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A no ser que se indique de otra manera, todas la citas de las Sagradas Escrituras
están tornadas de la versión Reina-Valera, revisión de 1960.
La autora se responsabiliza de la exactitud de los datos y textos citados en esta obra.
PUBLICACIONES
ADVENTISTAS DEl 7’ DI A
08 09 10 11 12 • 05 04 03 02 01
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ÍNDICE
Introducción............................................................................................7
Capítulo 1: Eva: El código de la vida...................................................... 12
Capítulo 2: Sara y el Dios de lo imposible.................................................18
Capítulo 3: Agar y el Dios de la mujer desamparada................................23
Capítulo 4: La mujer de Lot y la persistencia devivir en el pecado.........29
Capítulo 5: Rebeca: El infortunio de una mujer engañosa........................ 35
Capítulo 6: Raquel y la heredad de la mujer prudente.............................. 41
Capítulo 7: Dina y la mujer profanada ....................................................48
Capítulo 8: Tamar y la lucha contra la injusticia social ............................ 54
Capítulo 9: Jocabed: La madre piadosa..................................................58
Capítulo 10: Sófora y el arrepentimiento.................................................. 62
Capítulo 11: María: Dios y la mujer líder ................................................ 67
Capítulo 12: Rahab: Dios y la mujer indigna .......................................... 72
Capítulo 13: Débora: Dios y la mujer de hoy............................................ 78
Capítulo 14: Noemí y Rut: Dios y las relaciones personales .................... 83
Capítulo 15: Ana y la mujer estéril .......................................................... 89
Capítulo 16: Mical: La mujer y los celos injustificados ............................ 93
Capítulo 17: Abigail y la mujer sensata................................................ 100
Capítulo 18: Betsabé y la mujer insensata...............................................107
Capítulo 19: Vasti y la obediencia incondicional..................................... 111
Capítulo 20: Ester y la mujer de oración................................................. 115
Capítulo 21: La mujer de Job y las pruebas.............................................121
Capítulo 22: María: La mujer que creyó.............................................. 124
Amigas de Jesús
EVA:
EL CÓDIGO DE LA VIDA
“Yllamó Adán el nombre de su mujer, Eva,
por cuanto ella era madre de todos los vivientes”
(Génesis 3:20, VRV1960).
EL CANTO DE EVA
SA R A
Y EL DIOS
D E L O I M P O S IB L E
“Entonces dijo Sara: Dios me ha hecho reír,
y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo ”
(Génesis 21:6).
U nala tienda,
tenue brisa sacude la lona que hace las funciones de puerta de
y Sara se fija en los tres huéspedes que afuera hablan con
su esposo Abrahán. “¿Quiénes serán?”, se pregunta sarcástica, tras haber
escuchado al portavoz de los forasteros anunciarle a Abrahán que va a
tener un hijo. ¡Con ella!
Sigilosa, Sara vuelve a descorrer la lona detrás de la cual se esconde, y
se fija ahora en Abrahán, en su cabello cano, en las arrugas que marcan
su rostro. Mira el bastón en que se apoya mientras habla; fiel compañero
en su lento andar, que ya más que un soporte parece conformarse a su
anatomía como si fuese uno más de sus huesos, y vuelve a reír para sus
adentros.
Ella misma es una muestra viviente de los estragos de la anciani
dad. Las venas azules en los párpados y el cuerpo pequeño, blando y sin
formas, le recuerda que ya no es la misma mujer de antes, y que la piel
arrugada y la senilidad se contraponen a las pasiones carnales de una
lejana juventud. Los viejos miran, admiran, acarician, recuerdan y luego
duermen. Eso era todo.
“¡Absurdo!” Se dice la anciana a sí misma, con dolor, con un resenti
miento que únicamente ella puede entender correctamente. Su esperanza
Sara y el Dios de lo i?nposible
1:28). Pero además, era una maldición que producía en ella un cuadro
psicosocial negativo: Le restaba belleza, reducía su valor ante quienes la
admiraban y la hacía una mujer desestimada.
En consecuencia, Sara pasó toda su vida disimulando su desdicha.
Cuando por fin Dios prometió darle un hijo, ya su fe estaba agotada. Se
rió de Dios y entonces forzó el plan divino al obligar a su marido a buscar
una solución inaceptable. Y más tarde, a pesar de ser la única culpable de
su desgracia, afligió a su criada Agar, hasta el punto de inducirla a huir
(Gen. 16:6).
Sara veía que Dios demoraba el cumplimiento de su promesa, veía que
el tiempo se le acababa, y con tal de llenar aquel terrible vacío afectivo,
espiritual y psíquico que la carencia de hijos provocaba en ella, decidió
tomar las riendas de la carreta divina en sus propias manos. Pero Dios
tenía otro propósito para su vida. El quería enseñarle a Sara que su poder
era más estimable que cualquier atributo humano. Y a su tiempo, a pesar
de que el reloj biológico de Sara ya había marcado la hora nona, Sara
concibió.
Dios escogió una forma excepcional para concederle a Sara el hijo
que siempre esperó. Y desde el momento en que Sara supo que había
concebido, su vida marchó paralela a su confianza en el poder de Dios.
Dios le había dicho a su esposo Abrahán: “¿Acaso hay alguna cosa difícil
para Dios? Al tiempo señalado volveré a ti, y para entonces Sara tendrá
un hijo” (Gén. 18:14). Y así ocurrió.
Dios cumplió su promesa. Y más tarde, ya con el hijo de la promesa
entre sus brazos, por fin la antes desconfiada Sara pudo alzar humilde
mente los ojos al cielo, humillada y agradecida a Dios. Esta vez rió con
Dios. Y ¡qué hermosa fue la risa postrera de Sara!: “Dios me ha hecho reír,
y cualquiera que lo oiga se reirá conmigo” (Gén. 21:6).
Sara tenía razón. Dios obra maravillas. Es un Dios como ninguno,
empeñado en hacer posible lo imposible. Y cualquiera que lo oye, o quien
sea que experimente su poder, termina siempre “riendo con Dios”.
Es imposible no reír de regocijo ante los absurdos de Dios. Sara miró
atrás y contempló lo que en un principio se le presentó como un impo
sible e irrevocable “no”, ahora convertido en un terminante “sí”. Gon su
bebé en sus brazos, no pudo hacer menos que expresar su alegría con
suaves carcajadas.
El gozoso nacimiento de Isaac, y la incredulidad tornada en fe de Sara
es una de las más bellas historias de la Biblia. Isaac era un tipo de Jesucris-
Sara y el Dios de lo imposible
Para meditar:
• Cuando Dios reafirmó a Abrahán la promesa de un heredero,
ya Sara tenía 90 años de edad. Sara no vio la realización de esta
promesa con el ojo de la fe. Al mirarse a sí misma y ver que su
reloj biológico hacía imposible su fertilidad, se rió de lo que Dios
le decía a su siervo Abrahán. Esa no fue una risa de alegría, sino
de incredulidad.
• La segunda risa de Sara es la risa de la admiración y el asombro
ante la contemplación de un milagro.
• El misterio de la fe por fin se realizó en el corazón de Sara, al ver
la promesa de Dios hecha realidad en su vida. Por medio de esta
fe su posición como mujer y como hija de Dios fue restaurada, de
modo que la vida de Sara, aun con sus errores, representa para la
actual hija de Dios un digno modelo para emular.
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C apítulo 3
A6AR
Y EL DIOS DE LA MUJER
DESAMPARADA
“Entonces dio Agar a Jehovd, que hablaba con ella,
el nombre de: Tú eres el Dios que me ve,
porque dijo: ¿Acaso no he visto aquí al que me ve?'
Por lo cual llamó al pozo: 'Pozo del Viviente-que-me-ve’”
(Génesis 16:13, 14).
Agar,últimasla sierva egipcia de Sara, echa un rápido vistazo hacia donde las
tiendas de Abrahán se extienden, más allá de los campos de
encinas, y el panorama mustio de un desierto gris la recibe. Allí el viento
gime sobre la arena, y el cielo parece juntarse con la tierra en un nubarrón
sombrío y pegajoso. Pero Agar no tiene otra alternativa que el desierto.
Aprovechando que otros se refugian del calor bajo el sopor de la siesta,
la esclava egipcia atraviesa la enramada de encinas, simétricas e intermi
nables, a toda prisa. Va sollozando, dando tumbos entre las raíces que
emergen de la tierra como serpientes negruzcas, hasta llegar al término
del campamento donde las últimas tiendas parecen fantasmas blanque
cinos, animados por fuerzas malignas contra la impiedad del yermo.
De una de las tiendas un perro rabioso sale a mostrarle los dientes, y su
desamparo se torna infinito como el horizonte que se presenta delante de
ella, imponente, desconocido y lleno de toda suerte de peligros.
Una humareda sofocante proveniente del desierto la envuelve, y la
esclava egipcia se estremece. Agar sabe que su arrogancia líente a su ama
ha acarreado su desgracia, sabe que va a morir desterrada en aquel arenal
Amigas deJesús
su mujer obró de acuerdo con la ley que permitía que la ama afligiera a
la sierva esclava que viéndose favorecida por la maternidad pretendiera la
igualdad.
La ley permitía la humillación de una esclava concubina altanera. Esto
también significaba permitir que Sara castigara a la futura madre de su
hijo. Esto perturbó a Abrahán, pero él prefirió reprimir sus sentimientos
a fin de restaurar la armonía de su hogar. Y cuando Sara colocó de nuevo
a Agar en su condición de esclava, y recurrió al castigo corporal, la esclava
huyó.
En la cultura de la época, tal vez la actitud arrogante de Agar no
era tan irrazonable. Entre los hebreos la esterilidad era considerada una
deshonra, mientras que la fecundidad era tenida como una señal especial
del favor divino. Por lo tanto, no es raro que Agar, viéndose favorecida
con la maternidad, se sintiera superior al ama que siempre había gober
nado su vida según su antojo. ¡Ahora le tocaba a ella sobresalir! ¡Ahora
le correspondía a ella, una simple esclava egipcia, representar el papel de
señora! Después de todo, también ella era esposa de Abrahán. Pero, al
igual que Sara, Agar estaba equivocada.
Ya a mitad de camino, entre Cades y Bered, sus fuerzas comenzaron
a abandonarla. Sentía la garganta seca, hecha un nudo, y los ojos, llenos
de arena, ardían como pequeñas piras. Mientras caminaba hundiéndose
hasta los tobillos en aquel erial infecundo, pensaba en su situación y no
veía un rayo de luz en el horizonte.
¿Qué haría ahora? ¿A dónde ir? Totalmente sola, sin nadie a quien
recurrir, lejos de su tierra natal, y embarazada, su único deseo era morir.
El orgullo que había provocado su alejamiento de todo lo que había
representado su seguridad se evaporaba ante ella, como el espejismo que
a lo lejos se evaporaba y hacía temblar el paisaje.
Cuando por fin sus ojos advirtieron las primeras palmeras de higos,
y divisaron las oscuras aguas del manantial de Shur, ya sobre la frontera
egipcia, su vigor se había extinguido casi por completo. Apenas pudo
llegar hasta la fuente, y beber unas cuantas gotas de agua. Delante de
ella veía su futuro como el espejismo: Incierto, inestable. Su vida había
llegado a su final y allí se sentó a esperar la muerte.
Pero Dios no se había olvidado de la sierva egipcia de Sara. Aunque
la orgullosa Agar tenía una lección de humildad que aprender, los ojos
de amor del Redentor del mundo velaban por ella. Es nuestro privilegio
tener a Jesús ;i nuestro lado en todo tiempo y lugar. Pero para aprovechar
Amigas de Jesús
Tal vez viva frustrada bajo las crueles críticas y los abusos de superiores
injustos, tal vez fue abandonada por un esposo infiel, salió embarazada
sin estar casada, o se encuentra lejos de su país, en una situación de total
desamparo, como la que atravesó la sierva egipcia de Sara. Tal vez nada de
lo descrito se aplique a usted, pero su actitud hacia la vida la ha colocado
en ese lugar donde se encuentra hoy, y su arrogancia la ha hecho llorar
mares de desconsuelo.
Quizá sienta que no puede más, se le han agotado las últimas energías
y sus ganas de vivir. De su garganta angustiada sale un grito seco: ¡Señor,
no puedo más, el desierto se hace largo y estoy sedienta! ¡Voy a morir!
El futuro se presenta oblicuo, incierto como un espejismo ante tus ojos
cansados de llorar. Pero puede estar segura de que el “Viviente-que-te-ve”
no la ha abandonado, ni la abandonará jamás. Puede confiar en el amor
de Dios y en su gracia para sostenerla en los días más oscuros de su vida.
Nuestro amante Jesús sabe que somos débiles y propensos a caer, pero
él desea poner su Espíritu en nuestros corazones a fin de que construya
mos sobre un fundamento sólido. Si tiene algo que arreglar con alguien,
vaga y arréglelo, tal como el ángel de Dios le ordenó a Agar. Luego,
descanse en plena confianza en tu Salvador, y vive tu vida sabiendo que el
Dios Todopoderoso que escuchó y vio la aflicción de una esclava egipcia,
es también tu Dios y el Dios de todas las desamparadas del mundo.
CANCIÓN DE LA DESAMPARADA
LA M UJER DE LOT
Y LA P E R S IS T E N C IA
DE V IV IR EN EL PECADO
“Acordaos de la mujer de Lot.
Todo el que procure salvar su vida, la perderá;
y todo el que la pierda, la salvará ”
(S. Lucas 17:32, 33).
E
l sol apenas comienza a salir sobre la tierra, cuando Lot, su mujer
y sus dos hijas por fin llegan al pequeño pueblo de Zoar. Avanzan,
aferrados los unos a los otros ante la nueva realidad. Han escapado de
las ciudades de la llanura, benditas por la naturaleza, pero cada vez más
separadas de Dios.
Lot contempla el hermoso valle que se extiende delante de ellos hasta
las orillas del Jordán, cerca de su desembocadura en el Mar Muerto, y por
primera vez siente el resquemor del desconsuelo quemándole las entrañas.
Todavía le parece estar escuchando la voz de Abrahán, columpiada pol
la brisa del atardecer, en aquella ocasión cuando juntos posaron su vista
sobre este mismo valle y el patriarca le permitió escoger la mejor parte
como su heredad.
A lo lejos se podían ver las plantaciones de árboles frutales y campos
de siembras; detrás y al fondo, se divisaban el mar y las ricas ciudades de
Sodoma y Gomorra, difusas, inmersas en la neblina de las estribaciones
de la cordillera. Ni una sombra de amarillo. Ni una sola aridez. Todo
verde.
Amigas eleJesús
Lot recuerda con tristeza cómo en aquella ocasión sus ojos se fijaron
en la hermosa llanura del Jordán, en sus campos con riego y en las tierras
abastecidas por todas las riquezas naturales del medio ambiente; y cre
yendo que estaba ante las puertas del mismo Edén, escogió habitar allí.
Allí estaba Lot, en aquel paraíso sin Dios, entre los habitantes de
Sodoma y Gomorra, cuyo apetito corrompido había producido una suer
te de hombres y mujeres esclavos de sus pasiones, tan atrevidos y feroces
en sus detestables abominaciones que Dios no podía permitirles que
siguieran viviendo.
¡Cuán iluso había sido! ¡Cuán necio! Pero ahora ya nada de aquello
tenía importancia.
Un hondo silencio oloroso a espanto, insólito, se esparce entre los
sauces que crecen en la arboleda donde se han detenido a descansar. Lot
sabe que la mano justiciera de Dios comienza ya a revelarse sobre la tierra.
Allá abajo, en las ciudades de la llanura, con sus casas y calles de piedra,
se presiente el frenesí de lo predicho por los ángeles la noche anterior.
