JOSÉ MARÍA

ORTIZ

MÁXIMO BENEFICIO
Y MÁXIMA RACIONALIDAD

C U A D E R N O S
EMPRESA Y HUMANISMO
I N S T I T U T O

40
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 JOSÉ MARÍA ORTIZ MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40

INDICE

1. Subrayar la función social del libre 5. Una semana en Wall Street

mercado no supone absolutizar la 6. ¿Es obligatorio maximizar los
actividad económica. beneficios?
2. La mejor cooperación al bien común: 7. Por qué las mujeres siempre cargan
la libre competencia con el muerto
3. El poder del dinero
4. Entre la confianza y el riesgo: el NOTA BIOGRAFICA
peculiar tiempo de la actividad bancaria

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 JOSÉ MARÍA ORTIZ
Nadie dice completamente en serio que le
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gustaría perderse en una isla desierta. Pero
muchos nos hemos preguntado alguna vez
qué haríamos si nos encontráramos en una isla
desierta: o qué nos llevaríamos a una isla
desierta. Que no es lo mismo, porque yo ya
tengo resuelta ¡a segunda cuestión, pero no la
primera. Si me fuera a una isla desierta me lle-
varía a mi mejor amigo.... y así la isla ya no
estaría desierta. Pero todavía no he decidido
qué haría si de repente me encontrara allí.
Digo “allí” porque me resulta imposible
pensar en una isla distinta de la de Robinson
Crusoe, sobre todo porque su clima era exce-
lente.
En una ocasión oí una explicación detallada
de los numerosos temas implícitos en esa
novela de Daniel Defoe. Al cabo del tiempo
mientras perseveraba en mi empeño por
leerme la novela de cabo a rabo, un día
alguien me dijo: por favor, cuando la termines
pásamela. Era precisamente aquel profesor
que unos años antes había hablado con tanto
detalle de sus implicaciones sociológicas y polí-
ticas. Fue entonces cuando decidí que yo no
improvisaría ninguna teoría al respecto hasta
después de haber terminado ese magnífico
relato.
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Robinson Crusoe sostiene que si en la isla ha 3
logrado vivir dignamente ha sido gracias a
todo lo que logró recuperar del naufragio; sin
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esos instrumentos procedentes de la sociedad
en la que ha sido educado se vería obligado a
vivir como un animal, matando y descuarti-
zando con las propias manos y dientes. Digo
esto porque esa isla no representa, en ese
sentido, un estado natural asocial, más bien, al
contrario, lo que muestra es la imposibilidad
de vivir dignamente fuera de lo que llevan
consigo los usos, las costumbres sociales y sus
instituciones.
Tampoco hay que confundirse por el hecho
de que una cosa es la necesidad de vivir en
sociedad y otra el que de hecho se viva en una
sociedad u otra. Según se mire, vivir en
sociedad es necesario, pero puede ser contem-
plado como algo arbitrario -vivir en esta u otra
sociedad-. Curiosamente, con la realidad que
solemos denominar “lenguaje humano”
ocurre algo parecido: si bien es arbitrario
asociar un concepto con uno u otro signos
determinados, lo que ya no es arbitrario es que
tiene que existir algún signo para que
podamos comunicarnos y aún para que
podamos pensar.
“El mercado es una institución social, reflejo
de la naturaleza social del hombre”1. También
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el lenguaje es necesario para la vida social; y a
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su realidad física -sonidos, signos, acciones-
une un significado -un contenido, un valor-, va
unido siempre a determinados valores, aunque
sea distinto de ellos. En el fondo, lo que deseo
preguntarme es si a esa institución social que
denominamos “mercado” no le ocurre algo
similar: que la búsqueda y logro de la finalidad
que le es propia como proceso quizás vaya
inseparablemente unida a la construcción del
bien común.
1. Subrayar la función social del libre
mercado no supone absolutizar la
actividad económica.
Suele caracterizarse el libre mercado por
algunos rasgos que definen esa actividad eco-
nómica: la existencia y reconocimiento de la
propiedad privada, la libertad de iniciativa, el
amparo de los contratos privados. Pero no es
frecuente encontrar reflexiones acerca de lo
que supone en cuanto actividad humana, en
cuanto proceso asignativo de un valor eco-
nómico2.
Enseguida caemos en la cuenta de que una
gran cantidad de procesos son irrealizables, y
que muchas naciones no son aflorables en el
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mercado. Uno y otro motivo hacen que la acti- 4
vidad económica en que consiste el libre
mercado no pueda erigirse en un valor
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absoluto.
Son tantos los planes humanos que no
llegan a realizarse, que casi puede decirse que
ésa es la situación estadística más probable;
apenas logramos saber de qué somos en rea-
lidad propietarios; y en muchas ocasiones no
conseguimos expresar adecuadamente lo que
queremos o pensamos. Por otra parte, muchas
acciones humanas son impagables: ¿cuánto
vale lo que mis padres han hecho por mí?,
¿cómo puedo devolvérselo para quedar en
paz?, o ¿cuánto vale mi libertad? En definitiva,
que muchas acciones humanas no se corres-
ponden con un proceso asignativo de valor
económico: que no todas las actividades
humanas son esencialmente económicas.
Es importante notar, por tanto, que cuando
se realza la función social del libre mercado no
se está absolutizando ese tipo de actividad
humana. Su importancia no proviene de una
tendencia economicista a invadir todos los
ámbitos de la actividad humana: es más pro-
funda, porque radica en su función de ele-
mento integrador de la vida social3.
Quizás en el año 2992 se publique algún
libro en el que se diga que hace mil años ya
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quedó demostrado que “no existía alternativa
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seria al libre mercado como sistema para orga-
nizar la vida económica”4. Ya digo que eso
podrá decirse, si es así, dentro de mil años. Por
el momento, nos basta con saber que el
mercado libre, como institución de naturaleza
social, refleja a su modo la síntesis entre la bús-
queda del bien individual y el logro del bien
común. Porque al ser una institución de
carácter social expresa la unidad armónica que
deben tener los bienes privados y públicos.,
unidad que no implica confusión, pues ya he
explicado cómo las instituciones naturales
pueden compaginar lo contingente y lo nece-
sario, ser realidades diferenciadas e ir insepa-
rablemente unidas.
La defensa del bien común no debe levantar
en modo alguno la sospecha de estar promo-
viendo posturas anticapitalistas de algunos
comunitarianistas5. Un análisis sereno de
aquellos bienes y servicios que constituyen lo
que solemos denominar “bien común” nos
mostrará cómo en su mayor parte están
inmersos en procesos de producción caracterís-
ticos del libre mercado -intercambio, compra-
ventas, oferta-demanda, aproximación de
oferta y demanda: comercio-.
La defensa del libre mercado no puede limi-
tarse a publicar los puestos de trabajo que
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genera, o el valor que añade a los bienes, o las 5
infraestructuras y bienes de producción que
genera. Debe llegar, desde luego, a subrayar
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cómo la existencia de bienes individuales es
parte integrante del bien común; pero no
puede conformarse con eso, porque además
resulta que el verdadero fomento del bien
privado lo es también del público: al querer el
bien individual se quiere el bien común;
acertar con el bien individual es acertar en el
bien común; y ello, por la naturaleza social de
los seres humanos.
De igual forma que el bien individual es la
perfección de cada persona, el bien común es
la perfección de la sociedad. Pero así como la
perfección de cada persona es querida y
buscada por cada voluntad individual, no
existe sin embargo una “voluntad general”
que quiera y busque la perfección de la
sociedad. Son las voluntades privadas -los
únicos existentes- quienes, al acercarse a lo
que realmente perfecciona a las personas,
fomentan el bien de la sociedad. Pero, a pesar
de eso, este bien común no consiste sin más en
ser la suma de los bienes individuales: es algo
más. Vamos a detenernos un poco en esa
relación; porque una vez puestos en su sitio los
límites de la actividad económica que el libre
mercado desarrolla, quizás resulte que ese sitio
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sea muy importante, tanto que quienes lanzan
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contra el libre mercado la acusación de insoli-
daridad, quizás lo que temen es que llegue a
mostrarse cómo la correcta búsqueda de la
perfección privada a través de las actividades
económicas supone un acercamiento al bien
de la sociedad superior al que se pretende
desde lo que solemos denominar actividades
políticas. Dicho de otro modo: los más intere-
sados en criticar la función social del mercado
son quienes se refugian bajo el paraguas de
una voluntad general inexistente, quienes
piensan que sólo puede contribuir al bien
común lo que ellos hacen.
Que exista y sea protegida la libertad de
expresión, la libertad de iniciativa, la igualdad
de oportunidades, es sin duda una parte
importante del bien común de la sociedad.
Que las propiedades sean respetadas, que los
contratos se cumplan, son también aspectos de
ese bien de cualquier sociedad. Y resulta que
todos esos elementos son también los compo-
nentes bási-cos de una economía de mercado.
junto a ellos, otros bienes y servicios com-
pletan el panorama de lo que denominamos
bien común de la sociedad: la defensa del terri-
torio sobre el cual está asentada; el cuidado y
adecuada transmisión de su patrimonio his-
tórico, artístico, cultural y natural; y una serie
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de servicios públicos como son las redes de 6
comunicaciones, transportes, abastecimientos,
servicios sanitarios y educativos, etc.
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Dejando a un lado que un servicio es público
en cuanto no puede ser negado a cualquier
parte de la población, y en ese sentido son
públicos todos los servicios que una empresa
privada ofrece al público, generalmente
usamos la expresión Servicio público restrin-
giéndola a aquellos que están más extendidos
y gozan de una demanda prácticamente uni-
versal; y en la medida en que resulta impen-
sable su supresión o su mal funcionamiento,
estamos habituados a pensar que es preciso
que sean asumidos por los organismos
públicos. Las grandes redes de transportes y
comunicaciones, los servicios de aguas, de lim-
pieza, o los bomberos, suelen ser realizados
bajo la directa organización de los gober-
nantes; y lo mismo ocurre con la defensa del
territorio o la elaboración e implantación de
las leyes.
