de afir mar que un régime n al que atr ibuye
carácter ine vitable en ciertos casos contradice la natur ale za
humana?
E l tercer proble ma es e l de las re lacione s entre el u n i­
vers alis mo r acional y las par ticular idade s his tóricas .
E l de s potis mo, afir ma Monte s quie u, contradice la na tur a ­
le za huma na . Pero, ¿qué es la natur ale za huma na ? ¿Es la
natur ale za de todos los hombre s , en todas las latitutde s y to­
das las épocas ? ¿Has ta dónde lle gan las características de l
hombre como hombre , y cómo pode mos combinar la ape la­
ción a una natur ale za de l hombre con e l re conocimiento de
la in fin it a dive r s idad de las costumbres, los usos y las ins ti­
tucione s ?

La respuesta al pr ime r proble ma implica tres etapas o tres


mome ntos de l anális is . ¿Cuále s son las causas exteriores al
régime n político que Monte s quie u conserva? ¿Qué carácter
tie ne n las re lacione s que él establece entre las causas y los
fe nóme nos que quie re e x plicar ? ¿Exis te en E l e s píritu de las
leyes una inte r pr e tación s intética de la s ocie dad conce bida co­
mo un todo, o bie n hay s imple me nte una e nume ración de cau­
sas, y una yuxtapos ición de dife re nte s re lacione s entre tal de ­
te r minante y tal de te rminado, s in que pue da afirmars e que
ninguno de esos de te rminante s es decis ivo?
Apare nte me nte , la e nume ración de las causas no e xhibe un
carácter sis temático.
Monte s quie u e s tudia ante todo lo que de nominamos la in ­
flue nc ia de l me dio ge ográfico, gubdividido en dos aspectos:
e l clima y el suelo. Cuando considera el «uelo. procura de-
te r minar de qué modo, de acue rdo con la naturale za de l te­
rre no, los hombre s cultivar on el s ue lo y dividie r on la pro­
pie dad.
Después de cons ide rar la influe ncia de l me dio ge ográfico se
de dica, en e l lib r o XIX, a l anális is de l e s píritu ge ne ral de
una nación, expres ión bas tante e quívoca, pues a prime r a vis­
ta no es fác il de finir si se trata de un de te rminante , de l re­
s ultado de l conjunto de los restantes de te rminante s , o de un
de te r minante ais lable .
Lue go, Monte s quie u ya no se ocupa de las causas fís icas ,
s ino de las sociales, entre e llas e l come rcio y la mone da.
Podr ía afir mars e que entonces se ocupa e s e ncialme nte de l as­
pe cto e conómico de la vida colectiva, si no ignoras e cas i
por comple to un eleme nto que , par a nosotros, es es e ncial e n
el anális is de la e conomía — a saber, los me dios de produc­
ción. par a e mple ar la e xpre s ión marxis ta, o las he r r amie n­
tas y los ins trume ntos técnicos utiliza dos por los .hombres.
Par a Monte s quie u, la e conomía es e s e ncialme nte el régime n
de pr opie dad, sobre todo de l sue lo, o bie n el come rcio, los
inte r cambios , las comunicacione s entre difere nte s cole ctivida­
des; o bie n la mone da, a sus ojos un aspecto e se ncial de las
re lacione s entre los hombre s en el marco de cada colecti­
vidad o entre dife re nte s colectividades . Se gún la concibe , la
e conomía es e s e ncialme nte agricultur a y comercio. Cie rtame n­
te, no ignora lo que de nomina las artes, el comienzo de lo
que llamamos indus tr ia, pero las ciudade s dominadas por la
pre ocupación económica son a sus ojos centros me rcantile s o
come rciales : Ate nas , Ve ne cia y Génova. En otros términos , la
antíte s is ese ncial es la que se manifie s ta entre las cole ctivi­
dade s cuya pre ocupación pr incipal es la actividad m ilita r y
las colectividade s cuya pre ocupación e se ncial es el come rcio.
Es ta ide a era tr adicional e n la filos ofía política pre mode ma. La
or ig ina lid a d de las s ocie dades mode rnas , vinculada con la
indus tr ia, no era evidente para la filo s ofía polític a clás ica; y en
este s entido, Monte s quie u pertenece a esa tradición. En ese
sentido, aún pue de afir mars e que es ante r ior a los e nciclope ­
dis tas. Es tá lejos de habe r compr e ndido clarame nte las im p li­
caciones de los de s cubrimie ntos técnicos para la trans forma­
ción de los modos de tr abajo y de la s ocie dad toda.
De s pués de l comercio y la mone da vie ne e l e s tudio de l n ú­
me ro de habitante s . Des de e l punto de vis ta his tór ico, pode ­
mos fo r mular de dos modos e l pr oble ma de mogr áfico. A ve ­
ces, se trata de luchar contra la de s población; y a los ojos
de Monte s quie u este caso es el más fre cue nte , pue s e n su
opin ión lo que ame naza a la mayor ía de las sociedades es
la fa lta de mie mbr os . Pe ro conoce también el re to contrario,
e l de la lucha contra un de s ar rollo de la pobla ción que ex­
cede los recursos dis ponible s .
Finalme nte , e x amina e l pa pe l de la r e ligión, cons ide rada
como una de las influe ncias más eficaces sobre la or ganiza­
c ión de la vida colectiva. E n de finitiva, Monte s quie u e x ami­
na cierto núme r o de causas. Apar e nte me nte , prevalece e n é l
la dis tinción e ntre causas fís icas y causas morale s . E l clima
y la natur ale za de l s ue lo perte ne ce n a las causas fís icas , y
en cambio e l e s pír itu ge ne ral de una na ción o la r e ligión,
perte ne cen a las causas morale s . En cuanto al come rcio y a l
núme r o de habitante s , fácilme nte ha br ía podido formars e con
e llos una categoría dife re nciada, la de las características de
la vida colectiva que actúa sobre los restantes aspectos de
esa mis ma vida colectiva. Pe ro Monte s quie u no h a e labora­
do una te oría s is te mática de las difere nte s causas.
Sin e mbargo, bas tar ía mo dific ar el orde n par a te ne r una
e nume r ación s atis factoria. A par tir de l me dio ge ográfico, con
las dos ide as, e laboradas más exactamente, de l clima y la ,
naturale za de l terreno, pas ar íamos a l núme r o de habitante s ,
pue s es más lógico des plazarse de l me dio fís ico, que lim ita
e l volume n de la s ociedad, al núme r o de habitante s . De s de
ese punto se lle gar ía a las causas propiame nte sociales, y en
esta esfera Monte s quie u ha re conocido por lo me nos dos de
las pr incipale s . Por ' una parte , e l conjunto de las creencias
que é l de nomina r e lig ión (s e ría fác il a mp lia r la ide a) y por
otr a parte la or ganización de l tr abajo y de l inte r cambio. Lle ­
garíamos as i a lo que representa la ve rdade ra culmina ción
de la sociología de Monte s quie u: e l concepto de l e s píritu g e ­
ne r al de una nación.
En cuanto a los de te rminados , es de cir lo que Monte s quie u
procura e xplicar me diante las causas que él e x amina, me pa ­
rece que dis pone e s e ncialme nte de tres ide as : las leyes, las
costumbres y los modos, de finidos con pre cis ión: ‘‘Las cos­
tumbre s y los modos son usos, de ning ún modo de finidas por
las leyes, o que éstas no han podido o que rido de finir . Entr e
las leyes y las costumbres existe la dife r e ncia de que las le ­
yes r e gulan más los actos de l ciudadano, y que las cos tum­
bres r e gulan más los actos de l hombre . Entr e las cos tum­
bres y los modos existe la dife r e ncia de que las prime ras se
r e fie r e n más a la conducta inte r ior, y los segundos a la ex­
te nor ” (E l e s píritu de las leyes, lib r o XIX, c apítulo 16; O. C.,
t. II, pág. 566).
La prime r a dis tinción, entre las leyes y las costumbres, co­
rresponde a la que e stable ce n los sociólogos entre lo que e l
Es tado decreta y lo que la sociedad impone. En un caso,
ha y mandatos , for mulados e x plícitame nte y s ancionados por
e l Es tado mis mo; en el otro caso, ha y mandatos positivos o
negativos, órdenes o prohibicione s impue s tas a los mie mbros
de una cole ctividad s in que sea obligator io respetarlos a cau­
sa de una ley, y s in que se es table zcan s anciones legales en
caso de violación.
La dis tinción entre las costumbres y los modos se super­
pone a la dis tinción e ntre los impe rativos inte riorizados y
los modos de acción, pur ame nte exteriores, e stable cidos por
la colectividad.
Ade más , Monte s quie u dis tingue e s e ncialme nte tres tipos
principale s de leyes: las leyes civile s, que se re fie re n a la
or ganización de la vida fa milia r , las leyes pe nales , que le inte ­
resan apas ionadame nte , como a todos los hombre s de su épo­
ca;11 las leyes que constituye n el régime n político.

Par a comprende r los vínculos e stable cidos por Monte s quie u


e ntre las causas y las ins titucione s citar é e l e je mplo de los
libros que se re fie re n a l me dio geográfico. E n esas obras cé­
lebres se pe r fila con par ticular clar ida d el carácter de l a ná­
lis is de Monte s quie u.
En e l me dio ge ográfico considera e se ncialme nte e l clima y

11 Dide r ot, los enciclopedistas, sobre todo Voltaire , de fe n­


sor de Calas , de Sirven, de l caballe ro de La Barre y otras víc­
timas de la justicia de la época, autor de Essai sur la proba-
b ilité en fait de jus tice (1 77 2 ), demue stra el gran interés sus­
citado por los proble mas penales e n el siglo s v in . La culmi­
nación de l de bate pe nal es la apar ición, e n 1764, de l T raité
des délits et des peines, de l milanés Cesare Beccaria (1738-
1794). Es ta obra, escrita por el autor a los veintiséis años, fue
come ntada inme diatame nte en toda Eur opa, e spe cialmente por
el abate Morelle t, Voltaire y Dide r ot. E l tratado de Beccaria
desarrolla la ide a de que la pe na de be fundarse , no en el pr in­
cipio de la re s titutio juris , sino en el principio re lativista y
pragmático de l punitur ne pecce tur. Ade más , critica de ma ­
nera r adical el proce dimie nto —o falta de proce dimie nto— pe ­
nal de la ‘é poca, y re clama que los castigos sean proporciona­
les a los delitos. Es ta obr a es la base de la cr iminología mo­
derna, y se e ncuentra dire ctame nte e n el orige n de las refor­
mas posteriores en materia pe nal. Véase M. T . Maestro, Vol-
taire and Beccaria as reformers o f c rim inal law , Nue va York,
1942.
e l suelo, pe ro en de finitiva la e labor ación conce ptual es bas­
tante pobre . Con respecto al clima , la dis tinción se reduce
casi a la opos ición frío- calor, moderado- extremo. No necesito
de cir que los ge ógrafos mode rnos u tiliza n conceptos más pre­
cisos y m ultip lic a n las dis tincione s e ntre los diversos tipos
de clima. Con respecto al suelo, Monte s quie u cons ide ra sobre
todo la fe r tilida d o la e s te r ilidad, y s e cundariame nte e l re­
lie ve y su dis tr ibuc ión e n un contine nte dado. Por otra par ­
te, e n todos estos puntos es poco or iginal. Ha tomado mu­
chas de sus ide as de l médico inglés Ar b u t h n o t .12 Pe ro a quí
me interesa sobre todo la natur ale za lógica de las r e lacio­
nes caus ales for muladas .
E n muchos casos Monte s quie u e xplica dir e ctame nte e l te m­
pe rame nto de los hombre s , su s e ns ibilid ad y su mane r a de
ser de acue rdo con e l clima . As í, dice : “ En los paíse s fríos,
se ma nife s tar á escasa s e ns ibilidad par a los place re s ; ésta se­
rá mayor e n los paíse s te mplados ; y e xtre ma e n los país e s
cálidos . As í como se dis tingue n los climas por los grados de
latitud, podr íamos dis tinguirlos , por as í de cirlo, s egún los gra­
dos de s e ns ibilidad. He vis to la s ópe ras de Inglate r r a y de
It a lia : Se trata de las mis mas pie zas y de idénticos actores;
pe ro la mis ma mús ica produce efectos tan dis tintos e n las
dos nacione s , en un caso tan sereno y e n otro tan e xaltado,
que pare ce ría inconce bible ” (E l e s píritu de las leyes, libr o
XIV , capítulo 2; O. C., t. II, pág. 47 6).
La s ociología sería fác il si este tipo de propos icione s fuese
válido. Monte s quie u parece creer que cierto me dio fís ico de ­
te r mina dire ctame nte un modo da do de ser fis iológico, ne r­
vioso, ps icológico de los hombres .
Pero otras e xplicacione s son más comple jas ; por e je mplo,
las célebres obs ervaciones r e lacionadas con la e s clavitud. En
e l libr o XV, cuyo tít ulo es: “ Cómo se r e lacionan las . leyes ríe­
la e s clavitud civil con la naturale za de l c lima ”, se lee lo
s iguie nte :
“ Ha y países donde e l calor ene rva e l cue rpo y de bilit a de
tal modo e l valor que los hombres r e alizan tareas penosas <só-
lo por e l te mor al cas tigo. Por cons iguie nte, en e llos la escla-
vituod es me nos chocante para la r azón. Y como el amo es tan

12 Acerca de este pr oble ma de las influe ncias que se ejercie­


ron sobre Monte s quie u, es necesario acudir a los trabajos de
J. De die u, uno de los comentaristas más compe te nte s de Mon­
te s quie u: Monte s quie u et la tradition politique anglais e en Fran­
ce. Les sources anglaix es de "L 'E s p rit des lois ", París, Le coffre ,
1909; Monte s quie u, París, 1913.
cobarde fre nte a su pr íncipe como e l esclavo fr e nte al amo,
la e s clavitud aparece acompañada de la e s clavitud polític a ’
(c a pít ulo 7; O. C., t. II, pág. 495).
Un texto de este tipo revela difere nte s facetas de l e s pí­
r itu de Monte s quie u. T e ne mos ante todo una e x plicación s im­
ple , casi s implis ta, de la r e lación entre e l clima y la escla­
vitud. Pe ro en el mis mo pas aje ha llamos la fór mula : “ por
cons iguie nte , en e llos la e s clavitud choca me nos a la razón-’,
lo cual im plic a que en sí mis ma la e s clavitud choca a la ra­
zón, y contie ne implícitame nte una re fe re ncia a una concep­
ción unive r s al de la natur ale za huma na . En este pas aje se
yuxtapone n los dos aspectos de la inte r pr e tación, por una
parte la inte r pr e tación de te r minis ta de las ins titucione s con­
ce bidas como hechos, por otra el juicio, acerca de esas ins ­
titucione s en nombre de valores unive rs alme nte válidos . Aq uí,
se obtie ne la c ompa tibilida d de los dos modos de l pe ns amie n­
to me diante la fór mula “e n e llos choca me nos a la r azón".
Monte s quie u, que cree que la e s clavitud es en sí mis ma con­
tr ar ia a la esencia de la naturale za huma na , h a lla en la in ­
flue ncia de l clima excusas para la r e alida d de la e sclavitud.
Pe ro esta propos ición es admis ible desde e l punto de vi.- ta
lógico s ólo en la me dida en que el clima influye sobre una
ins titución o la favorece s in hace rla incvitabie . Pues - i hu­
biese una r e lación necesaria de causa a efecto, estaríamos
e vide nte me nte ante una contradicción entre la conde na moral
y u n de te rminis mo de mos trado cie ntíficame nte .
Hallamos la confirmación de esta inte r pr e tación en el ca­
pítulo s iguiente . Monte s quie u concluye con las siguientes lí­
neas, típicas de su pe ns amiento:
“ Ignoro si e l e s píritu o el corazón me dicta estas palabr as .
Quizás en la tierra no hay ning ún clima que im pida tr abajar
a los hombre s libre s . Como las leyes e s taban ma l conce bi­
das, hemos ha lla do hombre s perezosos; porque e- tos hombre s
e ran perezosos, se los some tió a e s clavitud'’ (Lib r o XV, ca­
pítulo 8, pág. 49 7). Apar e nte me nte , este últ im o nie ga el a n­
terior, que pe r mitir á de ducir la e s clavitud de l clima, mie n­
tras que aquí es r e s ultado de las malas leyes, y la frase pre­
cedente im plic a que nunca e l clima es de tal natur ale za que
resulte ine vitable la e s clavitud. En r e alidad. Monte s quie u se
s ie nte pe rple jo, como todos los sociólogos cuando e ncue ntran
fe nóme nos de este orden. Si van has ta las últimas consecuen­
cias de la e xplicación cau- al y des cubre n que la ins titución
que los horr oriza ha s ido ine vitable , de be n ace ptarlo todo. La
cosa es más o menos tole rable si se trata de ins titucione s del
pasado, pues éste es .tos a de finitiva, y no es ne cis ar io pre­
guntarse qué ha br ía s ido pos ible ; pe ro si se aplica el concep­
to a las sociedades actuales — y puesto que no se lo aplica
a las sociedades pas adas , ¡por qué no hace rlo a las actuales !—
se lle ga a la impasse : ¿Cómo es pos ible que e l s ociólogo ofrezca
consejos re formis tas si las más inhuma na s ins titucione s son
ine vitable s ?
As imis mo, me parece que estos textos son incompre ns ible s
únicame nte si se admite que las explicaciones de las ins ti­
tuciones de acuerdo con e l me dio ge ográfico son del tipo que
un sociólogo mode rno no de nominar ía una re lación de ne ­
ces idad caus al, s ino una r e lación de influe ncia. Cie rta cau­
sa de te rmina que una ins titución sea más probable que otra.
Ade más , e l tr abajo de l le gis lador consiste a me nudo en con­
trarrestar las influe ncias directas de los fe nóme nos naturale s ,
ins e rtar en el te jido de l de te r minis mo leyes humanas cuyos
efectos se opone n a los efectos directos y espontáne os de los
fe nóme nos na tu r a le s .13 Monte s quie u cree me nos de lo que se
ha afir mado en un de te rminis mo riguroso de l clima. Si ha
ace ptado, como muchos otros en su época, y de modo exce­
s ivame nte s imple , que el te mpe rame nto y la s e ns ibilidad de
los hombres eran función directa de l clima, si por otra parte
ha inte ntado establecer re lacione s de pr obabilida d entre los
datos externos y ciertas ins titucione s , ha re conocido también
la plur a lid a d de las causas y la acción pos ible de l le gis la­
dor. As imis mo, el s e ntido de sus anális is es que el me dio no
de te rmina las ins titucione s , y por e l contrario influye sobre
e llas si contribuye a orie ntarlas en cierta dir e c c ión.14

13 El capitulo 5 de l libr o XIV lle va el titulo “Que los malos


legisladores son los que han favore cido los vicios de l clima y
los buenos son los que se le opus ie r on” : "Mas las causas fís i­
cas induce n a los hombres al reposo, escribe Monte s quie u, mas
las causas morales de be n alejarlos de él” (O. C., tomo II, pág.
480).
14 La teoría de la influe ncia de l clima de te rmina en Mo n­
te squieu algunas observaciones extrañas y dive rtidas . Sie mpre
pre ocupado por Inglate rra, de ese modo procura destacar las
particularidade s de la vida inglesa y de l clima de las Islas
Británicas. Y no lo cons igue fácilme nte :
“En una nación en la que una e nfe rme dad de l clima afe cta
de tal modo el alma que ésta podr ía lle var el dis gus to hacia
todas las cosas hasta el de la vida, bie n se ve que el gobie rno
que me jor conve ndría a gentes para las cuales todo sería inso­
portable , habr ía de ser tal que ellas no pudie s e n imput ar a
uno sólo la cauas de sus desvelos, y donde , gobe rnando las
leyes más que los hombres , para cambiar el Es tado fuese pre-
Al e x aminar las restantes de te rminante s , Monte s quie u se
pre gunta e l s ignificado de l núme r o de habitante s e n r e lación
con las a r t e s 13 y propone el proble ma, par a nosotros fu n ­
dame ntal, de l volume n de la pobla ción que de pe nde, evi­
dente me nte , de los me dios de producción y de la or ganiza­
ción de l trabajo.
E n ge ne ral, el núme r o de hombre s es func ión de las pos i­
bilidade s de la producción agrícola. E n una cole ctividad da ­
da pue de habe r tantos habitante s como los que pue de n ser
alime ntados por los agricultore s . De todos modos, si se cul­
tiva me jor el suelo, los agricultore s son capaces, no s ólo de
alime ntars e ellos mismos , s ino de hace r lo pr opio con otros
hombres . Pero también es necesario que los agricultore s quie ­
ran pr oducir por e ncima de lo que es necesario para su pro­
p ia subs is tencia. Por cons iguie nte , conviene incit a r a los agr i­
cultores a obte ne r, la producción máx ima, y ale nta r el inte r ­
cambio entre los bie ne s producidos en las ciudade s por las
artes o la indus tr ia, y los bie nes producidos e n ei campo.
Monte s quie u lle ga a la conclus ión de que , para incit ar a los
campe s inos a producir , conviene crear e n e llos e l gusto de lo
s upe rfluo.

ciso derrocar las propias leyes” ( E l e s píritu de las leyes, libr o


XIV, capítulo 13; O. C., tomo II, pág. 4 8 6).
Esta complicada frase parece que re r de cir que el clima de
Inglate rra desespera de tal modo a los hombre s que ha s ido
preciso re nunciar al gobie rno de uno sólo, para que la amar ­
gur a natur al de los habitante s de las Islas Británicas sólo pue da
descargarse en el conjunto de las leyes, y no en un solo hombre .
E l análisis de l clima de Inglate rra continúa en el mis mo estilo
durante varios parágrafos ; “Que si la mis ma nación a ún h u­
biese re cibido de l clima cierto carácte r de impacie ncia que no
le permitiese sufrir mucho tie mpo las mismas cosas, bie n se
ve que el gobie rno del cual acabamos de hablar sería aún el
más conve niente ” (Jb id ). Por cons iguiente, la impacie ncia de l
pue blo br itánico armoniza s utilme nte con un régime n en que
los ciudadanos , como no pue de n achacar la culpa a un solo in d i­
viduo que de tenta el pode r, en cierto modo se encue ntran im ­
pe didos de expresar su impacie ncia.
En los libros acerca de l clima, Monte s quie u multiplica las
fórmulas de este orde n que , como suele decirse en casos seme­
jantes, son más brillantes que convincentes.
15 Se utiliza la palabr a arte e n el se ntido de la actividad
propia de los artesanos. Por lo tanto, se trata de las actividade s
que hoy de nominamos secundarias, que consisten en producir
objetos, e n transformarlos, y no e n cultivar dire ctame nte e l
suelo.
Se trata de una ide a válida. No es pos ible inic ia r el pr o­
ceso de e xpans ión en las sociedades s ubde s arr olladas si no
se crean necesidades en los agricultore s que viven en condi­
ciones tradicionale s . Es necesario que deseen poseer más de
lo que acos tumbr an tener. Ahora bie n, dice Monte s quie u, s ólo
los artesanos aportan lo s upe rfluo.
Pero lue go continúa: "F~ tas máquina s cuyo obje to es re s umir
e l arte no s ie mpre son útile s . Si un tr abajo tie ne un pre cio
me diocre, y conviene igualme nte a quie n lo compra y al obre ­
ro que lo r e alizó, las máq uina s que s im plific a r ían la ma nu­
factura, es de cir que dis minuir ía n el núme r o de obreros, se­
r ía n perniciosas, y si no hubie s e por doquie r molinos de agua,
no los creería tan útile s como se afir ma , pues conde naron a
la ocios idad in fin id a d de brazos, y privaron a mucha ge n­
te de l us o de las aguas , e hicie r on pe rde r su fe cundidad a
muchas tierras’’ (E l e s píritu de l<is ley es, lib r o X X III. ca­
p ítulo 15; O. C.. t. II, pág. (>92).
Se trata de un texto intere sante . F.- tas máquina s cuyo ob­
je to es abre viar e l arte, son — i lie h o en un e s tilo mode rno
infe r ior al de Monte s quie u— la> que reducen el tie mpo de
tr abajo necesario para la producción de objetos manufac tu­
rados. Lo que inquie ta a Monte s quie u es lo que nosotros de­
nominamos la de s ocupación te cnológica. Si con la ayuda de
una máquina se obtie ne el mi- >mo obje to en me nor tie mpo,
nos veremos obligados a e xcluir «leí proceso de la producción
a cierto núme r o de obreros. Y este he cho inquie t a a Monte s ­
quie u, como ha inquie t ado a los hombre s de todas las ge­
neraciones desde hace dos siglo- .
E- te razonamie nto omite sin duda lo que ha lle gado a ser
e l pr incipio de toda e conomía mode rna, la ide a de la produc­
tividad. Si se produce e l mis mo obje to en me nor tie mpo de
tr abajo, será pos ible utiliza r los obreros libe r ados en olra ta­
rea, y aume ntar a^-í el volume n de productos dis ponible s par a
toda la cole ctividad. Este texto demue s tra que nuestro autor
carece de un e le me nto de doctrina que no era des conocido en
su siglo — los e nciclope distas ya lo ha bía n e nte ndido. Mo n­
te s quieu no ha compre ndido el s e ntido e conómico de l progre­
so cie ntífico y técnico. Se trata de una lag una bas tante ex­
tr aña, porque las artes y las cie ncias interes aron mucho a
Monte s quie u. Es cr ibió muchos ensayos acerca de las cie ncias
y los de s cubrimie ntos técnicos. Pe ro no compre ndió e l me ca­
nis mo me diante el cual la re ducción de l tie mpo de tr abajo
necesario par a una producción dada pe rmite e mple ar más
obreros y acrecentar el volume n globa l Je la producción.16
Llego ahora a la tercera etapa de mi reseña dpi de s ar rollo
de Monte s quie u. ¿En qué me dida este autor sobrepasa a la
s ociología analítica y la plur a lid a d de las causas? ¿Cómo lo ­
gra re cons tituir e l conjunto?
Creo que en la me dida e n que E l e s píritu de las leyes in ­
cluye una concepción s intética de la sociedad, ésta aparece
en e l libr o XIX, consagrado al e s píritu de una nación.
"Var ia s cosas, escribe Monte s quie u, gobie r nan a los hom-

16 Sería injus to re ducir los anális is económicos de Monte s ­


quie u a este único error. En r e alidad, Monte s quie u presenta un
cuadro en general de tallado, y con frecuencia exacto de los
Actor e s que inte rvie ne n en el desarrollo de las economías.
Como economista es poco sistemático. No pertenece a la
escuela me rcantilis ta n i a la fisiocrática. Pero, como se ha
hecho recientemente, es posible ver en él un sociólogo que ha
anticipado el estudio mode rno del desarrollo e conómico, pre ci­
samente por que consideró los múltiple s factores que inte rvie ne n
en él. Analiza el trabajo de los campesinos, el fundame nto
mis mo de la existencia de las cole ctividade s . Dis crimina entre
los sistemas de propie dad, busca las consecuencias de los dife ­
rentes sistemas de propie dad e n relación con el núme r o de
trabajadores y el re ndimie nto de los cultivos, relaciona el sis­
te ma de pr opie dad y de trabajo agrícola con el volume n de la
población. Lue go, re laciona el volume n de la población con
la divers idad de las clases sociales. Es boza una teoría que po­
dríamos de nominar la teoría del lujo. Es necesario que existan
clases ricas para impuls ar el come rcio de los objetos inútile s ,
de los objetos que no re sponden a una ne cesidad impe rios a
de la existencia. Re laciona el come rcio inte rno entre las dife ­
rentes clases sociales con el come rcio exterior de la colectivi­
dad. Da inte rve nción a la mone da, y desarrolla el pape l de
ésta y las transacciones realizadas en el seno de las colectivi­
dades y entre ellas. Finalme nte , procura de terminar en qué
me dida cierto régime n político favorece o no a la pros pe ridad
económica.
Se trata de un anális is menos parcial y menos e s que má­
tico que el de los economistas, en el s entido estrecho del tér­
mino. Monte s quie u anhe la desarrollar una sociología general
que incluya la teoría e conómica propiame nte dicha.
En este modo de análisis, hay una constante acción re cípro­
ca de los diferentes elementos. El modo de propie dad actúa
sobre la calidad de l trabajo agrícola, y éste, a su vez, sobre
las relaciones de las clases sociales. La estructura de las clases
sociales influye sobre el come rcio interior y éxterior. La ide a
fundame ntal es la de la acción reciproca, inde finida, de los
diferentes sectores de l todo social unos sobre otros.
bres: e l clima, la r e ligión, las leyes, las máx imas de l gobie r­
no, los e je mplos de las cosas pas adas , las costumbres y lo»
usos; y de todo e llo se for ma un e s píritu ge ne ral.
”A me dida que , e n cada nación, una de las causas actúa
con más fuerza, las otras ceden proporcionalme nte . La natu­
rale za y el clima dom ina n casi e xclus ivame nte sobre los s al­
vajes; los usos gobie r nan a los chinos ; las leyes tiranizan al
Ja p ón ; las costumbres da ban a nta ño e l tono e n Lace de monia;
las máximas de l gobie rno y las costumbres antiguas lo da ban
e n Roma ” (E l e s píritu de las le y es, libr o XIX, capítulo 4;
O. C., t. II, pág. 558).
Va le la pena come ntar este texto. En e l pr ime r par ágr afo
figur a la plur a lid a d de las causas, y nue vame nte ha llamos una
e nume ración apar e nte me nte e mpír ica más que s is te mática. Es ­
tas cosas que gobie r nan a los hombre s son, unas , fe nóme nos
naturale s , como el c lima ; otras, ins titucione s sociales, como
la r e ligión, las leyes o las máx imas de l gobie r no; otras son
la tr adición, la continuidad his tór ica, caracte rística de toda
s ocie dad, lo que Monte s quie u lla m a los e jemplos de las co­
sas pasadas. En conjunto, estas cosas for man e l e s píritu ge­
ne r al. Por cons iguiente, esto últim o no es una causa parcial,
compar able a las restantes, s ino una re s ultante de l conjunto
de las causas fís icas , sociales y morale s.
E l e s píritu ge ne ral es una re s ultante, pe ro de tal carácte r
que pe rmite apre he nde r lo que constituye la o r iginalidad y
la unid a d de una cole ctividad dada. Ha y un e s pír itu ge ne ral
de Fr ancia, un e s píritu ge ne ral de Inglate r ra. Pas amos de la
plur a lid a d de las causas a la unida d de l e s píritu gene ral, s in
que este últ im o excluya las caus alidade s parciale s . E l e s píri­
tu ge ne ral no es una causa dominante , todopoderos a que bo­
rr a e l resto. Se trata de las características que e n el curso del
tie mpo una cole ctividad dada adquie re , como consecuencia
de la plur a lid a d de las influe ncias que se ejercen sobre e lla.
A esto Monte s quie u agrega otra propos ición, que no está
implica da lógicame nte en las dos ante riores: a saber, que en
e l curso de la his tor ia ocurre a veces que una causa adquie ­
re pre dominio progresivo. De ese modo se esboza una te oría
aún hoy clás ica — a saber, que en las sociedades arcaicas el
dominio de las causas mate riale s es más impe rios o que en
las sociedades complejas — o como lo ha br ía dicho el propio
Monte s quie u, que en las sociedades civilizadas .
Probable me nte ha br ía afir mado que , en el caso de las na­
ciones antiguas , por e je mplo Fr ancia o Inglate r ra, la acción
de las causas fís icas , el clima o e l suelo, es dé bil, compara­
da con la acción de las causas morale s . E n de te r minado mo­
me nto de la his te r ia, cierta causa aplica su se llo e impone
su impr onta sobre la conducta de una cole ctividad.
Me inclino a creer que nue s tro autor de nomina e s pír itu ge­
ne r al de una nación lo que los antropólogos norte ame ricanos
lla ma n la cultur a de una nación — es decir, cierto es tilo de
vida y de re lacione s en común, que es me nos una causa que
un re s ultado— r e s ultado de l conjunto de influe ncias fís icas
y morale s jiue , en el curso de su duración, ha n mode lado
a la colectividad.
Sin e mbargo, im plíc ita o e xplícitame nte ha llamos en Mon­
te s quieu dos pos ible s ide as de síntesis. Una sería la influe n­
cia pr e dominante de l régime n político, y la otra el e s píritu
ge ne ral de una nación.
Con respecto a la prime r a ide a, la que se re fiere a la in ­
flue ncia pr e dominante de las ins titucione s políticas , pode mos
vacilar entre dos interpre tacione s . Se trata de una influe ncia
pr e dominante en el s e ntido caus al de la e xpres ión, o de una
influe ncia pr e dominante en r e lación con lo que interesa ante
todo a l obs ervador, como dir íamos en le nguaje mode rno por
re fe re ncia a nuestros valores — es decir, a la je r ar quía de
impor tancia que establecemos entre los aspectos de la exis­
te ncia colectiva.
Los textos no permite n una e lección cate górica entre estas
dos interpre tacione s . A me nudo se tie ne la impr e s ión de que
Monte s quie u las acepta s imultáne ame nte . Afir ma que , entre
las causas que actúan his tór icame nte , las ins titucione s p o lí­
ticas son las que ejercen la acción fundame ntal. Y si se le
hubie s e for mulado la pre gunta o la obj<*ción: ¿Acción fu n ­
dame ntal con respecto a qué?, probable me nte ha br ía re spon­
dido: con respecto a la grande za de las nacione s, a su for tu­
na o su infor tunio; es de cir, en de finitiva con respecto a lo
que constituye e l obje to privile giado de la cur ios idad cie ntí­
fica.
Con respecto al e s píritu general de una nación, re toma la
te oría de las ins titucione s políticas pre s entada en los pr i­
me ros libros , pues un régime n se mantie ne en la me dida en
que e l s e ntimie nto que aquél necesita existe en el pue blo.
E l e s píritu general de una nación es lo que contribuye par ­
ticularme nte a alime ntar este s e ntimie nto o pr incipio, indis ­
pe ns able para la duración de l régime n.
E l e s píritu general de una nación no es compar able a la
voluntad creadora de una persona o una cole ctividad. No se
as e me ja a la e lección e xis te ncial de Ka nt o de Sartre, de ci­
s ión única que está en el orige n de la p lur a lid a d de los a o
tos o los e pis odios de una exis tencia ind iv id ua l o colectiva.
E l e s píritu ge ne ral de una nación es la mane r a de ser. de
actuar ,' de pens ar y de s e ntir de de te r minada cole ctividad, se­
gún la plas mar on la ge ografía y la his toria.
En de finitiva, cumple dos funcione s : pe r mite el reagrupa-
mie nto de las e xplicacione s parciale s sin re pres e ntar una ex­
plicación fin a l que incluir ía a todas las restantes, y pe r mi­
te pas ar de la s ociología polític a a la sociología de l todo
s ocial.
As í, Monte s quie u escribe: “ Los pue blos ins ulare s con más
dados a la libe r tad que los contine ntales . Las islas s uelen te­
ne r r e ducida e xte ns ión; no es tan fác il utiliza r a una parte
de l pue blo para opr imir a la otra; el mar las separa de los
grandes impe rios , y la tir anía no pue de impone rs e en e llos ;
e l mar detie ne a los conquistadore s, los ins ulare s no e s tán in ­
cluidos en las conquis tas , y conservan más fácilme nte sus
leyes” (E l E s p íritu de las leyes, lib r o XV III, capítulo 5; O.
C., t. II, pág. 534). Var ias de estas frases son dis cutibles ,
pero a q uí s ólo inte ntamos diluc ida r el método de Montes-
quie u. Ahor a bie n, en este capítulo vemos cómo cierta si­
tuación ge ográfica favorece a un tipo de ins titucione s p o lí­
ticas sin de te rminarlo.
E l capítulo 27 de l libr o XIX, titulado: “ Cómo las leyes
pue de n contr ibuir a conformar las costumbres, los usos y e l
carácter de una na ción” y que se re fiere a Inglate rr a, mue s ­
tra también, si se lo lee después de l capítulo 6 de l íibro XI,
cons agrado a la Cons titución br itánica, cómo la teoría de l
pr inc ipio confluye con la te oría de l e s pír itu ge ne ral de una
nación, y de qué modo las e xplicacione s múltiple s y par cia­
les pue de n « ‘agrupars e e n la inte r pr e tación global de una
cole ctividad dada, s in que e*ta inte r pr e tación totalizadora se
contr adiga con la p lur a lid a d de las explicaciones parciale s .

LOS HE CHOS Y LOS VALORE S

Podríamos for mular de l s iguie nte modo el pr oble ma fu n­


dame ntal de toda sociología bi- tórica: ¿e l s ociólogo »’- tá con­
de nado a observar la dive r s idad de las in- tilucione- sin e mi­
tir un juic io de valor sobre é- tas o aquéllas ? Dicho de otro
modo, ¿de be e xplicar la e s clavitud, así como la- in- titueio-
nes libe rale s , sin tener me dios de estable ce r una dis cr imina­
c ión y una je r ar quía entre los méritos morale s o humanos de
una ins titución o de otra? Se gundo, en la me dida en que
comprue ba la existencia de una dive r s idad de in- tituciones ,
¿es tá obligado a re s e ñarla sin inte gr arla e n un s is te ma, o
más a llá de la dive r s idad pue de h a lla r ele me ntos comunes ?
Es tas dos antíte s is no se opone n e xactamente. Pero, s in ser
e quivalentes , pue de n confluir , si los criterios que de te r minan
nuestros juicios de valor son s imultáne ame nte crite rios u n i­
versalmente válidos .
Par a ana lizar estos proble mas , conviene sobre todo pa r tir
de una ide a fund ame ntal conte nida en E l e s píritu de las le ­
yes, a saber, e l propio concepto de le y. Después de todo, e l
gr an libr o de Monte s quie u se titula E l e s píritu de las leyes,
y e n el anális is de la ide a o las ide as de ley hallamos la
respuesta a los proble mas que acabo de for mular .
Par a los modernos , formados en la filos ofía de Ka n t y en
la lógica e ns e ñada en las aulas la pa labr a le y tiene dos
s ignificados . La le y pue de ser un ma nda to de l le gis lador , una
orde n dada por la autor idad compete nte , que nos obliga a
hace r esto o a no hacer aque llo. De nominamos a este pr i­
me r s entido la ley- mandato, y estable ce mos que la ley- man-
dato, la ley pos itiva, la le y de l le gis lador, difie r e de las cos­
tumbre s o de los usos en que está for mulada e x plícitame n­
te, mie ntras que las obligacione s o las prohibicione s de las
costumbres no están e laboradas ni codificadas , y e n gene­
r al no implic a n el mis mo tipo de s anción.
Se pue de e nte nde r igualme nte por ley una r e lación de cau­
s alidad entre un de te rminante y un efecto. Por e je mplo, si
afir mamos que la e s clavitud es una conse cuencia necesaria
de cierto clima , tenemos una ley caus al, que estable ce un
vínculo constante entre un me dio ge ográfico de tipo dete r­
mina do y una ins titución par ticular , la e s clavitud.
Ahor a bie n, Monte s quie u escribe que él “ de ningún modo
se ocupa de las leyes, s ino de l e s píritu de las leyes” . Afir m a
que las leyes pos itivas “de be n de pe nde r de la condición fís i­
ca de l país , de l clima he lado, ardie nte o te mplado; de la con­
dic ión de l suelo, su s ituación, su e xte ns ión, el género de vi­
da de los pueblos , campe sinos, cazadores o pastores; deben
re lacionars e con e l grado de libe r tad que la cons titución to­
le ra; con la r e ligión de los habitante s , sus inclinacione s , sus
rique zas , su núme r o, su come rcio, sus costumbres y sus usos.
Finalme nte , las leyes mantie ne n mutuas re lacione s ; las ma n­
tie ne n con su origen, con e l obje to de l le gis lador ; con el or­
de n de las cosas a las cuales se aplican. Es necesario consi­
de rarlas en todas estas perspectivas. Es lo que procuro hace r
e n esta obra. Aq uí e xaminar é todas estas re lacione s : forman
e n conjunto lo que se de nomina el E s p íritu de las leyes” (E l
e s píritu de las leyes, libr o I, capítulo 3; 0 . C., t. II, p ág i­
na 238).
Por cons iguie nte , Monte s quie u inve s tiga las leyes causales
que e x plican las leyes- mandato. De acue rdo con este texto, e l
e s píritu de las leyes es pre cis ame nte e l conjunto de re lacio­
nes que las leyes- mandato de las diversas sociedades huma ­
nas tie ne n con los factores que pue de n in fluir la s o de te rmi­
narlas . E l E s p íritu de las ley es es el conjunto de re lacio­
nes de caus alidad que e x plican las leyes- mandato. Pe ro por­
que nosotros utilizamos , y Monte s quie u utiliza la pa la br a ley
en estos dos sentidos, corre el riesgo de intr oduc ir ma le nte n­
didos y dificultade s .
Si el pe ns amie nto de Monte s quie u se re dujes e a las fór ­
mulas ante riores, su inte r pr e tación sería fác il. Las leyes- man­
dato s e rían obje to de e s tudio, y las re lacione s de caus alidad
cons tituirían la e xplicación de las leyes- mandato. Si esta in ­
te rpre tación fuese exacta, Monte s quie u se ajus tar ía a l re tra­
to que ofrecen de él Augus to Comte y también ciertos inté r ­
pretes modernos. Por e je mplo, L. Althus s e r sostiene que Mo n­
te s quieu ha br ía de bido pens ar as í, aún s uponie ndo que no lo
haya h e c h o .17 De acuerdo con esta hipóte s is , todo sería sen-

17 De acuerdo con L. Althusser, en su libr o Monte s quie u, la


p olitique et l'his toire , el autor de E l e s píritu de las leyes es
el punto de par tida de una auténtica re volución teórica. Es ta
"s upone que es pos ible aplicar a los proble mas de la politica
y la historia una categoría ne wtoniana de la ley. Supone que
es pos ible de ducir de las propias ins tituciones humanas el mo­
do de pensar su dive r s idad en una unidad, y su cambio en una
constancia: la ley de su dive rs ificación, la ley de su de ve nir.
Esta ley ya no será un orde n ide al, sino una re lación inma ­
nente con los fenómenos. No será dada en la intuición de las
esencias, s ino de ducida de los hechos mismos , sin ide a pre ­
conce bida, me diante la inve s tigación y la comparación, a tie n­
tas” (Pág. 26 ). Pero "e l s ociólogo no se ocupa, como el fisico,
de un objeto [ el cuerpo] que obedece a u n de te rminis mo s im­
ple y sigue una line a de la que no se apar ta, sino a un tipo de
objeto muy particular : los hombre s , que se apar tan a un de
las leyes que ellos mismos se dan. ¿Qué pode mos de cir, e n­
tonces, de los hombres en su re lación con sus propias leyes?
Que las cambian, las de rogan o las violan. Pero nuda de todo
esto modifica la ide a de que pode mos de ducir de su conducta
que es indife re nteme nte sumisa o re be lde ante una ley a la
qu se ajus tan sin «abe r lo, y aún de sus errores la ve r dad de
esa ley. ¡Para desalentarse de des cubrir las leyes de la con­
ducta de los hombres , es necesario tener la s implicidad de con­
fund ir las leyes que se dan con la ne ces idad que los gobie rna!
c ilio. Monte s quie u ace ptaría una filos ofía de te rminis ta de las
leyes. Es a filos ofía comprobaría la dive r s idad de las legis­
lacione s y la e x plicar ía por la m ultip lic id a d de influe ncias
que se ejercen sobre las colectividade s humanas . La filos o­
fía de l de te rminis mo se combinar ía con la filos ofía de la d i­
ve rs idad in de finida de las formas de e xiste ncia colectiva. Mon­
tesquieu se limita r ía a extraer de l e s tudio caus al algunas con­
secuencias pragmáticas , con cuyo fin pre s upondría los obje ­
tivos de l le gis lador.
Por otra parte , hay textos muy conocidos que confirman
esta inte r pr e tación. As í:
“ No escribo para censurar lo que existe en ningún país .
Todas las nacione s h a lla r án a quí las razones de sus propias
máx imas ; y de e llo se extrae rá naturalme nte la consecuen­
cia de que pue de n propone r cambios únicame nte aque llos que,
dotados fe lizme nte , están en condicione s de pe ne trar con un
movimie nto ge nial toda la cons titución de un E s t a d o .. . Si
yo pudie s e obr ar de modo que todo el mundo tuvie ra reno­
vadas razones para amar su propio deber, a su pr íncipe , su
patria, sus leyes, y que pudie s e s e ntir me jor su pr opia fe li­
cidad en cada país , en cada gobie rno, en cada lugar donde
se e ncuentra, me creería e l más fe liz de los mortale s ” (Pr e ­
fac io al E s p íritu de las ley es; 0 . C., t. II, pág. 23 0).
Cie rtame nte , este texto se e ncue ntra en e l pre facio de E l
e s píritu de las leyes, y pode mos e xplicar lo aludie ndo a con­
sideraciones de opor tunidad. Pe ro no por e llo es me nos cierto
que , en la me dida en que Monte s quie u ha br ía afir ma do una
filos ofía riguros amente de te rminis ta, podr ía ser también r i­
guros ame nte conservador. Si supone mos que las ins titucione s
de una cole ctividad están de te rminadas nece s ariame nte por
un conjunto de circuns tancias , es fác il pas ar a la conclus ión
de que las ins titucione s existentes son las me jores posible s.
F altar ía saber si debemos agregar: e n e l me jor o en e l pe or
de los mundos posible s.

E n ve rdad, el error de los hombre s , la abe rración de su humor,


la violación y el cambio de sus leyes son s e ncillamente parte
de la conducta humana. Sólo resta de ducir las leyes a partir
de la violación de las leyes o de su tr ans formación. . . Es ta
actitud s upone u n pr incipio me todológico muy fe cundo, que
consiste en no confundir los motivos de la acción huma na con
sus móviles , los fines y las razones que los hombre s se pro­
pone n conscientemente con las causas reales, a me nudo incons ­
cientes, que los induce n a actuar " (págs . 28 y 2 9 ).
Dicho lo ante rior, s e ñale mos que en Monte s quie u tambiér
hay muchos pas ajes donde se fo r mulan consejos a los legis
ladores .
Es cierto que los consejos a los le gis ladore s no se contra­
dice n con una filo s o fía de te rminis ta y par ticular is ta. Si cier­
ta in flue nc ia e x plica e l carácte r de una ins titución, tenemos
de recho de inve s tigar qué de be ríamos hace r par a alcanzar
ciertos objetivos . Por e je mplo, si se ha de mos trado que la
le gis lación es r e s ultado de l e s píritu de una nación, es lógico
extrae r de e llo la s iguie nte fór m ula : adapte mos a l e s píritu de
esta na ción las leyes- mandato que nos propone mos e s table ­
cer. E l célebre capítulo acerca de l e s pír itu de la na ción fr an­
cesa concluye con el consejo: “ De jadle hace r s e riame nte las
cosas fr ívolas , y ale gre me nte las cosas serias” ( E l e s píritu de
las leyes, libr o XIX, capítulo 5; O. C., t. II, pág. 559). As i­
mis mo, cuando se r e mite un r égime n a su naturale za y a
su pr incipio, es fác il de mos trar qué leyes se ajus tan a l r égi­
me n. Por e je mplo, si la r e públic a se bas a e n la ig ua lda d de
los hombre s , de e llo se extrae lógicame nte la conse cuencia de
que las leyes de la e ducación o las leyes e conómicas de ben
favorecer el s e ntido de igua lda d o impe dir la for ma ción de
grande s fortunas .
La filo s ofía de te r minis ta no excluye que se for mule n con­
sejos, si éstos guar dan r e lación con una s ituación ge ográfica
dada, o con e l e s píritu de una nación, o con la natur ale za
de l r égime n. Dicho de otro modo, se trata de impe rativos
condicionale s o hipotéticos . E l le gis lador se s itúa en una co­
yuntur a dada, y for mula mandatos que se impone n en la me ­
did a en que él quie re , sea mante ne r un r égime n, o pe r mitir
que la nación prospere. Este tipo de consejos pertenecen a la
categoría de lo que Lévy- Bruhl ha br ía de nominado arte r a­
cional, e xtraído de la cie ncia; con las conse cuencias prag­
máticas de una s ociología cie ntífica.
Pe ro en E l e s píritu de las leyes hay muchos otros textos
donde Monte s quie u for mula, no consejos pragmáticos al le ­
gis lador, s ino conde nas morale s de tal o cual ins titución. Los
textos más célebres son los capítulos de l libr o XV r e lacionados
con la e s clavitud, o el capítulo 13 de l lib r o XXV, titulado:
“ Muy humilde re pr e ns ión a los inquis idor e s de Es paña y
Por tug al” , texto de elocue nte protesta contra la Inquis ic ión.
Muchas veces Monte s quie u expresa fr ancame nte su indig na ­
ción contra tal o cual mo da lida d de or ganización colectiva.
E n todos estos pas ajes , juzga, y lo hace no como sociólogo,
s ino como moralis ta.
.'ode mos e xplicar estas protestas afir mando que Monte s ­
quie u es un hombre , y no s ólo un s ociólogo. Como s ociólogo,,
e xplica la e s clavitud. Cuando se indigna, nos ha bla el hom­
bre. Cuando conde na o ale ga, olvida que está e s cribie ndo un
libr o de s ociología.
Pe ro esta inte r pr e tación, que r e mitir ía los juicios morale s
a Monte s quie u el hombre , y no a Monte s quie u el s abio, se
contradice con algunos de los textos más esenciales, I03 de l
pr ime r libr o de E l e s píritu de las le y es, donde Monte s quie u
e labor a una te oría de los diversos tipos de leyes.
Des de el c apítulo 1 de l libr o I, Monte s quie u a fir ma que
hay re lacione s de jus ticia o de injus ticia ante riores a las le ­
yes positivas. Ahor a bie n, si de s ar rollamos has ta sus últimas
consecuencias la filo s ofía de la par ticular ida d y de l deter­
minis mo, dire mos que lo que es jus to o injus to está cons­
t ituido como tal por las leyes positivas, por los mandatos de l
le gis lador , y que la tarea de l s ociólogo es pura y s imple ­
me nte e s tudiar lo que los le gis ladore s , en difere nte s siglos
y difere nte s sociedades han te nido por jus to y por injus to.
Monte s quie u a fir ma muy e x plícitame nte una o p in ión dis tin­
ta: “ Es necesario reconocer re lacione s de e quidad anteriores
a la le y pos itiva que las estable ce”, o también: “Afir m a r que
nada hay de jus to ni de injus to, fue ra de lo que or de nan o
pr ohíbe n las leyes positivas, e quivale a de cir que ante s de
que se hubie s e trazado e l círculo, todos los radios no eran
iguale s ” (E l e s píritu de las leyes, lib r o I, capítulo 1; O. C.,
t. II, pág. 233).
Dicho de otro modo, y si tomamos e n serio esta fór m ula de
Monte s quie u, éste cree en re lacione s de e quidad, e n pr inci­
pios de jus ticia ante riores a las leyes pos itivas unive r s alme n­
te válidas . Es tas re lacione s de e quida d ante riore s a la le y
pos itiva son, “ por e je mplo que , supues to que hubie s e socie­
dade s humanas , sería jus to conformars e a sus leyes, que si
hubie s e seres inte lige nte s que hubie r a n re cibido a lg ún bie n
de otro ser, de be r ían reconocerlo, que si un ser inte lige nte
hubie s e creado a un ser inte lige nte , e l cre ado de be r ía pe rma­
necer en la de pe nde ncia en que se h a lló desde su orige n, que
un ser inte lige nte que hizo ma l a un ser inte lige nte merece
r e cibir e l mis mo ma l, y as í suce sivamente” (Ib íd .).
Es ta e nume ración no e xhibe carácte r s is te mático. Pe ro se re
en e lla que en e l fondo todo se re duce a dos ide as , las de
ig ua ld a d huma na y de re cipr ocidad. Es tas leyes de la razón,
estas leyes s upre mas se fund an en la igua lda d na tur al de
los hombre s y las obligacione s de re cipr ocidad que se des­
pre nde n de dicha ig ua ld a d fundame ntal.
Es tas leyes ante riore s a las leyes pos itivas s in duda no son
leyes causales, s i?o leyes- mandato, que no se or iginan en la
voluntad de de te rminados legis ladores , y por e l contrario son
cons us tanciales con la naturale za o la razón humana.
Por cons iguiente, ha br ía una tercera clase de le y, al ma r ­
gen de las leyes positivas, decre tadas e n las difere nte s socie­
dade s a l marge n de las leyes causale s que estable ce n re lacione s
entre estas leyes pos itivas y las influe ncias que actúan sobre
e llas , existen leyes- mandato, umve rs alme nte válidas , or igina ­
das por un le gis lador de s conocido, a me nos que se trate de l
pr opio Dios , cosa que Monte s quie u da a e nte nder, s in que
pue da afirmars e que ése es su pe ns amie nto pr ofundo.

Lle gamos de este modo al pr oble ma fundame nta l de la in ­


te rpre tación de E l e s píritu de las ley es.
E n efecto, es pos ible cons ide rar que estas leyes naturale s ,
estas leyes de la razón unive r s alme nte válidas no pue de n ha ­
lla r lugar e n e l pe ns amie nto or iginal de Monte s quie u. Este
las ha br ía conservado, por prude ncia o por hábito, pues los
r e volucionarios son s ie mpre , en cierto s e ntido, más conserva­
dores de lo que se cree. Lo que sería r e volucionario en Mo n­
tes quieu, es la e x plicación s ociológica de las leyes positivas,
e l de te r minis mo aplica do a la naturale za s ocial. La lógica
de su pe ns amie nto s ólo inc luir ía tres e le me ntos : la obs erva­
ción de la dive r s idad de las leyes pos itivas , la e x plicación de
esta dive r s idad por las causas múltiple s , y fina lme nt e los
consejos prácticos a l le gis lador e n func ión de la e x plicación
cie ntífica de las leyes. En este caso, Monte s quie u sería un
auténtico s ociólogo pos itivis ta, que e xplica a los hombre s por
qué vive n de cierto modo. E l s ociólogo compre nde a los de­
más hombres me jor de lo que éstos se compre nde n a sí mis ­
mos, descubre las causas que de te rminan la for ma par ticular
a dquir ida por la existencia colectiva en los dife re nte s climas
y e n dis tintos siglos, ayuda a cada s ocie dad a vivir de acuerdo
con su pr opia esencia — es de cir, con arre glo a su r égime n,
su clima , su e s píritu gene ral. Los juicios de valor se s ubor di­
na n s ie mpre a l obje tivo que se propone , y que a lo s umo
está s uge rido por la r e alidad. E n este e s que ma no e ncue ntran
lugar las leyes unive rs ale s de la razón o de la natur ale za
humana. E l capítulo 1 de l libr o I de E l e s píritu de las leyes
carecería de consecuencia, o bie n s e ría una s upe rvive ncia, en
la doctr ina de Monte s quie u, de u n modo de pe ns amie nto
tr adicional.
Pe rs onalme nte , no creo que esta inte r pr e tación sea jus ta
para Monte s quie u. No creo que sea pos ible e xplicar e xclus i­
vame nte con la alus ión a la prude ncia e l capítulo 1 de l li­
br o I. Por otra parte , no estoy conve ncido de que esta filo ­
s ofía inte gr alme nte de te r minis ta haya s ido pe ns ada ja más por
na die has ta sus últim as consecuencias. Pue s si as í se proce­
die se no s ería pos ible de cir nada unive r s alme nte válido par a
apre ciar los méritos comparados de la r e públic a y el de s po­
tis mo. Ahor a bie n, Monte s quie u cie rtame nte quie r e e x plicar
a l mis mo tie mpo la dive r s idad de las ins titucione s y conservar
e l derecho de e mitir juicios acerca de dicha dive r s idad.
Por lo tanto, ¿c uál es la filo s ofía hacia la cual tie nde más
o me nos confus ame nte ?
Monte s quie u quis ie r a, por un a parte e xplicar cas ualme nte
la dive r s idad de las leyes pos itivas ; y se gundo, a plicar cri­
terios unive r s alme nte válidos , que pe r mitan fund a r juicios de
valor o de mo r a lida d acerca de las ins titucione s cons ideradas .
Se gún los for mula, estos criterios son e xtre madame nte abstrac­
tos y se re duce n todos a u n concepto de ig ua ld a d o de re­
cipr ocidad. Finalme nte , las ins titucione s que me recen una
actitud de r a dic a l conde na, la e s clavitud o e l des potis mo, a
sus ojos contrarían los caracteres de l hombre como hombre .
Son ins titucione s que contradice n las as piracione s naturale s
de l ser humano.
Pe ro la dific ult a d consiste en s ituar estas leyes- mandato,
unive rs alme nte válidas , e n una filos ofía que desde cierto pun­
to de vista continúa s ie ndo de te rminis ta.
Monte s quie u s ugiere como s olución, e n el capítulo 1 de l
lib r o I, una suerte de je r a r quía de los seres, desde la na tur a ­
le za inorgánica has ta e l hombre . ‘T odo s los seres tie ne n sus
leyes; la Divinid a d tiene sus leyes; e l mundo ma te r ia l tie ne
sus leyes; las inte lige ncias s uperiores a l hombre tie ne n sus
leyes ; las bes tias tie ne n sus leyes; e l hombr e tie ne sus leyes”
(Ó. C., t. II, pág. 2 3 2). Cuando se trata de la mate r ia, estas
leyes son pura y s imple me nte leyes causales. E n este caso se
trata de leyes necesarias, y no es pos ible violar las . Cuando
se lle ga a l ámbito de la vida, las leyes son también causales,
pe ro su naturale za es más comple ja. Finalme nte , cuando se
lle ga a l hombre , estas leyes, a fir ma Monte s quie u, se impone n
a un ser inte lige nte y por lo tanto pue de n ser violadas , por­
que la libe r tad va de la mano con la inte lige ncia. Las leyes
re lativas a la conducta huma na ya no pertene ce n a l tipo de
la caus alidad necesaria.
E n otros términos , la filo s ofía que pe r mite la combinación
de la e x plicación cie ntífica de las leyes pos itivas con e l ma n­
te nimie nto de impe rativos unive r s alme nte válidos es una fi­
los ofía de la je r ar quía de los seres que im plic a una dive r s idad
de leve?, je r ar quía que va de la natur ale za inor gánica, re gida
por leyes invariable s , a l hombre s ome tido a leyes r acionale s ,
que él pue de violar.
De a llí una fór mula que s ie mpre pare ció par a dójica: “ Es
necesario que el mundo inte lige nte goce de tan bue n gobie rno
como el mundo físico, pues aunque éste también tenga leyes
que , por su naturale za son invar iable s , no las s igue cons tan­
temente , como e l mundo fís ico se atie ne a las suyas. La ra­
zón reside en que cada ser inte lige nte está limitado por su
naturale za, y por cons iguie nte suje to a error. Y por otra par ­
te, su natur ale za lo mue ve a actuar por sí mis mo” (E l e s píritu
de las ley es, libr o I, capítulo 1; O. C., t. II, pág. 23 3). Este
texto parece in dic ar una infe r ior idad de l mundo inte lige nte
con respecto a l mundo fís ico, pue sto que es pos ible viola r las
leves de l mundo inte lige nte , las leyes r acionale s que rige n
a los seres inte lige nte s . En r e a lida d, e l filós o fo no está o b li­
gado a cons ide rar la viola ción pos ible de las leyes r acionale s
como una prue ba de la infe r ior idad de l mundo inte lige nte
con respecto a l mundo fís ico; por e l contrario, pue de ver en
e llo la expre s ión y la prue ba de la libe r ta d humana.
Pue de acusarse a Monte s quie u, a propós ito de esta conce p­
ción de la je r a r quía de los seres y de la he te roge ne idad de
las leyes según la natur ale za de los seres, de que confunde
a las dos ide as de leyes causale s y leyes- mandato. La teoría
de la je r a r quía de los seres parece in c luir en e l mis mo género
a las leyes necesarias de la mate r ia, las leyes de l movimie nto,
y las leyes- mandato de la razón.
No creo que Monte s quie u incurr a e n esta confus ión. Dis ­
tingue entre las leyes pos itivas s ancionadas por un le gis lador ,
las re lacione s caus ales que ha lla mo s tanto en la his tor ia como
e n la naturale za, y fina lme nte las leyes unive r s alme nte vá­
lidas , intríns e came nte vinculadas con la razón. A lo sumo,
que r ría h a lla r una filo s ofía que le pe r mita combinar la ex­
plic ación de te r minis ta de las pa r ticular idade s s ociales con
juicios morale s y filos óficos unive r s alme nte válidos .
Cua ndo L. Althus s e r re procha a Monte s quie u esta re fe re n­
cia a las leyes unive rs ales de la razón y propone conte ntarse
con la e xplicación de te r minis ta de las leyes en su pa r ticula ­
r idad , y con los consejos prácticos e xtraídos de esta e x plica­
c ión de te rminis ta, lo hace e n su condición de marxis ta. Ahor a
bie n, si e l marx is mo conde na la re fe re ncia a las leyes u n i­
versales de la r azón, es por que e ncue ntra e l e quivale nte en
e l movimie nto de la his tor ia ha cia un régime n que r e alizar ía
todas las as piracione s de los hombre s y de los siglos pasados.
De hecho, unos s upe ran la filo s ofía de te rminis ta invocando
e l porve nir, y otros gracias a crite rios unive rs ales de carácter
for mal. Monte s quie u e ligió la segunda vía par a s upe rar la
par ticular idad. De ningún modo me parece que se haya de­
mos trado su error.

E l se gundo pa ne l de la filo s ofía de Monte s quie u, después


de la je r a r quía de los seres, está for mado por e l capítulo 2
de l libr o I, donde puntualiza qué es e l hombre na tur al — ca
decir, en su conce pción, e l hombre como hombre , ante rior,
por así de cirlo, a la socie dad. La e xpre s ión “ante r ior a la
s ocie dad” no s ignifica que , de acue rdo con Monte s quie u, ha­
yan e xis tido hombre s que no vivieran e n s ocie dad; s ino que
pue de inte ntars e , me diante la razón, conce bir qué es e l hom­
bre, con abs tracción de las cole ctividade s . En este capítulo,
Monte s quie u quie re r e futar la conce pción de la naturale za de
Hobbe s . Y a m i juic io esta r e futación constituye un modo de
acceso a la compre ns ión de los temas fundame ntale s de su
pe ns amiento.
Lo que Monte s quioa quie r e demos trar es que e l hombre
mis mo de ning ún modo es belicoso. El estado de natur ale za
no es un estado de gue rra de todos contrq todos, s ino, ya
que no una auténtica paz, por lo me nos un e- tado aje no a
la dis tinción paz- guerra. Monte s quie u se propone re futar a
Hobbe s porque éste, e nte ndie ndo que e l hombre se e ncuentra,
e n e l estado de naturale za, en s ituación de hos tilidad con
sus semejantes, jus tific a el pode r abs oluto, único que pue de
impone r la paz y otorgar s e guridad a una especie dis putado­
ra. E n cambio, Monte s quie u no cree que e l orige n de la gue­
rra se e ncuentre en e l estado de natur ale za. E l hombre no
es por sí mis mo e ne migo de l hombre . La gue rra es me nos un
fe nóme no huma no que un fe nóme no social. Si la gue rra y
la de s igualdad e s tán vinculadas con la esencia de la s ocie dad y
no con la de l hombre , e l obje tivo de la polític a será, no
e limi.ia r la gue rra y la de s igualdad, ins e par able s de la vida
colectiva, s ino ate nuarlas o mode lar las .
A pesar de cierta apar ie ncia pa r adójica, estos dos modos
de r azonamie nto en el fo ndo son lógicos . Si la gue rra es h u­
mana, pode mos s oñar con la paz abs oluta. Si la gue rra es
s ocial, s imple me nte s us cribimos el ide al de mode ración.
Compar ando el de s arrollo de Monte s quie u con e l de Jean-
Jacque s Rous s e au,,obs e r vamos una opos ición compar able a la
que acabamos de s e ñalar e ntre Monte s quie u y Hobbe s . Rous ­
seau se re fiere a un estado de natur ale za, conce bido por la
razón huma na , que por as í de cir lo sirve de crite rio a la so­
cie dad. Es te crite rio le lle va a una conce pción abs oluta de l
pue blo. Nue s tro autor se lim it a a compr obar que las de s i­
gualdade s provie ne n de la s ocie dad. De e llo no se de duce
que es necesario r e tomar a una ig ua ld a d na tur a l, s ino que
e n la me dida de lo pos ible de be mos ate nuar las de s igualda­
des, que son inhe rentes a la s ocie dad mis ma.
La , concepción de l estado de naturale za de Monte s quie u no
s ólo re vela e l conjunto de su filo s ofía po litic a; también está
e n la base de los libros IX y X, consagrados por e l autor a l
derecho de gentes.
“E l derecho de gentes se fund a natur alme nte en e l pr incipio .
de que las dife re nte s nacione s de be n procurarse mutuame nte
e l mayor bie n e n la paz, y en la gue rra el mínim o m a l po­
s ible , s in pe r judicar su pr opio y auténtico interés. E l obje tivo
de la gue rra es la victor ia; el de la victor ia, la conquis ta; e l
de la conquis ta, la conse rvación. De este pr incipio y de l a n­
te rior de be n de r ivar todas las leyes que for man e l derecho
de gentes” ( E l e s píritu de las le y es, lib r o I, capítulo 3; O. C.,
t. II, pág. 237).
Este texto demue s tra que en E l e s píritu de las leyes h a lla ­
mos no s ólo la e x plicación cie ntífica caus al de las leyes po­
s itivas , s ino también el anális is de las leyes que pre s ide n las
re lacione s entre las colectividade s en func ión de l obje tivo
a tr ibuido por Monte s quie u a l dere cho de gentes. Lo cual s ig­
nific a, en otros términos , que e l fin ha cia e l cual tie nde n las
colectividade s pue de estar de te r minado por e l anális is r acional.

LAS IN T E RP RE T ACION E S P OS IBLE S

La filo s ofía de Monte s quie u no es la conce pción de te rmi­


nis ta s im plific a da que Augus to Comte , por e je mplo, le atr i­
buía , n i una filo s ofía tr a diciona l de l derecho na tur al, s ino
un ens ayo de combinación de ambos . As í se e x plican las in ­
terpre taciones múltiple s atr ibuidas a su pe ns amie nto.
E l his toriador ale mán Me ine cke , que en un lib r o clás ico
t itula do D ie Ents te hung des His toris m us ( L a form ac ión de l
his to ric is m o), consagró u n capítulo a Monte s quie u, a fir mó que
la doctr ina de Monte s quie u os cilaba entre e l unive r s alis mo
r acional, característico de l pe ns amie nto de l s iglo xvm, y e l
s e ntido his tór ico de las par ticular idade s que de bía flore ce r en
las escuelas his tór icas de l s iglo xix.
Es ve rdad que ha lla mo s e n Monte s quie u fór mula s ins pir adas
por la filo s ofía de un orde n r acional y unive rs al, a l mis mo
tie mpo que fór mula s que des tacan la dive r s idad de las cos­
tumbre s y de las colectividade s his tóricas . F a lta s aber s i de-
bemos cons ide rar e l pe ns amie nto de Monte s quie u como un
compromis o pre cario entre estas dos ins piracione s , como una
e tapa e n e l camino de l de s cubrimie nto de l his toricis mo inte ­
gr al, o bie n como una te ntativa, le gitima e impe rfe cta, de
combinar dos tipos de conside racione s, ninguna de las cuales
podr ía ser e lim ina da de l todo.
La inte r pr e tación de L Althus s e r es una nue va vers ión de
un Monte s quie u contradictorio. La contradicción de Monte s quie u
sería la que se manifie s ta entre su ge nio innovador y sus
opinione s reaccionarias . Hay una parte de ve rdad en esta in ­
te rpre tación. E n los conflictos ide ológicos de l s iglo xvui Mo n­
te s quieu pertenece a l par tido que , e n efecto, me rece e l c a lifi­
cativo de re accionario, pues re come ndaba e l re torno a ins ti­
tucione s que ha bía n e xis tido en un pas ado más o me nos le ­
ge ndario.
En e l curso de l s iglo x v iii , sobre todo durante su prime r a
mitad, la gr an dis puta de los escritores políticos franceses se
re fe ría a la teoría de la mo nar quía 18 y a la s ituación de la
aris tocracia en la mona r quía . En ge ne ral, se e nfr e ntaban dos
escuelas. La escuela r ománica afir maba que la mona r quía fr an­
cesa prove nía de l impe r io s obe rano de Roma, y que el rey
de Francia era su heredero. E n ese caso, la his tor ia ha br ía
jus t ific ado la prete ns ión abs olutis ta de l rey de Francia. La
s egunda escuela, lla ma da ge r manis ta, afir maba que la s itua­
c ión pr ivile giada de la noble za france s a se or iginaba en la
conquis ta de los francos. De este de bate e manaron doctrinas
que se prolongaron has ta el s iglo s iguiente , y que culminar on
e n ide ologías propiame nte racistas; por e je mplo, la doctrina
de acue rdo con la cual los noble s e ran germanos, y el pue blo
te nía origen galorr omano. La dis tinción entre la aris tocracia
y el pue blo ha br ía corre s pondido a la dis tinción entre con­
quis tadore s y conquis tados . Es te derecho de conquis ta, que hoy
jus tifica pre cariame nte e l mante nimie nto de una s ituación de
de s igualdad era cons ide rado otrora, e n el siglo x v iii , como fu n ­
dame nto le gítimo y s ólido de la je r a r quía s ocial.19

ls En re lación con esta cue s tión de la dis puta ide ológica en


e l siglo x vui, es necesario re mitirse a la tesis de Élie Carcasson-
ne : Monte s quie u e t le problém e de la Cons títution francais e au
X V IIIo niécle, París, 1927.
la Louis Althusser resume así el de bate : “Una ide a ha do­
minado toda la lite ratura política de l siglo x vui: La ide a de
que la monarquía abs oluta fue e stable cida contra la noble za,
y de que el rey se apoyó sobre los labrie gos para e quilibr ar
el pode r de sus adversarios feudales, y someterlos. La gran
dis puta de los germanistas y los romanistas sobre el oirgen de l
E n e l conflicto de estas dos escuelas, Monte s quie u — bas ta
re mitirs e a los tres últimos libr os de E l e s píritu de las leyes
para adve rtirlo— toma par tido por la escuela ge rmanis ta, a un­
que con matices, con reservas y mayor s utile za que los teó­
ricos intrans ige nte s de los derechos de la noble za. Ha c ia el

fe udalis mo y la mona r quía abs oluta se desarrolla sobre el fondo


de esta convicción ge ne r al. . . Por un lado los germanistas
(Saint- Simon, Boulainvillie rs y Monte s quie u, este últ im o más
infor mado y con ciertos matices, pe ro igualme nte fir me ) evo­
can nos tálgicame nte la época de la monar quía pr imitiva : un
rey e legido por los noble s y par entre sus pares, como ocu­
rría inicialme nte en los “bos ques” de Ge r mania, para opone rlo
a la monarquía que ha bía a dquir ido carácte r abs oluto: un rey
que combatía y s acrificaba a los grandes para elegir sus ser­
vidores y aliados entre los campesinos. Por otra parte , el par ­
tido absolutis ta de ins piración burgue s a, los romanistas (e l aba ­
te Dubos , autor de una conjuración contra la noble za [El e s pí­
ritu de las leyes, XXX, 10] y blanco de los últimos libros de
E l e s píritu de las le y e s ), y los Enciclope dis tas cele bran, a ve ­
ces en Luis XIV, a veces e n el dés pota esclarecido, el ide al del
príncipe que sabe preferir los méritos y los títulos de la bur­
guesía laborios a a las pretensiones superadas de los fe udale s ”
( o p. c it., págs . 104 y 105).
En el origen de l tradicionalis mo ge rmanis ta se encue ntra una
obra inédita de l abate Le Laboure ur, a quie n el 13 de marzo
de 1664 los pares de Francia e ncome ndaron de s cubrir e n la
historia "las pruebas de los derechos y las prerrogativas anexas
a su r ango”. Le Laboure ur, cuyo trabajo casi seguramente era
conocido por Saint- Simon, creyó hallar el origen de la noble za
en la conquis ta franca, y des arrolló la teoría de que la noble za
par ticipaba en el gobie rno, junto al rey, desde las asambleas
de l Campo de Marte o de l Campo de Mayo. El duque de
Saint- Simon (1675- 1755), en sus proyectos de gobie rno re dac­
tados hacia 1715, el conde de Boulainvillie rs (1658- 1722) en
su His toire de V ande n gouoe m e m e nt de la France (1 7 2 7 ), su
Mém oire prése nté a Mons e igne ur le Duc d'Orlé ans Rége nt
(1 72 7 ), su Essai sur la noblesse de France (1 7 3 2 ), des arrollaron
esta apología de la antigua monarquía —el “re ino de l inco mpa ­
rable Car lomagno”— que , de acue rdo con las tradicione s de
los francos, compar tía sus poderes con los vasallos. E l fe uda ­
lismo germanis ta de bía desarrollarse en la prime ra mita d del
siglo xix. Montlos ier, en s u T raite de la m onarchie franfais e ,
re pite todavía e n 1814 los temas de Boulainvillie rs para de fe n­
der "los derechos- históricos de la noble za”. Y esta forma de
ar gume ntación provocó por re acción la vocación de muchos
grandes historiadores de la ge ne ración de 1815: sobre todo
Augus tin Thierry, cuyas prime ras obras ( His toire v éritable de
fin a l de l capítulo acerca de la Cons titución de Inglate r ra,
aparece la célebre fór mula : la libe r tad ingles a, fund ada en
el e quilibr io de los poderes, nació “ e n los bos ques”, es de­
cir en las forestas de Ge r mania.
E n ge ne ral, Monte s quie u mue stra pre ocupación por los pr i­
vilegios de la noble za y e l re fue rzo de los cuerpos inte r me ­
dios.20 De ningún modo es un doctrinar io de la igualda d, y

Jacque s lionhom m e de 1820) podr ían lle var como e pígrafe la


fór mula de Sieyes: “Por qué el Tercer Es tado no de vue lve a los
bosques de Fr anconia a todas esas familias que conservan la
loca pretensión de habe r nacido de la raza de los conquis ta­
dores”.
El germanis mo de Le Labour e ur y de Boulainvillie rs era
s imultáne ame nte "racis ta”, e n el se ntido de par tidar io de los
derechos de la conquis ta, y libe ral en cuanto era hos til al po­
de r abs oluto y favorable a la fór mula parlame ntaria. Pero los
dos elementos podian disociarse.
Por lo tanto, pue de afirmarse que en la forma de la rete-
re ncia a las tradicione s francas de libe r tad y a las asambleas
de los bosques de Ge r mania, esta doctrina his tór icopolítica no
estaba totalme nte vinculada con los intereses de la noble za.
E l abate Mably, en sus Obs e rv ations sur l'his toire de France
(1 7 6 5 ), uno de los libros que sin duda más influye ron sobre
las generaciones revolucionarias, ofre ció una versión que jus ti­
ficaba la convocación de los Estados Generales y las a mbi­
ciones políticas de l Tercer Es tado. En 1815, cuando Napole ón
quizo reconciliarse con el pue blo y la libe r tad, tomó del libro
de Mably la ide a de la As amblea e xtraordinaria de l Campo
de Mayo. Asimismo, en el siglo x í 'c, Guizot, a quie n ha podido
calificarse de his toriador de la ascensión le gítima de la bur ­
guesía, adopta, lo mis mo que Mably la posición de germanista
conve ncido (véase los Essais sur l'his toire de France , de 1823,
o las lecciones de 1828 acerca de la His toire générale de la
c iv iliz atio n en Euro pe ).
T ocque ville y Gobine au son sin duda los últimos herederos
de la ide ología germanista. Con T ocque ville . el fe udalis mo se
true ca en lame ntación ante el ascenso de l abs olutis mo monár ­
quico, y refuerza las convicciones liberales del se ntimie nto y
las de mocráticas de la razón. Con Gobine au, que por inte rme ­
dio de su tío y en casa de Nlontlosier re cibió dire ctame nte
ins piración de los doctrinarios aristocráticos de l siglo x vm, la
vena libe ral desaparece e n be ne ficio de l racismo (véase la co­
rrespondencia Tocque ville- Gobine au en la e dición de las OEu-
vres com ple tes de T ocque v ille , tomo IX, Paris, Gallimar d, 1959,
y sobre todo el prefacio de J. J. Che vallie r ).
20 Lo cual, por otra parte , no le impide demostrar lucide z
acerca de su propio me dio. En sus obras no faltan los ataque s
me nos a ún de la s obe ranía popular . Como vincula la de s igual­
da d social con la esencia de l or de n social, se adapta muy bie n
a la de s igualdad. Y si se cree, como L. Althus s e r, que la
s obe ranía política y la igua lda d son las fór mula s políticas que
pre vale cieron en las re voluciones de los siglos xix y xx, en la
Re volución Francesa y la Re volución Rus a, si se cree que la
his tor ia se or ie nta hacia la s obe ranía po pula r y la igualda d,
corresponde a fir ma r que Monte s quie u es un doctr inar io de l a n­
tiguo régime n y que en este s e ntido merece que se lo c a lifi­
que de re accionario.
Sin embargo, me parece que e l proble ma es más comple jo.
E n efecto, Monte s quie u pie ns a que s ie mpre hubo de s igualda­
des sociales, y que los pr ivile giados e jercie ron s ie mpre e l go­
bie r no; pero, sean cuales fue r e n las ins titucione s de finidas
his tór icame nte a las que él se r e fir ió, su ide a fin a l es que
por su esencia mis ma e l orde n s ocial es heterogéneo, y que
la libe r tad tie ne como condición el e quilib r io de los poderes
s ociales y el gobie r no de los notable s , atr ibuye ndo a esta ú lt i­
ma pa labr a e l s e ntido más ge ne ral y más in de finido , que e n­
globa tanto a los me jores ciudadanos de una de mocracia ig ua­
lita r ia como a la noble za de una mona r quía — y a ún a los
milita nte s de l Par tido Comunis ta en un régime n de tipo so­
viético.
Dicho de otro modo, la esencia de la filo s ofía po lític a de
Monte s quie u es e l libe r alis mo: e l obje tivo de l or de n político
es garantizar la mode ración de l pode r me diante e l e quilib r io
de los poderes, e l e quilibr io de l pue blo, de la noble za y de l
rey en la monar quía france sa o e n la ingle s a, e l e quilibr io de l
pue blo y los pr ivile giados , de la ple be y de l patr iciado en
la r e pública romana. Se trata de dife re nte s e je mplos de la
mis ma conce pción fund ame nta l de una socie dad, hete rogénea
y je rár quica, en la que la mode r ación de l pode r exige e l
e q uilib r io de los poderes.

contra las argucias y los vicios de la noble za y los cortesanos.


Es verdad que la sátira contra los cortesanos es más una sátira
contra lo que la monar quía hizo de la noble za que contra la
noble za mis ma, o contra la noble za s e gún de be ría ser —es de ­
cir, libre e inde pe ndie nte en su fortuna. Asi “el cue rpo de la­
cayos es más respetable en Francia que en otros países, es un
se minario de grandes señores. Colma el vacío de los restantes
Es tados " (Le ttre s persones, carta 98; O. C ., tomo I, pág. 2 7 7),
o también: "Na d a más semejante a la ignorancia de las gentes
de la Corte de Francia que la que hallamos en los eclesiásti­
cos italianos ’’ (Mes- Pensées, O. C., tomo I, pág. 1315).
Si tal es el pe ns amie nto fin a l de Monte s quie u, de ning ún
modo pue de considerarse demos trado su carácte r re accionario.
Sin duda es r e accionario e n las dis puta» de l s iglo XVIII. No a n ­
ticipó ni deseó la Re volución Francesa. Quizá la pre paró s in
que re rlo, porque es impos ible conocer, n i pre viame nte ni des­
pués de l hecho, la r e s pons abilidad his tór ica de cada uno; pero
conscie ntemente no quis o la Re volución Francesa. En la me di­
da en que es pos ible prever lo que un hombre ha br ía hecho en
circuns tancias que él no vivió, imaginamos que, en rigor, Mo n­
tesquieu habr ía s ido uno de los constituyentes . Muy pronto se
ha br ía incorporado a la opos ición, y a se me janza de los libe ­
rales de su clase ha br ía te nido que e le gir entre la e migr a­
ción, la g uillo tina o la e migración inte r ior al marge n de las
pe ripe cias viole ntas de la r e volución.
Pero, aunque políticame nte re accionario, de todos modos
Monte s quie u es el representante de un pe ns amie nto que de
ningún modo ha s ido s upe rado ni es anacr ónico. Sea cual fue ­
re la estructura de la s ocie dad en una época dada, sie mpre
es pos ible pe ns ar como lo hizo Monte s quie u; es decir, a na ­
lizar la forma par ticular de he te roge ne idad de cierta socie­
da d y buscar me diante el e quilibr io de los poderes, la ga­
r a ntía de la mode r ación y de la libe r tad. Pode mos h a lla r una
últ im a inte r pr e tación de l pe ns amie nto de Monte s quie u en el
breve capítulo que Le ón Bruns chvicg le consagró e n Le Pro-
grés de la conscie nce dans la philos o phie occidcntale . Dicha
inte r pr e tación considera e s e ncialme nte contradictorio el pe n­
s amie nto de Monte s quie u. 21
De acuerdo con este e nfoque crítico, Monte s quie u nos ha
dado, en cierto modo, la obr a maes tra de la s ociología pu­
ra; quie ro decir, de la sociología ana lít ic a, e s table ciendo re­
lacione s múltiple s entre tal o cual factor, s in inte ntos de
s íntesis filos ófica, sin la pre tens ión de de te rminar el factor
pr e dominante o el orige n profundo de cada s ocie dad.
Bruns chvicg se siente te ntado de creer que, al marge n de
esta s ociología pur a, en Monte s quie u no hay ningún sis tema.
De s pués de citar la fór mula : "E s necesario que e l mundo in ­
te ligible goce de tan bue n gobie rno como el mundo fís ic o ..
pie ns a que esta par adoja — ver una infe r ior idad, por lo me ­
nos apare nte de l mundo inte lige nte , en la pos ibilidad de vio­
la r las leyes que lo rige n— e quivale a una confus ión entre
la ley causa y la lev- mandato.
Le ón Bruns chvicg destaca también la vacilación de Mon-

21 Le ón Bruns chvicg, Le Pro grés de la conscie nce dans la


philos ophie occide ntale , págs . 489- 501.
tes quieu entre las fór mulas carte s ianas de l tipo (antes de tra­
zar e l círculo, todos los radios ya son iguale s ; de l mis mo mo­
do existe lo jus to y lo injus to ante s de que tengamos leyes
pos itivas ) y una clas ificación de los tipos de régime n que
de r iva de la tr adición aris totélica. Finalme nte , no pe rcibe
unid a d ni coherencia en E l e s píritu de las leyes, y se lim i­
ta a extraer la conclus ión de que los lectores en todo caso
han visto en la obra una filos ofía im plíc ita de l progreso ins­
pir ada por valores libe rales .
Pers onalme nte , creo que este juicio es severo. Es ve rdad
que no hay sistema en Monte s quie u, y quizá corresponde al
e s píritu de cierta s ociología his tór ica que no lo haya. Pero
espero habe r demos trado que el pe ns amie nto de Monte s quie u
está lejos de ser tan contradictorio como se afir ma a me nudo.
Como sociólogo, Monte s quie u ha tratado de combinar dos
ide as, ninguna de las cuales pue de ser abandonada, pero cu­
ya conjunción es difíc il. Por una parte, afir mó implícitame nte
la plur a lid a d inde finida de las explicaciones parciale s . Ha
demos trado cuán numerosos son los aspectos de una colecti­
vidad que exigen una e xplicación, cuán numerosos los deter­
minante s a lps que es pos ible r e mitir los dife re nte s aspectos
de las vidas colectivas. Por otra parte , ha buscado el me dio
de superar la yuxtapos ición de las re lacione s parciale s , de
apre he nde r algo que constituya la nulid a d de los conjuntos
históricos. Ha creído ha lla r , más o me nos clarame nte , este
pr incipio de unificación, que no contradice la plur a lid a d in­
de finida de las explicacione s parciale s , en la ide a del es pí­
r itu de un pue blo, vinculada a su vez con la te oría polític a
por inte r me dio de l pr incipio de gobierno.
En E l e s píritu de las leyes se dis tingue n muy clarame nte
varios tipos de e xplicación, o de re lacione s integrales , seme­
jante s a las que los sociólogos mode rnos procuran e laborar.
Es tas re lacione s inte grale s deben servir de guía a los re dac­
tores de las leyes, y pertenecen a difere nte s órdenes. Por
e je mplo, después de propone r el tipo ide al de cierto gobie rno,
Monte s quie u pue de demostrar lógicame nte cuál pue de ser la
naturale za de las difere nte s clases de leyes — leyes acerca de
la e ducación, leyes fiscales, leyes comerciales , leyes s untua­
rias— con el fin de que se re alice ple name nte e l tipo ide al
de régime n. Ofrece consejos s in s a lir de l pla no cie ntífico, su­
ponie ndo s imple me nte que los legis ladore s quie re n contribuir
a l mante nimie nto de l régimen.
T ambién hay re fere ncias a la fina lid a d de una actividad
s ocial particular . Tenemos un e je mplo en e l derecho de gen­
tes. Otro pr oble ma es de te rminar en qué me dida Monte s quie u
ha de te r minado re alme nte que las dife re nte s nacione s de be n
hacerse unas a otras el mayor bie n pos ible e n la paz, y e n
la guerra e l mínimo ma l pos ible . Estas e ncomiable s a fir ma ­
ciones aparecen formuladas dogmáticame nte , más que demos­
tradas de modo cie ntífico. Se a como fue re , la sociología de
Monte s quie u según aparece ante nuestros ojos, im plic a la po­
s ib ilid a d de r e lacionar las leyes de un sector dado con la
fina lid a d inmane nte de una actividad humana.
Finalme nte , hallamos e n Monte s quie u la re fe re ncia a leyes
universales de la natur ale za huma na , que confie re n el dere­
cho, si no de de te rminar lo que de be ser comple tame nte tal
o cual ins titución, por lo me nos el de conde nar a ciertas ins ­
titucione s, por e je mplo la e s clavitud. T ambién me inclina r ía
a afir mar que la ide a de un derecho na tur al for mal de sig­
nific ado ne gativo, según aparece en la filos ofía polític a de
Ér ic We il, ya se manifie s ta e n E l e s píritu de las leyes. 23 En
Monte s quie u, las leyes racionales de la natur ale za huma na
apare cen todas concebidas de mane r a s uficie nte me nte abstrac­
ta, de modo que a par tir de las mis mas es pos ible e xcluir la
de ducción de lo que de be n ser de te rminadas ins titucione s , y
autor izar e l rechazo de ciertas prácticas.
E l pens amie nto s ociológico de Monte s quie u se caracte riza

22 Véase Ér ic We il, Philos ophie po litique , París, Libr airie


philos ophique J. Vrin, 1956, 264 págs. Sobre todo, Éric We il
escribe: ‘‘El derecho natural de l filósofo es el fundame nto de
toda crítica de l derecho pos itivo histórico, del mis mo modo que
el principio de la moral es la base de toda crítica de las m á­
ximas in d iv id u a le s ... Conjuntame nte con el derecho pos itivo
indica a todos lo que de be n hacer en de te rminada s ituación
histórica, lo que de be n ace ptar y de be n exigir; formula críti­
cas a un sistema coherente sólo en cuanto éste no considera
la igualdad de los hombre s como seres razonables, o niega el
carácter razonable del hombr e . . . El de re cho natural no aporta
sus premisas materiales, y por el contrario las incorpora como
las encuentra, para desarrollarlas de acue rdo con su propio cri­
terio. . . Por lo tanto, el derecho natural en tanto que instancia
crítica debe de cidir si las funcione s previstas por la ley pos i­
tiva no están en conflicto, y si el sistema que forma su con­
junto no contradice el pr incipio de la igualdad de los hombre s
como seres razonables. T oda respuesta a esta cue s tión será si­
multáne ame nte formal e his tórica: T an pronto se inte nta a pli­
carlo, el derecho natural se aplica ine vitable me nte a u n siste­
ma positivo histórico. Lo que se aplica al derecho pos itivo y
lo transforma al pensarlo e n su totalidad, no es derecho pos i­
tivo”, (págs . 36 a 3 8 ).
fina lme nte por la cooperación inces ante de lo que podr íamos
de nominar e l pe ns amie nto sincrónico y el pe ns amie nto diacró-
nico — es decir, por la combinación re novada pe rpe tuame nte
de la e x plicación de las parte s conte mporáne as de una so­
cie dad unas por referencia a otras, y de la e xplicación de
esta s ocie dad mis ma por el pas ado y por la his toria. La dis ­
tinc ión de lo que Augus to Comte de nomina e stática y d in á­
mica ya es vis ible en el método s ociológico de E l e s píritu de
las leyes.
Pe ro si as í son las cosas, ¿por qué se considera a Mo n­
tesquieu, no un sociólogo, s ino un precursor de la s ociología?
¿Cómo se jus tifica que no se lo incluya entre los padres fu n ­
dadores?
La prime ra razón es que la palabr a s ociología no existía
en tie mpos de Monte s quie u, y que este tér mino, que se in ­
corporó pa ulatiname nte a las costumbres, fue acuñado por
Augus to Comte.
La segunda razón, mucho más pr ofunda, es 'que Monte s ­
quie u no me dita sobre la s ocie dad mode rna. Los pensadores
a quie ne s se considera entre los fundadore s de la s ociología
— Augus to Comte o Marx — se propone n e s tudiar los caracte­
res típicos de la s ocie dad mode rna, y por lo tanto de la so­
cie dad cons iderada como e se ncialme nte indus tr ial o capita­
lis ta. Ocurre no s ólo que Monte s quie u no se propone r e fle ­
x ionar acerca de la socie dad mode rna, s ino que las categorías
que utiliza son en cons ide rable me dida las que corresponden
a la filos ofía política clás ica. Finalme nte , e n E l e s píritu de
las leyes no se observa e l pr e dominio de la e conomía ni de
la sociedad con respecto a l Es tado.
En cierto s entido, Monte s quie u es el últ im o de los filós o­
fos clásicos, y en otro el prime ro de los sociólogos. Es toda­
vía un filós ofo clás ico en la me dida en que considera que
una s ocie dad está de finida e se ncialme nte por su régime n po­
lítico, y en que desemboca en una concepción de la libe r tad.
Pero en otro s entido, ha re inte grado e l pe ns amie nto p o líti­
co clás ico en una conce pción global de la socie dad, y ha pro­
curado e xplicar s ociológicame nte todos los aspectos de las
colectividades .
Agre guemos, finalme nte , que Monte s quie u ignora la creen­
cia en e l progreso. Pero nada tiene de sorpre ndente que no
haya cre ído en el progreso en el mis mo s e ntido en que Au ­
gusto Comte creyó. En la me dida en que concentraba su ate n­
ción en los regímenes políticos , se veía inducido a no ver un
movimie nto unila te r a l de la his toria hacia condicione s me ­
jores. Como lo pe rcibió Monte s quie u después de muchos
otros, el de ve nir político has ta nuestros días se ha re alizado
de hecho me diante alte rnacione s , movimie ntos de avance y
de caída. Por lo tanto, Monte s quie u de bía desconocer la ide a
de progreso, que se de line a na tur a lme nte cuando uno consi­
de ra la e conomía o la inte lige ncia. Ha llamos en Mar x la fi­
los ofía económica de l progreso; y la filos ofía de l progreso
humano me diante la cie ncia aparece en Augus to Comte .
1689 18 de enero. Nacimie nto de Charles- Louis de Secon-
dat e n el cas tillo de la Bréde, cerca de Burdeos.
1700- 1705 Es tudios secundarios en Juilly, e n el e stable cimiento
de los Obratorienses.
1708- 1709 Es tudio de derecho e n Burde os, lue go en París.
1714 Charles de Se condat es consejero en el Parlame nto
de Burdeos.
1715 Matr imonio con Je anne de Lartigue .
1716 Se lo elige mie mbr o de la Acade mia de Ciencias de
Burdeos. He re da de su tío el cargo de pres idente,
todos sus bienes y el nombre de Monte s quie u.
1717- 1721 Es tudia ciencias y compone varias me morias sobre
el eco, e l uso de las glándulas renales, la trans pa­
re ncia, el peso de los cuerpos, etcétera.
1721 Publicación sin nombr e de autor de las Le ttre s per-
sanes. E l libr o tie ne inme diatame nte conside rable
éxito.
1722- 1725 Es tada en París, donde hace una vida mundana. Fr e ­
cue nta a los allegados de l duque de Borbón, el pre ­
sidente He nault, la marque s a de Prie, el s alón de
la señora Lambe rt, el club de l Entre s ue lo, donde lee
su Dialogue de S y lla e t d ’Eucrate .
1725 Publicación de l T e m ple de Gnide , sin nombr e de
autor, de regreso en Burdeos, Monte s quie u re nuncia
a su cargo de pre s ide nte y regresa a París.
Más tarde e scribirá en sus Pensées: “Lo que sie m­
pre me indujo a tener de m í mis mo una opinión
bas tante mala, es que e n la Re pública hay pocos
estados para los que yo tuviese verdaderas cualida­
des. En cuanto a mi oficio de pre s ide nte , aplicaba
toda mi hone s tidad; compr e ndía bas tante los proble ­
mas mismos ; pe ro con respecto al proce dimie nto,
nada s abía. Sin e mbargo, me apliqué a apre nde r;
pero lo que más me de s agradaba, es que ve ía en
individuos sin luces el mis mo talento que , por así
de cirlo, se me e s capaba" (O. C., tomo I, pág. 9 7 7 ).
1728 Se lo elige para la Acade mia Francesa. Viaja a Ale ­
mania, Aus tria, Suiza, Italia y Holanda, y desde
este último país lor d Che s terfie ld lo lle va a Ing la­
terra.
1729- 1730 Es tada en Inglate rra.
1731 Regreso al cas tillo de la Bréde , donde en ade lanto
se de dicar á a la compos ición de E l e s pírilu de las
leyes.
1734. Publicación de Cons idérations s ur les causes de la
grande ur e t de la décade nce des Romairts.
1748 Publicación de E l e s píritu de las ley es, e ditado en
Gine br a s in nombr e de autor. E l éxito es considera­
ble , pero más se come nta de lo que se lee el libro.
1750 Défe ns e de L ’Es prit des lois , en respuesta a los ata­
ques de los jesuítas y los jansenistas.
1754 Compone e l Essai s ur le g o út para L 'Enc y clopé die ,
a pe dido de d ’Ale mbe r t (p ublic a d o e n 1756).
1755 10 de febrero, mue r e e n París.
BIBLIOGRAF ÍA

OBRAS D E MON T E S QU IE U

OEuv re s com pletes, compiladas por Edouar d Laboulaye , París,


Ga mie r Fréres, 7 Vol., 1875- 1879.
Es ta e dición contiene únicame nte las obras conocidas tra­
dicionalme nte ; no incluye la Corre s pondance, los Votjages,
el S cipilége , los Pensées, ni los Mélonge s.
OEuv re s com pletes, texto presentado y anotado por Roge r Cai-
llois, Bibliothéque de la Pléiade , París, Gallimar d, tomo
I, 1949, tomo II, 1951.
Esta e dición no incluye la Correspondance .
Es la que utiliz am os y citam os aquí.
OEuv re s Com ple te s, publicadas bajo la dire cción de André Mas-
son, París, Nage l, 3 vol., 1950- 1955.
Esta e dición incluye , ade más de la precede nte, la Corres­
pondance y otros trabajos inéditos.
L ’Es prit des lois , texto fijado y pre s e ntado por Jean Brethe de
La Gressaye, París, Les Belles- Lettres, 4 tomos, 1950- 1961.

B IB LIOGRAF IA GE N E BAL

Le ón Bruns chvicg, Le Progrés de la conscience dans la philo-


sophie occidenta/e , París, Ale an, 1927.
Erns t Gassirer, L a Philos ophie des Lum icre s , París, Favard,
1966.
Jean- Jacques Che vallie r, Les Grande s OEuv re s politique s , Pa­
rís, Armand Colin, 1949.
J. H. Lis ki, T he Ris e of Europe an Libe ralis m , An Essay in In-
te rpre tation, Londres , Ge orge Alie n & Unwin, 1936.
Máxime Leroy, His toire des idees sociales en France , I. De
Monte s quie u á Robespie rre. París, Gallimar d, 1946.
Kingsley Martin, Fre nch libe ral T hought in the Eighte e nth Cen-
tury , a s tudy of political ideas from Bayle to Condorce t,
Londre s , T ums tile Press, 1954.
Frie drich Me ine cke , Die Ents te hung des His toris m us , Munic h,
Be rlín, R. Olde nbur g, 2 volúme nes, 1936.
C. E. Vaughan, S tudie s in the His tory of Political Phitos ophy
before and afte r Rousseau, compilado por A. G. Little ,
Manches ter, Unive rs ity Press, 2 volúme ne s, 1939.

OBRAS CONSAGRADAS A MON T E S QU IE U

L. Althusser, Monte s quie u, la po litique e t l’histoire , París, P.U.F.,


1959.
H. Barkhausen, Monte s quie u, ses idée s et ses Oeuvres d'aprés
les papie rs de la Bréde, París, Hache tte , 1907.
P. Barriére, Un grand prov incial: Charles- Louis de S e condat,
barón de la Bréde et de Monte s quie u, Burde os, De lmas ,
1946.
E. Carcassonne, Monte s quie u et le problém e de la cons titution
fran(ais e au X V lIIe siecle, París, Presses Universitaires,
1927.
A. Cotta, “Le déve loppe me nt économique dans la pensée de
Monte s quie u”, Revue d ’histoire économ ique et s ociále , 1957.
S. Cotta, Monte s quie u e la scie nza de lta politic a, Torino, Ra-
me lla, 1953.
C. P. Courtne y, Monte s quie u and Burk e , Oxford, Basil & Black­
we ll, 1963.
J. De die u, Monte s quie u e t la tradition p olitique anglais e en
France , les sources anglaises de L ’Es prit des lois , París, J.
Gaba lda , 1909.
J. De die u, Monte s quie u l’hom m e e t l'Oe uv re , París, Boivin et
Cié., 1943.
E. Dur khe im, Qu id S e cundattis politicae scie ntiae ins titue ndae
contule rit, tesis latina, Burdeos, 1892 (tr aducida en la
Re v ue d ’his toire po litique et cons titutionne lle , julio- setiem­
bre de 1937, con el tít ulo “ En quoi Monte s quie u a contri-
bué á la fondation de la Science politique ” ).
E. Dur khe im, Monte s quie u e t Rousseau précurseurs de la so­
ciologie , nota introductora de G. Davy, París, M. Riviére ,
1953.
' J. Ehr ar d, Politique de Monte s quie u, Paris, Armand Colin, 1965.
Ch. Eis e nmann, “L 'E s p rit des lois ” et la s éparation de s pouvoirs,
en Mélange s Carré de Malbe rg, París, 1933.
Étie mble , “Monte s quie u”, en His toire des Littérature s , III, En-
cyclopédie de la Pléiade , París, Gallimar d, 1958, pág. 696-
710.
E. Fague t, L a Politique com parce de Monte s quie u, Rousseau e t
V oltaire , Paris, Société fran?aise d ’impr ime rie et de li-
brairie, 1902.
F. T. H. Flechter, Monte s quie u and Englis h Politics 1750- 1800,
Londres , E. Arnold, 1939.
B. Groethuyse n, Philos ophie de la Rév olution fran^ais e , pre ­
ce dida por Monte s quie u, París, Gallimar d, 1956.
A. Shackleton, Monte s quie u a Critic al B iography , Londre s ,
Oxford University Press, 1961.
A. Sorel, Monte s quie u, París, Hache tte , 1887.
P. M. Spur lin, Monte s quie u in A m e rica, 1760- 1801, Lous iana
State University Press, 1940.
J. Starobins ki, Monte s quie u par lui- m cm e, París, Éd. d u Se uil,
1957.

OBRAS EN COLABORACIÓN DE DIC ADAS A


MON T E S QU IE U

Re vue de Mctaphy s ique e t de Morale , núme r o especial de oc­


tubre de 1939 (volume n 4 6 ), consagrado a Monte s quie u
con motivo de l 250*> aniversario de su nacimie nto. Textos
de R. Hube rt, G, Davy y G, Gurvitch.
L a Pensée politique et cons titutionne lle de Monte s quie u, Bi-
centenario de L 'E s p rü des lois , 1748- 1948, bajo la direc­
ción de Boris Mirkine - Gue tze vitch y H. Puget, con la co­
laboración de P. Barriere, P, Bas tid, J, Brethe de La
Cressaye, R. Cassin, Ch. Eis e nmann. . . , Parí*, Sirey, 1952.
Congris Monte s quie u de Bordeaux , 1955. Actas del Congre ­
so Monte s quie u, re unido en Burdeos de l 23 al 26 de ma ­
yo de 1955 para conme morar el se gundo ce nte nario de la
mue rte de Monte s quie u, Burde os, De lmas , 1956.
AU GU S T O COMT E

E l objeto de una política sana no debe


ser impuls ar a la especie humana, que ac­
túa por propio impuls o, s iguie ndo una ley
igualme nte necesaria, aunque más modifi-
cable , que la de la gr avitación, sino fa­
cilitar su marcha esclareciéndola.

Systeme de p olitique pos itiv e ,


A ppe ndice III, Plan des travaux
id e n tifiq u e s nécessaires pour ré-
organis er la s odété , 1828, pág. 95.
Monte s quie u sociólogo es ante todo un pe ns ador conscie n­
te de la dive r s idad huma na y s ocial. Par a Monte s quie u e l ob­
je tivo de la cie ncia es intr oduc ir orde n en un caos apare nte ,
y lo logra concibie ndo tipos de gobie rnos o de s ocie dad, e nu­
me r ando los de te rminante s que influye n sobre todas las co­
le ctividade s , y quizá, en últ im o anális is , de finie ndo algunos
pr incipios racionales , de valide z unive rs al, aunque violados
a veces en tal o cual caso. Monte s quie u parte de la dive r s i­
d a d y lle ga, no s in dific ult a d , a la u n id a d humana. Por el
contrario, Augus to Comte es ante todo el sociólogo de la u n i­
da d humana y social, de la unid a d de la his toria humana.
Im puls a a esta conce pción de la unid a d has ta el extremo en
que , finalme nte , se tropieza con la d ific ulta d contraria: Tie ne
dific ult a d par a re cupe rar y e xplicar la dive r s idad. Pue s to que
hay un solo tipo de socie dad abs olutame nte v álid a, con arre­
glo a su filos ofía toda la huma nida d de be rá de s embocar en él.

