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III ENCUENTRO IBEROAMERICANO DE MINIFICCIÓN


JUAN JOSÉ ARREOLA 2018
Antología
ii

Índice

Raúl Brasca
Mi poética

Aboytia, José Juan (Chihuahua)


Aldán, Edilberto (Aguascalientes)
Barros, Pía (Chile)
Benza, Alberto (Perú)
Carreto, Héctor (Ciudad de México)
Carvalho Oliva, Homero (Bolivia)
Chávez, David (Colima)
Coria, Neftalí (Michoacán)
Cuéllar, Margarito (Monterrey)
Cuevas, Guillermina (Colima)
Dardón, Yussel (Puebla)
Díaz Riobello, Eva (España)
Gabriela Barajas, Karla (Chiapas)
Galindo, Andrés (Ciudad de México)
Gallegos Rivera, Juan Carlos (Jalisco)
García-Galiano, Javier (Ciudad de México)
Godínez Gutiérrez, Miguel Ángel (Ciudad de México)
Grijalva, Dina (Sinaloa)
Guadarrama, Román (Chihuahua)
Gutiérrez Méndez, Armando (Guanajuato)
Guzmán, Ibeth (República Dominicana)
Hidalgo, Leandro (Argentina)
iii

Meyer, Beatriz (Puebla)


Molina, Mauricio (Ciudad de México)
Navarrete Vázquez, César (Ciudad de México)
Ortiz Soto, José Manuel (Guanajuato)
Pedraza, Alfonso (Hidalgo)
Ramos, Marcia (Baja California)
Rueda, Juan Carlos (Puerto Rico)
Ruiz, Juan Marcelino (Chihuahua)
Santaella, Fedosy (Venezuela)
Silva Olazábal, Pablo (Uruguay)
Sumalavia, Ricardo (Perú)
Susti, Alejandro (Perú)
Torre, Norberto de la (San Luis Potosí)
Tovar, Luis (Ciudad de México)
Valdez, Pedro Antonio (República Dominicana)
Vizcaíno, Laura Elisa (Ciudad de México)
Zúñiga, Lucho (Perú)
Ferreira, Ana Sofía (Portugal-España)
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Ganador del II Premio Iberoamericano de Minificción Juan José


Arreola 2017

Agustín Monsreal

Dictamen 3er. Premio Iberoamericano de Minificción “Juan José


Arreola”
El Jurado del Premio Iberoamericano de Minificción “Juan José
Arreola”, conformado por los críticos Ana Calvo Revilla, Nana Rodríguez
Romero y Raúl Brasca HA DECIDIDO otorgar por unanimidad este
reconocimiento al escritor mexicano Agustín Monsreal. En su fallo se ha
considerado, en primer lugar, la alta calidad de su obra en la que una escritura
precisa, asombrosa invención verbal y rigurosa levedad de la forma se
integran en piezas que adensan significado en su brevedad y revelan una
mirada penetrante y singular.
También se ha atendido a la valiosa e ininterrumpida dedicación que el
autor prestó al género breve desde la época de la mítica revista El Cuento, de
cuyo comité editorial formó parte, hasta la actualidad. Agustín Monsreal es
antólogo recurrente, figura infaltable en las antologías de minificciones y se
desempeña con frecuencia como jurado en certámenes del género. Por último,
se ha ponderado su notable trabajo de difusión a través de numerosos talleres,
conferencias y entrevistas acerca de la escritura breve.
Para que conste donde sea oportuno, suscribimos el presente
documento en Madrid, Tunja y Buenos Aires y el 05 de marzo de 2018.
Ana Calvo Revilla, Nana Rodríguez y Raúl Brasca.
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Raúl Brasca (Paz, Buenos Aires, Argentina, 1948): ha publicado dos


libros de microficción propia Todo tiempo futuro fue peor y Las gemas del
falsario, once antologías del género: la serie Dos veces bueno 1, 2 y 3, De mil
amores, Antología del cuento breve y oculto (en colaboración con Luis
Chitarroni), y numerosos artículos y ensayos sobre microficción aún dispersos
en revistas literarias y actas académicas. Las aguas madres (Argentina),
Últimos juegos (España) y L’edonista e altri racconti (Italia), reúnen su
producción cuentística. Ganó dos veces el “Certamen de cuento brevísimo” de
la revista El Cuento en México; fue premiado en su país por el Fondo
Nacional de las Artes y la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires;
obtuvo en EE UU la beca de creación de la Fundación Civitella Ranieri y la
Universidad de Carabobo le confirió la Orden de Alejo Zuloaga que otorga a
personalidades de la cultura. Dictó conferencias, seminarios y talleres de
microficción en universidades europeas y americanas. Escribió regularmente
reseñas bibliográficas para el diario argentino La Nación. Creó en 2009 las
“Jornadas Feriales de Microficción”, que coordina todos los años en la “Feria
del Libro de Buenos Aires”. Su más reciente libro de ensayos, Microficción.
Cuando el silencio toma la palabra (2018).
vi

MI POÉTICA

Raúl Brasca

Si algo pido a lo que llamamos microficción es que sea sutil, que se


presente como sugestiva transparencia dispuesta a dejarse iluminar y ser
atravesada por sentidos diversos y reclame del lector un pensamiento riguroso
pero flexible, inquieto pero atento, además de abierto a la multiplicidad. La
levedad que esto supone debe ser compatible con una alta densidad de
significado. Eso requiere que el tejido de su trama, preciso y austero en el
dibujo, sea abierto y ocluya un silencio que signifique a la vez que permita la
vislumbre al trasluz. No es una “ficción comprimida”, en el sentido de que no
proviene de una ficción mayor a la que se ha comprimido. Aunque encierre el
universo, debe sentirse que su brevísima extensión es la adecuada; luego, la
enormidad del universo (o de lo que fuere) surgirá por la expansión del texto
en la mente del lector. Su atributo más extendido es la narratividad. Sin
embargo, sus otras propiedades la alejan del minicuento. Las microficciones
son formalmente conclusivas, aunque no tienen final en el sentido clásico y el
microrrelato (o microficción narrativa) no es una excepción. Sucede que,
generalmente, lo que comienza como narración termina en comentario o en
conclusión irónica, por eso Dolores Koch pensó alguna vez que “el
minicuento resulta de lo que le ocurre a alguien, mientras que el micro-relato
resulta de lo que se le ocurre a alguien”. Estoy convencido de que la última
línea de una microficción no es el final, simplemente induce en el lector la
producción de sentido. Podría decirse entonces que el final es el sentido y, por
lo tanto, está fuera del texto. De los dos materiales de que está hecha, las
palabras son la estructura portante y el diseño audible, mientras el silencio que
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late entre ellas, es apuesta de sentido, dinamismo, pura energía que la lectura
libera. A veces este silencio consiste simplemente en escamotear datos de la
historia. Por ejemplo:

Felinos
Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso
tenso, irguió las orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo
me concentré en él tanto como él en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un
torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la vez. Ahora ha vuelto al mismo
lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como para controlar que
todo está bien. Ovillado en mi sillón, aguardo expectante su veredicto. Tengo la
boca llena de plumas.

Otras veces, por ejemplo, se trata de poner en evidencia ambigüedades


de la lengua que normalmente silenciamos y resolvemos “automáticamente”.

Lo que no se hereda tampoco se roba


La tonta de Matilde se dejó engatusar por el loco de Pedro. Pedro, sensato, sugirió
que se casaran pero Matilde, inteligentemente, no quiso un loco para su hija tonta.

De las muchas formas en que se presenta el silencio en la microficción,


la más extendida quizá sea la ironía, que consiste en decir una cosa
significando otra.

Unión excelsa
Ante la evidencia de su gravidez, una admiradora de Ben Jonson confesó su unión
con el Espíritu Santo. Aseguró que su hijo sería mitad ángel y mitad humano. En
efecto, dio a luz un ángel que carecía de alas y que, en lo demás, no difería en nada
de un niño común y corriente.

La mención a Ben Jonson procura que el lector advierta que el texto


debe su tema a “Eugenesia”, brevedad antologada por Borges y Bioy en
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Cuentos breves y extraordinarios. Aquí la ironía aparece asociada al humor,


pero no siempre es así.
El silencio ocluido en una brevedad es un indicio de que podemos
estar en presencia de una microficción. Se dirá que el chiste, la adivinanza y el
poema también contienen silencio. Es verdad, pero en los dos primeros ese
silencio es sumamente elemental. En el chiste, una vez descubierto el sentido
risible, no hay más. En la adivinanza, cuando se dio con el nombre de aquello
a lo que el texto alude, tampoco hay más. Ni el chiste ni la adivinanza toleran
la relectura, no son microficciones. Digo entonces que el silencio de la
microficción no es elemental como los del chiste y la adivinanza. Con el
poema es diferente, el silencio del poema es muy complejo, tan complejo que
normalmente no puede ser identificado como lo hemos hecho en las
microficciones antes mencionadas. El deslinde entre microficción y poema es
muy difícil. De hecho, muchos poemas se leen perfectamente como
microficciones cuando se los pone en ese contexto. El poema “La calle”, de
Octavio Paz, ha sido antologado reiteradamente como microficción. Sé de
otros casos, siempre se trata de poemas narrativos. Inversamente, hay
microficciones poéticas. No soy poeta, aunque nada me gustaría más en el
mundo que serlo. Sin embargo, un amigo, buen poeta él, me ha dicho que la
siguiente microficción es poética, disculpen si mi amigo resulta ser demasiado
buen amigo.

Vuelo
La mariposa enamorada del fuego se consumió entre las llamas. El fuego echó a
volar.

Lo poético que pueda haber en un microrrelato no lo convierte en


poema narrativo, aunque haya quienes identifican una cosa con la otra. No
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obstante, sospecho que existe un solapamiento entre ambos. Esto causa no


pocos disturbios. La página de Ficticia advertía hasta no hace mucho “Poetas
abstenerse”. En cierto sentido, tenía razón: algunos poetas decían escribir
microrrelatos pero en sus textos perseguían lo indecible, aquello que el
lenguaje apenas logra vislumbrar; estaban más cerca de la evocación poética
que de la súbita y plural inducción de sentido en la mente del lector. Otra
forma breve, el microensayo, expulsa de sí mismo toda forma de silencio,
intenta despejar cualquier ambigüedad, procura ser apodíctico, lo consiga o
no. Por lo tanto, no es microficción. Pero si está atravesado por la ironía, esa
forma de silencio que nos induce a creer lo contrario o algo diferente de lo que
el texto dice, si replica el rigor argumentativo sólo como parodia, se convierte
en algo que podría llamarse microensayo ficcional. El ejemplo emblemático es
“Argumentum Ornithologicum” de Borges, que pretende demostrar la
existencia de Dios contando los pájaros de una bandada. Hay muchas
microficciones argumentativas, donde lo narrativo es apenas el soporte del
argumento. La primera que escribí es de esa clase:

Salmónidos
Es universalmente reconocido que los salmones concurren a desovar al lugar
donde nacieron. Para ello recorren enormes distancias en el mar y luego remontan
el río hasta la naciente. Allí depositan sus huevos, en el mismo sitio donde sus
padres depositaron los suyos; y también sus abuelos. Me gusta pensar que hay un
único lugar en el mundo, bajo las aguas de un río que no conozco, hacia donde
concurren todos los salmones de la Tierra en la época de la procreación. Allí Dios
depositó el huevo del primer salmón.

Creo que mi poética ha ido cambiando con la escritura y, sobre todo,


con la lectura. Sé, como dije antes, que las microficciones son a su manera
conclusivas. Pero lo conclusivo puede ser la súbita aparición de una
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ambigüedad irresoluble, la certeza de lo indecidible, la perentoria exigencia


del texto al lector para que le dé sentido, esa comprensión final que no es un
final sino un cierre consistente, bello y agudo. La microficción sabe que ella
será tanto mejor cuanto mejor sea su lector.

 Texto leído en la ceremonia de premiación el 7 de octubre de 2017, al recibir el II


Premio Iberoamericano de Microficción Juan José Arreola, XVII Feria del Libro del Zócalo
de la Ciudad de México 2017.
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José Juan Aboytia (Ensenada, Baja California, 1974): es autor de los


libros de cuentos Todo comenzó cuando alguien me llamó por mi nombre
(2002), Contiene escenas de ficción explícita (2006), De la vieja escuela
(2016); de la novela Ficción barata (2009), y de los libros de minificciones
Pretextos para una literatura inadjetiva (2015) y ABC de la XYZ (2018).
Aparece antologado en Lados B. Narrativa de alto riesgo (2013), y
Cortocircuito. Fusiones en la minificción (2018). Coordinó el 1er Mínimo
Encuentro con la Brevedad: La Minificción en México, en el 2017 en Ciudad
Juárez. Es conductor de un programa de radio, Fahrenheit, donde habla de
libros.

Las reuniones del abecedario


Z le cuenta a Y: “A y B se conocieron gracias a C, ya que D organizó
una fiesta en la casa de E, vecino de F, por el cumpleaños de G y H, que no
eran hermanos, simplemente coincidió, igual que I pero ese día no fue.
Quienes sí estuvieron eran J, K, L, y M, que se la pasaron muy bien sin N y Ñ.
También estuvo O, que se sorprendió cuando P le confesó que Q odiaba a R, y
que S congeniaba con T. U se la pasó bailando con V, W no dejó de comer y
beber. Al último llegó X pero nadie la peló.” ¿Y para qué me cuentas esto? Es
que mañana hay una reunión y vamos a ir todos. ¿Quiénes son todos? A, B, C,
D, E, F, G, H, I, J, K, L, M, N, Ñ, O, P, Q, R, S, T, U, V, W, X, tú y yo.

¿Latín Lovers?
Epitafio Epidemia tuvo un episodio cuando de su epidermis brotó un
epílogo. Redactó una epífora epístola para Epífita Epítome. Ella en epifanía le
envío un epígrafe: ¡No te pongas épico!
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El otro Quijote
Donde se cuenta de la búsqueda de Dulcinea, la hija del señor Del
Toboso, quien contrata a los detectives Don Quijote y Sancho Panza.
Ligándose a una historia de amor, por ver tanto su retrato hablado, y a quien
encuentran atada en unos viejos molinos. Y que al final Sancho lo elogia
diciendo: Ingenioso, mi querido Hidalgo, ingenioso.
xiii

Edilberto Aldán (Ciudad de México, México, 1970): director editorial


de La Jornada Aguascalientes. Estudió en la Escuela de Escritores de la
SOGEM. Autor de los libros Viejos fantasmas con nombre (Premio Nacional
de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos, 2002), Rápidas variaciones de
naturaleza desconocida (2010), Fulgores breves de largo insomnio (Premio
Nacional de Cuento Corto. Bienal de Literatura de Yucatán, 2011) y Pequeñas
y fugaces memorias (2016).

Entomología
Dios existe y se ocupa de cosas importantes: a mano traza sobre el
cuerpo de los insectos diferencias definitivas para que ninguno sea igual a
otro. El trabajo divino se percibe a simple vista en la coloración de algunas
especies, momentos sublimes de este empeño son el tornasol metálico en el
caparazón del escarabajo del trigo, las transparencias añil en las alas de la
libélula o el lomo atigrado del piojo de los libros.
La mosca, sabedora de la obsesión que asalta a la voluntad divina,
frota sus patas mientras observa displicente la vehemencia de los rezos con
que intentamos distraer la atención de ese artista dedicado.

Designio
Al entrar al Paraíso te arrancarán los párpados. Es voluntad de Dios
que la perfección de su obra sea contemplada eternamente.

