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Escribir al otro: alteridad, literatura y antropología / María Cándida Ferreira

de Almeida, Diego Arévalo Viveros, compiladores. – Bogotá: Universidad de


los Andes, Facultad de Artes y Humanidades, Departamento de Humanidades
y Literatura, Ediciones Uniandes, 2012.

Antropología y literatura
como problema
Jorge Villela*

Escandir, aislar, separar. Purificar objetos mixtos, individualizar


sujetos compuestos. Tal vez esa haya sido la monumental tarea de la
modernidad al estar delante de multiplicidades. Fabricar trozos, estruc-
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turar enrejados, hacer en trozos el mundo. Estar atento para que cada
tramo resultante de esta operación no se ligue con los demás, excepto
según algunos modos muy específicos. Tomando posesión de procedi-
mientos en ciertos casos muy antiguos, reconfigurándolos, atribuyendo
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a estos otros sentidos y funciones, los modernos individualizaron el


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mundo, efectuaron clasificaciones, ubicaron aquí y allí los trozos así


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aislados, los pusieron en relaciones específicas.


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Veamos el tratamiento que recibió el tiempo: el viejo tiempo lineal


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judeocristiano se vuelve serial. Es partido en series aisladas unas de las


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* Jorge Vilella es antropólogo, con doctorado en Antropología Social por el ppgas-


Museu Nacional-ufrj (2003). Actualmente es profesor adjunto de la Univer-
sidad Federal de São Carlos, Investigador del cnpq, investigador-colaborador
del Centro en Red de Investigación en Antropología (Portugal), miembro del
Núcleo de Antropología Simétrica y co-líder del núcleo de investigación Hybris.

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otras, cuyo pasaje (de una a otra) es simultáneamente cumulativo y


acorralado. Cumulativo: elabora las nociones de progreso y evolución.
Acorralado: su apertura, el pasaje de una a otra serie, ocurre por medio
de una llave; el gran ritual de los menudos procedimientos modernos
—dirá Michel Foucault, el creador de toda la tesis que modesta y esque-
máticamente expongo acá—, el examen.
Es cierto y no ignorado, siguiendo las tesis elaboradas por Foucault
a partir de los años setenta, que esos procedimientos disciplinares están
imbricados en el orden del saber. Las disciplinas, arte corpuscular de
producción y gobierno de los individuos, promovieron un inédito
“desbloqueo epistemológico” en la historia de Occidente. Estas libe-
raron la existencia de las ciencias humanas, así como un día la encuesta
abrió un campo para la emergencia de las ciencias empíricas. Además, las
disciplinas crearon, en las clasificaciones político-epistemológicas, carac-
terísticas del universo académico, precisamente eso, las disciplinas.
Un análisis de la contemporaneidad, basado en las tesis de Foucault,
no puede olvidar que desde hace varias décadas, las “sociedades discipli-
nares” están, conforme dijo él una vez, en decadencia. Esa decadencia
es, vale decir, correlativa a las crisis en todas las instituciones aislacio-
nistas fundadas por la o las aliadas de las disciplinas. El manicomio, la
prisión, la familia conyugal, el Estado-nación, la escuela, la fábrica,
el hospital. Y, del mismo modo, las disciplinas, ahora en el sentido
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político-epistemológico académico. Que se mire para todos lados en


nuestra actualidad y se verá la proliferación de investigaciones como
las de los colaboradores de la editorial Les Êmpecheurs de Penser en
Ronde, cuyos trabajos ya no son pasibles de una clasificación disciplinar.
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¿Son psicoanálisis? ¿Antropología? ¿Sociología? ¿Filosofía? Estas no


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son más multi, ni pluri y ni interdisciplinares. Son a-disciplinares.


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Así que, ningún espanto cuando la antropología americana de los


años ochenta aproxima el género etnográfico de las producciones lite-
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rarias. Algunos años antes de la publicación de este manifiesto de la


llamada antropología posmoderna, intitulado Writing Culture (1986),
James Clifford había dicho que las etnografías son ficciones. Un tipo
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especial de ficciones, por supuesto, pero ficciones. ¿Qué hace un antro-


pólogo? A esa pregunta excesivamente célebre, Clifford contesta en
primer lugar que es imposible responder, salvo si se expresa que “él
escribe”. Escribir la cultura, por tanto, fue la gran preocupación de la

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generación de antropólogos americanos que le siguió. Una preocu-


pación simultáneamente conceptual y política. Conceptual porque
pretendía elaborar una crítica del sujeto; tal vez su fracaso mayor. Polí-
tica, ya que pretendía equilibrar las fuerzas establecidas en la historia de
la antropología entre aquel (generalmente dominante, euroamericano)
que escribe y aquel (generalmente hito de la colonización) sobre quien
se escribe. Y este tal vez haya sido su segundo mayor fracaso.
Esta aproximación entre antropología y literatura, en cuanto a mí,
tiene su fecha de nacimiento y su certificado de defunción. No obstante,
fue posible notar el interés crítico dedicado a las distinciones discipli-
nares. ¿Qué distingue una etnografía de un relato de un viajante, de un
explorador? ¿Qué, precisamente, hace que Les Taraumara se sitúe en
el ambiente externo de la antropología? ¿Por qué los textos del natu-
ralismo francés no son etnográficos? ¿Los métodos de investigación
de campo de Zola para colectar el material de Le Ventre de Paris no se
asemejan tanto a aquellos, provisorios y tentativos, de Marcel Mauss?
Tal vez precisemos también de una antropología de la literatura. No
sé necesariamente si el modelo será el intentado por Vitoria Ripele aún
en 1966 o el que se comienza a hacer hoy en China: una tentativa de
retomar las discusiones posmodernas involucrando, sin embargo, la
antropología del arte y la literatura en un mismo enlace. O, ¿para qué
nos remetemos a los caminos más contemporáneos de la antropología?
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¿Sus mezclas con la literatura deberán efectuarse con la concurrencia


de más cuerpos, como el de la etno-filosofía, tal como la nombran los
estudiosos de la literatura africana a la luz de la antropología a finales
de 1990, como es el caso de Archie Majefe?
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Un problema que las reflexiones sobre el letramiento (literacy), revi-


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gorizadas por Jack Goody, ciertamente no sustentan. Tal vez, me parece


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incluso, que la originalidad del más reciente Tim Ingold pueda enca-
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minar relaciones fructuosas entre literatura y antropología. Pues allí se


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ubica una cuestión verdaderamente contemporánea: ¿cómo se podría


entender la existencia de algo llamado literatura sin que se accionen las
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fuerzas de aislamiento de los sentidos, de modo que se separen lo táctil,


lo auditivo y lo visual en la experiencia misma de la lectura? ¿Cómo
se podrá, sin el auxilio de estos operadores, separar con legitimidad la
escritura del dibujo? Y, en fin, ¿cómo se podrá excluir de la técnica el
arte y viceversa? Rechazar activamente la existencia de las disciplinas

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(la antropología, por ejemplo) implica, quien sabe, reconocer la exis-


tencia de la literatura como un efecto de las purificaciones perceptuales,
y que hablamos de arte, de la modernidad. Al menos si pretendemos
colocar tanto la antropología como la literatura bajo un tratamiento
auténticamente antropológico.

Bibliografía

Clifford, James y George Marcus eds. Writing Culture. The


Poetics and Politics of Ethnography. Berkeley: University of Cali-
fornia Press, 1986.
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