LAS T RES ET AP AS DE L P E N S AMIE N T O DE COMT E

A partir de este punto, creo que es pos ible pre s e ntar las
e tapas de la e volución filos ófica de Augus to Comte como re­
pre s e ntativas de los tres modos que afir ma n, e x plican y jus t i­
fican la tesis de la unid a d humana. Estas tres e tapas e stán
caracte rizadas por las tres obras pr incipale s de Augus to
Comte .
La prime r a entre 1820 y 1826, es la e tapa de Opus cule s de
p hilc s ophie s ociale : S om m aire appré c iation s ur l’e ns e m ble d u
passé m ode rne (a b r il de 1820), Prospectus des trav aux scien-
ti/ique s nécessaires pour réorganis e r la s ociété (a b r il de 1822),
Ccns idérations philos ophique s s ur ¡es sciences e t les savants
(novie mbre - dicie mbre de 1825), Cons idérations s ur le pouv oir
s piritue l (1825- 1826). La segunda e tapa está for mada por las
lecciones de l Cours de philo s o phie pos itiv e (public ad o de 1830
a 1842). y la tercera por e l Sy stém e de p o litiq u e pos itiv e o
T raite de s ociologie ins tituant la re lig ión de L'humanUé (p u ­
blicado de 1851 a 1854).

E n la prime r a e tapa, en los Opus cule s (r e producidos al


fin a l de l tomo IV de l Sy stém e de p o litiq u e pos itiv e por Au ­
gusto Comte, que de ese modo que r ía des tacar la unid a d de
su pe ns amie nto), e l jove n politécnico re fle x iona sobre la so­
cie dad de su época. La mayor ía de los sociólogos han pa r ti­
do de una inte r pr e tación de la época a la cual pertenecen.
En este s entido, Augus to Comte es e je mplar . Los Opus cule s
son la de s cripción y la inte r pr e tación de l mome nto his tór ico
que la socie dad e urope a atravie sa a comienzos de l s iglo xix.
De acuerdo con Augus to Comte , cie rto tipo de s ocie dad, ca­
racte rizada por los dos adje tivos te ológico y milita r , está pró­
x imo a perecer. La socie dad me die val estaba cons olidada por
la fe trascendente, inte r pr e tada por la Igle s ia Católica. E l
modo de pe ns amie nto te ológico era conte mpor áne o de l pre ­
dominio de la actividad milita r , que se r e fle jaba en la je ­
rar quía s upe rior conce dida a los hombre s de gue rra. Se anun­
cia e l nacimie nto de otro tipo de s ocie dad, cie ntífica e in ­
dus trial. La s ocie dad que nace es cie ntífica e n e l s e ntido en
que la socie dad que mue re era teológica: e l modo de pensa­
mie nto característico de la época mode rna, es el de los sa­
bios, de l mis mo modo que e l modo de pe ns amie nto caracte­
rístico de l pas ado era e l de los teólogos o los sacerdotes. Los
s abios r e e mplazan a los sacerdotes o a los teólogos e n tanto
que categoría social que s uminis tr a la base inte le ctual y mo­
r al de l orden social. Se pre par an par a r e cibir de los sacer­
dotes la he re ncia de l pode r e s pir itual que , de acuerdo con los
primeros Opuscule s de Comte , se e ncama ne ce sariamente, en
cada época, en aque llos que e xhibe n e l mode lo de la forma
de pens ar pre dominante y las ide as que sirve n de pr incipio al
orden s ocial. As í como los sabios se dis pone n a s us tituir -a
los sacerdotes, los indus triale s , e n e l s e ntido amplio de l tér­
mino — es decir, los empresarios, los directores de fábr ic a y
los banqueros — se dis pone n a ocupar e l lug ar de los guerre­
ros. De s de e l mome nto e n que los hombre s pie ns an cie nt ífi­
camente, la actividad fundame nta l de las colectividade s de ja
de ser la guerra de los hombre s unos contra otros, y se con­
vierte en la lucha de los hombre s con la natur ale za, o aun en
la e x plotación r acional de los recursos naturale s .
De sde esta época, Augus to Comte e xtrae de este anális is de
la s ocie dad en que vive la conclus ión de que la r e for ma so­
cial tie ne como condición fundame ntal una re forma inte le c­
tual. Los azares de una re volución o la viole ncia no pe r mi­
ten la re organización de la s ociedad en crisis. Con ese fin es
necesario lle gar a una síntesis de las cie ncias y a la crea­
ción de la politic a pos itiva.
Como muchos de sus conte mporáneos , Augus to Comte a fir ­
ma que la s ocie dad mode rna está en crisis, y h a lla la e x pli­
cación de los desórdenes sociales en la contradicción entre un
or de n social teológico y m ilit a r que se dis pone a des apare­
cer, y un orde n social cie ntífico e indus tr ial que se pre para
para nacer.
Es ta inte r pr e tación de la crisis conte mpor áne a de te rmina
que Augus to Comte , el re for mador, no sea un doctrinar io de
la re volución a l modo de Marx , y tampoco un doctrinar io de las
ins titucione s libre s, a l modo de Monte s quie u o de T ocque ville .
Es un doctrinar io de la cie ncia pos itiva y la cie ncia social.
La or ie ntación ge ne ral de l pe ns amie nto y sobre todo de
los plane s de tr ans formación de Comte se des prende de es^a
inte r pr e tación de la s ocie dad contemporáne a. As í como Mon­
tesquieu obs ervaba la crisis de la mo nar quía france sa, y esa
a ctitud era uno de los orígenes de su conce pción ge ne ral, Au ­
gusto Comte observa la contradicción de los dos tipos s ocia­
les que, a su juicio, no pue de resolverse s ino con e l tr iunfo
de l tipo s ocial que él de nomina cie ntífico e indus tr ial. Es ta
victor ia es ine vitable , pero pue de re tardarse o acelerarse más
o menos. En efecto, la función de la sociología es compre n­
de r el de ve nir necesario — es decir, s imultáname nte indis pe n­
s able e ine vitable — de la his tor ia, par a contr ibuir a la r e ali­
zación de l or de n fundame ntal.

E n la segunda e tapa, la de l Cours de philos o phie pos itiv e ,


las ide as fundame ntale s no han cambiado, pe ro se a mp lió la
perspectiva. En los Opus cule s , Augus to Comte considera esen­
cialme nte a las sociedades contemporáne as y su pas ado, es de­
cir, la his toria de Eur opa. Quie n no sea e uropeo obs ervará
fácilme nte que en sus prime ros Opus cule s Augus to Comte in ­
curre en la inge nuidad de pe ns ar la his tor ia de Eur opa como
si absorbiese en sí mis ma la his tor ia de l género humano; o
a ún más, que pres upone e l carácte r e je mplar de la his toria
e uropea, y ace pta que e l orde n s ocial hacia e l cual tie nde la
socie dad e urope a será e l orde n s ocial de la especie humana
toda. En e l curso de la se gunda e tapa, es de cir en e l Cours
de philo s o phie pos itiv e , Augus to Comte no re nue va estos te­
mas, y por e l contrario, los pr ofundiza, y e je cuta e l progra­
ma cuyas grandes líne as ha bía fija d o en sus obras de ju ­
ventud.
Ex a mina las difere nte s ciencias, y de s ar rolla y confir ma
las dos leyes esenciales, por otra parte e xplicadas ya en los
Opus cule s : la ley de los tres estados y la clas ificación de las
c ie nc ia s .1
De acuerdo con la ley de los tres estados, e l e s píritu h u­
mano habr ía pas ado por tres fases sucesivas. En la prime ra,
e l e s píritu humano e xplica los fe nóme nos atribuyéndolos a
seres o a fuerzas comparables al hombre mis mo. En la s egun­
da, invoca e ntidade s abstractas, como la naturale za. En la
tercera, el hombre se lim ita a observar los fe nóme nos y a
establecer los vínculos re gulares que pue de n exis tir entre
ellos, sea en un mome nto dado, o en e l tie mpo. Re nuncia a
des cubrir las causas de los hechos y se conte nta con e s table ­
cer las leyes que los rige n.
E l paso de la época teológica a la época me tafís ica y lue ­
go a la época pos itiva no se r e aliza s imultáne ame nte e n las
difere nte s dis ciplinas intelectuale s . En el pe ns amie nto de Au ­
gusto Comte , la ley de los tres estados tie ne un s e ntido r i­
guroso únicame nte cuando se combina con la clas ificación de
las ciencias. \ E1 orden en que e stán dispuestas las dife re nte s
ciencias nos revela el orden e n que la inte lige ncia adquie r e
carácter pos itivo en los diferente s dominios . 2

1 Augus to Comte concibió la ley de los tres estados en fe ­


brero o marzo de 1822, y la expuso por prime ra ve z en el '
Prospectas des travaux s cie ntifique s nécessaires pour réorga-
niser la Société, publicado en abr il de 1822 e n un volume n
de Saint- Simon titulado S uite des travaux ay ant pour obje t de
fonde r le Systéme indus trie l. Es ta obra, que Comte de nomina­
r á en el prefacio de l Systéme de politique pos itiv e , el Opus ctde
fondam e ntal, y que se cita a veces con el título de Prem ie r Sys­
tém e de politique pos itiv e , a causa de l nombre que lle va la e di­
ción de 1824, será re pr oducida en el tomo IV del Systéme de po­
litiq ue pos itiv e con el titulo Plan des travaux s cie ntifique s né­
cessaires pour réorganis er la Societé.
La ley de los tres estados es el objeto de la prime ra le cción
del Cours de phiios ophie positiv e (5» e dición, tomo I, págs .
2- 8), y se abor da la clas ificación de las ciencias en la s egun­
da lección del mis mo Curso ( lb id ., páginas 32- 63).
Sobre el de s cubrimie nto de la ley de los tres estados y de
la clas ificación de las ciencias, véase sobre todo: He nr i Gou-
hier L a Jeunesse d ’A ugus te Com te et la form ation d u positi-
vlsm e, tomo III, Augus to Comte y Saint- Simon, París, Vrin,
1941, págs. 289- 291.
2 "Al estudiar el desarrollo total de la inte lige ncia humana
en sus diversas esferas de actividad, desde su prime r y más
s imple impuls o hasta nuestros dias, creo habe r des cubierto
una gran ley fundame ntal, a la cual está some tido por una
necesidad invariable , y que a mi juicio es pos ible demostrar
Dicho de otro modo, el modo de pe ns amie nto pos itivo se
irfipone antes en mate máticas , en fís ica, y en química que
e n biología. Por otra parte , es nor mal que el pos itivis mo apa­
rezca más tar díame nte en las dis ciplinas re lacionadas con los
temas más complejos . Cuanto más s imple la mate ria, más fá ­
c il es pensar pos itivame nte . Y aún hay ciertos fe nóme nos en
los que la obs ervación se impone por sí mis ma, de modo que ,
e n estos casos, la inte lige ncia ha sido inme diatame nte po­
s itiva.
La combinación de la ley de los tres estados y la clas ifi­
cación de las ciencias tie ne como fin demos trar que e l modo
de pe ns amie nto que ha tr iunfado en mate máticas , en astrono­
mía, en fís ica, en químic a y en biología debe impone rs e fi­
nalme nte en el ámbito político, y de s e mbocar en la cons titu­
ción de una ciencia pos itiva de la sociedad, que es la so­
ciología.

claramente , me diante las pruebas racionales aportadas por el


conocimie nto de nuestra or ganización, o me diante las ve rifi­
caciones históricas originadas en un examen ate nto de l pa­
sado. Esta ley consiste en que cada una de nuestras concep­
ciones principales , cada rama de nuestros conocimie ntos pasa
sucesivamente por tres estados teóricos dis tintos: El estado bio­
lógico o ficticio; el estado me tafis ico o abstracto; el estado
cie ntífico o positivo. En otros términos , por su propia na tu­
raleza el es píritu humano e mple a suce sivamente en cada una
de sus investigaciones tres métodos de filosofar, cuyo carácter
es e sencialmente dis tinto y aun radicalme nte opue s to: ante
todo, el método teológico, lue go el método me tafis ico y fina l­
me nte el método positivo. De ello se de s pre nde n tres clases
de filosofías, o de sistemas generales de concepciones del con­
junto de los fe nómenos que se excluyen mutuame nte : la pri­
mera es el punto de par tida necesario de la inte lige ncia h u­
mana, la tercera, su estado fijo y de finitivo, la se gunda des­
tinada únicame nte a servir como trans ición. . .
“En el estado pos itivo, el e s píritu humano, que reconoce la
impos ibilidad de alcanzar ideas absolutas, re nuncia a buscar
el origen y el des tino de l universo, y a conocer las causas ín­
timas de los fe nómenos, para consagrarse al de s cubrimie nto,
me diante el uso bie n combinado de l razonamie nto y la ob­
servación de sus leyes eficaces —es de cir de sus relaciones in ­
variable s de sucesión y s imilitud. La e xplicación de los he ­
chos, r e ducida entonces 4 sus términos reales, en ade lante ya
no es más que el vínculo e stable cido entre los diversos fe nó­
menos particulares y algunos hechos generales, cuyo núme r o
tie nde a dis minuir cada vez más a causa de los progresos de
la cie ncia” (Cours de philos ophie pos itiv e , tomo I, págs . 2- 3).
Pe ro su objeto no es únicame nte demos trar la ne ces idad de
crear la s ociología. A par tir de cierta cie ncia, la biología, se
opera una inve r s ión decisiva en e l campo de la me todología:
las cie ncias ya no son ciencias analíticas , s ino necesaria y
e s e ncialme nte ciencias sintéticas. Es ta inve r s ión apor tar á un
fundame nto a la concepción sociológica de la unida d his tórica.
En el le nguaje de Augus to Comte , estos dos términos — ana­
lít ic o y sintético— tie ne n múltiple s s ignificados . En este e je m­
plo preciso, las ciencias de la natur ale za inor gánica, fís ica y
química, son analíticas en el s e ntido de que establecen le ­
yes entre fe nóme nos ais lados , y que e stán ais lados necesaria
y le gítimame nte . En compe ns ación, en el campo de la biolo­
gía es impos ible e x plicar un órgano o una func ión si no se
considera la totalidad del ser vivo. Un hecho biológico dado
cobra s ignificado y h a lla e x plicación e n r e lación .con e l or­
ganis mo todo. Si se quis ie r a re cortar ar bitr ar ia y a r tific ia l­
me nte un e leme nto de un ser vivo, no se te ndría más que
mate ria mue rta. Como tal, la mate ria viva es global o total.
Es ta ide a de la primacía de l todo sobre e l e le me nto debe
trasponerse a la sociología. Es impos ible compre nde r e l es­
tado de un fe nóme no social par ticular si no se lo inte gra en
el todo social. No pode mos diluc id a r la s ituación de la r e li­
gión, o la forma precisa que adquie re el Es tado en una so­
ciedad par ticular , si no cons ide ramos a dicha socie dad en con­
junto. Pe ro esta pr io r idad de l todo sobre e l e le me nto no es
válida sólo para un mome nto ar ificialme nte de s pr e ndido de l
de ve nir his tórico. No es pos ible compre nde r e l estado de la
s ocie dad francesa a principios de l s iglo xix si no re inte gra­
mos este mome nto his tór ico e n la c ontinuida d de l de ve nir
francés. Ente nde mos la Re s tauración únicame nte me diante la
Re volución, y ésta por los siglos de régime n monár quico. La
de cade ncia de l e s píritu te ológico y m ilita r se e xplica únic a ­
me nte si ide ntificamos su orige n e n los siglos pasados. De l
mis mo modo que no pode mos compr e nde r u n e leme nto de l todo
social si no consideramos a esta mis ma totalidad, tampoco
compre ndemos un mome nto de la e volución his tór ica si no
conside ramos la tota lida d de la e volución his tórica.
Pero si continuamos de s ar rollando esta líne a de pe ns amie n­
to, tropezamos con una e vide nte dificultad.' Consiste en que ,
para compre nde r un mome nto de la e volución de la nación
francesa, será necesario referirse a la tota lida d de la his toria
de la especie humana. La lógica de l pr incipio de la pr io r ida d
de l todo sobre e l e leme nto des emboca e n la ide a de que la
his toria de la especie humana ocupa e l pr ime r lugar y es
e l ve rdadero obje to de la sociología.
Augus to Córate era u n hombre lógico, for mado en la dis ­
c ip lin a de la Es cue la Politécnica. Como ha bía for mula do la
pr io r ida d de la s íntesis sobre e l anális is , de bía lle gar a la
conclus ión de que la cie ncia social que que r ía funda r te nia
como obje to la his tor ia de la especie huma na ; y a tr ibuía ca­
rácte r unita r io a esta his tor ia, actitud a su juic io indis pe ns a­
ble par a compr e nde r las funcione s particular e s de l todo so­
cial, .o un mome nto dado de l de venir.
E n el Cours de philos o phie pos itiv e aparece la cie ncia nue ­
va, la sociología, que como reconoce la pr ior idad de l todo so­
bre e l e leme nto y de la síntesis sobre e l anális is , tie ne como
obje to la his tor ia de la especie humana.
Ve mos a quí la infe r ior idad o la s upe rioridad — a mi juicio,
la infe r ior idad— de Augus to Comte comparado con Monte s ­
quie u. Mie ntr as Monte s quie u parte de l hecho, que es la d i­
ve rs idad, Augus to Comte , con esa inte mpe r ancia lógica que es
caracterís tica de los grande s hombre s y de algunos menos
grandes, parte de la u n id a d de la especie huma na y afir ma
que la his tor ia de la especie huma na es e l obje to de l e s tudio
sociológico.
Convie ne agre gar que Augus to Comte , e nte ndie ndo que la
sociología es una cie ncia al modo de las ciencias ante riores,
no vacila en re tomar la fór m ula que ya ha bía utiliza d o en los
Opus cule s : As í como no hay libe r tad de concie ncia en ma ­
te máticas o en as tr onomía, tampoco pue de habe r la en el cam­
po sociológico. Como los s abios impone n su ve re dicto a los
ignorante s y a los aficionados e n mate máticas y en astro­
nomía, lógicame nte de be n impone r de l mis mo modo su ve­
re dicto e n e l ámbito de la s ociología y la polític a. Es to ú l­
timo pres upone e vide nte me nte que la s ociología pue da de ­
te r minar s imultáne ame nte lo que es, lo que será y lo que de­
be ser. La s ociología s intética de Augus to Comte sugiere, por
otra parte , una compe te ncia de este orde n. Cie ncia de l todo
his tór ica, de te rmina en efecto no s ólo lo que h a s ido y lo
que es, s ino lo que será, e n el s e ntido de la ne ce s idad de l
de te rminis mo. Lo que será se e ncue ntra jus tificado e n cuanto
se ajus ta a lo que los filós ofos de l pas ado ha br ía n de nomi­
nado la naturale za huma na , y a lo que Augus to Comte de no­
mina s imple me nte la r e alización de l orden humano y social.
En la tercera e tapa de su pe ns amie nto, vie ne a jus t ific ar esta
unid a d de la his tor ia h um a na como una te oría que se ocupa
s imultáne ame nte de la natur ale za huma na y de la natur ale za
social.
E l Sy stém e de p o litiq u e pos itiv e es pos te rior a la aventura
de su autor con Clotilde de Vaux . E l es tilo y el le nguaje se
ha n trans formado un tanto con respecto al Cours de philo-
s cphie pos itiv e . De todos modos, pue de afir mars e que e l Sys-
tém e de p o litiq ue pos itiv e corresponde a una te nde ncia de l
pe ns amie nto comtis ta que ya es vis ible e n la prime r a y sobre
todo en la s egunda e tapa.
En efecto, si, como yo creo, pue de explicarse el itine r ar io
de Augus to Comte por la voluntad de jus t ific ar la ide a de la
unida d de la his toria humana, es nor mal que en su últ im o
lib r o haya aportado un fundame nto filos ófico a este concep­
to. Para que la his toria huma na sea una, es necesario que
en el curso de todas las sociedades y de todas las épocas, el
hombre tenga cierta natur ale za re conocible y de finible . E n
segundo lugar , es necesario que toda socie dad im plique un
orde n e se ncial, que pue da ser re conocido e n la dive r s idad de
las organizacione s sociales. Finalme nte , es ne ce sario que esta
natur ale za huma na y esta natur ale za s ocial sean tales que las
fundame ntale s características de l de ve nir his tórico pue dan de ­
ducirse de e llas. Ahora bie n, a mi juic io es pos ible e xplicar
lo e sencial de l Sy stém e de p o litiq ue pos itiv e me diante estas
tres ideas.
La te oría de la natur ale za huma na está in c luid a en lo que
Augus to Comte de nomina e l cuadro cerebral, el conjunto de
concepciones re lacionadas con las localizacione s cerebrales. Pe ­
ro, a l marge n de tal o cual rare za, ese marco ce re bral e qui­
vale a de te rminar las dife re nte s actividade s características de l
hombre en tanto que hombre . E l orden s ocial fundame ntal que
pode mos reconocer en la dive r s idad de las ins titucione s apa­
rece des crito y a na lizado en e l tomo II, cuyo obje to es la
Es tátic a s ocial. Finalme nte , el cuadro ce rebral y la e stática
social son el fundame nto de l tomo III, de l Sy stém e de p o liti­
que pos itiv e , consagrado a la dinámic a . La his tor ia e nte ra tie n­
de a la r e alización de l orden fundame nta l de toda s ocie dad,
a na lizad o en el tomo II, y a la r e alización de lo que es más
e levado en la natur ale za huma na , des crito en e l cuadro ce­
re bral de l tomo I.

Por 1o tanto, e l punto de par tida de l pe ns amie nto de Au ­


gusto Comte es una r e fle xión acerca de la contradicción in ­
terna de la s ocie dad de su tie mpo, entre el tipo te ológico y
m ilita r y e l tipo cie ntífico e indus tr ial. Como caracte riza a
este mome nto his tór ico la ge ne r alización de l pe ns amie nto
cie ntífico y de la actividad indus tr ial,, el único modo de po­
ner fin a la crisis es ace le rar e l de venir, creando el sis tema
de ideas cie ntíficas , que pr e s idirá e l or de n social, de l mis mo
modo que e l sis tema de ide as teológicas ha pre s idido el or­
de n social de l pasado.
De aquí Comte pasa al Cours de philos ophie pos itiv e , es de­
cir la síntesis de l conjunto de la obra cie ntífica de la hu­
manidad , par a de ducir los métodos aplicados en las diversas
dis ciplinas y los re sultados esenciales obte nidos en cada una
de e llas . Es ta síntesis de los métodos y de los re s ultados de ­
be ser la base de la cre ación de la cie ncia que a ún falta, la
s ociología.
Pe ro la sociología que Comte quie re crear no es la dis ci­
p lin a prude nte, modesta, ana lít ic a de Monte s quie u que pro­
cur a multiplic a r las e xplicacione s para aclarar la e xtrema
dive r s idad de las ins titucione s humanas . Su func ión es re­
solver la crisis de l mundo mode rno — es decir, s uminis tr ar e l
s is tema de ide as cie ntíficas que pr e s idirá la re organización
s ocial.
Ahor a bie n, para que una cie ncia pue da c umplir ese pa­
pe l, es necesario que aporte re s ultados indudable s y ve rdade s
tan ciertas como las mate máticas y la as tronomía. T ambién
es necesario que la natur ale za de esas ve rdades sea de cierto
tipo. La s ociología analítica de Monte s quie u sugiere, aquí o
a llá, tal y cual re for ma; ofrece consejos al le gis lador. Pe ro,
como parte de la ide a de que las ins titucione s de una socie­
da d dada e s tán condicionadas con una m ultip lic id a d de fac­
tores, no pe rmite imag inar una r e a lida d ins titucional funcio­
nalme nte dis tinta de la que existe. Por su parte , Augus to Com­
te quie re ser s imultáne ame nte s abio y re formador. Por con­
siguiente , ¿c uál es la ciencia que s imultáne ame nte pue de ofre­
cer afir macione s ciertas y tener carácter impe r ativo para un
re for mador? Sin duda, de be tratarse de una ciencia s intética
como la que concibe Augus to Comte , una ciencia que parta
de las leyes más generales, las leyes fundame ntale s de la
e volución humana, y des cubra un de te r minis mo global que ,
e n cierto modo, los hombre s podr ían utilizar . De acue rdo con
la e xpres ión pos itivis ta, se trataría de una “ fa t a lid a d modi-
fica ble ” .
La sociología de Augus to Comte comienza con lo que es más
interesante saber. En cuanto a los de talles , los de ja a los
his toriadore s — es decir, de acuerdo con nuestro autor, a esos
oscuros buscadores a tientas , pe rdidos en una e r udición me ­
diocre. des preciados por el individuo que . de una oje ada, ha
pe r cibido la ley más ge ne ral del deve nir.
Monte s quie u y T ocque ville concede n cierta pr imacía a la
política o a la for ma de l estado, Mar x a la or ganización eco­
nómica. La doctrina de Augus to Comte se bas a en la ide a
de que toda s ociedad se mantie ne me diante e l acuerdo de los
e spíritus. 3 Hay sociedad únir ame nte en la me dida e n que
sus mie mbr os tienen las . mis mas creencias. Es el modo de
pensar que caracteriza las dife re nte s etapas de la huma nidad,
y la etapa actual y fin a l estará s e ñalada por la ge ne ralización
tr iunfa l de l pens amie nto pos itivo.
Después de lle var has ta sus últ im a s consecuencias la con­
ce pción de una his tor ia huma na únic a, Augus to Comte se ve
impuls ado ine vitable me nte a fund ar esta unida d, y no pue de
hace rlo en términos filos óficos , si no se re fiere a una concep­
ción de la natur ale za humana constante y de l orde n social
fundame ntal que también es constante.
Por consiguiente, la filos ofía de Augus to Comte s upone tres
grandes temas.
E l prime ro, es que la sociedad indus tr ial — la socie dad de
Eur opa occide ntal— tie ne carácter e je mplar, y se convertirá
e n la socie dad de la huma nida d toda. No se ha de mos trado
que Augus to Comte se equivocase cuando creyó que ciertos
aspectos de la s ociedad indus tr ial de Eur opa te nían vocación
unive rs al. La or ganización cie ntífica de l trabajo, característica
de la s ocie dad europea, es a tal punto más e ficaz que todas
las restantes organizacione s, que desde el mome nto en que
un pue blo des cubrió su secreto, todos los sectores de la huma ­
nidad deben conocerlo, pue s es la condición de la pros pe ri­
da d y el poder.
E l segundo es la doble unive r s alidad de l pe ns amie nto cie n­
tífico. E l pe ns amie nto pos itivo en mate máticas , en física o en
biología tiene vocación unive rs al, en e l s e ntido de que todos

8 Comte escribe: “Las ideas gobie rnan y trastornan al m un­


do, o en otros términos, todo el me canis mo social reposa en
de finitiva sobre opinione s . . . La gr an crisis política y moral
de las sociedades actuales se or iginan, en último análisis, en la
anarquía inte lectual. Nuestro ma i más grave consiste, e n efec­
to, en esta profunda divergencia que existe ahora entre todos
los espíritus con respecto a todas las máximas fundame ntale s
cuya fije za es la prime ra condición de un verdadero or de n
social. M ¡entras las intelige ncias individuale s no hayan adhe ­
rido, a causa de un s entimie nto unánime , a cierto núme r o de
ide as generales capaces de cons tituir una doctrina social co­
mún, no es pos ible ignorar que el estado de las naciones con­
tinuar á siendo, de modo inexorable, es encialmente re volucio­
nario, a pesar de todos los paliativos políticos que podr án
adaptars e, y de' Ije cho sólo implicar á instituciones provisorias”
( Cours de philos ophie pos iliv e , tomo I, pág. 2 6 ).
los sectores de la e specie huma na adoptan este modo de pe n­
s amie nto, una vez que advir tie r on los éxitos que é l pe r mite
obte ne r. En este punto Augus to Comte te nía r azón, y la cie n­
cia occide ntal se h a conve rtido hoy e n la cie ncia de toda la
huma nida d, trátese de las mate máticas , de la as tr onomía, la
fís ica, la química, y aún en muy cons ide rable me dida, la
biología. Pe ro la unive r s alidad de la cie ncia tie ne otro sen­
tido. Desde e l mome nto en que se pie ns a pos itivame nte en
cuestiones de as tr onomía o de fís ica, no es pos ible pe ns ar de
otro modo en política o e n r e ligión. E l método pos itivo, que
tie ne éxito en las ciencias de la natur ale za inor gánica, debe
extenderse a todos los aspectos de l pe ns amiento. Ahor a bie n,
esta ge ne ralización de l método pos itivo cie rtame nte no es e vi­
dente. ¿Es tamos obligados a r e pr oducir e l método de las ma ­
temáticas o de la fís ica e n s ociología, en mor al o en p o lí­
tica? Pe ro en todo caso, a ún se trata de un punto dis cutido.
E l tercer te ma fundame ntal de Augus to Comte es e l que
expone en e l S y stém e de p o litiq ue pos itiv e . Si la natur ale za
humana es fundame ntalme nte la mis ma, s i e l orde n s ocial es
e s e ncialme nte e l mis mo, ¿cómo pode mos, e n últ im o anális is ,
jus tificar la dive r s idad?
E n otros términos , la conce pción de Augus to Comte acerca
de la u nid a d huma na adopta tres formas , en los tres mome n­
tos principale s de su carrera:
La s ocie dad que comienza a de s arrollars e en Occide nte e»
e je mplar ; toda la huma nida d avanzará por e l camino que s i­
gue la vanguar dia occide ntal.
La his tor ia de la huma nid a d es la his tor ia de l e s píritu en
tanto que de ve nir de l pe ns amie nto pos itivo, o aun e l apr e n­
dizaje de l pos itivis mo por toda la huma nida d.
'La his tor ia de la huma nida d es e l de s arrollo y e l flor e ­
cimie nto de la natur ale za huma na .
Estos tres temas, de ning ún modo contradictorios , aparecen
e n cierto s e ntido en cada uno de Jos mome ntos de la carrera
de Augus to Comte, pe ro se de s tacan de modo de s igual. Re pre ­
s entan tres inte rpre tacione s pos ible s de l te ma de la unid a d
huma na .

S OCIE DAD IN DU S T RIAL

Las ide as fundame ntale s de Augus to Comte dur ante sus años
de juve ntud no son personales. E l clima de la época le in ­
fu n d ió la convicción de que e l pe ns amie nto te ológico perte-
ne cia al pas ado; que Dios ha bía mue rto, para e mple ar la fór ­
mula de Nietzsche; que en ade lante e l pe ns amie nto cie nt ífi­
co regia la inte lige ncia de los hombre s mode rnos ; que con
la teología, la es tructura fe udal o la or ganización mo nár qui­
ca se apres taba a desaparecer; que los sabios y los indus tr ia­
les s e rían el factor dominante de la s ocie dad contemporáne a.
Todos estos temas carecen de or ig inalidad, pero lo que im ­
porta comprender, es cómo e lige Augus to Comte entre las
ide as corrientes para de finir su propia inte r pr e tación de la
s ocie dad contemporáne a.
E l hecho nue vo que impr e s iona a todos los observadores de
la socie dad a principios de l siglo xix es la indus tr ia. Todos
e ntie nde n que algo or iginal con respecto al pas ado está por
nacer. Pero, ¿en qué consiste esta or iginalidad de la indus ­
tria mode rna?
Me parece que los rasgos característicos de la indus tr ia, se­
g ún los observan los hombre s de principios de l siglo xix, son
los seis s iguientes:
l 9) La indus tria se bas a en la or ganización cie ntífica de l
trabajo. En lugar de la or ganización con arreglo a la costum­
bre, la producción se or ie nta hacia el r e ndimie nto máx imo.
2°) Gracias a la aplicación de la ciencia a la or ganización
de l trabajo, la huma nida d de s arrolla prodigios ame nte sus re­
cursos.
3?) La producción indus tr ial implica conce ntración de obre­
ros en las fábricas y los arrabales , aparece un fe nóme no so­
cia l nuevo: la existencia de las mas as obreras.
4o) Estas concentraciones obreras en e l lugar de tr abajo de ­
te rminan una opos ición, latente o fr anca, entre los e mpleados
y los e mpleadores, entre los proletarios y los empresarios o
capitalis tas .
59) Si gracias al carácter cie ntífico de l tr abajo la rique za
aume nta inces antemente , también se multiplic a n las crisis de
s upe rproducción, cuya consecuencia es crear la pobre za en
me dio de la abundancia. Para e fú n d a lo de la inte lige ncia,
mie ntras millone s de hombre s s ufren pobre za no es pos ible
vende r muchas me rcancías.
6 ') E l sis tema e conómico vinculado por la or ganización
indus tr ia l y cie ntífifti de l tr abajo se caracteriza por la libe r ­
tad de comercio y por la bús que da de be ne ficios re alizada por
empresarios y comerciantes . Algunos teóricos extrae n de este
he cho la conclus ión de que para promove r e l de s arrollo de
las rique zas es condición e s e ncial pre cis ame nte la bús que da
de la ganancia y la compe te ncia, y que cuanto me nos se me z­
cle el estado en los as untos económicos, más r ápidame nte au­
me ntar á la pr oducción y las rique zas .

Las inte rpre tacione s difie r e n según la impor tancia a tr ib ui­


da a cada uno de estos caracteres. Par a- Augus to Comte los
tres prime ros son decisivos. De fine a la indus tr ia la or gani­
zación cie ntífica de l trabajo, de donde re s ulta e l aume nto
constante de las rique zas y la conce ntración de los obreros
en las fábr icas ; por lo de más , esta últ im a es la contrapar te
de la conce ntración de los capitale s o los me dios de produc­
ción en u n re ducido núme r o de manos .
La cuarta característica, la opos ición entre los obreros y
los empresarios, es s e cundaria a juic io de Co m te .4 Es re s ul­
tado de una m a la or ganización de la s ocie dad indus t r ial y
pue de corregírsela me diante re formas. As imis mo, a sus ojos
las crisis son fe nóme nos epis ódicos y s upe rficiale s . E n cuan­
to al libe r alis mo, no cree que corre s ponda a la esencia de la
s ocie dad nue va, y le atr ibuye el carácte r de e le me nto pato­
lógico, de un mome nto de crisis en e l de s ar rollo de una or­
ganización que poseerá una e s t abilidad dis tinta de la que se
funda e n e l libr e jue go de la compe te ncia.

4 Sin embargo, Augus to Comte no de ja de adve rtir la im ­


portancia de l proble ma. “La vida indus tr ial crea clases im ­
perfe ctame nte vinculadas entre sí, por que falta un impuls o
que posea ge ne ralidad s uficie nte \ para coor dinarlo todo sin
pe rturbar nada, y esto constituye e l proble ma pr inc ipal de la
civilización mode rna. No pode mos obte ne r la ve rdade ra s olu­
ción si no nos basamos en la cohe s ión cívica” ( Systéme de
politique pos itiv e , tomo III, pág. 3 6 4). “De s de la abolición
de la s e rvidumbre pers onal, y al marge n de toda de clamación
anárquica, las masas prole tarias a ún no se ha n incorporado
verdade rame nte al sistema social; el pode r de l capital, ante
todo me dio natural de e mancipación y lue go de inde pe nde n­
cia, se ha conve rtido ahora e n cosa e xorbitante en las activi­
dade s cotidianas ; aunque necesariamente de be ejercer cierta
justa pre ponde rancia, a causa de una ge ne ralidad y una res­
pons abilidad superiores, de acue rdo con la sana te oría jerár­
quica” ( Cours de philos ophie pos itiv e , tomo IV, pág . 51 2).
“ El desorden pr inc ipal influye hoy sobre la existencia mate ­
r ial, en la cual los dos elementos necesarios de la fue rza d i­
rige nte —es decir, e] njíme r o y . ia riqueza- r vive n en un es­
tado de mutua hos tilidad cada ve z más ace ntuada, que de be
serles igualme nte re prochado” ( Sy stém e de p o litique pos itiv e ,
tomo II, pág. 39 1).
Naturalme nte , en o pin ión de los s ocialis tas los caracteres
decisivos son el cuarto y el quinto. E l pe ns amie nto socialis ta,
como e l de los economistas pe s imis tas de la pr ime r a mitad de l
s iglo xix, se de s arrolla a par tir de la comprobación de l con­
flic to entre prole tarios y capitalis tas , y de la fre cue ncia de
las crisis consideradas como consecuencia ine vitable de la
a na r quía capitalis ta. Marx e difica su te oría de l capitalis mo y
su inte r pr e tación his tór ica a par tir de estos dos caracteres.
En cuanto a l sexto carácter, la libe r tad de comercio, es el
que los teóricos libe r ale s des tacan, y e l que a juic io de estos
pensadores representa la causa de cis iva de l progreso econó­
mico.
A principios de l s iglo xix, todos comprobaban e l proceso
s imultáne o de aume nto de las rique zas , de aplicación de la
cie ncia a la indus tr ia y de la influe ncia de un régime n li­
be r al de comercio. Las inte rpre tacione s var iaban de acuer­
do con la r e s pons abilidad atr ibuida a cada uno de estos dos
últimos fe nóme nos en e l de s arrollo de l prime ro.
Augus to Comte de fine su pr o pia te oría de la socie dad in ­
dus tr ia l con las críticas que for mula a los e conomistas lib e ­
rale s y a los socialistas . Ofrece una ve rs ión de la s ocie dad
indus tr ia l que no es libe r al ni s ocialis ta, pero que podr ía
de finirs e como la te oría de la organización, si no se hubie s e
utiliza do esta pa la br a en la traducción france sa de l lib r o de
Bum ha m , T he M anag c rial Ré v olutio n, 5 pue s los organizado­
res de Augus to Comte son bas tante dis tintos de los or gani­
zadores o “ adminis tradore s ” de Bumha m.
Augus to Comte acusa de me tafísicos a los economistas li­
berales que se inte re s an en la natur ale za de l valor y se es­
fue r zan por de te rminar en abs tracto e l func ionamie nto de l
s is tema. E n su opinión, e l pe ns amie nto me tafís ico es pe ns a­
mie nto abstracto, pe ns amie nto por conceptos, y ésa es la ca­
racterís tica, a su ente nde r, de l pe ns amie nto de los economis­
tas de su época. *

5 James Bumha m, T he Manage rial Rév olution, Nue va York,


1941, traducido al francés: L ’Ére des organis ateurs, París, Cal-
mann- Lévy, 1947, pre facio de Le ón Blum.
6 E l examen de la naturaleza y el objeto de la e conomía po­
lític a por Augus to Comte aparece en la cuadragés ima s éptima
lección de l Cours de philos ophie pos itiv e (t omo IV, págs . 138
y s igts .). Augus to Comte había conocido y e s tudiado la eco­
nomía política de su tie mpo —es decir, la e conomía clás ica y
libe r al— cuando era secretario de Saint- Simon, y de sus crí­
ticas excluye “.el caso e mine nteme nte excepcional de l ilus tre
y juicioso filósofo Ada m Smith”. Su polémica está orie ntada
Por otra parte , estos me tafísicos cometen e l error de con­
s iderar los fe nóme nos económicos s e parándolos de l todo so­
cial. La e conomía política comienza s e parando de modo ile ­
gítimo a un sector de l resto, sie ndo así que no es pos ible com­
pre nde r riguros ame nte a qué l s ino e n e l marco de este últim o.
Estas dos críticas fue r on re pe tidas por la mayor ía de los
s ociólogos franceses de la escuela de Dur khe im, y han deter­
minado la actitud de s e mihos tilidad de los llamados soció­
logos hacia los llamados economistas, por lo me nos en las
unive rs idade s francesas.
Finalme nte , Augus to Comte re procha a los libe r ale s que so­
bre e s timan la e ficacia de los me canis mos comerciales o de
compe te ncia en la cre ación de rique za.
Sin embargo, los economistas tie ne n el mér ito de afir ma r

sobre todo contra los sucesores de Smith: “Si nuestros eco­


nomistas son, en r e alidad, los sucesores científicos de Adam
Smith, que nos demue s tre n en qué han pe rfe ccionado y com­
ple tado e ficazmente la doctrina de este maestro inmortal, qué
des cubrimie ntos re almente nuevos agre garon a sus belices re­
señas iniciales, que por el contrario están des figuradas esencial­
me nte por un vano y pue r il de s plie gue de formas científicas.
Cuando consideramos, con mir ada imparcial, las estériles dis ­
putas que los divide n acerca de los conceptos más elementales
de l o d o r, la utilid ad , la producción, e tc., ¿no creeríamos asis­
tir a los más extraños debates de los escolásticos de la Ed a d
Me dia acerca de los atributos fundame ntale s de sus e ntida­
des metafísicas puras, cuyo carácter se manifie s ta cada vez más
e n las concepciones e conómicas, a me dida que se dogmatizan
y s utilizan más y más ?” (Ib id , pág. 141). Pero el reproche
fundame ntal de Comte a los econmistas es que éstos quie re n
crear una ciencia autónoma, “aislada con respecto al conjun­
to de la filos ofía social” . . . “Pues por la naturaleza del as un­
to, en los estudios sociales, como e n todos los que se relacio­
nan con los cuerpos vivos, los diversos aspectos generales se
mues tran como re s ultado de una inexorable nece sidad, m u ­
tuame nte solidarios y racionalme nte inseparables, al extremo
de que no es pos ible dilucidarlos ade cuadame nte a unos me ­
diante o t r o s .. . Por lo tanto, cuando se abandona el mundo
de las e ntidades para abor dar las especulaciones reales, es in ­
duda ble que el análisis e conómico o indus tr ial de la s ocie dad
no podr ía aplicarse pos itivame nte , hacie ndo abs tracción de su
anális is inte le ctual, moral y político, sea a l pas ado o aún al
presente: de modo que , re cíprocamente , esta se paración irracio­
na l suminis tra un síntoma irrecus able de la naturaleza esen­
cialme nte me tafís ica de las doctrinas que la toman como base”
(lb id , pág. 142).
que a la lar ga los intereses privados ar monizan. Si la opos i­
ción esencial entre los libe r ale s y los s ocialistas proviene de
que los primeros creen en el acue rdo fina l de los intereses y
los segundos en el carácter funda me ntal de la lucha de cla­
ses, en este punto esencial Augus to Comte está de l lado de
los libe rale s . No creen que haya una e s e ncial opos ición de
intereses entre proletarios y capitalis tas . Pue de habe r, te m­
poraria y se cundariame nte , r ivalidade s de te rminadas por el
re parto de las riquezas. Pero, seme jante en esto a los econo­
mistas libe rale s , Augus to Comte cree que. por de finición, el
de s arrollo de la producción se ajus ta a los intereses gene ra­
les. La ley de la socie dad indus tr ial es el de s arrollo de la
rique za, que pos tula o implica la ar monía fin a l de intereses.
Con respecto a los economistas, para quie ne s la libe r tad y
la competencia son las causas esenciales de l des arrollo, el
fundador del pos itivis mo pertene ce a la escuela de los que
yo de nominar ía los organizadore s politécnicos .
Dos e conomistas son hoy los representantes de las dos ten­
de ncias de l e s píritu politécnico. Maur ice Aliáis encarna una
prime ra tende ncia, que cree en la impor tancia decisiva de los
me canis mos competitivos de re gulación e conómica. 7 Otr o po­
litécnico. Alfr e d Sauvy. mucho me nos aficionado a los meca­
nismos de l me rcado que Maur ice Aliáis o que Jacque s Rue ff.
representa una tendencia muy dis tinta, que cree en la e fi­
cacia pre dominante de la or ga niza c ión.8 Podemos conside­
rar a Augus to Comte el mode lo de la escuela organizadora.
Es te politécnico organizador es hos til al s ocialismo, o más
exactamente a los que él de nomina comunis tas — es decir, los
doctrinarios o los teóricos de su tie mpo, hostiles a su vez a la

7 Maur ice Aliáis , profesor de e conomía de la Es cue la de Mi­


nas, es sobre todo autor de Économ ie et intérét, París, Impri-
merie Nationale, 1947, 2 volúme ne s; T raité d ’économ ie puré.
París, Imprime r ie Nationale, 1952; Économ ie puré e t re ndem e nt
social, París, Sirey, 1945: V Euro pe unie route de la prospé-
rite , París, Calmann- Lévv, 196(0, Le T iers Monde au carre four,
Bruselas, Les Cahie rs africains , 2 volúmenes, 1963.
8 Alfre d Sauvy, profesor de l Cole gio de Francia, es autor,
entre otras obras, de : T héorie generóle de la population, Pa­
rís, P. U. F., tomo I, 1963, tomo II, 1959; La Xature sociale,
París, Armand Colín. 1957; De M althus á Mao T sé- tung, Pa­
rís, De noél, 1958; L a Montée des je une s, París, Calmann- Lé-
vy, 1953; Le Plan S auv y , París, Calmann- Lévy, 1960; Mytho-
logie s de notre tem ps, París, Payot, 1965; His toire économi-
que de la France entre les deux guerres, tomo I, De l’arm is tice
u la dcv altuition de la liv re , París, Fayard, 1965.
pr opie dad privada. Es un or ganizador que cree en las vir tu­
des, no tanto de la compe te ncia, como de la pr opie dad pr i­
vada; y que cree aún, lo que es más extraño, e n las virtude s
de la pr opie da d privada de las rique zas concentradas.
En efecto, Augus to Comte jus tifica la conce ntración de ca­
pitale s y de me dios de producción, y no le parece que se
contradiga con la propie dad privada. Afir m a que , ante todo,
es ine vitable ; es decir, que de acue rdo con este optimis mo
provide ncial tan característico de la filos ofía de la his toria,
es igualme nte bie nhe chora. Se ajus ta a la te nde ncia fund a ­
me ntal obs ervada en el curso de la his toria huma na . La civi­
lización mate r ial pue de crecer únicame nte si cada ge neración
produce más de lo que e lla mis ma necesita para vivir, y por
lo tanto trans mite a la ge ne ración s iguie nte un catidal de r i­
que zas mayor que el que e lla r e cibió. La capita lización de
los me dios de producción es caracte rística de l de s ar rollo de
la civilización mate r ial, y de te rmina la conce ntración.
Augus to Comte no se mue s tra s e ns ible a l argume nto que
afir ma que la impor tancia de los capitale s concentrados de­
be r ía de te rminar el carácte r público de la propie dad. De la
conce ntración de los me dios de producción no deduce una
nac ionalización ine vitable . Por e l contrario, se mue s tra bas ­
tante indife r e nte a la opos ición entre propie dad pr ivada y
pr opie dad públic a, por que cree que la autor idad, sea ésta
e conómica o política, s ie mpre es pe rs onal. E n toda socie dad,
un r e ducido núme r o de hombre s manda. Uno de los motivos,
consciente o inconscie nte , de la r e ivindicación de la propie ­
da d pública es la creencia, bie n o ma l fundada , e n el sen­
tido de que la s us titución de un régime n de pr opie dad por
otro modificar ía la estructura de la aut or ida d s ocial. En este
punto Augus to Comte se mue s tra escéptico. Los ricos sie mpre
de te ntan la parte de pode r que no pue de de jar de acompañar
a la fortuna», y que es ine vitable e n todo orden social. Por
doquie r hay hombre s que ma nda n; y es conve niente que los
hombre s que poseen estos capitale s concentrados sean los mis ­
mos que ejercen la autor idad e conómica y s ocial indis pe n­
s able.
Pe ro debe despojarse a esta propie dad pe rs onal de su ca­
rácte r ar bitrar iame nte pe rs onal, pue s los llamados patricios ,
los jefes temporales, los indus triale s , los banque ros , de be n
concebir su pape l como una func ión social. La propie dad pr i­
vada es necesaria, ine vitable e indis pe ns able ; pero pue de to­
lerárs e la únicame nte cuando se la concibe, ya no como e l de ­
re cho de us ar y abus ar, s ino como e l eje rcicio de una fu n­
ción colectiva, a cargo de los hombres de s ignados por la suer­
te y e l mérito. 9

9 Asi, Comte escribe: “De s pués de habe r explicado las leyes


naturales que , en el sistema de la s ociabilidad mode rna, de be n
de te rminar la indis pe ns able conce ntración de las rique zas en
los jefes industriales, la filos ofía pos itiva har á compre nde r que
poco importa a los intereses populare s e n qué manos se e n­
cue ntr an actualme nte los capitales, sie mpre que su e mpleo nor­
ma l sea necesariamente útil para la masa social. Ahora • bie n,
esta condición esencial de pe nde mucho más , por su naturale ­
za, de los me dios morales que de las me didas políticas . Los
conceptos estrechos y las pasiones odiosas desearían ins tituir
le galmente, contra la acumulación espontáne a de los capita­
les, laboriosos obstáculos, a riesgo de paralizar dire ctame nte
toda verdadera actividad social; pe ro es evide nte que esos pro­
cedimie ntos tiránicos te ndr ían eficacia re al mucho me nor que
la re probación universal, aplicada por la moral positiva a to­
do e mple o excesivamente egoísta de las rique zas privadas;
re probación tanto más irresistible cuanto que los mismos que
de be rían s ufrirla no estarían e n condicione s de recusar el
pr incipio, inculcado a todos por la e ducación fundame ntal
común, como lo demostró el catolicis mo en la época de su pre­
ponde rancia ( . . . ) Pero, al señalar el pue blo la naturaleza
e sencialmente moral de sus reclamos más graves, la mis ma
filos ofía hará sentir necesariamente también a las clases s u­
periores el peso de un juicio tal, imponiéndole s con energía,
e n nombre de principios que ya no es pos ible rechazar fr an­
came nte , las grandes obligaciones morales inherentes a su
pos ición; de modo que , por e jemplo, e n el as unto de la
propie dad, los ricos se considerarán moralme nte como los de po­
sitarios necesarios de los capitales públicos , cuya utilización
efectiva, sin pode r acarrear jamás ninguna re s pons abilidad
política, salvo en algunos casos excepcionales de abe rración
extrema, no por e llo estará menos sujeta a una escrupulosa
dis cus ión moral, ine vitable me nte accesible a todos en las
condiciones apropiadas , y cuya autor idad e s piritual será ulte ­
riorme nte el órgano normal. De acue rdo con un estudio pro­
fundo de la evolución mode rna, la filos ofía pos itiva mostrará
que , desde la abolición de la s e rvidumbre personal, y al marge n
de toda de clamación anárquica, las masas proletarias»aún no es­
tán verdaderamente incorporadas al sistema social; que el po ­
de r del capital, prime ro me dio natural de e mancipación y lue ­
go de inde pe nde ncia, ahora ha lle gado a ser exorbitante e n las
actividade s cotidianas ; aunque me rezca cierta justa pre ponde ­
rancia que debe ejercer necesariamente, a causa de una gene­
r alidad y de una re s pons abilidad superiores, de acuerdo con
la sana teoría je rárquica. E n una palabr a, esta filos ofía har á
compr e nde r que las relaciones indus triales , opresor, debe sis­
tematizarse con arreglo a las leyes morales 8 e la armonía uni-
Por lo tanto, Augus to Comte adopta una posición interina
d ia entre el libe r alis mo y e l s ocialis mo. No es un doctrina»
r io de la propie dad privada, conce bida al modo de l de re cho
romano. No es r e for mador or ie ntado hacia la s ocialización de
los me dios de producción. Es un or ganizador que quie re man*
te ne r la propie dad pr ivada y al mis mo tie mpo trans formar b u
s ignificado, r e mitié ndola al e je rcicio de una func ión social a
cargo de algunos individuos . Es ta conce pción no está le jos de
cie rtas doctrinas de l catolicis mo s ocial.

Más a llá de esta te oría de la pr opie dad privada, Augus to


Comte agrega otra ide a que adquie r e impor tancia sobre todo
e n sus últimos libros , e l Sy stém e de p o litiq ue pos itiv e , la ide a
de l carácter s e cundario de la je r ar quía te mporal.
E l doctrinar io de l pos itivis mo se sie nte tanto más inclina»
do a ace ptar la conce ntración de las rique zas y la autor idad
de los indus triale s cuanto que la exis tencia de los hombre s
no está de finid a exclus ivamente por e l lug ar que ocupan e n
la je r ar quía económica y s ocial. Fue ra de l orde n te mporal que
impone la le y de l poder, hay un or de n e s pir itual, que es e l
de los méritos morale s . E l obrero que se e ncue ntra en la ba ­
se de la je r a r quía te mporal pue de ocupar un r ango s upe rior
e n la je r ar quía e s pir itual si sus méritos y su de voción a la
cole ctividad son mayores que esas mis mas cualidade s en sus
je fe s jerárquicos .
Este orde n e s pir itual no es un or de n trascendente, como e l
que pudo conce bir la r e lig ión cris tiana. No es el orde n de la
vida eterna. Es un orde n terreno, pero que re e mplaza la je ­
r ar quía te mpor al de l pode r y la r ique za con un orden es­
pir itua l de los méritos morale s . E l obje tivo s upre mo de cada
uno debe ser ocupar e l pr ime r lugar , no en el orden de l po ­
der, sino en e l orde n de los méritos .
Augus to Comte lim ita sus ambicione s de re for ma e conómi­
ca porque la socie dad indus tr ial pue de e xis tir de mane r a es­
table únicame nte si está r e gulada, mode rada y trans figur ada
por un pode r e s pir itual. Y en la me dida en que su inte nción
re for madora se centra en la cre ación de l pode r e s pir itual pue ­
de afir mars e de é l que como re for mador de la e conomía ocu­
pa una pos ición mode r ada.

versal” (Cours de philos ophie pos itiv e , tomo VI, pig s . 357-
35 8).
Es ta inte r pr e tación de la s ocie dad indus tr ial ha re presen­
tado un pape l casi nulo en el de s arrollo de las doctrinas eco­
nómicas y sociales, por lo me nos e n Eur opa. La concepción
comtis ta de la s ocie dad indus tr ial ha conservado cierto ca­
rácte r de cur ios idad, a l marge n de la r iva lid a d de las doc­
trinas . Ninguno de los partidos políticos , ni los de derecha
n i los de izquie r da, la ace ptó re alme nte , a l marge n de cier­
tas individualida de s — de las que algunas , por otra parte , pro­
ve nían de la extrema derecha y otras de la izquie r da.
Sin embargo, entre los autore s franceses de este siglo dos
adhirie r on a Augus to Comte . Uno era Charle s Maur ras , teó­
r ico de la monar quía; y e l otro Ala in , teórico de l r adicalis mo.
Ambos se de clararon pos itivis tas , aunque por razones dife r e n­
tes. Maur r as era pos itivis ta porque ve ía en Augus to Comte al
doctr inario de la organización, de la autor idad y de un pode r
e s pir itual renovado. 10 Ala in era pos itivis ta porque inte r pr e ­
taba a Augus to Comte a la luz de Kant, y porque a su ju i­
cio la ide a e s e ncial de l pos itivis mo era la de s valorización de
la je r ar quía te mporal. “Que se de s igne re y al me jor ma r m i­
tón, pero que no inte nte obligar nos a besar la cacerola.” 11
E n Augus to Comte ha llamos estos dos aspectos: la ace pta­
c ión de un orden te mporal, autor itar io y je rár quico, y la im ­
pos ición de un or de n e s pir itual a la je r ar quía te mporal. Au­
gusto Comte no ace ptaba la filos ofía de Hobbe s en el orden
te mporal — es decir, la filos ofía de l pode r— s ino para agre­

10 Merece destacarse un ensayo de Maurras acerca de Au­


gusto Comte , publicado con otros ensayos (L e Rom antis m e fé-
m inin, Made m ois e lle M onh) des pués de V A v e nir de l’intelli-
gence, París, Nouve lle Libr air ie Nationale , 1918. Maur ras d i­
ce de Comte : "Sí es ve rdad que hubo maestros, si es falso que
el cielo y la tierra y el modo de interpretarlos apare cie ron en
el mundo sólo el dia de nuestro nacimie nto, no conozco otro
nombr e que debamos pronunciar con más hondo s e ntimie nto
de gr atitud. No pode mos evocar su image n s in e moción. . . Al­
gunos de nosotros eran una vivie nte anarquía. É l les aportó
orde n o algo e quivale nte , la esperanza de l orden. Les mostró
el be llo rostro de la Unidad, s onriente en u n cielo que no
parece excesivamente le jano”.
11 En la obra de Alain hay constantes referencias a Comte .
Véase sobre todo: Propos sur le chris tianis m e , París, Rie de r ,
1924; Idée s , París, Har tmann, 1932. re e ditado en la colección
10/8, París, Unión Générale d ’Éditions , 1964 (este últ imo
volume n incluye u n estudio consagrado a Co mte ). La politica
de Alain está reseñada en los dos volúme ne s : Elém e nts d ’une
doctrine radicóle , París, Gallimar d, 1925; L e Citoy e n conlre
les pouv oirs , París, S. Kra, 1926.
garle la filos ofía de Ka nt. Sólo es re s pe table el e s píritu, só­
lo merece respeto e l valor moral. Como escribía Ala in ; l' E l
orde n ja más es vene rable” .
¿Por qué la conce pción de Augus to Comte ha pe rmane ci­
do a l marge n de la gran corriente de la filos ofía de la so­
cie dad mode r na? Va le la pe na fo r mular el inte rrogante. En
cierto s e ntido, la doctrina de Augus to Comte está hoy más
cerca de las doctrinas de moda que muchas de las que se
fo r mular on en el s iglo xix. Todas las teorías que hoy des­
tacan la s e me janza de gr an núme r o de ins titucione s , a un la ­
do y al otro de la cortina de hie rro, de s valorizan la impo r ­
tancia de los me canis mos de la compe te ncia y tie nde n a de ­
fin ir los rasgos fundame ntale s de la civilización indus tr ial,
podr ían cie rtame nte re mitirs e a Augus to Comte . Es el te ór i­
co de la s ocie dad - industrial, más acá o a l marge n de las dis­
putas entre libe r ale s y socialistas , entre doctrinar ios de l me r­
cado y apologis tas de l plan.
Los temas comtistas fundame ntale s del trabajo libr e , la a p li­
cación de la ciencia a la indus tria y e l pre dominio de la or­
ganización, son bas tante característicos de la conce pción ac­
tual de la s ocie dad indus tr ial. ¿Por qué se ha olvidado o des­
conocido a Augus to Comte ?
Una prime ra r azóp es que si las ide as fundame ntale s de l
pos itivis mo son profundas , la de s cripción de t allada que Com­
te ofrece de la s ociedad indus tr ial, sobre todo en el Sy steme
de p o litiq ue pos itiv e se presta a me nudo a la ir onía fác il.
Comte quis o e xplicar de talladame nte cómo se or ganizaría la
je r ar quía te mporal, cuál sería el lugar exacto de los jefes
temporales , los indus tr iale s y los banqueros . Quis o demos trar
por qué los que ejercen las funcione s más generales te ndrían
más autor idad y ocupar ían un lugar más ele vado en la je ­
r ar quía. Quis o de te rminar el núme r o de habitante s de cada
ciudad, así como el núme r o de patricios . Pr e te ndió e xplicar
cómo se tr ans mitir ían las rique zas . En una pa labr a, trazó
un plan exacto de sus sueños, o los sueños a los cuales cada
uno de nosotros pue de entregarse cuando se cree Dios .

Por otra parte, la concepción de la socie dad indus tr ial de


Augus to Comle está vinculada con la afir mación de que las
guerras se ha n convertido en fe nóme nos anacr ónicos .12 Ahora
12 He tratado el tema de la guerra e n el pe ns amiento de
Augus to Comte en el libr o L a Société indus trie lle et la atie rre ,
París, Plon, 1959; sobre todo el prime r ensayo, texto de una
“ Auguste Comte Me morial Le ctur e ”, pronunciada en la Lon-
don School of Economics a nd Political Science.
bie n, es indud able que entre 1840 y 1945 la his toria no se
ha ajus tado exactamente a la pre dicción. Dur ante la prime r a
mita d de este siglo hubo varias guerras de excepcional vio­
le ncia, que de cepcionaron a los dis cípulos fieles de la es­
cue la pos itivis ta.13 Es ta decretó que las guerras de bían desa­
parecer de la vanguar dia de la huma nida d — es decir, de
Eur opa occide ntal. Pre cis ame nte Eur opa occide ntal ha sido
e l centro y e l foco de las guerras de l siglo XX.
De acuerdo con la concepción de Augus to Comte , la mino ­
r ía occide ntal, que por su bue na for tuna estaba a la cabeza
de l movimie nto humano, no de bía conquis tar a los pue blos
de otras razas para impone rle s su civilización. Comte ha bía
e xplicado, con argume ntos excelentes — quie ro decir, con ar­
gumentos que le pare cían excelentes, y que nos parecen exce­
lentes gracias a la s abidur ía que nos han aportado los
acontecimientos— que los occidentales no de bían conquis tar
Afr ica y As ia, y que si come tían e l error de d ifundir su civi­
lización a punta de bayone ta, cosecharían males para sí mis ­
mos y para los demás. Si tuvo r azón, lo cons iguió a fue rza
le equivocarse. Dur ante un s iglo los aconte cimie ntos se ajus-
aron a lo que él anunció.14

13 Hace varios años fui mie mbr o de l jur ado que consideró
ina tesis consagrada a Alain por un hombre convertido al po-
itivis mo gracias a las enseñanzas de este autor, y que no ha-
>ía logrado rechazar tanto las enseñanzas de Alain como las de
\ ugusto Comte cuando estalló la guerra de 1939. ¡Falso pro-
eta el que anunciaba la paz en un siglo de guerra!
14 Augus to Comte escribe en una época tormentosa de la
listoria colonial: cuando está completándos e el de r rumbe de
os imperios constituidos entre los siglos xvi y xvrn. y comien-
an a crearse los impe rios del siglo xix. Se ha comple tado la
mancipación de las colonias americanas de Es paña, Gr an Bre-
Jñ.» pe r dió sus principale s colonias en América del Norte y
'rancia se ha retirado de India, Cana dá y Santo Domingo,
in embargo, Gr an Bretaña ha conservado su impe rio en Asia
Canadá. De 1829 a 1842, cuando Comte e s crita el Cours
e philos ophie pos itiv e , Francia comienza a e dificar su se-
undo impe rio colonial con la conquis ta de Arge lia y la ocu-
ación de puntos de apoyo en las costas de África y en Ocea-
¡a. Gr an Bretaña sigue el mismo curso, y se apode ra de Nue-
i Ze landa en 1840.
He aquí el juicio de Comte acerca del sistema colonial de
s siglos xvn y xvni: “Sin re pe tir las disertaciones declama-
irias de l siglo pasado acerca de la ve ntaja o el pe ligro final
5 esta amplia ope ración para el conjunto de la humanidad,
roblema tan ocioso como ins oluble, sería interesante exami-
Augus to Comte se convirtió en profe ta de la paz porque
creía que ia guerra ya no cumplía ninguna función en la
s ocie dad indus tr ial. La gue rra ha bía s ido necesaria para o b li­
gar a tr abajar re gularme nte a hombre s que por natur ale za

nar si de todo e llo h a re s ultado de finitivame nte una acelera­


ción o un re tardo para la e volución total, al mis mo tie mpo
ne gativa y pos itiva, de las sociedades mode rnas . Ahora bie n,
e n este s entido, parece ante todo que la nue va me ta fund a ­
me ntal que de ese modo se propone al e s píritu guerrero, en la
tie rra y sobre el mar, y el importante re crude cimie nto que
por eso mis mo se manifie s ta en el e s píritu religioso, en cuanto
está me jor adaptado a la civilización de las poblacione s atra­
sadas, han te ndido dire ctame nte a prolongar la duración ge ­
neral de l régime n militar y te ológico, y por cons iguiente a
ale jar especialmente la re organización final. Pero, en prime r
lugar, toda la extensión que el sistema de las relaciones h u ­
manas desde lue go ha te ndido a re cibir gradualme nte , de bió
hace r compr e nde r me jor la ve rdadera naturaleza filos ófica de
una regeneración tal, demos trando que estaba de s tinada fi­
nalme nte al conjunto de la humanida d; y ello de bía destacar
a ún más la ins uficie ncia r adical de una politica conducida e n­
tonces, en tantas ocasiones, hacia la des trucción s is te mática de
las razas humanas , vis ta la impos ibilidad de asimilarlas. En
s e gundo lugar , me diante una influe ncia más dire cta y más pr ó­
xima, el activo y re novado e s tímulo que este gran desenvol­
vimie nto e uropeo ha de bido impr imir por doquie r a la indus ­
tria, ciertamente acrecentó mucho su importancia social y aún
política: de modo que , cons ide rando todos los factores, me
parece que la e volución mode rna ha expe rime ntado ine vita­
ble me nte una aceleración real, de la cual, s in e mbargo, nos
forjamos corrienteme nte una opinión muy exagerada” ( Cours
de philos ophie pos itiv e , tomo VI, pág. 6 8 ).
Comte analiza en estos términos las conquistas coloniales del
siglo xix: “Ciertame nte, hemos ( . . . ) observado la introduc­
ción espontáne a de un peligroso sofisma, que hoy se trata de
consolidar, y que procuraría conservar inde finidame nte la ac­
tividad militar , as ignando a sucesivas invasiones el especioso
des tino de establecer dire ctame nte , e n el interés último de la
civilización unive rs al, el pre dominio natural de los pue blos más
avanzados sobre los que están menos avanzados . En el de plo­
rable estado actual de la filos ofía politica, que pe rmite el pre ­
dominio efíme ro de todas las aberraciones, una te nde ncia se­
me jante sin duda gravita mucho, como fue nte de pe rturba­
ción univers al; de &r rollada lógicame nte , sin duda culminar ía,
des pués de habe r motivado la opre sión mutua de las nacio­
nes, pre cipitando unas sobre otras a las difere ntes ciudade s ,
de acue rdo con su des igual desarrollo social; y sin lle gar *
e ran perezosos y anárquicos , para crear estados extensos, par a
for mar la u nid a d de l Impe r io Romano, en la cual se d ifu n ­
dir ía e l cris tianis mo, y cuyo re s ultado fin a l de bía ser el po­
s itivis mo. La guerra había cumplido una doble func ión his ­
tór ica: apr e ndizaje de l tr abajo y for mación de los grandes
estados. Pero en el s iglo x rx ya no re presentaba ningún pa ­
pe l. En ade lante , las sociedades e staban de finidas , por la
pr imacía de l tr abajo y los valores de éste. Ya no e xis tía una
clase milita r , n i motivo para combatir .15

estos extremos rigurosos, que sin duda conservarán sie mpre


un carácter ide al, en efecto, sobre un pretexto de ese tipo se
ha pre te ndido fundar la odiosa jus tificación de la e s clavitud
colonial, de acuerdo con la indudable s upe rioridad de la raza
blanca. Pero aunque un sofisma de ese tipo pue da suscitar
mome ntáne ame nte graves desórdenes, es indudable que el ins ­
tinto característico de la s ociabilidad mode rna debe dis ipar
toda inquie tud irracional que se inclinaría a ver en aquél, en
un futur o próximo, una nue va fue nte de guerras generales,
totalme nte incompatible s con las disposiciones más perseveran­
tes de todas las poblacione s civilizadas . Antes de la for ma­
ción y la difus ión de la sana filos ofía política, es indudable
que por otra parte la re ctitud popular habrá apre ciado s ufi­
cie nte me nte , aunque con arre glo a un e mpiris mo confuso, es­
ta grosera imitación re trógrada de la gran política romana, que
hemos visto desenvolverse, e n s e ntido inverso, de s tinada esen­
cialme nte , en condiciones sociales r adicalme nte opuestas a las
de l me dio mode rno, comprimie ndo por doquie r excepto en un
pue blo único, el impuls o inmine nte de la vida militar , que
se vería e s timulada por esta vana parodia, al contrario, s imul­
táne ame nte en las naciones desde hace mucho tie mpo entrega­
das a una actividad e mine nteme nte pacífica” ( Cours de p h i­
los ophie pos itiv e , tomo VI, págs . 237- 238).
15 En Augus to Comte hay muchas fórmulas que afir man el
anacronismo de las guerras, y destacan la contradicción entre
la s ocie dad mode rna y el fe nóme no militar y guerrero: “T o­
dos los espíritus re alme nte filosóficos de be n reconocer fác il­
me nte , con perfecta satisfacción, al mis mo tie mpo inte lectual
y moral, que ha lle gado finalme nte el mome nto en que la gue ­
rra grave y durade r a debe desaparecer totalme nte de la é lite
de la huma nida d" ( Cours de philos ophie pos itiv e , tomo VI,
pág. 23 9). O también: “ Los diversos me dios generales de ex­
ploración racional, aplicable s a las investigaciones políticas , ya
han contr ibuido e s pontáne ame nte a la comprobación de un
modo igualme nte decisivo, de la ine vitable te nde ncia pr imi­
tiva de la huma nidad a una vida principalme nte militar , y a
su me ta final, no me nos irresistible, que es una existencia esen­
cialme nte indus trial. Asimismo, ninguna inte lige ncia un poco
Las conquis tas ha bían podido ser otrora un me dio le giti­
mo, o por lo menos r acional para quie ne s se be ne ficiaban
con e llas , de acrecentar sus recursos. E n u n s iglo e n que la
r ique za de pe nde de la or ganización cie ntífica de l tr abajo, e l

avanzada rehusará en ade lante reconocer, más o me nos e xplíci­


tamente , el de caimie nto constante de l e s píritu militar y el
gr adual pre dominio de l e s píritu indus trial, como una doble
consecuencia necesaria de nuestra e volución progresiva, que
e n nuestros dias ha sido apre ciada de modo bastante sensato,
e n este sentido, por la mayoría de los que se ocupan razona­
ble me nte de filos ofía política. En una época en la que por
otra parte se manifie s ta constante mente, e n formas cada vez
más variadas , y con energía día a día más inte ns a, aún e n el
seno de los ejércitos, la característica r e pugnancia de las so­
cie dade s modernas ante la vida guerrera; cuando, por ejem­
plo, la ins uficie ncia total de las vocaciones militare s es por
doquie r cada ve z más irrecusable en vista de que se agrava
constante mente la obligación de ape lar al re clutamie nto for­
zoso, rara vez seguido de una persiste ncia voluntaria; la ex­
pe riencia cotidiana sin duda nos dis pe ns aría de cualquie r de ­
mos tración directa acerca de una ide a que se ha difundido
tan gr adualme nte en el ámbito público. A pesar de l inmens o
y e xcepcional desarrollo de la actividad militar , mome ntáne a­
me nte de te rminado, al comienzo de este siglo, por e l movi­
mie nto ine vitable que de bió suceder a irresistibles circuns tan­
cias anormales, nuestro ins tinto indus trial y pacífico no de ­
moró en re tomar, de modo más r ápido, el curso re gular de
su desarrollo pre ponde rante , con el fin de asegurar re alme nte ,
e n este aspecto, el reposo fundame ntal de l mundo civilizado,
aunque la ar monía europe a a me nudo de ba parecer compro­
me tida, a consecuencia de la falta provisoria de toda organi­
zación s is temática de las relaciones internacionales; lo cual, sin
observar re alme nte la pos ibilidad de provocar la guerra, de
todos modos basta para ins pirar a me nudo peligrosas inquie ­
tude s ( . . . . ) . Mie ntras la actividad indus tr ial presenta espon­
táne ame nte esta admir able propie dad de que es pos ible esti­
mular la s imultáne ame nte en todos los individuos y en todos los
pueblos , sin que el impuls o de unos sea inconciliable con el
de otros, es evidente, por el contrario, que la ple nitud de la
vida militar en una parte notable de la huma nida d s upone y
de te r mina finalme nte , e n todo el resto, una ine vitable compre- *
sión, que constituye la pr incipal func ión de un régime n tal
cuando se considera el conjunto de l mundo civilizado. As i­
mis mo, mientras que la época indus trial no implica otro tér­
mino general que aquél, a ún inde te rminado, que el sistema
de las leyes naturales as igna a la existencia progresiva de
nuestra especie, la época militar ha ve nido a estar, por obra
botín está desprovisto de s ignificado y es anacrónico. La
trans mis ión de bie nes se re aliza en ade lante me diante la do­
nación y e l inte r cambio; y de acuerdo con Augus to Comte , la
donación debe representar un pape l cada vez mayor, y aun
re ducir en cierta me dida la func ión de l inte r cambio.16

Finalme nte , la filos ofía de Augus to Comte no se ce ntraba


e n la inte r pr e tación de la s ocie dad indus tr ial. T e ndía sobre
todo a la re for ma de la or ganización te mporal me diante el
pode r e s pir itual, que debe ser obr a de los sabios y los filó­
sofos, r e e mplazando a los sacerdotes. E l pode r e s pir itual debe
re gular los s e ntimie ntos de los hombres, unirlos e n la perspec­

de una impe rios a necesidad, limitada e se ncialmente al tie m­


po de un re alización s uficie nte mente gr adual de las condicio­
nes previas que ella estaba de s tinada a re alizar” ( Cours da
philos ophie pos itiv e , tomo IV, págs. 375- 379).
16 “Nuestras rique zas mate riale s pue de n cambiar de ma ­
no libre me nte o por obra de la fuerza. En el prime r caso, la
trans mis ión es a veces gratuita, y otras interesada. Asimismo,
el de s plazamie nto involuntario pue de ser viole nto o legal. T a­
les son, en último anális is , los cuatro modos generales de
acuerdo con los cuales se trans miten naturalme nte los produc­
tos mate riale s . . . Se gún su dig nida d y su e ficacia decre cien­
tes es necesario disponerlos e n este orde n nor mal: la donación,
el cambio, la here ncia y la conquista. Los dos modos inte r­
me dios son los únicos que se han ge ne ralizado en los pue blos
modernos, porque son los que se adaptan me jor a la existen­
cia indus trial que debe prevalecer e n ellos. Pero los dos ex­
tremos contribuye n más a la formación inicial de los grandes
capitales. Aunque el último e n de finitiva será desechado por
completo, jamás ocurrirá lo mis mo con el primero, cuya im ­
portancia y pure za hoy nos vemos obligados a desconocer a
causa de nuestro egoís mo indus tr ia l.. . Sis tematizada por el
positivismo, la te nde ncia a la donación de be s uminis trar al ré­
gime n fina l uno de los mejores auxiliares te mporale s de la
acción constante de l auténtico pode r e s piritual, de modo que
la rique za sea al mis mo tie mpo más útil y más respetada. El
más antiguo y el más noble de todos los modos propios de
la trans mis ión mate rial prestará a nuestra organización indus ­
trial servicios más útiles que los que pue de indicar la vana
me tafísica de nuestros toscos e conomistas” (S y s tcm e de p o li­
tique pos itiv e , tomo II, páginas 155- 156).
Convie ne re lacionar este texto con algunos anális is mode r­
nos, especialmente el de Fran?ois Perroux, “Le don, sa sig-
nification économique dans le capitalis me conte mpor ain” , Dio-
gene, abr il de 1954, artículo re pr oducido en L'Économ ie du
X X s iécle, 1» e dición, París, P. U. F., 1961, páginas 322- 344.
tiva de un tr abajo común, cons agrar los derechos de los que
gobie r nan, mode rar la ar bitr arie dad o el egoís mo de los po­
derosos. La socie dad s oñada por e l pos itivis mo no está de fi­
nida tanto por el doble rechazo de l libe r alis mo y el socia­
lismo, como por la creación de un pode r e s pir itual que sería,
e n la época pos itiva, lo mis mo que fue ron los sacerdotes y
las igles ias en las épocas teológicas de l pas ado.
Pe ro es probable que en este punto la his toria haya decep­
cionado particular me nte a los dis cípulos de Augus to Comte.
Aunque la or ganización te mporal de la socie dad indus tr ial se
aseme je a lo que imaginaba Augus to Comte , aún no existe
pode r e s pir itual de los filós ofos y los sabios. En la me dida
en que hay pode r e s pir itual, lo ejercen las igles ias del pas a­
do, o los ide ólogos a quie ne s e l propio Comte no ha br ía
ace ptado como sabios o filós ofos auténticos .
En la me dida en que hombre s que pre tende n ser inté r ­
pretes cie ntíficos de l orden s ocial ejercen pode r e s pir itual,
por e je mplo en la Un ión Soviética, no des tacan los rasgos
comunes a todas las sociedades indus triale s , s ino una doctrina
especial de la or ganización de las sociedades indus triale s . Nin ­
guno de los dos sectores toma como patrón al hombre que
des valoriza los conflictos ide ológicos que ha n s ido alime nto
de las sociedades europeas, y por los cuales mur ie r on tantos
millone s de personas.
Augus to Comte habr ía que rido un pode r e s pir itual e je rcido
por intérpretes de la or ganización social, que a l mis mo tie m­
po habr ían r e ducido la impor tancia moral de la je r ar quía
te mporal. Este género de pode r e s pir itual no ha e xis tido ni
existe. Es pr obable que los hombres pre fie r an s ie mpre lo que
los divide a lo que los une . Es probable que cada s ociedad
de ba ins is tir sobre lo que la caracteriza, y no sobre los ras­
gos que comparte con todas las de más . Es probable también
que las sociedades aún no estén bas tante convencidas de las
virtude s que. Augus to Comte a tr ibuía a la s ocie dad indus tr ial.

Comte pe ns aba, en efecto, que la or ganización cie ntífica


de la s ocie dad indus tr ial acabar ía as ignando a cada uno e l
lugar ade cuado a sus cualidade s , y que de ese modo r e ali­
zar ía la jus ticia s ocial. En esta conce pción ha bía mucho opt i­
mis mo. Anta ño e l nacimie nto ha bía otorgado a los hombre s
un lugar pre e mine nte ; en ade lante , e n la socie dad de l traba­
jo , la aptitud de te rminaría cada vez más e l lugar de cada
individuo.
Un s ociólogo inglés , Michae l Young, de dicó un libr o sa­
tírico a un régime n lla ma do me ritocracia — es decir, de he­
cho la ide a que Augus to Comte se for jaba, con e ntus ias mo
anticipado, de lo que sería el orden de la sociedad indus ­
tr ia l.17 Este autor no cita a Augus to Comte . y este últim o no
habr ía reconocido sus esperanzas en la de s cripción de un
orden s emejante. En efecto. Mie hae l Young demue stra con
s entido de l humor que si cada uno tiene un lugar proporcio­
nado a sus cualidade s , los que ocupan los rangos infe riore s se
ven e mpujados a la desesperación, pues ya no podr án acusar
a la suerte o a la injus ticia. Si todos los hombres están con­
vencidos de que el orde n social es jus to, éste será de cierto
modo y para algunos ins oportable ; a me nos que la ens eñanza
de Augus to Comte no convenza s imultáne ame nte a los hom­
bres de que la je r ar quía de las cualidade s inte le ctuale s nada
importa a l lado de la única je r ar quía que cue nta, la de los
méritos y e l corazón. Pero no es fác il convencer a la huma ­
nida d de que el orden te mporal es s e cundario.

LA SOCIOLOGÍA, CIE N CIA DE LA H U MAN IDAD

Augus to Comte expuso su concepción de la cie ncia nueva


lla ma da s ociología en los tres últimos volúme ne s de l Cours
de philos ophie pos itiv e , y sobre todo en el tomo IV.
Re laciona su propio pe ns amie nto con el de tres autores a
quie ne s presenta como inspiradore s o predecesores: Monte s ­
quie u. Condorcet y Bossuet, sin contar a Aris tóteles , a quie n
me re feriré más ade lante . Estos tres nombre s introduce n a l­
gunos de los temas fundame ntale s de su pe ns amie nto socio­
lógico.
Augus to Comte atr ibuye a Monte s quie u el mérito e mine n­
te de habe r afir mado el de te rminis mo de los fe nóme nos his tó­
ricos y sociales. Ofrece una inte r pr e tación s implificada de
E l e s píritu de las ley es, cuya ide a fundame ntal se expresa­
r ía en la fór mula famos a de l libr o I de esta obra: "La s le ­
yes son las re lacione s necesarias que de r ivan de la na tur a­
leza de las cosas”. Augus to Comte ve en esta fór mula el
pr incipio de l de te rminis mo, a plity do s imultáne ame nte a la d i­
vers idad de los fe nómenos sociales y al deve nir de las socie­
dades. En compe ns ación, para habe r sido el fundador de la
sociología faltar ía a Monte s quie u la ide a de l progreso. Au­
gusto Comte la descubre en Condorcet, en e l célebre Esquis se

17 Mie hae l Young, T he Ris e of Me ritocracy , Londre s , Tha-


mes and Huds on, 1958, Pe nguin Books, 1961.
d 'u n table an his toriqiie des progres de V esprit hitm ain ,18 que
pre tende des cubrir en el pas ado cierto núme r o de fases reco.
rr idas por e l e s píritu humano. Estas fases tie ne n un núme r o
de finido, y re s ponden a un orde n de sucesión necesario. Au­
gusto Comte toma de Condorce t la ide a de que el progreso de l
e s píritu huma no es el fundame nto de l de ve nir de las socie da­
des humanas .
Al combinar el tema de Monte s quie u. el de te rminis mo, y el
te ma de Condorcet. las etapas necesarias, según un orden ine ­
vitable , de los progresos de l e s píritu humano, se de line a la
concepción fundame ntal de Augus to Comte : los fe nóme nos so­
ciale s e s tán sometidos a un de te rminis mo riguroso, que adop­
ta la forma de un de ve nir ine vitable de las sociedades huma ­
nas, impue s to por e l progreso de l e s píritu humano.
Este modo de concebir el de ve nir his tórico desemboca en
una vis ión de la his toria, unificada en su totalida d en marcha
hacia un estado últ im o del e s píritu humano y de las socie da­
des humanas , muy comparable en de finitiva al provide ncialis-
mo de Bossuet, s aludado por Augus to Comte como la te ntativa
más e mine nte que ha pre ce dido a la suya propia:
“ Cie rtame nte , s ie mpre tendre mos que r e mitir a nuestro gran
Bossuet la prime ra te ntativa importante de l e s píritu humano,
par a conte mplar, desde un punto de vista s uficie nte me nte ele­
vado, el conjunto de l pas ado s ocial. Indudable me nte , los recur­
sos, fácile s pero ilus orios , que pertenecen a toda filos ofía teo­
lógica, y que establecen entre los aconte cimie ntos humanos cier­
to vínculo apare nte , de ningún modo pe rmite n utiliza r hoy,
en la construcción dire cta de la ve rdade ra ciencia de l desarro­
llo social, explicaciones caracte rizadas ine vitable me nte por la
pre ponde rancia, entonces de mas iado irre s is tible en este género,
de una filos ofía s emejante. Pero esta admir able compos ición,
en la cual el e s píritu de unive r s alidad, indis pe ns able para toda
conce pción s emejante, aparece apre ciado tan pr ofundame nte y
aún mante nido en la me dida en que lo pe rmitía la natur ale za
de l método e mple ado, no por e llo de jar á de ser s ie mpre un
mode lo impone nte , e mine nte me nte apropiado para destacar con
clar idad el fin ge ne ral que debe proponers e sin cesar nue stra
inte lige ncia, como re bultado fina l de todos nuestros anális is

18 Condorce t, Esquis.se d 'u n table au his torique des progres


de Vesprit hum ain. Es ta obra, escrita e n 1793, fue e ditada
inicialme nte en el año III. Hay una e dición mode rna, de la
B ibliothé que de Philos ophie . París, Boivin, 1933. Antes de Con­
dorcet, T urgot había escrito un T able au philos ophique de s
progrés successifs de Vesprit hum ain.
his tóricos : es decir, la coor dinación r a cional de la serie fu n ­
da me ntal de los diversos aconte cimie ntos humanos , de acue rdo
con un dis tilo único, a la vez más re al y más a mplio que e l
conce bido por Bossuet” ( Cours de p hilc s o pk ie pos itiv e , tomo
IV. pág. 147).
La fór mula : “La coor dinación r acional de la serie fund a ­
me ntal de los diversos aconte cimie ntos humanos de acue rdo
con un dis e ño únic o’’ es la clave de la conce pción s ociológica
de Augus to Comte. Es cie rtame nte e l s ociólogo de la u n id a d
humana. Su obje tivo es re ducir la in fin it a dive r s idad de las
socie dades humanas , en e l e spacio y el tie mpo, a una serie
fundame ntal, el de ve nir de la especie huma na , y a un dis e ño
único, la culminación en un estado fin a l de l e s píritu humano.
Vemos as í de qué modo la figur a que apare ce como fund a ­
dor a de la ciencia pos itiva posee también el carácte r de ú lt i­
mo dis cípulo de l pr ovide ncialis mo cris tiano: cómo pue de re a­
lizars e e l paso de la inte r pr e tación de la his toria gracias a la
Provide ncia y la inte r pr e tación me diante leyes generales. T r á­
tase de las inte ncione s de la Provide ncia, o- de las leyes nece­
s arias de l de ve nir humano, se concibe a la his toria como ne ­
cesaria y una. E l dis e ño es único porque lo fijó Dios , o la
natur ale za de l hombre ; la e volución es necesaria porque la
Pr ovide ncia de te r minó las e tapas y el fin, o la natur ale za
mis ma de l hombre y las sociedades de te rminaron sus leyes.
As í, el pe ns amie nto de Augus to Comte , a ún en el Cours de
ph ilo s o p hic pos itiv e , donde adopta la for ma más cie ntífica,
pas a fácilme nte de cierta conce pción de la cie ncia a una nue ­
va versión de la Provide ncia.
E l dis e ño único de la his toria pe ns ado por Augus to Comte
es el progreso de l e s píritu humano. Si éste confiere unid a d al
conjunto de l pas ado s ocial, se deduce de e llo que el mis mo
modo de pe ns amie nto debe impone rs e en todos los dominios .
Como es s abido, Augus to Comte comprue ba que el método
pos itivo es ine vitable hoy en ciencias, y deduce de e llo que
está fundado en la obs ervación, la e xpe rime ntación y la for­
mula c ión de leyes, de be extenderse a los dominios que toda­
vía ahora están en manos de la te ología o la me tafís ica, es
decir, a la e xplicación me diante seres trascendentes, o e ntida­
des o causas últimas de los fe nóme nos . Exis te un modo de pe n­
sar, lla ma do positivo, que tie ne valide z unive rs al, tanto e n po ­
lític a como en as tr onomía.19

19 De donde Augus to Comte lle ga a la conclus ión de que ,


como no hay libe r tad de concie ncia en as tronmia, no de be ría
habe rla en política.
A l mis mo tie mpo, Augus to Comte insiste en una propos ición
comple me ntar ia de lo ante rior, aunque parezca contrade cirla.
Afir m a que no pue de e xis tir ve rdade ra unid a d e n una socie­
dad s ino cuando e l conjunto de idpas fundame ntale s , adopta­
das por los difere nte s mie mbr os de la cole ctividad, forma un
todo coherente. Es caótica la s ocie dad en la cual se yuxta­
pone n modos de pe ns amie nto contradictorios c ide as tomada»
de filos ofías incompatible s .
Parece que de este tema es pos ible e xtraer la conclus ión de
que en e l pas ado las sociedades cuando e s taban en crisis de­
b ía n tener un conjunto de ide as coherentes, que unie s e n s imul­
táne ame nte las inte lige ncias y la cole ctividad. Pe ro esta con­
clus ión seria verdadera s ólo par cialme nte , pues Augus to Com­
te ha demos trado que las difere nte s cie ncias alcanzan el e s tado
iositivo en períodos dife re nte s de la his toria. Las ciencias que
f le gan prime ro a l estado pos itivo son las que ocupan el pr i­
me r lugar en una> clas ificación de las cie ncias que s e ñalan las
e tapas de la difus ión de l pe ns amie nto pos itivo. Por cons iguie n­
te, en todas las épocas hubo cie ncias que ya e ran parcialme nte
pos itivas , cuando otras dis ciplinas inte le ctuale s todavía te nían
carácte r fe tichis ta, o teológico. La cohere ncia de l pe ns amiento,
obje tivo fin a l de Augus to Comte , jamás se ha r e alizado total­
me nte en el curso de la his tor ia. De s de los comie nzos de los
tie mpos históricos, ciertos eleme ntos de la cie ncia ha bía n a l­
canzado e l estado pos itivo, mie ntras que en otros dominios
continuaba r e inando e l e s pír itu te ológico.
E n otros términos , uno de los resortes de l movimie nto his ­
tór ico ha s ido pre cis ame nte la incohe re ncia, en cada e tapa
his tór ica, de los modos de pe ns amie nto. E n de finitiva, ante s
de l pos itivis mo s ólo hubo u n pe ríodo en que e xis tió una ver­
dade r a cohere ncia inte le ctual: el fe tichis mo, que es el modo
de pe ns amie nto inme diato y e s pontáne o de l e s pír itu humano,
y que consiste en que este últim o anima todas las cosas, vi­
vientes y no vivie nte s, s uponie ndo que las cosas y los seres
son semejantes a los hombre s o a la concie ncia humana. E l
e s píritu no re cupe rará una ve rdade ra cohe re ncia s ino en la
fase fina l, cuando el pos itivis mo se haya e xte ndido a l conjunto
de las dis ciplinas inte le ctuale s , incluidos la po lític a y la mo­
ral. Pero entre el fe tichis mo y e l pos itivis mo, es re gla la d i­
ve rs idad de los métodos de pe ns amie nto, y esta dive r s idad es
pr obable me nte lo que im pide que se de tenga la his tor ia h u­
mana.
Es ve rdad que , a l comie nzo de su carrera, Augus to Comte
pa r tió de la ide a de que en una s ocie dad no podía n e xis tir
dos filos ofías difere nte s , pe ro el de s ar rollo de su pe ns amie nto
lo lle vó irre s is tible me nte a reconocer que la plur a lid a d de las
filos ofías ha s ido casi constante mente, e n e l curso de la his ­
toria, e l hecho dominante . Finalme nte , la me ta de l de ve nir
social es lle var e l pe ns amie nto humano a la cohere ncia a la
cual está de s tinado, y que pue de re alizarse únicame nte de dos
modos: o el fe tichis mo e s pontáne o, o e l pos itivis mo fina l. O el
e s pír itu todo lo e xplica s uponiéndolo animado, o r e nuncia
a toda e x plicación cas ual, te ológica o me tafís ica, y se lim ita
a establecer leyes.

Pero, en estas condiciones , ¿por qué hay his tor ia? Si el


e s tado fin a l nor mal de la inte lige ncia huma na es la filos ofía
pos itiva, ¿por qué la huma nida d ha de bido recorrer tantas
etapas sucesivas? ¿Por qué fue necesario e sperar tantos siglos
o tantos mile nios para que surgiese e l hombre que , finalme nte ,
cobró concie ncia de lo que de bía ser e l e s pír itu humano, es
decir, el propio Augus to Comte ?
La razón profunda es que el pos itivis mo no pue de ser más
que una filos ofía tar día o, en otros términos , no pue de ser
una filos ofía es pontáne a. En efecto, par a el hombre consiste
e n reconocer e l orde n que le es exterior, consiste en confesar
s u incapacidad de ofrecer una e xplicación últ im a de ese orden,
y en contentarse con des cifrarlo. E l e s píritu pos itivo observa
los fe nóme nos , los analiza, y descubre las leyes que rige n sus
re lacione s . Ahor a bie n, me diante la obs e rvación y e l anális is
es impos ible de s cubrir inme diata y r ápidame nte este orde n
exterior. Ante s de filos ofar , el hombre debe vivir. Ge rtame n-
te, desde la prime r a fase de la ave ntura de la especie huma na
e n rigor es pos ible e xplicar ciertos fe nóme nos s imple s de mo­
do cie ntífico. Por e je mplo, pudo e xplicars e e s pontáne ame nte
de modo pos itivo la calidad de un cue rpo.20 Pe ro la filos ofía

20 “E n rigor, ni s iquiera en nuestra prime ra infancia in d i­


vidual o social la filosofía te ológica jamás pudo ser estricta­
me nte universal —es decir que , para todos los órdenes dados
de fe nómenos , los hechos más s imples y más comunes sie m­
pre fue r on concebidos como ese ncialme nte sujetos a leyes na ­
turales, en lugar de atribuirlos a la voluntad arbitraria de
agentes sobrenaturales. Por e jemplo, el ilustre Adam Smith ha
obs ervado muy fe lizme nte en sus ensayos filosóficos que en
ning ún tie mpo y e n ningún pais se ha bía hallado un dios p a ­
ra el peso. Lo mis mo ocurre, en general, aun con respecto a
temas más complicados , y con respecto a todos los fe nóme ­
nos suficie nte me nte elementales y corrientes para que la pe r­
fe cta invar iabilidad de sus relaciones efectivas haya de bido
impre s ionar e s pontáne ame nte al observador me nos pre parado”
( Cours de philos ophie pos itiv e , tomo IV, pág. 3 6 5).
pos itivis ta, filos ofía de la obs e rvación, la e xpe rime ntación, e l
anális is y el de te rminis mo, no podía basarse en la e xplicación
auténticame nte cie ntífica de estos pocos fe nóme nos . En la fase
in ic ia l de la his toria era necesaria otra filos ofía , dis tinta de
la que se des prende fina lme nt e de l de s cubrimie nto de las leyes.
Es ta filos ofía dife re nte , de nominada por Comte prime ro teo­
lógica y lue go fe tichis ta, pe r mitió vivir a la huma nida d. Re ­
confortó al hombre, pre s e ntándole un mundo inte ligible y be.
névolo, pobla do de seres semejantes a é l mismo.
La filos ofía fe tichis ta s uminis tró a la especie humana una
síntesis provis oria, válida al mis mo tie mpo en lo inte le ctual,
que le in fun d ió la ce rtidumbre de la inte lig ib ilid a d de la na tu­
raleza exterior, y en lo mor ál, pues le in fund ió confianza en
e lla mis ma y en su capacidad de s upe rar los obs táculos .
Pero si la his toria es necesaria, ¿por qué de be lle gar has ta
sus últimas consecuencias? Augus to Comte re sponde que, co­
mo ciertos fe nóme nos se e x plican cie ntífica y pos itivame nte
desde el mome nto inicia l, una de te nción de l progreso de l espí­
r itu humano en el fondo es inconce bible . La contradicción
entre e l pos itivis mo par cial y la s íntesis fe tichis ta atorme nta
a la humanida d, e impide que el e s pír itu humano se detenga
ante s de lle gar al e s tadio fin a l de l pos itivis mo unive rs al.
Sin e mbargo, agreguemos que , de acue rdo con Augus to Com­
te, difere nte s partes de la huma nida d ha n podido detenerse en
una síntesis provis oria, en tal o cual fase inte r me dia. Ha c ia e l
fin a l de su vida, Augus to Comte aún lle gó a la conclus ión de
que ciertos pue blos podr ían fa lta r de la síntesis in ic ia l de l
fe tichis mo a la síntesis fin a l de l pos itivis mo, s in pas ar por
todas las e tapas de la dinámic a social.

La concepción de la his tor ia for mulada por Comte propone


otro proble ma: Si la his tor ia es e s e ncialme nte la his tor ia de
los progresos de l e s píritu humano, ¿cuále s son las re lacione s
entre el progreso de los conocimie ntos y las restantes activi­
dade s humanas ?
En el Cours de philos ophie pos itiv e , Augus to Comte afir ma
que la his tor ia, cons ide rada en conjunto, es e s e ncialme nte el
de ve nir de la inte lige ncia huma na :
‘‘La parte pr incipal de esta e volución, la que ha e je rcido
mayor influe ncia sobre la progre s ión ge ne ral, consiste s in du­
da en e l des arrollo continuo de l e s pír itu cie ntífico, a par tir
de los trabajos pr imitivos de los T hale s y los Pitágoras , has­
ta las obras de los Lagr ange y los Bichat. Ahora bie n, n in ­
gún hombre esclarecido podr ía duda r hoy de que , en esta
pr olongada sucesión de esfuerzos y de s cubrimie ntos , e l ge­
nio huma no haya s eguido una marcha e xactame nte de te rmi­
nada, cuyo preciso conocimie nto pre vio en cie rto modo ha br ía
pe r mitido que una inte lige ncia s uficie nte me nte infor mada a n­
ticipas e , antes de su re alización más o me nos pr óxima, los
progresos esenciales reservados a cada época, según e l fe liz
s umar io indicado ya a comienzos de l siglo pas ado por el ilus ­
tre Fonte ne lle ” (t. IV, pág. 195).
As í, e l progreso necesario de l e s píritu es e l aspecto esen­
c ia l de la his toria do la h u m a n id a d .21 Augus to Comte atribu-

21 “A pesar de la ine vitable s olidaridad que re ina constan­


temente, de acuerdo con los principios ya establecidos, entre
los diferentes elementos de nue stra e volución ^ocial, es necesa­
rio también que , en me dio de sus mutuas reacciones pe r ma­
nentes, uno de estos órdenes generales de progreso tenga
espontáne a pre ponde rancia, con el fin de impr imir habitualme nte
a todos los demás un indis pe ns able impuls o primitivo, a un­
que él mis mo de ba re cibir después, a su vez, por su propia
e volución, un nue vo impuls o. Basta a quí dis ce rnir inme dia­
tame nte este ele me nto pre ponde rante , cuya consideración de ­
be r á orientar el conjunto de nuestra exposición dinámica, sin
ocupamos por otra parte expresamente de la s ubor dinación es­
pe cial de los otros hacia él o entre sí, que lue go se manife s ­
tará s uficie nte mente me diante la e jecución e spontánea de un
trabajo total. Ahora bie n, re ducida de ese modo, la de te r mi­
nación no podr ía oponer ninguna dificultad grave, pues basta
dis tinguir el eleme nto social cuyo desarrollo podr ía concebirse
me jor, hacie ndo abs tracción de l desarrollo de todos los de más ,
a pesar de su necesaria conexión universal; y la ide a se re­
producir ía, por el contrario, ine vitable me nte en la considera­
ción directa de l desarrollo de estos últimos . Ante este carác­
te r doble me nte decisivo, no debe ríamos vacilar e n atr ibuir el
prime r lugar a la evolución inte lectual, como pr incipio nece­
sariame nte pre ponde rante de l conjunto de la e volución de la
humanidad. Si el punto de vista inte lectual de be pre dominar ,
como lo he explicado en el capítulo anterior, e n el s imple es­
tudio estático de l organismo social propiame nte dicho, con ma­
yor razón de be ocurrir lo mis mo en el estudio dire cto de l mo ­
vimie nto general de las sociedades humanas . Aunque nuestra
dé bil inte lige ncia, te nga, indudable me nte , una indis pe ns able
necesidad de la excitación primitiva y de l e s tímulo constan­
te que impr ime n los apetitos, las pasiones y los sentimientos,
sobre todo bajo su dire cción necesaria ha de bido realizarse
sie mpre el conjunto de l progreso humano. ( . . . . ) Asimismo,
e n todos los tiempos , desde el prime r impuls o de l ge nio filo­
sófico, se ha re conocido s ie mpre , de mane ra más o menos cla­
ra, pero constantemente irrecusable, que la his toria de la so­
cie dad estaba dominada sobre todo por la historia de l e s pí­
r itu huma no” ( Cours de philos ophie positiv e , tomo IV, págs .
340- 342).
ye un re ducido pape l a l azar o a los accidentes. Afir m a que
los mome ntos principale s de l e s píritu huma no podr ían habe r
s ido previstos por una inte lige ncia supe rior, porque re s pon­
día n a una necesidad.
Que el progreso de l e s píritu huma no sea e l aspecto carac­
terístico de l de ve nir his tór ico no s ignifica que e l movimie nto
de la inte lige ncia de te rm ine la tr ans for mación de los restantes
fe nóme nos sociales. Por otra parte , Augus to Comte no pro­
pone el proble ma en estos términos . Nunca se pre gunta cuál
es la r e lación entre el progreso de la inte lige ncia huma na y
las trans formacione s de la e conomía, la guerra o la política.
Pe ro es fác il extraer de sus anális is la s olución de este pro­
ble ma.
En el caso de Augus to Comte no se trata de la de te rmina­
c ión de l conjunto s ocial me diante la inte lige ncia, de l mis mo
modo que en Monte s quie u no se trata de la de te rminación de l
conjunto social me diante el régime n político. La dife r e ncia e n­
tre ambos consiste en que e l aspecto más característico es pa­
ra uno e l estado de la inte lige ncia, y para e l otro el régime n
político. Pe ro en ambos e l movimie nto his tór ico actúa por
acción y re acción entre los dife re nte s sectores de la r e alidad
global. 22
En la dinámic a s ocial, trátese de l tomo V de l Cours de
philos ophie pos itiv e , o de l tomo III de l Sy stém e de p o litiq ue
pos itiv e , el paso de una e tapa a otra tiene como resorte la
contradicción entre los dife re nte s sectores de la s ocie dad. De
acue rdo con los casos, la causa que provoca la dis gre gación
de cierto conjunto y la apar ición de la e tapa s iguie nte se
e ncue ntra en la política, e n la e conomía o en la inte lige ncia.
No por e llo desaparece la pr imacía de l de ve nir de la in ­

22 Así, e n el Dis cours sur l'e s prit pos itif, Comte escribe:
“ El politeísmo se a da pta ba sobre todo al sistema de conquis ­
ta de la antigüe dad, y el monote ísmo a la or ganización de fe n­
siva de la Eda d Me dia. Por lo tanto, al ace iúuar cada vez
más el pr e dominio de la vida indus trial, la s ocie dad mode rna
de be s e cundar vigoros amente la gran r e volución me ntal que
hoy eleva de modo de finitivo nue s tra inte lige ncia de l régime n
te ológico al régime n positivo. Es ta activa te nde ncia cotidia­
na al me joramie nto práctico de la condición humana no sólo
es necesariamente poco compatible con las pre ocupaciones re­
ligiosas sie mpre relativas, sobre todo e n el monote ísmo, acerca
de la pos ibilidad de otra me ta. Pero ade más , una actividad
semejante de be suscitar finalme nte una opos ición universal, tan
radical como espontáne a, a toda filos ofía te ológica” (EdiciÓD
10/18, Paris, Union Générale d'Éditions , 1963, págs. 62- 63).
te lige ncia. E n efecto, e l modo de pe ns ar de te r mina las grandes
e tapas de la his tor ia de la huma nida d; la e tapa fin a l es lg
de l pos itivis mo unive rs al, y e l resorte fin a l de l de ve nir es la
crítica inces ante que e l pos itivis mo, nacie nte, y más tarde en
su proceso de madur ación, ejerce sobre las síntesis proviso­
r ias de l fe tichis mo, la teología y la me tafís ica.
La inte lige ncia indic a la dire cción de la his toria humana,
y s e ñala lo que será e l flor e cimie nto de la s ocie dad y la na ­
turale za huma na en e l estado fin a l.
Se compre nde desde lue go que pue da considerarse a la his ­
toria huma na como la “ de un pue blo únic o” . Si la his toria
fuese his tor ia de la re ligión, par a propone r la unida d de la
his toria huma na sería necesario s upone r una r e ligión univer-
s alizable . Pero si la his toria es la de la inte lige ncia, para
que toda e lla sea la de un pue blo único, bas ta que haya un
.modo de pe ns ar válido para todos los hombres, cosa que es
re lativame nte fác il concebir. As í, las mate máticas mode rnas
nos parece n válidas para todos los hombre s de todas las r a­
zas. Ge r tame nte , esta propos ición no es de l todo e vide nte ;
Spe ngle r a fir ma ba que hubo una mate mática de los griegos,
lo mis mo que una mate mática mode rna. Pero el propio Spe n­
gle r as ignaba a esta fór mula un s e ntido particular . Cre ía que
e l modo de pens ar mate mático es taba in flu id o por el e stilo
característico de una cultur a; no creo que hubie s e ne gado la
ve rdad unive rs al de los teoremas matemáticos .23
Si la ciencia o filos ofía es válida par a todos los hombre s, y si
a l mis mo tie mpo la his toria es la his toria de la inte lige ncia,
es conce bible que deba pens árs e la como la his tor ia de un
pue blo único.

