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1.

El Positivismo
2. Augusto Comte
3. La Ley de los Tres Estados según Comte
4. El Carácter Social del Espíritu Positivo
5. El Positivismo y la Filosofía
6. El Sentido del Positivismo
7. El Positivismo y el Avance Científico del Siglo XIX
8. La Filosofía como modo de Saber Positivo
9. La Política Positiva
10. John Stuart Mill
11. Herbert Spencer
12. El Positivismo Científico de Mach
13. Las Matemáticas en el Siglo XIX
14. Conclusión
15. Bibliografía

INTRODUCCIÓN
El termino positivismo fue utilizado por primera vez por el filosofo y matemático francés
del siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los conceptos positivistas se remontan al
filosofo británico David Hume, al filosofo francés Saint-Simon, y al filosofo alemán
Immanuel Kant.
Cuando el inesperado romanticismo fija la atención de los hombres estudiosos, es un gran
espectáculo y vamos a decir que la filosofía es el régimen intelectual de todo estado,
precisamente porque es un estado que viene de otros y conduce a otros y es algo
esencialmente diverso en si misma.
La filosofía es un estado del espíritu humano socialmente considerado y es un estado
caracterizado por la vertiente que da a las ideas últimas sobre las que se halla asentado cada
estado social del espíritu. Por ello, consideramos que no es un momento más entre
cualquiera estado social, sino que es momento fundante de todos los demás.
Por eso, vamos a ver que la positividad se halla constituida por ser un carácter que afecta
las cosas en tanto que, en una u otra forma, se manifiestan.
El conocimiento de los hechos es relativo porque hace referencia intrínseca al hombre que
se enfrenta con los hechos y a su modo de enfrentarse con ellos.
EL POSITIVISMO
Doctrina iniciada por Auguste Comte (francés) en el siglo XIX.
Identifica 3 fases en la historia intelectual de la humanidad que fueron cambiando a medida
que adquiría mayores conocimientos científicos.
El positivismo es el romanticismo de la ciencia. La tendencia propia del romanticismo a
identificar lo finito con lo infinito, a considerar lo finito como revelación y realización
progresiva de lo infinito, es transferida y realizada por el positivismo en el seno de
la ciencia. Con el positivismo, la ciencia se exalta, se considera como única manifestación
legítima de lo infinito y, por ello, se llena de significación religiosa, pretendiendo suplantar
a lasreligiones tradicionales.
El positivismo es una parte integrante del movimiento romántico del siglo XIX. Que el
positivismo sea incapaz de fundar los valores morales y religiosos y especialmente, el
principio mismo del cual dependen, la libertad humana, es un punto de vista poémico que
la reacción antipositivista, espiritualista e idealista de la segunda mitad del siglo XIX ha
hecho prevalecer en la historiografía filosófica. Se puede también considerar justificado, en
todo o en parte, este punto de vista. Pero existe el hecho de que, en sus fundadores y en sus
seguidores, el positivismo se presenta como la exaltación romántica de la ciencia, como
infinitización, como pretensión de servir como única religión auténtica y, por tanto, como el
único fundamento posible de la vida humana individual y social.
El positivismo acompaña y provoca el nacimiento y la afirmación de la organización técnico
industrial de la sociedad, fundada y condicionada por la ciencia. Expresa las esperanzas, los
ideales y la exaltación optimista, que han provocado y acompañado esta fase de la sociedad
moderna. El hombre ha creído en esta época haber hallado en la ciencia la garantía infalible
de su propio destino. Por esto ha rechazado, por inútil y supersticiosa, toda alegación
sobrenatural y ha puesto lo infinito en la ciencia, encerrando en las formas de la misma la
moral, la religión, la política, la totalidad de su existencia.
Consiste en no admitir como validos científicamente otros conocimientos, sino los que
proceden de la experiencia, rechazando, por tanto, toda noción a priori y
todo concepto universal y absoluto. El hecho es la única realidad científica, y la experiencia
y la inducción, los métodos exclusivos de la ciencia. Por su lado negativo, el positivismo es
negación de todo ideal, de los principios absolutos y necesarios de la razón, es decir, de
la metafísica. El positivismo es una mutilación de la inteligencia humana, que hace posible,
no sólo, la metafísica, sino la ciencia misma. Esta, sin los principios ideales, queda reducida
a una nomenclatura de hechos, y la ciencia es una colección de experiencias, sino la idea
general, la ley que interpreta la experiencia y la traspasa. Considerado
como sistema religioso, el positivismo es el culto de la humanidad como ser total y simple o
singular.
EVOLUCIÓN.
El término positivismo fue utilizado por primera vez por el filósofo y matemático francés del
siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los conceptos positivistas se remontan al filósofo
británico David Hume, al filósofo francés Saint-Simón, y al filósofo alemán Immanuel Kant.
Comte eligió la palabra positivismo sobre la base de que señalaba la realidad y tendencia
constructiva que él reclamó para el aspecto teórico de la doctrina. En general, se interesó por
la reorganización de la vida social para el bien de la humanidad a través del conocimiento
científico, y por esta vía, del control de las fuerzas naturales. Los dos componentes
principales del positivismo, la filosofía y el Gobierno (o programa de conducta individual y
social), fueron más tarde unificados por Comte en un todo bajo la concepción de una religión,
en la cual la humanidad era el objeto de culto. Numerosos discípulos de Comte rechazaron,
no obstante, aceptar este desarrollo religioso de su pensamiento, porque parecía contradecir
la filosofía positivista original. Muchas de las doctrinas de Comte fueron más tarde adaptadas
y desarrolladas por los filósofos sociales británicos John Stuart Mill y Herbert Spencer así
como por el filósofo y físico austriaco Ernst Mach.
COMTE, AUGUSTO (1798-1857).
Filósofo positivista francés, y uno de los pioneros de la sociología. Nació en Montpellier el 19
de enero de 1798. Desde muy temprana edad rechazó el catolicismo tradicional y también las
doctrinas monárquicas. Logró ingresar en la Escuela Politécnica de París desde 1814 hasta
1816, pero fue expulsado por haber participado en una revuelta estudiantil. Durante algunos
años fue secretario particular del teórico socialista Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-
Simon, cuya influencia quedaría reflejada en algunas de sus obras. Los últimos años del
pensador francés quedaron marcados por la alienación mental, las crisis de locura en las que
se sumía durante prolongados intervalos de tiempo. Murió en París el 5 de septiembre de
1857.
Para dar una respuesta a la revolución científica, política e industrial de su tiempo, Comte
ofrecía una reorganización intelectual, moral y política del orden social. Adoptar
una actitud científica era la clave, así lo pensaba, de cualquier reconstrucción.
Aunque rechazaba la creencia en un ser trascendente, reconocía Comte el valor de la religión,
pues contribuía a la estabilidad social. En su obra Sistema de Política Positiva (1851-1854;
1875-1877), propone una religión de la humanidad que estimulara una benéfica conducta
social. La mayor relevancia de Comte, sin embargo, se deriva de su influencia en el desarrollo
del positivismo.
LA LEY DE LOS TRES ESTADOS.
Según Comte, los conocimientos pasan por tres estados teóricos distintos, tanto en
el individuo como en la especie humana. La ley de los tres estados, fundamento de la
filosofía positiva, es, a la vez, una teoría del conocimiento y una filosofía de la historia.
Estos tres estados se llaman:
 Teológico.
 Metafísico.
 Positivo.

Estado Teológico:
Es ficticio, provisional y preparatorio. En él, la mente busca las causas y los principios de las
cosas, lo más profundo, lejano e inasequible. Hay en él tres fases distintas:
 Fetichismo: en que se personifican las cosas y se les atribuye un poder mágico o divino.
 Politeísmo: en que la animación es retirada de las cosas materiales para trasladarla a
una serie de divinidades, cada una de las cuales presenta un grupo de poderes: las aguas,
los ríos, los bosques, etc.
 Monoteísmo: la fase superior, en que todos esos poderes divinos quedan reunidos y
concentrados en uno llamado Dios.

Teológica: Da explicaciones simples de los fenómenos naturales como la lluvia, el trueno,


la fertilidad o el viento creando dioses para explicarlos (Dios de la lluvia, Dios del trueno,
etc.).
En este estado, predomina la imaginación, y corresponde a la infancia de la humanidad. Es
también, la disposición primaria de la mente, en la que se vuelve a caer en todas las épocas,
y solo una lenta evolución puede hacer que el espíritu humano de aparte de esta concepción
para pasar a otra. El papel histórico del estado teológico es irremplazable.
Estado Metafísico:
O estado abstracto, es esencialmente crítico, y de transición, Es una etapa intermedia
entre el estado teológico y el positivo. En el se siguen buscando los conocimientos
absolutos. La metafísica intenta explicar la naturaleza de los seres, su esencia, sus causas.
Pero para ello no recurren a agentes sobrenaturales, sino a entidades abstractas que le
confieren su nombre de ontología. Las ideas de principio, causa, sustancia, esencia,
designan algo distinto de las cosas, sí bien inherente a ellas, más próximo a ellas; la mente
que se lanzaba tras lo lejano, se va acercando paso a paso a las cosas, y así como en el estado
anterior que los poderes se resumían en el concepto de Dios, aquí es la naturaleza, la gran
entidad general que lo sustituye; pero esta unidad es más débil, tanto mental como
socialmente, y el carácter del estado metafísico, es sobre todo crítico y negativo, de
preparación del paso al estado positivo; una especie de crisis de pubertad en el espíritu
humano, antes de llegar a la adultes.
Metafísica: Todo lo que ocurre se debe a fuerzas naturales o esencias y se realizan ritos para
que pase tal o cual cosa (danza de la lluvia, sacrificio de un animal, ritos religiosos, etc.)
llamando así la atención de los dioses. Busca respuesta al cómo suceden las cosas.
Estado Positivo:
Es real, es definitivo. En él la imaginación queda subordinada a la observación. La mente
humana se atiene a las cosas. El positivismo busca sólo hechos y sus leyes. No causas ni
principios de las esencias o sustancias. Todo esto es inaccesible. El positivismo se atiene a lo
positivo, a lo que está puesto o dado: es la filosofía del dato. La mente, en un largo
retroceso, se detiene a al fin ante las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar conocer, y
busca sólo las leyes de los fenómenos.
Positiva: El nombre positivo deriva de lo que el ser humano hace y crea, no es Dios. Es
cuando llega a una estructura científica de la mente buscando las causas de los fenómenos
con la razón a través de la experimentación, la observación y la experiencia para descubrir
las leyes científicas que regulan sus relaciones. Busca respuesta al por qué suceden las
cosas. La razón es considerada como la única fuente de conocimiento de la realidad y ésta se
expresa en el conocimiento científico. Con la razón y las ciencias es posible el progreso
indefinido de la sociedad pero, para que se produzca, debe existir el orden social. Para ello
es necesario evitar todo tipo de conflictos sociales.
EL CARACTER SOCIAL DEL ESPIRITU POSITIVO.
El espíritu positivo tiene que fundar un orden social. La constitución de un saber positivo es
la condición de que haya una autoridad social suficiente, y esto refuerza el carácter histórico
del positivismo.
Comte, fundador de la Sociología, intenta llevar al estado positivo el estudio de la
Humanidad colectiva, es decir, convertirlo en ciencia positiva. En la sociedad rige también,
y principalmente, la ley de los tres estados, y hay otras tantas etapas, de las cuales, en una
domina lo militar.
Comte valora altamente el papel de organización que corresponde a la iglesia católica; en la
época metafísica, corresponde la influencia social a los legistas; es la época de la irrupción
de las clases medias, el paso de la sociedad militar a la sociedad económica; es un período
de transición, crítico y disolvente; el protestantismo contribuye a esta disolución. Por
último, al estado positivo corresponde la época industrial, regida por los intereses
económicos, y en ella se ha de restablecer el orden social, y este ha de fundarse en un poder
mental y social.
EL POSITIVISMO Y LA FILOSOFIA.
Es aparentemente, una reflexión sobre la ciencia. Después de agotadas éstas, no queda un
objeto independiente para la filosofía, sino ellas mismas; La filosofía se convierte en teoría
de la ciencia. Así, la ciencia positiva adquiere unidad y conciencia de sí propia. Pero la
filosofía, claro es, desaparece; y esto es lo que ocurre con el movimiento positivo del siglo
XIX, que tiene muy poco que ver con la filosofía.
Pero en Comte mismo no es así. Aparte de lo que cree hacer hay lo que efectivamente hace.
Y hemos visto que:
1. Es una filosofía de la historia (la ley de los tres estados).
2.
3. Una teoría metafísica de la realidad, entendida con caracteres tan originales y tan
nuevos como el ser social, histórica y relativa.
4. Una disciplina filosófica entera, la ciencia de la sociedad; hasta el punto de que la
sociología, en manos de los sociólogos posteriores, no ha llegado nunca a la
profundidad de visión que alcanzó en su fundador.

Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero e interesante del positivismo, el que hace
que sea realmente, a despecho de todas las apariencias y aun de todos los positivistas,
filosofía.
EL SENTIDO DEL POSITIVISMO.
Esta ciencia positiva es una disciplina de modestia; y esta es su virtud. El saber positivo se
atiene humildemente a las cosas; se queda ante ellas, sin intervenir, sin saltar por encima
para lanzarse a falaces juegos de ideas; ya no pide causas, sino sólo leyes. Y gracias a esta
austeridad logra esas leyes; y las posee con precisión y con certeza.
Una y otra vez vuelve Comte, del modo más explícito, al problema de la historia, y la
reclama como dominio propio de la filosofía positiva. En esta relación se da el carácter
histórico de esta filosofía, que puede explicar el pasado entero.
Los estudios sociales, desde una óptica positivista... escriben la totalidad de
las acciones pasadas de los seres humanos partiendo de la observación y enumeración de
todos los documentos y hechos en forma lineal y cronológica. No analizan la totalidad ni la
cotidianeidad.
No hay propuestas para seleccionar información ya que todos os hechos son singulares e
individuales, no busca comprender, sólo describir lo sucedido en un orden inalterable y sin
conexión ni relación entre los hechos de la política, la economía, la sociedad y las
manifestaciones culturales. Todo aparece atomizado, desconectado. El conocimiento es
absolutizado y no permite la interdisciplinariedad al presentar la realidad como una
enunciación taxativa de hechos y cosas.
No tienen en cuenta la simultaneidad en la evolución de las distintas sociedades.
Todo se describe basado en un determinismo de tipo causal o culturalista, derivado de los
enfoques centrados en los legados culturales.
EL POSITIVISMO Y EL AVANCE CIENTÍFICO DEL SIGLO XIX
El positivismo consiste en una epistemología que plantea la naturaleza empírica del
conocimiento, en una teoría que enlaza ese conocimiento al desarrollo intelectual del
individuo y de la sociedad, y en un plan para aplicar los métodos de la ciencia al estudio de
las relaciones sociales. Intenta reemplazar, en nombre del progreso, la religión y la
metafísica con los procedimientos empíricos de la ciencia moderna.
Se pueden distinguir tres grandes corrientes en el positivismo del siglo XIX: el positivismo
social, formulado por Auguste Comte, en el que se acentúa la naturaleza histórica y los fines
prácticos del conocimiento; el positivismo evolucionista de Herbert Spencer, que afirma un
patrón universal de transformaciones progresivas en el conocimiento, la ciencia y la
sociedad; y, finalmente, el positivismo de Ernst Mach, que minimiza el componente social y
propone una reducción sistemática de los conceptos científicos a las sensaciones.
En sus fundadores y en sus seguidores, el positivismo se presenta como la exaltación
romántica de la ciencia, comoinfinitización, como pretensión de servir como única religión
auténtica y, por tanto, como único fundamento posible de la vida humana individual y
social. El positivismo acompaña y provoca el nacimiento y la afirmación de la organización
técnico industrial de la sociedad, fundada y condicionada por la ciencia. Expresa las
esperanzas, los ideales y la exaltación optimista, que han provocado y acompañado esta fase
de la sociedad moderna. El hombre ha creído en esta época haber hallado en la ciencia la
garantía infalible de su propio destino. Por esto ha rechazado, por inútil y supersticiosa,
toda alegación sobrenatural y ha puesto lo infinito en la ciencia, encerrando en las formas
de la misma la moral, la religión, la política, la totalidad de su existencia.
El positivismo en sentido estricto corresponde al espíritu de la ciencia moderna tal como se
la celebraba en el siglo XIX. Valora las ciencias cuyo estado de desarrollo (la metodología)
habría alcanzado el estadio positivo: las matemáticas y la física; en medida notablemente
inferior, la química y la biología, y, por último, la sociología o "filosofía social", que Comte
contribuye a elaborar. Los rasgos distintivos del espíritu positivista son las características
de las ciencias de la naturaleza más desarrolladas a comienzos del siglo:
 Empirismo: la experiencia, la observación de los fenómenos intersubjetivamente
controlables, e fuente de conocimientos objetivos. El empirismo constituye una actitud
científica relativamente pasiva, moderadamente abierta al experimentalismo, es decir, a
la invención, la provocación, construcción de experiencias que suponen, en general,
técnica, mediante una vigorosa interacción con la naturaleza;
 Descriptivismo: el saber positivo es fundamentalmente comprobante: una ley sólo es
la fórmula general de una regularidad natural, pues la observación permite comprobar
que hasta el presente, un acontecimiento o un hecho de tipo y sigue siempre a un
acontecimiento o un hecho de tipo x. La ciencia positivista no pretende tanto explicar los
fenómenos naturales (lo que implica el recurso a la noción discutible de "causa") como
describirlos;
 Abanderamiento antimetafísico: la formulación nomológica de regularidades
fenomenales no va más allá de una hipótesis prudente a propósito de lo observable. No
da intervención a nociones metafísicas relativas a la naturaleza profunda de las cosas o a
sustancias que estén "detrás" de los fenómenos o los hechos observables y ni siquiera a
la noción de causalidad. El positivismo es nominalista, rechaza la hipóstasis de
abstracción o de entidades no observables empíricamente;
 Relativismo: no se puede extrapolar (o, en todo caso, sólo con gran prudencia y a
modo de hipótesis), ni mucho menos absolutizar. Nada permite afirmar que en el futuro
se verificarán las regularidades naturales que se ha comprobado hasta ahora, ni que las
leyes astronómicas que se han enunciado a partir de la observación del sistema solar
sean válidas más allá de éste;
 Pragmatismo: «Saber para poder con el fin de proveer». El valor del saber científico,
positivo, consiste en su eficacia y en su utilidad social. Las "creencias científicas", aun
cuando, en términos absolutos, no sean más verdaderas que las otras (en el sentido de
conformidad a la naturaleza profunda de las cosas), son, por el momento, las mejores en
lo que concierne a la supervivencia y a la organización de la vida de los hombres en
sociedad;
 Consensualismo: la organización social y el mejoramiento de las condiciones de
existencia exigen la paz. Ahora bien, las ciencias que han llegado al estado positivo se
caracterizan por un método no violento para regular los conflictos de opinión que, en la
mentalidad religiosa y metafísica, son interminables o se dirimen de manera dogmática
y hasta con violencia física. El espíritu positivo permite regular los diferendos de manera
pacífica y consensuada por todos los que aceptan someterse a la regla de la observación
empírica, objetiva, es decir, repetible y compartida. Lo que ha de poner fin a las
discusiones es la comprobación de los hechos y no la ley del más fuerte ni del más hábil.
Ese consensualismo pacífico es un modelo para regular los conflictos entre los seres
humanos, sean los que fueren;
 Estatismo: es mitigado y se refiere sobre todo a las ciencias que han llegado al estado
positivo, para las cuales Comte no espera ya ninguna revolución. Estas ciencias se
contentan con acrecentar o precisar un corpus de leyes del que ya se ha adquirido lo
esencial. Por tanto, todas las transformaciones profundas que ocurran en matemáticas,
en lógica o en física quedan al margen de la perspectiva del positivismo. Su concepción
de la ciencia positiva es cerrada, doctrinaria: sólo requiere una exposición sistemática en
un tratado enciclopédico. Únicamente algunas ciencias –como la biología o la
sociología– tienen todavía mucho que evolucionar hacia el estado positivo, que es el
estado superior o adulto final.

Saint-Simon
La idea fundamental de Saint-Simon es la de la historia como un progreso necesario y
continuo. «Todas las cosas que han sucedido y todas las que sucederán forman una sola y
misma serie, cuyos primeros términos constituyen el pasado, y los últimos el futuro». La
historia está regida por una ley general que determina la sucesión de épocas críticas y
épocas orgánicas. La época orgánica es la que descansa sobre un sistema de creencias bien
establecido, se desarrolla de conformidad con él y progresa dentro de los límites por él
establecidos. En un cierto momento, este mismo progreso hace cambiar la idea central
sobre la cual la época estaba anclada y determina así el comienzo de una época crítica.
En la organización social fundada en la filosofía positiva dominará un nuevo poder
espiritual y un nuevo poder temporal. El nuevo poder espiritual será el de los científicos, o
sea, el de los hombres "que pueden predecir el mayor número de cosas". La ciencia ha
nacido como capacidad de previsión; y la verificación de una predicción es lo que da al
hombre la reputación de científico. La administración de los asuntos temporales será
confiada a los industriales, a los "emprendedores de trabajos pacíficos, que darán
ocupación al mayor número de individuos". «Esta administración, por efecto directo
del interés personal de los administradores, se ocupará, en primer lugar, de mantener la
paz entre las naciones y, en segundo lugar, de disminuir lo más posible el impuesto, de
manera que se empleen los productos del modo más ventajoso para la comunidad»
Comte
Fundamental al positivismo comteano es la aserción metodológica de que el
conocimiento positivo se debe derivar estrictamente de la experiencia: se observan los
fenómenos, lo dado en las sensaciones; se notan sus relaciones de semejanza y sucesión; se
identifican grupos uniformes, estables y duplicables de fenómenos (los hechos); se analizan
las circunstancias en que se producen y, considerados como objetos de leyes invariantes, se
suman al resto del conocimiento organizado que llamamos ciencia. Estos datos de la
observación, una vez incorporados a la ciencia, ya sea como hechos, ya como principios o
leyes empíricas, se reexaminan a la búsqueda de semejanzas y sucesiones de mayor
generalidad y se reducen al menor número de leyes posibles.
Nuestro arte de observar se compone, en general, de tres procedimientos diferentes: 1)
observación propiamente dicha, o sea, examen directo del fenómeno tal como se presenta
naturalmente; 2) experimentación, o sea, contemplación del fenómeno más o menos
modificado por circunstancias artificiales que intercalamos expresamente buscando una
exploración más perfecta, y 3) comparación, o sea, la consideración gradual de una serie de
casos análogos en que el fenómeno se vaya simplificando cada vez más (Comte, Curso de
filosofía positiva, I, 99).
El modelo es la ciencia inductiva; el propósito, comprender la naturaleza y los límites del
conocimiento, a fin de pronosticar y proceder eficazmente: "Ver para prever; prever para
actuar".
Advierte que, al estudiar la naturaleza, el investigador no comienza a observar con la mente
en blanco, como creía Locke, sino que tiene que hacer varias suposiciones necesarias y
fundamentales. Estas suposiciones especifican en qué consiste la experiencia, qué son los
hechos, cómo se pueden concebir, y hasta cómo se deben percibir. Son necesarias, pues sin
ellas no es posible concebir siquiera la investigación misma, y fundamentales porque
indican cómo obtener conocimientos que llegarán a ser ciencia. Son estrictamente reglas
metodológicas que impropiamente interpretadas crean mitologías y metafísicas, pero que
bien aplicadas indican cómo observar, sin dictar los resultados ni afirmar verdades.
LA FILOSOFÍA COMO MODO DE SABER POSITIVO
El nombre de filosofía designa "el sistema general de las concepciones humanas". Pero esta
filosofía ha de ser positiva, y este adjetivo designa
¿Qué es un saber positivo? El saber positivo es un saber que responde a un principio
fundamental: nada tiene sentido real e inteligible si no es la enunciación de un hecho o no
se reduce en última instancia al enunciado de un hecho. El vocablo "positivo" tiene, según
Comte, al menos seis acepciones:
1. Se entiende por positivo lo real por oposición a lo quimérico
2. Algo es positivo cuando es útil
3. Algo es positivo cuando es cierto y no indeciso
4. Un conocimiento es positivo cuando realmente es un conocimiento preciso, riguroso y
estricto
5. Es positivo lo que se opone a lo negativo
6. Es positivo aquello que es constatable por oposición a aquello que es inconstatable.
Es el último carácter el que resume a los otros cinco y, por tanto, la positividad se resume
en constatabilidad. ¿Qué es la constatabilidad?, ¿Qué es, por tanto, la positividad?
1. La positividad se halla constituida por ser un carácter que afecta a las cosas en tanto
que, en una o en otra forma, se nos manifiestan. Manifestarse se dice fenómeno
2.
3. Estos fenómenos son algo con que el hombre se encuentra. En cuanto encontrados en
su condición de fenómenos, las cosas son algo que está ahí.
4. Estas cosas, así puestas como fenómenos, han de poder encontrarse de una manera
sumamente precisa: solamente en cuanto observables. No se trata de ir por detrás de
los fenómenos a aquello que se manifiesta en ellos, sino de tomar el fenómeno puesto
ahí en y por sí mismo. Algo es positivo solamente en la medida en que es observable.
5. Es necesario, además, que el observable sea verificable para cualquiera.

