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Afuera estaba el mundo

Laura Massolo
1

A Cecilia
2

Desde la extrañeza

EN LA PLAYA

Aquí, en la playa, están las cadenas suspendidas, los desechos, las rupturas, y los
abandonos.

El ala de la gaviota ya no precisa más de la gaviota,


el mar no acepta que vuelva el caracol,
el viento rechaza las hojas de mi libro y el excremento se olvidó del perro.

Todo se arrojó sin aprehensiones:


El celeste sobre los espejos, el pez sobre la muerte, el preservativo en la semilla
inútil y los fantasmas en el madero de un barco.
La tapa no tiene frasco,
el zapato no tiene dueño,
la huella se despegó del pie,
la jeringa cumplió su cometido.

Ni los dientes ni el mar viene a buscar al pez


y un hombre insiste con la red en pescar agua.

Por lo demás, la espuma deja un muestrario que recoge pupilas, dedos, bolsas,
gotas, iodo, sal; y pena.

También,
está mi asombro.
3

RARO

Raro.
Maduró como un reloj atado,
no brotó en su momento,
fue perforando cavidades con la velocidad de una sombra,
y en lugar de arena soltó pan, goma, sustancias viscosas.
Además, la erosión, en calma, limpiamente, tuvo la piedad de una llovizna.

Raro.

Porque cuando pusieron compresas en las rajaduras se oyó el sonido de la


manteca entre la pasta.
Nada parecido a sangre.
Y ese olor no era purulencia,
era un alimento, una pasión con velas por la calle,
una hostia recién hecha.

Raro.
Rarísimo.

Entonces le preguntaron por qué,


que cómo nada de rencor
que de qué forma tanta paz,
y desde dónde la sonrisa.

Ella explicó que el dolor es una música.


4

ERRADO Y ERRANTE

Una cree que tiene tanto para dar.


Es tan amplia la ensenada, tan húmedo el racimo,
tan suave la cinta.

Y una termina resultando jaula:


el invitado es un esclavo triste,
las fibras más tiernas se vuelven murallas;
y por donde vino el sueño
sale un lagarto jabonoso y asustado.

Una dijo calor y se ha interpretado infierno.


Una dictó primavera y se ha decretado invierno.

No hay red. No sirve la barrera dulce.

Una quiso cubrir todas las horas y todas las agujas.


Ahora es preciso alcanzarle el sombrero de mariposas
para que divague,
para que se suelte,
para que se vaya resbalando por las margaritas.

Y una se queda
ensayando
este solo paso de danza,
guardando prolijamente la locura
en gotas de sal.
5

PARA SEGUIR

Y una se pregunta por qué se suspenden la eclosión el temblor y los molinos


Por qué desaparece un gesto en la montaña y por qué se ahogan los escalones
repetidamente
en la escena de la oscuridad

Y una juega a la vacilación


a las hamacas
a los perros invisibles que orinan árboles invisibles
a deshacer los preconceptos de la angustia y aferrarse a la primera anatomía que
aparezca en la memoria, por ejemplo, en el momento de aplastar la
almohada.
O bien, una se empeña en rondar la tensión para olvidarse,
y anda,
entre los habladores compulsivos,
en días que se agotan,
en el bien aprendido ejercicio del no,
en cualquier costumbre,
en una galería de marcos vacíos.

Después
una se encuentra con una y no sabe a qué cosa de nosotros perteneció la idea de
alguna vez la dicha

Y una se pregunta
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ILUSA

El espejo en hilos de mercurio


la imposible amalgama
todos los puntos sueltos
el rayo que siempre se termina
la cueva que oculta y las estrellas que se caen de golpe

¿Y qué querías?
¿Un lago? ¿La cuenca de azogue y el reflejo?
¿El tejido apretado? ¿El cordón? ¿La telaraña?

¿Y qué esperabas?
¿La lluvia? ¿La boca dispuesta a recoger las gotas?
¿Un cielo nuevo, inabarcable, abierto, con los astros clavados?

Ilusa:
Esto es aceite y él es pájaro
La costa es áspera y se rompen las señales
Tu sol es un fósforo y el amor es volátil
No llueve
El agua que te moja es sobrante de algún riego difuso
La gloria anuncia pequeñas dosis de música
sin concierto
Es tan ligera la luz que apenas toca objetos o sombras que se escurren
El tuyo es molde cóncavo

Y él es viento
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EL LADRILLO

Este ladrillo se desmoronó con otros en avalancha.

Ahora, soporta la espera.

Tendrá memoria de la fosa húmeda en que durmió de sombra, y de la pala;


tendrá memoria de otro sol; de la mezcla de agua,
del molde y de la mano que le dieron forma y de la leña que abrasó su geometría.

Así, apilado en el desorden,


tendrá conciencia de un futuro en alto;
sabrá que, en comunión con otros, soldado, trabado, preso, formará los refugios o
el encierro;
ocultará tristezas, sudores, desalientos, y dejará pasar por el tejido permeable
sonidos de canto o de tortura.

Este ladrillo sabe que creció del barro,


imperfecto y filoso,
elemental y sólido;
sabe que puede ser tan frágil como el vidrio y tan tenaz como la misma tierra;
sabe que es, apenas, una porción de suelo en la multitud donde descansa y que
ha debido padecer el humo, el golpe y la salpicadura.

Así, quieto en su montaña, este ladrillo es una pieza del rompecabezas de la


historia,
una muestra de la quemadura inevitable;
tiene color y destino, y un rumbo inexpugnable y fijo.

Si por su origen se parece al hombre puede ser el fin del hombre cuando se arma
en bóveda;

pero más bien es la prolongación del hombre,

la fe y la rutina de sus manos,

la obsesión de ser muralla,

la casualidad de amenazar derrumbes.


8

DESPRENDIMIENTO

Tuvo que andar con él a cuestas porque las manos estaban anegadas y solamente
las horas se movían;
disparó por las habitaciones,
juntó cortezas y piñas y ramas en el fuego, calentó los ojos, las medias y la escoba.
Y habló por teléfono.

Lo vio planear con su carpintería de vocabulario en el aire, adueñarse de las


ventanas, de los nidos y de los ruidos;
lo vio en la coreografía de las chispas y en las víboras que babean el cerebro.

Entonces almorzó y no quiso siesta.