Pero si la his toria huma na es la de un pue blo único, si


sus etapas son necesarias y si hay una marcha ine vitable hacia
e l fin dado, ¿por qué los dife re nte s sectores de la huma nida d
tie ne n his torias particular e s y dife re nte s ?
As í como el pr o ble m a de Monte s quie u es s a lvar la unida d,
e l de Augus to Co mte es jus tificar la dive r s idad. Si me diante

23 Os wald Spengler, V e r Unte rgang des Abendlandes- Um-


risse eine r Morphologie de r W e ltge s chichte , Munich, 1918-
1922; traducido al francés con el tít ulo L e Dé c lin de VOc-
cide nt, e s quine d'une m orphologie de l'his toire univ e rs e lle , Pa­
rís, Gallimar d, 2 £ols. 1938. Esta obra, conce bida durante la
crisis de Agadir, apare ció por prime ra ve z e n 1916. Pero el
éxito, fulminante en Ale mania, sobre vino des pués de la de ­
rrota de 1918.
una suerte de e xpe rie ncia inte le ctual lle gamos has ta las ú l­
timas consecuencias de este modo de pe ns ar — quizá e l propio
Comte no s ie mpre lle gaba tan lejos— , es desconce rtante que
aún haya v arias his torias — es de cir, que los difere nte s sec­
tores de la huma nid a d no tengan e l mis mo pas ado.
Augus to Comte e xplica la dive r s idad e nume r ando tres fa c ­
tores de var iación: la raza, e l clima y la acción p o lít ic a .24
Sobr e modo en e l Sy stém e de p o litiq u e pos itiv e , inte r pr e tó Is
dive r s idad de las razas humanas atr ibuye ndo a cada una e l
pr e dominio de ciertas dis posicione s. As í, de acue rdo con Com­
te la raza negra estaba caracte rizada ante todo por la pro­
pe ns ión a la afe ctividad; y e n la últ im a parte de su vida ,
esto últ im o le pare cía por otra parte un factor de s upe riori­
dad moral. Por cons iguie nte, los dife re nte s sectores de la
huma nid a d no ha n e volucionado de l mis mo modo, por que in i­
cialme nte no te nían e xactamente las mis mas dotes. Pe ro es
evide nte que estas dife re ncias se de s ar rollan sobre e l tras-
fondo de una natur ale za común.
En cuanto a l clima, indica el conjunto de condicione s na ­
turales en las que se ha ha lla do cada sector de la h um a ni­
dad. Cada s ocie dad tuvo que s upe rar obs táculos más o me ­
nos e mpinados , y conoció circuns tancias ge ográficas más o
me nos favorable s , que pe rmite n e x plicar has ta cierto punto
la dive r s idad de la e v oluc ión.25

24 "Las tres fuentes generales de var iación social a m i jui­


cio re sultan: 1», de la raza; 2», de l clima; 3», de la política
propiame nte dicha, cons ide rada e n toda su extensión cie ntífi­
ca: a quí de ningún modo convie ne inve s tigar si su impor tan­
cia re lativa se ajusta ve rdade rame nte a este orde n de e nuncia­
ción o a otro cualquie ra. Aunque esta de te r minación no se vea
de s plazada en el estado nacie nte de la cie ncia, las leyes de l
método obligar ían por lo me nos a postergar la e xposición d i­
recta para re alizarla de s pués de l examen de l as unto pr incipal,
con el fin de evitar una confus ión irracional entre los fe nóme ­
nos fundame ntale s y sus dife re nte s modificacione s ” ( Cours d e
philos ophie pos itiv e , tomo IV, pág. 2 1 0).
25 Al preguntarse, e n el comienzo de la quinquagés ima se­
gunda le cción de l Cours de philos ophie pos itiv e , “por qué la
raza blanca posee de modo tan ace ntuado el pr ivile gio efecti­
vo de l pr incipal des arrollo social, y por qué Eur opa ha s ido
e l lugar esencial de esta civilización pre ponde rante ”, Comte ,
des pués de habe r afir mado que “esta gran dis cus ión de socio­
logía concreta” de be “que dar reservada para re alizarla des­
pués de la prime ra e laboración abstracta de las leyes funda ­
me ntales de l desarrollo social”, ofrece sin e mbargo algunas ra­
zones, “resúmenes parciale s y aislados necesariamente insufi-
Al e x aminar e l pape l de la acción política, volvemos a h a ­
lla r e l provide ncialis mo. En efecto, Augus to Comte se propo­
ne ante todo quita r a los hombre s políticos y a los r e for ma­
dores sociales la ilus ión de que un individuo, por grande que
sea, pue de mo difica r s us tancialme nte e l curso necesario de la
his tor ia. No se nie ga a reconocer que de las circuns tancias , de
las coincide ncias o de los grandes hombre s de pe nde la ma-

cientes” : “Sin duda , se advierte, e n el prime r aspecto y en


la or ganización característica de la raza blanca, y sobre todo
con respecto al apar ato cerebral, algunos gérmenes positivos de
su s upe rioridd real; de todos modos, los naturalistas mode r­
nos están muy lejos de coincidir razonable me nte e n este as­
pecto. As imis mo, des de el s e gundo punto de vista, pode mo»
entrever, de modo un poco más satisfactorio, diversas con­
diciones físicas, químicas y a ún biológicas , que seguramente
influye ron, e n cierto grado, sobre la pr opie dad e mine nte do
los países europeos de ser hasta a q uí el escenario esencial de
esta e volución pre ponde rante de la huma nid a d”. Y Comte se­
ña la en una nota:
“Tales son, por e je mplo, e n e l aspecto físico, ade más de
la s ituación te rmológica tan ventajosa, en la zona te mplada, la
existencia de la admir able cue nca de l Me dite rráne o, alre dedor
de la cual de bió efectuarse sobre todo inicialme nte e l más r á­
pido desarrollo social, tan pronto e l arte náutico progresó lo
s uficie nte para pe r mitir la utiliza ción de este precioso inte r­
me diario, ofreciendo al conjunto de las nacione s ribereñas, a l
mis mo tie mpo la contigüidad ade cuada par a facilitar re la­
ciones permanentes, y la dive r s idad que las hace importante s
par a un re cíproco e s tímulo social. Asimismo, desde el punto de
vista químico, la abundancia mayor de hierro y de hulla e n esto*
países privilegiados cie rtame nte de bió contribuir mucho a ace­
lerar la e volución humana. Finalme nte * e n e l aspecto bio ló­
gico, filológico o zoológico, es e vide nte que como este me ­
dio ha sido más favorable, por una parte a los principale s
cultivos alime nticios , por otra al desarrollo de los animale s
domésticos más preciosos, este he cho ha bas tado por sí solo,
para ale ntar especialmente la civilización. Pero aunque pue da
atribuirs e ya cierta importancia re al a estos diferente s resú­
me nes, se trata de esbozos que e vide nte me nte e stán lejos de
bas tar para ofrecer una e xplicación re alme nte pos itiva de l fe­
nóme no propues to: y cuando la formación ade cuada de la d i­
námica social haya pe r mitido ulte riorme nte inte ntar de modo
dire cto una e xplicación semejante, es evide nte que cada una
de las indicacione s anteriores necesitará someterse a una es­
crupulos a re vis ión cie ntífica, fundada e n el conjunto de la fi­
losofía na tur al” . (Cour s de philos ophie pos itiv e , tomo V, págs .
12- 13).
yor o me nor rapide z de la e volución necesaria, y que el re­
s ultado, de todos modos ine vitable , sea más o me nos costoso.
Pe ro si evocamos, por e je mplo, e l caso de Napole ón, no es d i­
fíc il des cubrir los limite s de la e ficacia pos ible de los gr an­
des hombres.
En opinión de Augusto Comte, Napoleón, como el empe*
rador Julia n o o Fe lipe II de Es paña, no ha bía compre ndido
el e s píritu de su tie mpo, o más aún, como se dir ía hoy, e l
s e ntido de la his toria. Re alizó un vano inte nto de re s taurar
e l régime n milit a r . Lanzó a Fr ancia a la conquis ta de E u ­
ropa, multiplic ó los conflictos , le vantó contra la Re volución
Francesa a los pue blos europeos, y en de finitiva nada s alió
de esta abe rr ación te mporar ia. Por grande que él sea, el so­
be rano que comete e l error de e ngañarse acerca de la na­
turaleza de su época, en de finitiva no de ja ras tros .26
Es ta teoría, que afir ma la incapacidad de los individuos pa-

26 Augus to Comte se manifie s ta s umame nte severo con Na ­


pole ón: “A causa de una fatalidad e tername nte de plorable ,
esta ine vitable s upre macía (m ilita r ), a la que al principio pa ­
recía tan fe lizme nte de s tinado el gran Hoche , recayó en un
hombre casi aje no a Francia, originario de una civilización
atrasada, y es pecialmente animado, bajo el impuls o secreto de
una naturale za supersticiosa, por una admir ación involuntar ia
hacia la antigua je rarquía social; por otra parte , la inme ns a
ambición que la devoraba no ar monizaba re alme nte , a pesar
de su vasto charlatanis mo característico, con ninguna s uperio­
r idad me ntal evidente, salvo la de un indudable talento para
la guerra, mucho más vinculado, sobre todo en nuestro tie m­
po, con la e ne rgía moral que con la fue rza inte lectual.
”Hoy no podríamos evocar su nombre sin re cordar que
viles lisonjeadores e ignorantes entusiastas osaron comparar a
Carlomagno con un soberano que , desde todos los puntos de
vista, se mos tró tan retrasado con respecto a su siglo como
el admir able tipo de la Eda d Me dia había estado avanzado
con respecto al suyo. Aunque toda apre ciación pers onal de ba
ser es encialmente ajena a la naturaleza y al destino de nue s ­
tro análisis histórico, a m i juicio cada auténtico filós ofo de be
considerar ahora que es un irrecusable deber social la indica­
ción apropiada, para conocimie nto público, de la peligrosa
aberración que , bajo la e ngañosa exposición de una prensa
tan culpable como extraviada, impuls a hoy al conjunto de la
escuela re volucionaria a esforzarse, con fune sto enceguecimien-
to, e n re habilitar la me moria, al principio tan jus tame nte abo­
rrecida, de l hombre que organizó, de l modo más desastroso,
la más inte ns a re trogradación política que la humanida d ha­
ya de bido soportar jamás .” ( Cours de philos ophie positiv e , to­
mo VI, pág. 210.)
ra modific ar el curso de los aconte cimie ntos , desemboca en
una critica a los reformadore s sociales, los utopis tas o los re­
volucionarios , a todos aque llos que creen es pos ible trastornar
la marcha de la his toria, sea trazando e l pla n de una nue va
s ocie dad o utiliza ndo la viole ncia.
Es ve rdad que la fa ta lid a d es cada vez más modificable ,
a me dida que pasamos de l mundo de las leyes físicas al de
las leyes his tóricas . Gracias a la s ociología, que descubre el
orde n e sencial de la his toria humana, quizá la huma nida d
pue da compensar los retrasos y re ducir el costo de l adve ni­
mie nto de l pos itivis mo. Pero, en función de su teoría de l cur­
so ine vitable de la his toria, Augus to Comte se opone s im ul­
táne ame nte a las ilus ione s de los grandes hombres y a las
utopías de los reformadores. En este s e ntido, es s ignificativo
un texto:
“ En una palabr a, como lo indiqué en mi escrito de 1822,
la marcha de la civilización no se re aliza, en rigor, s iguie ndo
una líne a recta, sino me diante una serie de oscilaciones, de­
s iguales y variable s , como ocurre e n la locomoción a nimal, a l­
re dedor de un movimie nto me dio, que tie nde s ie mpre a pre­
dominar , y cuyo conocimie nto exacto pe rmite r e gular izar de
ante mano la pre ponde rancia natur al, dis minuye ndo estas os­
cilacione s y los tanteos más o me nos funestos que las acom­
pañan. Sin e mbargo, s in duda implic ar ía exage rar el alcance
r e al de un arte semejante , aunque se lo cultivara de l modo
más r acional pos ible , y se lo aplicas e e n toda la a mplitud
conve niente , si le atr ibuyér amos la pr opie dad de impe dir , en
todos los casos, las re voluciones viole ntas que nacen de los
obs táculos que se opone n al curso e s pontáne o de la e volución
huma na . En virtud de la supe rior complicación de l organis mo
social, las enfermedades y las crisis son por fue rza a ún más
ine vitable s , en muchos sentidos, que en el organis mo in d i­
vidual. Pero, si bie n la ciencia r e al se ve obligada a recono­
cer ese ncialme nte su mome ntáne a impote ncia ante los desór­
denes profundos o los impulsos irresis tibles , de todos modos
pue de cumplir una función ú t il s uavizando y sobre todo abre ­
viando la crisis, de acuerdo con la apre ciación exacta de su
carácter pr incipal, y la pre vis ión r acional de su desenlace ú l­
timo, s in r e nunciar jamás a una sensata inte rve nción, a me ­
nos que se comprue be de bidame nte la im po s ibilid ad de pro­
ceder de ese modo. Aquí, como en otras esferas, y aún más
que en otras, no se trata de gobe rnar los fe nóme nos , s ino ú n i­
camente de modificar su de s arrollo e s pontáne o; lo cual e xi­
ge, e vide nte me nte , que se conozcan pre viame nte las leyes re a­
les ” ( Cours de philos ophie pos itiv e , t. IV, págs. 213- 214).
La nue va ciencia social propue s ta por Augus to Comte es e l
e s tudio de las leyes de l de s arrollo his tórico. Se fund a en la
obs ervación y la comparación, y por consiguiente en méto­
dos análogos a los que se utiliza r on en otras ciencias, y par ­
ticularme nte e n biología; pe ñ) estos métodos e s tarán de te rmi­
nados has ta cierto punto por las ide as fundame ntale s de la
doctrina pos itivis ta, por su conce pción de la e stática y la di­
námica, ambas s intéticas. Ya se trate de compre nde r e l or-
de n de una socie dad dada, o las grandes líne as de la his to­
r ia, en ambos casos e l e s píritu s ubor dina las observaciones
parciale s a la apre he ns ión ante r ior de l todo.

La estática y la dinámic a son las dos categorías fundame n­


tale s de la sociología de Augus to Comte . La estática consis­
te ese ncialme nte en e s tudiar lo que él de nomina el consenso
social. Una s ociedad pue de compararse con un organis mo vi­
vo. As í como es impos ible e s tudiar el funcionamie nto de un
órgano s in r e mitir lo al ser vivo ínte gro, también es impos ible
e s tudiar la política y e l Es tado, s in r e mitirlos a la totalida d
social de un mome nto dado. Por cons iguie nte , la e s tática so­
cial implic a, por una parte , e l anális is anatómico de la es­
tructura de la s ocie dad e n el mome nto dado, y por otra e l
anális is de l e le me nto o los e leme ntos que de te rminan e l con­
senso — es decir, que hace n de l conjunto de los individuos
o las fa m ilia s una cole ctividad, de la p lur a lid a d de las ins ti­
tuciones una unida d. Pe ro, si la e stática es el e s tudio de l con­
senso, nos lle va a inve s tigar cuáles son los órganos esenciales
de toda s ocie dad, y por lo tanto a supe rar la dive r s idad de
las sociedades his tóricas , con el fin de de s cubrir los pr inci­
pios de todo orden social.
As í, la es tática social, que comienza como un s imple a n áli­
sis pos itivo de la anatomía de las dife re nte s sociedades y de
los vínculos de s olidar idad re cíproca entre las ins titucione s
de una cole ctividad dada, culmina en el tomo II de l Sy stem e
de p o litiq ue pos itiv e , con el e s tudio de l orde n e s e ncial de
toda cole ctividad humana.
E n e l punto de pa r tida, la dinámic a es s imple me nte la des­
cripción de las etapas sucesivas recorridas por las socie dades
humanas . Pero si partimos del conjunto, sabemos que e l de­
ve nir de las sociedades humanas y de l e s píritu huma no está
re gido por leyes. Como e l conjunto de l pas ado cons tituye una
unida d, la dinámic a social no se as e me ja a la his toria que
for jan los his toriadore s , re copilando hechos u obs e rvando la
suce sión de las ins titucione s . La dinámic a s ocial recorre la»
etapas, sucesivas y necesarias, de l deve nir de l e s pír itu huma ­
no y de las sociedades humanas .
La e s tática social ha diluc ida do el orden ese ncial de toda
socie dad huma na ; la dinámic a social reconstruye las vicis i­
tudes por las cuales ha pas ado este orden fundame ntal an­
tes de culmina r en la expres ión fin a l pos itivis ta.
La dinámic a está s ubor dinada a la e stática. Compre nde mos
qué es la his lor ia a partir de l orde n de toda sociedad huma ­
na. La estática y la dinámic a nos re mite n a las expresiones
de orde n y progreso que figur an en las bande ras de l pos iti­
vis mo y de Bras il: 27 “ E l progreso es e l de s arrollo de l or de n” .
En el punto de partida, la e stática y la dinámic a son s im­
ple me nte el es tudio, por una parte de la coexistencia, por
otra de la sucesión. En e l punto de lle gada, son el e s tudio
de l orden humano y s ocial e se ncial, de sus trans formacione s
y su flor e cimie nto. Pero el paso de la fór mula apare nte me nte
cie ntífica, es tática y dinámica, a la fór mula apare nte me nte
filos ófica, orden y progreso, es necesario - en función de las
dos ide as de Augus to Comte : la primacía de l todo y de las
leyes aplicable s al conjunto, y la confus ión entre e l movi­
mie nto ine vitable de la his toria y una suerte de provide ncia.

NAT URALE ZA H U MAN A Y ORDE N S OCIAL

E n un prime r anális is , la estática s ocial pue de comparar­


se con la anatomía, y e s tudia el modo de or ganización de los
dife re nte s elementos de l cuerpo s ocial. Pero como el objeto
de la s ociología es la his tor ia de la huma nida d cons ide rada
como un s olo pue blo, esta estática anatómica se convierte sin
dific ulta d en el anális is de la e structura de toda socie dad h u­
mana. Como fundame ntalme nte hay una sola his toria, me ­
diante e l e s tudio estático re cuperamos los caracteres estruc­
turales de toda s ocie dad. Augus to Comte expone clarame nte
los fine s de la es tática:

27 La influe ncia de l pos itivis mo fue muy profunda en Bra­


sil, donde lle gó a convertirse en la doctrina casi oficial de l Es­
tado. Benjamín- Cons tant, presidente de la Re pública, estable­
ció como programa de estudio en las escuelas públicas la En-
cy clopcdie des sciences positiv es de Comte . En 1880, se fun­
dó un ins tituto de l Apos tolado, y e n 1891 se inaugur ó en Río
un te mplo positivista para celebrar el culto de la Huma nida d.
La divis a “Or de n y progreso” ( Orde m e Progresso) figura e n
e l pabe llón de fondo verde de l Brasil. E l ve rde era también
e l color de las bande ras positivistas.
“ Se gún una abs tracción provis oria, es necesario ( . . . ) estu­
d ia r ante todo el orden huma no como si fuese inmóvil. De
ese modo apre ciamos sus diversas leyes fundame ntale s , ine ­
vitable me nte comunes a todos los tie mpos y todos los luga­
res. Es ta base s is te mática nos pe r mitir á lue go la e x plicación
ge ne ral de una e volución gr adual que jamás ha podido con­
s is tir en otra cosa que la r e alización creciente de l régime n
ade cuado par a la auténtica natur ale za huma na , y cuyos gér­
me nes esenciales de bie ron e xis tir desde s ie m p r e ...
” Este s e gundo volume n de be caracte rizar s uce sivame nte e l
or de n humano en todos los aspectos fundame ntale s que le
son propios . E n r e lación con cada uno de e llos , es necesario
ante todo de te r minar el régime n nor mal que corresponde a
nue s tra natur ale za ve rdade ra, y lue go e x plicar la neces idad
que s ubor dina su adve nimie nto de cisivo a una pr olongada pre ­
pa r ación gr ad ua l” (S y s tém e de p o litiq ue pos itiv e , t. II, págs .
3- 4).
Es ta conce pción comtis ta de la e s tática e ncuadra su desarro­
llo inte gr al e n el S y s tém e de p o litiq u e pos itiv e . E l tomo I I
de l S y stém e de p o litiq u e pos itiv e está cons agrado totalme nte
a la e s tática social, y lle va e l caracte rístico s ubtítulo de ‘T r a ­
tado abs tracto de l orde n huma no ”. Es induda ble que e n e l
Cours de philo s o phie pos itiv e , ha lla mo s e l esbozo de una es­
tática; pe ro ésta s ólo incluye un capítulo, y en é l las ide as
e s tán ape nas e s bozadas .28
Es ta e s tática pue de descomponerse lógicame nte en dos pa r ­
tes, por una parte e l e s tudio pr e limina r de la e s tructura de
la natur ale za huma na , que aparece en e l tomo I de l Sy stém e
de p o litiq u e pos itiv e , y por otra e l e s tudio pr opiame nte d i­
cho de la e s tructura de la natur ale za s ocial.

Augus to Comte expuso sus ide as acerca de la natur ale za


humana e n lo que de nominó e l “ cuadr o ce re bral” ; que a pa ­
rece como un e s tudio cie ntífico de las localizacione s cerebra­
les. En esc cuadr o indic a en qué lugar de l cerebro e stán si­
tuados los correspondientes anatómicos de las dife re nte s dis ­
posiciones humanas . Es ta te oría de las localizacione s cere­
br ale s es el aspecto que me nos nos inte re sa, y e l menos de­
fe ndible de l pe ns amie nto de Augus to Comte . Propone mos ig­

28 En los detalles ha y difere ncias entre las ide as del Cours


y las de l Sy stém e, pe ro a quí procuro de te rminar las líneas fun­
dame ntales y desecharé las diferencias para e studiar la está­
tica social s e gún la concibe Augus to Comte - en el mome nto
e n que escribe el Sy stém e de p o litique positiv e .
nor ar lo s in pe rjuicio, y sin tr aicionar e l pe ns amie nto de su
autor, por que e l mis mo Comte de clara que las localizacione s
cerebrales son en cierta me dida hipotéticas . La inte rpre ta­
ción fis iológica des emboca en una hipóte s is anatómica que
en sí mis ma no es más que la trans pos ición de una inte rpre ­
tación de l funcionamie nto de l e s píritu.
Cie rtame nte , hay gr an dife r e ncia entre e l modo en que
Augus to Comte expuso qué es la naturale za huma na , y e l mo­
do que podía utiliza r Platón. Pe ro e n P la t ón ha llamos esbo­
zos de las localizacione s , si no cerebrales, por lo me nos fí­
sicas. De s pués de habe r dis tinguido e l »ou* y el d v p o s , tam­
bién P la tón s itúa estos dife re nte s aspectos de la natur ale za
huma na en las dis tintas partes de l cuerpo. Pe ro también en
este caso pue de ignorars e la teoría de la loc alización de las
dis pos icione s en el cuerpo, par a conservar s olame nte la im a ­
gen que P la tón se fo r ja ba de l hombre . 29
Augus to Comte indica que pode mos cons ide rar la natur a­
leza huma na como doble o triple . Pue de afir mars e de l hom­
bre que está for mado de corazón e inte lige ncia, o div id ir e l
corazón en s e ntimie nto (o afe cto) y actividad, y e nte nde r que
e l hombre es s imultáne ame nte s e ntimie nto, actividad e inte li­
gencia. Augus to Comte s e ñala que e l doble s e ntido de la pa­
labr a corazón es una ambig üe da d re veladora. T ene r corazón
implic a tener s e ntimie ntos o coraje. La mis ma pala br a expresa
ambas ide as , como si e l idioma tuviese concie ncia de l vínculo
que existe entre e l afe cto y e l coraje.
E l hombre es s e ntime ntal, activo e inte lige nte . E n pr ime r lu ­
gar, es un ser e s e ncialme nte activo. Comte re toma ha cia el
fin de su vida las fór mulas que apar e cían ya en los Opuscu-
le s, y escribe en e l S y steme de p o litiq ue pos itiv e que el hom­
bre no ha s ido hecho para pe rde r su tie mpo e n e s pe culacio­
nes y dudas inte r minable s . E l hombre está he cho par a actuar.
Pe ro e l impuls o activo prove ndrá s ie mpre de l corazón (e n
e l s entido de l s e ntimie nto). E l hombre no actúa ja más rae-

29 La dis tinción entre la r azón y el corazón aparece en


Platón, en L a R e p úb lic aiy Fe dro. Re apare ce e n una des crip­
ción fis iológica de los vivientes mortales e n T im eo (pár r afo
69 y s igte s .), donde Platón traza un cuadro de las locaciones
corporales, s ituando el alma inmortal en la cabeza y el alma
mortal en el pecho. Ade más , hay otras s imilitude s entre el pe n­
samie nto de Platón y el de Comte . As í el mito platónico de l
tronco de caballos (véas e Fe dro) re cue rda la dialéctica quo
Comte des cubre e n e l hombre entre e l afe cto, la acción y la
inte lige ncia.
diante la inte lige ncia; es decir, el pe ns amie nto abstracto no
es jamás el de te rminante de la acción humana. Sin e mbargo,
la actividad, animada por el afecto, necesita e l control de la
inte lige ncia. De acuerdo con una fór m ula ccicbre, es necesa­
r io actuar con afecto, y pe ns ar para actuar.
De esta concepción se des prende la crítica a una inte r pr e ­
tación inte le ctualis ta de l racionalis mo, de acue rdo con la cual
e l de s arrollo his tórico conve rtiría progre sivame nte a la in te li­
ge ncia en órgano de te rminante de la conducta humana. E n
o pin ión de Augus to Comte e llo no es pos ible . E l s e ntimie nto
será sie mpre el alma de la huma nida d y el motor de la ac­
ción, y de él ve ndrá e l impuls o. La inte lige ncia no será jamás
otra oosa que un órgano de dire cción y de control.
Pe ro esto últ im o no im plic a de s valorizar la inte lige ncia,
pue s en la filos ofía pos itivis ta está incluida la ide a de una
r e lación inversa entre la fue rza y la noble za. E l más noble
es e l más dé bil. Pe ns ar que la inte lige ncia no de te r mina la
acción no e quivale a me nos pre ciar la inte lige ncia. És ta no es
y no pue de ser la fuerza, pre cis ame nte porque en cierto mo­
do es lo que hay de más elevado.
Las localizacione s cerebrales de estos tres eleme ntos de la
natur ale za huma na no son otra cosa que la trans pos ición de
las ide as re lacionadas con su funcionamie nto. Augus to Com­
te s itúa la inte lige ncia hacia la parte ante rior de l cerebro, de
modo tal que la inte lige ncia esté en r e lación con los órga­
nos de la pe rcepción o de los sentidos. Por el contrario, s itúa
e l afecto hacia atrás, de modo que esté vinculado dir e ctame n­
te con los órganos motores.
Podemos dis tinguir lue go e n los s e ntimie ntos lo que se re­
lacio na con e l egoísmo y lo que , por e l contrario se vincula
con e l altruis mo o e l desinterés. Augus to Comte r e aliza una
clas ificación bas tante e xtraña de los s e ntimie ntos , e nume ra
los ins tintos purame nte egoístas (nutr itivo, s e xual, ma te r na l),
y lue go incorpora dis posicione s también egoístas, pe ro ya vin­
culadas con las re lacione s con otros: militar e s e indus triale s ,
que son la trans pos ición en la natur ale za huma na de dos t i­
pos de sociedades que creyó obs ervar e n su tie mpo. E l ins ­
tinto m ilita r es e l que nos induce a de r r ibar ¡os obs táculos ,
y e l ins tinto indus tr ial, por e l contrario, es el que nos lle va
a cons truir los me dios. Agre ga todavía dos s e ntimie ntos fác il­
me nte reconocibles: e l or gullo y la vanidad. E l or gullo es el
ins tinto de dominio; la vanidad, la bús que da de la aproba­
ción aje na. Me diante la vanida d ya pasamos, de cierto mo­
do, de l egoís mo a l altruis mo.
Las dis pos icione s no egoístas son tres: la adhe s ión de una
pers ona a otra en pie de igua lda d; la vene ración, que ya am­
plía e l círculo, o de te rmina la r e lación del hijo con e l pa­
dre , de l dis cípulo con e l maestro, de l infe r ior con el s upe rior;
y finalme nte la bondad, que e n pr incipio no tie ne a mplitud
unive r s al y que debe flore ce r en la r e ligión de la humanida d.
Por su parte , podemos dividir la inte lige ncia en concepción
y expres ión. A su vez, la conce pción es pas iva o activa. Cuan­
do es pas iva, tiene carácte r abs tracto o concreto. Cuando es
activa, es inductiva o de ductiva. La e xpres ión pue de ser m í­
mica, or al o escrita.
Finalme nte , la actividad se divide e n tres tende ncias : la
virtud, para e mple ar una e xpres ión de la filos ofía clás ica, su­
pone el valor de la iniciativa, la pr ude ncia en la e jecución y
la firme za e n la r e alización o perseverancia.

T a l la te oría de la na tu r a le zi humana. En función de este


cuadr o cerebral, parece e vide nte que el hombre es ante todo
e goís ta, pero que no lo es e xclus ivame nte . Las dis posiciones
or ie ntadas hacia e l pr ójimo, que florece n en e l des interés y
e l amor, en efecto están dadas desde el pr incipio.
La his tor ia no modifica la natur ale za de l hombre . La pr ima ­
c ía conce dida a la e s tática e quivale a la afir mac ión de l ca­
rácte r e te mo de las dis pos icione s características de l hombre
como hombre . Augus to Comte no ha br ía escrito, como Jean-
P a u l Sartre: “ E l hombre es e l por ve nir de l hombre ”, ni pe n­
s ado que e l hombre se crea a sí mis mo e n e l curso de l tie m­
po. Las dis pos iciones esenciales apare ce n desde e l origen
mis mo.
De lo ante rior no se deduce que la sucesión de las socie­
dade s na da aporte a l hombre . Por e l contrario, la his toria le
ofrece la pos ibilida d de r e alizar lo que tiene de más noble
e n su pr opia natur ale za y favorecer el flor e cimie nto progresi­
vo de las dis pos iciones altruis tas . T ambié n le ofrece la pos i­
b ilid a d de utiliza r ple name nte la inte lige ncia como guía de
su acción. Par a la huma nida d, la inte lige ncia no será jamás
otra cosa que un órgano de control, pero en los prime ros tie m­
pos de su e volución no pue de ser un control válido de la ac­
tividad porque , como se s e ñaló ante riorme nte , el pens amie n­
to pos itivo no es un pe ns amie nto espontáne o. Ser pos itivo
e quivale a de s cubrir las leyes que gobie r nan los fe nóme nos .
Ahor a bie n, hace fa lta tie mpo para de ducir de la observa­
ción y la e xpe riencia e l conocimie nto de las leyes. La his to­
r ia es indis pe ns able par a que la inte lige ncia humana alcan­
ce su fin inmane nte y re alice su ve rdade r a vocación.
Las re lacione s estructurales e ntre las parte s de la na tur a­
le za humana continuar án s ie ndo las mis mas que ha llamos e n
e l punto de pa r tida. Augus to Comte se opone así a una ver­
s ión optimis ta y r acionalis ta de la e volución de la humanida d.
E n opos ición a quie ne s creen que la razón podr ía ser e l de­
te rminante e se ncial de la conducta huma na , a fir ma que los
hombre s jamás res ponde rán más que a sus s e ntimie ntos . E l
verdade ro obje tivo consiste en que los hombre s sean movidos
cada vez más por s e ntimie ntos desinteresados, y no por ins ­
tintos egoístas, y que e l órgano de control que dir ige la
actividad huma na pue da c um plir ple name nte su func ión, des­
cubr ie ndo las leyes que rige n la r e alidad.
Es ta inte r pr e tación de la natur ale za huma na pe r mite pas ar
a l anális is de la naturale za s ocial.

E n los siete capítulos de l se gundo tomo de l Sy ste m e de po-


litiq u e pos itiv e , Augus to Comte esboza s ucesivamente una teo­
r ía de la r e ligión, una te oría de la propie dad, una te oría de
la fa m ilia , una teoría de l le nguaje , una te oría de l organis mo
s ocial o de la divis ión de l trabajo, ante s de concluir con dos
capítulos , uno consagrado a la e xiste ncia social s is te matiza­
da por el sacerdocio, esbozo de la socie dad humana que a l­
canzó el nive l pos itivis ta, y e l otro r e lacionado con los lí­
mite s generales de var iación que son propios de l orden hu­
mano, e xplicación estática de la pos ibilida d de la dinámica ,
o aún e xplicación, a par tir de las leyes de la es tática, de
la pos ibilida d y la necesidad de las variacione s his tóricas . Es ­
tos difere nte s capítulos cons tituye n en conjunto una teoría
de la es tructura fundame nta l de las sociedades.

E l anális is de la r e ligión se propone de mos trar la func ión


de la r e ligión en toda socie dad humana. La r e ligión es re s ul­
tado de una doble exige ncia. T oda socie dad implic a necesa­
r iame nte consensos, es de cir, acue rdo entre las partes, unión
de los mie mbr os que constituye n la s ociedad. La unida d so­
cial exige el re conocimie nto de un pr incipio de unid a d para
todos los individuos ; es decir, exige una r e ligión.
La r e ligión mis ma incluye la divis ión te rnaria caracte rística
de la natur ale za humana. Im plic a un aspecto inte le ctual, e l
dogma; un aspecto afectivo, el amor, que se expresa en e l
culto, y un as pe cto.práctico, de nominado régime n por Augus to
Comte . El culto de te r mina los s e ntimie ntos , el régime n la con­
ducta privada o públic a de los creyentes. La r e ligión repro­
duce en sí mis ma las dife re nciacione s de la natur ale za huma ­
na: como una unida d, de be dir igirs e s imultáne ame nte a la in-
te lige ncia, a l s e ntimie nto y a la acción, es decir, a todas las
dis pos icione s de l ser humano.
Esta concepción no es fundame ntalme nte dis tinta de lo que
Augus to Comte había de s ar rollado a l pr incipio de su carrera
cuando afir maba que las ide as de la inte lige ncia fija b a n las
etapas de la his tor ia de la huma nida d. Pero e n la época de l
Sy stém e de p o litiq u e pos itiv e , ya no cree que las s imple s ide as
fundame ntale s o la filos ofía sean e l fundame nto de cada or­
ganización social. La r e ligión es la base de l or de n s ocial, y
e lla representa afecto y actividad al mis mo tie mpo que dog­
ma o creencia. “En este tratado, escribe Augus to Comte , ca­
racterizaremos s ie mpre a la r e lig ión por e l estado de armo­
nía ple na que es propio de la exis te ncia huma na , tanto co­
lectivo como individua l, cuando/todas sus dife re nte s parte s es­
tán coordinadas digname nte . Es ta de finición, la única común
a los difere nte s casos principale s , concierne igualme nte a l co­
razón y a l e s píritu, cuyo concurso es indis pe ns able par a una
unida d s emejante. Por consiguie nte , la r e ligión es par a e l
alma un consenso nor mal exactamente comparable a l de la
salud para e l cue rpo” (Sy stém e de p o litiq u e pos itiv e , t. II,
pág. 8 ).

Es necesario r e lacionar los dos capítulos vinculados , por


una parte con la propie dad, por otra con e l le nguaje . La re­
lación pue de parecer sorprendente , pero corresponde al pe n­
s amie nto pr ofundo de Augus to Co m te .30 En efecto, la pro-

80 “E n este aspecto social, la ins titución de l le nguaje de be


compararse finalme nte con la ins titución de la propie dad
( . . . ) . Pues la prime ra presta a la vida e s piritual de la h u ­
manidad un servicio fundame ntal, que e quivale al de la s egun­
da con respecto a la vida material. De s pués de habe r facili­
tado ese ncialmente la adquis ición de todos los conocimientos
humanos , teóricos o prácticos, y dir igido nuestro impuls o es­
tético, el le nguaje consagra esta doble rique za, y la trans mite
a nuevos colaboradores. Pero la dive rs idad de las acumulacio­
nes crea una difere ncia fundame ntal entre las dos ins titucio­
nes conservadoras. E n el caso de los productos de s tirados a
satisfacer necesidades personales, que ine vitable me nte los des­
truyen, la pr opie dad de be ins tituir conservadores individuale s
cuya e ficacia social a ún aume nta gracias a una sensata con­
ce ntración. Por el contrario, e n re lación con las riquezas que
im plic a n una pos e jión s imultáne a sin sufrir ninguna alte ración,
e l le nguaje ins tituye naturalme nte una comunidad total, e n la
que todos aprove chando libre me nte el tesoro universal, con­
curren e s pontáne amente a su conservación. A pesar de esta
difere ncia fundame ntal, los dos sistemas de acumulación sus-
pie da d y el le nguaje se corresponden mutuame nte . La pro­
pie da d es la proyección de la actividad en la s ocie dad, y e l
le nguaje es la proyección de la inte lige ncia. La le y común a
la pr opie dad y a l le nguaje es la le y de la acumulación. Hay
progreso de la civilización porque las conquis tas mate riale s
e inte le ctuale s no des aparecen con quie ne s las r e alizaron. La
huma nid a d existe porque hay tr adic ión — es decir, trans mi­
s ión. La pr opie dad es la acumulación de bie ne s trans mitidos
de una ge ne ración a otra. E l le nguaje es, por as í de cirlo, e l
r e ce ptáculo donde se conservan las adquis icione s de la inte ­
lige ncia. Cuando re cibimos un le nguaje , obtene mos una cul­
tura creada por nuestros ascendientes.
No debemos de jarnos impre s ionar por la pa labr a propie ­
dad, con toda su re s onancia polític a o par tidis ta. A los ojos
de Augus to Comte poco impor ta que la propie dad sea pr iva­
da o pública. Par a él, la propie dad en tanto que func ión esen­
cia l de la civilización es e l hecho de que las obras mate r ia­
les de los hombre s pe r dur an más a llá de la e xis tencia de sus
creadores, y de que podamos tr ans mitir a nuestros de s cendien­
tes lo que hemos producido. Los dos capítulos , propie dad y
le nguaje , e s tán consagrados a los dos ins trume ntos esencia­
les de la civilización huma na , cuyas condicione s son la con­
t inuida d de las generacione s y e l hecho de que los vivos re­
toman el pe ns amie nto de los muertos. De a hí las frases cé­
lebre s: ‘‘La huma nida d está formada más por mue rtos que
por vivos”, “Los muertos gobie r nan cada vez más a los vivos” .
Va le la pe na re fle xionar sobre estas fór mulas . Uno de los
factores de or ig ina lid a d de Augus to Comte es e l he cho de
que , habie ndo par tido de la ide a de la socie dad indus tr ial, con­
ve ncido de que las s ocie dades cie ntíficas difie r e n fundame n­
talme nte de las que e xis tieron en e l pas ado, haya lle gado, no
al me nospre cio del pas ado y a la e xaltación de l porve nir, co­
mo la mayor ía de los sociólogos mode rnos, s ino a una suerte
de r e habilitación de l pas ado. Es un utopis ta, que s ue ña con
un porve nir más perfecto que todas las socie dades conocidas,

citan abusos equivalentes , e n ambos casos re s ultado de l de ­


seo de gozar sin producir. Los conservadores de los bienes
materiales pue de n degenerar e n árbitros exclusivos de su uso,
dir igido con excesiva fre cue ncia hacia satisfacciones egoístas.
Asimismo, los que en r e alidad nada incorporaron al tesoro es­
pir itual, se ador nan con él para us urpar un br illo que les dis ­
pensa de todo servicio r e al" (S y s tém e de p o litiq ue pos itiv e ,
tomo II, pág. 254).
pe ro mantie ne su carácte r de hombre de tr adición, im buido de
u n agudo s e ntido de la u n id a d huma na e n e l curso de l
tie mpo. 81
Entre e l capítulo consagrado a la propie dad y e l que se
ocupa de l le nguaje , se inte r cala un capítulo re fe rido a la fa ­
m ilia , que hace jue go con el que consagró a l organis mo so­
cia l o a la divis ión de l trabajo. Estos dos capítulos correspon­
de n a dos de los e leme ntos de la natur ale za humana. La fa ­
m ilia es e s e ncialme nte la u n id a d afe ctiva, y por su parte
e l organis mo s ocial o la divis ión de l tr abajo corresponde a l
e le me nto activo de la naturale za huma na .
E n su teoría de la fa m ilia , Augus to Comte toma como mo­
de lo y considera implíc itame nte como e je mplar la fa m ilia de
tipo occide ntal, he d ió que naturalrrflsnte le fue re prochado.
De secha s in más como patológicas ciertas formas de or gani­
zación de la fa m ilia que han e xis tido en difere nte s países y
en e l curso de los siglos, por e je mplo la poligamia.
Es indud a ble que Comte era excesivamente s is te mático y
categórico. E n su de s cr ipción de la fa m ilia a me nudo a tr ibu­
ye carácter unive r s al a ciertos rasgos vinculados con una so­
cie dad par ticular . Pero no creo que esta crítica s upe rficial
agote el tema. E l doctrinar io de l pos itivis mo se ha e s forzado
sobre todo por demos trar que las re lacione s existentes e n el
seno de la fa m ilia eran características, o e je mplos de las di-

31 Para Augus to Comte no hay más que una historia de la


humanidad, y él mis mo alie nta la ambición de inte grar e n su
síntesis todos los mome ntos de l pas ado. Aún ve en ese sen­
tido de la tr adición una de las principale s ventajas de l pos i­
tivismo: “La anar quía occide ntal consiste principalme nte en la
alte ración de la cont inuida d humana, violada sucesivamente por
e l catolicis mo que ma ldijo a la Antigüe dad, el prote stantismo
que re probó a la Eda d Me dia, y el de ís mo que ne gó toda fi­
liación. El pos itivis mo manifie s ta preferencias, y así s uminis ­
tra a la s ituación re volucionaria su única s alida implícita , su­
pe rando a todas estas doctrinas más o me nos subversivas que
impuls aron gr adualme nte a los vivos a alzarse contra el con­
junto de los muertos. De s pués de un servicio tal, la historia
se convertirá muy pronto en cie ncia sagrada, de acue rdo con
su función normal, en el e s tudio dire cto de los destinos de l
Gr an Ser, cuya ide a resume todas nuestras teorías sanas. La
política sis te matizada en ade lante vinculará con él sus dife re n­
tes actividade s , s ubordinadas naturalme nte al estado que co­
rresponde a la gran e volución. Aún la poesía re generada ex­
traerá de él los cuadros destinados a pre parar el porve nir ide a­
lizando el pas ado” ( Systeme de po litique pos itiv e , tomo III,
Pág. 2 ).
furentes relaciones que pueden existir entre personas huma-
ñas ; y también que , e n la fa m ilia , la afe ctividad huma na ob-
li- nía e ducación y formación.
Las re lacione s familiar e s pue de n ser re lacione s de ig ua l­
dad, entre he rmanos ; re lacione s de ve ne ración, e ntre hijos y
padre s ; re lacione s de bondad, entre padre s e hijos ; re lacione s
comple jas de ma ndo y obe die ncia, entre el hombre y la mu­
je r. En efecto, Augus to Comte cree evide nte que e l hombre
delip mandar , ser activo e inte lige nte , debe hacerse obedecer
por la muje r , que es e s e ncialme nte s e ns ibilidad. Pero esta su­
pre macía, fundada en cierto modo en la fue rza, es infe r io­
r idad desde otro punto de vista. En la fa m ilia , el pode r es­
pir it ua l, es decir, el pode r más noble , es e l de la muje r.
Augus to Comte tenía el s e ntido de la igualda d de los se­
res, pero se tr ataba de una igualdad bas ada en la dife re n­
ciación r adical de las funcione s y las dis posicione s. Cuando
a fir ma ba que la muje r era inte le ctualme nte infe r ior al hom­
bre, estaba próx imo a ver en e llo una s upe r ior idad; por lo
mis mo, la muje r era el pode r e s pir itual o pode r de amor,
que impor taba mucho más que la vana s upe r ioridad de la
inte lige ncia. Recuérdes e la be lla fór m ula de Augus to Com­
te: “ Xos fatigamos de actuar y a ún de pe ns ar; ja más nos fa ­
tigamos de amar ” .
Al iñS«mo tie mpo, en la fa m ilia los hombre s hace n la ex­
pe rie ncia de la continuida d his tór ica y apre nde n lo que es
la condición de la civilización: la trans mis ión de una gene­
ración a otra de los capitale s mate riale s y las adquis icione s
inte lectuale s .
Las ide as .es enciales de Augus to Comte acerca de la divi­
s ión de l tr abajo son las de la dife re nciación de actividade s y
la cooperación de los hombre s ; o par a e mple ar términos exac­
tos, la s e paración de las funcione s y la combinación de los
esfuerzos. Pero el pr incipio fundame nta l de l pos itivis mo, por
chocante que pue da parecer, es el re conocimiento, y a ún más
la afir mación de la pr imacía de la fue rza en la or ganización
práctica de la sociedad. En tanto que or ganización de las
actividade s humanas , la s ocie dad está dominada por la fue r ­
za, y no pue de de jar de estarlo.
Augus to Comte reconoce s ólo a dos filós ofos políticos : Ar is ­
tóteles y Hobbe s . Entr e Ajis tóte le s y e l propio Comte , Hob-
bes es el único que has ta cierto punto merece ser citado. Hob­
bes compre ndió que toda socie dad está gobe rnada y debe es­
tar gobe rnada (e n los dos s entidos de ine vitable y de con­
for midad con lo que debe ser) por la fuerza. Y la fue r za
en la s ocie dad es él núme r o o la r ique za. 32
Augus to Comte re chaza cierta for ma de ide alis mo. La so­
cie dad está y será domina da por las fuerzas de l núme r o o de
la rique za (o por una combinación de unas y otr as ), e nte n­
diéndos e que no hay dife re ncia e se ncial de calidad entre una
y otra. Es nor mal que la fue rza pre vale zca. ¿Cómo podr ía ser
de otro modo, en la me dida e nAjue conside ramos la vida re al
como es, y a las sociedades humanas según son?
“Todos los que se s ie ntan chocados por la propos ición de
Hobbe s s in duda ha lla r án e xtraño que , en lugar de ofrecer
la fue rza como base de l orden político, se quis ie r a le vantar
este últ im o sobre la de bilida d. Ahora bie n, eso sería, s in e m­
bargo, lo que re s ultaría de su vana crítica, de acue rdo con
mi anális is funda me ntal de los tres e leme ntos que son inhe ­
rentes a todo pode r social. Pue s falta ndo una auténtid^ fue r ­
za mate r ial, nos veríamos obligados a r e cibir de l e s píritu y de l
corazón las bases primitivas que estos e ndebles elementos nu n ­
ca pue de n aportar. Aptos sólo para modifica r digname nte un
orden preexistente, no podr ían c um plir ninguna func ión so­
cia l a llí donde la fue rza mate r ial no ha come nzado por crear

82 De ese modo, el único principio de la cooperación, sobre


el cual reposa la socie dad politica propiame nte dicha, suscita
naturalme nte el gobierno que de be mante ne rla y des arrollar­
la. Un pode r tal aparece, en ve rdad, como ese ncialme nte ma ­
terial, pues resulta s ie mpre de la grande za o de la rique za.
Pero importa reconocer que el or de n social jamás pue de tener
otra base inme diata. E l célebre principio de Hobbe s sobre el
dominio es pontáne o de la fuerza constituye , e n el fondo, el
único paso capital que has ta ahora ha dado, desde Aristóteles
bas ta mí, la teoría pos itiva del gobierno. Pues la admir able
anticipación de la E d a d Me dia respecto de la divis ión de los
dos poderes se de bió, e n una s ituación favorable, más al sen­
timie nto que a la T a z ó n : y lue go, pudo resistir a la dis cus ión
sólo cuando yo re tomé el asunto. Todos los odiosos re pro­
ches que soportó la conce pción de Hobbe s se originaron ex­
clus ivame nte e n su fue nte me tafísica, y en la confus ión r a di­
cal que e n ella se manifie s ta lue go entre la apre ciación está­
tica y la apre ciación dinámica que ya no seria pos ible di­
ferenciar. Pero esta doble impe rfe cción habría culminado, con
jueces menos malévolos y más esclarecidos, en una me jor apre ­
ciación tanto de la dific ulta d como de la impor tancia de esta
luminos a reseña, que sólo podia ser utilizada ec la me dida
necesaria por la filos ofía pos itiva” (S y s tém e de politique po­
s itiv e , tomo II, pág. 299).
ade cuadame nte un régime n cua lquie r a” (Sy s tem e de p o liti­
que pos itiv e , t. II. pág?. 299- 300).
Pe ro una s ocie dad ajus tada a la natur ale za huma na debe
inc luir una contraparte o una re ctificación de l dom inio de la
fue r za, el pode r e s pir itual cuya teoría de s arrolla Augus to Com­
te, oponiéndola a su conce pción re alis ta de l orden social. E l
pode r e s pir itual es una e xige ncia pe rmane nte de las socie­
dade s humanas , porque éstas, en tanto que orde n te mporal,
s ie mpre se e ncontr ar án dominadas por la fue rza.
Existe un doble pode r e s pir itual, el de la inte lige ncia y el
de l s e ntimie nto o el afecto. Al pr incipio de su carrera, Au ­
gusto Comte afir maba que el pode r e s pir itual corre s pondía a
la inte lige ncia. Hacia e l fin de su carrera, el pode r e s pir itual
se ha conve rtido e s e ncialme nte en e l pode r de l afe cto o de l
amor. Pero sea cual fue re la for ma exacta de l pode r e s piri­
tua l, la dis tinción entre e l pode r te mporal y e l pode r e s piri­
tual es pe rmane nte , válida para todas las épocas, aunque se
r e alice de l todo s ólo en la fase pos itiva — es decir, e n la fa ­
se que es la culmina ción de la his tor ia humana.
E l pd^e r e s pir itual tiene dife re nte s funcione s . De be re gla­
me ntar la vida inte r na de los hombres , agruparlos para que
vivan y actúen en común, consagrar el pode r te mporal con e l
fin de convencer a los hombre s de la ne ce sidad de obe de ­
cer; no hay vida s ocial pos ible si no hay individuos que
manda n y otros que obedecen. Par a e l filós ofo, poco impor ­
ta quién manda y quié n obe dece; los que ma nda n son y se­
r án s ie mpre los poderosos.
E l pode r e s pir itual no de be limitar s e a re gular, a agr u­
par y consagrar, s ino que también de be mode rar y lim ita r
el pode r te mporal. Pero par a r e alizar este obje tivo es nece­
s ario que la dife r e nciación social haya avanzado mucho. Cuan­
do el pode r e s pir itual consagra a l pode r te mpor al — es de­
cir, cuando los sacerdotes de claran que los reyes son los un­
gidos de Dios , o que gobie r nan e n nombr e de Dios — e l po­
der e s pir itual confie re autor idad a l pode r te mporal. Es ta con­
sagración de los fuertes por e l e s píritu pue de habe r s ido ne ­
cesaria en e l curso de la his toria huma na . Se ne ce s itaba un
or de n social, y ade más un orde n s ocial ace ptado, aun en mo­
me ntos en que e l e s píritu no ha bía ha lla d o las leyes autén­
ticas de l orde n exterior, y me nos a ún las leyes ve rdade ras de l
orde n s ocial. E n la fase fin a l, el pode r e s pir itual s ólo con­
cederá una cons agración par c ial a l pode r te mporal. Los sa­
bios e x plicar án la ne ce s idad de l orde n indus tr ial y de l orde n
social, y de ese modo confe r ir án una suerte de autor idad mo­
r a l al pode r de mando de los e mpresarios o los banqueros .
Pe ro su func ión esencial no será tanto consagrar como mode ­
rar y limitar , es de cir re cordar a los poderosos que se lim i­
tan a e je cutar una func ión s ocial, y que su mandato no im ­
plica s upe rioridad mor al o e s pir itual.
Por lo tanto, para que el pode r e s pir itual cumpla todas sus
funcione s , y par a que a l fin se reconozca y aplique la au­
téntica dis tinción entre lo te mporal y lo e s pir itual, la his to­
r ia es necesaria, con una ne ces idad que se manifie s ta gracias
a l anális is e stático de la dis tinción entre los dos poderes.
Este e s tudio de la es tática ilu m in a el s e ntido de la d in á­
mica, desde e l tr iple punto de vis ta de la inte lige ncia, la ac­
tividad y e l s e ntimie nto.
La his toria de la inte lige ncia va de l fe tichis mo al pos iti­
vis mo es decir, de la síntesis fund ada en la s ubje tividad y la
proyección sobre e l mundo exterior de una r e alidad seme­
jante a la de la conciencia, al de s cubrimie nto y la a fir ma ­
ción de leyes que rige n los fe nóme nos , s in la pre tens ión de
d iluc id a r las causas.
La actividad pasa de la fase m ilita r a la fase indus tr ial;
es decir, en términos marxis tas, de la lucha de los hombres
e ntre sí a la lucha victoriosa de l hombre con la naturale za
— con la reserva de que Augus to Comte no alime nta exage­
radas esperanzas respecto de los re s ultados que se obte ndr án
me diante e l dominio de l hombre sobre las fue rzas naturale s .
Finalme nte , la his toria de la afe ctividad es la de l flor e ci­
mie nto progresivo de las dis posicione s altruis tas , sin que el
hombre cese jamás de ser e s pontáne a y e se ncialme nte egoísta.
Este tr iple s ignificado de la his tor ia se deduce de la está­
tica, que pe rmite compre nde r la his toria en re lación con la
estructura fundame ntal de la socie dad.
La his toria re aliza s imultáne ame nte una dife re nciación cada
vez más ace ntuada de las funcione s sociales, y una unificación
paulatiname nte más completa de las sociedades. En la fase
fina l, el pode r te mpor al y el pode r e s pir itual se ha br án dife ­
r e nciado más que nunca, y esta dis tinción será al mis mo tie m­
po la condición de un consenso más estrecho, de una más s óli­
da unida d en pr ofundida d. Los hombres ace ptarán la je r ar­
q u ía te mporal porque s abrán de su pre carie dad, y porque
reservarán su supremo apre cio para el orde n e s pir itual que
pue de ser e l de rrocamie nto de la je r ar quía te mporal.33

33 “Pero la armonía ha bitual entre las funciones y los fu n ­


cionarios exhibirá sie mpre inmensas impe rfecciones. Aunque se
quis iera pone r a cada uno en su lugar, la breve duración de
nuestra vida objetiva impe diría necesariamente lograrlo, pues
De s pués de habe r de ducido los rasgos característicos de la
s ocie dad indus tr ial, Augus to Comte le atr ibuyó la condición
de for ma unive r s alizable de la or ganización social. Lue go, e n
el Cours de philos ophie pos itiv e , concibió la his toria de la h u­
ma nid ad como la de un pue blo único. Finalme nte , fund ó esta

no se conse guiría e xaminar en la me dida s uficie nte los títulos


para re alizar a tie mpo las mutaciones . Por otra parte , es ne ­
cesario reconocer que la mayor ía de las funcione s sociales no
exigen ninguna a ptitud re almente natural, que no pue da ser
cabalme nte compe ns ada por un ejercicio apropiado, de l que
nadie de be ría abstenerse totalme nte . Como el me jor órgano
necesita siempre u n apre ndizaje especial, es necesario respetar
mucho toda posesión eficaz, tanto de funcione s como de capi­
tales, reconociendo cuánto importa esta s e guridad pers onal pa­
ra la e ficacia social. Por lo de más, aún me nos de be ríamos enor­
gulle ce mos de las cualidade s naturales que de las ventajas
adquir idas , pue s e n aquéllas nue stra inte r ve nción es me nor. Por
lo tanto, nuestro verdadero mérito, como nuestra fe licidad, de ­
pe nde del digno e mple o voluntario de' las diferentes fue rzas
que el orde n real, tanto artificial como natural, nos aportan.
T al es la sana apre ciación de acue rdo con la cual el pode r
e s piritual de be ins pirar constante me nte a los individuos y a
las clases una sabia re s ignación hacia las impe rfe cciones ne ­
cesarias de la ar monía social, expuesta a mayores abusos a
causa de su superior complicación.
"Sin embargo, esta convicción habitual sería ins uficie nte p a ­
ra contener los reclamos anárquicos , si el se ntimie nto que pue ­
de justificarlos no recibiera, al mis mo tie mpo, cierta satisfac­
ción normal, re gulada digname nte por el sacerdocio. Ella es
resultado de la aptitud de apre ciación que constituye dire cta­
me nte el carácter pr incipal de l pode r e s piritual, cuyas funcio­
nes sociales de consejo, consagración y dis ciplina de rivan e vi­
de ntemente de dicha aptitud. Ahora bie n, esta apre ciación,
que se inicia necesariamente en re lación con los servicios, en
de finitiva de be extenderse has ta los órganos individuale s . Es
indudable que el sacerdocio de be esforzarse siempre por con­
tener las mutacione s personales, cuyo libr e curso lle garía muy
pronto a ser más fune sto que los abusos que las habr ían ins­
pirado. Pero también de be construir y desarrollar, e n contras­
te con este orde n obje tivo que es re s ultado de l pode r eficaz,
un orde n s ubjetivo fundado en la estima personal, de acue rdo
con una apre ciación s uficie nte de todos los títulos individua ­
les. Aunque esta segunda clas ificación no pue de n i de be pre ­
valecer jamás, salvo en el culto sagrado, su justa opos ición a
la prime ra de termina los perfeccionamientos re almente prac­
ticables, s uavizando también las impe rfe ccione s insupe rable s "
( Systéme de politique pos itiv e , tomo II, págs. 329- 330).
u nid a d de la especie en la cons tancia de la natur ale za huma ­
na, que se expresa e n un orde n fundame nta l de l ámbito so­
cial, orde n que pode mos re cupe rar en la dive r s idad de las
ins titucione s his tóricas .
Por cons iguiente, e l s ociólogo de la unid a d humana tie ne
ine vitable me nte un e nfoque filos ófico que rige la fundación
de la sociología. Augus to Comte es filós ofo en tanto que so­
ciólogo, y es sociólogo en tanto que filós ofo. E l vínculo in d i­
s oluble entre la sociología y la filos ofía provie ne de l pr inci­
p io de su pe ns amie nto, la afir mac ión de la unid a d humana,
que implica cierta concepción de l hombre , de su naturale za,
de su vocación y de la r e lación entre el individuo y la colec­
tividad. De a hí que convenga de finir las ide as filos óficas de
Augus to Comte r e lacionando su pe ns amie nto con las tres in ­
tenciones que podemos h a lla r en su obra: la inte nción de l re­
formador s ocial, la inte nción de l filós o fo que s inte tiza los
métodos y los re sultados de las ciencias, y finalme nte la in ­
te nción de l hombre que se autode s igna gran sacerdote de una
r e ligión nue va, la r e ligión de la humanida d.

De un modo o de otro, la mayor ía de los sociólogos han


inte ntado actuar e in flu ir sobre la e volución s ocial. T odas las
grandes doctrinas sociológicas de l s iglo xix, quizás aun las mo­
dernas , implic a n un pas o de l pe ns amie nto a la acción, o de
la ciencia a la política y la moral.
Una inte nción de esa natur ale za propone cierto núme r o de
proble mas : ¿Cómo pas a e l s ociólogo de la teoría a la prác­
tica? ¿Qué tipo de sugestiones de acción es pos ible de ducir de
su s ociología? ¿Propone una s olución global a la totalidad de l
proble ma social, o solucione s parciale s a muchos proble mas
particular e s ? Finalme nte , una Vez conce bida esta s olución, ¿có­
mo enfoca e l sociólogo su aplicación a la r e alida d?
En este sentido, la comparación entre Monte s quie u y Au ­
gus to Comte impr e s iona; Monte s quie u quie re compre nde r la
dive r s idad de las ins titucione s sociales e his tóricas , pe ro se
mue s tra muy prude nte cuando se trata de pas ar de la cie ncia
que comprende a la política que or de na o aconseja. Cie rtame n­
te, en su obr a hay sugestiones dir igidas a los le gis ladore s, y
a ún se dis cute acerca de las pre fe re ncias de Monte s quie u con
respecto a tal o cual aspecto fund ame ntal de la or ganización
social. Pero aunque Monte s quie u ofrezca consejos, conde na
ciertos modos de actuación más que indic a lo que debe ha­
cerse. Las lecciones que ofrece implícitame nte son más ne ga­
tivas que positivas. Es necesario compre nde r que la e s clavitud
le parece por su pr opia condición contraria a la naturale za
humana, y que cree que cie rta igua lda d entre los hombre s
está vinculada con la esencia mis ma de la huma nida d. Pe r o
cuando se trata de una s ocie dad da da en de te rminada época,
e l consejo s upre mo que se de duce de su obr a es e l s iguie nte :
Mir a d cómo es el pue blo, obs ervad e l me dio e n que se en­
cue ntra, tened en cue nta su e volución, no olvidéis su carácter,
y procurad manife s tar bue n s e ntido. Exce lente programa, pe ro
que no revela mayor de talle . Es ta impr e cis ión se ajus ta por
otra parte a la esencia de un pe ns amie nto que no concibe una
s olución global par a lo que , e n e l s iglo xix, se ha de nomina­
do la “ crisis de la c ivilizac ión” — es decir, el pr oble ma s ocial.
Por lo tanto, las consecuencias que es le gitimo de ducir de
la obr a de Monte s quie u son consejos me todológicos válidos
par a un inge nie ro social, conscie nte de l hecho de que ciertos
rasgos son comunes a todas las sociedades, pero tambié n de
que una polític a ade cuada en ciertos casos pue de ser pe r ju­
dic ia l en otros.
E n otros términos, Monte s quie u s ólo concibe un paso, pr u­
de nte y limita do , de la cie ncia a la acción. Sugie re solucione s
parciale s , y no una s olución global. No re comie nda el us o de
la viole ncia par a ajus tar las sociedades existentes a la ide a
de l propio Monte s quie u acerca de un orde n jus to; no posee
una receta milagr os a para que e l príncipe alcance la s abidu­
r ía y par a que los consejeros de l pr íncipe hayan le ído E l espí­
ritu de las leyes. En una pala br a, Monte s quie u es modesto.
Pe ro la mode s tia no es cie rtame nte la pr incipal c ua lida d de
Augus to Comte , el re for mador social. Como la his tor ia huma ­
na es una. y e l orde n fundame ntal es e l tema alr e de dor de l
cual se e jecutan las variacione s , no vacila en conce bir e l modo
de e jecución de la vocación humana y la r e alización perfecta
de l orde n fundame ntal. Cree poseer la s olución de l pr oble ma
social.
E n la re pre s e ntación de la re for ma necesaria, Agus to Comte
de s valoriza lo económico y lo político en be ne ficio de la
cie ncia y la moral. La or ganización de l tr abajo de acue rdo
con la cie ncia es necesaria, pero en de finitiva cree que es
r e lativame nte fác il r e alizar dicha or ganización. No está en eso
lo e se ncial de la re forma que pondr á fin a la crisis de las
sociedades mode rnas .
Augus to Comte e xpe rime nta con respecto a la polític a e l
doble des precio del* hombre de cie ncia y de l fund ado r de una
r e ligión. Conve ncido de que las sociedades tie ne n los poderes
públicos que merecen y que corresponen al estado de su orga­
nización social, no cree que a l cambiar de régime n y de cons­
tituc ión e l hombre ponga fin a las pe rturbacione s sociales pr o­
fundas .
E n su condición de re for mador social, quie r e trans formar
e l modo de pe ns amie nto de los hombre s , d ifu n d ir e l pe ns a­
mie nto pos itivis ta y extende rlo a l dominio de la s ocie dad, e li­
m ina r las s upervivencias de la me nt a lida d fe uda l y te ológica,
convencer a sus conte mporáne os de que las guerras son ana­
crónicas y las conquis tas coloniale s abs urdas . Pero a su juic io
se trata de hechos a ta l e xtremo evidentes que no consagra
lo e se ncial de su obr a a dichas de mos tracione r. Le pre ocupa
a nte todo d ifundir un modo de pe ns amie nto que culmine en
la or ganización jus ta de la s ocie dad y de l Es tado. Su tare a es
hace r pos itivis tas a todos los hombres , inducir los a compre n­
de r que la or ganización pos itivis ta es r acional par a e l orden
te mpor al, e ns eñarles e l desinterés y e l amor e n e l orde n espi­
r itu a l o moral. La pa r adoja consiste en que este or de n fu n ­
da me nta l que Augus to Comte quie re r e alizar, de acue rdo con
su filo s ofía debe re alizars e por sí mis mo. Pue s si la leyes de
la e s tática son las de un orde n constante, las leyes de la d in á­
m ic a aportan la garantía de que se r e alizar á el orde n fund a ­
me ntal. De donde parece desprenderse u n de te rminis mo his tó­
rico que de s valoriza la inte nción y e l esfuerzo de l re for mador.
Es tamos ante una dific ulta d que aparece, e n otra for ma, en
e l pe ns amie nto de Marx ; pe ro tambié n Augus to Comte tropie za
con e lla y la resuelve de modo muy dis tinto. Como Monte s ­
quie u, y más a ún que éste, Augus to Comte se mue s tra hos til
a la viole ncia. No cree que la r e volución re solverá la crisis
mode r na n i de te rminar á que las sociedades r e alice n ple na me n­
te su vocación. Reconoce que se necesita tie mpo par a pas ar
de las sociedades mode rnas des garradas a las sociedades re­
conciliadas de l futur o. A l mis mo tie mpo, reserva un pa pe l a
la acción y jus tifica los esfuerzos de los hombre s de bue na
volunta d en vis ta de l carácte r mo dific able de la fa talid ad . La
his tor ia está s uje ta a leyes, y ya no ignoramos hacia qué
orde n e volucionan por sí mis mas las sociedades humanas . Pe ­
ro esta e volución pue de lle var más o me nos tie mpo, costar
más o me nos sangre. E n la duración y las modalidade s de
la e volución, en sí mis ma ine vitable , se expresa la parte de
lib e r ta d reservada a los hombre s . De acue rdo con Augus to
Comte , más nos elevamos en la escala de los seres, de los
más s imple s a los más complejos , más se a mp lía e l marge n
de libe r tad, o aun “ e l marge n de m o dific abilidad. de la fata­
lid a d ’’. E l fe nóme no niás comple jo es la s ocie dad, o a ún más
e l ser humano indiv id ua l, obje to de la moral, s éptima cie ncia,
la últ im a en la clas ificación de las ciencias. En e l campo de
la his tor ia las leyes de jan a los hombre s un grado particular*
me nte e le vado de libe r ta d.3'4
De acuerdo con Augus to Comte, e l s ociólogo que es refor­
mador social no de s e mpe ña por lo tanto e l pa pe l de inge nie r o
de reformas parciale s , en e l e s tilo de Monte s quie u o de los
sociólogos, no pos itivis tas s ino pos itivos de hoy. T ampoco ca
e l profe ta de la viole ncia, a la mane r a de Marx . Augus to Comte
es e l sereno anunciador de los tie mpos nuevos. Es e l hombr e
que conoce la esencia de l orde n humano, y por cons iguie nte
lo que s e T á la s ocie dad de los hombre s , cuando éstos se hay an
apr ox imado a la me ta de su empre sa común.
E l sociólogo es una suerte de profe ta pacífico, que ins truye
los e s píritus , agrupa las almas y s e cundariame nte es é l mis mo
e l gr an sacerdote de la r e lig ión sociológica.

34 "La ve rdade ra filos ofía se propone sistematizar, en la


me dida de lo pos ible , toda la existencia huma na , indiv id ua l y
sobre todo colectiva, conte mplada s imultáne ame nte en los tres
órde ne s de fe nómenos que la caracte rizan —pensamientos, sen­
timie ntos y actos—. En todos estos aspectos, la e volución fun­
dame ntal de la huma nida d es necesariamente es pontáne a, y la
apr e ciación exacta de su de s e nvolvimie nto natur al es lo únic o
que pue de aportarnos la base general de una sabia inte rve nción.
Pero las modificacione s sistemáticas que pode mos intr oducir
e n ella tienen sin e mbargo s uma impor tancia, para dis minuir
mucho las desviaciones parciales, los retrasos funestos y las
grandes incoherencias, propias de u n impuls o tan comple jo,
si que das e totalme nte abandonado a sí mis mo. La re alización
continua de esta indis pe ns able inte r ve nción costituye el domi­
nio esencial de la política. Sin embargo, su ve rdade ra con­
ce pción no pue de e manar jamás sino de la filos ofía, que
perfe cciona s in cesar la de te rminación general de aquélla. E n
r e lación con este común de s tino fundame ntal, el servicio propio
de la filos ofía consiste en coordinar entre sí todas las par ­
tes de la existencia humana, con el fin de re ducir el conce p­
to teórico a una unida d total. Una síntesis tal sería real sólo
e n cuanto representa exactame nte el conjunto de relaciones
naturales, cuyo e s tudio juicios o se convierte así e n condición
pre via de esta construcción. Si la filos ofía intentas e influir d i­
rectame nte sobre la vida activa por otro camino, dis tinto de
esta s is te matización, us ur par ía maligname nte la mis ión nece­
saria de la política, único árbitr o le gítimo de toda e volución
práctica. Entr e estas dos funcione s principale s de l gran orga­
nismo, el vínculo continuo y la se paración nor mal residen a
la ve z en la moral sis temática, que cons tituye naturalme nte la
aplicación característica de la filos ofía y la guía gene ral de la
política” ( Systeme de po litique pos itiv e , tomo I, Dis curs o pre- r
liminar , página 8 ).
Desde su juve ntud Augus to Comte tuvo dos obje tivos p r in ­
cipale s : re formar la sociedad, y e laborar la síntesis de los
conocimie ntos cie ntíficos . Es e vide nte e l vínculo entre estas
dos ide as. En efecto, la única re for ma social válida es la que
trans forma el modo de pe ns amie nto teológico y difunde la
actitud característica de l pos itivis mo. Ahor a bie n, esta re for­
ma de las creencias colectivas no pue de ser más que la con­
secuencia de l de s arrollo cie ntífico. E l me jor modo de crear
como corresponde la ciencia nue va, consiste en seguir, en e l
curso de la his toria y en la ciencia contemporáne a, los pro­
gresos de l e s píritu positivo.
No pue de dudars e de que en el pe ns amie nto de Augus to
Comte haya s olidar idad entre los tres primeros volúme ne s de l
Cours de philos ophie pos itiv e , donde se re alza su ambición de
síntesis de las ciencias, y los tres volúme ne s siguiente s, que
funda n la s ociología y esbozan los temas de la e stática y la
dinámic a .
Las síntesis de las ciencias pe r mite n fund a r y e ncuadrar las
ide as sociales. Pe ro las ideas sociológicas no de pe nde n r igu­
rosamente de las s íntesis de las ciencias, y por otra parte esta
últ im a es pos ible s ólo e n func ión de una conce pción de la
cie ncia que a su vez está estrechamente vinculada con las in ­
tencione s de l r e for mador y de l sociólogo. Las interpre taciones
comtistas de la cie ncia e xplican e l paso de l pos itivis mo de la
prime ra época al pos itivis mo de la última, o aun de l pe ns a­
mie nto de l Cours a l pe ns amie nto de l Sy steme, pas o que mu­
chos pos itivis tas como É. Littr é o J. S. Mili, que h a bía n se-
guido a Augus to Comte en la prime ra .par te de su carrera,
cons ide raron una apostasía.
La síntesis filos ófica de las ciencias pue de ordenarse alre ­
de dor de cuatro ide as :
1. La ciencia, s egún la concibe Augus to Comte , no es una
ave ntura, una bús que da inces ante e inte r minable , s ino una
fue nte de dogmas. Augus to Comte quie re e limina r los ú lt i­
mos rastros de e s píritu te ológico; pe ro has ta cierto punto ha
nacido con ciertas pretensiones de los teólogos, en e l s e ntido
caricaturesco del término. Procuran tener verdades de finitivas ,
que no admitan dudas . Abr iga la convicción de que el hombre
ha sido hecho no para dudar, s ino par a creer. ¿Se e quivo­
caba? Es pos ible que e l hombre haya s ido hecho par a creer
y no para dudar. Pero en de finitiva, si afir mamos que la cie n­
cia es una mezcla de duda y de fe , corresponde agregar que
Augus to Comte te nía mucha mayor conciencia de la necesi­
da d de la fe que de la le g itimida d de la duda. A su juicio,
las leyes de finidas por los s abios son comparables a dogmas ;
es necesario ace ptarlas de una vez por todas, y no pone rlas
pe rpe tuame nte en tela de juicio. Si las ciencias lle van a la
sociología, e llo ocurre e n gr an parte porque s uminis tr an un
conjunto de proposicione s ve rificadas , que cons tituye n el e qui­
vale nte de los dogmas de l pas ado.
2. Augus to Comte pie ns a que e l conte nido e se ncial de la
ve rdad cie ntífica está re pres e ntado por lo que é l de nomina
leyes; es decir, en su pe ns amie nto, re lacione s necesarias entre
los fe nóme nos , o hechos dominante s o constantes, característi­
cos de cierta for ma de ser.
La ciencia de Augus to Comte no es la bús que da de una
e xplicación fina l, pues no pre te nde lle gar a las causas. Se li­
mita a compr obar el orde n que r e ina e n el mundo, me nos por
de s interesada cur ios idad de conocer lo ve rdade ro que par a
estar en condiciones de e x plotar los recursos que nos ofrece
la naturale za, y par a intr oducir orde n e n nue s tro propio es pí­
r itu.
Por cons iguiente, la cie ncia tie ne carácter doble me nte prag­
mático. Es el pr incipio de donde se extraen las recetas técni­
cas, como, otras tantas consecuencias ine xorables ; y tie ne un
valor e ducativo con respecto a nuestra inte lige ncia, o más bie n
con respecto a nues tra conciencia. Nue s tra pr opia conciencia
s ería presa de l caos, y las impre s ione s te ndrían carácter s ub­
je tivo, para us ar el le nguaje de Augus to Comte, y se me zcla­
r ía n confus ame nte de modo que no hallás e mos nada in te li­
gible , si no existiera exte riormente un orden que nosotros des­
cubrimos y que es el origen y el pr incipio de l orde n de nues­
tra inte lige ncia.35

S5Augus to Comte de fine su filos ofía de l conocimie nto sobre


todo en el capítulo acerca de la r e ligión de la estática social,
en el Sy stéme de politique pos itiv e :
“La sana filos ofía ( . . . ) representa todas las leyes reales
como construidas por nosotros con materiales exteriores. Apr e ­
ciadas objetivame nte, su exactitud jamás pue de ser más que
aproximativa. Pero, como e stán des tinadas sólo a nuestras nece­
sidades, sobre todo activas, estas aproximaciones lle gan a ser
totalme nte suficientes, cuando están bie n ins tituidas de acuerdo
con las exigencias prácticas , que fijan habitualme nte la pre ci­
sión ade cuada. Más allá de esta me dida principal, resta a me ­
nudo un grado normal de libe r tad teórica” ( . . . ) .
“Por consiguiente, nuestra construcción fundame ntal de l or­
de n univers al es re sultado de un concurso necesario entre lo
externo y lo interno. Las leyes reales —es decir, los hechos
generales— no son jamás otra cosa que hipóte s is bastante con­
firmadas por la observación. Si fue ra de nosotros no existiese
Es ta concepción de la cie ncia conduce lógicame nte a la so­
ciología y la moral, as í como a la culminación y el flor e ci­
mie nto de su inte nción inmane nte . Si la cie ncia era in quie ­
tud para de s cubrir la verdad, bús que da pe rmanente de la ex­
plicación, prete ns ión de apre he nde r una inte lig ib ilid a d que se
nos escapa, quizá se as e me jaría más a lo que es en r e alidad,
y no nos sería tan fác il lle gar a la sociología como con la
cie ncia dogmática y pragmática conce bida por Augus to Comte .
No me cabe duda de que el fundador de l pos itivis mo se
s e ntiría indignado con los s putniks , con la pre tens ión de ex­
plor ar el espacio más a llá de l sis tema s olar. Cre ería inse nsata
la empresa: ¿para qué ir tan lejos, cuando no sabemos qué
hace r a q uí? ¿Por qué e xplorar las regiones de l espacio, que
puesto que no actúan dire ctame nte sobre la especie humana,
n o le conciernen? La cie ncia que careciese de l mérito de re­
ve lamos un orden o de pe rmitirnos actuar era a sus ojos in ú­
t il, y por cons iguie nte injus tific ada. E l dogmático Augus to
Comte conde naba el cálculo de probabilidade s . Pue sto que , en
ge ne ral las leyes son válidas , ¿por qué psa pre ocupación ex-

armonía, nuestro es píritu sería totalme nte incapaz de conce birla;


pero en ningún caso e lla se verifica en la me dida e n que lo su­
ponemos. E n esta coope ración continua, el mundo suminis tra
la mate ria y el hombre la forma de cada ide a positiva. Ahora
bie n, la fus ión de estos dos elementos es pos ible únicame nte
gracias a sacrificios mutuos . Un exceso de obje tividad impe ­
d ir ía cualquie r e nfoque general, sie mpre fundado e n la abstrac­
ción. Pero la des compos ición que nos pe rmite abstraer continua­
ría siendo impos ible , si no desechásemos un exceso natural de
s ubje tividad. Cada individuo se compara con los otros y e limi­
na e s pontáne ame nte de sus propias observaciones lo que in i­
cialme nte tie ne n de excesivamente personal, con el fin de pe r­
mitir el acue rdo social que cons tituye la me ta pr incipal de
la vida conte mplativa. Pero el gr ado de s ubje tividad que es
c omún a toda nuestra especie persiste ge ne ralme nte , por otra
parte sin ning ún inconve nie nte grave ” ( . . . ) .
“Si (e l orden unive rs al) fuese totalme nte obje tivo o pur a ­
me nte subjetivo, hace mucho tie mpo habría apr e he ndido por
nuestras observaciones o habría e manado de nuestras conce pcio­
nes. Pero su concepto exige el concurso de dos influe ncias , hete­
rogéneas aunque inseparable s, cuya combinación no ha podido
desarrollarse sino muy lentame nte . Las diversas leyes irre duc­
tibles que lo forman cons tituye n una je rarquía natural, donde
cada categoría reposa sobre la ante rior, s iguiendo su genera­
lid a d decreciente y su creciente complicación. Así, su sana
apre ciación ha de bido ser fruto de una sucesión.” (Sys téme de
p o litiq ue pos itiv e , tomo II, págs. 32, 33, 34.)
cesiva de l de talle , y esa e xactitud que de nada sirve n? ¿Por
qué dudar de las leyes s ólidas que hacen inte ligible el mundo?
3. Cuando Augus to Comte trata de r e unir los re s ultados y
los métodos de la cie ncia, descubre o cree de s cubrir que la
estructura de lo re al, e se ncial par a la compr e ns ión de l hom­
bre por sí mis mo y de las sociedades por los sociólogos, es una
estructura je rár quica de los seres, de acuerdo con la cual cada
tipo de ser está s ometido a leyes. E n la natur ale za hay una
je r ar quía, desde los fe nóme nos más s imple s has ta los más
comple jos desde la natui ile za inor gánica has ta la or gánica, y
fina lme nt e los seres vivos y el hombre . En el fondo, esta es­
tructur a es casi inmutable . Es la je r ar quía dada de la na tu­
raleza.
La ide a bás ica de esta inte r pr e tación de l mundo, es que lo
infe r ior condiciona lo s uperior, pero no lo de te rmina. Es ta
vis ión je r ár quica pe rmite s ituar los fe nóme nos s ociales en el
lugar que les corresponde, y a l mis mo tie mpo pe rmite deter­
mina r la je r ar quía social mis ma: en e lla, lo s upe rior está con­
dicionado por lo infe rior, de l mis mo modo que los fe nóme nos
vivos están condicionados , pero no de te rminados por los fe ­
nóme nos físicos o químicos .
4. Las ciencias, que son la e xpres ión y la r e alización de l
e s pír itu pos itivo, y que de be n s uminis tr ar los dogmas de la
s ocie dad mode rna, no por e llo e s tán me nos ace chadas por un
pe ligr o pe rmane nte , vinculado con su naturale za, el de la dis ­
pe rs ión en e l anális is . Augus to Comte no de ja de re prochar a
sus colegas los s abios una doble e s pe cialización, que le pa­
rece excesiva. Los s abios e s tudian un pe que ño sector de la
r e a lida d, una pe que ña parte de la cie ncia, y se des interesan
de l resto. Por otra parte, no todos los s abios e s tán convenci­
dos como Augus to Comte de que e llos mis mos son los sacer­
dotes de las sociedades mode rnas , y de que deben e jercer una
magis tr atur a e s pir itual. Manifie s t an una de plor able in c lina ­
ción a contentarse con su tarea de sabios , y no de mue s tian
inte nción de re formar las sociedades. ¡Culpable mode s tia, a fir ­
mó Augus to Comte, fat al abe rr ación! Las cie ncias purame nte
ana lític as acabarían por ser más pe rjudiciale s que útile s . ¿Qué
pode mos extraer de una ind e finid a acumulación de conoci­
mie ntos ?
Es necesario que haya una síntesis de las ciencias, cuyo
centro o pr incipio será la pr opia s ociología. T odas las cie n­
cias convergen hacia la sociología, que representa el nive l más
e le vado de comple jidad, de noble za y fr ag ilida d. Al r e alizar
esta síntesis de las ciencias, para lle gar a la sociología, Au­
gusto Comte no hace más que s e guir la inclina c ión na tur al
de las ciencias, que confluye n hacia la cie ncia de la socie dad
como me ta pr opia, en e l doble s e ntido de tér mino y de obje ­
tivo. Ocurre no s ólo que la síntesis de las cie ncias se r e aliza
obje tivame nte en r e lación con la sociología, cie ncia de la es­
pecie humana, s ino que e i único pr incipio s ubje tivo de s ínte ­
sis posible s, es también la sociología. Pues la r e unión de co­
nocimie ntos y de métodos s ólo es pos ible si se la re fiere a la
huma nida d. Si nos animar a una pura y s imple cur ios idad, po­
dr íamos limitar nos a observar inde finida me nte la dive r s idad
de los fe nóme nos y de las re lacione s. Par a que haya síntesis,
es necesario que pensemos obje tivame nte la je r ar quía de los
seres que se eleva has ta la especie huma na , y s ubje tivame nte
los conocimie ntos re fe ridos a la huma nida d, cuya s ituación
e xplican, y que son útile s al hombre , tanto par a e xplotar los
recursos naturale s como para vivir de acue rdo con un orden.
As í, e n e l tomo IV de l Sy stém e de p o litiq ue pos itiv e h a lla ­
mos una suerte de filos ofía fundame ntal, según e xpre s ión de l
pr opio Augus to Comte , que aquí utiliza una fór m ula de Ba-
con. Incluye quince leyes, de nominadas leyes de la filos ofía
bás ica. Unas son objetivas y otras s ubjetivas ; estas leyes pe r­
mite n compre nde r de qué modo la s ociología s inte tiza los re­
s ultados de la ciencia que, tanto obje tiva como s ubje tivame nte ,
s ólo pue de n unificar s e en r e lación con la huma nida d.36
Par a Augus to Comte la sociología es, por lo tanto, la cie n­
cia de l e nte ndimie nto. E l hombre conoce e l e s píritu humano
s ólo si observa su actividad y sus obras en e l curso de la his ­
toria y en la sociedad. No es pos ible conocer e l e s píritu huma ­
no me diante la intros pección, a la mane r a de los psicólogos, ni
a plica ndo el método de anális is re flexivo, a la mane r a de
Ka nt .
Es ta verdadera ciencia de l e nte ndimie nto es lo que hoy lla ­
maríamos la sociología de l conocimie nto. Es la obs ervación,
e l anális is y la compre ns ión de las cualidade s de l e s píritu
humano, según se revelan a nuestros ojos en sus obras, y en el
curso de la duración his tórica.
La sociología es también la cie ncia de l e nte ndimie nto por­
que el modo de pens ar y la actividad de l e s píritu son en cada
ins tante factores s olidar ios de l contexto s ocial. No hay un yo
trascendente que sea pos ible apre he nde r me diante e l anális is
re flexivo. E l e s píritu es s ocial e his tór ico. E l e s píritu de cada

36 Las quince leyes de la filos ofía prime ra aparece n expues­


tas en el tomo IV de l S y s tim e de politique pos itiv e (ca pítulo
III, págs. 173- 181).
época o de cada pe ns ador está afe r rado en un contexto s ocial.
Es necesario compre nde r este contexto par a compre nde r cóm o
func iona el e s píritu humano. Como escribe Augus to Comte a l
comienzo de la dinámic a social de l Sy stém e de p o litiq u e po-
s itiv e :

“ E l s iglo actual se caracterizará principalme nte por la irre­


vocable pre ponde rancia de la his toria, en filos ofía, en política
y a ún en la poes ía. Es ta unive rs al s upre macía de l punto de
vis ta his tór ico es a l mis mo tie mpo e l pr incipio ese ncial de l
pos itivis mo y su re s ultado gene ral. Como la auténtica pos iti­
vida d consiste sobre todo en la s us titución de lo abs oluto por
lo re lativo, su as cendie nte lle ga a ser total cuando la movi­
lid a d re gulada, ya re conocida con respecto a l obje to, se en­
cue ntra conveniente mente e xte ndida al suje to mis mo, cuya»
variacione s domina n así nuestros pe ns amie ntos ” (Sy stém e d e
p o litiq u e pos itiv e , t. III, pág. 1 ).
Sin duda, la r e ligión comtis ta tiene escasa re s onancia e n
nue s tra época. Rid ic uliza r a Augus to Comte es fác il; pero es
más importante compre nde r lo que es pr ofundo e n sus inge ­
nuidade s .
Augus to Comte es y quie r e ser fund ado r de una r e lig ión.
Cree que la r e lig ión de nue s tra época pue de y de be te ne r ins ­
pir ac ión pos itivis ta. Ya no pue de ser la r e ligión de l pas ado,
pue s ésta s upone un modo de pe ns ar s upe rado. E l hombre de
e s píritu cie ntífico ya no pue de creer, pie ns a Augus to Comte ,
en la re ve lación, e l catecismo de la Igle s ia o la divinida d, d e
acue rdo con la concepción tr adicional. Pe r o por otra parte , la
r e lig ión corresponde a una nece sidad pe rmane nte de l hombre .
E l hombre necesita de la r e ligión por que necesita amar algo-
que lo supere. Las sociedades ne ce s itan la r e ligión porque re­
quie r e n un pode r e s pir itual, que consagre y mode re e l pode r
te mpor al y recuerde a los hombre s que la je r a r quía de sus
cualidade s nada es a l la do de la je r ar quía de los méritos . Sólo
una r e ligión pue de pone r e n su lugar a la je r a r quía técnica
de las cualidade s , y s upe rpone rle una je r a r quía, quizá con­
traria, de los méritos .
La r e ligión que re sponde a estas necesidades constantes de
la huma nida d en busca de amor y de unid a d será la r e lig ión
de la huma nida d mis ma. Como la je r a r quía de los méritos
morale s que es necesario crear quizá se opone a la je r ar quía
te mporal, la huma nid a d que Augus to Comte nos invita a amar
no es la huma nid a d tal cual la hallamos , en sus injus ticias y
sus bajezas. E l Gr an Se r no es la tota lida d de los hombre s ;
s ino que por e l contrario, e ntre los hombre s , está fo r m a d »
por los que sobreviven en sus descendientes, porque ha n vivido
de modo tal que de jaron una obra o un e jemplo.
Si “ la huma nida d está for mada más de mue rtos que de
vivos”, e llo no responde a l he cho de que, desde e l punto de
vis ta estadís tico haya más muertos que vivos, s ino a que s ólo
for man la huma nida d los que sobreviven en la huma nida d que
de be mos amar, los que son dignos de lo que el propio Comte
lla m a inmor ta lida d s ubje tiva.37
En otros términos, e l Gr an Ser que Augus to Comte nos in ­
vita a amar, es lo que los hombres han te nido o hecho de
me jor, es finalme nte y en cie rto modo lo que en e l hombre
sobrepasa a los hombres , o por lo menos lo que e n ciertos
hombre s ha r e alizado la huma nid a d esencial.
Es ta huma nida d e s e ncial que amamos en el Gr an Ser, ¿es a
tal extre mo dife re nte de la huma nida d, r e alizada y s uperada
en el dios de las re ligione s tr adicionale s ? Ciertame nte, hay una
dife r e ncia fundame ntal entre amar a la huma nida d como nos
invita a hace rlo Augus to Comte , y amar al dios trascendente
de las re ligione s tradicionale s . Pe ro e l dios de l cris tianis mo
se hizo hombre . Entre la huma nida d esencial y la divinidad,
e n la r e ligión de la tr adición occide ntal, hay una r e lación que
se presta a difere nte s interpre taciones .
Por mi parte , creo que la r e ligión de Augus to Comte que,
como se sabe, no ha te nido gran éxito te mporal, es me nos
abs urda de lo que se cree corrienteme nte. En todo caso, me
parece muy s uperior a muchas otras concepciones religios as o
semirreligios as que ha n difundid o otros sociólogos, inte ncio­
nadame nte o s in quererlo. Si se trata de amar algo e n la
humanida d, fuera de las personas elegidas, cie rtame nte más
vale amar la huma nida d e s e ncial expresada y s imbolizada en
los grandes hombres, que amar apas ionadame nte un orden

37 “E l Cr an Ser es el conjunto de los seres, pasados, futu­


ros, y presentes, que concurren libre me nte a perfeccionar el
or de n unive rs al" (Si¡steme de politique pos itiv e , tomo IV, pág.
30).
"E l culto de los hombres re alme nte superiores forma una por­
te esencial de l culto de la Huma nidad. Aún durante su vida
obje tiva, cada uno de ellos constituye una cierta pe rs onificación
de l Cr an Ser. Sin embargo, esta representación exige que uno
deseche ide alme nte las graves impe rfe cciones que a me nudo
alteran a las mejores naturalezas ” (Ib íd ., tomo II, pág. 6 3 ).
“No sólo la Huma nida d está formada e xclusivamente por
existencias pasibles de as imilación, sino que no admite de cada
una de ellas más que la parte incorporable, olvidando todo el
des vio in div id ua l" ( l b í d tomo II, pág. 6 2 ).
e conómico y s ocial al extremo de desear la mue rte de todos
los que no creen en esa doctrina de s alvación.
Si es necesario de ducir una r e ligión de la s ociología — lo
que pe rs onalme nte me cuida r ía de hace r—> la única que , e n
rigor, me parece conce bible , es e n fin de cue ntas la de Au­
gusto Comte. Es a r e ligión no ens eña a amar una s ocie dad entre
otras, lo que e quivaldr ía a un fana tis mo tr ibal, o amar e l
or de n social de l futur o, que na die conoce y en nombr e de l
cua l se comienza por e xte rminar a los escépticos. Lo que
Augus to Comte quie re hace mos amar , no es ni la s ocie dad
france sa mode rna, ni la socie dad rusa de l futur o, ni la so­
cie dad norte ame ricana de l futur o más le jano, s ino la exce­
le ncia de la que ciertos hombre s fue r on capaces y hacia la
cual todos de be n elevarse.
Quizá no se trata de un obje to de amor que conmue va fác il­
me nte a la mayor ía de los hombre s ; pero, entre todas- las r e li­
giones s ociológicas, la sociocracia de Augus to Comte me pa­
rece la me jor desde e l punto de vista filos ófico. Por otra parte ,
quizá es la r azón por la que ha s ido políticame nte la más dé bil.
Los hombres han trope zado con grandes dificultade s para a ma r
lo que de bía unirlos , y para no amar lo que los divide , puesto
que no ama n las r e alidade s trascendentes.
De todos modos, es probable que Augus to Comte no hubie s e
conce bido la r e ligión de la huma nid a d de no habe r vivido su
ave ntura con Clotilde de Vaux . Por lo tanto, pode mos consi­
de r ar la como un accidente biogr áfico. A pesar de su condición
de tal, ese accidente biográfico no de ja de tener un s e ntido
profundo, si la inte r pr e tación que he ofre cido de l pe ns amie nto
de Augus to Comte es jus ta. He dicho que fue el s ociólogo de
la unida d humana; ahora bie n, una de las culminacione s po­
s ible s , si no necesarias, de esta sociología de la unida d huma ­
na, es la r e ligión de la u n id a d huma na . La r e lig ión de l Gr an
Ser, es lo que hay de me jor en el hombre tr ans figurado en
pr incipio de la u nid a d entre todos los hombres.
Augus to Comte quie re que los hombre s , aunque de s tinados
a vivir inde finidame nte e n sociedades temporales cerradas, es­
tén re unidos por convicciones comunes y por un obje to único
de amor. Como este objeto ya no pue de e xis tir en la trascen­
de ncia. ¿te nia acaso otra s alida que conce bir a los hombre s
unidos en el culto de su pr opia unida d, por la voluntad de
r e alizar y amar lo que, e n el curso de los siglos y en dife r e n­
tes grupos, sobrepasa a la pa r ticular idad, es válido para todos
y por cons iguie nte jus tifica la unida d, no como un hecho, s ino
como un obje tivo o un ide al?
19 de enero. Nacimie nto de Augus to Comte en
Montpe llie r , en el seno de una familia católica y
monárquica. Su padre es funcionario de je rarquía
me dia.
1807- 1814 Es tudios secundarios en el lice o de Montpe llie r,
Comte se aparta muy pronto de la fe católica y adop­
ta ideas liberales y re volucionarias.
1814- 1816 Es tudios en la Escuela Politécnica, donde Comte in ­
gresó a la cabeza de la lista de l Me diodía.
1818 E n abril, el gobie rno de la Re s tauración de cide ce­
rrar provis oriamente la Escue la Politécnica, sospecha
de jacobinis mo. De regreso durante algunos meses
en Montpe llie r, Comte sigue algunos cursos de me ­
dicina y de filos ofía en la facultad de esta ciudad.
Lue go retorna a Paris, donde se ganará la vida da n­
do lecciones de mate máticas .
1817 En agosto, Comte ocupa el cargo de secretario de
Saint- Simon, y será su colaborador y amigo has ta
1824. Dur ante este pe ríodo se vincula con diversas
publicacione s de l filós ofo de l indus trialis mo: L'ln-
dus trie , Le Politique , L'Organis ate ur, D u Stjstéme
indus trie l, Catéc hiim e des indus triéis .
1819 S éparation ge nérale entre les opinions e t les désirs.
Colabor ación en el Censeur de Charles Comte y Char ­
les Dunoye r.
1820 S om m aire appréciation sur T em e m ble d u passé mo-
de rne , publicado en abril en L'Organis ate ur.
1822 Prospectus des travaux id e n tifiq u e s nice s saire s pour
réorganiíe r la S ociété, publicado en el Sy stéme in ­
dus trie l.
Sijsténte de politique pos itice , tomo I, 1» Parte, e di­
ción Corregida de la obra anterior.
E n abril, Comte ve ndió este trabajo a Saint- Simon,
que lo presentó e n el Catéchiv m e des indus triéis sin
nombre de autor.
Este último protesta y estalla la dis puta. "Su je fe
ve en e llo la tercera parte de una obra que se llama
Catéchis m e des indus triéis , y que expone el indus ­
tr ialis mo de Saint- Simon. E l joven ve en el trabajo
la prime ra parte de una obr a que se de nomina
Systéme de politique pos itive , y que expone el po­
s itivis mo de Augus to Comte ” (H . Co uhie r ). E n
ade lante Comte hablar á de la "desastrosa influe n­
c ia " ejercida sobre él por "un fune sto vínculo” con
u n “s altimbanqui de pr avado”.
1825 Cons idérations phüos ophique s sur les sciences et les
savants, Cons idérations s ur le pouv oir s pirilue l. Es ­
tas dos obras son publicadas todavía en Le Produc-
te ur de Saint- Simon.
Matr imonio de Augus to Comte con Caroline Mas-
sin, antigua pros tituta. Es te matrimonio, r e s ultado
de “un cálculo generoso”, dir á el propio Comte , “fue
el único error re alme nte grave de mi vida ”. Car olina
Mas s in abandonará varias veces el domicilio común.
1826 E n abril, comie nzo de las lecciones públicas de l
Cotirs de philos ophie pos itiv e . Humbolt, H. Carnot,
el fisiólogo Blaínvílle y el mate mático Poínsot se
cue ntan entre sus alumnos .
1826- 1827 Crisis me ntal. Comte , agobiado por una prime ra fuga
de su muje r y e l cansancio inte le ctual, de be inte r­
narse en una casa de s alud. Al cabo de ocho meses
sale sin habe r curado, y poco después inte nta s ui­
cidarse. Más tarde , se calma la crisis nerviosa. Com­
te, muy consciente de la causa de esta e nferme dad,
se impone entonces un régime n físico y me ntal m u y
severo para preve nir una nue va crisis.
1829 Re anuda su Curs o de filos ofía pos itiva el 4 de enero.
1830 Publicación de l tomo I de l Cours de philos ophie po­
sitiv e . Los restantes volúme nes apare ce rán sucesiva­
me nte en 1835, 1838, 1839, 1841 y 1842.
1831 Comie nzo de l curso gr atuito de as tronomía p o p u­
lar, dictado en la alcaidía de la III sección, que se
prolongará hasta 1847- 1848. Comte re clama, pero sin
éxito, la cáte dra de anális is de la Es cue la Poli­
técnica.
1832 Se lo des igna instructor de anális is y me cánica de la
Es cue la Politécnica.
1833 Comte pide a Guizot la cre ación, para sí mis mo, de
una cátedra de historia de las ciencias en el Cole gio
de Francia. Se rechaza el pe dido.
T ambién se le niega la cáte dra de geometría en la
Escuekt Politécnica, a causa de sus opinione s re pu­
blicanas .
1839 Se le des igna e xaminador para las prue bas de in ­
greso e n la Es cue la Politécnica.
1842 Se paración de finitiva de la señora Comte .
1843 T raité élém e ntaire de géom étiie analy tique .
1844 Dis cours sur l’e s prit pos itif, pr e ámbulo de l T raité
philos ophique d'as tronom ie populcáre .
Comte pie rde su pue sto de e xaminador e n la Es ­
cue la Politécnica. En ade lante vivir á fundame ntal­
me nte de l “libre s ubs idio pos itivis ta”, que le e nvían
prime ro (e n 1845) John Stuart Mili y algunos ricos
ingleses, y lue go (a partir de 1848) É. Littr é y un
ce ntenar de dis cípulos o admiradore s franceses.
E n octubre , Comte conoce a Clotilde de Vaux, he r ­
mana de uno de sus antiguos alumnos ; esta mujer,
de unos treinta años, vive separada de su marido y
se sabe enferma.
1845 “El año sin igual’’. Comte de clara su amor a Clo­
tilde de Vaux, que sólo le concede su amis tad, de ­
clarándos e “impote nte para lo que sobrepase los lí­
mite s de l afecto”.
1846 5 de abril. Clotilde de Vaux mue re en presencia de
Augus to Comte , que desde ese mome nto le consa­
gra un verdadero culto.
1847 Comte proclama la r e ligión de la Huma nida d.
1848 Funda ción de la Socie dad Positivista.
Dis cours sur l’e ns em ble d u positiv ism e .
1851 Comte pie rde su cargo de instructor en la Escuela
Politécnica. Publicación de l prime r tomo de l Systé-
m e de po litique pos itiv e ou T raité de sociologie iris-
tituant la re lig ión de l'hum anité . Los restantes volú­
menes apare ce rán en 1852, 1853 y 1854.
Comte escribe al señor de T holouze el 22 de abril:
"Es toy pe rs uadido de que ante s de l año 1860 pre ­
dicaré el pos itivis mo e n Notre- Dame como la única
re ligión real y comple ta.”
E n dicie mbre , Littr é y varios dis cípulos , chocados
por la aprobación de Comte al golpe de Es tado de
Luis - Napoleón, e inquie tos ante la orie ntación de la
nue va filosofía, se re tiran de la Socie dad Positivista.
1852 Catéchis m e pos itiv is te ou som m aire ex position de la
re lig ión univ erse lle.
1855 A ppe l aux conservateurs.
1856 Sy nthcse s ubje ctiv e ou systeme univ e rs e l des con-
ce ptions propre s a ié ta t norm al de l ’hum anité.
Comte propone una alianza al general de los je­
suítas, contra “la ir r upción anárquica de l de lir io oc­
cide ntal”.
1857 5 de setiembre. Mue re e n París, e n el núme r o 10 de
la calle Monsieur- le- Prince, e n me dio de sus dis cí­
pulos .
B IB L IO G R A F IA

OBRAS D E AUGUST O COMT E

Los escritos de Augus to Comte no han sido re unidos en una


colección de obras completas. Se hallar á una bibliogr afía inte ­
gral en las obras citadas más abajo de H. Gouhie r y P. Arbous-
se- Bastide. Aquí me ncionare mos e n la e dición utiliza da sólo las
obras principales .
Cours de philos ophie pos itiv e , 5» e dición, idéntica a la prime ­
ra, seis volúme ne s , París, Schle iche r Fréres édite urs, 1907-
1908.
Dis cours s ur l’e sprit pos itif, compilado por H. Gouhie r en OEu-
vres choisies, París, Aubie r, 1943, en coll. 10/18, París,
Union Générale d ’Éditions , 1963.
Sy stcme de po litique pos itiv e , 5» e dición, ajus tada a la prime ­
ra, cuatro volúmene s , París, e n la sede de la Socie dad Po­
sitivista, 10, rué Monsieur- le- Prince, 1929.
E l tomo I contie ne igualme nte el Dis cours sur l’e ns e m ble
d u pos itiv is m e , y el tomo IV los Opus cule s de juve ntud: Sépa-
ration générale e ntre les opinions e t les désirs, S om m aire appré-
ciation sur l’e ns em ble d u passé m ode m e , Plan de s trav aux id e n ­
tifique s nécessaires pour réorganis er la société. Cons idérations
philos ophique s sur les sciences e t les savants, Cons idérations sur
le pouv oir s piritue l, Ex am e n d u traité de Broussais sur l’irrita-
tion.
Catéchis m e pos itiv is te ou s om m aire e x position de la re ligión
univ e rs e lle , con cronología, introducción y notas de Pierre
Ar naud, París, Gamie r- Flammarion, 1966.
Entre los pasajes seleccionados que pue de n hallarse en las
libre rías , citaremos:
Augus to Comte , OEuv re s chois ies, con una introducción de H.
Gouhie r, París, Aubie r, 1943. Es ta r e copilación contie ne
las dos primeras lecciones de l Cours de philos ophie posi­
tiv e , el pre facio pe rs onal que inicia el tomo IV de l Cours ,
y el Dis cours sur l’e s prit pos itif.
Augus to Comte , S ociologie , textos seleccionados por J. La ubie r ,
París, P .U.F., 1957, fragmentos de l Sy stéme de politique
posüiv e .
Po litique d'A ugus te Com te : fragmentos presentados por Pierre
Ama ud , París, Armand Colín, 1965 (una introducción im ­
portante ).