Arte poética
No deja de sonreír mientras escribe la última palabra.
Aspira profundamente antes de colocar el punto final. Con un gesto
suave deja reposar, al fin, el centenar de hojas. Exhala satisfecho.
xiv

Escribió la obra perfecta. Resta un último paso: las cenizas se elevan


con el vuelo de los pájaros al atardecer cuando prende fuego al manuscrito.
Está listo para comenzar de nuevo.
xv

Karla Gabriela Barajas Ramos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1982): ha


publicado minificciones en las antologías Cuéntame un blues. Antología de
Minificciones (2013); Cortocircuito. Fusiones en la minificción (2017).
Publicó Neurosis de los bichos (2017) y Esta es mi naturaleza (2018).
Colaboraciones suyas han sido incluidas en la Antología virtual de minificción
(José Manuel Soto, coordinador); Microrrelato o minificción del día (Gabriel
Ramos Zepeda, coordinador); en las revistas La Piraña; Plesiosaurio.
Primera revista de ficción breve (Perú, 2017); Consultario. Suplemento de
cultura (2017); “Imaginario Fantástico” de la revista Fantastique (2017);
Alquimia Literaria (España, 2017-2018); Revista Brevilla (Chile, 2018);
Argonauta. Revista Cultural del Bajío.

A flote
José jugaba con la muñeca de su hermana en la orilla de la alberca. El
papá se la quitó y sin dar explicación lo arrojó con rabia dentro del agua.
—¡Los niños juegan con barcos a navegar, no con muñecas! —le dijo el
progenitor.
José jugó a ser una nube de la cual brotaban gotas saladas y cuando
dejó de llorar, tomó el barco y nadó hasta donde la muñeca junto con su
seguridad y aceptación se hundían.

Split
La Muñeca cumple las fantasías de cada persona cercana a ella:
Las de la madre; ser gimnasta y asistir a campeonatos nacionales.
Alinea las piernas largas y delgadas una con la otra, extendidas en direcciones
opuestas, formando entre ellas un ángulo de 180º. El split perfecto, sin
xvi

quejarse de dolores de espalda y cadera luego de los entrenamientos cada vez


más intensos.
La de una nación, que busca ser la mejor ganando medallas y méritos
ajenos.
La del entrenador, un pedófilo que la toquetea e indica cuáles
posiciones corporales deberá tomar mientras se masturba frente a ella, cuando
se quedan solos en el gimnasio.
A muñeca le dio un desgarre del tercer tipo, una rotura total de las
fibras musculares que le producen un dolor agudo, y mientras ve la
protuberancia en la zona lesionada sonríe. Cumplió su fantasía; dejar de ser la
muñeca con la que los adultos juegan.
Sombras mitológicas
—¿Que el buitre no es capaz de comer animales enérgicos? Va tras
nuestro caballo— señaló Clara, la menor de las hermanas, vestidas de blanco,
color de la paz.
—La sombra del ave sobre nuestro equino asemeja a un Pegaso, es una
imagen hermosa, pero por qué no ataca de una vez por todas y nos regala con
ello la armonía. No debe tener hambre, de lo contrario despedazaría a la
carroña sobre el caballo —argumentó Carmen.
—Hijas, creo que es improbable que devore los pies de un hombre
vivo, como ocurrió en la historia; El Buitre, de Franz Kafka —dijo la mujer de
cabello oscuro mientras siguió con la mirada el vuelo del ave tras el caballo y
apretó en su mano el monte que arrancaba por los nervios—. ¡Quizás debimos
clavar más profundo el cuchillo en sus pies o en su rostro!
La pena se aligeró cuando la carroña, el necrófilo que ultrajó el cuerpo
de su abuela (sobra decir muerta) cayó al suelo, continuó atado de manos al
xvii

cuello del equino, rebotando sobre las piedras con más vigor conforme
pasaban los minutos, hasta que la cuerda se rompió.
—Qué hermosa sombra, me recuerda al buitre sobre Prometeo— las
mujeres vestidas de blanco se pararon entonces, con la tranquilidad de ejecutar
un castigo digno de Zeus.
xviii

Pía Barros (Melipilla, Chile, 1956): escritora, feminista, directora de


Talleres Literarios Ergo sum. De sus once libros publicados, cuatro
corresponden a microficción. Ha obtenido distinciones tanto en su país como
internacionales. Encabeza la Red Internacional de Basta! + de 100 mujeres
contra la violencia de género.

Precauciones
Cuando juegan, lo hacen mirándose a los ojos. Las manos
intercambian claps en diferentes secuencias, el canto es un susurro melodioso.
Las niñas duermen en la misma cama y cierran los ojos a las nueve en punto.
Sincronizan el sueño por el que avanza el cartero que hoy les ha gritado una
mala palabra. En casa, el cartero espasmódico escupe saliva y espuma, deja de
respirar. “Otro tonto y ahora sin correo”, maldecimos al alba.
Nunca interrumpimos los juegos de las gemelas, sonreímos al paso y
les deseamos buenos días. En este pueblo temeroso, sabemos que los sueños y
la vida duermen en el mismo sitio.

Noventa días
Los secretos del amanecer están ocultos bajo los árboles
embadurnados de blanco como si se hubiesen maquillado mal para esta fiesta.
Pronto estarán blancos del todo y será la postal perfecta que mirará desde su
cocina quieta ahora, desde el silencio que la envuelve en todos esos
amaneceres prodigiosos de los tres meses de invierno. Ni gritos, ni el dedo que
indica encerrarse en el sótano a recibir los correazos y luego su sexo babeante
y el dolor. Nada más que el albo amanecer y su quietud, hasta los deshielos,
cuando se vuelva imperioso explicar el cadáver del padrastro ensangrentado
bajo los árboles del patio.
xix

Vaticinio de bares
Javier, aquí en Valparaíso no hay sirenas. Las que quedan de tiempos
remotos, envejecen acodadas en las ventanas de prostíbulos imaginarios,
mirando cómo se construyen edificios que impiden su regreso al mar. A veces
dejan escamas al caminar por las calles del puerto y sólo los niños pueden ver
su brillo tornasolado. Pero vendrá el día, Perucho en que todas recobren su
cola de pez, retornen al mar y al mismo tiempo den un coletazo feroz que nos
dejará desamparados ante la ola inmensa que está por venir.
xx

Alberto Benza (Lima, Perú, 1972): periodista, escritor y director de la


primera editorial en el Perú dedicada estrictamente a la minificción:
Micrópolis. Cursó estudios de Escritura Creativa en el Taller de Hiperbreves
de la escritora argentina Clara Obligado (Madrid, 2011). Como coordinador de
las Jornadas Peruanas de Minificción en la Feria Internacional del Libro de
Lima organizó las ocho ediciones (2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017
y 2018). Ha publicado cinco libros de microrrelatos: A la luz de la luna
(2011), Señales de humo (2012), Entre vivos y muertos (2015), su micronovela
Sarah Ellen (2016) y Hojas de otoño (2017).

Sarah Good
El hombre, furioso, entró a su casa. Asustada, la esposa no pronunció
palabra.
—La mujer sólo sirve para cocinar y lavar —gritó él, y luego le tiró
una escoba—. ¡Ya sabes qué hacer!
Ella, enfurecida, agarró la escoba con firmeza y emprendió su vuelo
por la ventana.

Del otro lado


Esta mañana me despertó el golpe de un zapato de mujer. Corrí hacia
la ventana y estaba cerrada. Me fijé en la puerta de mi cuarto, tampoco había
nadie. Hasta que oí que venía del espejo otra vez.

Aprendiz de mago
Una de las ovaciones más largas en la historia se produjo en el primer
y único acto del joven mago.
xxi

—¿Por qué soy tan aplaudido? ¿Cómo explicar a mi esposa que he


cortado en tres pedazos a mi cuñada?
xxii

Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953): como autor de minificción,


ha publicado en las antologías: Por favor, sea breve, antología de relatos
hiperbreves, edición de Clara Obligado; El cuento jíbaro, antología del
microrrelato mexicano y Yo no canto, Ulises, cuento (la sirena en el
microrrelato mexicano), de Javier Perucho; Futbol en breve (microrrelatos de
jogo bonito) y ¡Nocauts! Microrrelato internacional de boxeo, de Aldo Flores
Escobar. También es poeta.

Torso
Mi Venus salió sin brazos de la alberca. Una belleza digna de museo.

Frente al estanque
Después de la luna de miel, uno de los dos empezó a croar.

Alarma
Cuando Caperucita Azul puso un pie en el bosque, todos los lobos se
escondieron.
xxiii

Homero Carvalho Oliva (Santa Ana, Beni, Bolivia, 1957): escritor y


poeta, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e internacional
como el Premio Latinoamericano de cuento en México (1981) y el Latin
American Writer’s de New York (1998); dos veces el Premio Nacional de
Novela con Memoria de los Espejos (1995) y La Maquinaria de los Secretos
(2008). Su obra literaria ha sido publicada en otros países, traducida a otros
idiomas y figura en más de treinta antologías nacionales e internacionales. Ha
publicado los siguientes libros de microficción: Cuento súbito (2004), La
última cena (2012), Pequeños suicidios (2017).

Origami
Tomiashe Arakaki tardó una vida en descubrir todas las formas
secretas que encierra el papel. Cuando, por fin, creyó que había dado forma al
último de los animales de la creación, supo por un sueño que aún le faltaba un
mamífero bípedo. Con la experiencia ganada en setenta años, dobló y plegó,
hábilmente, la hoja y, en segundos, fueron apareciendo las extremidades, el
tronco y la cabeza del hombre. Satisfecho con su obra lo dejó sobre la inmensa
mesa en la que, a lo largo de siete décadas, había ido acumulando sus seres de
papel y se fue a descansar. Al día siguiente, descubrió asombrado y abatido
que varios de sus más hermosos animalitos habían sido cazados y destrozados.

Ingratitud
Con los años el verdugo adquirió tanta experiencia, que de un tajo,
limpio, certero y sin dolor alguno, cortaba la cabeza de sus víctimas. Sin
embargo, nunca recibió de ellas una palabra o un gesto de agradecimiento.

Pachamama
xxiv

Doña Justina Cusicanqui, tierna y sabia anciana, cuenta que escuchó a


su abuela relatar la historia de un aymara que, ante los porfiados sacerdotes
católicos que pretendían obligarlo a bautizarse cristianamente, para que el
pobre hombre salve su alma salvaje y pecadora, respondió muy sereno:
—Yo nada espero del Cielo, todo me lo dio la Tierra.
xxv

David Chávez (Colima, México, 1981): licenciado en Letras y


periodismo por la Universidad de Colima. Doctor en Literatura
Latinoamericana por la Universidad de Concepción, Chile. Especialista en
minificción, ironía, parodia y transculturación literaria. Ha publicado Zapping
(cuento, 2011) y participado en antologías de minificción a nivel nacional e
internacional, además de ser becario del Fondo Estatal para la Cultura y las
Artes (FECA) Colima 2010 y 2013 en Creación literaria: Cuento. Cuentos
suyos han aparecido en las revistas El Subterráneo (Morelia), El Universo del
Búho (DF), Barca de Palabras (Zacatecas), Fix100 (Perú) y Litterae
Internacional (Chile), en los suplementos AltaMar, Cartapacios, Andante,
Ágora, Zafra (Colima), Acento (Morelia), Rodeo de Palabras (Sonora) y La
Jornada Semanal (DF). Le gusta andar en bici, el mezcal, leer de a cuatro
cosas a la vez y escribir. Sus amigos y amigas dicen que cocina rico y también
practica el tabaquismo.

El triángulo
—El primer ósculo me lo dio viendo el crepúsculo desde un vehículo
—dice el viejo del báculo, quien recuerda esa boca, en círculo: apenas un
músculo, dice. Regulo el estímulo, pregunto por el vínculo. Toma el póculo,
da un sorbo. Se atosiga, carraspea. Simulo atenderlo pero lo estrangulo. Mis
manos revientan un forúnculo. Sangra. No reculo. Un minúsculo recuerdo
ilumina el cubículo y recapitulo: “ha muerto ella, ya ha muerto él”. Titulo la
escena como “El triángulo”. Deambulo. Salgo.

El viento que entra me confirma cada día que he tomado la decisión


correcta
xxvi

Van a delegar a Dios de su puesto como administrador de la tierra.


Dios es un buen tipo, trabajador, simpático. Es malo para contar chistes y tiene
un humor muy raro. Fuma de vez en cuando y a mí me cae muy bien porque
en cierta forma se parece a un amigo de la infancia de quien tengo gratos
recuerdos. Todos los días lo veo con una pelotita troja que parece nariz de
payaso y a la que estruja con su mano derecha mientras supervisa vía satélite
algún derrame petrolero que elimina a unas cuantas especies animales ya
descontinuadas y para las que ya no tenemos refacciones.
La reunión ha comenzado. La junta cree que es mejor enviar a Dios al
Departamento de Mantenimiento Universal. Alguien sugiere que es una
estupidez, un desperdicio no haber puesto a los pájaros, a las aves, a fabricar
casas para los humanos con materiales biodegradables y reutilizados. Pero
entonces, les digo, levantándome, las aves, los pájaros no se darían abasto y
caerían muertos de cansancio, no podrían reproducirse y una serie de
desagradables acontecimientos ocurrirían en el universo, desequilibrándolo, y
no sabemos los efectos adversos que ello tendría. Otro argumenta que lo
mismo se había dicho acerca de la extinción de las abejas.
Los murmullos aumentan.
Al final la junta directiva me da la razón. Damas, caballeros, si no hay
otro punto que tratar los veré luego, digo, y salgo de la sala, camino por el
pasillo y me enfilo a la salida. Nos vemos, digo cuando paso frente a la oficina
de Dios rumbo al estacionamiento, donde subo al auto y me despido de Dios,
que agita la mano por la ventana. El viento que entra me confirma cada día
que he tomado la decisión correcta.

Culpas de oficina
xxvii

Hace rato me dijeron algo que me causó risa, una carcajada potente,
estruendosa, así que me saqué la carcajada antes que todo el mundo la
escuchara, la hice bolita dentro de mi mano derecha y la empuñé hasta que
llegué a la ventana, la abrí y la arrojé al vacío. Luego me fui discreta y
apresuradamente a mi oficina. Ahí viene el conserje del edificio. Pregunta que
de quién chingados es esa carcajada. Todos se ríen. Yo, para no delatarme,
muy seriamente le ofrezco un sándwich. Él nos manda a la chingada y regresa
al primer piso. Luego mis compañeros se van a sus oficinas. Yo suelto unas
cuantas risillas que luego envuelvo en varias servilletas húmedas que tiro en el
excusado. Tiro de la cadena. Dos de ellas quedan flotando. Regreso,
preocupado, a mi oficina. Luego me relajo: creo que es mejor pensar que a
alguien más culparán por andar tirando risillas al wc. Aunque eso sí: una
carcajada es una carcajada, digo para mis adentros y suspiro. Luego tomo un
bolígrafo y pincho el suspiro. Alguien hace shhhhh afuera. Me pongo a
trabajar.
xxviii

Neftalí Coria (Huaniqueo, Michoacán, 1959): Poeta, dramaturgo,


novelista y director de teatro. Ha publicado 20 libros de poesía y teatro, entre
los que destacan: Cuaderno para detener un río (1990), El libro de los
duraznos (1994), LunaMía (1994), Cuaderno infiel (1996), Adoración de San
Juan (1996), Bestiario de viento y fuego (1998). Ha escrito nueve novelas y
siete obras de teatro. Su columna Figuraciones mías, aparece los lunes en La
Voz de Michoacán y 24HoraPuebla. Sus dos últimos libros son: Bestiario
íntimo (2015) y 68 voces, vivos retratos (2016). Es director de la Editorial
LunaMía Ediciones.

Topo
Mago de la escarba el Topo,
aprendiz de la superficie,
sultán de los agujeros.
La profundidad su oficio,
la soledad fiel —allá abajo—, su fortuna.

Mariposa
La mariposa llegó a un riel de la vía del tren, para esperar la muerte. Y
no era el aire quien la llevó allí, ni lo triste de aquella tarde ruinosa. Fue la sed
por llegar a su fin, la que le trajo al metal que relumbraba con la bravura del
cuchillo y la paciencia del yunque. Supo que había llegado al iluminado lecho
del relámpago. Allí, sobre la luz del helado riel, claramente decidida, colocó la
cabeza.
Julia y yo la miramos en silencio. La tarde anunciaba el tren de las
seis.
xxix

La Golondrina que tejió su último viaje


En el cielo bajaba y subía en medio de su locura, la última golondrina
que le quedó al verano. En su vuelo, levantó un dibujo que alcanzamos a ver
como la punta de un lápiz brioso, trazando el nombre propio del cielo.
Eso lo vimos todos. El cielo seguía claro y radiante, luego vino la
lluvia.
Nadie la vio subir sigilosa —antes de aquel día— por la escalera de la
niebla, ni la pudo ver nadie, subir a la azotea de una de las nubes más grandes
y saltar.
Era una mancha del aire mientras caía, pero nunca su plumaje fue
encontrado en cielo alguno, ni en el polvo añejo de estos campos limpios.

