"Idólatras" suena hiriente a los oídos de los que se proclaman ateos o increyentes, a veces no sin cierto aire de autosuficiencia y superioridad. Una reflexión profunda sobre estas ideas...
"Idólatras" suena hiriente a los oídos de los que se proclaman ateos o increyentes, a veces no sin cierto aire de autosuficiencia y superioridad. Una reflexión profunda sobre estas ideas...
"Idólatras" suena hiriente a los oídos de los que se proclaman ateos o increyentes, a veces no sin cierto aire de autosuficiencia y superioridad. Una reflexión profunda sobre estas ideas...
En una de las bitácoras anteriores veíamos que, si
se habla con propiedad, no existen ateos ni increyentes. Presento mis disculpas si la calificación: "idólatras" suena hiriente a los oídos de los que se proclaman ateos o increyentes, a veces no sin cierto aire de autosuficiencia y superioridad. 1. EL CONOCIMIENTO ANALÓGICO DE LO DIVINO 1.1. ¿Dios a la luz de la razón humana como el color rojo según los ciegos de nacimiento? Invito al lector a hacer la experiencia de averiguar qué entiende un ciego de nacimiento por alguno de los colores, por ejemplo el rojo. Siempre que lo he intentado, me han pedido puntos de referencia o identificación de ese color, y siempre desde lo acústico. Es lógico, pues los ciegos –tal vez por compensación- suelen tener muy desarrollado el sentido de la audición. En esa circunstancia uno se ve obligado a comparar el color rojo, el color más fuerte y excitante, con el sonido fino, penetrante del violín. ¿Pero, qué diría el ciego de nacimiento si lograra ver? Y esto a pesar de que la imagen visual y la acústica son de la misma naturaleza (ondas vibratorias), aunque de distinta frecuencia. Entre Dios y la razón humana hay una distancia “infinitamente” mayor que entre el color y el sonido. Por eso nuestro conocimiento de lo divino a la luz de la razón es analógico, simbólico, metafórico. 1.2. Es relativamente fácil saber que Dios existe, muy difícil saber cómo es Dios El pensador español Xavier Zubiri (Naturaleza, historia y Dios, Editora Nacional, Madrid 19787, p. 353) pone en relieve unas palabras de santo Tomás se Aquino (Summa Theol I q. 2 a. 1 ad 1um): “Conocer a Dios de cierta manera confusa es algo que nos está naturalmente inserto (…). Pero esto no es conocer simpliciter que Dios existe. De la misma manera que conocer que alguien viene no es conocer a Pedro, aunque sea Pedro el que viene”. Con otras palabras, una cosa es saber que alguien viene y otras saber quién es o cómo es el que viene. Para saber que alguien viene no suele ser necesario aplicar la oreja a la tierra como en las películas de indios estadounidenses para escuchar el galope lejano de los caballos; se presiente la mayor o menor cercanía de alguien por sus pisadas, olor, etc. Es fácil saber que Dios existe, muy difícil conocer cómo es Dios. Más aún, en épocas de predominio sensorial como la helenística y la actual, puede resultar difícil hasta llegar al conocimiento de la existencia de Dios por medio de la razón. A la pregunta: ¿cómo es Dios?, el cristianismo tiene una respuesta maravillosa: ¡Jesucristo! Pero, en esta bitácora, nos acercamos a Dios desde la razón, no desde la revelación y fe cristiana. 1.3. La pértiga de la analogía Seguramente todos, en la retransmisión de los juegos olímpicos, hemos visto cómo en los saltos con pértiga –tras muchas horas de entrenamiento- los atletas son capaces de saltar muchísimos más metros que sin ella. Dada la distancia infinita entre Dios y el ser humano, en el conocimiento racional de Dios, el hombre da un salto gigantesco apoyándose en la analogía como en una pértiga. La analogía es un modo de conocimiento en parte adecuado y en parte inadecuado. Lo metafísico, lo espiritual, mucho más lo divino no tiene más que una lengua o lenguaje para expresarse, a saber, el simbólico. No puede ser pensado ni hablado sino por medio de símbolos y metáforas, cuya base es siempre la analogía. Anthony Flew (1923-2010) fue ateo radical, militante, hasta que la pértiga de la ciencia moderna le lanzó hasta la creencia en la Mente infinita, divina. En un congreso celebrado en Nueva York el año 2004, ante la extrañeza de todos, reconoció que había abandonado el