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tiene la técnica adquirida ni la estructura psíquica conformada de tal manera como para
producir realmente una Obra de Arte. ¿Cómo y bajo qué criterios es evaluada pues, esa
adquisición de técnica y conformación psíquica? Y aquí nos introducimos en un tema
muy controversial, pero que permanece latente en todos nosotros: el llamado Arte de
Consumo.
A finales del siglo XV, durante el Renacimiento italiano, se hace por primera vez la
distinción entre artesano y artista, entre lo que denominamos Artesanía y lo que
definimos como Bellas Artes. Desde ese entonces hasta el día de hoy, en mayor o menor
medida, tendemos a escisionar la Obra de Arte, y el objeto producido en masa llamado
artesanía.
Con el advenimiento de la imprenta y muchas otras máquinas -que a partir de la
Revolución Industrial se han ido multiplicando y renovando incesantemente- asistimos
en la modernidad a una gran paradoja: se pueden reproducir en masa las Obras de Arte,
todos y cada uno de los sujetos puede tener en sus manos una reproducción de un
cuadro de Da Vinci, o un CD compacto con las sinfonías de Beethoven, por tan sólo una
módica suma de dinero. El ser humano ha transformado toda sutil rama de existencia,
toda sensación posible, en objeto de consumo. Una obra singular es reproducida
infinitamente, para que cómodamente quien pueda pagar por ella se regocije
momentáneamente.
A su vez, la creación artística singular es pensada como un producto destinado a
consumirse en masa, y se pierde aquella bi-direccionalidad de la que se hablaba al
principio de este trabajo: el impactar sobre uno mismo al momento de crear ya no es
importante, sólo lo es impactar en el exterior, en los otros, generar el deseo de consumo
en la masa.
La distinción entre Arte y artesanía a la que asistió la humanidad en el siglo XV, que se
estableció por la estética única de la Obra de Arte frente a la practicidad y masividad de
la artesanía, es entonces difícil de mantener hoy en día, y se hace casi imposible
discernir entre una artesanía y una Obra de Arte. Es más: un artesano puede ser
considerado un artista, y viceversa.
Enrique Pichón Riviére, en el libro “Conversaciones con Pichón Riviére”, nos habla de
la escisión entre “Arte patológico” y “Arte normal”. Teniendo en alta estima al proceso
creacional en lo referente a la adaptación activa a la realidad de un individuo, opina que
un paciente psiquiátrico presenta cierta inmovilidad y tendencia al caos en sus
expresiones artísticas, frente al dinamismo y unidad de la obra de cualquier artista no
recluido. Esto lo explica por el estancamiento comunicacional que padece un enfermo
psiquiátrico, que refrena todo intento por establecer una creación artística (entendiendo
la misma como el más elevado acto comunicacional de un ser humano). Su interlocutor
Zito Lema sin embargo acota que artistas reconocidos por la masa (específicamente Van
Gogh y Artaud), a pesar de ser recluidos en hospicios psiquiátricos en etapas de su vida,
mantuvieron un alto grado de calidad en sus creaciones, sin llegar nunca a ese supuesto
caos expresional del que habla Riviére al referirse al “arte patológico”. Ambos se
refieren también a que el Arte está influenciado por la clase dominante, y que si una
persona pierde su calidad de integrante de la sociedad, también su futuro prestigio en
cualquier tipo de expresión. (Los casos de Van Gogh o Artaud serían excepciones pues
ya habían alcanzado cierto prestigio antes de su reclusión).
Ahora bien, así como asistimos a esta escisión entre “arte patológico” y “arte normal”,
también distinguimos diariamente (como ya se expuso) entre expresiones
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comunicacionales de valor artístico y otras que no lo tienen en absoluto. Si tocan la
puerta en este momento, abrimos y vemos que un vecino se tatuó en la frente un
martillo y una os, baila frenéticamente la mamushka al compás de una música que
tararea desaforadamente, mientras comienza a sacarse su camisa multicolor,
seguramente lo que menos pensaríamos es que estamos asistiendo a una creación
artística. Lo más probable es que creamos que el vecino se volvió completamente loco,
y que necesita urgentemente asistencia psicológica y psiquiátrica.