Pero las manos chorreaban asperezas y las horas no tuvieron alivio.

Era curioso
que se asomara y se perdiera,
que atara rudimentos sin desprenderse, que se poblara de señales o engordara,
como si se alimentara de los pies.

Después, lo llevó al muelle,


estuvo inmóvil mientras él iba con las olas y amontonaba espuma o estrujaba
rompientes.
Volvió con él, a sacar todo el frío. Otra vez el fuego. Quizá un Adagio.

Por fin, lo tiró contra el papel.

Y entonces fue

un poema.
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POEMA PARA RESPIRAR

Poco será lo rescatable.


La mayor parte quedará en un rincón sin ortografía.
Pulcra y ordenada la palabra fuerte
la minusválida en la papelera
Y que el pudor esconda los residuos.

Hasta es probable un cambio de persona,


una máscara que oculte mis propios poemas.

Por ahora
dejo testimonio de un pedazo radiante de mi tiempo,
de la complicidad con el músculo de agua,
del canto
y de los adjetivos que confirman obviedades y fracasos.

Pero juro que la mesa se llenó de sangre,


de terrores,
de felicidades;
y que gasté diez servilletas de papel
con el fin de que volviera el aire.
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Desde la cruz
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LA CRUZ

La cruz es una proporción sin proporciones, la pesadez exacta que dobla las
rodillas, lo que arrastramos por los días o la estatura plena del dolor.
Puede ser veleta desganada, dos palos que se cruzan, madera que acompaña en
la pared o mapa de un camino.
Y puede ser
una mole frente a la llanura,
una muerte por tajo,
la sociedad de las asfixias con las cargas,
un sobre con cáncer.

La cruz es una imagen por la conformidad con la simpleza, una intersección,


plumas que molestan en las vértebras, una tarde en la vereda, los enojos,
los huesos que se cansan, el delirio de los platos sucios,
o una masa,
dos filos enlazados por la conformidad con el espanto,
y la cápsula que nos lleva al sueño
y las piedras que se vuelcan en la garganta
y el alcohol enredado en el cerebro
y unas gotas de agua en una esponja.

La cruz es un lastre bifurcado de acuerdo con el dedo que señala o la fecha que
nos corresponde.
Sombra limpia y vertical o raya horizontal donde cuelgan los brazos después de
las correas.
Esa forma de amor que se lleva con los hombros desiertos o esa forma de amor
que se encarna en el hijo que no sabe realidades.
Un beso con intención de juramento o un final o un bosque sin respiraciones.
Un ácido que flota en la columna vertebral o dos bandas de vidrio incrustadas en
la carne.
La mano que se arriesga en la ternura
o los clavos listos para convertir la mano en garra

o toda esta ausencia


cuando el entendimiento pesa,
la noche sin remedio del poema,
la pregunta,
la verdad que ya quebró la espalda,
el andén que absorbe la caída,
el pájaro de octubre anunciado como invierno
o las mil
próximas
noches.
12

Aquella fantasía y esto que nos toca.


Aquella rebeldía y esto que suprime.
La estampa,
lo estampado en los poros.

La cruz es el lugar donde encender la vela


donde poner la flor

o el lugar donde abrazar nuestros pedazos.


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LA CAMA

Bolsa y caja.
O paisaje débil de cumbres.
O tantas cosas.

La cama es un territorio de madejas que filtra la humedad del sudor o la sequía de


los desamparos,
es el lugar donde las horas extensas devoran las hojas de los libros,
donde las lámparas dejan de bucear en los tormentos,
donde los ojos apenas advierten los latidos.

Madera, metal, laxitud y máquina,


un poco libertad,
un poco encierro,
descubre manchas o cubre todo el frío,
tiene ruidos y olores.

Como un teclado de arrugas canta pasión, canta quietud,


canta pesadillas con ángeles y comprime los silencios mientras los huesos se
prolongan.
En la cama se introducen las agujas del dolor, de la cama gotean suspiros como un
suero.

En la cama la semilla cae y se diluye y en la cama crece la turgencia y crece el


agua.

En la cama el cráneo es el reverso de la cruz, la cruz cuelga del cráneo y en la


cama se dibuja la última cruz que hay en la frente.

Es el muelle.
El día, la vigilia, los días de rumor y vigilancia,
los gatos, las esperas,
la ropa y la blancura, los martillos;
el grito, el estertor, las eclosiones. Y a veces el descanso.

La cama es un mueble, un artefacto, un ejercicio, un ministerio, un límite.

Es la vida

y es la muerte.
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ES EN EL ESTÓMAGO

Están los platos


sucios
Está la perra con su sangre y unos botones de lacre asomados a la tela del sillón.
Estoy.
Pero no lavo.
No puedo lavar.
Dice mi madre que no lave.
Y se pone a lavar con un agua que no suena y una cara que no llora.

Dice mi madre que tengo que leer.


Lo dice, lo dice, lo dice, con una boca que no dice y con un gesto que no cede.
Está furiosa.
Lloro.
Le obedezco y hago equilibrismo por un solo renglón:
El próximo renglón no existe.
Tengo un papel con grasa, con tomates secos y pegados, con un manchón de
quetchup que ahora es la sangre de la perra y está en la hoja o en una
servilleta o en un trapo o en mi mano.
Tabaco.
Leche.
Arena.

Se fue mi madre.
Rabiosa se fue.
Se fue porque no leo, porque no le obedezco, porque no.
Y lloro.
Pero sé que tengo que lavar los platos y hay unos platos enredados en fideos que
se vuelven negros.
Es tinta.
Eso es tinta dice mi madre que se fue y no es que haya vuelto sino que tiene la
voz entre las ollas.
No sé qué quiere, no sé qué quiere, no sé qué quiere,
revuelvo la basura la mugre las cáscaras de papa las colillas mojadas una fruta
podrida un libro mi libro el próximo todos los poemas.
Me siento tan culpable por la tinta. Es un arroyo y lo trago. Es un serrucho para las
horas. Es aceite que gotea la mesa.

Es en el estómago dice mi hermano


pero no importa,
se lo sacan y listo.
Ya se lo sacaron, está en la basura, qué suerte, entonces, qué suerte.
De repente se hace casa de la infancia, el molino, la luz.
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Vamos a ver cómo es el cáncer, dice mi hermano que es chiquito y tiramos la


basura sobre los pisos en damero y los mosaicos tienen sangre de la perra
y no encontramos el estómago.

