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¿Qué es la microgravedad?

¿Alguna vez te has preguntado por qué los astronautas en la Estación Espacial Internacional flotan en el
espacio? Es muy posible que puedas pensar que se debe, simplemente, a que se encuentran muy lejos de
la fuerza gravitacional de la Tierra, y que están flotando porque, a esa distancia, no hay gravedad. Pero
no es tan simple…

Una caminata espacial.


Crédito: NASA
El problema de ese razonamiento es que nos lleva a pasar por alto algo que vemos todas las noches… La
Estación Espacial Internacional se encuentra a sólo unos 400 kilómetros de altura de la atmósfera,
mientras que la Luna se encuentra a unos 384.400 kilómetros de distancia (de media) y se ve afectada por
la gravedad de nuestro planeta, que es la que le obliga a girar constantemente a su alrededor. Así que si
la gravedad afecta a la Luna, evidentemente también afecta a nuestros astronautas, que están mucho
más cerca.
La galaxia de Andrómeda, a pesar de la enorme distancia a la que se encuentra, también ejerce una
atracción gravitacional sobre ti.
Crédito: Adam Evans

Instalación de investigación de Gravedad Cero de la NASA. Es una torre de caída (bajo tierra) con 150
metros de altura.
Crédito: NASA/GRC/Paul Riedel, Al Lukas
La gravedad es una fuerza de atracción (en realidad no es una fuerza, pero para el propósito de este
artículo vamos a conformarnos con la explicación de andar por casa, por llamarla de alguna manera),
siempre está presente entre dos objetos que tengan masa. Eso sí, es una fuerza tan débil que hace falta
la presencia de objetos masivos (como las galaxias, estrellas, planetas y satélites) para poder darnos
cuenta de que esta ahí.
De hecho, describimos la aceleración de un objeto con masa hacia el centro de la Tierra por medio de la
letra “g” y tiene un valor de 9,81 m/s2 (metros por segundo al cuadrado). La intensidad de esa atracción
decrece con el cuadrado de la distancia. Es decir, a mayor distancia, menor es la fuerza de la gravedad.
Para llegar a un lugar en el que no experimentásemos la atracción gravitacional de un objeto con masa,
tendríamos que irnos a una distancia infinita. O lo que es lo mismo, es imposible escapar de la gravedad
de los objetos que nos rodean.

Un avión de la NASA para vuelos parabólicos.


Crédito: NASA
Es difícil escapar de su atracción
Sí, ahora mismo, mientras lees estas líneas, todos los objetos del universo están ejerciendo una atracción
gravitacional sobre ti. La Tierra, el Sol y todos los objetos de la Vía Láctea, la galaxia de Andrómeda… Su
intensidad es imperceptible en comparación a la de la Tierra, pero está ahí. De hecho, gravitacionalmente,
estamos ligados con más fuerza a Andrómeda que a la Tierra. No, no, espera, no me he vuelto loco.
Para escapar de la Tierra tendrías que moverte a una velocidad de 11 km/s (sin tener en cuenta la fricción
del aire). Es lo que llamamos la velocidad de escape, la velocidad a la que necesitamos movernos para
poder escapar de la atracción gravitacional de un objeto. Para poder escapar de Andrómeda, desde aquí,
desde este punto a unos 2,5 millones de años-luz de distancia de su centro, sería necesario moverse en
dirección opuesta a una velocidad de 88 km/s, mucho más rápido de lo necesario para escapar de la
atracción de la Tierra y del Sistema Solar.
¿Cómo podemos librarnos de sentirla?
Así que, si no podemos escapar de la gravedad en ningún lugar del Universo, lo único que podemos hacer
es crear entornos donde podamos reducir su efecto (esa g de marras) casi a cero. A ese tipo de lugares
los llamamos entornos de microgravedad, donde los objetos parecen no tener peso. A fin de cuentas, sólo
notamos las fuerzas cuando son contrarrestradas por otras. Como tenemos masa, la atracción
gravitacional de la Tierra nos acelera hacia su centro, y por suerte el suelo está en medio para detenernos.
Sin su presencia, estaríamos en caída libre hacia el núcleo del planeta. Esa es una forma de experimentar
microgravedad, la caída libre. Como no hay ninguna fuerza que nos frene o nos empuje en dirección
contraria, nos sentiríamos como si no tuviésemos peso. El problema de la caída libre, dentro de nuestro
planeta, es que es más difícil de experimentar de lo que parece. No basta con hacer paracaidismo y saltar
desde las alturas (por ejemplo), porque la fricción del aire actúa como una fuerza y es capaz de frenar la
velocidad de los objetos (y de hecho los frena).
Así que, para los experimentos en tierra, los científicos utilizan unas instalaciones llamadas torres de caída.
En su interior (algunas tienen hasta 150 metros de altura) se evacua todo el aire y se deja caer un objeto
desde lo más alto. Durante la caída (que puede llegar a durar hasta casi cinco segundos), el objeto está en
caída libre y, por tanto, en un entorno de microgravedad.
Otra opción es el vuelo parabólico… que son vuelos llevados a cabos por pilotos con entrenamiento
especial, en el que se les enseña a ajustar la ruta de vuelo para seguir una curva, que produce la sensación
de caída libre para los ocupantes del avión, durante unos 22 segundos, y que puede llegar a repetirse más
de treinta veces por cada vuelo.
La microgravedad más allá de la Tierra