A media mañana, un nervioso revoloteo de alas opaca el cielo como
un tenebroso manto; aves que huyen de la ciudad. Como presintiendo
aquello que los hombres no alcanzan a ver, los perros deambulan por las
calles gimiendo y aullando. Sus frenéticos ladridos llegan hasta Lot y su
familia en desconcertantes ecos que se mezclan con el balido ansioso de
las ovejas, los rebuznos de los asnos, y la música estridente de hombres y
mujeres que aun ante el desconcierto de los animales del campo, todavía
insisten en continuar festejando su desenfreno de la noche anterior.
Podas esas voces llegan hasta ellos como un torrente de murmullos,
como una oración infame que les advierte que lo anunciado está por
ocurrir. Lot levanta su vista a un cielo renegrido, y reconoce que el Dios
de Israel es un Dios que cumple su palabra. No hay tiempo que perder,
hay que avanzar, y presintiendo aquel infierno aterrador y masivo, anima
a su familia a continuar... Pero ya están ante el caos.
De repente los zarandea un viento rabioso que estremece las ciudades
que hasta ayer habitaban. ¡Ha comenzado a llover fuego y azufre! La
tierra de Zoar comienza a resquebrajarse incitada por la convulsión que
sube basta la superficie. Las hijas de Lot corren, gritan, se cubren la ca
beza, presintiendo el ímpetu del azufre sobre sus cuerpos. Lot toma a su
mujer del brazo y la insta a caminar. Sus amadas Sodoma y Gomorra se
hacen añicos bajo el dedo acusador del Omnipotente, y ellos apenas han
escapado de la incandescencia sin que el fuego los toque. Pero algo sucede
La mujer de Lot y la persistencia de vivir en el pecado
SODOMA Y GOMORRA
REBECA:
EL IN F O R T U N IO
DE UNA M UJER ENGAÑOSA
“Y bendijeron a Rebeca, diciendo:
Hermana nuestra,
sé madre de millares de millares,
y conquisten tus descendientes
la puerta de sus enemigos ”
(Génesis 24:60).
Laavanzando
caravana que saliera pocos días atrás de Mesopotamia ha venido
lentamente empujada por la impetuosa fuerza de los
vientos secos del desierto. El erial tiene esa admirable cualidad de fundir
cielo y tierra en una enorme esfera ocre. Ese es el paisaje, estéril y adusto
por demás, que Rebeca ha venido contemplando desde que salió de su
tierra natal. Pero ahora, de pronto, como si un espejismo nuevo se estu
viera concretando en el desierto, la geografía comienza a adquirir nuevas
formas y perfiles inesperados.
En medio de aquel ventisquero, a lo lejos, comienzan a verse imágenes
deleitosas de una tierra verde y fascinante. En la distancia, Rebeca puede
ver las palmeras y olivares de Canaán que se despliegan ante ella en una
estampa fantástica de bienvenida. Su corazón comienza a latir apresura
damente. ¡Han llegado! En alguna parte de esa tierra encantada que surge
del desierto, se encuentra el hombre con quien habrá de unirse para toda
la vida. Rebeca anhela que aquel primer encuentro sea inolvidable. ¡Y lo
es!
Amigas ele Jesús
Cuando la caravana del criado de Abrahán por fin arriba a los linderos
de las tierras de su amo, Rebeca percibe la figura de un hombre que viene
hacia ellos. Es alto y de distinguido aspecto. Instintivamente sabe que es
Isaac. Su corazón es un remolino, es un reloj descompasado que ha per
dido la hora. El criado de Abrahán corrobora su intuición, y hay entonces
un minuto en que se agota el sosiego. Hasta la minúscula actividad de
los insectos que revolotean en la enramada cesa en ese instante preciso,
el curso de la naturaleza se detiene, la vida de Rebeca tambalea ante el
precipicio del primer amor.
La caravana se detiene y Rebeca desciende del camello a esperar que
Isaac llegue hasta ella. Allí permanece, inmóvil, jadeando secretamente,
hasta que la respiración de Isaac, tibia y suave, le acaricia el rostro y la
despierta de su ensueño.
Si hubiera estado en su tierra natal, ahora habría estado junto al pozo,
llenando su cántaro a pleno sol, pero estaba aquí, junto a Isaac, en este
paraíso terrenal de donde nunca se querría ya marchar.
¡Qué historia de amor tan maravillosa! La vida de Rebeca fascina por
muchas razones. Rebeca es un enigma. Es una joya de dos caras disímiles.
Nos conmueven su presteza en obedecer la palabra de Dios, su sencillez
y confianza en el Dios Todopoderoso de Abrahán durante los años de su
juventud. Pero más tarde, en los años de su madurez, nos sorprende verla
convertida en una mujer arbitraria y ambivalente, dada al censurable
favoritismo que destruyó la vida de sus hijos y la de su familia entera.
En un principio, Rebeca entendió el plan de Dios en su vida y obedeció
los propósitos divinos. Su matrimonio con Isaac no fue un mero contrato
familiar, o un asunto puramente humano, sino una etapa decisiva en el
cumplimiento de las promesas divinas. Su unión con Isaac, además de ser
una hermosa historia de amor, prefigura la bendita esperanza futura del
pueblo de Dios presentada en el Apocalipsis como las bodas del Cordero
y su esposa, la Jerusalén celestial. Tal como con una sola mirada de amor
de Isaac, la joven Rebeca olvidó las pruebas y dificultades que pudo haber
experimentado durante su larga trayectoria desde Mesopotamia hasta la
tierra del Neguev, así también las amarguras y sufrimientos terrenales de
los hijos de Dios serán olvidados ante la mirada compasiva de nuestro
amante Jesús.
La gentileza y diligencia que Rebeca mostró hacia el criado de Abrahán
son igualmente notables. Su gesto tipifica la piedad, el gozo, la presteza y
el anhelo de Dios en socorrer a los cansados y caídos de este mundo. No
Rebeca: El infortunio de una mujer engañosa
EL SACRIFICIO DE REBECA
A la deriva y al arrebato,
te exilias cuando te desconoces,
cuando esperas hallar tu verdad más allá de la Verdad.
Rebeca: El infortunio de una mujer engañosa
RAQUEL
Y LA HEREDAD
DE LA M UJER PR U D E N T E
“La casa y las riquezas son herencia de los padres,
pero don de jehová es la mujer prudente ”
(Proverbios 19:14).
U
n estridente balido de ovejas y voces iracundas despierta a Jacob
de un sueño intranquilo. Extenuado por el recuerdo de un pasado
ante el cual parecía inútil cualquier tentativa de rectificación, y los largos
y agotadores días del desierto, ha perdido la noción del tiempo. Jacob
se incorpora y ajusta la vista al paisaje. ¿Cuándo llegó? ¿Cuántas horas
llevaba durmiendo?
Frente a él un grupo de hombres burdos y mal hablados, pugnan por
sacar del medio el rebaño de una mujer que evidentemente, tal como
ellos, ha de ser una pastora. Por un momento Jacob se queda observando
lo que el paisaje le presenta: Un mar de ovejas, blancas, negras, pardas y
rojizas bajo un inmenso cielo azul. Pero algo en particular atrae a Jacob.
Le cuesta apartar la vista de aquella mujer; una extraña, una mera pastora
de ovejas en una tierra que no era la suya.
Así, desaliñada y con la piel algo áspera por las inclemencias del tiem
po y las arduas tareas de su trabajo como pastora, aquella mujer tiene
algo indescriptible que lo atrae. En sus ojos, en sus manos hacendosas y
en su porte gentil recuerda su hogar materno y su niñez, y ve algo que lo
reconforta.
Amigas ele Jesús
desgastando su gusto por la vida, pues ella solo puede darle a su marido
hijos que no llegan como un acto natural, sino por la intervención de su
sierva.
Su deseo de superar a Lea es tan voraz, que cuando su sierva Bilha
concibió y dio a luz a su hijo Dan, se apropió de éste como si fuera úni
camente suyo. Luchó contra su hermana durante muchos años, hasta que
finalmente Raquel llevó su problema ante Dios en oración. Su petición
fue escuchada, y la fe obtuvo lo que la impaciencia y la incredulidad no
habían logrado.
Dios obró milagrosamente en la estéril Raquel y le envió un hijo. Pero
ella no percibió el milagro. La insatisfecha Raquel quería más, quería
sobrepasar a su hermana en valor e importancia, y al dar a luz a su hijo
José, alzó la voz y dijo: “Añádame Jehová otro hijo” (Gén. 30:24), lo cual
no era sino su forma atrevida de pedirle a Dios una puntuación más alta
en el juego de su rivalidad.
La insatisfacción que caracteriza a Raquel, su inconformidad, su per
sistente deseo de algo más, indudablemente deben haber afectado a José,
quien debió crecer con la sensación de estar incompleto, de “no ser sufi
ciente”, de vivir suspendido en la espera de otro hermano. A Raquel no
le bastó el milagro de la maternidad ni la certeza de que Dios escucha la
aflicción de sus hijos para dejar de actuar a su manera y dejar de persistir
en sus ambiciones.
Esta mañana antes de partir, cuando Labán y sus criados trasquila
ban sus ovejas lejos de casa, y las habitaciones del hogar paterno habían
quedado en silencio, robó los ídolos de su padre. Si no hubiese sido por
Dios, que más tarde intervino para que Labán no tocara a Jacob, ¡cuántos
problemas hubiera acarreado Raquel sobre su familia con su crimen! Al
igual que Rebeca, Raquel era artificiosa, utilizaba la astucia y el engaño
para conseguir su propósito, confiando en que nadie la descubriría. Esto,
sin duda, era un rasgo familiar que también se manifestó en la vida de
Rebeca y de Jacob, y les causó muchas amarguras.
Después de siete días de camino apareció en la distancia una nube de
polvo que se movía hacia ellos, haciéndose cada vez más visible... hasta
que en lontananza apareció Labán acompañado por sus parientes e hijos.
Sin saber del robo efectuado por su mujer, Jacob escuchó pacientemente
la lista de reproches que Labán le tenía preparada: ¿Por qué huiste, enga
llándome de esa manera tan vil? ¿Por qué no me comunicaste tus planes?
¿Por qué te luiste* sin dejar que me despidiera de mis hijas y mis nietos? Y
Amigas de Jesús
LA PLEGARIA DE RAQUEL
DINA
Y LA M UJER PRO FA N A D A
“Alégrate, joven, en tu juventud,
y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia.
Anda según los caminos de tu corazón
y la vista de tus ojos,
pero recuerda que sobre todas estas cosas
tejuzgará Dios ”
(Eclesiastés 11:9).
H
ay luto en las llanuras de Siquem. Un lamento de dolor sube de
la tierra acompasado por el denso calor y el olor nauseabundo
que surge de los embalses. Nada como aquella mala noche de dolor y
angustia para que el príncipe de Siquem pudiera demostrarle a Dina cuán
arrepentido estaba de su conducta, y cuánto la amaba.
Recostada sobre su tálamo de plumón en el palacio de Hamor, Dina
escucha la respiración jadeante y el quejido de dolor de Siquem, prín
cipe de aquella tierra que lleva su nombre, y siente que la culpabilidad
estrangula su último aliento. A diferencia de Abrahán, que al apartarse
de su sobrino Lot decidió vivir apartado de las ciudades de la llanura
de Canaán, Jacob colocó sus tiendas bastante cerca de los habitantes
paganos de Siquem.
Dina sabía muy bien a los peligros que se exponía al alejarse de la
seguridad paterna. Había escuchado la historia de cómo su bisabuela
Sara y su abuela Rebeca habían sido raptadas por gobernantes locales.
Dina y la mujer profanada
LA ORACIÓN DE DINA
TAMAR
Y LA LUCHA CONTRA
LA I N J U S T I C I A SOCIAL
“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas "
(S. Mateo 6:33).
E
l intenso sol del mediodía calcina las piedras y levanta piruetas de
polvo que se disuelven a lo largo del camino en un paisaje movedizo.
A esa hora del día, el camino es apenas transitado.
No hay nadie, no se mueve ni una hoja. Judá se detiene en el cruce del
camino que da a Timnat, y se lleva el dorso de la mano a la frente para
secar el sudor que le corre hasta la barbilla. En aquel instante, de modo
inesperado, percibe que hay una mujer sentada a la entrada de Enaim. Un
viento crudo revuelve un polvo rojizo, y Judá pestañea, y luego enfoca
nuevamente su vista. Pero no está viendo visiones. Es una mujer vestida
de púrpura, una ramera. Un velo también púrpura, cubre su rostro, sus
gráciles brazos están adornados con brazaletes de cobre, y en los tobillos
lleva campanitas y relucientes argollas.
Tan pronto la mujer ve aparecer a Judá, se incorpora. Desvergonzada y
provocativa, se pasea insinuando su profesión mientras sus pies de gacela
producen un campanilleo que aturden los sentidos del hombre. Judá sabe
que aquella mujer trae ruina en el leve rumor de su vestido. Se trata de
una mujer portadora de una cultura, una religión y unas costumbres con
trarias a la mentalidad y tradiciones judías. Pero las costumbres cananeas
nunca habían dejado de tentar a los israelitas. Y olvidándose allí mismo
Turnar y la lucha contra la injusticia social
JO EA B ED :
LA MADRE P IA D O S A
“La mujer tomó al niño y lo crió ”
(Éxodo 2:9).
M
oisés fue un hombre dotado de una gran inteligencia y magnífica
capacidad constructiva, fue legislador, estadista, historiador, poe
ta, juez y líder de una gran nación. Pero más allá de todos sus admirables
logros, fue un hombre manso y de gran fe a quien Dios llamó su amigo.
Aarón no fue menos que su hermano menor. Cuando Dios escogió
a Moisés para que comunicara sus mensajes al pueblo de Israel también
escogió a Aarón para que actuara como su portavoz. Así, mientras uno
asumía el papel de representar a Dios, el otro asumía el de su profeta.
María fue elegida y capacitada por el Señor para contribuir al cumpli
miento del plan de liberación que formulaba el poderoso Dios de Jacob.
Fue profetisa, cantora de Israel y una dirigente innata dentro del pueblo
de Dios.
Los tres fueron personas clave dentro del gran plan divino. Lo inte
resante es que estos tres personajes eran hermanos. Dentro de un pueblo
tan numeroso, seguramente colmado de hombres y mujeres de gran ta
lento, podría parecer extraño que Dios haya decidido escoger a estos tres
hermanos para llevar a cabo su tremendo plan de liberación. Si bien Dios
está dispuesto a habilitar a aquella persona que llama a un ministerio,
probablemente captó en los hijos de Jocabed ciertas condiciones que los
hacían aptos para ser usados por él.
Jocabed: La madre piadosa
lSe imagina la clase de madre que debe haber sido Jocabed? Sin duda
alguna, ella merece mucho del crédito por el éxito de su progenie. Su
nombre solo se menciona dos veces en la Biblia, pero cuán extensa en sus
resultados fue la influencia de aquella humilde mujer hebrea. De ella co
nocemos únicamente su nombre, pero todos sabemos que crió hijos que
estremecieron el mundo. A través de casi 4.000 años ha sido recordada
como una mujer sabia, valiente y con una profunda fe en Dios.
En gran medida, cada una de nosotras somos lo que fueron nuestros
padres. Nuestras condiciones físicas, nuestras disposiciones y apetitos,
nuestras aptitudes intelectuales y morales son productos de la educación
recibida en el hogar. A pesar de que la Biblia no nos da muchos detalles
sobre la vida de Jocabed, se nos hace fácil suponerla una mujer reposada
y apacible, no la percibimos como una figura carente de fe, o una mujer
vanidosa, sino más bien como una madre piadosa que influyó y modeló
con sus manos el destino de sus hijos.