Mamá está bien, dice mi hermano.


Y no llora.

Papá se muere digo yo


y quiero gritar
papá quiero gritar
papá
quiero gritar papá
papá

y me despierto.
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PASTA

Ahora pretendamos que todo es dulce.


Inventemos un día, una mesa, los ravioles, el pan.
Vamos despacio,
con los pies, despacio,
con los dedos,
así.
Ahora fabriquemos una luz de talco, todos abrazados. Y unas velitas.
Vos reíte, vos también, vos también.
Que nadie dé malas noticias.
Ahora simulemos alegría, el tuco, el queso.
Hablemos del tiempo, de la música, de lo muy felices que.
Ahora pongamos a papá en el cielo,
despacio,
con los pies, despacio,
con los dedos,
así,
callados,
sonrientes,
que no sepa los agujeros del pulmón,
la placa,
los frasquitos,
así,
con pasta,
y que coma sin sus dientes,
despacio,
una crema, una lata, un puré de células,
algo que pueda gotear por las roturas,
el colador de los ravioles del domingo,
el vino,
una sangre,
que coma despacio,
así,
que no le duela
que no le duela
tanto
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PHILOS

Acabo de cortar mis diez uñas


justo cuando estaban por hundirse en el hígado de corcho de mi padre
rasguñar el agua en el pulmón

nena monstruo que no sabe dar zarpazos

Dientes quebraduras el descuido la esponja el pelapapas

No hubieran servido para ninguna forma de caricia


Confundían teclados
erraban números

Vuelan
Cuchillitos
Filos
Partes crecidas de mí

Qué placer desgajar lo que está muerto


Nada sangra

Pedacitos
Espadas

Hay una paciencia en mis dedos más cortos


más cuadrados
más prolijos
una bondad
una mansedumbre

No pueden hilar una mortaja

Mansa

Buena
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DESPREOCUPADA MENTE

Ella corría
como los que andan sin interrogantes:
descalza y desnuda.

No era necesario lo impreciso de la selva ni era necesario ese barranco.


Por lo tanto,
no eran necesarios los carteles de advertencia ni el probable encuentro de
culebras desorientadas en la búsqueda de un hueco.
No eran necesarias las horas.
No era necesario el mapa.
Ni siquiera el sentido era necesario.

Ella era bloque


y era cintura;
nada oscuro pegado en las manos,
algún balcón en el plano de la tarde,
tal vez unas plumas caídas en la frente.

Corría.

Ella era el salto,


el río sin embalse,
la seda en la tierra y los brotes flojos,
los elásticos lo terso y una esponja empastada de algo dulce y eso.
Toda la humedad y todo.
Y lo verde.

Ella corría en una cinta caliente y no necesitaba piernas ni la contusión del


músculo ni el susto de una sombra ni vestigios de arena en las plantas.
Ni saber hacia dónde.
Cualquier lugar.
Un rectángulo.
Y sí, seguro, llevaba los brazos, los brazos descargados, porque todos los pesos
iban suspendidos en la estela, en un aire cerrado que la perseguía sin
gravedad y sin penumbra
Y sí, seguro, los pechos al aire, suaves, a buscar la lengua, los cuencos.

Ella corría desde el agua.


Subía por la cuesta.
Y a la costa.
Y al reflejo.
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Y al regreso.
Una vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez

Y aunque no fuera evidente (las retinas jamás captan el hambre de los huesos),
adentro, en la velocidad y en la sordera, contra las ondas y libre de toda
paradoja, ella corría con un cúmulo de glorias enroscado en las venas
como si hubiera decretado la sana paranoia de creer en el derecho, en lo
impecable, en el estallido próximo tan cercano tan cercano.

Ella corría hacia la entrada de un túnel y era toda blanca.


Y apenas, esporádicamente, una luz la delineaba. Una luz que tal vez fuera la luz
de una telaraña tejida en silencio por un ángel lloroso, envenenado y
muerto; la luz de una hebra ínfima, casual, que rozaba los murmullos y era
nada ya pasó ya fue para la boca redondeada por el ensayo de la voz que
grita dicha. Y ella corría y corría y corría por la dicha hacia la dicha hacia el
túnel y a resguardo del pánico.
En cuanto al túnel
ella creía
- en la sana paranoia –
que debía ser exacto, seguro, como un pasaje de incendios de colores de
alboradas y de chispas y soles y costumbres y de risa. Como siempre: de
risa.

Ella corría.
Entonces no eran necesarios ni la órbita ni el cielo. Ni saber en qué momento el
río fue un pulmón que respiró el aliento y tragó pájaros, ni quién pudo
pinchar los ojos de los bosques, ni dónde guardaron el vapor, ni cómo se
clavaron esos dedos secos y extendidos en la garganta que modulaba,
distraídamente, felicidades que por lo visto eran de agua, todas de agua;
ni el zarpazo o el dolor o la carne rota o el aullido que se hamacaba en una
cara espantada de reflejos y atrás, escondida, vieja, sin dientes, arrugada y
pútrida, una especie de pregunta que nunca nadie quiso contestar porque
mejor que no y mejor correr correr correr.
Y qué importa y correr y no es nada y correr y ya pasó y correr. Y ella corría y
corría y corría. Y más rápido y corría y más viento y corría y más sudor y
corría y más promesa y corría y el rectángulo y corría y los pechos y corría
y los brazos y corría.

Y una pared
De golpe

Y el choque
seco

Y una muerte
20

oscura
oscura

La última
21

Desde los días


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EL ALMANAQUE

Un almanaque es una plancha de celdas con líneas rojas que descienden.

En cada celda, un día, separado de los otros por el tabique del sueño,
por la madrugada y el poniente,
por un acontecer de cambios y giros y rodeos en la tierra y en el cielo,
por un orden que forma cadenas y cadenas y organiza humanidades,
climas rigurosos, aires cálidos,
fronteras y principios,
desahogos y revuelos.

Sirve para que nada se disuelva en la ignorancia:


Ni las cosas que nos pasan ni lo que no vuelve más, irremediablemente;
para que cada incertidumbre se amolde al encierro de cada certeza,
para que los dedos ensucien con pretéritos las hojas que volteamos.