OBRAS GE N E RALE S

Alaín, Idée s , París, Har tmann, 1932 (u n capítulo acerca de A.


Comte ).
R. Bayer, Épis tém ologie et logique de puis Kant ju s q u á nos jours,
París, P .U.F., 1954 (u n capítulo acerca de A. Comte ).
184 E. Bréhier, His torie de la philos ophie , tomo II, III parte , Al­
ean, 1932.
L. Bruns chvicg, Le s Étape s de la philos ophie m athém atique ,
París, Alean, 1912.
1 &; — Le Progrés de la conscience dans la philos ophie occidenta-
le , 2 volúme ne s, París, Alean, 1927.
E. Gils on, L ’Ecole des Muses, París, Vrin, 1951 (u n capítulo
184 acerca de Comte y Clotilde de Va ux ).
184 G. Gurvitch, A uguste Com te , Karl Marx e t He rbe r S pencer, Pa­
rís, C.D.U., 1957.
18? M. Leroy, His torie des idée s sociales en T rance, París, Gallimar d,
tomo II, De Babe uf ¿ T ocque v ille , 1950; tomo III. D ’A u­
guste Com te á P.- J. Proudhon, 1954.
H. de Luba c, Le Dram e de l’hum anis m e athée , París, Union
Générale d ’Éditions , coll. 10/18 re e dición Spes, 1944 (una
s egunda parte acerca de Comte y el cris tianis mo).
Charles Maurras, L ’A v e nir de l’inte llige nce , París, Nouve lle Li-
braírie Nationale , 1916.
C. E. Vaughan, Studie s in the His tory of Political Philos ophy
before and afte r Rousseau, e ditado por A. G. Little , 2
volúmenes, Manchester Uníve rs ity Press, 1939; igualme n­
te: Nue va York, Russell & Russe lí, 1960.

18c
OBRAS CONSAGRADAS A AUGUST O COMT E
185
18.
P. Arbousse- Bastide, La Doctrine de l'éduc ation univ e rse lle dans
la philos ophie d ’A uguste Com te , 2 volúmenes, París, P.U.F.,
1957 (importante bibliogr a fía ).
Doctor G. Audiffre nt, Ce nte naire de l'Écnle poly te chnique . Au-
Ig ; guste Com te , sa plus puis s ante ém anation. N otice sur sa
v ie e t sa doctrine , París, P. Ritti, 1894.
J. De lvolve , Réfle x ions sur la pensée com tie nne , París, Alean,
1932.
Deroisin, Notes sur A uguste Com te par un de ses dis ciple s , Pa­
rís, G. Grés, 1909.
P. Ducasse, Essai sur les origines intuitiv e s d u pos itiv is m e , Pa­
ris, Alean, 1939.
Doctor Georges Dumas , T sy chologie de de ux messies positivis-
tes, Saint- Sim on et A uguste Com te , París, Alean, 1905.
H. Gouhie r, L a V ie d ’A ugus te Com te , 2» e dición, París, Vrin,
1965.
— L a Jeunesse d ’A ugus te Com te e t la form ation d u pos itiv is m e ,
3 tomos, París, Vr in: I, Sous le signe do la libe rté, 1933;
II, Saint- Simon jus qu’á la Re s tauration, 2» e dición, 1964;
III, A ugus te Com te e t S aint- S im on, 1941.
R. P. Gr ube r, A ugus te Com te , fondate ur d u pos itiv is m e , París,
Le thie lle ux, 1892.
M. Halbwachs , S tatique e t Dy nam ique sociale che z A ugus te
Com te , París, C.D.U ., 1943.
J. Lacroix, L a S ociologie d'A ugus te Com te , París, P.U.F., 1956.
L. Lévy- Rruhl, L a philos ophie d'A ugus te Com te , París, Ale an,
1900.
F. S. Marvin, Com te , the Founde r of Sociology , Londre s , Chap-
man & Hall, 1936.
J. S. Mili, A ugus te Com te and pos itiv is m , Ann Arbor, Univer-
sity of Michigan Press, 1961.
Doctor Robine t, N otice sur Voeuvre e t la vie d'A ugus te Com te ,
3» e dición, París, Société positiviste, 1891.
E. Seilliére, A uguste Com te , París, Vr in, 1924.
CARLOS M A RX

E l país más de s arrollado industríalmen-


te mues tra a los que lo s iguen e n la escala
indus trial la image n de su propio porve ­
nir . . . Aunque una socie dad haya logrado
de s cubrir el carácter d e 'la ley natural que
pre s ide su jrropio m o v im ie nto . . . no pue de
ni sobrepasar de un salto ni abolir me dian­
te decretos las fases de' su desarrollo na­
tur al; pero pue de abreviar el pe ríodo de la
ges tación y s uavizar los dolores de l parto.

E l Capital
Prefacio de la prime ra e dición
ale mana
Par a ana liza r e l pe ns amie nto de Mar x , me esforzaré por
re s ponde r a los mismos inte rrogante s for mulados con respecto
a Monte s quie u y Comte : ¿Qué inte r pr e tación ofrece Ma r x de
su pr opia época? ¿En qué consiste su te oría de l conjunto so­
c ia l? ¿Cuál es su vis ión de la his tor ia? ¿Qué r e lación esta­
blece entre la sociología, la filos ofía de la his tor ia y la p o lí­
tica? En cierto s e ntido, esta expos ición no es más d ifíc il que
las dos anteriores. Si no hubie s e millone s de marxis tas, nadie
duda r ía de l carácter de las ide as fundame ntale s de Marx.
Mar x no es, como escribe Axolo- , e l filós ofo de la técnica.
No como pie ns an otro?, e l filós ofo de la a lie na ción.1 Es en
pr ime r lugar y sobre todo el sociólogo y e l economista de l
régime n capitalis ta. Marx tenía una teoría de este régime n,
de la suerte que in flig ía a los hombre s y de l de ve nir que le
e speraba. Sociólogo- economista de lo que él de nominaba el
capitalis mo, no poseía una re pre s e ntación exacta de lo que
s ería e l régime n socialis ta, y no ha cesado de afir ma r que el
hombr e no podía conocer de ante mano el futur o. Por lo tanto,
no es muy inte r e s ante pre guntarse si Marx sería s taliniano,
trotzkis ta, jrus che viano o par tida r io de Ma o Tsé- tung. Marx

1 Kostas Axelos, M a n , pe nse ur de la te chnique , París, Ed.


de Min uit, colección “Argume nts ” , 1961, 327 págs.
La ide a de que el conce pto de alie nación es una de las
claves de l pe ns amiento de Marx aparece tanto e n intérpretes
cristianos com el R. P. Yves Gd v e z en L a Pensce de Karl Marx ,
París, Éd. d u Se uil, 1956, como e n comentaristas marxistas de l
tipo de L. Go ldma nn o H. Le fe bvre . Este últ imo se expresa así:
“La crítica de l fe tichis mo de la me rcancía, del dine ro y el
capital, es la clave mis ma de la obra de Marx en su aspecto
económico, es de cir de l Cap ital” (e ntre vista al pe riódico A rts,
13 de febrero de 1963), pero por otra parte afir ma: “Los tex­
tos de Marx acerca de la alie nación y sus diferente s formas es­
tán dispersos e n toda su obra, al extremo de que su unida d
pas ó inadve rtida hasta una fe cha muy re cie nte ” ( Le Marx is m e,
París, P.U.F., “Que sais- je”, 1958, pág. 4 8 ).
tuvo la fortuna o r l infor tunio de vivir hace un siglo. No
fo r muló respuesta a los proble mas que nos propone mos hoy.
Pode mos ofrecer esas respuestas en su lugar , pero serán nues­
t r a ' y no suyas. Un hombre y sobre todo un s ociólogo mar ­
xista — pues de todos modos Marx ma nte nía ciertas re lacione s
con el marxis mo— es ins e par able de s u, época. Pre guntars e lo
que Marx, que vivía en otro siglo, ha br ía pe nsado, e quivale
a preguntarse qué ha br ía pens ado otro Marx en el lugar de l
verdadero. La respuesta es pos ible , pe ro dudos a y de escaso
interés.
Pero aunque nos limite mos a exponer lo que Mar x, que
vivió en el siglo xix, pe ns aba de su tie mpo y de l porvenir, y
no lo que ha br ía pens ado de nues tra época y de nuestro fu ­
turo, es indud able que este anális is pres enta especiales d ifi­
cultade s , y e llo por muchas razones, unas extrínsecas y otras
intr íns e c a s .. .
Las dificultade s extrínsecas se re lacionan con la fortuna
pos tuma de Marx. Hoy se instruye aprox imadame nte a m il
millone s de seres humanos en una doctrina que , e quivocada­
me nte o no. se de nomina marxis ta. Cierta inte r pr e tación de
la doctrina de Marx se ha conve rtido en ide ología oficial de l
Es tado ruso, luego de los estados de Eur opa or ie ntal, y fin a l­
me nte de l Es tado chino.
Es ta doctrina ofic ia l pre te nde ofrecer la ve rdade ra inte r­
pre tación de l pe ns amie nto de Marx. Por consiguie nte , basta
que e l sociólogo presente de te r minada inte r pr e tación de este
pe ns amie nto para que a los ojos de los partidar ios de la doo-
tr ina oficia l se convierta en portavoz de la burgues ía, lacayo
de l capitalis mo y e l impe r ialis mo. Dicho de otro modo, la
bue na fe que se me atr ibuye s in mayor dific ult a d cuando se
trata de Monte s quie u y de Augus to Comte , algunos me la nie ­
gan de ante mano en el caso de Marx.
Otr a dific ultad extrínseca se or igina en las reacciones ante
la doctrina ofic ia l de los estados soviéticos. Son características
de esta últ im a la s implific ación y la e xage ración, ins e parable s
de las doctrinas oficiale s , e ns e ñadas en la forma de catecismo
a e s píritus de condicione s diversas. De modo que los filós ofos
s utile s que viven a or illas de l Se na, y que quis ie r an ser mar-
xistas s in re tornar a la infancia, han imaginado una serie de
interpretaciones, más inte lige nte s unas que otras, de l pensa­
mie nto pr ofundo y fin a l de Marx .2

2 Me e quivoco al hablar de las riberas del Sena; hace una


ve inte na de años se trataba de las orillas de l Spree, en Be rlín;
hoy, estas formas de marxis mo s util han emigrado a la orilla
Por mi parte, no intpntar é inte rpre tar a Marx en una vers ión
de suprema inte lige ncia. No es que yo mis mo no posea cierta
inclina ción hacia estas inte rpre tacione s s utiles ; pero crco que
las ide as fundame ntale s de Marx son más s imple s que las
ide as que pode mos h a lla r en la revista A rgum e nte , o en las
obras consagradas a los escritos de juve ntud de Marx, que
su propio autor tomaba tan en serio que los ha bía abando­
nado a la crítica de los ratones.® Por lo tanto, me re fe riré
e s e ncialme nte a los escritos que Marx publicó, los mismos que
a su juic io e ran la expres ión pr inc ipal de su pe ns amie nto.
De todos modos, aunque desechemos al marxis mo soviético
y al de los marxis tas sutiles , restan algunas dificultade s in ­
trínsecas.
Es tas dificultade s intríns e cas se r e lacionan ante todo con
e l hecho de que Marx ha s ido autor fe cundo, que e s cribió mu­
cho, y que , como a veces los sociólogos, ha escrito sucesiva­
me nte artículos de pe riódicos y obras extensas. Como e s cribió
mucho, no sie mpre d ijo lo mis mo acerca de l mis mo asunto.
Con un poco de inge nio y de e r udición es pos ible ha llar , acer­
ca de la mayor ía de los proble mas , fór mulas marxis tas que
parecen no concordar, o que por lo me nos se pres tan a inte r­
pre taciones dis tintas.
Ade más , la obra de Marx incluye trabajos de teoría socio­
lógica, de teoría económica y de his tor ia: y a veces la teoría
e x plícita que hallamos en sus escritos cie ntíficos parece con­
tradecirse con la teoría im plíc ita en sus libros históricos. Por
e je mplo, Marx esboza cierta teoría de las clases, pero cuando
e s tudia his tór icame nte la lucha de clases e n Fr ancia, entre

izquie r da de l Sena, donde suscitaron discusiones apasionadas,


publicacione s interesantes, y eruditas controversias.
3 L a ide ología ale m ana fue re dactada por Marx y Enge ls des­
de setiembre de 1845 hasta mayo de 1846 e n Bruselas. En
el Prefacio a la Crític a de la econom ía política, en 1859, Marx
e scribirá: “Resolvimos desarrollar en común nuestras ideas, opo­
niéndolas a la ide ología de la filosofía ale mana. En el fondo,
quis imos re alizar un examen de conciencia filosófica, y ejecu­
tamos nuestro proyecto bajo la forma de una critica de la filo­
sofía pos hegeliana. El manus crito, dos gruesos volúme ne s en
octavo, estaba desde hacía mucho tie mpo e n manos de un e di­
tor we stfaliano, cuando Se les advir tió que un cambio de las
circunstancias ya no pe rmitiría re alizar la e dición. Habíamos
alcanzado nuestro objetivo principal: aclarar nuestras ideas.
De modo que sin mayor dolor abandonamos el manus crito a
la crítica roedora de los ratones” (OEuv re s , t. I, pág. 274).
1818 y 1850. el golpe de Es tado de Luis Napole ón, o la his ­
tor ia de la Comuna, las clases que é l ide ntifica y a las que
presenta como los personaje s de l dr ama, no sie mpre son las
que su propia te oría indica.
Ad e m ás al margen de la dive r s idad de las obras, es nece­
sario tener presente la dive r s idad de los pe ríodos . En ge ne ral,
se ace ptan dos períodos principale s . E l prime ro, lla ma d o pe­
r íodo de juve ntud, incluye los escritos re dactados entre 1841
y 1817- 1848. Entre los escritos de este pe ríodo, unos fue r on
publicados en vida de Marx — se trata de artículos breves o
ensayos, corno la Introducción, a la c rítica de la filo s o fía d e l
derecho de He ge l, o el Ensay o sobre la cue s tión ju d ía, y otros
fueron e ditados después de su muerte. La publicac ión de con­
junto data de 1931. A par tir de ese año se de s arrolló una lit e ­
ratura completa que ha re inte rpre tado el pe ns amie nto de Marx
a la luz de los escritos de juve ntud.
Entre esto- últimos trabajos , ha y un fr agme nto de la crítica
de la filos ofía de l derecho de He ge l, un texto titula do M a­
nus crito económico- filosófico- , y L a ide ología ale m ana.
Entr e las obras más importante s de este pe ríodo, conocidas
desde hacía mucho tie mpo, figur an L a s agrada fam ilia, y una
polémica contra Pr oudhon titula da M is e ria de la filo s o fía, ré­
plica a l libro de Proudhon, Filo s o fía de la m is e ria.
Este pe ríodo de juve ntud concluye con M is e ria de la f ilo ­
s ofía. y sobre todo con la obra clás ica que es el M anifie s to
com unis ta, obra maes tra de la lite r atur a s ociológica de propa­
ganda. donde aparecen de s arrolladas por pr ime r a vez, de ma ­
nera lúcida y br illa nte al mis mo tie mpo, ¡as ide as fundame n­
tale s de Marx. Pero L a ide ología ale m ana, en 1845, s e ñala
también una r uptur a con la fas e ante rior.
A par tir de 1818, y has ta e l fin de sus días , Mar x cesa
apare nte me nte de ser un filós ofo, y se convierte en s ociólogo
y sobre todo en economista. La mayor ía de los que hoy se
de claran más o me nos marxis tas e xhibe n la pa r ticular ida d de
que ignoran la e conomía política conte mporáne a. Mar x no
compar tía ese defecto. Pos eía >una admir able e ducación eco­
nómica. y conocía como pocos e l pe ns amie nto e conómico de
su tie mpo. Er a y que r ía ser e conomis ta e n e l s e ntido riguroso
y cie ntífico de l tér mino.
En este segundo pe riodo de su vida, las dos obras más im ­
portantes son un texto de 1859 intitula do Contribución a la
c rítica de la e ccnom ía p o lític a, y natur alme nte e l tr abajo que
es la obr a maestra de Marx y el centro de su pe ns amie nto:
E l c apital.
Ins is to en el hecho de que Marx es ante todo el autor de
EL c apital, porque hoy algunos hombre s excesivamente inte li­
gentes pone n en duda esta tr ivialida d. No cabe ni la sombra
de una duda de que Marx , cuyo obje tivo fue a na lizar e l fun ­
cionamie nto de l capitalis mo y pr cvr r su e volución, ha sido a
su? propios ojos ante todo el autor de E l c apital.
Marx tie ne cierta vis ión filos ófica de l de ve nir his tórico. Es
pos ible y aún probable que haya a tr ibuido a las contradiccio­
nes de l capitalis mo un s ighifie ado filos ófico. Pe ro e l esfuerzo
cie ntífico e s e ncial de Mar x ha s ido de mos trar cie ntíficame nte
la e volución a sus ojos ine vitable , de l régime n capitalis ta. La
inte r pr e tación que no reserve un lugar al C ap ital, o que sea
capaz de re s umir E l c ap ital en pocas páginas , es abe rrante con
respecto a lo que el propio Marx pe ns ó y quis o.
Sie mpre pue de afirmars e que un gran pe ns ador se ha e n­
gañado acerca de sí mis mo, y que los textos esenciales son
los que él de s cuidó publicar. Pero uno tie ne que estar muy
seguro de su propio ge nio para tener la convicción de que
compre nde a un gran autor me jor aún de lo que él mis mo se
e nte ndió. Cuando no se tiene ese tipo de certeza, más vale
come nzar compre ndie ndo al autor como lo hizo él mis mo; y
por con- iguiente más vale s ituar en e l centro de l marxis mo
E l c apital, y no E l m anus crito e conóm ico y filo s ófic o , esbozo
infor me , me diocre o ge nial, de un joven que e s pe culaba acerca
de Hegel y de l capitalis mo en una época en la cual s in duda
conocía a Hegel me jor que al capitalis mo.
De ahí que , te nie ndo presente esos dos mome ntos de la
carrera cie ntífica de Marx, partiré del pe ns amie nto de la ma ­
dure z que procuraré ha lla r en el M anifie s to com unis ta, la Con­
tribuc ión a la c rítica de la e conom ía p o lític a v E l c apital,
reservando para una e tapa ulte r ior la indagación acerca de l
Iras fondo filos ófico de l pe ns amie nto histórico- sociológico de
Marx.
Finalme nte , fue ra de la ortodoxia soviética lla ma da mar ­
xismo. hay múltiple s inte rpre tacione s filos óficas y s ociológicas
de Marx. De- de hace un siglo o más . muchas escuelas e xhibe n
el rasgo común de que adhie r e n a Marx, al mis mo tie mpo que
ofrecen ver- iones difere nte s de su pe ns amie nto. No inte ntaré
exponer cuál fue el pe ns amie nto de finitivo y secreto de Marx,
porque confieso no saber nada acerca de eso. Inte ntaré de-
mos trar por qué los temas de l pe ns amie nto de Marx son s im­
ples y fals ame nte claros, y se pre s tan por lo tanto a inte rpre ­
taciones, entre las oíale s es casi impos ible e le gir con certi­
dumbr e .
Podemos pres entar un Marx he ge liano, y también un Marx
kantiano. Podemos afir mar, con Schumpe te r, que la inte rpre ­
tación e conómica de la his toria nada tie ne que ver con el
mate r ialis mo filos ófico.4 T ambién es pos ible demostrar que la
inte r pr e tación económica de la his toria va de la mano con
una filos ofía naturalis ta. Pode mos ver en E l c apital, como lo
ha hecho Schumpe ter, una obra riguros ame nte cie ntífica, de
carácter económico, s in refere ncia de ningún tipo a la filos o­
fía. Y también es pos ible , como lo han hecho el padre Bigo
y otros come ntaristas, demos trar que E l c ap ital de s arrolla una
filos ofía exis tencial del hombre e n la e conomía.5
Mi obje tivo será demostrar por qué los textos de Marx son
intríns e came nte equívocos, lo que s ignifica que tie ne n las
cualidade s necesarias para ser come ntados inde finida me nte y
trans figurados en ortodoxia.
Toda teoría que quie re convertirse en la ide ología de l mo­
vimie nto político o en la doctrina oficial de un Es tado, de be
prestarse a la s implific ación para be ne ficio de los s imples , y
a l come ntario s util para los sutiles. Es indud able que el pe n­
s amie nto de Marx tiene en grado sumo estas virtude s. Cada
uno puede ha lla r en él lo que desea.0
Es indudable que Marx era un sociólogo, pero un s ociólogo
de tipo de te rminado, sociólogo- economista, conve ncido de que
no es pos ible comprender a la s ocie dad mode rna sin referirse
al funcionamie nto de l sistema e conómico, ni comprender la
e volución del sistema e conómico si se de s cuida la teoría del
funcionamie nto. Finalme nte , en ~u carácter de sociólogo no re­
par aba la compre ns ión de l presente de la pre vis ión de l futur o
y de la voluntad de acción. Con respecto a las sociología- lla ­
madas objetivas de hoy, era por lo tanto un profe ta y un hom­
bre de acción, al mis mo tie mpo que un sabio. Pero quizá, des­
pués de todo, hay cierto mérito de franque za cuando no se
nie gan los vínculos que se manifie s tan s ie mpre entre la in ­
terpretación de lo que es y el juicio que se for mula acerca
de lo que de be ría ser.

* J. Schumpe te r, Capitalis m o, socialis m e et dém ocratie , París,


Payot, 1954, 1» parte , "La doctrine marxiste”, págs. 65- 136.
(La primera e dición de esta obra en inglés corresponde a 1942).
Los capítulos acerca de Marx fue ron re producidos en la obra
pos tuma de Schumpe te r, T en Gre at Econom ists, 1951.
5 P. Bigo, Marx ism e et hum anis m e , introducción a la obra
e conómica de Marx, París, P. U. F., 1953, 269 págs.
8 Así Georges Gurvitch ha hallado hasta cierto punto la anti­
cipación de sus propias ideas.
E l pe ns amie nto de Mar x es un anális is y una compre ns ión
de la socie dad capitalis ta en su funcionamie nto actual, en su
estructura presente y en su de ve nir ine vitable . Augus to Com­
te ha bía e labor ado una te oría de lo que él de nominaba so­
cie dad indus tr ial, es de cir de las características fundamen-
tales de todas las sociedades mode rnas . De acue rdo con e l
pe ns amie nto de Augus to Comte , la opos ición e se ncial era la
que se manife s taba entre las socie dades de l pas ado — fe uda ­
les, militare s y teológicas— y las sociedades mode rnas , in ­
dus triale s y cie ntíficas . Sin duda, Marx también cree que las
socie dades mode rnas son indus tr iale s y cie ntíficas , en opos i­
ción a las sociedades militar e s y te ológicas . Pe ro en lugar de
s ituar en el centro de su inte r pr e tación la antinomia entre
las sociedades de l pas ado y la s ocie dad actual, Mar x concibe
como eje de su pe ns amie nto la contradicción que juzga inhe ­
re nte a la s ocie dad mode rna, a la que de nomina capitalis ­
mo. Mie ntr as e n el pos itivis mo los conflictos entre obreros y
empresarios son fe nóme nos marginale s , impe rfe ccione s de la
s ocie dad indus tr ial cuya re ctificación será re lativame nte fá ­
cil. los conflictos entre los obreros y los empresarios o, para
utiliza r el vocabulario marxis ta, e ntre e l pr ole tariado y los
capitalis tas , son en e l pe ns amie nto de Marx la fue rza fund a ­
me ntal de las sociedades mode rnas , la que re vela la natur a­
le za esencial de estas sociedades y la que, s imultáne ame nte ,
pe rmite prever el de s arrollo his tórico.
El pens amie nto de Marx es una inte r pr e tación de carácte r
contradictorio o antagónico de la s ocie dad capitalis ta. Has ta
cierto punto, toda la obr a de Marx es un esfue rzo par a de ­
mos trar que ese carácter antagónico es ins e par able de la es­
tructura fundame ntal de l régime n capitalis ta y que , al mis ­
mo tie mpo es e l resorte de l movimie nto his tórico.
Los tres textos célebres que me propongo ana lizar : e l M a­
nifie s to com unis ta, el pre facio a la Co ntribución a la c ritic a
de la e conom ía p o lític a y E l c ap ital, son tres modos de ex­
plicar . fundame ntar y de te rminar este carácte r antagónico de l
régime n capitalis ta.
Si comprendemos clarame nte que el centro de l pe ns amie n­
to de Marx es la afir mación de l carácte r antagónico de l r é ­
gime n capitalis ta, adve rtimos inme diatame nte por qué es im ­
pos ible s e parar al s ociólogo y al hombre de acción, pues de­
mos trar el carácter antagónico de l régime n capitalis ta nos Le ­
va irre s is tible me nte a anunciar la autode s trucción de l capi­
talis mo y, a l mis mo tie mpo, a incit ar a los hombre s para que
contribuyan en mayor o en me nor me dida a la r e alización de
este des tino pre de te r minado.

F,1 M anifie s to com unis ta es un texto que pue de calificars e ,


si as í se io desea, de no cie ntífico. Es un folle to de propa­
ganda, pero en él Marx y Enge ls e xpusie ron, e n lor ma abre ­
viada, algunas de sus ide as cie ntíficas .
E l tema fundame ntal del M anifie s to com unis ta es la lucha
de clases.
"La his tor ia de toda la s ocie dad has ta nuestros días ha
sido la his toria de la lucha de clases. Hombre s libre s y es­
clavos, patricios y plebeyos, noble s y siervos, maestros artesa­
nos y compañeros , en una pa labr a, opresores y opr imidos , en
lucha constante, mantuvie ron una lucha inint e r r umpida, ya
abie r ta, ya dis imulada; una gue rra que te r minó sie mpre, bie n
por una trans formación r e volucionaria de la socie dad, bie n
por la de s trucción de las dos clases antagónicas ” ( M anifie s to
com unis ta, Obras , t. I, pág- . 161- 162).
É 't a es la prime ra ide a fundame nta l de Marx ; la his toria
humana se caracteriza por la lucha de los grupos humanos que
de nominar e mos clases sociales, cuya de finic ión por el mome n­
to es e quívoca, pero que poseen una doble caracte rística; por
una parte, implic a n el antagonis mo de los opresores y los
opr imidos , y por otra tie nde n a una polar ización en dos blo­
ques. y s ólo dos.
Si todas las sociedades se dividie r an en clases enemigas, la
socie dad actual, la capitalis ta, en cierto s e ntido no difie r e de
las formas que la precedieron. Sin embargo, e xhibe ciertas
características que 110 tie ne n precedente.
Ante todo, la burgue s ía, la clase dominante , es incapaz de
mante ne r su dominio sin re volucionar pe rmane nte me nte los
ins trume ntos de producción. "La burgue s ía no existe s ino a
condición de r e volucionar ince s ante me nte los ins trume ntos de
trabajo, o lo que es lo mis mo, el modo de producción; es
decir, todas las re lacione s sociales. La pe rs is te ncia de l ant i­
guo modo de producción era. por el contrario, la prime ra con­
dición de existencia de todas las clases indus tr iale s prece­
d e nt e s . . . La burgue s ía, de- pués de su adve nimie nto apenas
hace un siglo, ha creado fuerzas productivas más var iadas y
más colosales que todas las generacione s pas adas tomadas en
conjunto’’ (Ib id ., págs. 164 y 166). 7 Por otra parle , las fue r ­

7 En Marx, el elogio del pape l re volucionario y constructor


de la burgue s ía alcanza formas líricas: “La burgue s ía re alizó
maravillas mayores que las pirámide s egipcias, los acueductos ro­
zas de producción que da r án pas o a l régime n s ocialis ta están
madur ando en e l seno de la socie dad actual.
En el iManifie s to com unis ta se e xpone n dos formas de 1»
contradicción característica de la socie dad capitalis ta, que rea­
parecen por otra parte e n las obras cie ntíficas de Ma r x »
La prime r a es la existencia de una contradicción entre las
fuerzas y las re lacione s de producción. La burgue s ía crea in ­
cesantemente me dios de producción más poderosos. Pero las
re lacione s de producción — es de cir, según parece, tanto las
re laciones de propie dad como la dis tr ibución de los ingre ­
sos— no se trans forman con el mis mo ritmo. E l régime n ca­
pitalis ta pue de producir cada vez más . Ahora bie n, a pesar
de este acre ce ntamie nto de las riquezas , la mis e r ia continúa
s ie ndo la suerte de la mayor ía.
Por lo tanto, apare ce una se gunda forma de contradicción,
la que existe entre la progre sión de las rique zas y la mis e ria
creciente de la mayor ía. Es ta contradicción de te rminar á, más
tarde o te mprano una crisis re volucionaria. E l prole tariado,
que forma y continuar á for mando la inme ns a mayor ía de la
población se cons tituirá e n clase — es decir, e n unid a d so­
cial que as pira a la ocupación de l pode r y la tr ans formación
de las re lacione s sociales. Pero por su natur ale za la r e volu­
ción de l prole tariado se dis tinguir á de todas las re volucione s
de l pas ado. T odas las re volucione s ante riore s fue r on hechas
por minor ías en be ne ficio de minorías . La r e volución de l pro­
le tariado será obra de la inme ns a mayor ía en be ne ficio de
todos. Por lo tanto, la r e volución prole tar ia s e ñalar á el fin de
las clases y de l carácter antagónico de la s ocie dad capita­
lis ta.
Es ta r e volución, que culmina r á en la supre s ión s imultáne a
de l capitalis mo y de las clases, será obr a de los propios ca­
pitalistas . Los capitalis tas no pue de n de jar de tras tornar la
or ganización social. Comprome tidos e n una compe te ncia ine ­
xorable, no pue de n de jar de acrecentar los me dios de produc­
ción, de acrecentar a l mis mo tie mpo e l núme r o de proleta*
rios y su mis e ria.
E l carácter contradictorio de l capitalis mo se expresa en el
hecho de que el cre cimie nto de los me dios de producción, en
lugar de traducirs e en la e le vación de l nive l de vida de los

manos , las catedrales góticas; sus expediciones ha n sido muy dis ­


tintas de las invasiones y las cruzadas ” (M anifie s to com unis ta,
OEuv re s , t. I, pág. 164).
obreros, se expresa en un doble proceso de pr ole íar ización y
paupe r ización.
Marx no niega que entre los capitalis tas y los prole tarios
haya hoy muchos grupos inte rme dios : artesanos, pe que ños bur ­
gueses, comerciantes, propie tarios campesinos. Pero afir ma dos
conceptos. Por una parte , a me dida que e l régime n capitalis ta
e voluciona, se manife s tar á la te nde ncia a la cris talización de
las re lacione s sociales en dos grupos , y s ólo en dos; por una
parte ios capitalis tas , y por otra los proletarios . Por otra par ­
te, dos clases, y s ólo dos, re presentan una pos ibilida d de r é­
gime n político y una ide a de régime n social. Las clases in ­
terme dias 110 tie ne n iniciativa n i dinamis mo his tórico. Sólo
dos cla- es pue de n s e ñalar con su impr onta a la s ocie dad. Una
es la clase capitalis ta, y la otra la clase prole tar ia. Cuando
lle gue el mome nto de l conflicto decisivo, todos te ndr án que
agrupars e , con los capitalis tas o con los proletarios .
El día en que la clase prole tar ia as uma e l pode r, ha br á una
r uptur a decisiva con el curso de la his toria ante rior. E n efec­
to, habr á des apare cido el carácter antagónico de todas las
socie dades has ta nuestros días . Marx escribe:
“ Una vez des apare cido los antagonis mos de clases en e l curso
de su de s e nvolvimie nto, y estando conce ntrada toda la pro­
ducción en manos de los individuos asociados, entonces pe rde rá
e l pode r público su carácter político. E l pode r político, h a ­
blando propiame nte , es el pode r or ganizado de una clase para
la opre sión de las otras.
”Si e l prole tar iado, en su lucha contra la burgue s ía, se cons­
tituye fue rte me nte en clase; si se erige por uña re volución en
clase dominante y como da s e dominante des truye viole nta­
me nte las antiguas re lacione s de producción, destruye a l mis ­
mo tie mpo que estas re lacione s de producción las condiciones
d e existencia de l antagonis mo de las clases, destruye las cla­
ses e n ge ne ral y, por lo tanto, su pr opia do mina ción como
clase.
P “ En s us titución de la antigua s ocie dad burguesa, con sus
piases y sus antagonis mos de clases, s urgirá una as ociación en
la que el libr e de s e nvolvimie nto de cada uno será la condi­
ción de l libr e de s e nvolvimie nto de todos” (M anifie s to com u­
nis ta, t. I, ps. 182- 183).
Este texto es abs olutame nte característico de uno de los te­
mas esenciales de la teoría d é Marx . La te nde ncia de los es­
critores de principios de l siglo xix es cons ide rar la política o
e l Es tado como jin fe nóme no s e cundario con respecto a los
fe nóme nos esenciales, que son económicos o sociales. Marx
pa r ticipa de este movimie nto ge ne ral, y también él cree que
la política o el Es tado son fe nóme nos de segundo plano con
respecto a lo que ocurre en la s ocie dad mis ma.
Por eso mis mo, e xplica el pode r político como expres ión de
los conflictos sociales. E l pode r político es el me dio que u t i­
liza la clase dominante , la clase e xplotadora, par a mante ne r
su dominio y su e xplotación.
En esta líne a de pe ns amie nto, la s upre s ión de las contra­
dicciones entre las clases de bp acarre ar lógicame nte la desa­
pa r ición de la política y de l Es tado, pues tanto a qué lla como
éste son en apar ie ncia el s ubproducto o la e xpre s ión de lo»
conflictos sociales.
T ale s son los temas re lacionados a l mis mo tie mpo con la
vis ión his tór ica y con la propaganda politic a de Marx. No
se trata s ino de una e xpres ión s implifica da , pero la cie ncia
de Marx se propone ofrecer una de mos tración riguros a de es­
tas fór mulas : carácte r antagónico de la s ocie dad capitalis ta,
autode s trucción ine vitable de una s ocie dad contradictoria c a
mo ésta, e xplos ión r e volucionaria que liq uid a e l carácter a n­
tagónico de la socie dad actual.
Como se ve, el centro de pe ns amie nto de Marx es la in ­
terpre tación de l régime n capitalis ta en tanto que es contra­
dictorio: es decir, en tanto que está dominado por la lucha
de clases. Augus to Comte pe ns aba que la s ocie dad de su
tie mpo carecía de consenso a causa de la yuxtapos ición de
ins titucione s que se r e montaban a s ocie dades te ológicas y fe u­
dale s, y de ins titucione s que corre s pondían a la s ocie dad in ­
dus tr ial. • Al observar alr e de dor de sí la falta de consenso
bus caba en el pas ado los principios de l consenso de las socie­
dades históricas . Marx observa, o quie re observar, la lucha
de clases en la socie dad capitalis ta, y ha lla nue vame nte en
las dife re nte s sociedades his tóricas e l e quivale nte de la lu ­
cha de clases obs ervada en la s ocie dad conte mporáne a.
De acuerdo con la pos ición de Marx, la lucha de clases se
or ie nta hacia una s implificación. Los difere nte s grupos socia­
les se polarizan unos alr e de dor de la burgue s ía, otros alre de ­
dor de l prole tar iado, y e l de s arrollo de las fue rzas pr oducti­
vas será e l resorte de l movimie nto his tórico, que me diante la
pr ole tar ización y la paupe r ización c ulmina en la e xplos ión
r e volucionaria; y en el adve nimie nto, por pr ime r a vez en la
his toria, de una s ocie dad no antagónica.
A par tir de estos temas generales de la inte r pr e tación his ­
tórica de Marx , debemos c umplir dos tareas, y h a lla r dos fu n ­
damentos . Prime r o: ¿c uál es, en el pe ns amie nto de Marx, la
teoría general de la s ocie dad que e x plica s imultáne ame nte las
contradiccione s de. la s ocie dád actual y e l carácter antagóni-
re ligios as , artísticas, filos óficas , en s uma las formas ide ológi­
cas, me diante las cuales los hombre s cobran concie ncia de es­
te conflicto y lo lle van has ta sus últ im a s consecuencias. No
se juzga a un indiv id uo por la ide a que se for ja de sí mis mo.
No se juzga a una época de r e volución según la concie ncia
que tie ne de sí mis ma. Es ta concie ncia se e x plicar á más bie n
por las contradiccione s de la vida mate r ial, por el conflicto
que • opone n las fuerzas productivas s ociale s y las re lacione s
de producción. Una s ocie dad ja más perece antes de que se
hayan de s ar rollado e n su seno todas las fue rzas productivas
que e lla pue de contene r; ja más se estable ce n re lacione s su­
periores de pr oducción antes de que las condicione s mate r ia­
les de su e xis te ncia se hayan r e alizado en e l seno mis mo do
la antigua s ociedad. Por eso la huma nid a d no se propone ja ­
más s ino las tareas que pue de cumplir : si se e x amina me jor
e l proble ma, se comprobará s ie mpre que la tarea surge a llí
donde las condicione s mate riale s de su r e alización ya ha n
s ido creadas, o e s tán formándos e . E n líne as generales, los mo­
dos de pr oducción as iático, antiguo, fe uda l y burgués mode rno
apare cen como las épocas progresivas de la for mación eco­
nómica de "la s ociedad. Las re lacione s de producción bur gue ­
sa son la últ im a for ma antagónica de l proceso social de la
producción. No se trata aquí de un antagonis mo in d iv id ua l; lo
conce bimos más bie n como e l producto de las condicione s so­
ciale s de existencia de los individuos ; pero las fuerzas pr o­
ductivas que se de s ar rollan en e l seno de la s ocie dad bur ­
guesa crean s imultáne ame nte las condicione s mate r iale s que
pe r mitir án resolver este antagonis mo. Por lo tanto, a l mis mo
tie mpo que este sis tema s ocial, se cierra la pre his tor ia de la
s ocie dad h uma na ” (Co ntribuc ión a la c rític a de la e conom ía
p o lític a, pre facio, t. I, págs . 272- 275).
Halla mos en este texto todas las ide as esenciales de la in ­
te rpre tación económica de la his toria, con la únic a s alve dad
de que e l concepto de las clases y e l de la lucha de cía es
no fig ur a n e xplícitame nte aquí. Sin e mbargo, es fác il reintro-
ducirlos en esta conce pción gene ral.
1. Pr ime ra ide a, de carácte r e s e ncial: los hombre s e ntran
en re lacione s de te rminadas , necesarias, que son inde pe ndie n­
tes de su voluntad. E n otros tér minos , corresponde s e guir e l
movimie nto his tór ico me diante e l a nális is de la estructura de
las sociedades, las fue r zas de producción y las re lacione s de
producción, y no tomando como punto de pa r t id a de la in ­
te rpre tación e l modo de pe ns amie nto de los hombre s . Ha y
re lacione s s ociales que se impone n a los individuos , a l mar ­
ge n de sus prefere ncias , y la compr e ns ión de l proceso his tó­
rico tiene romo condición la inte lige ncia de estas re lacione s
sociales s upraindividuale s .
2. En toda socie dad pode mos dis tinguir la base e conómi­
ca o infrae s tructura, y la supere- tructura. La infrae s tructura
está formada ese ncialme nte por las fue rzas y las re lacione s
de producción, mie ntras que en la superestructura figur an las
ins titucione s jur ídicas y políticas al mis mo tie mpo que los
modos de pe ns amiento, las ide ologías y las filos ofías .
3. E l factor dinámico de l movimie nto his tórico es la contra­
dicción. en ciertos mome ntos de l deve nir, entre las fuerzas
y las re lacione s de producción. Se gún parece, las fuerzas de
producción son e s e ncialme nte la capacidad de una socie dad
da da para producir, capacidad que es función de los conoci­
mientos cie ntíficos , la estructura técnica y la or ganización
misma de l tr abajo colectivo. Las re lacione s de producción, que
no están de finidas con pre cisión total en este texto, parecen
caracterizarse es e ncialme nte por las re lacione s de propie dad.
Tene mos, en efecto, la fór mula : “ las re laciones de producción
vigentes o. lo que no es más que su e xpres ión jur ídic a, las
re lacione s de propie dad en el seno de las cuales han ve nido
tr ans formándole hasta entonces '’. Sin e mbargo, las relaciones
de producción no se confunde n ne ce s ariame nte con las re la­
ciones de propie dad, o por lo menos las re lacione s de pro­
ducción pue de n incluir , más a llá de las re lacione s dé propie ­
dad. la dis tr ibución de la renta nacional, de te r minada más
t> menos estrechamente por las re lacione s de propie dad.
En otros términos , la dialéctica de la his toria está for ma­
da por el movimie nto de las fue rzas productivas , que en cier­
tas épocas re volucionarias e ntran en contradicción con las re­
lacione s de producción — es decir, al mis mo tie mpo las r e la­
ciones de pr opie dad y la dis tr ibución de los ingresos entre los
individuos o los grupos de la cole ctividad.
4. En esta contradicción entre fue rzas y re lacione s de pro­
ducción. es fácil intr oducir la lucha de clases, pese a que
e l texto no a luda a e lla. Basta cons ide rar que en los períodos
re volucionarios — es decir, en los pe ríodos de contradicción
e ntre las fuerzas y las re lacione s de producción— una clase
adhie r e a las antiguas re lacione s de producción, que se con­
vierten en obs táculo para el de s ar rollo de las fuerzas pro­
ductivas ; y en compe ns ación, otra clase tie ne carácter pro­
gresista, y representa las nuevas re lacione s de producción que ,
en lugar de ser un obs táculo en el camino de l de s arrollo de
las fuerzas productivas , favorecerá todo lo pos ible el creci­
mie nto de las mismas .
Pasemos de estas fór mulas abstractas a la inte r pr e tación
de l capitalis mo. En la s ocie dad capitalis ta, la burgue s ía adhie ­
re a la pr opie dad privada de los ins trume ntos de producción,
y a l mis mo tie mpo a de te r minada for ma de dis tr ibución de
la re nta nacional. En compe ns ación, el pr ole tar iado que cons­
tituye e l otro polo de la s ociedad, y que representa otra for­
ma de or ganización de la cole ctividad, se convierte en deter­
mina do mome nto de la his toria en re pre se ntante de una nue ­
va or ganización de la s ocie dad, la que será más progresista
que la or ganización capitalis ta. Esta nue va or ganización se­
ña la r á una fase ulte r ior de l proceso his tórico, un des arrollo
más avanzado de las fue rzas productivas .
5. Es ta dialéctica de las fuerza* y do las re lacione s do pro­
ducción sugiere una te oría de las re voluciones. En efecto, en
esta vis ión de la his toria, las re volucione s no son accidentes
políticos, s ino expresión de una necesidad histórica. Las re­
voluciones cumple n funcione s necesarias, y sobre viene n cuan­
do están dadas las condicione s correspondientes.
Las re lacione s de producción capitalis ta se han de s ar rolla­
do ante todo en e l seno de la s ocie dad fe udal. La Re volución
Francesa sobrevino en el mome nto en que las nue vas rela-
c'one s de producción capitalis ta ha bía n alcanzado cierto gra­
do de madure z. Y, por lo me nos e n este texto, Ma r x anticipa
un proceso análogo par a el pas aje de l capitalis mo al s ocia­
lismo. Las fuerzas de producción de be n des arrollars e en el se­
no de la socie dad capitalis ta; las re lacione s de pr oducción so­
cialistas de be n madur ar en el seno de la s ocie dad actual, a n­
tes de que sobrevenga la re volución que s e ñalar á el fin de
la prehi- toria. Pre cis ame nte en función de esta teoría de las
re voluciones la Se gunda Inte r nacional, la s ocialde mocracia, se
inclina ba a una actitud re lativame nte pas iva; era necesario
de jar que maduras e n las fue rzas y las re lacione s de produc­
ción de l futur o ante s de r e alizar una re volución. La huma ­
nidad. dice Marx, no se propone ja m ás s ino los proble mas
que pue de resolver: la s ocialde mocracia te mía r e alizar de­
mas iado pronto la re volución, y por eso no la hizo jamás .
6. En esta inte r pr e tación his tórica, Marx no s ólo dis tingue
la infr a y la supere structura, s ino que opone la r e alida d so­
c ia l y la concie ncia: no es la concie ncia de los hombre 9 lo
que de te r mina la r e alidad, por el contrario, es la r e alidad so­
cial lo que de te r mina su concie ncia. De a hí una conce pción
de conjunto de acue rdo con la cual es necesario e x plicar e l
modo de pe ns amie nto de los hombre s por las re lacione s so­
ciale s en las que e s tán integrados.
Este tipo de propos iciones pue de servir de fundame nto a
lo que se de nomina hoy sociología de l conocimie nto.
7. Finalme nte , un últim o te ma incluido en este texto: Marx
esboza a grande s rasgos las etapas de la his toria humana. As í
como Augus to Comte dis tinguía los mome ntos de l de ve nir h u­
mano de acuerdo con los modos de pe ns amiento, Marx dis ­
tingue las etapas de la his toria humana según los regímene s
económicos, y de te rmina cuatro: o par a utiliza r su e xpres ión,
cuatro modos de producción, de nominados as iático, antiguo,
fe udal y burgués.
Pode mos dividir estos cuatro modos en dos grupos : •
Los modos de producción antiguo, fe uda l y burgués se su­
cedie ron en la his tor ia de Occide nte. Son las tres e tapas de
la his toria occide ntal, cada una de e llas caracte rizada por
un tipo de re lacione s entre los hombre s que tr abajan. E l mo­
do de producción antiguo se caracte riza por la e s clavitud, e l
modo de producción fe udal por la s e rvidumbre , el modo de
producción burgués por e l as alariado. Re pre s e ntan tres mo­
dos dife re nte s de e xplotación de l hombre por e l hombre . E l
modo de producción burgués cons tituye la últ im a for mación
s ocial antagónica, porque (o en la me dida e n que ) e l modo
de producción s ocialis ta, es de cir los productores asociados,
no implic a r á ya la e xplotación de l hombre por el hombre , la
s ubor dinación de los trabajador e s manuale s a una clase que
re úna eñ sí s imultáne ame nte la propie dad de los me dios de
producción y e l pode r político.
En compe ns ación, no parece que e l modo de producción
as iático sea una e tapa de la his tor ia occide ntal. De a hí que
los intérpretes de Mar x hayan dis cutido incans able me nte acer­
ca de la u n id a d o la fa lta de u n id a d de l proceso his tór ico.
E n efecto, si el modo de pr oducción as iático caracteriza a una
civilización dife re nte de la occide ntal, se de line a la pr oba­
b ilid a d de que var ias formas de e volución his tór ica sean po­
s ibles , de acuerdo con los grupos humanos .
Por otra parte , e l modo de producción as iático no parece
de finido por la s ubor dinación de los esclavos, los siervos o
los as alar iados a una clase que posee los ins trume ntos de
producción, s ino por la s ubor dinación de todos los tr abajado­
res al Es tado. Si esta inte r pr e tación de l modo de producción
as iático es válido, la estructura s ocial no se caracterizaría por
la lucha de clases, e n e l s e ntido occide ntal de l término, s ino
por la e xplotación de la s ocie dad toda por e l Es tado o la
clase burocrática.
Se advierte inme diatame nte cómo pue de utilizar s e la ide a
de l modo de producción asiático. E n efecto, pode mos conce­
bir que , en e l caso de la s ocialización de los medio3 de pro­
ducción, e l des enlace de l capitalis mo sea, no e l fin de toda
e x plotación, s ino la difus ión de l modo de producción as iáti­
co en la huma nida d e ntera. Los sociólogos que no s impatizan
con la socie dad soviética ha n come ntado ampliame nte estas
r ápidas observaciones acerca de l modo de producción as iático.
T ambié n han de s cubierto en Le nin ciertos pas ajes donde ex­
pre s aba e l temor de que una r e volución s ocialis ta culminas e ,
no en el fin de la e x plotación de l hombre por el hombre , si­
no en el modo de producción as iático, y han e xtraído de todo
e llo las condicione s de orde n político que es fác il adivinar . 9
T ale s son, a mi juicio, las ide as fundame ntale s de una in.
te rpre tación económica de la his tor ia. Has ta ahora, no se tr a­
ta de proble mas filos óficos complicados : ¿e n qué me dida es-
ta inte r pr e tación económica va de la mano o no con una me*
tafísica materialista? ¿Qué sentido preciso debemos atribuir
a l tér mino dialéctica? Por el mome nto, bas ta atenerse a
las ide as fundame ntale s , que son manifie s tame nte las que
Marx expuso, y que por otra parte implican cierto equívoco,
por que los límite s exactos de la infrae s tructura y la superes,
tructur a pueden ser y han s ido objeto de inte rminable s dis­
cusiones.

E L CAP IT AL

E l c ap ital ha sido obje to de dos tipos de inte r pr e tación. De


acuerdo con unos , entre e llos Schumpe te r, se trata e se ncial­

8 Véase sobre todo Karl A. Wittfoge l, Orie ntal De s potis m , a


comparative study of total power, Ne w Have n, Yale University
Press, 556 págs ., tr aducido al francés con el titulo: Le De s ­
potism e orie ntal, París, Éd. de Minuit , colección “Argume nts ”,
1964.
Véanse también los siguientes artículos, apare cidos en Le
Contrat social: Karl A. Wittfoge l. "Mar x et le des potis me orie n­
ta l", mayo de 19.57; Samue l H. Barón, “G. Plékhanov et le
des potis me or ie ntal”, enero de 1959; Paul Barton, "D u de s po­
tis me or ie ntal”, mayo de 1959; “De s potisme et totalitar is me ”,
julio de 1959. “De s potisme, totalitaris me et classes sociales”,
marzo de 1960; Kostas Papaioannou, “ Marx et le de s potis me ",
enero de 1960.
Se hallará una reflexión marxista ortodoxa acerca de este pro­
ble ma en el núme r o especial de la revista La Pensée acerca de l
“Mode de production as iatique ”, No 114, abr il de 1964.
me nte de una obra de economía cie ntífica, sin implicacione s
filos óficas . De acuerdo con otros, por e je mplo el padre Bi­
go, es una suerte de anális is fe nome nológico o e xis te ncial de
la economía, y los pocos pasajes que se prestan a una inte r­
pre tación filos ófica, por e je mplo el capitulo acerca de l fe­
tichis mo de la me rcancía, aportar ían la clave de l pe ns amie n­
to de Marx. Sin e ntrar en estas controversias, indicar é cuál
es la inte r pr e tación que adopto pe rs onalme nte .
A mi juicio, Ma r x cree y quie r e ser un economista cie ntí­
fico, a la manpra de los economistas ingleses en lo* que nu­
tr ió su e s píritu. En efecto, se cree s imultáne ame nte el he re­
de ro y el crítico de la economía política ingles a. Es tá con­
ve ncido de que prolonga en sí mis mo lo que. e n esa econo­
mía es más válido, corrigie ndo sus errores y s obre pasando
las limitacione s imputable s al punto de vista capitalis ta o
burgués. Cuando Marx analiza el valor, el cambio, la e xplo­
tación, la plus valía, la ganancia, quie re ser economista puro,
y no se le ocurriría la ide a de jus tificar tal o cual fór mula
cie ntíficame nte inexacta o dis cutible invocando una inte nción
filos ófica. Marx lomaba en serio la ciencia.
Sin e mbargo, no es un e conomis ta clás ico de obs e rvancia
riguros a, por algunas razones muy precisas que por otra par ­
te él mis mo indicó, y que basta evocar para compre nde r la
ubicación exacta de su obra.
Marx reprocha a los economistas clás icos habe r creído que
las leyes de la economía capitalis ta e ran leyes unive rs alme n­
te válidas . Ahor a bie n, en su opinión, cada régime n e conómi­
co tiene sus propias leyes e conómicas. Las leyes económicas
de los clás icos no son, en las circuns tancias e n que tie ne n
valide z, más que leyes del régime n capitalis ta. Por consi­
guie nte . Marx pasa de la ide a de una teoría e conómica u m ­
ve rs alme nte válida , a la ide a de la e s pe cificidad de las le ­
yes e conómicas de cada régime n.
Por otra parle, no es po- ible compre nde r un régime n eco­
nómico dado al marge n de su c- tructura social. Hay leyes
e conómicas características de cada régime n, porque e llas son
e xpres ión abstracta de las re lacione s sociales que de fine n
cierto modo de producción. Por e je mplo, en el régime n capi­
talis ta la es tructura social e xplica el fe nóme no económico
e se ncial de la e xplotación, y la estructura social es también
e l factor que de termina la autode s lrucción ine vitable de l ré­
gime n capitalis ta.
De e llo re s ulta que Marx se propone como obje tivo e x pli­
car, al mis mo tie mpo el modo de funcionamie nto del régime n
capitalis ta en función de su es tructura social, y el de ve nir
de l régime n capitalis ta en función de l modo de func ionamie n­
to. En otros término.?, E l c ap ital re pre senta un a gr andios a
empresa y.- lo digo en s e ntido estricto, una empresa ge nial
que se propone e xplicar s imultáne ame nte el modo de func io­
namie nto, la estructura s ocial y la his tor ia de l régime n capi­
talis ta. Marx es un e conomis ta que quie r e ser a l mis mo tie m­
po un sociólogo. La compr e ns ión de l funcionamie nto de l ca­
pitalis mo debe pe rmitirnos compre nde r por qué se e xplota a
los hombres en e l régime n de la pr opie dad privada, y por
qué sus contradiccione s conde nan a este régime n a e volucio­
nar hacia una re volución que lo de s truirá.
E l anális is de l funcionamie nto y e l de ve nir de l capitalis mo
s uminis tr a al mis mo tie mpo una suerte de his tor ia de la h u­
m a nida d a través de los modos de producción. E l c ap ital es
un libr o de e conomía y a l mis mo tiempo una sociología de l
capitalis mo, y también una historia filosófica de la huma­
nidad, que soporta la carga de sus propios conflictos , has ta
e l fina l de la pre historia.
Es ta te ntativa es sin duda gr andios a, pero me apre s uro a
agre gar que no creo que haya te nido éxito. Has ta ahora, n in ­
guna tentativa de este orden ha dado buenos re sultados. La
cie ncia económica o s ociológica moderna dis pone de análisis
parciale s válidos acerca de l modo de funcionamie nto de l ca­
pit alis mo y tambié n de anális is s ociológicos válidos acerca
de la suerte de los hombre s o de las clases en un régime n
capitalis ta. Pero no hay una teoría ge ne ral que vincule de
modo necesario la estructura s ocial, el modo de funciona­
mie nto, e l de s tino de los hombre s e n e l régime n y la e volu­
ción de este último. Y si no hay una te oría que lle gue a
abarcar el conjunto, quizás e llo re s ponde a l hecho de que ese
conjunto no existe; pue s la his tor ia no es has ta tal extre mo
r acional y necesaria.
Sea como fuere, compre nde r E l c ap ital e quivale a compre n­
de r de qué modo .Marx quis o a na liza r s imultáne ame nte e l
funciona mie nto y el de ve nir del régime n, y de s cribir la suer­
te de los hombre s en el seno de este último.
E l c apital está formado por tres libros . Cínicame nte e l pr i­
me ro fue publicado por el propio Mar x. Los libr os II y III
son postumos. Fue ron pre parados por Enge ls sobre la base de
los voluminos os manus critos de Marx , y están lejos de repre­
sentar una obra acabada. Las inte rpre tacione s que ha llamos
e n los libros II y I I I se pres tan a discusiones, porque cier­
tos pasajes pue de n ser contradictorios . No se trata a quí de
r e s umir e l conjunto de l Cap ital, pero no me parece impos i­
ble de te rminar los temas esenciales, que por otra parte son
a l mis mo tie mpo los temas a los que Marx a tr ibuía mayor
impor tancia, y los que han ejercido mayor influe ncia en la
his toria.

E l prime ro de estos temas es que la esencia del capita­


lis mo consiste, ante todo y sobre todo, en la bús que da de la
ganancia. En la me dida en que se bas a en la propie dad pr i­
vada de los ins trume ntos de producción, el capitalis mo se fu n ­
da s imultáne ame nte en la bús que da de la ganancia por los
e mpresarios o los productores.
Cuando en su últ im a obra Sta lin escribe que la le y fund a ­
me ntal de l capitalis mo es la bús que da de la pr óxima ganan­
cia, y que la ley fundame ntal de l s ocialis mo es la s atisfacción
de las necesidades y e le vación de l nive l de cultur a de las ma ­
sas, sin duda r e baja el pe ns amie nto de Marx de l nive l de la
e ns e ñanza supe rior a l nive l de la e ns e ñanza pr im ar ia ; pero
en todo caso conserva e l tema in ic ia l de l anális is marxis ta, e l
mis mo que ha llamos en las prime ras páginas de E l c ap ital,
donde Marx opone dos tipos de cambio. 8
Exis te un tipo de cambio que va de la me rcancía a la me r­
cancía, pas ando o no por la inte r me diación de l dine ro. Un
individuo posee un obje to que no necesita usar, y lo cambia
por otro que necesita, entre gando e l que posee a quie n lo de ­
sea. Este cambio pue de re alizars e de mane r a dire cta, y e n­
tonces se trata de un true que . 0 de mane r a indire cta, me ­
diando la utiliza c ión de dine ro, que es e l e quivale nte u n i­
versal de las mercancías. E l cambio que va de la me rcancía
a la me rcancía es, por as í de cirlo, el cambio inme diatame n­

9 J. Stalin, Les T roblcm es éconorniques d u socialism e en U. B.


S. S., París, Éd. Sociales, 1952, 112 págs. "Los rasgos pr inci­
pales y las disposiciones de la ley e conómica fundame ntal del
capitalis mo actual podr ían formularse más o menos de l s iguie n­
te modo: asegurar la máxima ganancia capitalis ta, e xplotando,
arruinando y e mpobre cie ndo a la mayor parte de la población
de un pais dado; s ometiendo y de s pojando de modo sis te máti­
co a los pue blos de otros países, sobre todo a los de los países
atrasados; finalme nte , des e ncade nando hue lgas y militar izando
la e conomía nacional con el fin de obtene r las mayores ganan­
cias . . . Los rasgos esenciales y las disposiciones de la ley eco­
nómica fundame ntal de l socialismo podr ian formularse aproxi­
madame nte así: asegurar la mayor s atisfacción pos ible de las
necesidades materiales y culturale s, que aume ntan constante me n­
te, de toda la sociedad, acre centando y perfe ccionando siem­
pre la producción socialista sobre la base de la técnica supe ­
rior” (págs . 41 y 4 3 ).
te inte ligible , el cambio inme diatame nte huma no ; pe ro es
también el cambio que no pe rmite ganancia o excedente.
Mie ntr as se inte r cambia un a me rcancía por otra, se mantie ­
ne una re lación de igualdad.
Pero hay un segundo tipo de cambio, que va de l dine r o a l
dine ro, pas ando por la me rcancía; pero con la par tic ular i­
dad de que a l fina l de l proceso de cambio uno posee una
cantidad de dine r o s upe rior a la que te nía inicialme nte . Aho­
r a bie n, este tipo de cambio que va de l dine r o al dine r o p a ­
s ando por la me rcancía es caracte rístico de l capitalis mo. En
e l capitalis mo, el empre s ario o el productor no pas a de una
me rcancía que le es in út il a otra que le es út il, pas ando por
e l dine ro; la esencia de l cambio capitalis ta es pas ar de l d i­
ne ro a l dine ro por inte r me dio de la me rcancía, y en el pun­
to de lle g id a tener- más dine r o que en e l punto de par tida.
A los ojos de Marx, este tipo de cambio es el cambio ca­
pitalis ta por excelencia, y también el más misterioso. ¿Por
qué es pos ible me diante e l cambio a dquir ir lo que no se te­
nía en e l punto de pa r tida , o por lo me nos tener más Je lo
que se poseía entonces? De acuerdo con Marx, e l proble ma
fund ame ntal de l capitalis mo podr ía formular s e de l s iguie n­
te modo; ¿De dónde vie ne la ganancia? ¿Cómo es pos ible un
régime n en el cual el recorte ese ncial de la actividad es la
bu- que da de la ganancia, y donde , en resumen, los produc­
tores y los comerciantes en ge ne ral pue de n r e alizar ganancias ?
Mar x está convencido de habe r ha lla do una respuesta ple ­
name nte satisfactoria, desde el punto de vista inte le ctual, a
este interrogante. Me diante >Ja teoría de la plus valía, demue s ­
tra s imultáne ame nte que todo se cambia por su valor, y que
s in e mbargo existe una fue nte de ganancia.
Las etapas de la de mos tración son: la teorÍ3 de l valor, la
teoría de l s alar io y, como culminación, la teoría de la plus ­
valía.
Pr ime r a propos ición: el valor de una me rcancía cualquie ­
ra en general es proporcional a la cantidad de tr abajo so­
cial me dio incluido e n e lla. Es lo que se de nomina la teo­
ría de l valor- trabajo.
Marx no pretende que en cualquie r inte r cambio se respete
e xactamente la ley de l valor. E l pre cio de una me rcancía os­
c ila por e ncima o por de bajo de su valor , en func ión de l es­
tado de la oferta y la de manda. Mar x no s ólo no ignora, s ino
que a fir ma clarame nte estas variacione s alr e de dor de l valor.
Por otra parte, Marx reconoce que las me rcancías tie ne n va­
lor únicame nte en la me dida en que gozan de de manda. En
otros términos , si en una me rcancía hubie s e tr abajo crista­
lizado, pero careciese de todo pode r de compra, esa me rcan­
cía carecería de valor . Dicho de otro modo, la proporciona­
lid a d entre el valor y la cantidad de tr abajo s upone por así
de cir lo una de manda normal de la me rcancía cons ide rada, lo
que en s uma implica e limina r uno de los íactore s de var ia­
ciones de l precio de la me rcancía. Pe ro de acue rdo con Mar x,
si supone mos una de manda nor mal para la me rcancía dada,
hay cierta pr opor cionalidad entre el valor de la mis ma que
se expresa en e l precio- , y la cantidad de tr abajo social me ­
dio cris talizado en la me rcancía.
¿Cómo se e xplica este he cho? E l argume nto e s e ncial de
Marx es que la cantidad de tr abajo es el único e le me nto
cuantifica ble que des cubrimos e n la me rcancía. Si cons ide ra­
mos el valor de uso, estamos en presencia de un e le me nto
riguros amente cualitativo. No es pos ible comparar el uso de
una e s tilogr áfica con el de una bicicle ta. Se trata de dos usos
e s trictamente subjetivos, y en ese s e ntido incompar able s e n­
tre sí. Puesto que estamos inve s tigando en qué consiste el
valor de cambio de las mercancías, es necesario h a lla r un
e leme nto cuantificable , como e l valor de cambio mis mo. Y
el único e leme nto cuantificable , afir ma Marx, es la cantidad
de tr abajo que hallamos ins erta, inte gr ada, cr is talizada e n
cada una de e llas.
Natur alme nte , hay dificultade s , que el propio Marx reco­
noce, a saber, las de s igualdade s de l trabajo s ocial. E l traba­
jo del pe ón y el tr abajo del obrero e s pe cializado no tie ne n
el mis mo valor ni la mis ma capacidad creadora de valor que
e l trabajo de l capataz, de l inge nie ro o de l je fe de la e xplo­
tación. Marx acepta estas dife re ncias cualitativas de l trabajo,
y agrega que basta re ducir estas dife re nte s especies de traba­
jo a una unid a d que es el tr abajo s ocial me dio.
Se gunda propos ición: e l valor de l tr abajo se mide como el
de cualquie r otra me rcancía. E l s alar io que e l capitalis ta pa­
ga al as alariado, a cambio de la fue rza de tr abajo que le ven­
de e?te último, e quivle a la cantidad de tr abajo s ocial nece­
s ario par.\ producir las me rcancías indis pe ns able s para la vida
de l obrero y su fa m ilia . Se paga e l tr abajo humano por su
valor, de acuerdo con la ley ge ne ral de l valor que es aplic a­
ble a todas las mercancías.
Marx formula esta propos ición por as í de cir lo como sobre­
e nte ndida, como evidente. En ge ne ral cuando se for mula co­
mo evidente una propos ición, es porque se presta a dis cus ión.
Marx dice : Como el obrero lle ga al meTcado de tr abajo
par a vende r a llí su fue rza de trabajo, es necesario que ésta
le sea pagada por su valor. Y, agrega, en este caso el valor
no pue de ser s ino lo mis mo que es sie mpre , es decir, algo me ­
dido por la cantidad de l trabajo. Pe ro no se trata exacta­
me nte de la cantidad de tr abajo necesaria par a producir un
tr abajador , lo que nos obligar ía a s alir de los cambios socia­
les y nos lle var ía a lo? cambio? biológicos . Es necesario su­
pone r que la cantidad de tr abajo que me dir á e l valor de la
fue rza de tr abajo es la de las me rcancías que el obrero ne-
ce- ita para s obrevivir él y su fa milia .
La dific ult a d de esta propos ición reside en que la te oría
de l valor- trabajo se fund a en el carácter ide ntific able de l
tr abajo en tanto que principio del valor, y en que. en la
segunda propos ición, cuando se trata de las me rcancías ne­
cesarias para la vida de l obrero y de su fa m ilia , apar e nte ­
me nte s alimos de l ámbito de lo cuantificable . En este últim o
raso, se trata, en efecto, de una s uma de finida por el esta­
do de las costumbres y de la ps icología colectiva, hecho que
el propio Marx reconoce. Por esa r azón Schumpcte r de clara­
ba que la s egunda propos ición de la te oría de la e xplotación
no era más que un jue go de palabras.
Tercera propos ición: el tie mpo de tr abajo necesario para
que e l obrero produzca un valor ig ual al que recibe bajo
forma de s alar io es infe r ior a la duración efectiva de su tra­
bajo. Por e je mplo, el obrero produce en cinco horas un va­
lor igual a! que está conte nido en su s alar io, pe ro trabaja
die z horas. Por cons iguie nte , trabaja la mita d de l tie mpo pa­
ra sí y la otra mita d para el e mpre sario. La p lus v alía es la
cantidad de valor pr oducida por el obrero por e ncima de l
tie mpo de tr abajo necesario: es decir, e l tie mpo de tr abajo
necesario par a producir un valor igual a l que ha re cibido en
la for ma de salarios.
La parte de la jo m a da de tr abajo necesaria para producir
e l valor cris talizado en su s alar io se de nomina tr abajo ne ­
cesario, y el resto es el s obre trabajo. E l valor producido en
f l s obre trabajo recibe e l nombre de plus valía. Y la tasa de
e xplotación se de fine por la r e lación entre la plus valía y el
capital var iable : es decir, el capita l que corresponde al pago
de l salario.
Si ace ptamos las dos prime ras proposiciones, se de duce de
e llas esta tercera, con la condición de que el tie mpo de tra­
ba jo necesario para pr oducir el valor e nc amado en e l s alar io
sea infe r ior a la duración total de l trabajo.
Es ta s e paración e ntre la jor nada de tr abajo y e l tr abajo
necesario. Mar x la afir ma pura y s imple me nte . Es taba con­
ve ncido de que la jor nada de tr abajo de su tie mpo, que era
de die z horas, y a veces de doce horas, s upe raba manifie s ta­
me nte la duración de l tr abajo necesario: es decir, el tr abajo
necesario para crear e l valor e ncarnado en el s alar io mis mo.
A partir de ese punto, Marx de s arrolla una casuística de
la lu d ia por la duración de l trabajo. Invoca un elevado nú­
me ro de fe nómenos de su tie mpo, sobre todo el hecho de que
los empresarios pr e te ndían que sólo ganaban con la últ im a
hora, o con las dos últimas horas de trabajo. Por otra parte,
es s abido que , desde hace un siglo, sie mpre que se ha re­
ducido la duración de la s e mana de trabajo, los empresarios
han protestado. Con una jor nada de 8 horas, afir ma ba n en
1919, no podr ían compens ar los gastos. Los ade lantos de los
empresarios apor taban un argume nto a la teoría de Marx, que
implica que la ganancia se obtie ne únicame nte en las ú lt i­
mas horas de trabajo.
Hay dos proce dimie ntos fundame ntale s para aume ntar la
plus valía a expensas de los as alariados , o la tasa de la ex­
plotación: uno consiste en alargar la duración de l trabajo, el
otro en re ducir todo lo pos ible la dur ación de l tr abajo ne ­
cesario. Uno de los métodos para re ducir la duración del
tr abajo necesario es el aume nto de la pr oductividad, es decir
la producción de un valor igual al de l s alar io en me nor n ú­
me ro de horas. As í se aclara el me canis mo que e xplica la
tende ncia de la e conomía capitalis ta a aume ntar constante-
temente la productividad del trabajo. E l aume nto de la pro­
ductividad de l tr abajo de termina automáticame nte una re duc­
ción de la dur ación de l tr abajo necesario y, por cons iguie nte
en caso de mante nimie nto del nive l de los s alarios no mina ­
les. un aume nto de la tasa de la plus valía.
Se comprende desde lue go el orige n de la ganancia, y có­
mo un sistema económico en e l cual todo se cambia por
su valor es al mis mo tie mpo capaz de producir plus valía, es
decir, en el nive l de los empresarios, la ganancia. Hay una
me rcancía que tiene la pa r ticular idad de que se la paga por
su valor, y s in e mbargo produce más que su \ alor: es e l tra­
bajo humano.
Un anális is de este tipo a juic io de Marx era purame nte
cie ntífico, porque e x plicaba la ganancia por un me canis mo
ine vitable , intríns e came nte vinculado con el régime n capita­
lista. Pero este mis mo me canis mo se pres taba a de nuncias
e invectivas, porque ajus tándos e todo e l proceso a la ley de l
capitalis mo, e l obrero s ufr ía e xplotación, tr abajaba una par ­
te de l tie mpo para sí y otra par a e l capitalis ta. Ma r x era
un sabio, pero también un profe ta.
T ale s son, esbozados r ápidame nte , los ele me ntos esenciales
de la teoría de la e x plotación. A los ojos de Mar x, esta teo­
r ía tiene una doble vir tud. Ante todo, le parece resolver una
dific ult a d intríns e ca de la e conomía capitalis ta, que pue de
formular s e en estos términos . Como en e l cambio hay ig ua l­
dad de valores, ¿de dónde pue de prove nir la ganancia? Lue ­
go, a l mis mo tie mpo que resuelve un e nigma cie ntífico, Ma r x
pie ns a que aporta un fundame nto r acionalme nte riguros o a
la protesta contra cierto tipo de or ganización e conómica. F i­
nalme nte , su te oría de la e xplotación aporta, para e mple ar un
le nguaje mode rno, un fundame nto sociológico a las leyes eco­
nómicas de l funcionamie nto de la e conomía capitalis ta.
Marx cree que las leyes e conómicas tie ne n un carácte r his ­
tórico, y que cada régime n e conómico posee sus propias leyes.
La te oría de la e x plotación es un e je mplo de estas leyes his ­
tóricas, pues el me canis mo de la plus valía y de la e x plota­
ción s upone n la divis ión de la sociedad en clases. Una cla«
se, la de los empresarios o poseedores de los me dios de pr o­
ducción, compra la fue rza de tr abajo de los obreros. La re­
lación económica entre los capitalis tas y los prole tarios es
función de una r e lación s ocial de pode r entre dos categorías
sociales.
La teoría de la plus valía tie ne una doble func ión, cie ntí­
fica y moral. La conjunción de estos dos e leme ntos ha confe­
r ido a l marxis mo una incompar able fue rza de ir r adiación. Los
e s píritus r acionale s ha lla ba n s atis facción, y lo mis mo podr ía
decirse de los e s píritus ide alis tas o re belde s ; y ambas formas
de s atis facción se r e for zaban mutuame nte .

Has ta a quí me he lim ita d o a a na lizar e l pr ime r lib r o de l


Cap ital, el único publica do e n vida de Mar x ; los dos libros
siguiente s fue r on manus critos de Ma r x publicados por Enge ls.
E l libr o II se ocupa de la cir culación •de l capita l; su autor
que r ía e xplicar e l modo de funcionamie nto de l s is te ma eco­
nómico capitalis ta cons ide rado en conjunto. E n tér minos mo­
dernos podr ía decirse que a par tir de u n anális is micr oe co
nómico de la e s tructura de l capitalis mo y de su func iona ­
mie nto, conte nido en e l lib r o I, Mar x ha br ía e labor ado en e l
libr o II una teoría macroe conómica compar able al T able an
économ ique de Qucs nay, más una te oría de las crisis cuyos
e leme ntos apare ce n a quí y a llá. Pe rs onalme nte , no creo que
e n Marx haya una te oría de conjunto de la s crisis. Es taba
inve s tigando una te oría de ese tipo, pe ro no la comple tó; y
a lo sumo, a par tir de las indicacione s dispersas en e l se­
gundo libr o, pode mos re cons truir diversas teorías y atribuír-
sela=. La únic a ide a que no admite dudas es que , de acuer­
do con Marx, el carácter compe titivo anár quico de l me canis ­
mo capitalis ta y la necesidad de la circulación de l capital
crean una pos ibilida d pe rmane nte de de s ar monía entre la pro-
dución y la dis tr ibución de l pode r adquis itivo. Lo que e qui­
vale decir que . por su esencia mis ma, una e conomía anár quica
lle va en su seno la pos ibilida d de las crisis. ¿Cuál es el es­
que ma o el me canis mo que rige el de s encade namie nto de las
cr is ií? ¿Se trata de crisis re gulares o irre gulare s ? ¿C'iál es
la coyuntura e conómica en que e ntalla la crisis? Er„ todos
estos punto s hay en Marx indicacione s más que una te oría
completa. 10
E l tercer "libro es el esbozo de una teoría de l de ve nir de l r é­
gime n capitalis ta, a par tir del anális is de la e s tructura y de l
funcionamie nto de este mis mo régime n.
E l pr oble ma fundame nta l de l libr o III es el siguiente . Si
conside ramos e l e s quema de l pr ime r libro de l Cap ital hay
tanta mayor plus valía en una empresa dada o en un sector
dado de la economía, cuanto mayor la proporción de trabajo
e n esa empresa o sector, y aún cuanto más e le vada la propor­
ción de capital var iable con respecto al capital total.
Marx des igna capital constante a la parte de l capital de las
empresas que corresponde a las máquinas , o a las mate rias
pr imas utiliza da s en la producción. En el e s que matis mo de l
prime r libr o, e l capital constante se trans fiere al valor de los
productos s in crear plus valía. T oda la plus valía provie ne d e l'
capital var iable , o capital corre spondie nte al pago de los s ala­
rios. La compos ición orgánica de l capital es la re lación entre
e l capital var iable y el capital constante . La tasa de e x plota­
ción es la r e lación entre la plus valía y e l capital var iable .
Por cons iguiente, si cons ide ramos esta r e lación abstracta."
característica de l anális is e s que mático de l prime r libr o del
Cap ital, ine vitable me nte lle gamos a la conclus ión de que en

10 Por otra parte, ade más de la e nfe rme dad y las dific ul­
tades financieras, la conciencia de que estos aspectos estaban
inconclusos indujo a Marx a retrasar la publicación de los dos
últimos libros del Capital. De s de 1867 (fe cha de la publica­
ción del prime r libr o ) hasta su mue rte , Marx no de jó de de ­
sarrollar estudios que lo de jaban insatisfecho, y de elaborar
la continuación de lo que a su juicio era la obra de su vida.
Así, en setiembre de 1878, escribe a Danie lson que el libr o II
de l Capital estará listo para la impre s ión hacia fines de 1879;
pe ro el 10 de abril de 1879 declara que no lo publicar á antes
de habe r observado el desarrollo y la conclus ión de la crisis
indus trial e n Inglaterra.
una empresa o una r ama dada ha br á tanto mayor plus valía
cuanto más elevada la proporción de capital var iable ; y tanto
me nor plus va lía cuanto más se orie nte la compos ición orgánica
de l capital hacia la re ducción de la r e lación entre el capital
var iable y e l capital constante . O para de cir lo en términos con­
cretos, de be ría habe r me nos plus valía cuanto mayor la meca­
nización en una empresa o en un sector de la actividad eco­
nómica.
Ahor a bie n, evide nte me nte no es ése e l caso, y Marx tie ne
perfecta conciencia de l he cho de que las apar ie ncias de la
e conomía parecen contrade cir las re lacione s fundame ntale s que
él ha for mulado en su anális is e s quemático. Mie ntr as el lib r o
III de l Cap ital no fue publicado, los marxis tas y los críticos
se fo r mulaban la pre gunta: si la te oría de la e x plotación es
válida , ¿por qué las empresas y las ramas que aume ntan la
r e lación de l ca pita l cons tante con e l capital var iable son las
que obtie ne n mayores be ne ficios ? Dicho de otro modo, el modo
apare nte de la ganancia parece contrade cir el modo e se ncial
de la plus valía.
Marx ofrece la s iguie nte respuesta: se calcula la tasa de la
ganancia, no en r e lación con el capital var iable , como la tasa
de la e xplotación, sino en r e lación con el conjunto de l capital,
es decir, en r e lación con la s uma de l capital constante y el
capital var iable .
¿Por qué la tasa de la ganancia es propor cional, no a la
plus valía, s ino a l conjunto de l capital constante y var iable ?
Evide nte me nte , el capitalis mo no podr ía funcionar si la tasa
de la ganancia fuese proporcional al capital var iable . En efec­
to, lle garíamos a una de s igualdad extrema de la tasa de la
ganancia, porque de acuerdo con las ramas de la e conomía la
compos ición or gánica de l capital — es decir, la r e lación de l ca­
p it a l var iable con e l capital constante— es e xtre madame nte
dis tinta. Por cons iguiente , como de otro modo el régime n ca­
pitalis ta no podr ía funcionar , la tasa de la ganancia es efec­
tivame nte proporcional al conjunto de l capital, y no al capital
var iable .
Pero, ¿por qué la apar ie ncia de l modo de la ganancia es
dife re nte de la r e alida d e se ncial de l modo de la plus valía?
Pue de n ofrecerse dos respuestas a esta cue s tión: la respuesta
de los no marxis tas o los antimarxis tas , y la respuesta oficial
de Marx.
La respuesta de un e conomis ta como Schumpe te r es s imple :
la teoría de la plus valía es fals a. Que la apar ie ncia de la
ganancia esté en contradicción dire cta con la esencia de la
plus valía demue stra s ólo que el e s que matis mo de la plus valía
no corresponde a la r e alidad. Cuando se comie nza con una
te oría, y se descubre lue go que la r e alida d contradice esta teo­
r ía, evide nte me nte es pos ible r e conciliar la te oría con la rea­
lid a d , introducie ndo cierto núme r o de hipóte s is s uple me nta­
rias ; pe ro hay otra s olución más lógica, que consiste en reco­
nocer que el esquema teórico fue ma l construido.
La re spuesta de Marx es la siguiente . E l capitalis mo no
podr ía funcionar si la tasa de la ganancia fuese proporcional
a la plus valía, en lugar de serlo a l conjunto de l capital. Por
cons iguie nte, se establece una tasa de ganancia me dia a cada
e conomía. Es ta tasa de ganancia me dia se forma gracias a la
compe tencia entre las empresas y los sectores de la e conomía.
La compe te ncia obliga a la ganancia a tende r hacia una tasa
me dia ; no hay pr opor cionalidad de la tasa de la ganancia con
la plus valía en cada empresa o e n cada sector, y por e l con­
trario e l conjunto de la plus valía cons tituye para la e conomía
e n conjunto un monto global que se dis tribuye entre los sec­
tores en proporción a l capital total, constante y var iable , in ­
ve rtido en cada sector.
Y es así porque no pue de ser de otro modo. Si hubie s e una
excesiva dife re ncia entre las tasas de ganancia de los dis tintos
sectores, e l s is tema no funcionar ía. Si en un sector hubie s e
una ta ía de ganancia de l 30 ó el 40 % y en otra de l 3 ó 4
por ciento, sería impos ible h a lla r capital para inve r tir e n los
sectores donde la tasa de ganancia fuese baja. E l e je mplo mis ­
mo cons tituye la argume ntación marx is ta: las cosas no pue de n
ser así, y por cons iguie nte debe crearse en el curso de la com­
pe tencia una tasa de ganancia me dia que asegure que fin a l­
me nte la masa globa l de la plus valía se encue ntra r e partida
entre los sectores en func ión de la impor tancia de l capital
inve r tido en cada uno de ellos.
Es ta te oría conduce a la te oría de l deve nir, a lo que Marx
lla m a la ley de la dis minución te nde ncial de la tasa de la
ganancia.
E l punto de par tida de Marx ha sido una comprobación
que re alizaron o creyeron hace r todos los economistas de su
tie mpo, a saber, que exis tía una te nde ncia s e cular a la re­
ducción de la tasa de la ganancia. Mar x , s ie mpre deseoso de
e x plicar a los economistas ingleses has ta qué punto los s upe­
r aba, gracias a l método que él a plicaba, ha cre ído de s cubrir,
en su esquema, la e x plicación de l fe nóme no his tór ico de la
dis minución te nde ncial de la tas a de la ga na nc ia.11

11 El te ma de l descenso secular de la tasa de la ganancia


se origina en Da vid Ricardo, y fue de s arrollado sobre todo
La ganancia me dia es proporcional a l conjunto de l capital,
es decir, al total de l capital constante y e l capital var iable .
Pe ro se obtie ne plus valía s ólo sobre el capital var iable , es
de cir, sobre e l tr abajo de los hombre s . Ahora bie n, la compo­
s ición orgánica de l capital, a me dida que se r e aliza la evo­
luc ión capitalis ta y la me canización de la producción, s ufre
una trans formación, y tie nde a dis minuir la parte de l capital
var iable en el capital total. De e llo Ma r x extrae la conclus ión
de que la tasa de la ganancia tie nde a dis minuir a me dida que
se mo difica la compos ición orgánica de l capital, r e ducie ndo la
parte de l capital var iable en el capital total.
Es ta le y de la dis minución te nde ncial de la tasa de la
gana nc ia ofre cía también a Marx grande s s atisfacciones inte ­

po r Jo h n Stua r t Mili. Que r ie nd o de mos tr ar q ue los in divid uo s


s ie mpr e tie ne n motivos p a r a inve r tir , Ric a r do e s cribe : “D ifí­
c ilm e nte oc ur r ir á e n un país de c a pit a l a c um ula d o , sea c ua l
fue r e e l m o nto que no p ue da utiliza r s e pr o duc tiv a me nte has ta
e l m o m e nt o e n q u e los s alar ios h a y a n ba ja do de tal m o d o po r
e fe cto de l e nca r e c imie nto de las cosas ne ce s arias , q ue s ólo res­
te u n a pa r te m u y r e duc id a c omo be ne fic io de l capital, y que
p o r eso mis mo ya no ha y a mo tivo pa r a a c u m u la r ’ (Príncipe s
de l’ic o nom ie politique e t de l’im pót. Paris . Cos te s , 1934, t. II,
p ág . 9 0 1. Dic h o de otr o modo, pa r a Ric a r do e l de s ce ns o de
la tas a de la ga na nc ia a ce ro no es m ás que una e ve nt ua li­
da d. Se r ia r e s ultado de l ac r e c e ntamie nto, e n la divis ión de l
pr o duc to , di' la par te cor r e s pondie nte a los s alar ios n o m in a ­
les , si éstos aum e ntas e n a ca us a de l a um e nt o r e lativo de los
pr e cios de los bie ne s indis pe ns able s par a la vid a . Este a u ­
m e nt o de los pr e cios s e ría a su ve z r e s ultad o de l jue go c o m ­
b in a d o de la e x pans ión de la d e m a n d a cre ada po r el cr e ci­
m ie nt o de m o g r áfic o y de l r e ndim ie nto de cr e cie nte de la t ie ­
r ra. Pe ro, cr e ía Ric a r do , e l obs t ác ulo opue s to al cr e c imie nto
r e pr e s e nta do po r el r e ndim ie nto de cr e cie nte de las tie rras a g r í­
colas pue de anular s e me d ia nte la ape r tur a al m und o , la es-
pe c ia liza t ión in t e r nac io nal y la lib r e im po r t a c ión de tr igo pr o­
ve nie nt e de l e xtranje r o. De s p ué s de la a b o lic ión de las leye s
de los ce reale s. Mili r e toma la te or ía de Ric a r do e n sus Prin­
cipie s of Political Econom y te ith some of the ir A pplications to
S ocial Pliilos ophy (1 8 4 8 ), pe r o a d o p t a u n a ve r s ión más e vo­
lut iv a y a más lar go pla zo , que se e m pa r ie nta con las tesis m o ­
de r nas de l e s tancamie nto. La ba ja de la tas a d e la ga na nc ia
es la tr a duc c ión conta ble , a nive l de la e mpr e s a, de la m a r c ha
de la s ocie dad ha c ia el e s tado e s tacionar io e n que ya no h a ­
b r á más a c um ula c ión ne ta de c a pit a l. La le y de los r e n d im ie n ­
tos de cr e cie nte s es e l or ige n de este de s ce ns o de la g a na nc ia
ba s ta cero.
le ctuales . E n efecto, creía habe r demostrado, de mane ra cie n­
tíficame nte s atisfactoria, un hecho comprobado por ]os obser­
vadores, pero no e xplicado o ma l e xplicado. Y ade más , creía
volve r a ha lla r lo que su maestro He ge l ha br ía de nominado
la as tucia de la razón, es decir, la autode s trucción de l capita­
lis mo me diante un me canis mo ine xorable, que se r e alizaba
gracias a la acción de los hombre s y que a l mis mo tie mpo
los supe raba.
E n efecto, la mo dificación de la compos ición or gánica de l
ca pita l vie ne a ser ine vitable a causa de la compe te ncia, y
también a causa de l deseo de los empresarios de re ducir el
tie mpo de tr abajo necesario. La competencia de las empresas
capitalis tas acrecienta la pr oductividad; el aume nto de la pro­
ductividad se traduce nor malme nte en una me canización de la
producción, y por lo tanto en una re ducción de l capital var ia­
ble con respecto al capital constante. Dicho de otro modo, el
me canis mo compe titivo de una e conomía fundada en la ga­
nancia tie nde a la acumulación de l capital, a la me canización
de la producción, a la re ducción de la parte del capital var ia­
ble en el capital total. Es te me canis mo ine xorable es al mis ­
mo tie mpo el que provoca el descenso te nde ncial de la tasa
de la ganancia, es decir, el que de te r minará que sea cada vez
más d ifíc il el funcionamie nto de una economía bas ada total­
me nte en la bús que da de la ganancia.
Una vez más r allamos el esque ma fundame ntal del pe ns a­
mie nto marxis ta, e l de una ne cesidad his tór ica me diada por
la acción de los hombres, pero al mis mo tie mpo supe rior a la
acción de cada uno de ellos, el de un me canis mo hi=tórico
que tie nde a una des trucción de l régime n me diante e l jue go
de las leyes intríns e cas de su funcionamie nto.
A mi entender, el eje y la or ig inalidad de l pe ns ame into mar ­
xista están en la conjuncióh de un anális is de l funcionamie nto
y un anális is de un de ve nir ine vitable . Cada individuo, que
actúa racionalme nte en func ión de su interés, contribuye a
de s truir el interés común de todos, o por lo menos de todos
los que están interesados en la s alvaguar dia de l régime n.
Es ta te oría es una suerte de inve rs ión de las proposiciones
esenciales de los libe rale s . Par a estos últimos , cada uno. cuan­
do tr abaja en be ne ficio propio, trabaja por el interés de l con­
junto. Par a Marx, cada uno, cuando tr abaja en interés propio,
contribuye al funcionamie nto necesario y a la des trucción fina l
de l régimen. E l mito es s ie mpre , como en el M anifie s to co­
m unis ta.i el mito de l apre ndiz de brujo.
Has ta ahora, lo que he mos de mos trado es que la tasa de
la ganancia tie nde a dis minuir en func ión de la mo dificación
de la compos ición or gánica de l capital; pero, ¿a par tir de
qué tasa de ganancia el capitalis mo se ve impe dido de fu n ­
cionar ? Marx no ofrece en rigor ninguna respuesta en E l c api­
tal, pues ninguna teoría r acional pe rmite fija r la tasa de ga­
nancia indis pe ns able par a el funcionamie nto de l r égime n.12
Dicho de otro modo, la ley de descenso te ndcncial de la tasa
de la ganancia sugiere en rigor que e l funcionamie nto de l ca­
pit alis mo debe lle gar a ser cada vez más d ifíc il, a me dida
que se r e aliza la me canización o que aume nta la productivi­
da d; pero no de mue s tra la catás trofe fin a l, y me nos a ún e l
mome nto en que e lla ocurrirá.
A par tir de este punto, ¿cuále s son las proposiciones que
de mue s tran la autodcs trucción de l r égime n? Por e xlraño que
parezca, las únicas proposicione s que se or ie ntan en el s e ntido
de una de mos tración de la autodcs trucción de l capitalis mo son
las que ya podíamos h a lla r en e l M anifie s to com unis ta, y en
las obras escritas por Marx antes de que hubie s e profundizado
sus estudios de e conomía política. Son las que se re fie re n a
la prole tar ización y la paupe r ización. La prole tar ización sig­
nific a que a me dida que se de s arrolla e l régime n capitalis ta,
las capas inte r me dias entre capitalis tas y prole tarios se des­
gas tar án y decaerán, y que un núme r o cada vez mayor de
representantes de estas capas serán arrojados al prole tar iado.
La paupe r ización es el proceso en vir tud de l cual los prole ­

12 A lo s umo, pue de afirmarse en un análisis de ins piración


keynesiana que la tasa de ganancia de la última unidad de
capital cuya inversión es necesaria para mante ne r la ple na
s cupación ( e ficacia marginal de l c a p ita l) no de be ser infe rior
a la tasa de interés de l dine ro s e gún está de te rminada por la
preferencia de los poseedores de dinero hacia la liquide z. Pe ­
ro un esquema de este tipo en r e alidad difícilme nte pue da in ­
tegrarse con la teoría e conómica marxista, cuyos instrume ntos
intelectuales son premarginalistas. Por otra parte , hay cierta
contradicción en el análisis e conómico de Marx entre la ley
de l descenso te nde ncial de la tasa de la ganancia, que s upo­
ne implícitame nte la le y de los gastos formulada por los clá­
sicos y la tesis de la crisis por s ubcons umo obrero, que im ­
plica un bloque o de l cre cimie nto por defecto de de manda e fi­
caz. La dis tinción entre corto plazo y largo plazo no pe rmite
resolver el proble ma, pues estas dos teorías se propone n, no
e xplicar la te nde ncia general de una parte , las fluctuaciones por
otra, sino una crisis general de l sistema e conómico todo. (Véa ­
se Joan Robins on, An Essay on Marx ian Econom ics, Londres ,
Ma c Milla n, 1942).
tarios tie nde n a ser cada vez más mis e rable?, a me dida que se
de s arr ollan las íue rzas de la producción. Si supone mos que
a me dida que se produce más las masas obreras tie ne n un
pode r adquis itivo cada vez más limitado, en efecto, es pro­
ba ble que las masas manifie s te n la te nde ncia a rebelarse. En
esta hipóte s is , el me canis mo de la autode s truccfón de l capita­
lis mo te ndría carácter s ociológico, y pas ar ía por la inte rme ­
diación de l compor tamie nto de los grupos sociales. O bie n, en
otra hipóte s is , los ingresos dis tr ibuidos entre los mie mbros
de la- masas populare s s e rían ins uficie ntes para ab- orber la
creciente producción, y en este caso, as is tiríamos a una pa r á­
lis is de l régime n, porque éste sería incapaz de crear un régi­
me n de igualda d entre las me rcancías producidas y las me r­
cancías re clamadas en el me rcado por los consumidore s.
Hay dos representaciones pos ible s de la dialéctica capita­
lis ta de autode s trucción: una dialéctica e conómica que es una
nue va versión de la contradicción entre las fue rzas de produc­
ción en constante cre cimie nto y las re lacione s de producción
que e s tabilizan los ingresos dis tr ibuidos entre las masas; o
bie n un me canis mo s ociológico que pasa por la inte r me diación
de la ins atis facción creciente de los trabajador e s prole tar iza­
dos y. al mis mo tie mpo, por la r e be lión de estos trabajadore s .
Pero, ¿cómo demos trar la paupe r ización? ¿Por qué, en el es-
que ma de Marx, los ingresos dis tr ibuidos entre los tr abaja­
dores de be n dis minuir , abs oluta o r e lativame nte , a me dida que
aume nta la fue rza productiva?
E n r e alidad, en e l propio esque ma de Marx no es fác il de ­
mos trar la paupe r ización. En efecto, de acue rdo con la teoría,
e l s alar io es igual a la cantidad de me rcancías necesaria- para
la vida de l obrero y su fa m ilia . Por otra parte . Marx agrega
inme diatame nte que lo que es necesario para la vida de l obre ­
ro y su fa m ilia no es objeto de una e valuación mate mática­
me nte exacta, s ino re s ultado de una e valuación s ocial que
pue de var iar de una s ocie dad a otra. Si se admite esta e valua­
ción social de l nive l de vida cons ide rado mínimo, se de be ría
más bie n concluir en la ide a de que el nive l de vida obrero
se elevará. Pues es probable que cada socie dad considere como
nive l de vida mínimo el que corresponde a sus pos ibilidade s
de producción. Por otra parte , es lo que ocurre re alme nte , y
as í el nive l de vida cons ide rado mínimo en la Francia actual o
e n Es tados Unidos es mucho más e levado que el que te nía ese
carácter hace un siglo. Ciertame nte, e^ta e valuación social de l
mínim o no tiene una e xactitud ab- oluta — e~ una e valuación
aproximada— pero los cálculos que r e alizan los s indicatos en
r e lación con el nive l de vida mínimo sie mpre mantie ne n
una r e lación con las pos ibilidade s de la e conomía. Por con­
s iguiente . si el monto de los s alarios es función de una eva­
luac ión colectiva de l mínimo, más bie n de be ríamos as is tir al
aume nto de los mismos.
Por otra parte , de acuerdo con e l propio Marx no está
e xcluido que se eleve el nive l de vida de los obreros sin que
var íe la tasa de e x plotación. Basta que la e le vación de la
productividad pe rmita cre ar un valor ig ual a l s alar io en u n
tie mpo de tr abajo o necesario re ducido. En e l esquema mar­
xista, la productividad pe rmite elevar e l nive l de vida re al
de los obreros s in dis minuir la tasa de e xplotación. Si se e leva
la productividad, y por cons iguiente la re ducción de l tie mpo
de tr abajo necesario, no pode mos desechar la e le vación de l
nive l de vida re al s ino s uponie ndo ade más un aume nto de
la tasa de e xplotación. Ahora bie n, Marx afir ma que la tasa
de e xplotación, en dife re nte s pe ríodos , es aproximadame nte
constante.
Dicho de otro modo, si concebimos e l me canis mo e conómico
como lo ha analizado Marx, de ning ún modo se demue stra la
nece s idad de la paupe r ización, y nuestras conclusiones no»
acercan más bie n a lo que ha ocurrido re alme nte , es decir,
la e levación de l nive l de vida re al de los obrero*:
Por consiguiente, ¿de dónde ha e xtraído .Marx la demos­
tr ación de la paupe rización? A mi juicio, la Úllica de mostra­
ción re quiere la inte rve nción de un me canis mo soeiodemográ-
fico, e l que se refiere al e jército de reserva indus tr ial. Lo
que impide el aume nto de los s alarios , es la existencia per­
mane nte de un excedente de mano de obra no utiliza da , que
pesa sobre el me rcado de trabajo y mo difica e n pe r juicio de
los obreros las re lacione s de cambio entre capitalis tas y asa­
lariados .
En la teoría de l Cap ital, la paupe r ización no es un me ca­
nis mo estrictamente económico, es una teoría e conómica so­
ciológica. El ele me nto sociológico es la ide a que Marx com­
par tía con Ricar do, aunque no le s atis facía re alme nte , en el
s e ntido de que tan pronto los salarios tie nde n a elevarse, la
tasa de na ta lida d aume nta, cre ando así un excedente de ma ­
no de obra. E l me canis mo propiame nte e conómico, y que es
propio de Marx, se re fie re a la de s ocupación tecnológica. La
me canización pe rmane nte de la producción tie nde a libe r ar
a una parte de los trabajadore s e mpleados . E l e jército de
reserva es la expres ión mis ma de l me canis mo de acuerdo con
e l cual, en e l capitalis mo, se re aliza e l progreso técnico- eco-
nómico. Es te e jército de reserva gravita sobre e l nive l de los
s alarios e impide que aume nten. Si faltar a, sería pos ible in ­
te grar en e l esquema marxis ta el he cho his tór ico de la e leva­
ción de l nive l de vida obrero sin r e nunciar a los e leme ntos
e se nciales de la te oría.
En este caso, continuar ía for mulándos e el inte r rogante : ¿por
qué es necesaria la autode s trucción de l capita lis mo? A m i ju i­
cio. después de habe r le ído E l c ap ital hemos de s cubierto r a­
zones que de te r minan que e l func ionamie nto de l sistema sea
difíc il, y en rigor razones en %- irtud de las cuales e l func io na ­
mie nto de l sis tema es cada vez más d ifíc il, pese a que esta
últ im a propos ición me parece his tór icame nte fals a; pe ro no
creo que se haya des cubie rto una de mos tración concluye nte de
la autode s trucción de l capitalis mo, s alvo ape lando a la inte r ­
me dia ción de la r e be lión de las masas populare s indignadas
por la suerte que se les ha de par ado; pe ro si la suerte que
les ha tocado no suscita una indigna ción e xtre ma, el caso por
e je mplo de Es tados Unidos , entonces E l c ap ital no nos ofrece
motivos para creer que la conde nación his tór ica de l régime n
sea ine xorable .
Pero los regímenes conocidos e n e l pas ado teóricame nte po­
día n s obrevivir, y s in e mbargo ha n de s apare cido. No e xtrai­
gamos una conclus ión pre cipitada de l he cho de que Ma r x 110
de mos trara la mue rte ne ce saria de l capitalis mo. Los re gíme ­
nes pue de n perecer s in habe r s ido conde nados a mue rte por
los teóricos.

LOS E QU IVOCOS DE LA F ILOS OF IA MARXIS T A

E l centro de l pe ns amie nto marxis ta es una inte r pr e tación


s ociológica e his tór ica de l régime n capitalis ta, conde nado en
func ión de sus contradiccione s a una e volución hacia la revo­
luc ión y hacia un régime n s in contradiccione s . *
Es cierto que Marx cree que la te oría ge ne ral de la socie­
da d que él ha de ducido de su e s tudio de l capitalis mo pue de
y debe servir para compre nde r los restantes tipos sociales.
Pe ro en todo caso, le interesa par ticular me nte la inte r pr e ta­
ción de la es tructura y el de ve nir de l capitalis mo.
¿Por qué esta s ociología his tór ica de l capitalis mo implic a
tantas inte rrpe tacione s diversas? ¿Por qué es a tal extremo
e quívoca? Aún omitie ndo las razones occide ntales , his tóricas ,
pos tumas , y el de s tino de los movimie ntos y de las sociedades
que se han re clamado de l marxis mo, las razones de este e quí­
voco me parecen ese ncialme nte tres.
La conce pción marxis ta de la s ocie dad capitalis ta, de las
s ocie dades en gene ral, es s ociológica; pe ro esta s ociología se
re fie re a una filos ofía. Muchas de las dificultade s de inte r ­
pre tación nacen de las re lacione s entre la filo s ofía y la socio­
logía, re lacione s que es pos ible inte r pr e tar de dife re nte s modos.
Por otra parte , la s ociología marxis ta pr opiame nte dicha im­
plica dife re nte s inte rpretacione s , de acue rdo con la de finición
más o me nos dogmática que se ofrezca de ide as como las
fuerzas de producción o las re lacione s de producción, y tam­
bié n según que se e ntie nda que el conjunto de la s ocie dad
está de te rm inado o condicionado por la infrae s tructura. Por
otra parte, los conceptos de infrae s tructura v de superestruc­
tura no son claros, y se prestan a inte r minable s es peculaciones.
f inalme nte , las re lacione s entre e conomía v sociología dan
lugar a dis tintas inte rpre tacione s . De acuerdo con Marx, se
compre nde a la socie dad global a par tir de la cie ncia econó­
mica, pero las re lacione s entre los fe nóme nos e conómicos y el
conjunto s ocial son equívocas.