Cuando notamos la iniciativa de su valiente hija María, y escuchamos
su perspicaz conversación con la hija del faraón (Éxo. 2:7, 8), deducimos
la valentía, inteligencia y determinación de una Jocabed, quien creyendo
que el tiempo de la liberación de Israel se acercaba, no temió ir en contra
del edicto del malvado faraón y ocultar a su hijo recién nacido por tres
meses. Cuando admiramos el temperamento de Moisés, un hombre de
quien se dijo que era el hombre más manso que había sobre la Tierra
(Núm. 12:3), vemos a una dócil Jocabed sembrando en sus hijos la semi
lla que germinaría y daría fruto. Cuando vemos el dolor que el castigo de
su hermana María representó para Aarón (Números 12:10), y notamos
su presteza y su interés en socorrer a su hermana; cuando escuchamos su
desesperada súplica de intercesión a favor de ella, sentimos también el
desinteresado amor de Jocabed hacia su familia. Vemos en la actuación de
sus hijos su sincero interés hacia su prójimo y su presteza en perdonar.
¡Qué maravillosa madre fue Jocabed! ¡Qué animadora su historia
y cómo llena de aliento mi propio corazón de madre! No importa que
nuestros nombres no sean conocidos, no importa que nuestra única con
tribución en esta vida haya sido la de haber confeccionado y calafateado
un humilde canastillo para nuestro bebé. Lo importante es la influencia
benefactora que ejerzamos dentro de este anonimato, lo importante son
los valores que podamos transmitir con humildad a los hijos que Dios ha
puesto bajo nuestro cuidado.
Amigas tic Jesús
Estoy segura de que en casa de Jocabed no había bullicio que confun
diera los sentidos. Su espíritu sosegado y equilibrado sin lugar a dudas
contribuyó a que el bebé que escondía del malvado faraón fuera un niño
tranquilo y de ánimo sereno, de otra manera, su llanto irritado hubiese
alertado a las autoridades.
Estoy segura de que en la casa de Jocabed se cantaban himnos de ala
banza al Todopoderoso Dios de Israel. La fiel madre probablemente usaba
la alabanza como un arma contra el desánimo; de otra manera, muchos
años después, cuando el faraón entró cabalgando con sus carros y su
gente de a caballo en el mar, y el pánico cundió dentro del campamento
de los hijos de Israel, María no habría tomado en su mano un pandero
y animado a las temerosas hijas de Israel a confiar en su Libertador por
medio de la alabanza.
Estoy segura que en la casa de Jocabed se inculcaron los principios
divinos que fortalecieron la fe de sus hijitos. Por la mañana y por la noche
la ferviente madre reunía a sus hijos en el culto a Dios, les enseñaba sus
estatutos y los educaba bajo la ley de Dios. De otra manera ninguno de
ellos habría insistido ya de adultos en repetir estos conceptos a sus hijos,
en hablar de ellos estando en su casa, y andando por el camino, cuando
se acostaban y cuando se levantaban. No los hubiesen atado por señal en
su mano, ni hubieran estado por frontales entre sus ojos, ni escrito en los
postes de su casa, ni en sus portadas (ver Deut. 6:7-9).
¡Cuán valiosa es la influencia que transmitimos a nuestros hijos y
cuán grandes resultados puede tener! No cabe duda que Jocabed fue una
buena maestra y una inspiración para sus hijos. Roguémosle a Dios que
podamos imitar su ejemplo.
Señor, dame el carácter de Jocabed, hazme una vasija receptiva de tu
amor, lista para transmitirles a mis hijos la fe, la valentía y la mansedum
bre que Jocabed supo transmitir a Aarón, María y Moisés.
LA ESPERANZA DE JOCABED
Me deleito en la promesa.
Espero paciente tu señal.
Me incorporo en la esperanza de un pueblo libre,
una ciudad perenne, mi ciudad,
y mis hijos en ella.
Jocabed: La madre piadosa
SEFORA
Y EL A R R E P E N T I M I E N T O
“Si se humilla mi pueblo,
sobre el cual mi nombre es invocado,
y oran, y buscan mi rostro,
y se convierten de sus malos caminos;
entonces yo oiré desde los cielos,
perdonaré sus pecados y sanaré su tierra”
(2 Crónicas 7:14).
S
éfora, la esposa de Moisés conocía por experiencia propia lo que
significa el verso bíblico que he elegido para significar su historia. La
esposa de Moisés era de origen amalecita, lo cual significa que era des
cendiente de Abrahán por la línea de Elifaz, hijo de Esaú (Gén. 36:12).
Aunque los amalecitas eran primos del pueblo de Israel, no practicaban
los ritos tradicionales del pueblo judío. Sin embargo, Séfora conocía
bien los preceptos establecidos por el Dios de Israel, dados a su siervo
Abrahán.
“Este es mi pacto —había dicho el Todopoderoso—, que guardaréis
entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre
vosotros será circuncidado. Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y
será por señal del pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será
circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación,
tanto el nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extran
jero que no sea de tu linaje. Debe ser circuncidado el nacido en tu casa y
Séfora y el arrepentimiento
Encuentro aquí una gran lección para las esposas de pastores y di
rigentes de nuestra iglesia. Puede ser que muchas veces tengamos que
actuar movidas por el deber y no por amor, puede ser que tengamos que
seguir a nuestros esposos a lugares donde predicar la Palabra de Dios se
convierta para nosotras en un sacrificio que hemos de realizar, no por
amor sino por deber. Dios igualmente acepta nuestro cometido.
Estoy segura que al mirar hacia atrás y ver los combates y triunfos que
tuvo que afrentar al lado de su esposo Moisés, el libertador del pueblo
de Dios, Séfora pudo decir: “He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día” (2 Tim. 4:7, 8).
EL CANTO DE SÉFORA
debía hacer algo, quizá sin entenderlo, quizá sin gustarle, pero
que era lo correcto.
• Es inteligente reflexionar sobre lo que hacemos. Debemos pre
guntarnos qué sentido tienen nuestras decisiones y actos, cuáles
pueden ser sus resultados y su costo, qué alternativas hay y por
qué no se siguen. No somos autómatas irreflexivos que cum
plimos órdenes sin pensar. Pero en el caso de Séfora, la orden
venía de Dios mismo. No se trataba de un capricho o un deber
impersonal. Era un deber incumplido que Séfora decidió atender
tardíamente y cuyo cumplimiento Dios aprobó.
C a p í t u l o 11
M A RÍA :
DIOS Y LA M UJER LÍDER
"Cruel es la ira, e impetuoso elfuror,
pero ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?”
(Proverbio 27:4).
Laescuchar
conmoción del momento casi se hace audible en mi oído, puedo
el estruendo de los carros, los relinchos de los caballos
azotados por la furia del látigo, el griterío del pueblo acorralado por las
huestes de Faraón. Con el ojo de la imaginación puedo ver a los hom
bres clamando a Dios, mientras sus mujeres, temerosas, se arremolinan
a su lado buscando protección, sollozando. Otras van y vienen, buscan
a sus hijos entre el gentío, llaman sus nombres, arrebatadas, esperando
una muerte segura.
Pero María no era una mujer común. Su confianza en la Palabra de
Dios eclipsaba su temor. ¿No habían visto la maravillosa columna de
nube guiándolos de día? ¿No acababan de ver la luz de la columna de
friego de Dios brillar sobre el campamento y sobre las olas espumosas
que un momento atrás se amontonaron y se abrieron delante de ellos
formando un imponente surco que rasgaba las aguas hasta la otra orilla
lejana?
María traducía su fe en un testimonio de acción. Se negó a permane
cer paralizada ante la desesperación. No esperó a ver cómo el pavor de
las mujeres contagiaba a los hombres y enfermaba a los niños. No esperó
a que sus propias inseguridades terminaran debilitando su fe.
Amigas ele Jesús
EL DESAMPARO DE MARÍA
RA H A B :
DIOS Y LA M UJER IN D IG N A
“Por la fe Rahab la ramera
no pereció juntamente con los desobedientes,
porque recibió a los espías en paz ’
(Hebreos 11:31).
T
ras la muerte de Moisés, Dios le dijo a Josué: “Mi siervo Moisés ha
muerto. Ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este
pueblo, hacia la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Jos. 1:2).
Obediente a la voz de Dios, Josué envió secretamente a dos espías del
pueblo de Israel para que exploraran la tierra de Jericó. Sin duda alguna,
para que esta misión pudiese llevarse a cabo, Josué requirió de hombres
jóvenes y ágiles, acostumbrados a las disciplinas del ejercicio, que fue
sen capaces de superar lo que representaba el cruce a nado del Jordán,
franquear el muro de la ciudad y recorrer el área sin despertar sospechas
durante varios días.
Estos valientes jóvenes eran descendientes del pueblo falto de fe que
cuarenta años atrás había murmurado contra Dios en el desierto, tras haber
escuchado el informe de los doce príncipes de Israel que salieron de Parán
a recorrer la tierra de Canaán (ver Núm. 14:31-33). Es muy probable que
estos jóvenes partieran a cumplir su misión con cierto recelo. Mientras se
acercaban a Jericó, recordaban el relato transmitido por padres y abuelos
suyos a quienes Dios prohibió la entrada en la tierra prometida por su
desobediencia y falta de fe: “¿A dónde subiremos? Nuestros hermanos
Rahab: Dios y la mujer indigna
vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los habitantes del país ya han
temblado por vuestra causa. Porque hemos oído que Jehová hizo secar
las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto,
y también lo que habéis hecho con los dos reyes de los amorreos que
estaban al otro lado del Jordán, con Sehón y Og, a los cuales habéis
destruido. Al oír esto ha desfallecido nuestro corazón, y no ha quedado
hombre alguno con ánimo para resistiros, porque Jehová, vuestro Dios,
es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (vers. 9-11). Rahab sabía
que el poderoso Dios de Israel entregaría aquella tierra a su pueblo, tal
como lo había prometido. Pero Rahab no pensó solo en sí cuando rogó a
los espías que tuvieran misericordia de ella. “Os ruego pues, ahora, que
me juréis por Jehová, que como he tenido misericordia de vosotros, así la
tendréis vosotros de la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal
segura; que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y
hermanas, y a todo cuanto les pertenece, y que libraréis nuestras vidas de
la muerte” (ver. 12, 13).
Rahab era una misionera. Pensó en su familia, en sus padres y sus
hermanos y hermanas, en un momento cuando su propia vida corría
gran riesgo. ¡Con razón el apóstol Pablo la nombra entre la gran “nube
de testigos” como modelo de fe! En su lista, Pablo menciona solo dos
mujeres, la otra es Sara.
Estoy segura que en Jericó había muchas mujeres incomparablemente
más virtuosas que Rahab. Pero Dios la escogió a ella para cumplir su
voluntad, en recompensa a su fe. Rahab se arrepintió de su pecado, y
después que cayeron los muros de Jericó se casó con un príncipe de Israel,
lúe la madre de Booz y, por tanto, está incluida en la línea materna de los
antecesores de Cristo.
Por una fe similar a la de Rahab, aunque nacida en una vida de pe
cado, puede la mujer de hoy asirse de la gracia salvadora de Jesucristo,
no importa en qué circunstancia se encuentre. Si usted se siente indigna
delante de la presencia inmaculada del Dios que todo lo ve y todo lo sabe
porque tal vez se haya entregado a la fornicación o ha pecado contra su
cuerpo, mire a Rahab, y ponga fin a su vida de pecado.
El pensamiento más alentador es que Dios no te ha abandonado.
Pero ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios,
testificada por la Ley y por los Profetas: la justicia de Dios por medio de la
fe en Jesucristo, para todos los que creen en él, porque no hay diferencia,
por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, y son
Amigas ele Jesús
DEBORA:
DIOS Y LA MUJER DE HOY
1Despierta, despierta, Débora.
Despierta, despierta,
entona un cántico’
(jueces 5:12).
a de Sousa Nzinga Mbande fue una famosa reina africana del siglo
VIL Hildegard Von Bingen fue una monja de la Edad Media que
se destacó como compositora y científica. Ts’eu-hi, fue la última empe
ratriz de China que a través de sus guerreros tunguses logró infiltrarse en
Manchuria, tomar Pekín y derrocar a los Ming, imponiendo su dominio
sobre el resto de China.
Shagrat Al-Durr, fue sultana de Egipto; Isabel de Baviera, emperatriz
de Austria, y Catalina II la Grande, emperatriz de Rusia. Cleopatra,
Lucrecia Borgia, Catalina de Médicis, María Antonieta, Juana de Arco,
Madame Curie, Manuela Sáenz, Indira Gandhi y Benazir Bhutto, Eva
Perón, Rigoberta Menchú y la Madre Teresa, entre otras renombradas
mujeres alrededor del mundo, de una u otra manera dejaron sus huellas
estampadas en las páginas de la historia universal. Todas tienen sus
méritos, pero si tuviera que escoger a una mujer para que representase mi
propia historia, indudablemente escogería a la jueza y profetisa Débora
del Antiguo Testamento.
La vida de Débora me hechiza. Débora rompió todo molde de su
tiempo. En el antiguo sistema patriarcal, la mujer cumplía estrictamente
Débora: Dios y la mujer de hoy
EL TRIUNFO DE DÉBORA
NOEMÍ Y RUT:
Y LAS RELACIONES
PERSONALES
"Que Jehová te recompense por ello,
y que recibas tu premio de parte de Jehová Dios de Israel,
bajo cuyas alas has venido a refugiarte”
(Rut 2:12).
Lasciencia
vidas de Noemí y Rut la moabita nos enseñan a afrontar con pa
y amor los problemas que cada familia enfrenta. Son modelos
de rasgos divinos del carácter que promueven nuestra felicidad.
Noemí y sus nueras desarrollaron un grado de amor entre ellas que
pocas veces vemos en nuestra sociedad actual. Toda mujer sabe cuánto
se dificultan las relaciones interpersonales con esa otra mujer de suma
importancia en la vida de su compañero: la suegra. Yo no era diferen
te. De recién casada intenté encarecidamente tratar a mi suegra con el
mismo amor y devoción con que trataba a mi madre, pero aunque logré
establecer una relación de respeto, nunca alcancé ese amor de madre-hija
que deseaba.
Hoy, que formo parte del otro bando, ese al que muchas nueras de hoy
llaman el insufrible “Clan Suegras”, la perspectiva es todo lo opuesto. Por
más que intento recibir de mis futuras nueras el mismo trato o el mismo
amor que yo me propongo prodigarles a ellas, existe siempre un recelo,
un temor a la entrega que nos distancia y muchas veces nos convierte en
extrañas.
Amigas deJesús
Lo cierto es que, para que exista una relación de amor entre suegra
y nuera, la entrega ha de venir de ambas partes. Ambas han de estar
dispuestas a una renuncia de sí mismas, que no es sino el amor exteriori
zado en las relaciones humanas. Por eso me resulta tan conmovedora la
historia del amor de Rut y Noemí.
Venga conmigo a la Palestina de Elimelec y Noemí. Abra los ojos
y contemple el panorama: Las constantes sequías endurecen la tierra y
desecan campos de cosechas que no abastecen a los habitantes de los
núcleos urbanos que cada día crecen con mayor rapidez. Los agricultores
más afortunados se ven obligados a vender lo poco que han cultivado
para comprar cereales y semillas necesarias para el cultivo, y las pocas
cosechas que quedan son destruidas por hongos y plagas que cubren los
tristes campos de Palestina.
Niños y ancianos mueren por desnutrición crónica, y la hambruna
generalizada provoca que miles de desplazados y refugiados inunden los
pueblos y ciudades en busca de ayuda. Esto probablemente resultó en
epidemias de fiebre y enfermedades infecciosas.
Entre estos desplazados se encuentra la familia de Elimelec, quien
decidió establecerse en la región de Moab. Moab estaba limitado al este
y al sur por el desierto sirio-arábigo, y por el oeste, por el Mar Muerto y
el curso inferior del Jordán. Pero la llanura formada por tierra de aluvión,
era fértil y poseía tierras cultivables y deseables en comparación con el
desierto circundante. Allí, la familia de Elimelec encontró refugio y vivió
en paz. Pero después de varios años de sosiego de nuevo los alcanzó la
desgracia.
