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R. R. Aramayo, J. Muguerza y A.

Valdecant
(compiladores)

El individuo
y la historia

TI
Antinomias de la herencia moderna
CAPÍTULO 1 4

GIRO LINGÜÍSTICO E HISTORIA DE LAS IDEAS:


Q. SKINNER Y LA «ESCUELA DE CAMBRIDGE»

Femando Vallespín

I . INTRODUCCIÓN

Mi pretensión en este trabajo no radica en intentar poner a prueba, ni


menos aún en ofrecer una exposición general, de los distintos enfoques
de filosofía del lenguaje que se aplican o han venido siendo aplicados en
la teoría de la historia o en la historia intelectual (HI). Me someto, ya de
entrada, a una doble limitación: de un lado, voy a centrarme en la histo-
ria del pensamiento o de las ideas políticas; y, de otro, en aquel enfoque
que se ha volcado más sobre la historia del pensamiento político pro-
piamente dicho; es decir, el método seguido por la Escuela de Cambridge,
encabezada por Quentin Skinner. Antes de entrar en ello es necesario co-
menzar, sin embargo, con algunas consideraciones generales.
Parece obvio que la mayoría de los enfoques metodológicos más rele-
vantes de los últimos años coinciden en centrar el objeto de la H I en el
lenguaje -o los lenguajes- como la sede natural en la que se constituyen
los significados. Pasan así a un segundo plano otros enfoques más so-
ciológicos o «ideológicos», donde el lenguaje o los textos en general eran
vistos como meramente derivativos de una realidad anterior: el escenario
más profundo de las relaciones socioeconómicas. Pero también aquellos
que, como apunta Skinner, podríamos seguir calificando de textualistas o
tradicionales, con su insistencia en un estudio filosófico sistemático y
descontextualizado de los textos. Con esto no se pretende decir que estos
últimos enfoques no se sigan practicando, sino únicamente constatar que
quienes los aplican apenas asoman en el debate metodológico actual.
Este se ha decantado ya totalmente hacia aquello que Rorty calificara, en
una expresión feliz, como el «giro lingüístico».'
La referencia al giro lingüístico sirve para remitirnos a diferentes teo-
rías lingüísticas o, si se quiere, a tradiciones también distintas dentro de
la filosofía del lenguaje (véase M. Jay, 1988, pág. 18). Entre éstas, y por su

