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EMOCIONES Y SALUD
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1. LAS EMOCIONES Y LA SALUD: DESARROLLO HISTÓRICO Y PERSPECTIVAS ACTUALES
El estudio de la relación entre emociones y salud es un área de investigación que implica a muy
diversas disciplinas: psicología, medicina, biología, farmacología, etc. Y si bien es un campo de investigación
más o menos reciente si nos referimos a la utilización de una metodología rigurosa y al desarrollo y puesta en
marcha de programas combinados de tratamiento efectivos, la idea de interrelación entre lo mental y lo
corporal, ha estado siempre presente a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, hasta el siglo XIX
no se comienza a realizar una investigación continuada.
Desde el último tercio del siglo pasado y de la mano de disciplinas como la medicina psicosomática,
la medicina conductual, la psicología de la salud y la psicofisiología, se han ido acumulando una gran cantidad
de datos que explican y matizan la relación entre los factores psicológicos y la salud y enfermedad físicas.
Dentro de estos factores psicológicos cobran especial importancia las emociones.
Las reacciones emocionales como la ansiedad, la ira, la hostilidad, la tristeza o la depresión, presentan
correlatos fisiológicos que son el resultado de complejos mecanismos que bajo la influencia del sistema
nervioso afectan a las secreciones glandulares, los órganos y tejidos, los músculos y la sangre. Cada vez son
más los estudios que muestran la relación entre factores emocionales y trastornos como los cardiovasculares,
digestivos, dermatológicos, endocrinos, etc. e incluso los derivados de un mal funcionamiento del sistema
inmunológico.
El mejor campo de estudio de esta relación ha sido, y sigue siendo, el de los denominados
clásicamente trastornos psicosomáticos o psicofisiológicos. En esta línea hemos de comenzar haciendo
referencia a autores de corte psicodinámico como Alexander (1950) que sostuvo la relación entre distintos
rasgos de personalidad y ciertos trastornos somáticos. Posteriormente desde la línea situacionista se defendió
la existencia de variables no específicas, destacando especialmente los llamados sucesos vitales (Holmes y
Rahe, 1967). Ya en la década de los ochenta diversos autores (Friedman y Booth-Kewley, 1987; Holroyd y
Coyne, 1987) reelaboran la relación entre procesos psicológicos y trastornos somáticos. Y con la inclusión de
las variables cognitivas, muchos han sido los autores que han ido trabajando en la relación entre características
cognitivas y salud.
El denominador común de todos ellos es pensar que las emociones y la personalidad pueden influir
sobre las funciones fisiológicas contribuyendo a la aparición o exacerbación de numerosos trastornos. Todos
sostienen desde su punto de vista que las emociones influyen en la salud, y por ello, en el proceso del
enfermar, de muy diversas formas. Pero en esta hipótesis de trabajo ha actuado de trampolín, sin duda, la
trasformación del concepto de enfermedad y las propias enfermedades en sí mismas.
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A mediados del siglo pasado aproximadamente tres quintas partes de las muertes en los países
desarrollados eran causadas por enfermedades infecciosas: tuberculosis, disentería, cólera, diarreas, malaria,
neumonía, etc. Todas ellas debidas a las precarias condiciones de vida. Progresivamente, estas enfermedades
fueron, en su mayor parte, bien controladas mediante el tratamiento de aguas, alimentos, programas públicos
de inmunización, prevención y control ambiental. Sin embargo, otras enfermedades vinieron a sustituir a las
anteriores en el ranking de mortalidad, enfermedades como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y
más recientemente las llamadas enfermedades inmunológicas y degenerativas crónicas como el Alzheimer,
enfermedades todas ellas relacionadas con la forma de vida o la conducta de los individuos.
Pero éste no ha sido un camino fácil, ha llevado consigo muchos problemas conceptuales,
metodológicos y hasta de enfrentamiento entre los profesionales de las distintas disciplinas que convergen en
esta nueva realidad del proceso de enfermar. Para entender en toda su extensión la situación actual es
necesario hacer referencia en a tres líneas de investigación o tres formas de abordaje que, en definitiva,
conforman la historia del estudio de la relación entre lo psíquico y lo somático: la Medicina Psicosomática, la
Medicina Conductual y la Psicología de la Salud. Todas ellas suponen un puente entre la medicina, la
psicología y el resto de disciplinas de la salud, cuyos límites no se encuentran en algunas ocasiones bien
definidos (una revisión más extensa puede verse en Casado, 1994).
La Medicina Psicosomática fue el primer intento serio de investigar en medicina las relaciones entre
variables psicosociales y procesos fisiológicos.
