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El PIB como Idolatría y Perversión Económica, Social y

Medioambiental

“El que crea que en un mundo finito,


el crecimiento puede ser infinito
o es un loco o es un economista”

Es un acto criminal,
el pretender un crecimiento infinito
en el contexto de un Planeta finito.

Este artículo tiene por objetivo comentar y reflexionar


sobre las lúcidas, pertinentes y actuales reflexiones de Patrick
Viveret, Consejero Refrendario del Tribunal de Cuentas, Francia,
sobre los Nuevos Factores e Indicadores de Riqueza (2004).
Viveret nos muestra muy claramente cómo se configura socio-
históricamente el PIB1 como indicador de la cantidad de riqueza
nacional que posee un país, siendo hoy para la disciplina
económica el más principal y relevante indicador de la salud de
la economía de un país. Esa actual, mítica y casi sagrada
preponderancia del PIB como principal indicador económico,
tiene un perverso carácter ideológico que es socialmente
nefasto a la hora de configurar estrategias sociales de reparto
de la riqueza en las economías nacionales y mundial. Esta
idolatría del PIB se explica en parte por la perversa ideología
del crecimiento económico infinito que es inherente a toda
economía capitalista y que tiene como nefastas consecuencias
también. la depredación medioambiental del Planeta. Viveret
nos muestra con mucha lucidez y claridad conceptual, la
génesis y estructura del PIB como indicador económico y
también explica el por qué de su perverso carácter ideológico.
Sigamos ahora atentamente sus reflexiones.

1
La idea del producto interior bruto nacioó en el Departamento de Comercio estadounidense, en la
deó cada de 1930, como medida de caó lculo que permitiera evaluar la recuperacioó n econoó mica tras la
Depresioó n. Simon Kuznets, el inventor del PIB, ya avisoó en su primer informe, remitido al Congreso
estadounidense en 1934, de que «el bienestar de una nacioó n apenas [...] puede inferirse a partir de
la medida de los ingresos nacionales». Treinta anñ os despueó s, Kuznets se refirioó a la cuestioó n de las
limitaciones inherentes al concepto del PIB con maó s fuerza todavíóa, argumentando que «es
necesario tener en mente varias distinciones entre la cantidad y la calidad del crecimiento [...]. Los
objetivos que marquen un mayor crecimiento deberíóan especificar un crecimiento en teó rminos de
queó y para queó ».
Según Viveret, si examinamos en qué condiciones se
construyó nuestra actual contabilidad nacional después de la
segunda guerra mundial, nos damos cuenta de que
intelectualmente fue elaborada durante los años de entre
guerras y se llevó a cabo después de la Liberación, gracias a
una impresionante confluencia de energías institucionales,
intelectuales y militantes que dieron nuevos bríos a la
reconstrucción del Estado y de la economía francesa. Al
replantearse en un mismo momento tanto la contabilidad
nacional, el instrumento estadístico que hacía posible la
representación de la riqueza, como las nuevas formas de
intervención pública a través de administraciones de misión
como el Comisariado general del proyecto, la forma en que la
nación se representaba la riqueza se convirtió en un elemento
privilegiado para que Francia entrase plenamente en la segunda
revolución industrial.
Para Viveret el problema de fondo es cómo y por qué se
asumió el actual instrumento estadístico de representación de
la riqueza, el PIB y por qué a pesar de su lógica econométrica
perversa sigue siendo actualmente el principal indicador de
riqueza de las naciones. Observemos, en qué consiste este
carácter socialmente perverso del PIB.

¡Las catástrofes son un factor de crecimiento del producto


interior bruto!

Hoy disponemos de continuas pruebas de que nuestra


actual representación de la riqueza y el uso contraproducente
que hacemos de la moneda no hace sino agravar los problemas
de nuestras sociedades, en lugar de ayudarnos a resolverlos. En
la mayoría de informes que han centrado los debates públicos
estos últimos meses, de las vacas locas al Erika, del amianto 2 a
los accidentes de tráfico, de las consecuencias del temporal de
1999 a la crisis del petróleo del otoño de 2000, siempre hay un
elemento común del cual curiosamente nunca se habla: estas
catástrofes son una bendición para nuestro Producto Interior
Bruto, la cifra mágica cuya progresión se expresa gracias a una
palabra que en sí misma resume la gran ambición de nuestras
sociedades, desarrolladas en lo material y subdesarrolladas en
lo ético: ¡EL CRECIMIENTO!.