1. Como el propio Rorty reconoce en la introducción al libro que lleva precisa-


mente el título de The Linguistic Tum, el término fue acuñado en realidad por Gustav
Bergmann en «Logical Positivism, Language, and the Reconstruction of Metaphy-
sics», reproducido en parte en dicho libro (véase, 1969, 9, n. 10). De ahí que tan em-
blemática expresión se asociara desde entonces a aquel autor.
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influencia posterior sobre la HI, habría que mencionar la tradición an- de «destrucción de la historia de la ontología» emprendido por Heideg-
glosajona, influida por Wittgenstein, J.L. Austin y G. Ryle; la francesa ger, que viene a coincidir en sus consecuencias con el propio descentra-
que parte de Saussure y llega hasta Derrida; y la alemana, representada miento del sujeto implícito en la crítica freudiana de la subjetividad: la
por la tradición hermenéutica, que culmina en Gadamer y, en cierto percepción del Yo como un extraño en su propia casa.
modo, también en Apel y Habermas.^ Sucintamente se puede afirmar que Lo que nos interesa resaltar en este punto es, en suma, cómo todas las
todas ellas tienen en común el abandono del paradigma de la filosofía de mencionadas corrientes convergen sobre la idea tan gráficamente expre-
la conciencia para centrarse en el signo como único punto de referencia sada por Gadamer de que «en realidad, la Historia no nos pertenece, sino
del significado y el sentido. En términos de Habermas, supone «el que nosotros pertenecemos a ella» (1965, pág. 261). Que es una forma de
convencimiento de que el lenguaje constituye el medio de las manifesta- decir que el mundo está ya siempre en nosotros al ser conformados cultu-
ciones histórico-culturales del espíritu humano, y que un análisis metó- ralmente. Pero también, y siguiendo al mismo autor, que «el Ser que puede
dicamente fiable de la actividad del espíritu, en vez de aplicarse inmedia- ser comprendido es lenguaje» (Sein, das verstanden werden kann ist Spra-
tamente sobre los fenómenos de la conciencia, debe hacerlo sobre sus che) (1965, pág. 450). Que, en definitiva, esta inmersión del sujeto en la his-
expresiones lingüísticas» (1988, pág. 174). Como es sabido, esta idea, que toria está lingüísticamente mediada y sólo deviene inteligible a través de
supone una sustitución implícita de la filosofía trascendental por la se- una descodificación del lenguaje. Y a estos efectos va a ser secundario el
miología o teoría de los signos, se encuentra en la desembocadura de un que hablemos del «Ser», la «estructura», el «sistema», el «contexto», el «pa-
largo proceso abierto por Schleiermacher, Humboldt, Nietzsche, Heideg- radigma», los «discursos» o «epistemes». Cualquiera que sea la denomi-
ger, Freud y otros, dirigido a romper con la filosofía del sujeto tradicio- nación escogida, se trata en todo caso de marcos de la constitución his-
nal. Entrar en una descripción de este proceso excede con mucho los tórica del significado cuya urdimbre es lingüística. Como señala Pocock,
límites de este trabajo. Baste recordar ahora que, para aquélla, la con- «cada uno de nosotros habla con muchas voces, como un chamán tribal
ciencia consdtuía la «condición de posibilidad» que facultaba al sujeto a través del cual los espíritus ancestrales hablan todos a la vez. Cuando
para percibir los objetos del mundo, delimitarlos y ponerlos en relación hablamos no estamos seguros de lo que se dice, y nuestros actos de poder
entre sí. La forma en la que contemplamos el mundo era concebida en- en la comunicación no son completamente nuestros» (1984, pág. 29). En
tonces como la actividad propia de la consciencia, la facultad originaria esta afirmación del lenguaje como integrado en una «estructura» y con-
de un sujeto soberano que le permitía «leer» la realidad como si de un li- formador de realidad, en el sentido de que no existe una objetividad in-
bro abierto se tratase. Es lógico colegir entonces que el lenguaje se en- dependiente del lenguaje, se encuentra la coincidencia de base de las tres
tendiera aquí como mera representación de pensamientos, imágenes o principales corrientes de la filosofía lingüística a las que antes hemos he-
ideas; la palabra como una representación del proceso psíquico, algo de- cho referencia. Coincidencia que no excluye muy importantes diferencias
rivativo de pensamientos preexistenciales. entre unas y otras a la hora de definir, precisamente, la forma en la que
El rechazo de esta idea va a suponer -por valemos de un conocido sí- deba estudiarse el «lenguaje en la historia».
mil- que «no es el "ojo" de la conciencia quien contempla el mundo -en Una de las principales conclusiones del relativismo historicista a que
el sentido de Anschauung-, sino que éste en cierto modo se in-ocula en antes hemos hecho mención reside en la negación implícita que compor-
ella». Como señalara Heidegger, existe una primacía del Ser sobre la con- ta la tradicional visión unitaria del acontecer histórico; el rechazo de toda
ciencia; nuestra «iluminación» del Ser se despliega en nosotros, pero no instancia capaz de reconstruir objetivamente el hilo que enlaza el pasado
a través nuestro (1957, §§ 6 y sigs.). En otros términos, es la preexistencia con el presente y el futuro. R. Koselleck ha llamado recientemente la
de un campo simbólico ya organizado, una «estructura» de significados, , atención sobre el hecho de cómo la constitución de la Historia «en singu-
lo que nos faculta para articular nuestros pensamientos y percepciones. lar», que pretendía unificar las distintas «historias» (en plural), presupo-
No tenemos, pues, un acceso inmediato a la conciencia, como sostenía la nía ya de alguna forma la idea de que la historia era «disponible, podía
fenomenología, sino que ésta ya se halla inmersa en una red de significa- ser pensada como realizable» (1979, pág. 264). Y apuntaba hacia una
dos previamente codificados (el regará deja codé de que habla Foucault, el concepción de la razón de la misma, que aun afirmando su dependencia
«orden a partir del cual pensamos» (1969, pág. 12). En esta visión va a in- temporal permitía aprehender algo así como una lógica de la historia. Su
sistir toda la «filosofía postm^tafísica» (Habermas), aunque quizá en- unidad, la existencia de una historia, sólo deviene comprensible si pen-