En un primer momento, el conjunto de factores etiológicos preferidos por esta línea explicativa eran
las emociones. Era una época de desconocimiento médico en la cual, cuando la etiología de la enfermedad era
desconocida o de difícil explicación, se recurría fácilmente a la acción de "las pasiones". Más tarde se produjo
un gran salto conceptual basado en un modelo de estudio empírico y sistemático de correlación
psicofisiológica que se reflejó más tarde en autores como Pavlov y Cannon. Sin embargo, en el período
comprendido entre 1930 y 1960, bajo el influjo del psicoanálisis, la Medicina Psicosomática vuelve a
abandonar el campo empírico. Durante este período la Medicina Psicosomática se caracterizó por defender un
concepto de causalidad, en donde lo psicológico producía lo somático. Es un concepto simplista y lineal de la
génesis de los trastornos, e incompatible con las actuales nociones de enfermedad con etiología multifactorial,
en las que la emoción constituye sólo una parte de la reacción psicofisiológica del individuo ante una
situación, pero no es la causa única de la reacción.
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A partir de mediados de los años sesenta se producen una serie de cambios conceptuales que
relanzarán nuevamente a la Medicina Psicosomática: un rigor científico cada vez mayor en sus estudios, un
creciente énfasis en el estudio de los procesos interaccionales, otorgar mayor importancia a la influencia del
medio social sobre la salud y la enfermedad, la aparición de líneas de trabajo centradas en el estudio de los
efectos de la enfermedad orgánica sobre el funcionamiento psicológico y su conducta, el interés por
profundizar en las bases biológicas de la conducta normal y anormal, la investigación centrada en la relación
existente entre determinadas características del individuo y la predisposición a ciertas enfermedades, el
afianzamiento de la concepción de la enfermedad psicosomática como de etiología multifactorial.
Pero a pesar de todos estos cambios surgen críticas hacia la Medicina Psicosomática. Grahan (1979),
en un discurso presidencial de la Sociedad Psicosomática, apuntó que la Medicina Psicosomática no había
tenido la influencia que se había predicho en los años 40. Agras (1982) puntualiza que este hecho se debe a la
ausencia de procedimientos efectivos de intervención psicológica y al hecho de que la investigación en este
campo, al menos en su mayor parte, no fue una intervención orientada a la práctica. Donker (1991) sostiene
que la Medicina Psicosomática se planteó una extensa e interesante línea de trabajo, pero nunca ha llegado a
cumplir sus promesas, debido principalmente a una falta de estrategias efectivas de investigación e
intervención, lo que ha facilitado posteriormente el desarrollo espectacular de la Medicina Conductual.
Con respecto a esta segunda gran línea de abordaje, la Medicina Conductual uno de sus elementos
clave ha sido el rápido desarrollo y aceptación que ha sufrido en un período de tiempo relativamente corto.
Quizá debido a este ritmo acelerado, a su naturaleza interdisciplinar y a sus amplias contribuciones, no sólo a
la ciencia aplicada sino también básica, exista confusión acerca del área que debe abarcar esta disciplina y de
cuál debe ser la definición de partida.
Las definiciones sobre Medicina Conductual han sido muy diversas (Birk, 1973; Blanchard, 1977;
Schwartz y Weiss, 1978b; Pomerleau y Brady, 1979) si bien, todas ellas van a hacer hincapié en tres puntos
fundamentales:
a. La interdisciplinariedad sistemática.
b. La investigación e intervención con los principios y técnicas de la teoría general de la conducta.
c. Su aplicación en el tratamiento y prevención de la enfermedad y su uso para la promoción y
mantenimiento de estilos de vida sanos.
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La Medicina Conductual, por tanto representa el campo multidisciplinar promovido por psicólogos y
médicos, que acentúa el desarrollo e integración de conocimientos y técnicas de las ciencias conductuales y
biomédicas, con el objetivo de comprensión, tratamiento y rehabilitación de la enfermedad, además de
promover, intensificar y mantener la salud. Nace de la necesidad de una compaginación metodológica de las
ciencias biomédica y conductual, como un intento por superar los modos de conceptualización de los
problemas entre las dos comunidades científicas (Reig, 1981).
Desde el punto de vista de la medicina conductual, una de las mayores contribuciones es el resurgir
del interés por los factores ambientales y psicológicos, y su interacción con los factores fisiológicos y
bioquímicos para determinar el desarrollo y el tratamiento de la enfermedad. De algún modo, son los mismos
objetivos que se planteó la Medicina Psicosomática, pero que no llegó a desarrollar plenamente. Por ello,
podríamos decir que la actual Medicina Conductual es el desarrollo o la continuación de la Medicina
Psicosomática, con el empleo de técnicas más efectivas, tanto de investigación como, sobre todo, de aplicación
práctica.
Con respecto a la tercera línea de abordaje, la Psicología de la Salud, ésta y la Medicina Conductual
son consideradas, a menudo, términos que hacen referencia a una misma realidad, lo que actualmente no
parece ser correcto. Sin embargo, tampoco se está de acuerdo en cuál es la línea divisoria, o el papel o campo
de acción de dichas orientaciones. Por ello, señalaré dos de las más extendidas opiniones sobre la distinción
entre ambos campos y el papel que representa la nueva Psicología de la Salud.