Una tragedia tras otra azotó la familia: Elimelec murió, y sus dos
hijos, Mahlón y Quelión, lo siguieron a la tumba en un corto tiempo.
Noemí y sus dos jóvenes nueras, Orfa y Rut, de repente se encuentran
solas, sin un hombre que las represente. Noemí recoge todo y decide
regresar a su tierra.
“Anden, hijas mías — le dijo a sus nueras— , vuélvanse, cada una
a la casa de su madre, y que Jehová ejerza bondad amorosa para con
ustedes, así como ustedes la han ejercido para con los hombres ya
muertos y para conmigo. Que jehová les haga una dádiva, y de veras
hallen un lugar de descanso, cada cual en la casa de su esposo” (ver
Rut 1:7-12).
¡Qué bendición tan poderosa la que pronunció Noemí a sus nueras, y
cuánto amor muestra! Con razón Orfa y Rut, tal como testificó la misma
Noemí y Rut: Dios y las relaciones personales
RUMBO AL AMOR
ANA
Y LA M UJER ESTÉRIL
“Jehová empobrece, y enriquece;
abate y enaltece”
(1 Samuel 2:7).
LSua fecántico
de Ana, la madre del profeta Samuel, siempre me ha conmovido.
de alabanza y de certeza en el poder de Dios es uno de
los más hermosos de toda la Biblia. Ana llegó a ser madre por fe, pero si
le contásemos su historia a los millones de mujeres que pueblan hoy el
mundo buscando una solución a sus problemas de infertilidad, muchas
la tildarían de oscurantismo, o tal vez se reirían de ella.
La infertilidad es motivo de sufrimiento y desesperación para muchas
parejas de nuestros días. Los laboratorios de embriología y las clínicas de
fertilización abundan por todo el mundo. La humanidad busca prolon
gar su herencia a través de diferentes métodos: inducción de la ovulación,
inseminación artificial homologa o con donante, microinyección de es
perma, y hasta por medio de los bebés de probeta o fertilización in-vitro.
Los seres humanos tienden a confiar en la ciencia en situaciones como
éstas, y olvidan que es Dios quien rige los destinos de los hombres. Pero
Ana tenía una clara concepción de lo que Dios podía hacer por ella.
La historia bíblica no expone la causa de la infertilidad de Ana. Pero
sí conocemos su aflicción. La característica sociocultural más obvia del
pueblo de Israel en la época del Antiguo Testamento era el patriarcado.
La condición de- la mujer era de notable inferioridad, y la esposa estéril era
Amigas deJesús
sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de
pura gracia, todas las cosas juntamente con él?” (Rom. 8:32).
¡Qué misericordia! ¡Qué consuelo nos traen las seguras palabras de
Jesús! En ellas hay vida, alegría, consuelo y esperanza para la mujer es
téril. ¿Quieres ser bendecida como lo fue Ana? ¿Anhelas que tu vientre
se abra y tus entrañas den fruto? ¿Deseas que Dios bendiga a tus hijos?
Puedes esperar que Dios oiga y conteste tus oraciones según su divina
providencia. Mira a Ana, contémplala llorando en el templo mientras
derrama su vida delante de su Salvador, observa el fruto de su oración, y
ve y haz tú lo mismo.
Ora con la persistencia de Ana, ora a Dios con la fe de Ana. Dios puede
contestar tus oraciones, y lo quiere hacer. Pero no olvides el gran sacrificio
de Ana. No olvides que Ana tuvo que despojarse de sí misma, de aquello
que más quería en agradecimiento a Dios por su oración contestada. Ana
reconoció que incluso nuestros hijos son propiedad de Dios.
Ana le devolvió a Dios lo que más amaba: Su hijo. Entrégale tú también
a tu Creador aquello por lo que pides. Dáselo todo con gusto, aunque con
ello tengas que sacrificar lo que más amas. Y si no recibes exactamente lo
que pides, confía siempre en que Dios desea lo mejor para ti.
LA PLEGARIA DE ANA
MICAL: LA MUJER
Y LOS CELOS
INJUSTIFICADOS
“Ponme como un sello sobre tu corazón,
como una marca sobre tu brazo;
porque fuerte como la muerte es el amor
y duros como el seol los celos.
Sus brasas son brasas de fuego,
potente llama'
(Cantares 8:6).
D
os veces por día, el gigante filisteo se pasea entre los dos montes
que flanquean el valle de Ela, dentro de su imponente armadura de
bronce. Su presencia es una afrenta al espíritu de los israelitas, no por la
humillación que significa una derrota ante los filisteos, sino por el triste
espectáculo que ofrecería el enfrentamiento con el gigante.
Mical sabe que su padre, el rey Saúl, carece de valor para enfrentar al
hostigador de Israel. Y eso le repugna. A él le tocaba salir y hacer frente
al gigante, con valor y serenidad, con total confianza en el Dios de Israel.
Pero Saúl solo sabe lamentarse. Sintiéndose derrotado de antemano, y
sin saber qué hacer, se pasea por el palco real delante de sus criados y sus
hijos, analizando cómo hacer frente al desafío del filisteo, quien demanda
un hombre de sus filas para que pelee con él.
Después de cuarenta días de humillación y escarnio, otro personaje
irrumpe en el campo de batalla. Se llama David, y su poderosa confianza
en Dios hace que el pueblo comience a alentar la esperanza del triunfo.
Amigas de Jesús
Ella lo había buscado con la mirada entre los criados y asistentes del
rey, pero David había dejado la corte para apacentar de nuevo las ovejas
de su padre en Belén (1 Sam. 17:15). Ahora que volvía a verlo, después
de haber realizado él tan grande hazaña, su corazón era de nuevo un
río desembocado que la atraía inexorablemente hacia el joven guerrero.
La voz de David la laceraba con espadas y espinas que abrían en ella un
ardiente camino de nuevos anhelos, pero su corazón enamorado no podía
olvidar que su hermana Merab ya le había sido prometida.
David salía a dondequiera que Saúl lo enviaba, y se portaba pruden
temente. Entonces Saúl lo puso al frente de su gente de guerra, y era
bien visto por todo el pueblo, y también por los siervos de Saúl (1 Sam.
18:5). Pero cuando llegó el tiempo en que Merab, hija de Saúl, debía ser
entregada a David, fue dada por mujer a Adriel, el meholatita (vers. 19).
La Biblia no dice que David haya lamentado el hecho, pero sí constata
que cuando Saúl, con la malévola intención de que David pereciera en
el campo de batalla, le propuso matar a cien hombres de los filisteos y
traer sus prepucios como dote de casamiento por su otra hija, Mical,
David se levantó, y antes de que el plazo que le puso el rey se cumpliera,
se fue con su gente y mató a doscientos hombres de los filisteos, y trajo
los prepucios de ellos y los entregó todos al rey, a fin de hacerse yerno
del rey.
Entonces Saúl le dio a su hija Mical por mujer. Y las Escrituras nos
dejan saber que cuando Saúl observó el apremio y la valentía con que Da
vid respondió a su reto, y que su hija Mical lo amaba, comprendió que no
solamente Jehová estaba con David, sino que también había encontrado
el amor (1 Sam. 18:22-28).
David y Mical nunca fueron felices. Su amor se vio muy pronto tron
chado por la enemistad y los celos de Saúl. Luego de que Mical descolgara
a su marido por una de las ventanas de su casa y lo pusiera a salvo de la
malevolencia de su padre, David huyó de Saúl, y éste, en venganza por la
traición de su hija la desposó con Palti hijo de Lais, que era de Galim (1
Sam. 25:44).
¿Se imagina el dolor de Mical? ¿Imagina sus noches de sufrimiento?
En tiempos de Mical, la mujer no tenía ninguna posibilidad de autode
terminación o autonomía. Llabía sido enseñada a conformarse con jugar
ese papel insignificante. Sus padres, esposos y hermanos decidían la
suerte de su vida. Y para Mical no había cielo ni estrellas, nada sino una
herida que el amor y el odio habían abierto. Y sin que nadie supiera dónde
Amigas de Jesús
o cómo latía su corazón, tuvo que disponerse a vivir con Palti aunque
todavía amara a David.
Las Escrituras nos dicen que David no olvidó a Mical. Cuando el
general del ejército de Saúl envió mensajeros a David para que pactara
con él y recuperara a Israel de las manos de Saúl, lo primero que David
pidió fue que le restituyeran a Mical: “Haré pacto contigo, pero una cosa
te pido: No te presentes ante mí sin que primero traigas a Mical, la hija
de Saúl, cuando vengas a verme” (2 Saín. 3:13).
Después de esto, David envió mensajeros a Is-boset, hijo de Saúl,
diciendo: “Restitúyeme a Mical, mi mujer, la cual desposé por cien
prepucios de filisteos” Entonces Is-boset mandó quitársela a su marido
Paltiel hijo de Lais (vers. 14).
La Biblia no nos dice cómo se sintió Mical. Tal vez, aunque nadie lo
vio, se hizo una tormenta en su corazón. Sintió de nuevo el olor a guerra,
lanzas y sudor del hombre que había amado tanto. Lo que sí nos mues
tran las Escrituras es que Mical posiblemente había desarrollado ya una
relación sentimental con Paltiel, porque éste “fue con ella, siguiéndola y
llorando hasta Bahurim”, hasta que el sanguinario Abner le ordenó que
se regresara, y él se volvió (vers. 16).
¡Qué triste, y que conmovedor! La historia de Mical, la hija del rey
Saúl, es una fascinante historia de amor, un amor tronchado por la ene
mistad, el desencuentro y el abismo de los celos. Los altibajos del amor
entre Mical y David tuvieron que haber producido en la hija menor del
rey Saúl una terrible inseguridad, y un terror a la pérdida que finalmente
la llevó a malograr el amor de su vida. La Biblia nos relata que un tiempo
después de su reencuentro, cuando David llegaba a la ciudad con el arca
del pacto, Mical escuchó el jubilo de Israel y el sonido de trompeta, y se
asomó a la ventana a recibir a su marido, pero al contemplar que el rey,
acompañado por toda la casa de Israel, saltaba y danzaba con toda su
fuerza delante de Jehová, lo despreció en su corazón (2 Sam. 6:16).
Ese “desprecio” al que se refiere la Biblia en realidad no era desdén, o el
menosprecio que pudiera haber sentido al ver que David se rebajaba ante
sus súbditos dando brincos de alegría. Permítame sugerir que el desprecio
que sintió Mical por David, estaba más relacionado con los celos.
David era una figura pública, admirada por un pueblo acostumbrado
a la veneración de sus líderes. El poder que ejercía sobre las muchedum
bres lo convertía en un hombre admirado por las mujeres de todas las
ciudades, quienes lo alababan y le cantaban con danzas y panderos, con
Mical: La mujer y los celos injustificados
alegrías y sonajas diciendo: “Saúl hirió a sus miles y David a sus diez
miles" (1 Sam. 18:6, 7). Mical observó a David bailando delante del arca
junto a las mujeres de Israel, y enseguida asomó en ella el celo y el terror
a perder nuevamente a su marido. Sus mismas palabras corroboran sus
sentimientos.
Las Escrituras nos dicen que tan pronto David llegó, ella salió a re
cibirlo, y lo reprochó con duras palabras que solo podían brotar de un
corazón consumido por los celos: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey
de Israel, descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como
se descubre sin decoro un cualquiera!” (vers. 20).
La persona celosa tiende a controlar la libertad y los movimientos de su
pareja, la comunicación se ve reducida a las preocupaciones y pensamien
tos del celoso. Entonces aparecen el reproche, el reclamo y la exigencia, y
la relación afectiva comienza a deteriorarse. Iodos estos factores, sugieren
que Mical sentía celos.
Los celos surgen debido a tres factores: comparación, competencia y
el temor a ser reemplazado, y hay que recordar que para ese entonces ya
Mical no era la única esposa de David. Abigail, y Ahinoam de Jezreel
eran también sus esposas (1 Sam. 25:43, 44), David las tomó después que
Mical había sido entregada a Palti.
¡Qué desgraciada se sentía ahora Mical! Al no poder controlar sus
sentimientos se tornó cada vez más insegura e hipervigilante, generando
como consecuencia reacciones agresivas, tal como lo muestra su escena de
celos. Entonces David respondió a Mical: “Fue delante de Jehová, quien
me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme
como príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel. Por tanto, danzaré
delante de Jehová. Y me humillaré aún más que esta vez; me rebajaré a
tus ojos, pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado.
V Mical, hija de Saúl, no tuvo ya hijos hasta el día de su muerte” (vers.
21-23).
La Biblia no dice que Mical era estéril, por lo que se da a entender
que el amor entre ellos terminó, y que David nunca más tuvo relaciones
íntimas con ella. Es muy probable que David haya querido tener un hijo
de su matrimonio con Mical, la hija de Saúl. De ese modo se habría for
talecido la unión entre Judá e Israel, ya que las tribus del Norte habrían
visto en el hijo de Mical al heredero de Saúl. Pero esa esperanza quedó
frustrada a causa de esta disputa, que separó a David de Mical sin que
hubieran tenido hijos.
A rnigas de Jesús
¡Qué triste consecuencia de los celos! Hay muchas mujeres que dan
su propia interpretación a las acciones de sus esposos. Ven y escuchan a
través del filtro de sus celos hasta que terminan entendiendo las cosas tal
y como temen que sean, logrando así que los hechos se distorsionen y se
formen opiniones equivocadas.
El bienestar de la pareja afectada por los celos se va debilitando pau
latinamente. Donde los celos predominan, se presenta la frustración y el
dolor que provocan odio y agresión. La pareja entonces llega a preguntar
se si realmente hay amor entre ellos.
¡Qué terribles son los celos, y cuánto daño producen en las relaciones
de pareja! ¿Es usted una mujer celosa? ¿Ve, escucha y piensa cosas que
quizá no son? ¡Cuidado! Puede poner su amor en peligro. No permita
que lo que podría ser el gran amor de toda la vida quede tronchado como
el amor de Mical.
Le propongo que haga una revisión de su archivo mental. Quizá sea
oportuno que de una vez por todas se deshaga de las impresiones que ha
formado sin tener evidencias. Es mejor interpretarnos bien unos a otros y
tratarnos según la regla de oro. Esto proveerá una base más confiable para
sus percepciones, y preservará la verdad y el amor entre los esposos.
EL GRITO DE MICAL
A B IG A IL
Y LA MUJER SENSATA
“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?
Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas”
(Proverbios 31:10).
“¡Que caiga sobre mí el pecado!, señor mío, pero te ruego que permitas
que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva” (vers.
23, 24).
La repentina visión fue impactante para David. Una hermosa mujer
sale de la nada y se postra ante él, anunciando con su comportamiento
que reconoce la posición de David en el pueblo de Israel como el ungido
de Jehová. Detrás de ella, poco a poco comienzan a aparecer los asnos
cargados con los abastecimientos. El olor de las ovejas guisadas cunde los
aires animando el apetito de los hambrientos guerreros, que se fijan en los
racimos de uvas, las pasas y las cestas de panes de higos secos. Pero David
no ve nada, cautivado como esta con las palabras de aquella mujer.
“No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, de Nabal;
porque conforme a su nombre, así es. Él se llama Nabal, y la insensatez lo
acompaña; pero yo, tu sierva, no vi a los jóvenes que tú enviaste. Ahora
pues, señor mío, ¡vive Jehová, y vive tu alma!, que Jehová te ha impedido
venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Sean, pues,
como Nabal tus enemigos, y todos los que procuran el mal contra mi
señor. En cuanto a este presente que tu sierva te ha traído, que sea dado
a los hombres que siguen a mi señor, le ruego que perdones a tu sierva
esta ofensa; pues Jehová hará de cierto una casa perdurable a mi señor,
por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová, y no vendrá mal sobre
ti en todos tus días. Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y
atentar contra tu vida, con todo, la vida de mi señor será atada al haz de
los que viven delante de Jehová tu Dios, mientras que él arrojará las vidas
de tus enemigos como quien las tira con el cuenco de una honda. Cuan
do Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado
de ti, y te establezca como príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no
tendrás motivo de pena ni remordimientos por haber derramado sangre
sin causa, o por haberte vengado con tu propia mano. Guárdese, pues,
mi señor, y cuando Jehová haya favorecido a mi señor, acuérdate de tu
sierva” (vers. 25-31).