La unidad de estos cuatro caracteres es lo que llamamos un hecho.


1. Si estos hechos han de servir para un saber positivo, es necesario que sean observados
y verificados con máxima precisión y rigor. Sólo entonces adquieren su cualidad
decisiva: la objetividad. Hecho es hecho objetivo. Y como el medio para lograr esta
objetividad es el método científico, resulta que los hechos son los hechos científicos.

Las leyes son fenómenos de invariabilidad de presentación; no nos dicen por qué, sino
cómo ocurren los hechos. La ley es en sí misma un fenómeno. Cada ley no es sino un caso
particular de una ley general: el fenómeno de la invariabilidad del orden, según el cual se
presentan los hechos, la ley de invariabilidad de las leyes de la naturaleza.
El objeto de la filosofía es el hecho en cuanto tal.
La filosofía concebida positivamente tiene ciertas ventajas; entre ellas están: 1) es la única
manera de poner orden en el conjunto tan vario de los hechos y de los pensamientos en que
aquellos son entendidos; 2) es el único medio de zanjar, de una vez para todas, las querellas
inútiles en que se ha perdido la filosofía anterior; 3) la filosofía positiva es
constitutivamente progresiva; es decir, el progreso de cada ciencia no es sólo algo que
efectivamente se da, sino que es un momento constitutivo de la ciencia en cuanto tal,
gracias justamente a su positividad; toda ciencia es por razón propia una progresiva
aproximación a los hechos cada vez más precisamente estudiados.
LA POLÍTICA POSITIVISTA
Comte había estado perpetuamente preocupado por un problema que fascinó a muchos
autores del siglo XIX: la Revolución había inaugurado una nueva era en la política, la del
individuo soberano, portador de derechos y fuente última de la legitimidad política; pero, al
hacerlo, había destruido los anteriores fundamentos del vínculo social, dejando en su lugar
una sociedad amenazada por la inconsistencia, e incluso destinada al desorden institucional
y social. En gran medida, la interrogación de Comte se sumaba a la de Benjamín Constant, a
la de Tocqueville, o a la, un poco más tardía, de John Stuart Mill: la violencia
revolucionaria, la inestabilidad crónica de las instituciones, son sólo los síntomas de un
problema recurrente, el del vínculo que une al individuo con el cuerpo social.
El objetivo de Comte es concebir de otra forma las condiciones de la vinculación del hombre
moderno, individualista, al cuerpo social; dar una base a la legitimidad de un poder que, a
la vez, respete los nuevos principios y garantice la coherencia de la sociedad.
Su tentativa puede resumirse en la búsqueda de una forma de asentar en una historia
científica una política reorganizadora. El fundamento de este proyecto está sin duda en la
convicción de que las ciencias llamadas exactas proporcionan el modelo de un positivismo
universal, mientras que la política se halla todavía en una fase precientífica que exige una
urgente superación. El pensamiento político se apoya entonces sobre la ciencia por partida
doble: en una teorización de la historia, Comte demuestra a la vez los
irresueltos problemas del presente y las soluciones, y queriendo "hacer que la política entre
en la edad positiva", produce una especie de epistemología que debe fundamentar una
práctica. A partir de una homologación entre las etapas del desarrollo del individuo y las de
la humanidad, Comte distingue tres edades que llama respectivamente teológica, metafísica
y positiva.
Primera fase del desarrollo de la inteligencia, primera edad de la humanidad, la edad
teológica es aquella en la que reina lo sobrenatural y, en la política, "la doctrina de los
reyes", que basa en el derecho divino las relaciones sociales y el orden político. Esta edad
termina con la Revolución Francesa, que ve el triunfo de un pensamiento político abstracto
(el de los derechos individuales, del contrato …), característico de la edad metafísica: a los
principios sobrenaturales los sustituyen entidades abstractas, el derecho y los derechos, que
se convierten en el medio para una crítica incesante de las instituciones, en nombre de una
idea general del hombre. Pero este estado es solamente "bastardo", es decir intermedio, y
ha de ser superado por la última etapa de todo desarrollo, el estado científico. Aquí ya no
hay nada sobrenatural ni tampoco hay entidades metafísicas (el hombre, el contrato, los
derechos), sino realidades, una política fundada en la observación científica, que descubre
constantes, plantea leyes y describe la organización única y necesaria de la sociedad. Pensar
la política en el presente equivale pues, para Comte, a realizar a partir de esta historia una
doble tarea: criticar las concepciones comunes, en cuanto expresiones que son de un
pensamiento metafísico surgido de la Revolución y del siglo XVIII, y colocar las bases del
futuro describiendo las contradicciones de una política positiva.
Una vez reconocido que sólo la filosofía positiva, como física social, puede "presidir
realmente hoy la reorganización final de las sociedades modernas", Comte define una
exigencia de método en tres proposiciones. Su doctrina política y social tiene que estar en
"perfecta coherencia con el conjunto de sus aplicaciones", tiende hacia la unidad bajo la ley
de las "necesidades sociales", y realizará por fin la unión del pasado y del presente haciendo
"salir a laluz la uniformidad fundamental de la vida colectiva de la humanidad".
Unidad, coherencia, uniformidad, estos parecen ser finalmente los conceptos
fundamentales del pensamiento político de Comte. La revolución metafísica, dice
substancialmente Comte, descansa en dos "dogmas", la igualdad y la libertad, dogmas
positivos en cuanto han servido para destruir las bases de la doctrina de los reyes y así
realizar un progreso, pero que luego se han hecho negativos, ya que al servir de punto de
apoyo a un pensamiento sistemático "crítico", impiden toda reorganización.
Habiendo sido sucesivamente el orden y el progreso los factores de la evolución de la
sociedad, no lo han hecho nunca cooperando sino combatiendo entre sí; es por lo tanto
imprescindible recuperar el principio de orden de la doctrina "orgánica" y el de progreso de
la doctrina "progresista", pero depurando ambas nociones de sus escorias, sobrenaturales
en un caso y metafísica en el otro. Frente a tal proceso radical, el pensamiento
"estacionario" del liberalismo ignora la necesidad de un "poder espiritual" que garantice la
unidad de la sociedad, mientras que, por temor a las utopías, pretende congelar la evolución
social en un estado que no puede ser sino transitorio. Pero, además, el liberalismo se basa
por entero en una concepción de la libertad como dogma, concepción que para Comte no se
puede mantener.
No existe la libertad de conciencia en astronomía, en física, en química, e incluso
en fisiología, hasta el punto de que todo el mundo encuentra absurdo no creer en los
principios que han sido establecidos para estas ciencias por hombres competentes. El que
en política no suceda lo mismo, es únicamente debido a que los viejos principios han caído
y los nuevos no se han formado aún, y por eso en este intervalo no puede hablarse de
principios establecidos.
Comte destruye así la doctrina de la libertad basada en la autonomía del individuo, y el
antiindivualismo le lleva a ciertas posiciones muy lógicas desde su punto de vista. En
primer lugar un anticonstitucionalismo radical: las operaciones constituyentes, dice, no han
hecho sino "trozar" los viejos poderes al "organizar entre ellos a unos antagonismos ficticios
y complicados", sin cambiar lo esencial, "la naturaleza general del antiguo
régimen". Cambio que desde luego no podrá conseguirse con el principio de la soberanía del
pueblo, que no es más que una expresión vacía, como lo es la palabra derecho. Esta, dice
Comte, debiera ser "apartada del verdadero lenguaje político, como la palabra causa del
auténtico lenguaje filosófico". El liberalismo político está basado en un individualismo que
hace de la libertad el valor primero y que no consigue encontrar una solución al problema
del vínculo social, de la cohesión de la sociedad en un período de crisis. Comte ve en él una
doctrina "crítica", sobre la que no se podrá construir nada estable, y, para responder al
problema de la cohesión social, desplaza el análisis del individuo a lo social y trata de
pensar de nuevo lo político desde el punto de vista de la sociedad y por la sociedad,
suprimiendo el de la autonomía del hombre. La libertad ya no es la libertad-autonomía
liberal, la libertad de criticar, de pensar, de experimentar, pues sólo tiene sentido en el
"desarrollo gradual de las facultades humanas", en la "sumisión racional a la sola
preponderancia, convenientemente comprobada, de las leyes fundamentales de la
naturaleza". La política entonces no es sino sumisión a "invariables leyes naturales", debe
estar apoyada en una educación positivista, confiada a ese poder esencial para una sociedad
moderna que es el "poder espiritual", que por medio de un "sistema universal de educación"
debe dar relieve al "ascendiente social".
El comtismo político es extremadamente ambiguo: Comte planteó con fuerza el problema
con el que se enfrenta todo pensamiento político del siglo XIX; es decir, cómo contrarrestar
la disolución del vínculo social producida por el individualismo cuando emergen nuevas
capas sociales, pero su solución pasaba por la negación de los principios modernos
del humanismo. Toda la operación republicana consistirá en eliminar esta ambigüedad,
efectuando la síntesis paradójica del ideal científico del comtismo y del pensamiento del
derecho marginado por éste. Littré conservará de Comte una sensibilidad en los límites de
la inestabilidad, e incluso de la anarquía, de las "edades intermedias", aquellas en las que
un viejo orden ha sido abolido y el nuevo trata de nacer, que se fundamenta en una
articulación clara de una concepción del vínculo social y una teoría de lo político. A partir
de este momento, tanto para él como para Comte, debe reintroducirse un principio de
orden. Para Littré el gobierno representativo no es algo vano y la libertad individual no es
un falso principio.
"Los dos intereses que predominan al presente en la sociedad europea son la libertad y
el socialismo; la libertad sin la cual el hombre moderno considera incompleta su existencia
y se siente, como decía el romano, deminutus capite; el socialismo como aspiración de las
clases populares hacia la plenitud de la vida social. Poco importa cómo pueden satisfacerse
estos dos intereses con tal de que lo sean. Pero ambos implican la libertad de discusión, y la
experiencia se encarga de comprobar diariamente que la discusión no es efectiva sino en los
gobiernos representativos. Comte pretendía sustituirlos por la dictadura, pero nadie podrá
jamás unir la dictadura con la libertad de discusión". Littré rechaza toda voluntad de
sistema, toda idea de un voluntarismo dirigido a reconstruir a toda costa una unidad, y
prefiere apostar por unas instituciones libres.
Los republicanos se convencieron pronto de que la política debía ser experimental. Esto
significa dos cosas: el rechazo de los dos dogmas antagonistas, el de la restauración y el de
la revolución, que en realidad pretendían detener el movimiento profundo de una sociedad
dividida con soluciones tan radicales como peligrosas para dichos conflictos, pero también
la preocupación por tener en cuenta lo que es, por ejemplo para Littré, esencial: el tiempo.
Aquí el pensamiento republicano es realmente un pensamiento de conflicto: consciente de
su existencia, rechaza toda solución apriorística, pero trata de hallar, teniendo en cuenta la
duración, soluciones armoniosas, porque respetan la complejidad de lo real. "La república,
escribe Littré, es el régimen que mejor permite que el tiempo conserve su justa
preponderancia". No se trata de valorizar la tradición por sí misma en contra de cualquier
voluntarismo político; los republicanos no conciben el futuro de las sociedades como la
realización de un plan de la Providencia, y no esperan nada de lo que Chateaubriand llama
"la lenta conspiración de las edades", sin embargo quieren que el tiempo cumpla su papel,
apostando que la verdad terminará por ganar la partida sin que haga falta imponerla por la
fuerza, y que los conflictos perderán agudeza, sin que sea necesario extinguirles
construyendo una unidad por la fuerza.
Es precisamente por eso por lo que la República debe ser conservadora: no en el sentido de
los "conservadores" partidarios del inmovilismo e incluso del regreso al orden antiguo, sino
para no dañar el tejido social, para eliminar la solución violenta de los conflictos. "Dos
categorías de hombres trabajan para evitar el peligro: por un lado, los republicanos, que
tratan de llevar el partido revolucionario al campo de la discusión y de la legalidad; por el
otro, los conservadores, que aceptan el régimen republicano y son garantía del orden."
Así se abre la posibilidad de una política que será "oportunista" al menos por tres razones.
Porque es el único medio de respetar el tiempo, que es lo único que puede reconciliar el
orden necesario del lado de lo social y el progreso, horizonte de una filosofía y una política.
Pero también porque los republicanos piensan que lo provisional es lo único que puede
erradicar los fantasmas de la violencia e instalar lo definitivo; en esta dialéctica, Littré
destaca que resulta imposible imponer por la fuera lo deseable, pues eso es algo que sólo se
puede conseguir por la discusión, por la libertad practicada. Por último, la política
republicana es oportunista porque se basa en la "transacción". En política, para reunir las
fuerzas suficientes para instalar un régimen que no puede ser más que parlamentario para
dar una forma a la publicidad. En materia social, porque esta forma de régimen no cierra el
paso a ninguna posibilidad, sin que sea necesario imponer nada, sino sólo convencer.
El concepto de Humanidad no es un concepto biológico, sino un concepto histórico,
fundado en la identificación romántica de tradición e historicidad. La Humanidad es la
tradición ininterrumpida y continua del género humano, tradición condicionada por la
continuidad biológica de su desarrollo, pero que incluye todos los elementos de la cultural y
de la civilización del género humano. La Humanidad no es más que la tradición divinizada;
una tradición que comprende todos los elementos objetivos y subjetivos, naturales y
espirituales, que constituyen el hombre.
Así entendida, implica, en primer lugar, la idea del progreso. El progreso es "el desarrollo
del orden". El concepto del mismo fue establecido en la Revolución Francesa. Pero tal
concepto no hubiese podido completarse de no haberse antes hecho justicia a la Edad
Media, por la que la Edad Antigua y la Edad Moderna están, al mismo tiempo, separadas y
unidas. La tendencia final de toda vida animal consiste en formar un Gran Ser, más o