2
Se ha determinado por los organismos meó dicos internacionales que los productos relacionados
con el asbesto/amianto provocan caó ncer con una elevada mortalidad y por ello, desde hace deó cadas,
se ha prohibido su uso en todos los paíóses desarrollados, aunque se continuó a utilizando en algunos
paíóses en víóas de desarrollo.
Más destrucciones = más PIB

Porque los cientos de miles de millones que le cuestan a la


colectividad estas destrucciones humanas y medioambientales
no se contabilizan como destrucciones, sino como aportaciones
de riqueza, en la medida en que generan actividades
económicas que se expresan en dinero. Los 120 mil millones de
costes directos de los accidentes de tráfico (que generan el
triple en costes indirectos), por no citar más que un ejemplo,
colaboran en que aumente nuestro producto interior bruto.
Suponiendo que no sufriéramos ningún accidente material o
corporal, que no hubiera muertos ni heridos en las carreteras de
Francia el año próximo, nuestro PIB descendería de manera
significativa, el país perdería uno o varios puestos en la
clasificación de las potencias económicas y veríamos a
numerosos economistas anunciarnos con gravedad el regreso
de la crisis. Y la situación todavía sería peor si también
desaparecieran de estos sorprendentes cálculos una parte de
los 170 mil millones inducidos por los efectos de la polución
atmosférica sobre la salud, las decenas de miles de millones
que costará destruir las harinas animales, los cerca de cien mil
millones que produjeron las destrucciones del temporal del
pasado invierno y, en general, todo el plomo de las
destrucciones sanitarias, sociales o medioambientales, que
tiene el poder de convertirse en oro gracias a la singular
alquimia de nuestros sistemas de contabilidad. Desde la misma
perspectiva y en la misma dirección el terremoto de 2010 fue
una bendición para el gobierno de Sebastián Piñera en Chile,
pues sin necesidad de grandes reformas estructurales
(prometidas en campaña electoral) Chile logró un CRECIMIENTO
económico próximo al 6% ese año. Obviamente, en la
contabilidad no se descontaron los casi 30.000 millones de
dólares en perdidas materiales, sólo se contabilizó las
ganancias con los procesos de reconstrucción. Pues bien, en la
metodología PIB jamás se descuentan las pérdidas en la
contabilidad nacional.

Las actividades de voluntarios hacen que descienda el PIB

Al mismo tiempo, subraya Viveret, todas las actividades de


voluntarios que, gracias en particular a las asociaciones ley
1901, cuyo centenario celebraremos próximamente, han logrado
evitar o limitar una parte de los efectos de las catástrofes, por
ejemplo yendo a limpiar las playas contaminadas o ayudando
gratuitamente a los discapacitados, no sólo no permiten
ninguna progresión de la riqueza, sino que incluso colaboran en
que descienda el producto interior bruto al fomentar actividades
voluntarias antes que remuneradas. Ni que decir tiene que es un
disparate y que al mismo tiempo que celebramos el eminente
papel de las asociaciones, las seguiremos tratando en términos
de contabilidad, no como productoras de riquezas sociales, sino
como “inyecciones de riquezas económicas”, según la cantidad
de subvenciones que reciban.
A pesar de las declaraciones de principios, nuestra
sociedad es más partidaria del “lucra-volat”, la voluntad
lucrativa, que del voluntariado, la voluntad buena. Y todavía es
frecuente que lo que podría denominarse “male-volat” o voluntad
mala, sea cual sea la forma que presente, se beneficie con el
dinero de los contribuyentes, como lo demuestran los recientes
ejemplos de pactos de corrupción que pretenden distraer los
mercados públicos.