Ahora, visto de lejos, nuevo, intacto, colgado en la pared,


puede parecer un escenario de curiosidades,
la vida misma reducida a su mínima expresión,
un augurio de sacramentos y rutinas,
algún apogeo ocasional que, como corresponde, marcaremos con un círculo;
todo nuestro tiempo, enfilado en centenares de hormigas que mastican.

De modo que un almanaque,


celda por celda,
día por día,
propone venturas y leyendas,
interroga,
compromete.

Y el último cuadro,
sentado a la derecha del tablero,
ha de venir a juzgar los errores y el acierto,

los días vividos

y los malogrados.
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EL DIARIO

era una pasta desgarrada del árbol y molida y amasada con tiempo y aplastada y
enrollada en un cilindro

seca
obediente
blanca
frágil
muda

nadie sospechó que un miedo equivalente al peso se achicaba inmenso en la


parte más interna de los pliegos como si hubiera un órgano enquistado en
el papel y que un latido preso en la blancura delataba el pulso de algo vivo
que resistía ideas y rechazaba llantos y no quería nada pero nada de
verdades ni cruentas ni falaces ni un chico muerto ni una chica violada ni
un político astuto ni una bomba en la calle

nadie sospechó que un rollo grueso y quieto pudiera negarse a tomar forma de
monstruo de masacre de infierno de tortura de cárcel de asesino de
ladrones de chiste de jet set de propaganda de guerra de vampiro
nadie

y fue de noche
y fue justo en la hoja del horario de los vuelos debajo del pronóstico del clima y
después de todos los horóscopos

voló
se hizo amplio como un cielo
cubrió las máquinas los hombres las rodillas los rodillos se lanzó como una lluvia
mezcló todas las tintas rompió los engranajes lloró por las palabras gritó
por las banderas aulló entre los motores
hizo una mezcla de silencios y de asombros con muecas que taladraban bocas
abiertas y azoradas con ruidos de metal y piezas rotas y chorros de colores
por el piso
y chispas
y una oscuridad

y cuando vinieron chupando amaneceres los camiones y los puestos y los ojos
se quedaron
sin saber
qué
pasó
con las noticias
.
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EL APOCALIPSIS DE CACHO

Duro, Cacho, trabajar de madrugada.


Seminoche, semidía, la corneta en cada puerta.
Una especie de granizo, algo de sangre, vidrios rotos: el marido puso un cross en
la nariz de la mujer.
Ni un asomo de verde en este parque.

La primera plana dice: peces muertos, masas pestilentes en el mar, agua sin vida.
Duro, Cacho, pedalear en este invierno.

Y la corneta.
Los Ajenjo están borrachos. Vomitaron la tercera parte de la noche una noche
entera de cerveza.
Olor amargo.
Está oscuro. Ni la luna.
El horizonte va comiendo cada luz. Viene de rojo. El sol es flaco. El sol es negro.
Dale, Cacho, falta poco.

En la casa de Abbadón hay olor a marihuana. Sube humo.


Alguien se revuelca detrás de las cortinas.
El jardín está lleno de langostas.

Y otro rollo matutino pega justo en el culo de la gorda que salía para misa.
Te putea.
Aguante, Cacho, la clientela.
Toque y toque la corneta.
Siete veces toque y toque la corneta.

Cacho tiene sueño.


Se rasca la cabeza.
Tira el diario y sale un rengo que lo mira, lo saluda, da las gracias.
Las noticias cantan: arrancaron dos islas del océano, los cuerpos se precipitaron,
probabilidad de chaparrones, los nativos de Sida vencerán a Cáncer.
Cacho silba.

En la esquina se retuerce una mujer. Está pariendo. Pide ayuda. Grita que un
dragón quiere robar a su bebé.
Cacho piensa en la locura.

Vuelve al puesto.
Toma un mate.
Los clasificados venden sueños y un planeta.
Lloran cómicos la página de atrás.
25

Cacho divulga pocas ganas desde un banco de madera.


Apocalipsis, hoy, Apocalipsis. Se anuncia huelga de inocentes. Asume Satanás. Un
hombre tiene siete estrellas en la mano.

Por suerte, descansa el frío: el trago caliente viaja en la bombilla y, más o menos,
amanece.
Una milonga taraitaitá en la radio.
Después de todo,
no pasa nada.
Como siempre.

Duro, Cacho, trabajar de madrugada


26

EL ESPECTÁCULO

Alguien da vueltas por un círculo de arena movediza, manos en alto.


Los bolsillos desparraman llaves, monedas, plásticos, bollos azules verdes y
violáceos con caras de próceres,
y de los bolsillos se desliza un televisor que muestra una red blanca y con agujas.
En la pantalla rebota Maradona inflado, la última metáfora del gol.
De los bolsillos resbala un contorsionista con elefantes cargados en la espalda, y
cae una gorra militar, y cae un mago; el mago intenta conejos, palomas,
luces, mariposas del olvido.
De los bolsillos se desmoronan hijos, hijos, hijos, y hacen equilibrio en una soga
láser, malabares con botellas de cerveza, aros de humo acrobático.
Cae un payaso que tambalea. Está borracho, tiene sueño.
(Hay una quietud sin límites en las gradas de la risa.)

Ahora cae un chico.


Pide la entrada.
Cambia estampitas por boletos, viajes por leche, suerte por golpes.

Y caen
y caen.
Cae una mujer que doma fieras con un látigo de plumas con un pañuelo blanco
con un cartel con sangre.
Y caen y corren y corren y caen y corren y tropiezan, caballos y ratones y marchas
y serpientes y gorilas y gases lacrimógenos y perros y gatos y memorias.

Cae un enano que da un salto mortal y muere y queda muerto.


Cae un gigante que da una muerte y salta y queda erguido.
Cae una banda informe que toca sirenas y machetes.
Cae un carro con vidrios y cartones y atraviesa una cortina con olor a choripán.

El foco de la luna da en el centro de un poema.


Un cañonazo dispara contra las palabras.
Cae un poeta: Poeta bala. Balido y madeja. Lana, lana, lana. Eso tibio que no.
Cae un corazón que suelta una fibra y se cuelga del trapecio. Teje y teje.

Nadie aplaude.

Nadie.
27

CONTRA LA CALLE

Qué era.

De dónde.