menos análogo a la Humanidad. Esta disposición común no podía, con todo, prevalecer
más que en una sola especie animal; por esto, toda especie animal fuera del hombre es "un
Gran Ser más o menos abortado".
JOHN STUART MILL
La lógica:
Para el positivismo de Stuart Mill, el recurso a los hechos es continuo e incesante, y no es
posible ninguna dogmatización de los resultados de la ciencia. La lógica tiene como fin
principal abrir brecha en todo absolutismo de la creencia y preferir toda verdad, principio o
demostración a la validez de sus bases empíricas.
En la Introducción de la Lógica, Mill se desembaraza de todas las cuestiones metafísicas
que, según afirma, caen fuera del dominio de esta ciencia, en cuanto es la ciencia de la
prueba y de la evidencia.
Está generalmente admitido que la existencia de la materia o del espíritu, del espacio o del
tiempo, no es por naturaleza susceptible de ser demostrada, y que si hay algún
conocimiento de ella, debe ser por intuición inmediata. Pero una "intuición inmediata" que
caiga fuera de toda posibilidad de investigación y de razonamiento está privada de
significación filosófica. Al lado de la eliminación de toda realidad metafísica está la
eliminación de todo fundamento metafísico o trascendente o, en general, no empírico de las
verdades y de los principios universales. Todas las verdades son empíricas: la única
justificación del "esto será" es el "esto ha sido". Las llamadas proposiciones esenciales son
puramente verbales: afirman de una cosa indicada con un nombre sólo lo que es afirmado
por el hecho de llamarla con este nombre. Son, por tanto, fruto de una pura
convención lingüística y o dicen absolutamente nada real sobre la cosa misma. Lo que
llamamos axiomas son verdades originariamente sugeridas por la observación. Tales
axiomas no tienen un origen diferente de todo el resto de nuestros conocimientos: su origen
es la experiencia.
HERBERT Spencer
Spencer ofrece una visión evolucionista de la realidad que, como la ley de los tres estados,
tiene también consecuencias políticas y sociales. A pesar de sus protestas, no deja Spencer
de ser positivista, pues basa el conocimiento en el desarrollo intelectual de la humanidad,
busca construir la ciencia y la filosofía sobre una base empírica, rechaza la metafísica y
ofrece la ciencia social como el único vehículo capaz de estudiar la sociedad.
Spencer toma la condición biológica de la humanidad como dato concreto, innegable y
esencial: el individuo y la sociedad son organismos que, para sobrevivir, están en
transacción constante con el ambiente; todo órgano y toda acción son instrumentos de
supervivencia –la experiencia del pensamiento y los razonamientos adquieren su valor al
incrementar las oportunidades para sobrevivir–. Este proceso biológico es tanto un modelo
filosófico como una realidad fundamental.
Según Spencer, el conocimiento surge de la experiencia. Esta última es fenoménica y
accesible a la observación. Fuera de nuestro control o deseos, responde a algo terco,
intransigente, que sentimos como externo y que llamamos la realidad. Dividimos la
experiencia en dos categorías epistemológicas: lo cognoscible y lo incognoscible. Dentro de
la primera cae lo conocido y lo que se puede conocer –la experiencia misma–. De ella brota
y a ella está limitado el conocimiento: se observan los fenómenos, se descubren sus
relaciones, se conectan con inducciones que al repetirse y acumularse en la
memoria resultan en el saber que llamamos sentido común y que nos permite sobrevivir. El
razonamiento –otra habilidad adquirida por el organismo para sobrevivir– consiste en
conectar conceptos derivados de la experiencia por medio de procedimientos aprendidos y
aprobados por la experiencia misma.
La segunda categoría es lo incognoscible, lo que no se puede concebir o experimentar. En
ella cae lo que está detrás de la experiencia, los objetos tradicionales de la metafísica y la
religión: la realidad, la naturaleza absoluta de las cosas, el origen del universo, Dios, la
conciencia, el tiempo y el espacio, la materia y el movimiento, etc. Según Spencer, el
razonamiento, por trabajar sólo con conceptos empíricos, no puede formular ninguna
concepción de estos absolutos. Al afirmar proposiciones sobre los incognoscibles, el
razonamiento crea contradicciones, antinomias o suposiciones inauditas e inconcebibles.
Por lo tanto, la metafísica no es posible, es pura palabrería porque se engendra de la
aplicación errónea a lo incognoscible de los procedimientos racionales usados para
comprender lo cognoscible. El error de la metafísica es suponer que los incognoscibles
tienen referencias como las tienen los cognoscibles; creer que lo que se piensa tiene que
existir más allá del pensamiento.
Una vez aclarada esta distinción epistemológica, Spencer define la filosofía como un
conocimiento completamente unificado y coherente. Su objeto es establecer no sólo las
conexiones simples entre los datos sino también una concepción unitaria del por qué de las
cosas. Representa el conocimiento más general de la realidad: «El sentido común es el nivel
más bajo del conocimiento no-unificado; la ciencia es el conocimiento parcialmente
unificado; la filosofía es el conocimiento totalmente unificado». La filosofía comienza con
las generalizaciones más amplias de las ciencias particulares que se sistematizan y se
asocian para formar conceptos aun más generales, hasta llegar a una unificación total del
conocimiento bajo primeros principios, «las proposiciones más generales de la experiencia,
no inferibles de ninguna más profunda y probadas al demostrarse una congruencia
completa entre las conclusiones que implican». La filosofía es, entonces, una superciencia,
un depósito de verdades inductiva de gran generalidad que expresan las reglas que unifican
el conocimiento y las condiciones en que se produce la experiencia.
La ley de la evolución tiene, para Spencer, una aplicación universal. Afirma que los
organismos
EL POSITIVISMO CIENTÍFICO DE MACH
Congruente con el positivismo clásico, Mach reafirma que la ciencia describe y predice las
relaciones observables entre los fenómenos; que sus métodos no son los apodícticos de la
lógica y las matemáticas, sino los de experimentación y verificación; y que su objeto es dar
una descripción completa y económica de la realidad. La economía se logra al "reemplazar o
salvar las apariencias por medio de la reproducción y anticipación de los hechos en el
pensamiento. La memoria está más a mano que la experiencia, y frecuentemente sirve los
mismos fines". La ciencia economiza al sustituir las experiencias científicas con los
conceptos y leyes que la representan, facilitando el cálculo y librando a la mente de labores
excesivas. La ciencia es, además, instrumental y utilitaria –es un instrumento para
controlar la naturaleza a beneficio del que la estudia–. Por eso, tiene primero que liberarse
de todo aquello que impida su misión –de conceptos metafísicos, teológicos o inútiles– con
un programa metodológico que permita derivar estrictamente el conocimiento de la
observación.
Para Mach, las sensaciones son los colores, sabores, olores, sonidos, etc., que sentimos. Las
llamamos colectivamente la experiencia y, al enfocarlas en una dirección, se denominan
observación. Con ellas se construye la realidad: "el mundo consiste en nuestras
sensaciones". Para Mach no hay evidencia de que, detrás de las sensaciones, exista una
realidad que las cause. Las sensaciones son, por lo tanto, irrefutables. Los errores
perceptivos y las ilusiones son, simplemente, malas interpretaciones de lo que observamos.
Este sensacionalismo se traduce en un reductivismo conceptual; todo concepto científico
tiene significado si se puede traducir sin residuo al lenguaje de colores, sonidos, etc. Mach
ve tres tipos de conceptos científicos: aquellos que se pueden reducir directamente a las
sensaciones; aquellos –como los derivados de las inducciones– cuya reducción es indirecta;
y los teóricos, donde la reducción no es posible. La reducción de los primeros conceptos no
ofrece dificultades. La de los segundos se lleva a cabo siguiendo reglas inductivas similares
a las establecidas por Mill. Los conceptos que afirman nexos causales se reducen a la
contigüidad y conjunción constante de fenómenos. Las leyes científicas se tratan
como registros de ocurrencias de tipos específicos de sensaciones y abstracciones
(relaciones generales entre las sensaciones) que funcionan como resúmenes de las
experiencias pasadas y sirven para predecir las futuras.
El problema está en los conceptos teóricos. Éstos son irreductibles a las sensaciones y por lo
tanto carecen de significado concreto. Mach admite que son útiles y que sin ellos la ciencia
resultaría demasiado estrecha. Su solución es tratarlos como conceptos auxiliares,
instrumentos de cálculo que sirven para facilitar el razonamiento y economizar la labor
mental, pero que no se refieren a nada y carecen de veracidad.
Al permitirse el uso de lo teórico como instrumental, también se permite el uso de lo
metafísico, siempre y cuando recordemos que los enunciados de la metafísica no son
verdades sino instrumentos que también economizan el razonamiento. Clasifican, ayudan a
predecir o economizan la labor mental, pero no se refieren a ninguna realidad, ni nos
comprometen a afirmar su existencia. Las sensaciones no presuponen algo externo que las
causa en la mente, pues lo mental y la mente, tanto como lo corpóreo y el cuerpo, carecen
de significado como entidades metafísicas. Son conceptos auxiliares que ayudan a organizar
los datos de la experiencia misma.
LAS MATEMÁTICAS EN EL SIGLO XIX
Las matemáticas del siglo XIX se caracterizan 1) por una notable exigencia de rigor,
entendiéndolo como una explicación de los conceptos de las distintas teorías y una
determinación de los procedimientos deductivos y fundacionales de aquéllas y 2) por una
gradual eliminación de la evidencia como instrumento de fundamentación y de aceptación
de los resultados matemáticos.
Weierstrass, Cantor y Dedekind mostraron que la teoría de los números reales, junto con
todas las construcciones que se pueden obtener partiendo de ella proceden de manera
rigurosa del concepto y de las propiedades de los números naturales, con lo que algunos
especialistas consideraron que el número natural era el material originario que podía servir
como fundamento de toda la matemática. Sin embargo, hubo matemáticos que no
aceptaron el carácter primitivo del número natural, y pensaron que era posible relacionar la
idea de número natural con algo todavía más profundo o más primigenio. De aquí surgen
dos líneas: 1) Frege, quien quiso relacionar la aritmética con la lógica, reduciendo el
concepto de número natural a una combinación de conceptos meramente lógicos; Frege
pretendía obtener "las leyes más simples del numerar" a través de "medios puramente
lógicos". Nace así el logicismo. 2) Cantor, el cual deduce la aritmética a la teoría de
los conjuntos.
Por su parte, Boole mostraba la posibilidad de someter a un tratamiento calculístico –e.e.,
algebraico– no sólo las magnitudes, sino también entes como las proposiciones, las clases,
etc. Boole logra traducir a una teoría de ecuaciones la lógica de términos tradicional y en
particular la silogísticas, esbozando además una teoría algebraica de la lógica de las
proposiciones. Boole transformó la lógica en "lógica simbólica", que venía a configurarse así
como una rama de la matemática que permitía un control riguroso de las demostraciones
matemáticas. En esto concuerda con Frege, para el cual la lógica no es únicamente el
fundamento al que se remontan a través de la aritmética las diversas teorías matemáticas,
sino también el instrumento que sirve para erigir de modo correcto y riguroso el edificio
mismo de la matemática.
Yo podría enunciar del modo siguiente el ideal de un método rigurosamente científico para
los matemáticos [...] no se puede pretender, porque es imposible, que todo se demuestre;
pero se puede exigir que todas las proposiciones, que se usan sin demostración, sean
explícitamente enunciadas como tales, para que se pueda reconocer con claridad cuáles son
las bases en que se apoya toda la construcción. Además, hay que tratar de reducir al mínimo
la cantidad de estas leyes originarias, para que se dé la demostración de todo lo que se
pueda demostrar. Además, y en esto voy más allá de Euclides, exijo que se expliciten
previamente todos los procedimientos deductivos que se aplicarán después. En caso
contrario, no queda satisfecha de un modo seguro la primera exigencia
(Frege, Fundamentos de la aritmética).
Desde otro ámbito, la construcción de las geometrías no euclidianas comportará la
eliminación de los poderes de la intuición, sustituyéndolos por la fundamentación y la
elaboración de una teoría geométrica: los axiomas ya no son verdades evidentes, que
garantizan la fundamentación del sistema geométrico, sino que se reducen a nuevos
comienzos, puntos de partida convencionalmente elegidos y admitidos, con objeto de llevar
a cabo una construcción deductiva dela teoría. Ahora bien, si se considera que los axiomas
son verdaderos, también serán verdaderos los teoremas correctamente deducidos de tales
axiomas, y por lo tanto el sistema queda garantizado. No obstante, si, como han
demostrado las geometrías no euclidianas, los axiomas son meros postulados, ¿quién
garantizará el sistema? Esta cuestión es importante porque en la geometría no euclidiana la
verdad reside en la no contradictoriedad de la teoría. De aquí partirá el programa formalista
de Hilbert, al cual Gödel dará el golpe de gracia.
CONCLUSION
Finalmente, creemos que el Positivismo consiste en la base que señala la realidad y la
tendencia constructiva para el aspecto teórico de la doctrina, el positivismo es el culto de la
humanidad como ser total y simple o singular, las cuales tiene un objeto o componente
principal, que es la filosofía y el gobierno de una sociedad.
El espíritu positivo tiene que fundar un orden social. La constitución de un saber positivo es
la condición de que haya autoridad social suficiente, y esto refuerza el carácter histórico del
positivismo. Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero e interesante del positivismo, el
que hace que sea realmente, a despecho de todas las apariencias y aun de todos los
positivistas, filosofía.
Es real, es definitivo. En él la imaginación queda subordinada a la observación. La mente
humana se atiene a las cosas. El positivismo busca sólo hechos y sus leyes. No causas ni
principios de las esencias o sustancias. Todo esto es inaccesible. El positivismo se atiene a lo
positivo, a lo que está puesto o dado: es la filosofía del dato. La mente, en un largo
retroceso, se detiene al fin ante las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar conocer, y
busca sólo leyes de los fenómenos.
BIBLIOGRAFIA
Listen.com
Monografías.com
Marín Maglio Federico, EL POSTIVSIMO Y LAS CIENCIAS SOCIALES, Republica
Argentina. Abril de 1998.