Ln a propos ición me parece ante todo indudable , es de cir


e vidente de acuerdo con todos los textos. Marx ha ido de la
filos ofía a la e conomía política pas ando por la sociología, y
has ta el fin de su vida ha continuado sie ndo filós ofo. Sie mpre
e nte ndió que la his toria de la huma nida d, según se de s arrolla
a través de la sucesión de re gímenes y según culmina en una
socie dad s in antagonis mo?, tie ne un s ignificado filos ófico. Et
hombre se crea a si m U m o a través de la his toria, y la iui-
mina ción de la his toria es a l mis mo tie mpo un fin de la filo ­
s ofía. Me diante la his tor ia, la filos ofía que de fine al hom­
bre se re aliza a sí mis ma. E l régime n fin antagonismos, posea-
pitalis ta, no es s imple me nte un tipo s ocial entre otros: es e l
tér mino de la bús que da de la huma nida d por e lla mis ma.
Pero aunque este s ignificado filos ófico de la his toria es
indudable , restan muchos otros proble mas difícile s .

TJn modo clás ico de e xplicación de l pe ns amie nto de Ma r x


e ra referirse a la conjunción de tres influe ncias , e nume radas
por e l propio Enge ls: la filos ofía ale mana, la e conomía ingle s a
y la ciencia his tór ica france sa. Es ta e nume ración de in flue n­
cias parece s upe rficial, y en este s e ntido los intérpretes más
s utile s hoy la me nos pre cian. Pero es necesario come nzar con
inte rpre tacione s no sutile s , es decir, con lo que dije r on los
propios Marx y Enge ls acerca de los orígenes de su pe ns a­
mie nto.
De acuerdo con la o pinión de ambos pensadores, e llos re­
pre s e ntaban u n de s arrollo de la filos ofía clás ica ale mana, por­
que conservaban una de las ide as fundame ntale s de l pe ns a­
mie nto de He ge l — a saber— , que la sucesión de las socie da­
des y de los regímenes representa s imultáne ame nte las e tapa»
de la filos ofía y las etapas de la humanidad.
Por otra parte, Marx es tudió la economía ingle s a; utilizó los
conceptos de los economistas ingle- es: re tomó afguna de las
te orías ace ptadas en su tiempo, por e je mplo la teoría de l va-
lor- trabajo, o la ley de l descenso te nde ne ial de la tasa de la
ganancia, por otra parte e xplicada de dis tinto modo que en
la teoría marxis ta. Creyó que al re tomar los conceptos y las
teorías de los economistas ingleses, ofrecería una fór mula cie n­
tíficame nte rigurosa de la economía capitalis ta.
Finalme nte , tomó de los his toriadore s y los s ocialistas fr an­
ceses la ide a de la lucha de clases, que e fe ctivame nte aparece
a quí y a llá en las obras his tóricas de fine s de l siglo XVIU y
comienzos de l siglo xrx. Pero, de acuerdo con su propio testi­
monio. Marx le incorpora una ide a nue va. La divis ión de la
socie dad en clases no es un fe nóme no vinculado con el con­
junto de la his toria y la esencia de la sociedad, y por el con­
trario corresponde a una fase dada. En una fase ulte rior , la
divis ión de clases podr á de saparecer.’:í
E'ta s tres influe ncias actuaron sobre el pe ns amie nto de
Marx, y aportan una inte r pr e tación válida , aunque bas tante
tosca, de la síntesis re alizada por Marx y Enge ls. Pe ro este
anális is de las influe ncias no resuelve la mayor ía de ios inte ­
rrogantes más importante s , y sobre todo e l proble ma de la
r e lación entre Hegel y Marx.
La dific ultad inic ia l del proble ma se r e laciona sobre todo
con el hecho de que la inte r pr e tación de He ge l es por lo me ­
nos tan dis cutida como la de Marx. Es pos ible , si así se lo

JS En una carta dir igida a Jos eph Weydi- meyer el 5 de


marzo de 1852, Marx escribe: “En lo que me concierne, no
tengo el mér ito de habe r des cubierto la existencia de las cla­
ses en la sociedad mode rna, ni la lucha entre ellas. Mucho
antes que yo los historiadores burgueses habían descrito el de ­
sarrollo histórico de esta lucha de clases, y los economistas
burgueses habían explicado la anatomía económica. Lo nue ­
vo que yo aporté fue : 19, demostrar que la existencia de las
ciases está vinculada con fases de desarrollo histórico deter­
minado de la producción; 2v, que la lucha de clases lle va ne ­
ce sariamente a la dictadur a del proletariado; 3á, que esta mis ­
ma dictadur a no es más que la transición a la abolición de
todas las clases y a una s ociedad sin clases” (e n Karl Marx-
Frie drich Engels, Éttule s pliUosophique s, Paris, Éd. Sociales,
1951, pág. 125).
prefie re , acercar o ale ja r las dos doctrinas , según e l s e ntido
que se atr ibuya al pe ns amie nto de He gel.
Ha y un método s e ncillo para mos trar un Marx he ge liano, y
consiste en pres entar a un He ge l marxis ta. A. Kojéve utiliza
este método como un tale nto que se acerca a l ge nio o a la
mis tificación. E n su inte r pr e tación, se as igna un carácter tan
marxis ta a Hegel que ya no pue de ser dudos a la fide lid a d de
Mar x a la obra de a qué l.14
En cambio si. como ocurre con G. Gurvitch, no se s impa­
tiza con He ge l, basta pre s e ntarlo, de acue rdo con los ma nua ­
les de his tor ia de la filos ofía, como un filós ofo ide alis ta que.
concibe e l de ve nir his tór ico como e l de ve nir de l e s píritu, par a
que inme diatame nte Marx se convierta en una figur a e se ncial­
me nte antihe ge lia na .15

14 A. Kojéve, Intro duc tion á la le cture de He ge l, París, Ga ­


llimar d, 1947.
Para la inte rpre tación marxista de He ge l, véase también: G.
Lukács , De r /unge He ge l, Zürich- Vie na, 1948, 718 páginas , y
el análisis de este libro re alizado por J. Hyppolite en sus {¡.til­
des sur Marx et He ge l, París, M. Riviér e , 1955, págs. 82- 104.
G. Lukács lle ga al extremo de afirmar que el te ma de un
pe riodo te ológico en He ge l es una le ye nda reaccions- ia, y es­
t udia la crítica re alizada por He ge l, en sus obras de juve ntud,
a la obra de Adam Sniith. He ge l habr ía pe r cibido las contra­
dicciones esenciales de l capitalis mo, aunque naturalme nte no
habría hallado la s olución cuyo desarrollo estaba reservado a
Marx.
13 G. Gurvitch, L a S ociologie de Karl Marx , París, Ce ntre
de docume ntar on unive rsitaire , 1958, 93 páginas; Les Fonda-
teurs de la s ociologie conte m poraine , I. S aint- S im on sociolo-
gue , París, Ce ntre de docume ntar on unive rsitaire , 1955, 62
páginas .
G. Gurvitch, deseoso de re ducir todo lo pos ible la he re ncia
he ge liana de Marx, ha ofre cido una inte r pr e tación de los or í­
genes de l pe ns amie nto marxista que destaca el saint- simonis-
mo de Marx. G. Gurvitch demue stra, a mi e nte nde r de modo
convincente, las influe ncias saint- simonianas que se ejercieron
sobre el pens amiento de l joven Marx: "Mar x provie ne e n lí­
ne a recta de Saint- Simon y de l saint- simonismo: sólo toma de
He ge l la te rminología, y el he ge lianis mo de izquie r da no es
otra cosa que la influe ncia saint- simoniana, a veces confesada
francame nte , sobre ciertos he ge lianos. Por su parte , Pr oudhon
aprove cha enorme me nte a Saint- Simon, pero es un saint- simo-
niano re be lado, que somete el saint- simonismo a una crítica
abrumador a. Sin e mbargo, al mis mo tie mpo es él quie n, al
de mocratizar el saint- simonismo y re lacionarlo con el movimie n­
to obrero, ha impuls ado a Marx hacia un vínculo pr ofundo
Sea como fuere, cierto núme r o de temas indudable s de
He ge l reaparecen en el pe ns amie nto marxis ta, tanto en las
obras de juve ntud como e n las de madure z.
En la últ im a de las once tesis acerca de Fe ucrbach, Marx
escribe: “ Los filós ofos se han lim ita do a inte r pr e tar de dis ­
tintos modos el mundo, pe ro en ade lante se trata de trans­
for mar lo’’ ( Elude s philos ophiqucs , París , £d . Sociales, 1951,
pág. 6 4 ).

con el saint- simonismo, un saint- simonismo proudhoniano que


fue la fue nte principal de Marx, no sólo cuando ís te come n­
zaba, sino en el curso de todo su itinerario inte le ctual” (C u r ­
so citado acerca de Saint- Simon, págs. 7 y 8 ). Más ade lante ,
después de habe r citado ciertas frases de Saint- Simon, de este
tipo: "La ciencia de la libe r tad tiene sus hechos y sus genera­
lidade s , como todas las r e s tante s .. . Si queremos ser libres, cree­
mos nosotros mismos nuestra libe r tad y no la esperemos jamás
de otro”, G. Gur vitch, escribe: "Los textos de juve ntud de Marx
—sobre todo la cuarta tesis sobre Fe ue rbach— han inducido a
ciertos marxistas a hablar de la soeiologia de Marx como de una
filos ofía de la libe r tad o de una ciencia de la libertad. Es la po­
s ición de He nr i Le fe bvre , que atr ibuye a He ge l —el filósofo
más fatalis ta que se conozca— el origen de este aspecto del
pe ns amiento de Marx. En re alidad, es muy e vidente que , en
la me dida en que es pos ible hallar en Marx una ciencia de
la libe r tad, se origina dire ctame nte en Saint- Simon” (lb íd .,
pág. 2 5 ).
N’o dudo de que Marx haya podido, en su me dio, tropezar
con las ideas saint- simonianas, por la s imple razón de que és­
tas cir culaban en la Eur opa de la juve ntud de Marx, y re apa­
r e cían, en una forma o en otra un poco por doquie r , sobre
todo en la prensa. Hoy mis mo hallamos en los periódicos teo­
rías acerca del desarrollo o el subdesarrollo. Pero si Marx co­
nocía las ideas saint- simonianas. no pudo tomar de ellas lo que
a mi juicio es el eje de su propia sociología.
Marx halló en el saint- simonismo la opos ición entre los dos
tipos de sociedades, las sociedades militare s y las indus tria­
les, las ideas de aplicación de la cie ncia a la indus tria, la re­
novación de los métodos de producción, de trans formación de l
mundo por obra de la indus tria. Pero el centro del pe ns amien­
to marxista no es una conce pción saint- simoniana o comtista de
•Ja socie dad indus trial. El centro de l pe ns amiento m.irxista es
el carácter contradictorio de la socie dad indus trial capitalis ta.
1Ahora bie n, la ide a de las contradiccione s intrínsecas de l ca­
pitalis mo no está incluida en la here ncia saint- simoniana o
comtista. Saint- Simon y Augus to Comte tie ne n en común la
pr imacía de la ide a de or ganización sobre la ide a de los con­
flictos sociales. Ninguno de los dos cree que los conflictos so-
Par a e l autor de l Cap ital, la filos ofía clás ica, que ha cul­
mina do con e l s is tema de He ge l, lle ga a su fin. Ño es pos i­
ble ir más lejos, porque He ge l ha pencado la totalidad de la
his toria y la totalidad de la huma nidad. La filos ofía ha com­
ple tado su torea, que es ele var las e xpe riencias de la huma ­
nida d a la concie ncia e xplícita. E^ta toma de conciencia do
las experiencias de la huma nida d se expresa en la Fe nom e no­
log ía de l e s píritu y en la Encic lope dia.I0 Pero después do
cobrar concie ncia de su vocación, el hombre no la ha r e ali­
zado. La filos ofía es total en tanto que toma de concie ncia,
pe ro e l mundo re al no se ajus ta al s e ntido que la filos ofía
atr ibuye a la existencia de l hombre . Por cons iguie nte , el pro­
ble ma filos ófico- his tórico que está en el orige n del pensa­
mie nto marxis ta cons istirá e n de te r minar en qué condicione s
e l curso de la his tor ia pue de r e alizar la vocación de l hombre
s egún la ha conce bido la filos ofía he ge liana.
La in dud able here ncia filos ófica de Marx es la convicción
de que el de ve nir his tór ico tie ne un s ignificado filos ófico. Un
nue vo régime n e conómico y social no es s imple me nte una
pe ripe cia ofre cida des pués del hecho a la cur ios idad obje tiva
de los his toriadore s profes ionale s , s ino una e tapa de l de ve nir
de la huma nidad.
¿En qué consiste, pues, esta natur ale za huma na , esta voca­
ción de l hombre que la his toria debe r e alizar para que la
filos ofía se re alice a sí mis ma?
En las obras de juve ntud de Ma r x se ofrecen a esta pre­

cíales son el resorte pr incipal de los movimie ntos históricos,


ninguno piensa que la s ociedad de su tie mpo está desgarra­
da por contradiccione s insolubles.
Porque a mi e ntende r el eje de l pe ns amiento m;irxista está
e n el carácter contradictorio de la socie dad capitalis ta y en el
carácter esencial de la lucha de clases, re húso ver en la in­
flue ncia saint- simoniana una de las influe ncias fundame ntale s
que hayan formado el pe ns amiento marxista.
Acerca de este proble ma de las relaciones entre Marx y Saint-
Simon. véase igualme nte el articulo de Aimé Patri, "Saint- Si­
mon et M rx”. Le Contrat social, enero de 1961, vol. V, n» 1.
10 La Phcnom énologle de l'e s prit, traducción al francés de
Je an Hyppolite . 2 vol.. Paris, Aubie r, 1939 y 1941: Prccii de
ie nc y c lopé die des scienccs pliUos ophique s , traducción al fr an­
cés de J. Gibe lin, Paris, Vrin.
L a Pliénom énologie de l’es)yrit data de 1807, la Ency clopé-
die des scienccs pliUosophique s tuvo e n vida de Hegel tres
ediciones (1817, 1827, 1830).
gunta difere nte s respuesta?, y todas gir an alre de dor de algunos-
conceptos, la unive rs alidad, la totalidad, como conceptos pos i­
tivos; o por e l contrario, la alie nación, concepto ne gativo.
E l individuo, tal como aparece en la Filo s o fía de l derecho
de Hegel 17 y en las sociedades de su tie mpo, se e ncue ntra,
e n efecto, en una s ituación doble y contradictoria. Por una
parte,\ el individuo es ciudadano,! y como tal par ticipa en el
Es tado, es decir, en la unive r s alidad. Pe ro es ciudadano s ólo
una vez cada cuatro o cinco años, e n el e mpíre o de la de mo­
cracia formal, y agota su ciudadanía con e l voto. Fue ra de
esta actividad únic a en la que re aliza su unive r s alidad, per­
tenece a lo que Marx de nomina, de acuerdo con He ge l, la
bürge rliche Ge s e lls cha/t, la s ocie dad civil, es decir el con­
junto de las actividade s profe s ionale s . Ahora bie n, e n tanto
que mie mbr o de la socie dad civil, está ence rrado e n sus pa r ti­
cularidade s y no se comunica con e l todo de la comunidad.
Es un tr abajador a las órdenes de un empre s ario o un e m­
pres ario, separado de la or ganización colectiva.I La s ocie dad
civil impide que los individuos re alice n su vocación de u n i­
ve rs alidad.)
Para que fuese pos ible supe rar esta contradicción, sería ne­
cesario que en su tr abajo los individuos pudie s e n par ticipar
de la unive rs alidad, de l mis mo modo que pa r ticipan en su
actividad de ciudadanos .
¿Qué s ignifican estas fór mulas abstractas? La de mocracia
for mal de finida me diante la elección de los representantes de l
pue blo por s ufr agio unive rs al, y me diante las libe r tade s abs­
tractas de l voto y la dis cus ión, no afecta las condicione s de
tr a bajo y de vida del conjunto de mie mbr os de la cole ctividad.
E l obrero, que lle va a l me rcado su fue rza de tr abajo par a
obtene r en cambio un s alario, no se as e me ja al ciudadano que ,
cada cuatro o cinco años, e lige a sus representantes, y dire cta
o indire ctame nte a sus gobernantes. Par a que se r e alice la
de mocracia re al, es necesario que las libe r tade s , limitadas al
orden político en las sociedades actuale s, se trans pongan a la
exis te ncia concreta, e conómica, de los hombre s .
Pero, para que los individuos que tr abajan pue dan pa r tici­
pa r en la unive rs alidad, del mis mo modo que hace n los ciu­

17 F rundlinie n de r Philos ophie de s Re chts, publica da por


He ge l en 1821, en Be rlin. Es ta obra no es más que una sec­
ción de s arrollada de la Enciclope dia. T raducción francesa: He ­
gel, Principe s de la philos ophie d u droit, traducido al francés
por A. Kaan, prefacio de J. Hyppolite , París, Gallimar d, 1940;
re e ditada en la colección “ Idées ’, París, Gallimar d, 1963.
dadanos con la pape le ta de voto, para que la de mocracia re al
pue da realizarse, es necesario s upr imir la propie dad pr ivada
de los ins trume ntos de producción cuya consecuencia es colo­
car al individuo a l servicio de otros individuos , que acarrea
la e xplotación de los trabajador e s por los empresarios, e im ­
pide que estos últimos trabaje n dire ctame nte par a la colec­
tividad, pues en e l s is tema capitalis ta tr abajan con el fin de
obte ne r ganancias .
Un pr ime r anális is , que aparece en la Crític a de la filo s o ­
f ía de l derecho de He ge l. gira por lo tanto alre de dor de la
opos ición entre lo par ticular y lo unive rs al, la socie dad civil
y el Es tado, la e s clavitud de l tr abajo y la libe r tad ficticia de l
elector o el ciudadano.1^ Este texto es el orige n de una de
las opos icione s clás icas de l pens amie nto marxis ta, la que se
manifie s ta entre i la democracia for mal y la de mocracia r e alj
Al mis mo tie mpo mue stra cierta forma de conjunción entre la
ins pir ación filos ófica y la crítica sociológica.
La ins piración filos ófica se expresa en el rechazo de una
unive r s alidad de l individuo limita da al orde n político, y se
trans pone fácilme nte a un anális is s ociológico. En le nguaje
corriente, la ide a de .Marx es ésta: ¿Qué s ignifica el derecho
de votar cada cuatro o cinco años, par a individuos que no

18 Hay dos textos que contie ne n una crítica de la Filos ofía


de l dere cho, de He ge l:
Uno es la Kritik des he ge lsche n Rechtsphilosophie - Einle i-
tung. texto breve, conocido desde hace mucho tie mpo, por­
que fue publicado por Marx e n 1844, en París, en el pe rió­
dico que dir igía con A. Ruge : De til <¡ch- frm zñs i<¡ehe Jahrhüchc r,
o A nnale s franco- alie m ande s (con respecto a la tr aducción fr an­
cesa, véase, bajo el titulo de Contribution á la c ritique de la
philos ophie dtt droit de He ge l. la traducción Molitor e n la
e dición Costes, O Eneres philos ophíque s , t. 1, págs. 83- 108).
El otro es la Kritik des He ge hrhe n Staatsrechts, d. i. He ge ls
Rcc hts philos ophié; texto mucho más extenso, que inc lin e una
critica yuxtaline al de una parte de la Filos ofía de l de re cho
de He ge l, y cuya publicación de bió esperar a la década de
1930; una parte fue publicada por D. Rjazanov e n Mos cú, en
nombre de l Ins tituto Marx- Engels, y otra por Lands hut y Me-
yer en Le ipzig (se hallará una traducción francesa en la e di­
ción Molitor. OEuv re t philos ophiiiue s . tomo IV; esta tr aduc­
ción se re alizó de acue rdo con el texto s uminis tr ado por L.md-
s hut y Me ye r.)
Acerca de este punto, véase el estudio de J. Hvppolite , “La
conce ption he gélie nne de l’f'tat et sa critique par K. Marx ”,
en £ tude s sur Marx et He ge l, París, M . ’Hiviere, 1955, págs .
120- 141.
tie ne n más me dio de vida que los salarios que re ciben de sus
patrone s en las condicione s que estos últ imos e stable ce n?
El segundo concepto alre de dor de l cual gira e l pe ns amiento
de juve ntud de Marx es la ide a de l hombre total, pr obable ­
me nte aún más e quívoca que la de l hombre unive rs alizado.
E l hombre total sería el que no está mutila do por la divi­
s ión de l trabajo. A los ojos de Marx y de la mayor ía de los
observadores, e l hombre de la socie dad indus tr ial mode rna es,
en efecto, un hombre e s pe cializado. Ha a dquir ido una for­
mación es pecífica con el fin de de s e mpe ñar un oficio dado.
La mayor parte de su existencia permanece ence rrado en esa
actividad fr agme ntaria, y por lo tanto no utiliza muchas a p ti­
tudes y cualidade s que podr ía des arrollar.
De acue rdo con esta líne a de pe ns amie nto, el hombre total
sería e l que no está es pe cializado. Y algunos textos de Marx
sugieren la necesidad de una for mación politécnica, que pre ­
par ar ía a todos los individuos para e l mayor núme r o pos ible
de oficios . Una vez adquir ida esta for mación, los individuos
podr ía n no ser de la ma ñana a la noche la mis ma cosa.19

19 Algunos textos idílicos de Marx avm trazan el cuadr o de


una s ociedad futura en la cual los hombres ir án de pesca por
la mañana, a la fábrica durante la tarde, para retirarse en la
noche con el fin de cultivar el e spíritu. No es una represen­
tación abs urda. He conocido trabajadores de los kibutz, en
Israel, que efectivamente por las noches le ían las obras de
Platón. Pero se trata de un caso excepcional, por lo menos
hasta ahora.
En L a ide ología ale m ana, Marx escribe: “De s de el mome n­
to ¿n que comienza a dividirs e el trabajo, cada uno tiene una
esfera de actividad exclusiva y de te rminada, que se le impo­
ne y de la cual no pue de salir; es cazador, pescador o pastor
o crítico, y de be quedars e en e llo si no quie re pe rde r sus me ­
dios de existencia; pe ro en la socie dad comunis ta, donde ca­
da uno no tiene una esfera de actividad exclusiva, y por el
contrario pue de perfeccionarse en la rama que le plazca, la
socie dad re glame nta la producción general y le pe rmite así
hace r hoy tal cosa, ma ñana tal otra, cazar por la mañana,
pescar por la tarde, practicar la cría de ganado al atarde ce r,
escribir críticas des pués de la comida, todo según su volun­
tad, sin lle gar a ser jamás cazador, pescador o cr itic o. . . ” Así
que dan abolidas "esta fracción de la actividad social, esta con­
s olidación de nuestro propio producto en un pode r objetivo
que nos domina, es capando a nuestro control, contradicie ndo
nuestras esperanzas, re ducie ndo a nada nuestros cálculos ”
(L ’lcUologie alle m ande , traducción a l francés de Re née Car-
telle, sobre la base de la e dición Me ga, París , Éditions Socia­
les, 1962, págs . 31 y 3 2 ).
Si e l s ignificado de l hombre total es e l hombr e a quie n las
exigencias de la divis ión de l tr abajo no han amputado algunas
de sus aptitude s , esta ide a representa una protesta contra las
condicione s impue s tas a l individuo por la s ocie dad indus tr ial,
y es una protesta al mis mo tie mpo inte ligible y s impática. E n
efecto, uno de los re s ultados de la divis ión de l tr abajo es que
impide que la mayor ía de los individuos re alice n todo lo que
podr ían hacer. Pero esta prote sta un tanto r omántica no pa­
rece ajustarse bie n a l e s pír itu de un s ocialis mo cie ntífico. A
me nos que se trate de una s ocie dad e x tr aor dinariame nte r ica,
e n la cual se ha re sue lto de finitivame nte e l proble ma de la
pobre za, es d ifíc il conce bir de qué modo una s ociedad, capi­
talis ta o no, podr ía for mar a todos los individuos en todos
los oficios , y cómo podr ía func ionar una s ocie dad indus t r ial
en la cual los individuos no estuviesen e s pe cializados .
Por eso mis mo, se ha bus cado en otra dire cción una inte r ­
pre tación me nos romántica. E l hombre total no pue de ser e l
hombre capaz de hace rlo todo, s ino e l que r e aliza auténtica­
me nte su huma nida d, e l que cumple las actividade s que de fi­
ne n a l hombre . En este caso, la ide a de tr abajo se convierte
en concepto ese ncial. Se concibe e s e ncialme nte al hombre co­
mo un ser que tr abaja. Si tr abaja en condicione s inhumanas ,
está de s humanizado, porque de ja de c um plir la actividad cons­
titutiva de su huma nida d en condicione s apropiadas . En efecto,
en las obras de juve ntud de Marx, y sobre todo en el Manus ­
crito económ ico- filos ófico de 1844, hay una crítica de las con­
dicione s capitalis tas de trabajo.20
Y a quí hallamos e l concepto de alie na ción que se encue ntra
hoy en e l centro de la mayor ía de las inte rpre tacione s de
Marx . En e l capitalis mo el hombre está alie nado. Par a que

20 OEk onom is ch- pliilos ophis che Mim us k ripte . Estos textos,
escritos por Marx en Paris en el año 1844, pe rmane cie ron iné­
ditos hasta 1932, año en que fue r on e ditados , por una parte
por D. Rjazanov en la e dición Me s a I, y por otra parte por S.
Lands hut y J. P. Meye r, e n los dos volúme ne s de escritos de
Marx titulados De r liis toris clie Mate riulis m us (A. Króner, Le ip­
zig ). Sobre esta e dición incomple ta, y que incluye muchos de ­
fectos de lectura, se re alizó la tr aducción francesa de J. Mo-
litor, publicada en las OEuv re s pliUos ophique s , tomo VI, de la
e dición Costes. Una núe va traducción, sobre la base del tex­
to de la e dición Mega corregida, estuvo a cargo de E. Botti-
ge lli, y fue publica da bajo el título de Manus crits de 1844
(Econom ie politique e t philo s o phie ), en la e dición de las OE u ­
vres Com ple te s , de Karl Marx, de las Éditions Sociales, Pa­
rís, 1962.
e l hombre pue da re alizars e , es necesario supe rar esta alie ­
nación.
Marx utiliza tres términos dife re nte s, traducidos a me nudo
con la mis ma pala br a ‘'a lie na c ión” , aunque los términos ale ­
mane s no tie ne n e xactame nte e l mis mo s ignificado. Son e llos
Entiius s e ntng, V erausserung y Fntfre m dung. E l que correspon­
de aprox imadame nte a la palabr a francesa alie nación, es el
último, que e timológicame nte quie re decir: lle gar a ser extra­
ño a uno mis mo. La ide a es que en ciertas circuns tancias . o
en ciertas sociedades, las condicione s impue s tas al hombre
son tales que éste deviene e xtraño a sí mis mo, en el s e ntido
de que ya no se reconoce en su actividad y e n sus obras.
Este concepto de alie na ción deriva e videntemente de la fi­
los ofía he ge liana. donde des e mpe ña un pape ! fundame ntal.
Pero la alie nación he ge liana ha s ido pe ns ada en el plano fi­
los ófico o me tafísico. En la conce pción he ge liana, el e s píritu,
de r Ge ist, se alie na el mis mo en sus o b r a s construye e d ifi­
cios inte lectuale s y sociales, y se proyecta fue ra de sí mis mo.
La his tor ia de l e s píritu, la his toria de la huma nidad, es la
his toria de estas alie nacione s sucesivas, al tér mino de las
cuales el e s píritu se ha lla r á nue vame nte como poseedor de l
conjunto de sus obras, de su pas ado his tór ico, y consciente
de poseer este conjunto. En el marxis mo, incluidas las obras
marxis tas de juve ntud, e l proceso de alie nación, en lugar de
ser un proceso filos ófico o nie tafís icame nte ine vitable , se con­
vierte en e xpres ión de un procedo s ociológico me diante el cual
los hombres o las sociedades e difican organizacione s colec­
tivas en las que se pie rde n. - 1

21 En He ge l los tres términos traducidos al francés como


alie nación son Y e ráum e rung. Enlaiis s e rung y a veces Entfrem -
dung. Para He ge l la alie nación es el mome nto dialéctico de
la dife re ncia, de la escisión entre el sujeto y la sustancia. La
alie nación es un proceso que e nriquece , y es necesario que la
conciencia recoja múltiple s alienaciones para enriquece r las de ­
terminaciones que , en de finitiva, la formarán como totalidad.
Al comie nzo del capítulo sobre el Saber absoluto, He gel escri­
be : "La alienación de la conciencia de sí propone la cos idad,
y esta alie nación tiene no sólo un s ignificado ne gativo sino
positivo, es no sólo p.tra nosotros o en si sino para ella mis ma.
Para ella lo negativo del objeto o l.i autos upre s ión de éste po­
see s ignificado pos itivo; en otros términos, la concie ncia de sí
sabe esta nulidad del objeto porque se aliena ella mis ma, pues
en esta alie nación se propone a si mis ma como objeto, o en
virtud de la unidad indivis ible de l ser para sí propone el o b­
jeto como sí mismo. Por otra parte , e n este acto está conte ­
La alie nación, inte r pr e tada sociológicame nte , es una cr íti­
ca al mis mo tie mpo his tórica, mor al y s ociológica de l orden
s ocial presente. En el régime n capitalis ta los hombres están
alie nados , se han pe r dido ellos mis mos en la cole ctividad, y
la r aíz de todas las alie nacione s es la alie nación económica.
Hay dos modalidade s de alie nación económica que corres­
ponde n aprox imadame nte a dos críticas que Marx formula
contra e l sis tema capitalis ta. Una prime r a alie nación es im ­

nido al mis mo tie mpo el otro mome nto, el mome nto en que
e lla ha s umido y r e pr imido e n sí mis ma esta alie nación y esta
obje tividad, estando por lo tanto e n su ser- otro como tal cerca
de sí mis ma. T al es el movimie nto de la concie ncia, y en el
movimie nto ella es la totalidad de sus momentos. La concie n­
cia de be relacionarse con el objeto de acue rdo con la totali­
da d de sus determinacione s, y habe rlo apre he ndido de acuer­
do con cada una de e llas " ( Phéncm unologie de l’e s prit, tr a­
ducción al francés por Hyppolite ,- tomo II, pág. 293- 294 ).
Marx ofrece otra inte rpre tación de la alie nación, pues “en
cierto s entido la totalidad ya está dada desde el punto de par ­
t id a ” (J.- Y. Calve z, L a Pensée de Karl Marx , París, Éd. d u
Se uil, 1956, pág. 5 3 ). De acue rdo con Marx. He ge l habr ía con­
fund ido la obje tivación, es de cir la e xteriorización de l hombre
en la naturale za y el mundo social, y la alie nación. Como es­
cribe J. Hyppolite , en su come ntario a Marx: “La alie nación
no es objetivación. La obje tivación es natural. No es un modo
de la conciencia de hacerse aje na a sí mis ma, sino de expre­
sarse naturalme nte ” (L o g ique et ex istence. París, P .U.F.. 1953.
pág. 23 6). Marx se expresa así: “E l ser objetivo actúa de m a ­
nera obje tiva, y no actuar ía objetivame nte si la obje tividad
no estuviese incluida e n la de te rminación de su esencia. No
crea, no propone más que objetos, por que él mis mo está pro­
pue s to por objetos, porque en el orige n es naturale za” (Ala-
nuscrits de 1844, Éd. Sociales, pág. 136).
Esta dis tinción, que se funda en un “naturalis mo consecuen­
te ”, de acue rdo con el cual “el hombre es inme diatame nte ser
de la natur ale za" ( ib íd .), pe rmite que Marx retenga de la
ide a de alie nación y de las de te rminacione s sucesivas de la
conciencia s egún se e xpone n en la Fe nom e nología de l e s pí­
ritu, sólo el aspecto crítico. “La Fe nome nología es una crítica
oculta, a ún oscura para sí mis ma, y mis tificadora, pero en la
me dida en que retiene la alie nación de l hombre —pese a que
e n ella el hombre apare zca sólo bajo la forma de un e s píritu—
se e ncuentran ocultas e n e lla todos los elementos de la cr íti­
ca, y a me nudo éstos ya apare cen pre parados y e laborados de
un modo que sobrepasa con mucho el punto de vista hegelia-
no ” ( Ib íd ., pág. 131).
Para un come ntador de He ge l como J. Hippolite , esta dife ­
putable a la pr opie dad privada de los me dios de producción,
y una segunda a la anar quía de l meTcado.
La alie nación imputable a la propie dad privada de los ins ­
trume ntos de producción se manifie s ta en que el trabajo, ac­
tividad es e ncialme nte humana, que de fine la huma nida d del
hombre , pierde sus características humanas , porque ya no es
para los as alariados más que un me dio de existencia. En lu ­
gar de que el tr abajo sea la e xpre s ión de l hombre mis mo, se
ve de gradado a la condición de ins trume nto, de me dio de vida.
T ambién los empresarios están alie nados , porque las me r­
cancías que mo vilizan ya no tie ne n como fin a lid a d responder
a las necesidades e xpe rime ntadas re alme nte por otros, y por
e l contrario lle gan a l me rcado con el fin de producir un be-
ne ficio. E l e mpres ario se convierte en esclavo de un me rcado
impr e vis ible , s ometido a los azares de la compe te ncia. Ex p o-
ta a los as alariados , pero no por e llo se humaniza en su
trabajo, y por el contrario está alie nado en be ne ficio de un
me canis mo anónimo.
Sea cual fuere la inte r pr e tación exacta que se atr ibuya a
esta alie nación económica, me parece que la ide a fundame n­
tal es bastante clara. La crítica de la r e alidad económica del
capitali- mo ha sido inicialme nte , en el pe ns amie nto de .Marx,
una crítica filos ófica y moral, ante s de convertirse en un
anális is riguros amente sociológico y económico.
As í, es pos ible expone r el pe ns amie nto de Marx como el
de un economista y sociólogo puro y s imple , porque hacia el
fin de su vida ha que r ido ser un s abio, un economista y so­
ciólogo. pero ha lle gado a la crítica e conomicosocial a par tir
de temas filos óficos . E- tos temas filos óficos , la unive r s alidad
de l individuo, el hombre total, la alie nación, animan y or ie n­
tan el anális is sociológico de las obras de madure z. ¿En qué
me dida el anális is s ociológico de la madure z no es más que
el de s arrollo de las intuicione s filos óficas de la juve ntud, o
por e l contrario re e mplaza totalme nte a estas ins titucione s

rencia radical entre He ge l y Marx en la conce pción de la


alie nación, se origina en el he cho de que , mientras que Marx
parte del hombre como ser de la naturaleza, es decir de una
pos itividad que no es en sí una ne gación, He ge l "ha descu­
bierto esa dime ns ión de la s ubje tividad pura que es la nada "
(O p . c it., pág. 239). En He ge l, “en el comie nzo dialéctico
de la historia existe el deseo ilimitado de l reconocimiento, el
deseo del otro, un pode r sin fondo porque carece de pos iti­
vidad inicial” (pág . 241).
filos óficas ? Aq uí aparece un pr oble ma de inte r pr e tación que
a ún no está resuelto.
Es indud able que en e] curso de toda su vida Marx ha
conservado en e l tras fondo estos temas filos óficos . E l a n áli­
sis de la e conomía capitalis ta era par a Marx el a nális is de
la alie na ción de los individuos y las colectividade s , que per­
dían e l do minio de su pr opia existe ncia, en u n s is tema so­
me tido a leyes autónomas . La crítica de la e conomía capi­
talis ta era a l mis mo tie mpo la crítica filos ófica y mor al de
la s ituación impue s ta a l hombre por e l capitalis mo. En este
punto, me ate ngo a la inte r pr e tación corriente, a pesar de
Althus s e r.
P or otra parte , el anális is de l de ve nir de l capitalis mo era
cie rtame nte para Marx e l anális is de l de ve nir de l hombre y
de la natur ale za huma na e n el curso de la his tor ia; y e l pro­
pio Marx e speraba de la s ocie dad pos capitalis ta la r e alización
de la filos ofía.
Pero, ¿e n qué consistía este hombre to ta l.q ue la r e volución
pos capitalis ta de bía r e alizar? En este punto cabe la duda,
porque en e l fondo se observa en Ma r x la os cilación entre dos
temas un tanto contradictorios . E n uno, el hombre r e aliza su
huma nid a d en e l trabajo, y la libe r ación de l tr abajo s e ñalar á
la huma niza ción de la s ocie dad. Pe ro a quí y a llá e ncontramos
otra conce pción, de acue rdo con la cual el hombre es ve rda­
de rame nte libr e sólo a l marge n de l trabajo. En esta s egun­
da concepción, e l hombre r e aliza su huma nid a d s ólo e n la
me dida en que se ha re ducido s uficie nte me nte la duración
de i trabajo, de modo que sea pos ible hace r algo más que
trabajar . 22

22 Esta a mbig üe da d de l pe ns amiento de Marx ha sido des­


tacada par ticular me nte por Kostas Papaioannou, ‘‘La fondation
d u marxis me”, en Le Contrat social, n<> 6, novie mbre - dicie m­
bre de 1961, vol. V; “L ’homme total” de Karl Marx, en Preu-
ves, n» 149, julio de 1963; “Marx et la critique de l’aliénation”,
en Preuves, novie mbre de 1964.
Para Kostas Papaioannou, habr ía una opos ición r adical e n­
tre la filos ofía de l joven Marx, s e gún se expresa por e je mplo
en los Manus crits de 1844 y la filos ofía de la madur e z, como
se expresa sobre todo en el tercer libro de l Capital. Marx h a ­
br ía r e e mplazado un pie tis mo productivis ta que haría de l
trabajo la esencia exclusiva de l hombre , y de la participa­
c ión no alie nada en la actividad pr oductiva el fin ve rdadero
de la existencia, por una s abiduría muy clásica para la cual
el desarrollo humano, “e l único que posee valor de fin en sí,
y que es el auténtico re ino de la libe r tad”, come nzaría “más
a llá de l dominio de la ne ce s idad”.
Natur alme nte , es pos ible combinar lo ; dos temas afir ma n­
do que la humanización completa de la socie dad s upondr á
ante todo que las condiciones impuestas a l hombre en el tra­
bajo se humanizar an, y que s imultáne ame nte la dur ación del
tr abajo dis minuye s e en la me dida s uficie nte par3 que el ocio
pe rmitie ra la lectura de Platón.
Desde e l punto de vista filos ófico, no por e- o de ja de sus­
citarse una dific ulta d: ¿Cuál es la actividad esencial que de­
fine al hombre mis mo y que debe des arrollarse para que la
s ociedad pe rmita la re alización de la filos ofía? Si no hay
una de te rminación de la actividad e s e ncialme nte humana, co­
rremos el riesgo de re tornar a la conce pción de l hombre to­
t a l en su forma más impre cis a. Es necesario que la s ociedad
pe rmita a todos lo? hombres la r e alización de todas sus ap­
titude s. Es ta propo- ieión representa una bue na de finición del
ide al de la sociedad, pero no es fácil convertirla en un pro­
grama concreto y exacto. Por otra parte , es d ifíc il imput ar
exclus ivamente a la pr opie dad privada de los ins trume ntos de
producción el hecho de que todos los hombres no re alice n to­
das sus aptitude s .
Dicho de otro modo, parece e xis tir una e xtremada de s pro­
porción entre la alie nación huma na imputable a la pr opie ­
dad privada de los ins trume ntos de producción y a la r e ali­
zación de l hombre total, que debe ser consecuencia de la re­
volución. ¿Cómo armonizar la crítica de la socie dad actual
con la esperanza de la re alizacin de l hombre total, me diante
la s imple s us titución de un modo de propie dad por otro?
Aquí se manifie s tan s imultáne ame nte la grande za y e l e quí­
voco de la s ociología marxis ta. Es e s e ncialme nte una sociolo­
gía, pero quie re ser una filos ofía.

Pero aún más a llá o más acá de estas ideas, restan toda­
vía muchos puntos oscuros o equívocos que e xplican la p lu ­
r a lida d de las inte rpre tacione s que ha sido pos ible ofrecer
de l pe ns amie nto de Marx. Uno de estos equívocos, de orde n
filos ófico, se r e laciona con la naturale za de la ley his tórica.
La inte r pr e tación his tór ica de Marx s upone un de ve nir inte ­
lig ible de orden s upr a individual. Las formas y las re lacione s
de producción están en r e lación dialéctica. Me diante la lu­
cha de clases y la contradicción entre las formas y las r e la­
ciones de producción, e l capitalis mo se destruye a sí miím o .
Ahor a bie n, esta vis ión ge ne ral de la his tor ia pue de inte r­
pretarse de dos modos dis tintos .
En una inte r pr e tación que de nominar é obje tivis ta, esta re­
pre s e ntación de las contradiccione s his tóricas , que conduce a
la de s trucción de l capitalis mo y al adve nimie nto de una so­
cie dad s in antagonis mos , re s ponde ría a lo que se de nomina
vulgarme nte las grandes líne as de la his toria. Ma r x deduce
de la confus ión de los hechos his tóricos los datos esenciales,
lo que es más importante en el propio de ve nir his tórico, s in
in c luir en esta vis ión e l de talle de los aconte cimientos .
Si acepta esta inte r pr e tación, la de s trucción de l capitalis ­
mo y el adve nimie nto de una s ocie dad sin antagonis mos se­
r ía n hechos s imultáne ame nte conocidos de ante mano y cier­
tos, pero inde te r minados e n su localización cronológica y sus
modalidade s .
Es te tipo de anticipación: “ el capitalis mo será de s truido por
sus contradicciones, pero se ignora cuándo o cómo” cie rta­
me nte no es s atisfactorio par a el e s pír itu. Un pronós tico re­
fe r ido a un hecho que carece de fe cha y que no está espe­
cificado, carece de un s ignificado muy a mplio, o por lo me ­
nos puede afirmars e que una ley his tór ica de este orde n no
se as eme ja de ningún modo a las leyes de las cie ncias na ­
turales.
Es una de las inte rpre tacione s pos ible s de l pe ns amie nto de
Mar x, y es la inte r pr e tación cons ide rada hoy ortodoxa en e l
mundo soviético. Se a fir ma en e lla la de s trucción necesaria
de l capitalis mo y su s us titución por una s ocie dad más pro­
gresista, es de cir por la s ocie dad soviética, pe ro al mis mo
tie mpo se reconoce que la fe cha de este aconte cimie nto ine ­
vita ble a ún no es conocida, y que e l es tilo de esta catás trofe
pre vis ible aún tiene carácte r inde te rminado. Es ta inde te rmi­
nación presenta grande s ve ntajas en el plano de los aconte­
cimie ntos políticos , pues se pue de proclamar con abs oluta s in­
ce ridad que la coexistencia es pos ible . Par a el régime n so­
viético no es necesario de s truir e l régime n capitalis ta, da do
que , de todos modos, éste acabará des truyéndos e a sí mis mo. 23
Ha y otra inte r pr e tación pos ible a la que de nominar e mos
dialéctica — no e n e l s e ntido vulgar, s ino s util. E n este caso,
la vis ión marxis ta de la his toria nace ría de una suerte de re­

23 Por otra parte , pue de considerarse esta vis ión objetiva, de


acue rdo con los observadores, como favorable o des favorable
a la paz. Unos dice n: Mie ntras los dirigentes soviéticos estén
convencidos de la mue rte necesaria de l capitalis mo, el mundo
vivirá e n una atmósfe ra de Crisis. Pero, en s e ntido contrario
pode mos decir, como u n sociólogo inglés : Mie ntras los sovié­
ticos crean en su propia filosofía, no compr e nde r án ni su so­
cie dad ni la nuestra; seguros de su tr iunfo ine vitable , nos de ­
jar án vivir en paz. Quie r a el cielo que continúe n creyendo e n
s u filosofía.
ciprocidad de la acción, por una parte entre el mundo his ­
tórico y la conciencia que piens a a este mundo, por otra parte
entre los difere nte s sectores de la r e alidad his tórica. Es ta do­
ble re cipr ocidad de acción pe rmitir ía e vitar lo que tie ne de
poco s atisfactorio la re pre s e ntación de las grande s líne as de
la his toria. En efecto, si conferimos carácter dialéctico a la
inte r pr e tación de l movimie nto his tórico, ya no nos veremos
obligados a omitir e l de talle de los aconte cimientos , y podre ­
mos compre nde rlos según acaecen, en su carácter concreto.
As í, Je an- Paul Sartre o Maur ice Merle au- Ponty conservan a l­
gunas de las ide as esenciales de l pe ns amie nto marxis ta: la
alie nación de l hombre en y por la pe onomía privada, la ac­
ción pr e dominante de las fuerzas y de las re lacione s de pro­
ducción. Pero todos estos conceptos no concurren, en estos a u­
tores. a de ducir las leyes históricas e n el s e ntido cie ntífico del
tér mino, y ni s iquie r a las grandes líne as de l de ve nir. Son ins ­
trume ntos necesarios para hace r inte ligible la s ituación de l
hombre en e l régime n capitalis ta, o par a r e lacionar los acon­
tecimientos con la s ituación de l hombre en e l seno de l capi­
talis mo, s in que en r igor pue da hablar s e de de te rminis mo.
Una vis ión dialéctica de este tipo, que tie ne difere nte s ver­
siones en los exis tencialis tas franceses y en toda la escuela
marxis ta que se vincula con Lukács , es más s atis factoria desde
el punto de vista filos ófico, pero también ofrece dificultade s . 24
La dific ult a d esencial es re cupe rar las dos ide as fundame n­
tale s de l marxis mo s imple , a s aber la alie na ción de l hombre
e n el capitalis mo y e l adve nimie nto de una socie dad s in an­
tagonismos, después de la autode s trucción de l capitalis mo. Una
inte r pr e tación dialéctica por acción recíproca entre suje to y ob­
je to, entre sectores de la r e alidad, no conduce ne ce s ariame n­
te a estas dos proposiciones esenciales. De ja s in respuesta la
pre gunta: ¿cómo de te rminar la inte r pr e tación global, total y
ve rdade ra? Si todo suje to his tór ico pie ns a la his toria e n fu n ­
c ión de su s ituación, ¿por qué la inte r pr e tación de los mar ­
xistas o de l prole tar iado es válid a ? ¿Por qué es total?
La vis ión obje tivis ta que invoca las leyes de la his toria im ­

24 Véase Jean- Paul Sartre, "Le s communis te s et la paix ’'


( T em ps m ode m e s , Nos. 81, 84- 85 y 101), re e ditado en Situa-
tions V I, París, Gallimar d, 1965, 384 págs . (Véas e igualme n­
te S ituations V II, París, Ga llima r d, 1965, 342 págs . y Critique
de la rais on diale c tique , Paris, Ga llima r d, 1960); Maur ice Me r ­
leau- Ponty, Sens e t nonsens, París, Nage l, 1948; Hum anis m e
e t terreur, Paris. Gallimar d, 1947; Le s A ve nture s de la diale c­
tique , Paris, Gallimar d, 1953.
plic a la dific ulta d e se ncial de que se afir ma la ine vitabili-
dad de un aconte cimie nto no fe chado y no pre cis ado; la in ­
terpre tación dialéctica no afir ma por sí ni la ne ce s idad de la
re volución, ni el carácter desprovisto de antagonis mos de la
s ocie dad pos capitalis ta, n i el carácter total de la inte r pr e ta­
ción his tórica.
Un segundo equívoco se re laciona con la natur ale za de lo
que podr ía de nominars e e l impe rativo r e volucionario. E l pe n­
s amie nto de Marx se pre te nde cie ntífico, y s in e mbargo pa­
rece implic a r impe rativos , pues orde na la acción re voluciona­
r ia como la única conse cuencia le gítima de l anális is his tór i­
co. Como ante riorme nte , son pos ible s dos inte rpre tacione s , y
pode mos re s umirlas en la fór m ula : ¿Ka nt o He ge l? ¿De be ­
mos inte r pr e tar el pens amie nto marxis ta en e l marco del dua ­
lis mo kantia no, de l hecho y el valor, de la ley cie ntífica y
e l impe rativo moral, o en e l marco de l monis mo de tr adición
he ge liana?
E n la his toria pos tuma de l marxis mo existen por otra par ­
te dos escuelas, una kantia na y otra he ge liana, esta últ im a
más numeros a que la prime ra. La escuela kantia na del ma r ­
xis mo está representda por e l s ocialde mócrata ale mán Me hr ing
y por el austro- marxista Max Adle r , más kantia no que hege-
liano, pero un kantia no de e stilo muy par ticular . 23 Los k a n­
tianos afir ma n: no es pos ible pas ar de l hecho al valor, de l
juic io acerca de lo re al a l impe rativo moral, por cons iguie n­
te, no es pos ible jus tificar el s ocialis mo me diante la inte r ­
pre tación de la his tor ia según ésta se de s arrolla. Marx ha
ana lizado e l capitalis mo tal como es; quere r e l socialis mo im ­
plic a una de cis ión de orde n e s pir itual. Sin e mbargo, la ma­
yor ía de los intérprete s de Marx han pre fe rido mantene rs e
e n la tr adición de l monismo'.' El s uje to que compre nde la his ­
tor ia está compr ome tido en la his tor ia misma'.1 E l s ocialis mo
o la s ocie dad s in antagonis mos debe s urgir ne ce s ariamente de
la socie dad actual des garrada por antagonis mos , porque el in ­
térprete de la his toria se ve lle vado, por una dialéctica ine vi­
table , de la comprobación de lo que es la voluntad de una
s ocie dad de otro tipo.
Algunos intérpretes, por e je mplo L. Goldmann, van más le-

3* Acerca de la inte rpre tación kantiana de l marxis mo, véase


Max Adler, Marx is tis che Probleme- Marx ismus und E th ik ,
1913, Karl Vor lánde r, Kant und Marx , 2» e dición, 1926. Fr anz
Me hring, Karl Marx . Ge s chichte seines Lebens. Le ipzig, 1918;
traducción inglesa: Karl Marx , T he S tory of his L ife , Nue va
York, Covici Fríede , 1936.
jos y a fir ma n que en la his toria no hay obs e rvación obje tiva.
La vis ión de la his tor ia global va de la mano con un com­
promis o. Se dis cierne el carácter contradictorio del capitalis ­
mo en función de la voluntad de l socialis mo. Es impos ible di­
sociar la loma de pos ición con respecto a la r e alidad y la
obs e rvación de la r e alida d mis ma. No se tr aía de que esta
toma de pos ición sea arbitr ar ia y que resulte de una de ci­
s ión no ju- tificada; por el contrario, de acue rdo con la d ia ­
léctica del objeto y el sujeto, cada uno de nosotros de duce de
la r e alida d his tór ica los marcos de su inte r pr e tación. La in ­
te rpre tación nace al contacto de l objeto, de un objeto al que
110 se reconoce pas ivame nte , al que por el contrario se reco­
noce y se niega s imultáne ame nte , s ie ndo la ne gación de l ob­
je to e xpres ión de la voluntad de un régime n dife re nte . 26
Por lo tanlo, hay dos te nde ncias , una que tie nde a dis o­
ciar la inte r pr e tación de la his toria, válida cie ntíficame nte , de
la de cis ión me diante la cual se adhie r e al s ocialis mo; la otra,
por el contrario, que vincula la inte r pr e tación de la his toria
y la voluntad política.
Pero, ¿c uál era el pe ns amie nto de Marx en este punto? En
tanlo que hombre , era al mismo tie mpo s abio y profe ta, so­
ciólogo y re volucionario. Si se le hubie s e pre guntado: “ Estas
dos actividade s , ¿son s e par able s ?" Creo que ha br ía re s pondi­
do que . en abstracto, e ran en efecto separable s, pues Marx
era e n la inte nción un hombre de saber, y no podía a dmit ir
que su inte r pr e tación del capitalis mo fuese s olidar ia de una
de cis ión moral. Pero estaba tan convencido de la indig nid a d
de l régime n capitalis ta que, a su e nte nder, el anális is de lo
r e al sugería irre s is tible me nte la voluntad re volucionaria.
M á j a llá de estas dos alte rnativas , vis ión obje tiva de las
grandes líne as de la his toria o inte r pr e tación dialéctica, Ka nt
o He ge l. existe una re conciliación, que hoy se ha conve rtido
e n la filos ofía ofic ia l soviética la filos ofía obje tivis ta dialéc­
tica, según Enge ls la expuso e n e l A nti- Dühring, y que fue
re s umida por Sta lin en M ate rialis m o dialé ctic o y m ate rialis -
m i his tórico. 27

26 L. Go klmann, Recherches diale ctique s , París, Gallimar d,


1959.
F. Engels, A nti- Dühring. E l título ale mán or iginal es
He rrn Elige n Dühring 's Um icálz ung de r W iss e ns chaft. La obra
fue public ada inicialme nte en el V orw árts y el V olhsstaat en
1877- 1878. Ha y dos ediciones en francés: traducción Bracke,
Edic ión Costes. 3 volúmenes , 1931- 1933; traducción Bottige lli,
Éd. Sociales, París, 1950.
Es necesario observar que el A nti- Dühring fue publicado e n
Las tesis esenciales de este mate r ialis mo dialéctico son las
s iguie nte s:
1. Un pe ns amie nto dialéctico afir ma que la le y de lo re al
es la ley de l cambio. Ha y trans formación ince s ante , tanto en
la natur ale za inor gánica como en e l mundo humano. No hay
pr incipio eterno, las concepciones humanas y morale s se trans­
for man de una época a otra. 1
2. E l mundo r e al implic a una progre s ión cualitativa, desde
la natur ale za inorgánica has ta e l mundo humano, y en el
mundo humano desde los regímenes sociales primeros de la
huma nid a d has ta el régime n que s e ñalar á e l fin de la pre ­
his tor ia, es decir, e l socialis mo.
3. Estos cambios se re alizan de acue r do con ciertas leyes
abstractas. Los cambios cuantitativos , a pa r tir de cierto p u n ­
to se convierten en cambios cualitativos . Las trans formacione s
no se r e alizan ins e ns ible me nte , por pe que ños movimie ntos , y
por e l contrario en un mome nto dado, hay un cambio br ut al
que tiene carácter r e volucionario. Enge ls ofrece este e je mplo:
E l agua se e ncuentra en estado líquid o , pe ro si dis minuye la
te mpe ratura has ta cierto punto e l líq u id o se conve rtirá en só­
lido. E l cambio cuantitativo se ha trans formado en cierto mo­
me nto en cambio cualitativo. Finalme nte , los cambios parecen
obedecer a una le y inte ligible , la de la contradicción y la
ne gación de la ne gación.
Un e je mplo de Enge ls nos pe r mite compre nde r me jor qué
es la ne gación de la ne gación: si ne gamos A, tenemos me ­
nos A; multiplic a ndo me nos A por me nos A, obtene mos A®,
que es, s egún parece, la ne gación de la ne gación. En el mun­
do humano: el régime n capitalis ta es la ne gación de l régime n
de la pr opie dad fe udal, la pr opie dad públic a de l s ocialis mo
será la ne gación de la ne gación, es decir, la ne gación de la
pr opie dad privada.
E n otros términos , una de las características de los movi­
mie ntos tanto cósmicos como humanos , sería e l he cho de que

vida de Marx, y que Marx colaboró con su amigo e nviándole


notas acerca de diversos puntos históricos del pe ns amiento eco­
nómico, que fueron utilizadas parcialme nte por Enge ls e n el
texto de finitivo.
Véase Karl Marx, OEuv re s , tomo I, págs. 1494- 1526; J. Sta-
lin, Matérialis m e diale c tique e t m atérialis m e his torique (1 9 3 7 ),
pasaje de la His toire d u Partí com m unis te b o lc he úk , París, Éd.
Sociales, 1950, 32 págs.
los cambios mantie ne n entre sí una r e lación de contradicción.
Es ta contradicción adoptar ía la s iguiente forma: en el mome n­
to B ha br ía contradicción de lo que era en e l mome nto A, y
e l mome nto C sería la contradicción de lo que era e n e l mo­
me nto B, y re presentaría de cierto modo e l re torno a l estado
inic ia l de l mome nto A, pero en un plano s uperior. As í, e l con­
junto de la his toria es la ne gación de la propie dad colectiva
inic ia l de las sociedades indife r e nciadas y arcaicas, el socia­
lis mo niega a las clases sociales y los antagonis mos , par a re­
to ma r a la pr opie dad colectiva de las sociedades primitivas ,
pero en un plano s uperior.
Estas leyes dialécticas no han aportado s atisfacción cabal
a todos los intérpretes dp Mar x, y se ha dis cutido mucho pa­
ra saber si Marx aprobaba la filos ofía mate r ialis ta de Enge ls .
Más a llá de l proble ma his tórico, e l proble ma pr incipal con­
siste en s aber en qué me dida la ide a de dialéctica se aplica
a la naturale za, orgánica o inor gánica, lo mis mo que al mundo
humano.
TSn la ide a de dialéctica, tenemos la ide a de cambio y el
concepto de la r e latividad de las ide as o de los principios
respecto de las circuns tancias . Pe ro tenemos también las dos
ideas de totalida d y de s ignificado. Par a que haya una in ­
terpre tación dialéctica de la his toria, es necesario que e l con­
junto de los eleme ntos de una socie dad o de una época cons­
tituya un todo, que el paso de una de estas totalidade s a otra
sea inte ligible . Es tas dos exigencias, de totalidad y de inte ­
lig ib ilid a d de la asociación, parecen vinculadas con el mundo
humano. Es compre ns ible que e n e l mundo his tórico, las so­
ciedades cons tituyan unidade s totales, porque e fectivame nte las
difere nte s actividade s de las colectividade s están vinculadas en­
tre sí. Los dife re nte s sectores de una r e alidad social pue de n
e xplicarse a par tir de un eleme nto cons ide rado como ese ncial,
por e je mplo las fuerzas y las re lacione s de producción. Pero,
en la natur ale za or gánica y sobre todo inor gánica, ¿es pos i­
ble ha lla r el e quivale nte de las totalidade s y de l s ignificado
de las sucesiones?
En verdad, esta filos ofía dialéctica de l mundo mate r ial no
es indis pe ns able para ace ptar el anális is marx is ta del capita­
lis mo ni para ser re volucionario. Podemos no e- tar convenci­
dos de que — A X — A = A2 sea un e je mplo de dialéctica,
y al mis mo tie mpo ser un excelente s ocialis ta. E l vínculo e n­
tre la filos ofía dialéctica de la naturale za, según la expone
Enge ls, y lo e s e ncial de l pe ns amie nto marxis ta no es e vide n­
te ni necesario.
Desde el punto de vi=ta his tórico, cierta ortodoxia s in duda
pue de combinar estas dife re nte s propos icione s , pe ro lógica y
filos óficame nte la inte r pr e tación e conómica de la his tor ia y
la crítica de l capitalis mo a par tir de la lucha de clases nada
tie ne n que ver con la dialéctica de la natur ale za. De un mo­
do más ge ne ral, e l vínculo entre la filo s o fía marxis ta de l ca­
pit alis mo y e l ma te r ialis mo me tafís ico no me parece lógica n i
filos óficame nte necesario.
Pero, de hecho, muchos marxis tas que han de s ar rollado ac­
tividad polític a creyeron que para ser bue n r e volucionario era
necesario ser mate r ialis ta en e l s e ntido filos ófico de l tér mino.
Como estos hombre s e ran muy competentes e n mate r ia de re­
volución, pero no en mate r ia de filos ofía, pr obable me nte te nían
bue nas razones para adoptar esa actitud. Sobre todo Le nin es­
cr ibió un libr o , M ate rialis m o y e m pirioc riticis m o, par a de mos ­
trar que los marxis tas que a ba ndona ba n una filos ofía mate ­
r ialis ta se apar taban igualme nte de l camino re al de la revo­
luc ión. 28 Lógicame nte , es pos ible ser dis cípulo de Ma r x en
e conomía política y no ser mate r ialis ta en e l s e ntido meta-
fís ico de l t é r m in o ;29 his tór icame nte se ha e s table cido una
suerte de s íntesis entre una filos o fía de tipo mate r ialis ta y
una vis ión his tór ica.

28 Le nin, M atM alis m e e t e m pirocriticis m e , 1908, París, Éd.


Sociales, 1948. Le nin expone en esta obr a un materialis mo y
un realismo radicales : “El mundo mate rial pe r cibido por los
sentidos, al que nosotros mismos pertene cemos es la única re a­
lid a d . . . nuestra concie ncia y nue s tro pas ado, por suprase n­
sibles que pare zcan, no son más que productos de u n órgano
mate rial y corporal: el cerebro. La mate ria no es u n producto
de l e s piritu; pe ro el e s píritu mis mo no es más que el pro­
ducto superior de la mate r ia” o tambié n: "La s leyes genera­
les de l movimie nto, tanto de l m und o como de l pe ns amie nto
humano, son idénticas en el fondo, pe ro difere ntes en su ex­
pres ión, en el sentido de que el cerebro huma no pue de a pli­
carlas conscie ntemente, mientras que e n la naturale za se abre n
camino de modo inconscie nte , bajo la forma de una necesi­
da d exterior, a través de una suce sión infinita de cosas en
apariencias fortuitas ”. Este libr o de bía convertirse en base de l
marxis mo s oviético ortodoxo. En una carta a Gorki, el 24 de
marzo de 1908, Le nin había re clamado el derecho, como “hom­
bre de par tido”, de tomar pos ición contra las doctrinas pe li­
grosas”, al mis mo tie mpo que proponía a su corresponsal un
“pacto de ne utralidad acerca del e mpiriocriticis mo”, que a su
juicio no jus tificaba “una lucha fr accionar '.
29 En cambio, el ate ísmo está vincidado con la esencia de l
marxis mo de Marx. Se pue de ser creyente y socialista, pero no
creyente y fie l de l marxismo- leninismo.
LOS E QU IVOCOS DE LA SOCIOLOC1 A MARXIS T A

Aún hacie ndo abs tracción de l tras fondo filos ófico, la socio­
logía marxis ta implic a equívocos.
La concepción de l capitalis mo y la his tor ia en Mar x se
atie ne a la combinación de los conceptos de las fuerzas de
producción ,las re lacione s de producción^ la lucha de las cla­
ses, la concie ncia de clase o aun la infrae s tructura y la su­
perestructura.
Es pos ible utiliza r estos conceptos en todo anális is s ocioló­
gico. Pe rs onalme nte, si inte nto ana liza r una s ociedad, sovié­
tica o norte ame ricana, parto de bue na gana de l estado de la
economía, y aún de l estado de las fuerzas de producción, pa­
r a pas ar a las re lacione s de producción, y lue go a las r e la­
ciones sociales. Es le gítimo e l uso crítico y me todológico de
estas ide as para compre nde r y e xplicar una s ocie dad mode r­
na, y quizá cualquie r s ocie dad his tórica.
Pero si nos limitamos a utiliza r as í estos conceptos no ha­
llamos una filos ofía de la his toria. Corremos e l riesgo de des­
cubrir que a un mis mo grado de de s arrollo de las fuerzas
productivas pue de n corresponder re lacione s de producción d i­
ferentes. La propie dad privada no e xcluye un gran des arro­
llo de las fuerzas productivas ; en cambio, con un de s arrollo
me nor de las fuerzas productivas , es pos ible que ya aparezca
la pr opie dad colectiva. En otros términos , e l uso critico de
las categorías marxis tas no implic a la inte r pr e tación dogmá­
tica de l curso de la his toria.
Ahor a bie n. el marxis mo s upone una suerte de par ale lis mo
e ntre el des arrollo de las fuexzas productivas , la trans forma­
ción de las re lacione s de producción, la inte ns ificación de la
lucha de clases y la marcha hacia la re volución. En su ver­
s ión dogmática, implic a que e l factor decisivo está re presen­
tado por las fuerzas productivas , que el de s ar rollo de éstas
s e ñaía e l s e ntido de la his toria huma na y que a los dife re n­
tes estados de l de s arrollo de las fuerzas productivas respon­
den estados de te rminados de las re lacione s de producción y de
la lucha de clases. Si la lucha de clases se ate núa con el de ­
s arrollo de las fuerzas productivas en el capitalis mo, o aún
si hay pr opie dad colectiva en una e conomía poco de s ar rolla­
da. se destruye el par ale lis mo entre los movimie ntos , que es
indis pe ns able para la filos ofía dogmática de la his toria.
Marx quie re iflterpretar el conjunto de las sociedades a par ­
tir de su infrae s tructura, es decir, según parea- , del estado
de las fuerzas productivas , los conocimie ntos cie ntíficos y téc­
nicos, la indus tr ia y la or ganización de l trabajo. Es ta com­
pre ns ión de las sociedades, sobre todo de las sociedades mo­
dernas, a par tir de su or ganización e conómica, es totalme nte
le gítima, y en tanto que método quizas aún pue da decirse
que es el me jor. Pero para pas ar de este anális is a una in ­
te rpre tación de l movimie nto his tórico, es necesairo admitir re­
lacione s de te rminadas entre los difere nte s sectores de la rea­
lidad.
Los intérpretes han cons ide rado que , e fe ctivame nte , era d i­
fíc il utiliza r términos de mas iado precisos, como el de de te r­
m inac ión, para e xplicar las re lacione s entre las fuerzas o las
re lacione s de producción y el estado de la concie ncia s ocial.
Como los términos caus alidad o de te rminación pare cie ron ex­
cesivamente rígidos , o para de cir lo con e l vocabulario de es­
ta corriente, me canicis tas y no dialécticos , se ha r e e mplazado
e l tér mino de te rminación por la pala br a condicionam ie nto.
Sin duda, esta fór mula es pre fe rible , pero es excesivamente
inde finida . En una s ocie dad cualquie r sector condiciona a las
restantes. Si tuviésemos otro régime n político, pre vale ce ría pro­
bable me nte otra or ganización e conómica. Si tuviésemos otra
e conomía, probable me nte pre vale ce ría otro régime n que el de
la V Re pública.
La de te rminación es excesivamente r ígida, e l condiciona­
mie nto corre e l riesgo de ser de mas iado fle xible , y a tal ex­
tremo in dubita ble que el alcance de la fór mula re s ulta du­
dosa.
Se quis ie r a ha lla r una fór mula inte r me dia entre la de te rmi­
nación de l conjunto de la sociedad por la infrae s tructura
— propos ición re futable — y e l condicionam ie nto que no tie ­
ne mayor s ignificado. Como s uele oc;trrir en casos s e me jan­
tes, la s olución milagr os a es la s olución dialéctica. Se califica
de dialéctico el condicionamie nto, y se cree habe r dado un
paso decisivo.
Aún ace ptando que la sociología marxis ta vaya a pa r ar a
un anális is dialéctico de las re lacione s entre las fuerzas pro­
ductivas mate riale s , los modos de producción, los marcos so­
ciale s y la conciencia de los hombres , en un mome nto dado
es necesario re cuperar la ide a es e ncial: a saber, la dete rmina*
ción de l todo s ocial. A mi e ntender, el pe ns amie nto de Marx
no es dudoso. Creyó que un régime n his tór ico estaba d e fin i­
do por ciertas características fundame ntale s , e l estado de las
fue rzas productivas , el modo de propie dad y las re lacione s de
los trabajadore s entre sí. Los dife re nte s tipos s ociales se ca­
racterizan cada uno por cierto modo de r e lación entre los tra­
bajadore s asociados. La e s clavitud ha s ido un tipo s ocial, e l
as alar iado es otro. A par tir de ese punto, es pos ible e s table ­
cer re lacione s e fe ctivame nte fle x ible s y dialécticas entre los
difere nte s sectores de la r e alidad, pe ro continúa s ie ndo esen­
c ia l la de finición de un régime n s ocial a pa r tir de un r e du­
cido núme r o de hechos considerados decisivos.
La dific ult a d consiste en que estos hechos dife re nte s, a los
ojos de Marx decisivos y vinculados entre sí, apare cen hoy
como hechos s eparables , porque la his tor ia los separó.
La vis ión coherente de Marx es la de un de s arrollo de las
fue rzas productivas que dific ult a cada vez más el mante ni­
mie nto de las re lacione s de producción capitalis tas y e l fu n ­
cionamie nto de los me canis mos de este régime n, de te r minan­
do que sea cada vez más implac able la luc ha de clases.
En r e alidad, e l des arrollo de las fuerzas productivas se ha
r e alizado en ciertos casos con la propie dad privada, e n otros
con la pr opie dad públic a ; no ha ha bido r e volución a llí donde
las fuerzas productivas e staban más de s arrolladas . Los hechos
a par tir de los cuales Marx re s tablecía la totalida d social e
his tór ica fue r on dis ociados por la his toria. E l proble ma e ma­
nado de esta dis ociación admite dos solucione s : la inte r pr e ­
tación fle x ible y crítica, que conserva una me todología de
inte r pr e tación sociológica e his tór ica, ace ptable para todo el
mundo; la inte r pr e tación dogmática, que mantie ne el e squema
de l de ve nir his tórico conce bido por Marx , en una s ituación
que , desde ciertos puntos de vista, es totalme nte difere nte .
Es ta se gunda inte r pr e tación pasa hoy por ortodoxa, pues anun­
cia el fin de la s ocie dad occide ntal en func ión de l esquema
de la contradicción intríns e ca y de la autode s trucción de l ré­
gime n capitalis ta. Pero, esta vis ión dogmática, ¿es la socio­
logía de Mar x ?

Otr o equívoco de la s ociología marxis ta se des prende de l


anális is y la dis cus ión de los conceptos esenciales, e s pe cial­
me nte los de infrae s tructura y superestructura. ¿Cuále s son
lo e leme ntos de la r e a lida d social que pertenecen a la infr a ­
es tructura? ¿Cuále s son los que se re fie re n a la s upe res tructura?
En gene ral, parece que debemos de nominar infrae s tructura
a la e conomía, y sobre todo a las fuerzas productivas , es de ­
cir. el conjunto de l e quipo técnico de una s ocie dad, al mis mo
tie mpo que la or ganización de l trabajo. Pe ro e l e quipo téc­
nico de una civilización es ins e par able de los conocimie n­
tos cie ntíficos . Ahora bie n, éstos parecen pe rtene cer a l domi­
nio de las ide as o de l saber, que de be rían integrarse, según
parece, en la s uperestructura, por lo menos en la me dida en
que el saber cie ntífico está íntimame nte vinculado en muchas
socie dades con los modos de pe ns amie nto y la filos ofía.
E n otros términos , en la infrae s tructura de finida como fue r ­
zas productivas apare ce n ya e leme ntos que de be r ían pe rtene ­
cer a la superestructura. É l hecho mis mo no implic a que no
sea pos ible ana liza r una socie dad cons ide rando alte r nativame n­
te la infr a y la s uperestructura. Pe ro estos e je mplos muy sen­
cillos re velan la dific ulta d con que se tropie za par a se parar
r e alme nte lo que pertenece, de acue r do con la de finición, a
una esfera y a la otra.
As imis mo, las fuerzas de producción de pe nde n, no sólo del
e quipo técnico, s ino de la or ganización de l tr abajo común, la
cual a su vez de pe nde de las leyes de propie dad. Éstas pe r­
tenecen a l dominio jur ídico. Ahora bie n, por lo me nos de
acue rdo con ciertos textos, el derecho es una parte de la rea­
lid a d es tatal. 30 y e l Es tado pertenece a la supere structura.
Otr a vez comprobamos la d ific ulta d de se parar r e alme nte lo
que es infra de lo que es superestructura.
La dis cus ión acerca de lo que pertenece a una o a otra es­
fe ra pue de continuar inde finida me nte .
E n su carácter de s imple s ins trume ntos de anális is , estos
dos conceptos lo mis mo que otros cuale s quie ra, admite n una
utiliza ción le gítima . La obje ción se re fie re únicame nte a la
inte r pr e tación dogmática, de acue rdo con la cual uno de los
dos tér minos de te rminaría a l otro.

De modo s emejante , no es fác il de te rminar la contradic­


ción entre las fuerzas y las re lacione s de producción. De
acue r do con una de las versiones más s imple s de esta dialéc-

so En la intr oducción a la Crític a de la e conom ía política.


Marx escribe: “Las relaciones jurídicas , as í como las formas
estatales, no pue de n explicarse por sí mismas ni por la pre ten­
dida e volución general de l e s píritu humano; más a ún, arrai­
gan e n las condiciones materiale s de la v id a " ( OEuore s ,
tomo I, pág. 272) y más ade lante : "E l conjunto de las relacio­
nes de pr oducción forma la e s tructura e conómica de la socie­
da d, el fundame nto real sobre el que se eleva su e dificio
jur ídico político” o también: "Las formas jurídicas , políticas ,
religiosas, artísticas, filosóficas, en s uma las formas ide ológicas
con que los hombres cobran conciencia de l conflicto y *3o im ­
puls an hasta el fina l” (Ib íd ., pág. 273).
Uno de los capítulos de L a ide ología ale m ana se titula : "Re ­
laciones de l Es tado y el de recho con la pr opie da d”. E n ge ­
neral, para Marx el Es tado y el de re cho surge n de las con­
diciones materiales de vida de los pue blos , y son expresión de
la voluntad dominante de la clase que de tenta el pode r en
el Es tado.
tica, que representa un gran pape l en el pens amie nto de
Marx y de los , marxis tas, en cierto grado de des arrollo de
las fuerzas productivas, el derecho indiv id ua l de pr opie dad
re presentaría un obs táculo opuesto al progreso de las fue r­
zas productivas. En este caso, nos ha llar íamos ante una con­
tradicción entre e l des arrollo de la técnica de producción y
e l mante nimie nto de l derecho indiv id ua l de propie dad.
A mi juicio, esta contradicción tiene una parte de ve rdad,
pero ésta no provie ne de las inte rpre tacione s dogmáticas . Si
consideramos el caso de las grande s empresas mode rnas de
Francia — Citroen. Re nault o Péchine y— o de Es tados U n i­
dos — Dupont de Nemours o Ge ne ral Motors— pode mos a fir ­
mar, en efecto, que la a mplitud de las fuerzas de producción
ha impos ibilitado el mante nimie nto de l derecho indiv id ua l de
propie dad. Las fábricas Re na ult no perteneecn a nadie , pues­
to que pertenecen al Es tado (no pue de afirmars e que el Es­
tado con nadie , pero la propie dad de l Es tado es abstracta, y
por as í de cirlo fic tic ia ). Péchine y no pertenece a nadie , aún
antes de que se dis tr ibuyan las acciones entre los obreros, por­
que Péchine y pertenece a millar e s de accionistas que , si son
propie tarios en el s e ntido jur ídic o de l tér mino, ya no ejer­
cen e l derecho tr adicional e ind iv id ua l de propie dad. De l mis ­
mo modo, Dupont de Nemours o Ge ne ral Motors pertenecen
a centenares de millare s de accionistas, que mantie ne n la fic­
ción jur ídica de la pr opie dad pero no e je rcitan sus auténticos
privilegios .
Por otra parte, en E l c apital Marx a ludió a las grandes so­
ciedades por acciones, para compr obar que la pr opie dad in ­
div id ua l está des apareciendo, y lle ga a la conclus ión de que
e l capitalis mo típico se tr ans fo r maba.31

31 He a quí el texto más s ignificativo de Marx, E l c apital


libr o III, tomo II (e n la traducción francesa de las Éditions So­
ciales, págs . 102- 104); “Cons titución de sociedades por accio­
nes. Las consecuencias: 1» Extensión enorme de la escala de
la pr oducción y las empresas que habr ían sido impos ibles con
capitales aislados. Al mis mo tie mpo, empresas que antes eran
gube rname ntale s se constituyen en sociedades. 2» El capital
que reposa por de finición sobre el modo de producción social
y presupone una concentración social de me dios de producción
y de fue rza de trabajo adquiere a quí dire ctamente la forma
de capital social —capital de individuos directame nte asocia­
dos— por opos ición al capital pr ivado; por lo tanto, estas e m­
presas aparecen como empresas sociales por opos ición a las
empresas privadas. Tenemos a quí la supresión de l capital en
tanto que propie dad privada, en el interior de los límite s de l
P or cons iguie nte , pue de afir mars e que Marx ace rtó al de­
mos trar la contradicción entre e l de s ar rollo de las fue rzas de
pr oducción y e l derecho in d iv id ua l de propie dad, puesto que
en e l capitalis mo mode rno de las grande s socie dades por accio­
nes pue de afir mars e que has ta cierto punto e l derecho de
pr opie dad ha de s apare cido.
E n cambio, si cons ideramos que estas grande s socie dades son
la esencia mis ma de l capitalis mo, demos tramos con idéntic a
fa c ilid a d que e l de s arrollo de las fue rzas productivas no e lim i­
na de ningún modo e l derecho de pr opie dad, y que no exis­
te la contradicción teórica entre las fuerzas y las re lacione s
de producción. E l de s ar rollo de las fue rzas de producción e xi­
ge la apar ición de formas nue'vas de re lacione s de producción,
pe ro estas formas nue vas pue de n no contrade cirs e con e l de­
re cho tr a diciona l de propie dad.
De acue rdo con una inte r pr e tación de la contradicción e n­
tre las fuerzas y las re lacione s de producción, la dis tr ibución
de los ingresos que es re s ultado de l derecho in d iv id ua l de
pr opie dad tie ne caracteres tale s que una s ocie dad capitalis ­
ta es incapaz de absorber su pr opia producción. E n este caso,
la contr adicción entre las fuerzas y las re lacione s de pr o­
ducción afe ctan e l func ionamie nto mis mo de un a e conomía
capitalis ta. E l pode r de compra dis tr ibuido entre las mas a»
popular e s s ería cons tante me nte infe r ior a las exige ncias de la
e conomía.
Es ta vers ión continúa circulando desde hace casi un siglo

propio modo de pr oducción capitalis ta. 39 T rans formación de l


capitalis ta re alme nte activo en s imple dir ige nte adminis tr ador
de l capital aje no, y de los propietarios de capital e n simples
propietarios , e n simples capitalis tas financie r os . . . Se trata de
la supresión de l modo de p ro d u cció n ca p ita lista en e l seno de l
pr opio modo de pr oducción capitalis ta, por lo tanto de una
contradicción que se destruye a sí mis ma y que e vide nte me n­
te se presenta como una s imple fase transitoria hacia una for­
ma nue va de producción. Es ta fase de trans ición se pres enta
así como una contradicción semejante. E n ciertas esferas crea
e l monpolio, provocando la inte r ve nción de l Es tado. De te r mi­
na la re aparición de una nue va aristocracia financie ra, una
nue va especie de parásitos, bajo la for ma de proyectistas, fun­
dadores y directores s imple me nte nominale s ; todo u n sis tema
de aprove chamie nto y de fraude s re lacionado con la fundac ión,
la e mis ión y el tráfico de acciones. Se trata de la pr oducción
pr ivada sin el control de la propie dad pr ivada”. En Marx, e l
crítico —es decir, el panfle tis ta— nunca está lejos de l analis ta
e conómico y el sociólogo.
y me dio. Des de entonces, las fuerzas de producción de todos
los países capitalis tas se ha n de s ar rollado prodigios ame nte .
La incapacidad de una economía fundada en la pr opie dad pr i­
vada para absorber su propia producción ya ha bía s ido de­
nuncia da cuando la capacidad de producción era la quinta o
la décima parte de lo que es hoy; y probable me nte ocurrirá
lo mis mo cuando la capacidad de producción sea cinco o
die z veces mayor que hoy. La contradicción no parece e vi­
dente.
E n otros términos , las dos versiones de la contradicción en­
tre fuerzas y re lacione s de producción no han s ido demos­
tradas . La únic a vers ión que implic a evide nte me nte una par ­
te de ve rdad es la que no nos lle va a las proposicione s po­
líticas y me s iánicas sostenidas más fir me me nte por los mar-
xistas.

La sociología de Marx es una sociología de la luc ha de


clases. Es ta concepción incluye algunas proposiciones fund a ­
me ntales . La socie dad actual es una socie dad de s garrada por
antagonis mos . Las clases son los factores principale s de l dr a­
ma his tórico, sobre todo de l capitalis mo, y de la his toria en
gene ral. La lucha de clases es e l motor de la his toria y con­
duce a una r e volución que s e ñalar á e l fin de la pre his toria
y el adve nimie nto de una socie dad s in antagonis mos .
Pe ro ¿qué es una clase s ocial? Ya es tie mpo de re s pon­
de r a la pre gunta con la que ha br ía de bido come nzar si hu­
bie se de s ar rollado e l pe ns amie nto de un profesor. Pe ro Marx
no era un profesor.
E n este punto, hallamos e n la obra de Marx gran núme r o
de textos que , por lo me nos los pr incipale s , se divide n a mi
juic io e n tres grupos.
Exis te un texto clás ico que apare ce en las últimas páginas
de l manus crito de E l c apital: el capítulo fin a l publicado por
Enge ls en el tercer libro de E l c apital, titulado “ Las clases”.
Como E l c apital es la pr inc ipal obra cie ntífica de Marx, es
necesario referirse a este texto, lame ntable me nte incomple to.
A llí escribe Marx : “ Los propie tarios de la s imple fue rza de
trabajo, los propie tarios de l capital y los propie tarios r ur a­
les cuyas respectivas fuentes de ingresos son el s alar io, la ga­
na nc ia y la re nta agrar ia; por cons iguie nte los as alariados , lo*
capitalis tas y los propie tarios rurales cons tituye n las tres cla­
ses de la s ocie dad mode rna fundada en e l sis tema de produo-
ción capitalis ta. 32 La dis tinción e ntre las clases se basa a quí
e n la dis tinción, por otra parte clás ica, de los orígenes eco­
nómicos de los ingresos: capital- ganancia, suelo- renta agra­
r ia, trabajo- s alario; es decir, en lo que se ha de nominado
la fór m ula tr initar ia que e ngloba todos los miste rios de l pro-

32 Le Cap ital, libr o III, capítulo 52, e n la traducción fr an­


cesa de Éditions Sociales (París, 1960), págs . 259- 260. Marx
pros igue asi: "Es indudable que en Inglate rra la divis ión eco­
nómica de la s ociedad mode rna alcanza su desarrollo más a m­
plio y más clásico. Sin e mbargo, a ún e n este país la divis ión
e n clases no adopta una forma pura. T ambién allí los estadios
inte rme dios y transitorios de s dibujan las divisiones precisas
(s in e mbargo, mucho menos e n el campo que en las ciudade s ).
De todos modos , des de el punto de vista de nuestro e s tudio
esto carece de importancia. He mos visto que el modo capita­
lista de pr oducción tie ne la te nde ncia pe rmane nte —es la le y
de su evolución— a separar cada vez más los me dios de pro­
duc ción y el trabajo, y a concentrar paulatiname nte , e n grupos
importante s , estos me dios de pr oducción dis e minados , transfor­
mando así el trabajo en trabajo as alariado y los me dios de pro*
ducción en capital. Por otra parte , esta tende ncia tiene como
corolario la s eparación de la propie dad agraria, que adquie r e
carácter autónomo con respecto al capital y el trabajo, o a ún
la trans formación de toda la propie dad agraria en una forma
de propie dad correspondie nte al modo capitalis ta de produc­
ción.
“E l proble ma que afrontamos ante todo es el siguiente : ¿qué
es una clase? La respuesta se de s pre nde naturalme nte de la
que damos a otra pre gunta: ¿qué de te rmina que los obreros
asalariados, los capitalis tas y los propietarios rurales forme n
las tres grandes clases de la socie dad?
”A prime ra vista, es la ide ntidad de los ingresos y de las
fue nte s de ingreso. Tene mos tres grupos sociales importante s ,
cuyos miembros , los individuos que los forman, vive n respec­
tivame nte de l salario, la ganancia de la re nta agraria, el va­
lor de su fue rza de trabajo, su capital y su pr opie dad agraria.
”Sin embargo, desde este punto de vista, los médicos y los
funcionarios , por e jemplo, serian también dos clases dife re n­
ciadas , pues pertenecen a dos grupos sociales dis tintos, cuyos
miembros extraen sus ingresos de la mis ma fuente. Esta dis ­
tinción se aplicar ía igualme nte a la infinita varie dad de inte ­
reses y de situaciones provocadas por la divis ión del trabajo
social, en e l seno de la clase obrera, de la clase capitalis ta y
de los propietarios agrarios, y así por e je mplo estos últimos
e stán divididos en viticultores, propietarios de campos , de bos­
ques , de minas , de pesquerías, etc.” ( A q uí se inte rrum pe e l
m anus crito [ Federico Enge ls ] .)
ceso s ocial de la pr oducción” ( E l c apital, libr o III, cap. 48,
pág. 193).
La ganancia es la for ma apar e nte de la r e alidad e sencial
que es la plus va lía; la re nta agraria, a la cual Marx consa­
gró u n extenso anális is en este mis mo libr o III de E l c ap i­
tal. es una fr acción de la plus valía , e l valor no dis tr ibuido
entre los trabajadores .
Es ta inte r pr e tación de las clases de acue rdo con la estruc­
tura económica es la que me jor re s ponde a la inte nción cie n­
tífica de Marx. Pe rmite de ducir algunas de las proposiciones
esenciales de la te oría marx is ta de las clases.
Ante todo, una clase social es un grupo que ocupa u n lu­
gar de te r minado e n el proceso de la producción, e nte ndién­
dose que el lugar en e l proceso de la pr oducción implic a un
doble s ignificado: lugar en e l proceso técnico de la pr oduc­
ción, y lug ar en e l proceso jur ídic o, sujJerpuesto a l proceso
técnico.
E l capitalis ta es s imultáne ame nte e l je fe de la or ganiza­
ción de l trabajo, y por lo tanto e l je fe de l proceso técnico;
jur ídicame nte es también, gracias a su s ituación de propie ­
tar io de los me dios de producción, e l que sustrae la plus va­
lía a los productores asociados.
Por otra parte , es pos ible de ducir de lo ante r ior que las
re lacione s entre las clases tie nde n a s implificars e a me dida
que se de s arrolla e l capitalis mo. Si hay s ólo dos fue nte s de
ingresos, de jando de lad o la re nta agraria, cuya impor tancia
dis minuye a me dida que avanza la indus tr ialización, no hay
más que dos grandes clases: e l prole tariado, formado por los
que poseen únicame nte su fue rza de tr abajo; y la burgue s ía
capitalis ta, es de cir todos los que acapar an una parte de
la plus valía.
Un s e gundo tipo de textos de Marx, re lacionados con las
clases, incluye los estudios his tóricos como Las luchas de c la­
ses en Franc ia (1848- 1850) o E l 18 B rum ario de L uis Bo-
naparte . En estos trabajos Ma r x utiliza la ide a de clases, pe­
ro s in conve rtirla en te oría s is te mática. La e nume ración de
las clases es a quí más extensa y más precis a que en la dis ­
t inc ión estructural de las clases que acabamos de e x aminar .38

83 Las luchas de clases en Francia (1848- 1850). Re dacta­


do entre enero y octubre de 1850, este texto, que de bía apa­
recer en folleto y con el mis mo título sólo en 1895, está for­
mado casi todo por una serie de artículos que apare cieron
e n los cuatro primeros números de la Ne ue Rhe inis che Ze itung,
revista e conómica y política cuya publicac ión come nzó e n Lon-
As í, en Las luchas de clases e n Franc ia, Mar x dis tingue
las siguiente s clases: burgue s ía financie r a, burgue s ía indus ­
tr ial, clase burgues a come rciante, pe que ña burgue s ía, clase
campe s ina, clase prole tar ia, y fina lme nt e lo que de nomina el
L um pe nprole tariat, que corresponde apr ox imadame nte a lo que
de nominamos e l s ubprole tariado.
Es ta e nume ración no contradice la teoría de las clases, es­
bozada en el últ im o capítulo de E l capitaL E l pr oble ma que
Mar x propone en estos dos tipos de textos no es e l mis mo.
E n u n caso, procura de te r minar cuále s son los grande s agru-
pamie ntos , característicos de una e conomía capitalis ta; en otro,
trata de de te r minar cuále s son, en las circuns tancias his t ór i­
cas particular e s , los grupos sociales que e jercie ron influe ncia
sobre los aconte cimie ntos políticos .
De todos modos , es necesario s upe rar una dific ulta d par a
pas ar de la te oría e s tructural de las clases, bas ada en la dis ­
tinc ión de las fue nte s de ingreso, a la obs ervación his tór ica
de los grupos sociales. E n efecto, un a clase no cons tituye una
unida d, s imple me nte porque e l anális is e conómico indique que
los ingresos tie ne n una s ola y mis ma fue nte ; s in duda es
necesario agre gar cierta comunidad ps icológica, y e ve ntual­
me nte de acción común.
Es ta obs ervación conduce a una tercera cate goría de tex­
tos marxis tas . En E l 18 B rum ario de L uis B onaparte , Marx
e x plica por qué gran núme r o de hombre s , aunque de s arrolle n
la mis ma actividad económica y r e alice n un mis mo género de
vida, no s ie mpre re pres entan una clase s ocial:
“ Los campes inos de las parce las cons tituye n una mas a
e norme , cuyos mie mbr os vive n todos en la mis ma s ituación,
pe ro s in estar unidos entre sí por re lacione s var iadas . Su mo­
do de producción los aís la unos de otros, en lugar de lle var ­
los a re lacione s recíprocas. Es te ais lamie nto está agravado
a ún más por e l m a l estado de los me dios de comunicación
e n Fr ancia y por la pobre za de los campe sinos. La explo-

dres a principios de marzo de 1850. Se hallar á una tr aducción


france sa: Karl Marx, Le s Lutte s de classes en France , París,
Éd. Sociales, 1952, 144 páginas .
E l 18 B rum ario de L uis Bonaparte . Re dactado entre dicie m­
bre de 1851 y marzo de 1852, este texto fue publicado por
prime r a vez en Nue va York el 20 de mayo de 1852 por Wey-
demeyer. Re e ditado por Enge ls en 1885, fue traducido al fr an­
cés por prime ra ve z en 1891 y publicado en Lila. Se hallará
una traducción francesa e n Karl Marx, Le 18- Brumaire de L ouis
Bonaparte , París, Éditions Sociales, 1956, 123 págs .
tación de la parce la no pe rmite ninguna divis ión de trabajo,
ni la utiliza c ión de métodos cie ntíficos , y por cons iguie nte
ninguna dive r s idad de de s arrollo, o var ie dad de talentos, o
r ique za de re lacione s sociales. Cada una de las fa milia s cam­
pe s inas se basta casi totalme nte a sí mis ma, produce dir e cta­
me nte la mayor parte de lo que consume y obtie ne así sus
me dios de subsistencia, mucho más me diante un inte r cambio
con la naturale za que me diante un inte r camibo con la socie­
dad. La parce la, el campe s ino y su fa m ilia ; a l lado, otra par ­
cela, otro campe s ino y otra fa m ilia . Cierto núme r o de estas
fa milia s forman una alde a, y cierto núme r o de alde as , un
de partame nto. As í, la gran mas a de la nación francesa está
cons tituida por una s imple s uma de magnitude s de la mis ma
de nominación, aprox imadame nte de l mis mo modo que un sa­
co lle no de papas forma un saco de papas . E n la me dida en
que millone s de fa milia s campe s inas viven en condicione s eco­
nómicas que las s e paran unas de otras y opone n su género
de vida, sus intereses y su cultur a a los de otras clases de
la sociedad, for man una clase. Pe ro no cons tituye n una clase
en la me dida en que no existe entre los campesinos de las
parcelas más que un vínculo local, y en que la s im ilit ud de
sus intereses no crea entre e llas ninguna comunidad, ning ún
vínculo nacional y ninguna or ganización polític a ” (Éd. So­
ciale s, páginas 97 y 9 8 ).
En otros términos, la comunidad de actividad de modo de
pens ar y de modo de vivir es la condición necesaria de la
r e alida d de la clase s ocial, pero no la condición s uficie nte .
Par a que haya clase, es necesario que haya toma de concie n­
cia de la unida d y s e ntimie nto de s e paración respecto de otras
clases sociales; es decir, un s e ntimie nto de hos tilidad fre nte
a las restantes clases sociales. En de finitiva, los individuos se­
parados no forman una clase s ino en la me dida en que deben
de s ar rollar una lucha común contra otra clase.
Si se tiene en cue nta e l conjunto de estos textos, creo que
se lle ga no a una teoría comple ta y profesoral de las clases,
s ino a una teoría políticos ociológica, que por olra parte es
bas tante clara.
Marx ha par tido de la ide a de una contradicción fund a­
me ntal de intereses entre los as alariados y los capitalis tas .
Ade más , estaba convencido de que esta opos ición dominaba
el conjunto de la s ociedad capitalis ta, y de que a dquir ir ía
una forma cada vez más s imple en el curso de la e volución
his tórica.
Pero, por otra parte , como obs ervador de la r e alidad his ­
tórica, compr obaba con ins upe r able acuidad (y por cierto era
un excelente obs e rvador) la p lur a lid a d de los grupos socia­
le s . Ocurre que la clase, en e l s e ntido pr ofundo de l tér mino,
n o se confunde con un gr upo social cualquie r a. Im plic a , más
a llá de la comunidad de e xis te ncia, la toma de concie ncia de
esta comunidad en e l pla no na cional, y la voluntad de una
acción común en vista de cierta or ganización de la colecti­
vidad.
En este nive l, es compr e ns ible que a los ojos de Ma r x no
ha ya n e xis tido en r e a lida d más que dos grande s clases; por­
que en la s ocie dad capitalis ta hay s ólo dos grupos que te ngan
re alme nte representaciones contradictorias de lo que de be ser
la s ocie dad que pos ean r e alme nte , cada uno por su lado, una
voluntad polític a e his tór ica de finida.
E n el caso de los obreros, como e n e l de los propie tarios
de los me dios de producción, se han confundido los difere nte s
crite rios que es pos ible im a g ina r u observar. Los obreros de
la indus tr ia, tie ne n un modo de te r minado de exis te ncia, que
s e r e laciona con la suerte que de be n s oportar e n la s ocie dad
capitalis ta. T ie ne n concie ncia de su s olidar idad, adquie r e n
concie ncia de su antagonis mo fr e nte a otros grupos sociales.
Por cons iguie nte, son una clase s ocial e n e l s e ntido cabal
de l tér mino, una clase que se de fine polític a e his tór icame nte
por una voluntad pr opia que los opone e s e ncialme nte a los
capitalis tas . E llo no excluye la e xis tencia de s ubgrupos e n e l
seno de cada una de estas clases, y tampoco la pre s e ncia de
grupos que aún no fue r on abs or bidos e n e l campo de uno u
otro de los dos grandes actores de l dr ama his tór ico. Pe ro es­
tos grupos exteriores o marginale s — los come rciante s , los pe ­
que ños burgueses, los sobrevivientes de la antigua estructura
s ocial— en el curso de la e volución his tór ica se ve rán o b li­
gados a incorporars e a l campo de l pr ole tar iado o a l campo
de l capitalis mo.
E n esta te oría hay dos puntos e quívocos y dis cutible s .
E n e l punto de pa r tida de l anális is , Ma r x as imila el ascen­
so de la burguesía y e l as ce ns o d e l p r o le ta r ia d o . De s de los
prime ros escritos, e xplica e l adve nimie nto de u n cuarto e sta
do como un fe nóme no análogo al ascenso de l tercero. La bur ­
gue s ía ha de s ar rollado las fue rzas de producción en e l seno
de la s ocie dad fe udal. De l mis mo modo, el prole tar iado está
de s ar r ollando las fue rzas de pr oducción e n el seno de la so­
cie dad capitalis ta. Ahor a bie n, a m i juic io esta as imilac ión es
e rróne a. Es necesario que haya pas ión política, a l mis mo tie m­
po que ge nio, par a no adve rtir que los dos casos son r a di­
calme nte dis tintos .
La burgue s ía, come rciante o indus tr ial, cuando ha creado
fuerzas de producción en e l seno de la s ocie dad fe udal, era
re alme nte una clase s ocial nue va,' for mada en e l inte r ior de
la antigua. Pe ro como burgue s ía come rciante o indus tr ial, era
una mino r ía pr ivile giada que e jercía funcione s socialme nte
indis pe ns able s . Se oponía a la clase dir ige nte fe udal como
una aris tocracia e conómica se opone a una aris tocracia m ili­
tar. Es pos ible concebir que esta clase pr ivile giada, his tór ica­
me nte nue va, pudie s e crear e n e l seno de la s ocie dad fe udal
fue rzas y re lacione s de producción nuevas, y que destruyese
la superestructura política de l fe udalis mo. A los ojos de Marx,
la Re volución Francesa es el mome nto en que la clase bur ­
guesa se apode ra de l pode r político que e s taba e n manos de
los restos de la clase fe uda l, que e jercía la dire cción po­
lítica.
Por el contrario, e n la s ocie dad capitalis ta el pr ole tar iado
no es una mino r ía pr ivile giada, y representa a la gr an mas a
de los trabajadore s no privile giados . No crea nue vas fue rzas o
re lacione s de producción en e l seno de la s ocie dad capitalis ­
ta; los obreros son los agentes ejecutivos de un sis tema de
producción dir igido por los capitalis tas o por los técnicos.
Desde lue go, la as imilac ión de l ascenso de l pr ole tar iado al
ascenso de la burgue s ía es s ociológicame nte fals a. Par a res­
tablece r la e quivale ncia entre ei ascenso de la burgue s ía y
e l ascenso de l prole tariado, los marxis tas se ve n obligados a
ut iliza r lo que ellos mismos conde nan cuando otros lo prac­
tican: el mito. Par a as imilar e l ascenso de l prole tariado a l
ascenso de la burgue s ía es necesario, e n efecto, por e l con­
trario, confundir a la mino r ía que dir ige el par tido polític o
y que se re clama de l prole tariado, con el prole tar iado mis mo.
Dicho de otro modo, en el punto de lle gada, para mante ­
ne r la s im ilit ud entre e l ascenso de la burgue s ía y el ascenso
de l prole tariado, es necesario que suce sivamente Le nin, Sta-
lin, Jrus chov, Brezhnev y Kos ygin se an e l prole tariado.
E n el caso de la burgue s ía, los burgueses son los pr ivile ­
giados , los que dirige n e l comercio y la indus tr ia, los que go­
bie rnan. Cuando el prole tar iado hace su re volución, los hom­
bres que se re clam an de l prole tariado dir ige n las empresas
comerciales e indus triale s y ejercen el pode r.
La buruge s ía es una minor ía pr ivile giada, que ha pas ado
de una s ituación s ocialme nte dominante al e je rcicio político
de l pode r; el prole tariado es la gran mas a no pr ivile giada,
que en su condición de tal no pue de convertirse en mino r ía
pr ivile giada y dominante .
No for mulo a quí ningún juic io acerca de los métodos res­
pectivos de un régime n que se re clama de la burgue s ía, y de
u n régime n que se re clama de l prole tar iado. A lo sumo, quie ­
ro establecer, porque tales son los hechos, según los veo, que
e l ascenso de l pr ole tar iado no pue de as imilars e , s ino me dian­
te la mitología, al ascenso de la burgue s ía, y que ése es el
e rror fundame ntal, que s alta a los ojos y cuyas consecuencias
ha n sido inme ns as , de toda la vis ión marx is ta de la his toria.
Mar x quis o de finir de mane r a unívoca un régime n e conó­
mico, s ocial y político par a la clase que ejerce e l pode r. Aho­
ra bie n, esta de finición de l régime n es ins uficie nte porque
implic a , en apar ie ncia, una re ducción de la polític a a la eco­
no mía, o de l Es tado a ia r e lación e ntre los grupos sociales.

S OCIOLOGIA Y E CON OMIA

Marx procuró combinar una te oría de l func ionamie nto de


la economía con una teoría de l de ve nir de la e conomía ca­
pit alis ta. Es ta síntesis de la te oría y la his tor ia implic a una
doble dific ultad intríns e ca, a l pr incipio y e n e l fina l. Se gún
lo describe Mar x, el régime n capitalis ta no pue de funcionar
s ino con la condición de que existe un grupo de hombre s que
dis pone n de capital, y que por lo tanto pue de n compr ar la
fue r za de tr abajo de los que s ólo poseen esta últ im a . ¿Cómo
se ha for mado his tór icame nte este gr upo de hombre s ? ¿Cuál
es el proceso de for mación de la acumulación pr imit iva de l
capital, indis pe ns able para que el capitalis mo pue da funcio­
nar ? La viole ncia, la fuerza, la astucia, el robo y otros pro­
ce dimie ntos clásicos de la his toria política e x plican s in d ifi­
cultad la for mación de u n grupo de capitalis tas . Pe ro seria
más d ifíc il e x plicar me diante la e conomía la for mación de
este grupo. E l anális is de l funcionamie nto de l capitalis mo su­
pone , e n e l punto de pa r tida , fe nóme nos extraeconómicos, con
e l fin de crear las condicione s en las que el régime n pue da
funcionar .
Una dific ulta d de la mis ma natur ale za Be pe r fila en e l p un ­
to de lle gada. E n E l c ap ital no hay ninguna de mos tración
concluye nte n i de l mome nto en que e l capitalis mo de jar á de
funcionar , ni s iquie r a de l he cho de que en un mome nto dado
de ba de jar de funcionar. P ar a que pudie s e demostrarse con
argume ntos económicos la autode s trucción de l capitalis mo,
s ería necesario que e l economis ta estuviese en condicione s de
de cir: e l capitalis mo no pue de funcionar con una tasa de
ganancia infe r ior a cierto porcie nto; o tambié n: la dis tr ibu­
ción de los ingresos es de tal naturale za, a pa r tir de cie r to
mome nto, que e l régime n no pue de absorbe r su pr opia pro­
ducción. Pe ro en r e alidad, en E l c ap ital no ha llamos nin g una
de estas dos demostraciones. Mar x ha ofre cido cierto núme ­
r o de razones que induce n a creer que e l régime n capitalis ta
funciona r á cada vez peor, pe ro no ha de mos trado en e l terre­
no e conómico la de s trucción de l capitalis mo por sus contra­
diccione s inte rnas . Por cons iguie nte , estamos obligados a in ­
tr oducir a l fin a l de l proceso, tanto como en e l punto de
partida, u n factor exterior a la e conomía de l capitalis mo y
de or de n político.