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Medicina Conductual. Desde esta línea, la distinción más importante entre Medicina Conductual y Psicología
de la Salud era el carácter multidisciplinar de la primera frente a la especificidad de la segunda.
Por ello, podemos definir a la Psicología de la Salud como: "El campo de especialización de la
psicología que centra su interés en el ámbito de los problemas de salud, especialmente físicos o médicos, con
la principal función de prevenir la ocurrencia de los mismos, o de tratar o rehabilitar éstos en caso de que
tengan lugar, utilizando para ello la metodología, los principios y los conocimientos de la actual Psicología
científica, sobre la base de que la conducta constituye, junto con las causas biológicas y sociales, los principios
determinantes, tanto de la salud como de la mayor parte de las enfermedades y problemas humanos de la salud
existentes en la actualidad" (Carrobles, 1993, pág. 184).
En cualquier caso, independientemente del modelo del que se parta o la línea de abordaje preferida,
las emociones se han ido planteando de forma indiscutible como una de las variables a tratar y controlar en el
nuevo concepto de salud, estando cada vez más asentado el papel o los distintos papeles que juegan como
factores de riesgo de enfermedad. Veamos los más importantes:
En primer lugar, la investigación remarca a las emociones tildadas de negativas como la ansiedad, la
ira y la tristeza como factores de riesgo desencadenantes de la enfermedad. Desde Selye (1936) pionero en
investigar los efectos del estrés en la etiología de numerosas enfermedades, hasta autores como Lazarus y
Folkman (1984) que introducen la importancia de variables cognitivas como la forma de interpretar y afrontar
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las situaciones problemáticas, muchos autores inciden en la importancia del estado emocional como factor de
riesgo de la génesis de la enfermedad somática.
Pero un paso aún más importante ha sido el hecho de que el papel de las emociones no quede
restringido a un papel de factor precipitante o causante de la enfermad, sino también como variable
responsable del desarrollo, agravamiento y cronificación de la misma. Muchos son los estudios que así lo
confirman en enfermedades como el asma, el dolor crónico, las enfermedades cardiovasculares,
gastrointestinales, el cáncer , distintas enfermedades de carácter inmunológico, etc.
En tercer lugar, las emociones o los estados emocionales van a representar un factor de riesgo muy
especial cuando se cronifican ya que en este caso afectan a su vez a la salud por su inducción a hábitos
conductuales poco saludables: la ingesta de alcohol. el consumo de tabaco, una dieta rápida, poco variada y
con exceso de grasas, la falta de ejercicio físico, etc.
En cuarto lugar, el estado emocional se convierte en un nuevo factor de riesgo cuando distorsiona la
conducta del paciente dando lugar a las llamadas conductas de enfermedad. Con este término se hace
referencia a conductas desadaptadas en las que la persona aumenta o disminuye los síntomas (quejas,
expresiones faciales, cambios posturales, búsqueda de atención, etc.); estas conductas están mediadas por
los procesos de aprendizaje (condicionamiento clásico, condicionamiento operante y aprendizaje
observacional). El mantenimiento de estas conductas por reforzamiento positivo y negativo es un
elemento fundamental en el proceso de mantenimiento y cronificación. La adopción del papel de enfermo
puede conllevar en ocasiones un buen número de ganancias, como la evitación de responsabilidades y
obtención de privilegios (ganancia primaria), el logro de un tipo especial de interacción social y la
expresión de simpatía o cuidados por parte de los demás (ganancia secundaria) o incluso cumplir con las
expectativas que los demás tienen sobre nuestro comportamiento como enfermos y que les proporciona
satisfacción por su prestación de ayuda (ganancia terciaria). Así, las conductas de enfermedad pueden
quedar bajo el control de distintos estímulos discriminativos del ambiente que indican cuando existe una
alta probabilidad de reforzamiento de las manifestaciones de enfermedad. Esta cronificación de las
conductas desadaptadas por parte del paciente contribuye a su deterioro y discapacidad.
Estas conductas desadaptadas también pueden interferir en el trato con el personal sanitario, con su propia
familia e incluso influir negativamente en el cumplimiento de las prescripciones médicas. El paciente puede
tomar decisiones y actitudes que interfieren en su proceso de curación.
En todas estas líneas que hemos esbozado, la psicología tiene un papel decisivo que cumplir, tanto a
nivel de investigación básica, como en el diseño de tratamientos efectivos que modifiquen las consecuencias
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negativas derivadas de la relación entre la emoción y la enfermedad.
2. TRASTORNOS PSICOFISIOLÓGICOS
Los trastornos psicofisiológicos, tradicionalmente denominados enfermedades psicosomáticas,
han sido definidos generalmente como aquellos trastornos que presentan una clara evidencia de
enfermedad orgánica, pero en los cuales, una proporción significativa de sus determinantes son de índole
psicológica (Maher, 1978). Esta creencia, reflejada desde la propia definición, de que los factores
psicológicos influyen en la enfermedad, ha sido recogida desde hace milenios. Sin embargo, a pesar de
esta larga historia de reconocimiento, hasta tiempos más recientes los factores psicológicos han recibido
poca atención por parte de la Medicina.