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AUGUSTO COMTE Y EL POSITIVISMO
La Filosofía Positiva.
Antecedentes.
Los años de la vida de Comte son los años posteriores a la Gran Revolución. Todos los espíritus
europeos, fatigados ya de tanta guerra, sienten el deseo de un orden social estable, pero de un
orden que a su vez se armonice con todos los avances del progreso. Para los científicos de la
época, la nueva ciencia, que se manifiesta segura y poderosa, supone algo en lo que se debe creer
sin regateos. Solo en la ciencia se ha de encontrar al auténtico progreso.
Toda esta serie de acontecimientos condicionaron su pensamiento filosófico. Dentro de este
acontecimiento, el positivismo comtiano con su pretensión de restituir el orden social se sitúa en
una línea contrarrevolucionaria.
A esto Comte en su Ensayo de un sistema de política positiva añade: La única manera de poner
término a tan turbulenta situación, de contener la anarquía que invade, día tras día, a nuestra
sociedad, en pocas palabras, de reducir la crisis a un simple movimiento moral, es convencer a
las naciones civilizadas de que abandonen la dirección crítica y tomen la orgánica, de que dirijan
todos sus esfuerzos a la formación del nuevo sistema social.
En esta frase vemos como la gran crisis provocada por la revolución industrial y la revolución
francesa, fueron responsables de influenciar a Comte a optar por una nueva filosofía, llamada
positiva.
El Positivismo
Tiene como fundador a Augusto Comte. El positivismo es el movimiento intelectual
predominante en la segunda mitad del siglo XIX, cuyas raíces pueden perseguirse claramente
hasta Kant y la Ilustración, y con menos nitidez, hasta Descartes Y Bacón, y cuyas ramificaciones
penetran en nuestra centuria y se extienden todavía por ciertos sectores del ámbito filosófico de
nuestros días. Esta considera que la clave para lograr la reforma social de la humanidad está en la
ciencia, que en su dimensión teórica constituye la única fuente segura de conocimiento y en su
dimensión práctica muestra su utilidad por medio de la técnica.
Inicios punto de partida del Positivismo.
Comte, siguiendo la dirección marcada por Saint Simón, presenta el positivismo como el camino
que lleva a construir la ciencia como fundamento de un nuevo orden social unitario. En este
sentido, el positivismo acompaña y fomenta la consolidación de la naciente organización
técnico−industrial de la sociedad, fundada y acondicionada por el desarrollo de la ciencia, recoge
y alienta la exaltación optimista y las esperanzas que ha provocado en el hombre moderno, que
cree hallar en ella la garantía infalible de su propio destino.
Por eso, cuando en el Ensayo de un sistema de política positiva explica por qué la política debe
convertirse en positiva, una vez que todas las ciencias particulares lo han hecho y que el sistema
social precursor ha llegado a su última época, establece que la política científica debe imponerse
de modo natural, por constituir la única revolución que puede hacer intervenir en la gran crisis
actual una fuerza capaz de arreglarla y preservar a la sociedad de las explosiones terribles y
anárquicas que la amenazan. Para lograrlo convoca a todos los sabios de Europa para que emitan
su opinión acerca de un sistema de observaciones históricas sobre la marcha general del espíritu
humano, la fundación de un sistema completo de educación positiva conveniente a la
sociedad regenerada y la acción colectiva que puede ejercerse sobre la naturaleza para modificarla
en beneficio propio. Se trata de imponer acorde con los tiempos, el saber positivo a todos los
hombres y en todos los campos.
Principios básicos del positivismo
El positivismo se fundamenta en tres principios básicos:
El fenomenalismo: no existe diferencia entre apariencia y esencia.
El nominalismo: los objetos singulares son los referentes últimos de cualquier conocimiento.
La ciencia única: la aspiración máxima de la filosofía es la unidad fundamental de la ciencia.
Esto da como resultado:
Una filosofía de la historia que muestra por qué la filosofía positiva debe imperar en el futuro.
Una fundamentación y clasificación de la ciencia asentada en esa filosofía positiva.
Una sociología o doctrina de la sociedad que, al determinar su estructura esencial, permite pasar
a su reforma práctica.