La teoría pur ame nte e conómica de l capitalis mo e n tanto q ue


e conomía de e xplotación implic a igualme nte una dific ult a d
es e ncial. Es ta te oría se funda en la ide a de plus valía, a su
vez ins e par able de la teoría de l s alar io. Ahora bie n, toda
e conomía mode r na es progresista, en e l s e ntido de que debe
acumular una parte de la pr oducción a nua l par a a mplia r las
fue rzas productivas . Desde lue go, si se de fine la e conomía
capitalis ta como una economía de e x plotación, es ne ce sario
de mos trar en qué s e ntido y e n qué me dida e l me canis mo
capitalis ta de ahorro y de inve r s ión es dife re nte de l me canis ­
mo de acumulación que existe o e xis tir ía e n una e conomía
mode r na de otro tipo.
A los ojos de Marx , la caracte rística de la e conomía ca­
pitalis ta era una tasa e levada de acumulación de l capital.
“Acumula d, acumulad, es la le y y los profe tas ” (E l c ap ital,
libr o I, L I, p. 1099).34

34 Marx escribe en el tomo I de l Cap ital: “Age nte fa nát i­


co de la acumulación, el capitalis ta fue rza a los hombres, sin
tre gua ni pie dad, a producir por producir, y así los impuls a
ins tintivame nte a desarrollar las fuerzas productoras y las con­
dicione s materiales que son las únicas que pue de n formar la
base de una s ocie dad nue va y superior. E l capitalis ta es res­
pe table sólo e n la me dida e n que es el capital he cho hom­
bre. En este pape l es también como el atesorador, dominado
por su pas ión ciega por la r ique za abstracta, el valor. Pero lo
que en él parece ser una manía in dividual es en el otro el
efecto de l me canis mo social, de l que no es más que una rue-
decilla. E l desarrollo de la producción capitalis ta exige una
a mpliación constante de l capital inve r tido en una empresa, y
la compe te ncia impone las leyes inmane nte s de la producción
capitalis ta como leyes coercitivas externas a cada capitalis ta
individual. No pe rmite conservar su capital sin aume ntarlo, y
no pue de continuar aume ntándolo si no practica una acumu-
Pe ro en una e conomía de tipo soviético, la acumulación de l
25 % de la re nta nac iona l a nual ha sido cons ide rada, dur an­
te muchos años, parte inte gr al de la doctr ina. Hoy, uno de
los méritos que los apologis tas de la e conomía soviética r e i­
vindican para ésta es la e levada tasa de for mación de l capital.
Un s iglo des pués de Mar x, la compe tencia ide ológica entre
los dos re gímenes tiene como fin la tasa de acumulación
pr acticada por uno y por otro, e n la me dida en que e lla
de te r mina la tasa de cre cimie nto. Por cons iguie nte, resta sa-
h'- r si e l me canis mo capitalis ta de acumulación es me jor o
p.-or que e l me canis mo de acumulac ión de otro régime n
(¿m e jo r para quién, o pe or par a q u ié n ?).
En su anális is de l capitalis mo, Marx ha cons ide rado s imul­
táne ame nte las características de toda e conomía y las carac­
terísticas de una e conomía de tipo capitalis ta, porque no co­
nocía otra. Un siglo después, e l ve rdade ro proble ma para un
economis ta de tr adición auténticame nte marxis ta, s ería ana­
lizar las par ticular idade s de una e conomía mode r na de otro
tipo.
La te oría de l s alar io, la te oría de la plus valía y la teoría
de la acumulación ya no son totalme nte s atisfactorias e n sí
mis mas . Re pre s e ntan más bie n pr oble mas o puntos de par ­
tida de l anális is , que pe r mite n dife r e nciar lo que podr ía lla ­
mars e la e x plotación capitalis ta de la e x plotación soviética
o, para expresarse de modo más ne utro, la plus va lía capita­
lis ta de la plus va lía en e l régime n soviético. E n ningún ré­
gime n es pos ible da r a los trabajador e s la tota lida d de l valor
que produce n, porque es necesario reservar una parte par a
la acumulación colectiva.
Por otra parte , e llo no excluye que h a y a dife re ncias sus­
tanciale s entre los dos me canis mos . E n e l régime n c a p ita lis ta

lación progresiva” ( OEuv re s , t. L pág. 1099), o tambié n:


“ ¡Ahorrad, ahorr ad s ie mpre , es de cir volve d a trans formar in­
ce santemente en capital la mayor parte pos ible de la plus va­
lía o de l producto mis mo! Acumular por acumular , pr oducir
por producir, tal la palabr a de or de n de la e conomía poliuca
que proclama la mis ión his tór ica de l pe ríodo burgués . Y ni
por un ins tante se forja ilusiones acerca de los dolores de l
alumbr amie nto de la r ique za: pe ro, ¿de qué sirven las jere­
miadas que en nada modifican las fatalidade s históricas ? De s ­
de este punto de vista, si el prole tario no es más que una
máquina para pr oducir plus valía, el capitalis ta no es más que
una máquina par a capitalizar esta plus valía” ( Ib id ., págs .
1099 y 1100).
la acumulación se r e aliza por inte r me dio de las ganancias
individuale s y el me rcado, y la dis tr ibución de los ingresos
no es igual en- los dos regímenes.
Estas observaciones, fácile s un siglo después de Marx, no
implic a n ninguna pre tens ión de s upe rioridad, que s in duda
sería r idicula. Sólo quie ro de mos trar que Marx, a l observar
los comienzos de l régime n capitalis ta, no podía dis tinguir
fácilme nte , por una parte lo que está implica do en un régi­
men de propie dad privada, por otra lo que está implica do en
la fase de des arrollo de una e conomía tal como la que In ­
glate rra atravesaba cuando Marx r e alizó sus observaciones, y
finalme nt e lo que corresponde a la ciencia mis ma de cual­
quie r economía indus tr ial.
Hoy, la tarea de un anális is sociológico de una e conomía
es precis amente dis tinguir esos tres tipos de e le me ntos : los
caracteres propios de toda e conomía mode rna, los de un r é­
gime n particular de economía mode rna, y finalme nte los ca­
racteres vinculados con una fase de l cre cimie nto de la eco­
nomía.
Es ta dis cr iminación es difíc il, pue s todos estos caracteres
están sie mpre presentes e n la r e alidad, y se me zclan unos con
otros. Pe ro si se quie re r e alizar un juic io crítico, político o
mor al, acerca de cierto régime n, e vide nte me nte es necesario
no a tr ibuir le lo que es imput able a otros de te rminante s .
La teoría de la acumulación y la plus valía es e je mplo ca­
bal de la confus ión entre estos dife re nte s eleme ntos. T oda
e conomía mode rna implica acumulación. La tasa de la acu­
mulac ión es más o menos ele vada, de acue rdo con la fase de l
cre cimie nto, y también según las inte ncione s de l gobie rno de
la s ocie dad dada. Lo que var ía, en cambio, es e l me canis mo
e conómico social de la plus valía, o aún e l modo de circula­
ción de l ahorro. Una economía de tipo pla nifica do posee un
circuito de ahorro de es tilo re lativame nte s imple , mie ntras que
una e conomía en la cual subsiste la pr opie dad pr ivada de
los ins trume ntos de pr oducción implic a un me canis mo más
complicado, que me zcla e l me rcado libr e y las quitas impue s ­
tas por vía de autor idad. No soporta fácilme nte la de te rmi­
nación autor itar ia de l monto de l ahorro y de la tasa de for ­
mación de l capital en r e lación con e l producto nacional.

Las relaciones entre el anális is e conómico y e l anális is so­


ciológico propone n fina lme nt e el proble ma de las re lacione s
entre los regímenes políticos y los económicos. A mi e nte n­
der, en este aspecto la sociología de Marx es par ticular me nte
vulne r able a la crítica.
E n E l c ap ital, as í como en las restantes obras de Marx,
no hallamos , en efecto, ace rca de este pr oble ma decisivo más
que un r e ducido núme r o de ide as , por otra parte , s ie mpre las
mis mas .
Se considera e s e ncialme nte a l Es tado como ins tr ume nto de
dominio de una clase. Se de duce de e llo que se de fine un
r égime n político por la clase que ejerce e l pode r. Los re gí­
me ne s de de mocracia burgue s a apare cen as imilados a los re­
gíme ne s en que la clase capitalis ta ejerce el pode r, al mis mo
tie mpo que mantie ne una fachada de ins titucione s libre s . Por
opos ición a l régime n e conómico social formado por clases a n­
tagónicas y por e l dominio de una clase sobre las restantes,
Ma r x ofrece la re pre s e ntación de un régime n e conómicos ocial
donde ya no e xis tiría el dominio de clase. A causa de este
he cho, y por as í de cir lo por de finición, e l Es tado de be r á des a­
parecer, pue s existe sólo e n la me dida e n que una clase lo
necesita par a e x plotar a las restantes.
Mie ntr as entre la s ocie dad de s garrada por antagpnis mos y
la socie dad s in antagonis mos de l futur o se inte r pone lo que
se de nomina dictadur a de l pr ole tar iado, e xpre s ión que a pa ­
rece sobre todo en un texto célebre de 1875. la Crític a de l
program a d e l p artido obre ro ale m án, o Crític a d e l program a
de Gotha.3 i La dictadur a de l pr ole tar iado es e l for tale cimie n­
to s upre mo de l Es tado ante s de l mome nto crucial e n que de ­
cae rá. Ante s de desaparecer, e l Es tado adquie r e par ticular
fue r za.

35 Esta es la frase de Marx: “Entr e la s ocie dad capitalis ta


y la s ocie dad comunis ta se s itúa e l pe ríodo de trans formación
re volucionaria de una en otra. A este pe riodo corresponde
igualme nte una fase de trans ición política, en la cual el Es ­
tado no podr ía ser sino la dictadur a re volucionaria de l prole­
tar iado” ( OEtiv re s , t. I, pág. 1429), Marx utiliza ig ualme n­
te esta expresión en la carta citada e n la nota N« 13, a Jo-
s eph We yde me ye r (5 de marzo de 1852), y ya estaba la
ide a, si no la palabr a, en el Manifiesto del Partido Comunista:
"E l prole tariado utilizar á su s upre macía política par a arrancar
poco a poco toda forma de capital a la burgue s ía, para ce n­
tralizar todos los ins trume ntos de pr oducción e n manos de l
Es tado —es decir, de l prole tariado or ganizado e n clase do mi­
na nte — y para aume ntar con la mayor r apide z pos ible la ma ­
sa de fuerzas productivas ” ( OEuvres , t. I, pág. 181).
Acerca de la frecue ncia de l e mple o de la expresión dicta­
dur a de l prole tariado por Marx y Engels, véase Karl Drape r,
Marx and the Dictators hip of the Prole tariat, Cahie rs de IT. S.
EL A., serie S, n» 6, novie mbr e de 1962.
La dictadur a de l pr ole tariado estaba de finida con escasa
clar idad en los texto? de Marx, donde de hecho coe xistían dos
conceptos. Uno prove nía de la tr adición jacobina, y as imilaba
la dictadur a de l prole tariado al pode r abs oluto de un par tido
re presentante de las masas populare s : la otra, casi contraria,
le fue sugerida a Marx por la e xpe riencia de la Comuna de
Par ís , que te ndía a la de s aparición de l Es tado ce ntralizado.
Esta concepción de la política y de la de s aparición de l
Es tado en una socie dad sin antagonis mos me parece con mu­
cho la concepción s ociológica más fácilme nte re futable de toda
la obr a de Marx. Nadie niega que en toda s ociedad, y sobre
todo en una s ociedad mode rna, haya funcione s comunes de
adminis tración y de autor idad que es necesario ejercer. Nadie
pue de pe ns ar razonable me nte que una socie dad indus tr ial tan
comple ja como la nues tra pue de pre s cindir de una a dminis ­
tración, que por otra parte en ciertos aspectos está ce ntralizada.
Ade más , si suponemos una planifica c ión de la e conomía,
es inconce bible que no haya organismos ce ntralizados que
adopte n las decisiones fundame ntale s implicadas por la idea
mis ma de planificac ión. Ahor a bie n, e- tas decisiones s uponen
funcione s a las que corrie nte me nte de nominamos estatales.
De s de lue go, a menos que imagine mos un estado de abunda n­
cia abs oluta, en e l cual e l pr oble ma de la coor dinación de
la producción ya no existe, uri régime n de e conomía p la n ifi­
cada exige un refuerzo de las funcione s adminis tr ativas y de
dire cción ejercidas por e l pode r ce ntral.
En este sentido, las dos ide as de planifica c ión de la eco­
nomía y de de caimie nto de l Es tado son contradictorias para
e l futur o próximo, mie ntras lo que importe sea pr oducir todo
lo pos ible , producir en func ión de las directivas de l plan y
dis tr ibuir la producción entre las clases sociales de acue rdo
con las ide as de los gobernantes.
Si se de nomina Es tado a l conjunto de funcione s adminis ­
tr ativas y de dire cción de la cole ctividad, e l Es tado ho pue de
decaer en ninguna socie dad indus tr ial, y me nos aún en una
s ocie dad indus t r ial planifica da , pues por de finición e l plane a ­
mie nto ce ntral im plic a que está a cargo de l gobie rno un n ú­
me ro más ele vado de decisiones que en una economía capi­
talis ta, que se de fine par ticular me nte por la de s ce ntralización
de l pode r de decis ión.
Por cons iguiente, e l de caimie nto de l Es tado s ólo pue de te­
ne r un s e ntido s imbólico. Lo que decae es el carácter de clase
de l Es tado en cuestión. E n efecto, pode mos pe ns ar que a par ­
tir de l mome nto en que ya no hay r iva lida d de clases, estas
funcione s adminis tr ativas y de dir e cción, en lug ar de expre­
s ar la inte nción egoís ta de un gr upo dado, son e xpre s ión de
toda la s ociedad. En este sentido, pode mos conce bir efecti­
vame nte la de s apar ición de l carácter de clase, de dominio y
de e x plotación, de l Es tado mis mo.
Pe ro, en e l régime n capitalis ta, ¿quizá pue da de finir s e
e s e ncialme nte e l Es tado por e l pode r de una clase dada ?
La ide a fund ame nta l de Ma r x es que la s ocie dad capita­
lis ta está de s garrada por antagonis mos , y que las caracterís­
ticas esenciales de este régime n se or iginan en dicho fe nó­
me no. ¿Cómo sería pos ible tener una s ocie dad s in antago­
nis mos ? La argume ntación toda re posa e n la dife r e ncia de
natur ale za entre la clase burguesa que ejerce e l pode r cuando
posee los ins trume ntos de producción, y e l pr ole tar iado con­
s ide rado como la clase que sucederá a la burgue s ía.
Por lo tanto, a fir ma r que e l pr ole tariado es una clase u n i­
versal que as ume e l pode r s ólo pue de te ne r s ignificado s imbó­
lico, porque la mas a de obreros de las fábricas no pue de
confundirs e con una minor ía dominante que ejerce e l pode r.
La fór mula: “ e l prole tar iado e n e l pode r” no es más que una
for ma s imbólica par a a fir ma r e l pa r tido o e l gr upo de hom­
bres que se apoya en la mas a popular .
E n la s ocie dad donde ya no hay propie dad pr ivada de los
ins trume ntos de producción, por de finic ión tampoco existe un
antagonis mo vinculado con esta propie dad, pe ro hay hombre s
que ejercen e l pode r en nombr e de las masas populare s . Por
cons iguie nte , hay un Es tado que cumple las funcione s a dm i­
nis trativas y de dire cción que son indis pe ns able s e n toda so­
cie dad de s ar rollada. Una s ocie dad de este tipo no implic a
los mismos antagonis mos de una s ocie dad en la cual existe
la pr opie dad pr ivada de los ins trume ntos de producción. Pe ro
una socie dad en la cual e l Es tado con sus decisione s econó­
micas de te r mina en una me dida cons ide rable la condición de
todos y de cada uno e vide nte me nte pue de implic a r antago­
nis mos entre los grupos, sea entre los grupos horizontale s , los
campe s inos por una parte y los obreros por otra, o entre los
grupos verticales, entre los que están situados en la base y
los que se e ncue ntran en la cima de la je r a r q u ía . . .
De ningún modo afir mo que en u n a s ocie dad e n la cual
la condición de cada uno de pe nde de l pla n y éste se e ncue n­
tra de te r minado por e l Es tado, sean ine vitable s los conflictos .
Pe ro no es pos ible de ducir la ce rtidumbr e de una socie dad
s in antagonis mos de l me ro hecho de que la propie dad privada
de los ins trume ntos de producción ha de s apare cido, y de que
la condición de cada uno de pe nde de las decis iones de l Es ­
tado. Si las decisiones de l Es tado e manan de individuos de
una mino r ía , pue de n corresponder a los intereses de unos o
de otros. No hay ar monía pre e s tablecida entre los intereses de
los dife re nte s grupos de una s ocie dad planifica da .
E l pode r de l Es tado no desaparece y no pue de des apare ­
cer en una s ocie dad tal. Sin duda, es pos ible que una socie­
da d pla nific a da tenga un gobie rno e quitativo, pe ro no hay
garantía a priori en e l s e ntido de que los dirige nte s de l plan
adopte n decisiones que correspondan a los intereses generales,
o a los intereses supremos de la cole ctividad, por otra parte
en la me dida en que es pos ible de finir estos últimos .
La de s aparición cierta de los antagonis mos s upondr ía que
las r ivalidade s entre los grupos no reconocen otro orige n que
la propie dad pr ivada de los ins trume ntos de la producción, o
que el Es tado desaparece. Pe ro ninguna de estas dos h ip ó­
tesis es ve ros ímil. No hay motivo para que todos .los intereses
de los miembros de una cole ctividad armonice n tan pronto
los ins trume ntos de producción de jan de ser objeto de apro­
pia ción individual. De s apare ce u n tipo de antagonis mo, no
todos los antagonis mos posible s. Y desde e l mome nto que pe r­
dur an funcione s adminis tr ativas o de dir e cción, existe por de­
finic ión e l riesgo de que quie ne s ejercen estas funcione s sean
injus tos , o estén ma l infor mados , o se mue s tre n irrazonables ,
y de que los gobernados no estén satisfechos con las decisio­
nes adoptadas por los gobernantes.
Finalme nte , más a llá de estas observaciones, pe rdur a un
proble ma fundame ntal: el de la r e ducción de la polític a en
tanto que tal a la economía.
Por lo me nos en su forma profética, la sociología de Marx
s upone la re ducción de l orden político al orden económico,
es decir, e l de caimie nto de l Es tado a pa r tir de l mome nto en
que se impone n la propie dad colectiva de los ins trume ntos
de producción y la pla nifica c ión. Pero el orden de la política
es e s e ncialme nte ir r e ductible a l orden de la e conomía. Sea
cual fue re el régime n e conómico y s ocial, pe r dur ará el pro­
ble ma político, porque éste consiste e n de te rminar quién go­
bie rna, cómo se re clutan los gobernante s, cómo se ejerce el
pode r, cuál es la r e lación de cons e ntimie nto o de r e be lión
entre los gobernantes y los gobe rnados . E l orde n de lo po lí­
tico es tan e se ncial y autónomo como el orde n de la econo­
mía. Estos dos órdenes mantie ne n re lacione s recíprocas. La
mane r a de or ganización de la producción o la dis tr ibución
de los recursos colectivos incluye e l modo de resolver e l pr o­
ble ma de la autoridad, e inve rsame nte e l modo de resolver
este últ im o incluye e l de resolver el pr oble ma de la produc­
ción y la dis tr ibución de los recursos. Pe ro es fals o pe ns ar
que de te rminada for ma de or ganización de la producción y
la dis tr ibución de los recursos re suelve automáticame nte , su­
pr imiéndolo, el pr oble ma de l mando. E l mit o de l de caimie nto
de l Es tado es e l mito de que e l Es tado existe únicame nte
par a producir y dis tr ibuir los recursos, de modo que una vez
re s ue lto este proble ma ya no se necesita de l Es tado, es de cir
de l mando.36
Es te mito es doble me nte engaños o. Ante todo, la ge s tión
pla n ific a d a de la e conomía implic a u n re fuerzo de l Es tado.
Y aunque la pla nifica c ión no implicas e un re fue rzo de l Es ­
tado, pe r durar ía sie mpre, en la s ocie dad mode rna, un proble ma
de mando, es de cir de l modo de e jercicio de la autor idad.
E n otros términos , no es pos ible d e fin ir u n régime n político
s imple me nte por la clase que pre s untame nte ejerce el pode r.
No es pos ible de finir e l régime n político de l capitalis mo por
e l pode r de los monopolistas , de l mis mo modo que no es po­
s ible de finir e l régime n político de una s ocie dad s ocialis ta
por e l pode r de l pr ole tar iado. En e l régime n capitalis ta los
monopolis tas no ejercen pe rs onalme nte e l pode r; y e n e l ré-

38 Es ta des valorización de l orde n de lo político re ducido a


la e conomía, la compartía Marx con Saint- Simon y los libe ra­
les manchesterianos. Saint- Simon había escrito en L ’Organisa-
te ur (vol. IV, págs. 197- 198): “E n una s ocie dad or ganizada
para el fin pos itivo de trabajar en be ne ficio de su pr opia pros­
pe ridad, me diante las ciencias, las bellas artes y los oficios ”,
por lo tanto en opos ición a las sociedades militare s y te ológi­
cas, “el acto más importante , el que consiste e n fijar la d i­
re cción en la cual la s ocie dad de be marchar, ya no corres­
ponde a los hombre s que cumple n funcione s gube r name nta­
les, lo ejerce el propio cue rpo social. Ade más , el fin y el ob­
je to de una or ganización semejante son tan claros, tan de te r­
minados que ya no que da lugar para la arbitrarie dad de los
hombre s , y ni a ún para la de las leyes. En un orde n tal de
cosas, los ciudadanos encargados de diferente s funcione s so­
ciales, a ún las más elevadas, no cumple n, desde cierto punto
de vista, más que funciones subalte rnas, pues su función, sea
Cu a l fuere la impor tancia de la m is m a , c o ns is te a h o r a s im ­
ple me nte en marchar en una dire cción que no fue e legida por
ellos. La acción de gobernar es entonces nula, o casi nula,
e n tanto que s ignifica la acción de ma nda r ” (T e xto citado por
G. Gurvitch, e n el Curs o acerca de los fundadore s de la so­
ciología conte mporáne a, “Saint- Simon”, pág. 2 9 ).
Acerca de l péns amie nto político de Marx, véase: Maximi-
lie n Rube l, “Le conce pt de démocratie che z Marx”, en Le
Contrat s ocial, julio- agosto de 1962; Rostas Papaioannou, “ Marx
e t l’Éta t mode rne ”, en Le Contrat s ocial, julio de 1960.
gime n socialis ta no es e l pr ole tar iado mis mo e l que ejerce
e l poder. En los dos casos se trata de de te rminar quiéne s son
los hombre s que ejercen las funcione s políticas , cómo se los
re cluta, cómo ejercen la autoridad, cuál es la r e lación entre
los gobernantes y los gobernados.
La s ociología de los re gímenes políticos no pue de reducirse
a un s imple apéndice de ia sociología de la e conomía o de
las clases sociales.

Marx se ha re fe rido a me nudo a las ide ologías , y procuró


e x plicar los modos de pe ns amie nto o los sistemas inte lectuale s
de acuerdo con el contexto social.
La inte r pr e tación de las ide as de acue rdo con la r e alidad
s ocial implic a varios métodos . Es pos ible e xplicar los modos
de pe ns amie nto según el modo de producción, o e l e s tilo téc­
nico de la s ocie dad dada. Pero la e x plicación que ha te nido
más éxito es la que atr ibuye ide as de te rminadas a cierta clase
social.
En general, Marx e ntie nde por ide ología la concie ncia fa l­
sa o la re pres entación fals a que una clase social se for ja de
su pr opia s ituación y de la socie dad en ge ne ral. E n consi­
de r able me dida, cree que las teorías de los e conomistas bur­
gueses son una ide ología de clase. No se trata en abs oluto de
que impute a los economistas burgueses la inte nción de en­
ga ñar a sus lectores, o de ofrecer una inte r pr e tación fals a
de la re alidad. Pero Marx tie nde a pe ns ar que una clase
pue de ver el mundo únicame nte en función de su propia si­
tuación. Como dir ía Sartre, el burgués ve e l mundo de finido
por los derechos que posee en él. La image n jur ídic a de un
mundo de derechos y de obligacione s es la re pre s e ntación so­
c ia l en la cual e l burgués expresa a l mis mo tie mpo su ser y
su s ituación.
Es ta teoría de la falsa concie ncia, vinc ula da con la con­
cie ncia de clase, pue de aplicars e a muchas ideas o sistemas
inte le ctuale s . Cuando se trata de doctrinas e conómicas y so­
ciale s , e n rigor pue de considerarse que la ide ología es una
concie ncia fals a, y que el suje to de esta conciencia fals a es
la clase. Pero esta conce pción de la ide ología implic a dos
dificultade s .
Si una clase se forja, en función de su s ituación, una ide a
fals a de l mundo; si, por e je mplo, la clase burguesa no com­
pre nde el me canis mo de la plus valía, o está apr is ionada por
la ilus ión de las me rcancías fetiches, ¿por qué cierto individuo
lle ga a liberars e de estas ilus ione s , de esta falsa concie ncia?
Y por otra parte , si todas las clases tiene n un modo de
pe ns amie nto pa r c ial y tendencios o, ya no ha y ve rdad. ¿E n
qué aspecto una ide ología pue de ser s upe rior a otra, pue s to
que todas las ide ologías son ins e par able s de la clase que las
concibe o las adopta? E l pe ns amie nto marx is ta se s ie nte ten­
tado de re sponde r a quí que , entre las ide ologías , ha y u n a
que vale más que las otras, por que h a y una da s e que pue de
pe ns ar e l mundo en su ve rdad.
E n e l mundo capitalis ta, e l pr ole tar iado y s ólo é l pie ns a
la ve rdad de l mundo, por que s ólo é l pue de pe ns ar e l futur o
más a llá de la r e volución.
Lukács , uno de los últ imos grandes filós ofos mancistas, e n
su obr a Ge schichte und Klass e nbe w us s ts e in se ha e s forzado as í
por demos trar que las ide ologías de clase no son e quivale n­
tes, y que la ide ología de la clase pr ole tar ia es ve rdade r a,
por que en la s ituación que le impone e l capitalis mo e l pro­
le tar iado es capaz, y e l único capaz, de pe ns ar a la s ode da d
e n su de s arrollo, en su e volución ha cia la r e volución, y por
lo tanto en su ve r dad.87
Por lo tanto, una prime ra te oría de la ide ología procura
e vitar e l de s lizamie nto ha cia e l r e lativis mo inte gr al, mante ­
nie ndo a l mis mo tie mpo e l vínculo de las ide ologías y de la
clas e y la ve r dad de una de las ide ologías .
La dific ult a d de una fór m ula de este tipo, consiste en la
fa c ilid a d con que pue de dudars e de la ve r dad de esta ide o­
logía de clase, y en que los partidar ios de otras ide ologías y
de otras clases pue de n a fir ma r que todos los inve s tigadore s
e s tán e n el mis mo plano. Si s upone mos que m i vis ión de l ca­
pitalis mo está r e gida por mi interés de burgués , vues tra vis ión
prole tar ia está re gida por vuestro inte rés de prole tario. ¿P or
qué los intereses de los out, como se dice en inglés , va ldr ía n
más como tale s que los intereses de los in ? ¿Por qué los in ­
tereses de quie ne s e s tán de l lado pe or de la barr e ra valdr ían,
como tales, más que los intereses de los que e s tán de l la do
pos itivo? Sobre todo porque las s ituacione s pue de n inve rtirse ,
y en efecto lo hace n de tanto en tanto.
Es ta for ma de a r g ume nta dón s ólo pue de de s embocar en un
e scepticismo inte gr al, en e l que todas las ide ologías son e qui­
valentes , igualme nte parciale s y te nde nciosas, inte re s adas y
por lo tanto engaños as.
De a h í que se haya bus cado en otra dire cción, que me pa­
rece pr e fe r ible y que es la mis ma por donde ha avanzado la

37 Ge orge Lukács , Ge s chichte u n d Klassenbew usstsein, Ber­


lín, 1923; tr aducción francesa: His toire e t conscie nce de cías-
se, París, e dición de Minuit , colección “Argume nts ”, 1960.
s ociología de l conocimie nto, que dis tingue entre los dife re nte s
tipos de construcciones inte lectuale s . T odo pe ns amie nto está
vincula do de cierto modo con el me dio s ocial; pero los víncu­
los de la pintur a, la fís ica, las mate máticas , la e conomía po­
lític a o las doctrinas políticas con la r e a lida d socia) no son
los mismos.
Conviene dis tinguir los modos de pe ns amie nto o las teorías
cie ntíficas , que están vinculados con la r e a lida d social pero
no de pe nde n de e lla, de las ide ologías o conciencias fals as
que son e l re s ultado, en la concie ncia de los hombres , de
s ituacione s de clases que im pide n ver la ve rdad.
Es ta tarea es la mis ma que los dife re nte s sociólogos de l
conocimie nto, marxis tas o no, procuran c umplir para de te rmi­
na r la verdad unive rs al de ciertas ciencias, y el valor unive r­
s al de las obras de arte.
T anto al marxis ta como a l que no lo es, les importa no
r e ducir a su conte nido de clase e l s ignificado de una obra
cie ntífica o estética. Marx, que era gran admir ador de l arte
griego, s abía tan bie n como los sociólogos de l conocimie nto
que e l s ignificado de las creacione s humanas no se agota en
su conte nido de clase. Las obras de arte vale n y tie ne n sig­
nific ado aún par a otras clases, y aún par a otras épocas.
Sin ne gar abs olutame nte que e l pe ns amie nto esté vinculado
con la r e alida d social y que ciertas formas de pe ns amie nto
e stán re lacionadas con la clase social, es necesario re s table­
cer la dis cr iminación entre las especies y afir ma r dos propo­
siciones que me parecen indis pe ns able s par a e vitar e l n ih i­
lis mo:
Hay dominios en los cuales e l pe ns ador pue de alcanzar una
ve rdad válida par a todos, y no s ólo una ve rdad de clase. Hay
dominios en los cuales las creaciones de las sociedades tie ne n
valor y alcance par a los hombre s de otras sociedades.

CONCLUS IÓN

E n el fondo, desde hace u n s iglo hubo tres grandes crisis


de l pe ns amie nto marxis ta.38
La prime ra es la que se de nominó la crisis de l re vis ionis ­
mo, la de la s ocialde mocracia ale mana en los prime ros años
de l s iglo xx. Sus dos protagonis tas fue r on Carlos Kauts ky y

as Se hallar á un análisis más de tallado e n mi estudio titu­


lado “L ’impact du marxisme au XXe . siécle”, Bulle tin S. E. D.
E. I. S., Etude s , N? 906, 1? de enero de 1965.
Eduar do Be rns te in, y su te ma e se ncial fue e l s iguiente : ¿la
e conomía capitalis ta está trans formándos e de modo que la
r e volución que anunciamos y con la cual contamos se pro­
duzca de acuerdo con nuestras esperanzas ? Be rns tein, el re­
vis ionis ta, de claraba que los antagonis mos de clase no se agu­
dizaban, que la conce ntración no se producía tan veloz ni
comple tame nte como estaba previsto, y que por cons iguie nte
no era pr obable que la dialéctica his tór ica demostrase la bue ­
na voluntad de r e alizar la catás trofe de la r e volución en ese
pas o a la sociedad s in antagonis mos . Es ta dis puta Kautsky-
Be rns te in concluyó en e l Par tido Socialde mócrata aie mán y
en la Se gunda Inte r nacional con la victor ia de Kauts kv y la
derrota de los revisionis tas. Se mantuvo la tesis ortodoxa.
La segunda crisis de l pe ns amie nto marxis ta fue la crisis de l
bolchevismo. En Rus ia tomó e l pode r un par tido adhe r ido al
marxis mo, y como era nor mal que ocurriese de finió su vic­
toria como la de una r e volución prole tar ia. Pero una fr acción
de los marxis tas, los ortodoxos de la Se gunda Int e r nacional,
la mayor ía de los s ocialis tas ale mane s y la mayor ía de los
s ocialis tas occidentales tuvie ron otra opinión. De s de 1917- 1920
se de s arrolló en los par tidos adhe ridos al marxis mo una que ­
r e lla cuyo eje central podía re sumirse de l s iguie nte modo: el
pode r soviético, ¿es una dictadura de l pr ole tar iado o una dic­
tadura sobre el prole tar iado? Los dos grandes protagonis tas
de esta segunda crisis, que fue ron Le nin y Kauts ky, utilizar on
dichas expresiones desde los años 1917- 1918. En la prime ra
crisis de l re vis ionis mo, Kauts kv estuvo de l lado de los or­
todoxos. En la crisis de l bolche vis mo, creyó s ie mpre que es­
taba en la ortodoxia, pero ahora se ha bía de line ado una nue ­
va ortodoxia.
La tesis de Le nin era s imple : el Par tido Bolche vique , que
se de clara de l marxis mo y el prole tariado, re presenta al pro­
le tar iado en el pode r; el pode r de l pa r t ido Bolche vique es la
dictadur a de l pr ole tar iado. Como, des pués de todo, jamás se
había de te rminado con ce rtidumbr e en qué cons istiría exac­
tame nte la dictadur a de l prole tar iado, la hipóte s is de acuerdo
con la cual el pode r de l Par tido Bolche vique era la dictadur a
de l prole tar iado parecía atractiva, y nada impe día sostenerla.
E n ade lante la cosa se fa c ilitab a, pues si e l pode r de l Par ­
tido Bolche vique era e l pode r de l prole tar iado, e l régime n so­
viético era un régime n prole tario, y de e llo se de ducía la
po s ibilida d de construcción de l s ocialis mo.
E n cambio, si se ace ptaba la tesis de Kauts ky, de acuerdo
con la cual una r e volución en un país no indus tr ializado,
donde la clase obrera era una minor ía, no podía ser una re-
olución auténticame nte socialis ta, la dictadur a de un par tido,
tunque fue=e marxis ta, no era una dictadur a de l prole tariado,
¡no - obre el prole tariado.
Después, se de line aron dos escuelas en el pe ns amie nto mar-
lis ta. Una que reconocía en el régime n de la Unión Soviética
a r e alización, con algunas modalidade s impre vistas, de las
¡revisiones de Marx, y la otra que cons ide raba que la esencia
le í pe ns amie nto marxis ta estaba de s figurada, porque e l so-
’ialis mo no implica ba únicame nte la propie dad colectiva y la
planificación, sino la democracia política. Ahor a 'bie n, de cía la
- cgunda escuela, la planifica c ión socialis ta sin de mocracia no
es e l s ocialismo.
Por otra parte, sería necesario de te rminar cuál es el pape l
representado por la ide ología marxis ta en la construcción del
s ocialis mo soviético. Es evidente que la s ocie dad soviética no
ha s alido totalme nte for mada de l cerebro de Marx, y de que
en cons ide rable me dida es re s ultado de las circunstancias. Pero
según la han inte r pr e tado los bolche vique s , la ide ología mar ­
xista ha representado también un pape l, y por cierto impor ­
tante.
La tercera crisis de l pe ns amie nto marxis ta es la que obser­
vamos hoy. Se trata de de te rminar si, entre la ve rsión bol­
che vique y la versión, por e je mplo es candinavo- británica, de l
s ocialis mo hay una for ma inte r me dia.
En la actualidad se pe r fila clarame nte una de las moda­
lidade s posibles de una socie dad s ocialis ta: la planifica c ión
ce ntral bajo la dire cción de un Es tado más o me nos total, que
a su vez se confunde con un par tido que adhie r e al s ocialis ­
mo. Es la versión soviética de la doctrina marxis ta. Pe ro hay
una segunda versión, la occide ntal, .cuya forma más perfec­
cionada es probable me nte la socie dad sueca, y en la cual se
observa una me zcla de ins titucione s privadas y públicas , u n a
re ducción de la de s igualdad de los ingresos y la e limina ción
de la mayor ía de los fe nóme nos sociales que provocaban re­
puls a. La planifica c ión par c ial y la pr opie dad mixta de los
ins trume ntos de producción se conjugan con las ins titucione s
de mocráticas de Occide nte ; es decir, los partidos múltiple s ,
las elecciones libre s , la libr e dis cus ión de las ide as y las
doctrinas .
Los marxHtas ortodoxos son los que no dudan de que la
socie dad s oviética sea la auténtica des cendiente de Marx. Los
socialis tas occidentales no dudan de que la ve rs ión occide n­
tal es menos infie l al e s píritu de Marx que la versión sovié­
tica. Pero muchos inte lectuale s marxis tas pie ns an que ninguna
de las dos versiones es s atisfactoria. Quis ie r an una s ocie dad
que has ta cierto punto fuese tan s ocialis ta y pla nific a da como
la soviética, y al mis mo tie mpo tan libe r a l como una socie­
da d de tipo occide ntal.
Omito el proble ma de de te rminar si esta tercera for ma pue ­
de e xistir fue r a de l e s pír itu de los filós ofos ; pero después de
todo, como decía Hamle t a Hor acio: “ Hay más cosas en la
tie rra y en el cie lo de las que s ueña tu filos o fía ”. Quizás haya
una tercera for ma, pero por el mome nto el estado actual de
la dis cus ión doctr inaria es la existencia de dos tipos ide ales ,
de finible s de modo bas tante claro, de dos socie dades que en
mayor o en me nor me dida pue de n adhe r ir al s ocialis mo, pe ro
de las cuales una no es libe r al y la otra es burguesa.
E l cisma chinos oviético abre una nue va fase: a los ojos de
Ma o Tsé- tung, el régime n y la s ocie dad soviética están en
camino de aburguesarse. Se califica de re vis ionis tas a los d i­
rige ntes de Mos cú, de l mis mo modo que se ha bía he cho con
Edua r do Be rns te in y los s ocialis tas de derecha a pr incipios
de siglo.
¿De qué lado estaría el propio Mar x ? Es in út il interrogars e
acerca de este punto, por que Marx no concibió la dife r e ncia­
ción que se ha r e alizado en el curso de la his toria. De s de el
mome nto en que estamos obligados a s e ñalar que ciertos fe ­
nóme nos criticados por Marx no son imputable s al capitalis ­
mo, sino a la socie dad indus tr ial o a la fase de cre cimie nto
que é l ha observado, e ntramos e n un me canis mo de pens a­
mie nto que , por supuesto, Marx podía u tiliza r (pue s era un
gr an hombr e ), pero que e n todo caso le fue aje no mie ntras
vivió. Es muy probable que Marx, que tenía un te mpe rame nto
re be lde , no se ha br ía e ntus ias mado con ninguna de las ver­
siones, con ninguna de las modalidade s sociales que adhie re n
a su nombr e ; ¿habr ía pre fe rido una u otra? Me parece im ­
pos ible de cirlo, y en de finitiva lo creo in út il. Si die ra una
respuesta, no sería otra cosa que la e xpre s ión de mis pre fe­
re ncias. Me parece más hone sto de cir cuáles son mis pre fe­
re ncias que atr ibuir las a Marx , que ya no pue de e mitir
opinión.
1818 5 de mayo. Nacimie nto e n Tréveris, que entonces
pertenecía a Prusia renana, de Carlos Marx, s e gun­
do de ocho hijos de l abogado Ile inr ic h Marx; este
último, originario de una familia de rabinos, se ha­
bía convertido e n 1816 al protestantismo.
1830- 1835 Es tudios secundarios en el liceo de Tréveris.
1835- 1836 Estudios de derecho en la Unive rs idad de Bonn.
1836- 1841 Es tudios de derecho, de filosofía y de historia en
Berlín. Marx frecuenta a los jóvenes hegelianos de l
Doktor Club.
1841 Obtie ne el diploma de doctor de la facultad de
filosofía de la Unive rs idad de Jena.
1842 Marx estaba en Bonn, y se de s e mpe ña como co­
laborador, y después como re dactor de la Gace ­
ta Re nana de Colonia.
1843 De ce pcionado por la actitud, que él juzga timor a­
ta, de los accionistas, abandona ese puesto.
Matr imonio con Je nny von We s tphale n. Partida para
Francia.
Ensay o sobre la cue stión judia.
Crítica de la filos ofía de l derecho de He ge l, In ­
troducción.
1844- 1845 Es tada en Paris. Marx frecuenta a Ile ine , Prou-
dlion, Bakunin. Comie nzo de sus estudios de eco­
nomía política. Marx anota en varios cuadernos ma ­
nuscritos sus reflexiones filosóficas acerca de la Eco­
nomía y la Fe nome nología de He ge l. Establece la­
zos de amis tad con Eiigels. La sagrada fam ilia es
el prime r libr o escrito en colaboración.
1845 Expuls ión de Paris, por pe dido de l gobie rno pr u­
siano.
1845- 1848 Estada en Bruselas.
L a ide ología ale m ana, en colaboración con Engels.
Dis puta con Proudhon.
Mis e ria de la filos ofía (1847 ).
E n novie mbre de 1847, s e gundo congreso de la
Lig a de los Comunis tas ; Marx viaja a Londre s con
Engels, y la Liga les encarga re dactar un Ma-
nifie s to comunis ta. Publicación de l Manifie s to co­
m unis ta e n Londre s , en ale mán, en fe brero de
1848.
1848 Se expulsa a Marx de Bruselas. De s pués de una
breve estada e n París, viaja a Colonia, y ocupa el
cargo de re dactor jefe de la N ue v a Gace ta Re ­
nana. En este pe riódico des arrolla una activa cam­
paña para r adicalizar el movimie nto re volucionario
en Alemania.
1849 T rabajo, salario y capital (apar e cido e n la N ue v a
Gace ta R e nana). Se expulsa a Marx de Re nania.
De s pués de una breve estada en París, parte par a
Londre s , donde se establece de finitivame nte .
1850 Las luchas de clases en Francia.
1851 Marx se convierte en colaborador de la N e w Y ork
T ribune .
1852 Dis olución de la Liga de los Comunis tas .
E l 18 Brum ario de Luis Bonaparte .
1852- 1857 Marx debe abandonar sus estudios económicos para
consagrarse a trabajos re mune rados e n e l pe riodis ­
mo; soporta constantes dificultade s financieras.
1859 Crític a de la e conom ía p o lític a, publicada en Be r lín.
1860 He rr V ogt.
1861 Viaje a Holanda y Ale mania. Colabor ación con e)
pe r iódico Die Presse de Vie na.
1862 Marx corta relaciones con Las alle. De be inte r rum­
pir su colaboración en la N e w Y ork T ribune . Gr a ­
ves dificultade s financieras.
1864 Par ticipa en la creación de la As ociación Inte r na­
cional de T rabajadores, y re dacta sus estatutos y
la alocución inaugural.
1867 Apar ición de l Prime r T omo de E l c apital e n Ham-
burgo.
1868 Marx comie nza a interesarse e n la comuna r ural
rusa y es tudia el ruso.
1869 Comie nzo de la lucha contra Ba kunin en el seno
de la Inte rnacional. Enge ls asegura a Marx una
re nta anual.
1871 L a gue rra c iv il e n Francia.
1875 Critic a de l program a de Gotha.
Publicación de la tr aducción francesa de l prime r
tomo de E l c apital.
Marx colabora con el trabajo de l traductor J. Roy.
1880 Marx dicta a Gue s de las consideraciones de l pr o­
gr ama de l Par tido Obre ro Francés.
1881 Mue rte de Je nny Marx. Corre s ponde ncia con Vera
Zas ulitch.
1882 Viaje a Fr ancia y a Suiza, estada en Arge lia.
1883 14 de marzo. Mue rte de Carlos Marx.
1885 Publicación por Enge ls de l libr o II de l Capital.
1894 Enge ls public a el libr o III de l Capital.
B I B L I O G R A F Í A

OBRAS D E CARLOS MARX

La bibliogr afía de las obras de Marx es en si casi una cie n­


cia autónoma, de modo que no pretenderemos ofrecer en este
anexo un repertorio comple to de las obras de- Marx. Por otra
parte, con ese fin es suficie nte re mitir a las dos obras de :
Maximilie n Rube l, B ibliographie des (¡Cutres de Karl Marx , con
un apéndice que incluye un repertorio de las obras de Fe ­
derico Engels, París, M.trce l Riviér e et Cié., 1956.
Max imilie n Rube l. S upplc nie nt a la bibliographie des oe utre s
de Karl Marx , París, Marcel Riviée re et Cié., 1960.
Las principales traducciones en francés de las obras de Marx
son:
O Lufr e s com pletes de Karl Marx , tr aducción de J. Molitor, Pa­
rís, Edición Costes, 55 volúme ne s. A pesar de su título, esta
tr aducción no es comple ta; ade más ha sido pre parada, sobre
todo por lo que hace a las obras filosóficas de la juve ntud,
según textos alemanes inexactos; finalme nte , desde 1966 la
e dición está agotada.
Karl Marx, Oe utre s , e dición pre parada por Max imilie n Rube l,
prefacio de F. Perroux. Pléiade , París, Gallima r d, 1963.
Hasta ahora ha apar e cido un solo volume n que compre nde :
Mis ére de la philos ophie (1 8 4 7 ), el Dis cours sur le Librc-
Echange (1 8 4 8 ), el Manife s té conim w iis te (1 84 S), T ratad,
salarie e t c apital (1 8 4 9 ), la Critique de l'e conom ie politique
(1 8 5 9 ), la Alocución inaugural y los Estatutos de la Asociación
Internacional de Trabajadores (1 8 6 4 ), S alaire s, prix et plus-
talu e (1 8 6 5 ). Le Capital, libro I (1 8 6 7 ), la Critique d u pro-
gram m e de Cotha (1 87 5 ).
La traducción adoptada por el libr o I de l Capital es la que
re alizó e n 1875 Jos eph Roy. Marx colaboró estrechamente con
el trabajo, y en su nota al lector francés, escribió que esa tra­
ducción “poseía un valor cie ntífico inde pe ndie nte del que se
manife s taba en el original, y de bían consultarla aún los lec-
lores familiar izados con el idioma ale mán”. Este tomo I de
la e dición de la Pléiade incluye una extensa cronología esta­
ble cida por M. Rube l.
Las citas de estas obras incluidas e n el texto fue ron extraídas
de dicha e dición.
Oe uvre s com ple te s de K arl Marx , París , Editions Sociales.
En curso de publicación, como la ante rior; esta e dición, cu­
yas traducciones se ajus tan a la e dición Me ga de Mos cú, inclu­
ye hoy:
—las grandes obras históricas de Marx re lacionadas con Fr a n­
cia: Les Lutte s de classes en France (1848- 1850); Le 18- Bru-
m aire de Louis Bonaparte ; L a Gue rre c iv ile en France .
—los tres libros de l Cap ital: Libr o I, tres volúme ne s ; Libr o II,
dos volúme ne s ; Libro, III tres volúmenes.
La traducción de l Libr o I es la de 1875, obra de Jos eph Roy.
La traducción de los libros II y III es nue va, y fue re alizada
por Erna Cogniot, C. Cohen- Solal y Gilbe rt Ba dia: Manus crits
de 1844, traducción de E. Bottige lli; Mis ére de la philos ophie ;
Contribution á la critique de l’économ ie po litique , T rav ail, sa-
laire e t c apital; S alaire , prix e t profit.
Las citas de las obras de Marx que a ún no estaban public a ­
das en la e dición de la Pléiade han sido indicadas de acue rdo
con esta edición.
Las Éditions Sociales tambié n han publicado cuatro traduc­
ciones de obras escritas en común por Marx y Enge ls ; M ani­
fe sté d u Parti 'v om m unis te , París, 1954, 63 págs . Critique des
program m e s de Gotha e t d ’Erfurt, París, 1950, 142 págs .;
L ’Idéologie alle m ande , 1» parte (Fe ue rbach), París, 1962, 101
págs .; L a “N ouv e lle Gaze tte Rhé nane ", tomo I, París, 1964.
Las citas de L 'ldé o log ie alle m ande fue ron re alizadas de
acue rdo con esta traducción, obra de Re née Cartelle .
Entre las antologías francesas citaremos;
Karl Marx, Pane.a choisies pour une rlh iq u e socialis te. selección
de MaximiUe n Rube l, París, Marce l Riviér e et Cíe ., 1948,
379 págs.
Karl Marx, Morce aux chois ies, introduction de Ilc n r i Lcfe bvre
y N. Gute r man, París, Ga llima r d, 1934, 4fi3 pá¡?s.
(La clasificación de estas dos antologías es te mática).
Karl M.irx, Oeuvre s choisies, selección de N. Gute r man y He nr i
Le febvre, colección "Idée s ”, Paris, Gallimar d, tomo I, 1963;
tomo II, inédito (Clas ificación cronológica).
Textos selectos de Marx y Enge ls : 3 volúmene s , Etude s pililo-
s opliique s , Sur la litté rulure et l'art, Sur la re ligión, París,
Éditions Sociales.

OBRAS GE N E RALE S

J.- J. Che vallie r, Le s Grande s Oe uvres politique s , París, Armand


Colín, 1949.
Georges Gurvitch, L a V ocation actue lle de la sociologie , París ,
P .U.F ., 1950.
Vilfr e do Pareto, Les sy strmes socialistes, 2» e dición, París, Ma r ­
ee! Giar d, 1926, 2 volúmenes.
Jos e ph Schumpe te r, Capitalis m e , socialis m e et dém ocratie , tra­
duc ción francesa, París, Payot, 1950.
Jos eph Schumpe te r, Esquis se d ’une histoire de la Science éco-
nom ique , traducción francesa por G.- H. Bous que t, París,
Dalloz, 1962.

OBRAS CONSAGRADAS A MARX

Ch. Andle r, Le Manife s te com m unis te de Karl Marx et Frie-


dric h Enge ls , Intro duc tion his torique e t com m e ntaire , París,
F. Rie de r, 1925.
Is aiah Be rlin, Karl Marx , his L ife and Enm ronm e nt; 2» e dición,
Nue va York, Oxford Unive rsity Press, 1948; traducción fr an­
cesa: Karl Marx , sa v ie , son oeuvres, colección "Ide e s ”,
París, Gallimar d, 1962.
J.- Y. Calve z, L a Pensée de Karl Marx , París, Edic ión du Se uil,
1956.
A. Cor nu, Karl Marx et Frie drich Enge ls , París, P.U.F ., 3 vo­
lúme ne s : I, Les A nnées d'e nfance et de jeunesse, la gauche
he ge lie nne (1818- /1820- 1844), 1955; II, Du libéralis m e dé-
m ocratique au com m unis m e , la Caze tte Rhénane , les A nuales
franco- allem ande s (1842- 1844), 1958; II, Marx a París , 1962.
G. Gur vitch, Pour le ce nte naire de la m ort de P.- J. Proudhon.
Proudhon e t Marx , une c onfrontation, París, Ce ntro de do­
cume ntación univers itaria, 1964.
G. Gurvitch, L a Sociologie de Karl Marx , París, Ce ntro de do­
cume ntación univers itaria, 1958.
S. Hook, From He ge l to Marx , S tudie s in the Inte lle c tuaí De-
v e lopm e nt of Karl Marx , Nue va York, Re ynal & Hitchcock,
1936.
S. Hook. Pour com pre ndre Karl Marx , París, Gallimar d, 1936.
H. Le fe bvre , Le Marx is m e, colección “Que sais- je?”, París,
P.U.F., 9» e dición, 1964.
H. Le fe bvre , Pour connaítre le pensée de Karl Marx , París,
Bordas, 1947.
G. Lichthe im, Marx is m , an His torical and Critic al S tudy , Nue ­
va York, F. A. Praeger, 1961.
J. Marcha!, De ux essais sur le marx is me, París, Médicis , 1954.
M. Rube l. Karl Marx de cant le bonapartis m e , Paris- La Haye ,
Mouton et Cié., 1960.
M. Rube l, Karl Marx , essai de biographie inte lle ctue lle , París,
Riviér e , 1957.
OBRAS ACE RCA D E LA E C ON OM IA
P OLIT ICA D E CARLOS MARX

S. Alexander, "Mr . Keynes a nd Mr . Marx”-, en Re v ie w of Eco-


nom ic S tudie s , febrero de 1940.
H. Bartoli, L a Doctrine économ iqtie e t sociale de K. Marx ,
Paris, Edic ión du Se uil, 1950.
J. Bénard, T héorie m arx is te d u c apital, París , É. Sociales,
1948.
Be tte lhe im, "Mar x et Keynes”, en Re v ue d ’économ ie po litique ,
1948.
E. von Bohm- Ba\ verk- R. Hilfe r díng, Karl Marx and the Cióse of
his Sy stem by E. von Bóhm- Baw erk Bóhm- Baw erk’s Criti-
cisrn of Marx by R. Hilfe rd ing, Nue va York, A. M. Ke lley,
1949.
H. D. Dickins on, "T he falling rate of pr ofit in marxian econo­
mics ”, T he Re v ie w o f Econom ic S tudie s , febrero de 1957,
M. Do bb, Political Econom y and Capitalis m , Londre s , Routled-
ge, 1946. __
W. Fe llne r, “Marx ian hypothe ses and obs ervable trends unde r
, capitalis m: a mode rnize d inte r pr e tation", Econom ic Journal,
marzo do 1957.
Bertrand de Jouve ne l, “Le coeffície nt de capital”, B ulle tin
S .E .D.E .I.S ., n i 821, 20 de mayo de 1962.
O. Lange , Econom ie p o litiq ue , t. I, Problém e s généraux (tr a ­
ducción de l pola co), París, P .U.F., 1960.
O. Lange , “Marxian e conomics and mode r n e conomic the ory”,
e n Re v ie w of Econom ic S tudie s , junio de 1935.
Toan Robins on, A n Essay on Marx ian Econom ics , Londre s , Mac
Millan, 1942.
Joan Robins on, Colle cte d Econom ic Pape rs, tomo III, Oxford,
Blackwe ll, 1965.
P. A. Samue lson, “Wage s and interest: Marxian economic mo-
dels ”, A m e rican Econom ic Re v ie w , dicie mbr e de 1957.
H. Smith, “Marx and the trade cycle ”, en Re v ie w of Econom ic
Studie s , junio de 1937.
P. M. Sweezy, T he T heory of Capitalis t De v e lopm e nt, Princi­
pie s of Marx ian Political Econom y , Londres , D. Dols on, 1946.
P. J. D. Wile s , T he Political Econom y of Com m unis m , Oxford,
Basil & Blackwe ll, 1962.

OB RAS A C E RC A D E L M A R XIS M O

H. Chambr e , Le Marx is m e en Union s ov iétique , París, Edic ión


du Se nil, 1955.
R. Chambr e , De ÍCarl Marx a Mao T sé- toung, París, Spes,
1959.
S. Hook, Marx and the Marx is ts, the A m biguous Le gacy ,
Prince ton, D. V’an Wos tr and Co., 1955.
K. Papaioannou, Les Marx istes (antología come ntada), París,
Edic ión, “J a i la '1, 1965.
C.- A. We tte r, Le Matcrialis m e his torique et le m atérialis m e
diale ctique { L'Idco logie s o úé tique conte m poraine , tomo I) ,
París, Payot, 1965.
Señalemos finalme nte dos libros muy recientes, en los que
se ofrece un análisis filosófico de l Capital, que no se refiere
a los textos de juve ntud:
L. Althusser, Pour Marx , París, 1965.
L. Althusser, et al., Lire "L e Cap ital”, tomos I y II, París,
1965.
ALEXIS DE TOCQUEVILLE

Quie n bus ca en la libe r tad otra cosa que


e lla mis ma, ha nacido par a servir.

L 'A nc ie n Régim e e t la Rév olution


I, III, 3, pág. 217.
T ocque ville no suele figur a r entre los ins piradore s de l pe n­
s amie nto s ociológico. Creo injus to este des conocimiento de una
obr a importante .
Pero tengo otra r azón par a abor dar el e xame n de su pe n­
s amie nto. Al e s tudiar a Monte s quie u, lo mis mo que a l exa­
minar las figuras de Augus to Comte y Marx, be s ituado en
e l centro de mis anális is la r e lación entre los fe nóme nos de
la e conomía y e l régime n polític o o e l Es tado, y en ge ne ral
he par tido de la inte r pr e tación que estos autore s ofre cían de
la s ocie dad en que vivían. E l diagnós tico de l presente re pre ­
se ntaba el eje in ic ia l y, a par tir de él procuré inte r pr e tar el
pe ns amie nto de los sociólogos. Ahor a bie n, en este se ntido,
T ocque ville difie r e tanto de Augus to Comte como de Marx.
E n lugar de otorgar pr imacía a l he cho indus tr ial, como Au ­
gusto Comte , o al hecho capitalis ta, como Mar x, s itúa en pr i­
me r plano el hecho democrático.
Una r azón fina l de mi elección es e l modo en que e l propio
T ocque ville concibe su obr a o, en tér minos mode rnos , su mo­
do de concebir la sociología. T ocque ville parte de la dete r­
mina ción de ciertos rasgos e structurale s de las sociedades
mode rnas , y pas a lue go a la comparación de las diversas mo­
da lidade s de dichas sociedades. Por su parte , Augus to Comte
obs ervaba a la socie dad indus tr ial, y s in ne gar que ésta pu­
diese implic a r dife re ncias se cundarias , de acue rdo con las na ­
ciones y los continentes , de s tacaba los caracteres comune s a
todas las sociedades indus triale s . De s pués de habe r de finido
a la s ocie dad indus tr ial, creía pos ible , a par tir de esta de fi­
nición, indic ar las características de la or ganización polític a
e inte le ctual de toda s ocie dad indus tr ial. Mar x de finía el ré­
gime n capitalis ta y de te rminaba ciertos fe nóme nos que de bían
re aparecer en todas las sociedades de ese tipo. Augus to Comte
y Marx coincidían, por cons iguie nte , en la ins is te ncia en los
rasgos genéricos de toda s ocie dad, indus t r ial o capitalis ta, y
s ube s timaban e l marge n de var iación im plíc ito e n la s ocie dad
indus tr ia l o en e l régime n capitalis ta.
Por e l contrario, T ocque ville comprue ba la existencia de
ciertos caracteres vinculados con la esencia de toda s ocie dad
mode rna o de mocrática, pero agrega que a par tir de estos
fundame ntos comunes hay una plur a lid a d de regímenes polí­
ticos posible s. Las sociedades democráticas pue de n ser libe ­
rales o despóticas. Pue de n y de be n a dquir ir caracteres dife ­
rentes e n Es tados Unidos o en Eur opa, e n Ale ma nia o en
Francia. T ocque ville es por e xcelencia el s ociólogo de la
comparación, que procura de ducir lo que es importante me ­
diante la confr ontación de las especies de sociedades que
pertenecen a un mis mo género o u n mis mo tipo.
Si T ocque ville , a quie n en los paíse s anglos ajone s se con­
s idera uno de los más grandes pensadores políticos , ig ual a
Monte s quie u en e l siglo xvm, ja más ha sido contado en Fr an­
cia entre los sociólogos, e llo re sponde al hecho de que la
escuela mode rna de Dur khe im se or iginó en la obr a de Au ­
gusto Comte . De ahí que los sociólogos franceses hayan des­
tacado los fe nóme nos de estructura social a expensas de los
fe nóme nos re lacionados con las ins titucione s políticas . Pr oba­
ble me nte por este motivo T ocque ville no ha figur ado entre
los hombre s que me re cían e l título de maestro.

DE MOCRACIA Y LIBERT AD

T ocque ville es cribió dos libros fundame ntale s . L a Dcmocra-


tie e n A m érique y L ’A ncie n Régim e e t la Rév o lutio n. Después
de su mue rte se publicó un volume n de recuerdos acerca de
la re volución de 1848, y de su pas o por e l minis te rio de Re ­
lacione s Exteriores , a?í como de su corre spondencia y sus dis ­
cursos. Pe ro lo esencial son sus dos grandes libros, uno acerca
de Es tados Unidos y e l otro acerca de Francia, que son por
así de cirlo los dos pane le s de un díptico.
E l libr o acerca de Es tados Unidos se propone re s ponde r a
la pre gunta: ¿Por qué en Es tados Unidos la s ocie dad de mo­
crática es libe r al? E n cuanto a L ’A ncie n Ré gim e et la Réio-
lutio n , pre te nde re s ponder a este inte rrogante: ¿Por qué Fr an­
cia tie ne tanta dificultad, en el curso de una e volución hacia
la de mocracia, para mante ne r un régime n político de libe r tad?
Por cons iguiente, en el punto de par tida es necesario de­
fin ir la ide a de. de mocracia o de socie dad de mocrática, que
apare ce un poco por doquie r en las obras de T ocque ville , del
mis mo modo que he de finido la ide a de s ocie dad indus tr ial
e n Augus to Comte o la de l capitalis mo en Marx.
Ahora bie n, de he cho eMa tarea tropieza con ciertas d ifi­
cultade s , y ha podido afirmars e que T ocque ville e mple aba
constante mente la expre s ión sin de finir la jamás con rigor.
Ge ne ralme nte utiliza la pala br a para de s ignar cierto tipo
de s ociedad, más que cie rto tipo de pode r. Un texto de L a
Dcm ocratie e n A mcriqu- e revela con par ticular clar idad e l
e s tilo de T ocque ville :
‘‘Si os parece út il or ie ntar la te oría inte le ctual y mor al de l
hombre hacia las necesidades de la vida mate r ial, y utiliza r la
par a producir bie ne s tar; si la razón os parece más provechosa
para los hombre s que e l ge nio; si vuestro obje to no es crear
virtude s heroicas s ino hábitos apacible s : si pre fe rís tener vi­
cios más que crímenes, y menos grande s acciones, sie mpre
que haya me nos fe chorías ; si e n lugar de actuar en e l seno
de una s ocie dad br illa nte , os basta vivir e n me dio de una
socie dad prós pe ra; finalme nte , si de acuerdo con vuestro cri­
terio el obje to p r incipal de l gobie rno no es dar al cue rpo
e nte ro de la nación más fue rza o la mayor glor ia pos ible , s ino
procurar a cada uno de los individuos que lo compone n el
mayor bie nes tar, y e vitarle la mis e r ia; entonces, igua la d las
condicione s , y cons tituid el gobie rno de la de mocracia. Y si
ya no es tie mpo de e legir, y una fue rza s upe rior a l hombre
os arras tra, s in cons ultar vuestros deseos, hacia uno de los
dos gobiernos, bus cad por lo me nos obte ne r todo el bie n po­
s ible ; y conociendo sus bue nos ins tintos , así como sus malas
inclinacione s , esforzaos por lim ita r el efecto de los segundos
y por de s ar rollar los prime ros ” (O. C., t. I, 1’ vol., pág. 256).
Este texto, muy e locuente y abunda nte en antíte s is r e tór i­
cas, caracteriza e l e stilo, las formas de re dacción y a ún dir ía
yo que e l fo ndo de l pe ns amie nto de T ocque ville .
A sus ojos, la de mocracia es la ig ualación de las condi­
ciones. Es de mocrática la s ocie dad donde ya no pe r dur an las
dis tincione s de los órde ne s y las clases, donde todos los in ­
dividuos que for man la cole ctividad son s ocialme nte iguales ,
lo que por otra parte no s ignifica inte le ctualme nte iguale s , lo
que sería abs urdo, ni e conómicame nte iguale s , cosa que de
acue r do con T ocque ville sería impos ible . La ig ua ld a d s ocial
s ignifica que ya no hay dife re ncias he re ditar ias de condicio­
nes, y que todas las ocupacione s , todas las profesiones, todas
las dignidade s , todos los honores son accesibles a todos. Por
lo tanto, en la ide a de de mocracia e s tán implic a da s a l mis mo
tie mpo la ig ua lda d s ocial y la te nde ncia a la unifor mida d de
los modos y los nive les de vida.
Pero si tal es la ese ncia de la de mocracia, es compr e ns ible
que el gobie r no adaptado a una s ocie dad ig ua lita r ia sea el
que , en otros textos, T ocque ville de nomina gobie rno de mocrá­
tico. Si no hay dife re ncia e s e ncial de condición entre lo»
mie mbros de la cole ctividad, es nor mal que la s obe ranía co­
rresponda a l conjunto de individuos .
Y a quí reaparece la de finición de de mocracia ofre cida por
Monte s quie u y los autores clásicos. Si e l conjunto de l cue rpo
s ocial es soberano, e llo s ignifica que la par ticipación de todos
en la e lección de los gobernante s y en e l e jercicio de la auto­
r idad es la expres ión lógica de una s ocie dad de mocrática, es
decir, de una s ocie dad igualita r ia.
Pe ro ade más , una socie dad de este orden, en la cual la
igua lda d es la ley s ocial y la democracia e l carácter propio
de l Es tado, es también una s ocie dad cuyo obje tivo pr incipal
es el bie ne s tar de l mayor núme ro. Es una socie dad cuyo ob­
je tivo no está re pres entado por e l pode r y la glor ia, s ino por
la pros pe ridad y la calma, una s ocie dad a la que lla mar íamos
pequeño- burguesa. Y, en su condición de de s ce ndiente de una
gran fa m ilia , los juicios de T ocque ville acerca de la s ocie dad
de mocrática os cilan entre la s e ve ridad y la indulge ncia, entre
una re tice ncia de su corazón y una adhe s ión vacilante de su
r azón.1
Si tal es la característica de la s ocie dad de mocrática mo­
derna, creo que es pos ible compre nde r e l pr oble ma ce ntral de
T ocque ville a par tir de Monte s quie u, el autor de quie n el pro­
pio T ocque ville ha dicho que fue su mode lo e n e l mome nto
de e s cribir L a Dém ocratie e n A m érique . E l proble ma fund a ­
me ntal de T ocque ville es el de s ar rollo de uno de los proble ­
mas que Monte s quie u quis o resolver.
De acuerdo con este últim o , la r e pública o la mo nar quía
son, o pue de n ser, re gímene s mode rados , e n los que se pre ­
serva la libe r tad, mie ntras que por su esencia mis ma e l des­
potis mo, es decir, e l pode r arbitr ar io de uno solo, no es ni
pue de ser un régime n mode rado. Pero entre los dos re gímenes
mode rados , la r e pública y la mo nar quía, hay una dife re ncia

1 Si con su r azón T ocque ville apoya a una s ocie dad de este


tipo, cuyo objetivo y jus tificación es asegurar el mayor bienestar
al núme r o más elevado, con su corazón adhie re con ciertas
reservas a una s ociedad en la cual el s e ntimie nto de la grande za
y la gloria tie nde a desaparecer. "La nación e n conjunto, es­
cribe e n el pre facio de L a Dcm ocratie e n A m érique , será menos
br illante , menos gloriosa, quizá me nos fue rte ; pero la mayoría
de los ciudadanos gozará en ella de una suerte más próspe ra,
y el pue blo se mostrará apacible , no porque desespere de
estar mejor, sino porque sabe estar bie n” (O. C., tomo I, 1er.
vol., pág. 8 ).
fund ame nta l: la ig ua ld a d es el pr incipio de las re públicas
antiguas , mie ntr as que la de s igualdad de los órdenes y las
condicione s es la esencia de las monar quías mode rnas , o por
lo me nos de la mo nar quía france sa. Por cons iguie nte , Mon-
te s quie u cree que la libe r tad pue de preservarse de acuerdo
con dos métodos , o en dos tipos de socie dad: las pe que ñas
r e públicas de la antigüe dad, cuyo pr incipio es la virtud, y
donde los individuos son y de te n ser tan iguales como es po­
s ible ; las monar quía s mode rnas , que son grande s estados en
los cuales el príncipe es la figura pr incipal, y donde la desi­
gua ldad de las condicione s es por as í de cir lo la condición
mis ma de la libe r tad. E n efecto, en la me dida en que cada
uno se cree obligado a guar dar fide lid a d a los deberes de su
condición, e l pode r de l rey no se corrompe para convertirse
en pode r abs oluto y arbitr ar io. En otros términos , e n la mo­
na r q uía francesa, s egún la concibe Monte s quie u, la de s igualdad
es al mis mo tie mpo e l resorte y la gar antía de la libe r tad.
Pero, a l e s tudiar a Inglate r r a, Monte s quie u ha bía e s tudiado
e l fe nóme no, par a é l nuevo, de l régime n re prese ntativo. Ha b ía
comprobado que en Inglate r r a la aris tocracia come rciaba, y
no por e llo se corrompía. Por lo tanto, ha bía obs ervado una
mona r quía libe r al, fundad a e n la re pre s e ntación y la pr imacía
de la actividad me r cantil.
Pode mos cons ide rar e l pens amie nto de T ocque ville como e l
de s ar rollo de la teoría de la mo nar quía ingle s a según Mo n­
te s quie u. T ocque ville , que e s cribió des pués de la Re volución,
no pue de conce bir que la libe r tad de los mode rnos tenga co­
mo fundame nto y garantía la de s igualdad de las condiciones ,
de s igualdad cuyos fundame ntos inte le ctuale s y sociales han
des apare cido. Se r ía inse nsato que re r re s taurar la autor idad y
los privile gios de una aris tocracia que ha sido de s tr uida por
la Re volución.
La libe r tad de los mode rnos , para ha b la r al modo de Be nja­
m ín Cons tant, no pue de fundars e , por lo tanto, como lo s ugería
Monte s quie u, en la dis tinción de los órdenes y los estados.
La ig ua lda d de las condicione s se ha conve rtido en e l hecho
fund ame nta l.2

2 E n el pre facio de L a Dt'm ocraíie en A m érique , T ocque ­


ville escribe: “Se desarrolla entre nosotros una gran re volución
de mocrática; todos la ve n, pero no todos la juzgan de l mis mo
modo. Unos la cons ideran una cosa nue va,y tomándola por un
accide nte , aún esperan de tene rla; mie ntras que otros la juzgan
irresistible, por que les parece el he cho más constante, más
antiguo y pe rmane nte de la his toria” (O. C., tomo I, 1er. vol.,
La tesis de T ocque ville es, desde lue go, la siguiente : la
libe r tad no pue de fundar s e sobre la de s igualdad, por lo tanto
debe afir ma r le sobre la r e alidad de mocrática de la igualdad
de condiciones , y salvaguardars e me diante ins titucione s cuyo
mode lo ha creído ha lla r en Es tados Unidos .
Pero, ¿qué e nte ndía T ocque ville por libe r tad? T ocque ville ,
que no escribe al modo de los sociólogos modernos, no nos
ha ofrecido una de finición me diante criterios. Pe ro a mi ju i­
cio no es d ifíc il precisar, de acuerdo con las exigencias cie n­
tíficas de l s iglo xx. a qué de nominaba libe r tad. Por otra parte ,
creo que su concepción se asemeja mucho a la de Monte s quie u.
El tér mino bás ico que constituye el concepto de libe r tad;
es la aus e ncia de arbitr ar ie dad. Cuando e l pode r se ejerce con
arre glo a las leyes, los individuos gozan de se guridad. Pero
es necesario de s confiar de los hombre s , y nadie podr ía ser
tan virtuoso que apoyase el pode r abs oluto sin corromperse;
es necesario no conceder a nadie pode r abs oluto. Por lo tan­
to, es necesario, como habr ía dicho Monte s quie u, que e l pode r
se oponga al poder, que haya una p lur a lid a d de centros de
de cis ión, de órganos políticos y adminis trativos , que se e qui­
libr e n unos con otros. Y como todos los hombres par ticipan
de l soberano, es necesario que quie ne s ejercen el pode r sean,
en cierto modo, los representantes o los de legados de los
gobernados. Dicho de otro modo, es necesario que el pue blo,
e n tanto que e llo sea mate r ialme nte pos ible , se gobie rne a
s í mismo.

pág. 1 ). “E l desarrollo gr adual de la igualda d de las condicio­


nes es por lo tanto un hecho provide ncial, puesto que exhibe
los principale s caracteres de este último. Es universal y d u ­
radero, y escapa cotidianame nte al pode r humano; todos los
hechos, como todos los hombres contribuye n a su des arrollo. . .
Es te libr o ha sido escrito bajo la impr e s ión de una suerte de
terror religioso suscitado en el alma del autor por la vis ión
de esta r e volución irresistible, que desde hace tantos siglos
avanza supe rando todos los obs táculos , y que hoy mis mo pro­
gresa en me dio de las ruinas que provocó. . . Si las observa­
ciones prolongadas y las me ditacione s sinceras indujes e n a los
hombres modernos a reconocer que el desarrollo gr adual y
progresivo de la igualdad es s imultáne ame nte el pas ado y el
futuro de su historia, este único de s cubrimie nto conferiría a
dicho desarrollo el carácter sagrado de la voluntad de l sobera­
no. La pretensión de detene r la de mocracia pare ce ría entonces
un e quivalente de la lucha contra Dios mis mo, y a las naciones
sólo les restaría ajustarse al estado social que les impone la
provide ncia” ( í bid ., págs . 4 y 5 ).
Por cons iguie nte , el proble ma de T ocque ville pue de resu­
mirs e así: ¿En qué condicione s una s ocie dad, donde la suerte
de los individuos tie nde a a dquir ir caracteres uniforme s , pue ­
de e vitar hundir s e en e l de s potis mo? O bie n, ¿cómo lograr
que la igua lda d y la libe r tad sean compatible s ? Pe ro Toc­
que ville pertenece a l pe ns amie nto sociológico tanto como a la
filo s ofía clás ica de la que de s cie nde por inte r me dio de Mon­
tes quieu. Se re monta al estado de la s ocie dad par a compre nde r
las ins titucione s políticas .
S in e mbargo, ante s de ir más lejos conviene analizar , pue s
sugiere el s e ntido exacto de su pe ns amie nto, la inte r pr e tación
que T ocque ville ofre ció de lo que era e se ncial a juic io de
sus contemporáneos , Augus to Comte o Marx.
Por lo que sé, T ocque ville no conocía la obr a de Augus to
Comte ; cie rtame nte oyó ha bla r de e lla , pero no pare ce que
re pres entara ningún pape l en el de s ar rollo de su pe ns amie n­
to. E n cuanto a las obras de Marx, no creo que las haya
conocido. E l M anifie s to com unis ta es más célebre en 1948 de
lo que era en 1848. En esta últ im a fe cha era el folle to de un
e migr ado político, r e fugiado en Brus e las ; no hay prue bas de
que T ocque ville conociera ese oscuro folle to que después lle ­
gó a hace r carrera.
Pe ro con respecto a los fe nóme nos que eran esenciales para
Comte y Marx — a saber, la socie dad indus tr ial y el capita­
lis mo— se sobre ntie nde que T ocque ville los considera.
Concue rda con Augus to Comte y Marx en e l hecho, por
así de cir lo evidente, de que la actividad pr ivile giada de las
sociedades mode rnas es la actividad come rcial e indus tr ial.
Lo dice a propós ito de Es tados Unidos , y no duda de que la
te nde ncia sea la mis ma en las sociedades europeas. Sin ex­
presarse de l mis mo modo que Saint- Simon o Augus to Comte ,
tambié n é l se inclina r ía a opone r las sociedades de l pas ado,
donde la actividad m ilita r pre vale cía, a las socie dades de su
tie mpo, cuyo obje tivo y mis ión es e l bie ne s tar de l mayor
núme r o.
Es cr ibió páginas acerca de la s upe r ioridad de Es tados U n i­
dos desde e l punto de vista indus tr ial, y de ning ún modo
ignoró la fundame ntal caracte rística de la s ocie dad norte ame ­
r icana.3 Pero cuando e xplica este pre dominio de la actividad

8 Sobre todo en los capítulos 18, 19 y 20 de la se gunda


parte de l s e gundo volume n de Lu Dém ocratic en A m érique .
El capítulo 18 lleva el título: "Por qué entre los norte ame ri­
canos se juzga honorables a todas las profesiones hone stas"; el
capítulo 19: “Qué inclina a casi todos los norte americanos hacia
come rcial e indus tr ial, T ocque ville lo inte rpre ta ese ncialme nte
e n r e lación con e l pas ado, y con su tema fundame ntal, que es
e l de la de mocracia.
Se esfuerza así por de mos trar que la actividad indus tr ial
y come rcial no for ma una aris tocracia de tipo tr adicional.
La de s igualdad de las fortunas de te rminada por la actividad
come rcial e indus tr ial no le parece contradictoria con la te n­
de ncia igua litar ia de las sociedades modernas.
Ante todo, la for tuna come rcial, indus tr ial y mo bilia r ia es
móvil, si pode mos expresarnos así. No cris taliza en fa milia s
que conservan su s ituación pr ivile giada en e l curso de las
generaciones.
Por otra parte, entre e l je fe indus tr ial y sus obreros no se
establecen los vínculos de s olidar idad je rár quica que e xis tían
e n el pas ado entre el señor y sus campesinos o labrie gos. E l
único fundame nto his tór ico de una auténtica aris tocracia es
la pr opie dad de l suelo y la actividad militar .
Desde lue go, en la vis ión sociológica de T ocque ville , las
de s igualdade s de la r ique za, por ace ntuadas que pue dan ser,
no se contradice n con la igualda d funda me ntal de las condi­
ciones, característica de las sociedades mode rnas. Sin duda, en
un pas aje T ocque ville indica al pas ar que si un día debe re­
cons tituirs e una aristocracia en la socie dad de mocrática, lo
har á por inte r me dio de los je fe s de la indus tr ia.4 Pero, en

las profesiones indus triales ” ; el capítulo 20: "Cómo la aristo­


cracia podr ía originarse en la indus tria”.
E n el capítulo 19, T ocque ville escribe: “Los norte ame rica­
nos sólo ayer lle garon a la tierra que habitan, y ya han tras­
tornado todo el orden natural e n be ne ficio propio. Unie ron
e l Huds on con el Mis sissipi, y comunicaron el Océano Atlántico
con el Golfo de México atravesando más de quinie ntas leguas
de contine nte que separan a estos dos mares. Los ferrocarriles
más extensos construidos hasta hoy se e ncue ntran en Estados
Unidos ” (O. C., t. I, 29 vol., pág. 162)
4 Capítulo XX, II parte , 2» volume n de L a Dém ocratie en
A m érique . Este capítulo se titula “¿Cómo la aristocracia podr ía
originarse en la indus tr ia?” T ocque ville escribe: "A me dida
que la masa de la nación se orie nta hacia la democracia, la
clase particular que se ocupa de las indus trias adquie re carác­
ter más aristocrático. Los hombre s se mue s tran cada ve z más
semejantes e n una y cada ve z más difere nte s en la otra, y la
de s igualdad aume nta en la pe que ña socie dad en proporción
a su dis minución e n la grande. Así, cuando nos re montamos a
la fue nte , me parece que se ve a la aristocracia originarse,
por obra de un esfuerzo natural e n el seno mis mo de la de-
ge ne ral, no cree que la indus tr ia mode rna or igine una aris­
tocracia. Pie ns a más bie n que las de s igualdade s de la rique za
te nde r án a atenuarse, a me dida que las sociedades mode rnas
adquie r a n carácter más de mocrático, y cree sobre todo que
estas fortunas indus tr iale s y come rciante s son excesivamente
precarias para de te r minar una estructura je r ár quica durade r a.
En otros términos , contra la vis ión catas tr ófica y apocalíp­
tica de l de s arrollo de l capitalis mo que caracteriza a l pe ns a­
mie nto de Marx , T ocque ville for mulaba, a pa r tir de 1835, la
te oría a me dias entus ias ta, a me dias r e s ignada, más esto ú l­
timo que aque llo, de l w e ljare State o aún de l aburgue s amie n­
to ge ne ralizado.
Es inte re s ante comparar estos tres e nfoque s , de Augus to
Comte , Marx y T ocque ville . Uno era el e nfoque organizador
de ios que hoy de nominamos los tecnócratas; e l otro, la vi­
s ión apocalíptica de los que ayer e ran r e volucionarios ; el
tercero, la vis ión serena de una s ocie dad donde cada uno
posee algo y todos o casi todos e s tán interesados en la con­
servación de l orde n s ocial.
Pe rs onalme nte, creo que de las tres visiones la que se ase­
me ja más a las sociedades e uropeas occide ntales de los años
de la década de 1960 es la de T ocque ville . Par a ser jus to, es

macracia”. T ocque ville funda esta obs e rvación en un anális is


de los efectos psicológicos y sociales de la divis ión de l traba­
jo. E l obrero que consagra su vida a fabricar cabezas de al­
fileres —e je mplo tomado por T ocque ville a Adam Smith— se
de grada. Lle ga a ser bue n obrero por que es me nos hombre ,
menos ciudadano —recordamos a q uí ciertas páginas de Marx.
Por el contrario, el maestro adquie r e el hábito de l mando, y
e n el amplio mundo de los negocios su e s píritu adquie re el
conocimie nto de los conjuntos. Y ello e n el mome nto mismo
e n que la indus tria atrae a si a los hombre s ricos y cultivados
de las antiguas clases dirigentes. Sin e mbargo, T ocque ville
agre ga a continuación: Pero esta aristocracia no se asemeja a
las que la pre ce die ron. . . ”, la conclus ión es muy característica
de l método y los s entimientos de T ocque ville : “Cre o que , con­
s ide rando todos los factores, la aristocracia manufacture r a que
vemos formarse ante nuestros ojos es una de las más duras
que hayan apar e cido sobre la tie rra; pero es al mis mo tie mpo
una de las más restringidas y de las me nos peligrosas. Sin e m­
bargo, los amigos de la de mocracia de be n vigilar constante me nte
hacia este lado, con Inquie tud en la mir ada; pues si alguna vez
la de s igualdad pe rmane nte de las condiciones y la aristocracia
pe ne tran nue vame nte en el mundo, pue de anticipars e que lo
har án por esta pue r ta” (O. C., t. I, 2<? vol., págs . 106- 167).
necesario agregar que la socie dad e urope a de los años de la
década de 1930 te ndía a asemejarse más a la vis ión de Marx.
As í, que da en pie de te rminar c uál de estas visiones se ase­
me jar á a la socie dad europe a de la década de 1990.

LA E XP E RIE N C IA N ORT E AME RICAN A

En e l prime r tomo de L a Dcm ocratie en A m érique , Toc­


que ville e nume ra las causas que confie re n carácter libe r al a
la de mocracia norte ame ricana. Es ta e nume ración nos pe rmite
a l mis mo tie mpo establecer cuál es su teoría de los deter­
minante s .
T ocque ville e nume ra tres clases de causa?, de acue rdo con
un método que se ajus ta bas tante al de Monte s quie u:
— La s ituación accide ntal y par ticular en que se ha lla ba la
s ocie dad norte ame ricana,
— Las leyes,
— Los hábitos y las costumbres.

La s ituación accide ntal y par ticular es al mis mo tie mpo el


espacio geográfico donde se ase ntaron los inmigr ante s lle ga­
dos de Eur opa y la falta de estados vecinos, es decir, de es­
tados ene migos o por lo me nos temibles . Has ta el mome nto
en que T ocque ville escribe, la s ocie dad norte ame ricana tuvo
la exce pcional ve ntaja de poseer el mínimo de obligacione s
diplomáticas , y de correr el mínimo de riesgos militar e s . Al
mis mo tie mpo esta socie dad fue creada por hombre s que . do­
tados de l e quipo técnico completo de una civilización desa­
r r ollada, se e s table cieron en un espacio amplís imo. E?ta si­
tuación s in igual en Eur opa es una de las e xplicaciones de
la aus e ncia de aris tocracia y de la pr imacía as ignada a la
actividad indus trial.
De acuerdo con una teoría de la s ociología mode rna, la
for mación de una aristocracia vinculada con la propie dad de l
sue lo tiene como condición la escasez de tierra. Ahor a bie n,
e n Es tados Unidos el espacio era tan extenso que la escasez
estaba e xcluida, y no pudo cons tituirs e la pr opie dad aris to­
crática. Es ta ide a aparece ya e n T ocque ville, pero en me dio
de muchas otras, y no creo que para este autor constituya la
e xplicación fundame ntal.
En efecto, más bie n pone el ace nto en el sistema de valores
de los inmigr ante s puritanos , e n su doble s e ntimie nto de igual­
da d y libe r tad, y esboza una teoría de acue rdo con la cual
las características de una s ocie dad se re lacionan con sus or í­
genes. La s ocie dad norte ame ricana ha br ía conservado e l sis­
te ma moral de sus fundadore s , los prime ros inmigr ante s .
Como bue n dis cípulo de Monte s quie u, T ocque ville establece
una je r ar quía entre estos tres tipos de causas; la s ituación
ge ográfica e his tór ica ha gr avitado me nos que las leyes, y
éstas fue r on me nos importante s que los hábitos , las cos tum­
bres y la r e ligión. En las mis mas condicione s , con otras cos­
tumbres. con otras leyes, ha br ía s urgido otra s ocie dad. Las
condicione s his tór icas y ge ográficas que él a na liza s ólo fue r on
circuns tancias favorables . Las verdade ras causas de la libe r ­
tad de que goza la de mocracia norte ame ricana son las bue ­
nas leyes, y aún los hábitos , las costumbres y las creencias,
s in los cuales no pue de habe r libe r tad.
La s ocie dad norte ame ricana pue de ofrecer, no un mode lo,
s ino lecciones a las sociedades europeas, de mos trándole s cómo
en una s ocie dad de mocrática se s alvaguar da la libe r tad.

Los capítulos que T ocque ville consagró a las leyes norte­


ame ricanas pue de n ser e studiados desde dos puntos de vista.
Por una parte , pode mos pr e guntamos e n qué me dida Toc­
que ville compre ndió e xactame nte e l func ionamie nto de la
cons titución norte ame ricana de su época, y en qué me dida
anticipó sus trans formacione s . En otros términos , hay un es­
tudio pos ible , interes ante y le gítimo, que sería la confronta­
ción de la inte r pr e tación de T ocque ville con las inte r pr e ta­
ciones que se ofre cían en su época o que se fo r mula n hoy.8
Aq uí omitir é ese tipo de e studio.
E l s egundo método pos ible consiste s imple me nte en resta­
blecer las grandes líne as de la inte r pr e tación de la cons titu­
ción norte ame ricana por Ale xis de T ocque ville , para de ducir
su s ignificado con respecto al pr oble ma sociológico ge ne ral:

5 Acerca de este te ma hay una importante lite ratura nor­


teamericana. Sobre todo un his toriador norte ame ricano, G. W.
Pierson, ha re cons truido el viaje de T ocque ville , e stable cido
los encuentros de l viajero con las pe rs onalidade s norte ame rica­
nas, y de te rminado el orige n de algunas de sus ideas, e n otras
palabr as , ha confrontado a T ocque ville en cuanto intérpre te
de la s ociedad norte ame ricana con sus informe s y los come n­
taristas: G. W. Pierson, T ocque v ille and Be aum ont in A m e rica,
Nue va York, Oxford Univers ity Press, 1938; Double da y Anchor
Books, 1959.
E l segundo volume n del tomo I de las OEuv re s com ple te s
contie ne n una extensa bibliogr afía anotada acerca de los pro­
ble mas tratados en La Dém ocratie en A m érique . Es ta biblio ­
grafía ha sido pre parada por J.- P. Mayer.
¿Cuále s son, en una socie dad de mocrática, las leyes más pro­
picias par a s alvaguar dar la libe r tad?
Ante todo, T ocque ville insiste en los be ne ficios que Estados
Unidos extrae de l carácter fe de ral de su cons titución. Has ta
cierto punto, una cons titución fe de ral pue de combinar las
ventajas de los grandes y los pe que ños estados. En E l e s píritu
de las leyes Monte s quie u ya ha bía consagrado algunos capí­
tulos a este mis mo pr incipio, que pe rmite movilizar la fue rza
necesaria para la s e guridad de l Es tado s in soportar los males
propios de las grandes concentracione s humanas .
T ocque ville escribe en La Dém ocratie e n A m é rique :
‘‘S i sólo existiesen pe que ñas nacione s, y no grandes, sin
duda la huma nida d sería más libr e y más fe liz; pero no es
pos ible impe dir que existan grande s nacione ?. Es te hecho in ­
troduce en el mundo un nuevo e leme nto de pros pe ridad na ­
cional, que es la fuerza. ¿Qué importa que un pue blo ofrezca
la image n de la comodidad y la libe r tad, si está expuesto
cons tante mente a l pilla je o la conquis ta? ¿Qué impor ta que
sea manufacture r o y come rciante , si otro domina los mare s
e impone la ley en todos los mercado- ? La= nacione s pe que ­
ñas a me nudo son miserables , no por su pe que ne z, sino por
su de b ilid a d; las grandes son prósperas, no porque son gr an­
des, s ino porque son fuertes. Por consiguie nte , a me nudo la
fue rza es para las nacione s una de las prime ras condicione s
de la fe licidad y aún de la e xiste ncia. De ahí que, a menos
que existan circuns tancias particulare s , los pue blos pe que ños
concluye n por incorporarse viole ntame nte a los grandes, o por
agrupar- e en unidade s mayores. No conozco condición más
de plor able que la de un pue blo que no pue de defenderse ni
ba- tarse a sí mis mo.
"Se ha creado el sistema fe de rativo par a aprove char las
difere nte s ventajas que re s ultan de la magnitud y la poque-
ñe z de las nacione s. Basta echar una oje ada a los E- tados
Unidos de Nor te américa para pe rcibir todos los bie ne s que
obtie ne de la adopción de este sis tema. En las grandes na ­
ciones ce ntralizadas , e l le gis lador e?tá obligado a im pr imir
a las leyes un carácte r uniforme que no conte mpla la dive r­
s idad de lugares y de c os tumbr e ; como jamás ha conocido
ca^os particulare s , s ólo pue de atenerse a las re glas generales;
a- í. los hombres se ven obligados a aju- tar- e a las nece sida­
d e s di' la le gis lación, pues é ¿ta no pue de aju- tar^e a las ne-
ce- idades y las co- tumbres de los hombre s : ¡o cual es grave
causa de pe rturbación y de s ufr imie nto. E- te inconve nie nte
no existe en la- confederaciones ’' (O. C., t. I. 1er. vol., págs.
16- 1- 165).
Por cons iguiente, T ocque ville ma nifie s ta cierto pe s imis mo
acerca de la pos ibilida d de e xistencia de las pe que ñas nacio­
nes, que carecen de fue rza para defenderse. La le ctura de
este texto suscita hoy cierta sensación de cur ios idad, pues
cabe preguntarse lo que dir ía su autor, en función de esta
vis ión de los asuntos humano- , acerca de l elevado núme r o de
nacione s, incapaces de defende rse, que e stán formándos e en
e l mundo. Por otra parte , quizá modificar ía esta fór m ula ge­
ne r al, y agre garía que las nacione s que no se bas tan a sS
mis mas a veces pue de n s obrevivir si las condicione s necesarias
para su s e guridad se r e alizan en el sistema inte r nacional.
Sea como fuere, de acuerdo con la convicción pe rmane nte
de los filós ofos clásicos, T ocque ville exige que e l Es tado sea
s uficie nte me nte grande para movilizar la fue rza necesaria des­
de e l punto de vis ta de la s e guridad, y s uficie nte me nte pe ­
que ño para que la le gis lación se adapte a la dive r s idad de
las circuns tancias y de los me dios. Es ta combinación s ólo
aparece en una cons titución fe de r al o confe de ral. T a l es, a
los ojos de T ocque ville , e l mérito pr incipal de las leyes s an­
cionadas por los norte americanos .
Con clar ivide ncia perfecta, ha adve rtido que la cons titución
fe de r al norte ame ricana garantizaba la libr e cir culación de los
bie nes, las personas y los capitales . En otros términos , el pr in ­
cipio fe de ral bas taba para pre ve nir la for mación de aduanas
inte riore s e impe día la dis locación de la u nid a d e conómica
re pre s entada por el territorio norte ame ricano.
En últ im o anális is , de acuerdo con T ocque ville : “Dos pe ­
ligros principale s ame nazan la e xiste ncia de las democracias :
e l s ome timie nto comple to de l pode r le gis lativo a la voluntad
de l cue rpo electoral, y la conce ntración en el pode r le gis la­
tivo de todos los restantes poderes de l gobie r no” (O. C., t. I,
le r . vol., pág. 158).
Se for mulan estos dos pe ligros en términos que son tr a di­
cionales . A los ojos de un Monte s quie u o de un T ocque ville ,
un gobie rno de mocrático no debe poseer formas tales que e l
pue blo pue da entregarse a todos los arre batos pas ionale s , y
de te rminar las decisiones de l gobie rno. Y por otra parte , de
acue rdo con T ocque ville , todo régime n de mocrático tie nde a
la ce ntralización y a la conce nlración de l pode r e n e l cue rpo
le gis lativo.
Ahor a bie n, la cons titución norte ame ricana ha previsto la
divis ión de l cuerpo le gis lativo en dos as ambleas , y e s table ció
una pre s ide ncia de la Re pública que T ocque ville , en su época,
cons ide raba dé bil, pero que es re lativame nte inde pe ndie nte de
las presiones directas de l cue rpo electoral o de l cue rpo legis ­
lativo. Ade más , en Es tados Unidos el e s píritu jur ídico es sus­
tituto de la aristocracia, pues el respeto de las formas ju r íd i­
cas favorece la s alvaguar dia de las libe rtade s . T ocque ville
comprue ba ade más la plur a lida d de partidos , que por otra par ­
te, observa con razón, no están animados , como los partidos
franceses, por convicciones ide ológicas , y no adhie r e n a pr in ­
cipios contradictorios de gobie rno, y por el contrario represen­
tan la or ganización de intereses propendo? a dis cutir pragmá­
ticame nte los proble mas que la socie dad afronta.
T ocque ville agrega otras dos circuns tancias políticas , en
parte cons titucionales y en parte sociales, que contribuye n a la
s alvaguar dia de la libe r tad. Una es la libe r tad de as ociación,
y la otra el uso que se hace de e lla, la multip lic a c ión de la3
or ganizacione s voluntarias . T an pronto se suscita un proble ma
e n una pe que ña localidad, en un condado o aun a nive l de l
Es tarlo fe de ral, aparece cierto núme r o de ciudadanos para agru­
parse en organizacione s voluntarias , cuyo fin es e x aminar e l
modo de resolver e l proble ma en cuestión. Que se trate de
cons truir un hos pital en una loc alida d o de pone r fin a las
guerras, y sea cual fuere el orde n de ma gnitud de l proble ma,
una or ganización voluntar ia cons agrará tie mpo y dine ro a la
bús que da de una s olución.
Finalme nte , T ocque ville se ocupa de la libe r tad de prensa.
Cree que tie ne inconve nie nte s de todo tipo, porque los pe rió­
dicos se inclina n a abus ar de e lla, y porque es d ifíc il que no
degenere en lice ncia. Pero agrega, de acue rdo con una fór mula
que se as eme ja a la de Chur c hill a propós ito de la de mocra­
cia. que hay un solo régime n pe or que la lice ncia de l pe rio­
dis mo, y ese régime n es la supre s ión de dicha lice ncia. En
las socie dades modernas , la libe r tad total es pre fe rible a la
supre s ión total de esa libe r tad. Y entre estas dos formas ex­
tremas, no existen otras inte r me dias .8