Tal vez fuera una banda de pobres y de músicos y de hombres y de objetos y de


gente verdadera flaca oscura y macilenta que pisaba la escarcha para
deshilvanar tambores y migas y monedas y pasaba los huesos de unas
manos como alas las rejas sonaban como pájaros.
Tal vez fuera el conjunto de todas esas cosas que atestiguan que la desolación
existe y lo que late allá y afuera es tan ajeno y sin embargo importa y
duele.

La cuestión es que nada caía en el papel.

Absolutamente nada.

Como si la conciencia y el oído juntos abrazados ciegos resultaran incapaces de


unirse al paralelo de una frase o de aquella palabra o a la conjunción trivial
donde las notas y la melancolía suelen acoplarse.

Como si la sordera de las manos se hubiera vuelto aullido en un golpe de dolor


contra la calle.

Como si el jardín participara de una orquesta con harapos.

Como si la palabra pudiera ser de carne sólo después y a través de la ventana.

Como si el poema
sin lastimaduras

no fuera otra cosa que un desierto.


28

DIGAMOS QUE HAY

Sin oposiciones, sin absurdos, este poema no germinaría.


No se apreciarían los pequeños goces:
el tren de los despojos a las terminales y la sabiduría para ejercer el desamparo, la
unión de los pregones y la constante melodiosa entre locos y míseros, la
metáfora que disimula los paisajes, el golpe violeta, el olor de las costras,
el color de la grasa.

Hay cierta belleza en el duende terroso de la gente,


en la combinación de ojo vivo y fantasía con cara repetida y sueño muerto,
en los pasos con la misma distorsión de zapatos.

Y hay cierta ternura en las cajas vacías donde se arma la noche,


el comedor montado en ruedas de triciclo,
la mano del otro, tendida, desnuda, o con navaja,
los conjuros a los pies de un majestuoso que de Dios no tiene nada.

Digamos que es dulce comer la masa insípida con todos los sentidos,
y es una leyenda subsistir como aventura;

y es un prodigio sujetar
la victoria en la mirada floja,

la miga en el estómago,

la risa

en la boca desdentada.
29

POEMA ROSA

quiero ser áspera


plantar el esqueleto de un poema en la bronca de la calle
tallo con fiebre
la sensación raigal de una gran burla
alrededor
muletas
como pétalos

no quiero más jardín poema


yuyo seco quiero
arrastrar el olor de la palabra dura
aliterar
tirar
rasgar
rajar
que salga de una vez la voz de tajo para sumarme a los ejércitos

no puede ser paloma paz ni punta roma si la guerra y la verdad van en el diario
que vende un paralítico

que salga de una vez la vida espalda


el papel impago
la impiedad
el peso
la puerta en la nariz
la poca cosa
el caso
los pecados
la picazón sin uñas
la patada
y la palma vacía de aquel ciego

no quiero más poema rosa

tengo

el paladar espina
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UNA TRISTE

“Y así ella se alimente de frutas amarillas o de peces plateados, siempre vomita nieve.”
Jorge Boccanera (Sordomuda)

Era una triste


Por eso le salían canciones de los dedos
Navegaba hojas y anudaba cuerdas y ahuyentaba zoológicos

Desde los párpados rompía los zapatos con gotas de trépano


Y fabricaba barcos
transatlánticos
acorazados
submarinos
Aullaba sirenas
Quería quebrar los ritos del mutismo con una sola sílaba

Y todo por ser triste

En esa época
jamás
miró a las criaturas de ceniza ni a las figuras descosidas
Tampoco abrió el panel exhaustivo de los ojos para llorar una piedad

Porque era triste resbalaba en las palabras y confundía el musgo con la nieve o
desgarraba los ojales del vestido con tijeras de dos puntas de azúcar

Nunca vio las hilachas ni los ríos destartalados por la herrumbre


Ni leyó el diario

Porque era triste

Se condensó en la rutina del ombligo


en la parodia del espejo

Porque era triste anduvo con las garras por el filo de la vena y se cortó en un tajo
de perfume o suturó la nada con la nada

Pero es verdad:
hizo poesías
Ahora las guarda en un ropero con lavandas en una carpeta estampada de
muérdagos
Se ha vuelto subversiva y escribe palabrotas o piensa en la injusticia y no perdona
el más común lugar común
31

Enajena una porción del hemisferio izquierdo y canta sus demandas como puede
Es consciente del hambre de cada ser hambriento y no cruje guitarras
Usa un misil de uñas destempladas para vomitar dolores

Con una espátula recoge la sal de las mucosas y pinta una bandera en los harapos

Cuando era triste tenía un par de guantes verdes para no arder las manos en la
llaga

se ponía compresas en las vísceras


encajonaba las noticias más candentes
Era una triste sorda
Una triste muda
Una viuda de las multitudes

Ahora mastica y mastica


mueve las mandíbulas sin escupir una semilla

Come amargura

Es feliz cuando la muerde entre los versos


32

Desde la oscuridad
33

LA OSCURIDAD

La oscuridad es un fluido, una consistencia que duerme en los encierros.

Es un vacío que se traga.


Algo que oprime.
Un párpado cerrado alrededor de las manos.
Es lo que tapa, y el bajo tierra, el camino roto.
Es el no más. Y el interior de la carne, el lado de adentro de las cosas, la firmeza
de la sombra, definitivamente.
Es un aire y son todos los terrores.
Es lo sólido cuando nada es transparente, el lugar donde las horas nunca se
construyen.

La oscuridad se toca con los dedos y se oye como se oyen los límites y se ve como
se ven los silencios. Se huele, como se huelen los presagios.

Y tiene gusto a muerte


34

LA CENIZA

Cada ceniza de cada fuego es el producto de lo que se ha consumido y se


dispersa, de lo animado que ya no anima,
de lo que no sirve.
La que fue brasa, extensión de fuego, la que salpicó un volcán, la que se arrastró
en la nube, la que se guardó en la urna, la que fue abrazo y contacto y la
que atestiguó la ceremonia, la noche, el cenicero.
Y la que tapa el sol.

Algo, que antes era sólido, ahora es forma informe, inestable, frágil,
certificado de lo ardido.