Llegó el momento de cambiar de representación

Es hora de que nos dediquemos a este considerable


proyecto que consiste en cambiar la representación de la
riqueza y la función que desempeña la moneda en nuestras
sociedades. Para la economía social y solidaria es esta una
apuesta decisiva y para el movimiento de las asociaciones una
ocasión que no se puede desperdiciar. En efecto, forman parte
de una historia en que la opción de la cooperación, de la
mutualización, de la asociación es ahora prioritaria. Para ellos
es una trampa mortal permitir que se impongan criterios que
ignoren las opciones ecológicas y humanas y sí valoren
actividades destructivas desde el momento en que son
financieramente rentables. Necesitan, por el contrario, volver a
tomar la iniciativa y situarse en las primeras filas de la
emergencia de una sociedad y de una economía plural frente a
los riesgos de civilización, ecológicos y sociales que entraña “la
sociedad de mercado.

Iniciar un amplio debate público

La finalidad de esta reflexión para Viveret es la de proponer


un marco que permita iniciar un amplio debate público acerca
de estos temas, proponer experiencias, reunificar las múltiples
iniciativas francesas y extranjeras que pretenden renovar el
tema de la representación de la riqueza y contemplar la moneda
como el eje del intercambio humano. Estas iniciativas giran en
torno a la evaluación democrática como instrumento
privilegiado y al desarrollo humano sostenido como finalidad.
Definir la evaluación como una deliberación sobre los
valores, lo que corresponde a la etimología del término, es
renunciar a reducirla a un simple ejercicio de medida, ya de por
sí referido a las categorías dominantes de un economismo que
ha cortado cualquier tipo de relación con lo ético y lo político.
La cuestión de los “indicadores”, que deriva de los medios, no
puede, pues, separarse de la de los “criterios”, que deriva del
debate sobre los fines. Si la economía, en la línea de los
trabajos del Premio Nobel Amartya Sen, tiene que aceptar
convertirse, si no en una “ciencia moral”, al menos sí en una
ciencia que se sabe al servicio de finalidades morales y
políticas, tendremos que plantearnos, tanto en lo que se refiere
a la representación de la riqueza como a su circulación, cuál es
la orientación de la voluntad colectiva, de esta “voluntad
buena”, el voluntariado, cuyo término está tan gastado y es tan
mal entendido. En el ‘economismo’, nada indica mejor la
transformación de los medios en fines que el hecho de
considerar el deseo de ganancias monetarias, la actividad
lucrativa, como un objetivo en sí mismo. Y el mayor síntoma de
la deriva hacia “sociedades de mercado” se aprecia cuando los
útiles de cómputo de la moneda invaden el conjunto del área
‘societal’ hasta convertir la totalidad del tiempo de vida en lo
que los americanos denominan el “life time value”, una reserva
potencial para el mercantilismo de todas las actividades
humanas.

¡termómetros que nos ponen enfermos!

Una persona sensata, ¿puede pretender que la marea negra


resultado del naufragio del Erika, el temporal de diciembre de
1999, los accidentes de tráfico y su cortejo lúgubre de muertos
y heridos, la catástrofe anunciada de las consecuencias de la
enfermedad de las vacas locas, sean buenas noticias? Parece
que la respuesta negativa se impone. Sin embargo, miles de
personas que ocupan funciones decisivas en nuestras
sociedades en el ámbito económico, político o científico utilizan
continuamente para guiarse en sus acciones sistemas de
contabilidad que tienen la extraña característica de mensurar
positivamente todas las catástrofes que acabamos de
mencionar.
El célebre crecimiento del producto interior bruto, auténtica
brújula para la mayoría de nuestros responsables, tiene eso de
particular, que poco le importa la naturaleza de las actividades
que suman mientras generen flujos monetarios: desde el
momento en que hay que pagar mecánicos que reparen los
coches accidentados, cementeros que quemen las harinas
animales sospechosas de originar la enfermedad de las vacas
locas, médicos que cuiden a las personas víctimas de la
contaminación del aire, del agua, del temporal, empleados de
pompas fúnebres que entierren a los muertos, siempre habrá
valores monetarios añadidos que quedarán registrados en las
contabilidades de los actores económicos. Estas contabilidades
engrosarán más tarde, en los grandes conglomerados públicos
de la contabilidad nacional, nuestro producto interior bruto,
cuyo crecimiento o descenso generará después, al menos así se
cree, más empleo o más paro.