La Luna está en constante caída libre alrededor de la Tierra.


Crédito: Gregory H. Revera
Otra forma de conseguir una caída libre constante es poner algo en órbita alrededor de nuestro planeta.
Una órbita no es más que eso. Una perpetua caída libre alrededor de un objeto. La Luna está en caída
libre alrededor de la Tierra. Nuestro planeta la empuja hacia su centro, pero su movimiento lateral hace
que no pierda altura (sí, decimos que está a una distancia de 384.400 kilómetros, pero también podríamos
decir que se encuentra a esa altura y no estaríamos cometiendo ningún error).
Todos los satélites y, por supuesto, la Estación Espacial Internacional están en caída libre alrededor de la
Tierra, y cuanto más cerca del planeta, mayor es la velocidad lateral a la que necesitamos avanzar para
sobreponernos a esa atracción. La fuerza centrífuga obliga al objeto a moverse en un círculo, alejándose
del centro de la Tierra, mientras el planeta intenta empujar ese objeto hacia su centro. Así que, si ese
objeto se mueve a la altitud y velocidad adecuadas, parecerá no tener peso.
Esa velocidad lateral es imprescindible para poder crear un entorno de microgravedad. A distancias
cercanas a la Tierra (menos de 3.000 kilómetros) la gravedad no se ve reducida considerablemente, pasa
de 9,81 m/s2 a 9 m/s2 en la órbita baja de nuestro planeta, una franja que se extiende hasta 2.000
kilómetros de altura.
La única forma de reducir la gravedad sin necesidad de esa velocidad lateral sería alejarnos. Para que la
gravedad de la Tierra fuese sólo la millonésima parte de lo que experimentamos, sería necesario irnos a
6 millones de kilómetros de distancia. Para hacer lo mismo con la del Sol, deberíamos irnos a 3.700
millones de kilómetros. Para la Vía Láctea no necesitamos irnos más lejos porque a esta distancia ya es
menos de la millonésima parte de la gravedad de la Tierra. A día de hoy, sólo cuatro sondas están lo
suficientemente lejos del Sol y de la Tierra para haber reducido la atracción gravitacional de ambos a una
millonésima parte: las sondas Voyager 1 y 2 y las sondas Pioneer 10 y 11.

La Estación Espacial Internacional está en un entorno de microgravedad.


¿Por qué es útil la microgravedad?
Como la mayor parte de lo que sucede en la Tierra se ve influenciado por la gravedad de una manera u
otra, investigar qué sucede en condiciones de microgravedad nos permite entender cómo funciona el
mundo que nos rodea. Por ejemplo, gracias a la microgravedad hemos podido observar cómo
interaccionan los metales en aleaciones, y eso nos ha permitido crear componentes más ligeros para las
turbinas de los aviones.
Gracias a la presencia de relojes atómicos en el espacio, aquí en la Tierra somos capaces de medir el
tiempo con mucha más precisión. Los aparatos que se desarrollaron para medir la presión en los cráneos
de los astronautas ahora se utilizan para monitorizar a los pacientes hospitalizados que han sufrido
traumas craneales. Esa lista de contribuciones seguirá creciendo, porque la EEI es nuestro mayor
laboratorio de microgravedad en el que, constantemente, hay cientos de experimentos en
funcionamiento.
El comandante de la expedición 8, Michael Foale, examina la caja de guantes de microgravedad en la
Estación Espacial Internacional.
Crédito: NASA/Crew of Expedition 8
Así que, cuando oigas hablar de microgravedad, recuerda que no se está hablando de la ausencia de la
gravedad, si no de un entorno en el que su efecto es casi cero, y que la investigación en ese tipo de lugares
no sólo nos sirve para poder avanzar en los campos relacionados con la astronomía, si no que también
contribuyen a mejorar diversos aspectos de las vidas de los que estamos aquí, en la superficie de la Tierra.

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