La que cuelga en la punta de mi cigarrillo romperá pedazos de mi respiración;


la que se desprende de los troncos, mostrará la mutación de vida en muerte,
la que deja el cuerpo al quemarse será resumen de un pasaje.
Y que se haga la voluntad de continuar en un encierro, o de volar al viento.
Y cada montón de ceniza formará la nada y la nada tendrá ese tono gris de lo que
ya perdió la sangre, la savia, la posible luz.
Porque toda la ceniza es llovizna, niebla, desencuentro, un sutil desprendimiento,
una insignificante libertad de terciopelo.
Inútil, como la ceniza de la lengua cuando la palabra decreta el odio, como el
polvo de las constelaciones que nunca comprendemos, como las raíces de
las plantas secas, como la basura de las flores cuando la felicidad dispone
olvido, como este incendio que nos reduce a la poesía.

Y nos iremos, después de tanta hoguera.


Seremos la contorsión, el giro, la pirueta de una lámina,
una porción de algo capaz de disolverse con los dedos,
un puñado de harina bajo tierra,
un resto de alfabetos listos para el soplo.
35

DEVOLUCIÓN

Desde que los gusanos se alejaron estuve seco.


Hoy, algunas lágrimas vinieron a mojarme.
Ni siquiera soy el responsable de las flores que crecieron.

Esperaba esta luz.


Y gracias por acariciar dulcemente hueso a hueso,
por dejar mi esqueleto suave y descubierto como una escultura.

De todos modos hay partes que no me pertenecen.


Otras, no llegaron conmigo. (Ni falanges, ni la totalidad del cráneo, ni secuencias
completas de costillas embarradas)

El Génesis cuenta el lado contrario de mi noche: Todo fue veloz y oscuro.


La tierra, cruda y helada. Esta contorsión, grotesca y sin descanso.

Al sol, ustedes armaron la madeja, sacaron arcilla de las cuencas, cepillaron


adherencias, ajustaron los dientes, golpearon vértebra por vértebra para
que el aire reemplazara los cascotes, escribieron las bolsas, guardaron las
esquirlas.
Con qué respeto. Con qué cuidado.
Esperaba esta luz,
pero no tanto.

Y no busquen. No busquen más.


No necesito el pie derecho ni otros restos.

No me devuelvan
otra cosa
que mi nombre.
36

LA UÑA

Transparencia
túnica
muralla diminuta
la ternura en los pechos cargados
un ruido en las pequeñeces que se escarban
la masticación de una duda
la mansedumbre alerta en el recelo de los gatos
una espera que dibuja lunas en las palmas
una lengua metálica cuando se terminan las palabras
la percusión de la impaciencia
esa lámina blanda capaz de ahondar las grietas
las hojas de la mano escribiendo fisuras
eso que rasca cicatrices
el final de una caricia en la punta de los dedos
el placer clavado en otro cuerpo
los rasguños
lo que se resquebraja
el desgarro
las despedidas arañando los vidrios
muchas desesperaciones en franjas lívidas la crispación el arrebato la
prolongación de un grito en el acceso de locura el extremo la garra un
estilete para cortar la carne en lonjas lo que se arranca en las torturas la
última defensa entre la asfixia

el depósito de un resto en las búsquedas

las disecciones

un olor a humo

el genocidio

pedazos

entre la ceniza
37

MUEBLES VIEJOS

Eran muebles viejos, verdaderos; lo juro (y lo juro y lo juro y lo juro).


Para que nada contradiga nada.
Ni la polilla se percató. Ni vahos de humedad. Ni naftalina.
Eran muebles viejos, auténticos, con auténticas lunas y auténticas volutas;
con relieves,
con manijas saturadas de huellas centenarias de los dedos que buscaban cosas
viejas en los fondos con fondo y color de trementina,
con fantasmas,
con historias,
con traslados.
(Lo juro, lo juro y lo juro)
Ni masilla.
Ni cera.
Recién hechos en el mundo anacrónico, en el laberinto que nos comió la noche.

¿No viste la cara del orfebre supurando el odio?


¿No viste el filo del cincel en la escalera, la viruta en la lengua, el clavo en el
hígado, la sierra en la muñeca?

Eran muebles viejos, vivos, vidriosos.


Siniestros.
Eran con ruidos y gárgaras y bisagras sin óxido y con sabiduría del infierno.
Lo juro
(y lo juro y lo juro y lo juro)
para que nada contradiga nada.

Solamente una voz rara que no sé qué dijo


y la cama
intacta
sin nosotros
para nunca más
38

OBLIGADA MENTE

No se prepara un milagro
No acontecerá ninguna mutación
No se llenarán los huesos que desplazan la figura por la casa
El gesto agrio se volverá más agrio cuando se afilen los días
Habrá un momento delgado y negro como la boca de un embudo para tragar
todos los sermones Y la sopa demasiado caliente y el hielo demasiado frío
los intestinos atorados y el gato que desparrama la basura y el cielo
cargado y los ruidos de la siesta y la plata que no alcanza y la herramienta
que se robó un fantasma
Habrá una finitud
Un último suspiro

Ahora el árbol quedó repleto con la lluvia


De vez en cuando
gotea
Es un tiempo
como el tiempo de los relojes de los sueños
deforme incierto blando y desmedido

Habrá un minuto
Una baba sorda en la garganta
Un aliento al revés

Y será cuando caiga esta gota o cuando caigan todas cuando la radio anuncie la
temperatura cuando explote una sirena cuando no pase nada cuando se
frote un último fósforo en la caja cuando las arañas miren desde el techo
con una infinidad de ojos cuando se apriete el depósito del baño cuando
emerja otro ser húmedo desde cualquier vagina cuando sea la muerte que
será
sin acontecer y sin sorpresa

Esa obviedad
ese desconocimiento
39

Desde algún resplandor


40

AUNQUE SEA HOY

Y por qué no querubines y una rosa y la palabra terciopelo y muchísimas estrellas


(Como la señora del cuaderno forrado en papel con margaritas, aros que
parecen lunas, colorete; esa, la que escupe la emoción y dice aurora,
piélago, celeste, paraíso; la que tiene un aerosol de pétalos que le invaden
el alma y camina por la página de hojas doradas por supuesto precipitadas
en otoño)
Y por qué no la modorra
la pluma fornicando en el tintero

Aunque sea una vez

Aunque sea por la caja de música, la bailarina y los espejos


Por las arañas bajo el zapato de mi padre
Por las pocas memorias
Por los canteros de pasto
Por el molino

Aunque sea por mi abuela


que se desgañitaba declamando y escupía la emoción en la cocina
sobre un café caliente a la orilla de la cama
en una forma incierta de asfixia y pergamino
con su cartera colgada eternamente
con su cartera
que sólo contenía
fósforos
y fósforos
y fósforos
por si la luz
por si el mundo

Aunque sea hoy


que tengo pánico de las oscuridades
41

LA VELA

El aire de una vela apagada es un aire oscuro.