cuentre su plasmación más acreditada, que no más clara, en el proyecto samos que puede ser doblegada en su totalidad bajo la perspectiva de su
posible unidad de sentido, como un proceso que se despliega de modo
2. Para una visión general del giro lingüístico y su repercusión sobre las distintas significativo. Tanto la filosofía de la historia hegeliana como la marxista
tradiciones de la filosofía contemporánea, véase MUGUERZA, 1980 y 1990, caps. I I I . comparten esta intuición básica de que la razón no puede emanciparse
yVIL de sus distintas manifestaciones históricas; se niega la posibilidad de
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otros como J. G. A. Pocock y J. Dunn.^ La imparable penetración de la crí-
toda instancia racional ajena al proceso histórico. Pero es la toma de con- tica literaria de estirpe derridiana en la HI ha hecho que este enfoque, al
ciencia de este proceso lo que, a su vez, «libera» su posible interpretación que en sus inicios se tachara de herético, aparezca hoy como el estereoti-
unitaria y permite su racionalización teleológica. De ahí que, según sos- po del academicismo historicista. Al menos presenta un método más o
tiene Koselleck, pueda ser descrita como una especie de categoría tras- menos pulido, que ha dado lugar también a un buen número de excelen-
cendental: «Las condiciones de la posible experimentación de la historia tes trabajos, sobre todo en el campo de la historia de la teoría política.
y las condiciones de su posible conocimiento se subsumieron bajo un Puede considerársele también -si hacemos abstracción de Gadamer,
mismo concepto» (1979, pág. 265). cuya influencia en el mundo anglosajón es en todo caso tardía- como el
La ruptura de esta idea, y la correlativa afirmación de que todo cono- iniciador del «giro lingüístico» en esta disciplina, que luego ha abierto la
cimiento y significado se hallan ligados al tiempo y a la cultura, nos en- puerta al estudio del lenguaje de los textos del pasado. En un apresurado
frenta ante una historia «descentrada» sobre la que ya no cabe posar una resumen, diremos que las directrices básicas de su enfoque derivan de
mirada globalizadora. Y este relativismo historicista nos sitúa, como dice una ágil e inteligente adaptación de la tradición británica de la filosofía
Habermas, ante el «triunfo de las historias sobre la filosofía de la histo- del lenguaje a la HI. Sin ignorar tampoco la influencia de la obra de Tho-
ria, de las culturas y formas de vida sobre la cultura como tal, de las len- mas Kuhn o de la propia tradición historicista anglosajona de un Co-
guas nacionales sobre la misma gramática del lenguaje» (1988, pág. 170). llingwood o un Oakesthott. De estos dos últimos autores extraen la idea
La cuestión reside entonces en ver si poseemos o no un metalenguaje de la singularidad o uniqueness (Oakeshott) de cada teoría dentro de su
capaz de trascender la supuesta inconmensurabilidad de juegos de len- marco histórico. Ninguna teoría o enunciado teórico puede desconectarse
guaje que hacen acto de presencia en la historia. Es una cuestión heurís- de las cuestiones a las que pretendían ofrecer una respuesta; las pre-
tica que nos enfrenta a la necesidad de inquirir por las condiciones de guntas a las que se ven confrontados los filósofos del pasado no son enti-
posibilidad que nos permitan interpretar, desde los límites de nuestra dades permanentes, sino que pertenecen a distintos complejos de pregun-
propia perspectiva, la producción intelectual pretérita. Desde luego, una tas-respuestas claramente contextualizados (véase Collingwood, 1969,
respuesta satisfactoria a esta cuestión exigiría adentrarse en la discusión págs. 72 y sigs.; 1970, págs. 61 y sigs.). Esta noción básica se extiende, en
filosófica sobre el relativismo y el objetivismo en la filosofía contemporá- el caso de Pocock, incorporando el concepto de paradigma de T. Kuhn,
nea, que por razones obvias excede las pretensiones de este ensayo. Aquí que este autor diseñara para comprender el desarrollo de las teorías cien-
me limitaré, como señalé al inicio, a pasar revista a una de estas opciones tíficas. El contexto en el que cobran su significado las obras del pensa-
que emanan de las corrientes teóricas a las que hice referencia antes, la miento se amplía así al lenguaje paradigmático que se halla a su disposi-
de la Escuela de Cambridge, ya que en ella se plasma de un modo paten- ción y lo «encierra» dentro de moldes que determinan su capacidad para
te aunque no radical esta nueva sensibilización historiográfica por el len- expresar la realidad. La historia del pensamiento deviene entonces «his-
guaje. toria de los discursos», que sería la ..única forma de obtener el auténtico
Y lo haré del modo más sintético posible, al hilo de dos cuestiones significado de las obras individuales, así como de la trayectoria de con-
principales. La primera es la que, a falta de un mejor término, podría ca- ceptos más amplios. Su esfuerzo se dirige a buscar una reconstrucción de
lificarse como el problema de la temporalización de la actividad interpre- las influencias, transformaciones y desplazamientos contextúales que se
tativa. Es decir, el modo en que se afronta la comunicación hermenéu- producen en distintos tipos de discursos paradigmáticos. Así, The An-
tica entre el horizonte temporal del intérprete y el período del texto o los cient Constitution and the Feudal Law ( 1 9 8 7 ) nos sitúa ante la crisis y re-
textos analizados. Ésta nos conducirá a otro aspecto fundamental del de- estructuración que la Revolución inglesa del siglo xvii significó para los
bate: el problema de la agencia o mediación subjetiva; la cuestión de la tres lenguajes políticos paradigmáticos que hasta entonces mantenían
relevancia o irrelevancia del autor. En segundo lugar, y una vez conoci- una cierta vigencia: la «antigua Constitución», gobernada por una con-
das cada una de estas propuestas en sus términos generales, confrontare- cepción del Derecho apoyada en la tradición y la costumbre, el lenguaje
mos el problema de la pertinencia o, en su caso, su adecuación para el profético apocalíptico, y la misma tradición del «discurso republicano».
estudio más específico del discurso político.