Cuando el mercado funciona bien se con-
siguen ya una buena parte de los bienes confi-
guradores del bien común. Porque ni el
mercado ni el bien común son sin más el
resultado de sumar los bienes de los indi-
viduos. La suma de los bienes individuales es,
podemos decir, un todo divisible; mientras que
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el bien común es una realidad indivisible6. No
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es lo mismo que en un momento determinado
en una sociedad sea reconocida la libertad de
expresión de un ciudadano, y de otro, y de
otro más, y de todo aquel que lo solicite, a que
en esa sociedad se establezcan los mecanismos
legales suficientes que garanticen la libertad
de expresión de todo ciudadano. De modo
similar, el patrimonio nacional no es la suma
de los patrimonios individuales porque hay
bienes históricos, o artísticos, que pertenecen
a todos los ciudadanos sin pertenecer a
ninguno de ellos en particular.
Cuando se retrasa un vuelo y la compañía
aérea correspondiente, en un alarde de tercer-
mundismo que no lo es menos por el hecho de
que sea muy frecuente, ni avisa a tiempo ni
pone los medios suficientes para paliar los
correspondientes trastornos, suelen formarse
largas colas frente a los teléfonos públicos. De
vez en cuando, alguien tiene la indelicadeza
de pasearse en las proximidades de quienes ni
van a llegar a su destino a la hora anunciada ni
van a poder avisar a tiempo, luciendo un
teléfono portátil con el que relajadamente se
mantiene en contacto con no se sabe quién.
Pues bien, algo nos impulsa a pensar que en
esas circunstancias el bien común está por
encima de la propiedad privada, y debieran
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7
ponerse a disposición del público todos los
recursos disponibles.
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Desde luego que es muy matizable, muy dis-
cutible, en qué circunstancias debe ceder un
bien individual ante exigencias del bien
común. Por regla general, si el bien común es
de una especie superior, el bien individual
debe ceder. La necesidad de comunicarse es un
bien superior a un capricho privado, o a una
ganancia económica particular. En una
sociedad en la que los servicios telefónicos
fueran propiedad de una única empresa, si
ésta llegase a establecer precios abusivos está
claro que por el bien común no sería admisible
un razonamiento del estilo Si le interesa este
servicio (oferta) pague lo que se le pide
(demanda)”. Por el mismo motivo, si un bien
privado es de especie superior al bien común,
prevalece el primero: tantas manifestaciones
de la objeción de conciencia a colaborar en
determinadas acciones lo atestiguan. Pero
cuando ambos bienes -común e individual- son
de la misma especie, el bien privado debe
ceder: no admitiríamos, por ejemplo, que un
bien artístico de suficiente valor cultural -que
puede ser contemplado por muchos ciuda-
danos- pasase a manos privadas -para ser dis-
frutado únicamente por un individuo-.
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No resulta fácil regular hasta dónde está
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obligada la iniciativa privada; en primer lugar,
desde luego, el mercado está obligado a fun-
cionar bien -en libertad e igualdad de oportu-
nidades, procurando que el justo precio resulte
del equilibrio entre la oferta y la demanda,
etc.-; y eso ya es contribuir mucho al bien
común. Según los países y las circunstancias
habrá aspectos del bien común a los que el
mercado no alcanzará, y entonces los gober-
nantes de la sociedad tendrán que suplir. pero
es interesante notar lo diferente que resulta la
actitud de “suplir allí donde la libre iniciativa
no llega” del “interferir entre las iniciativas
particulares decidiendo el lugar que debe
ocupar cada uno”.
El desarrollo de la economía de mercado nos
permite ver ya cómo en muchos aspectos el
poderío de tantas empresas es comparable al
del Estado. En cierto modo los gobernantes
debieran aplicarse lo que Tom Peters reco-
mienda a las organizaciones: que dirigir una
empresa es hoy más parecido a organizar un
carnaval que a construir una pirámide 7. El
Estado Moderno puede aprender mucho de
una de las convicciones cada vez más exten-
didas: que en el mundo empresarial la coope-
ración sólo se logra gracias a la competencia, y
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que cooperar -aliarse- es la mejor manera de 8
ser competitivo.
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2. La mejor cooperación al bien común:
la libre competencia
En el mundo de los negocios la sombra del
Estado suele proyectarse, desgraciadamente,
casi siempre con contornos monopolistas;
huyendo de tal invasión se nos dibujan los
actores libres, los individuos8. Pero no olvi-
demos que a una situación de monopolio no
sólo se llega por imposición estatal: los partici-
pantes en un determinado sector pueden
someter a los consumidores a una situación en
la que los precios se implantan injustamente
(cártel); también puede ocurrir que una
empresa quede en un mercado como ofer-
tante único merced a la exportación de un pro-
ducto con un precio inferior al coste de pro-
ducción nacional del país importador
(dumping). Mal asunto cuando ser el mejor sig-
nifica aniquilar a los demás, cuando se busca
“ganar a alguien” antes que “ganar algo”, es
decir, añadir un valor real en cada una de las
operaciones que conducen a la oferta de un
servicio o un producto”9.
Fácilmente se advierte cómo el espíritu
monopolista resulta contrario al funciona-
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miento libre del mercado. Además, si se
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admite la posibilidad de corrupción en los ciu-
dadanos, no cabe duda de que es preferible
que esa circunstancia se produzca en los
usuarios antes que en los rectores de la acti-
vidad económica, y en ese sentido puede
decirse que el libre mercado premia la inte-
gridad10; pero esa superioridad moral del
mercado libre sobre el monopolio no distingue
si éste es propiedad del Estado o de un parti-
cular.
Parece razonable que el Estado interfiera en
el sistema de mercado libre para fijar un
salario mínimo, en la medida en que esa inter-
vención tiene por objeto conseguir un mínimo
de dignidad en las condiciones de vida; en ese
sentido, quizás puedan justificarse unos
máximos en los precios de determinados
bienes que en determinadas circunstancias
resultan apremiantes para un sector impor-
tante de la población. Un caso distinto es la
intervención gubernamental que tiene por
objeto subvencionar empresas no rentables.
Imaginemos que se subvenciona un diario
local que desde su nacimiento viene origi-
nando pérdidas. en definitiva, se le mantiene
en la competencia artificialmente; esa acción
se realiza en parte con los beneficios que
generan las empresas competidoras, a través
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de los impuestos que pagan. Por tanto, no sólo 9
está en juego la posibilidad de que quien se
halla subvencionado no se esfuerce por
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encontrar soluciones competitivas, sino que
además se están distorsionando las cosas de
modo que las empresas rentables están
pagando a su competidor, si bien es cierto que
puede interesarles mantener un competidor
tan malo para evitar que otro mejor llene su
hueco.
De forma similar a como son muy contados
los bie-nes y servicios que no pueden ser ofre-
cidos por la iniciativa privada en un mercado
libre, también son muy contadas las interven-
ciones estatales necesarias para corregir
defectos del mercado.
Una subvención temporal puede paliar
males supuestamente mayores., o puede
hacerse precisa una intervención allí donde el
mercado no alcanza. Puede parecer, por
ejemplo, que el Estado debe acercar los ten-
didos de energía eléctrica a rincones donde las
empresas privadas no están dispuestas a llegar
por falta de rentabilidad; sin embargo, cada
vez son más las empresas que ven en un ser-
vicio de este tipo la oportunidad de demostrar
a la población su preocupación y cuidado por
detalles que van más allá de la rentabilidad
inmediata.
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La competencia debe propiciar el deseo de
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ofrecer servicios en mejores condiciones que
los demás. Pero no implica necesariamente la
aniquilación de los competidores; digamos que
a lo que obliga es a que cada uno encuentre su
sitio.
La libre competencia acaba asaltando forta-
lezas que parecían sitiadas por medidas pro-
teccionistas -qué difícil resulta diferenciar, en
el mercado internacional, las medidas de pro-
tección abusivas de las leyes legítimas anti-
dumping-; termina por aniquilar las situa-
ciones de cártel en el establecimiento de los
precios -pues siempre acaba apareciendo
alguien en disposición de romperlo-; obliga a
mantenerse abierto al cambio, suficiente-
mente desorganizado como para poder reac-
cionar a tiempo ante los nuevos retos.
Desorganizarse es una de las premisas de la
innovación. Subcontratar, la mejor manera de
ser flexible. Cuando un negocio funciona bien
y viene el momento del crecimiento puede ser
un error intentar hacer cosas colaterales a la
actividad inicial exitosa. Porque puede ocurrir
que uno no sepa hacer bien otras cosas; o
puede ocurrir que la diversificación nos siente
mal; o puede ocurrir que no seamos capaces de
llegar a todo con la misma intensidad. Es el
momento de aliarse con los mejores, con los
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líderes de esas actividades colaterales, aunque
eso suponga formar una suerte de “empresa
virtual”.
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La expresión Benchmarking está adqui-
riendo esa significación: aliarse con el mejor.
Otra posibilidad es copiarle pero eso no
resuelve las dificultades de la excesiva dis-
persión. Cuando uno hace bien algo, lo mejor
es perfeccionar esa actividad, sin dejarse
engañar pensando que también hará bien
cosas parecidas. Para las necesidades cercanas,
o incluso a veces para la apertura a mercados
de culturas diferentes, lo más adecuado puede
ser buscar la cooperación de quienes lo hacen
bien allí.
Buscar la cooperación no significa única-
mente darse un respiro en la competencia 11,
buscar momentáneamente la paz para volver a
la carga en cuanto se recuperen las fuerzas.
Buscar la cooperación tiene que ver sobre todo
con el deseo de ofrecer el mejor producto
posible, y con la necesidad de acabar encon-
trando el lugar del mercado en el cual cada
uno se encuentra mejor situado. Por eso tiene
razón Peters cuando sugiere que “organizar
un carnaval” favorece que cada uno acabe
haciendo aquello para lo que sirve mientras
que “construir una pirámide” poniendo a cada
uno en el lugar que el organizador prevé
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acaba por generar estructuras inamovibles
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incapaces de reaccionar cuando las circuns-
tancias del mercado evolucionan.
En la década de los 80 asistimos al desarrollo
de una moda insospechada veinte años antes:
el footing. Todavía algunos sostienen que una
moda por el hecho de serlo es algo vulgar y
vulgarizante 12, pero lo cierto es que activi-
dades recreativas como el jogging, footing,
aerobic, dan una imagen de salud y juventud
que ha sido convenientemente explotada por
los fabricantes de prendas deportivas.