¡Qué palabras tan sabias! ¡Qué sermón tan lleno de juicio, de confian
za en Dios y valor! ¡Y qué enseñanza!
Abigail primeramente se despojó de sí misma apropiándose la falta de
su marido, como si ella hubiera acarreado la desgracia que estaba a punto
de suceder. “Te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa” (vers. 28). En
su desgracia mostró su verdadero carácter, su altruismo, abnegación y
Abigaily la mujer sensata
sacrificio por sus semejantes, pues toda su casa estaba bajo sentencia de
muerte.
Luego, con un argumento lleno de fe en la Palabra de Dios y su poder,
impartió esperanza y valor al corazón desanimado de David, quien des
alentado en su lucha contra Saúl, muchas veces perdía de vista la promesa
recibida respecto del trono de Israel.
“Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra
tu vida, con todo, la vida de mi señor será atada al haz de los que viven
delante de Jehová tu Dios, mientras que él arrojará las vidas de tus enemi
gos como quien las tira con el cuenco de una honda” (vers. 29).
Abigail le predijo, a través de la fe, un futuro próspero, y luego de
armar un escenario en el que David pudo contemplar su futuro, tal como
Dios se lo había predicho, lo persuadió con sabias palabras a prevenir
el remordimiento que una acción apresurada podría acarrearle en ese
futuro feliz; y luego, como última instancia, rogó que perdonara la falta
de Nabal, por la cual ella se hacía responsable.
Impresionado con la sabiduría y el juicio de Abigail, no es raro notar
la respuesta llena de admiración de David: “Bendito sea Jehová, Dios
de Israel, que te envió para que hoy me encontraras. Bendito sea tu
razonamiento y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y
vengarme por mi propia mano. Porque, ¡vive Jehová, Dios de Israel!, que
me ha impedido hacerte mal, que de no haberte dado prisa en venir a mi
encuentro, mañana por la mañana no le habría quedado con vida a Nabal
ni un solo hombre” (vers. 32-34).
David recibió de sus manos lo que ella le había traído, y Abigail subió
en paz a su casa, pues él escuchó su petición y se la concedió. ¡Cuánta
sangre inocente salvó Abigail con su sensatez y comportamiento! ¡Y cuán
cruel remordimiento le evitó a David! Su vida es un ejemplo a imitar.
Es muy probable que Abigail haya vivido una vida muy poco plácida
junto a Nabal. Pero su infelicidad no evitó que ella cumpliera con su
deber de proteger a quienes servían fielmente la casa de su marido y ac
tuara con sabiduría. La indecisión y la debilidad de propósito no hallaban
cabida en sus esfuerzos. Estaba dispuesta incluso a morir por tal de seguir
los caminos del bien.
El sentido de la responsabilidad que descansaba sobre ella purificaba
y enriquecía su vida; y la gracia del cielo se revelaba en sus palabras
y comportamiento. Con el poder de la omnipotencia, Dios obró por
Amigas deJesús
EL TRIUNFO DE ABIGAIL
BETSA B E
Y LA M UJER IN SEN SA TA
“Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla;
pero a losfornicarios y a los adúlteros losjuzgará Dios”
(Hebreos 13:4).
S
e puede decir que Betsabé es la antípoda de Abigail. ¡Cuánto dolor
hubiese podido evitar Betsabé de haber utilizado su poder femenino
positivamente! Pero Betsabé no actuó con la sensatez de Abigail, y en vez
de prevenir la calamidad, se cubrió con ella atrayendo sobre sí y sobre la
vida de David una terrible desgracia.
En las faldas de las colinas de Jerusalén, las casas eran construidas
sobre terrazas. En aquel relieve de plataformas naturales, el palacio del
rey David estaba situado en un plano elevado desde el cual podía divisar
toda la ciudad. Las Escrituras nos dicen que era tiempo en que los reyes
salían a la guerra (2 Sam. 11:1), lo que nos anima a deducir que era época
de primavera, ya que las guerras no se libran en invierno, salvo en caso de
necesidad, ni tampoco en época de calor. Tampoco los fríos crepúsculos de
otoño habrían favorecido los baños a la intemperie de Betsabé.
El ejército de David y su guardia imperial combatían contra los amoni
tas bajo el liderazgo de su comandante en jefe, Joab, y en esos momentos
le ponían sitio a la ciudad de Rabá, capital del reino de Amón, al este del
río Jordán. David no había salido a combatir, lo que indica que su reinado
había entrado en una etapa en la cual ya no se exigía que el rey se expusiera
Amigas deJesús
a los peligros de la guerra, tanto como que se ocupara de cumplir con sus
funciones regulares de gobernante.
Entre los soldados que luchaban en Raba se encontraba Urías, el hitita,
esposo de Betsabé. Posiblemente Betsabé llevaba días sin ver a su marido, la
guerra se alargaba, y la soledad comenzó a incitar en ella una extraña con
ducta. Sospecho que la práctica de Betsabé de exponerse en público de forma
espontánea, sabiendo que podía ser observada desde las otras terrazas, particu
larmente desde el palacio real, pudo haber sido una forma de exhibicionismo,
una acción premeditada que no dejó de ser observada por David.
Es muy probable que David no mandara a buscar a Betsabé desde
la primera vez que la vio, y que ella estuviera en pleno conocimiento de
que el rey la observaba. El pecado atrae, la naturaleza pecaminosa busca
prolongar las cosas que la incitan, y el juego de Betsabé y David pudo haber
durado días, prolongándose incluso después que David se enterara que
Betsabé era esposa de uno de sus soldados.
A cierta hora de la tarde comenzaba la función. Cada uno por su cuenta,
y en silencio, se comunicaban en su complicidad: Ella salía a bañarse, y él a
observarla. El aire fresco de la primavera jugaba entre los pinos, eucaliptos,
olivos y acacias que bordean el palacio real, y el sol era una pepa gigante
de oro que se hundía lentamente en la lejanía tras los escarpados riscos de
piedra y cal que bordeaban el mar. La naturaleza era propicia al encuentro,
a las miradas lúbricas y al pecado que siguió. ¡Y qué terrible historia de
sangre y duelo acompañó al adulterio de David y Betsabé!
Las Escrituras nos dicen que David envió mensajeros que la trajeran,
y la tomó. Luego ella “se purificó de su inmundicia, y regresó a su casa”
(vers. 4). Hay quienes podrán decir que en realidad el texto no dice nada
sobre la actitud o los sentimientos de Betsabé, pues no aclara si fue víctima
o cómplice de David, o las dos cosas a la vez. Esto podría redimirla, pero
la pasividad con que Betsabé actuó en estas circunstancias contrasta am
pliamente con la iniciativa manifestada más tarde cuando abogó ante el rey
por su hijo Salomón para que a éste se le diera el reinado (1 Rey. 1: 15-31).
El silencio de Betsabé me indica que ella fue partícipe conjuntamente
con David del pecado de adulterio. ¡Qué diferente historia hubiera sido la
de Betsabé, si cuando el rey la mandó a buscar ella le hubiera hablado con
la entereza y la sabiduría de Abigail, quien antes había persuadido a David
a desistir de sus caminos equivocados!
Si Betsabé se hubiese resistido al pedido del rey, si no hubiera consenti
do al adulterio bajo ninguna circunstancia, como era su deber, las terribles
Betsabé y la mujer insensata
LA PLEGARIA DE BETSABÉ
VASTI
Y LA OBEDIENCIA
INCONDICIONAL
“Vosotros, maridos, igualmente,
vivid con ellas sabiamente,
dando honor a la mujer como a vaso másfrágil
y como a coherederas de la gracia de la vida,
para que vuestras oraciones no tengan estorbo”
(1 Pedro 3:7).
Laciona
Palabra de Dios no nos habla mucho de Vasti. Es más, solo men
lo que la reina persa hizo, como referencia a la historia de Ester.
Pero aunque Vasti nunca aparece en primera persona, ni habla, ni dice
cuáles fueron sus motivos de disgustos o las razones por las cuales se negó
a obedecer a su esposo, por algo su historia quedó plasmada en el libro
de Dios. Por algo su nombre se ha venido escuchando de generación en
generación.
Venga conmigo al palacio real de Asuero. Mire a su alrededor, vea la
opulencia, la belleza del pabellón del rey, con sus velos y céfiros blancos,
verdes y azules. Vea las cuerdas de lino y púrpura, las anillas de plata que
rodean las columnas de mármol. Contemple los reclinatorios de oro y de
plata, sobre losado de pórfido y de mármol, de alabastro y de jacinto, y
escuche las voces, las risas.
Un gran banquete se celebra. Príncipes, cortesanos, los hombres más
poderosos de Persia y de Media, gobernadores y soberanos de provincias
se han reunido allí, porque el rey Asuero, monarca del imperio persa (uno
Amigas de Jesús
LA RENUNCIA DE VASTI
como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para
servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mat. 20:26-28).
Es por eso que el apóstol Pablo, tras decir a las mujeres: “Casadas,
estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor”,
también les recuerda a los hombres que su autoridad no significa
hacer sufrir a la mujer: “Maridos, amad a vuestras mujeres y no
seáis ásperos con ellas” (Col. 3:18, 19).
Hay una marcada diferencia entre la autoridad como un servicio
y el sometimiento, la subyugación, la prepotencia, la explotación
y el machismo que se deriva de una autoridad equivocada. Con
seguir que alguien actúe en discordancia con la ley natural o con
su conciencia, es violar su dignidad. Si se intenta tal cosa a la
fuerza, como pretendió el rey Asuero con Vasti, es una violación
aun mayor de la libertad humana básica.
Aunque el pedido de Asuero no fue acompañado por una ame
naza directa, igualmente era un pedido insensato que denigraba
a su mujer. Lo admirable es que aunque el miedo pucio jugar un
papel importante en la decisión de Vasti, ésta se mantuvo fiel a
sus convicciones como ser humano y como mujer.
C a p ít u l o 20
ESTER
Y LA M UJER DE ORACIÓN
“Por nada estéis angustiados,
sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego,
con acción de gracias”
(Filipenses 4:6).
Ester se ganaba el favor de todos los que la veían (vers. 15). ¿Por qué?
Porque no solamente era físicamente bella, sino también era bella de espí
ritu. Su valor es indudable, y se hizo patente al arriesgar su vida cuando
apareció ante Asuero sin ser llamada. Sus palabras: “Si perezco, que pe
rezca” (Est. 4:16), es un hermoso canto de fe y valor que resuena todavía
como una demostración de un carácter noble, digno de ser imitado.
Cuando una joven se presentaba ante el rey, se le daba todo cuanto
pedía, para que fuera ataviada con ello desde la casa de las mujeres hasta
la casa del rey. Iba por la tarde, pasaba la noche con el rey, y a la mañana
siguiente pasaba a la segunda casa de las mujeres, a cargo de Saasgaz,
eunuco del rey, guardián de las concubinas. Pero no se volvía a presentar
más ante el rey, a menos que éste lo deseara y la llamara expresamente.
No sucedió así con Ester. Cuando le llegó su turno para presentarse ante
Asuero, no pidió nada, sino lo que le aconsejó Hegai. Y el rey vio en ella
tanta belleza unida a una entereza de carácter tan magistral, que hizo que
la amara más que a todas las otras mujeres.
Las Escrituras nos dejan saber que el rey Asuero halló en ella más
elegancia, más donaire y bondad que todas las demás vírgenes que se
presentaron ante él. Por eso no dudó en colocarle la corona real sobre su
cabeza, y hacerla reina en lugar de Vasti (2:17).
Sin duda alguna, Ester fue una mujer admirable. Pero lo más sorpren
dente es que su extraordinaria belleza no la llenó de orgullo o arrogancia,
sino que utilizó sus dones físicos para propósitos mayores.
Antes de entrar al palacio real, Ester había aprendido lo que significa
el poder de la oración, y cuando el malvado Amán tramó la destrucción
de los judíos, en medio de las vicisitudes que afectaban su pueblo, Ester
decidió aprender qué sucede cuando una hija de Dios con necesidades
verdaderas se presenta ante un rey terrenal y formula sus peticiones.
El número de judíos que siguieron viviendo en diversas regiones del
reino persa era considerable. Amán reunió a los escribanos del rey el día
trece del primer mes del año, víspera de la celebración de la Pascua (Éxo.
12: 2-6, Núm. 9:1-3; 33:3; Jos. 4:19; Eze. 45:18, 21), y envió edictos a
todas las provincias del rey, con la orden de destruir, matar y aniquilar
a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, y apoderarse de
sus bienes, todo en un mismo día. “En toda provincia y lugar donde el
mandamiento del rey y su decreto llegaba, hubo entre los judíos gran
luto, ayuno, lloro y lamentación. Saco y ceniza llegó a ser la cama de
muchos” (Est. 4:3).
Amigas de Jesús
utilizas los dones que Dios te ha dado? ¿Honras a tu Creador con ellos, o
los has dedicado a satisfacer tu egoísmo?
La historia de Ester nos anima a buscar cualidades estéticas, pero
también nos anima a embellecer nuestro espíritu, a desarrollar un carác
ter íntegro, que ligado a la fe y la oración logren hacernos una mujer tan
bella como Ester.
LA OFRENDA DE ESTER
LA M UJER DE JOB
Y LAS P R U E B A S
“Entonces le dijo su mujer:
¿Aún te mantienes en tu integridad?
¡Maldice a Dios y muérete!”
(Job 2:9).
“quitar una carga”: “Quizás aligere su mano sobre vosotros” (1 Sam. 6.5);
“Así se aliviará tu carga” (Exo. 18.22).
En su desaliento, la mujer de Job lo que en realidad le estaba diciendo
a su esposo era: Deja de persistir en vivir una vida piadosa, ¿acaso no
ves que la enfermedad y la muerte proceden de Dios? \Bendicelo, pero
olvídate de él para que así te envíe una muerte pronta!
Es por eso que Job la llama insensata. Su mujer no veía que Satanás
era el autor del pecado y de todos sus resultados, que había inducido a
los hombres a considerar la enfermedad y la muerte como procedentes de
Dios, como castigos por el pecado. No es que la mujer de Job fuera una
mujer necia, pero en ese momento, en su terrible desaliento habló como
si lo fuera. Job la llama insensata, es decir, con razonamientos propios de
una persona impía (ver 1 Sam. 25:25; Sal. 14:1; Prov. 1:7).
Job sabía el poder que tienen las palabras. Hablar palabras de duda era
darle lugar a Satanás y reforzar la desconfianza en Dios. Job quería ha
cerle saber a su mujer que cuando Satanás aflige nuestras almas, nuestros
labios debieran estar sellados a palabras de duda o tinieblas. Si elegimos
abrir la puerta a las sugestiones del enemigo de Dios, nuestra mente se
llenará de desconfianza y rebelión, y cada palabra expresada dejará un
hondo abismo en la fe de quienes nos escuchen, que tal vez sea imposible
contrarrestar.
Es muy posible que el sufrimiento de Job provocara en su mujer un
dolor indecible. También le resultaba penosa la pérdida de todos sus
bienes materiales, pero ese dolor no podía compararse con el terrible
dolor que la pérdida de sus hijos le causaba. Fueron siete hijos los que la
mujer de Job tuvo que enterrar en un mismo día. ¿Se imagina el dolor,
el terrible sentimiento de vacío? Desde el punto de vista emocional y
psicológico, esa fue la tragedia que más tuvo que haberla afectado, y sin
embargo soportó su dolor con resignación, en silencio. Amaba a Job, era
todo lo que le quedaba en el mundo, y el dolor que le causaba verlo en
aquellas condiciones indudablemente debe haberle resultado muy difícil
de soportar.