3. No está claro si se trata aquí de una «escuela» propiamente dicha, en un senti-


IL E L ENFOQUE CONTEXTUALISTA DE Q. SKINNER Y J. G . A. POCOCK do estricto. Sí parece unir a todo un conjunto de historiadores un enfoque metodoló-
gico común que, con más o menos variantes, aplican una similar metodología al es-
tudio del pensamiento político. Además de los ya señalados, deben mencionarse
Como ya aventurara Q. Skinner (1975, pág. 214), la «nueva ortodo- también Stephan CoUini, Duncan Forbes, Richard Tuck, James TuUy, John Wallace y
xia» metodológica parece residir ahora en la ya no tan «nueva historia» Donald Winch.
de los historiadores de Cambridge, encabezados por este mismo autor y
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A este mismo discurso dedica un magnífico libro, en el que persigue toda titud, podremos eventualmente descifrar lo que el hablante o el escritor
su evolución desde Maquiavelo, pasando por la Revolución inglesa y su en el que estamos interesados estaba haciendo al decir lo que estaba di-
posterior concreción teórica en la Revolución americana (véase 1975). ciendo» (1985-f, pág. 275). Esta inmersión en «el vocabulario general de
Skinner, por su parte, se apoya en una percepción del análisis del la época», en su contexto lingüístico, nos permite acceder así a las inten-
lenguaje más claramente guiada por la filosofía del lenguaje del último ciones del autor. Pero -y esto es algo en lo que Skinner ha insistido en sus
Wittgenstein, que complementa con la teoría de los actos del habla de últimos escritos (sobre todo a partir de 1985-d)-'' no se acaba aquí la la-
J. L. Austin, Strawson y Searle. En cierto modo, unas y otras fuentes son bor hermenéutica. Desde luego, para este autor la actividad de extraer el
complementarias, y no es posible negarle a Skinner el mérito de haber sa- significado de un texto debe dirigirse a recuperar las «intenciones» con-
bido combinarlas en un original enfoque metodológico. tenidas en él, pero esto no implica afirmar que el significado de un texto
Como es conocido, Wittgenstein rompe en sus Investigaciones filosó- se agote en la intención del autor.^ Es perfectamente posible que una de-
ficas (1988) con su anterior concepción de la verdad semántica, según la terminada acción lingüística tenga una fuerza ilocucionaria mayor de la
cual la función del lenguaje se consuma fundamentalmente en la des- pretendida. Lo que en todo caso trata de resaltar Skinner es cómo el up-
cripción y constatación de hechos, y pasará a fijarse ahora en su dimen- take -la percepción de dicha fuerza- sólo deviene posible a partir del co-
sión pragmática, en las «reglas de su uso» («El significado es el uso nocimiento de las convenciones de la época. Es en esta interacción entre
[Gebrauch] que hacemos de la palabra» § 138). Es decir, el significado del intencionalismo y convencionalismo donde Skinner nos muestra su ver-
lenguaje no se agota en su función «representativa», sino que se halla sión del círculo hermenéutico: el contexto «sirve para dotar de significa-
inmerso en un contexto de significados del que participan los hablantes. do a sus partes constitutivas, a la par que éste obtiene su propio signifi-
Pero también el lenguaje, precisamente por presuponer para su com- cado de la combinación de sus partes constitutivas» (1975, pág. 216). En
prensión una determinada praxis intersubjetiva en la que se refleja y suma, un texto sólo puede interpretarse a partir de la complicidad exis-
reproduce una forma de vida específica, sirve además para realizar ac- tente entre las intenciones del autor y el «tejido» lingüístico en el que está
ciones («dar órdenes... hacer un chiste... suplicar, maldecir, saludar, re- entrelazado. "
zar» -1988: § 23). Aquí es donde enlazará con Austin para desarrollar su No debe perderse de vista, sin embargo, que para este autor los «con-
teoría de los actos del habla, según la cual la comprensión de un deter- textos» no deben entenderse como vínculos determinantes en un sentido
minado aserto no sólo exige captar su significado locucionario -lo'que se causal, sino como condiciones convencionales del significado de los ac-
dice-, sino también Su fuerza ilocucionaria, lo que su emisor estaba ha- tos comunicativos. Los textos, actos comunicativos en general, sólo pue-
ciendo al emitir dicho aserto (véase 1962). Es fácil imaginar que la incor- den comprenderse, entonces, cuando se comprenden las intenciones y las
poración por parte de Skinner de estos supuestos teóricos básicos a sus convenciones que determinan su significado como actos comunicativos..
propios estudios historiográficos lo faculta para alcanzar una mayor so- Piénsese que no sólo se trataría aquí de una convencionalidad lingüística,
fisticación a la hora de realizar el objetivo hermenéutico tradicional -que sino también de una especie de convencionalidad social. Y que ambos as-
él comparte- de buscar la intención del autor de los textos. Esta búsque- pectos son uno y el mismo. El aspecto lingüístico y el social se definen
da, el «conocimiento de tales intenciones» es para él «indispensable»
por ello con los rasgos semánticos y epistemológicos de las convenciones.
(1975, pág. 211) si queremos extraer el significado de una determinada
Por tanto, éstas serían, en primer término, las condiciones necesarias para
obra. En esto sigue a Searle, cuando afirma que comprender un aserto
la comprensión de todo tipo de acciones lingüísticas, y por ello también
«equivale a reconocer de modo más o menos exacto cuáles son las inten-
ciones que se expresan en él» (1977, pág. 202; véase también 1981). Com- para la comprensión mutua entre los hablantes de una lengua. De otro
binando entonces sus dos fuentes de inspiración, nos encontramos con lado, y por el contrario, toda comprensión presupone, en segundo lugar,
que a la hora de interpretar los textos de la historia del pensamiento es que en su utilización hay convenciones que son reconocibles y aceptadas
preciso descodificar esa fuerza ilocucionaria de las palabras, expresiones
y conceptos que contienen. Pero también, y para hacer realidad la pres- 4. Si bien, y para simplificar las referencias, citamos los artículos contenidos en
cripción wittgensteiniana, que ello exige imperativamente conocer las Meaningand Context (1985), comp. de James Tully, no puede olvidarse que éstos abar-
convenciones lingüísticas de una determinada época, sociedad o grupo can un importante lapso de tiempo, que se inicia ya en 1969.
concreto. 5. «Todo texto debe incluir un significado intencional; y la recuperación de tal
significado constituye ciertamente una precondición para la comprensión de lo que su
Nuestra comprensión de un texto dependerá, pues, de la capacidad autor pueda haber significado. Pero todo texto de alguna complejidad contendrá