Un termómetro muy curioso

Disponemos, por lo tanto, de un termómetro muy curioso,


puesto que nunca sabemos si nos indica la temperatura
adecuada. ¿Tenemos que estar satisfechos de nuestra elevada
tasa de crecimiento del producto interior bruto? Sí, si se trata
de generar riqueza y empleos que puedan mejorar el nivel y la
calidad de vida de una colectividad. No, si este crecimiento se
debe a que han aumentado los accidentes o las enfermedades
causadas por la falta de seguridad en la alimentación, a que se
han multiplicado las contaminaciones o a que se ha destruido
nuestro entorno natural. Como no podemos establecer ni la más
mínima diferencia, si seguimos limitándonos a un cómputo
monetario sin evaluar la naturaleza de las riquezas destruidas,
estamos condenados a ver cómo nuestros actuales dispositivos
fomentan comportamientos peligrosos desde el punto de vista
del bien común.

Los efectos perversos de nuestra representación de la riqueza

Las actuales formas de cómputo de la riqueza tienen, pues,


como efecto, conceder una especie de prima a la destrucción y
a la reparación costosa en detrimento de la prevención y de
reparaciones menos caras si los “destrozos” ecológicos,
sociales o sanitarios fueran menos importantes. A los que
destrozan o a los que resultan beneficiados del destrozo, que
van a engrosar su volumen de negocios, no les interesa
demasiado que se limite la destrucción y los propios pagadores
(por lo general el Estado, la Seguridad Social y las
colectividades locales) están financiados con impuestos o
cotizaciones que se asientan en los flujos monetarios, y los
relacionados con actividades destructoras no son cualquier
cosa. Las auténticas víctimas del sistema, los ciudadanos-
contribuyentes, no disponen de casi ningún medio para hacerse
oír y ni tan siquiera imaginan, en su mayoría, la extraña mezcla
que compone este crecimiento del que tan buen concepto
tienen.

Una prima a la miopía

También es una prima a la miopía, a la lógica del corto plazo


y de la vista corta, ya que los aparentes beneficios que los que
destrozan y los pagadores sacan de un sistema así no pueden
ser duraderos. A medio y largo plazo todos salen perdiendo en
este peligroso juego. Pero como las contabilidades, el reparto
de dividendos y las elecciones segmentan un tiempo cada vez
más corto, se hace difícil encontrar, ni siquiera en el Estado,
guardián por construcción de las opciones del tiempo largo,
actores realmente interesados en un tema tan amplio como
complejo.

Una prima a la incivilidad y al amoralismo

También es una prima a la incivilidad y al amoralismo,


puesto que el amoralismo metodológico de la economía como
disciplina se transmite, desde el momento en que la economía
se convierte en una auténtica norma social y cultural dentro de
una economía de mercado, a todas las actividades humanas:
cuando la cuestión de la rentabilidad prima sobre la del bien y,
más concretamente, sobre la del bien público, es el corazón del
proceso educativo el que se ve gravemente dañado. ¿Por qué
transmitir a nuestros hijos conceptos como altruismo, mérito o
civismo si continuamente tienen como modelo el éxito
financiero basado en el individualismo, el dinero fácil y en el
esquivar reglas y leyes como arte superior del management?
Las consecuencias de una lógica como esta son terribles:
dan origen al mito de los que “producen” y de los que “chupan”;
por un lado están las empresas, supuestamente las únicas
productoras de riqueza, aunque en realidad no pueden
desempeñar su función si no es transformando recursos
ecológicos y humanos; por otro lado, todas las actividades
sociales y ecológicas, que se supone están financiadas con
retenciones de riqueza económica. Condenan así a las
asociaciones a mendigarle al Estado los medios que necesitan
para vivir o a buscarlos en el mercado, al no disponer de
recursos relacionados con las riquezas sociales que ellas
mismas colaboran en crear o en preservar. Desconocen las
condiciones antropológicas y ecológicas sin las cuales ninguna
riqueza económica sería posible. Convierten al Estado y al
conjunto de los servicios públicos en un sector continuamente
sospechoso de ser parasitario.