Del libro Bestiario íntimo, LunaMía Ediciones, 2017.


xxx

Margarito Cuéllar (Monterrey): maestro en Artes por la Universidad


Autónoma de Nuevo León, donde dirige la revista Armas y Letras y es
coordinador de actividades literarias en la Secretaría de Extensión y Cultura.
Coordina el Centro de Escritores de Nuevo León. El libro Las edades felices
(2013 y 2015) obtuvo en 2014 el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra
Publicada convocado por el INBA y el gobierno de Tabasco. Autor de 20
libros de poesía, del volumen de cuentos Los riesgos del placer y del libro de
aforismos El sueño de la sombra & Spondylus (2010). Miembro del Sistema
Nacional de Creadores 2014-2016.

Teoría de la sombra
El hombre esperó en vano a que su sombra saliera a la superficie. Ella
se quedó a vivir por siempre en el fondo del mar.

Concierto para risa y demasiado amor


La risa de la mujer se expande como una cascada en la estación del
tren. La mujer ríe y su risa de agua que cae se convierte en música y a medida
que su enamorado la abraza la risa sube de intensidad y contrasta con la prisa
de la muchedumbre. La risa de la mujer no tiene prisa, escapa de las teclas de
sus dientes mientras el hombre aprieta y aprieta hasta que la mujer se queda
rígida y con la risa dibujada en el rostro tomará un tono morado. La mujer se
desploma, con ella caen las notas musicales de su risa y ruedan por la estación
dando pequeños aullidos de dolor e incrustándose en las ruinas del silencio.

Amigos para siempre


xxxi

Se miran fijamente. El cuchillo despide un brillo que se refleja en la


pared. El hombre deja el arma en el suelo y sigue ejercitándose. El animal
mueve la cola, husmea alrededor de la hoja y se echa a un lado jadeando.
Cuando le corta una oreja el animal gime con lástima. Le corta la otra
y se desangra, se agita, arroja un ladrido parecido a un grito. Lava el cuchillo.
Deja que el animal se revuelque en su sangre y sigue con su rutina de
ejercicios.
El perro parece dormir con placidez. El hombre termina su actividad
sin que ningún ruido animal invada su sistema nervioso. Los arbustos respiran
con tranquilidad. La buganvilia se balancea en el patio al compás del viento.
La ropa en el tendedero parece seguir los movimientos de una música secreta.
El animal abre los ojos. El hombre extiendo su mano y el perro camina
arrastrando su renga humanidad. Agradecido, siempre fiel, lame la mano de su
agresor y mueve el rabo con júbilo. La sangre se ha secado. Come con avidez
su alimento. Hoy es un día ejemplar.
xxxii

Guillermina Cuevas (Colima):


xxxiii

Yussel Dardón (Puebla, 1982): es autor de los libros Maquetas del


universo y Motel Bates (Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2012).
Antologado en Lados B. Narrativa de alto riesgo (2013), Three Messages and
a Warning. Contemporary Mexican Stories of the Fantastic (2011), Alebrije
de palabras. Escritores mexicanos en breve (2013), República de los lobos.
Antología del cuento mexicano reciente (2015) y en el proyecto bilingüe
Palabras Errantes (2013). Es colaborador de diversos proyectos periodísticos.

De aquí al olvido existen treinta y nueve escalones


Cada una de las Mañanas en las que el gordo se despierta olvida algo.
A veces, incluso, su nombre, quién es o si ya se ató los zapatos. Un día, lo
recuerdan con alegría en el estudio, olvidó caminar, por lo que se quedó en
cama y tuvieron que ir a su casa para animarlo y, en la medida de lo posible,
enseñarle a mover los pies. Ese momento, memorable para el staff, en que el
gordo tartamudeaba porque también había olvidado cómo hablar, fue el
instante justo para que uno de los camarógrafos recomendara tirarlo por las
escaleras, pues según dijo, un trauma de grandes proporciones podría sacar al
gordo del trance en el que se encontraba.
Luego de que todos aceptaron lo tomaron de pies y manos, lo
balancearon y lo arrojaron por las escaleras.
Mientras caía, el gordo contó los treinta y nueve escalones por los que
rodó y en los que se rompió los huesos. Ya en el suelo giró sobre su cuerpo
robusto, como si fuera un elefante recién nacido, dio un grito agudo y luchó en
vano por levantarse.
En ese momento el equipo de filmación comprendió que el director era
un hombre que había olvidado que era, en realidad, un elefante.
xxxiv

Desde una ventana indiscreta


Del otro lado de la pantalla una pareja se toma de la mano, llora,
piensa en la muerte y en la luz color naranja que la acompaña. Se miran, se
limpian el rostro y cierran los ojos. Una bomba acelera el tiempo. Explota.
Desde una ventana, un hombre observa a través de un telescopio el fuego que
cubre el edificio de enfrente. Prende un habano y suspira. Alguien tira la
puerta de su casa con una patada. El “mirón” gira la cabeza y observa el
cuerpo de un hombre gordo caminar hacia él. Sonríe y le extiende la mano
para saludarlo, pero el gordo saca un revólver y le apunta. Se escucha un
disparo. El asesino sale del edificio, tira el arma en un basurero y continúa su
camino sin sospechar que alguien sabe del crimen que cometió.
¿Escuchas?
Alguien llama a tu puerta.

El funeral del hombre que sabía demasiado


Debido a su obsesión por innovar, el gordo arregló el cadáver del
“hombre que sabía demasiado”. Lo pintó de azul, le afeitó la cabeza, le
arrancó las uñas y le dibujó dientes de conejo. Satisfecho por su originalidad,
colocó el cuerpo en el ataúd y lo cerró. Ya en el funeral el gordo pidió la
palabra, improvisó un megáfono con un periódico que llevaba y dijo, a través
de éste, que un hombre que sabe demasiado es una aberración; su vida —
señaló— es sólo la comprobación de sus ideas. Tras sus palabras los asistentes
aplaudieron. De repente, desde el ataúd se escuchó una voz que decía:
—Sabía que dirías eso, gordo.
El director, furioso y con lágrimas en los ojos, se acercó al ataúd y le
prendió fuego. Entre las llamas la voz volvió a escucharse para decirle que
todo lo que hacía era previsible. El gordo gritó, pataleó y se tiró al suelo.
xxxv

Los asistentes al funeral aplaudieron, pues nunca habían visto una


comedia dirigida por el gordo. “Algo de original hay en eso”, pensó mientras
las carcajadas se hacían cada vez más fuertes.
xxxvi

Eva Díaz Riobello (Avilés, España, 1980): es licenciada en Periodismo


y en Literatura Comparada. Sus relatos han obtenido premios como el Jóvenes
Talentos Booket o el Certamen Nacional Nuevos Creadores. Es autora del
libro de cuentos Susurros en el tejado (Alhulia, 2010) y con el colectivo
Microlocas ha publicado dos antologías de minificción, La aldea de F (Punto
de Partida, 2011) y Pelos (Páginas de Espuma, 2016), escritas a ocho manos.
Actualmente trabaja como periodista en Madrid.

De cero
“Por favor, sea breve”, dijo el asesino. Yo le obedecí. Subí al
dormitorio de mi esposa y le hice el amor por última vez. Arropé a mis hijos y
les conté un cuento hermoso que escucharon con arrobo infantil. Observé sus
caritas al dormirse, tratando de imaginarles en una versión adulta. Por fin, bajé
a la salita, donde él me esperaba con su pistola preparada. Me ofreció un
cigarro y fumamos en silencio. Después cogí mis maletas y salí para no
escuchar los gritos. Es difícil empezar de cero.

Ritos de paso
Cuando un niño de F. cumple doce años, sus padres lo llevan a ver al
profeta. Es un hombre anciano, de edad incalculable, que vive en una gruta
escondida en la arena. Allí medita y ayuna, esperando a que el desierto le
descubra sus antiguos secretos. Los niños de la aldea, morenos y enjutos,
pasan una noche en su compañía, escuchando sus enseñanzas con los ojos
muy abiertos. Al amanecer, regresan junto a sus padres, que desde ese
momento les tratan como verdaderos adultos. Otras veces, si los niños son
demasiado cobardes para soportar las revelaciones del profeta, huyen del
pueblo y sus nombres son condenados al olvido. Son niños débiles, llorones,
xxxvii

que no sirven para la dura vida del desierto. Niños torpes y gordos que apenas
saben caminar por las dunas sin tropezarse. Ah, el profeta. Cómo se relame al
verlos llegar.

Trenzas
La pasión de mi vida es hacer trenzas. Hábiles, mis manos adquieren
vida propia al entrar en contacto con una melena. Atrapan mechones y los
unen a velocidad de vértigo: trenzas clásicas, africanas, de espiga, de medio
lado, no hay variedad que se me resista. Las mujeres entran a mi peluquería y
salen convertidas en obras de arte. Soy avariciosa, todo para mí es una trenza
potencial: las plantas, la comida, las madejas de lana. Tiemblo de emoción
ante un plato de espaguetis. Pruebo y combino ingredientes sin control: pelo y
hierbas, tela y flores, plumas o algodón. Y de repente llegas tú, con tu cráneo
pelado, y me dices desafiante que no te irás de mi local sin una trenza. Ignoras
de lo que soy capaz. No tienes barba, patillas ni bigote al que recurrir, así que
te arranco la ropa y busco en vano un mechón en tu cuerpo lampiño. Tú ríes,
provocándome. Yo me despojo con furia de mi uniforme. Ávida, te envuelvo
con mis piernas y te encajo firmemente entre mis muslos. Es mi triunfo. La
trenza definitiva. El éxtasis.
xxxviii

Andrés Galindo (Ciudad de México, 1974): licenciado en Letras


Hispánicas por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel
Iztapalapa. Autor del poemario Veinte poemas de la furia y una nota de
esperanza (2010) y las colecciones de minificción La oficina del olvido (2015)
y Los libros y la noche (2017). Sus cuentos, poemas y minificciones circulan
en diferentes medios digitales, de los cuales se puede destacar la revista
mexicana de literatura fantástica Penumbria. Actualmente se dedica a escribir
con luz y cuerdas.

Inception 1.5
Cuando despertó, todavía era la bella durmiente.

Algo hay ahí


No dejaban de zumbarle los oídos, por eso se rascó con un dedo, un
cotonete, un alfiler, un cuchillo, un revólver.

Duelos y quebrantos
Aparecieron las piernas en el embarcadero de Xochimilco; los brazos,
en el tiradero de Xochiaca; el tronco, en el atrio de una iglesia de Valle
Aztlán. Pero nunca dieron con la cabeza de José Eutanasio; se la habían
comido los perros en una olla de algo más humano que carnero.
xxxix

Juan Carlos Gallegos (Guadalajara, Jalisco, 1983): maestro en


Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara. Autor de
La rubia despampanante y otras microhistorias (2014). Textos suyos aparecen
en nueve antologías de minificción, una de cuento y una de ensayo académico.
Ha publicado ensayos sobre la minificción en La estética de lo mínimo.
Ensayos sobre microrrelatos mexicanos (2013) y Plesiosauro. Primera revista
de ficción breve peruana. Ha ganado dos veces y obtenido cinco menciones en
el concurso mensual de minificción convocado por Alberto Chimal en
www.lashistorias.com.mx

La mala suerte de los otros circus


Lo mejor que pudo hacer el dueño fue haberle dado el trabajo, de entre
todos, al que sabía usar la magia negra.

Insecticida
No hay tragedia pequeña, dice la hormiga sobreviviente al holocausto
en el jardín.

297
Oculto en la oscuridad miró hacia el otro extremo del puente y no vio a
nadie. Por puro placer hizo cálculos mentales para decirse, otra vez, la
cantidad dentro de sus frascos en casa. Se enfadó al recordar a ese hombre alto
sin el dedo meñique y a la anciana que le faltaban dos dedos del pie izquierdo.
xl

Javier García-Galiano: como muchos, Javier García Galiano (Perote,


Veracruz, 1963) quiso ser futbolista, director de cine, músico y marinero,
terminó estudiando Letras Modernas. Alemanas en la UNAM, pero acaso se
formó en La Veiga, el Bar Mancera y El Gallo de Oro del Valle de México, en
La Alemana, el café Madoka y Los Equipales de Guadalajara, en la
Kartoffelstube de Bremen, en el café Sperl y en el Hawelka de Viena, en The
World’s End y The Old Chain Pier de Edimburgo, en The Stag’s Head de
Dublín y el Bar Social de Manzanillo. Ha escrito periódicamente en la prensa
desde 1989 y es autor de Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas,
Armería. Un libro vaquero, Historias de caza, Cámara húngara, La pequeña
Estambul y Especulaciones cabalísticas. Ha traducido, entre otros, a Joseph
Roth, Ernst Jünger, Franz Kafka, Heimito von Doderer, Christoph Janacs y
Novalis. Es mester en turronería y actualmente prepara un libro de ensayos y
uno de cuentos. Es director de la colección Gabinete de Curiosidades de
Meister Floh en la editorial Ficticia.

Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas


No soy un perverso. Mi trato con las muñecas es meramente
comercial. No me fue fácil acostumbrarme a ellas. Apiladas en cajas en un
rincón de mi cuarto, solía imaginarlas con recelo o con odio. Pero nunca
intenté destruirlas o malbaratarlas. Si deseaba deshacerme de ellas, era sólo
por necesitar de sustento.
Sé que las mujeres y los niños me miran con miedo y morbosidad,
cuando salgo con mi maleta en la mano. Algunos me acusan de sonámbulo.
No puedo desmentir tales acusaciones, pero prefiero desoírlas para evitar
pensamientos que pudieran conducirme a cualquiera de los pecados. Los
hombres me observan con impertinencia y, sin que lo sepan, adivino sus
xli

deseos de pegarme hasta verme manchado de sangre, humillado al implorar


perdón entre lloriqueos. Pero, como los niños, no se atreven siquiera a
hacerme burla.
Sé que los gordos no podemos ser elegantes. Yo lo intento, y creo
haber logrado disimular a veces la desfachatez que conlleva toda obesidad.
Aliño mi ropa con cuidado y me arreglo matemáticamente frente al espejo,
espantando cualquier asomo de vanidad. Sin embargo, lo gastado de mi traje
me delata y el sudor y los resoplidos a que me obligan las escaleras al subirlas,
desfiguran mis intentos de elegancia.
Delante de los clientes debo fingirme simpático, aun cuando al sonreír
me sea imposible ocultar mis dientes consumidos por el tabaco. Mi mano
gorda y fláccida, casi amorfa, produce una impresión desagradable al
estrecharla debido al sudor causado por el trabajo de cargar el maletín
largamente. He notado que quienes sufren esa sensación, que no dudo en
calificar de asquerosa, no saben qué hacer. Algunos se frotan los dedos mientras
una mueca les desdibuja sutilmente el rostro. Otros tratan de aparentar que no
han sentido nada. Casi todos no saben dónde poner la mano ni qué decir. Sólo un
hombre elegantemente alto acertó a secarse la mano con el pañuelo. Ninguno ha
corrido a lavarse las manos.
Al disponerme a abrir mi vieja maleta, las niñas me miran petrificadas,
con ojos enormes en espera de milagros. Las madres, en cambio, creen estar
siempre apresuradas y me ven como a un merolico dispuesto a la estafa.
Ciertamente no soy un juguetero a quien se mira con despectiva ternura, pero
mi oficio me presta una dignidad difícil de entrever. Pausadamente dispongo
mis trebejos y trato de animar a las pálidas muñecas, a las que de otra manera
yo mismo encuentro horrendas. Aprender a caminar con ellas no me fue fácil.
Uno debe evitar encorvarse como vendedor de lotería y los pasos cortos deben
xlii

ser exactos y graciosos. Tal precisión al andar debe carecer de afectación.