que tengamos para desentrañar su fuerza ilocucionaria, y ésta sólo podrá siempre un significado bastante mayor -lo que Ricoeur ha denominado el excedente
mostrarse tras su inmersión en el universo de significados dentro del cual de significado- del que incluso el autor más vigilante e imaginativo pudiera haber pre-
«actúa». «Si conseguimos identificar este contexto con la suficiente exac- tendido incorporar en él.» (1985-f, págs. 271-272)..
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mutuamente por los usuarios de un idioma. Las convenciones cumplen lenguajes del pasado. Pocock se centra más sobre la reconstrucción his-
así también una tarea normativa en tanto que aseguran el reconocimien- tórica de las distintas langues, en su proceso de extinción, pervivencia y
to de medios lingüísticos a efectos comunicativos. En tanto que contie- eventual decaimiento. Skinner, por su parte, tiende a enfocar más el efec-
nen también rasgos descriptivos de actos comunicativos, poseen un ca- to de las paroles, su incidencia concreta en momentos de crisis política,
rácter mixto descriptivo-normativo que es esencial para Skinner. intentando a la vez seguir su efecto transformador, rupturista o legitima-
Estas reflexiones nos sitúan de inmediato frente a uno de los proble- dor dentro del lenguaje político de una época. De otra parte, mientras que
mas esenciales que antes mencionábamos: la evaluación del papel de la este último autor se fija más en el paradigma «legalocéntrico» -siendo
mediación subjetiva, el «lugar del autor». Skinner, que en sus primeros aquí central sus Foundations of Modem Political Thought-, y en sus deri-
escritos metodológicos atacó duramente la noción de «clásicos», parece, vaciones de «individualismo posesivo» de la tradición liberal burguesa,
no obstante, que no tiene más remedio que atribuir un papel decisivo al
Pocock se restringe sobre todo al paradigma «humanístico burgués» de
autor. Pues dentro del discurso de una determinada época lo imagina re-
las virtudes republicanas. _
alizando una importante labor de manipulación del lenguaje con el fin de
En todo caso, estamos ante un enfoque que rompe drásticamente con
lograr determinados objetivos e intenciones. Ello está menos claro en Po-
cock, ya que su énfasis sobre la evolución, expansión y ruptura de los los métodos hasta entonces habituales en la historia del pensamiento po-
marcos paradigmáticos a lo largo de amplios períodos de tiempo parece lítico. A saber, a) la HI vista como una sucesión de unit ideas, en el senti-
oscurecer más que resaltar la labor creativa individual y subraya, por el do de Lovejoy y su escuela; b) toda interpretación puramente textual de
contrario, la mayor objetividad del tipo de discurso en el que se engloban. un teórico político, que ignore el contexto político o un conjunto contex-
Aun así, Pocock, y en esto coincidiría con Skinner, ve al autor «habitan- tual de intenciones; c) los análisis de textos escritos en términos de «in-
do un universo de langues que dotan de significado a las paroles que en fluencias» o «anticipaciones», que en su gran mayoría no resultan ser
ellos realiza» (1987-b, pág. 30). De ningún modo habría que colegir de demostrables históricamente, sino que son más bien atribuciones ana-
esto que el autor se reduce a un «mero portavoz de su propio lenguaje». crónicas por parte de aquellos que se identifican con una determinada teo-
Y explícitamente señala que «cuanto más complejo, incluso cuanto más ría, concepto o escuela); d) la visión del pensamiento político como una
contradictorio es el contexto lingüístico en el que está situado, tanto superestructura determinada por los intereses y necesidades objetivas de
más ricos y ambivalentes serán los actos del habla que sea capaz de-rea- una clase social gobernante.
lizar, y tanto mayor será la posibilidad de que estos actos actúen (per-
form) sobre el mismo contexto e introduzcan cambios y transformacio-
nes en él» (1987-b, pág. 35). De cualquier manera, lo que sí parece 'claro I I I . LENGUAJE Y REALIDAD SOCIAL
es que Skinner reconoce una interacción mutua entre el autor-actor y las
convenciones lingüísticas, aunque al final el acento lo ponga quizás sobre Pasando ahora a un tema más general, y sobre el trasfondo de esta re-
estas últimas. De un lado, el teórico aparece capacitado, desde luego, flexión sobre la importancia del lenguaje en la HI, habría que considerar
para manipular las convenciones que gobiernan su ideología con el fin de la siguiente cuestión: ¿está justificado ese interés casi obsesivo y exclu-
buscar la legitimación de posiciones concretas. Pero, de otro, una vez que yeme por el lenguaje que nos muestran éste y otros enfoques de la HI?
las convenciones se han utilizado de esta manera particular, establecen Como dijera Epicteto, no son los hechos los que estremecen a los
distintos tipos de límites sobre distintas clases de argumentos legitima- hombres sino las palabras sobre los hechos (véase en Koselleck, 1979,
dores que se abren a los teóricos. Como él mismo dice, y puede que aquí pág. 107). Es una forma muy gráfica -y hasta bella- para referirse al po-
esté el punto fundamental, «el problema con el que se enfrenta un agen- der del lenguaje para conformar la realidad. Los hechos se objetivizan al
te que desea legitimar lo que está haciendo... no puede reducirse sim- ser nombrados, de eso no cabe la menor duda. Pero igual de obvio pare-
plemente al problema instrumental de ajustar su lenguaje normativo ce pensar que aquello que se articula en un cuerpo lingüístico-expresivo
disponible» (1988-f, pág. 234). Aquí está presente una vez más la carga no puede explicarse del todo, no se puede comprender, como ya apunta-
wittgensteiniana que informa esta teoría: los conceptos son utillajes que ba Otto Brunner, si no que se conecta a un determinado marco político,
nos permiten hacer cosas según su uso en la argumentación, no pueden social y económico. Esto es válido para explicar cualquier tipo de
concebirse como simples proposiciones a las que se asigna un significa- producción intelectual. Pero en el ámbito de las teorías políticas resulta
do; son «armas» (Heidegger) o instrumentos de los que nos valemos para inevitable preguntarse por el papel que juegan en el mantenimiento, re-
transformar la realidad. producción o ruptura respecto a un determinado modo de dominación,
del ejercicio del poder, o más simplemente, de la conformación de una
Conviene no perder de vista tampoco que entre estos dos autores se determinada constelación de intereses; por su función como mecanismo
ha producido algo así como una «división del trabajo» en el estudio de los encubridor de intereses o, por el contrario, emancipador o liberador res-