Fósforo, nomás, y alumbra;
Pero, mientras, el aire de una vela apagada es un aire de intervalo,
de cosa en espera,
de conjuro que se interrumpió de golpe
porque, de golpe, se abrió la ventana con el viento.

Es decir, que el aire de una vela apagada es un aire triste,


de cosa que parió y lloró,
de resplandor que ya no resplandece,
de lo que sirvió y no sirve.

Una vela apagada tiene sinuosidades al costado,


una serie de caminos de gotas que se quedaron quietas por el frío.
Y cierto capricho en las formas:
Puede flotar en un lago seco y el lago seco es una sustancia derretida pero sólida,
como el tiempo;
porque el tiempo se calibra con esas artimañas,
con la extrañeza de lo que sobreviene y se funde;
y el producto de la llama resulta terminar en charco.

El aire de una vela apagada puede remitir a la idea del fracaso.


Milagro
o santo,
es algo por algo,
con una sensación de diligencia mutilada en el desamparo del pabilo negro,
en el dejo de humo.

Corte de luz o año que se cumple,


es noción de todo lo que pasa por un soplo, como un soplo.

Una vela apagada,


con ese contorno de lágrimas y con toda la tristeza,
deriva en una mezcla de iglesia, entrega y padrenuestro,
de verbo arder en estado de latencia
que trata de justificar el argumento de la luz así como nosotros justificamos
nuestros errores;
como cuando espiramos un intento antes de hora
para no caer en la tentación de consumirnos
en el mismo fuego del infierno.
42

EN LA OCASIÓN

En la ocasión del golpe, el martillo, la ruptura, las esquirlas,


que aparezca la oportunidad de analizar las partes,
tal vez esa palabra que alguien dijo cuando llegamos de la escuela,
tal vez esa sentencia que no es ni la verdad ni la memoria.
Que aparezca el pegamento, la masa, la herramienta, el polvo;
que trabajen las manos y trabaje la conciencia y trabajen los pasos con mutismo
de hormiga.
Que aparezca el modo.

En la ocasión de la fractura, la cerrazón, el estallido,


que aparezca la fracción que articula el rescate.
Tal vez el pensamiento cuando se vuelve indulgente con el miedo y el fracaso, una
manera dulce de apretar la náusea.
Que trabajen las noches, las piernas, los perfumes, el encaje, los vaivenes, el
orgasmo;
que una pieza se pierda, que algo se tape de silencio.
Que se descubra una medida.
Que se invente otra forma, que se forme una cápsula, una envolvencia, un charco.
Que la lengua suavice la corteza y nuble los ecos con saliva y con engrudo.
Que las astillas puedan redondearse entre los pechos.

Que hayamos aprendido.


43

EN LAS ÚLTIMAS MANOS

a Carlos Pereiro

“...Algunos nombres, pocos, que puedan, digan, parezcan, una llave falsa para una
puerta falsa que fue en la memoria el tiempo del amigo o el amado”
Jorge García Sabal

Para guardar las letras en el libro blanco jugó una carrera contra la ceniza

La tipografía era perentoria en los rodillos que pesaban de tristeza

Empujó la máquina
apretó la carga
hizo rosarios en las páginas con los contenidos de una relojería penetrante de
vocablos y condensó la fiebre de todos los rincones de todos los poemas
mientras las células se mojaban de frío
casi
le ganó al tiempo

y puso el libro en las últimas manos del amigo


las manos calladas
el fuego del papel

sin embargo
de los dedos salieron como eternidades como ejércitos
a declarar lo persistente

Aconteció la muerte
y aunque la muerte se había proclamado casi en calma desató el golpe
insospechado del dolor cuando escribe un final en las esperas

y quedó un olor nuevo de tinta en la ternura

cada hoja fue una pala removiendo arena y en cada grano hubo un indicio de
latido y de cada latido se descolgaron las palabras y de cada palabra
gigantesca resucitó el significado de la urgencia
y tembló en la voz cada palabra que la voz desenterró del libro blanco
y temblaron unos círculos rojos sin confesar si eran disparos
o impresiones
o vestigios
o sangre

Y es innegable que la ausencia llora


y es innegable que llora en todas partes

no
en el libro blanco
44

EL PIE

Cuando baja de la cama,


el pie,
deshinchado, laxo,
ejerce el acto de fundar el día y da origen al impulso.

Cierta neurosis, cierta cábala, cierta estadística punzante,


revelan procesiones de fracasos,
y el pie, y su vena azul,
asoman una cuota de confianza para evitar los pasos mutilados, el equívoco, el
tropiezo,
y líbranos de todo mal en el momento de pisar la alfombra.

Si en lugar de cinco dedos tuviera cinco ojos


informaría del sol y del correo, y de que estás durmiendo aquí;
cinco orificios para oler delatarían sexo entre las sábanas, playa y pinos,
o este Buenos Aires vértigo;
cinco canales para oír anunciarían la temperatura o el paro de transportes;
cinco lenguas servirían para lamer el aire y el vinagre de la gente antes de
arrancar a las costumbres.

Pero es un pie inconsciente,


sordo, ciego,
sin más sentidos que un tacto que se moja con la ducha y anuncia los dolores a la
vuelta.

Por otro lado,


con este pie que sabe poco,
me levanto ingenuamente de la cama a presenciar mis desventuras y mi tedio;
con este pie me armo de coraje, estés o no conmigo, y puedo ir a buscarte.

Por eso, cuando lo saco de la cama,


apoyo tantas cosas en mi pie,
tanto delirio y tanta vida,
que parece injusto encerrarlo en el zapato.