En 1949 los hermanos Rudolf y Adolf Dassler
riñeron y separaron sus materiales deportivos.
Las Olimpiadas de 1952 en Helsinki y la Copa
del Mundo de 1954 ganada por Alemania
hicieron que Adidas -la empresa de Adolf-
ganase la partida a Puma -de Rudolf-13. En los
juegos de Montreal, el 82,8%, de los atletas
que ganaron medallas individuales llevaban
Adidas. Adolf Dassler murió en 1978, en plena
explosión de la moda del correr en los EE.UU.,
apoyada por libros que mostraban científica-
mente sus ventajas para la salud. Quizás
Adidas infravaloró la oportunidad, o se impuso
el escepticismo acerca del alcance y duración
del boom. Y en poco tiempo se vio superado
por Nike.
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Phil Knight y Bill Bowerman, tras su primer 11
logro con suelas tipo Waffle (barquillo), impul-
saron su “Investigación + Desarrollo” en su
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empresa hasta llegar en 1979 al calzado
Tailwind (viento en popa) con cápsulas de aire
en una almohadilla de poliuretano. Su investi-
gación y distribución hicieron que en poco
tiempo pudiera dar la imagen de poseer la
gama más completa de productos. Los famosos
comenzaron a lucir su logotipo (John McEnroe,
Sebastian Coe, Henry
Rono, Andre Agassi, toda la defensa de los
Dallas Cowboys, Michael Jordan...) Claro que
nadie puede dormirse, y Nike ya ha tenido
algunos avisos.
¿Qué se puede aprender? Una de las ense-
ñanzas que nos ofrece esa sucesión en la hege-
monía mundial del calzado deportivo es que
para aprovechar las oportunidades hay que
poseer una estructura flexible, Cuando Reebok
consiguió que en Roland Garros coin-cidieran
como ganadores Michael Chang y Arancha
Sánchez Vicario, Nike ya estaba advertida de
que no podía dedicarse sólo al atletismo, y
había comenzado a reorganizarse -despidos de
plantilla, concentración de los contratos publi-
citarios, etc.-.
Otra gran oportunidad empresarial de los
años 80 ha sido el mercado informático. Las
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ganancias de Phil Knight sólo son comparables
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a las de Steven Jobs, fundador de Apple Com-
puter. Recientemente Xerox, que en su día
vendió los primeros ordenadores portátiles de
Adam Osborne, decidió aliarse con LLBean -
líder en ventas por correo- para disminuir los
costes logísticos de sus actividades de distri-
bución.
Cuando un sistema es flexible, está abierto
al cambio, es capaz de crear nuevos espacios o
de cubrir los que aparecen. Y ello exige estar
dispuesto a la cooperación. Como explica J.
Rawls en su Teoría de la justicia 14, ese
“juego” por el cual soy capaz de aliarme con
otro para aumentar mis beneficios, aún
sabiendo que el otro también aumentará los
suyos -y quién sabe si lo hará en una pro-
porción superior a la mía-, ese “juego social”
únicamente requiere eliminar el carácter envi-
dioso de los participantes.
La competencia y cooperación en las activi-
dades económicas y empresariales nos llevan a
plantear un aspecto ético y político esencial
del ser humano. Porque ¡a libertad en el
mercado exige una igualdad de oportunidades
para emprender, un equilibrarse de oferta y
demanda exento de injerencias -por tanto,
libre-, un recurso en tantas ocasiones a la cola-
boración de otras personas u organizaciones.
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12
Nos llevan, en el fondo, a plantearnos cómo
describir la naturaleza libre de los seres
humanos.
35
Una tradición estatalista nacida de los pen-
sadores ilustrados del continente europeo pro-
pugna, en líneas generales, como algo natural
¡a mutua dependencia de los hombres. En ese
sentido, la imagen que mejor describiría lo que
son los hombres en el estado de naturaleza -en
la libertad inicial- es la esclavitud de la que se
nos dice que ha regido en Africa. Por otra
parte, los liberales inspirados en Sir John Locke
prefieren considerar que la mejor imagen de
lo que es el hombre en el estado de naturaleza
libre la constituye esa América en la cual hay
terreno suficiente para todo aquel que quiere
vivir de su trabajo 15.
La disyuntiva evoca por un lado el someti-
miento, la dependencia, de unos hombres a
otros., y por otro el deseo de independencia
como raíz de los comportamientos auténtica-
mente libres.
En una memorable intervención 16 Rafael
Alvira explicaba cómo una forma sesgada de
entender la competitividad prima los carac-
teres agresivos, la concepción guerrera o
deportiva de la vida; mientras que la coope-
ración -por oposición- aparece con caracteriza-
ciones más pacientes, capaces de armonizar en
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una concepción que se podría llamar musical.
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La cooperación se vuelca en la organización; la
competencia, en la iniciativa. Habrá circuns-
tancias en las que será conveniente decidir que
prime uno u otro aspecto, pero de suyo, de
una manera absoluta, no constituyen para-
digmas opuestos.
En el fondo la libertad natural del ser
humano no puede ser entendida como
absoluto afán de independencia porque desde
el primer momento necesita de los demás -de
la cooperación-. Pero su sociabilidad, su refe-
rencia a los demás, no se da esencialmente en
términos de un sometimiento, de una depen-
dencia que excluiría la capacidad de iniciativa.
Todo esto tiene mucho que ver con el pro-
blema de si todas las relaciones entre los inte-
reses privados toman la forma de la conflicti-
vidad, Pero antes de abordar la actividad
empresarial bajo este prisma de la relación
entre lo privado y lo público nos detendremos
en un elemento de capital importancia en la
economía de mercado; un elemento que busca
hundir sus raíces en la misma libertad natural
humana y que por eso mismo plantea no pocas
cuestiones éticas: el dinero.
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3. El poder del dinero 13
Si el estado de libertad natural de los 35
hombres fue algo parecido a la independencia
de quien vive en una isla desierta, parece muy
claro que el dinero no serviría para nada. Sin
embargo, los hombres tienen necesidad de
relacionarse, no les es posible no relacionarse,
y una de las consecuencias de la división del
trabajo es la aparición del dinero.
Parece claro que el dinero aparece como
consecuencia del trabajo. Una primera aproxi-
mación a la actividad laboral nos sugiere que
cada individuo es dueño de los beneficios
obtenidos por su propio trabajo. Aunque se
partiera de una propiedad común de los
bienes enseguida se advierte la conveniencia,
para el desarrollo de la sociedad, de diversi-
ficar las tareas. En un primer momento cabría
calificar de natural el derecho a apropiarse de
los bienes precisos para la propia conservación;
pero pronto descubrimos que esa apropiación
no puede ser indiscriminada.
No tiene sentido apropiarse de más cosas de
las que uno es capaz de consumir, puesto que
en ese caso se corromperían; sin embargo, la
aparición del dinero, en palabras de Sir John
Locke, “cambia la naturaleza de las cosas” 17.
Desde el instante en que el dinero hace su apa-
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rición el criterio para la licitud de apropiación
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de un determinado bien mediante el trabajo
ya no puede ser el evitar su corrupción puesto
que el dinero no está sometido a ese deterioro.
¿Qué significa, pues, acumular dinero? En
cierto modo es asegurarse el vivir sin trabajar,
el vivir del trabajo de otros. Quien posee una
determinada cantidad de dinero, por otra
parte, nos da una información acerca de lo que
se ha trabajado para conseguirlo. Por tanto,
según se mire acumular dinero es acumular
futuro, o acumular pasado.
Expresiones como “tener dinero”, “con-
seguir dinero”, “gastar dinero” 18 poseen una
significación muy profunda justamente en la
medida en que nos suministran una infor-
mación acerca del pasado, del presente o del
futuro, una información vinculada al trabajo
desarrollado o al que otros están dispuestos a
desarrollar. El dinero, así vinculado a la división
del trabajo, y con ella al bien común, resulta
ser una fuente inagotable de consideraciones
éticas 19.
El dinero es una forma de medir el tiempo.
Pero, como ha señalado V. Mathieu, su valor
no depende tanto del trabajo productor
(Marx) sino del trabajo que es capaz de pro-
ducir en quien quiera obtener un determinado
objeto (A. Smith). Al dinero el valor le viene
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del futuro 20. Curiosamente, cuando decimos 14
“poderoso caballero es don Dinero” estamos
hablando de un poder, de una capacidad de
35
ordenar, de mandar, absolutamente real., pero
la diferencia de ese poder con el que tiene
cualquier autoridad es que ésta manda en
virtud del pasado (por el que se ha constituido
en tal autoridad) mientras que el dinero lo
hace en virtud del futuro (puedo hacer que
otro trabaje para mí).
El dinero, lejos de actuar en calidad de bien
físico, lo hace por su capacidad de proyectar; el
dinero es información. Aristóteles ya vio que el
valor de uso de un producto es diferente del
valor de cambio; sin embargo, pensaba que la
acumulación de riquezas era un sinsentido en
la medida en que constituye una serie inaca-
bable de medios (acumular) que no lleva a
ningún fin 21. Desde luego que acumular sin
más carece de sentido; pero cuando se
acumula dinero se hace con alguna intención,
y Santo Tomás destacó cómo el fin pretendido
por el sujeto que acumula dinero o ejercita el
comercio constituye una de las claves funda-
mentales para emitir un juicio ético que
determine la licitud o ilicitud.
Gracias a Santo Tomás y a los pensadores de
la Escuela de Salamanca, el comercio -la acti-
vidad consistente en comprar y vender no por
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necesidad comenzó a ser tenida como una acti-
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
vidad lícita según sea lo pretendido por quien
la realiza; comenzó a considerarse la posibi-
lidad de que el comercio y el establecimiento
libre de los precios -el justo precio como valor
de mercado: lo que otro está dispuesto a
pagar-sean elementos constitutivos del bien
común de la sociedad. Considerados en
función del tiempo los préstamos de dinero
podrían generar intereses no abusivos, puesto
que implican un riesgo y la cancelación de acti-
vidades productoras propias 22.