Filosofía Positiva
Comte define la filosofía como la doctrina general de los conocimientos humanos, sin embargo
al añadirle el calificativo positiva, identifica el conocimiento humano con los conocimientos
aportados por las ciencias, puesto que un saber que no se funde en hechos observados es pura
ficción y engaño. La Filosofía Positiva consiste en la sistematización enciclopédica del saber
positivo. Como doctrina es un saber universal que sintetiza todas las ciencias y como método se
aplica a cualquier conocimiento que proceda de la observación empírica y de la elaboración de
sus datos por la razón. También consiste en considerar todos los fenómenos como sujetos a leyes
naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y la posterior reducción al menor número
posible constituyen la finalidad de nuestros esfuerzos. Esta considera como absolutamente
inaccesible y vacía de sentido la búsqueda de lo que llaman causas, sean estas primeras o finales.
En las explicaciones positivas no se tiene el más mínimo interés de exponer cuales son las causas
generadoras de los fenómenos, ya que esto retrasaría la dificultas, en cambio, pretender analizar
con exactitud las circunstancias de su producción y coordinar unos fenómenos con otros, mediante
relaciones normales de sucesión y de similitud.
La filosofía positiva trata de considerar cada ciencia fundamental en sus relaciones con el sistema
positivo entero, y con el espíritu que las caracteriza, es decir, bajo el doble aspecto de sus métodos
esenciales y de sus principales resultados.
Ley de los Tres Estados
Según la ley de la evolución intelectual de la Humanidad o ley de los tres estados, todas nuestras
especulaciones, cualesquiera que sean, tienen que pasar sucesiva e inevitablemente, lo mismo en
el individuo que en la especie, por tres estados teóricos diferentes, que as denominaciones
habituales de teológico, metafísico y positivo podrán calificar aquí suficientemente, al menos para
aquellos que hallan entendido bien el verdadero sentido general de las mismas. El primer estado
aunque indispensable por lo pronto en todos los aspectos, debe ser concebido luego como
puramente provisional y preparatorio; el segundo, que no constituye en realidad mas que una
modificación disolvente del primero, no tiene nuca más que un simple destino ransitorio para
conducir gradualmente al tercero; es en este, único plenamente normal, donde radica, en todos
los géneros, el régimen definitivo de la razón humana.
Primer estado: Estado teológico o ficticio.
2 En su primera fase, necesariamente teológica, todas nuestras especulaciones manifiestan
espontáneamente una predilección característica por las cuestiones más insolubles, por los temas
más inaccesibles a oda investigación decisiva. Por un contraste que en nuestros días debe parecer
a primera vista explicable, pero que en el fondo está entonces en plena armonía con la verdadera
situación inicial de nuestra inteligencia, en un tiempo en que la inteligencia humana está todavía
por debajo de los más sencillos problemas científicos, busca el origen de todas las cosas, las
causas esenciales, de los diversos fenómenos que la impresionan, y su modo fundamental de
producción: en una palabra los conocimientos absolutos. Esta necesidad primitiva se ve
naturalmente satisfecha, hasta donde lo exige situación tal, por toda clase de fenómenos a los que
nosotros mismos producidos y que, comienzan por parecernos bastantes conocidos, según la
intuición inmediata que los acompaña. Para comprender bien el espíritu puramente teológico, es
indispensable echar una ojeada verdaderamente filosófica al conjunto de su marcha natural, a fin
de poder apreciar su fundamental identidad bajo las tres formas principales que le son
sucesivamente propias.
La más inmediata y la más pronunciada, constituye el fetichismo propiamente dicho, consistente
en atribuir a todos los cuerpos exteriores una vida esencialmente análoga a la nuestra pero, casi
siempre más enérgica, por su acción generalmente más poderosa. La adoración de los astros
caracteriza el grado más elevado de esta primera fase teológica, que difiere, apenas del estado
mental en que se quedan los animales superiores.
En su segunda fase esencial, que constituye el verdadero politeísmo, representa netamente la libre
preponderancia especulativa de la imaginación. La filosofía inicial experimenta aquí la más
profunda transformación que pueda registrarse en el conjunto de su destino real, en el destino que
al fin, se retira la vida a los objetos a materiales, para ser misteriosamente trasladada a diversos
seres ficticios, habitualmente invisibles, cuya activa y continua intervención pasa a ser la fuente
directa de todos los fenómenos exteriores, e incluso, luego de los fenómenos humanos. La
mayoría de nuestra especie no ha salido, aún de este estado que
persiste hoy en la más numerosa de las tres razas, además en la parte adelantada de la raza negra
y la atrasada de la raza blanca.
En la tercera fase teológica, el monoteísmo comienza la inevitable declinación de la filosofía, que
sufre desde entonces, una rápida decadencia intelectual por una consecuencia espontánea de esa
simplificación característica, en la que la razón viene a restringir cada vez más el dominio anterior
de la imaginación, dejando gradualmente desarrollarse el sentimiento universal, de la sujeción
necesaria de todos los fenómenos naturales a leyes invariables. Los más eminentes pensadores
pueden comprobar su propia disposición natural al más ingenuo fetichismo, cuando las leyes
reales se encuentran momentáneamente combinada con alguna pasión acentuada.
Segundo Estado: Estado metafísico o abstracto.
La metafísica trata de explicar la naturaleza íntima de los seres, el origen y el destino de todas las
cosas, el modo esencial de producción de todos los fenómenos, pero en lugar de operar con los
agentes sobrenaturales, los reemplaza cada vez más por esas entidades o abstracciones
personificadas cuyo uso, verdaderamente característico, ha permitido a menudo designarla con el
término ontología. Hoy es fácil examinar tal manera de pensar, que todavía para los fenómenos
complicados, presenta continuamente, hasta en las teorías más simples y menos atrasadas, tantas
huellas apreciables de un largo dominio. La eficacia histórica de estas entidades resulta
directamente del carácter equívoco, ya que en cada uno de estos seres metafísicos, el espíritu
puede a voluntad, ver una verdadera emanación del poder sobrenatural, o bien una simple
denominación abstracta del fenómeno considerado. Entonces ya no es la pura imaginación la que
domina, sino que interviene en gran medida el razonamiento y se prepara confusamente al
ejercicio verdaderamente científico.
Para comprender mejor, la eficacia histórica de los aparatos filosóficos, conviene reconocer que
por su naturaleza, solo es espontáneamente capaz de una simple actividad crítica o disolvente,
incluso mental, y con mayor razón social, sin que pueda nunca organizar nada que le sea propio.
La metafísica no es mas que una especie de teología gradualmente debilitada por simplificaciones
disolventes que le quitan espontáneamente el poder directo de impedir el desarrollo especial de
las concepciones positivas, aunque dejándole la actitud provisional para mantener un cierto
ejercicio indispensable del espíritu de generalización, hasta que pueda por fin recibir mejor
sustento. Por su carácter contradictorio, el régimen metafísico u ontológico se encuentra siempre
en esa inevitable alternativa de tender a una vana restauración del estado teológico para satisfacer
las condiciones del orden, o impulsar a una situación puramente negativa a fin de librarse del
dominio opresor de la teología. Esta oscilación necesaria, existió incluso en lo relativo a los más
simples, mientras duró su edad metafísica, en virtud de la impotencia orgánica propia siempre de
semejante manera de filosofar. Puede considerarse, finalmente el estado metafísico como una
especie de enfermedad crónica inherente por naturaleza a nuestra evolución mental, individual o
colectiva, entra la infancia y la virilidad.
Como las especulaciones históricas no se remontan casi nunca, en los moderno, el espíritu
metafísico debe parecer casi tan antiguo como el espíritu teológico, puesto que ha prendido
necesariamente, la transformación primitiva del fetichismo en politeísmo, a fin de suplir ya la
actividad puramente sobrenatural que, retirada así directamente de cada cuerpo particular, debía
dejar espontáneamente en su lugar alguna entidad correspondiente. No obstante, como esta
primera revolución teológica no pudo dar lugar a ninguna verdadera discusión, la intervención
continua del espíritu ontológico no comenzó a devenir plenamente característica hasta la
revolución siguiente por l reducción del politeísmo al monoteísmo, cuyo órgano natural hubo de
ser.
Durante los últimos cinco siglos el espíritu metafísico ha secundado negativamente el desarrollo
fundamental de nuestra filosofía moderna, descomponiendo poco a poco el sistema teológico que
se había hecho finalmente retrogrado, desde que a finales de la Edad Media, quedó esencialmente
agotada la eficacia social dl régimen monoteísta. Desgraciadamente, la acción excesivamente
prolongada de las concepciones ontológicas, después de haber cumplido en cada género ese
cometido indispensable pero transitorio, hubo de tender a impedir también cualquier otra
especulación real del sistema especulativo, de suerte que el obstáculo más
peligroso para la instauración final de una verdadera filosofía proviene hoy, en realidad, en ese
mismo espíritu que con frecuencia se abroga todavía el privilegio casi exclusivo de las
meditaciones filosóficas.
Tercer Estado: Estado positivo o real.
1er. Carácter principal: La ley o subordinación constante de la imaginación a la observación.
Esta larga sucesión de preámbulos necesarios conduce al fin nuestra inteligencia, gradualmente
emancipada, a su estado definitivo de positividad racional, que debe quedar aquí caracterizada de
una manera más especial que los dos estados preliminares. Una vez que tales ejercicios
preparatorios han comprobado la inanidad radical de las explicaciones vagas y arbitrarias propias
de la filosofía inicial, sea teológica, sea metafísica, el espíritu humano renuncia en lo sucesivo a
las indagaciones absolutas que no convenían más que a su infancia, y circunscribe sus esfuerzos
al dominio, a partir de entonces, rápidamente progresivo, de la verdadera observación, única base
posible de los conocimientos verdaderamente accesibles, razonablemente adaptados a nuestras
necesidades reales. La lógica especulativa había consistido entonces en razonar sobre principios
confusos, que careciendo de toda prueba suficiente, suscitaban siempre debates sin fin. En lo
sucesivo la lógica reconoce como regla fundamental que toda proposición que no es estrictamente
reducible al simple enunciado de un hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido
real o inteligible. Los principios mismos que emplea no son a su vez más que verdaderos hechos,
solo que más generales y abstractos que aquellos a los que deben servir de vínculo.
La revolución fundamental que caracteriza la virilidad de nuestra existencia consiste
esencialmente en sustituir en todo lo inaccesible la determinación de las causas propiamente
dichas, por la simple averiguación de las leyes, o sea, de las relaciones constantes que existen
entre los fenómenos observados. Trátense de los menores o de los más sublimes efectos del
choque y del peso, lo mismo que del pensamiento y de la moralidad, nosotros no podemos conocer
verdaderamente más que las diversas relaciones mutuas propias de su conocimiento, sin penetrar
nunca en el misterio de su producción.
2do. Carácter principal: Naturaleza relativa del espíritu positivo
No solo nuestras investigaciones positivas deben esencialmente reducir, en todo, a la apreciación
sistemática de lo que es, renunciando a descubrir su origen primero y su destino final, sino que
importa además darse cuenta de que ese estudio de los fenómenos, lejos de poder llegar en modo
alguno a ser absoluto, debe ser siempre relativo a nuestra organización y nuestra situación.
Reconociendo en este doble aspecto la imperfección necesaria de nuestros diversos medios
especulativos, se ve que, lejos de poder estudiar completamente ninguna existencia efectiva,
podríamos garantizar en modo alguno la posibilidad de comprobar también, ni siquiera muy
superficialmente, todas las existencias reales, cuya mayor parte debemos quizás desconocer
totalmente. Si la pérdida de un sentido importante basta para ocultarnos radicalmente un orden
entero de fenómenos naturales, tenemos todas las razones para pensar que, recíprocamente, la
adquisición de un sentido nuevo nos descubriría una clase de hechos de los que actualmente no
tenemos la menor idea, a menos de creer que la diversidad de los sentidos, ha llegado en nuestro
organismo al más alto grado que pueda exigir la exploración total del mundo exterior, su posición
evidentemente gratuita y casi ridícula.
Este segundo género de dependencia, propio de las especulaciones positivas, se manifiesta tan
claramente como el primero en el curso entero de los estudios astronómicos, considerando, por
ejemplo, la serie de las nociones, cada vez más satisfactorias, obtenidas desde el origen de la
geometría celeste, sobre la figura de la Tierra, sobre la forma de las órbitas planetarias, etc. Así
pues, aunque por las doctrinas científicas sean necesariamente de una naturaleza bastante variable
como para obligarnos a desechar toda aspiración a lo absoluto, sus variaciones graduales no
presentan carácter arbitrario que pueda motivar un escepticismo todavía más peligroso; cada
cambio sucesivo conserva, espontáneamente, una actitud indefinida para representar los
fenómenos que les ha servido de base al menos mientras no se tenga que rebasar el grado primitivo
de precisión efectiva.
3er. Carácter principal: Destino de las leyes positivas; previsión racional
Desde que la subordinación constante de la imaginación a la observación ha sido únicamente
reconocida como la primera condición fundamental de toda especulación científica, una viciosa
interpretación ha llevado frecuentemente abusar mucho de este gran circuito lógico, para hacer
degenerar la ciencia real en una especie de estéril acumulación de hechos incoherentes, que no
podría ofrecer más mérito esencial que el de la exactitud parcial. El verdadero espíritu positivo
está tan lejos del empirismo como del misticismo; es entre estas dos aberraciones donde debe
caminar siempre, la necesidad de tal reserva continua, conforme a la explicación inicial, hasta que
punto debe ser maduramente preparada la positividad, para que no pueda convenir de modo
alguno al estado naciente de la sociedad.
El verdadero espíritu positivo consiste en ver para prever, en estudiar lo que es para deducir lo
que será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.
4to. Carácter principal: Extensión universal del dogma fundamental de la invariabilidad de
las leyes naturales.
Este principio fundamental de toda la filosofía positiva, comienza desde hace 3 siglos a ser tan
familiar, se ha desconocido siempre hasta Comte, su verdadera fuente. El principio de la
invariabilidad de las leyes naturales comenzaron a adquirir consistencia alguna cuando los
primeros trabajos verdaderamente científicos pudieron poner de manifiesto su exactitud esencial
en un orden entero de grandes fenómenos; y esto solo podía resultar suficientemente de la
fundación de la astronomía matemática durante los últimos siglos del politeísmo.
Síntesis del Saber, el saber positivo como saber supremo
La supremacía del saber positivo se basa en la autoridad que le da la experiencia cuando se aplica
al descubrimiento de las leyes físicas necesarias que gobiernan el desarrollo de la Naturaleza. El
saber positivo mediante la experiencia guiada por la razón, estudia las razones y regularidades en
que se estructuran los hechos. El saber positivo coincide con el saber científico.
Comte en el primer capítulo de su discurso sobre el espíritu positivo describe el estado positivo o
real, y establece que el saber positivo debe subordinar constantemente la imaginación a la
observación, única base del conocimiento fiable. Además, si queremos que lo observado tenga
sentido, tiene que reducirse a la enumeración de hechos, puesto que mediante el conocimiento no
podemos penetrar en el misterio de la producción de los hechos, sino que tan solo llegamos a
conocer las diversas conexiones que son necesarias para que se den.
En síntesis de lo dicho por Comte en su Discurso sobre el espíritu positivo es lo siguiente:
podemos decir que el estado de positvidad racional es definitivo e invalida la filosofía teológica
y metafísica. La observación verdadera es la única base fiable del conocimiento y tiene como
regla fundamentas que toda proposición que no pueda reducirse al enunciado de un hecho, carece
de sentido.
También establece que el saber positivo es un saber de naturaleza relativa, lejos de poder llegar
de modo alguno a ser absoluto, debe ser siempre relativo a nuestra organización y a nuestra
situación, es decir, depende de nuestros sentidos y de las circunstancias históricas. Pero además,
esta naturaleza relativa del saber positivo se debe a que nuestros conocimientos son el resultado
de una evolución colectiva y continua que tiende a representarse los objetos de la forma más
exacta posible.
A esto Comte afirma: Para caracterizar en la medida necesaria esta naturaleza forzosamente
relativa a todos nuestros conocimientos reales, hay que darse cuenta también, desde el punto de
vista más filosófico, de que si nuestras mismas concepciones, cuales quiera que sean, deben ser
considerada como otros tantos fenómenos humanos, tales fenómenos no son simplemente
individuales, son también y sobre todo sociales, puesto que resulta en realidad de una evolución
colectiva y continua, en la que todos los elementos y todas las fases están esencialmente conexas.
De modo que si en el primer aspecto se reconoce que nuestras especulaciones deben siempre
depender de las diversas condiciones de nuestra individual, en el segundo hay que admitir
igualmente que no están menos subordinadas al conjunto de la progresión social, no pudiendo
tener nunca esa fijeza absolutas que los metafísicos han supuesto. Ahora bien, la ley general del
movimiento fundamental de la humanidad consiste, a este respecto, en que, nuestras teorías
tienden cada vez más a representar exactamente los objetos exteriores de nuestras constantes
investigaciones, pero sin que pueda, en ningún caso, ser plenamente apreciada la verdadera
constitución de cada uno de ellos, debiendo limitarse la perfección científica a aproximarse a este
límite ideal hasta donde lo exigen nuestras diversas necesidades reales.
Mediante el saber positivo se trata de estudiar lo que es para reducir lo que será; el verdadero
espíritu consiste, sobre todo, en ver para prever, en postular la invariabilidad de las leyes naturales,
cuya previsión nos llevará a proveer mejor a la humanidad.
Las características de este saber positivo nos las presenta Comte, para describir los atributos
correlativos del espíritu positivo y del sentido común, comienza a exponer las diversas acepciones
de la palabra positivo:
En primer término, designa lo real en oposición a lo quimérico.
En otro sentido, indica el contraste de lo útil con lo ocioso.
Según un tercer significado, designa la oposición entre la certidumbre y la indecisión.
Una cuarta acepción consiste en oponerlo preciso a lo vago.
Una quinta aplicación es el empleo de positivo como contrario a negativo, no destruye, sino que
organiza.