Mientras llevo de la mano a la muñeca, le coqueteo a madre e hija, sin mayor
deseo que el de una buena venta. Sé que se cuentan historias irrepetibles
acerca de mis bajos propósitos pediátricos. No necesito desmentirlas: las niñas
saben que mi mirada es pura, con toda la pureza de que es capaz el odio.
Cuando recibo el pago, cuento los sucios billetes con avidez tacaña
delante de los compradores. No es por ambición: si lo fuera, sería agiotista, es
por dejar lo más repugnante de mí en la muñeca, que atormentará las noches
de esas niñas que no saben con qué soñar. Entonces me despido con una
pérfida mueca que no intenta ser sonrisa, dejando ver la putrefacción de mi boca.
Nunca he vendido muñecas rusas porque creo que son de espías o de
degenerados. He aprendido a inventar historias para cada muñeca, que
cambiarán cuando una niña esboce una nueva, más ramplona y baladí. Jamás
me he enamorado de ninguna de ellas, aunque lentamente he comprendido que
les voy dejando un poco de mi vida, que debo prestarles para dar sentido a su
rostro, que de lo contrario permanecería impersonal, tal y como me ven desde
las cajas, en la noche, cuando me van robando el alma. Pronto seré un cadáver
viviente, un muerto vivo que deambula por las calles asustando a la gente. Ya
no sé siquiera por qué enseño a escribir a la muñeca que tengo en mis piernas.

Historia de la mosca
Aunque se desconoce su origen, la mosca siempre aparece. Surge de
pronto en los pisos más altos de los edificios más altos sin dejar indicios de su
procedencia. Se refugia en los hipogeos, se perpetua en la inmundicia, se
oculta en el interior de las frutas.
La mosca, se sabe, es enemiga del sueño. En la habitación 309 del
Hotel Oxford de Baalbeck hay una mosca que se presenta cada noche con una
xliii

puntualidad inquietante. Todo habitante circunstancial de ese cuarto


avejentado suele despertarse en la madrugada por los ataques de ese insecto
perseverante. Como suele suceder en los momentos de desesperación, la
cacería de esa bestia mínima se vuelve una obsesión en la que se recurre al
periódico a la manera de un arma letal, al Fleet, que suele embriagar como una
droga barata, a los manotazos ciegos. Sin embargo, nadie, ni el dueño del
hotel, Giuseppe Marzano, que se dedicó 124 noches a la búsqueda de ese
animal, ha podido capturarlo.
Fue Johann Joachim Winckelmann el que sospechó que ese insecto
molesto era el mismo que había inquietado a Luciano de Samosata antes de
que existiera la construcción del hotel. Según refería una meretriz muy
disputada, que se refugiaba en nombres varios, Luciano se dedicó a su cacería
pacientemente en unas ruinas hoy desaparecidas, comprendiendo al término de
esas largas vigilias que “la mosca, una vez muerta, si se le esparcen encima
cenizas, resucita y tiene un nuevo nacimiento y una vida nueva. Por lo cual
deben todos persuadirse de que también el alma de las moscas es inmortal. Y
la razón es que habiéndose apartado del cuerpo, regresa y lo reconoce y lo
hace volar”.
Si Winckelmann no hubiera sido asesinado en Trieste y hubiera sido
desproporcionadamente longevo o hubiera padecido de inmortalidad, quizá
habría podido demostrar que era el mismo animal que perturbó el reposo de
Augusto Monterroso en esa habitación hotelera, el mismo que había atacado a
Marcel Schwob, que experimentó sus sangrías sin que le dejaran huella, el
mismo del que tuvo noticias Antonio Machado.
Tuvo que ser un gato quien descifrara el vuelo, los sonidos y la
errancia de esa mosca a la que sigue cazando perpetuamente, pues se trata de
un fantasma menor.
xliv

Un títere del mal


Aunque algunos pretenden demostrar que no existe, no han faltado los
rumores y las noticias acerca de la llegada del diablo a América. Los más
supersticiosamente obvios suponen que su presencia coincide con el arribo de
los soldados españoles congregados bajo las órdenes de Hernán Cortés. Otros
creen que vino con Dios y que fue introducido por los misioneros. No se
descarta la idea de que haya viajado con ciertos exploradores, con viajeros
curiosos, con piratas en busca de guarida. Algunas historias, sin embargo,
refieren que desembarcó en el puerto de Veracruz luego de viajar oculto en las
bodegas del Sandwike, un buque mercante que había zarpado de Lübeck —
algunas versiones sostienen que provenía de Delft.
En el antiguo Casino Alemán de la ciudad de México, a veces se
aludía a esa historia como si se tratara de sabiduría popular contenida en
proverbios, como una leyenda que termina transformada en comentarios
irónicos, como la moraleja que se recuerda sentenciosamente al concluir un
juego de cartas.
En una de nuestras caminatas circunstanciales por Mixcoac –nos
encontrarnos con frecuencia en la estación San Antonio del metro-, Ricardo
Pohlenz me refirió que en Chiapas se rumoraba que un cafetalero descendiente
de alemanes había consumado un pacto con el diablo.
Cuando el cafetalero, cuyo nombre, todavía hoy, pocos se atreven a
pronunciar, se aparecía en algún camino o en las calles de cualquier pueblo,
quienes se lo encontraban, evitaban mirarlo. Cuando entraba en alguna
cantina, las conversaciones se acallaban. Cuando advertían su presencia, los
niños lloraban y los perros ladraban.
xlv

En ciertos mentideros, se atribuía su prosperidad a su trato con el


diablo. Para muchos su ruina sigue siendo un misterio. Hay quien, sin
embargo, cree que se debió a que los peones se negaban a trabajar para él y los
pocos a los que lograba contratar, terminaban por huir de su finca.
Una madrugada partió en tren. Sólo la mujer de telegrafista se atrevió
a verlo subrepticiamente a través de la ventana. Su finca quedó abandonada.
Ricardo Pohlenz desconocía esta historia cuando, de niño, encontró
unos baúles ocultos en uno de los sótanos de la finca Prusia, que pertenecía a
su abuelo. Acogiéndose a la clandestinidad propia de la infancia, los abrió
para hallar en ellos postales de Mecklenburgo, cartas que acaso alguna vez
habían estado perfumadas, herramientas herrumbrosas, juguetes de madera,
libros impresos en caracteres góticos, cuadernos de cuentas caducas, telas
apolilladas, unos pantalones bávaros de cuero y la cabeza de un títere.
Menos el desconcierto o la exasperación que un íntimo terror
sobresaltaron al abuelo de Pohlenz cuando descubrió a su nieto jugando en
secreto con la cabeza del títere. Aquella fue quizá la única vez que Ricardo
Pohlenz vio a su abuelo desesperado.
Su abuela ya era viuda cuando le confesó, una tarde lejana, en su casa
de San Pedro de los Pinos, que esos baúles habían pertenecido al cafetalero
inefable, que se los había dado a guardar a su abuelo antes de partir; la cabeza
procedía de un títere de Fausto.
Se decía que había pertenecido al titiritero Geisselbrecht, que era el
primer títere que se había creado de Fausto y que se había utilizado en el
primer juego de marionetas de esa trama escenificado en Ulm en el siglo
XVIII. Se ignoraban las circunstancias en las que el cafetalero se había hecho
de él, pero había quien sostenía que había llegado a Veracruz en las bodegas
xlvi

del Sandwike, un buque mercante que había zarpado de Lübeck, aunque


algunas versiones aseguraban que provenía de Delft.
xlvii

Miguel Ángel Godínez Gutiérrez: nació en 1953 en el barrio de


Tacuba de la Ciudad de México. Es doctor en Ciencias de la Administración y
profesor en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha publicado
en diarios (que nadie conoce), libros colectivos (que nadie ha leído), revistas
literarias (que ya no existen) y en www.migueloncito.com (en construcción).
Sus libros son Suman cero (1980), Historias imposibles (1989), De la vida
ordenada (1991), Aire, otra vez (2003) y Nefelibata (2017).

Comité de presupuestos
Tomas tus libros contables. Los pones bajo el brazo y te diriges al
lugar de la junta. Discutes apasionadamente: Gritas, Manoteas, Insultas al
director general.
 Sales del baño oliendo a jabón, limpiecito, tan tranquilo.

Invisible

Cuando el hombre invisible reapareció, el resto del mundo dejó de
mirarse.

La muerte de mi padre
Cuando siento el amor de mi hijo, cuando juega conmigo, pienso que
debo haber querido mucho a mi padre. Tal vez por eso se dio entonces en mí
la secreta ilusión de que lo hubieran enterrado vivo y que hubiera que ir por él
para rescatarlo; lo que intenté hacer, efectivamente, la noche del día en que lo
sepultamos.
Corrí al panteón —vivíamos en Tacuba— armado de una palita de
lámina, seis años de edad y ropa de calle sobre la piyama. El aire frío me
pegaba en la parte superior de la cara; las nubes, blancas, iluminaban la noche
rebotando luna.
 Nunca pude brincar la tapia. Como a las dos horas, quién
xlviii

sabe, regresé a mi casa.
 No pude verlo otra vez, pero tuve mi desquite: soñé
con él toda la noche.
xlix

Dina Grijalva nació en Ciudad Obregón, Sonora, pero ha elegido la


ciudadanía de Ficticia. Doctora en Letras por la Universidad Nacional
Autónoma de México. En la primavera de 2008 visitó Buenos Aires y nació
como minificcionista. Desde entonces es hacedora y promotora de ese
maravilloso género. Ha publicado libros de minificción: Goza la gula (2012),
Las dos caras de la luna (2012), Abecé sexy (2016) y Miniaturas salmantinas
(). Ama a los cronopios, cultiva un bonsái y sueña con habitar en Liliput.
Dicta clases de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Autónoma de Sinaloa. Publicó una antología de minificciones eróticas, bajo el
título de Eros y Afrodita en la minificción (2016).

La minificción
La minificción hispánica (espléndido género brevísimo: máximo una
página) es lúcida, lúdica, etérea, irónica, onírica, icónica, mítica, mínima (y
máxima), críptica (o nítida), súbita, intrépida, fantástica, magnífica, epifánica
y quimérica. Jamás cándida.
Es éxtasis estético, vértigo, pájaro, relámpago.

Elegía ensangrentada (o por ellos)


El Estado en este estado no es eficaz, ni efectivo, ni eficiente. Esquiva
estimular el estudio, evita exhortar, explicar, explorar lo estimable. No emana
educación ni se empeña con empuje en emplear, ni se esmera en elevar
estudiantes, ni ejerce el edificar, no encauza ni enaltece el engrandecimiento,
ni esclarece, ni equilibra: es errático, es estrecho, es estafa. El efecto es que la
esperanza es escasa y endeble. En Escuinapa, en Elota, en el ejido, el espacio
se enrarece, se ensombrece, se ennegrece.
l

El empacar, envasar, embotellar y embarcar estupefacientes, el


enviciar, el embriagar se enseñorea. Enmascarados, embozados o sin embozo,
los expendedores de estupefacientes enloquecidos emboscan, embisten,
exterminan, eliminan y ejecutan efebos, estudiantes, no estudiantes,
empleados, edecanes, esposas, esposos, embarazadas. Con ensañamiento los
esconden, esparcen, emploman, embolsan, encajuelan, enlodan, enlonan,
encortinan, encobijan, encintan, entamban, entierran, entapetan. Esto empeora,
es estremecedor y espeluznante.
Este entrañable estado está enlutado. Esperemos el emerger de la
esperanza.

Twitter griego
Mi mamá me mima. Mimo a mi mamá. Edipo.
li

Román Guadarrama (Nueva Rosita, Coahuila, 1963): licenciado y


maestro en Letras Españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la
UNAM. Ha publicado tres libros: Los ojos de los sueños (2007), Memorias de
un gasero (2009) y La paradoja de los dioses (2011). Ha participado en los
talleres de Daniel Sada, Ximena Escalante, Eusebio Ruvalcaba y Eduardo
Cerecero.

El hijo pródigo
Cansado de ser el paradigma del rebelde y comandar las fuerzas del
mal, Satanás se arrepintió y pidió perdón. Jehová lo recibió con los brazos
abiertos, como al hijo pródigo que regresa a casa. Hubo en el cielo una fiesta
tan fastuosa y prolongada que provocó la envidia de los ángeles, arcángeles y
querubines: “¿Cómo es posible —decían—, que lo reciban así cuando tantos
males ha hecho en el universo? No puede ser.”
Al recibir al arrepentido, Jehová pensó que los secuaces de Satanás
harían lo mismo, pero no fue así; al contrario, ante la traición de su
comandante, se radicalizaron. El mal tenía ahora un ingrediente adicional: la
sin razón, la irracionalidad, el mal por el mal.

Reír como enanos


A los enanos les gusta ir a la feria y se divierten en todos los juegos:
los veloces caballitos, las coronas voladoras, los automóviles chocones, el
látigo sorpresivo, la rueda de la fortuna… Pero hay una diversión que los
anonada de placer y felicidad. Ellos se meten —en bola— a la casa de los
espejos deformes, y al contemplarse como personas normales, se ríen como
enanos.
lii

Reloj de sangre
El hombre ama su reloj de pulsera con la forma gótica de un vampiro.
Todos los días a las doce de la noche, cuando la alarma toma la casa por
sorpresa, un colmillo finísimo sale de la máquina y se hunde en la carne, de
donde roba una gota de sangre. El líquido es absorbido, y por un complicado
mecanismo bioquímico se transforma en energía cinética, la cual mantiene al
artefacto en movimiento. Cada muestra de sangre representa un día menos de
vida para el individuo, y un día más de movimiento para el dispositivo. Así, el
vampiro del tiempo lo va consumiendo con suma lentitud y el ser no advierte
que se va muriendo.
liii

Armando Gutiérrez Méndez (León, Guanajuato, 1971): es autor de los


libros Apilados cráneos de mamut de piedra (2006) y El rehilete (2011).
Premio Nacional de Cuento “Efrén Hernández” 2005. Premio Bellas Artes de
Cuento San Luis Potosí 2010.

Un canario
Tengo un canarito. Nació y ha crecido solo en su jaulita. Sus alas
truncas le impiden volar, su cuerpo es pequeño y su vista débil. Los otros
canarios lo rechazaron desde el principio. Todas las mañanas pisca satisfecho
su alpiste y su lechuguita, y pongo agua limpia en un recipiente para que beba
y retoce en ella a sus anchas. De todos mis canarios es el único que no se
asusta cuando me acerco. A veces me da pena su cautiverio: meto la mano y
salta ligero a mi dedo extendido; lo saco de la jaula y lo pongo encima de ella.
Y se ve contento el canarito. Otras veces lo llevo sobre mi dedo hasta la sala
de la casa. Me recuesto en el sofá y lo observo, entonces extiende sus alitas, da
ligeros saltos a lo largo de mi dedo mientras levanta su cabecita hacia el techo,
y de pronto se lanza y cae al suelo. Camina desorientado, le acerco el dedo y
sube en él. Lo llevo de regreso al patio, y cuando entra de nuevo a su jaulita se
encrespan las plumas de su cabeza y comienza a cantar, y es entonces cuando
comprendo que para el canarito la verdadera jaula es mi casa.