En definitiva, las actividades económicas
cuya esencia consiste en la manipulación del
dinero se ven afectadas por la ética en virtud
de la función de utilidad que ese bien tan
peculiar posee. Digo esto porque el mismo
origen de estas distinciones aludidas acerca de
la utilidad como “valor de cambio” y no como
“valor de uso” podría desvirtuar de raíz el
planteamiento si pensáramos que el dinero no
se ve sometido a consideraciones éticas
basadas en la naturaleza de las cosas.
Una moneda más o menos pesada puede ser
lanzada contra una persona produciéndole
unos daños físicos. La consideración ética de
esa acción contempla ese dinero en su “valor
de uso”, en sus características físico-naturales.
Sin embargo, cuando esa misma moneda es
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
15
utilizada para pagar a alguien un determinado
servicio, la consideración ética de la acción se
35
apoyará en el “valor de cambio”, en lo que ese
dinero tiene de capacidad para que otro
realice un trabajo; en este segundo caso
también estamos hablando de la naturaleza
del dinero, aunque no nos estemos refiriendo
a su naturaleza física-material; en lo que tiene
de valor de cambio, el dinero proporciona una
información, ésa es su naturaleza. Por tanto,
las consideraciones éticas acerca del dinero
cuando se distancian de su ser físico-material,
no por ello dejan de ser consideraciones éticas
naturales.
Un ser físico material posee una realidad dis-
tinta a un conocimiento, a una información-,
pero tanto uno como otra son seres que gozan
de realidad. Esta consideración resulta perti-
nente por cuanto algunos pensadores de la
Escuela de Salamanca propiciaron en la his-
toria una separación entre los “bienes físicos”
y los “bienes morales”, poco a poco, la noción
de naturaleza se vio arrinconada a la primera
especie, y la legalidad invadió la segunda; se
propiciaron así las doctrinas que defienden
que la bondad o maldad de las acciones
depende exclusivamente de las leyes estable-
cidas para su regulación, independientemente
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de las consideraciones “naturales” o basadas
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
en la “ley natural”.
4. Entre la confianza y el riesgo: el
peculiar tiempo de la actividad bancaria
Es deseable que las leyes vayan regulando
aquellos aspectos problemáticos novedosos de
la actividad económica; pero, por eso mismo,
una situación antes de ser i-legal no puede
decirse que sea una situación buena o
deseable. La vida va por delante de las leyes, y
antes de que éstas hagan acto de presencia
situaciones ya están imponiendo la necesidad
de formarse un juicio acerca de su conve-
niencia.
El negocio bancario ofrece unas posibili-
dades espléndidas de mostrar cómo contribuye
al bien común la economía de mercado; pero
también ofrece una diversísima gama de
riesgos, de desvirtuaciones, derivados en gran
medida del hecho de que en los bancos -al
igual que en la bolsa- el dinero es más que
nunca información. La rapidez y versatilidad
de movimientos se convierte en un arma de
doble filo necesitada cada vez más de regula-
ciones y leyes, desde luego, pero antes que
nada necesitada de sensatez, de madurez, de
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
la responsabilidad de quien es consciente del 16
inmenso potencial que tiene entre sus manos.
35
Los bancos constituyen probablemente el
intermediario financiero más relevante entre
ahorradores y prestatarios 23. Son un acerca-
miento entre quien presenta lo acumulado con
el trabajo realizado (pasado) y quien en el pre-
sente proyecta unas actividades necesitadas de
crédito (trabajo futuro). Su mismo ser refleja la
condición temporal del dinero, un dinero que
es capaz de proporcionar una información
acerca del trabajo que ha costado conseguirlo
(ahorrador), y una información acerca del
trabajo que con él se puede emprender
(inversor).
Pasado y futuro se necesitan. Y el banco los
acerca para asignar eficientemente los
recursos escasos 24. El futuro no existiría sin el
pasado; pero el pasado care-cería de sentido
sin el futuro. El negocio de los hipermercados
puede servir para ejemplificarlo: la ventaja de
cobrar al contado y pagar a noventa días es
que en ese tiempo se puede hacer algo con ese
dinero; care-cería de sentido guardar el dinero
en caja para pagar tres meses después; el
negocio está en lo que se hace con ese dinero
durante ese tiempo más que en la diferencia
entre el precio de compra y el de venta.
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Carecería de sentido acumular sin invertir,
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
sin proyectar. El acercamiento de ambas activi-
dades ofrece una gama muy amplia de situa-
ciones: recogida y distribución de fondos,
gestión contable y administrativa de las opera-
ciones, atención a la clientela, acopio de infor-
mación 25. Sin duda, las posibilidades de
corrupción son grandes, pero no sería justo
centrar nuestra atención en ellas sin antes con-
siderar las excelentes “funciones sociales” que
la banca propicia en una economía de
mercado.
En primer lugar, la banca posee “la capa-
cidad para realizar la función social de ser el
tomador de riesgo de última instancia” 26; y,
en segundo lugar, genera confianza en el
sistema: las grandes crisis financieras son crisis
de falta de confianza 27. Y si bien esas fun-
ciones no son contabilizables en las economías
nacionales, su existencia no es por eso menos
real.
Sólo la confianza puede frenar una reacción
de retirada de depósitos provocada por una
situación de alarma. Supongamos un tipo de
operación consistente en acercar tanto a un
ahorrador y un prestatario que acaba por con-
vertirse en una cesión del crédito., por otra
parte, el riesgo es mejor absorbido si la gestión
del cobro corre a cargo de un banco que si se
índice volver anterior
MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
17
abandona en manos de un prestamista parti-
cular. Con qué facilidad asistimos constante-
mente a situaciones que demuestran cómo la
35
banca, al controlar los riesgos de los prés-
tamos, realiza una función social en la eco-
nomía de mercado., y con qué facilidad puede
generarse una situación de retirada de con-
fianza ante una alarma emitida acerca de la
licitud de determinadas operaciones. La banca
se basa en la confianza, y la reputación es uno
de sus primeros problemas éticos 28.
Y qué fácil resulta manchar una reputación.
Es lógico que el Estado siga de cerca la acti-
vidad bancaria para evitar las evasiones de
impuestos, o para procurar que las decisiones
crediticias supongan un bien futuro para la
comunidad en que se inscriben 29. Pero es
importante que esa vigilancia respete las leyes
del mercado; las posibilidades de servicio
público de la banca son a la vez fuente de su
grandeza y servidumbre 30, pero lo que no
tiene sentido es desvirtuar su naturaleza 31.
Los servicios que la banca puede prestar -el
de depósito es anterior al crediticio- consti-
tuyen su aportación, y a la vez una fuente de
riesgos que conviene tener presentes. Aunque
las encuestas únicamente proporcionan
material necesitado de la ulterior reflexión,
puede resultar ilustrativo exponer algún
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elenco de prácticas más problemáticas, tanto
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
en los pequeños como en los grandes bancos
32.
Los fraudes en intereses, los juicios equivo-
cados en decisiones empresariales, los robos de
empleados, las mentiras y las prácticas de
manipulación interna están a la cabeza entre
las conductas éticamente incorrectas detec-
tadas en bancos pequeños. Sin embargo, en las
grandes corporaciones bancarias son más fre-
cuentes otras irregularidades: los sobornos a
poderes públicos o a ciudadanos, y la infor-
mación privilegiada. Otras prácticas menos fre-
cuentes son: facilitar la evasión de impuestos,
la discriminación, el espionaje, la destrucción
medio-ambiental, el deterioro sanitario, y la
invasión en la vida privada.
La relación entre bancos y empresas es una
fuente de situaciones problemáticas. Veamos
un par de ejemplos.
En una ciudad de 20.000 habitantes, ope-
raban varias sucursales de Bancos y sólo radi-
caban allí una,, pocas empresas industriales.
Una de ellas tenía un volumen mensual de giro
claramente mayor que las otras, y su Gerente
recibió un consejo de cierto consultor finan-
ciero que era amigo suyo. Este le hizo ver que
cada uno de los Directores de Sucursales darían
cualquier cosa por captar el volumen de movi-
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
miento bancario del “nº 1” de aquella plaza, y 18
él debía aprovecharse de esta “fortaleza” que
tenía por ser el mayor. Entonces, llamó al
35
Banco que hasta entonces le atendía y le
anunció que si no le mejoraba los tipos de
interés y descuento tanto como pudiera,
pasaría a otro Banco su movimiento eco-
nómico. El Director de aquella sucursal ban-
caria habló con sus Directores regionales y le
autorizaron a mejorar aquellos tipos de interés
y descuento. Con estas nuevas cifras, se dirigió
a otra de las sucursales y le ofreció pasar a ella
su movimiento económico si le ofrecían
mejores condiciones: consiguió una oferta
algo mejor. Con ella pasó al siguiente Banco, y
así sucesivamente, hasta el último. Con la
oferta más baja, dio opción al primer Banco, a
no abandonarlo si superaba a la que había sido
la oferta mejor. Esto, sin duda, obtuvo más que
lo que se hubiera conseguido con una pre-
gunta a todos sobre lo máximo que cada uno
podía ofrecer: es como enfrentarlos en una
carrera viéndose unos a otros, en lugar de
hacerlo como en las carreras contra el reloj 33.
Dando por supuesto que la empresa en
cuestión ofrece a los competidores los datos
verdaderos, no existe en principio ilicitud ni
inconveniencia ética en esa actuación; sin
embargo, algo nos dice que esa falta de ele-
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gancia acaba por pagarse. Cuando las rela-
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ciones están basadas en la confianza, el banco
procura para sus clientes soluciones ventajosas
a sus problemas. Pero quien ha estrujado una
situación obteniendo de forma inmediata el
máximo beneficio posible, es más que pro-
bable que a la larga pierda oportunidades de
las que ni siquiera será informado.