Comprendiendo el dolor de su mujer, Job le pregunta: “¿Qué? ¿Recibi
remos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2:10). Job quería
transmitirle desesperadamente a su esposa la idea de que si Dios les había
otorgado todos sus bienes para que los administraran, incluyendo a sus
hijos, y lo habían hecho con alegría y fidelidad, ahora, por amor a él les
tocaba soportar el sufrimiento. Por lo tanto, ella debía aferrarse a la fe.
La mujer de Job y las pruebas
M A RÍA :
LA M UJER QUE (R E Y Ó
“Bienaventurada la que creyó,
porque se cumplirá lo que lefue dicho de parte del Señor”
(S. Lucas 1:45).
C
ada una de las mujeres que transitaron por la pasarela de las Sagradas
Escrituras de una manera u otra nos revelaron con su vida que fueron
tan humanas como usted y yo. En sus luchas, en su desconfianza y actos
de fe, en sus desafíos, errores y caídas, en sus momentos de valentía o de
arrebato, todas ellas se identifican con la mujer contemporánea. Sus vidas
dejan establecido que no nacieron predestinadas a la salvación, ni favore
cidas en virtud de algún logro personal, dones, facultades o la herencia.
Pero en María, por ser elegida por Dios para jugar un papel directo y único
como la madre del Salvador del mundo, todo cambia.
Algunos presentan a María como un ser inmaculado, más allá de la
mujer común. Hay toda una teología que preserva a María del pecado
original. ¿Qué, pues, podría conectar a María con la mujer actual? ¿Qué
lección tiene que ofrecerle a la hija de Dios que lucha en este mundo por
vivir en armonía con Dios?
En realidad la Biblia enseña que María fue una mujer suficientemente
modesta y sin pretensiones como para que podamos identificarnos con
ella, y que a la vez fue capaz de entregarse totalmente en las manos de Dios
en el gran experimento de la encarnación. Su fe, entre sus muchas virtudes,
María: La mujer que creyó
LA ALABANZA DE MARÍA
ANA LA P R O F E T I S A
Y LA A N C IA NID AD
“Esta, presentándose en la misma hora,
daba gracias a Dios y hablaba del niño
a todos los que esperaban la redención en Jerusalén ”
(Lucas 2:38).
ué inspiradora es la historia de Ana la profetisa! Aunque las Escritu
O ras no nos revelan mucho sobre la vida de esta mujer, su influencia
Tí
llegalh nosotras como un fragante ramillete de flores que ha sabido
llegaTíasta
capturar su esencia a través de los siglos.
Por lo que nos dice la Biblia, sabemos que Ana era ya muy anciana
cuando el niño Jesús fue traído al templo de jerusalén para ser presen
tado. Estuvo casada por un período de siete años, y había permanecido
viuda por más de ocho décadas. Pero su avanzada edad no representaba
impedimento para que Ana sirviera fielmente en el templo con ayunos y
oraciones.
Ana era una mujer piadosa que vivía con la vista fija en el cumplimien
to de la promesa del Mesías como el que había de aliviar a los oprimidos,
libertar a los cautivos, sanar a los afligidos, devolver la vista a los ciegos
y revelar al mundo la luz de la verdad. Ella conocía bien las Escrituras,
obedecía la ley de Dios, y el Santo Espíritu, lleno de gracia y poder,
obraba en su mente y corazón.
No fue por casualidad que Ana se presentara en el templo justo a
la misma hora que el ferviente Simeón. Ambos ancianos amaban pro-
Amigas de Jesús
LA M UJER EN FERM A :
EL PODER DE LA FE
“El le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado'.
Vete en paz y queda sana de tu enfermedad"
(S. Marcos 5:34).
Lospadeaojossobre
de la muchedumbre se concentran en la titilante luz que par
las crestas de las olas en la distancia. Al otro lado del mar
queda Gadara, y de allí regresan Jesús y sus discípulos. Jóvenes y viejos,
artesanos, agricultores, pescadores, sacerdotes, jefes religiosos y políticos
del pueblo, y mujeres de todos los oficios esperan al Maestro apiñados a
las orillas del Mar de Galilea. Cada cual ha venido buscando a Jesús por
diferentes razones. Los ciegos, los lisiados, los mudos, los mancos y los
leprosos se ponen a la merced del Hijo de Dios, pero hay quienes están
allí por simple curiosidad.
Los porcicultores de la región vecina de Gadara han conmocionado
al pueblo con la historia de un reciente milagro ocurrido en el territorio
de las grutas. Los hombres y mujeres que esperan a Jesús conciben en sus
mentes aquel tenebroso pedazo de tierra, y tiemblan. Por allí nadie tran
sita. Se trata de un lugar donde de pronto el paisaje se disuelve ante los
ojos del viajero y cae en grotescas pendientes de piedra gris que albergan
cuevas sepulcrales en oscuras laderas.
El lugar, temido por los supersticiosos, era en efecto la morada de
un poseído que por mucho tiempo nadie podía dominar. Lo llamaban
el endemoniado de Gadara, y los demonios que lo poseyeron por tanto
Amigas de Jesús
Estaba segura que si podía tan solo acercarse a él, sería sanada. No
tenía que pedir nada, no tenía que implorar su misericordia. Su fe era tal,
que creía que con solo tocarlo sería sana. Con debilidad y angustia llegó
hasta la orilla del mar. Trató de atravesar la multitud para llegar hasta él,
pero fue en vano. Su agotamiento físico y emocional recrudeció cuando
vio que el Rabí, seguido de sus discípulos y la muchedumbre, tomaba el
camino de polvo rumbo a la casa de un alto dignatario de la sinagoga
llamado Jairo.
Ahora sí sería prácticamente imposible llegar hasta él. Sus esperanzas
de curación rodaron con el polvo del camino, pero no perdió su fe.
Con la vista fija en el Maestro de Galilea, levantó el brazo hacia la
figura furtiva del Salvador que se perdía entre la multitud, confesándole
con el corazón su necesidad. De pronto, como si el cielo hubiera escucha
do su silencioso clamor, vio que el Maestro comenzó a abrirse paso por
entre la multitud y caminaba hacia ella.
Se incorporó. Su corazón era una fuente donde el gozo que produce la
fe burbujeaba animado por el soplo del Espíritu Santo. El Maestro estaba
cada vez más cerca, pero el nudo en su garganta le impedía confesarle lo
que la afectaba. Temerosa de perder su única oportunidad de ser sanada,
decidió abrirse paso en dirección a la fuente de su esperanza entre el
gentío que la apretaba y empujaba. Un solo pensamiento la animaba
a continuar: “Si tan solo pudiera tocar el borde de su manto... si tan
solo...”
En aquel pensamiento concentró todas sus fuerzas. El Médico Divino,
el Sanador de la raza humana, estaba a pocos pasos de ella, y en medio de
aquel mar de gente que buscaba sus propios intereses, se inclinó, extendió
la mano y apenas logró tocar el borde del manto de Jesús.
Inmediatamente su hemorragia se secó. Una ráfaga de vigor invadió su
débil cuerpo, y de pronto se sintió restablecida. Sabía que estaba sana. El
paisaje y la multitud se borraron entonces de su vista, el ruido y las voces
de la gente que la apretaba callaron. Ahora no podía pensar en otra cosa
que no fuera aquello que sentía en su cuerpo y en su corazón. Rebosando
de gratitud que no podía expresar audiblemente, alabó al Salvador en
silencio mientras ahora se disponía a alejarse de la muchedumbre.
Buscaba pasar inadvertida, pero Jesús se detuvo y con él la multitud.
El Señor había reconocido el toque de la fe entre los demás toques, y supo
que había ocurrido un acto de sanidad. Ahora buscaba con la vista a la
mujer entre la multitud que lo empujaba de todos lados (ver Mar. 5:32).
Amigas de Jesús
de sangre, aunque tenga que pasar toda una vida tratando, aférrese a Dios
por fe, hasta que se sienta restablecida.
“La fe genuina es vida. Una fe viva significa un aumento de vigor, una
confianza implícita por la cual el alma llega a ser una potencia vencedora”
{El Deseado de todas las gentes, p. 313).
Hay quienes viven preguntándose qué tipo de enfermedad afligía a la
mujer con flujo de sangre que tocó el manto de Jesús. Puede haber sido
un quiste uterino o pólipos, una lesión vaginal, verrugas genitales, úlceras
o rastros de un aborto. lal vez la Biblia no lo aclara para que sepamos
que en toda enfermedad, y bajo cualquier circunstancia, la fe del creyente
todavía puede resultar en una bendición tan grande como la que obtuvo
la mujer con flujo de sangre que tocó el borde del manto de Jesús.
El milagro de la mujer con flujo de sangre no podía quedar en el
anonimato. Contiene dos lecciones importantes: Nos muestra que Dios
se complace en honrar la fe de sus hijos, y la necesidad de reconocer la
bendición recibida.
Las bendiciones de Dios no son dadas para que las disfrutemos en
secreto. Las maravillas que él obra en nuestras vidas han de ser compar
tidas con los demás con un corazón rebosante de gratitud y admiración.
Nuestra confesión pública, el compartir con otros nuestra experiencia
personal, es el mejor sermón que podemos ofrecerle al mundo. Así es
como se revela Cristo al mundo. “Somos testigos de Dios mientras re
velamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona
tiene una vida distinta de todas las demás y una experiencia que difiere
esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a
él señalada por nuestra propia individualidad” {El Deseado de todas las
gentes, p 313).
Mi sangre, tu sangre,
derramo la mía en ignominia,
tú sufrirás en el madero de la entrega y la gloria.
Mi llaga nunca termina de cicatrizar.
Mi piel nunca termina de ser piel.
Me escondo en tu presencia
para huir de un caos permanente.
Amigas deJesús
LA H IJA DE JA IR O :
SIN L ÍM IT E S DE EDAD
“De cierto os digo que si no os volvéis
y os hacéis como niños,
no entraréis en el reino de los cielos”
(S. Mateo 18:3).
N
o sé por qué, de niña a menudo soñaba que podía volar. En mis
sueños tenía la convicción que podía levantarme de la tierra y
emprender el vuelo de los pájaros. Por supuesto, advertía que mi consti
tución física no estaba capacitada para el vuelo. Para volar se requería el
esqueleto de las aves, huesos huecos, un cráneo aerodinámico y un siste
ma muscular, nervioso, circulatorio, respiratorio y digestivo optimizados
para el vuelo.
Sabía que no poseía alas que pudieran actuar como hélices, plumas
que distribuyeran el flujo de aire equitativamente, o una cola que operara
como timón. Pero aún así, a veces contemplaba mis manos y brazos
esperando la transformación de mis extremidades en alas: plumas y
plumones, húmeros, radios, cárpales y falanges que me concedieran el
privilegio del vuelo.
Lo que yo esperaba ver nunca ocurría en la realidad, pero mi imagi
nación era otra cosa. En mi mundo de fantasía abría la boca, inundaba
mis pulmones de oxígeno y comenzaba a batir los brazos. Batía y batía
hasta que finalmente mis pies comenzaban a despegarse de la tierra, mi
vista se clavaba en las alturas y me alzaba en un magnífico vuelo que me
La hija de Jaira: Sin límites de edad
remontaba hacia los picos más altos y las montañas más lejanas. Abajo
iba quedando el mundo, haciéndose cada vez más pequeño, más insigni
ficante en la grandeza del majestuoso panorama.
La niñez es tan fascinante como el vuelo de los pájaros, es la etapa de
la vida del ser humano que más intensamente se vive. Parte de la belleza
de la niñez consiste en que se vive un día a la vez, pues el niño vive el
instante sin preocuparse por el futuro. La fe nace en el corazón del niño
tan naturalmente como los capullos de rosa de mi jardín se abren cada
mañana con la primera luz del día. No sin razón, Jesús dijo que el reino
de Dios pertenece a los que se asemejan a los más pequeños (ver Mat.
18:3). Por eso, no es de extrañar que Jesús se preocupara por el bienestar
de una niña que estaba a punto de morir.
El camino de tierra al lado del Mar de Galilea se atestaba cada vez
más de gente, multitudes salían de los páramos colindantes y las regiones
montañosas de Naím, Caná y Nazaret buscando ver al hombre que podía
caminar sobre el mar y hacer enmudecer a los demonios. Jesús acababa de
sanar a la mujer que padecía de flujo de sangre, la multitud que esperaba
ver en el Rabí de Nazaret a su nuevo héroe nacional, lo aclamaba y le
pedía alguna revelación sensacionalista de su poder, pero el corazón del
compasivo Jesús miraba más allá de las expectativas humanas.
Entre la afanosa multitud Jesús buscaba a aquellos postrados por el
dolor para curar su alma y restablecer su cuerpo. Buscaba al pecador arre
pentido y al enfermo desahuciado para ofrecerles vida eterna, y cuando
los siervos de Jairo llegaron a avisarle a éste que su pequeña hija había
muerto, el sentido de misericordia de Jesús lo llevó a responder.
Mientras el Salvador del mundo aún hablaba con la mujer que aca
baba de sanar, vinieron los criados de Jairo y le comunicaron la terrible
noticia: “ Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?” Pero
Jesús, que también oyó sus palabras, le aseguró a Jairo que su hija iba
a estar bien.
“No temas, cree solamente”, —le dijo— (Mar. 5:35, 36). ¡Cree en mi
palabra! ¡Cree en mi poder omnipotente! ¡Cree que soy capaz de sostener
los mundos y ahuyentar la muerte! ¡Cree que puedes volar, y volarás! Y
¿no es acaso eso precisamente lo que hacen los niños?
El niño cree de todo corazón. Cree en su progenitor como el susten
tador de su vida. Y eso es lo que quiere Jesús de nosotros. Aun antes de
llegar a la casa de Jairo ya se podía escuchar el alboroto. Los lamentos de
las plañideras profesionales a quienes se pagaba para llorar se mezclaban
Amigas de Jesús
U
na luz plomiza, precursora de lluvia, opacaba la atmósfera incluso
dentro del templo. Un estrépito de alas de palomas y balidos de
ovejas se mezclaba con las voces de los vendedores y cambistas que traji
naban fuera del templo. Junto al jolgorio, un tufo de animales y hombres
llegaba en la forma de un vaho caliente hasta el atrio, donde los adorado
res y peregrinos que venían de ciudades tan lejanas como Naín y Cana se
reunían esperando que el sacerdote de turno abriera las Escrituras.
Entre aquella muchedumbre a veces se divisaba al Hijo de Dios. Jesús
visitaba el templo con frecuencia. Había viajado hasta allí para la fiesta de
los tabernáculos (ver Juan 7:10), enseñó en las cortes del templo (ver Mar.
14:49) y utilizó su autoridad mesiánica al reprender a los comerciantes y
cambistas que comercializaban el culto a Dios, y llamó al templo “la casa
de mi Padre’ (Juan 2:16). Pero esta vez, el Salvador del mundo tenía otra
lección que enseñarles a los displicentes hijos de Israel.
Por encima del ruido y del tumulto, sus mansos ojos se concentran
en sus alrededores. En silencio estudia la multitud, observa cada rostro y
cada ademán de quien se reúne allí por razones y motivos diferentes. El es
el sustentador del mundo, el Creador de seres que no atinan a compren-
Amigas de Jesús
der que el Hijo de Dios ha descendido del cielo para habitar en medio de
ellos. Jesús sabe lo que hay en el corazón de cada hombre.
En las primeras bancas observa a los saduceos y a las principales fa
milias sacerdotales, aquel grupo que constituye una especie de partido
compuesto por los hombres más ricos e influyentes de la sociedad. Es
casi imposible dudar de su importancia. Están también los miembros
del Sanedrín, los intelectuales judíos que regían el pensamiento de la
nación. Jesús los observa conversando entre ellos, tan autosuficientes y
tan alejados del Dios vivo, y siente piedad.