¿Qué es lo que esto nos indica? (aparte de que la expresión artística tiene un contexto
determinado y de que el supuesto vecino podría tener parentesco con la familia de
Mijail Gorbachov): que existen normas implícitas en nuestra valoración de lo que es y
no es arte; y obviamente (como señalan acertadamente Pichón Riviére y Zito Lema),
provienen de la ideología de los sectores dominantes. Han tenido que transcurrir muchas
generaciones para que en el oído occidental sea bien visto (o mejor dicho “bien
escuchado”), un trítono, un intervalo de tercera aumentada, o un simple modo locrio3. Si
Picasso hubiese pintado el Guernica en el medioevo seguramente habría sido colgado.
Lo que consideramos arte va variando a través de las épocas y los contextos sociales, así
como las técnicas aplicadas a su creación (no es ninguna novedad que para ser
vanguardista no sea necesario aprender técnica alguna4).
Otra variante que muchas veces se utiliza para catalogar una obra artística es la
originalidad de la misma. Surge pues la pregunta de ¿en qué medida esta originalidad
define la calidad o validez de una creación particular?
David Hume nos presenta el siguiente experimento hipotético: si en una paleta de
colores celestes que fuera del tono más oscuro al más claro, faltara una pequeña porción
de una tonalidad particular de celeste que el observador nunca en su vida hubiese visto,
y se le pidiera al mismo que imaginara ese color, Hume afirma que en la mente de este
observador se formaría la imagen de ese tono particular de celeste, aunque nunca lo
hubiese visto en el mundo real. Con esto denota un cierto grado de innatismo en la
naturaleza humana, gracias al cual por medio de la mente nos sería posible imaginar
algo que nunca antes hubiésemos visto. Siguiendo este razonamiento, nos veríamos
obligados a concebir que la creación artística proviene de la imaginación humana, y que
es válido pensar en una obra completamente original, ideada íntegramente por la
imaginación del creador. Por ende cuanto más “original” sea una creación, más valorada
debería ser.
Existe sin embargo un experimento análogo al de Hume que rebate esta concepción
innatista. Si hacemos entonar a una persona con conocimientos musicales nulos (con la
ayuda-guía de un piano, por ejemplo), la nota do; luego la nota re, y le pedimos que
entone la nota intermedia entre esos dos sonidos (en este caso do sostenido), le será
imposible tanto entonarla como escucharla en su mente. Así como en la sucesión de
tonos de colores del ejemplo de Hume, en un piano o instrumento musical
contemporáneo, tenemos una sucesión de notas contiguas que van en forma ascendente
o descendente. La diferencia con el otro experimento es que (los videntes no daltónicos)
estamos desde que nacemos siendo inculcados por la concepción de los colores, y
constantemente clasificamos nuestras percepciones de acuerdo a estándares
predeterminados. En realidad el ordenamiento de claroscuros de una paleta de tonos de
celeste es un convencionalismo: no existe, lo establecemos a partir de asociaciones
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Conceptos actuales de la teoría musical, prohibidos por la iglesia medieval por ser considerados
satánicos.
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O que para tocar música punk en la guitarra sólo haga falta aprender un acorde…
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lógicas, así como también la escala de semitonos cromáticos de un piano, o cualquiera
de nuestros sistemas de medición (sean de tamaño o de tiempo). 5
Todo esto nos lleva a conclusiones inesperadas. El proceso creativo no puede ser tal,
sino que más bien es un proceso imitativo. Integramos lo que percibimos. Somos
capaces de transformar lo existente, pero basándonos en otros existentes. Nuestra mente
parece compartir similitudes con una computadora de memoria mayoritariamente vacía,
con un programa base (instintos), a partir del cual se comienza a llenar el espacio
virtual. Cada suceso particular imprime una marca particular, haciendo de cada sujeto
un ser único e irrepetible…
En suma, lo que define, discrimina y decide qué va a ser una Obra de Arte para
determinado momento y contexto social, no sería más que los valores y convenciones de
las clases dominantes de la estructura social contemporánea a la obra en cuestión.
La creación artística, citando a Pichón Riviére: “es la más alta forma de dar mensajes
y requiere condiciones óptimas de libertad”. Deberemos ser capaces de buscar en
nuestras creaciones artísticas esa bidireccionalidad perdida, esa comunicación con
nuestro yo más interno, que nos permita transformar la realidad más allá de lo
imaginable por nuestras percepciones…
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Está harto comprobado que el hombre primitivo no medía el tiempo de la misma manera que nosotros, e
incluso se ha constatado que existen en la actualidad tribus humanas en las que las cosas lejanas son
consideradas pequeñas sólo por estar lejos (carencia de las nociones de perspectiva espacial que nos
parecen tan inherentes al hombre).