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''''' pecto de tales discursos. El mundo de la argumentación política ha cons- pertenecen a distintas tradiciones del discurso político; del mismo modo
tituido y constituye el ámbito natural de la ocultación -y también de la que, como bien señala J. Tully, hay en él una visión de la política dirigida
denuncia- de las relaciones de poder y de sus formas. Por seguir con el . a subrayar el factor conflictual, la permanente argumentación a favor o
ejemplo de Epicteto, esto supondría plantearse cuestiones tales como en contra de determinados intereses, la «guerra y la batalla» (1988, págs.
¿cuál es la naturaleza de esos hechos a que se refiere?, ¿por qué se des- 23-24). Lo curioso, y de ahí la novedad del enfoque, es que la necesaria
criben de tal modo que provocan el estremecimiento de los hombres? contextualización, aquello que permite adivinar o definir el funciona-
¿era ésa la intención, o, por el coatrario, los hechos eran en verdad estre- miento ideológico de cada discurso, no baja a su supuesta base material,
mecedores? Y podríamos proseguir las preguntas. Tantas, y éste es un sino que se limita al estudio de otros textos. Como ya sabemos, para él
punto decisivo, cuantas nos sugiera el conocimiento del contexto históri- toda teoría acaece como una acción lingüística dentro de contextos his-
co-político-social en el que se desenvuelven, pero también el del discurso tóricamente definidos que limitan considerablemente los tipos de legiti-
o convenciones políticas de la época. Pretender vincular la historia del mación política de que disponen los teóricos. No hay, pues, más «contex-
discurso político a la historia social, que es lo que con esto se pretende su- ^ to» que otros «textos»,' si iDien éstos, en contra del enfoque derridiano, se
gerir, no implica, sin embargo, que ambos estudios deban ser excluyen- perciben fundamentalmente como actos.''
tes, sino complementarios; que cada uno de ellos se apoye en el anterior Más ambicioso ya es el enfoque -que aquí no hemos tratado- del
para así, desde su síntesis -que siempre será provisional-, poder acceder grupo alemán de la Begriffsgeschichte, encabezado en un principio por
a un marco de explicación más amplio. El problema estriba, sin embar- Otto Brunner y Werner Konze, pero bajo la permanente supervisión de
go, según se han encargado de resaltar las teorías que hemos venido pre- Reinhart Koselleck (1972). Y la ambición no reside sólo en la difícil pre-
sentando, en que carecemos de un instrumental capaz de atrapar esa su- tensión de realizar un amplísimo diccionario de términos histórico-polí-
puesta realidad más profunda que no es el lenguaje mismo. Ya se presen- ticos." Obedece más bien a los propios supuestos metodológicos que in-
te bajo forma documental o amparado en formulaciones discursivas más forman la obra: compaginar un estudio lingüístico de los conceptos con
complejas, hay siempre un punto cero, una «infraestructura», que es de una perspectiva de historia social. De lo que se trata, en definitiva, es de
i urdimbre lingüística. No hay una realidad que pueda ser «representada» ver la evolución de los mismos, su aspecto diacrónico, a la luz de un en-
y respecto de la cual el lenguaje funcione como un espejo; el lenguaje es foque de lingüística estructural inspirado en Saussure, que no renuncia a
ya la realidad última -«no hay fuera-del-texto» (hors-du-texte) (Derrida, contrastar el concepto con la cosa. La premisa central, a decir de Kose-
, 1971, pág. 202). lleck, estriba en presuponer que «la historia se posa en determinados
¿Qué ha quedado entonces del concepto tradicional de ideología? conceptos y sólo llega a convertirse en historia según sea conceptualiza-
Como es conocido, el presupuesto básico sobre el que se sustentaba -al da cada vez» (1972, XXIII); se afirma así la existencia de una convergen-
menos en su versión marxista- era la existencia de una «realidad» más cia discontinua entre concepto e historia. Todo concepto se encontraría
profunda que la que en cada caso era objetivada. Ello se derivaba de la en la intersección producida por los distintos procesos de cambio entre
previa distinción entre conciencia y base material, que permitía valerse significante y significado, entre las transformaciones de la situación ob-
de un rasero frente al cual medir las distorsiones introducidas por los dis- jetiva y la tensión por crear nuevos términos. En última instancia, el
tintos «lenguajes» y, en último término, desvelar los intereses que a objetivo no sería la elaboración de una nueva realidad objetiva a partir de
través de ellos se «encubrían». Conseguía satisfacer así dos funciones dis- fuentes lingüísticas preexistentes; ni tampoco el restringirse al análisis
tintas: una explicativa y otra crítica. Desde luego, esta labor de demarca- de los discursos o de las ideas de autores pasados a espaldas de la expe-
ción entre realidad y apariencia, que nunca estuvo ausente del horizonte riencia que les subyace. «La comprensión lingüística apunta [...] hacia
de toda la filosofía en general, conformó ya de modo pleno todo el
proyecto ilustrado. Pero, como ya dijéramos al comienzo, ésta es preci- 6. E n su puesta en práctica de estos presupuestos metodológicos, Skinner no pue-
samente la perspectiva que se nos va cerrando más y más a medida que de evitar traicionarlos de cuando en cuando. Un buen ejemplo de ello es su monu-
se diluyen los presupuestos de la filosofía moderna. mental Los fundamentos del pensamiento político moderno.
7. Si bien Derrida no entra nunca en un debate directo con Skinner, considera-
Por volver a las teorías de las que nos venimos ocupando, la que sigue
mos que es perfectamente legítimo extrapolar sobre su obra algunas de las críticas que
siendo más dependiente de muchos de los presupuestos del discurso ilus-
Derrida dirige a la teoría de los actos del habla de Austin y Searle en su debate con este
trado es, sin duda, la skinneriana. Y no deja de ser esclarecedor que utili-
último (Véase DERRIDA, 1977; SEARLE, 1977).
ce una versión débil del concepto de ideología, que -contrariamente a su
8. E l resultado es realmente espectacular: seis extensísimos volúmenes cargados
versión marxista- se reduce a la idea de racionalizaciones subjetivas de
de erudición, el último de los cuales apareció en 1990, que se han convertido ya no
acciones intencionales. Para Skinner está claro que la mayoría de los tex-
sólo en una obra de referencia fundamental, sino, en el caso de muchos artículos, en
tos políticos fueron escritos bajo la influencia de la política práctica y
auténticas monografías especializadas.
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298 E L INDIVIDUO Y LA HISTORIA G I R O LINGtJÍSTICO E H I S T O R I A D E L A S I D E A S 299