Veamos ahora un ejemplo en el cual un
banco tiene que decidir acerca de si incauta o
no unos bienes pertenecientes a una empresa
que no puede devolver un crédito. Un hombre
de negocios tuvo unos reveses que le impi-
dieron atender las amortizaciones de un
crédito importante. Vio el peligro de que eje-
cutaran los avales y se incautaran de sus bienes
industriales. Un asesor jurídico le aconsejó que
se pusiera en relación con personas que
ofrecen la simulación de un préstamo o
hipoteca anterior a aquel crédito; de esta
forma disuadiría a los presuntos ejecutores,
porque se les interponía este otro derecho de
cobro prioritario al suyo. Ante su duda sobre la
licitud de esta operación, el asesor le explicó
que esta es una forma corriente de poner
“paraguas” a las incautaciones de bienes
industriales que se malvenden porque los acre-
edores no los saben utilizar para su fin; y esto
es una injusticia que se quiere evitar. Por otra
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
19
parte, al salvar los bienes de producción, se
puede esperar que en el futuro se pagará
aquél crédito; pero en caso contrario la
35
empresa desaparece y es seguro que el
acreedor no cobrará más que una parte (lo que
obtenga por malvender aquellos bienes)34.
Manteniendo el principio de que el fin no
justifica los medios, no parece lícito fingir un
préstamo o hipoteca anterior al crédito. Otra
cosa es el hecho de si el banco considera que
en un plazo mayor de tiempo esa empresa es
previsible que salga de su crisis. Para esa cir-
cunstancia cabe que el banco pase a formar
parte de la empresa; o que admita -aunque sea
tácitamentela ficción que el asesor jurídico
propone. la falta de veracidad no se daría
entre las partes si ambas considerasen que la
acción destinada a demorar Id ejecución va a
ser ventajosa para todos.
Los créditos no cumplidos son una de las
formas que tienen los bancos para participar
en el accionariado de las empresas. Tanto en
esos casos como cuando son miembros funda-
dores resulta muy interesante la actuación de
los elementos puestos por el banco en el
gobierno de la empresa, puesto que no resulta
fácil deslindar en las decisiones lo que bene-
ficia al banco como propietario de lo que
beneficia a la empresa en cuanto tal, si bien la
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especificidad de este tipo de situaciones está
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
mejor encuadrada en las reglas que deben pre-
sidir las relaciones entre directivos y accio-
nistas.
También es lógico que dentro del negocio
bancario se contemplen conflictos éticos
comunes a toda organización empresarial-, tan
sólo voy a referirme a uno que sí tiene una
mayor vinculación con lo específico de la acti-
vidad bancaria: la movilidad del personal
directivo.
La confianza, base del negocio bancario, se
genera entre personas; ganada la confianza de
un cliente, éste se convence de que se le están
ofreciendo las mejores condiciones posibles en
los diversos servicios, y sabe que su banco de
confianza moderará el riesgo de sus negocios
cuando lo necesite. Esa atención personalizada
que sabe hacerse cargo de los problemas de
cada cliente es una de las mejores cualidades
que pueden exhibirse, pero tiene también un
riesgo; cabe la posibilidad de que ese hacerse
cargo de los problemas ajenos acabe convir-
tiéndose en un asumir riesgos excesivos. Por
otra parte, los directivos bancarios no poseen -
como ningún ser humano- una capacidad cre-
ativa ilimitada, y sus ideas para hacer crecer el
negocio tienen un punto de inflexión. Gene-
ralmente esas dos circunstancias -la excesiva
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confianza con algunos clientes peligrosos, y el 20
agostarse de las nuevas ideashacen que cada
cierto tiempo se organicen movimientos y
35
cambios del personal directivo: cambios de
población, traslados a servicios centrales, etc.
Aparte de los evidentes motivos de desa-
rrollo del negocio, hay decisiones, en lo que
respecta a la movilidad del personal, que ten-
drían que tener más en cuenta factores
humanos: el perjuicio que se le hace a una
familia ya asentada en una población, los ser-
vicios prestados, el malestar que puede gene-
rarse en el entorno próximo, etc. Estos factores
éticos no tienen como misión ablandar una
decisión económicamente conveniente; son
factores reales que no pueden olvidarse a la
hora de tomar decisiones porque realmente
influyen en la marcha del negocio.
5. Una semana en Wall Street
El Wall Street Journal no sólo atiende infor-
maciones bursátiles, está claro. Pero la acti-
vidad bursátil plasma hasta límites casi insupe-
rables la importancia de la confianza en el
manejo de esa información que es el dinero.
My word is my bond!, ¡mi palabra es mi
fianza!, ¡mi palabra me obliga!. Ese era el lema
de aquellos 24 primeros ‘broker’ -corredores-
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de la bolsa de Nueva York que un 17 de mayo
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
del año 92, de 1792, decidieron cobrar un
0,25% sobre las operaciones que les confiaban
sus clientes.
La deuda gubernamental generada por la
Guerra de Independencia hacía temer una
situación de falta de liquidez; pero ese miedo
desaparecía al crear un mercado secundario en
el que los títulos cambiaban de mano. En 1929,
uno de los 1366 puestos en el parquet de Wall
Street valía 625.000 dólares. En 1930, solo
65.000 dólares. ¿Qué ocurrió? A comienzos de
1929 Charles Merril Lynch había manifestado
su preocupación por el alza excesiva de los
títulos; tanto él como su psiquiatra vendieron
acciones. Cuando “estalló la burbuja”, cuando
el Banco central, -el Federal Reserve System-
intentaba frenar la especulación, se produjo
una espectacular cadena de quiebras ban-
carias: el crack del 29.
Del crack del 29 Wall Street aprendió que la
actividad bursátil necesitaba una mejor regu-
lación, y la Securities and Exchange Commision
(SEC) dio a comienzos de los años 30 una serie
de normas entre las que se encuentra la
famosa 10b-5; para proteger a los compra-
dores y a los vendedores, se prohibía el fraude
en conexión con la venta de confidencias. La
Corte Suprema ratificó en 1968 la ya famosa
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figura del Insider Trading, aquel que compra o 21
vende valores sobre la base de un material
informativo que la compañía no ha hecho
35
público, datos que a un inversor razonable le
gustaría conocer antes de comprar o vender
35.
Claro que desde dentro las irregularidades
posibles no se limitan a la compra venta de
información. El seguimiento durante una
semana del Wall Street Journal 36 demuestra
la frecuencia de otros tipos de actuación igual-
mente injustos: el abuso de confianza, las
falsas expectativas que pueden generar los cui-
dadores o los informadores, las violaciones de
reglas, la repetición innecesaria de opera-
ciones para acumular comisiones por corretaje,
el encubrimiento, las compra ventas fuera del
mercado, las compras poco interesantes, la uti-
lización de la cartera de los clientes, etc.
Analicemos brevemente una situación des-
crita en 1988 por Business Week 37. Un
corredor de Bolsa llamó a un cliente suyo para
avisarle de una oferta muy buena que estaba a
punto de terminarse. Después de hacerle
varias preguntas concluyó el cliente que pre-
fería no participar en esta oferta. Llamó el
corredor a otros clientes que tampoco se apro-
vecharon de la oportunidad. Según él, era tan
clara la posibilidad de ganancias, que varios
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corredores utilizaban fondos de sus clientes
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
para participar en su nombre en tal oferta.
“Entraron y salieron” en dos días; y volvieron a
colocar el dinero de sus clientes tal como
estaba. Se las arreglaron de tal forma que sus
clientes no se dieran cuenta ni perdieran nada
en el proceso. Se quedaron con lo que sobró
de la operación. Ese modo de actuar está
admitido por parte de mucha gente que
trabaja en la Bolsa; lo ven como una oportu-
nidad clara de ganar dinero, ¿porqué no apro-
vecharla? Todos salimos ganando: no se per-
judica al cliente; ganamos dinero; respon-
diendo a las fuerzas del mercado, se con-
tribuye a hacerlo más eficiente.
El corredor cuenta como argumentos favo-
rables el hecho de que el cliente no pierde,
que contribuye a vivificar el mercado, que
todos lo hacen... Sin embargo, no es difícil
reparar en que no podía existir seguridad
absoluta de que el cliente no saldría perju-
dicado, en que el corredor tiene otras formas -
como cualquier inversor- de acudir a una
oferta sin arriesgar dinero ajeno. Respecto a
eso de que “todos lo hacen” esa es precisa-
mente la excusa que todos nos damos cuando
vamos a hacer algo que sabemos que no está
bien, nunca nos damos ese “argumento” para
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
emprender una acción que consideramos 22
buena.
35
Son ya famosos los nombres de Dennis
Levine, lan Boesky y Michael Milken 38, aso-
ciados a unos años 80 llenos de ganancias
desorbitadas, ganancias de cientos de miles de
dólares gracias a circuitos de informaciones
sobre fusiones, compras, ventas, etc. En 1985
algunas de esas llamadas informadoras llegaba
a suponer una ganancia inmediata superior a
los 8 millones de US$. Actuó la SEC, y el globo
especulador pinchó el 19.X.87.
No tienen desperdicio las declaraciones de
Levine en marzo de 1990 a la revista Fortune:
“He tenido cuatro años para reflexionar. Ha
sido duro pero al final te haces a la idea. Desa-
fortunada mente, mi familia también ha
tenido que soportar la humillación y la pérdida
de toda intimidad, y no lo merecían (...).
“Estoy arrepentido de lo que hice. Ahora
tengo mayor respeto por el sistema judicial de
nuestro país. Fui espléndidamente premiado
por el trabajo y la creatividad que dediqué a
mi carrera como broker. Cuando quebranté la
ley, fui castigado. El sistema funciona.
“La gente siempre pregunta, ¿por qué
alguien que gana un millón de dólares al año,
empieza a manejar información confidencial?
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Esa no es la pregunta correcta. Cuando
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
empecé en 1978, no ganaba un millón. Tenía
25 años y trabajaba como empleado en
Citibank con un sueldo de 19.000 dólares al
año. Era impaciente y ardía en mi ambición. En
ese tiempo, el manejo de información no se
consideraba necesariamente malo, era simple-
mente una propina que el mercado ofrecía a
quien sabía buscarla. De esta mane-ra, yo sim-
plemente lo veía como una manera rápida de
hacer dinero. Por supuesto, me daba cuenta de
que lo que estaba haciendo no estaba del todo
bien, pero lo racionalicé como algo inofensivo,
algo que todo el mundo hacía (...).