ateísmo y que lo había hecho impulsado por los adelantos científicos (complejidad del ADN, descubrimiento de las leyes astrofísicas, etc.,) y por la razón, ya que "la ciencia destaca tres dimensiones de la naturaleza que están señalando a Dios", a saber, "la naturaleza no es ciega, obedece a leyes; la vida está organizada de modo inteligente y dotada de finalidad; la mera existencia de la naturaleza". "Ahora creo que el universo ha sido fundado por una inteligencia infinita y que las intrincadas leyes del universo ponen de manifiesto lo que los científicos han llamado la Mente de Dios" (cf. su Dios existe, Trotta, Madrid 2012). Si se confronta este libro con el primero publicado por él: Dios y filosofía, se comprobará el cambio completo operado en este pensador. Aunque suene a paradoja, es verdad que, en el universo, hay más idea, leyes, proyecto en evolución o desarrollo que materia. Los adelantos científicos favorecen a la fe cristiana. Antes se acusaba a la Iglesia, especialmente a los eclesiásticos, de oponerse a la ciencia. Como muestra ahí siguen unos cuantos tópico que, de tan repetidos, suelen ser aceptados acríticamente por el vulgo. En cambio, ahora son los obstinados en oponer ciencia-fe, ciencia religión, y en promover el subjetivismo relativista de la ideología de género los que lo hacen cerrados a los avances científicos (el ADN, la existencia expansión de universo desde el Big-Bang, etc.,). 2. LA ACTITUD ICONOCLASTA Y LA IDOLÁTRICA Para el lenguaje religioso es válida la afirmación aplicada a toda obra artística en el pedestal del busto de Paul Adam (1862-1910) junto al palacio Chaillot de París: L´ art est l´ oeuvre d´ inscrire un dogme dans un symbole, o sea, expresión de una verdad, de un significado, por medio de un significante (cf. M. Guerra, Simbología románica. FUE, Madrid 19933, 11ss.; 59-98, etc.,). Prescindo de la cuestión sobre la distinción entre signo y símbolo de suerte que este sería el signo religioso, sagrado (cf. R. Alleau, De la nature des symboles, Paris 1958; J. Maritain, Signe et symbole, “Revue Thomiste” 38 -1938- 299-330). 2.1. Todo signo (palabra, imagen, símbolo, metáfora) consta de significante y de significado Todo signo consta de significante y de significado. Son como el cuerpo y el espíritu vivificador, perceptible a través de lo corporal. Cuando oímos una palabra del idioma materno, captamos la imagen acústica, pero saltamos por encima de la sucesión material de sus letras y sílabas a no ser por alguna circunstancia especial, por ejemplo, la tartamudez del hablante, la borrosidad de la escritura. Conozco a un español que, en su viaje desde Alemania a Roma, tenía intención de hacer algunas paradas; una de ellas imprescindible en Florencia. El tren se detuvo. Por sus cálculos, el viajero supuso que sería la estación de Florencia, pero en el letrero se leía Firenze. Hizo algunas averiguaciones sin conclusiones seguras. Se decidió. Bajo el tren. Acertó al unir el significante Firenze con su correspondencia latina y española: Florentia, Florencia. El error puede brotar de la adulteración de la naturaleza de cada uno de estos dos ingredientes. 2.2. La iconoclastia o eliminación del significante en lo religioso “Iconoclasta” es “el que rompe” (klástes en griego) o destruye la "imagen” (eikón, eikónos en griego, de donde “icono”), el significante o -en su acepción amplia- simplemente lo margina. En el griego de nuestros días se escribe eikón (con caracteres griegos, no latinos como estos), pero se pronuncia ikón, ikónos; en español se escribe y se pronuncia "icono". 2.2.1. La iconoclastia tradicional o destrucción de las imágenes La iconoclastia tradicional destruye el significante, o sea, la imágenes religiosas por creer que se interponen entre lo significado (Jesucristo, la Virgen, etc.,) y el creyente, deformando su relación auténtica e íntima con lo divino. En el cristianismo la herejía de los iconoclastas floreció en el siglo VIII y siguientes. Hay religiones anicónicas, o sea, que prohíben el uso de imágenes humanas, no de signos geométricos, palabas, etc., por ejemplo e judaísmo y sobre todo el islam. De ahí que los talibanes destruyeran las gigantescas estatuas de Buda en Afganistán. De ahí el