El cacharro
Era un cacharro entre otros cacharros amontonados en un rincón del
patio de mi casa. Un buen día, cuando salí a cambiar el tanque de gas, lo vi
separado del montón, a una distancia de diez centímetros. Pudo haberlo
movido un gato o una urraca, o el mismo viento. Sin embargo, con este
cacharro ocurre que en medio de uno de sus costados emerge una palanquita,
liv

que de girar y apoyarse en el piso haría posible el desplazamiento. A veces,


cuando salgo a tirar la basura o a tender la ropa, me atrevo a acercarme y noto
que apenas ha avanzado algunos centímetros desde la primera vez que lo
descubrí. Otras veces me siento en la entrada de la cocina y desde ahí observo
al cachivache: parece el motor de un juguete de cuerda, pero la rosca dentada
que sobresale de su otro costado, y que parece le sirviera de pivote a la
palanquita, lo desmiente y refuerza mi sospecha de que este cacharro se
desplaza lenta, pero eficazmente, hacia el interior de mi casa. No puedo
imaginar con qué propósito, o qué motivo lo excita a ello, y cuando la
inquietud se apodera de mí y me levanto y cierro la puerta, miro a través del
cristal de la ventana y me parece percibir que el cacharro se dilata, hacia el
cielo, hacia el aire libre, como buscando con todas sus fuerzas y de todos lados
la voluntad necesaria para mover la palanquita, entonces suelto la cortina de la
ventana y me voy presuroso a la sala, a recostarme en el sofá mientras
enciendo la televisión. Confío que en ese pequeño patio, delimitado por altas y
gruesas bardas, no exista la voluntad suficiente, la potencia necesaria para
hacerlo llegar hasta aquí. Evidentemente no hace mal a nadie, ni parece que
pueda causar daño a alguien en el futuro, pero la sola idea de que algún día
pueda entrar a mi casa me resulta insoportable.

El hombre de piedra
El hombre de piedra vive en mi casa. Sus tenaces pasos retumban en el
techo de mi cuarto mientras pedazos de tirol caen inclementes sobre mi cama.
Me levanto, subo a la azotea y me detengo frente a la puerta cerrada de su
cubil. Le canto o le recito cualquier cosa, hasta que paulatinamente deja de
caminar y vuelve a la eterna quietud de toda roca. En la noche regreso de
trabajar y me tiendo agotado en la cama, pero en cuanto cierro los ojos suenan
lv

de nuevo los pétreos pasos en la azotea y vuelvo a subir para cantar o recitar
cualquier cosa.
Hay noches, sin embargo, que prevalece un silencio pesado e
inquietante. En esos momentos pienso que quizá el hombre de piedra ha
quedado inerte para siempre, que su presencia, inaudita y equívoca, ha
recuperado al fin la simplicidad ininteligible de toda roca, pero cuando subo a
su covacha y abro apenas la puerta, veo algo completamente negro, simple y
angustioso como un agujero, una masa fuliginosa que se revuelve inquieta,
que se yergue y que comienza a caminar, obstinada e impasiblemente.
Desde que recuerdo el hombre de piedra ha vivido en mi casa, no sé de
dónde vino ni el fin que tiene en la vida, ni cómo su existencia fue enlazada a
la mía, sólo sé que desde el principio me fue deparada esta carga, ignoró quién
me la impuso o cómo la contraje, o si en realidad me concierne, pero no por
eso es menos cierta, y cumplir con ella se ha convertido en la justificación de
mi existencia. A veces quisiera irme lejos y dejarlo abandonado, pero la
costumbre y un ambiguo e íntimo sentido de la responsabilidad me lo
impiden.
Hay días, sin embargo, que la carga es demasiado abrumadora, como
si llevara encima un enorme peso todos los días de mi vida, y entonces me
pongo a llorar en medio de la noche, y cuando el llanto es más fuerte dejan de
sonar los pétreos pasos en el techo de mi cuarto y me parece percibir un
sonido cavernoso, férreo, que viene de arriba, y me consuelo pensando que
quizá el hombre de piedra intenta llorar conmigo.
lvi

Ibeth Guzmán (República Dominicana): docente investigadora


universitaria, narradora, ensayista e investigadora. Realizó una maestría en
Enseñanza del Español en la Universidad de Alcalá de Henares, y completa un
doctorado en Estudios del Español, Lingüística y Literatura en la PUCMM.
Ha publicado los libros de microrrelatos Tierra de cocodrilos (2011) y Yerba
mala (2014) y, próximamente, su tercero, Tiempo de pecar, bajo el sello de
Isla Negra. Coautora de la antología Voces del valle y autora de la antología
de mujeres microrrelatistas: Mujer en pocas palabras (2012). Textos suyos
han sido antologados en Short Stop (2013) y Meter un gol (2014), ambas
antologías de microrrelatos.

Supergirl
Mi novia es una Súper Chica. Puede volar, cargar cosas muy pesadas,
destruir paredes enormes con su vista de rayos X, transportarse a súper
velocidad. En fin, puede hacer de todo. Lo único que no puede hacer mi Súper
Chica es salir de ese bendito póster y hacerme compañía.

Grandes ligas
Su sueño era llegar a ser una estrella de Grandes Ligas. Se levantaba
todos los días a las cinco de la mañana. Le daba treinta vueltas a la cancha de
baloncesto que había frente a su casa. Hacía cien sentadillas y ciento cincuenta
pechadas. De ahí iba a su casa, se daba un buen baño y comía el desayuno
anti-light de la dieta dominicana: plátano con salami. Luego se iba derechito al
estadio a practicar. Su desempeño era mayor que el de sus compañeros,
aunque nunca oyó un elogio. Los demás miembros del equipo no se
explicaban de dónde le venía ese brillo que los quemaba de envidia. Cada
juego era una tortura para ellos, un maldito encuentro con la mediocridad. Las
lvii

diez de la mañana de un sábado fue testigo de lo que sucedió. Mientras soltaba


el brazo, vio en el manager un nerviosismo inusual. Unos visitantes con
chaquetas de equipos de Grandes Ligas los visitaban. Mandó a cada miembro
del equipo a una labor específica: a unos a correr, a otros a lanzar o a batear.
Esperó a que llegara su turno. No le sorprendió que su presencia fuera
invisible ante los ojos del entrenador. No era la primera vez. Guardó sus
esperanzas para una segunda ronda. Pero tampoco lo llamaron. Mientras
estuvo allí, practicando con una intensidad desgarradora, ese lado del estadio
parecía no existir para ninguno de los presentes. Una lágrima le subía
empujada por el fuerte latido de su corazón.
Al día siguiente, una nublazón se apoderó del terreno de juego. No vio
a sus compañeros ni al entrenador. De pronto sonó una algarabía. Reconoció
algunas de las voces de los chicos, que venían en un minibús. Vio acercarse al
manager: “El equipo va la semana que viene para Puerto Rico”, escuchó con
emoción, “pero aunque eres lo mejor que tengo en el pitcheo abridor, no tuve
tiempo de pedirle permiso a tu mamá. Hoy jugamos con el equipito de
Máximo y de ahí nos vamos al aeropuerto.” Las palabras del entrenador
querían salir planas, directas, sin emoción, pero un dejo de pesar se le colaba
en la voz. Cabizbajo, se marchó trotando, casi corriendo, como si huyera de
algo. El cielo pasó de gris a negro, la nube era ahora una secuela de cristales
rotos que se clavaban en su alma. “Que no pidió permiso… ¡qué excusa tan
tonta! Pudo inventarse otra cosa el calvo ese”, se decía con rabia y dolor. El
minibús le pasó por el lado. Lo vio detenerse a unos cuantos metros. El
manager se desmontó y le dijo: “Creo que puedes venir… Serías una excelente
madrina para el equipo.” Helada por la desfachatez de la propuesta, siguió su
camino sin articular palabra. Al parecer a Claudia nadie le había dicho que las
niñas no juegan en las Grandes Ligas.
lviii

Cuerpo de cristal
Su cuerpo frágil se movía libre en su holgado ropaje. Cada vez que el
pantalón se agrandaba en sus caderas, sentía una momentánea felicidad que se
apagaba cuando el espejo le devolvía a esa mujer gorda que decía ser ella.
Otra vez a sentir la culpa de haber comido un trozo de galleta integral. Otra
vez a buscar un inodoro para expulsar la pena. Otra vez la alarma de los
padres al mirar el esqueleto de su hija. Otra vez el hospital. Otra vez la muerte
en la cabecera. Y esta vez el funeral de una niña que tuvo por ídolos figuras de
papel satinado.
lix

Leandro Hidalgo (Mendoza, Argentina, 1981): escritor, licenciado en


Sociología por la Universidad Nacional de Cuyo. Su tesis abordó la
microficción como género literario (codirigida por Miriam Di Gerónimo).
Participa en congresos y encuentros desde el año 2006. Obtuvo diversos
premios en esta modalidad. Forma parte del equipo editor argentino de ¡Basta!
Contra la violencia de género. Colabora con artículos de opinión en diversos
medios de prensa escrita. En 2015 obtuvo en la ciudad de Mendoza el Premio
Uno Escenario Artista Revelación. Publicó Instantáneas. 100 fotos (2005),
Capacho (2010), Grado. Microficciones sobre la historia argentina (2014),
Irresponsables (2016) y Zona paréntesis (2017).

Los chorreados
Dos chorreados malos, bien malos, andaban a esas horas. Sus caras se
entrecortaban por las sombras. Gustaban de llamarse “los chorreados”. Sus
ojos eran castigados por la oscuridad malsana, por las puertas trabadas con
llave, por el aire espeso de esas madrugadas. Qué son ellos sino fantasmas
para nosotros, qué somos nosotros sino fantasmas para ellos. Qué temprana la
edad en que uno delimita el afuera y el adentro. Los unos y los otros.
Fronteras. El bien y el mal. Nosotros y ellos. Catálogo de acciones. Y en
verdad nadie tiene cara. Los unos por las sombras, los otros porque tapan la
luz.

Cachorro
Yimi es un niño ágil y sin educación. Yimi salta alambrados y en eso
es único. Es una liebre, es un lince, es un leopardo vagabundo y violento.
Afana/chorea/roba/quita/asusta. Mete miedo. Yimi es un cachorro maldito. Es
el hijo de nadie. Entonces nadie lo para. A veces Yimi tiene la mochila que le
lx

revienta de plata. Pero la malgasta, o la regala, y él se queda con las deudas


que no se pagan con plata. Yimi se escabulle y escapa de donde quieras: de
una ley que lo imputa, de un sacerdote moralista, de un correccional de
menores.
Yimi es imprudente, arriesga, pero sobre todo tiene un poder sagrado,
no le importa morir. Eso lo hace invencible. Los demás niños que no son Yimi
son entonces sus corderos. Yimi es un mala leche, todo el mundo lo busca y
todo el mundo lo encuentra, pero nadie se atreve a delatarlo.
Sin embargo, Yimi tiene un alma vieja cuando se queda solo, porque
cuando se queda solo en verdad se queda solito, y lloriquea, claro, porque eso
no es de marica, también los valientes lloran, y no comprende el cosmos, pero
maldice su condición, y no entiende, claro que no, pero lo siente.

Irresponsables
Somos irresponsables, culpables de lo que no está hecho, odiosos de la
obligatoriedad del acto. No tomamos magnitud, ni percibimos ninguna deuda.
La omisión y el desánimo no representan un castigo para nosotros. Dejamos
para mañana lo que podemos hacer hoy.
Cada vez que no vibró, lo soltamos; si se quería ir lo dejamos, si se
quería quedar, lo quedamos. Asumimos las consecuencias y a veces no
sabemos ni cuáles son. Somos niños que guerrean las batallas inútiles que nos
inventamos librar. Somos un jardín de infantes en Alcatraz. No verificamos,
no somos exactos, no lo entendemos, no disponemos de pruebas para nada de
lo que decimos.
Somos irresponsables, infractores de lo que no hemos escrito por
nuestra cuenta, pero inocentes de lo que hacen los responsables en nuestro
nombre.
lxi

Beatriz Meyer (ciudad de México): estudió Comunicación en la


UNAM. Cursó el diplomado de escritura creativa de la Escuela de Escritores
de la SOGEM. Es autora de las novelas El mundo de aquí (2014) y Meridiana
(2016). Algunos de sus libros son Este lado del silencio (2001), Las errantes
(2005), Para sortear la noche (2006), Sucedió un cuerpo (2011), El largo día
(2017), entre otros. Su libro de microrrelatos, titulado Pedacería, saldrá
publicado a finales del 2018. Fue ganadora del Concurso Latinoamericano de
Cuento Edmundo Valadés 2017 con su texto “El tercer día”.

Espectros
Mi hermana solía mirarme desde el jardín, a través de la ventana. En
verano le crecían lilas en el pecho. El otoño tejía corolas de hojas secas para
su cabellera. El viento del invierno arrebolaba sus mejillas. En primavera, sus
ojos lloraban la lluvia que hacía brotar capullos de colores en sus manos.
Ninguna estación del año cambiaba, sin embargo, el odio de su mirada.
Tampoco su dedo incriminador, que apuntaba siempre a mi recámara. Cuando
los aires de algún enero me hicieron escuchar sus lamentos, dejé de abrir los
postigos. El fantasma empezó a aparecer en la cocina, removiendo ollas,
poniendo gotas de arsénico imaginarias en la leche de mi cena. Pobre. Cuando
murió tiré el resto del veneno, a excepción de un poco que guardé para
tomarlo cuando encontraran su cuerpo enterrado en el jardín de nuestra vieja
casa.

Alguien toca a mi ventana


Una mano pequeña toca a mi ventana. Quizá es un niño que busca una
casa donde lo protejan de la intemperie. No alcanzo a ver su rostro, sólo su
puño por donde resbala la mugre lavada por el agua de la lluvia que cae con
lxii

fuerza. La luz amarillenta de un arbotante ilumina la calle inundada. Los


golpes se vuelven más insistentes. Supongo que el pequeño desea tener el
hogar que nunca tuvo, pero no quiero abrir a nadie que toque con tanta
desesperación la ventana de un departamento situado en el octavo piso.

3 am
Margarita vio salir a Mefistófeles igual que lo vio llegar: por la
ventana, seguido del humo y el estruendo que, ya le habían dicho, eran parte
del ritual. A esa hora —3 am—, sin embargo, la ciudad dormía, ajena a pactos
e invocaciones diabólicas. Justo a las 7 am, Margarita intentó levantarse de un
salto para ir a la universidad. No tuvo éxito: le dolían las articulaciones. Quiso
pintarse los labios con ese rojo-pasión que le quedaba tan bien a su piel
blanca, pero el bilé sólo consiguió darle a su rostro un aspecto todavía más
ruinoso. Creyó por un momento que al demonio se le había pasado la mano a
la hora de avejentarla, pero cuando recordó a su amado profesor Fausto en esa
silla de ruedas que ella tanto ansiaba empujar por los pasillos de la facultad,
sonrió a su nuevo y derrengado aspecto. A ritmo lento llegó a la parada. Algo
temblorosa trepó al autobús; la mochila a la espalda le pesaba; de pronto, una
punzada quemante fustigó su nalga derecha. Una anciana le sonrió,
comprensiva: “Ciática, ¿verdad?” Ya en la oficina del director, Margarita
preguntó por el doctor Fausto. Murió anoche, señora, contestó la llorosa
secretaria. Un infarto fulminante a eso de las 3 am. ¿Señora? ¿Gusta un vaso
de agua?
lxiii

Mauricio Molina:
lxiv

Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, 1941): en 1995 se instituyó en la


ciudad de Mérida el Premio Nacional de Cuento Corto Agustín Monsreal. En
2016, la revista La Otra creó el Premio Internacional de Minificciones
Mínimas (Pigmeísmos) Agustín Monsreal. Entre su obra destacan los títulos:
Mínimas minificciones mínimas (2016), Deslealtades del destino (2016), Esto
que pasa en mi corazón (2016), Los Pigmeos vuelven a casa (2016), Mamá
duerme sola esta noche (2016), Cuentos para no dormir esta noche (2016).

Ángel de luz
“Mamá está en mi cuarto”, le dije a mi hermana. “Dice que quiere
hablar contigo, que vayas.”
Mi hermana me miró con lástima, aunque también con reproche.
“No puede ser”, me contestó. “Mamá está muerta.” “Ya lo sé, pero ahí
está. Ven a ver.”
 “Bueno, está bien. Vamos.”
 Y atravesamos la pared
cogidos de la mano.

