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El uso sexista de la lengua española:

La sociedad actual está caracterizada por ser patriarcal, machista y androgénica,


estableciendo una clara diferenciación social entre ambos sexos, siendo considerada la
mujer como un ser inferior. Esta característica de la sociedad, se ve claramente reflejada
en la lengua, a través de la cual se expresan valores e ideologías. Dicha afirmación
puede llevarnos a la pregunta de, si la sociedad en la que vivimos es machista y
androgénica, ¿lo es también nuestra lengua? y si la respuesta es afirmativa, ¿lo es
nuestra lengua como tal, o es el uso que le damos a esta?

Como afirma Álvaro García Meseguer (2001), un hablante incurre en sexismo


lingüístico cuando emite un mensaje que, debido a su forma y no a su fondo, resulta
discriminatorio por razón de sexo. Por el contrario, cuando la discriminación se debe
al fondo del mensaje y no a su forma, se incurre en sexismo social.

Uno de los principales argumentos que afirman que el uso de la lengua es sexista, es el
masculino genérico, es decir, el uso de la forma masculina para designar tanto a
hombres como a mujeres. Este uso de la lengua invisibiliza a las mujeres y supone un
obstáculo a la hora de lograr la igualdad real entre mujeres y hombres. Existen muchas
guías para un uso no sexista de la lengua, en las que se propone, para evitar el uso del
masculino como genérico, el desdoblamiento de los sustantivos, nombrando tanto el
masculino como el femenino (alumnos y alumnas), o el uso de términos colectivos
(alumnado). Sin embargo, instituciones tan importantes como puede ser la Real
Academia Española, consideran que este tipo de desdoblamientos son innecesarios,
dado que existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar a la clase,
sin distinción de sexos. Afirman que, el uso del femenino, solo se justifica cuando la
oposición de sexos es relevante en el contexto, por lo que los alumnos sería la única
forma correcta para referirse a un grupo mixto, a pesar de que el número de alumnas
sea superior al de alumnos. En contraposición, autoras como Bengoechea (2000),
consideran que el género masculino no abarca al femenino, sino que lo suplanta (como
se cita en Márquez Guerrero, 2016). Con afirmaciones como esta, podemos ver que, el
masculino genérico, es un falso genérico, ya que muchas veces solo activa referentes
masculinos.

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Otro uso sexista de la lengua que refleja el carácter androgénico de la sociedad, es la
interpretación positiva o negativa que adquieren ciertos adjetivos y sustantivos
dependiendo de si son aplicados a hombres o a mujeres. Algunos ejemplos de esto son
zorro/zorra (en masculino hombre astuto y en femenino prostituta); golfo/golfa (en
masculino atrevido o descarado y en femenino prostituta); u hombre público/mujer
pública (en masculino famoso y en femenino, de nuevo, prostituta). Con estos ejemplos
podemos ver como, independientemente de que el masculino tenga una interpretación
positiva o negativa, el femenino siempre se interpreta negativamente; y en la mayoría
de los casos, el femenino hace alusión al comportamiento sexual de la mujer,
promoviendo la idea de que, una mujer, no debe disfrutar de su sexualidad, al contrario
que los hombres.

Otro aspecto de la lengua donde se da la invisibilización de la mujer, es la formación


del femenino en las profesiones. Existen todavía numerosos ejemplos de profesiones
en los que, a pesar de ser una mujer quien la ejerce, se sigue hablando en masculino.
Sin embargo, cuando es el varón quien se incorpora a un oficio femenino, se crean
neologismos (modisto), cuyo objetivo es prestigiar una profesión, pudiendo parecer así
que el femenino correspondiente tiene alguna connotación de inferioridad.

Asimismo, podemos ver reflejada la visión machista de la sociedad en casos como: el


uso de “señora” o “señorita” dependiendo de si la mujer está soltera o casada, mientras
que para el hombre no existe distinción, siendo siempre señor; el hecho de llamar a una
mujer casada Señora de y el apellido de su marido, cosa que no ocurre con los varones;
la ordenación alfabética de las palabras en el diccionario (convenciones de
lematización), apareciendo antes el masculino que el femenino cuando la –a va antes
que la –o; el empleo de la expresión “es un coñazo” como algo aburrido y “es la polla”
como algo positivo; o ciertos refranes sexistas como: “Mujer sin varón, ojal sin botón”,
“A la mujer barbuda, de lejos se le saluda, con dos piedras mejor que con una”,
“Cojera de perro y lágrimas de mujer, no son de creer” o “Al hombre de más saber,
la mujer lo echa a perder”

En conclusión, tras haber visto todos estos ejemplos y a pesar de que muchos pretendan
negarlo, es un hecho evidente que existe un uso sexista de la lengua. La lengua en sí es
un sistema de reglas, y estas no son machistas, si no que lo es el uso que las personas

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les damos, y es ahí donde se ve reflejado el sistema patriarcal y androgénico en el que
está basada nuestra sociedad. Esta mala utilización de la lengua, además de fomentar
los comportamientos machistas, hace que tomemos por costumbre determinados usos
negativos de ella, y esto se va transmitiendo generación tras generación. Sin embargo,
la lengua es una construcción social, y, por tanto, considero que puede cambiarse,
aunque requiera tiempo y esfuerzo, y, en mi opinión, todo ese cambio radica en la
educación. Por nuestra parte, tenemos que ser conscientes de la existencia de estos usos
sexistas de la lengua, en los que se ve reflejada la sociedad, y tratar de evitarlos. A
partir de ahí y desde la educación, vendrá el cambio.

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Referencias bibliográficas:

 García Meseguer, Á. (2001). ¿Es sexista la lengua española? Panace@, 2 (3), pp.
20-34. Recuperado de:
http://www.tremedica.org/panacea/IndiceGeneral/n3_GarciaMeseguer.pdf
 Márquez Guerrero, M. (2016). “Bases epistemológicas del debate sobre el
sexismo lingüístico”. Arbor, 192 (778): a307. DOI:
http://dx.doi.org/10.3989/arbor.2016.778n2010
 Real Academia Española. Consultas lingüísticas. Recuperado de:
http://www.rae.es/consultas/los-ciudadanos-y-las-ciudadanas-los-ninos-y-las-
ninas

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