El último carácter esencial, no indicado directamente por la palabra positivo, consiste en su
tendencia necesaria de sustituir todo lo absoluto por relativo.
Teoría y Clasificación de las ciencias
Según Comte hay correspondencia entre el nivel de evolución intelectual de la humanidad y sus
estructuras sociales y políticas. La ciencia guía a la humanidad, la hace progresar históricamente
hacia su madurez, hacia el estado positivo. Esto no quiere decir que se dé una progresión
simultánea en todas las esferas del conocimiento hacia el estado positivo, puesto que
históricamente consta que cuanto más simple y general es el objeto de una ciencia antes alcanzará
su positividad.
De acuerdo con la confirmación anterior, al desarrollo histórico del espíritu humano corresponde
una sucesión de las ciencias que han ido adquiriendo la condición de positivas, de tal modo que
el análisis de cada una de las ciencias explica el orden de su constitución en el tiempo y como, a
medida que se han ido construyendo, cada ciencia ha ido proporcionando con su desarrollo las
bases para la constitución de la siguiente. El saber positivo es un saber enciclopédico y las ciencias
que lo constituyen aparecen organizadas y clasificadas.
Corresponde entonces a la filosofía, según Comte, elaborar un sistema de las ciencias para que la
teoría que las fundamenta las haga coincidir con la historia real de su desarrollo.
En la lección primera del su Curso de filosofía positiva, tas exponer la ley de los tres estados,
Comte presenta su concepción de la ciencia, ven en ella el único camino para establecer e
incrementar el poder del hombre sobre la Naturaleza.
Considera que el estudio de las ciencias en general suministra al hombre la verdadera base
racional, teórica, para la acción, ya que solo el conocimiento de las leyes que rigen los fenómenos
puede guiarle en la vía práctica para modificarlos en provecho propio. Para el positivismo la
ciencia, el saber teórico, tiene una dimensión social, dirige la práctica.
Según el positivismo, la ciencia se interesa por las cosas en cuanto reúnen los siguientes
caracteres:
Son fenómenos, es decir, algo que se nos manifiesta.
Constituyen lo dado, es decir, algo con los que nos encontramos.
Son observables, es decir, accesibles mediante los sentidos.
Son verificable, es decir, cualquiera la puede comprobar.
La unidad de estos cuatros caracteres es lo que para Comte constituye un hecho que, para que sea
positivo o científico, es necesario estudiarlo con el máximo rigor y precisión, al modo como lo
hace el método científico.
Pero los hechos científicos no acontecen de forma caótica, sino siguiendo un orden bastante
invariable, es decir, están sometidos a las leyes, que no explican por qué sino que solamente
describen cómo ocurren los hechos, el modo como se relacionan unos con otros.
Consecuentemente, el saber positivo o científico es un saber relativo; es decir, no se trata de un
saber acerca de la naturaleza interna de las cosas, sino de un saber acerca de la naturaleza interna
de las cosas, sino de un saber que pone de manifiesto el sistema de relaciones que entrecruzan los
hechos: más con cosas, nos enfrentamos con hechos que se presentan unos cuando aparecen otros.
En conclusión para que haya ciencia se requiere:
Hechos observados
Leyes que expresen las relaciones existentes entre esos hechos.
Si solamente tuviéramos hechos aislados no habría ciencia. La ciencia consiste fundamentalmente
en ordenar hechos, en descubrir leyes, regularidades observadas en la constitución y desarrollo de
los fenómenos, relaciones relativamente constantes entre hechos establecidos mediante la
observación y el experimento.
En una síntesis de una idea de Comte podemos decir que la filosofía positiva consiste en captar
los fenómenos como sujetos a las leyes invariables. El objeto del saber no es buscar causas, sino
establecer relaciones normales de sucesión y similitud de fenómenos.
El concepto de ley es fundamental para constituir la ciencia. Las leyes se descubren por la
reflexión racional dentro del mundo de la experiencia u constituyen, en definitiva, la afirmación
del determinismo que se extiende desde la naturaleza al hombre y a la sociedad.
Pero hay que advertir además que los contenidos de la ciencia, que están condicionados por la
propia constitución orgánica del hombre y por las circunstancias históricas que cambian
constantemente, progresan sin cesar. No obstante, propiamente hablando, no hay más que una
sola ciencia, la ciencia humana o social, ya que en ella vienen a converger todos los demás
conocimientos. En conclusión, la ciencia es enciclopédica.
Principios de una clasificación positiva de las ciencias
La teoría general de las clasificaciones, establecidas en estos últimos tiempos por los trabajos
filosóficos de los botánicos y de los zoólogos, permite augurar un éxito real en un trabajo
semejante, ofreciéndonos una guía cierta con el verdadero principio fundamental del arte de
clasificar que hasta ahora no había sido concebido con claridad. Este principio es una
consecuencia necesaria de la aplicación directa del método positivo a la cuestión misma de las
clasificaciones, la cual debe ser tratada por observación, en lugar de ser resuelta con
consideraciones a priori. Cosiste en que la clasificación debe salir del estudio mismo de los
objetos que se han de clasificar y debe ser determinada, por las afinidades reales y la coordinación
natural de ellos, de tal manera que esta clasificación sea en sí misma la expresión del hecho más
general, manifestada por la comparación profunda de los objetos que abarca.
Lo que hace aún más patente la necesidad lógica de distinguir fundamentalmente entre las dos
grandes secciones de la filosofía natural, es que no solamente cada sección de la física concreta
supone el estudio previo de la sección correspondiente de la física abstracta, sino que exige el
conocimiento de las leyes generales relativas a toda clase de fenómenos. La filosofía de las
ciencias fundamentales, presentando un sistema de especulaciones positivas acerca de todos los
órdenes de conocimientos reales, es suficiente en sí misma para constituir la filosofía primera que
buscaba Bacon y que, estando destinada a servir de base permanente a todas las especulaciones
humanas, debe de ser cuidadosamente reducida a la más simple expresión.
Como resultado a todo esto queda:
Que la ciencia humana se compone en su conjunto de conocimientos especulativos y de
conocimientos de aplicación y únicamente los primeros deben ser tratados.

Que los conocimientos teóricos o ciencias propiamente dicha se dividen en ciencias generales y
ciencias particulares.