Las patologías sociales del neoliberalismo

Walras es el primero en ser consciente de las trágicas


consecuencias que puede tener la ruptura entre ética y
economía. Por eso será uno de los teóricos de la economía
social presentada como una nueva forma de hacer economía
política integrando los problemas sociales (cf. sus Estudios de
economía social, publicados en 1896.
Ahora bien, lo que el liberalismo económico tendrá que
asumir es el precio de este auge del deseo al margen de toda
norma, de este individuo “fuera de la sociedad” y de esta
economía separada de lo político y de lo ético. El precio no es
otro que abandonar la búsqueda del “bien común”, y que los
vicios privados se conviertan, como por arte de magia de la
“mano invisible del mercado”, en virtudes públicas20.
La economía, en esa búsqueda de autonomía, corta
cualquier relación con el universo del valor, en el sentido ético
del término. Buen ejemplo de ello es la droga que, desde el
punto de vista económico, tiene el mismo valor aunque sirva
para curar o para envenenar. En sociedades en que el peso de lo
religioso, ético y político siga siendo fuerte, dicho amoralismo
radical de la economía sólo producirá efectos limitados. Pero
cuando la economía es tan determinante como para, retomando
la terminología de Polanyi, ya no ser sólo una economía de
mercado, sino una “sociedad de mercado” en la que lo político
copia de lo económico sus valores, referencias y criterios de
eficacia y de eficiencia, entonces es cuando el equilibrio del
conjunto ‘societal’ se ve gravemente amenazado: pasamos de un
universo en el que lo que de verdad tiene valor no tiene precio a
otro universo, que estamos viendo aparecer ahora, en el que lo
que no tiene precio en realidad no tiene valor.

... comparte con el marxismo...

Hubiéramos podido imaginar que, junto con este enfoque,


también se hubiese dado una visión alternativa. Pero no es así,
porque el marxismo, en lo referente a la representación de la
riqueza21, compartirá la misma perspectiva cultural que el
liberalismo. Las dos grandes ideologías del siglo XIX y del XX
coincidirán, a pesar de la violencia de sus conflictos sociales y
políticos, en que lo esencial, la infraestructura, radica en la
economía, origen, gracias al trabajo productivo, de toda riqueza
imaginable.

... la misma ceguera3.

Desde ese momento, encontraremos en las dos grandes


tradiciones los mismos puntos ciegos, los mismos que
arrastrarán los sistemas de contabilidad nacionales nacidos
tras la segunda guerra mundial:

 lo que no ve la ecología: A la naturaleza se la trata como un


mero factor de producción y los bienes abundantes y gratis
como el aire, el agua y la tierra no tienen en sí valor alguno;

 lo que no ve la ética: para el liberalismo, cualquier deseo


tiene un valor económico desde el momento en que es
solvente. Para el marxismo, no hay moral que trascienda a
la historia;

 lo que no ve la política: el Estado se limita a ser el valedor


del mercado en la versión liberal y el instrumento de
dominación de clase en la marxista. Desde ese momento no
se da una auténtica autonomía de lo político que permita
construir un pensamiento real de la democracia: reducida a
su mínima expresión en el liberalismo, se la considera
formal en el marxismo;

 lo que no ve lo antropológico: se supone que el homo

3
Acerca de estos temas, el propio Marx es mucho maó s rico, complejo y, en parte, contradictorio, que
la ideologíóa a la que da lugar. Pero a los teoó ricos liberales tampoco se les puede reducir a la
ideologíóa liberal. Aquíó soó lo nos interesaremos por los aspectos ideoloó gicos globales del marxismo y
del liberalismo para entender por queó produjeron efectos convergentes en lo concerniente a la
representacioó n de la riqueza. El anaó lisis teoó rico de los propios teoó ricos no atanñ e a este ejercicio.
economicus es un calculador racional del mercado o de la
historia; en estas dos grandes representaciones no se toma
del todo en serio la amplitud de lo pasional y del continente
subterráneo que desvelará el psicoanálisis.

Se supone que cuando Europa se vio ante sus propias


ruinas tuvo que inventar una contabilidad que facilitara la
reconstrucción, y en lo último en que pensó fue en estos puntos
ciegos: ecológicos, éticos y humanos. La tarea primordial se
centró en producir bienes agroalimentarios e industriales en
grandes cantidades. Para eso iban a servir los sistemas de
contabilidad nacionales.