“Con el tiempo, me hice adicto. ¡Era tan
fácil! En siete años convertí 40.000 dólares en
11,5 millones y sólo me exigía un par de lla-
madas al mes de 20 segundos cada una. Wall
Street era la locura en esos días. Era la década
del materialismo y los excesos (...).
“Me convertí en un chico “go-go” con-
sumido por el ultracompetitivo mundo de la
banca de inversión. Ayudaba a mis clientes a
hacer cientos de millones de dólares. Colaboré
en la adquisición de Revlon por
2.000 millones de dólares, cuatro meses de
trabajo que reportaron a Drexel más de 60
millones de dólares. La diaria exposición a este
tipo de transacciones, ayudó a erosionar mi
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
escala de valores y distorsionó mi juicio. En 23
este increíble mundo de miles de millones de
35
dólares, los millones que hice parecían casi
insignificantes.
“En la base de mi compulsiva actividad
comercial, había una incapacidad de fijar
límites. Quizá mi éxito surgía de esa misma
base. Mi ambición era tan fuerte que fui más
allá de lo racional, y gradualmente fui per-
diendo de vista lo que constituye un compor-
tamiento ético. A cada nuevo nivel de éxito,
me imponía metas más altas, acorralándome a
mí mismo en un círculo del cual no veía escape.
Cuando me convertí en vice-presidente, quería
ser director general, y cuando llegué a director
general, quise ser cliente. Si ganaba 100.000
dólares al año, yo pensaba: “¡puedo ganar
200.000!”. Y cuando ganaba un millón me
decía: “¡puedo ganar 3 millones!”, y así sucesi-
vamente.
“El celo competitivo es normal en los
negocios. Todo el mundo quiere ganar más
que el de al lado. Es lo mismo en la banca de
inversión, pero los números tienen muchos
ceros más. Sólo un pequeño porcentaje de la
gente que se contrata en estas firmas llega a
ser socio, y a medida que la pirámide se
estrecha, la competencia crece con mayor
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intensidad. En la época en que me convertí en
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socio de Drexel, ya estaba fuera de control.
“Mis padres siempre me han animado a
jugar correctamente. Vengo de una familia
sólida y tradicional. yo era el menor de tres
hijos. Mi madre, Selma, murió de un derrame a
la edad de 53 años, cuando yo tenía 23. Aún
estoy muy unido a mis hermanos, Larry y
Robert, y a mi padre Philip; solemos hablar con
frecuencia y reunirnos para las comidas fami-
liares.
Hasta que se retiró en 1983, mi padre tra-
bajaba muchas horas llevando su propio
negocio. Su compañía de remodelación de
casas termina cimientos, instala jardines, etc.
Me enseñó a trabajar duro, creer en mí y per-
severar. Una y otra vez, desde mi adolescencia,
me mandaba a tocar de puerta en puerta bus-
cando nuevos clientes. Aquellas visitas en frío
eran duras, pero me enseñaron a vender.
Siempre trataba de superar las objeciones,
nunca aceptaba un no por respuesta.
Levine recordaba... “el frío que me corría
por el cuerpo cuando los fines de semana venía
mi esposa y me contaba cómo iban creciendo
mis hijos. Sólo a través de las visitas de Laurie,
pude disfrutar de la niñez de mi hija menor,
que nació tres meses después de que yo fuera
a parar con mis huesos en la cárcel. Recuerdo
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
la angustia de Laurie cuando los chicos le pre- 24
guntaban dónde estaba su padre, pero ¿cómo
le cuentas a un chico que su padre está en
35
prisión por manejar información confidencial?
(…).
“Hoy estoy de regreso en mi hogar. Estos
cuatro años me han hecho ver lo que es real-
mente importante, y me han hecho darme
cuenta también de que soy un hombre con
suerte. Mis amigos no sólo han cuidado bien
de mi familia, sino que me han dado una
acogida increíble ahora que quiero reiniciar mi
vida. Y lo que es más sorprendente aún, es
cómo me han recibido los empresarios a
quienes atiendo a través de mi pequeña firma
de consultoría. Es una suerte, ya que las
finanzas son mi vida. De todos modos, sólo me
ocupo de prestar ayuda en pequeñas opera-
ciones siempre dentro de la ley.
“Ultimamente, estoy llevando a cabo una
serie de charlas a jóvenes estudiantes de
escuelas como Columbia, Wharton, New York
University, entre otras, en las que les cuento
mis experiencias en un intento de alejarles de
los errores que yo cometí. Me sentiría muy
satisfecho de saber que de esta manera puedo
evitarle a otra persona las penurias por las que
yo tuve que pasar como consecuencia de un
error” 39.
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Las investigaciones de la SEC y sus actua-
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ciones legales han cambiado radicalmente la
valoración ética de ese tipo de actuaciones.
Ahora, todo aquello que viole la privacidad,
destruya la competencia o distorsione el
mercado libre, debe ser considerado “econó-
micamente ineficaz por la razón de que es
inmoral” 40.
La ética, la limpieza, la igualdad, hacen efi-
caces al mercado porque forman parte de su
misma esencia. Y esa enseñanza es aplicable a
toda profesión. lo que cuenta es lo que uno
logra limpiamente, por el propio esfuerzo y
habilidad, éticamente. En otras palabras: el
mercado potencia el bien común cuando es
verdaderamente un “mercado libre”.
6. ¿Es obligatorio maximizar los
beneficios?
Ante una pregunta de este estilo lo pru-
dente es darse tiempo antes de responderla.
quizás lo primero que hay que matizar es qué
se entiende por “beneficio”, o qué se entiende
por “maximizar”. “¿Cuál es la máxima can-
tidad de dinero que se puede ganar en un
año?” No es nada fácil responder a esa pre-
gunta, como tampoco resulta posible res-
ponder a la cuestión “¿cuál es el mayor de los
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números naturales?” o “¿cuál es la mayor velo- 25
cidad en la que cabe pensar?”.
35
Una cosa es optimizar recursos, sacar todo el
rendimiento que se pueda a una actividad -
cosa no sólo buena sino en cierto modo obli-
gatoria, moralmente exigible desde la pers-
pectiva del bien común-, y otra cosa es conver-
tirse en un neurótico insatisfecho. El “héroe
yuppie” de los años ochenta ya ha pasado,
afortunadamente, y tenemos que plantearnos
seriamente que el “incremento de beneficios”
no es sólo el “incremento de beneficios econó-
micos”, y que este último no se obtiene sola-
mente a base de “incrementar horas de
trabajo”.
El mejor ejecutivo no es el que más horas
pasa en el trabajo, sino el que mejor sabe
organizar su tiempo. No reparar en ello sig-
nifica haberse introducido sin darse cuenta en
la senda de la neurosis obsesiva. Hay cosas que
no se pueden calcular: el máximo beneficio, la
mayor cantidad de horas posibles, la velocidad
más alta; por lo tanto, la racionalidad global
que da sentido a nuestros comportamientos
no puede ser reducida a una tarea de cálculo.
Desde hace muchos siglos, los hombres
sabios son los que han sabido reconocer sus
propias limitaciones, el alcance de la propia
ignorancia-, es algo que debe estar en la base
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de toda ética profesional 41. Los grandes pen-
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
sadores liberales toparon enseguida con esa
dificultad: ¿cómo puede calcularse qué es lo
mejor?, ¿quién lo calcula? ¿Cómo se mide lo
mejor de cada sujeto? ¿Cómo determinar exac-
tamente lo que constituye el bienestar social a
partir de los intereses de cada individuo?
Sacando provecho de esa dificultad, los parti-
darios del intervencionismo estatal propu-
sieron que si suponemos que “la sociedad” es
un “individuo ficticio” e imparcial a la hora de
juzgar acerca de los conflictos e intereses de
los ciudadanos, entonces quien decide es el
Estado, el Estado del Bienestar.
Son muchos los países que ya han pagado las
consecuencias de ese error; sin embargo, el
principio que afirma que la racionalidad se
encuentra en el cálculo del máximo sigue
imperando ocultamente. Ante una mentalidad
estatalista la reacción visceral individualista
puede arrastrar consigo una parte del error al
que desea oponerse. Si el Estado Providencia
se hace dueño y señor del bienestar social, el
individuo puede pensar que está eximido de la
preocupación por el bien común; puede olvi-
darse de que el mercado libre colabora de
suyo, por su misma esencia, al bien común;
puede llegar a pensar que eso de ocuparse del
bienestar social, o de las consecuencias
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
sociales, no es parte integrante de la actividad 26
económica privada, pero eso sería precisa-
mente ceder a las pretensiones estatalistas.
35
Una de las características del error totali-
tario es que en su visión omniabarcante no
deja lugar a la libertad racional de los indi-
viduos. Todos los que en algún momento de la
Historia se apuntan el tanto de que “ahora
hemos llegado al final”, “ya no es posible
pensar en otra forma mejor de organización”,
etc., en esas afirmaciones omnicomprensivas
apenas dejan un resquicio a la libertad de los
individuos. El único “resquicio” que dejan es
una racionalidad de segunda fila, alejada de
visiones globales, focalizada en lo concreto
experimentable; las vocaciones totalitarias tan
sólo dejan libre la racionalidad del cálculo
matemático, de la contabilidad de las conse-
cuencias. A la verdadera libertad le tienen
miedo. Sin embargo, en la medida en que el
hombre, cualquier ser humano, es en cierto
modo dueño -libre- para dar a su vida una
orientación global -de fines, y de fines últimos
si quiere-, en esa misma medida la racionalidad
humana no puede quedar constreñida a un
cálculo de equilibrios matemáticos más o
menos exactos.