Algún día
voy a ir
descalza
por la calle.
45

LA CENA

“ella decía un túnel


una canilla que arrojaba sangre”
Adolfo Zutel

Él habla y ella mira

El tenedor perfora cinco anillos que sangran en la carne

Él habla y dice
explica
que ni siquiera cuando dijo dijo porque si dijo que sí era que no por dentro y que
además
la confusión
los gritos
algún fantasma
Van y vuelven y revuelven la causa la pregunta el portazo la ceguera
el daño

El tenedor lleva ruedas de púrpura


esponjadas
dolorosas
Y él dice
explica
Pero ella siente los pinchazos la memoria el corte la parte del pecho triturada
el paso agotador por el esófago
la mezcla
y oye las palabras la vuelta los cuchillos las razones
y piensa los días hacia atrás el centenar de cigarrillos la plancha en la pared
convexa de los sueños
el miedo

Él habla
dice que si dijo ya no dice
y que ahora dice
que se fue la escarcha
que basta
que ya
y alarga las manos por la mesa

El tenedor se pone a enderezar la noche

y ella come por primera vez después de cinco hendiduras de cinco días salvajes de
cinco muertes de cinco formas de tragar veneno y desaliento
y dudas
46

Ella come la verdad

se guarda en la mano

y pasan los bocados

tibia

tibiamente
47

LAS OTRAS HORAS


(“Hombre y mujer delante de un montón de excrementos” Joan Miró)

Nos quedamos sin la hora


No sé si era una marcha un piquete una montaña de mierda No sé
La hora estaba Y se rompió
Hubiera servido para dos o tres luces de bengala o para un intercambio de quejas
o consuelos o para un café
Y se rompió
Pero fijate si esperabas y la hora no venía entera rota o si yo no venía con la hora
Fijate si llamabas y sabías de la otra hora si montabas agujas sumabas restabas si
ponías esa hora muerta en la hora rota y me pensabas muerta y otra vez
Y mirá si te ibas con tu hora para correr un tren y llegaba yo con mi hora rota en el
volante y no podía decirte una marcha un piquete una montaña de mierda
o qué sé yo
Y mirá si volvieran las horas antes de la lluvia ese resplandor que no pudimos
porque pasaron las horas tan llovidas y tuvimos que aprender a iluminarlas

aunque estemos rodeados agotados presos y el dolor en las piernas


muertos de miedo
sin cálculos
sin horas
aunque ahora te vayas al volante y me dejes en la biblioteca los dos con las horas
asfixiadas y a diez cuadras te quedes entrampado en una marcha en un
piquete en montañas de mierda
Y mirá si no hubiera existido aquella hora esa hora primera cuando empezaron las
horas del rescate
y mirá si vos ibas con tu hora encendida a buscarme y si yo entonces no hubiera
tenido esa hora encendida si no hubiera escuchado si no hubieras venido

aunque ahora te vayas y vuelvas


a contarme
que viste veinte camas abajo de los puentes y traigas tus mendigos en los ojos
aunque no tengamos un mango ni viajemos a la costa ni podamos hacer nada con
las horas muertas
aunque ahora te vayas y me dejes en la última vereda y aceleres
aunque yo me olvide los anteojos en el auto
48

HASTA HOY
A Graciela Marchesini

Cuando el médico dijo de la cruz,


lo dijo con la cara y con los gestos,
con palabras tan ambiguas como pronóstico y síndrome.

Algo blanco había caído.


Sé que di vuelta la cabeza; miré la cabeza de mi nena y traté de separar la tierra
de la nieve.
Sé que afuera estaba el mundo, y pensé un mundo blando,
como si hubieran llenado de algodones los techos y los cables,
como si todo fuera triste y, sin embargo, dulce.
Sé que cargué a mi nena en brazos.

Y que nadie, hasta hoy, pudo explicarme el resplandor.

Ella es tan mía, tan ajena y tan extraña como este poema.
Siempre me gustó besar sus dedos inútiles y puros.
Ella es suave. El algodón es tan sordo como tibio.
Cuando la cargué, era redonda y rubia.
Y caminé.
Nos dibujaron kilómetros de papeles con espigas.
Y caminé. Y caminé.
Imaginé un tránsito con muy pocas estrellas o con soles diminutos encerrados en
frascos.
Después, mis manos llevaron infinitamente la cuchara, lavaron metros y metros
de sábanas, perforaron tiras y tiras de remedios, y se juntaron a rezar; más
que nada, se llenaron de lenguajes
raros, unívocos,
de pajaritos sueltos en el aire de la casa, de Faroleras extenuadas de pasar por el
cuartel, de mensajes que hablaban por mi nena que no habla.
Los que zumban condolencias quieren apretar mis manos.
Piensan que se agrisaron de ceniza.
Yo siento que se volvieron luminosas.

Cuando el médico dijo de la cruz, pensé cada manera tierna y primitiva de lograr
una respuesta.
Inventé dejar la cruz flotando, al viento, y guardar toda la luz en donde fuera.

A veces, mi nena y yo bailamos.


Ella se ríe como puede y me presta su silencio enorme para nuestro diálogo de
abrazos.

Ahora tiene algo de mí, el color de mi pelo.


Lo que no tiene de mí es lo que vive en el mundo de los otros.
49

Envejezco.
De tanto en tanto dejo instrucciones, por si tuviera que ausentarme.

Hasta hoy, las dos hemos podido:


Ella, con su escasez de estrellas;
yo, con mi espacio que no admite desconciertos.

Es verdad que hay un poco de algodón entre las cosas.

Lo inexplicable,
es que todo se ilumine.
50

ÍNDICE

Desde la extrañeza
En la playa 2
Raro 3
Errado y errante 4
Para seguir 5
Ilusa 6
El ladrillo 7
Desprendimiento 8
Poema para respirar 9

Desde la cruz
La cruz 11
La cama 13
Es en el estómago 14
Pasta 16
Philos 17
Despreocupada mente 18

Desde los días


El almanaque 22
El Apocalipsis de Cacho 23
El diario 24
El espectáculo 26
Contra la calle 27
Digamos que hay 28
Poema rosa 29
Una triste 30

Desde la oscuridad
La oscuridad 33
La ceniza 34
Devolución 35
La uña 36
Muebles viejos 37
Obligada mente 38

Desde algún resplandor


Aunque sea hoy 40
La vela 41
En la ocasión 42
En las últimas manos 43
El pie 44
La cena 45
51

Las otras horas 47


Hasta hoy 48

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