El jardín de Virgilio
¿Cómo se enamoran los muertos? ¿Qué tipo de miradas, de
pensamientos, de caricias se dirigen a través de la tierra que los separa? ¿Con
qué palabras se dicen las cosas que se tienen que decir? ¿Se tocarán alguna
vez? ¿Qué tan larga será para ellos una noche sin dormir a causa del deseo?
Preguntas y más preguntas. ¿De cuándo acá me ha entrado esta curiosidad por
saber cómo aman los muertos?

Página suelta
No sé qué extraño impulso, qué rigor, qué complacencia, me mueve a
no moverme. A veces, me siento en una silla de respaldo recto y permanezco
lxv

insobornablemente quieto durante cuatro, cinco horas. No se trata de un trance,


de un ensoñamiento, de una disciplinada meditación. Es algo como ajeno a mi
vida. Algo como dejar de ser, o como ser en otro espacio, en un tiempo
suspendido en el tiempo. Puedo, también, aquerenciarme en la azotea de mi
casa y pasarme la noche contemplando el cielo, o mejor dicho, viviéndolo
dentro de mí, absorbiéndolo, convidándolo a que sea parte viva de mi
curiosidad, de mis imaginismos, de mi naturaleza tan dada a buscar la luz en
los subsuelos del alma humana. En ocasiones alguna nube, como novia
indecisa que aprovecha un breve descuido de Dios, me dedica una lluviecita
tímida que me ennoblece.
lxvi

César Abraham Navarrete Vázquez: escritor, viajero, traductor y


fotógrafo. Ha publicado en medios tradicionales y virtuales de México,
Honduras, Perú, Colombia, España, Francia y Portugal. Es autor de los libros:
Poenimios (2014), Fábulas-o-heces (2014), 20 Poenímios (2016) y Epigramas
y maxinimias (2017).

Adaptación cinematográfica
Hace tiempo, La culta dama de José de la Colina estaba por terminar la
lectura de El dinosaurio de Augusto Monterroso. Por cierto, ¿tú ya lo leíste?
—No, esperaré la película.

Alegoría
Sediento y tendido a mitad del desierto vislumbro una silueta
femenina. Viene de sacar agua fresca de un pozo. La joven se allega adonde
yazgo y acerca con su mano mi cabeza al odre. “Hoy no moriré”, bebo
desesperado.
Reconfortante delirio. Agonizo. La visión nunca fue real, pero era
necesaria. Supuse un oasis donde apenas había un espejismo.

Alas
Ella le escribió muy temprano para contarle que había soñado con un
ave canora posada afuera de su ventana. El gorjeo insistente de un pájaro lo
despertó al amanecer, pero volvió a dormitar (reconoció cierta familiaridad en
la melodía a pesar de nunca haberla escuchado antes). Más tarde, aún de
mañana, abrió los ojos espabilándose. Conforme leía el mensaje asimiló: había
visitado su sueño y ella, en gratitud, se convirtió en un animoso pajarillo para
darle los buenos días.
lxvii

Ambas aves dejaron de cantarse mutuamente y ahora vuelan en


silencio en algún lugar del cielo.
lxviii

José Manuel Ortiz Soto (Jerécuaro, Guanajuato, 1965): pediatra y


cirujano pediatra. Ha sido guionista de cómics y autor de canciones. Ha
publicado dos libros de poesía: Réplica de viaje (2006) y Ángeles de barro
(2010); y de minificción, Cuatro caminos (2014) y Las metamorfosis de
Diana. Fábulas para leer en el naufragio (2015); es antólogo de El libro de
los seres no imaginarios. Minibichario (2012) y coantólogo de Alebrije de
palabras. Escritores mexicanos en breve (2013) y de El tótem de la rana.
Catapulta de microrrelatos (2017). Coordina la Antología Virtual de
Minificción Mexicana.

Striptease
Amparada por una oscuridad rojiza, se fue descubriendo poco a poco,
primero pudorosa, luego franca y descarada hasta mostrar plena su luminosa
desnudez de luna llena.
Pero es inútil: desde que el hombre la volvió alcanzable, todos miran
de soslayo el infinito; hay noches que ni el mar se agita.

Bajo control
Me despertó su alharaca, pero me di mi tiempo; puse la cafetera,
encendí un cigarro y me arrobé en el sillón.
—Ahora sí, ¿qué quieren? —les digo.
Aspiro el humo largamente. Se miran entre sí, parecen desconcertadas.
Están acostumbradas a tomar el control, pero cuando lo pierden, ya no saben
qué hacer. Saboreo la textura cálida y espesa del café. Las escucho murmurar:
—Qué tipo más loco, en qué cabeza cabe, su comportamiento es de lo
más extraño; shsss, baja la voz, podría escucharte; ¡hasta crees!, te dije: nos
está viendo…
lxix

—Puesto que no tienen nada qué tratar conmigo, hagan el favor de


largarse. ¡A chingar a su madre! —estallo, interrumpiendo el corrillo en mi
sala, al que no he sido invitado.
—¿Qué pasa, José? —asoma mi mujer por la puerta de la cocina.
—Nada, mi amor —reconsidero. Le confío en voz baja—: Son las
voces que volvieron, pero tengo todo bajo control. No te preocupes. Ya se
van.
—Muy bien. Les abro la puerta.

Conversación a solas
La oscuridad era una mancha espesa; el frío de la madrugada, un dolor
de huesos. Tiritó y su cuerpo fue un agudo castañeo de matraca. Si no abrió
los ojos fue porque, simplemente, hacía tiempo que las larvas dieron cuenta de
ellos. Nunca se sintió tan solo como ahora; a su alrededor no queda rastro del
último gusano que lo acompañaba. La muerte es una mierda, suspiró; si
muriera otra vez, pediría ser incinerado.
Arropadas en su propio silencio, las cenizas seguían pensando.
lxx

Alfonso Pedraza (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1956): médico cirujano


(UNAM). Crea el Taller de Minificciones de Ficticia. Incluido en quince
antologías mexicanas y extranjeras especializadas en minificción, en revistas
electrónicas y diarios nacionales y del extranjero. Artículos sobre minificción
en: El Búho, Hostos Community College de CUNY (Universidad de Nueva
York), Revista Plesiosaurio de Perú y Cultura de VeracruZ. Jurado del
Premio de Cuento Corto Agustín Monsreal 2011. Compila Cien Fictimínimos.
Microrrelatario de Ficticia (2012) y Minificcionistas de El Cuento, Revista de
Imaginación (2014). El libro Plasticidades. Brevedades intensas y fugaces.
Antología de minificciones (2015) contiene sus textos. Produce y conduce el
programa radial Gente de pocas Palabras, dedicado a la difusión de la
microficción universal.

Ser musa, materia y tentación


Te vi entre la muchedumbre. Caminaste hacia mí disfrazado de sátiro.
No recuerdo bien a bien la indumentaria, sólo me atrajo el bulto de tu
entrepierna. Un piropo indecente fue tu saludo y, dado el momento, a media
noche de ese baile de carnaval, me provocó un orgasmito como el que se
siente cuando te besan el oído. Agarraste mis duras nalgas sin permiso, pero
sin oposición, lo que te dio fuerza para seguir adelante. Subiste por mi espalda
hasta tomar mis pechos desnudos, tatuados de manchas blancas, cuando un par
de oficiales te jalaron con brusquedad. Te vi alejándote entre sus brazos,
vencido, y sin percatarte de que a pesar de lo que digan, al influjo de la
bacanal, las piedras a menudo logramos tener sensaciones.

Anfibolocura
lxxi

Los compañeros del barrio, intrigados, decían que era una mujer
vestida de hombre porque se llamaba Cristal. Su mejor amiga insistía que era
un hombre vestido de hombre aunque se moviera como hembra. El carnaval
fue el momento oportuno para saberlo. Cristal, con disfraz de afrodita y yo de
una bestezuela anónima que se permitía andar a su alrededor y entre sus
piernas. Tres días y noches de jolgorio, bebida y pasión tras los cuales, mis
amigas y amigos, intrigados, trataron de sonsacarme la verdad. Yo, reservada,
me ponía a cantar. “Nada es verdad, nada es mentira, todo es por el cristal con
que se mira…”

El nacimiento de un Príncipe
Ese día había decidido cambiar su perspectiva de la vida. ¡Fuera el
pesimismo! ¡Nunca más mostraría inseguridad ni amarguras! A la sombra de
una vieja y deslustrada estatua, dedicada a un personaje igualmente oscuro
cavilaba, cuando una urraca, posada en la cabeza del monigote metálico, dejó
caer al centro de su frente una gran gota amarillenta y viscosa. Recordando su
nuevo propósito, en lugar de maldecir al avechucho, Oscar extrajo unos
maltrechos papeles de su bolsillo y empezó a anotar: Golondrina, golondrina,
golondrinita…
lxxii

Marcia Ramos (Tijuana, Baja California, 1989): licenciada en Lengua


y Literatura de Hispanoamérica, maestra en Educación y Especialista en
Políticas Públicas para la Igualdad en América Latina. Hizo un Diplomado en
Creación Literaria y un Diplomado en Políticas Públicas para la Juventud. Le
otorgaron la beca Interfazz en el año 2015. Tiene publicados los libros Las
calles hablan (2015), Brevedades infinitas (2017) y Diles que no nos vean
(2018). Publica en su Blogger Historias de una mente fragmentada y
Liberoamérica. Es tallerista de narrativa y poesía. Actualmente tiene la Beca
Jóvenes Creadores (PECDA) y trabaja en su próximo libro Epitafios de la
calle 9.

3L Nu3v0 Evang3l10
En aquellos tiempos, los robots recorrían las calles sobre caballos
robustos mientras tocaban sus cornetas y quemaban a todo científico que
buscaba dar la cura a la ignorancia. Los seres humanos idiotizados miraban el
reloj esperando el apocalipsis mientras los alacranes consumían sus carnes y
los mares arrasaban con los árboles. Las sirenas solo miraban complacidas el
exterminio de los hombres.

Silencio
¿Qué es el miedo? Pronunció el extraterrestre mientras contemplaba
sus manos, ella lo besó para contestarle. Asombrado, dibujó el beso y volvió a
repetirle con desesperación: ¿Qué es el miedo? Y sólo escuchó un repentino
silencio. Sus ojos terminaron por derretirse en aquel lugar llamado ausencia.

El eclipse
lxxiii

Es un dragón que trae todas las lunas que nunca miramos en la cola,
reposa sobre una nube que está cerca del sol y contempla a los seres con dudas
de que sean humanos. Mientras, observamos una vez más el cielo en una
pantalla LED de 19 pulgadas.
lxxiv

Juan Carlos Rueda (Ponce, Puerto Rico, 1968): estudió Historia (B.A.,
M.Ed.) y Bibliotecología (M.I.S.). Ha escrito, junto con José Luis Sierra,
Tocando fondo: cuentos para discutir a Puerto Rico (2012), Ana en las tierras
de la ternura (2014), La orilla donde sueño: cuentos a partir de poemas de
Julia (2014) y Mujeres puertorriqueñas: 1898-2000 (2016). Fue incluido
además en la colección antológica Cuadernos de Taller del Instituto de
Cultura Puertorriqueña (2001) y en Los nuevos caníbales: antología del
microcuento del Caribe hispano (2015).

El día que murió Cortázar

El domingo de 1984 en que Julio Cortázar


murió en París, la ciudad de Buenos Aires
fue escenario de un hecho inédito en
su historia: una invasión de mariposas.
Al día siguiente, los científicos explicaron
que una oleada de calor en una zona rural vecina
originó una migración inicial
de mariposas en busca de fresco,
y que miles de ejemplares
fueron acoplándose durante
el trayecto, hasta que desembocaron
en el centro porteño.
Cortázar para Principiantes
Carlos Polimeni, Miguel Rep

Todo fue idea de Glenda Carson: lo de contratar al mago para que


llevara a cabo aquel truco irrepetible, aquella ilusión primorosa, aquella magia
extravagante de ese perfectamente normal y rutinario domingo de verano en
Buenos Aires (un 12 de febrero sórdido y triste); el que todo pareciera

1
En el año del centenario del natalicio de Julio Cortázar (2014).
lxxv

perfectamente natural y clandestino; el que aquella curiosidad científica, como


muchos le llamaron, no pasara de ser una nota colorida más en los periódicos
y notas del momento.
“Se nos ha muerto Julio en París”, no dejaba de repetir Glenda,
mirando a la nada, desconsolada y cetrina, con una mirada desamparada que
nos conmovió a todos.
“Será un homenaje fantástico para Julio”, repetía mientras aspiraba
nerviosamente su cigarro. “A él le encantaban las mariposas…”
Yo la comprendí muy bien. Porque cuando un escritor así se nos
muere, es como si muriera un amigo de los más íntimos y queridos. Alguien
que te acompaña incondicionalmente para enseñarte, entretenerte, consolarte
en los momentos más crudos y aciagos de la vida.
“Se nos murió Julio”, me decía Glenda, inconsolable, mientras yo la
abrazaba. “Era como mi padre…”
—Queremos tanto a Julio… —recuerdo que le dije, emocionado, al
ver las primeras mariposas gigantescas aparecer por todas partes.

Tretas de la muerte
—¡Cuidado, Ernesto, la muerte te anda rondando! No mires hacia…
Atrás.

Pronto seremos rebeldes


Con los ojos fijos y en actitud de claro desafío, el chico les anunció a
sus padres que, maldita sea, de ahora en adelante solo tomaría agua (sus ocho
vasos diarios) y que —por qué no— se convertiría en vegetariano. ¡No me
interesa vestirme como ustedes, ni actuar como ustedes, ni ser como ustedes!
lxxvi

Su padre lo amenazó con desheredarlo y su madre, la boca todavía


ensangrentada, le gritó al joven vampiro: ¡Regresa, que se enfría la comida!
lxxvii

Juan Marcelino Ruiz (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1963): radica desde


hace varios años en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, donde se desempeña
como profesor en una escuela de educación primaria. Algunos de sus textos
aparecen en revistas y diarios del norte y centro del país. Ha publicado ocho
libros en los géneros de novela, cuento, microficción y poesía.

Cinturón de castidad
Los ojos de John, se humedecieron cuando Sir Orlando le anunció que
mientras él estuviera luchando a muerte contra los moros en el sagrado intento
por recuperar Tierra Santa, dejaría a su cargo la llave del cinturón de castidad
de su esposa Lady Marie.
Era la mayor muestra de confianza hacia un vasallo por parte de su
señor. Si el guerrero regresaba vivo, le recompensaría ampliamente por haber
cuidado de su honor; si moría en batalla, sería su obligación destruir la llave
evitando que cayera en manos de hombre alguno.
Los ojos de John, se humedecieron más aún, cuando fue llevado a
rastras con el castrador de cerdos como una última medida precautoria.

Vano afán
Elisa disfrutaba viendo a los gansos que cruzaban el cielo de su aldea.
Su madre le decía que las formas dibujadas en el aire eran letras, y que con
ellas, las aves escribían historias maravillosas de las tierras del sur.
La niña entró a la escuela con la ilusión de leer lo más pronto posible.
Para cuando lo hubo logrado, el cambio climático había alterado seriamente
las rutas migratorias.

Oscura carga
lxxviii

Una tarde, se dio cuenta de que su sombra estaba sucia; la lavó y la


puso a secar sobre la cerca, luego se recostó en la hamaca quedándose
dormida. Al despertar, la noche lo había cubierto todo. Incapaz de distinguir
su propia sombra, se echó sobre los hombros la noche entera.
lxxix

Fedosy Santaella (Puerto Cabello, Venezuela, 1970): autor de libros de


relatos y novelas publicados con editoriales como Alfaguara y Ediciones B.
Sus dos novelas más recientes, Los nombres y El dedo de David Lynch, fueron
editadas por Pre-Textos (España). En 2009 fue becario del programa de
escritura de la Universidad de Iowa. En 2010 quedó entre los diez finalistas
del Premio Cosecha Eñe. En 2013 ganó el concurso de cuentos de El Nacional
(Venezuela). Ese mismo año estuvo entre los nueve finalistas del premio de
novela Herralde. En 2016 obtuvo el premio internacional de Novela Corta
Ciudad de Barbastro.