Quienes sostienen que una acción es mejor
en la medida en que se mejora el resultado no
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hacen otra cosa que despersonalizar la acción
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
42, no hacen otra cosa que propugnar un
punto de vista desde ninguna parte. Una
acción es mejor en la medida en que mejora a
quien la realiza-, si no, se llegaría a afirmar,
por ejemplo, que es más importante “que en
el mundo no haya injusticias” a “que yo no
cometa injusticias”. Si este punto no está claro
se acaba aceptando la posibilidad de que para
obtener un buen resultado final llegue a ser
admisible cometer una acción mala; de esa
acción se acabará diciendo que es “privada-
mente mala” pero “politicamente” -pública-
mente- buena” 43. Las consecuencias de esa
doble moral son devastadoras; baste pensar en
que pueden justificarse acciones terroristas
“que buscan un resultado final políticamente
deseado”, pero también hay que señalar que
esa mentalidad es la que preside la actuación
de quien defiende que “el mercado se bene-
ficia de mi mal comportamiento”. Si se afirma
que “puede ser correcto hacer en privado lo
que no puede defenderse en público” se está
defendiendo la conveniencia de mantener en
secreto el principio moral clave: “la opinión
que afirma que el secreto puede hacer correcta
una acción, esa opinión debe mantenerse en
secreto”. Al mantener ese principio en secreto,
la minoría dirigente se juzga a sí misma por
una moral distinta de la que desea que los ciu-
índice volver anterior
MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
dadanos cumplan, porque desde luego no 27
sería deseable que todos se beneficiaran: lo
bueno está en que sólo unos pocos se bene-
35
ficien.
En definitiva, que quienes más propugnan
que “todos somos iguales” en el fondo están
convencidos de que “unos somos más iguales
que otros”. Pero lo grave está en que no sólo
no quieren reconocerlo, si no en que no
pueden reconocerlo: porque pasarían a ser
“iguales” de verdad.
Si la ley fuera la misma para todos, no haría
falta moralizar desde los poderes públicos;
cuando se recurre a los argumentos moraliza-
dores es porque alguien no se está aplicando a
sí mismo la ley, y se guarda en secreto cuál es
su norma moral. Y ese terrorismo de Estado es
tan grave como el otro terrorismo.
Afirmar que el bienestar social es asunto del
Gobierno, o que sólo privadamente -en con-
ciencia un individuo debe ocuparse de ello, eso
es haber cedido ante la vocación totalitaria,
eso es estar abocado a decir que en la vida
pública no hace falta actuar en conciencia.
Cada vez son más las empresas con planes de
beneficios sociales para sus empleados -planes
de pensiones, seguros sanitarios y de vida, pro-
gramas educativos para familiares, etc.-. Lo
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que habitualmente llamamos beneficencia o
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
mecenazgo en ocasiones no pasa de ser una
nueva forma -más sutil e inteligente de hacer
publicidad. pero desde luego que las preocu-
paciones culturales o artísticas del mecenazgo
devuelven a la sociedad una parte de los bene-
ficios de las empresas; y en ese sentido se trata
de actuaciones potenciables porque contri-
buyen muy eficazmente a salvar colecciones de
arte, a organizar importantes archivos, a desa-
rrollar actividades universitarias, a facilitar
medios de formación a sectores desasistidos de
población, a impulsar actividades deportivas,
etc., etc.
Pero el parámetro que mejor mide la con-
ciencia social de las actividades económicas es
un parámetro intrínseco; se alejan del bie-
nestar social en la medida en que fomentan
actividades neuróticas, esquizofrénicas, des-
personalizadoras. El consecuencialismo
conduce a una doble moral porque la pers-
pectiva que concede igual peso a los intereses
de todos los afectados a la hora de calcular el
resultado global es una perspectiva imper-
sonal. Tan irresponsable es guardar las propias
convicciones para la vida privada como medir
la responsabilidad pública con parámetros des-
personalizadores. El grado de madurez ética
de una sociedad puede detectarse en gran
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
medida en lo que hace con aquellas personas 28
que le resultan económicamente menos pro-
35
ductivas -niños, ancianos, enfermos-, y
también en el coste personal que se exige para
triunfar, porque en esos parámetros se mani-
fiesta hasta qué punto las actividades econó-
micas no han llegado a deshumanizar a sus
sujetos.
7. Por qué las mujeres siempre cargan
con el muerto
Antes que nada manifestaré cuál es la
intención de los párrafos que siguen; en
primer lugar no me parece bien que se hable
del papel de “la mujer” en la empresa o en la
dirección de organizaciones como tampoco se
habla de “el hombre” en esos puestos., en ese
sentido, primar la incorporación de las mujeres
a esos aspectos de la vida laboral supone de
entrada aceptar que hasta el momento han
sido una especie de “minoría” perjudicada; en
segundo lugar, quienes han argumentado en
contra de la incorporación de mujeres a las
tareas de gobierno han esgrimido una serie de
argumentos que, en mi opinión, apoyan lo
contrario: si fuera cierto lo que se les echa en
cara a las mujeres, los caracteres que se les atri-
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buyen son hoy más necesarios que nunca en el
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
management.
No me interesa mucho, la verdad, saber qué
es el feminismo 44; como tampoco pienso
dedicar un minuto a saber si existe el
machismo o el masculinismo, pero el pensa-
miento occidental lleva un par de siglos avan-
zando en el reconocimiento de la igualdad de
derechos para hombres y mujeres encon-
tramos los prime-ros feministas alrededor de la
Revolución Francesa 45,cuando comenzaron a
ceder las resistencias a la incorporación de las
mujeres en la vida pública. Sin embargo, los
grandes pensadores del siglo siguiente iban a
ser terriblemente sectarios a la hora de valorar
las capacidades de lo que Schopenhauer llamó
“el sexo inferior”.
Otro famoso, Kant, se atreve a ironizar al
definir qué es la Ilustración, sosteniendo que
cuando utilice el término “razón humana” el
único referente son los hombres puesto que las
mujeres carecen de racionalidad. Por estar
menos dotada intelectualmente, la mujer
resultaría un ser moralmente inferior. Las
“consecuencias” de semejante despropósito
fueron extraídas por los continuadores del ide-
alismo alemán 46, y han pesado de forma
increíble durante muchos años.
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
Si se parte de la oposición entre las cate- 29
gorías de “actividad” y “pasividad”, y se
atribuye la primera a los hombres y la segunda
35
a las mujeres, las consecuencias no se hacen
esperar. Puesto que el pensamiento es acti-
vidad, la ocupación de los hombres se dirigirá
hacia lo universal, hacia la vida pública, y las
mujeres quedarán relegadas al ámbito de vida
privada, a su casa. No le estará permitido a la
mujer ejercer oficios públicos, ni significarse
históricamente; se le podrá permitir una cierta
cultura, pero nunca que llegue a tener una
seria actividad intelectual.
Antígona, personaje central de la tragedia
de Sófocles, es un buen paradigma., ante su
hermano muerto no puede consentir que una
ley de la ciudad -el decreto de que no sea ente-
rrado- prevalezca sobre la ley de la piedad -
que los muertos deben ser sepultados-. la
piedad se enfrenta al poder, la casa a la polis,
la ley divina a la ley humana, la ternura a la
fuerza; las mujeres carecen de visión universal,
van a lo concreto; no razonan, intuyen; no dis-
curren argumentalmente, van a lo inmediato;
no hay quien les entienda...
Es cierto que a algunas mujeres no hay
quien las entienda, pero ocurre lo mismo con
algunos hombres; hay mujeres que son inútiles
para el gobierno, pero hay hombres que
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tampoco les van a la zaga. Toda generalización
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
de ese estilo está condenada al error de
antemano, pero si hubiera algo de verdad... Si
hubiera algo de cierto en esa separación
tajante de caracteres, en realidad lo que
sucede es que esos valores tenidos por inútiles
para la vida pública -la intuición, la inmediatez
de los juicios, el estilo familiar- son en realidad
los valores que más se necesitan, porque
apuntan hacia la consideración de lo más
íntimo de las personas, apuntan hacia lo que
las hace insustituibles.
Antígona carga con el muerto porque en
una familia a un muerto no se le sustituye; en
la vida laboral sí: cualquier puesto de trabajo
puede ser reemplazado; pero en la vida
privada la pérdida es realmente irreparable. Y
ese captar el sentido, el valor más profundo de
cada persona, es una valoración ética. Por eso,
si una cultura empresarial quiere de verdad
llegar a tener en cuenta los aspectos más
importantes de lo que somos las personas -
mujeres y hombres- no tendrá más remedio
que potenciar aquellos aspectos que algunos
han dejado de lado por considerarlos excesiva-
mente “femeninos”.
Las estadísticas nos muestran cómo en las
tareas que suponen una mayor atención per-
sonalizada -educación, salud, servicios- es pre-
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
30
cisamente donde más mujeres se encuentran
desempeñando tareas de dirección 47. Una
vez pasada la fiebre de los yuppies de los años
35
80, casados con su empresa, el management
evoluciona hacia sistemas de trabajo favo-
rables a la vida familiar; por una parte, son
cada vez más frecuentes las iniciativas estraté-
gicas para que las mujeres cualificadas no
abandonan su trabajo por motivos familiares
48; por otra, cada vez está más extendido el
convencimiento de que si el éxito profesional -
la escalada- tiene como precio la vida familiar
y privada, entonces no compensa.
Hay quien dice que las mujeres poseen una
mayor capacidad para terminar las cosas,
mejor estilo, y que son superiores también a la
hora de transmitir la necesaria sensación de
apoyo; por el contrario, su autoestima parece
inferior, tienen una menor confianza en sí. En
cualquier caso, a nadie se le puede ocurrir
argumentar que esas características -apoyo,
estilo, educación, capacidad para terminar los
asuntos- son desestimables en el mundo de la
empresa y en la dirección de organizaciones.
Como la racionalidad no es un rasgo
exclusivo de los varones o de las mujeres, racio-
nalizar las actividades económicas y empresa-
riales significa sencillamente hacerlas más
humanas, más personalizadas; significa con-
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 JOSÉ MARÍA ORTIZ
vencerse de que la verdadera racionalidad es
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
la que tiene en cuenta la natural complemen-
tariedad que poseemos los seres humanos; sig-
nifica superar las barreras que pretenden con-
traponer la cooperación y la competencia, lo
privado y lo público, la ética y el beneficio, la
mujer y el hombre, el mercado auténticamente
libre y el bien común.
NOTA BIOGRAFICA
José María Ortiz Ibarz, estudió Filosofía en
Barcelona y Pamplona. Sus orígenes son arago-
neses (Binéfar, Huesca). Obtuvo los premios
extraordinarios de licenciatura y doctorado. En
la actualidad es Decano de la Facultad de Filo-
sofía y Letras de la Universidad de Navarra.