procesos que están más allá del movimiento lingüístico, pero que sólo Parece llevar razón J. Tully (1985, págs. 19 y sigs.) cuando afirma que
pueden ser suficientemente reconstruidos y comprendidos cuando se te- Skinner nos ofrece, en efecto, una «pragmática histórica». No se aspira
matiza la transformación misma de los conceptos» (1972, XIV). O, lo que aquí, como ocurre en la «pragmática universal», a establecer las condicio-
es lo mismo, no es posible una historia conceptual si no es desde una nes universalmente válidas bajo las que es posible pronunciarse sobre los
perspectiva lingüística capaz de satisfacer la dimensión diacrónica; pero, criterios de verdad en las teorías políticas analizadas, sino únicamente
a la vez, ésta es incapaz de dar cuenta de la realidad en sí misma si no es aquello que dentro de distintas ideologías y contextos «sirve» como política-
amparándose en una historia social: en su permanente enfrentamiento mente justo y verdadero. Así es como funciona el engarce contextúa!, que
con la cosa. permite captar la racionalidad de las formas de pensamiento a la luz de las
circunstancias y convenciones en las que se inscriben sus agentes, no a par-
tir de lo que es racional «para nosotros». El problema sigue siendo el de su
IV. Los LÍMITES D E L CÍRCULO H E R M E N É U T I C O «traducibilidad» a nuestros términos. Y aquí el mismo Skinner confiesa
sostener una versión de la tesis de la inconmensurabilidad «no dramática»
La originalidad y debilidad a la vez del enfoque skinneriano reside, a (1985-f, pág. 252), que a nosotros se nos antoja ciertamente débil.
nuestro juicio, en la forma en que se combinan sus supuestos relativistas Rechaza, eso sí, la idea de que la labor del historiador se reduce a ex-
con un enfoque que, de hecho, tiene aspiraciones objetivistas. Su relativis- plicar conceptos extraños tratando de buscar la exacta contrapartida de
mo deriva de la propia limitación de su análisis a un universo de significa- sus términos en nuestro lenguaje; igual que no tiene más remedio que re-
dos restringidos, a un paradigma discursivo libre de la imposición de ideas conocer que nunca podemos llegar a estar absolutamente seguros res-
o prejuicios «presentistas». La historia del pensamiento no es para él, en pecto a un supuesto significado «final» de las expresiones analizadas.' En
consecuencia, un ámbito en el que «flotan libremente» ideas, sino que és- todo caso, aunque el estudio del contexto de una determinada obra no
tas se hallan siempre «situadas» en un marco de referencia lingüístico. nos permita afirmar con exactitud lo que en ella se dice, lo que sí parece
Sólo así puede hacer realidad su pretensión de «recuperar su identidad his- claro es que establece, al menos, un límite negativo respecto al posible al-
tórica». Su relativismo se manifiesta también en su propia incorporación cance de su significado.
de la teoría de los actos del habla de Austin y Searle, para la cual la argu- Por otra parte, y con igual convicción, afirma que existe «el suficien-
mentación se compone de acciones que no pueden ser articuladas bajo las te solapamiento entre nuestras creencias y aquellas que tratamos de in-
categorías de «verdad» o «falsedad», sino bajo las de «fuerza» o «debili- vestigar» (1985-f, pág. 252) como para permitirnos llegar a ver las cosas
dad». Algo similar a lo que hacemos en el lenguaje corriente cuando deci- «a su manera». La comprensión histórica exige, en consecuencia, un pro-
mos que un determinado argumento es «flojo» o «débil» o, en su caso, ceso de aprendizaje de «diferentes estilos de razonar, que nos faculta ¡
«convincente» o «aplastante». No existe un concepto de verdad extemo para llevar a cabo ese desvelamiento del significado de los textos del pa-,
frente al cual poder medir su mayor o menor adecuación al mismo, sino, sado, sin necesidad de tener que recurrir al "misterioso proceso empáti- \
por ponerlo en términos de Rorty, únicamente los cánones compartidos co" que propugna una "hermenéutica pasada de moda"» (1985-f, pág.'
dentro de cada modo de vida. La labor del historiador del pensamiento re- 279). Y ello gracias al carácter intersubjetivo del lenguaje, que hace que
sidiría, pues, exclusivamente en sacar a la luz los criterios de racionalidad todo acto de comunicación deba ser «ex hyphotesi, públicamente legible»
o congmencia teórica que se manifiestan en unas determinadas conven- (Ibíd.). Pero también, en la línea de Davidson y Quine, que hemos de pre-
ciones del pensamiento propias de una época dada, aunque sin pronun- suponer a nuestros antepasados algunas de nuestras ideas sobre consis-
ciarse sobre su verdad o certeza respecto a nuestros propios valores o tencia o coherencia lógica (véase 1985-f, pág. 257). «Su» racionalidad no
convicciones filosóficas. Pero aquí reside precisamente el problema que tiene por qué ser tan distinta a la «nuestra» como para hacer impensable
asóla a este enfoque, ya que, de un lado, se piensa que sí es posible objeti- una objetivización de su pensamiento desde nuestros propios recursos
var un contexto para hacer inteligible un determinado discurso; y, de otro, racionales. Y es, por tanto, posible la traducibilidad de sus lenguajes sin
de ser posible tal objetivación, ésta se hace desde nuestro propio lenguaje o necesidad de recurrir a un metalenguaje formal.
forma de ver el mundo, sujeta por igual, se supone, a una serie de supues- Con esto se opone de modo frontal a teorías como la derridiana, que
tos o prácticas culturales. Luego implícitamente se afirma la posibilidad de insisten en negar un significado último a los actos lingüísticos, en afir-
romper el círculo hermenéutico,, al igual que -por vía de hecho- se niega la
supuesta inconmensurabilidad de las distintas concepciones del mundo.
9. A este respecto es bastante explícito en el clarificador trabajo de respuesta a
¿Quiere esto decir que existe algo así como un metalenguaje capaz de tra-
sus críticos: «Mis preceptos, en suma, son sólo meras pretensiones respecto ^
ducir en nuestros términos las peculiaridades de los juegos de lenguaje y
proceder mejor; no son pretensiones respecto a cómo garantizar el éxito»
las formas de vida pretéritas? Veámoslo un poco más de cerca.
pág. 281).
300 EL INDIVIDUO Y LA HISTORIA GIRO LINGÜÍSTICO E HISTORIA DE LAS IDEAS 3Q J