En una tercera categoría de causas, T ocque ville agrupa las


costumbres y las creencias. De s arrolla entonces la ide a fund a ­
me ntal de su obra, fundame ntal con respecto a su inte r pr e ta­
ción de la socie dad norte ame ricana, y en la comparación ex­
plíc ita o implícita que r e aliza constante mente entre Es tados
Unidos y Eur opa.
Este tema fundame ntal es que, en últ im o anális is , son con­
dicione s de la libe r tad las costumbres y las creencias de los

n Corres pondería es tudiar también las páginas que T ocque ­


ville consagra al estudio del sistema jur ídico norte americano,
a la función legal y aún política de l jurado.
hombre s (y la r e ligión es e l factor decisivo de estas costum­
br e s ). A los ojos de T ocque ville , la socie dad norte ame ricana
ha s abido fus iona r e l e s pír itu re ligios o y el e s pír itu de libe r ­
tad. S i de biéramos buscar la causa única que hace probable
la s upervivencia de la libe r tad e n Es tados Unidos , y pre cario
e l porve nir de la libe r tad e n Francia, de acuerdo con Tocque ­
ville sería el hecho de que la s ocie dad norte ame ricana une
e l e s pír itu re ligios o y el de libe r tad, mie ntras que la socie dad
france sa está des garrada por la opos ición entre la Igle s ia y
la de mocracia, o la r e ligión y la libe r tad.
E n Fr ancia, el conflicto entre el e s píritu mode rno y la Ig le ­
s ia es la causa últ im a de las dificultade s con que tropieza la
de mocracia par a mante ne r su carácter libe r al, y por el con­
trario la s e me janza de ins pir ación entre el e s píritu re ligios o
y el e s píritu de libe r tad es e l fundame nto fin a l de la socie­
da d norte ame ricana.
“Ya he dicho lo s uficie nte — escribe T ocque ville — para
demos trar e l carácter re al de la civilización anglonorte ame ri­
cana. Es e l producto (y este punto de par tida debe manife s ­
tarse s in cesar al pe ns amie nto) de dos eleme ntos muy dife ­
re nciados , que por otra parte a me nudo lucharon entre sí, pe ro
que e n Es tados Unidos se ha logrado has ta cierto punto fu ­
s ionar y combinar maravillos ame nte ; me re fie ro a l e s píritu
re ligios o y a l e s píritu de libe r tad.
“ Los fundadore s de Nue va Inglate r ra e ran al mis mo tie m­
po ardie nte s sectarios e innovadore s e xaltados . Mante nidos e n
la trama más estrecha de ciertas creencias re ligiosas, e s taban
libe r ados de todo pr e juicio político. De ahí dos tendencias d i­
ferentes, pero no contrarias , que se ma nifie s tan por doquie r ,
en las costumbres tanto como en las leyes”.
Y un poco más ade lante :
“ As í, en e l mundo mor al, todo está clas ificado, coor dinado,
previsto, de cidido de ante mano. En e l mundo político, todo
está agitado, se lo dis cute y es incie rto. En un caso la obe ­
die ncia pas iva, aunque voluntar ia; en el otro, la inde pe nde n­
cia, e l me nos pre cio de la e xpe riencia y la actitud de celos
fr e nte a toda autor idad. Le jos de pe rjudicars e , estas dos ten­
dencias , e n apar ie ncia tan opuestas, concue rdan entre sí y pa ­
recen prestarse mutuo apoyo. La r e ligión ve e n la libe r tad
civil un noble e jercicio de las facultade s de l hombr e ; en e l
mundo político, encue ntra un campo e ntre gado por el Cr e a­
dor a los esfuerzos de la inte lige ncia. Libr e y pode rosa ei»
su esfera, s atisfecha de l lug ar que le está reservado, sabe que
su impe r io se e ncue ntra tanto me jor afir ma do cuanto que
r e ina exclusivamente me diante sus propias fuerzas y s in apo­
yo domina en los corazones. La libe r tad ve en la r e ligión la
compañe ra de sus luchas y sus triunfos , la cuna de su in fa n­
cia, la fue nte divina de sus derechos. Cree que la r e ligión es
la s alvaguar dia de las costumbres; y que las costumbres son
la garantía de las leyes y la pre nda de su propia dur ación-’
(O. C., t. I, 1er. vol., págs. 42- 13).
Al margen del estilo, que no sería el que utilizar íamos hoy,
este texto me parece una admir able inte r pr e tación s ociológi­
ca de l modo en que , en una civilización de l tipo anglonor ­
te ame ricana, el rigor re ligios o y la libe r tad política pue de n
fus ionarle . Un sociólogo mode rno tr aducir ía estos fe nóme nos
e n conceptos más re finados . Mult ip lic a r ía las reservas y los
de talles , pero la audacia de T ocque ville no carece de e ncan­
to. En su condición de sociólogo, se mantie ne en la tr adición
de Monte s quie u: escribe en el le nguaje gene ral, es compr e n­
s ible para todos, y más le pre ocupa confe rir forma lite r ar ia
a la ide a que multiplic a r los conceptos y dis cr iminar los cri­
terios.
Tocque ville e xplica, sie mpre en L a Dém ocratie en A m érique ,
de qué modo las re lacione s de la r e ligión y la libe r tad se
e ncue ntran en Francia e n el extremo opuesto de la s ituación
que ocupan en Es tados Unidos :
“Todos los días se me demue stra muy doctamente que to­
do marcha bie n en Estados Unidos , excepto pre cisame nte ese
e s píritu re ligios o que yo admiro, y me entero que lo único
que le fa lta a la libe r tad y a la fe licida d de la especie h u­
mana, de l otro lado de l Océano, es creer con Spinoza en la
e te r nidad del mundo, y sostener con Cabanis que el cerebro
segrega pon- amiento. A lo cual, e n verdad, nada pue do res­
ponde r, sino que quie ne s utiliza n este le nguaje no estuvieron
e n Estados Unido 1, y así como no han visto un pue blo r e li­
gioso, no vieron un pue blo libr e . Por lo tanto, los espero
de regreso.
” En Fr ancia hay personas que ven en las ins titucione s re­
publicanas el ins trume nto pas ajero de su grande za. Mide n con
los ojos el e- pacio inmen- o que separa sus vicios y su mise ­
r ia de l pode r y las riquezas, y quis ie r an acumular ruinas en
este abis mo para tratar de colmarlo. Mantie ne n con la libe r ­
tad la mis ma r e lación que las compañías francas de la Edad
Me dia con los reyes. Hace n la gue rra por su propia cue nta,
a l mis mo tie mpo que alzan los colores reales. La r e pública vi­
vir á s ie mpre el tie mpo necesario para arrancarlos de su ba ­
je za actual. No es a ellos a quie ne s me dir ijo.
“Pero hay otros que ven en la r e pública un estado pe r­
mane nte y tr anquilo, un fin necesario ha cia el cual la s ide as
y las costumbres lle van diar iame nte a las sociedades mode r­
nas, y que quis ie r an s ince rame nte pr e parar a los hombre s p a ­
r a que fuese n libre s . Cuando éstos atacan las creencias r e li­
giosas, obe decen a su pas ión y no a su interés. E l des potis­
mo pue de pre s cindir de la fe , pero no pue de hace rlo la li­
be r tad” (O. C., t. I, 1er. vol., págs . 307- 308).
Este texto, en ciertos aspectos admir able , es también t íp i­
co de l tercer pa r tido de Fr ancia, e l mis mo que ja m ás te ndr á
fue r za s uficie nte par a e jercer e l pode r, pues es s imultáne a ­
me nte de mócrata, favorable o re s ignado a las ins titucione s r e ­
pres entativas, y hos til a las pas ione s antirre ligios as . Tocque ­
ville es un libe r a l que ha br ía deseado que los de mócratas re­
conociesen la s olidar idad ne ce saria entre las ins titucione s li­
bres y las creencias re ligios as .
Por lo de más , en func ión de sus conocimie ntos his tór icos y
de sus anális is sociológicos, ha br ía de bido s abe r (y pr oba­
ble me nte lo s abía) que esta r e conciliación era impos ible . E l
conflicto entre la Igle s ia Ca tólica y e l e s pír itu mode rno vie ­
ne en Fr ancia de una antigua tr adición, lo mis mo que la a fi­
nida d con la r e lig ión y la de mocracia e n la c iviliza ción an­
glonor te ame r icana. Por cons iguie nte, es ne ce sario a l mis mo
tie mpo de plor ar e l conflicto y aclar ar las causas, de d ifíc il
e liminación, pues aquél no se ha re s ue lto aún hoy, poco más
de un s iglo des pués de l mome nto en que T ocque ville e s cribía.
P or cons iguie nte , e l te ma fund ame nta l de T ocque ville es e l
de la nece s idad, e n una s ocie dad ig ua lit a r ia que quie r e go­
bernars e a s í mis ma, de una dis c iplina mor al ins cr ita en la
concie ncia de los individuos . Es nece s ario que en e l fondo de
sí mis mos los ciudadanos se s ome tan a una dis c iplin a que
no esté impue s ta s imple me nte por e l te mor a l castigo. Ahor a
bie n, a los ojos de T ocque ville , que en este punto continúa
s ie ndo dis cípulo de Monte s quie u, la fe re ligios a es e l me jor
factor de cre ación de esta dis ciplina moral.
Ade más , apar te la influe ncia de sus s e ntimie ntos re ligios os ,
los ciudadanos norte ame ricanos están bie n infor mados ; cono­
cen los proble mas de la vida cívica, y todos posee n ins tr uc­
ción e n ese s e ntido. Finalme nte , T ocque ville des taca e l pape l
de la de s ce ntralización adminis tr ativa norte ame ricana, por opo­
s ición a la ce ntr alización adminis tr a tiva france s a. Los c iuda da ­
nos norte ame ricanos tie ne n e l hábit o de resolver I09 proble mas
colectivos en e l nive l de la comuna. Por cons iguie nte , se ven
impuls ados a r e alizar e l apr e ndizaje de l autogobie r no en el
me dio lim ita do que pue de n conocer pe rs onalme nte , y e x tie n­
de n e l mis mo e s píritu a los asuntos de l Es tado.
Es te anális is de la de mocracia norte ame ricana difie r e evi­
de nte me nte de la teoría de Monte s quie u, que se re fería a las
r e públicas antiguas . Pero el propio T ocque ville cree que su
teoría de las sociedades de mocráticas mode rnas es una a m­
plia ción y una re novación de la conce pción de Monte s quie u.
En un texto incluido entre los mate riale s de pre paración
de l segundo volume n de L a Drm o rratif e n A m cru/tin, compa­
ra pe rs onalme nte su inte r pr e tación de la de mocracia norte a­
me ricana con la teoría de la r e pública de Monte s quie u.
",\ o debe concebirse en s e ntido estrecho la ide a de Mo n­
tes quieu. Lo que este gran hombre quis o de cir es que la re­
pública sólo podía pe rdur ar por obra de la acción de la so­
cie dad sobre sí mis ma. Lo que Monte s quie u entie nde por vir­
tud es e l poder mor al que ejerce caria individuo sobre sí mis ­
mo y que le impide violar el derecho de los de más . Cuando
este tr iunfo de l hombre sobre las tentaciones es el re s ultado
de la de bilida d de la te ntación o del cálculo de l interés per­
s onal, no es una forma de vir tud a lo s ojos de l moralista, pe­
ro corresponde a la ide a de Monte s quie u, que ha blaba de l
efecto mucho más que de su rail- a. En E- tados Unidos ocurre
que la virtud no es grande , pero la te ntación es pe que ña, lo
que vie ne a par ar en lo mis mo. N o es grande el desinterés,
pe ro si lo es el interés liiin e nte ndido, lo que- viene a ser
casi lo mismo. Por lo tanto. .Montesquieu tenía razón cuando
ha blaba de la virtud antigua, y lo que dijo de los griegos y
los romanos aún se aplica a los norte ame ricanos .”
E- te texto n o s pe rmite r e alizar la síntesis de las re laciones
entre la teoría de la de mocracia mode rna de acuerdo con Toc­
que ville y la teoría de la r e pública antigua de acuerdo con
Monte s quie u.
Cie rtame nte , hay dife re ncias esenciales entre la r e pública
s egún .Montesquieu y la de mocracia como la concibe Tocque ­
ville . La de mocracia antigua era igua lita r ia y virtuosa, pero
fr ugal y combatie nte. I.o- ciudadanos te ndían a la igualdad,
por que re hus aban otorgar pre fe re ncia a las consideraciones de
carácter come rcial. Por el contrario, la de mocracia mode rna es
fundame ntalme nte una sociedad come rciante e indus trial. Por
cons iguie nte , el interés no pin de de jar de ser el s e ntimie nto
dominante . La de mocracia mode rna se basa nece sariame nte en
e l interés bie n e nte ndido. El pr incipio (e n el s e ntido de Mon­
te s quie u) de la democracia mode rna, de acuerdo con Tocque­
ville . es por lo tanto el interés, no la virtud. Pero como este
texto lo indica, entre el interés, pr incipio de las de mocracias
mode rnas , y la virtud, pr incipio de la r e pública antigua, hay
e leme ntos comunes. Ocurre que , en ambos casos, los ciuda da ­
nos de ben someterse a una dis ciplina moral, y la e s tabilidad
de l Es tado se funda en la influe ncia pre dominante que las
costumbres y las creencias ejercen sobre la conducta de los
individuos .
En gene ral, e n La Dcm ccratie e n A m érique , T ocque ville es
s ociólogo al es tilo de Monte s quie u, y a un podr ía afirmars e que
lo es en los dos estilos que Monte s quie u nos de jó.
La síntesis de los aspectos dife re nte s de una socie dad se
r e aliza en EL e s píritu de las leyes gracias al concepto de l es­
pír itu de una nación. De acue rdo con Monte s quie u, uno de los
piime ros objetivos de la s ociología es apre he nde r el conjunto
de una s ociedad. En r e alidad, T ocque ville quie re apre he nde r
e n Es tados Unidos el e s pír itu de una nación, y con ese fin
utiliza las dife re nte s categorías que Monte s quie u estable ció en
E l e s píritu de las leyes. Es tablece una dis cr iminación entre
las causas his tóricas y las causas actuales , e l me dio geográ­
fico y la tr adición his tór ica, la acción de las leyes y la ac­
ción de las costumbres. E l conjunto de estos e leme ntos se rea-
gr upan par a de finir , en su s ingular idad, una socie dad única,
la norte ame ricana. La de s cripción de esta socie dad s ingular se
re aliza me diante la combinación de varios tipos dife re nte s de
e x plicación, de acue rdo con un grado de abs tracción o de
ge ne r alidad mayor o me nor.
Pero como se verá más ade lante , en e l anális is de l segun­
do volume n de L a Dém ocratie en A m érique , T ocque ville con­
cibe un segundo obje tivo de la sociología, y practica otro mé­
todo. Propone un proble ma más abstracto, en un nive l s upe­
r ior de ge ne r alidad, e l pr oble ma de la de mocracia de las
sociedades mode rnas , es decir, se propone e l e s tudio de un
tipo ide al, compar able al tipo de régime n político de Mon­
tes quieu en la P r im e r a Parte de E l e s píritu de las leyes. Toc­
que ville parte de la ide a abstracta de una socie dad de mo­
crática, y se pre ugnta qué forma política pue de revestir, por
qué adopta a quí cierta for ma y una dis tinta en otros lugares.
En otros términos , comienza por de fiqir un tipo ide al, el de
la s ocie dad de mocrática, y utiliza nd o e l método comparado
procura de te rminar la acción de las diversas causas; par a
utiliza r su propio le nguaje , va de las causas más generales a
las más particulare s .
En T ocque ville , como en Monte s quie u, ha y dos métodos so­
ciológicos, y de ellos uno desemboca en e l re trato de una
cole ctividad s ingular, y el otro propone e l proble ma his tórico
abs tracto de una s ocie dad de cierto tipo.
T ocque ville de ning ún modo es un admir ador inge nuo de
la socie dad norte ame ricana. En el fondo de sí mis mo conserva
una je r ar quía de valores tomada de la clase a la que pe rtene­
ce, la aris tocracia france s a; se mue stra sensible a la me dio­
cr idad que es característica de una civilización de este or­
de n. No ha opuesto a la democracia mode rna n i el entus ias ­
mo de quie ne s e s pe raban de e lla una trans figuración de l des­
tino humano, ni la hos tilida d de los que ve ían en e lla la
des compos ición mis ma de la s ocie dad. Par a él, la de mocra­
cia se jus tific aba por e l he cho de que favore cía el bie ne s tar
de l mayor núme r o; pero este bie ne s tar carecería de b r illo y de
grande za, y no de jar ía de im plic a r ciertos riesgos políticos y
morale s.
E n efecto, toda democracia tie nde a la ce ntralización. Por
cons iguiente, tie nde a una suerte de des potis mo, que corre
pe ligr o de degenerar en des potis mo de u n hombre . La de mo­
cracia im plic a pe rmane nte me nte e l pe ligr o de una tir a nía de
la mayor ía. T odo régime n de mocrático pos tula que la mayo­
r ía tiene razón, y quizá sea d ifíc il impe dir que una mayor ía
abus e de su victoria y oprima a la minor ía.
La democracia, dice también T ocque ville , tie nde a genera­
liza r el e s píritu de corte, ente ndiéndos e que e l s oberano a
quie n los candidatos a los cargos procurarán hala gar es el
pue blo y no el monarca. Pero hala gar al sobe rano popular
no es me jor que ha lagar al s obe rano monárquico. Quizás aún
sea peor, porque e l e s píritu de corte e n la de mocracia es lo
que en le nguaje corriente se de nomina demagogia.
Por otra parte, T ocque ville tiene cabal concie ncia de los
dos grandes proble mas que afr ontaba la s ocie dad norte ame ri­
cana y que se r e fe rían a las re lacione s entre los blancos y
los indios , y entre los blancos y los negros. Si un proble ma
ame nazaba la exis tencia de la Unión, era s in duda e l de los
esclavos de l Sur. T ocque ville manife s taba en este s entido un
s ombrío pe s imis mo. Cre ía que a me dida que la e s clavitud de­
sapareciese y que la ig ua ld a d jur íd ic a tendie se a manife s ­
tarse entre negros y blancos , se e le var ían las barre ras que
le vantan las costumbres entre ambas razas.
Opina ba que en últ im o anális is no ha y más que dos so-
soluciones : o la me zcla de razas o la s e paración. Ahora bie n,
la mayor ía blanca se opondr ía a dicha me zcla; y una vez
concluida la es clavitud, la s e paración sería cas i ine vitable .
T ocque ville preveía terrible s conflictos .
Un texto acerca de las re lacione s entre blancos e indios , en
e l me jor es tilo de T ocque ville , pe rmite oír la voz de este hom­
bre s olitar io:
“ Los españoles s ue ltan sus perros sobre los indios com<
si éstos fuesen bestias. Saque a n el Nue vo Mundo como s i si
tr atara de una ciudad tomada por as alto, s in dis ce r nimie nto )
s in pie dad. Pero no es pos ible de s truir lo todo, y e l fur or s<
agota. E l resto de las poblacione s india s escapadas de la ma ­
sacre acaba de me zclars e con sus vencedores y por adoptar su
r e lig ión y sus costumbres. La conducta de Es tados Unidos h a ­
cia los indios tras unta, por e l contrario, el amor más pur o
ha cia las formas y la le galidad. Mie ntr as los indios pe rma­
ne zcan en estado s alvaje , los norte ame ricanos no se me zclan
e n sus asuntos y los tr atan como a un pue blo inde pe ndie n­
te. No se pe r mite ocupar sus tierras s in habe r las comprado
como corresponde, me diante u n contrato, y si por cas ualidad
una nación in d ia ya no pue de vivir e n su te rritor io, la to­
ma n fr ate rnalme nte de la ma no y la lle van a mor ir fue ra
de l país de sus padres. Los e spañole s, con ayuda de mons ­
truos idade s s in igual, cubriéndos e de una ve rgüe nza imbo­
rr able , no pudie r on e xte rminar a la r aza in dia , y n i s iquie ­
r a impe dir le que comparties e sus derechos. Los norte ame rica­
nos de Es tados Unidos ha n obte nido este doble re s ultado con
una mar avillos a fa c ilida d, tr anquila, le gal y fila nt r ópic ame n­
te, s in de r r amar sangre, s in violar uno solo de los grandes
principios de la mor a l a los ojos de l mundo. Se ría impos ible
de s truir a los hombre s re s pe tando más las leyes de la huma ­
nid a d ” ( O. C., t. I, 1er. vol., págs. 354- 355).
Es te texto, e n el cual T ocque ville no respeta la re gla de
los sociólogos modernos , que es abstenerse de juicios de va­
lor y de l uso de la ir o n ía ,7 es característica de l h um a ni­
tar is mo de un aris tócrata. E n Fr ancia nos hemos acos tum­
br ado a creer que s ólo los hombre s de izquie r da son huma ­
nistas. T ocque ville ha bía dicho que e n Fr ancia los radicale s ,
los re publicanos extremos no son humanitar ios , s ino r e volu­
cionar ios e mbriagados de ide ología y dis puestos a s acrificar
millone s de hombre s en be ne ficio de sus ide as. Conde naba a
los ide ólogos de izquie r da, representativos de l par tido inte*
le ctual francés, pe ro conde naba también e l e s píritu re accio­
na r io de los aristócratas, nos tálgicos de un orde n de s apare­
cido de finitivame nte .
T ocque ville es un s ociólogo que no de ja de juzgar a l mis-

f Corres ponde agregar que T ocque ville probable me nte es


injus to: las difere ncias entre las relaciones indonorte ame ricanas
y las his panoindiás no se refieren únicame nte a la actitud a dop­
tada por unos y otros, sino también a la dife re nte de ns idad
de la población india en el norte y el sur.
rao tie mpo que describe. En este s e ntido pertenece a la tra­
dición de los f i l ó l o s políticos clásicos, para quie ne s hubie ­
se sido inconce bible analizar los regímenes s in juzgar los si­
multáne ame nte .
En la his toria de la sociología, está muy cerca de la fi­
los ofía clás ica, según la inte rpre ta Leo Strauss.8
E n opin ión de Aris tóte les , no e ; pos ible inte r pr e tar con
acierto la tir anía si no se ve e n e lla el régime n más ale jado
de lo que podemos cons ide rar el me jor de los regímenes, pues
la r e alidad de l hecho es ins e par able de su calidad. Que re r
de s cribir las ins titucione s sin juzgarlas , e quivale a ignorar lo
que las constituye como tales.
T ocque ville se ajus ta a esta práctica. Su de s cripción de Es ­
tados Unidos es también la e xplicación de las causas me dian­
te cuya acción se s alvaguar da la libe r tad e n una s ocie dad de­
mocrática. De mue s tra en cada mome nto lo que ame naza el
e quilibr io de la socie dad norte ame ricana. En sí mis mo este
le nguaje implica un juicio, y T ocque ville no creía que con­
trave nía las reglas de la cie ncia social cuando juzgaba en su
de s cripción y me diante e lla. Si se lo hubie s e inte rrogado, pro­
bable me nte ha br ía re s pondido, como Monte s quie u o e n todo
caso como Aris tóteles , que la de s cripción no pue de ser fie l
si no incluye juicios intríns e came nte vinculados con la des­
cr ipción mis ma, pues un régime n es lo que es por su calida d

8 Dos obras de Le o Strauss fueron tr aducidas al francés:


De la T ijrannie , pre ce dida de l Hiéron de Je nofonte y s eguido
de T ijrannie et Sapease, de Alexandre Kojéve, París, Gallima r d,
1954; Droit nalure l et His toire , París, Plon, 1954.
Véase también: Persecutinn and the A rt of W ríting , Glencoe,
T he Free Press, 1952; T he Political Philos ophy of Hobbe s :
its Basis and its Genesis , Chicago, Unive rs ity of Chicago Press,
1952.
De acuerdo con Le o Strauss: "La cie ncia politica clás ica
debe su existencia a la pe rfe cción humana o a la mane ra en
que los hombres de be rían vivir, y alcanza su punto culminan­
te en la des cripción de l me jor sistema político. Este sistema
de be ría ser re alizable sin cambio alguno, milagroso o no de
la naturaleza humana; pero no se creía probable su re alización,
porque se pensaba que de pe ndía de l azar. Maquiave lo ataca
esta ide a, re clamando que cada uno mida sus posiciones, no
sobre la base del modo en que los hombre s de be rían vivir,
sino ate ndie ndo a su vida re al; y s ugirie ndo que el azar pue da
ser o sea controlado. Es ta critica s uminis tró las bases de todo
e l pens amiento político e s pe cíficame nte mode rno” (De la
T y rannie , op. c it., pág. 4 5 ).
mis ma, y no es pos ible de s cr ibir una tir a nía si no se e xplica
su condición de tal.

E L DRAMA P OLIT ICO DE F RAN CIA

L ’A ncie n Régim e e t la R é v o lutio n re pre se nta una te ntativa


compar able a la de Monte s quie u e n las Cons idérations s ur
les causes de la grande ur e t de la décade nce des Rom ains .
Es un ensayo de e x plicación s ociológica de los aconte cimie n­
tos históricos.
T ocque ville concibe tan clarame nte como Monte s quie u los
límite s de la e x plicación sociológica. Uno y otro pie ns an, en
efecto, que los grandes aconte cimie ntos se e x plican por las
grande s causas, pero que e l de talle de los aconte cimie ntos no
pue de de ducirs e de los datos e structurale s.
T ocque ville e s tudia a Fr ancia, has ta cierto punto, pe ns an­
do en Es tados Unidos . Procura compre nde r por qué Fr ancia
tie ne tantas dificultade s para ser una s ocie dad políticame nte
libr e , pese a que sea o parezca de mocrática, de l mis mo modo
que , en el caso de Es tados Unidos , buscó de te r minar las cau­
sas de l fe nóme no inverso — es decir, la pers is te ncia de la li­
be r tad política a causa o a pe s ar de l carácte r de mocrático
de la sociedad.
L ’A ncie n Rég im e et la R é v o lutio n es un a inte r pr e tación so­
ciológica de una crisis his tór ica, que se propone hace r inte ­
ligible s los aconte cimie ntos . Inicialme nte , T ocque ville observa
y razona como un sociólogo. Re hús a ace ptar que la crisis re­
volucionar ia sea un s imple y me ro accide nte . Afir m a que las
ins titucione s de l antiguo régime n se de r rumbaron tan pronto
se descargó la tempes tad r e volucionaria. Agre ga que la cri­
sis re volucionaria tuvo caracteres específicos por que se des a­
r r olló como una re volución re ligios a.
“ La Re volución France s a actuó respecto de este mundo pr e ­
cis ame nte de l mis mo modo que la r e volución r e ligios a lo hizo
con respecto a l otro. Cons ide ró al ciudadano abs tractame nte,
a l marge n de todas las formas particular e s de socie dad, de l
mis mo modo que la r e ligión cons ide ra a l hombre en ge ne ral
inde pe ndie nte me nte de l lug a r y e l tie mpo. No procuró de ­
te r minar únicame nte cuál era el derecho par ticular de l ciuda­
dano francés, sino cuále s e ran los deberes y los derechos ge­
ne r ale s de los hombre s e n mate r ia política. Al re montars e de
ese modo a lo que era menos particular , y por así de cir lo más
natur a l, desde e l punto de vis ta de l estado s ocial y e l gobie r­
no, pudo ser ge ne ralme nte comprcn- ible c imitable en cien
lugare s s imultáne ame nte ” (O. C., t. II, 1er. vol., página 89).
Es ta coincide ncia de una crisis política y una suerte de re­
volución re ligios a es, según parece, una de las características
de las grandes re volucione s de las sociedades mode rnas . La
Re volución Ru=a de 1917 tie ne también, a los ojos de un so­
ciólogo de la escuela de T ocque ville , la mis ma característica
de ser una re volución de esencia re ligios a.
Creo que es pos ible ofrecer la s iguie nte fór mula general:
T oda r e volución política e xhibe ciertos caracteres de re volu­
ción re ligios a, cuando as pira a la valide z unive rs al y se pre­
senta como el camino de s alvación de toda la humanidad.
Par a de finir me jor su método, T ocque ville agre ga: “ Hablo
de las clases; s ólo e llas de be n ser el conte nido de la his to­
r ia” . E- ta frase es textual, y s in e mbargo estoy seguro de
que si una re vota la publicas e , agre gándole la pre gunta: ¿A
quién pertenece? cuatro de cada cinco re=puestas s e rían: a
Carlos Marx. Es ta frase se une a la propos ición: “ Sin duda,
es pos ible opone rme a los individuos ” (I b í d pág. 179).
Las clames cuyo pape l decisivo evoca son: La noble za, la
burguesía, los campesinos y, en segundo plano, los obreros.
Por lo tanto, las clases que dis tingue ocupan un lugar inte r ­
me dio entre los órdene s de l Antiguo Régime n y las clases
de las sociedades mode rnas. Por otra parte . T ocque ville no
e labora una teoría abstracta de las clases. No ofrece de e llas
una de finición, n i e nume ra sus características; pe ro abor da
los grupo- sociales principale s de la Francia de l Antiguo Ré ­
gime n en el mome nto de la Re volución, para e xplicar los
aconte cimientos .

T ocque ville se ocupa lue go de este proble ma: ¿Por qué, si


e l conjunto de ins titucione s del Antiguo Régime n estaba de­
r r umbándole en Eur opa, la Re volución e- talló en Francia?
¿Cuále s son los fe nóme nos pr incipale s que e x plican este acon­
te cimie nto?
E l prime ro de estos fe nómenos ya fue e s tudiado indire cta­
me nte en La Dém ocratie en A m érUfue , y es la ce ntralización
y la unifor mida d adminis trativas . Sin duda, la Fr ancia de l
Antiguo Régime n implica ba una e x tr aor dinaria varie dad pro­
vincial y loi- al ile legi- lacione- y re glan» titos, p**ro la a dmi­
nis tr ación re al de lo- inte nde ntes era cada vez más la fuerza
eficaz. La dive r- idad \ a no era más que s upervive ncia vana,
Fr ancia estaba adminis tr ada desde el centro y e x hibía u n i­
for mida d adminis tr ativa, mucho antes de que c- talla=e la tem­
pestad re volucionaria.
“As ombra la s orprendente fa c ilida d con que la As amble a
Cons tituye nte pudo de s truir de un golpe todas las antiguas
provincias de Francia, de las cuales varias e ran más antiguas
que la monar quía, y dividir me tódicame nte e l re ino en 83
partidos difere nte s, como si se hubie s e tratado de l s ue lo vir ­
ge n del Nuevo Mundo. Na da ha s orpre ndido más y aun es­
pantado a l resto de Eur opa, que no estaba pre parado para
un espectáculo s emejante . Es la pr ime r a vez, de cía Burke,
que vemos a un grupo de hombre s de s pe dazar de mane r a tan
bár bar a a su propia patr ia. Par e cía, en efecto, que se estu­
viere n des garrando cuerpos vivos: en r e alidad, s ólo se pro­
ce día a des pe dazar muertos.
"Pr e cis ame nte cuando Par ís acababa de conquis tar esa apa­
rie ncia de omnipote ncia, podía verse que en su seno mis mo
se ope raba otro cambio, que merece igualme nte la ate nción
de la his toria. En lugar de no ser más que una ciudad de
inte r cambio, de negocios, de cons umo y de placer, Par ís aca­
baba de convertirse en una ciudad de fábricas y ma nufactu­
ras, segundo hecho que confería al prime ro un carácte r nuevo
y más fo r m id a b le ...
“Aunque los documentos estadísticos de l Antiguo Régime n
muy a me nudo merecen poco crédito, creo que es pos ible a fir ­
mar sin te mor que, durante los sesenta años que prece die ­
ron a la Re volución Francesa, el núme r o de obreros se du­
plic ó con exceso en Par ís , mie ntras que en el mis mo pe ríodo
¡a población general de la ciudad sólo aume ntó en un ter­
cio” (O. C., t. II, 1er. vol., págs. 111- 112).
Recordemos a quí el lib r o de J.- F. Gravie r, Paris et te d i serl
jranqais . 9 De acuerdo con T ocque ville , Par ís se convirtió en
e l centro indus tr ial de Fr ancia aun ante s de fine s de l s iglo
xvm. Las consideraciones acerca de l dis trito paris iens e y el
modo de impe dir la ce ntr alización indus tr ial en la capital no
son cosa de nues tro tie mpo.
En s e gundo lugar , en esta Fr ancia adminis tr ada desde el
centro, y donde cada vez los re glame ntos se aplica ba n de un
extremo a otro de l te rritorio, la s ocie dad te nía, por as í de­
cirlo, un carácter disperso. Los franceses no podían dis cutir

9 J.- F. Gravie r, Varis e t le desert frangais , 1» e dición, París,


Le Portulan, 1947; 2» e dición, totalme nte re visada, París,
Flammar ion, 1958. El prime r capítulo de este libr o trae una
cita de L 'A n d e n Régim e et la Rév olution.
De l mis mo autor, véase también la L ’A m énage m e nt du te-
rritoire et l'av e nir des régions francais e s, París, Flammarion,
1964.
sus proble mas , porque carecían de la condición e s e ncial para
la for mación de l cue rpo político, es decir, la libe r tad.
T ocque ville ofrece una de s cripción purame nte sociológica de
lo que Dur khe im ha br ía de nominado la de s integración de la
socie dad francesa. No ha bía unid a d entre las clases pr ivile ­
giadas , y de modo más ge ne ral entre las dife re nte s clases
de la nación, a causa de la fa lta de libe r tad política. Persis­
tía la s e paración entre los grupos pr ivile giados de l pas ado, que
había n pe rdido su func ión his tór ica, pero conservado sus
privile gios , y los grupos de la s ocie dad nue va, que re presen­
taban un pape l decisivo pe ro se mante nía n separados de la
antigua noble za.
“ Hac ia fine s de l siglo xvm, escribe T ocque ville , a ún era
pos ible pe r cibir una dife re ncia entre las formas de la noble ­
za y las de la burgue s ía, pues nada se e quipar a más le nta­
me nte que esta s upe rficie de las costumbres a las que de no­
minamos los usos; pero, en e l fondo, todos los hombre s si­
tuados por e ncima de l pue blo se as e me jaban. T e nían las mis ­
mas ide as , los mis mos hábitos , se guían los mis mos gustos, se
e ntre gaban a los mismos placeres, le ían los mismos libros,
habla ba n idéntico le nguaje . Dife r ía n e ntre sí s ólo por los
derechos. Dudo de que esto ocurra todavía en e l mis mo gra­
do en ningún otro país , ni s iquie r a en Inglate r ra, donde las
dife re nte s clases, aunque vinculadas s ólidame nte entre sí por
intereses comunes, dife r ía n todavía a me nudo por el e s píritu
y las costumbres; pue s la libe r tad política, que posee este ad­
mir a ble pode r de crear entre todos los ciudadanos re lacione s
necesarias y vínculos mutuos de de pe nde ncia, no por eso los
hace pe rmane nteme nte s emejantes. E l gobie rno de uno solo
es e l factor que, a la lar ga, s ie mpre produce e l efecto ine vi­
table de as e me jar entre sí a los hombre s , y efe hacerlos mu­
tuame nte indife re nte s a la suerte de l pr ójim o” (Ib íd ., pág i­
na 146).
Éste es e l centro de l anális is sociológico de Fr ancia por
T ocque ville . Los difere nte s grupos privile giados de la nación
franepsa te ndían s imultáne ame nte a la unifor mida d y a la
s e paración. De hecho, eran semejantes unos a otros, pero es­
taban separados por privilegios , usos, tradicione s , y a falta de
la libe r tad política no logr aban a dquir ir ese s entido de la so­
lid a r id a d que es indis pe ns able para la s alud de l cue rpo po­
lítico.
“ La divis ión de las clases fue e l crime n de la antigua rea­
leza, y más tarde se convirtió en su excusa, pues cuando todos
los que forman e l sector rico y esclarecido de la nación ya
no pue de n entenderse y ayudars e mutuame nte en el gobie r­
no, la adminis tr ación de l país e n s í mis ma lle ga a ser im ­
pos ible , y es necesario que inte rve nga un amo” ( Ib itL , p á ­
gina 166).
Es te texto es fundame ntal. Ante todo, vemos e n él la con­
ce pción más o me nos aris tocrática de l gobie r no de las socie­
dade s , característica tanto de Monte s quie u como de Tocque­
ville . Cínicamente el sector rico y esclarecido pue de ejercer el
gobie r no de la nación. Los dos autore s no vacilan e n r e unir a m­
bos adjetivos . No son demagogos, e l vínculo entre los dos
términos les parece e vide nte . Pero tampoco son cínicos, pues-
para e ilos este fe nóme no era cosa s obre e nte ndida. Es cribían
en una época en la cual los que no pos e ían me dios mate r ia­
les no podía n ins truirs e . En el s iglo xvm, s ólo el sector rico
d^ la nación podía tene r cultur a.
Por otra parte , T ocque ville cree observar, a mi juic io con
r azón, que en Fr ancia el fe nómpno caracte rístico que está en
el origen de la Re volución, y pe rs onalme nte agre garía que era
e l punto de par tida de todas las re volucione s francesas, es la
incapacidad de los grupos privile giados de la nación france sa
para coincidir en un modo de gobie rno de l país . Este fe nó­
me no e xplica la fre cue ncia de los cambios de régime n.
Este anális is de las características de la polític a francesa
exhibe , a m i e ntender, una notable lucide z. Es pos ible a p li­
carlo a toda la his toria política de Francia en los siglos xix
y xx. Y se e xplica de ese modo el fe nóme no e xtraño de que,
entre los países de Eur opa occide ntal, Fr ancia haya sido, en
e l siglo xix y has ta fe cha re cie nte en e l s iglo xx, e l que tan­
to en lo e conómico como en lo social se ha trans formado
menos, y también quizás e l más tur bule nto en e l aspecto po­
lítico. La combinación de este conse rvadorismo económicoso-
c ia l y de esta agitación política, que se e xplica muy fác il­
me nte en el marco de la s ociología de T ocque ville , es más
difícilme nte compre ns ible si se bus ca una corre s pondencia
unívoca entre los datos s ociales y los datos políticos .
“ Cuando las difere nte s clases que for maban la socie dad de
la antigua Fr ancia e ntraron en contacto, hace sesenta años,
después de estar ais ladas tanto tie mpo por tan e levado n ú­
me ro de barreras, inicialme nte s ólo se tocaron e n los puntos
dolorosos, y volvie ron a hallar s e s ólo par a desgarrarse mutua ­
me nte . Aún en nuestro tie mpo [es de cir, hace un s iglo] so­
breviven sus cclos y sus odios ” ( I b i d pág. 167).
E l tema fundame nta l de la inte r pr e tación de la socie dad
france sa en T ocque ville , es por cons iguie nte que Francia, ha ­
cia el fin de l Antiguo Régime n, era s imultáne ame nte , entre
todas las sociedades e uropeas, la s ocie dad más de mocrática,
en el s e ntido que el autor as igna a esta palabr a, es decir,
la socie dad en la cual la te nde ncia a la unifor mida d de las
condiciones y a la igua lda d social de las per- onas y los gr u­
pos era más ace ntuada, y también aque lla en la cual la li­
be r tad política era me nor, la s ocie dad más cris talizada en
ins titucione s tradicionale s que corre s pondían cada vez me nos
a la re alidad.
Es indudable que si T ocque ville hubie s e e laborado una teo­
r ía de las re voluciones de los tie mpos modernos, habr ía ofre­
cido una concepción dis tinta di' la marxis ta, o por lo menos
de la concepción marx i?ta según la cual la r e volución socia­
lis ta debe sobrevenir en la culminación de l de s arrollo de las
fue rzas productivas , en e l s in o de l régime n de propie dad
privada.
Ha sugerido, y aun s e ñalado e x plícitame nte en diversas
ocasiones, que a sus ojos las grande s revoluciones de los tie m­
pos mode rnos serán las que s e ñale n el pa*o del Antiguo Ré ­
gime n a la democracia. En otros términos , en T ocque ville la
concepción de las re voluciones es ese ncialme nte política. Es
la resistencia de las ins titucione s políticas de l pasado al mo­
vimie nto de mocrático mode rno que arriesga provocar aquí y
a llá la e xplos ión. T ocque ville agre gaba que estas re volucio­
nes e s tallan, no cuando las cosas e mpe oran, s ino cuando me ­
joran. 10
T ocque ville no ha br ía dudado un solo ins tante de que la
Re volución Rus a corres pondía a un e s quema político de las
re voluciones mucho más que a l e s que ma marxis ta. La econo­
mía rusa conoció e l despe gue del movimie nto de ascenso en
los años de la década de 1880; entre 1880 y 1914 e xhibió

10 E l capítulo 4 del libro III de L ’A ncie n Régim e et la


Rév olution se titula: “Que el reino de Luis XIV ha sido la
época más próspera de la antigua monar quía, y cómo esta
mis ma pros pe ridad apresuró la re volución” (O. C., t. II, lv
vol., págs . 218- 225). Es ta ide a, que en esa época era re lati­
vamente nue va, ha sido re tomada por los historiadores mo­
dernos de la Re volución. A. Ma thie z escribe: “La Re volución
estallará, no en un país agotado, sino por el contrario en un
pais floreciente, en pleno desarrollo. La miseria, que de termina
a veces revueltas, no pue de provocar los graneles trastornos
sociales. Estos nacen siempre de l de s e quilibrio de las clases”
(L a Rév olution Franpais e , tomo I. L a Chute de la Roy auté,
París, Armand Colin, 1951, 1? e dición en 1921, pág. 13). Esta
ide a aparece más de te rminada y de tallada por Eme s t Labrous-
se en su gran obra: L a Cris e de l’économ ie franfais e á la fin
de l'A nc ie n Régim e et tiu de but de la Rév olution, París, P.U.F.,
1944.
una de las tasas de cre cimie nto más e levadas de E u r o p a .11
Por otra parte , la Re volución Rus a ha come nzado con una
r e be lión contra las ins titucione s políticas de l Antiguo Ré g i­
me n, en el s e ntido en que se ha bla de l Antiguo Régime n a
propós ito de la Re volución France sa. Si se le hubie s e obje ­
tado que el par tido que as umió el pode r en Rus ia a fir mó una
ide ología muy dis tinta, ha br ía r e s pondido que a sus ojos la
característica de las re volucione s de mocráticas era a fir ma r la
libe r ta d y de hecho tende r a la ce ntr alización polític a y a d­
minis tr ativa. T ocque ville no ha br ía te nido ninguna dific ulta d
en inte gr ar estos fe nóme nos en su s is te ma; por otra parte ,
var ias veces evocó la pos ibilid a d de u n Es tado que inte ntar ía
dir ig ir e l conjunto de la e conomía.

11 De 1890 a 1913 se duplicó el núme r o de obreros de la


indus tria rusa, que pas ó de 1,5 a 3 millone s . La producción
de las empresas indus triales se multip lic ó por cuatro. La pro­
ducción de car bón pas ó de 5,3 a 29 millone s de tone ladas , la
de acero de 0,7 a 4 millone s de tone ladas , la de pe tróle o de
3,2 a 9 millone s de tone ladas. E n valor constante , de acuerdo
con Prokopowicz, el ingreso nacional aume ntó globalme nte en
un 40 %, y por persona e n un 17 % entre 1900 y 1913. Los
progresos de la e ducación fueron igualme nte considerables. En
1874 sólo el 21,4 % de los hombre s sabían leer y escribir, y
en 1914 esa cifra se ha bía e levado al 67,8 % . De 1880 a
1914 el núme r o de alumnos de las clases e leme ntales pas ó de
1.141.000 a 8.147.000. En 1899, e n su obr a acerca de E l ca­
pitalis m o en Rus ia, Le nin obs ervaba que los progresos de la
indus tria e ran más veloces en Rus ia que en Eur opa occide n­
tal, y aun que en Estados Unidos . Agre gaba: “El desarrollo
del capitalis mo en los países jóvenes es muy acele rado, gracias
a la ayuda y el e je mplo de los países más antiguos ”. Un eco­
nomis ta francés, Edm o nd T héry, de regreso de un largo viaje
de estudios a Rus ia, escribía en 1914 en un libro titulado
L a T rans form aron économ ique de la Russie : “Si en las gran­
des naciones europeas las cosas ocurren entre 1912 y 1950,
como entre 1900 y 1912, hacia me diados de este siglo Rus ia
dominará a Eur opa, tanto desde el punto de vista político como
e conómico y financie ro”. Las características de l cre cimie nto r u­
so antes de 1914 eran:
La muy importante par ticipación de l capital extranjero (lo
que se tr aducía en el plano de l inte r cambio e n u n importante
déficit de la balanza come r cial);
La es tructura muy mode rna y muy concentrada de l capita­
lismo;
La gran influe ncia de l estado zarista tanto en la creación
de la infrae s tructura como en la or ganización de los circuitos
financieros.
En la perspectiva de su te oría, la Re volución Rus a es el
de rrumbe de las ins titucione s políticas de l Antiguo Régime n
en una fase de mode r nización de la socie dad. Es ta e xpos ición
se vio favore cida por la pr olongación de una guerra. De s e m­
bocó en un gobie rno que . al mis mo tie mpo que adhie r e al
ide al de mocrático, lle va a su extremo la ¡dea de la ce ntr ali­
zación adminis tr ativa y de la ge s tión estatal de l conjunto de
la socie dad.
*

Dos alte rnativas han obs es ionado a los his toriadore s de la


Re volución France- a. ¿Se trataba de una catástrofe o de un
hecho benéfico, de una ne ce s idad o de un accide nte ? Toc-
que ville re hús a a fir ma r una u otra de la« tesis extremas. A sus
ojos, la Re volución Francesa no es e videntemente un accide n­
te puro y s imple ; era necesaria, en el s e ntido de que un día
u olro e l movimie nto democrático de bía de s bordar a las ins ­
titucione s de l Antiguo Régime n; pero no era necesaria, en la
for ma exacta que adoptó y en el de talle de sus episodios .
¿Fue be néfica o catas trófica? T ocque viile re s ponde ría proba­
ble me nte que fue ambas cosas al mis mo tie mpo. Más exac­
tame nte , en su libr o apare cen todos los e leme ntos de la crí­
tica practicada por los hombres de derecha con respecto a la
Re volución Francesa; y hallamos s imultáne ame nte la jus tifi­
cación me diante la his toria, o a veces me diante lo ine vitable ,
de lo que ha ocurrido, con e l s e ntimie nto de nos talgia de que
las cosas no se hayan de s ar rollado de otro modo.
La crítica de la Re volución Francesa se re fie re ante todo
a los hombre s de letras , a los que en e l s iglo xvm se de no­
mina ba filós ofos , y que en el siglo xx re ciben el nombre de
inte lectuale s . Los filós ofos , los hombres de letras o los in ­
tele ctuales de bue na gana se critican unos a otros. Tocque-
ville come nta el pa pe l que repre se ntaron los escritores en
Fr ancia durante el siglo xvm, y e n la Re volución, de l mis mo
modo que continuamos come ntando, con admir ación o pesar,
e l pape l que re presentan hoy.
“Los escritores no s ólo aportaron sus ide as al pue blo que
la hizo [ a la Re volución] le infundie r o n su tempe rame nto y
su humor . Bajo su prolongado impe rio, falta nd o totalme nte
otros guías , en me dio de la ignor ancia profunda que inducía
a vivir de la práctica, toda la nación, a l leerlos, acabó por
a dquir ir los ins tintos , el giro e s pir itual, e l gusto y has ta los
defectos naturale s de los que escriben, de modo que cuando
al fin tuvo que actuar, trans portó a la política todos los h á­
bitos de la lite ratura.
"Cua ndo se e s tudia la his toria de nue s tra Re volución, se
advie rte que se la r e alizó pre cis ame nte con e l mis mo e s pír itu
que indujo a es cribir tantos libros abstractos acerca de l go­
bie rno. La mis ma inclina c ión a las teorías generales, los sis­
temas le gis lativos inte grale s y la exacta s ime tr ía de las leyes;
e l mis mo me nospre cio hacia los hechos concretos; la mis ma
confianza en la teoría, el mis mo gusto por lo or iginal, lo in ­
genioso y lo nue vo en las ins titucione s ; el mis mo deseo de
re organizar s imultáne ame nte la cons titución toda, de acuer­
do con las re glas de la lógica, y s e gún un pla n único, en
lugar de tratar de me jor ar la en sus partes. ¡T e rrible espec­
táculo! Porque lo que es cua lida d en e l escritor a veces es
vicio en el estadista, y las mis mas cosas que a me nudo per­
mitie ron e s cribir hermosos libros pue de n provocar grandes re­
voluciones ” (O. C., t. II, 1er. vol., pág. 200).
Este texto ha or iginado una lite r atur a comple ta. E l pr ime r
tomo de la obra Les Origine s de la France conte m poraine de
T aine , por e je mplo, no es más que el de s arrollo de este tema
de los pe rjuicios provocados por los escritores y los hombre s
de letras. 18
T ocque ville de s ar rolla su crítica analizando lo que él de ­
nomina la ir r e ligión profunda que se ha bía difund id o en una
parte de la nación france sa. Cre ía que la conjunción del es­
pír itu re ligios o y el e s píritu de libe r tad era el fundame nto
de la de mocracia libe r al norte ame ricana. Como exacta con­
traparte, halla mos en L ’A nc ie n Rég im e e t la Rév olution la
indicación de una s ituación op ue s ta .13 E l sector de país que

12 H. T aine , Les Origine s de la France conte m poraine , París,


Hache tte , 1876- 1893. La obra de T aine compr e nde tres par ­
tes: I, L ’A ncie n Régim e (2 volúme ne s ); II, La Rév olution
(6 volúme ne s ). III, Le Rég im e inode m e (3 volúme ne s >. Las
páginas acerca del pape l de los intelectuale s en la crisis de l
Antiguo Régime n y la e volución de la Re volución aparecen
en los libros III y IV, de la prime ra parte . Estos libros se
titulan: "E l es píritu y la doctrina”, “L i difus ión de la doc­
tr ina”. Véanse sobre todo los capitulos 2 (E l e s píritu clás ico),
3 y 4 de l libr o III.
Para corregir lo que esta inte r pr e tación tiene de excesivo,
es necesario leer el excelente libr o de D. Mornet, Les Origine s
inte lle ctue lle s de la Rév olution, Paris, 1933. D. Mome t de mue s ­
tra que , en me dida muy cons ide rable los escritores y los hom­
bres de letras no se as e me jaban a la image n que ofrecen
T ocque ville y T aine.
13 OEuv re s com plHe s , tomo II, L'A ncie n Régim e et la Ré-
c olution, 1er. vol., pág. 202 y siguientes. El capítulo 2 del
ha bía adoptado la ide ología de mocrática, no sólo ha bía pe r­
dido la fe, sino que adoptaba posturas anticlericales y a nti­
rreligiosas . Por otra parte . T ocque ville manifie s ta profunda
admir ación por el clero de l Antiguo Régime n 14 y expresa,
e x plícitame nte y con altur a, el pesar de que no haya sido po­
s ible s alvaguardar, por lo me nos en parte, el pape l de la
aristocracia en la socie dad mode rna.
Es ta tesis, que no forma parte de las ide as de moda, es
muy característica de T ocque ville .
‘'Se percibe, escribe T ocque ville , al leer sus cuadernos [ pre ­
sentados a los E- tados Ge nerales por la noble za] , m me dio
de sus pre juicios y sus defectos, el e s píritu y algunas de las
grandes cualidade s de la aristocracia. Habr á que lame ntar siem-
pre que en lugar de someter a e^ta noble za al impe rio de las
leyes, se la haya abatido y des arraigado. Al actuar as í, se
ha quitado a la nación una parte necesaria de su s us tancia, e
infe r ido a la libe r tad una he rida que 110 curará ja m á s Una
clase que ha sido durante siglos la prime ra adquie re , en este
prolongado e indis cutido uso de la grande za, cierto or gullo
de l corazón, una confianza na tur al en sus fue r zas el hábito
de ser cons iderada, todo lo cual ia convierte en el punto más
resistente de l cuerpo s ocial. No s ólo tie ne costumbres viriles .
Aume nta con su e je mplo la v ir ilid a d de las re- tantes clases.
Si se la e xtirpa, se enerva a su- propios ene migos. Nada po­
dr ía re e mplazarla de l todo, y e .la mis ma sería incapaz de re­
nacer: pue de re cuperar los títulos y los bie nes, pero no el
a lma de sus padres"’ (O. C.. t. II, 1er. voL. pág. 170).
E l s ignificado s ociológico de este pas aje es que para s al­
vaguardar la libe r tad en la s ocie dad de mocrática, es nece­

libro III se titula: “Cómo la irre ligión pudo convertirse en


una pas ión general y dominante en los franceses de l siglo x vm,
y qué clase de influe ncia ejerció este fe nóme no sobre el carác­
ter de la Re volución”.
14 "Ignor o si, cons iderando todos los factores, y a pesar de
los evidentes vicios de algunos de sus miembros , jamás hubo
en el mundo un clero más notable que el clero católico de
Francia en el mome nto en que la Re volución lo sorprendió,
más esclarecido, más nacional, menos re fugiados en las meras
virtude s privadas , y aún dotado de virtude s públicas y al mis ­
mo tie mpo de más fe : la pers ecución lo demostró. He come n­
zado el estudio de la antigua s ocie dad colmado de prejuicios
contra él; lo concluí colmado de respeto” (O. C., tomo II,
le r . vol., pág. 173).
s ario que los hombre s pos e an e l s e ntido y el gusto de la l i­
be rtad.
Bernano3 ha dicho, en páginas que cie rtame nte carecen de l
a nális is preciso de T ocque ville , pero que lle gan a la mis ma
conclus ión, que no basta te ne r ins titucione s de libe r tad, elec­
ciones, partidos , par lame nto, y que por e l contrario es ne ­
cesario también que los hombre s pos e an cierto gusto de la
inde pe nde ncia, cierto s e ntido de la re siste ncia a l pode r par a
que la libe r tad sea auténtica.
E l juicio de T ocque ville acerca de la Re volución, los sen­
timie ntos que lo a nim an respecto de e lla son e xactamente los
que Augus to Comte ha br ía de nominado abe rrante s . A los ojos
de Augus to Comte , la te ntativa de la Cons tituye nte estaba
conde nada por que apuntaba a una síntes is entre las ins titu­
ciones teológicas y fe udale s de l Antig uo Régime n y las ins ti­
tucione s de los tie mpos mode rnos . Ahor a bie n, a fir ma ba Com­
te con su ha b it ua l intrans ige ncia, la s íntesis de ins titucione s
de r ivadas de modos de pe ns ar r adicalme nte opuestos es im ­
pos ible . Por su parte , T ocque ville ha br ía des e ado pre cis a­
me nte , no que e l movimie nto de mocrático re spetase las ins ­
titucione s de la antigua Fr ancia — e l movimie nto era irresis­
tible — s ino que conservase todo lo pos ible las ins titucione s
de l Antiguo Régime n, bajo la forma de la mona r quía , y tam­
bién de l e s píritu aris tocrático, para contr ibuir a la s alvaguar­
d ia de las libe r tade s en una s ocie dad cons agrada a la bús ­
que da de l bie ne s tar y conde nada a la re volución social.
Par a un s ociólogo como Comte , la s íntesis de la Cons titu­
yente era impos ible desde e l pr incipio mis mo. Para un soció­
logo como T ocque ville , esta síntesis, pos ible o no — él mis mo
no de fine ese punto— e n todo caso ha br ía s ido de s e able . De s ­
de e l punto de vis ta político, T ocque ville apoyaba la pr ime r a
re volución france sa, la de la Cons tituye nte , y hacia ese pe ­
r íodo se dir ige su pe ns amie nto nos tálgico. A sus ojos, el gr an
mome nto de la Re volución Francesa y de Francia está repre­
s e ntado por los años 1788- 1789, el mome nto e n que los fr an­
ceses e s taban animados por una confianza y una e s pe ranza
ilim it a d a .
“ Xo creo que en ning- '.n mome nto de la his tor ia se haya
visto, en un punto dado de la tie rra, a un núme r o tal de hom­
bres, tan s ince rame nte apas ionados por e l bie n público, olvi­
dados tan r e alme nte ce sus intereses, tan absortos e n la con­
te mplación de un gran pla n, tan resueltos a arries gar todo lo
que los hombre s má- apr e cian e n la vida, y a r e alizar los
mayores esfuerzos para elevarse por e ncima de las me zquinas
pas iones de su corazón. De ese fondo común de pas ión, do
coraje y abne gación s urgieron todas las grandes acciones que
caracte rizan a la Re volución Francesa. Es te espectáculo duró
poco, pero mostró incompar able s be lle zas ; jamás se bor r ar á
de las me morias de los hombre s. Todas las nacione s e xtran­
je ras lo conte mplaron, todas lo aplaudie r on y se conmovie­
ron. No bus quéis un punto tan le jano de Eur opa donde no se
lo percibiese y donde no nacie ra la admir ación y el respeto;
no lo hay. Entre esta multit ud inme ns a de recuerdos pa r ti­
culare s que los conte mporáne os de la Re volución nos de ja­
ron, jamás ha llé uno en que la image n de estos primeros
días de 1789 no dejase un rastro imbor r able . Por doquie r
comunica el pe r fil, la vivacidad y la frescura de las e mocio­
nes de la juve ntud. Me atrevo a de cir que no hay un pue blo
sobre la tierra que pudie s e ofrecer espectáculo tal. Conozco
a mi nación. Sé muy bie n cuáles son sus errores, sus faltas ,
sus de bilidade s y sus mis e rias ; pero también sé de lo que es
capaz. Ha y empresas que sólo la nación france sa pue de con­
cebir, re soluciones magnánimas que sólo e lla se atreve a adop­
tar . Sólo e lla pue de mostrarse dis pue s ta a abr azar cierto d ía
la causa común de la huma nida d y a que re r combatir por
e lla . Y si está s uje ta a profundas caídas, tie ne impuls os su­
blime s que la elevan en un movimie nto has ta una altur a que
otro pue blo no alcanzará ja más ” (O. C., t. II, 2" vol., págs .
132- 133).
Se advierte aquí cómo T ocque ville , a quie n se atr ibuye — y
con razón— una actitud crítica respecto de Fr ancia, cuya evo­
luc ión comparaba con la de los países anglos ajone s , lam e n­
tando que no hubies e conocido una his toria seme jante a la
de Inglate r r a o de Es tados Unidos , al mis mo tie mpo está
dis pue s to a trans formar la autocrítica en autoglorificación.
Es ta expres ión “únicame nte F r a n c ia ...” evoca muchos dis­
cursos acerca de la vocación or iginal de este país . Tocque ­
ville procura confe rir in t e lig ib ilid a d sociológica a los acon­
tecimie ntos ; pero en él, como en Monte s quie u, en el trasfon-
do está la ide a de l carácter nacional.

Por otra parte, este te ma de l carácte r nac iona l inte r vie ne


con un sesgo preciso en su obra. En el capítulo acerca de
los hombres de letras (Lib r o III. cap. I) , T ocque ville re hús a
la e xplicación de l carácter nacional. Por e l contrario, afir ma
que e l pape l representado por los inte lectuale s nada tiene que
ver con el e s píritu de la nación france sa, y que se e xplica
más bie n por las condiciones sociales. Porque no e xis tía li­
be r tad política, porque no par ticipaban de la práctica, y eran
tan ignorante s de los proble mas re ales de l gobie rno, los h o m ­
bres de letras se pe rdie ron e n te orías abstractas.
Es te capítulo de T ocque ville es el or ige n de un anális is ,
que hoy está muy de moda, acerca de l pape l de los inte le c­
tuale s en las sociedades que se e ncue ntran e n vías de mo­
de r nización, en las que e fectivame nte carecen de e xpe rien­
cia de los proble mas de gobie r no y e s tán s aturados de ide o­
logía.
E n compe ns ación, cuando trata de la Re volución France s a
y de su pe ríodo de gr ande za, T ocque ville se in c lin a a dib u­
ja r una suerte de re trato s intético s e gún e l e s tilo de Montes-
quie u. Es te re trato s intético es la de s cr ipción de l modo de
conducta como una e x plicación fin a l, pue s es tanto u n re­
s ultado como una causa. Pe ro es s uficie nte me nte or iginal, su*
ficie nte me nte e s pecífico par a que e l s ociólogo pue da, a l cabo
de su anális is , r e unir sus observaciones en u n re trato de con­
junto. 15

E l s e gundo tomo de L ’A nc ie n Rég im e e l la R é v o lutio n ha­


br ía pre s e ntado e l de s ar rollo de los aconte cimie ntos , es d e ­
cir, la Re volución, e x aminando e l pa pe l de los hombre s , lo»
accide ntes y e l azar. E n las notas que se publicar on hay mu­
chas indicacione s acerca de l pape l de los sectores y los in ­
dividuos :
“ Lo que me impr e s iona más , no es tanto e l ge nio de los
que s irvieron a la Re volución que r iéndolo, como la s ingular
imbe c ilida d de los que fa c ilitar on su adve nimie nto s in q ue ­
re rlo. Cuando cons ide ro la Re vo luc ión France s a, as ombra la
gr ande za pr odigios a de l aconte cimie nto. Su e splendor, que se
ha manife s tado has ta los últ imos extremos de la tie rra, su
pode r que ha conmovido más o me nos a todos los p u e b lo s
"Ex a min o lue go esta corte, que tuvo una parte tan isa-
portante en la Re volución, y pe r cibió las imáge ne s más co-

19 Este retrato s intético apare ce hacia e l fina l de L ’A ncie n


Régim e e t la Rév olution. Comie nza con estas palabr as : "Cu a n­
do considero en sí mis ma a esta nación la e ncuentro más ex­
traordinaria que ninguno de los aconte cimie ntos de su his toria.
Acaso jamás existió sobre la tie rra. . ( O. C., tomo II, 1er.
vol., págs . 249 y 25 0). T ocque ville lo expresa as í: “ Sin una
image n clara de la antigua socie dad, de sus leyes, sus vicios,
sus prejuicios , sus miserias, y su grande za, sería impos ible com­
pre nde r lo que hicie r on los franceses e n el curso de los sesenta
años que siguieron a su caída; pero esta image n a ún no bas­
taría si no se penetrase has ta la esencia mis ma de nue s tra
nación”.
rrie nte s que pue de n descubrirse e n la his toria: minis tros des­
concertados o torpes, sacerdotes corrompidos, mujeres fútile s ,
cortesanos temerarios o concupiscentes, u n rey que s ólo tie ne
virtude s inút ile s o peligrosas. Sin e mbargo, veo que estos
me zquinos pers onaje s fa c ilit an , impuls a n, pre cipitan estos
aconte cimie ntos inme ns os ” (O. C., t. II, 2S vol., pág. 116).
Es te texto br illa nt e tie ne no s ólo un valor lite rario. A mi
juicio, contie ne la vis ión de conjunto que T ocque ville nos h a ­
br ía ofre cido si hubie s e podido comple tar su libr o . De s pués
de habe r s ido s ociólogo en e l e s tudio de los orígenes y de
ha be r de mos trado cómo la s ocie dad pos te rior a la r e volución
e s taba pre parada en cons ide rable me dida por la s ocie dad pre-
re volucionaria, por obr a de la unifor mida d y la ce ntraliza­
ción adminis tr ativa, ha br ía tr atado lue go de seguir e l curso
de los aconte cimientos , s in s upr imir lo que , tanto par a Mon-
te s quie u como para él, era la his tor ia mis ma, es decir, lo
que ocurre en una coyuntura dada, h a lla series continge nte s
o decisiones adoptadas por los individuos , y fácilme nte pe r­
mite conce bir otras. E n un pla no apare ce la nece s idad de l
movimie nto his tórico, y en otro volve mos a h a lla r e l pape l
de los hombres.
Par a T ocque ville , e l he cho e s e ncial era e l fracaso de la
Cons tituye nte, es decir, e l fracaso de la síntesis entre las vir ­
tude s de la aris tocracia o de la mona r quía y el movimie nto
de mocrático. E l fracaso de esta síntesis era, en su opinión,
la fue nte de la dific ulta d par a h a lla r u n e quilibr io político.
T ocque ville creía que la Fr ancia de su tie mpo ne ce s itaba una
mona r quía ; pero pe r cibía la de b ilid a d - del s e ntimie nto mo­
nár quico. Cre ía que no sería pos ible e s tabilizar la libe r tad
po lític a si no se po nía tér mino a la ce ntr alización y la u n i­
for mida d limitativa. Ahora bie n, esta ce ntr alización y este
de s potis mo adminis tr ativos le pare cía vinculados con e l mo­
vimie nto democrático.
E l mis mo anális is que e x plicaba la vocación lib e r a l de la
de mocracia norte ame ricana, des tacaba los pe ligros e manados
de la aus e ncia de libe r tad en la Fr ancia de mocrática.
“ En re s umen, escribe T ocque ville en una frase muy carac­
terística de la actitud polític a de los hombres de l centro y
de su crítica a los extremos, concibo has ta ahora que un hom­
br e esclarecido, dotado de bue n s e ntido y de bue nas inte n­
ciones, se convie rta en r a dic al e n Inglate rr a. Ja más he con­
ce bido la r e unión de estas tres cosas e n e l r a dic al francés ”.
Una br oma de esa clase común hace tre inta años, a propó­
s ito de los nazis : todos los ale mane s e ran inte lige nte s , ho­
nestos e hitle rianos , pe ro jamás te nían s imultáne ame nte más
que dos de estas cualidade s . T ocque ville de cía que u n hombre
esclarecido, dotado de bue n s e ntido y de bue nas inte ncione s
no podía ser r a dic al en Francia. S i un r a dic a l era hombre
culto y de bue nas inte ncione s , care cía de bue n s e ntido. Si
e ra culto y te nía bue n s e ntido, care cía de bue nas inte ncione s .
Se sobre e ntie nde que e n polític a el bue n s e ntido es obje to
de juicios contradictorios e n func ión de las pre fe re ncias de
cada uno; Augus to Comte no ha br ía vacilado e n afir ma r que
la nos talgia de T ocque ville por la s íntesis de la Cons tituye nte
e s taba des provista de bue n se ntido.

E L T IP O ID E A L DE LA S OCIE DAD DE MOCRAT ICA

E l prime r volume n de L a Dém ocratie e n A m é rique y L 'A n ­


cle n Réig m e e t la R é v o lutio n de s ar rollan dos aspectos de l mé ­
todo sociológico de Ale x is de T ocque ville : por una parte , el
re trato de una s ocie dad dada, la s ocie dad nor te ame r icana;
por otra, la inte r pr e tación s ociológica de una crisis his tór ica,
la de la Re volución France sa. E l s e gundo volume n de L a Dé­
m ocratie e n A m érique es e xpre s ión de u n tercer método, ca­
racterís tico de l autor: la cre ación de un a suerte de tipo ide al,
la s ocie dad de mocrática, a pa r tir de l cual se de duce n algunas
de las tende ncias de la s ocie dad futur a.
E l s e gundo tomo de L a Dém ocratie e n A m é rique difie r e en
efecto, de l prime ro por e l método utiliza d o y los proble mas
propuestos. Se trata casi de lo que podr íamos de nominar una
e xpe riencia me ntal. T ocque ville e labora inte le ctivame nte los
rasgos estructurales de una s ocie dad de mocrática, y la de fine
me diante e l de s dibujamie nto progresivo de las dis tincione s
entre las clases y la creciente unifo r mida d de las condicione s
de vida. Lue go propone s uce sivamente estos cuatro proble mas :
¿Cu ál es la s olución de l movimie nto inte le ctual, de los sen­
timie ntos de los norte ame ricanos , de las costumbres pr opia ­
me nte dichas , y fina lme nt e de la s ocie dad polític a ?
Se trata de una empresa d ifíc il e n sí mis ma, y aun pue de
afirmars e que ave nturada. Ante todo, no está de mos trado que
a pa r tir de los rasgos e structurale s de una s ocie dad de mocrá­
tica, sea pos ible de te r minar los pe r file s de l movimie nto inte ­
le ctual o la naturale za de las costumbres.
Si nos propone mos una s ocie dad de mocrática e n la cual
h a n de s apare cido casi totalme nte las dis tincione s e ntre las cla­
ses y las condiciones , ¿pode mos sabe r de ante mano qué ca­
racte rís ticas as umir án la r e lig ión, o la e locue ncia pa r lame n­
tar ia, o la poe s ía, o la pros a? Ahor a bie n, tales son los in.
terrogantes formulados por T ocque ville. E n la je rga de la so­
ciología mode rna, estos proble mas pertenecen a la s ociología
de l conocimie nto. ¿En qué me dida e l contexto social de te rmi­
na la forma que adoptan dife re nte s actividade s inte lectuale s ?
Una sociología de l conocimie nto de este tipo posee carácter
abstracto y ale atorio. La prosa, la poe sía, e l teatro y la elo­
cue ncia parlame ntar ia de las difere nte s sociedades de mocrá­
ticas sin duda serán tan heterogéneas en el porve nir como lo
fue r on en los siglos anteriores estas actividade s inte lectuale s .
Ade más , los rasgos estructurales de la socie dad de mocráti­
ca que T ocque ville adopta como punto de par tida pue de n es­
tar vinculados unos a las par ticular idade s de la socie dad nor­
teame ricana, y otros ser ins e parable s de la esencia de la so­
cie dad de mocrática. Es ta ambigüe dad implica una incertidum-
bre acerca de l grado de ge ne ralidad de las respuestas que
T ocque ville pue de ofrecer a los intrrogantes que él mis mo ha
fo r m u la d o .16
Las respuestas a las pre guntas for muladas en el segundo
volume n corres ponderán unas veces al orden de la te nde ncia,
y otras al orden de la alte rnativ a. La política de una socie­
dad de mocrática será de s pótica, o libe r al. A veces, ocurre

18 T ocque ville tiene cabal conciencia de esta dificultad. En


la adve rtencia que inicia el s e gundo volume n de La Dcmo-
cratie e n A m érique , escribe: “ Es necesario que advierta in ­
me diatame nte al lector contra un error que me parece muy
pe rjudicial. Al verme atr ibuir tantos y tan dis tintos efectos
a la igualdad, podr ía llegar a la conclus ión de que yo veo en
la igualdad la causa única de todo lo que ocurre en estos tie m­
pos. Ello implicar ía atribuirme una visión muy estrecha. En
nuestro tie mpo hay multitud de opinione s , de s entimientos y
de instintos que nacieron a causa de hechos ajenos o aún con­
trarios a la igualdad. Asi, si por e je mplo tomase el caso de
Estados Unidos , demostraría fácilme nte que la naturaleza del
país , el origen de sus habitante s , la re ligión de los primeros
fundadore s , las luces adquir idas , sus hábitos anteriores, han
e jercido y ejercen aún, inde pe ndie nte me nte de la de mocracia,
una inme ns a influe ncia sobre su modo de pensar y de sentir.
Hallar íamos en Europa causas dis tintas pero tambié n evidentes
de l fe nóme no de la igualdad, y ellas e xplicarían una gran parte
de lo que ocurre allí. Reconozco la existencia de todas estas
difere nte s causas y su pode r, pero no me he propue s to hablar
de este asunto. No he pre te ndido demostrar la r azón de todas
nuestras inclinaciones y tod\ s nuestras ideas; sólo quise de mos ­
trar de qué modo la igualdad había modificado unas y otras "
(O. C., tomo I, 2? vol., pág. 7 ).
también que no es pos ible ofrecer ninguna respuesta a un in ­
terrógame for mulado en términos tan generales.
Los juicios acerca de l se gundo volume n de L a Dém ocraiie
e n A m é rique var ían mucho. Desde la apar ición de l libro, se
for mular on críticas te ndie nte s a ne gar le el mérito que se ha bía
re conocido al pr ime r volume n. Pue de afirmars e que Tocque ­
ville se s upera a sí mis mo, en todos los s entidos de la expre­
s ión. Es más que nunca él mis mo, y revela una enorme capa­
cidad de reconstrucción o de de ducción a par tir de un re duci­
do núme r o de hechos, cualidade s que a veces los s ociólogos
a dmir a n y que los his toriadore s más a me nudo de plor an.

E n la prime ra parte de l libr o , consagrada a de te rminar las


consecuencias de la s ocie dad de mocrática para e l movimie nto
inte le ctual, T ocque ville e x amina la actitud con respecto a las
ide as , la r e ligión y los difere nte s géneros lite rarios , la poe s ía,
e l teatro y la elocue ncia.
E l titulo de l capítulo 4 de l lib r o I re cue rda una de las
comparacione s pre fe ridas de T ocque ville acerca de los fr a n­
ceses y los norte ame ricanos : “ Por qué los norte ame ricanos
nunca fue ron tan apas ionados como los franceses por las ide as
generales en mate ria política ” ( O. C., t. I, 2? vol., pág. 2 7 ).
A esta pre gunta T ocque ville re s ponde así:
“ Los norte ame ricanos for man un pue blo de mocrático que
s ie mpre dir igió por sí mis mo los asuntos públicos , y nosotros
somos un pue blo de mocrático que durante mucho tie mpo s ó'o
pudo pens ar el me jor modo de mane jarlos . Nue s tro estado so­
cia l nos lle vaba ya a conce bir ide as muy generales acerca de l
gobie rno, pero nues tra cons titución polític a nos impe día rec­
tific a r estas ide as me diante la e xpe riencia y a des cubrir pau­
latiname nte sus defectos, mie ntras que en los norte ame ricanos
estas dos cosas se e quilibr a n s in cesar y se corrige n na tur a l­
me nte ” ( Ib'uL, pág. 27 ).
Es ta e x plicación, que pertenece a la s ociología de l cono­
cimie nto, es de tipo e mpír ico y s imple . Los franceses han
a dquir ido inclina c ión a la ide ología porque durante siglos no
pudie r on ocuparse re alme nte de los proble mas públicos . Es ta
inte r pr e tación tie ne gr an alcance . De modo ge ne ral, los jóve ­
nes es tudiante s tie ne n más teorías e n mate ria política cuanto
me nor su e xpe riencia de l asunto. Pe rs onalme nte , sé que a la
e dad en que afir maba las teorías más seguras en mate ria po­
lít ic a , carecía totalme nte de e xpe riencia acerca de l modo de
practicar la política. Se trata casi de una re gla de l compor­
tamie nto político ide ológico de los individuos y los pueblo.1.
En el capítulo 5 de l libr o I, T ocque ville de s ar rolla una inte r ­
pre tación de ciertas creencias re ligios as en función de la so­
cie dad. Es te anális is de las re lacione s entre los ins tintos de­
mocráticos y e l modo de la cre e ncia re ligios a lle ga lejos, y
no carece de interés; pe ro también es ale atorio.
"Lo que dije antes, que la ig ualda d lle va a los hombre *
hacia las ide as muy generales y muy amplias , de be entenderse
pr incipalme nte en lo que se re fie re al aspecto re ligioso. Los
hombres semejantes e iguales concibe n fácilme nte la ide a de
un Dios único, que impone a todos las mis mas reglas, y les
concede la fe licidad futur a al mis mo precio. La ide a de la
unida d de l género humano los re mite s in cesar a la ide a de
la unid a d de l Creador. Por e l contrario, los hombre s que están
muy separados entre sí, y que son muy dis ímile s , lle gan sin
d ific ult a d a conce bir tantas divinidade s como pue blos , castas,
clases y fa milias , y a de line ar m il caminos particular e s para
lle gar al cie lo” (Ib íd ., pág. 3 0 ).
Este texto presenta otra mo da lid ad de inte r pr e tación que
se re laciona con la s ociología de l conocimie nto. La creciente
unifor m id a d de los grupos cada vez más numerosos de in d i­
viduos , no inte grados en grupos s eparados , los induce a con­
ce bir al m ismo tie mpo la unida d de l género humano y la
unid a d de l Creador.
T ambién en Augus to Comte ha llamos e xplicacione s de este
género. Cie rtame nte , son mucho más s imple s . Este género de
anális is ge ne ralizador ha indis pue s to con r azón a muchos his ­
toriadores y sociólogos.
T ocque ville s e ñala también que una socie dad de mocrática
tie nde a creer en la pe r fe ctibilidad inde finid a de la na tur a­
leza humana. En las sociedades democráticas r e ina la movi­
lid a d s ocial, y cada individuo abr iga la esperanza o tie ne la
pers pectiva de elevarse en la je r ar quía s ocial. Una sociedad
e n la cual es pos ible ascender tie nde a concebir, en el plano
filos ófico, una ascensión comparable para la huma nida d en
gene ral. Una s ocie dad aris tocrática, en la cual cada uno re­
cibe su condición al nacer, cree difícilme nte en la pe rfe cti­
b ilid a d in de finida de la huma nida d, porque esta creencia se
contradir ía con la fór mula ide ológica sobre la cual reposa.
Por el contrario, la ide a de progreso casi está cons us tanciada
con la s ocie dad de mocrática.17
E n este caso, no s ólo pres e nciamos e l paso de la organiza­

17 Primera parte, capítulo V III: “Cómo la igualdad sugiere


a los norteamericanos la ide a de la pe rfe ctibilidad inde finida de l
hombr e ” (O. C., tomo I, 2« vol., págs . 39- 40).
ción social y la ide ología, de modo que esta últ im a es fu n­
dame nto de la prime ra.
T ambié n en otro capitulo T ocque ville afir ma que los nor­
te ame ricanos tie nde n a b r illa r más en las cie ncias aplicadas
que en las fundame ntale s . Es ta propos ición ya no es válida
hoy, pero lo ha s ido dur anle un prolongado período. En su
pr opio es tilo, T ocque ville de mue s tra que una s ocie dad de mo­
crática, pre ocupada e s e ncialme nte de l bie nestar, no puede con­
ceder a las ciencias fundame ntale s e l mis mo inte rés que una
socie dad de tipo más aris tocrático, donde los que se consa­
gr an a la inve s tigación son hombre s ricos que tie ne n pos ibi­
lidade s de ocio.18
Aún pode mos citar la de s cripción de las re lacione s entre
democracia, aristocracia y poe s ía.19 Algunas líne as mues tran
clarame nte cuáles pue de n ser los impuls os de la imaginac ión
abs tracta:
“ La aris tocracia lle va naturalme nte a l e s píritu huma no a
la conte mplación de l pas ado y lo fija . Por e l contrario, la
de mocracia infunde e n los hombre s una suerte de disgusto
ins tintivo hacia lo antiguo. En esto, la aristocracia es mucho
más favorable a la poesía, pues a me dida que se ale jan las
cosas s uelen agrandars e y se ve lan; y desde este doble punto
de vista, se acercan más a la image n de lo ide al” (O. C., t. I,
2* vol., pág. 77).
Ve mos a quí cómo es pos ible , a par tir de un re ducido n ú­
me ro de hechos, cons truir una teoría que seria válida si s ólo
hubie s e una forma de poe sía, y sí ésta pudie s e flore ce r ú n i­
camente impuls ada por la ide alización de las cosas y de los
seres ale jados en el tie mpo.
As imis mo, T ocque ville destaca que los his toriadore s de mo­
cráticos te nde r án a e xplicar los aconte cimie ntos me diante las
fue rzas anónimas y los me canis mos irres is tibles de la necesi­
dad his tór ica; mie ntras que los his toriadore s aristocráticos
te nde r án a destacar el pape l de los grandes hombre s .20

18 Prime ra pir te , capítulo X: “Por qué los norteamericanos


tie nde n a la pr .ctica de las ciencias más que a la te or ía" (O. C.,
t. I, 2? vol., págs . 46- 52).
19P r im e r parte , capítulos X III al XIX, sobre todo el pr i­
me ro: “F ¿onomía lite raria de los siglos de mocráticos ”, y el
capítulo CVII: “Acerca de algunas fuentes de la poesía e n las
nacione s de mocráticas ”.
20 Primera parte , capítulo XX: "Ace rca de algunas te nde n­
cias propias de los historiadores en los siglos de mocráticos "
(O. C., t. I, 2» vol., págs . 89- 92).
Cie rtame nte , en eso te nía r azón. La teoría de la ne ces idad
his tór ica, que niega la e ficacia de los accidentes y los grandes
hombre s pertenece indudable me nte a la época de mocrática en
que vivimos .
En la segunda parte , T ocque ville procura, sie mpre par tie ndo
de los rasgos estructurales de la s ocie dad de mocrática, des­
tacar los s e ntimie ntos que serán fundame ntale s en toda so­
cie dad de este tipo.
En una s ociedad de mocrática r e inar á una pas ión de ig ual­
dad que se impondr á al gusto de la libe r tad. La socie dad se
pre ocupará más de e lim ina r las de s igualdade s entre los in d i­
viduos y los grupos que de mante ne r e l respeto de la le ga li­
da d y la inde pe nde ncia pe rs onal. La animar á la pre ocupación
de l bie ne s tar mate r ial, y s oportará una suerte de inquie tud
pe rmane nte en r azón de esta obs e sión de l bie ne s tar mate r ial.
E n efecto, el bie ne s tar mate r ial y la igualdad no pue de n crear
una s ocie dad serena y satisfe cha, porque cada uno se com­
par a con los demás y la pros pe ridad nunca está asegurada.
Pero, de acuerdo con T ocque ville , las sociedades de mocráticas
no s ufr ir án agitacione s ni cambios profundos .
T urbule ntas en lo s upe r ficial, se ve rán lle vadas a la libe r ­
tad, pe ro cabe temer que los hombres ame n la libe r tad más
como condición de bie ne s tar mate r ial que por sí mis ma. As í,
es conce bible que en ciertas circuns tancias , si parece que las
ins titucione s libre s funcionan ma l y compromete n la prospe­
r idad, los hombre s se inclina n a s acrificar la libe r tad con la
e speranza de cons olidar este bie ne s tar que pretenden.
En este punto, un texto es típico de l pe ns amie nto de Toc­
que ville :
“ La igualdad s uminis tra diar iame nte a cada individuo una
multitud de peque ños goces. Los e ncantos de la igua lda d se
manifie s tan constante mente, y e stán al alcance de todos. No
son ins e ns ible s a ellos si aún los más noble s corazones, y
re presentan las de licias de las almas más vulgares . Por con­
s iguiente , la pas ión que se or igina e n la ig ua ld a d debe ser
a l mis mo tie mpo enérgica y g e n e r a l...
“ Creo que los pue blos democráticos tie ne n una inclina c ión
na tur al hacia la libe r tad. Entre gados a sí mis mos , la buscan,
la aman y pe rcibe n con dolor que se los apar ta de e lla. Pero
alie ntan hacia la ig ualda d una pas ión ardie nte , ins aciable ,
eterna, inve ncible . Quie r e n la igua lda d en la libe r tad, y si
no pue de n obtene rla, la quie re n aún en la e s clavitud. Sufr i­
r án la pobreza, e l s ome timie nto, la barbarie , pe ro no sopor­
tar án a la aris tocracia” (O. C., t. I, 2? vol., págs. 103 y 104).
Pe rcibimos a quí dos de los rasgos de la for mación inteleo-
tua l de T ocque ville : la actitud de l aris tócrata de antigua fa ­
m ilia , s e ns ible al rechazo de la tr adición n o b ilia r ia que es
característica de las socie dades actuale s ; y también la influe n­
cia de Monte s quie u, e l jue go dialéctico en r e lación con lo»
dos conceptos de libe r tad y de igua lda d. En la te oría de los
regímenes políticos de Monte s quie u, la dialéctica e se ncial es,
en efecto, la de la libe r tad y la igua lda d. La libe r tad de las
monarquías se fund a e n la dis tinción e ntre los órde nes y e n
e l s e ntimie nto de l honor ; la igua lda d de l de s potis mo es la
igua lda d en la servidumbre . T ocque ville recoge la pr oble má­
tica de Monte s quie u, y de mue s tra cómo el s e ntimie nto pre­
dominante de las socie dades de mocráticas es la voluntad
abs oluta de igua lda d, lo que pue de lle var a ace ptar el some­
timie nto, pe ro no implica la servidumbre .
E n una s ocie dad de este orde n, todas las profe s iones s e rán
te nidas por honorables , porque en e l fondo todas tie ne n la
mis ma naturale za y todas son formas as alariadas . La socie­
dad de mocrática dice más o menos T ocque ville , es una ?o-
c’ ja d de l as alar iado unive rs al. Ahora bie n, una s ocie dad tal
tie nde a s upr imir las dife re ncias de natur ale za y de esencia
entre las actividade s de nominadas noble s y las actividade s
de nominadas no noble s. As !, la dis tinción entre el servicio
domés tico y las profesiones libre s tende rá a des aparecer pr o­
gre sivamente y todas las profe s iones vie ne n a convertirse en
jobs que apor tan cierto ingreso. Cie rtame nte , pe r dur arán des­
igualdade s de pre s tigio entre las ocupacione s , según la im ­
portancia de l s alar io as ignado a cada una de e llas , pero no
habr á dife re ncias de naturale za.
“ No hay profe s ión e n la que no se tr abaje por el dine r o” .
E l s alar io que es común a todas confie re a todas un aire de
fa m ilia ” (O. C.. t. I, T vol., pág. 159).
T ocque vilie se expresa a quí con fue rza particular . De un
hecho apar e nte me nte s upe rficial y muy ge ne ral, extrae una
serie de consecuencias que lle gan lejos, pues en la época en
que e s cribía la te nde ncia come nzaba a manife s tars e , mientra»
que hoy es un fe nóme no ge ne ral y pr ofundo. Uno de los ca­
racteres menos dudos o de la socie dad norte ame ricana es pre ­
cis ame nte esta convicción de que todas las profe sione s son
honorable s , es decir, tie ne n e s e ncialme nte la mis ma naturale za.
Y T ocque ville pros igue:
“Es to pe rmite e xplicar las opinione s de los norte ame rica­
nos acerca de las difere nte s profesiones. Los servidores nor­
te ame ricanos no se creen de gradados porque tr abaje n, pues
alr e de dor de ellos todos tr abajan. No se sie nte n dis minuidos
por la ide a de que re cibe n un s alar io, pues e l pre s ide nte de
Es tados Unidos también tr abaja por un s alario. Se le paga
par a mandar, como a ellos para servir. En Es tados Unidos las
profesiones son más o me nos penosas, más o me nos lucr ati­
vas, pero jamás son altas o bajas . T oda profe s ión hone sta es
honorable ” (Ib íd ).
Es indud able que podr ía dibujar s e un cuadro con más ma­
tices, pero creo que el esque ma es fundame ntalme nte válido.
Una sociedad de mocrática, continúa T ocque ville, es una so­
cie dad individualis ta en la que cada uno, con su fa m ilia ,
tie nde a aislarse de l resto. Por e xtraño que parezca, esta so­
cie dad individualis ta e xhibe ciertos rasgos comunes con el
ais lamie nto característico de las sociedades despóticas, pues
el des potis mo tie nde a ais lar a los individuos unos de oíros.
Pero de e llos no se deduce que la socie dad de mocrática e
in dividualis ta esté de s tinada al despotismo, pues ciertas ins ­
titucione s pue de n impe dir el de s lizamie nto hacia este régime n
corrompido. Estas ins titucione s son las asociaciones creadas
libr e me nte me diante la iniciativa de los individuos que pue ­
de n y de ben interponers e entre e l individuo s olitario y el
Es tado todopoderoso.
Una sociedad de mocrática tie nde a la ce ntralización e im ­
plic a e l riesgo de que la adminis tr ación pública dir ija el con­
junto de las actividade s sociales. T ocque ville ha conce bido
la sociedad totalme nte plane ada por e l Es tado; pe ro esta ad­
minis tr ación que abarcar ía el conjunto de la socie dad y que
e n ciertos aspectos se re aliza en la s ocie dad que de nominamos
hoy s ocialis ta, lejos de crear el ide al de una socie dad de-
6alie nada, en re e mplazo de la socie dad capitalis ta, representa
e n su e sque matis mo el tipo mis mo de una te mible socie dad
des pótica. Vemos aquí has ta qué punto, de acue rdo con el
concepto utiliza do en e l punto de partida, es pos ible lle gar a
visiones antitéticas y a juicios de valor contradictorios.
Una socie dad de mocrática en conjunto es mate r ialis ta, si
se e ntie nde por ese tér mino que los individuos tie nen interés
en a dquir ir la mayor cantidad pos ible de bie ne s de este mun­
do, y que e lla se esfuerza por fa c ilitar la vida más cómoda
pos ible a l mayor núme r o pos ible de individuos .
Pero, agrega T ocque ville , en opos ición al mate r ialis mo am­
bie nte , presenciamos de tanto en tanto expresiones de espl­
r itualis mo exaltado, e rupcione s de e xaltación re ligios a. Este
e s plr itualis mo explosivo es conte mporáne o de un mate r ialis mo
nor malizado y ha bitua l. Los dos fe nóme nos opuestos son parte
de la esencia de una socie dad de mocrática.
La tercera parte de este s e gundo volume n de L a Dém ocratie
e n A m é rique se re fiere a las costumbres. Cons ide raré s obre
todo las ide as que T ocque ville expresa con respecto a la »
r e volucione s y la guerra. Los fe nóme nos de viole ncia no pa­
re cen en sí mis mos inte re s ante s des de e l punto de vis ta so­
ciológico. Alg una de las grande s doctrinas s ociológicas, entre
e llas e l marxis mo, por otr a parte e stán ce ntradas alr e de dor
de los fe nóme nos de viole ncia, las re volucione s y las guerras.
T ocque ville e xplica en pr ime r lug a r que las costumbres de
las s ociedades de mocráticas tie nde n a suavizarse, que las re ­
lacione s entre los norte ame ricanos se inc lina n a la s e ncille z
y la s oltura, con pocos amane r amie ntos y estilizacione s . Los
r e finamie ntos sutile s y de licados de la cortesía aris tocrática
se de s dibujan en una especie de “ camar ade ría” (pa r a u t iliza r
e l le nguaje mo de r no). E l e s tilo de la s re lacione s in te r indi­
viduale s en Es tados Unidos es directo. Más aún, las re lacione s
e ntre amos y servidores tie nde n a ser de l mis mo tipo que
las que se establecen entre las personas de la lla ma da bue na
s ocie dad. E l matiz de je r a r quía aris tocrática que sobrevive en
las re lacione s inte r individuale s de las sociedades e urope as
des aparece cada vez más en una s ocie dad bás icame nte igua­
lita r ia como la norte ame ricana.
T ocque ville tie ne concie ncia de que este fe nóme no esté
vinc ula do con las par ticular idade s de la s ocie dad norte ame ­
r icana, pero se siente te ntado de creer que las s ociedades
e uropeas e volucionarán en e l mis mo s e ntido a me dida que se
de mocraticen,
Lue go, e x amina las guerras y las re voluciones , e n func ión
de este tipo ide al de la s ocie dad de mocrática:
E n prime r lugar , a fir ma que las grande s re voluciones po­
líticas o inte lectuale s pertenecen a la fase de tr ans ición entre
las sociedades tradicionale s y las de mocráticas , y no a lá esen­
cia de las sociedades de mocráticas . En otros términos , la s
grande s re volucione s en las sociedades de mocráticas s e rán cada
vez más raras. Y s in e mbargo, estas sociedades se s e ntir án
natur alme nte ins atis fechas .21

21 Al releer a T ocque ville , he adve rtido que una ide a q u e


creía más o me nos mía, y que había e xplicado e n mis leccio­
nes acerca de la socie dad indus tr ial y la lucha de clases: la
satisfacción dis putadora de las sociedades indus triales modernas ,
ya aparece en T ocque ville explicada con palabras diferentes:
R. Aron, Dix - huit legons sur la société indus trie lle , París, Galli-
mar d, colección "Idé e s ", 1962; L a L utte de classes, París , Ga-
liimar d, colección “Idée s ”, 1964.
T ocque ville escribe que las sociedades de mocráticas jamás
pue de n sentirse satisfechas, porque dada su condición igua­
lita r ia se mues tran e nvidios as ; pero que, a pesar de esta tur­
bule ncia s upe rficial, son e s e ncialme nte conservadoras.
Las sociedades de mocráticas son antur e volucionar ias por la
razón pr ofunda de que a me dida que me jor an las condicione s
de vida, aume nta el núme r o de los que tie ne n algo que pe r­
de r en una re volución. Es excesivamente e le vado e l núme r o
de individuos y de clases que poseen algo en las sociedades
democráticas , de modo que éstas no pue de n mostrarse dis pues­
tas a arries gar sus rique zas al jue go de dados de las revo­
lucione s.23
“ Créase, escribe T ocque ville , que las nue vas sociedades
cambiar án cons tante mente de for ma, y por mi parte me te mo
que acabe n por fijars e invariable me nte en las mis mas ins ti­
tuciones, los mismos pre juicios , las mis mas costumbres, de
modo que el género humano se dete nga y se limite , que e l
e s píritu se plie gue y re plie gue e te rname nte sobre sí mis mo s in
producir ide as nuevas, que el hombre se agote en pe que ños
movimie ntos s olitarios y estériles, y que al mis mo tie mpo que
se agita s in cesar, la humanida d no avance” (O. C., t. I, 2? vol.,
pág. 269).
Aquí, el aris tócrata acierta y yerra. Acie rta en la me dida
en que las sociedades democráticas de s arrolladas son en efec­
to más dis putadoras que re volucionarias . Pe ro se e quivoca
cuando s ubestima e l pr incipio dinámic o que impuls a a las so­
ciedades de mocrática? modernas , a saber, e l de s arrollo de la
cie ncia y la indus tr ia. Ha te ndido a combinar dos imáge ne s ,
las sociedades bás icame nte e s tabilizadas y las sociedades esen­
cialme nte pre ocupadas por el bie nestar, pero no ha visto que
la pre ocupación de l bie ne s tar combinada con el e s píritu cie n­
tífico implica un proceso ininte r r umpido de de s cubrimie ntos y
de innovacione s técnicas. Un pr incipio r e volucionario, la cie n­
cia. actúa en el seno de las sociedades democráticas, que en
otros aspectos son ese ncialme nte conservadoras.

22 “En las sociedades de mocráticas la mayor ía de los ciu­


dadanos no advierte claramente qué podr ía ganar con una re­
volución, y siente a cada instante y de mil modos lo que podr ía
perder en e lla” (O. C., t. I, 2» vol., pág. 260).
“Si Estados Unidos afronta alguna vez grandes revoluciones,
ellas serán provocadas por la presencia de los negros en suelo
norte ame ricano: es decir, que no se or iginar án en la igualdad
de las condiciones , sino por el contrario e n su de s igualdad”
(Ib íd ., pág. 263).
T ocque ville estaba pr ofundame nte impr e s ionado por los re­
cue rdos de la Re volución: sus padre s fue ron encarcelados
dur ante el Terror, y se s alvaron de l cadals o gracias al 9 Ther-
mid o r ; varios de sus parie nte s , sobre todo Male she rbe s, fue r on
guillotinados . De ahí que fuese e s pontáne ame nte hos til a las
re voluciones , y como nos ocurre a todos, ha lla ba razones con­
vincentes par a jus t ific ar sus s e ntimie ntos .23
Una de las mejores defensas de las socie dades de mocráticas
contra el des potis mo, afir ma ba T ocque ville , es el respeto a
la le galidad. Ahora bie n, por de finición las re voluciones vio­
la n la le ga lidad. Acos tumbran a los hombre s a no inclinars e
ante la ley. E l des precio por la le y sobrevive a las re volu­
ciones, y se convierte en causa pos ible de des potis mo. Toc­
que ville te ndía a creer que cuanto más re volucione s hiciese n
las sociedades democráticas , más pe ligr o corrían de caer en
e l des potis mo.
Quizá se trata de una jus tificación de s e ntimie ntos ante rio­
res; no por e llo cabe afir ma r que el r azonamie nto es fals o.
T ocque ville creía que las sociedades democráticas no de­
mos tr ar ían mayor inclina ción a la gue rra. Incapace s de pre­
par ar la durante la paz, no podr ían concluirla una vez iniciada.
Y desde este punto de vista, ha bía dibuja do un cuadro bas ­
tante fie l de la polític a e xte rior de Es tados Unidos has ta una
fe cha reciente.
La s ocie dad de mocrática cree que la gue rra es un inte rme ­
dio de s agradable en la existe ncia normal, que tie ne carácter
pacífico. En tie mpo de paz, se pie ns a en e llo lo me nos pos i­
ble . no se adoptan precauciones, de modo que las prime ras
ba tallas s uelen ser derrotas. Pero, agrega T ocque ville , si el
Es tado de mocrático no sufre una de rrota total en e l curso de

23 “Re cue rdo ahora, como si lo estuviese vivie ndo, cierta


ve lada en un cas tillo donde vivía mi padre , y donde una fiesta
de familia había re unido a ele vado núme r o de parientes cerca­
nos. Se había ale jado a los criados. T oda la familia estaba
re unida alre de dor del hogar. Mi padre , que tenía una voz dulce
y pe ne trante , come nzó a cantar un aire famoso en nuestras lu ¿
chas civiles, cuyas palabras se re fe rían a las desgracias del rey
Luis XV I y a su mue rte . Cuando te rminó, todo el mundo llo­
r aba; no por tantas miserias individuale s que cada uno había
s ufrido, ni s iquie ra por '.odos los parie nte s pe rdidos en la gue ­
rra civil y en el ceJals o, sjno a causa de la suerte de ese
hombre , mue r to hacía más de quince años, y a quie n la mayo­
ría de los que as í de rramaron lágrimas jamás ha bían visto.
Pero ese hombre había sido el rey” (Cit a do por J.- P. Maye r, e n
Alex is de T ocque v ille , París, Gallimar d, 1948, pág. 15).
los prime ros combates, acaba por movilizars e comple tame nte
e impuls a la gue rra has ta sus últim as consecuencias, has ta
la victor ia total.
Y T ocque ville ofrece una de s cr ipción bas tante artís tica de
la guerra total de las sociedades de mocráticas de l s iglo xx.
“ Cuando la guerra, que se prolonga, acaba por arrancar a
todos los ciudadanos de sus tareas pacíficas , y provoca el fr a­
caso de sus pe que ñas empresas, ocurre que la mis ma pas ión
que los inducía a as ignar tanto valor a la paz, se aplica a las
armas. Después de habe r de s truido todas las indus trias , la
guerra se convierte a su vez en la única y gran indus tr ia, y
s ólo hacia e lla se encauzan entonces, desde todos los ángulos ,
los deseos ardie nte s y ambicios os or iginados e n la igualdad.
Por eso estas mis mas nacione s de mocráticas , que se acercan
tan difícilme nte al campo de ba ta lla, a veces r e alizan hazañas
prodigios as cuando finalme nte se cons igue que e mpuñe n las
armas ” (O. C., t. I. 2° vol., pág. 283).
Que las sociedades de mocráticas manifie s te n escasa in c li­
nación a la guerra no s ignifica que no la hagan. T ocque ville
ha cons iderado que quizá pue de n comprometerse e n e lla, y
que la guerra contr ibuir á a ace le rar la ce ntralización a dmi­
nis trativa que tanto le horr orizaba, y que él ve ía tr iunfa r casi
por doquie r.
Por otra parte te mía, y creo que en este punto se e ngañaba,
que los ejércitos de las socie dades de mocráticas e ran be licis ­
tas, como dir íamos hoy. Me diante un anális is clás ico demos­
traba que los s oldados profe s ionale s , y sobre todo los s ubofi­
ciale s , ape nas te nían pre s tigio en tie mpo de paz, y para ascen­
der trope zaban con las dificultade s de rivadas de la r e ducida
mor ta lida d de los oficiale s en pe ríodos normales , y por lo
tanto te ndían más que los hombre s corrientes a desear la gue­
rra. Confies o habe rme inquie t ado un poco ante estos de talles
e xtraídos de l anális is cas ual; pero, ¿no estamos aquí ante la
conse cuencia de una inclina c ión excesiva a la ge ne r alización?24
34 Acerca de ese asunto, véase el capítulo X X III de la ter­
cera parte : “Cuál es en los ejércitos de mocráticos la clase más
guerrera y más re volucionaria”. T ocque ville cierra así este ca­
pitulo: “En todo ejército de mocrático el s uboficial será sie m­
pre quie n represente me nos el e spíritu pacífico y re gular de l
país , y el s oldado quie n lo represente más . El s oldado aportará
a la carrera militar la fuerza o la de bilida d de las costumbres
nacionales y tras untará la fie l image n de la nación. Si ésta es
ignorante y débil, el s oldado se de jará arrastrar al des orden
por sus jefes, de grado o de mala gana. Si la nación es culta
y enérgica, e l s oldado mis mo se ajus tará al or de n” (O. C., t. I,
2» vol., pág. 280).
Finalme nte , T ocque ville creía que si en las socie dades de ­
mocráticas apar e cían déspotas, éstos se s e ntir ían tentados de
hace r la guerra, tanto para re forzar su pode r como par a satis­
face r a sus propios ejércitos.

La cuarta y últ im a parte es la conclus ión de T ocque ville .


Las sociedades mode rnas s oportan dos re volucione s ; una tie n­
de a r e alizar la creciente igua lda d de las condicione s , la u n i­
for mida d de los modos de vivir, pe ro también a concentrar
cada vez más la adminis tr ación en la cús pide , a re forzar in ­
de finidame nte los poderes de la ge s tión adminis tr ativa; la
otra de bilita cons tante me nte los poderes tradicionale s .
Dadas estas dos revolucione s , la r e be lión contra e l pode r
y la ce ntralización adminis tr ativa, las sociedades de mocráticas
afrontan la alte r nativa de las ins titucione s libre s o el des­
potis mo.
“ As í, pues, en nues tro tie mpo parecen manife s tars e dos re ­
volucione s de s e ntido contrario, y mie ntras una de b ilita cons­
tante me nte e l pode r, la otra lo re fue rza s in cesar. No hay otra
época de nuestra his toria e n la cual haya pare cido tan dé bil
y tan fue rte ” (O. C., t. I, 2? vol., pág. 320).
La antíte s is es hermosa, pero no está for mulada exactamente.
Lo que T ocque ville quie re de cir es que se ha de bilita do el
pode r y a mplia do su esfera de acción. En r e alidad, conte mpla
la a mplia ción de las funcione s adminis tr ativas y estatales, y
e l de bilitamie nto de l pode r político de de cis ión. La antíte s is
quizá fuese me nos re tórica y me nos impr e s ionante si el autor
hubie s e opuesto la a mplia ción por un lado, el de bilitamie nto
por otro, en lugar de oponer, como lo ha hecho, el re fuerzo
y e l de bilitamie nto.

Como hombr e político, y de acuerdo con sus propias pa la ­


bras, T ocque ville es u n s olitario. Ve nido de l par tido legiti-
mis ta, se unió a la dinas tía de Or le áns con ciertas vacilacione s
y e s crúpulos de conciencia, porque has ta cierto punto r om­
pía con la tr adición de su fa m ilia . Pe ro ha bía puesto en la
Re volución de 1830 la esperanza de que al fin se r e alizaría
su ide al político, es decir, la combinación de una de mocra­
tización de la socie dad y un r e for zamie nto de las ins titucione s
libe r ale s , bajo la for ma de una síntesis que pare cía despre­
ciable para Augus to Comte , y des e able a sus ojos: la monar ­
q uía cons titucional.
E n cambio, la Re volución de 1848 lo consternó, pues le
pare cía la prueba, provis oriame nte de finitiva, de que la so­
cie dad francesa era incapaz de tener libe r tad política.
Por lo tanto, estaba solo, s e parado de los le gitimis tas por
su razón y de los orle anis tas por su corazón. En el Par lame nto
había inte gr ado la opos ición dinás tica, pero conde nó la cam­
pa ña de los banquete s , y e xplicó a la opos ición que a l tratar
de obte ne r una re forma de la ley e lectoral me diante esos pro­
cedimie ntos de propaganda, prome ve ría el de rrocamie nto de la
dinas tía. E l 27 de enero de 1848, en respuesta al Discurso
de l T rono, pronunció un discurso profético, y en él anunció
la pr óxima re volución. Sin embargo, con gran fr anque za, al
r e dactar sus recuerdos, después de la Re volución de 1848,
confie sa que había sido me jor profeta de lo que él mis mo
creía también. La re volución e s talló aprox imadame nte un mes
después del anuncio, en me dio de un escepticismo general que
é l compar tía.28
Después de la Re volución de 1818, r e alizó la e xpe riencia
de la Re públic a, a la que él deseaba libe r a l, y fue minis tr o
de As untos Extranjeros durante algunos meses.- 8
De s de e l punto de vista político, T ocque ville pertenece por

25 Este discurso, incluido en la e dición de Oeuvres completes


de J.- P. Mayer, aparece entre los apéndice s del s e gundo volu­
me n de L a Dém ocratie e n A nuriq ue (O. C., t. I, 2v vol., págs.
368- 369). Fue pr onunciado el 27 de enero de 1848, en el curso
de la dis cusión de l proyecto de alocución en respuesta al dis ­
curso de la Corona. E n este discurso, T ocque ville de nunciaba
la indignidad de la clase dirige nte según se había demostrado
e n los numerosos escándalos de l final del re inado de Luis Fe ­
lipe . Y concluía: "¿Acas o vosotros no sentís, me diante una suer­
te de intuición ins tintiva que no es pos ible analizar, pero que
es segura, que el suelo tie mbla nue vame nte e n Europa? ¿Acaso
no s e ntís . . . cómo pue do de cir lo . . . un vie nto de revoluciones
que están en la atmós fera? No sé dónde nace este viento, de
dónde viene, y creedme que también ignoro a quiéne s arrastra:
y en tie mpos semejantes vosotros permanecéis calmos en pre­
sencia de la de gradación de las costumbres públicas , pues esta
palabr a no es excesivamente e nérgica”.
28 T uvo entonces como jefe de gabine te a Ar thur de Cobi-
ne au, con quie n pe rmane ció unido por una gran amis tad, a
pesar de la radical incompatibilidad de sus respectivas ideas.
Pero Gobine au era entonces un hombre jove n, y T ocque ville ya
era célebre. E n 1848 ha bían apar e cido los dos volúme ne s de
La Dém ocratie en A m érique , y Gobine au no había escrito su
Essai s ur l'iné g alité des races lium aine s ni sus grandes obras
literarias ( Les Pléiade s , Les y otioe lle s as iatique s , L a Renaissan-
ce , A délaide y Made m ois e lle ¡m o is ).
lo tanto a l par tido libe r al, es de cir a un par tido que pr oba­
ble me nte tuvo pocas pos ibilidade s de h a lla r s atis facción, ni
s iquie r a polémica, en el curso de la política france sa.
Como s ociólogo, T ocque ville pertenece a la e stirpe de Mon-
te s quieu. Co mbina el método de l re trato sociológico con la cla­
s ificación de los tipos de régime n y los tipos de s ocie dad, y
la prope ns ión a e dificar teorías abs tractas a par tir de un re­
ducido núme r o de hechos. Se opone a los sociólogos conside­
rados clásicos, Augus to Comte o Marx, por su re chazo de las
a mplia s síntesis que pre tende n anticipar la his toria. No cree
que la his tor ia ante rior haya estado re gida por leyes ine xo­
rables . y que los aconte cimie ntos futuros estén pre de te r mina­
dos. Como Monte s quie u, T ocque ville quie re hace r inte ligible
la his toria, no s upr imir la. Ahora bie n, los sociólogos de l tipo
de Comte y de Marx en de finitiva s ie mpre tie nde n a s upr imir
la his tor ia, pue s conocerla antes de que se re alice e quivale a
quita r le su dime ns ión par ticular me nte humana, la de la ac­
ción y la impr e vis ibilidad.
1805 29 de julio, nacimie nto en Ve r ne uil de Alexis de
T ocque ville. tercer hijo de He rvé de T ocque ville y
y de la señora He rvé de T ocque ville , de soltera Ro-
samlio, nieta de Malesherbes, antiguo director de la
Bibliote ca en tie mpo de la Ency clopádie , y lue go
abogado de Luis XVI. E l padre y la madre de Ale ­
xis de T ocque ville e s tuvieron encarcelados en París
bajo el Terror, y se salvaron de l Cadals o gracias al
9 de T he rmidor . Bajo la Re s tauración, He r vé de
T ocque ville fue prefecto de varios de partame ntos ,
entre ellos el de Mos ela, y de l Seine- et- Oise.
1810- 1825 Es tudios bajo la dire cción de l abate Le s ue ur, anti­
guo preceptor de su padre. Es tudios secundarios en
el colegio de Metz. Es tudios de de re cho en París.
1826- 1827 Viaje a Italia en compañía de su he rmano Édouar d.
Es tada e n Sicilia.
1827 De s ignado por orde nanza real jue z- auditor de Ver-
sailles, donde su padre reside desde 1826 en la con­
dición de prefecto.
1828 Conoce a Mar y Motle y. Compromis o.
1830 T ocque ville jura de mala gana fide lida d a Luis- Fe-
lipe . Es cribe a su prome tida: “Finalme nte , acabo de
jurar. Mi conciencia nada me re procha, pero no por
ello me siento me nos profundame nte he rido, y con­
sideraré que este día es uno de los más desgraciados
de mi vida ”.
1831 T ocque ville y Gus tave de Be aumont, amigo suyo,
solicitan y obtie ne n de l minis tro de l Inte rior una
mis ión para e studiar e n Es tados Unidos el sistema
pe nite nciar io norte ame ricano.
1831- 1832 De mayo de 1831 a fe brero de 1832, pe rmane ncia en
Estados Unidos , viaje por Nue va Inglate rra, Que-
bec, el Sur (Nue va Or léans ), y el Oeste has ta el
lago Michigan.
1832 T ocque ville ofrece su dimis ión como magistrado, en
s olidar idad con su amigo Gus tave de Be aumont, exo-
ne r ado por habers e ne gado a usar de la palabr a en
u n as unto e n que no creyó que el pape l de l minis ­
terio público fuese honorable.
1833 D u sy stéme pénite ntiaire auz États - Unís e t de son
applic atio n en France , s e guido de un apéndice acer­
ca de las colonias, por los señores G. de Be aumont
y A. de T ocque ville , abogados de la Corte Re al de
París, mie mbros de la Socie dad His tórica de Pen-
silvania.
Viaje a Inglaterra, donde conoce a Nas s au Willia m
Sénior.
1835 Apar ición de los tomos I y II de L a Dém ocratie en
A m érique ; inme ns o éxito.
Nue vo viaje a Inglate rra y a Ir landa.
1839 Matr imonio con Mary Motle y.
Ar tículo en la London and W e s tm ins te r Re vie to, t i­
tula do “L ’état social et politique de la France avant
e t de puis 1789”.
Viaje a Suiza de me diados de junio a me diados de
setiembre.
1837 T ocque ville se presenta por prime r a ve z para la*
elecciones legis lativas ; como a pesar de la oferta
de l conde Molé, s u parie nte , ha bia re chazado el
apoyo oficial, sufre una derrota.
1838 Se lo elige mie mbr o de la Acade mia de Ciencias
Morales y Políticas.
1839 Se elige a T ocque ville diputa do de Vologne , cir­
cuns cr ipción donde está e l cas tillo de T ocque ville ,
con una impr e s ionante mayor ía. A par tir de esta
fe cha y has ta su re tiro político e n 1851, se lo re e li­
ge constante me nte en esta circuns cripción. Infor ma
el proyecto de le y acerca de la abolición de la es­
c la vitud en las colonias.
1840 Infor ma el proye cto de le y acerca de las reformas
de las cárceles.
Apar ición de los tomos III y IV de L a Dém ocratie
e n A m érique .
La acogida es más reservada que e n 1835.
1841 Se e lige a T ocque ville mie mbr o de la Acade mia
Francesa.
Viaje a Arge lia.
1842 Se elige consejero ge ne ral de la Mancha, como re­
pres entante de los cantones de Sainte- Mére- Église y
de Monte bour g.
1842- 1844 Mie mbr o de la comis ión e xtraparlame ntaria par a los
asuntos de África.
1846 Octubre - dicie mbre . Nue vo viaje a Arge lia.
1847 Info r ma acerca de los créditos extraordinarios des­
tinados a Arge lia. E n su infor me , T ocque ville de fine
s u doctrina acerca de l proble ma de Arge lia. Con
respecto a los indíge nas mus ulmane s propone una
actitud firme pero interesada en su bienestar, y re­
clama que el gobie rno alie nte todo lo pos ible la
colonización europea.
1848 27 de enero. Discurso en la Cámar a: “Creo que es­
tamos adormeciéndonos sobre un volcán”.
23 de abril. Elecciones con sufragio unive rs al para
la As amblea constituyente. T ocque ville conserva su
mandato.
Junio. Mie mbr o de la comis ión e ncargada de e labo­
rar la nue va cons titución.
Dicie mbr e . En las elecciones presidenciales, T ocque ­
ville vota por Cavaignac.
1849 2 de junio. T ocque ville ocupa la cartera de Asuntos
Extranjeros. Elige a Arthur de Gobine au jefe de ga­
bine te , y des igna a Be aumont e mbajador e n Vie na.
30 de octubre. T ocque ville se ve obligado a presen­
tar su dimis ión. (Ace rca de este pe riodo, es nece­
sario leer los S ouv e nirs .)
1850- 1851 T ocque ville re dacta sus Souvenirs.
De s pués de l 2 de dicie mbre se retira de la vida
política.
1853 Es table cido cerca de Tours, explora s is temáticamente
en los archivos de esta ciudad los docume ntos rela­
cionados con la Antigua Ge ne ralidad, para infor mar­
se de la s ociedad del Antiguo Régime n.
1854 Junio- setiembre. Viaje a Ale mania para informarse
acerca de l sistema fe udal, y lo que resta de él en
el siglo xix.
1859 Publicación de L ’A ncie n Régim e et la Rév olution,
1» Parte.
1857 Viaje a Inglaterra para consultar docume ntos de la
his toria de la Re volución. Para el viaje de regreso,
el Almirantazgo br itánico le r inde home naje ponie n­
do a su dis pos ición un navio de guerra.
1859 Mue rte en Cannes, el 16 de abril.
OBRAS D E T OC QU E VILLE

OEuv re s com ple te s d ’Alex is de T ocque v ille , e dición de finitiva


publica da bajo la dire cción de Jakob Peter Maye r, París,
Gallima r d.
Los volúmenes aparecidos hasta ahora son die z:
T . I, De la Dém ocratie en A m érique , 2 volúmenes.
T. II, h ’A ncie n Régim e et la Rév olution, 2 volúme ne s : 1» volu­
me n: texto de la prime ra parte apar e cida e n 1856; 2* vo­
lume n: Fragm e nts et notes inédite s sur la Rév olution.
T . III, Écrits et Discours politique s : lv volume n: Étude s sur
l’abolitio n de i esclavage , L ' A lgérie , L 'ln d e .
T . V, Voyages- . 1» vol.: V oy ages en S icile e t aux £tats - Unis ;
2o vol.: V oyages en A ngle te rre , Irlande , Suisse e t A lgérie .
T . VI, Correspcmdance anglais e : 1'-' vol.: Corre s pondance avec
He nry Reeve e t John- S tuart M ili.
T . IX, Corre s pondance d ’A lex is de T ocque v ille et d'A rthur de
Gobine au.
T . XII, Souvenirs.
Una vez comple tada, y de acue rdo con el plan anunciado,
esta e dición incluir á trece tomos y ve intidós volúme nes .