mismo afán destructor por parte de los miembros del Estado Islámico en las ciudades conquistadas por ellos. Los israelitas se cansan de esperar por la estancia prolongada de Moisés en el Sinaí. Aarón accede a sus deseos y les hace el becerro de oro como imagen de Yahvé. Moisés enojado “lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua y se lo hizo beber a los hijos de Israel” (Ex 32, 20). Si pudiéramos entrevistar a los adoradores del becerro de oro, seguramente no nos darían del mismo la interpretación metálica y caricaturesca que, al explicar este pasaje, a veces se ofrece de los judíos exagerando su tópica “veneración” del oro y del imperialismo económico. Sin duda nos hablarían del toro- buey Apis, epifanía de la diosa madre Tierra y de la vegetación, así como de su culto y procesiones por el Nilo, contemplados por ellos durante su prolongada residencia en Egipto. La iconoclastia de Moisés fue provocada por la idolatría de su pueblo. 2.2.2. La iconoclastia mitigada moderna: el laicismo masónico y el marxista/comunista El fundamentalismo radicalizado destruye las imágenes, por ejemplo: el de signo religioso (el yihadismo islámico, etc.,). Es fundamentalista porque aspira a someterlo todo (también lo no específicamente religioso: lo político, comercial, lo judicial, etc.,) a la regulación exclusiva de El Corán. Por su parte el fundamentalismo no religioso, por ejemplo: el laicista de origen e impronta masónico acepta solamente lo común a todas las religiones; pretende recluir lo específico de las distintas religiones concretas en el foro o recinto de la conciencia individual y dentro de los templos, sin presencia ni influjo en lo público. A su vez el fundamentalismo antirreligioso practica también el laicismo, pero con extremosidad. El laicismo de impronta marxista y comunista, sobre todo en sus rachas revolucionarias, destruye y quema las imágenes, profana los templos, asesina a sacerdotes, etc. A uno de los jóvenes burgaleses, beatificados el 23 de abril de 2016 en la catedral de Burgos, cuando fue detenido en Suances (Cantabria) durante la persecución religiosa del siglo XX en España, le propusieron respetar su vida si se arrancaba el crucifijo colgante de su cuello. El joven no accedió y es mártir. En los periodos no revolucionarios retiran por la fuerza las cruces de los espacios públicos como están haciendo ahora en China. El laicismo de origen e impronta tanto masónicos como marxistas promueven ahora la retirada de las cruces y de los restantes signos cristianos de los espacios y edificios públicos en España. Así no se respetan uno de los derechos humanos elementales, la libertad religiosa. 2.3. La idolatría o confusión del significante y del significado Si la iconoclastia destruye el significante, la idolatría lo confunde e identifica con el significado. Los idólatras hacen realidad la figura desorientada de quien mira el dedo, que señala hacia la Luna, tan obsesivamente que no ve más allá del dedo, quedándose sin ver la Luna. La idolatría es como el fundamento y la clave de todas las deformaciones de lo divino y de lo religioso, incluso de su negación (ateísmo, increencia) y de su marginación (agnosticismo). Quien dice negar la existencia de Dios, implícitamente está tallándose la imagen de un ídolo (> eídolon = “apariencia, mera idea visible o imagen, sin consistencia real” en griego), que puede ser cósico (Dinero, Droga, Ciencia, etc.,) o simplemente imaginario (Placer, etc.,) e incluso el propio YO, objeto de adoración narcisista. Siempre que se peca gravemente, se quita a Dios del altar interior del ser humano y, en su lugar, se pone un “ídolo”, a veces visiblemente como la entronización de la diosa Razón –representada por una corista de la Opera parisina- en la hornacina de Nuestra Señora” en la catedral homónima. Notre Dame de París durante la época del Terror de la Revolución francesa. La Razón ensoberbecida, endiosada es capaz de reproducir aumentados "los monstruos de la Razón" de Goya. Los revolucionarios jacobinos, adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, destruyeron totalmente 10.000 casas (el 20% del total), masacraron todo el ganado y mataron a más de 250.000 católicos, labradores en su