mar la supresión y suspensión de toda certidumbre. A este respecto pare- —, Unterwegs zur Sprache, Pfullingen, Neske, 1959.
ce relevante referirse, por último, a una breve pero certera crítica de JAY, M . , «Should Intellectual History Take a Linguistic Tum? Reflections o h
Skinner a Derrida. El autor inglés comienza reconociendo cómo, efecti- bermas-Gadamer Debate», en Fin-de-siécle Sociatism and other Bssavs B W i ^"
University of California Press, 1988, págs. 17-51. • '^'"''^'^y-
vamente, es muy posible que nunca logremos alcanzar la certeza respec- KOSELLECK, R . , «Einleitung», en O. BRUNNER, W . CONZE y R. KOSELLECK, comps. Ges-
to de nuestras interpretaciones. Ahora bien, «si insistimos, como hace chichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur Politisch-sozialen Sprache in
Derrida, en una tal identificación entre establecer que algo es el caso y la Deutschland, vol. I, 1972, págs. XIII-XXVII.
posibilidad de demostrarlo "con seguridad", entonces hay que admitir —, Vergangene Zukunft. Zur Semañtik geschichticher Zeiten, Francfort, Suhrkamp,
que nunca podremos aspirar a definir las intenciones con las que un tex- 1979 (trad. cast.: Futuro pasado, Barcelona, Paidós, 1993).
to puede haber sido escrito. Pero igualmente resulta que nunca podremos MUGUERZA, J . , «La sociedad como lenguaje», prólogo a R. GABÁS, J. Habermas: Domi-
nio técnico y comunidad lingüística, Barcelona, Ariel, 1989.
esperar demostrar que la vida no es un sueño» (1988-f, pág. 280). —, Desde la Perplejidad, Madrid/México, Fondo de Cultura Económica, 1990.
Desde luego. Descartes está enterrado y bien enterrado, pero ¿eso nos POCOCK, J.G.A., The Machiavellian Moment, Cambridge University Press, 1975.
exime acaso de la necesidad de aportar razones a la hora de, por ejemplo, —, «Verbalizing a Political Act», en M. SHAPIRO, Language and Politics, Oxford, B.
tener que atribuir la culpabilidad por un delito, o tener que enjuiciar la Blackwell, 1984, págs. 25-43.
práctica política? El nuevo relativismo tiene la indudable virtud de haber —, Virtue, Commerce and History, Cambridge University Press, 1985.
— , 7726 Ancient Constitution and the Feudal Law: A Study of English Historical Thought
sabido situarnos ante los límites de la racionalidad; no ha conseguido, sin
in the 17th Century, ed. revisada de 1957; Cambridge, Cambridge University Press,
embargo, librarnos de nuestras responsabilidades públicas. Muy proba- 1987.
blemente haya conseguido domeñar nuestro etnocentrismo ilustrado y —, «The concept of a language and the mélier d'historien: some considerations on
nos haya acercado así a apreciar con nueva luz otras culturas o formas de practice», en A. PAGDEN, comp., The Languages of Political Theory in Early Modem
vida -al «otro», las «diferencias»; pero no nos exime de la decisión. Y nin- Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 1987-b.
guna teoría política puede permanecer insensible ante todas estas cues- RICOEUR, P., Hermeneutics and the Human Sciences, Cambridge, Cambridge University
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