Tras sus primeros estudios de metafísica,
continuó con una serie de trabajos acerca de la
idea moderna de libertad: “La Máxima
Libertad en la Historia”, “Leibniz: Possibilité et
Virtualité”, “La Nada en la Creación”, “La Feli-
cidad en la Europa de 1700”, “La Aportación
de la idea Moderna de Libertad al Proyecto de
un Progreso Perpetuo”. Ello explica la con-
fluencia de los temas metafísicos y éticos en sus
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
libros: “El origen Radical de las Cosas”, “Con- 31
dorcet, un Alumno de Navarra, el Ultimo Ilus-
35
trado”, y en algunos trabajos posteriores.
Sus últimos trabajos se orientan hacia la fun-
damentación de la ética: “Posibilidad y Racio-
nalidad del Obrar Moral: la Transformación del
Objeto de la Etica”, “Der Satz vom Zurei-
chenden Grund und die Ethische Modernitat”,
“Del Sufrimiento a la Virtud”.
Miembro de la European Business Ethics
Network; ha escrito algunos artículos de ética
empresarial, “Cultura de la Empresa”, “¿Quién
ha puesto de Moda la Etica Empresarial?”.
Durante el semestre de otoño de 1990 inició en
la Harvard Business School un proyecto de
investigación en ética de las profesiones.
Durante el curso 91-92 recibió un premio a la
investigación de la Caja de Ahorros Municipal
de Pamplona para estudiar “Los Recursos
Humanos y Códigos Eticos en las Empresas y
Profesiones de Navarra”, y en la actualidad es
profesor de “Etica de la Actividad Económica”
en la Facultad de Ciencias Económicas y Empre-
sariales de la Universidad de Navarra. Este es
su segundo cuaderno en nuestra colección.
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 JOSÉ MARÍA ORTIZ
1. Toward the Future, A Lay Letter, New York
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
1984, pp. 42-44.
2. RUBIO DE URQUíA, R., Etica, eficiencia y
Mercado, en el II Coloquio Interdisciplinar de
Etica Económica y Empresarial, IESE, Barcelona,
octubre de 1992.
3. Alvira, R., ¿Qué es el humanismo empre-
sarial?, Rialp, Madrid 1992,
4. “Una historia del mundo, de Dwight Bog-
danov y Vladimir LoweIl (Universidad de Cali-
fornia en Moscú, 640 páginas o 27bites
visuales, editado en l992)”, en The Economist,
cfr. Expansión, 31.XII. 1992, pp. X-XI.
5. SANDEL, M., Liberalism and the Limits of
Justice, Cambridge University Press, Cambridge
1992; HAUERWAS, S., A Community of Cha-
racter Toward A Constructive Christian Social
Ethic, Notre Dame University Press, 1981.
6. VELASQUEZ, M., International Business
and the Common God, en “Business Ethics
Quarterly”, II, I (1992), pp. 27-4 1. “El bien
común no consiste en la simple suma o agre-
gación de los diversos bienes parciales, ni en
sacrificar el bien de una parte en favor del bien
de otra, aunque ésta sea más poderosa y esté
dotada de mayores recursos Juan Pablo II, en
Mantua, Italia, 23.VI. 1991).
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MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
7. Peters, T., Management liberador 32
8. Gelinier, O., Etica de los negocios, Espasa 35
Calpe, Madrid 1991, pp. 57-59.
9. Llano, A., En la XXXI Asamblea de la Agru-
pación de Miembros del IESE, Valencia,
noviembre de 1992.
10. GRAY, J., The Moral Foundation of
Market Institution, IEA Health and Welfare
Unit, 1992, pp. 91-93.
11. CANALS, J., Economía de mercado, com-
petencia y colaboración entre empresas, en el
II Coloquio Interdisciplinar de Etica Económica
y Empresarial, IESE, Barcelona, octubre de
1992.
12. Cruz, A., Aerobicmanía y chandalismo,
pro manuscripto.
13. Hartley R, F., En la cresta de la ola de la
moda de correr, en Errores en el marketing,
Paraninfo, Madrid 1990, pp. 193-205.
14. RAWLS, J., A Theory of Justice, Harvard
1971. En otro lugar he expuesto las defi-
ciencias que esa teoría de la justicia ofrece en
la medida en que el juego no es la actividad
humana más libre (cfr. ORTIZ, J.M., Posibilidad
y racionalidad del obrar moral, en “Annals of
the Archive of F Valls i Taberner’s Library”, 3/4
(1989), pp. 209-223).
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 JOSÉ MARÍA ORTIZ
15. ORTIZ, J.M., John Locke en el estado de
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
naturaleza, pro manuscripto.
16. ALVIRA, R., Competencia y cooperación
en el mercado, en el II Coloquio Interdisciplinar
de Etica Económica y Empresarial, IESE, Bar-
celona, octubre de 1992.
17. Locke, J., Segundo Tratado sobre el
Gobierno Civil.
18. SOLOMON, R.C., HANSON, K.R., Above
the Bottom Line, Harcourt Brace Jovanovich,
Inc., N York 1983, p. 406.
19. Una breve historia del nacimiento de
esos problemas se encuentra en la obra de R.
Termes, Antropología del capitalismo. Un
debate abierto, Plaza y Janés, Madrid 1992.
20. MATHIEU, V., Filosofía del dinero, Rialp,
Madrid 1990.
21. TERMES, R., o.c., capítulo I.
22. Id., capítulo II.
23. Sánchez Asiain, J.A., Reflexiones sobre la
Banca. Los nuevos espacios del negocio ban-
cario. Discurso de recepción en la Real Aca-
demia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid
1987, p. 39.
24. Id., p. 40.
índice volver anterior
MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
25. “Cada producto bancario, de activo o 33
pasivo, es simultáneamente una fuente de
información y, en general, los flujos finan-
35
cieros son asimismo, flujos de información con-
tinua y actualizada de los que otras institu-
ciones no disponen fácilmente(Ibid.).
26. Id., p. 41.
27. Id., p. 44.
28. GREEN, C.F., Business Ethics in Banking,
en “Journal of Business Ethics- 8 (1989), p. 631.
29. Id., p. 634,
30. TERMES, R., Desde la Banca, Rialp,
Madrid 1991, p. 1050.
31. De forma magnífica resumía Rafael
Termes en 1980 en qué consiste en esencia la
actividad bancaria:
“La banca privada es una institución que,
con ánimo de lucro, se dedica, principalmente,
a recibir dinero de terceros en forma de
depósito irregular, al objeto de prestarlo, por
su cuenta y riesgo, en aquellas condiciones de
seguridad y remuneración que razonable-
mente permitan esperar que será posible la
devolución de los depósitos y la generación de
un beneficio para los suministradores del
capital de riesgo, que constituye la base de
garantía para la captación de dichos depósitos.
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 JOSÉ MARÍA ORTIZ
Al lado de esta actividad principal, la banca
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
realiza actividades propias de la comisión mer-
cantil, prestando a su clientela una extensa
gama de servicios diversos, con riesgo o sin él,
por los que percibe una remuneración llamada
precisamente comisión” (id, p. 1030).
32. MITCHELL, W.J.; LEWIS, P.V.; REINSCH,
N.L., Bank Ethics. An Exploratory Study of
Ethical Behaviours and Perceptions in Small,
Local Banks, en “Journal of Business Ethics” II
(1992), pp. 197-205.
33. Escolá, R., Melé, D., Brisebois, R., Deon-
tología de las actividades económicas, Pam-
plona 1991, pro manuscripto.
34. id.
35. Muchos de los datos que a continuación
expongo están sacados del trabajo de
Doménec Melé, Tormenta en Wall Street, Bar-
celona 1989, pro manuscripto.
36. CHURRINGTON, J.O., CHURINGTON, D.I.,
A Menu of Moral Issues. One Week in the Life
of the Wall Street Journal, en “Journal of
Business Ethics” II (1992), pp. 255-265,
37. Escolá, R., y otros, o.c.
38. Este último, asociado también a los
bonos basura que el profesor de Harvard Paul
Asquith denunció cuando comprobó el irre-
índice volver anterior
MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
gular cálculo del riesgo que Milken y su 34
empresa (Drexel) habían difundido. Cfr. FER-
35
NANDEZ, P., Los bonos basura, Revista de
Antiguos del IESE, junio de 1990, pp. 21-24.
39. MELE, D., Loc. cit.
40. WERHANE, P., The Ethics of Insider
Trading, en “Journal of Business Ethics” 8
(1989), pp. 841-845.
41. POPPER, K., Discurso de Investidura
como Doctor Honoris Causa por la Universidad
Complutense, Madrid 1991. El criterio poppe-
riano de emergencia, al trasladar a la actividad
económica el método darwiniano de selección
natural, acaba arruinando la existencia del
mercado puesto que conduce al monopolio
(cfr. ORTIZ, J. M., Ser el mejor: hacer que otros
también lo sean, en esta misma colección de
Cuadernos, nº 36, pp. 8-9).
42. “La profesionalidad en la empresa debe
estar siempre inspirada en una visión persona-
lista” (Juan Pablo II, en Ferrara, Italia,
22.1X.1990).
43. GUTIERREZ, G., La estructura consecuen-
cialista del utilitarismo, en “Revista de Filo-
sofía” (1990), pp. 141-174.
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 JOSÉ MARÍA ORTIZ
44. DURAN, P., Qué feminismo, en VVAA,
CUADERNOS EMPRESA Y HUMANISMO Nº 40
Veinte claves para la nueva era, Rialp, Madrid
1992, pp. 233-251.
45. ORTIZ, J.M., Condorcet, Pamplona 1991,
pp. 62-67.
46. CRUZ, J., Sentido del curso histórico,
Eunsa, Pamplona 1991, pp. 206-220.
índice volver anterior
MÁXIMO BENEFICIO Y MÁXIMA RACIONALIDAD
47. ROWNFY, J.I.A., CAHOON, A.R., Indi- 35
vidual and Organizational Characteristics of 35
Women in Managerial Leadership, en “Journal
of Business Ethics” 9 (1990), pp. 293-316.
48. PIMENTEL., A., Mujer y empresa, en
VVAA, Breve diagnóstico de la cultura
española, Rialp, Madrid 1992, pp. 191-204,
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