Delante de él, mirando hacia la congregación, están los escribas ata
viados en sus ostentosas vestimentas. Ellos son los especialistas de la Ley,
los jefes y miembros influyentes de las comunidades de fariseos que inter
pretan la Ley y ejercen la justicia. Debían ser un ejemplo de lo que dicen
ser, pero porque pertenecen a ese grupo de la aristocracia intelectual judía
que llegaba al poder no desde el dinero, como los ancianos o senadores, ni
por la sangre o familia, como los sacerdotes, sino por su saber, utilizan su
conocimiento como pretexto para el engreimiento. Les encanta saludarse
en las plazas y sentarse en las primeras bancas en las sinagogas y en los
mejores asientos en los banquetes (Mar. 12:38, 39).
El pueblo de Israel había sido escogido entre todas las naciones del
mundo para ser el instrumento por el cual se proclamara la verdad, pero
la naturaleza egoísta de sus líderes no les permitía apreciar las misericor
dias de Dios para con ellos, ni sus propias obligaciones como guardianes
y conductores del pueblo escogido. Y verlos en sus desesperados intentos
de grandeza entristecía el corazón de Jesús.
Los sacerdotes y levitas de menor categoría se encargan de colocar
las urnas de las ofrendas delante del pueblo. Jesús observa ahora a los
grandes de Israel en la observancia de ritos huecos. Aquellos hombres
acostumbrados a dictar leyes injustas, que decretaban vejaciones contra
los pobres para quitarles sus derechos, que despojaban a las viudas y
robaban a los huérfanos (ver Isa. 10:1-2), pasaban adelante y ofrendaban
grandes cantidades de dinero. Jesús, el conocedor por excelencia del
corazón humano sabe que ofrendan para ostentar lo que tienen. Uno tras
otro, pasan ante las urnas en una suerte de pasarela que ejemplifica la
influencia comprada por sus riquezas.
En eso una mujer se acerca. Aunque aseada, la sencillez de su atavío indica
su condición de pobre. Tal vez nadie la conoce, tal vez nadie se fija en ella ni
en su temblor cuando avanza silenciosa por el pasillo hasta una de las urnas y
La viuda en el templo: El que conoce nuestro corazón
deposita en ella una moneda de cobre de muy poco valor. Pero Jesús sí la ve.
El la conoce, sabe que es una pobre viuda y que su donativo, a diferencia de
quienes daban de lo que les sobraba, era el fruto de su abnegación, un gesto
de sacrificio por el bien de los demás hecho con amor, fe y benevolencia. Y no
dejó que aquel acto de caridad y fe pasaran inadvertidos.
Llamó a sus discípulos y les dijo: “De cierto os digo que esta viuda
pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos
han echado de lo que les sobra, pero esta, de su pobreza echó todo lo que
tenía, todo su sustento” (vers. 43, 44).
¡Qué diferencia entre ella y quienes utilizaban sin honradez lo que
pertenecía a otros como si fuera lo suyo propio! La ofrenda de la viuda ha
sido tema de inspiración a través de los siglos, se ha ampliado y profun
dizado y ha contribuido en mil direcciones a la extensión de la verdad y
al alivio de los necesitados. Quizá lo que más me conmueve es que Jesús
amaba y conocía bien a aquella mujer que por su condición minoritaria
de mujer, viuda, pobre y desamparada representaba poca cosa para los
prepotentes que ofrendaban de lo que les sobraba.
Solo Jesucristo puede descubrir los verdaderos motivos del corazón
de las personas (Juan 2:25). Ni siquiera nosotras mismas nos conocemos
tanto como nos conoce Jesús. Puede estar segura que el Creador del
universo conoce su nombre y sabe por lo que está pasando. La historia
de la viuda que ofrendó todo lo que tenía no solo ha de servirnos para
instigar en nosotras un espíritu genuino de liberalidad, sino también
para recordar que Jesús sabe quiénes somos, conoce los anhelos más caros
de nuestro corazón y cada carga que llevamos. Nos dice: “No os dejaré
huérfanos, vendré a vosotros” (Juan 14:18).
¡Qué promesa tan maravillosa! Creamos que Dios cumplirá lo que ha
prometido.
LO QUE TENGO TE DOY
LA M UJER CANANEA
Y LA IN T E R C E S IÓ N
“¡Mujer, grande es tufe!
Hágase contigo como quieres.
Y su hija fue sanada desde aquella hora'
(S. Mateo 15:28).
S
e ha preguntado alguna vez por qué, tras la alimentación de los
cinco mil, Jesús decidió retirarse de Galilea e irse a territorio de los
gentiles, a la región de Tiro y de Sidón? (Mat. 15:21). Estoy conven
cida que por mucho que las mujeres y los hombres buscaron a Jesús
durante sus años de ministerio aquí en la Tierra, nadie lo buscó tanto
como él a ellos.
Vez tras vez los Evangelios nos presentan que Jesús dejaba lo que
hacía para encontrarse con quien más lo necesitaba. Tomaba atajos,
navegaba mares encrespados y transitaba caminos escabrosos para que
aquel que precisaba su bendición con desesperación, la recibiese. Una
de las historias de fe más espectaculares que encontramos en la Biblia
nos la presenta la mujer sirofenicia, a quien Jesús fue a buscar entre los
gentiles.
Tiro y Sidón eran antiguas ciudades fenicias situadas en la costa
mediterránea, al norte del Mar de Galilea. Su historia se remontaba
a una época de idolatría suprema y al culto pagano de Baal y Astarté,
instituidos por la perversa Jezabel (ver 1 Rey. 16:31). En el tiempo de
Jesús, estas ciudades eran centros de comercio y cultura pagana. Y fue
Amigas ele Jesús
MARTA:
JE SÚ S Y LA M UJER AFANOSA
“¡Buscad a Jehovd mientras puede ser hallado,
llamadle en tanto que está cercano!”
(Isaías 55:6).
E
s fácil identificarnos con las mujeres de los relatos bíblicos. Pareciera
que cada una de ellas posee características parecidas a las nuestras.
Pero quizá hay una entre todas que nos impacta de una manera peculiar.
Quizá nos intranquiliza y nos impele a estudiar un poco más la historia
de su vida, con más fascinación tal vez porque nuestra vida se ve reflejada
en la suya, y lo que aprendemos de ella es inestimable.
La historia de Marta la afanosa se parece un tanto a la mía. El desor
den me aturde, los afanes de una casa limpia me persiguen como zum
bidos de abejas. Desempolvar, barrer, baldear, enjuagar, fregar, lavar, son
preocupaciones que no me abandonan, hurtan mi energía, me aíslan de
mis seres queridos y a menudo se interponen en mis encuentros con Jesús.
¡Cómo me veo entonces reflejada en la vida de Marta!
El camino de Jericó a Betania era largo y agotador. Durante los largos
veranos, calurosos y secos, los vientos del desierto levantaban piruetas de
polvo que se pegaban a la piel e irritaban los ojos de los viajeros. Parada
a la puerta de su acogedora casa, Marta espera ansiosa la llegada de sus
invitados para aliviarles las penurias del camino. En toda la aldea de
Betania, Marta tiene fama de ser una excelente anfitriona, pero esta vez se
sobre esmera en agasajar a sus invitados, pues a quien espera es al Maestro
Alaría: Jesús y la mujer afanosa
que pedía justicia ante una autoridad superior, pero Marta fue sorpren
dida por las palabras de Jesús: “Marta, Marta, afanada y turbada estás
con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido
la buena parte, la cual no le será quitada” (vers. 41, 42).
Casi puedo percibir el súbito temblor de Marta, casi puedo sentir
lo que sintió la afanosa mujer en aquel momento: Vergüenza propia al
entender que ni siquiera el cumplimiento del deber podía compararse a
encontrarse en la presencia del Señor, y luego el dolor que le ocasionaba
contemplarse a sí misma y comprender su terrible necesidad de Dios. Y
esto lo puedo decir con convicción, porque percibo mis propios senti
mientos en la historia de Marta, sentimientos que me doblegan delante
del Señor cuando mis obsesiones me apartan de su presencia divina.
¡Cuán oportunas fueron las palabras de Jesús a Marta! En realidad,
sus palabras y el mensaje que ellas contienen, no fueron únicamente
para aquella afanosa mujer de antaño que pensó que preocuparse por lo
cotidiano tenía más valor que preocuparse por lo espiritual. No. Fueron
también para usted y para mí. El Creador y Sustentador de la humanidad
sabía que este pobre mundo está colmado de afanosas Martas. Martas que
surten, Martas que administran, Martas que cocinan y limpian, Martas
que proveen para su familia y la iglesia, Martas que sostienen y dedican su
vida al cuidado de los demás, y olvidan, en su afán, que aquello por lo que
realmente vale la pena vivir, es sentarse a los pies del Salvador y alimentarse,
surtirse, armarse, fortalecerse y vestirse de él, como lo hizo María.
Las palabras de Jesús a Marta no fueron un regaño. Al contrario, eran
la clave de su felicidad, y también de la mía. En esos momentos cuando
el continuo trajinar de la vida llega a desesperarme, es cuando me parece
estar escuchando la voz del amante Jesús dándole sus sabios consejos a
Marta. ¡Y qué diferencia hacen estas palabras entonces en mi vida!
Me abren los ojos. Me hacen advertir que mis cortos e infrecuentes
momentos a los pies de Jesús no son suficientes. Me hacen recapacitar y
también me llevan directamente a la oración intensa donde me olvido
de toda preocupación y los problemas comienzan a perder importancia
porque mis ojos están únicamente enfocados en mi precioso Salvador.
Mi corazón agradecido entonces se abre a la luz que desciende del cielo
con la fragancia de un capullo de rosa. Y estoy segura que así fue también
con Marta.
Ojalá aprendamos a permanecer a los pies de Jesús, que aprendamos a
beber de las palabras de ese Jesús que está disponible para cada hijo suyo
Marta: Jesús y la mujer afanosa
que lo busca, en cualquier tiempo y en cualquier hora. No tenga miedo.
Haga de Jesús su amigo, tal como lo hizo Marta.
LA ENTREGA DE MARTA
M A RÍA MAGDALENA:
N U E S T R A ENTREGA
“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador,
y grande en misericordia
para con todos los que te invocan ”
(Salmos 86:5).
E
n casa de Simón hay revuelo de fiesta. La amplia mesa brinda un
exquisito espectáculo en toda la gama de manjares que la adornan,
y los almohadones donde se reclinan los invitados están recubiertos
de lienzos nuevos. I odos los habitantes de Betania saben que aunque
fariseo, Simón es discípulo de Jesús, y que en agradecimiento por haber
sido restablecido de la lepra, le ofrece aquel festín.
Apenas faltan escasos días para la celebración de la Pascua. Jesús, de
paso hacia Jerusalén, había decidido hospedarse en casa de sus amigos de
Betania, y aprovechando la ocasión, Simón quiso honrarlo. La pequeña
aldea se ha convertido ahora en el centro de la atención de la comarca.
Una nota de expectación cunde el aire en casa del fariseo. Lázaro, quien
acaba de resucitar de la muerte, está presente, y todos quieren verlo y
escucharlo contar su experiencia de ultratumba. Pero es más que eso. Es
algo más importante lo que hace que gente de todas partes se alleguen.
La fama de Jesús se ha extendido por todo Israel, y una multitud
de peregrinos que en camino a Jerusalén se han detenido en Betania,
buscan verlo. Mientras los instrumentos de cuerda que tocan los músicos
invitados por Simón comienzan a escucharse en dulces notas por toda
V
Amigas deJesús
había escuchado la voz de Jesús rogando al Padre por ella, siete demonios
habían salido de ella bajo la autoridad de su voz, y por la misma autoridad
la muerte había sido reprendida y su hermano Lázaro devuelto a la vida.
¿Cómo dejar de ensalzar a Aquel a quien tanto debía?
María Magdalena sabe que fue una gran pecadora. Sabe cuánto odia
ba el cielo el pecado, sabe que había sido una muerta en vida hasta el
momento en que conoció a Jesús, y al ser perdonada había recobrado
su dignidad y los mismos deseos de vivir. Había escuchado que jesús
estaba a punto de ser coronado rey, y en su mente comenzó a anidar una
idea y un plan. El vaso de alabastro de nardo puro que había adquirido
para su sepultura le serviría ahora para ser la primera en honrarlo como
rey. ¡Cómo palpitaba en su pecho agradecido el anhelo de honrar a su
Maestro! Pero de repente se da cuenta que es el centro de atención de
todos los presentes, que los ojos de todos la observan; acusadores. Y se
siente perdida.
María Magdalena no desconoce que para cada uno de los que están
allí ella es todavía la inmunda María Magdalena de antaño. Sabe que
la situación es escandalosa para Simón porque Jesús ha permitido que
una mujer lo toque en público, y no otra sino ella: una pecadora pú
blicamente conocida. Ahora, al sentir el peso de tales acusaciones, se
pregunta si acaso ha actuado bien al ungir al Maestro. No sabe qué hacer.
Iemblando, con el corazón hecho pedazos, intenta huir. Pero el acto de
agradecimiento y reconocimiento de María Magdalena no habría de
quedar en el anonimato. Jesús, que conoce mejor que nadie el corazón del
hombre, no quería que el amor de un pecador arrepentido como María
pasara desapercibido.
Ninguna alabanza queda sin ser escuchada por Dios, ningún acto de
agradecimiento que salga de un corazón sincero quedará en la oscuridad.
Cada pensamiento dirigido hacia nuestro Padre Celestial, cada acto de
honra que salga del corazón arrepentido del pecador será esencia de gozo
en el cielo.
¡Cuán diferente es el hombre! La reacción de Simón no fue inespe
rada. Simón conocía bien a María Magdalena. Él había sido uno de
los hombres que la habían usado y abandonado. Al percibirla todavía
como una pecadora, juzgó a Jesús en silencio. Pero el Hijo de Dios leía
perfectamente la mente de Simón. Su parábola de los dos deudores iba
dirigida a la raíz de su problema: Un celo religioso carente de gracia. ¡Y
Amigas de Jesús
apuntan con un dedo acusador para decirle que sus pecados son demasia
do grandes para que Dios se digne a cubrirla con su manto de gracia.
María Magdalena fue restaurada de su vida de pecado porque, aunque
los seres humanos veían en ella la deshonra de una mujer pecadora, el
Salvador veía en ella una joya preciosa. Y ocurre lo mismo con cada una
de sus hijas terrenales.
Ande, vaya a su Salvador en este instante. No olvide que él es bueno
y perdonador, y grande en misericordia para todos los que le invocan.
Acérquese a él, y dígale todo lo que su corazón, guiado por el Espíritu
Santo, la impulsa a decirle o a hacer en su nombre.
LA MUJER
S A M A R IT A N A :
EL ENCUENTRO (O N JE SÚ S
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que según su grande misericordia
nos hizo renacer para una esperanza viva ”
(1 Pedro 1:3).
E
sol de mediodía calcina la tierra de Sicar. En la distancia, el paisaje produ-
e una imagen invertida como si se reflejara en una superficie líquida. Es el
intenso calor que abrasa el polvo seco del camino; un camino que a esta hora
del día no es sino un erial fantasmagórico por donde nadie quiere caminar.
A esa hora del día una solo puede dormir o sentarse bajo la sombra de
una higuera a esperar que la misericordia del atardecer refresque el aire
candente. En esa soledad que se interpone en la ruta del sol, cruza alguien
que rompe todo esquema.
Es alguien que no es nadie. Es una mujer a quien no le importa el
calor, ni las miradas acusadoras de la gente, porque está acostumbrada
a ser diferente. Haber nacido mujer es ya en sí una circunstancia que
anula su valor. Pero ser una mujer como ella, es peor aún. Ni siquiera se
le permite la dignidad de un nombre. Su lugar de nacimiento le concede
su única identidad, por eso se la conoce como Ha samaritana”.