OBRAS GE N E RALE S

f.- J. Che vallie r, Les Grande s OEuv re s politique s , París, Armand


Colín, 19- 19.
F. J. C. He arns haw, compilador , T he S ocw l and Political Ide as
o f some Re pre s e ntaliv e T hinkers of (he V ictorian Age (a r ­
tículo de H. J. Las ki, “ Alexis de T ocque ville a nd Demo-
cracy” ), Londre s , C. G. Har rap, 1933.
Máx ime Leroy, His toire des itLe s sociales en France , t. II: De
Babe uf a T ocque v ille , París, Ga llima r d, 1950.
T . Brunius , Alex is de T ocque v ille , the S ociological A e s the tician,
Upps ala, Almquis t y Wiks e ll, 1960.
L. Die z de l Corral, L a M e ntalidad polític a de T ocque v ille con
especial re fe re ncia a Pascal, Ma dr id, Edicione s Cas tilla,
1965.
E. d ’Eichtal, Alex is de T ocque v ille e t la dém ocratie libé rale ,
París, Calmann- Lévy, 1857.
E. T. Gargon, A lex is de T ocque v ille , the Critic al Years 1848-
1S51, Was hington, T he Catholic Unive rs ity of Ame rica
Press, 1955.
H. Goring, T ocque v ille und die De m ok ratie , Múnich- Be r lín, R.
Olde nbur g, 1928.
R. He rr, T ocque v ille and the O íd Re gim e , Prince ton, Prince ton
Univers ity Press, 1962.
M. Lawlor, Alex is de T ocque v ille in the Cham be r of De putie s ,
his V ie w s on Fore ign and Colonial Policy , Was hington, T he
Catholic Univers ity of Ame rica Press, 1959.
J. Live ly, T he S ocial and Politic al T hought of A lex is de T oc­
que v ille , Oxford, Clare ndon Press, 1962.
J. P. Maye r, Alex is de T ocque v ille , París, Gallimar d, 1948.
G. W. Pierson, T ocque v ille and Be aum ont in A m e rica, Nue va
York, Oxford Unive rs ity Press, 1938.
P.- R. Roland Marce l, Essai po litique sur Alex is de T ocque v ille ,
París, Ale an, 1910.
Alex is de T ocque v ille , le liv re d u Ce nte naire 1859- 1959, París,
Éd. d u C. N. R. S., 1960.
LOS SOCIÓLOGOS Y LA REVOLUCIÓN
DE 1848

Cuando inves tigo e n difere ntes tie mpos


y épocas, y en difere ntes pue blos , cuál fue
la causa eficaz que provocó la ruina de las
clases que gobie r nan, pe r cibo clarame nte
un aconte cimie nto, u n hombre , una causa
accide ntal o s upe rficial; pero cre e dme si os
digo que la caus a real, la causa e ficaz
que de te rmina que los hombre s pie r dan e l
pode r, es que ha n lle gado a ser indignos
de de tentarlo.
A l e x is d e T o c q u e v il l e

Dis curs o en la Cám ara de D ip u ­


tados, 29 de enero de 1848
E l e s tudio de las actitude s adoptadas con re specto a la
Re volución de 1848 por los sociólogos que he mos e s tudia do
es inte r e s ante en más de un s entido.
Ante todo, la Re volución de 1848, la breve dur ación de la
Se gunda Re púb lic a , e l golpe de Es tado de Luis Na pole ón
Bonaparte h a n s e ñalado suce s ivamente la de s truoción de Hna
mona r quía cons titucional e n be ne ficio de la re públic a , lue go
la de s trucción de ésta en be ne ficio de un régime n a utorita rio ,
pe rfilándos e en el tras fondo de todos estos hechos la ame naza
o el acecho de una r e volución s ocialis ta. E n el curs o de este
pe ríodo 1848- 1851 se s uce die ron e l d o m inio te m porario de
un gobie r no provis orio en e l cual era cons ide rable la in flu e n ­
cia de los s ocialistas , la lucha entre la As amble a Cons titu­
ye nte y e l pue blo de Par ís , y finalme nt e la r iva lid a d e ntre
una As amble a Le gis lativa de may or ía monár quica, que de­
fe ndió a la r e púbilca, y un pre s ide nte e le gido por s ufr agio
unive rs al, que quis o estable ce r un régime n autoritario.
En otros tér minos en e l curso de l pe r íodo 1848- 1851, F r a n­
cia pres enció una lucha po lític a que se as e me ja a las dis putas
políticas de l s iglo xx más que cua lquie r otro e pis odio de la
his tor ia de l s iglo xix. E n efecto, e n e l pe r íodo 1848- 1851
pue de observarse la luc ha tr iangular entre lo que e n e l s i­
glo xx se de nomina el fas cis mo, los de mócratas más o me nos
libe r ale s y los socialis tas , lucha obs ervada por e je mplo entre
1920 y 1933 en la Ale ma nia de We imar .
Cie rtame nte , los s ocialis tas franceses de 1848 no se ase­
me ja n a los comunis tas de l siglo x x; los bonapartis tas de 1850
no son los fascistas de Mus s olini n i los nacionals ocialis tas de
Hitle r . Pe ro no por e llo es me nos cie rto que este pe r íodo de
la his toria política de Fr ancia en e l siglo x ix ya e xhibe a
los principale s actores y las r ivalidade s típicas de l siglo xx.
Ade más , este pe r íodo intríns e came nte inte re s ante ha s ido
come ntado, a na lizado y cr iticado por Augus to Comte , Marx y
T ocque ville . Los juicios que e llos for mular on acerca de los
aconte cimie ntos son característicos de sus doctrinas . Nos ayu-
dan a comprender al mis mo tie mpo la dive rs idad de los ju i­
cios de valor, la var ie dad de los sistemas de anális is y el
alcance de las teorias abstractas de s arrolladas por sus autores.

AUCUST O COMT E Y LA RE VOLU CIÓN DE 1848

E l caso de Augus to Comte es el más s imple . Se re gocijó


prime ro ante la des trucción de las ins titucione s re presentativas
y libe rales , que a su juic io e staban re lacionadas con el es pí­
ritu meta físico, crítico y anar quizante , y también con las pa r ­
ticularidade s de la e volución de Gr an Bre taña.
En sus opús culos de juve ntud, Augus to Comte ha bía com­
parado la e volución política de Francia y la de Inglate r ra.
Cre ía que en Inglate rra la aristocracia se ha bía a lia do con
la burguesía, y aún con el pue blo, para re ducir progresiva­
me nte la influe ncia y la autor idad de la monar quía. Francia
ha bía s eguido un curso político contrario. E n Francia, la mo­
nar quía se había aliad o con las comunas y la burgue s ía para
r e ducir la influe ncia y la autor idad de la aristocracia.
De acuerdo con Augus to Comte , e l régime n parlame ntar io
inglés no era más que la forma adoptada por el dominio de
la aristocracia. E l Par lame nto inglés era la ins titución me ­
diante la cual la aristocracia gobe rnaba e n Inglate r r a como
lo había hecho en Vene cia.
En opinión de Augus to Comte , e l par lame ntar is mo no es
por lo tanto una ins titución política de vocación unive rs al,
s inc un s imple accidente de la his tor ia ingles a. Que re r intro­
duc ir en Fr ancia las ins titucione s repre sentativas importadas
de l otro lad o de l Canal de la Mancha es un e rror his tórico
fundame ntal, porque no están dadas las condicione s esenciales
par a e l par lame ntar is mo. Más aún, pre te nde r la yuxtapos ición
de l Par lame nto y la monar quía implic a cometer un error po­
lít ic o de consecuencias fune s tas , porque e l ene migo de la re­
volución francesa es precisamente la monar quía, expres ión
supre ma de l Antiguo Régime n.
En s uma, la combinación de la mo nar quía y e l Par lame nto,
ide al de la Cons tituye nte , parece impos ible a los ojos de Au ­
gusto Comte, pues descansa en un doble error de pr incipio,
uno re fe rido a la natur ale za de las ins titucione s re pre s e ntati­
vas en general, y el otro a la his toria de Fr ancia.
Ade más , Augus to Comte apoya la ce ntralización, y a su
juic io ar moniza con la le y de la his toria francesa. Y a ún
lle ga tan lejos en este sentido, que cree que la dis tinción
entre las leyes y los decretos son s utilezas inútile s de legis tas
de inclina ción me tafís ica.
En func ión de esta inte r pr e tación de la his toria, le satis­
face la supre s ión del Par lame nto francés, en be ne ficio de lo
que de nomina una dictadur a te mporal, y e xpe rime nta la ten­
tación de regocijarse porque Napole ón III ha liquida do de ­
finitivame nte lo que Mar x había lla ma do e l cre tinis mo par ­
lame ntar io.1

1 Sin e mbargo, Augus to Comte no pertene ce a la tr adición


bonapartis ta. Pue de afirmarse que , desde la época en que con­
curría al Lice o de Montpe llie r, tiene una actitud muy hostil a
la política y la leyenda de Napole ón. Si exceptuamos el pe rio­
do de los Cie n Dias , cuando Comte , que entonces era alumno
de la Escuela Politécnica, compartió el e ntusiasmo jacobino que
re inaba en París, Bonaparte es a su juicio el tipo de l gran
hombre que , no habie ndo compr e ndido el curso de la historia,
sólo ha des arrollado una acción re trógrada y no de jará nada
tras de sí. E l 7 de dicie mbre de 1848, en vísperas de la elec­
ción pres idencial, escribe a su he rmana: “Yo, que jamás he
modificado los sentimientos que me conoces desde 1814 hacia
el héroe re trógrado, creería que para m i país es vergonzosa la
re s tauración politica de su r aza”. De s pués , se re ferirá al "fa n ­
tástico voto de los campe sinos franceses, que se mue s tran capa­
ces de conferir a su fe tiche una longe vidad de dos siglos, con
la salve dad de la gota”. Pero el 2 de dicie mbre de 1851 a pla u­
de el golpe de Es tado, y prefiere una dictadur a antes que la
Re pública Parlame ntaria y la anar quía; y esta actitud aún pro­
voca la separación de Lit tr é y sus dis cípulos liberales de la so­
cie dad positivista. Pero esto no impe dir á que Comte califique
de “mas carada mamamúchica ” la combinación de s oberanía
popular y de pr incipado he re ditario implíc ita e n la restaura­
ción de l Impe r io en 1852, y en ese mome nto profe tizará el
de r r umbamie nto de l régime n de 1853. Augus to Comte esperó
en varias ocasiones, en 1851, lue go e n 1855 —cuando public ó
el llamado a los conservadores— que Napole ón III pudies e
convertirse al positivismo. Pero a me nudo también de pos ita sus
esperanzas e n los proletarios , en quie nes admir a el candor filo­
sófico, que opone a la me tafísica de los letrados. En febrero
de 1848 su corazón está con la re volución. En junio, e ncerrado
en su de partame nto de la calle Monsieur- le- Prince, cerca de
las barricadas que rodean el Pante ón, donde se de s arrollan com­
bates muy violentos, Comte está e n favor de los proletarios y
contra el gobie rno de los me tafísicos y los literatos. Cuando
ha bla de los insurrectos, dice “nosotros”, pe ro les achaca habe r­
se de jado seducir por las utopías de los “rojos”, esos “simios
de la gran r e volución”. Por lo tanto, quizá parezca que la acti­
tud politica de Comte en el curso de la II Re pública fluctúa
mucho, y a bunda e n contradicciones. Pe ro es la conse cuencia
E l texto de l Cours de philos ophie pos itiv e es característico
del- pe n- amiento político e his tór ico de Augus to Comle en
este aspecto:
"De acuerdo con nuestra te oría his tór ica, en vir tud de toda
la conde ns ación ante r ior de los diversos eleme ntos de l Anti-

muy lógica de un pe ns amiento que atr ibuye al éxito de l pos i­


tivismo más importancia que a ninguna otra cosa, que no pue de
reconocerlo e n ninguno de los partidos y que de todos modos
ve en la re volución nada más que una crisis anárquica tran­
sitoria. E n todo caso, un s e ntimie nto domina el resto. El des­
precio al parlame ntaris mo.
Un pasaje de l pre facio de l s e gundo tomo de l Systéme de po­
tinque positiv e , publicado en 1852, en vísperas del restable­
cimie nto de l Impe rio, representa la síntesis de Augus to Comte
acerca de los aconte cimientos de los cuatro años últimos :
“Me parece que nuestra última crisis ha de te rminado el paso
irrevocable de la Re pública francesa de la fase parlame ntaria,
que sólo podia convenir a una re volución negattva, a la fase dic­
tatorial, la única adaptada a la re volución pos itiva, de la que
resultará la te rminación gradual de la e nferme dad occide ntal, en
una conciliación de finitiva entre el orde n y el progreso.
"Aunque un ejercicio excesivamente vicioso de la dictadur a
que acaba de surgir determinase el cambio de su órgano pr in­
cipal antes de l mome nto previsto, esta enojosa necesidad no
restablecería re almente el dominio de una as amblea cualquie ra,
salvo quizá durante el corto inte rvalo que e xigiría el adve ni­
mie nto excepcional de un nue vo dictador.
"Se gún la teoría his tórica que he e laborado, en general el
pasado francés te ndió sie mpre al pre dominio de l pode r ce n­
tral. Es ta dis pos ición normal jamás habr ía cesado si este pode r
no hubiese adoptado al fin un carácter re trógrado, a partir de
la s egunda mita d de l re inado de Luis XIV. De ahí provino,
un siglo después, la abolición total de la re aleza francesa; de
a hí el dominio transitorio de la única as amblea que de bió ser
re alme nte popular entre nosotros [es de cir, la Conve nción] .
”Su ascendiente fue me ro re s ultado de su digna s ubor dina­
ción al enérgico Comité s urgido de su seno para dir igir la he ­
roica defensa r e publicana. La nece s idad de re e mplazar a la
realeza por una verdadera dictadur a se hizo sentir muy pronto,
en vista de la estéril anar quía cre ada por nuestro prime r ensayo
de régime n cons titucional.
"Lame ntable me nte , esta indis pe ns able dictadur a no tar dó en
orientarse también en una dire cción pr ofundame nte re trógada,
combinando el s ome timie nto de Francia con la opresión de
Europa.
"Sólo por contraste con esta de plor able política la opinión
francesa pe rmitió lue go el único ensayo serio que pudo inten-
guo Régime n alr e de dor de la re aleza, es e vide nte que e l es­
fue rzo pr imor dia l de la Re volución Francesa para abandonar
ir re vocable me nte la antigua or ganización de bía cons istir ne ­
ce s ariame nte en la lu d ia dire cta del pode r popular contra el
pode r re al, cuya pre ponde rancia era la únic a caracte rística de
un s is tema ta l desde el fin de la se gunda fase mode r na. Ahora
bie n, aunque esta época pr e lim ina r no haya podido tener, en
efecto, otro de s tino político que promove r gr adualme nte la
e lim ina ción pr óx ima de la re aleza, que al pr inc ipio ni a ún
los más audaces innovadore s ha br ía n osado concebir, es no­
table que la me tafís ica cons titucional soñase entonces, por el

tarse entre nosotros de aplicación de u n régime n propio de la


s ituación inglesa.
"T ampoco nos conve nía que , a pesar de los bene ficios de la
paz occide ntal, su pre ponde rancia oficial dur ante una genera­
ción vinie ra a aportarnos re sultados a ún más funestos que la t i­
r anía impe r ial, al des viar los e spíritus me diante «1 hábit o de los
sofismas constitucionales , al corrompe r los corazones con las
costumbres venales o anárquicas , y al de gradar los caracteres
me diante el acicate insistente de las tácticas parlamentarias .
"Vis ta la fatal aus e ncia de tod,. ve rdadera doctrina social,
este régime n desastroso pe rdur ó, en otras formas, des pués de
la explosión re publicana de 1848. Esta nue va s ituación, que
garantizó es pontáne ame nte el progreso y e ncauzó hacia el or­
de n las más graves inquie tude s exigia doble me nte el as cendiente
normal de l pode r central.
"Por el contrario, se creyó entonces que la e liminación de
una vana realeza de bía suscitar el tr iunfo total de l pode r anta­
gónico. Todos los que habían participado activame nte en el
régime n cons titucional en el gobie rno, e n la opos ición o en las
conspiraciones, habr ían de bido ser apar tados irre vocable mente
de la escena política hace cuatro años por incapace s o indignos
de dir igir nuestra Re pública.
"Pe ro un cie go impuls o de te rminó que todos promovie ran
la s upre macía de una cons titución que consagraba dire ctame nte
la omnipote ncia parlame ntar ia. E l voto univers al de te rminó que
a ún los proletarios sufriesen los estragos inte le ctuale s y mora­
les de este régime n, que has ta entonces se ha bían lim it a d o 'a
las clases superiores y me dias .
”E n lugar de la pre ponde rancia que de bía re cupe rar, el po­
de r central, que de ese modo pe rdía los factores de prestigio
representados por la inviolabilidad y la pe rpe tuidad, conservaba
sin e mbar go la nulid a d cons titucional que aquéllos dis imula­
ban antes.
"Re ducido a esta condición extrema, este pode r necesario
fe lizme nte acaba de re accionar con e ne rgia contra una situa-
contrario, con la indis oluble unión de l pr incipio monárquico
con e l as cendie nte popular , como con la un ión de la consti­
tución católica y la e mancipación me ntal. Es pe culacione s tan
incoherentes no me recerían hoy ninguna ate nción filos ófica,
si no debiésemos ver en e llas el prime r tes timonio directo
de una abe rración, que ejerce aun la más de plor able influe ncia
par a dis imula r r adicalme nte la ve rdade ra natur ale za de la
re organización mode rna, re ducie ndo esta re ge ne ración fund a ­
me ntal a una vana imita ción unive rs al de la cons titución tr an­
s itoria que caracteriza a Inglate r ra.
' T a l fue , en efecto, la utopía política de los principale s
jefe s de la As amble a Cons tituye nte; y ellos pe rs iguie ron cier­
tame nte su re alización directa en la me dida que los im p u l­
s aba e n ese s e ntido su contradicción r adical con el conjunto
de las tendencias características de la s oc iabilidad france sa.
”Por lo tanto, éste es el lugar natur al par a aplica r inme ­
diatame nte nuestra teoría his tór ica a la r ápida apr e ciación de
esta pe ligros a ilus ión. Aunque en sí mis ma haya sido excesi­
vame nte grosera par a e xigir un anális is es pe cial, la grave dad
de sus consecuencias me lle va a s e ñalar a l lector las pr inci­
pale s bases de este examen, que por otra parte , él podr á
de s ar rollar e s pontáne ame nte sin dific ulta d ; de acue rdo con las
e xplicacione s propias de los dos capítulos anteriores.
‘‘La fa lta de una s ana filos ofía política pe rmite ante todo
que concibamos fácilme nte me diante qué movimie nto e mpír i­
co se de te rminó naturalme nte s e me jante abe rr ación, que sin
duda de bía ser pr ofundame nte ine vitable , pue sto que pudo
seducir por comple to a la razón mis ma de l gr an Monte s quie u”
(Cours de philos ophie pos iliv e , t VI, pág. 190).2

ción intolerable, tan desastrosa para nosotros como vergonzosa


para él.
”E1 ins tinto popular ha de jado que cayese inde fe ns o un régi­
me n anár quico. En Francia se siente cada ve z más que la
cous titucionalidad conviene sólo a una pre te ndida s ituación
monár quica, y que por el contrario nue stra s ituación r e publi­
cana pe rmite y exige la dictadur a” (S y s tém e de p d itiq u e po-
s iiiv e , tomo II, Prefacio, Carta a M. Vie illar d de l 28 de febrero
de 1852, págs . XXVI- XXVII).
Acerca de esta cue s tión, véase H. Gouhie r, L a v ie (T A ugurte
Com te , 2» e dición, París, Vrin, 1965; L a ]eune.ise d ’A uguste
Com te et la form ation d u pos itiv is m e , tomo t París, Vr in, 1933.
2 Observemos de pas ada que lo que Augus to Comte de no­
mina e n este texto la abe rración general continúa a me diados
de l siglo x x , porque la cons titución transitoria que caracteriza
Es te pas aje propone varios pr oble mas fundame ntale s : ¿Es
cie rto que en Fr ancia la mode r nidad e xcluía e l ma nt e nimie n­
to de la mo na r quía? Augus to Comte , ¿acie rta cuando cree que
una ins titución vincula da con cierto s is te ma de pe ns amie nto
no pue de s obre vivir en otro?
E l pos itivis ta s in duda tie ne r azón cuando cree que la mo­
na r quía france sa tr adicional estaba vinc ula da con un sistema
inte le ctual y s ocial católico, fe udal y te ológico; pero el libe r al
ha br ía re s pondido que una ins titución, conte mpor áne a de cier­
to sis tema de pe ns amie nto, a l trans formars e pue de s obrevivir
en otro sistema his tór ico y pres tar servicios.
Augus to Comte ¿acie rta cuando re duce las ins titucione s de
tipo br itánico a la s ingula r ida d de l gobie r no de una fase de
tr ans ición? ¿Acie r ta cuando cree que las ins titucione s repre­
se ntativas e s tán vinculadas indis oluble me nte con e l r e ina do
de una aris tocracia come rciante ?
A l ins pirars e e n esta te oría ge ne ral, e l politécnico ve ía por
lo tanto sin des agrado que un dictador te mpor al pusiese fin
a la vana im ita c ión de las ins titucione s ingles as y al r e ino
apar e nte de los char latane s me tafísicos de l Par lame nto. E n
e l S y sle m e de p o litiq ue pos itiv e expresó este s e ntimie nto de
s atis facción, y lle gó a l extre mo de e scribir, e n la introduc­
c ión al tomo II, una carta a l zar, e n la cual e xpres aba la
es pe ranza de que este dictador, a quie n ca lific a ba de e mpí­
rico, fuese ins tr uido por e l mae s tro • de la filo s o fía pos itiva,
contr ibuye ndo as í de modo de cisivo a la r e or ganización fu n­
da me ntal de la s ocie dad e urope a.
Es ta de dicatoria a l zar provocó a lg una agitación en la es­
cue la pos itivis ta. Y en e l tomo III e l tono cambió un poco, a
caus a de la abe r r ación te mpor ar ia a la cual se entregó el
dictador te mpor al — me re fie r o a la Gue r r a de Cr ime a, cuya
r e s pons abilidad apare nte me nte Augus to Comte a tr ibuyó a Ru ­
s ia— . E n efecto, la época de las grande s guerras e s taba ter­
mina da his tór icame nte , y Augus to Comte fe licitó a l dictador
te mporal de Fr ancia porque pus o fin noble me nte a la a be ­
r r ación te mporaria de l dictador te mporal de Rus ia.
Este modo de cons ide rar las ins titucione s parlame ntar ias no
está vinculado e xclus ivame nte , si se me pe rmite u tiliza r e l
le nguaje de Augus to Comte , con e l carácter e s pe cial de l gr an

a Inglate rra —es decir, las ins titucione s representativas— tie n­


de n a difundirs e , aunque es necesario reconocer que con dife ­
rente grado de éxito en todo el mundo. La abe rración adquie re
carácter cada vez más ge ne ral, y es cada ve z más aberrante.
maestro de l pos itivis mo. Es ta hos tilidad resppcto de las ins­
titucione s parlame ntar ias , tenidas por me tafísicas o br itánicas ,
se manifie s ta aún hoy.3 Observemos, por otra parte, que Au­
gusto Comte no deseaba e xcluir completame nte la represen­
tación, pero en todo caso le pare cía s uficie nte que una as am­
ble a se reuniese cada tres años para apr obar el presupuesto.
A mi e ntender, los juicios históricos y políticos se e x plican
por la ins piración inic ia l de la s ociología. Pue s según Comte
la concibió y Dur khcim continuó pr acticándola, ésta te nía co­
mo centro lo social y no lo político, y aún s ubor dinaba lo
segundo a lo prime ro, lo que pue de des e mbocar en la des­
valor ización de l régime n político en be ne ficio de la r e alida d
s ocial fundame ntal. Dur khe im compartía la indife r e ncia te­
ñid a de agre s ividad o de desprecio de l fundador de la palabr a
s ociología con respecto a las ins titucione s par lame ntar ias . Ap a ­
s ionado de los proble mas sociales, de los proble mas de moral
y de re organización de las organizacione s profe s ionale s , creía
que lo que ocurría en e l Par lame nto era si no fútil, secun­
dario.

ALE XIS DE T OCQU E VILLE Y LA RE VOLU CIÓN DE 1848

La antíte s is entre T ocque ville y Comte es impr e s ionante .


T ocque ville cree que es el gran proyecto de la Re volución
Francesa lo mis mo que para Augus to Comte constituye una
abe rr ación, y a la cual ha s ucumbido a ún e l gran Monte s ­
quie u. Lame nta e l fracaso de la Cons tituye nte , es decir, el
fracaso de los re formis tas burgueses, que que r ían combinar
la mo nar quía y las ins titucione s representativas. Cons ide ra
importante , s ino e se ncial, la de s ce ntralización adminis tr ativa
que merece el soberano desprecio de Augus to Comte . F in a l­
me nte, le pre ocupan las combinacione s cons titucionales que
Augus to Comte des echaba en pocas líne as , por e nte nder que
e r an fe nómenos me tafísicos e indignos de un examen serio.
La pos ición s ocial de ambos autore s también es diame tr al­
me nte opuesta. Augus to Comte era e x aminador en la Es cue la

3 Re cibo más o me nos re gularme nte una breve publicación


que se de nomina Nouv e au Régim e , ins pirada típicame nte en el
modo de pensamiento positivista. Opone la sección representa­
tiva de los partidos y de l Parlame nto al país real. Por otra parte,
los redactores de este órgano son muy intelige nte s; están
buscando un modo de re presentación dis tinto de l que conoce­
mos en los partidos y el Parlame nto.
Politécnica, y vivió mucho tie mpo de l pe que ño s ue ldo que
obte nía por este trabajo. De s pués de pe rde r su e mpleo, de bió
mante ne rs e me diante las subve ncione s pos itivis tas . En su con­
dic ión de pe ns ador s olitario, que no abandonaba su domici­
lio de la calle Monsieur- le- Prince, creó una r e ligión de la
huma nidad, y fue su profeta y gr an sacerdote. Es ta condición
s ingular de bía confe rir a la e xpre s ión de sus ide as una for­
ma extre ma, no adaptada dire ctame nte a las comple jidade s
de los aconte cimientos .
En la mis ma época, Ale x is de T ocque ville de s ce ndie nte do
una antigua fa m ilia de la aris tocracia france sa, es represen­
tante de la Mancha en la Cámar a de Diputados de la Mo­
na r quía de Ju lio . Cuando e s talla la Re volución de 1848, está
en Par ís . Sale de su de partame nto, a dife r e ncia de Aug us to ’
Comte , y se pasea por las calles. Los aconte cimie ntos lo con­
mue ve n pr ofundame nte . Lue go, cuando se ce lebran las elec­
ciones de la As amble a Cons tituye nte regresa a su de par ta­
me nto y se lo elige por inme ns a mayor ía. E n la As amble a
Cons tituye nte representa un pape l muy importante , e n su ca­
rácter de mie mbr o de la comis ión que re dacta la Constitución-
de la II Re públic a.
En mayo de 1849, cuando el hombre que todavía no es
más que Luis Napole ón Bonaparte ocupa el cargo de pres i­
de nte de la Re públic a, T ocque ville as ume la cartera de As un­
tos Extranje ros en el gabine te de Odilon Barrot, con motivo
de una r e organización minis te r ial. Pe rmane ce rá e n ese pues­
to durante cinco meses, has ta que el pre s ide nte de la Re pú­
blica pres cinda de este minis te r io, que e x hibía su carácte r
excesivamente parlame ntar io, y estaba domina do por la an­
tigua opos ición dinás tica, es de cir, el par tido libe r al monár ­
quico, que ha bía a dquir ido carácte r r e publicano movido por
un s e ntimie nto de re s ignación, puesto que la re s taur ación de
la mo nar quía por el mome nto era impos ible .
Por lo tanto en 1848- 1851 T ocque ville es un monár quico
conve rtido en r e publicano conse rvador porque no hay re s tau­
ración pos ible , de la mona r quía le gitimis ta o de la monar ­
quía de Orléans . Pero es hos til a l mis mo tie mpo a lo que
de nomina la “ monar quía bas tar da”, cuya ame naza ve a pun­
tar. La mo nar quía bas tar da es el impe r io de Luis Napole ón,
te mido por todos los observadores dotados de un minimo de
clar ivide ncia desde e l día e n que el pue blo francés ha vota­
do en su inme ns a mayor ía, no por Cavaignac. el gene ral re»
publicano defensor de l orde n burgués , sino por Luis Napo­
le ón, que sólo podía e x hibir su nombre , e l pre s tigio de su
tío y algunos de s atinos ridículos .
Las reacciones de T ocque ville ante los aconte cimie ntos apa­
recen en un lib r o apas ionante , los S ouv e nirs . Es e l único li­
br o que e s cribió a l correr de la pluma. T ocque ville tr abajaba
mucho sus obras, y las me dita ba y corregía inte r minable me n­
te. Pero a propós ito de los aconte cimie ntos de 1848, y para su
s atis facción pe rs onal, volcó en el pape l sus recuerdos, y se
expres ó con admir a ble franque za, pue s ha bía pr ohibido la
publicac ión de ese trabajo. For muló juicios desprovistos de in ­
dulge ncia respecto de varios de sus' conte mporáne os , y as í aportó
u n te s timonio inapr e ciable acerca de los s e ntimie ntos reales
que los actores de la his tor ia gr ande o pe que ña e xpe rime ntan
unos hacia otros.
La re acción de T ocque ville e l día de la Re volución, el 24
de fe brero, es de casi des esperación y de pos tración. E l par­
lame ntar io es u n conservador libe r al, re s ignado a la mode r ni­
da d de mocrática, apas ionado por las libe r tade s inte lectuale s ,
pers onale s y políticas . Estas libe r tade s e ncaman, a su juicio,
e n las ins titucione s repre se ntativas, ame nazadas s ie mpre por
las re voluciones . Es tá conve ncido de que , a l multiplicar s e , las
re voluciones de te r minan que sea cada vez más impr obable
la pe rdur ación de las libe r tade s .
**El 30 de ju lio de 1830, a l rompe r e l día, ha bía encon­
trado en e l bule var exterior de Ve r s aille s los carruajes del
rey Carlos X, con los escudos ya raspados, marchando a paso
le nto, en fila , con un aire fune rario. Ante este e s pctáculo
no pude contener las lágr imas . Es ta vez [es de cir, e n 1848] ,
mi impr e s ión fue de otro carácter, pe ro a ún más inte ns a. Era
la segunda revolucióTi que ve ía re alizars e en die cisie te años
ante mis propios ojos. Amba s me ha bía n afligido, pero las
impre s ione s caus adas por la últ im a e ran más amargas . Había
e xpe rime ntado has ta e l fin un resto de afe cto he re ditar io ha­
cia Carlos X. Pe ro este rey caía por habe r violado derechos
que me e ran caros, y a ún e spe raba que con su caída se rea­
nima r ía en lugar de extinguirs e la libe r tad de mi país . Hoy,
esta libe r tad me pare cía mue rta. Los príncipe s que huía n
na da s ignificaban para mí, y por e l contrario s e ntía que mi
pr opia causa estaba pe rdida. Ha bía pas ado los me jores años
de mi juve ntud en me dio de una s ocie dad que pare cía adqui­
r ir pros pe ridad y grande za a l mis mo tie mpo que re cuperaba
su libe r tad. Ha bía conce bido la ide a de una libe r tad mode ­
r ada, re gular, conte nida por las creencias, las costumbres y
las leyes. Los encantos de esta libe r tad s ie mpre me habían
conmovido. Se ha bía conve rtido e n la pas ión de toda mi vi­
da. Se ntía que jamás me cons olaría de su pér dida, y que
era preciso r e nunciar a e lla ” ( O .C ., t. X II, pág. 8 6 ).
Más ade lante , T ocque ville r e lata una conve rsación con uno
de sus amigos y colegas de l Ins tituto, Ampére . T ocque ville
nos dice que Ampér e era un típico hombr e de letras. Le rego­
cijaba una r e volución que le pare cía conforme con su ide al,
pues los par tidarios de la re for ma se im po nía n a los reac­
cionarios de l tipo de Guizot. De s pués de l de r r umbamie nto de
la monar quía, ve ía de line ars e las pers pe ctivas de una re pú­
blica prós pera. De acue rdo con el r e lato de T ocque ville , éste
dis putó muy apas ionadame nte con Ampér e : La r e volución,
¿era un aconte cimie nto fe liz o de s graciado? “ De s pués de ha­
ber gr itado mucho, acabamos por r e mitir nos a l futur o, jue z
esclarecido e ínte gro, pero que lame ntable me nte s ie mpre lle ­
ga tar de ” (O.C., t. X II, pág. 8 5 ).
Varios años después, T ocque ville está más conve ncido que
nunca de que la Re volución de 1848 fue un aconte cimie nto
infor tunado. Desde su punto de vis ta no pue de ser de otro
modo, por que e l r e s ultado fin a l de la Re volución de 1848 fue
re e mplazar una mona r quía s e mile gítima, libe r a l y mode r ada,
por lo que Augus to Comte de nomina un dictador te mpor al, por
lo que T ocque ville de nomina una mona r quía bas tarda, y por lo
que nosotros llamar e mos más vulgarme nte un Impe r io auto­
r itario. Por otra parte , es d ifíc il creer que desde e l pun­
to de vista político e l régime n de Luis Napole ón fues e s upe­
r ior al de Luis Fe lipe . Pe ro se trata e n esto de juicios te ñi­
dos de pre fe re ncias pers onale s y a ún hoy, en los libr os de
his toria usados en las escuelas, el entus ias mo de Ampér e está
me jor representado que e l me lancólico e s cepticismo de Toc­
que ville . Las dos actitude s caracte rísticas de la inte le c tuali­
dad francesa — el e ntus ias mo re volucionario, sean cuales fue ­
ren las consecuencias, y el esce pticismo acerca de l re s ultado
Unal de las conmociones— sobrevive n aún hoy, y probable ­
me nte pe r dur ar án cuando mis alumnos e ns eñe n lo que de be ­
mos pencar de la his toria de Fr ancia.
Por supues to, T ocque ville procura e x plicar las causas de
ia Re volución, y lo hace en su es tilo corriente, que es tam­
bién e l de Monte s quie u. La Re volución de Febrero, como to­
dos los grandes aconte cimie ntos de este género, ha nacido
de causas generales, completadas , por as í decirlo, por acci­
dentes. Se ria tan s upe rficial de ducirla ine vitable me nte de las
prime ras como a tr ibuir la e xclus ivame nte a los últimos . Ha y
causas generales, pero éstas no bas tan para e xplicar un he­
cho par ticular que ha br ía po dido ser dis tinto, si tal o cual
;ne ide nte s e cundario hubie s e s ido difere nte .
E l texto más característico es éste:
“ La re volución indus t r ial que desde hacía tre inta años ha ­
b ía convertido a Par ís en la prime ra ciudad manufacture r a
de Fr ancia, y atr aído a sus muros a toda una pobla ción nue­
va de obreros, engrosada a causa de los trabajos de las for ti­
ficacione s con otra población de cultivadore s que ahora no
te nían ocupación; el ardor de los goces mate riale s , que bajo
e l aguijón de l gobie rno e xcitaban cada vez más a esta mul­
titud, el male s tar de mocrático de la e nvidia que la tr abajaba
s ordame nte ; las teorías e conómicas y políticas que come nza­
ban a abrirse paso, y que te ndían a d ifu n d ir la ide a de que
las miserias humanas e ran obra de las leyes y no de la Pro­
vide ncia, y que era pos ible s upr imir la pobreza cambiando
las bases de la s ocie dad; el me nospre cio en que se te nía a la
clase gobe rnante , y sobre todo a los hombre s que la encabe­
za ba n, desprecio tan ge ne ral y tan pr ofundo que par alizaba
la resistencia aún de los que te nían más inte rés en el man­
te nimie nto de l pode r de rrocado; la ce ntralización que re dujo
todas las operaciones re volucionarias a la ocupación de Pa­
rís y al dominio sobre la máq uin a pe rfectame nte armada del
gobie r no; finalme nte , la mo vilidad de todas las cosas, las ins ­
titucione s . las ide as, las costumbres y los hombres , en una
s ocie dad dinámic a que ha s ido conmovida por siete grandes
re volucione s en menos de sesenta años, s in contar una mul­
titud de pe que ñas conmociones secundarias : tales fue r on las
caus as generales sin las cuales la Re volución de Febrero ha­
br ía s ido impos ible . Los pr incipale s accidentes que la pro­
vocaron fue r on la pas ión de la opos ición dinás tica, que pre ­
par ó una asonada en su pre tens ión de obtene r una re for ma;
la re pres ión de esta as onada, prime ro excesiva y lue go aba n­
donada; la s úbita de s apar ición de los antiguos minis tros , que
que braron de pronto los hilos de l pode r mie ntras en su desa­
sosiego los nuevos minis tros no s upie ron re tomarlos a tie mpo
ni r e anudarlos ; los errores y los desórdenes e s pirituale s de
estos minis tros , que no s upie ron r e cons tituir lo que ha bían
s ido bas tante fuertes para que br ar; las vacilacione s de los ge­
nerales , la aus e ncia de los únicos principe s que te nían popu­
lar ida d y vigor; pero sobre todo, la suerte de imbe cilida d
s e nil de l rey Luis Fe lipe , de b ilida d que nadie ha br ía podido
prever, y que aún parece incr e íble después que los aconte ci­
mie ntos lo de mos traron” (0 .C.. t. X II, págs. 84- 85).
T al el género de de s cripción analítica e his tór ica de una
r e volución, característica de un sociólogo que no cree en el
de te r minis mo ine x orable de la his tor ia n i en la suce sión de
los accidentes. Como Monte s quie u, T ocque ville quie re hace r
in te ligib le la his toria. Pero esto últ im o no implica demostrar
que nada ha br ía podido ocurrir de otro modo, s ino recuperar
la combinación de causas ge ne rales y de causas s e cundarias
que teje n la trama de los aconte cimientos .
De pas ada, T ocque ville des taca u n fe nóme no e ndémico en
Fr ancia: e l me nos pre cio que afecta a los hombre s que go­
bie r nan. Es te fe nóme no se re produce hacia e l fin a l de cada
régime n, y e x plica e l carácte r poco s angr ie nto de muchas revo­
lucione s france sas . En gene ral, los re gíme ne s cae n cuando
nadie quie re batirse por e llos. As í, cie nto die z años después
de 1848, la clase polític a que gobe r naba a Fr ancia fue objeto
de tan ge ne ral me nos pre cio, que ese s e ntimie nto par alizó a un
a los que h a br ía n te nido mayor interés e n defende rse.
T ocque ville ha compr e ndido clar ame nte que la Re volución
de 1848 e x hibía inicialme nte un carácte r s ocialis ta. Pe ro, a un­
que políticame nte libe r al, era conse rvador desde e l punto de
vis ta social. Pe ns aba que las de s igualdade s sociales e s taban
ins critas en el orde n de las cosas, o por lo me nos que en su
pr opio s iglo no era pos ible de s ar raigarlas . Por lo tanto, juzgó
con e xtrema s e ve ridad a los mie mbr os s ocialis tas de l gobie r­
no provisorio, porque creyó, coincidie ndo en esto con Marx ,
que ha bía n s obrepas ado los límite s tole rable s de la e s tupi­
dez. Por otra parte un poco como Mar x , T ocque ville , en su
condición de obs ervador puro, compr ue ba que en una pr i­
me ra fase, entre el me s de fe brero de 1848 y la r e unión de
la As amble a Cons tituye nte en mayo, los s ocialis tas tuvie ron en
Par ís , y por inte r me dio de ésta en toda Fr ancia, una cons i­
de r able influe ncia. Ahor a bie n, utiliza r o n esta influe ncia en
la me dida necesaria para ate r ror izar a los burguese s y a la
mayor parte de los campe s inos , pe ro no lo s uficie nte para con­
quis tar una pos ición de pode r. En el mome nto de l choque de-
cis ivo con la As amble a Cons tituye nte , e l único me dio que
podían utiliza r era la as onada. Los je fe s s ocialis tas de la Re ­
volución de 1848 no s upie ron e xplotar las circuns tancias fa ­
vorables que se les ofre cie ron entre fe bre ro y mayo. A par tir
de la r e unión de la As amble a Cons tituye nte , no s upie ron si
que r ían jug a r el jue go de la Re volución o el jue go de l régi­
me n cons titucional. Lue go, en el mome nto decisivo, abando­
naron a sus tropas, los obreros de París , que en las horr ible s
jor nadas de jun io se batie ron solos, s in jefes.
T ocque ville es viole ntame nte hos til tanto a los jefes so­
cialis tas como a los insurrectos de junio . Pe ro su hos tilida d
no lo enceguece. Por una parte , reconoce el valor e xtraordi­
na r io que de mos traron los obreros parisie nses e n la lucha
contra el e jército re gular, y agre ga que e l de s crédito de los
je fe s s ocialis tas quizá no es de finitivo.
Par a Mar x, la Re volución de 1848 de mue s tra que el p r o
ble ma e s e ncial de las socie dades europeas en ade lante es el
proble ma s ocial. Las re volucione s de l s iglo xix serán sociales
y no políticas . T ocque ville , obs e s ionado por la pre ocupación
de la libe r tad individua l, cree que estas as onadas , insurrec­
ciones o re voluciones son catastróficas . Pero tie ne concie ncia
de l he cho de que estas re volucione s e x hibe n cierto carácte r
s ocialis ta. Y si por el mome nto le parece e x cluida la pos ibi­
lid a d de una re volución s ocialis ta, si no cree probable un ré­
gime n e s table cido sobre bases dis tintas que e l pr incipio de
propie dad, concluye con prude ncia:
“ ¿E l s ocialis mo pe rmane ce rá s ume r gido en el desprecio que
cubre tan jus tame nte a los socialis tas de 1848? For mulo el
inte rrogante s in contestarlo. No dudo de que a la larga las
leyes que cons tituye n nue s tra socie dad mode r na se modifi*
car án; ya han cambiado en muchas de sus partes pr incipale s ,
pero ¿se lle gar á ja más a de s truirlas y a pone r otras en su
'lugar ? Es to me parece impr acticable . No digo más , pues a
me dida que e s tudio me jor el estado ante rior d r l mundo, y
que veo más de talladame nte el mundo conte mporáne o; cuando
considero la dive r s idad prodigios a que ha llamos en él, no
s ólo e n las leyes s ino en los principios de éstas, y las dife ­
rentes formas que adoptó y que conserva aún hoy, al marge n
de lo que se diga, e l derecho de propie dad sobre la tie rra,
me sie nto te ntado de creer que lo que de nominamos las ins ti­
tuciones necesarias a me nudo no son más que aquéllas a las
cuales estamos acos tumbrados , que e n mate r ia de cons titu­
ción social, e l campo de lo pos ible es mucho más vasto de
lo que se imaginan los hombre s que viven en cada s ocie dad”
(0 .C., t. X II, pág. 9 7 ).
En otros términos , T ocque ville no e xcluye que los s ocialis ­
tas, los vencidos de 1848, pue dan ser en un futur o más o
menos le jano los que trans forme n la propia or ganización so­
cial.
E l resto de los recuerdos de T ocque ville está consagrado,
después de la de s cripción de las jo ma da s de junio , al r e lato
de la re dacción de la cons titución de la Se gunda Re pública ,
de su par ticipación en e l segundo minis te r io de Od ilo n Ba-
rrot, de la lu d ia de los monarquis tas libe r ale s convertidos
en r e publicanos por vía de r azón contra la mayor ía re alis ta
de la As amble a y el pres ide nte , de quie n se s os pe chaba que
que r ía re s taurar e l Impe r io.4

4 Entr e los pasajes más brillante s debe mos citar e l retrato


de Lamar tine : “Jamás hallé un hombre cuyo e s píritu estuviese
más desprovisto de pre ocupación por el bie n público”. Y na tu­
ralme nte el retrato de Luis Napole ón.
As í, T ocque ville ha compre ndido e l carácter s ocialis ta de
la Re volución de 1848, y conde nado por ins e ns ata la acción
de los socialistas . Pe rte ne cía al par tido de l orde n burgués,
y en el curso de los le vantamie ntos de junio , estaba dis pues to
a batirs e contra los obreros insurrectos. E n la segunda fase
de la crisis fue un r e publicano mode rado, un defe ns or de lo
que se ha lla ma do des pués la r e pública conse rvadora, y al
mis mo tie mpo adoptó una postura antibonapar tis ta. Fue ven­
cido, pero no lo s or pre ndió su derrota, pue s de s de la jo m a d a
de fe brero de 1848 creía que las ins titucione s libr e s e staban
conde nadas provis oriame nte , que la r e volución har ía ine vi­
table un régime n autor itar io cualquie r a, y después de la elec­
ción de Luis Napole ón anticipó natur alme nte la r e s taur ación
de l Impe r io. Pe ro, como no es necesario espe rar par a hacer,
luchó contra la s olución que le pare cía a l mis mo tie mpo la
más pr obable y la me nos des e able . Sociólogo de la escuela de
Monte s quie u, no creía que lo que ocurre es ne ce s ariame nte lo
que debe ocurrir, lo que la Provide ncia de cidiría si fues e
be névola, o la r azón si fuese todopoderos a.

MARX Y LA RE VOLU C IÓN DE 1848

Mar x vivió el pe ríodo his tór ico entre 1848 y 1851 de dis ­
tinto modo que Augus to Comte o T ocque ville . No estaba re ti­
r ado en la torre de m a r fil de la calle Monsieur- le- Prince, y
tampoco era dip uta do a la As amble a Cons tituye nte o a la As am­
ble a Le gis lativa, minis tr o de Odilo n Barr ot y de Luis Na po­
le ón. Agitador r e volucionario y pe riodis ta, pa r ticipó activa­
me nte en los aconte cimie ntos de Ale ma nia . Pero ha bía vivi­
do en Fr ancia y conocía m u y bie n la polític a y a los r e volu­
cionar ios franceses. Por lo tanto, con respecto a Fr ancia era
un testigo activo. Ade más , creía en e l carácte r inte r nacio na l
de la r e volución y se s e ntía dir e ctame nte inte re s ado por la
crisis francesa..
Muchos juicios que halla mos en sus dos libros , Las luchas
de clases e n Franc ia, 1848- 1850, y E l 18 B rum w io de L uis
B onaparíe , coacue rdan con los que apare ce n en los S ouv e nirs
de T ocque ville .
Como T ocque ville , Mar x se s intió impr e s ionado por e l con­
traste entre los le vantamie ntos de 1848, e n los que las ma ­
sas obreras de Par ís combatie ron solas y sin je fe s dur ante
varios días , y los des órdenes de 1849 — un a ño después—
cuando los je fe s par lame ntar ios de la Monta ña inte ntar on
vaname nte des e ncade nar alzamie ntos y no fue r on s e guidos
por sus tropas.
Ambos tie ne n concie ncia de que los aconte cimie ntos de
1848- 1851 no re presentan s imple me nte pe rturbacione s p o líti­
cas, y por e l contrario son los pres agios de una r e volución
s ocial. T ocque ville compr ue ba con te mor que en ade lante se
pone en te la de juic io toda la base de la s ocie dad, las leyes
respetadas desde hace siglos por los hombres. Marx e xclama,
con ace nto de tr iunfo, que comienza a re alizars e la conmo­
ción social, que a sus ojos es ne ce saria. Las escalas de los
valores de l aris tócrata libe r al y de l re volucionario son dife ­
rentes, y aún opuestas. E l respeto de las libe r tade s políticas ,
que para T ocque ville es s agrado, cons tituye a los ojos de
Mar x la s upe rs tición de un hombre de l antiguo régime n. Marx
no sie nte ningún respeto hacia e l Par lame nto y las lib e r ­
tades formales . Lo que uno qiue re s alvar a toda cos'ta. el
otro lo cree s ecundario, y quizás aún pie ns a que es u n obs tácu­
lo en e l camino de lo que le parece e s e ncial: la r e volución
social.
Uno y otro ven una suerte de lógica his tór ica en e l paso
de la Re volución de 1789 a la Re volución de 1848. A los
ojos de T ocque ville , la r e volución continúa, y pone en tela
de juic io e l orde n s ocial y la propie dad, des pués de la des­
trucción de la mo nar quía y los órdenes pr ivile giados . Marx
ve en esta re volución social la apar ición de l cuarto Es tado,
después de la victor ia de l tercero. Las expresiones no son
idénticas ; los juicios de valor son contrarios, pero uno y otro
coincide n en un punto e s e ncial: una vez de s truida la mo nar quía
tr adicional, una vez derrocada la aris tocracia de antaño, es
nor ma l que el movimie nto de mocrático, que tie nde a la igual­
dad s ocial, ataque los pr ivile gios que aún pe r dur an, que son
los de la burgue s ía. A juic io de T ocque ville , y por lo me nos
para su época, la lucha contra la de s igualdad e conómica está
conde nada a la derrota. E n ge ne ral, cree inconmovible s las
de s igualdade s de fortuna, pues e s tán vinculadas con e l orden
eterno de las sociedades humanas . Por su parte , Mar x pie ns a
que no es impos ible r e ducir o e lim ina r estas de s igualdade s
e copómicas me diante una re organización de la s ocie dad. Pero
uno y otro obs ervan el paso de la r e volución contra la aris ­
tocracia a la re volución contra la burgue s ía, de la subver­
s ión contra e l Es tado monár quico a la s ubve rsión contra el
or de n social todo.
Finalme nte , Marx y T ocque ville coincide n en el anális is de
las fases de la re volución. Los aconte cimie ntos franceses de
1848- 1851 e ran fas cinante s par a los espectadores contempo­
ráneos, y lo son a ún hoy, a causa de la ar ticulación de los
conflictos . E n pocos años , Fr ancia vivió la mayor ía de las
s ituacione s típicas de los conflictos políticos e n las s ociedades
mode rnas .
En el curso de una prime r a fase, de l 24 de fe bre ro de 1848
al 4 de mayo de 1848, un alzamie nto abate a la mo na r quía,
y el gobie r no provis orio incluye a varios socialis tas , que ejer­
cen una influe ncia pr e dominante dur ante algunos meses.
Con la r e unión de la As amble a Cons tituye nte , se inic ia una
s egunda fase. La mayor ía de la As amble a e le gida por e l país
es conservadora, o aún re accionaria y monár quica. Se suscita
un conflicto entre e l gobie r no provis orio, donde pr e dominan
los s ocialis tas , y la As amble a conservadora. Es te conflicto
desemboca en los movimie ntos de jun io de 1848, r e be lión de l
pr ole tar iado paris iens e contra una as amble a e le gida por su­
fragio unive r s al pe ro que , a causa de su compos ición, aparece
como un e ne migo a los ojos de los obreros parisienses.
La tercera fase comie nza con la e lección de Luis Na pole ón,
en dicie mbre de 1818; o de acue rdo con Marx, en mayo de
1849, con e l fin a l de la Cons tituye nte. E l pre s ide nte de la
Re pública cree en la le g itimida d bonapar tis ta, y se cree el
hombre s e ñalado por el de s tino. En su carácter de pre s ide nte
de la Se gunda Re públic a , dis puta prime ro con una As amble a
Cons tituye nte de mayor ía monár quica, y lue go con una
As amble a Le gis lativa que cue nta igualme nte con una mayo­
r ía monár quica, pe ro también con cie nto cincue nta represen­
tantes de la Montaña.
De s pués de la e lección de Luis Na pole ón comie nza un con­
flicto s util, que se de s ar rolla en varios frentes. Los mo nár q ui­
cos, incapace s de pone rse de acue r do en e l nombr e de l mo­
narca y en la re s taur ación de la mona r quía , por hos tilida d a
Luis Na pole ón se convie rte n en defensores de la Re públic a
contra un Bonaparte deseoso de re s taurar e l Impe r io. Luis
Napole ón utiliza proce dimie ntos que los par lame ntar ios con­
s ide ran demagógicos. E n efecto, en la táctica de Luis Napo­
le ón se manifie s tan los eleme ntos de l s e udos ocialis mo (o de l
auténtico s ocialis mo) de los fas cis tas de l s iglo XX. Como la
As amble a Le gis lativa come te e l e rror de s upr imir el s ufr agio
unive rs al, e l 2 de dicie mbre Luis Na pole ón s uprime la Cons­
titución, dis ue lve la As amble a Le gis lativa y restablece s im ul­
táne ame nte e l s ufr agio unive rs al.
Pero Mar x inte nta también, y e n eso está su or iginalidad,
e xplicar los aconte cimie ntos políticos por la infrae s tructura
s ocial. E n los conflictos pr opiame nte políticos procura mos­
trar la e xpres ión, o por así de cir lo e l aflor amie nto a nive l
político de las que re llas profundas de los grupos sociales. Es
e vide nte que eso es tambié n lo que hace T ocque ville . Mue s ­
tra e l conflicto de los grupos sociales e n la Fr ancia de me ­
diados de l s iglo x a . Los actores principale s de l dr ama son
los campe sinos, la pe que ña burgue s ía paris iens e, los obreros
parisienses, la burgue s ía y los restos de la aris tocracia, acto­
res todos que no son muy dis tintos de los que des cribe Marx.
Pe ro a l mis mo tie mpo que e xplica los conflictos políticos me ­
dia nte las dis putas sociales, mantie ne la e s pe cificidad o la
autonomía por lo menos r e lativa de l orde n político. Por el
contrario, Ma r x procura cons tante me nte h a lla r una correspon­
de ncia unívoca entre los aconte cimie ntos de la esfera política
y los aconte cimie ntos de la infrae s tructura social. ¿En qué
me dida lo ha logr ado?
Los do3 folle tos de Mar x, Las luchas de clases e n Franc ia
y E l 18 B rum ario de Luis B onaparíe son obras br illante s . A
m i juicio, son en muchos aspectos más profundas , más satis­
factorias que sus grandes obras cie ntíficas . Marx, impuls ado
por su clar ivide ncia de his toriador, olvida sus teorías y a na ­
liza los aconte cimie ntos como un obs ervador ge nial.
As í, para demos trar la inte r pr e tación de la polític a me ­
diante la infrae s tructura social, Ma r x escribe:
"E l 10 de dicie mbre de 1848 [ es de cir, e l día de la elec­
ción de Luis Napole ón] fue e l día de la ins ur re cción de los
campesinos. Sólo desde esa fe cha se inic ia el fe bre ro de los
campe s inos franceses, el s ímbolo que expres aba su ingreso
en e l movimie nto r e volucionario, torpe y astuto, gr anuja e in ­
ge nuo, zafio y s ublime , s upe rs tición calculada, patético bur­
lesco. anacr onis mo ge nial y e s túpido, travesura de la his toria
mundia l, je r oglífico inde s cifr able par a la r azón de las perso­
nas civilizadas , este s ímbolo s e ñalaba, s in que fuese pos ible
confundir lo, la fis onomía de la clase que representa la bar ­
barie en e l seno de la civilización. La Re públic a se ha bía
anunciado a e lla me diante e l a lgua cil; y e lla se anunció a la
Re púb lic a me diante el empe rador. Na pole ón era e l único hom­
bre que re pres entaba has ta e l fin los intereses y la imagina ­
ción de la nue va clase campe s iná' que 1789 ha bía creado. Al
ins cr ibir su nombr e e n e l fr ontis picio de la Re públic a , de cla­
raba la guerra a l e xtranje ro y r e ivindicaba sus intereses de
clase e n e l inte r ior. Par a e l campe s ino, Napole ón no era un
hombr e s ino un programa. Con bande ras y mús ica fue r on a
las uma s a los gritos de ¡Bas ta de im pue s tos ! ¡A b ajo los ri­
cos! ¡A bajo la R e p úb lic a' ¡V iv a e l e m pe rador! De trás dol
e mpe rador se ocultaba la jacqw e rie . La Re públic a que e llos
de rrocaron con su voto, era la r e públic a de los ricos” ( Les liU-
tes de classes e n France , Éd. Sociales , pág. 57 ).
Aún e l e studioso no marxis ta ace pta s in dific ult a d que los
campe s inos votaron por Luis Na pole ón. Como re pr e s e ntaban
e ntonces a la mayor ía de los electores, pre fir ie r on e le gir a l
s obrino, r e al o supue s to, de l e mpe rador Na pole ón, antes que
e le gir a l ge ne ral r e publicano Cavaignac. E n u n s is te ma de in ­
te rpre tación ps icopolítica, se d ir ía que a causa de su nombre
Luis Na pole ón era e l je fe car is mático. E l campe s ino — poco
civilizado, dice Mar x con su de s pre cio a los campe sinos— ha
pr e fe rido un s ímbolo napole ónico a una pe r s onalidad r e pub li­
cana auténtica, y en este s e ntido Luis N a pole ón ha s ido e l
hombre de los campe s inos contra la r e públic a de los ricos. Lo
que parece proble mático, es la me dida en que , pre cis ame nte
por que lo e ligie r on los campe s inos , Luis Na pole ón se con­
vir tió e n re pre s e ntante de l inte rés de clase de los campe s inos .
No era necesario que los campe s inos e ligies e n a Luis Na pole ón
par a inte r pr e tar sus intereses de clase. No era ne ce s ario tam­
poco que las me didas adoptadas por Luis Na pole ón se ajus ­
tasen a l inte r és de clase de los campes inos . E l e mpe rador hizo
lo que su ge nio o su e s tupide z le s ugirió. E l voto campe s ino
favorable a Luis Na pole ón es u n he cho in dud able . La trans ­
for mación de l aconte cimie nto en te oría es la fór m ula : “ e l in ­
terés de clase de los campe s inos se expresó e n Luis Napo­
le ón” . ’
Un texto acerca de los campes inos , in c luid o en E l 18 Bru-
m ario de Luis B onaparte pe rmite compr e nde r este punto. Mar x
des cribe ia s ituación de clase de los campe s inos :
“ E n la me dida e n que millone s de fa m ilia s campe s inas vi­
ven en condicione s e conómicas que las s e paran unas de otras
y opone n su género de vida, sus intereses y su cultur a a las
de otras clases de la socie dad, for man una clase. Pe ro no
for man una clase en la me dida en que no existe entre los
campe s inos de las parce las más que un vínculo local, y e n
que la s im ilit ud de sus intereses no crea e ntre e llos ning una
comunidad, n ing ún vínculo na ciona l y ninguna or ganización
polític a. Por eso son incapace s de de fe nde r sus intereses de
clase e n su pr opio nombre , me diante un Par lame nto o una
As amble a. No pue de n representarse a sí mis mos , es ne ce s ario
que los re presenten. Sus repre sentante s de be n parecerles a l
mis mo tie mpo una aut or ida d s upe rior, como u n pode r gube r­
na me nta l abs oluto, que los prote ge contra las restantes clases
y les e nvía desde lo alt o la llu v ia y e l bue n tie mpo. Por con­
s iguie nte , la influe ncia polític a de los campe s inos de las par ­
celas e ncue ntran su e xpre s ión fin a l en la s ubor dinación d«
la s ocie dad al pode r e je cutivo” (L e 18 B rum aire de L o uu So*
napartr, £d . Sociales , pág. 9 8 ).
Tenemos a quí una de s cripción muy sagaz de la condición
e quívoca, de clase y no clase, de la mas a campe s ina. Los cam­
pesinos tie ne n un modo de existe ncia más o me nos s emejante,
que les confie re la prime ra característica de una clase s ocial;
pero les fa lta la capacidad de cobrar concie ncia de sí mismos
como for mando una unida d. Incapace s de representarse a sí
mismos, son desde lue go una clase pas iva, que sólo pue de
h a lla r re pre s e ntación en hombre s exteriores a e lla — lo que
constituye un comienzo de e xplicación de l hecho de que los
campe s inos hayan e le gido a un hombre que no ha bía surgido
de sus filas — es decir, a Luis Napole ón.
Pe ro resta una dific ult a d fundame ntal: lo que ocurre en
la escena política, ¿se e xplica ade cuadame nte por lo que ocu­
rre e n la infrae s tructura s ocial?
Por e je mplo, de acuerdo con Mar x, la mo nar quía legitimis-
ta re pre s entaba la propie dad r ural, y la mona r quía or le anis ta
a la burgue s ía financie r a y come rciante . Ahor a bie n, estas
dos dinas tías jam ás pudie r on entenderse dur ante la crisis de
1848- 1851, la dis puta entre las dos dinas tías fue el obs táculo
ins upe r able que im pidió la re s tauración monár quica. ¿Las dos
fa milia s reales se mos traron incapace s de coincidir e n e l nom­
bre de un pre te ndie nte , porque una re pre s e ntaba a la propie ­
da d rural y la otra a la pr opie dad in d us tr ia l y come rcial? ¿O'
e ran incapaces de ponerse de acuerdo porque , por de finición,
s ólo pue de habe r un pre te ndie nte ?
La pre gunta no está ins pir ada por una actitud pre conce bida
de crítica o de s utile za, y por e l contrario propone e l pr oble ­
ma e se ncial de la inte r pr e tación de la política por la infrae s ­
tructura social. Admita mos que Marx tenía razón, y que la mo­
nar quía le gitimis ta fue e fe ctivame nte el régime n de la gran
propie dad r ur al y de la noble za tr adicional, y que la monar ­
quía de Orléans representa los intereses de la burgue s ía fi­
nancie ra. ¿E l conflicto de intereses económicos impe día la u n i­
dad, o el obs táculo estaba re pre se ntado por e l s imple fe nóme no,
ar itmético por as í de cirlo, de que s ólo po día habe r un rey?
Por supuesto, Marx se sie nte te ntado de e xplicar la impos i­
b ilid a d de l acuerdo me diante la in c o mpa tibilid a d de los inte ­
reses económicos.5 La de bilida d de esta inte r pr e tación reside

5 En este sentido, un- pas aje del 18 Brum ario es s ignificativo:


“ Como hemos dicho, los legitimis tas y los orleanistas forman
las dos grandes fracciones del par tido de l orden. ¿Lo que unía
a estas dos fracciones con sus prete ndie nte s, y las oponía unas
e n que en otros paíse s y en otras circuns tancias la pr opie dad
r ur a l pudo concertar un compromis o con la burgue s ía indus ­
tr ia l y come rcial.
U n texto de l 18 B rum ario de L uis B onaparte es par ticular ­
me nte s ignificativo:
“ Los diplomáticos de l pa r tido de l orde n cre ían pode r liq u i­
dar la lucha me diante lo que e llos mis mos de nominaban una
fus ión de las dos dinas tías de los par tidos re alis tas y de las
respectivas casas reales. La verdade ra fus ión de la Re s tauración
y de la mo nar quía de Ju lio era la Re púb lic a par lame nt ar ia ,
e n la cual se fundía n los colores orle anis tas y le gitimis tas , y
las dife re nte s clases de burgués de s apare cían en el burgués a
secas, en e l género burgués . Pe ro, entonces e l or le anis ta de bía
convertirse en le gitimis ta, y éste en aquél” (L e 18 B rum aire
de Louis B onaparte , Éd. Sociales , págs. 76- 77).
Mar x tie ne r azón. No es pos ible pe dir nada s e me jante, a
me nos que tengamos la suerte de que e l pre te ndie nte de una
de las dos fa m ilia s acepte morir. Aquí, la inte r pr e tación es

contra otras, no era más que las flores de lis y la bande ra tri­
color, la casa de los Borbones y la casa de Orléans , matices
diferente s de l re alismo? Bajo los borbone s, había re inado la
gr an propie dad rural con sus sacerdotes y sus lacayos, bajo los
Orléans , ocupó el prime r lugar la alta fínanza, la gr an indus ­
tria, el gran comercio, es de cir el capital, con su cortejo de abo­
gados, profesores y retóricos. La realeza le gítima no era más
que la expresión política de l dominio he re ditario de los seño­
res terratenientes, de l mis mo modo que la monar quía de Julio
no era más que la expresión política de l dominio us ur pado de
los adve nedizos burgueses. Por consiguie nte , las fracciones no
e s taban divididas por pre tendidos principios , sino por sus con­
dicione s materiales de existencia, dos formas diferente s de pr o­
pie dad, el antiguo antagonis mo entre la ciuda d y el campo,
la rivalidad entre e l capital y la propie dad rural. Que al mis mo
tie mpo los antiguos recuerdos, las que rellas personales, los te­
mores y las esperanzas, los pre juicios y las ilusione s,las s im­
patías y las antipatías , las convicciones, los artículos de fe y
los principios los hayan vinculado a una u otra casa reai,
¿quié n lo niega? Sobre las dife re nte s formas de pr opie dad,
sobre las condiciones de existencia social se eleva una superes­
tructura ínte gra de impres iones , ilusiones, modos de pens a­
mie nto y concepciones filosóficas particulares . La clase toda
las crea y las forma sobre la base de estas condiciones mate ­
riales y de las correspondientes relaciones sociales. E l in d i­
viduo que las recibe por tr adición o por e ducación pue de im a ­
ginarse que cons tituye n las verdaderas razones de terminante»
purame nte política, exacta y s atis factoria. Los dos partidos
monárquicos no podía n ponerse de acue rdo sobre la bas e de
una r e públic a pa r lame ntar ia, único modo de r e conciliar a los
dos pre te ndie nte s a un trono que s ólo tolera u n ocupante . Cua n­
do hay dos pre te ndie nte s , par a e vitar que uno ocupe las Tu-
lle r ías y e l otro marche a l e x ilio, es necesario que ninguno
ocupe el poder. La r e pública par lame ntar ia era e n este s e ntido
la re conciliación entre las dos dinas tías . Y Marx continúa:
“ La re aleza, que pe rs onifica e l antagonis mo entre ambos ,
de bía e ncarnar su u nid a d y hace r de la e xpre s ión de sus inte ­
reses exclusivos de fraccione s e l interés común de su clase. La
mo na r quía de bía r e aliza r lo que la ne gación de las dos mo­
nar quías — a saber, la Re púb lic a — podía r e alizar y ha bía re a­
liza do re alme nte . Er a la pie dra filos ofal, en cuya fabr icación
se r ompían la cabeza los doctores de l par tido de l orde n. [ Como
si la mona r quía le gítima pudie s e convertirse jamás en la mo­
na r q uía de la burgue s ía indus tr ial, o la re aleza de la bur gue ­
sía ser ja más la re aleza de la aris tocracia te rratenie nte he r e di­
tar ia! ¡Como si la propie dad r ur al y la indus t r ial pudie s e n fr a ­
te rnizar ba jo una mis ma corona, s ie ndo as í que la corona sólo
podía ador nar una s ola cabeza, la de l he r mano mayor o la de l
me nor! ¡Como si en ge ne ral la indus tr ia pudie s e re conciliars e
con la pr opie dad r ural, mie ntras ésta no de cidie se convertirse

y el punto de par tida de su actividad. Si los orleanistas, lo*


íe gitimis tas , si cada fracción se e sforzaba por persuadirse y
por pe rs uadir a los de más dé que e staban separada* por su
adhe s ión a las respectivas casas reales, los hechos demos traron
lue go que la dive rge ncia de sus intereses era el factor pr inci­
pa l que impe día la unión de las dos dinas tías . Y así como en
la vida pr ivada se dis tingue e n t T e lo que un hombr e dice o
piensa de sí mis mo y lo que es re alme nte , es necesario dis tin­
guir a ún más e n las luchas históricas entre la fras eología y
las pretensiones de los partidos , y su cons titución y sus inte ­
reses verdaderos, entre lo que imaginan ser y lo que son en
re alidad. Los orleanistas y los Íegitimistas estaban e n la Re ­
públic a unos al lado de otros, con iguales pretensiones. SI
cada fr acción se proponía contra la otra la re s tauración de
su propia dinas tía, e llo s ignificaba únicame nte que lo* dos
grande s intereses que dividía n a la burgue s ía —propie dad rural
y capital— se esforzaba, cada una por su lado, por restablecer
su pr opia s upre macía y la s ubor dinación de l otro. Hablamos
de dos intereses de la burgue s ía, pue s la gran propie dad r u­
ral, a pesar de su coque te ría fe udal y su or gullo de raza, se
había aburgue s ado totalme nte , como conse cuencia de l desa­
rrollo de la s ocie dad mode r na” (págs . 38- 39).
en pr opie dad indus tr ial! S i Enr ique V muries e ma ñana mismo,
no por e llo el conde de Par ís sería e l rey de los le gitimis tas ,
a me nos que cesase de ser e l rey de los orle anis tas ” (Ib íd .,
pág. 77 ). .
Por lo tanto, Marx practica una me zcla s util e ins inuannte de
de dos explicacione s : La e x plicación po lític a de acuerdo con la
cual cuando se e nfr e ntaban dos pre tendie ntes al trono de Fr an­
cia, e l único modo de r e conciliar a sus partidar ios era la re pú­
blica par lame ntar ia; y la inte r pr e tación s ocioe conómica, bás i­
came nte dis tinta, de acuerdo con la cual la propie dad r ural no
podía re conciliars e con la burgue s ía indus tr ial a menos que la
pr opie dad r ural mis ma se indus tr ializas e . Hallamos hoy una teo­
ría de este últ im o tipo en los analis tas marxis tas o de ins pir a­
ción marxis ta que procuran e x plicar el fe nóme no de la V Re ­
pública. Es ta no pue de ser la r e pública gauliis ta, es necesario
que sea la r e pública bas ada en el capitalis mo mode rnizado o
en cua lquie r otro e le me nto de la infrae s tructura social.®
Por supuesto, esta e x plicación es más profunda, s in que e llo
im pliq ue que sea neces ariamente válid a. La im po s ibilid ad de
r e conciliar los intereses de la propie dad r ur al y los intereses
de la burgue s ía indus tr ial s ólo existe en la fantas magor ía
sociológica. E l día en que uno de los dos príncipe s carezca
de de s cendencia, la re conciliación de los dos pre te ndie nte s se
re aliza automáticame nte , y los intereses que otrora se oponían
e ncue ntran milagr os ame nte la pos ibilida d de l compromis o. La
im po s ibilid a d de r e conciliar a los dos pre tendie ntes era esen­
cialme nte política.
Cie rtame nte , la e xplicación de los aconte cimie ntos políticos
me diante la base s ocial es le gitima y válida , pero la e xplica­
ción unívoca es en cons ide rable me dida una for ma de la m i­
tología sociológica. En r e alida d, se r e aliza me diante la pro­

6 Véase sobre todo los artículos de Serge Malle t, re unidos


en un Volumen con el título Le Gau lliim e et la Gauche , París,
Éd. du Seuil, 1965. Para este sociólogo, el nue vo régime n no
es un accide nte histórico, "s ino la creación de una estructura
politica que concue rda con las exigencias de l ne ocapitalis mo”.
El gaullis mo es la expresión política de l capitalis mo mode rno.
Hallamos un anális is semejante e n Roge r Prioure t, que no es
marxista, pe ro para quie n “de Gaulle no apare ció en 1958 im ­
pulsado exclusivamente por la fue rza de choque de Arge lia;
creia traer un régime n conce bido e n función de sus e nfoque *
históricos, y de he cho ha adaptado la vida política al estado
de la s ocie dad". ( “Les ins titutions politique s de la France en
1970”, B ulle tin S.E.D.E .I.S ., n? 786, s uple me nto Futu rib le i,
1° de mayo de 1961).
yección en la infrae s tructura social de lo que se ha observado
en la escena política. Después de comprobar que los dos pre ­
te ndie nte » no podían entenderse, m- decreta que la propie dad
rural no pue de reconciliarse con la propie dad indus tr ial. Y por
otra parte un poco más lejos aún se nie ga esta fór mula, y se
e xplica que dicha re conciliación se re aliza en el seno de la
re pública parlame ntar ia. Pues si e l acue rdo era s ocialm e nte
impos ible , sería igualme nte impos ible bajo una r e pública par ­
lame ntar ia y bajo una monarquía.
A mi juic io este ca- o es típico. .Muestra s imultáne ame nte lo
que es ace ptable — o* decir, necesario— en las e xplicaciones
sociales de los conflictos políticos , y lo que es erróneo. Los
sociólogo* profe s ionale s o aficionados e xpe rime ntan una suerte
tle mala conciencia cuando se limita n a e xplicar los cambios
de régime n y las crir- is políticas me diante la po.ítica. Por mi
parle, tie ndo a creer que el de talle de los aconte cimie ntos polí­
ticos rara vez pue de explicarse de otro modo que aludie ndo a
lo* hombres, los partidos , sus dis putas y ?us ideas.
Luis .Napoleón es el representante de los campesinos, en el
s entido de que los electores campe.- ¡nos votaron por él. E l ge­
ne r al de Ca ulle es también e l re pre se ntante de los campe s i­
no- , pues í U gestión fue apr obada e n 1958 por el 85 % de los
franceses. Hace un s iglo el me canis mo p- icopolítico no era
e s e ncialme nte dis tinto de lo que es hoy. Pe ro nada tie ne que
ver con las difere ncias entre las clases sociales, y me nos aún
con los intereses de cla- e de un gr upo dado. Cuando los fr an­
ceses se cansan de los conflictos sin s alida, y apareae un hom­
bre pre de s tinado, lo- mie mbros de todas las clases se une n a
quie n promete s alvarlo.
En la última parte de E l 18 B rum ario de Luis Bonaparte ,
Marx ofrece un anális is de tallado de l gobie rno de Luis Napo­
león. y de l modo en que s irvió a los intereses de las dife re n­
tes clase- . Marx afir ma que Luis Napole ón fue ace ptado por
la burgue.- ía porque de fe ndía sus intereses económicos fund a ­
me ntales. En compe ns ación, ésta re nunció a ejercer por sí mis ­
ma e l pode r político.
“ En ese mome nto, la burgue s ía e vide nte me nte no tenía más
alte rnativa que e legir a Bonaparte. De s potismo o anar quía. Co­
mo es natural, pr e fir ió el d e s po tis m o ... Bonaparte , en tanto
que pode r ejecutivo que se ha inde pe ndizado de la socie dad,
se siente llamado a asegurar “ el orden burgués ”. Pero la fue r ­
za de este orden burgués es la clase me dia. Por eso Bonaparte
aparece como representante de esta clase y public a decretos en
este e s píritu. Pero es algo porque ha de s truido y aún destruye
cotidianame nte la influe ncia política de esta clase me dia. Por
eso se presenta como adve rs ario de l pode r político y lite rario
de la clase me dia (Le 18 B rum aire de Louis B onaparte , Éd.
Sociales, pág. 104).
En todo este anális is hay un e le me nto par ticular me nte inte ­
resante: Mar x reconoce el pape l de cisivo de l Es tado.
"E l pode r e jecutivo con su inme ns a or ganización burocrática
y milit a r , con su me canis mo estatal comple jo y a r tific ia l, su
e jército de funcionar ios de un m illón de hombre s y e l otro
e jército de quinie ntos m il soldados , te mible cue rpo par ás ito,
que re cubre como una me mbrana el cue rpo de la socie dad
francesa y tapona todos sus poros, se for mó en la época de
la mona r quía abs oluta, dur ante la le gis lación de l fe udalis mo,
a cuyo de rrocamie nto contribuyó. Los pr ivile gios se ñoriale s de
los grandes propie tarios rurale s y de las ciudade s se trans for­
maron en otros tantos atr ibutos de l pode r de l Es tado, los dig ­
natar ios fe udale s en funcionar ios des ignados , y la carta hete­
rogénea de los derechos soberanos me die vale s contradictorios
se convirtió en e l pla n bie n r e gulado de un pode r es tatal, cuyo
tr abajo está dividido y ce ntralizado como en una fábr ica. La
pr ime r a Re volución France sa, que se propus o de s truir todos los
poderes inde pe ndie nte s , locales, te rritoriale s , municipale s y pro­
vinciale s , par a crear la unid a d burgue s a de la nación, ine vita­
ble me nte de bía de s ar rollar la obr a in ic ia d a por la mona r quía
abs oluta: la ce ntr alización, pe ro también al mis mo tie mpo la
e xtensión, los atr ibutos y e l apar ato de l pode r gube r name ntal.
Napole ón perfe ccionó este me canis mo e s tatal. La monar quía
le gitima y la monar quía de Ju lio se limitar on a de s ar rollar la d i­
vis ión del trabajo, creyendo al paso que la divis ión de l tr abajo
en el seno de la s ocie dad burgue s a cre aba nuevos grupos de in ­
tereses y que , por cons iguie nte , apare cía mate r ial nue vo para la
adminis tr ación de l Es tado. Se proce dió inme diatame nte a s e pa­
rar de la s ocie dad cada inte rés común, oponiéndolo a e lla como
un inte rés supe rior, ge ne ral, arr e batado a la inic ia tiva de I09
mie mbros de la s ocie dad, tr ans formando e n objeto de la activi­
dad gube r name ntal, desde e l pue nte , el e dificio e scolar y la pro­
pie dad comunal de la más pe que ña alde a has ta los fe rrocarrile s ,
los bienes nacionale s y las unive rs idade s . Finalme nte , e n su lu ­
cha contra la r e volución, la Re públic a par lame nt ar ia se vio
obligada a re forzar con sus me didas represivas los me dios de
acción y la ce ntr alización de l pode r gube r name ntal. Todas las
re voluciones políticas no hicie r on más que pe rfe ccionar esta
máquina , en lugar de de s truirla. Los partidos que luchar on su­
cesivamente por e l pode r e nte ndie ron que la conquis ta de este
inme ns o e dific io e s tatal era e l b o lín p r incipal de l vencedor”
(Le 18 B rum aire de Louis B onaparte , Éd. Sociales , págs. 96- 97).
En otros términos, .Marx describe el de s arrollo prodigios o del
Es tado adminis trativo ce ntralizado, este mis mo Es tado que
T ocque ville ha analizado, cuyos orígenes prerrcvolucionarios
demostró, y al que vio conquis tar progresivamente amplitud
y poder a me dida que se ope raba el de s arrollo de mocrático.
Quie n dirige este Es tado ine vitable me nte ejerce conside ra­
ble influe ncia sobre la s ocie dad. T ambién T ocque ville cree
que todos los partidos contribuye n al de s arrollo de esta enor­
me máquina adminis tr ativa. Ade más , está conve ncido de que
un Es tado socialis ta contr ibuir á aún más ¡i a mplia r las ju n ­
ciones estatales y a ce ntralizar la adminis tr ación. Marx afir-
m.t que el E- tado ha adquir ido una suerte de autonomía con
respecto a la sociedad. Basta "1111 caballe ro de fortuna ve ni­
do de l extranjero, lle vado en tr iunfo por una soldadesca bo­
rracha, compr ada con aguar die nte y s alchichón, y a la cual es
necesario renovar cons tante me nte la provis ión de estos pro­
ductos” (Ib íd ., pág. 97 ).
Par a Marx la verdadera re volución cons istiría, no en apo­
derarse de esta máquina , s ino en de s truirla. A’ lo cual Tocque­
ville ha br ía re s pondido: Si la propie dad de los instrume ntos
de producción debe a dquir ir carácter colectivo, y ha de cen­
tralizarse la ges tión de la e conomía, ¿por obra de qué m ila ­
gro pode mos esperar la de s trucción de la máquina del Es­
tado?
En r e alidad, en Marx hay dos teorías acerca de l pape l del
Es tado en la r e volución. En L a Gue rra C iv il en Francia, su
obra acerca de la Comuna de París , sugiere que la Comuna,
es de cir la dis locación de l Es tado ce ntral y la de s ce ntrali­
zación a fondo re presentan el ve rdade ro conte nido de la dic­
tadura de l prole tariado. Pero ha llamos en otras obras la ¡dea
completame nte contraria de que es necesario re forzar todo lo
pos ible el pode r político y la ce ntralización estatal para rea­
liza r la re volución.
Por consiguiente, T ocque ville y Marx han observado del
mis mo modo la m áq uin a de l Es tado ce ntralizado. T ocquevi­
lle lle gó a la conclus ión de que correspondía multiplic a r los
organismos inte rme dios y las ins titucione s re presentativas, pa­
ra limit a r la omnipote ncia y la amplia ción in de finida de l Es ­
tado. Por su parte , Marx ha re conocido la autonomía parcial
de l Es tado respecto de la sociedad, fór mula contradictoria con
su teoría ge ne ral de l Es tado como expresión s imple de la cla­
se dominante , y ha afir mado que la re volución s ocialis ta po­
dr ía de te rminar la de s trucción de la máquina adminis tr ativa.
En su condición de teórico, Ma r x quie re re ducir la política
y sus conflictos a las relaciones y las luchas de las clases so-
cíales. Pero en varios puntos esenciales su clarivide ncia de
observador prevalece sobre su dogmatis mo y reconoce, en cier-
lo modo involuntar iame nte , los factores propiame nte políticos
de los conflictos del régime n y la autonomía de l Es tado con
respecto a los dife re nte s grupos. En la me dida en que exis­
te esta autonomía, un e leme nto de l de venir de las socie da­
des no es re ductible a la lucha de clases.
La de mos tración más notable de la e s pe cificidad y la au­
tonomía de l orden político con respecto a las luchas socia­
les es, por otra parte, la Re volución Rus a de 1917. Al ocu­
par el poder, al modo de Luis Napole ón, aunque me diante un
proceso más violento, un grupo de hombres pudo transfor­
mar toda la estructura de la socie dad rusa y e dificar el so­
cialis mo, a par tir , no de l pre dominio de l prole tariado, sino
de la omnipote ncia de la máquina estatal.
Lo que hallamos en el e squema teórico marxis ta. apar e ­
ce en los anális is his tóricos do Marx, o en los aconte cimie n­
tos cuyos protagonis tas adhie r e n al propio Marx.

Los cuatro autores e s tudiados en esta prime ra parte son el


punto de par tida de tres escuelas.
La prime ra es la que podríamos de nominar la escuela
france sa de sociología política, cuyos fundadore s son Monte s ­
quie u y T ocque ville . En nuestra época. Élie Haiévy perte ne­
ce a esta tr adición. 7 Es una escuela de sociólogos poco dog­
máticos , interesados ante todo en la política, y que sin des­
conocer la infrae s tructura social, afir man la autonomía del
orde n político y pie ns an como libe rale s . Por mi parte , es pro­
bable que yo mis mo sea un descendiente tar dío de esta
escuela.
La s egunda e s cuda es la de Augus to Comte . Culmina en
Dur khe im, a principios de este siglo, y quizás en los s ociólo­

7 Entre lis obras <le filie lla lé vy cite mos: La Form ation du
rtulictllism e l>h:losopliique, París, Alean, 1901- 1904 (3 volúme ­
nes: tomo I, L a Jeunesse de B cnlham ; tomo II, L 'Év o luliim
de la doctrine utilitaire de 1789 <i 1815; tomo III, Le Radica-
lism e p h ilo s o p liiq ue ); His toire d u pe uple anglais au X IX e .
airclc, París, Hachette, 6 volúmenes (los cuatro primeros v o lú­
menes abarcan el pe ríodo de 1815 a 1848, los dos últimos de
1895 a 1914); L ’Ére des tijrannie s , étude s sur le socialis m o et
la Rtierre, París, Gallimar d, 1938; His toire d u socialism e euro-
pe e n, re dactado de acue rdo con las notas del curso, París, Ca-
llimard, 1948.
gos franceses modernos. Menospre cia la impor tancia de lo po­
lítico y de lo e conómico con respecto a lo s ocial, ponie ndo
el acento sobre la unida d del todo social y afir mando como
fundame ntal el concepto de consenso. Al multiplic a r los a n áli­
sis y los conceptos se esfuerza por re cons truir la tota lida d de
la sociedad.
La tercera escuela, la marxis ta, es la que ha te nido más
éxito, si no en las aulas en la esencia de la his toria unive r ­
sal. Se gún la inte rpre taron a par tir de la infrae s tructura socio­
económica con un e s quema de l de ve nir que garantiza a los
fieles la victoria. Es particular me nte d ifíc il dis cutirla a causa
de sus éxitos histórico- . Pues jamás se sabe si corresponde
dis cutir la versión de l catecismo, necesaria para toda doc­
tr ina de Es tado. O la versión s util, la única ace ptable para
los grandes es píritus , sobre todo porque entre las dos versio­
nes hay inte rcambios incesantes, cuyas modalidade s var ían de
acuerdo con las pe ripecias impr e vis ible s de la his toria unive rs al.
A pesar de sus divergencias en la e lección de valores y en
la vis ión his tórica, estas tres escuelas sociológicas son todas
inte r pr e tarione s de la sociedad mode rna. Augus to Comte es un
admir ador casi total de esa socie dad mode rna, a la que de­
nomina indus tr ial y que. según afir ma, será pacífica y pos i­
tivista. De- de el punto de vista de la escuela política la so­
cie dad mode rna es una s ociedad de mocrática, y corresponde
obs ervarla sin impuls os de e ntus ias mo o de indignación. Po­
see seguramente características s ingulare s , pe ro no es la re a­
lización fina l del des tino humano. En cuanto a la tercera
e s cuda, comhina el e ntus ias mo por la socie dad indus tr ial con
la indignación contra el capitalis mo. Alie nta un supremo op­
timis mo respecto de l futur o le jano, es s ombríame nte pe s imis ­
ta con respecto al futur o cercano, y anuncia un prolongado
pe ríodo de catástrofes, de luchas de clases y de guerras.
En otros términos, la escuela comtista es optimis ta con ten­
dencia a la s e re nidad: la escuela política se mue stra reserva­
da. con una sombra de escepticismo: y la escuela marxis ta
es utópica, con cierta inclinac ión a a dm it ir las catástrofes co­
mo deseables o en todo caso ine vitable s .
• Cada una de estas escuelas reconstruye a su modo el con­
junto s ocial. Cada una ofrece cierta versión de la dive rs idad
de las sociedades conocidas his tór icame nte y atr ibuye un sen­
tido a nuestro presente. Cada una está ins pir ada por convic­
ciones morale s y por afirmacione s cie ntíficas . He procurado
indicar el pape l de las convicciones y de las afir macione s .
Pero no olvido que aún quie n quie r a dis tinguir estos dos ele­
mentos, lo hace en func ión de sus propias convicciones.
C RON OLOGÍA DE LA RE VOLU C IÓN DE 1848
Y D E LA S E GU N DA RE P ÚBLICA

1847- 1848 Agitación en París y en provincias en favor de la


re forma electoral: la campaña de los banquete s.
184'S 22 de febrero. A pesar de !a pr ohibición minis te rial,
banque te y manife s tación reformista en París.
23. La guardia nacional de París re aliza una ma ­
nife s tación a los gritos de “ ¡Viva la re forma!” Gui-
zot présenla su re nuncia. Por la tarde, choque entre
la tropa y el pue blo; por la noche pas ean por las
calles de París los cadáveres de los manifestantes.
24. Por la mañana estalla la re volución en París.
Los insurgentes re publicanos se apode r an de la Mu ­
nicipa lidad y ame nazan las Tullerías. Luis Fe lipe
abdica en favor de l conde de París, su nieto, y huye
a Inglate rra. Los insurrectos invade n la Cámar a de
Diputados para impe dir que se confie la regencia
a la duque s a de Orléans. Por la noche se establece
un gobierno provisorio. Incluye las figuras de Du-
pont de l'Eur e , Lamar tine , Crémie ux, Arago. Lc-
dru- Rollin. Garnier- Pagés. Los secretarios del go­
bie rno son A. Marrast, Louis Blanc. Flocon y Albert.
25. Proclamación de la Re pública.
26. Abolición de la pe na de mue rte por delitos po­
líticos. Cre ación de los talleres nacionales.
29. Abolición de los títulos de noble za.
2 de marzo. Se limita a die z horas la jornada legal
de trabajo en París, y a once horas en las provincias.
5. Llama do a elecciones para la creación de una
As amblea Cons tituye nte .
6. Gafnier- Pagéi? as ume la cartera de Finanzas ; a u­
me nta con un impue s to s uple me ntario de 45 cénti­
mos por franco, todas las contribucione s directas.
16. Manifes tacione s de los eleme ntos burgueses de
la guar dia nacional para protestar contra la dis olu­
ción de las compañías selectas.
17. Ccmtram.imfestación popular de apoyo al go­
bie rno provisorio. Los socialistas y los re publicanos
de izquie r da re claman la postergación de las elec­
ciones.
16 de abril. Nue va manife s tación popular en favor
de la postergación de las elecciones. El gobierno
provisorio llama a la guardia nacional para e ncau­
zar la manife s tación.
23. Ele cción de 900 representantes para la As am­
blea Constituyente.
Los re publicanos avanzados sólo obtie ne n 80 ba n­
cas, los legitimis tas un centenar, los orleanistas agru­
pados o no, obtie ne n 200 bancas. La mayoría de la
As amblea, alrededor de 500 bancas pertenece a los
re publicanos moderados .
10 de mayo. La as amble a des igna una comis ión eje­
cutiva de cinco mie mbros para garantizar el gobie r­
no: Arago, Garnier- Pages, Lamartine , Le dru- Rollin.
Marie .
15. Manife s tación en favor de Polonia, organizada
por Barbes. Blanqui, Ras pad. Los manifestante s in ­
vade n la Cámar a de Diputados y la Munic ipa li­
dad. Se anuncia a la multitud un nue vo gobierno
insurreccional. Pero Barbes y Ras pail son detenidos
por la guardia nacional, que rechaza a los manife s ­
tantes.
4- 5 de junio. Tres de partame ntos de l Sena, eligen
diputado a Luis Napole ón Bonaparte.
21. Dis olución de los talleres nacionales.
23- 26. Desórdenes. T odo el Este y el centro de
Paris están en manos de los obreros parisienses in­
surreccionados, que gracias a la inacción de Ca-
vaignac, minis tro de guerra, se atrinche ran detrás
de las barricadas.
El 24, la As amble a vota el otorgamie nto de plenos
poderes a Cavaignae , que aplas ta la insurrección.
Julio- noviembre. Cons titución de un gran partido
de l orden. Thiers promue ve la figura de Luis Na ­
pole ón Bonaparte , que también es muy popular en
los medios obreros. Re dacción de la Cons titución
por la As amblea nacional.
12 d? novie mbre . Proclamación de la Cons titución,
que conte mpla ia inclus ión de u n jefe de l pode r
e jecutivo, e legido por s ufragio universal.
10 de dicie mbre . Elecciones de pre s ide nte de la
Re pública, Luis Napole ón recibe 5.500.000 votos,
Cavaignae 1.400.000, Le dru- Rollin 375.000, Lamar ­
tine 8.000.
20. Luis Napole ón presta jur ame nto de fide lidad a
la Cons titución.
1849 Marzo- abril. Proceso y conde na de Barbes, Blanqui,
Ras pail. jefes de las te ntativas re volucionarias de
mayo de 1848.
Abril- julio. Expe dición de Roma. Un cue rpo expe­
dicionario francés ocupa la ciudad y restablece en
sus derechos al papa Pío IX.
Mayo. Elecciones a la As amble a Le gis lativa, que
e n ade lante cue nta con 75 r e publicanos mode rados ,
ISO montañeses y 450 monárquicos (le gitimis tas y
orle anistas) de l par tido de l orden.
Junio. Manife s tacione s e n París y e n Lyon contra
la e xpe dición de Roma.
1830 15 de marzo. Le y Falloux de re organización de la
e ns eñanza pública.
31 de mayo. Le y e lectoral que obliga a tener una
residencia de tres meses en el lugar donde se vota.
De ese modo se e limina de l s ufragio a unos tres m i­
llones de obreros sin re sidencia fija. Mayo- octubre.
Agitación socialista en París y e n los de partamentos .
Agosto- setiembre. Negociaciones entre legitimistas y
orleanistas para restablecer la monarquía.
Se‘iembre- octubre. Revistas militare s en el campa­
me nto de Satory, ante el príncipe- pre sidente. La ca­
balle ría des fila a los gritos de “ ¡Viva el Empe r a­
dor !”
Luc ha entre la mayoría de la As amble a y el Prínci­
pe- presidente.
1851 17 de julio. El general Magna n, fiel a los intereses
de l príncipe- pre sidente, ocupa el cargo de gobe rna­
dor militar de París , en re e mplazo de Changarnie r,
fie l a la mayoría monár quica de la As amblea.
2 de dicie mbre . Golpe de Es tado: proclamación del
estado de sitio, dis olución de la As amble a, restable­
cimie nto de l s ufragio universal.
20. Se elige por die z años al príncipe Napole ón, por
7.350.000 votos contra 646.000, y recibe plenos po ­
deres para crear una nue va Cons titución.
1852 14 de enero. Promulgación de la nue va Cons titu­
ción.
20 de novie mbre . Un nue vo plebis cito aprue ba por
7.840.000 votos contra 250.000 el re stablecimie nto
de la dig nida d impe rial e n la persona de Luis Na ­
pole ón, que adopta el título de Napole ón III.
IN DICACION E S BIBLIOGRAF ICAS ACERCA DE LA
RE VOLU C IÓN D E 1848

P. Bastid, 1848. L ’Avéne m ent du suffrage univ erse l, París, P.


U. F „ 1948.
P. Bastid, Doctrine s et ins titutions politique s de la Seconde Re-
publique , 2 volúmenes, París, Hache tte , 1945.
A. Cornu, Kart Marx et ta Rév olution de 1848, París, P.U.F.,
1948.
G. Duve au, 1848, colección "Ide e s ”, París, Gallimar d, 1965.
M. Girard, Étude coinparée des m ouve m e nts rév olutionnaire s
en France e n 1830, 1848, 1870- 1871, París, Centre de do-
cume ntation universitarie , 1960.
F. Ponteil, 1848, 2» e dición, París, A. Colín, 1955.
C.- H. Pouthas, La Rév olution de 1848 en France et la Seconde
Ré publique , París, Centre de docume ntar on universitaire,
1953.
INDICE
Púg.
Introducc ión ........................................................................ 1

P r ime r a pa r t e

LOS F U N D A D O R E S

(harle s - Louis de S e condat barón de M o n te s q u ie u .......... 27

I.a teoría política ................................. ............ • 32


De la teoría política a la s ociología ..................... 50
Los hechos y los valores ........................................... 62
Las inte rpre tacione s pos ible s ................................... 72
Indicacione s b io g r áfic a ............................................. 82
B ib lio g r a fía .................................................................. 84

A ugus to Com te .................................................................. 87

Las tres etapas de l pe ns amiento de Comte .............. 89


Socie dad indus tr ial ..................................................... 99
La sociología, ciencia de la humanida d .................. 116
Naturale za humana y orde n s ocial ......................... 130
Indicacione s biográficas .......... .................................. 156
B ib lio g r a fía .................................................................. 159

(.arlos Marx .. ................................................................... 163


El anális is s ocioeconómico del c a p it a lis m o .............. 171
El Gip it a l .................................................................... 181
Los equívocos de la filos ofía m a r x is t a ...................... 198
Los equívocos de la s ociología marxis ta ................. 220
Sociología y economía ............................................... 233
C o n c lu s ión .................................................................... 244
Indicacione s biográficas ............................................. 248
B ib lio g r a fía .................................................................. 250
Pág.

A le x is de T ocque v ille ........................................................ 255

De mocracia y libe r tad ............................................. 258


La e xperiencia norte ame ricana ................................. 266
E l dr ama político de Francia ................................... 279
E l tipo ide al de la socie dad de mocrática ................ 293
Indicacione s biográficas ............................................. 308
B ib lio g r a fía .................................................................. 311

Los sociólogos y la Re v olución de 1 8 4 8 ......................... 313

Augus to Comte y la Re volución de 1848 ................ 316


Ale x is de T ocque ville y la Re volución de 1818 . . . . 322
Marx y la Re volución de 1818 ..............> .............. 329
Cronología de la Re volución de 1848 y de la Se ­
gunda Re públic a ..................................................... 343
Indicacione s bibliogr áficas acerca de la Re volución
de 1848 .................................................................... 34j
Es te lib r o se t e r m in ó de im p r im ir
e n el me s de ju n io de 1987
e n los T alle re s Gr áfic o s L IT O D A R
Vie l 1 4 4 4 - Ca p it a l Fe de r al

Você também pode gostar