El concepto de crecimiento económico

Como problema concomitante a la idolatría del PIB está el


ídolo o fetiche CRECIMEINTO económico sostenido o infinito.
Viveret, expone claramente que: como recalca Jean Gadrey,
cuando el Estado toma las riendas de la política industrial y de
la planificación (en Francia, tras la segunda guerra mundial), las
ideas que acabamos de mencionar se transforman en sistemas
de contabilidad, en instituciones, en cifras que se dan en el
debate público como indicadores de progreso. Entonces es
cuando el concepto de crecimiento económico que calcula la
variación positiva del PNB (producto nacional bruto) resulta
primordial y acaba por casi identificarse con la noción de
progreso.
Partamos de la definición de crecimiento económico que da
este autor: “es la tasa de progresión, entre un periodo y otro, de
los flujos de bienes producidos y/o consumidos en un espacio
institucional determinado: empresa, rama, espacio nacional,
regional, etc.”. Para su buen funcionamiento, esta operación
supone que “las transformaciones de la producción tienen que
ver básicamente con las unidades, que se vuelven a encontrar
los mismos productos estándar durante periodos sucesivos y
que existen convenios estables sobre el tipo de productos
contabilizados que en realidad hay que tener en cuenta24. Por
lo tanto, se refiere a los flujos y, ante todo, es independiente de
la calidad de los bienes producidos o consumidos.
Cabe subrayar que un útil de este tipo se sigue
presentando, por lo tanto, como un convenio que se construye
en función de los objetivos: con los fisiócratas, había que
valorar la tierra y la agricultura, con Malthus, Smith, Say (y
también con Ricardo y Marx) se trata de construir la autonomía
de la ciencia económica que está naciendo y de valorar la
entrada en la primera revolución industrial; después de la
segunda guerra mundial, en Europa hay que darle prioridad a la
reconstrucción material y hacer que cada país entre
plenamente en la segunda revolución industrial.
Se puede entender el carácter útil y, en parte, operatorio, de
tales definiciones en el contexto del periodo “fordista”, que se
caracterizó por una producción y un consumo de masa, basado
principalmente en lo material, de bienes muy estandarizados,
derivados de la economía a gran escala, de la mecanización de
la agricultura y de la automatización industrial.
Pero todo cambia con las consecuencias de las mutaciones
de la información referidas tanto a los propios productos
(procesos de desmasificación, mayor variedad, innovaciones
que reducen los ciclos de vida, individualización de las
soluciones y “a medida”) como al mayor papel de la inteligencia
humana, que transformara el reparto clásico de la era industrial.
Por otra parte, como subraya Jean Gadrey, la supuesta
economía del “bienestar” era, en realidad, una economía del
“mucho tener”, circunstancia que acarrea graves
consecuencias en el terreno cultural.

Llegó la hora de cambiar de termómetros

Disponemos así de un útil pensado para fomentar un


crecimiento material de naturaleza industrial o agroalimentaria
pero que, globalmente, no está adaptado e incluso resulta
contra productivo cuando se trata de hacer frente a los tres
grandes desafíos del futuro: la entrada en la era de la
información y la revolución de lo que está vivo, la importancia
vital de todo lo ecológico y, por último, el papel cada vez mayor
que están jugando algunos servicios, sobre todo los basados en
las relaciones, como la educación, la sanidad o las actividades
de proximidad en nuestro desarrollo. En definitiva, ¡llegó la hora
de cambiar de termómetros!