Mírela, allí viene bajando la colina que conduce al pozo. Las horas
frescas de la mañana, cuando el resto de las mujeres de la aldea suelen
Amigas deJesús
dirigirse al pozo, les son prohibidas. Ella es un paria, una mujer con la
cual nadie quiere identificarse. Por eso se ve obligada a salir cuando los
demás se esconden, a sufrir el sol cruel y asfixiante como la crítica de
sus congéneres. Ella conoce muy bien su lugar en la aldea. Por eso no
protesta, y sale por agua cuando nadie sale; como siempre hace y siempre
habrá de ser.
Ya casi llegando al pozo, la mujer distingue la figura de alguien que
como ella no le teme al sol. El forastero que está sentado junto al círculo
de piedras es judío, y tan pronto la ve llegar, le pide de beber agua... a
ella, una mujer, y para eso samaritana.
Los judíos condenaban todo trato social con los samaritanos. Pedir
agua a una mujer samaritana era atentar contra uno de los esquemas más
implacables de la época. Con sus palabras y obras, aquel hombre retaba a
sus contemporáneos a aceptar que Dios no hace acepción de personas.
Por su parte, la samaritana está acostumbrada a decir lo que siente.
Basándose en las diferencias religiosas entre judíos y samaritanos, sor
prendida le pregunta: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber,
que soy mujer samaritana?" (Juan 4:9).
Tal vez, la mujer samaritana esperaba abrir un diálogo de índole re
ligioso cultural, tal como lo vemos más adelante en su conversación
con Jesús; un diálogo que bien podría haber sido un reflejo de su vida
de resentimiento, de su cansancio y su lucha contra el prejuicio que la
convierte en “la samaritana”, una mujer de poca honra, miembro de un
grupo de “casi” judíos. En efecto, toda Samaría era un paria, una rama
del judaismo despreciada por el centro.
Ese no era el propósito del Salvador. Desde hacía mucho tiempo, ella
estaba en su lista de perdidos. La mujer samaritana necesitaba desespera
damente la garantía de su salvación, y el Hijo de Dios ya la había ubicado
dentro de su plan divino.
jesús conocía el tremendo potencial de la mujer samaritana. Conocía
la gran obra que aquella arrinconada de Samaría podía hacer bajo la
influencia regeneradora del Espíritu Santo. Para eso había venido a Sa
maría, por eso el Evangelio dice que “le era necesario pasar por Samaría
(vers. 4).
Vez tras vez, Jesús salió de su camino para buscar al perdido. Y aunque
en este punto de la historia la mujer samaritana no capta este concepto en
su total plenitud, ya ha comenzado a admirar a su interlocutor, presiente
que está ante alguien diferente, alguien con potestad. Y no se equivoca.
La mujer samaritana: El encuentro con Jesús
ODA A LA SAMARITANA
Los jóvenes de hoy aseguran que las relaciones sexuales antes del
matrimonio con múltiples parejas son aceptables y algo normal. ¿Qué
piensa usted? ¿Qué opina sobre el amor libre y la píldora?
¿Encontró la mujer samaritana la verdadera felicidad en Jesús?
Para meditar:
• La Palabra de Dios no nos dice si la mujer samaritana padecía al
gunas de las enfermedades contagiosas de transmisión sexual que
afectan hoy a una gran parte de nuestra sociedad. Pero es posible
que sí. Existen más de cincuenta enfermedades que se transmiten
por la vía sexual. Algunas de estas enfermedades pueden tener
graves consecuencias para la salud, e incluso ser mortales.
• La enfermedad pélvica inflamatoria, la clamidia o cervicitis,
la uretritis gonocócica, la Hepatitis B, la vaginitis, las verrugas
venéreas, la sífilis, la gonorrea, el herpes genital y el sida, son
solo algunas de las enfermedades más importantes, o de mayo
res consecuencias. En la actualidad hay un incremento de estas
enfermedades, y está comprobado científicamente que la causa
primordial de este fenómeno son las relaciones sexuales múlti
ples. Algunos de los síntomas iniciales incluyen: Urgencia o un
aumento en la frecuencia, la incontinencia, la descarga vaginal,
dolor o quemazón al orinar, relación sexual dolorosa y úlceras en
la garganta.
• Debe ser capaz de reconocer las señales de una infección y bus
car atención médica inmediata. Si piensa que puede tener una
enfermedad de transmisión sexual, consulte a su médico inme
diatamente para un diagnóstico y un tratamiento. No deje que la
vergüenza o la ignorancia le impidan buscar ayuda.
• Los especialistas en enfermedades infecciosas establecen como
medidas preventivas las relaciones sexuales con una sola pareja.
Eso lo sabía Jesús cuando habló con la mujer samaritana junto
al pozo de Jacob. También sabía que el mundo solo ofrece pro
mesas vacías y sueños insatisfechos, y que la mujer samaritana
necesitaba a Dios desesperadamente. Dios también la conoce a
usted. Si siente que su vida no tiene estabilidad, que el pecado la
ha apartado de Dios, no espere a que Jesús tenga que decirle “ve,
llama a tu marido”.
La mujer samaritana: El encuentro con Jesús
FUENTES ADICIONALES DE INFORMACIÓN:
CDC NATIONAL STD HOTLINE
Teléfono: 1-800-227-8922. Horario: 8 AM-11 PM (ET) de lunes
viernes
Las llamadas son gratuitas y todo se lleva a cabo bajo estricta confi
dencia. Si lo desea, puede adquirir información escrita sobre las enferme
dades de transmisión sexual.
AMERICAN SOCIAL HEALTH ASSOCIATION
http://www.ashastd.org/
PLANNED PARENTHOOD
STD Awareness page
http://www.plannedparenthood.org
DIVISION OF HIV/AIDS PREVENTION
U.S. Centers for Disease Control and Prevention
http://www.cdc.gov/nchstp/hiv_aids/pubs/facts.htm
C a p ít u l o 31
LA SUEGRA DE PEDRO:
LA G RANDEZA DEL SERVICIO
Al que nos ama,
y con su sangre nos libró de nuestros pecados,
)/ nos constituyó en un reino de
sacerdotes para servir a Dios, su Padre.
A él sea gloria e imperio
para siempre jamás,
(ver Apocalipsis 1:5, 6).
ara escribir, usualmente tengo que vivir en sentimiento y mente
el pasaje del cual escribo. Aprendí a captar los detalles contenidos
en la historia de la suegra de Pedro, varios años atrás, cuando me tocó
acompañar a mi esposo a una iglesia en California donde tenía que
predicar. Era una iglesia grande, de muchos miembros, y su pastor vivía
ocupado en muchísimas labores y responsabilidades que a menudo lo
alejaban de su hogar. Su joven esposa quedaba al cuidado de la casa y
sus dos pequeñas hijas sin la ayuda de su esposo. Pero esta mujer era
privilegiada, no estaba sola. Contaba con la inapreciable ayuda de su
madre; una activa y ferviente mujer quien jugaba un papel central en
aquel hogar.
Esta entusiasta mujer, una cristiana dedicada al servicio de Dios y
su familia, socorría a su hija en todos sus quehaceres cotidianos con un
corazón agradecido y alegre. Recuerdo particularmente el almuerzo que
nos tenía preparado aquel sábado; un banquete para homenajear a los
La suegra de Pedro: La grandeza del servicio
Aquel que con su sangre nos libró de nuestros pecados nos ha consti
tuido en un reino de sacerdotes y sacerdotisas para servir a Dios. Este es
nuestro mayor privilegio.
TODO LO QUE TENGO
LA M UJER ADÚLTERA
Y LA V IS IÓ N DE JE S Ú S
“Dios no envió a su Hijo al mundo
para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él ”
(S. Juan 3:17).
A
noche, en las noticias escuché la increíble historia de una joven de
Arabia Saudita quien, tras haber sido brutalmente violada múltiples
veces por una pandilla de siete maleantes, en vez de ser defendida por la
ley, fue sentenciada por un tribunal saudí a noventa latigazos. Y todo,
porque en desacato a la ley de segregación de sexos, al momento del
ataque se encontraba en un automóvil con un hombre que no pertenecía
a su familia. Cuando esta joven intentó apelar a la justicia ante los medios
de comunicación, su condena fue entonces rematada con seis meses de
cárcel y 200 latigazos más; una práctica de la tradición islámica que data
de hace 1.400 años.
Estas prácticas islámicas eran parecidas a las establecidas en Israel
en el tiempo de Jesús. Si 200 latigazos nos parece tan brutal que apenas
podemos imaginárnoslo, ¿se imagina lo que sería la aflicción mordaz de
las piedras?
La mujer que han arrastrado hasta el patio interno del templo se coloca
en posición fetal sobre el suelo esperando una muerte certera. La imagen
que proyecta contrasta con la sobriedad del templo. Está sucia de lodo,
tiene las manos y piernas cubiertas de sangre por los rasguños y heridas
Amigas de Jesús
gracia divina. Aun así, se creen demasiados justos, muy por encima de la
mujer que gime a sus pies acorralada por el miedo. Por eso insisten en que
el Hijo de Dios responda según la justicia inadecuada y enana de ellos,
según su criterio egoísta, mientras desbaratan bajo sus pies la lección de
perdón que el Divino Maestro trataba de enseñarles.
Viendo su insistencia, a Jesús no le queda más que enderezarse y decir:
“El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella” (Juan 8:7). Si te parece que eres más justo que esta pecadora,
si acaso piensas que tu pureza y tu vida sin tacha de pecado te conceden
el derecho a actuar como Dios para herir a tu semejante, entonces levanta
tu mano y tira la primera piedra. Se inclinó entonces junto a la mujer, a
su nivel, y continuó escribiendo en tierra.
¡Qué espectáculo! ¡Qué oportuna lección! Jesús quería enseñar a aque
llos hombres que se adjudicaban su propia justicia y pureza, que tomaban
las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tomaban lo amargo por
dulce y lo dulce por amargo (Isa. 5:20), y que teniendo frente a ellos al
inmaculado Hijo de Dios no pudieron reconocer la suave voz de su gracia
y su perdón.
La humillación a la que se vieron sometidos los escribas y fariseos
fue completamente merecida. Condenados por la verdad, uno tras uno,
encabezados por el más viejo, comenzaron a alejarse. Cabizbajos, en si
lencio, temerosos de hacerse aborrecibles ante la publicidad de sus propios
pecados, se alejaban volteando la cabeza una vez más para ver el perdón
humanizado; el perdón en la acción de Jesús hacia la mujer y hacia ellos
mismos. Hasta que por fin quedaron solos Jesús y la mujer.
Ambos quedan en silencio. La mujer que hasta hacía poco temblaba
en el suelo, levanta la cabeza suavemente, y a través de los largos cabellos
que ocultan su rostro, se atreve a contemplar a su Salvador. ¡Está viva! No
hay nadie que la condene, ni siquiera el Hijo de Dios requiere que pague
su pecado con su vida. ¡Ha vuelto a renacer en la presencia de su Salvador!
No puede ni quiere apartar la vista de su Salvador. Ha vuelto a renacer
en su presencia, y aunque su pecado la revela sucia e inmunda ante el
Redentor del mundo, no se siente condenada. La mujer adúltera sabe que
todavía tiene que esperar la decisión de Jesús, ahora debe esperar que sea
el mismo Dios quien decida su suerte. Mas no teme, su terrible pecado
la ha llevado a los benditos pies de la Gracia hecha persona. Debió haber
muerto, pero su vida había sido preservada por amor.
La mujer adúltera y la visión de Jesús
LAS D IS C ÍP U L A S
DE JE SÚ S
Y LA M UJER DE HOY
El les dijo: “Vengan a ver”.
Fueron, pues, vieron dónde vivía
y se quedaron con él...
(ver S. Juan 1:39).
E
s bien conocido que un grupo de doce hombres de distintos tem
peramentos y clases sociales fueron escogidos para ser los discípulos
de Jesús durante su ministerio aquí en la Tierra. ¿Quién no conoce la
historia del impulsivo Pedro? ¿Quién no ha escuchado alguna vez hablar
de Juan, el discípulo amado, o del incrédulo Tomás o el traidor Judas?
De lo que se habla poco, o casi nada, es que Jesús tuvo otro grupo de
seguidores que rompió todos los esquemas de su tiempo. Me refiero a las
discípulas de Jesús, mujeres que en total igualdad de condiciones con los
discípulos, fueron protagonistas en su ministerio.
La Biblia nos enseña que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas
predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, pero con él y sus
discípulos iban también sus discípulas (Luc. 8:1-3). ¿Qué vieron en Jesús
aquellas mujeres, me pregunto, para que estuvieran dispuestas a salir de
sus casas y ser asimiladas en un grupo mixto con hombres que no eran
sus esposos?
¿Se imagina el espectáculo que estas fervientes mujeres han de haber
sido para aquel pueblo dominado por las leyes del patriarcado? Segu
ramente fueron severamente criticadas y mal interpretad as, pero a estas
Las discípulas de Jesús y la mujer de hoy
mujeres nadie les iba a impedir estar cerca de Jesús; ni siquiera las leyes o
costumbres de su tiempo.
Las experiencias que condujeron a cada una de ellas a Jesús segura
mente fueron muy similares a las de los discípulos. A través del testimo
nio personal del apóstol Juan vemos cómo Jesús atraía a sus seguidores
hacia sí. Juan y su amigo Andrés, originalmente discípulos de Juan el
Bautista, fueron movidos a seguir a Jesús cuando comenzaron a captar
que éste era el Cordero de Dios (Juan 1:36). En silencio, pero llenos de
preguntas, siguieron al Maestro hasta que éste se volvió y les preguntó:
“¿Qué buscáis?”
Curiosamente, los discípulos responden a Jesús con otra pregunta,
una que en realidad no tenía nada que ver con los verdaderos anhelos de
su corazón. “Rabí — que significa Maestro—, ¿dónde vives?” (vers. 38).
Su pregunta no era sino su imperiosa necesidad de conocerlo más ínti
mamente. ¿Quién eres? ¿Acaso eres el Mesías anunciado por los profetas?
¿Dónde vives? Estas preguntas no eran sino un pretexto para acercársele.
Y Jesús, leyendo la intención oculta de su corazón, los invita a convivir
con él, de manera que ellos mismos puedan formar su propia opinión
sobre él.
La pedagogía de Jesús es diferente a la del maestro común. No les dice
“Yo Soy el que Soy”, no coacciona, no espera una aceptación forzada.
“Venid y ved”, les dice simplemente. Y ellos fueron, y viendo dónde vivía,
decidieron permanecer con él (Juan 1:33-39).
En realidad, lo que los atrajo no era tanto el lugar donde vivía el
Maestro, sino el Maestro mismo. Su testimonio les impactó tanto, que
interiormente lo único que deseaban era quedarse a su lacio. Y lo mismo
sucedió con las discípulas de Jesús.
¡Era imposible conocer a Jesús y no sentirse atraído por él! Pero en el
caso de las discípulas de Jesús, me atrevo a ir un poco más lejos y decir
que es probable que su experiencia con el Hijo de Dios sobrepasara en
profundidad a la de los discípulos. Me atrevo a postular que su encuentro
con Jesús fue más significativo y emocionalmente explosivo por causa de
su condición marginada de mujer en el primer siglo.
Para estas mujeres, seguir a Jesús significaba algo más sublime que
luchar por una buena causa, o el logro de metas comunes. Seguir a Jesús
era el resultado de algo maravilloso. Representaba su agradecimiento por
la restauración de sus vidas, la restauración de su salud, la restauración
de sus relaciones personales, la restauración de su estima propia y su
Amigas de Jesús
NUESTRO LLAMADO
ISBN 13:978-0-8163-9320-6
ISBN 10:0-8163-9320-6