Tradicionalmente, este tipo de trastornos han sido tratados desde una perspectiva médica,
haciendo hincapié en los aspectos farmacológicos, nutricionales, etc. y centrando la explicación del
trastorno principalmente en el plano descriptivo, con la consecuente falta de poder predictivo. Sin
embargo, los avances en la investigación médica actual han propiciado rápidos progresos tecnológicos en
el ámbito inmunogenético, bioquímico, farmacológico, etc., que le han otorgado una mayor capacidad de
control sobre la vida y la muerte, y que han perfilado de forma progresiva y tajante la importancia de
ciertos comportamientos como agentes responsables mediadores en la salud y la enfermedad. En estos
hallazgos, la Psicología ha contribuido de forma muy especial. Y es que, en última instancia, no podemos
olvidar que por la propia naturaleza de las enfermedades psicofisiológicas, su estudio está a caballo entre
la Medicina y la Psicología y, más genéricamente, es punto central de todas aquellas disciplinas que
podemos denominar ciencias de la salud.
Siguiendo a Brengelmann (1987) podemos destacar tres puntos de especial interés en la relación
entre la Psicología y la Medicina:
- La época en la que los problemas de salud se enfocaban exclusivamente desde un punto de vista
somático está dando paso a una época en la que se utilizan conjuntamente los tratamientos
somáticos y psicológicos.
- El tratamiento psicológico no sólo puede aplicarse a los problemas denominados
"psicosomáticos", sino también a cualquier tipo de enfermedad.
- Los procesos psicosomáticos y somáticos siguen las mismas leyes que las ciencias naturales, por
lo tanto, son verificables a través de métodos similares. Su estudio conjunto permite, en
comparación con su análisis por separado, una eficacia en el tratamiento significativamente
mayor.
Entre las disciplinas o áreas de trabajo que combinan o relacionan las variables comportamentales
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o psicológicas con las médicas u orgánicas destacan: la Medicina Psicosomática, la Medicina
Comportamental o Conductual y la Psicología de la Salud. Todas ellas suponen un puente entre la
Medicina y la Psicología.
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- Trastornos inmunológicos.
A partir del DSM III (DSM III-R) la American Psychiatric Association (APA) recoge la idea de
que los factores psicológicos tienen un papel de gran relevancia en la mayoría de las enfermedades. Con
la adopción, por parte de la APA, de este nuevo sistema se pretende evitar la consideración de un
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determinado trastorno o enfermedad como exclusivamente psicológico u orgánico. En el DSM-IV,
aparece de nuevo un apartado denominado "Factores psicológicos que afectan al estado físico".. Según
esta reciente clasificación, la forma de diagnóstico debe ser: F54....(Factor psicológico) que afecta a ...
(indicar enfermedad médica),. Los criterios diagnósticos son los siguientes:
Esta misma idea se recoge en el capítulo V sobre Trastornos Mentales y del Comportamiento de
la 100 edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), en la cual, el término
psicosomático no se utiliza, ya que "... puede implicar que los factores psicológicos no jueguen un papel
en el desencadenamiento, curso y evolución de otras enfermedades no descritas como psicosomáticas..."
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(CIE-10 cap. V pág 26). En este manual, los trastornos clasificados anteriormente como psicosomáticos se
dividen en varios apartados: trastornos somatomorfos (F45), trastornos de la conducta alimentaria (F50),
disfunción sexual de origen no orgánico (F52) y factores psicológicos y del comportamiento en trastornos
o enfermedades clasificados en otro lugar (F54). Esta última categoría (F54) se ha creado con el fin de
señalar la existencia de trastornos orgánicos (codificados en otros capítulos del CIE) con etiología
emocional. Por ejemplo, el asma puede clasificarse como F54 + J45, la úlcera gástrica como F54 + K25,
etc.
Entre las variables psicológicas destacan, sin duda, las emociones. Las distintas emociones van a
manifestarse bajo un triple sistema de respuestas: cognitivo, fisiológico y motor. La relación entre las
respuestas del sistema fisiológico y los trastornos psicofisiológicos ha sido punto de partida de muchas
teorías explicativas sobre su génesis. Entre las distintas emociones van a destacar la ansiedad y la ira.
