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Se habla de red porque las especies de un hábitat están conectadas entre sí. Y la red se cataloga
como alimentaria porque todas las especies necesitan nutrirse para sobrevivir. Pensemos en un
sapo que habita en una charca. Este animal es un elemento de una red y su depredador natural
(por ejemplo, una serpiente) es otro elemento de la misma red y ambos están conectados entre sí,
ya que uno se alimenta del otro.
Por otra parte, hay que tener en cuenta el papel de la energía solar en los procesos naturales, pues
afectan tanto a las plantas como a los animales.
Funcionamiento de la red
La interrelación en forma de pirámide entre los seres vivos dentro de una red se traduce en una
cadena alimenticia. Así, en un primer lugar estarían los productores (las plantas que producen
alimentos). En segundo lugar aparecen los consumidores de primer orden (los animales herbívoros
que consumen los alimentos de las plantas). En tercer lugar, se encuentran los consumidores de
segundo orden, que son los animales carnívoros que se alimentan de los animales herbívoros.
En la siguiente fase de la red aparecen los animales carroñeros o consumidores de tercer orden,
que son aquellos que se alimentan de otros animales muertos en estado de putrefacción. Por
último, intervienen los descomponedores, animales que se encargan de descomponer los desechos
orgánicos de los restos de animales para que tales desechos vuelvan a la naturaleza (por ejemplo,
las lombrices, los gusanos o los insectos).
El ciclo de la cadena alimentaria es una red de relaciones y de competencia entre los seres vivos
que conviven en un ecosistema determinado.
Pirámides ecológicas
Las pirámides ecológicas representan gráficamente la estructura y función trófica de las
comunidades de organismos. Cada eslabón de una cadena alimenticia debe producir lo
suficiente para mantenerse a sí mismo y para nutrir al siguiente eslabón.
Cabe señalar que las cadenas tróficas son cortas debido a la pérdida de energía involucrada
durante su transferencia a través de los diferentes niveles.
El cálculo empírico del 10% es sólo una estimación muy general. Las mediciones reales
muestran amplias variaciones en las eficiencias de transferencia, desde menos del 1% a más
del 20%, dependiendo de las especies de que se traten.