mayoría, conforme a un programa elaborado en París y ejecutado en la Bretaña (años 1793-1796). Es el "genocidio de la Vendée" como lo calificó Secher (en su estudio: Le genocide franco- française: la Vendée vengée, cf. cap. 23 en Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia, Planeta, Barcelona; Rino Commilleri, Los Monstruos de la Razón. Viaje por los delirios utopistas y revolucionarios, Rialp, Madrid 1995). “Lo sagrado se manifiesta siempre a través de algo. El hecho de que ese algo (…) sea un objeto del mundo inmediato o de la inmensidad cósmica, una figura divina, un símbolo, una ley oral e incluso una idea carece de importancia” (M. Eliade, Tratado de Historia de las Religiones, Cristiandad, Madrid 1974,50-51). La idolatría consiste precisamente en quedarse en ese “algo” sin saltar a lo divino en sí mismo. Es una forma de quedarse "sin Cristo, sin Dios y sin esperanza" (Ef 2,12) como -según san Pablo- los judíos en algunos periodos de su historia. Idolátrica es la magia imitativa, pues identifica el símbolo con lo simbolizado en tal medida que quien la practica, está convencido de que, una vez puesto el significante, se realizará necesariamente su significado por obra de su misma eficacia, “por arte de magia”. Las acciones benéficas o maléficas (pinchazos, alfilerazos, cortes, etc.,) que se hacen sobre “el doble”, ya sea una imagen suya (fotografía, muñeca) o cosa de su pertenencia (pelo, ropa) repercutirán sobre el individuo racional o irracional real en virtud de una energía cósmica, impersonal. El riesgo idolátrico se cierne asimismo sobre la religiosidad popular en la medida en que se identifique lo divino o lo mariano con su estatua, a veces contrapuesta a otra imagen de la misma realidad. Piénsese, por ejemplo, en el enfrentamiento ya tradicional entre los devotos de la Macarena y de la Virgen de Triana en Sevilla, más agudizada durante las procesiones de Semana Santa. La mejor formación de sus cofrades y su unidad en torno a la jerarquía católica y a su magisterio han evitado la ruptura, o sea, el considerarlas imágenes de dos “Vírgenes María” distintas, no lo que realmente son: dos imágenes de la misma persona, la Virgen María, Madre de Jesucristo y nuestra. Piénsese también en las llamadas “religiones civiles, políticas”, “sustitutorias” de las tradicionales mayoritarias en los diversos países para uso de las masas “descreídas” de la modernidad y posmodernidad. Entre ellas descuellan las que recurren e invitan al activismo revolucionario para cambiar la realidad social y “salvar” la sociedad, por ejemplo el nazismo, el comunismo, el nacionalismo radicalizado. Ya en 1936 se llamó “religión atea” al comunismo con el materialismo dialéctico como su dogmática especifica (Jacques Maritain, Humanisme integral, Aubier, Paris 1968, 45). Algunas de estas religiones ideológicas han sacrificado millones de víctimas en holocausto de sus ideales. La idolatría es una continua tentación de la autosuficiencia de los hombres cuando se olvidan de que nada ni nadie-exceptuada la sacratísima humanidad de Jesucristo- puede identificarse con Él o lo Absoluto, con Dios. El sentido religioso de las religiones alternativas será tanto menos metafórico y más realmente religioso cuanto sus deptos más se dirijan a “algo” o "alguien” convertido subjetivamente en “Algo, Alguien” verdaderamente “absolutizado”, o sea, “idolatrado, divinizado” en las creencias y prácticas de sus adeptos (cf. las clases de estas religiones en M. Guerra, Historia de las Religiones, B.A.C. Madrid 20104, 37-40). 2.4. El hombre no tiene, es religión Lo afirma Xavier Zubiri, el mayor filósofo de lengua española del siglo XX al mismo tiempo que figura competente en física cuántica o moderna: "La religación -religatum esse, religio, religión, en sentido primario- es una dimensión formalmente constitutiva de la existencia (...). El hombre no tiene religión, sino que, velis nolis ("quieras o no quieras"), consiste en religación, religión" (Naturaleza, historia, Dios..., 373. Se respeta la cursiva del original). 