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en parte, el progresivo desarrollo de esta línea de investigación. Estos modelos, basados en general en las
consecuencias que puede provocar la exposición a situaciones de estrés, parten de un eje común: el
organismo necesita para realizar su actividad diaria cierto grado de activación fisiológica. Estaríamos por
lo tanto, en principio, ante una respuesta positiva y adaptativa. Pero ¿qué ocurre cuando la respuesta de
activación se excede en sus patrones de tiempo o duración ?.
a. Por un lado, el organismo no puede mantener de forma constante un ritmo de activación por
encima de sus posibilidades.
b. Por otro lado, en el medio en el que se desarrolla el hombre actual ese sentido de adaptación se
va perdiendo, ya que es poco probable que un evento desencadenante de tal reacción desaparezca por
medio de una acción de ataque o huída, en el sentido planteado por Cannon. En el mundo actual, la forma
habitual de responder ante el evento estresante es por medio de respuestas de afrontamiento, como las
cognitivas, que no utilizan el incremento de energía movilizado, generándose de esta forma el problema
de la acumulación excesiva de productos no empleados.
Estos dos factores pueden dar lugar a la sobrecarga de determinados órganos, pudiendo
desencadenar trastornos a diferentes niveles. Por lo tanto, la probabilidad de que un trastorno
psicofisiológico se desarrolle aumentará con el incremento de la frecuencia o la duración de la respuesta
emocional provocada por la propia situación de estrés o por la situación considerada como tal por el
sujeto.
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es la expresión interna de la ira la que guarda una mayor relación con la enfermedad.
Por tanto, aunque a nivel conceptual separemos los factores fisiológicos de los psicológicos, en la
realidad la línea divisoria no existe ya que las emociones son variables psicológicas que se manifiestan,
entre otras, por medio de respuestas fisiológicas.
5. TRASTORNOS CARDIOVASCULARES
El término trastornos cardiovasculares hace referencia a diversos trastornos del corazón y de los
vasos sanguíneos, incluyendo la hipertensión, el trastorno arterial coronario, las arritmias cardíacas, el
trastorno cerebro vascular, el trastorno valvular, las cardiomiopatías, el trastorno periférico vascular y las
anormalidades congénitas cardíacas.
Aunque no es actualmente posible determinar de manera exacta las principales causas que
subyacen a los trastornos cardiovasculares, existen diversos factores que interactúan entre sí e
incrementan el riesgo cardiovascular. En este sentido, la interacción de factores de riesgo coronario dan
lugar a que un individuo pueda sufrir de más de uno de esos factores simultáneamente, incrementando por
tanto la probabilidad de desarrollar un trastorno cardiovascular. Teniendo en cuenta el conjunto de la
investigación existente, podemos clasificar los factores coronarios de riesgo de la siguiente manera:
Factores de Riesgo Inherentes: se trata de factores genéticos o físicos que no son modificables
mediante estrategias conductuales. Sin embargo, su riesgo potencial puede reducirse mediante la
aplicación de patrones de conducta adecuados.
- Edad: la edad incrementa la probabilidad de muerte cardiovascular debido a múltiples causas.
- Antecedentes familiares: relativos al diagnóstico de trastornos cardiovasculares.
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- Género: La tasa de mortalidad es mayor en los varones adultos de mediana edad.
- Raza: los negros norteamericanos presentan un 40% de tasa de mortalidad mayor que los
blancos norteamericanos. Ese alto riesgo en los negros puede deberse a factores sociales,
económicos o conductuales.
- Diabetes: la diabetes incrementa la probabilidad de muerte coronaria debido a que exacerba
otros factores de riesgo y neutraliza la acción protectora de los estrógenos endógenos en las
mujeres premenopáusicas.
Factores Fisiológicos:
- Hipertensión: La hipertensión se trata de una presión arterial elevada y mantenida. Las
consecuencias de la hipertensión se relacionan con la aterosclerosis, que incrementa la
probabilidad de muerte por trastorno coronario, infarto de miocardio, ataque súbito e infarto
aterotrombótico cerebral.
- Obesidad: La obesidad está íntimamente relacionada con la hipertensión. La obesidad predice la
hipertensión.
- Niveles de colesterol: el colesterol se encuentra en el sistema cardiovascular bajo la forma de
Lipoproteínas de Baja Densidad (LDL) o Lipoproteínas de Alta Densidad (HDL). Mientras que el
LDL aumenta los trastornos cardiovasculares, el HDL reduce su riesgo. Esto es especialmente
evidente en los jóvenes y adultos de mediana edad, pero menos en los mayores.
- Acido úrico: Algunas investigaciones relacionan el ácido úrico sérico, con el riesgo de
desarrollo de trastorno coronario.
Factores Conductuales:
- Dieta: La dieta incrementa o reduce la probabilidad de trastornos cardiovasculares en mayor
grado que el sobrepeso. Mientras que una dieta basada en grasas saturadas incrementa el riesgo de
sufrir este tipo de trastornos, una dieta rica en vitaminas (antioxidantes, vitamina E, selenio, etc.)
o fibra, lo reduce.
- Ejercicio físico: Aunque no existe una completa evidencia de la relación entre ejercicio físico y
la reducción de la incidencia del trastorno coronario, su práctica reduce el peso corporal, la
presión sanguínea y el perfil lipídico. Este resultado sugiere posibles beneficios en la reducción
de los trastornos cardiovasculares.
