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252ss)
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DESARROLLO
(Sacado de las páginas 252-257 del libro de Pié Ninot. Prácticamente leemos estas páginas
en voz alta y algún comentario residual que nada relevate aporta). Vamos a ello.
Entendemos la palabra, de acuerdo con las indicaciones antes señaladas, como la acción por
la cual una persona se expresa y se dirige a otra de cara a una comunicación. Es esta comprensión
de la palabra la que ha posibilitado que se convierta en la categoría fundamental de la Biblia para
expresar la Revelación de Dios. No es extraño que la fórmula “Palabra de Dios”, “Oráculo del
Señor” y similares, con sus dos raíces hebreas dabar y amar, y sus dos expresiones griegas (ver
teoría 8), sea la más empleada en toda la Biblia después de la expresión Dios.
No es extraño, pues, que el Concilio Vaticano II, cuando quiso tratar la Revelación, eligió
como primeras palabras una expresión que clarifica y sintetiza su contenido: Dei Verbutn, es decir,
“Palabra de Dios”. Ya un siglo antes el Concilio Vaticano I (año 1870), en la Constitución
Dogmática sobre la Fe Católica, Dei Filius, había definido la Revelación también como palabra con
el inicio de la carta a los Hebreos 1,1 como “palabra de Dios a los hombres” [locutio Dei ad
homines: DH3004].
La Palabra supone un yo que habla, y un tu que escucha. Toda palabra implica también el
deseo de ser acogida. De hecho la palabra se hace realidad en la relación y en el encuentro
interpersonal con un tu. En efecto esta exige en primer lugar la respectividad de las personas que
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entiende la alteridad de las personas que se encuentran. Se trata, pues, de una relación “afectante”,
en la que el otro no puede aparecer simplemente como aparecen los objetos, sino que ha de llamar
la atención, o, mejor, requiere la propia libertad.
Y, finalmente, la relación interpersonal exige intimidad entre las personas que se encuentran.
Esta relación, pues, no afecta puramente al orden de los medios, de los actos, de las funciones, sino
al ser mismo, al centro subjetivo que, a través de todo esto, realiza su destino personal y crea
diálogo, comunión y compromiso mutuos.
Gracias al nombre de Dios que había recibido en la revelación sina- ítica (Ex 3,14), Israel
tenía la certeza de poder tener acceso siempre al corazón de Dios (Ex 6,1-18). Más todavía, desde
antiguo Israel nos da el testimonio de que daba culto a su Dios “invocando el nombre de Jahvé” (Dn
4,26; 12, 8; 13,4...). En Jesucristo esta relación interpersonal llega a la plenitud como comunión con
Dios y con los hombres. Por eso el Nuevo Testamento, especialmente los textos joánicos, acentúa el
carácter personal de la Revelación de Dios en Jesús, verdadero “camino, verdad y vida” (Jn 14,6),
de tal manera que quien ha visto a Jesús “ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
En este sentido el Concilio Vaticano II, en la Dei Verbum, ha asumido esta categoría de
encuentro para definir la naturaleza y el objeto de la Revelación. Así, en la introducción, citando el
texto de 1 Jn 1,2- 3 [DV 1], y, más adelante, diciendo: “Dios... habla a los hombres como a amigos
suyos, movido por su gran amor..., y habita con ellos invitándolos a comunicarse y a estarse con El”
[DV 2].
Toda Palabra supone alguien presente que la dirige, todo encuentro interpersonal supone una
presencia significativa de los que se encuentran. La presencia es, pues, fruto de una alteridad, de
una manifestación nueva e irreductible, de un testimonio calificado. Y es, gracias a esta presencia,
como puede haber palabra y encuentro interpersonal, ya que afecta y crea un dinamismo nuevo a su
alrededor. La verdadera presencia es aquella que no es estática o marginal sino que se impone por
ella misma e ilumina, interpelando su entorno.
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Es claro que en la Biblia las expresiones reveladoras, palabra y encuentro, se unen a la
radical presencia de Dios en medio de su pueblo. Presencia tanto en la naturaleza como en la
historia (“Credo histórico israelítico” de Dt 26,5-9). Ahora bien, en el Antiguo Testamento, más que
una acción histórica particular, la presencia de Dios en Israel engloba muchas etapas y es el sentido
interior que atraviesa todos los hechos. Será con Jesucristo donde esta Presencia de Dios se hace
presencia humana: “se hizo hombre, plantó la tienda entre nosotros” (Jn 1,14), que recuerda la
expresión del Ben Sira “pon la tienda entre los hijos de Jacob” (Sir 24,8). De aquí también el
significado del nombre Emma- nuel, Dios con nosotros (Mt 1,23 = Is 8,10), hecho realidad plena en
Cristo Resucitado en su última palabra: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20), puesto que “la asistencia que afirma Jesús es efecto y signo de su Presencia en
Ekklesia de los discípulos (18,20). Sobre el Evangelio de Mateo se extiende el arco de una gran
‘inclusión’ entre esta última palabra y la inicial interpretación del nombre Emmanuel (1,23). Jesús
es ‘Dios-con-nosotros’ y ‘está con nosotros’”. El Apocalipsis, además, hablando del cíelo nuevo y la
tierra nueva, califica a la Iglesia como, la nueva Jerusalén, como “la tienda donde Dios se
encontrará con los hombres. Vivirá con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios-que-está-con-
ellos” (Ap 21,3).
Siguiendo esta línea, el Concilio Vaticano II ha entendido así la Revelación divina: “Dios
envió a su Hijo... a fin de que viviera entre los hombres y manifestara los secretos de Dios...
Jesucristo, pues, con su total presencia y manifestación personal, con palabra y obras..., con su
muerte y resurrección gloriosa... acaba y confirma que Dios vive con nosotros” (DV 4). H. de
Lubac comenta así este texto conciliar: “Jesús de Nazaret realiza, en sentido absoluto, la Presencia
de Dios entre nosotros, una presencia personal, Presencia plena: la que prefiguraban a manera de
esbozos simbólicos la presencia de Dios en el Tabernáculo o en el Templo de la Antigua Alianza y
el reinado de la Sabiduría en Israel a través de la ley mosaica. Pero esa Presencia encarnada, esa
Presencia -esa Schekinah de la fe judía- es, al mismo tiempo, plena y totalmente humana”.
Esta categoría de presencia asume la reflexión teológica reciente sobre la gracia como
presencia comunicativa y participativa del don de Dios. En efecto, “la primacía del Dios vivo como
‘gracia increada’ ha de destacarse de forma que todo cuanto puede designarse como ‘gracia creada’
quede subordinado a él. Esto es posible si usamos como modelo representativo la presencia viva,
amorosa y creadora. Dentro de esta visión, la ‘gracia creada’ expresa que esa presencia divina toca
realmente lo más íntimo de nosotros”.
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calificar como de “elusiva” al estilo délo que representa una “huella” la cual manifiesta la
modalidad de la presencia a través de la ausencia.
De esta forma la Revelación aparece como una autocomunicación que es palabra, encuentro
y presencia, todas tres urgidas por la ulti- midad de su manifestación. En efecto, no se de una
palabra sino de la palabra, no se trata de un encuentro sino del encuentro, no se trata de una
presencia sino de la presencia, para expresar así la “universalidad y ultimidad de la Revelación”.
Pero, ¿qué formas son las de esta Revelación de Dios en el mundo?
B. Comentario Tarea 3
(pendiente de transcribir)
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