Qué es econométricamente el PIB como cuantificador de


riqueza

No podemos concluir nuestro análisis, sin precisar qué es


econométricamente el PIB en cuanto cuantificador de riqueza y
qué es lo que aporta metodológicamente a la gestión y
administración de la riqueza de las naciones. Cabe subrayar que
nuestro problema no es que exista un cuantificador de riqueza
como el PIB, ni que Simon Kuznets haya inventado el PIB.
Tampoco lo es el hecho de que sea objetivamente un indicador
macroeconómico. El problema es la idolatría del PIB, su
carácter de indicador sagrado del bienestar y salud de la
economía de una nación. Su patología reside en la ideológica
alineación que los economistas hacen de todo el proceso
económico de una nación detrás del PIB. Sin PIB no hay
economía, ni econometría macroeconómica. Esta idolatría es
primero que nada una aberración económica como ya lo
vislumbraba el propio Kuznest,, pero también es una perversión
social, política y medioambiental. Observemos por tanto, que es
econométricamente el PIB para poder inferir luego a quien sirve,
es decir, a qué y a los intereses de quienes sirve, para luego,
poder acabar de explicar el origen de su perversa idolatría.
La medición del crecimiento económico dentro de un
Sistema de Cuentas Nacionales nace y se desarrolla por una
necesidad de medir los resultados económicos de forma
comparable, que permitan asumir políticas públicas para
dinamizar la producción de bienes y servicios, particularmente
después de la Segunda Guerra Mundial.
En este sentido, desde sus orígenes trató de subsanar la
necesidad de información contable sobre el quehacer de los
países, sin pretender un rol que no le corresponde. Su propósito
de registro de la actividad económica, limita una apreciación de
un horizonte de bienestar social en el que el acceso al ingreso
es solo un elemento dentro del abanico de capacidades y
oportunidades requeridas para una vida plena y digna. Por ello
el marco de desarrollo humano es el idóneo para el análisis de
una vida satisfactoria con bienestar social y la renta es solo un
componente.

Precisemos entonces cómo se calcula el PIB:

Método del gasto


En el método del gasto, el PIB se mide sumando todas las
demandas finales de bienes y servicios en un período dado. En
este caso se está cuantificando el destino de la producción.
Existen cuatro grandes áreas de gasto: el consumo de las
familias (C), la inversión en nuevo capital (I), el consumo del
gobierno (G) y los resultados netos del comercio exterior
(exportaciones - importaciones):
Obsérvese que las exportaciones netas son iguales a las
exportaciones (X) menos las importaciones (M). Desde el punto
de vista del gasto o demanda, el PIB resulta ser la suma de los
siguientes términos:

PIBpm = C + G + I + (X - M )
Donde PIBpm es el producto interno bruto valorado a precios de
mercado, C es valor total del consumo final nacional, I es la
formación bruta de capital también llamada inversión. X es el
volumen monetario de las exportaciones y M el volumen de
importaciones. Si se tiene en cuenta la existencia del sector
público se distingue entre consumo e inversión privadas y gasto
público en adquisición de bienes y servicios: G, entonces
modificamos la fórmula:

PIBpm = Cpr + I pr + G + (X - M )

Método de la distribución o del ingreso

Este método suma los ingresos de todos los factores que


contribuyen al proceso productivo, como por ejemplo, sueldos y
salarios, comisiones, alquileres, derechos de autor, honorarios,
intereses, utilidades, etc. El PIB es el resultado del cálculo por
medio del pago a los factores de la producción. Todo ello, antes
de deducir impuesto:

PIB = RL + RK + Rr + B+ A+ (I i + Sb)

Donde RL representa los salarios procedentes del trabajo, RK las


rentas procedentes del capital o la tierra, Rr los intereses
financieros, B los beneficios, A las amortizaciones, Ii los
impuestos indirectos, Sb los subsidios,

Método de la oferta o del valor agregado

En términos generales, el valor agregado o valor añadido, es el


valor de mercado del producto en cada etapa de su producción,
menos el valor de mercado de los insumos utilizados para
obtener dicho producto; es decir, que el PIB se cuantifica a
través del aporte neto de cada sector de la economía.
Según el método del valor agregado, la suma de valor añadido
en cada etapa de producción es igual al gasto en el bien final
del proceso de producción.
Tasa de variación del PIB

La tasa de variación del producto interno bruto es el incremento


o disminución que éste experimenta en un periodo de tiempo
determinado, normalmente un año. Se utiliza para medir el
crecimiento económico de un país.
Es el cociente entre el PIB del año n y el PIB del año (n-1)
expresado en porcentaje.

Tasa de variación en año n (%) =


PIBn - PIBn-1
´100
PIBn-1

PIB per cápita

El PIB per cápita (también llamado renta per cápita, ingreso per
cápita o PIB por habitante) es una magnitud que trata de medir
la riqueza material disponible. Se calcula simplemente como el
PIB total dividido entre el número de habitantes (N):