Toda ciencia puede ser expuesta siguiendo dos vías radicalmente distintas: la vía histórica y la
vía dogmática.
Otra posible vía sería el resultado de la combinación de estas.
En la primera se exponen sucesivamente los conocimientos en el mismo orden natural en que el
espíritu humano los ha obtenido y adoptando los mimos caminos.
En la segunda se presente el sistema de las ideas tal como hoy podría ser concebido por un solo
espíritu, el cual situado en un punto de vista conveniente y provisto de los conocimientos
suficientes, se ocuparía de rehacer la ciencia en su conjunto. La única imperfección fundamental
que se podría reprochar de este, es el ignorar como se han formado los diversos conocimientos
humanos, lo cual, aunque distinto de la adquisición de estos conocimientos, es en sí más alto
interés para todo espíritu filosófico. Esta consideración tendría demasiado peso, si realmente fuera
un motivo a favor del orden histórico. Clasificación de las seis ciencias fundamentales
Para poder lograr una buena clasificación de las ciencias debemos comenzar por el estudio de los
fenómenos
más generales, procediendo sucesivamente después hasta llegar a los fenómenos particulares o
más complicados, si queremos concebir la filosofía natural de una manera verdaderamente
metódica, pues este orden de generalidad o de simplicidad que determina necesariamente el
encadenamiento raciona de las diversas ciencias fundamentales por la dependencia sucesiva de
sus fenómenos, fija también su grado de facilidad.
Para esto debemos crear una escala enciclopédica. Una mirada al conjunto de fenómenos naturales
nos lleva a dividirlos según el principio que acabamos de establecer, en dos grandes grupos: el
primero comprende todos los fenómenos de los cuerpos brutos, y el segundo todos los de los
cuerpos organizados.
Comencemos con la filosofía natural. Para la física inorgánica vemos que ha de ser dividida en
dos secciones distintas según se consideren los fenómenos generales del universo, o aquellos que
se presentan en los cuerpos terrestres. De aquí, la física celeste o astronomía, ya sea geométrica,
sea mecánica, y la física terrestre.
La filosofía natural debe comenzar con el estudio de los fenómenos astronómicos, que son los
más generales
del universo, ya que las leyes a que están sujetos influyen sobre las de los otros fenómenos, de las
cuales, estas son completamente independientes. En todos los fenómenos de la física terrestre se
observan, los efectos generales de la gravitación universal, y los otros efectos que le son propios
y modifican al primero.
La física celeste es la que considera los fenómenos generales del universo. Esta se subdivide en
la astronomía.
La física terrestre se subdivide según se traten los cuerpos desde el punto de vista mecánico o
desde el punto de vista químico. Esta última se considera de una manera metódica, supone el
previo conocimiento de la otra, pues todos los fenómenos químicos son más complicados que los
físicos. Esta es la distribución racional de las principales partes de la ciencia general de los cuerpos
brutos. Una división análoga se establece en la ciencia general de los cuerpos organizados.
Todos los seres vivos representan dos órdenes de fenómenos esencialmente distintos, los
relativos al individuo y los que conciernen a la especie, sobre todo cuando está sociable. De aquí
dos grandes apartados de la física orgánica: la fisiología y la física social.
En todos los fenómenos sociales se observan primeramente, la influencia de las leyes
fisiológicas del individuo y alguna otra cosa particular que modifica los efectos y que afecta a la
acción de unos individuos sobre otros, especialmente complicada en la especie humana debido a
la acción de una generación sobre la siguiente. Aunque los fenómenos sean homogéneos no son
idénticos y la separación de las dos ciencias es de una importancia capital.
La física social debe tratarse de un cuerpo de observaciones directas que le sea propio, siempre
considerando cómo conviene su íntima relación con la fisiología propiamente dicha.
La fisiología se divide en dos partes: la fisiología animal y la fisiología vegetal, las cuales tienen
gran importancia en lo que se ha llamado física concreta. Esta carece de importancia en lo absoluto
para la física abstracta.
A estas cinco ciencias es preciso añadir las matemáticas. La cual es la ciencia más amplia y
fundamental, la base de toda la filosofía natural. En el estado presente del espíritu humano son y
serán cada vez más empleadas como método mucho más que como mera doctrina, por lo que su
estudio es preliminar e indispensable para todos los demás órdenes de los fenómenos. Sociología
positiva
En la clasificación establecida anteriormente, la sociología o física social aparece en el último
lugar. Esto no es casual: esto es porque Comte considera que en ella convergen todas las demás
ciencias. Es la última que ha llegado a ser positiva porque los fenómenos sociales son los más
complejos y elevados de todos los fenómenos naturales ya que afectan directamente al hombre.
Por tanto, requiere de los métodos y contenidos del resto de las ciencias.
Comte dedica a la sociología los tres últimos libros de los seis de que consta el curso de filosofía
positiva y le asigna como objeto natural el estudio de las grandes concepciones científicas
producidas por el espíritu humano, las leyes que rigen su desarrollo histórico, el progreso social
y las estructuras, el orden social, en que se ha constituido. Su finalidad es promover una
organización más progresiva y libre de la sociedad
Cuando en su obra Sistema de política positiva, Comte desarrolla la proyección religiosa de la
filosofía positiva, asigna además a la sociología, a través de la moral, la tarea de instituir la religión
de la humanidad.
La Sociología y su división
La sociología constituye la aportación científica más genuina de Comte, que dedicó un gran
esfuerzo a elaborarla a la manera de las ciencias positivas ya establecidas y a señalar su verdadero
carácter filosófico.
En el libro cuarto del Curso de filosofía positiva la define como el estudio positivo del conjunto
de las leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales.
Como la sociedad se mantiene mediante un cierto equilibrio entre sus presupuestos esenciales,
que son el orden y el progreso, la sociología se dedica al estudio de las estructuras de la sociedad
y al de su desarrollo.
Comte define la sociología o física social como el estudio positivo del conjunto de las leyes
fundamentales propias de los fenómenos sociales. Las posibilidades de elaborar la ciencia social
a la manera de las ciencias positivas ya establecidas como también señalar el verdadero carácter
filosófico de ella y echar sólidamente sus bases: de ahí el cometido.
Y según Comte su finalidad es advertir con nitidez el sistema de operaciones sucesivas, filosóficas
y prácticas, que han de liberar a la sociedad de su fatal tendencia a la disolución inminente y
conducirla de modo directo a una nueva organización más progresiva y sólida que la asentada
sobre la filosofía teología.
Hay un cierto orden en las sociedades humanas: este orden contiene dentro de sí la razón de las
transformaciones que está llamado a sufrir, lo que constituye su progreso. Del estudio del rimero
se ocupa la estática social y del estudio del segundo se ocupa la dinámica social: una y otra
constituyen los dos aspectos de la sociología: el estático, que se refiere a las condiciones de
equilibrio de la sociedad, y el dinámico, que se relaciona con la movilidad social. La estática
social, que estudia la doctrina positiva, es su impulso histórico renovador. De este modo, la
sociología, con sus dos partes lógicamente unidas, acaba convirtiéndose en una filosofía de la
historia.
Las Ideas de Orden y Progreso
El planteamiento que Comte hace de la sociología está inspirado e Montesquieu, Condorcet y
Bossuet, fundamentalmente.
Del primero toma el determinismo de los hechos históricos, en los que las constancias de
relaciones permite descubrir leyes sociológicas. Del segundo toma la ley del progreso humano.
Del tercer el afán universalista del espíritu humano.
Bajo estas influencias Comte aborda el estudio de los fenómenos sociales que, en general, se
hallan sometidos a las leyes de la vida orgánica, al orden. Cuya continuidad es confirmada por
el progreso como desarrollo del orden. La idea de orden, se refiere a la unidad sistemática de la
sociedad en una época determinada, a la estructura que le da estabilidad y firmeza. La idea de
progreso, por el contrario, muestra el paso de un orden determinado a otro. Las dos ideas
conjuntamente permiten valorar todas las etapas por las que ha pasado la humanidad a lo largo
de su desenvolvimiento histórico. Sin embargo, lo que más caracteriza a la filosofía positiva es
el haber descubierto el verdadero sentido del progreso social en la historia.
Los filósofos antiguos fueron ajenos a la idea de progreso. La verdadera idea de progreso
pertenece a la filosofía positiva una vez que caracteriza el término social y conoce el desarrollo
gradual de la humanidad.
Solo la filosofía positiva, completada con el estudio de los fenómenos políticos, determinará las
leyes naturales que rigen las transformaciones sociales.
Para explicar el progreso social, Comte distingue entre épocas orgánicas y épocas críticas. Las
primeras se producen cuando el nivel intelectual de las ideas es decisivo y dominante, expresan
el estado de organización que se descompone a otro que comienza a estructurarse.
Como la naturaleza humana está sometida a un desarrollo gradual, la crisis expresa el progreso,
y de algún modo, asegura el mantenimiento del orden porque cada época orgánica, aunque sea
de forma rudimentaria, esta prefigurada en la anterior. La naturaleza humana, siempre idéntica a
sí misma, se va perfeccionando, no obstante en su desarrollo.
Para Comte, la historia no es un retorno circular ni oscilatorio, sino una línea que, en avance
progresivo se va acercando indefinidamente a una meta sin jamás tocarla.
De la sociología a la religión de toda la Humanidad
La sociología en general, y la dinámica en particular, lleva consigo una instancia valorativa al
tener como
finalidad promover una organización más progresiva y libre del hombre y de la sociedad, una
mayor integración del individuo al grupo. Esto le permite a Comte introducir ya en el curso de
filosofía positiva a la moral como una parte de la sociología encargada de estudiar y promover
la política de la solidaridad.
En el discurso sobre el espíritu positivo, Comte habla ya de la moral como disciplina
independiente, como la séptima ciencia fundamental dentro del saber positivo enciclopédico. Su
objeto es la revalorización del sentimiento como fuerza activa de la existencia humana y su
finalidad es armonizar la vida individual con la del resto de los individuos. La moral, según
Comte, deberá coordinar los actos, sistematizar los sentimientos, dar unidad a la vida total del
individuo y armonizar las energías individuales en beneficio de los demás con el fin de
promover la unidad verdadera y fecunda del género humano.
De este modo la moral positiva exige al hombre vivir para la humanidad, para el Gran Ser,
como conjunto de seres pasados, presentes y futuros que concurren a perfeccionar el orden
universal: trabajamos siempre para nuestros descendientes, pero bajo el impulso de nuestros
antepasados, de los cuales derivan los elementos y procedimientos de nuestras acciones. La
humanidad, que implica lo biológico, aflora ahora en la historia como la tradición cultural
ininterrumpida desde los dioses antiguos, pasando por el dios monoteísta, hasta la madurez
positivista, como la unidad suprema e integrada por elementos naturales y espirituales:
Como nuestro desarrollo se debe a la sociedad, para el espíritu positivo no existe el hombre sino
la humanidad. Es incorporándose en la humanidad como cada uno obtiene su intensidad de vida,
satisface su tendencia a eternizarse.
La religión y la sociedad positiva
En la última gran obra de Comte, el Sistema de política positiva, el propósito comtiano de
regenerar la sociedad basándose en el conocimiento de las leyes sociales asume la forma de una
religión en la que se sustituye el amor de Dios por el amor a la humanidad, a la que hay que
venerar como n otros tiempos se veneraba a los dioses paganos.
Fascinado con el catolicismo, debido a su universalismo y a su capacidad de integrar la existencia
humana en su totalidad, Comte sostiene que la religión de la humanidad debe constituir una copia
exacta del sistema eclesiástico. Ya están dispuestos los dogmas de la nueva fe: la filosofía positiva
y las leyes científicas. Para la difusión de estos nuevos dogmas es preciso que haya ritos,
sacramentos, un calendario y un sacerdocio. Habrá un bautismo laico, una confirmación laica y
una extremaunción laica. El ángel de la guarda positiva será la mujer. Los meses recibirán
nombres simbólicos de la religión positiva y los días de la semana estarán consagrados a cada una
de las siete ciencias. Se edificarán templos laicos (institutos científicos). Habrá un papa positivo
que ejercerá su autoridad sobre las autoridades positivas que se ocuparán del desarrollo de las
industrias y de la utilización práctica de los descubrimientos. En la sociedad positiva los jóvenes
estarán sometidos a los ancianos y estará prohibido el divorcio. La mujer se convierte en
guardiana y fuente de la vida sentimental de la humanidad. La humanidad es el gran ser, el
espacio, el gran medio ambiente, y la tierra, el gran ídolo, tal es la trinidad de la religión positiva.

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