- Consumo de tabaco: Este es el factor de riesgo conductual más relevante. Los fumadores tienen
una predisposición de muerte cardiovascular dos o tres veces mayor que los no fumadores. Los
fumadores pasivos incrementan un 20% el riesgo de desarrollo de trastornos cardiovasculares. El
componente mas peligroso en la génesis de la aterosclerosis, mas que la nicotina, es el monóxido
de carbono.
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- Consumo de café: La cafeína produce taquicardia incrementando la presión sanguínea de forma
pasajera. Sin embargo, la evidencia científica es contradictoria, siendo lo mas contrastado que la
cafeína produce arritmias y actúa como disparador de una trastorno coronario previamente
establecido.
Factores Psicosociales:
- Matrimonio y redes sociales: El bajo apoyo social se relaciona con un incremento en el riesgo
de trastorno coronario. Las investigaciones han puesto de manifiesto que seis meses después del
infarto de miocardio, las personas que viven solas mostraban una probabilidad dos veces más alta
de reinfartar. El apoyo social reduce el riesgo de muerte cardiovascular cuando los amigos y
allegados animan a los pacientes a llevar un estilo de vida adecuado y a seguir las prescripciones
médicas.
- Bajo nivel económico y educativo: Los individuos con bajos recursos económicos o bajo nivel
educativo tienen una menor probabilidad de recibir asistencia médica y están mas expuestos a
sufrimiento de cualquier tipo de trastorno.
- Altos niveles de ansiedad y estrés: El estrés crónico está implicado en los trastornos
cardiovasculares, incrementando la presión sanguínea que puede producir una ruptura en la
placa aterosclerótica.
- Patrón de Conducta Tipo A (PCTA): El PCTA se caracteriza por una excesiva competitividad,
impaciencia, hostilidad y habla vigorosa. Tras un período inicial de entusiasmo en el estudio de
las relaciones entre el PCTA y los trastornos cardiovasculares, numerosos estudios comenzaron a
criticar los resultados en el sentido de que el PCTA no es un fenómeno unitario y que es posible
que no todas sus características (competitividad, apresuramiento, hostilidad, etc.) contribuyan de
igual manera al riesgo coronario. Posteriores estudios dirigidos a identificar los componentes mas
activos de la relación entre el PCTA y los trastornos cardiovasculares han mostrado que la
hostilidad y la ira son los componentes mas significativos.
- Hostilidad: La hostilidad predice la mayor parte de los trastornos artero-coronarios. La
hostilidad se refiere a una actitud de valoración negativa y persistente hacia los otros,
promoviendo conductas agresivas.
- Ira: La ira se refiere a un estado emocional caracterizado por sentimientos de enfado de
intensidad variable. La experiencia de ira puede no estar implicada en el sistema cardiovascular,
pero la expresión de la ira está íntimamente relacionada con el trastorno cardiovascular. En este
sentido la ira hacia adentro o la represión de la ira están fuertemente relacionadas con los
trastornos cardiovasculares. Una vez que el trastorno cardiovascular ha aparecido ha de haber,
tanto la experiencia como la expresión de ira lo exacerba.
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Los trastornos cardiovasculares tienen un impacto enorme en la actual literatura científica, así
como el papel de las variables emocionales como la ansiedad, el estrés, la hostilidad, y la ira, en el origen,
desarrollo, y mantenimiento de tales trastornos. El número de publicaciones que tratan de las relaciones
entre variables emocionales y trastornos cardiovasculares se ha incrementado considerablemente,
especialmente desde los años 80.
Desde hace décadas, los trastornos cardiovasculares son la principal causa de mortalidad en los
países industrializados y su prevalencia está incrementándose en el mundo desarrollado, siendo los
responsables de más del 45% de los fallecimientos en 1.997, tal como señala la Organización Mundial de
la Salud. Adicionalmente, y teniendo en cuenta que la investigación psicológica y médica ha establecido
una fuerte relación entre diversas variables psicológicas y el padecimiento de trastornos cardiovasculares,
no es sorprendente que el estudio de los trastornos cardiovasculares se haya situado en el primer lugar del
ranking de la Psicología de la Salud.
En España los trastornos cardiovasculares son la primera causa de muerte, tanto para hombres
(31,6%) como para mujeres (31,9%), seguidos por el cáncer (30,6% para hombres y 24,4% para mujeres)
y a considerable distancia, por las enfermedades respiratorias (11,8% para hombres y 8,0% para las
mujeres) (Ministerio de Sanidad y Consumo 2001).
Las tasas de mortalidad del trastorno arterocoronario varían considerablemente de un país a otro.