PIB
PIBpc =
N

Por tanto, el PIB es, la abstracta medida macroeconómica


que, expresa el valor monetario de la producción de bienes y
servicios de demanda final de un país durante un período
determinado de tiempo, normalmente un año. Por tanto, no
considera ningún fundamento o componente cualitativo en su
cálculo y construcción. Es decir, es sólo un mero referente
contable de crecimiento de la actividad económica, que opera a
través de transacciones mercantiles de compra y venta de
bienes y servicios. Es muy importante subrayar que las
subvenciones a educación, salud, seguro de cesantía, aportes
previsionales a sistema de reparto, etc., no forman parte de la
contabilidad del PIB. Es decir, todo gasto social en forma de
subvenciones y subsidios no forman parte del PIB, por tanto, no
son una realidad económica, más preciso aún, son de hecho
técnicamente un mal económico, porque son gastos que no
producen RENTA. Y renta es el gran objeto de la economía, la
renta es el fetiche económico por antonomasia. Pues es sólo a
través de la renta que se puede lograr efectivamente
acumulación de capital. Y acumulación de capital es la única
riqueza que le importar gestionar y administrar a la disciplina
económica. Ahora bien, ¿quienes son los acumuladores de
riqueza, quienes son los sujetos beneficiarios de todo calculo
econométrico posible, es decir, orientado a la acumulación de
renta? Pues bien, sólo los dueños de los medios de producción y
los dueños del capital. ¿Para seducir a quién es la información
contable entregada por el PIB? pues sólo a los inversores
privados y nada más que a los inversores. Es absolutamente
claro que una economía concebida y alineada ideológicamente
ante un indicador contable tan pobre y miserable como el PIB
está al servicio de los dueños del capital, es decir, de los
inversionistas. Para que este servilismo económico aparezca
como legitimo, la disciplina económica intenta revestirlo con
falsos valores de progreso y bienestar social. Precisamente, es
en función de este servilismo ante el gran capital, que la
disciplina económica intenta exhibirse a si misma con un
carácter científico, siendo neutra ante toda consideración o
fundamento cualitativo o socio-ético de la actividad económica.
Precisamente, es esta supuesta y falsa neutralidad, la que de
hecho hace alinear todas las ecuaciones econométricas en
función de las rentas de los dueños del gran capital. Por ello,
rentabilidad del capital resulta ser el único objeto y objetivo real
de la disciplina económica. No tiene otro.
Por tanto, la perversión del PIB se explica por estar
alineada con la perversa disciplina convencional económica
que, sólo estudia econométricamente como rentabilizar el
capital. Es por eso que la disciplina económica es una disciplina
de ricos, por los ricos y para los ricos. Y es en este contexto
que el PIB más que el producto interno bruto de una nación, es
el Producto Interno calculado por los Brutos, o por los
economistas. Quienes en función de la acumulación pecuniaria
de riqueza no dudan en validar todo tipo de aberraciones social
y de depredaciones del medioambiente, con tal de que sean
RENTABLES.

Conclusión

Desde esta perversa idolatría del PIB, por parte de la


economía convencional, podemos afirmar con propiedad que el
aumento de un punto porcentual del PIB sea del país que sea,
probablemente sólo significará, una daño social importante para
un gran número de personas; una agresión más en el deterioro
sistemático del medioambiente y un sustancioso incremento de
las riquezas del algún dueño de capital o de medios productivos.
Por tanto, podemos concluir que el PIB es un indicador
macroeconómico que en si mismo no es ni bueno ni malo, es
más es un aporte a la contabilidad de la riqueza. Sin embargo, el
perverso uso y abuso que la economía convencional y real hace
sistemáticamente del mismo, hace que usted y yo debamos hoy
estar aterrorizado cuando se nos informe en las noticias, que el
PIB ha aumentado en uno o en dos puntos porcentuales. Hoy
objetivamente, esos incrementos del PIB son una pésima noticia
para quienes viven de un salario y una más horrorosa noticia
para la sustentabilidad del medioambiente. Hoy más PIB es de
hecho sinónimo de más pobreza, más miserable explotación y
expoliación laboral y de destrucción criminal del
medioambiente. Pero también, más PIB nos informa que, los
ricos del Planeta se hacen más ricos y los pobres más pobres.
Porque sólo ellos son los únicos acumuladores compulsivos de
riquezas pecuniarias.
Por último, es tarea de la política y de los movimientos
sociales y no de la economía y de los serviles economistas, el
desmontar esta perversa idolatría del PIB.

Iván Canales Valenzuela


Octubre de 2013

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