Lo de siempre
—Te advertí que te amaría hasta la locura —dijo A sonriente. —Sí,
hasta mi locura —respondió B y se lanzó por la ventana.

El caso del traidor


El occiso fue hallado en su lugar de habitación, con cuarenta puñaladas
en la espalda. No se encontró el arma asesina y no había rastros de violencia ni
de robo. Por las luces encendidas se pudo determinar que había muerto de
noche, quizá de madrugada. Sobre la mesa del comedor se encontró una
botella de ron a medio usar, un vaso y un cenicero lleno de colillas.
El rastro de sangre indicaba que el hombre fue atacado en mitad de la
sala y que, agonizante, se arrastró hasta el escritorio, seguramente a la
búsqueda de una hoja y de un lápiz.
En el papel que apretaba en su mano, dejó la siguiente nota: “Fue mi
otro yo.”

Vórtices gozosos
lxxx

Está bien, está bien, ciérrame la puerta del baño, no me importa. Yo


me voy para otro lado, para otro baño. Saldré corriendo y llegaré primero que
tú. Sí, pegaré una gran carrera, la más grande que jamás haya pegado nadie en
todo el universo. No me caeré y llegaré victorioso hasta el váter, hasta la
palanquita, y la bajaré, sí, la bajaré feliz de la vida y luego alzaré la tapa, y
estallaré en gritos y carcajadas mientras me quedo mirando cómo gira y gira el
agua allá adentro.
Y además volveré a bajar la palanca, de eso que no te quepa duda, y
me reiré más fuerte todavía, y daré saltos de conejo loco. Y después, después
haré lo que más temes. Sí, me inclinaré, estiraré el brazo, lo dejaré caer como
una bomba y meteré la mano en el agua, hasta donde alcance, hasta bien
adentro. Luego sacudiré, levantaré olas enormes, olas que me chispeen la cara,
la boca, los ojos y que mojen este traje de una sola pieza, insoportable y
caluroso que debo usar para dormir.
Sí, me bañaré con el agua del váter, y lo haré rápido, muy rápido, antes
de que llegues y me levantes de un tirón y me laves las manos con jabón y me
vuelvas a decir que con eso no se juega y me saques y cierres la puerta del
baño y me pongas a jugar con cualquier juguete aburrido, un trencito, un
carrito, un avión, qué sé yo…
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Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, Uruguay, 1964): escritor y


periodista. Publicó cuatro libros de cuentos y dos novelas, ambas ganadoras
del 2do premio en los Premios Nacionales de Literatura de Uruguay. Una de
ellas, Pensión de Animales, fue editada en Colombia. Su libro Conversaciones
con Mario Levrero (2008) fue publicado en Uruguay, Argentina, Chile y
España. Organizó tres encuentros sobre Literatura Breve y Nuevas
Tecnologías. Coordinó El libro de Oro del T Cuento Q (2011) con prólogo de
Lauro Zavala, que reúne 500 minicuentos del concurso T Cuento Q, que
organizó durante siete años. Se trata del primer libro uruguayo hecho con
SMS y fue traducido al francés en 2017. Conduce programas de difusión
cultural, como La Máquina de Pensar, desde 2005.

El grito
La piedra es plana, porosa, mediana, con cierta redondez que la hace
parecer trabajada por algo más que el mar o el tiempo; podría haber sido hecha
por manos artesanales de un tiempo inmemorial. Es muy porosa, parece un
huevo aplastado y deja un polvillo muy tenue entre los dedos, que da la
sensación de que algo del polvo que anida en sus cráteres microscópicos
quedara pegado en las yemas. La toco, la sostengo, la mido, ahora se me
ocurre que si fuera un poco más pesada y más esférica tendría el tamaño ideal
para una boleadora. Claro que necesitaría otra similar para completarla. (O dos,
si la boleadora fuera de las llamadas “tres marías”, donde la tercera, la del
medio, está atada con un tiento mucho más corto). Sí, ahora la veo bien, tiene
el mismo aspecto de las armas vistas en los museos indígenas y gauchescos.
Qué poco poético, o mejor qué terrible ser un arma mortal destinada a quebrar
piernas, o patas, o a enroscarse en la garganta de algún cristiano y golpearlo en
la frente con un chasquido seco de melón maduro; ver esa frente manchada,
lxxxii

con el vacío abriéndose paso en los ojos incrédulos y la boca exclamando un


grito que jamás será oído, con los brazos abiertos en el gesto final de atrapar el
aire viciado de pólvora, atravesado por alaridos en un combate a cielo abierto
hace ya más de cien años, mientras el desvanecimiento comienza a aflojarte
las rodillas, que se te doblan y caen contra el suelo verde, acolchonado, y la
conciencia se licúa y huye por ese agujero negro que todo lo traga y que nunca
se sabrá bien por dónde desagota o hacia dónde va. No se sabrá nunca.

Cápsula
Es cuadrado y fino como una caja de fósforos, pero no es liso en todas
sus caras, al menos no en las más grandes. Tampoco es rugoso en sus lados
más estrechos. Si fuera una caja de fósforos debería tener por lo menos una
cara lateral, alargada y fina que fuera rugosa, una superficie con arena pegada
o algo así que permitiera la fricción necesaria para encender la llama. No sé si
dije que una de las caras mayores tiene algo liso pegado, es semiesférico y en
relieve, como si le hubieran adherido un caparazón de tortuga marina pero una
tortuga minúscula, no más grande que la superficie de un dedo pulgar. Podría
decirse que es liso y redondeado como un molusco y debe medir a lo más
cuatro centímetros, es muy chico, aunque también hay que decir que nunca he
sido bueno para calcular ninguna clase de medida. Mover la cajita produce un
ruido áspero y rítmico, como si estuviera llena de piedritas o de granos
gruesos de arena endurecida. Ignoro su función; sé que debe esconder algo
adentro porque está claro que la caparazón externa es un adorno, un
ornamento que significa que lo que está allí es muy apreciado por alguien. Me
pregunto por quién y sobre todo para qué. No es fácil imaginarlo. El ruido de
piedritas resulta, al menos lejanamente, parecido al de una maraca diminuta; la
cantidad de granos o semillas es considerable. El caparazón, que yo imagino
lxxxiii

pintado como si fuera un pequeño escudo de armas, también oculta un


significado valioso. Que esté pegado en una de las caras lo convierte en una
suerte de blasón que remite a algo esotérico, furtivo, velado, algo así como el
polvillo necesario para hacer un hechizo o desatar un embrujo. O tal vez no,
tal vez se trate de otra clase de sustancias más terrenales. Me refiero a un
poderoso alucinógeno —cuyos envases suelen decorarse con frecuencia con
jeroglíficos o con motivos africanos, mayas o sumerios—; estoy pensando en
una sustancia que al consumirla —imagino esnifándola, o diluyéndola en una
bebida— permita abrir umbrales inexplorados del cerebro que posibiliten a la
mente reconstruir, sin necesidad de la vista, sólo tocando, la función exacta y
la apariencia concreta de este misterioso objeto que, en esta habitación a
oscuras, tengo entre mis manos.

La batalla
La batalla comenzó con un estornudo: el de Emiliano Gutiérrez
Nabilia de Ordaz y Roico, natural de Moranca de Fez, fuero de Lasburgo,
condado de Tréveris, por aquel entonces un mozalbete de poco más de quince
años que había quedado propenso en virtud de un mal contraído tras un
intenso comercio carnal practicado con Carmen Xátiva, una montañesa
acusada en su remota aldea de blasfemia y meretricio continuado, que
apareció en nuestras tierras al final de un periplo agotador y complicado que
inició al abandonar a su seis vástagos a la buena de Dios; esos niños se criaron
solos dentro de los estrechos límites de la Sierra de Cásmago Vey, en una
aldea cuyo nombre original nadie recuerda pero que de un tiempo a esta parte
ha sido conocida como Collado de la Piedra Verde, o de la Piedra Alta, en
realidad algo menos que un mísero caserío de fincas rudimentarias, mal
hechas y peor presentadas, con haciendas consumidas por animales flacos y
lxxxiv

habitada por gentes de poca altura, pelo grueso y tendencia a la melancolía;


una villa como hay muchas en los campos del Señor y de la que nadie jamás
pudo decir nada bueno excepto, claro está, que de allí salió el remoto origen
del comienzo de la batalla.
lxxxv

Ricardo Sumalavia (Lima, Perú, 1968): doctor en Letras por la


Universidad de Burdeos. Fue responsable de la Colección Underwood y la
Colección Orientalia en la Universidad Católica del Perú, donde actualmente
es profesor y director adjunto del Centro de Estudios Orientales. Ha publicado
los libros de cuentos Habitaciones (1993) y Retratos familiares (2001), los
libros de microrrelatos Enciclopedia mínima (2004) y Enciclopedia plástica
(2016), y las novelas Que la tierra te sea leve (2008), Mientras huya el cuerpo
(2012) y No somos nosotros (2017).

Pirañas
Dos hombres lo sujetan de los brazos mientras un tercero y cuarto le
quitan reloj y anillos, y un quinto se enfrasca a sacar todo de los bolsillos. Y
también un sexto y un sétimo toman las sendas piernas del asaltado para
facilitar a un octavo y noveno quitarle los zapatos y calcetines. El décimo y el
décimo primero revisan su portafolio y determinan que es de valor o no. Pero
el décimo segundo no se queda atrás, pues él, con una imagen entre niño y
monstruo, se dedicaba a hincarle el cuerpo con una aguja, quizás para distraer
el dolor que podría sentir mientras el décimo tercero le abre la boca para que
el décimo cuarto pueda, auxiliado por unas tenazas, extraer los dientes de oro.
Sin embargo, un décimo quinto se lamenta de que la víctima no fuera de esos
hombres modernos que llevan aretes de oro. De buena gana le hubiera
arrancado las orejas. Sólo le resta aguardar su turno, junto con otros veinte,
para completar el asalto.

De Enciclopedia mínima (2004)

Decisiones
lxxxvi

Si decides bajar por las escaleras, debes estar prevenida de que él


estará allí. Son únicamente tres pisos. No es demasiado, pero sí lo suficiente
para el encuentro. Es cierto que podrías avistarlo desde arriba. El uniforme
que suele llevar es espantoso y no hay duda de que lo reconocerías apenas
verlo. Y está, además, esa arma que lleva al cinto. Podría haberla colocado
dentro de su funda de cuero negro, que para eso se la han dado en su
destacamento, pero sabes que él prefiere que todos la vean. Incluso puedes
afirmar que él cree que su arma hace juego con ese bigotillo que lleva desde
hace unas semanas.
Bueno, si tomas esa decisión, baja, pasa delante de él. Seguro no dirá
nada, quizás no esta vez. Poco sabemos de su oficio, o de su naturaleza.

De Enciclopedia plástica (2016)

Espectáculo en la 201
Según sabemos, antes de que esta mujer recibiera a sus clientes en la
habitación 201, ella trabajaba en un circo miserable. Dicen que ni siquiera
tuvo que abandonarlo, sino que éste, que ya se disolvía en el camino,
simplemente no volvió a levantar carpa y despidió a todos, incluido a los
animales famélicos que aún sobrevivían por terquedad. El destino de la mujer
fue el más natural, al menos para este pueblo, que siempre ha andado escaso
de putas —y otras cosas más que a los hombres de aquí nos ha dejado un aire
melancólico—. Su presencia no alteró demasiado nuestro ánimo, pero logró
que en nuestra sonrisa se estampara una ligera brizna de complacencia. Y,
para qué negarlo, llegamos a apreciar su sorpresiva habilidad para que, sobre
la cama, solo apareciera su torso, mientras que las piernas nos observaran —
porque eso parecía o creíamos— desde una cómoda. Claro, a veces también le
lxxxvii

pedíamos que invirtiera esas partes. Pero también ella me ha propuesto, no sé


si a los demás, que intercambiásemos mitades. Le agradezco su iniciativa,
pero siempre me niego. No quiero que se me borre esa sonrisa tristona que
ahora nos identifica en este pueblo, y en la habitación 201.

De Enciclopedia plástica (2016)


lxxxviii

Alejandro Susti (Lima, Perú, 1959): estudió Lingüística y Literatura en


la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 1999, completó un doctorado
en Literaturas Hispánicas en la Universidad Johns Hopkins (EU). Autor de
diversos poemarios, entre ellos El río imaginado (Copé de Plata, 2011), Bajo
la mancha azul del cielo (Copé de Bronce, 2017) y los libros de prosa
Staccatos (2014) y de microrrelatos Aspavientos (2016). Como investigador
publicó en Argentina “Seré millones”. Eva Perón. Melodrama, cuerpo y
simulacro (2007) y, en Perú, Todo esto es mi país. La obra de Sebastián
Salazar Bondy (2018). Editor de la obra de Sebastián Salazar Bondy.

República del dinero


El hábito voraz de la compra, la venta y el libre intercambio de los
bienes. La conjugación gramatical completa del “yo compro”, “tú vendes”, “él
invierte”, “nosotros exportamos” y “ustedes se enriquecen”. El dinero es la
única moneda con vigencia en este mundo. Un hombre está a punto de cerrar
un trato sobre una de sus propiedades y comienza a salivar como un animal
que se acerca a su presa. Otro invierte en un negocio y defeca inmediatamente.
Un tercero se dedica a la compra y venta de automóviles: su vida es una
diarrea interminable al punto de que los intestinos se le han perdido por las
tuberías del desagüe. En los hospitales, los únicos remedios que recetan los
doctores son la avaricia y la competencia. Por todas partes florecen las
escuelas de negocios, administradores, contadores, especuladores, usureros y
prestamistas. La república es un mercado de intereses y de bienes: cada día
crece el número de cuentas bancarias, empréstitos y deudas. En cada centro
comercial los tragamonedas han reemplazado a los cines y a las librerías, y no
hay supermercado en donde no se oferten comestibles auspiciados por los
bancos más poderosos. El bronce de los monumentos se utiliza para construir
lxxxix

máquinas que producen billetes y monedas y, en los grandes museos, se


anuncia apoteósicamente la Historia del Dinero exhibiéndose enmarcados
antiguos cheques, pagarés y letras así como alcancías, cajas fuertes y
registradoras. En todas las ciudades, los templos a donde antes acudían en pos
de ayuda tanto humildes como poderosos son ahora oficinas bancarias que
permanecen abiertas a toda hora a la caza de clientes. Pero hay aún un pedazo
de este mundo que no ha sido lotizado por la fiebre del dinero y que brilla aún
a raudales en las noches más oscuras como un bien incalculable, y ese es el
territorio de los sueños de los ciudadanos que ellos niegan como una tierra ya
inalcanzable y remota.

La última palabra
En sus años de estudiante, Abdul nunca entendió el prestigio que
gozaba el lenguaje entre sus pares. Uno a uno, sus maestros repetían en sus
obtusas digresiones que, a lo largo del tiempo, “el lenguaje se había
convertido en el instrumento de comunicación más poderoso creado por el
hombre”. Un día despertó convencido de que debía desmentir aquella absurda
sentencia y decidió abocarse por el resto de su vida a un silencio absoluto.
Poco tiempo después, Abdul fue expulsado de las aulas, perdió a los pocos
amigos que había logrado cosechar y pasó a formar parte del largo y anónimo
cortejo de los marginados. Aferrado a su taza de hojalata se le veía hacer cola
a la entrada de los asilos o recorrer las calles de su ciudad bajo torrenciales
lluvias o nieves inclementes siempre empujando una coja carretilla en la cual
llevaba sus cuatro miserables trastos. Por las noches, compartía las fogatas de
los desvalidos y los drogadictos que se arremolinaban al lado de la cóncava
masa de concreto de los viaductos, siempre conservando bajo llave el preciado
tesoro de su silencio. Poco a poco, Abdul fue olvidando los nombres de las
xc

cosas y los de quienes alguna vez fueron sus seres más queridos; el mundo se
volvió así una masa informe de sonidos e imágenes de la cual él ya no pudo
distinguirse ni apartarse. Un día, tendido entre los escombros de un edificio,
amaneció sintiendo que su cuerpo renunciaba a hacerle caso. Una y otra vez
intentó levantarse para buscar auxilio, pero sus piernas no le obedecieron. De
pronto, en su mente afloró la única palabra que aún podía recordar y grande
fue su alivio, pues intuyó que por ella podría salvarse; pero, cuando al fin
logró pronunciarla, ya nadie pudo entenderla.