Se observan marcadas tasas en países como Irlanda del Norte, Escocia y Finlandia, mientras que las tasas
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son mucho más bajas (de tres a cuatro veces menores) en los países mediterráneos europeos (España,
Italia, Grecia y Francia). Japón es el país con la tasa mas baja, allí las muertes causadas por el trastorno
coronario arterial son diez veces menos que en el primero de los países mencionados. El infarto de
miocardio es la patología específica mas frecuente relacionada con el trastorno arterocoronario y según el
estudio de Framingham es el mayor factor de riesgo del fallo cardíaco, suponiendo el 34% y el 13% de los
casos en hombres y mujeres respectivamente.
El desarrollo del Patrón de Conducta Tipo A (PCTA) en los años 50 por los cardiólogos Friedman
y Rosenman contribuyó considerablemente al estudio de la relación entre la ira y los trastornos
cardiovasculares. Desde entonces la ira-hostilidad se ha convertido en uno de los componentes más
sobresalientes del PCTA, teniendo en cuenta su valor predictivo en su origen y mantenimiento.
Shumaker y Czajkowski (1994) consideran la ira como el componente mas estable del PCTA,
mostrando la asociación más fuerte con la hipertensión, el trastorno arterocoronario y otros trastornos
cardiovasculares, así como disparando el inicio del infarto agudo de miocardio (Mittleman et al.,1995).
Smith y Christensen (1992) sugirieron que las personas más hostiles manifiestan episodios de ira
mas frecuentemente y son mas vigilantes de su ambiente. En consecuencia, existe una estrecha relación
entre ira y vigilancia que influencia las respuestas cardiovascular y endocrina, y contribuye al desarrollo
de trastornos relacionados. Suarez y Williams (1990) consideran que los individuos con alta hostilidad y
probabilidad de manifestar ira hacia afuera tienen mas riesgo de desarrollar trastornos coronarios, mientas
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que los individuos que suprimen su expresión de ira tienen más riesgo de padecer hipertensión. Así
mismo, Haynes, Feinleib y Kannel (1980) encontraron en un estudio prospectivo una relación
significativa entre trastorno coronario e ira hacia adentro o ira interna
Respecto a la ansiedad y el estrés, es bien conocido que el “estrés mental” elicita un patrón de
respuesta cardiovascular típico de la reacción de defensa, con incrementos de la tasa cardiaca, y la salida
cardiaca, y una redistribución del flujo sanguíneo en diferentes órganos, tanto en animales como en
humanos. La presión sanguínea se incrementa a pesar de la neta disminución en la resistencia vascular, lo
que se relaciona con la vasodilatación en los tejidos largos, el tejido adiposo y los músculos esqueletales,
mientras que en los riñones, órganos esplánicos y piel se produce una vaso constricción. El estrés está
implicado en la patogénesis de diversos trastornos cardiovasculares como la hipertensión, el infarto de
miocardio y la muerte súbita (Hjemdahl, 2000; Sherwood y Carels, 2000).
Baker, Suchday y Krantz (2000) señalan que “los modelos actuales de los efectos del estrés
agudo físico y mental sobre la patofisiología cardiaca sugieren que la activación del sistema nervioso
autónomo inducido por factores conductuales puede incrementar el riesgo de eventos
cardiovasculares” (p.327). En este sentido, estos autores proponen un modelo que ilustra los caminos
a través de los cuales el estrés mental agudo se eslabona con la isquemia de miocardio y los eventos
coronarios de carácter clínico tales como el ataque al corazón o la muerte súbita. Este eslabonamiento
se produce en individuos con un trastorno o disfunción arterocoronario preexistente, infarto de
miocardio previo o función cardiaca pobre, quienes tienen por tanto un alto riesgo de padecer esos
eventos químicos.
Suinn (2001) propone cuatro mecanismos que pueden explicar la gran relación existente entre
ansiedad, ira y salud:
- La ansiedad y la ira inducen hipervigilancia y alerta, los cuales, junto con el propio arousal
emocional, implican activación del sistema nervioso La activación del sistema nervioso simpático
media otras funciones corporales como las del sistema cardiovascular, sistema inmune y sistema
endocrino.
- La ansiedad y la ira dan lugar a conductas poco saludables incluyendo estilos de vida insanos
como el consumo de alcohol y tabaco, dieta poco saludable, patrones perturbados de sueño,
escaso cumplimiento de las prescripciones médicas, falta de ejercicio etc.
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- La ansiedad y la ira se asocian con características psicosociales que afectan la vulnerabilidad
tales como el bajo apoyo social y alto número de conflictos interpersonales (Krantz, Contrada,
Hill y Friedler, 1988; Suarez y Williams, 1989; Smith y Pope, 1990).
Estos cuatro mecanismos no son mutuamente excluyentes; todos ellos suponen interesantes
puntos de vista y líneas de investigación futuras sobre el papel de la ansiedad y la ira en los trastornos
cardiovasculares.
Finalmente señalar que las emociones negativas pueden preceder a la enfermedad y reducir la
fortaleza o incrementar la vulnerabilidad a padecer distintos trastornos; al mismo tiempo los estados
emocionales negativos como la ansiedad, el estrés y la ira pueden aparecer como consecuencia de la
enfermedad; de tal manera que existe una relación bidireccional entre emocionalidad negativa y
enfermedad.