2.4.1. "Todos esos son idólatras, no ateos" (Dostoievski) El ser humano es creyente por su misma naturaleza. La fe es un integrante esencial de la naturaleza humana, como lo son los sentidos, la razón, el sentimiento, la libertad. Hablo de la fe humana, que es confianza en el otro, fiarse del otro. Y esto es válido también para la religiosidad natural. El hombre puede ser definido como "animal, racional, religioso" (cf. mi libro, El enigma del hombre, Eunsa, Pamplona 19993, 217-260). La religión o mejor la religiosidad es una nota y manifestación específicamente humana. No se da en ningún otro ser dotado de materia o vivo sobre la Tierra. El hombre es religioso en virtud de su racionalidad. Por eso la fe es un requisito imprescindible para la felicidad. Una muestra: en cuanto uno de los cónyuges pierde la fe en el otro, en cuanto desconfía de su fe/fidelidad hacia él, entrará en la calle de la amargura entretejida de sospechas, discusiones, distanciamientos, separación, divorcio. Evidentemente la fe como constitutivo antropológico es válido para la fe humana, no para la sobrenatural que se mueve en el plano de la gratuidad por ser un don o gracia de Dios. Tiene razón el genial novelista ruso F. Dostoievski: "El hombre no puede vivir sin arrodillarse... Si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de madera, de oro o simplemente imaginario. Todos esos son idólatras, no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra" (El adolescente en Obras completas, II, Madrid 196910, 1787; he completado su traducción deficiente e incompleta con la dada por Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, Epesa, 1949, 401; también Encuentro, Madrid 2008). Parece como si Dostoievski hubiera leído el Contra Celso (1,2,240) de Orígenes (siglos II-III). Si se niega la existencia de la divinidad e incluso cuando se lucha contra ella y contra cualquiera manifestación religiosa se está tallando la imagen de un ídolo. La crisis religiosa actual no elimina la fe religiosa, sino que la sustituye por otra inmanentista, desvinculada de la transcendencia. 2.4.2. La "muerte de Dios" (Nietzche) lleva a la "muerte del hombre" o de la naturaleza humana Por eso, porque la religación con lo divino es constitutivo formal del ser humano y el hombre es necesariamente religioso, "la muerte de Dios" (Fr. Nietzsche) desemboca en "la muerte del hombre", en la disolución de la naturaleza humana, que estamos presenciando en nuestros días. La actual ofensiva del relativismo y del laicismo trata de destruir la realidad y creencia ancestral de la naturaleza humana en cuanto algo permanente y universal, base de los derechos humanos inherentes a todo hombre al margen de su color, salud, nacionalidad, religión, etc. Ya apenas casi ni se alude a las exigencias de la "ley natural". Todo queda a merced de los vaivenes socioculturales, incluso el sexo y la sexualidad. De ahí que la ideología de género pretenda anular el sexo en cuanto realidad biológica, aunque está marcada en el ADN desde el inicio de su ser embrionario. La sustituye por el deseo, por no decir capricho, individual en sintonía con el clima sociocultural, sobre todo si la tecnología puede realizarlos, mucho más si es a cuenta y a costa del Estado, o sea, de los impuestos o del dinero de los contribuyentes. "Un loco, según Nietzche en su La gaya ciencia, recorre la ciudad con un farol en la mano" mientras repite: "`¡Busco a Dios! ¿Que adónde se ha ido Dios? Os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡Vosotros y yo! Todos somos su asesino (...) ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!". Y concluye su relato con estas palabras: "Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternam Deo. Una vez conducido al exterior e interpelado, contestó siempre la misma frase: ¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias más que tumbas y panteones de Dios?". El hombre moderno anda inquieto buscando alocadamente al mismo tiempo a Dios y, como el filósofo cínico de la antigüedad griega, también a mediodía con un farol al hombre. Pero, a este lo estamos matando mientras se entona el Requiem aeternam homini en tantos "abortorios" y hospitales donde se practica el aborto y la eutanasia activa - según dicen- "por buenos sentimientos, por compasión". El hombre no encontrará ni a Dios ni al hombre hasta que, dejando de obrar alocada e irracionalmente, recobre la razón y respete la ley eterna o divina, eco del querer del "Dios Amor" (1Jn 4,8,14), que resuena en la ley natural y se refleja en los derechos humanos. 