El hombre amaestrado
Le proponemos la mujer
que ha soñado toda la vida…
J. J. Arreola

Hace tan solo unos días, entré al almacén y pude contemplarlo


finalmente, después de haberlo buscado incansablemente por todas las tiendas
del Centro y los suburbios. Allí estaba Él, tras el brillo reluciente del
escaparate: moreno, alto, esbelto y atlético, vestido con un terno elegante, saco
oscuro a rayas y camisa color perla, como en la fotografía del anuncio en la
revista: “El hombre amaestrado: A partir de hoy el ama de casa nunca estará
mejor acompañada.”
Debo confesar que al principio me sentí turbada, confundida. Pensé en
Antonio, los chicos, mi madre (¡Cómo se te ha podido ocurrir meter a un
intruso en tu casa! ¿Has pensado acaso en las consecuencias?) Pero luego
recordé los sufrimientos: la ropa amontonada por semanas sobre el mueble de
la sala, los chicos jugando a esconderse en la cocina por entre los montones de
basura, los platos sin lavar, las excusas de Antonio para no ocuparse de nada y
sus evasivas a la hora de dormirnos.
xci

Ahora puedo decir que no me arrepiento de nada, ni siquiera de que los


chicos se hayan ido a vivir con mi suegra ni mucho menos de la partida de mi
ex marido —que partió como un rayo apenas lo vio llegar en el camión del
almacén, embalado entre cartones y espuma—. No me arrepiento de nada, de
absolutamente nada. Y no me harán cambiar de parecer ni las flores que me
envía cada cierto tiempo el pobre infeliz, ni la risa burlona con que me saludan
mis vecinas, ni los rumores que se tejen a mi espalda en la oficina. Nada de
todo ello puede compararse con la eficiencia de Juan Carlos —que es así
como he decidido bautizarlo— a la hora de lavar los platos o aspirar la casa,
su sonrisa cuando llego agotada del trabajo y me encuentro con la cena
preparada a la luz de las velas, el contacto de sus anchas manos cuando me da
un beso al acostarnos, el brillo de sus ojos cuando me seduce y me siento a su
lado joven, tan joven como el día en que lo vi por primera vez en la revista…y
solo entonces pienso que lo único que podría hacerme cambiar de parecer
sería la versión mejorada que se prepara para el próximo año.
xcii

Norberto de la Torre (San Luis Potosí):


xciii

Luis Tovar (Ciudad de México, México, 1967): estudió Lengua y


Literatura Hispánicas en la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de
Creadores de Arte del FONCA, en el área de literatura, desde 2004. Desde
1999 labora en el suplemento cultural La Jornada Semanal, y desde 2015 es el
director. Ha publicado Amor que crece torcido (2000), Diccionario del mar
(2008), Una jornada en el otro tiempo (2009), Palabra el cuerpo (2014) y Sin
rastro de nosotros (2015). Es coautor de Cuentos de paso (2004) y está
antologado, entre otros, en Cuentos jíbaros (2007), Cuentos de negra juventud
(2011) y La música de las sirenas (2013). Actualmente tiene en prensa la
novela El tiempo real. Ha sido traducido al inglés, francés, alemán y coreano.

Las huellas de Arya


Hará siete u ocho años que paso caminando un mínimo de cinco días a
la semana por la misma calle. Azar o subconsciente, se trata de la calle donde
alguna vez estuvo el pequeño hospital donde nací. Desde hace cinco años, la
mayoría de las veces que ando por ahí, Arya va conmigo.
Hace poco, cuadrillas de trabajadores fueron manzana por manzana
rompiendo y retirando el concreto viejo de las aceras para sustituir las
resquebrajaduras, los bordes disparejos, las protuberancias que mal cubrían el
entusiasmo ciego de las raíces de los árboles, con una nueva superficie de
intenciones uniformemente planas.
Uno de esos días Arya y yo cruzamos de una manzana a otra sin
darnos cuenta de que al otro lado, hacia donde nos dirigíamos, el cemento
estaba todavía fresco. Como de costumbre, Arya iba dos o tres pasos adelante
y, sin que por supuesto le importara o lo advirtiera, dejó impresas unas cuantas
huellas que, como ninguno de los trabajadores advirtió o quiso borrar, al día
siguiente ya eran indelebles.
xciv

Cada que volvemos a pasar juego a ver qué tanto se aproximan las
patas de Arya a sus propias huellas. Hay días que pisa exactamente, o casi, en
una, en dos, pero como es de esperarse nunca repite con exactitud el viejo
trayecto que permanecerá grabado ahí hasta que, dentro de no puede saberse
cuánto tiempo, una nueva cuadrilla de trabajadores que quizá no han nacido
todavía, lo rompa y lo retire con la más perfecta de las desaprensiones.

Los ojos de Arya


Arya duerme, recostada en el tapete que hizo suyo desde el primer día
que la traje a casa. La miro ahí, totalmente relajada, imagino que debe sentirse
tranquila y segura y me pregunto cómo existen, cómo son sensaciones de ese
tipo en la mente de un perro, que no piensa con palabras.
Arya sabe que aquí hay alimento, agua, calor, cuidados, juegos, y debe
saber que cuenta con el amor inmenso que le tengo. ¿Cómo lo sabrá, cómo
pensará todo eso? Cada mañana, cuando se acerca a mi rostro recién despierto
y me mira de lleno a los ojos y, tan pronto digo alguna palabra o me muevo
apenas, busca lamer la parte de mi cuerpo que le queda más cerca: el brazo, la
mano, la nariz… cada vez que eso sucede, también comprendo sin palabras
que eso es la confianza y así se manifiesta: una mirada plena y un contacto;
entiendo que también puede ser llamado gusto y alegría, porque de eso
pareciera estar hecha Arya la mayor parte del tiempo: de alegría, de gusto y de
confianza.
No sé si de verdad merezco que me mire así, tan sin reservas, tan
diciéndome que cualquier cosa que yo haga está bien, nada más porque soy yo
el que la hace, como si yo fuera un ser bueno en todos los sentidos. Pensar en
el grado absoluto de confianza que me tiene hace que los ojos se me
humedezcan y, aunque no es la palabra precisa, diría que su confianza me
xcv

asusta —descubro entonces que no tengo pronto en la cabeza ni un solo


sinónimo para esa palabra tan grande: confianza—, pero no me asusta, claro, a
la manera del que teniendo algo entre las manos, algo hermoso y delicado,
prefiere soltarlo por temor a que se le estropee o se le rompa.
Lo que quiero decir, pero las palabras no me alcanzan, es que en el
acto cotidiano de Arya expresándome su confianza total experimento un acto
de comunión con todo aquello que no soy, a tal grado que termino siéndolo:
eso otro, esos otros que veo en los ojos de Arya, y entonces puedo sentir en la
nuca primero y después en todo el cuerpo, el temblor, la vibración, la música
de algo tremendamente vivo.

El sueño de Arya
Arya duerme y algo sueña que le hace soltar sonidos inconscientes que
no se sabe bien cómo definir, entre que bufa y ladra muy sordamente, y sin
abrir los ojos de seguro está viendo algo que la inquieta pero es al contrario,
precisamente quieta, que va por ahí tras el rastro de un olor quizá de los
incontables que hoy, como cada día, la hicieron desandar y reanudar sus
trayectos por la calle. En este momento mueve una pata, la deja inmóvil,
vuelve a moverla, y ya debe andar muy lejos del sitio donde yo digo que la
miro.
xcvi

Pedro Antonio Valdez (República Dominicana, 1968): ha publicado


Papeles de Astarot (microrrelatos, 1992, Premio Nacional de Cuento);
Bachata del ángel caído (1999, Premio Nacional de Novela); Naturaleza
muerta (2000, Premio de Literatura UCE); La rosa y el sudario (microrrelatos,
2001); y Narraciones apócrifas (2005, Premio Pen Club de Cuento en Puerto
Rico). Su novela Carnaval de Sodoma (2002, Premio Nacional de Novela),
fue llevada al cine por Arturo Ripstein. En 2012 publicó La Salamandra
(Premio Nacional de Novela) y el libro de microrrelatos Mitología de bolsillo.
Recientemente publicó Papeles de Astarot y todos los microrrelatos (2018),
que recoge su producción microcuentística.

La señal lejana del siete


El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única
escritura era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas de café.
Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó en que había nacido día siete,
mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y
encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera
siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del
ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros.
Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó
al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico,
coincidencialmente en la ventanilla siete. Sentóse —sin darse cuenta— en la
butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se
puso de pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado, pero él
se mantuvo con serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el
tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó
xcvii

precisamente a las siete y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar


número siete.

Torero
Triste destino el del torero que al ondear la capa aterciopelada, mira
distraídamente hacia las gradas, donde descubre a su novia en los brazos de un
desconocido, y en el instante de verlos besarse descaradamente, siente la
cornada mortal del toro.

El nadador incansable
Cuando se dio la orden de comenzar, los atletas saltaron a la piscina de
agua salobre. El nadador 2107 al principio quedó atrás, pero gracias a sus
braceos frenéticos pronto se puso al frente de los competidores. Braceaba tan
incansablemente que, tras llegar al borde final, no se detuvo a escuchar los
vítores y aplausos del público, sino que penetró al túnel por donde se llenaba
la piscina y continuó agitando los brazos en medio del mar. Y cuando desde la
playa o los botes le gritaban que se detuviera porque la competencia había
terminado, se zambullía para seguir nadando bajo el agua. De esta forma,
infatigable, nadó hasta que sus perseguidores le perdieron el rastro. No lo
vieron regresar para recoger la medalla ni recibir los halagos del triunfo.
Después, absortos, decidieron tapar con tierra la piscina, establecieron algunas
sanciones y jamás se volvió a hablar de juegos deportivos en la prisión de
Alcatraz.
xcviii

Laura Elisa Vizcaíno (Ciudad de México, 1984): doctora en Letras por


la UNAM. Publicó el libro para niños El barco de los peces pirata (2014), el
libro de microrrelatos CuCos (2015), Bienmesabes (2017) y ha participado en
una veintena de antologías de minificción. Sus estudios teóricos sobre
narrativa breve han sido publicados en revistas arbitradas y libros colectivos.
Colabora en www.senalc.com y es tallerista en www.ficticia.com

¡Espantapájaros!
Tengo un capricho en la lengua que termina cuando empieza tu
nombre: que aprendas a nombrarme como yo me nombro en soliloquios, en el
silencio, en la ausencia. Si no lo sabes y necesitas seguir pistas como migajas
de pan, llama al hombre de mimbre con hambre de lumbre un noviembre de
incertidumbre en la cumbre de costumbre por nombre y no pronombre hasta
que tu timbre ya no cimbre y el enjambre permanezca en el alambre.

Ene designios
Deseo lunar de la luna: tener un espejo para cada cara.
Deseo lunar de un lunar: tener luz propia.
Deseo lunar del lobo: el papel de soprano.
Deseo lunar del mar: una noche silenciosa.
Deseo lunar del conejo: regresar.
Deseo lunar de las estrellas: quitarle el papel estelar a la luna.
Deseo lunar del lago: tener ombligo.
Deseo lunar del sol: un eclipse.

Homónimos
xcix

Sólo ante la muerte nuestra vida es realmente vida.


(Octavio Paz)

Todos estamos en ti y allí dentro nos pateamos. Los empujones son lo


más fácil. Los cuchillazos son menos, pero van aumentando. Y las balas no
pierden su cualidad de dramatismo.
Cansados de la pelea nos recostamos y nuestros muertos susurran los
nombres de los contrincantes, de los otros que hemos derrotado: Juan, como
mi padre; Mariana como la vecina; Tere como mi prima; Pablo como mi
amigo.
“Nos llamamos igual”, dicen los muertos a los vivos. Y los vivos nos
acostamos boca arriba.
c

Lucho Zúñiga (Lima, Perú, 1978): ha publicado la novela El círculo


Blum, el libro de cuentos breves Cuatro páginas en blanco y el poemario La
escalera. Relatos suyos han sido publicados en antologías nacionales e
internacionales. En la actualidad es parte del comité editorial del sello Animal
de Invierno.

Küska
El insecto es invisible y camina siempre cerca a las palabras de este
cuento. Se parece a una hormiga, pero tiene tres antenas. Su modo de andar es
siempre en círculos. Es indestructible, aunque no tiene ningún enemigo con
quien probarlo. Para poder tocarlo tendrías que creer que los cuentos
fantásticos son reales, lo que le sucede a no pocas personas. Si eres una de
ellas, ten cuidado porque muerde.

Castigos para escritores celestiales


En el Paraíso, un ángel terminó de escribir una obra llamada La
náusea, donde hablaba del vacío existencial que experimentaba al vivir en un
lugar tan perfecto. Repartió, con una sonrisa no exenta de sarcasmo, algunas
copias entre sus hermanos.
No pasó mucho tiempo antes de que lo expulsaran, imponiéndole una
vida en la Tierra como castigo. Allí olvidaría que alguna vez fue un ángel, y
no tendría otra forma de recordar su vida celestial que leyendo libros de
autoayuda.

Últimas alucinaciones de Alonso Quijano


Después de recuperar la cordura, enfermo y muerto de pena, la fiebre
lo hace soñar cosas raras. Por ejemplo, que se levanta convertido en un
ci

monstruoso insecto y trata de agarrar con sus minúsculas patas la lanza y el


escudo. La puerta de la habitación se abre y aparece Rocinante que, saltando
sobre sus patas traseras, emite un relincho de repulsión.
cii

Ana Sofía Ferreira (Vale de Cambra, Portugal, 1989): licenciada en


Lenguas, Literaturas y Culturas (rama portugués y español) en la Universidad
de Aveiro (2009), posee el Máster en Enseñanza de Español y Portugués en la
Universidad de Coimbra (2012) y el Máster en Literatura Española e
Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca (2012). Ha sido
distinguida por cuatro veces con premios académicos en las universidades
mencionadas por sus resultados académicos.
Actualmente es miembro del personal docente e investigador en
formación por la Universidad de Salamanca con una beca FPU (Formación de
Profesorado Universitario, por el gobierno español) y tiene como intereses de
investigación las poéticas iberoamericanas contemporáneas. Se encuentra
terminando su tesis doctoral, centrada en el estudio del microrrelato en lengua
portuguesa (Portugal y Brasil). Participa en el proyecto de investigación
CANTes (Canción de autor en español) de la Universidad de Salamanca. Ha
publicado diversos artículos y capítulos de libro sobre el microrrelato, desde
un enfoque teórico (“Potencialidades del microrrelato en la Red Virtual”,
MatLit, 2016) y crítico (“Luciérnagas bajo calaveras: lo fantástico en Los
demonios del lugar de Ángel Olgoso”, Brumal, 2013; “Rasurando epitáfios:
Rui Manuel Amaral e a escrita de microcontos”, 2015; “Consideraciones
básicas sobre el microrrelato brasileño contemporáneo”, Plesiosaurio, 2017;
“La representación visual en el microrrelato digital brasileño: un estudio
introductorio”, Caracteres, 2017; “Literatura a sorbos. Mário Henrique-Leiria
y el microrrelato portugués”, 2017; “Portugal y Brasil: Perfiles del
microrrelato”, 2017; “La técnica de despertar y seguir soñando. Lo onírico y
lo fantástico en los microrrelatos de Ángel Olgoso”, Microtextualidades,
2018) y ha participado con varias comunicaciones en congresos, destacando
las intervenciones en las dos ediciones del Simposio Canario de Minificción
ciii

(La Laguna, 2015 y 2017), el IX Congreso Internacional de Minificción


(Neuquén, 2016) y el X Congreso Internacional de Minificción (St. Gallen,
2018). Ha sido investigadora visitante en la Pontificia Universidad Católica de
Rio de Janeiro. Es asimismo evaluadora en las revistas Orillas y
Microtextualidades.

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