7. HIPERTENSION ARTERIAL
Dentro de los trastornos cardiovasculares, la hipertensión arterial cobra una especial importancia
por dos motivos fundamentales: por ser, en sí mismo, uno de los factores de riesgo más importantes en las
enfermedades cardiovasculares en general y por su alta incidencia entre la población.
Hipertensión arterial es el incremento de los niveles de presión con los que la sangre pasa por los
vasos sanguíneos. Estos niveles elevados en la presión de la sangre están por encima de los
requerimientos metabólicos del organismo, y facilita la aparición de accidentes cardiovasculares a medio
y largo plazo (infartos, hemorragias cerebrales, etc).
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Como hemos puntualizado, la distinción entre ambas radica en los factores etiológicos que las
originan. La hipertensión secundaria aparece como resultado de la alteración en uno o varios elementos
claves de control del sistema cardiovascular. Sin embargo, la mayor parte de los casos, alrededor del 95%
de las personas que padecen hipertensión no presentan alteración orgánica o funcional evidente que
justifique tal elevación de la presión sanguínea, es decir, los mecanismos etiopatológicos no están
establecidos; sufren por tanto de hipertensión esencial o primaria.
Aunque no existe una delimitación clara entre la normotensión y la hipertensión, a nivel clínico se
han adoptado habitualmente, los criterios propuestos por la Organización Mundial de la Salud en 1997 y
1999 y que pueden verse en la tabla siguiente.
Criterios diagnósticos de la hipertensión. VI Informe del Joint Nacional Comité on Detection, Evaluation and Treatment of
High Blood Pressure y documento de la Organización Mundial de la Salud / Sociedad Internacional de Hipertensión
No obstante, estos criterios no dejan de ser arbitrarios y, además, no tienen en cuenta las
variaciones que, asociadas a la edad y el sexo, se producen en la tensión arterial. Por ello se considera
una estrategia adecuada evitar cualquier tipo de criterio, diagnosticando la hipertensión en función del
grado de riesgo cardiovascular asociado al nivel de tensión arterial que presente el paciente.
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de que, en general, carece de sintomatología específica. Estos factores convierten a la hipertensión en una
enfermedad "silenciosa", por lo que su detección es aún más difícil. Se considera que entre un tercio y la
mitad de los hipertensos no están diagnosticados y desconocen su condición, y sólo algo más del 30% de
la población tiene la tensión arterial bien regulada. El número de hipertensos diagnosticados que no
siguen tratamiento sustancial; así mismo, el 50% de los pacientes que tienen prescrita medicación
antihipertensiva no tienen los niveles de presión sanguínea controlados adecuadamente. Se puede
concluir, por tanto, afirmando que desgraciadamente sólo un escaso porcentaje de las personas que
entrarían en consideración para ser tratadas de hipertensión de hecho se benefician de tal tratamiento
Existen claras indicaciones de que los factores psicológicos como la ansiedad, el control de las
situaciones de estrés, el afrontamiento, el control de la ira, etc, desempeñan un importante papel en el
desarrollo y mantenimiento de la hipertensión, sea directamente por efectos sobre el sistema
cardiovascular o indirectamente por su influencia en los factores conductuales como: exceso de peso, uso
excesivo de sal o de alcohol, falta de ejercicio físico, etc.
Los resultados de investigaciones sobre la interrelación entre los factores de riesgo mencionados
indican que dicha interacción contribuye de forma sustancial al riesgo total, en un grado mayor de lo que
haría suponer la suma de los distintos factores.
Es bien conocido, que al igual que en los individuos normotensos una amplia variedad de
estímulos ambientales pueden provocar moderadas o intensas reacciones emocionales desencadenando un
aumento de la presión sanguínea. Esta reactividad cardiovascular es mayor en los pacientes hipertensos o
en personas que poseen antecedentes familiares de hipertensión. Estos hechos reafirman las teorías que
incluyen los factores psicosociales en la patogénesis de la hipertensión. Aquí debemos tener en cuenta las
antiguas consideraciones de Alexander (1939) quien, desde una perspectiva psicodinámica prestó atención
al hecho de que los pacientes hipertensos eran incapaces de expresar sus sentimientos de enfado,
generando y manteniendo estados de alta activación.
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comparaciones entre ambos grupos. La metodología correlacional se usa comúnmente en esta
línea de investigación. No obstante, los resultados de la investigación deben ser interpretados con
cautela para evitar conclusiones erróneas causa-efecto en la relación entre características de
personalidad y el desarrollo de la hipertensión. Algunos resultados contradictorios que aparecen
en este campo se deben a las muestras empleadas. En este sentido tanto las muestras clínicas como
normales deben estar equiparadas en variables tales como edad, género y nivel educativo.
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