2.5. La idolatría, la constante de lo malo en la Biblia La revelación divina habla y retrata, a veces con gruesos trazos negros, todas las clases de flaquezas humanas y de pecados: envidias (a veces criminales, fratricidas como la de Caín), fornicaciones y adulterios que en ocasiones llevan al homicidio (caso de David), bestialidad, desobediencias, traiciones, robos, saqueos, genocidios, usura, etc. Pero propiamente nunca aparece en la Biblia el ateo; no nos dice qué piensa Dios del ateísmo y de la increencia. Parece como si no ofreciera respuesta a una cuestión y realidad de máxima actualidad e interés especialmente en nuestros días. En la Biblia hay personas y personajes que viven como si Dios no existiera. Pero la Palabra de Dios las llama “idólatras”, nunca “ateos”. (Ef 5,5; Filp 3,19), etc. Si se lee la Biblia en su realidad y perspectiva verdadera, se cae en la cuenta de que, en la Biblia, la idolatría -indirectamente el ateísmo y la increencia- es su tema clave de lo negativo y malo. Sus protagonistas sienten constantemente la atracción a separarse de Dios, postrándose ante ídolos de piedra, de madera o de metal (seducción de las religiones telúrico- mistéricas de los pueblos convecinos: Egipto, cananeos, etc.,), también de realidades “idolatradas” de fabricación personal o tribal. Se trata de idólatras o ateos e increyentes en Yahvé/Dios prácticos y a veces también teóricos (Sap 13,1, etc.,). Son individuos merecedores de que Dios les aplique el más humillante de los calificativos: “irracionales (álogos)”, “insensatos, necios”: “Dice el irracional en su corazón: `no existe Dios´” (Ps 13 -12-,1; 53-52-, 1). A veces esta estulticia es resultado de la miopía (Sap 6,8-9). Otras veces, además de insensatos y estúpidos, son malvados porque consciente y voluntariamente reemplazan a Dios por falsos ídolos o “absolutos”, lo cual los transforma en “inexcusables” (Rom 1, 18-31), y, para colmo, “no solo las (idolatrías, homosexualidades, injusticias, homicidios, calumnias, envidias, codicias, etc.) practican, sino que incluso aplauden a los que las hacen” (Rom 1,32). Ya el pecado original, el primero y arquetipo de todos los demás, es descrito en el Génesis bíblico (3,5) como fruto podrido del ansia de “transformarse en dioses conocedores del bien y del mal”, o sea, idolatrándose así mismo. Posteriormente lo ha intentado de tantas maneras como pecados, aunque siempre mediante la idolatría más o menos manifiesta del Yo. A veces lo ha pretendido caricaturescamente como Apseto de Libia, uno de los primeros gnósticos. Encerró muchos loros en una pajarera. Los soltó cuando aprendieron a decir “Apseto es dios”. Fueron repitiéndolo por toda Libia e incluso por Grecia con asombro de sus habitantes hasta que se descubrió el truco (Ireneo, Aduer. Haer 1,23,1 –siglo II-; Hipólito Refut 7-9 –siglo III-). Incluso puede erigirse en la tragedia de una época. Lo afirma Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, en su obra L´ Homme révolté (1951, p. 178; “El hombre en rebeldía”): “Cómo vivir sin la gracia (o sea, sin Dios y sin su ayuda) es el problema que domina el siglo XX” y, si hubiera vivido más años, habría añadido: "y también del XXI”, en el cual el hombre sigue empeñado en incrementar el autismo religioso caracterizado por el ensimismamiento idolátrico. Es que con palabras del filósofo Maurice Blondel, que no me cansaré de repetir y meditar, los hombres tenemos que escoger “o excluir de nosotros toda otra voluntad distinta de la nuestra o entregarnos al ser que no somos nosotros, como al único salvador. El hombre aspira a ser dios. El dilema es este: ser dios sin Dios y contra Dios, o ser dios con Dios y por Dios” (La acción, B.A.C., Madrid 1996, 404), es decir, o la idolatría o la religiosidad. Como broche de oro, el consejo de despedida de san Juan en su primera carta: “Hijos míos, guardaos de los ídolos” (1Jn 5, 21), la sorpresa de san Pablo: “¿Es que los ídolos son algo?” (1Cor 10,19) y su mandato afectuoso: “Queridos míos, huid de la idolatría” (1Cor 10,14). Manuel GUERRA GÓMEZ