Você está na página 1de 2

III

Ana recorre con su mano la mesa a punto de coger el boli. Su mirada está tiesa en la
lampara cerca de la ventana, encendida aunque es pronto por la mañana. Al otro lado del
patio de luces hay también una luz encendida, y una persona que con los brazos
levantados debe estar mirándose en algún sitio. La pared del edificio es gris y está sin
pintar y está sucia. Ana está acercando su mano al boli, de repente, piensa que tiene que
cogerlo. Su cuerpo está suspendido en una inclinación de cuarenta y cinco grados en los
que se pervierten muchas cosas de la perspectiva cenital desde la que deberíamos
observarlo. No ha cogido aún el boli. Mira la mesilla, el suelo, sus pies, el cajón, piensa en
el cajón lleno de cosas, qué cosas, no lo sabe, en el suelo debajo hay otro suelo, debajo
de ese suelo, una habitación, unas losas, el vestíbulo, la calle, pero el ascensor, las
escaleras, los adoquines grises, de piedra, los cubos de basura, los contenedores, la calle
mojada, el vestíbulo, los otros edificios, los zapatos, los zapatos de la gente que se
dispone, a veces una cabeza asomada a lomos de un contenedor, el rojo, el eco de las
nubes que se retiran, el viento de las calles, las plantas que se secan en los parques con
pinchos, las plantas de los balcones, las señoras que se riegan, las mantas que te
encuentras cuando caminas, y seguramente esas personas que están debajo de ellas, el
señor que se masturba tirado en el macdonals, las personas que se ríen, las personas
que se echan fotos a la personas que se ríen, el edificio tiene seis plantas, cuatro familias
por planta, veinticuatro familias, el ascensor que sube, el polvo que se acumula en la
esquina de la cama, por qué iba a coger ese boli, el universo no se sabe muy bien por
qué, la gente que sube, la luna, la luz se ha muerto, la gente se morirá pero bien, la tinta,
mi mano que se cae, la mano que sube, se pondrá por delante, por qué, irá delante, por
qué, una vez hubo dinosaurios, las uñas de las palomas cada vez más largas, cuando
miras la tele parece que cada uno tiene su sitio, en la pantalla del móvil, del revés, en un
despacho, en la universidad, en la calle, las hormigas roen el cadáver del ratón al lado de
tierras semihundidas, hay gente que se tuerce en la calle, gente recta, y después está el
suelo de parqué en el que te apoyas, y los ritos, y la alarma otra vez a las nueve de la
mañana también, pero el impulso en el que te has decidido tal vez sucumba antes de ver
cumplido su objetivo. Las cosas pasan.

IVI

Ana coge ese estúpido lápiz. Deja de una puta vez de rondarte los pensamientos con
cosas estúpidas y con cosas dañinas. A quién le importa—y menos a ti— lo que puedan
hacer las personas que están fuera. O es que acaso no te has enterado de que están
fuera. Lejos. Demasiado tarde. Te lamentas y sabes lo precioso de tu lamento. Quieres tu
lamento y haces gestos para guardarlo escondida. Detrás de los cristales, en los caminos
contenciosos, en los mudos funerales del presente a los que te entregas con tanta y tanta
pasión, allí es donde quieres que nadie lo vea viéndolo, allí es donde las espigas
murmuran y el silencio desalumbra, y es el silencio, el agua en la que nadas dejando tus
cabellos descubiertos al amanecer. Pero no existe, no hay nadie, nadie mira y también,
mira, nadie llama y tus palabras te están quemando los pies, y te gustaría, quieres pensar
que nadie te oye, que nadie, sino fuese porque tienes sus oídos lloviendo. Amén, porque
tienes..así sea, escapar es un pensamiento cúbico que se desdobla. Sí, te permite ver la
perspectiva, pero organizada, tal como está, bonita, sólo podrás superarla a través de otro
cubo. Coge tus cosas y vete, en la oscuridad de la habitación sin luz, los ojos cerrados, la
luminosidad del no infinito te recorre. Sabes que no puedes irte, que es en la dilentacia de
los actos donde tu supremo hacer se manifiesta con mayor dios. Y así, en ese paso, el
fracaso se paga y rompe sus horas.
IIV

Ese maldito boli que no existe, te lo digo yo, alzado símbolo de la narratividad del
problema, tus ojos estrábicos tratando de diferir el sentido de la metáfora, la metáfora del
sentido, apoyado en un panel blanco, no una hoja de cera, una hoja blanca que no es un
papel, que es una mesa, que no es una metáfora, que no tiene ni idea, que tu mano que
se extiende, se extiende o no, se desenvuelve, se acerca a la mesa, busca cogerla, a la
mesa, no, al boli, a sí misma, desasirse en su propia utilidad, como el cuchillo te dices,
porque yo soy ese cuchillo, el cuchillito de la extensión susurras, no son tus palabras, ni
tampoco tus gestos, ni siquiera aunque hubieras estado reflexionando mucho tiempo
sobre ellos, aunque los hubieras estado pensando tanto antes de hacerlos, hasta en el
momento de hacerlos, y entonces mirando, entonces también anotando el gesto, con esta
mano, no, la otra, cogiendo el boli que se acera, con esta mano no, la otra, hasta
retorcerlo en su propia propiedad, hasta dejarlo escaso de sien, hasta metido dentro, en la
idea, no en la idea, sino en la mesa, tú atravesada traspuesta, sosteniendo un boli que es
una mano que se alarga, que se desdobla, corriendo dentro de tus ganas como un caballo
desbocado para obedecerte, para reparar, para prestar atención a lo que traes en ciernes,
desenvuelta, dar a luz a coger un boli mientras la carne se escurre, mientras fracasas tan
de soniquete, con las campanadas ya tarde, ya vino el lobo, ya se han escurrido las que
estaban allí, esa que predijo y esa que acertó, no fuiste lo suficientemente rápida, y ahora
estás en el medio, insalubre, quebrada en la linea inexistente, antes luz y ahora sombra,
esfera negra en la que recoges la llanura de todo lo que existe y por eso te esperas, lo
quieres entero, no todo, lo que no existe, todo lo que no llego a existir, el antidios
aristotélico en el que te asombras y en el que enmudeces y que en el secreto adoras, si
no fuera por el cuerpo, el cuerpo que es un cuchillo, del que ahora desfloras todos su
aljibes, dejando y comiéndo por completo, inmóvil de repente, imbécil como ahí puesto en
un grabado de goya, te dices, la negrura es absoluta, tu mano envuelve el aire, la
distancia que queda entre tus dedos y la mesa, la mesa que habías visto, transportada
quien sabe dónde hasta tantas dimensiones, no el sentido, el sentido permitido insulso,
revultado, inferido y desechado en la tinta total de tu condición: el silencio

Você também pode gostar