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Esta es una pregunta que ha sido base para un proceso de reflexión colectiva (equipo
de DD.HH. de fundación Nodo XXI e Izquierda Autónoma) del que he tenido la suerte de
participar. En esta, hemos intentado acercarnos a una respuesta, dando cuenta de sus razones
y límites. Una parte de esta labor será expresada en este texto.
En primera instancia, la idea de DDHH en Chile parece estar todavía muy anclada a
el terrorismo de Estado dictatorial. Esto por tres razones. Primero, porque es una de las
experiencias de violencia más radicales que se han vivido en la historia de Chile, teniendo
consecuencias a todo nivel. Segundo, porque la resistencia, visibilización y condena de estos
crímenes de lesa humanidad estuvo al centro de la lucha contra la dictadura, así como
también, del relato concertacionista. Tercero, porque los niveles de impunidad son muy altos
y aun no existe una justicia suficiente, cuestiones fundamentales para poder avanzar hacia
una democracia más fortalecida.
A su vez, existe una tensión entre la centralidad discursiva que han tenido las
violaciones a los DDHH en dictadura con la institucionalidad y las políticas públicas que se
ha desarrollado para el efectivo logro de verdad, justicia, memoria y resarcimiento -más allá
de que se haya avanzado en varias materias-. Por ejemplo, el INDH sólo recientemente está
presente de forma efectiva en todas las regiones del país, y su mandato terminó no
contemplando la defensa y promoción retroactiva de los DDHH; la tortura y los crímenes de
lesa humanidad fueron tipificados tardíamente y de forma no retroactiva; la libertad
condicional que se ha dado a varios genocidas es producto de la falta de voluntad política
para cambiar un decreto de 1925; hoy no existen políticas públicas relativas a sitios de
memoria; siguen pendientes cuestiones fundamentales para las organizaciones de DDHH,
como plan nacional de búsqueda, levantamiento de secreto Valech, comisión calificadora
permanente, entre otras.
Por otro lado, la relación entre DDHH y derechos sociales es también compleja
dentro de este panorama. Es que la mera afirmación de derechos económicos, sociales y
culturales (DESC) como parte de los DDHH va en directa contradicción con su reducción a
lo sucedido en dictadura.
Asimismo, la forma que adquiere hoy la provisión de buena parte de los servicios
correspondientes a estos DESC fue habilitada por la naturaleza dictatorial y terrorista del
Estado chileno entre 1973 y 1989, que impuso el rigor del mercado como criterio principal
de exclusión e inclusión. De esta dinámica, que se manifiesta de modos muy diversos en la
realidad, se ha generado una concepción de los derechos que tiene tres pilares: la lógica
mercantil y consumo individual, el enfoque en la distribución y no en la producción, y la
fragmentación y compartimentalización. Esta idea de derechos se retroalimenta de la
creciente separación entre la política y la sociedad, especialmente porque aporta a reducir la
primera a la recepción y procesamiento de las demandas generadas por la segunda. Y en
general ese procesamiento ha intentado resolver la urgencia sin intención de abordar el fondo
o la causa del problema: la correlación de fuerzas. Además, lleva hacia una lógica de
victimización y macabra competencia por ser los primeros en la fila.
Finalmente, quisiera enunciar una pregunta clave que aparece entonces: ¿cómo
armonizar este panorama con, por un lado, una suerte de saturación derivada del discurso
hegemónico sobre violaciones a las DDHH en dictadura y, por otro, con que la urgencia de
temas como la situación migratoria, la niñez o los pueblos originarios es hoy total (por
nombrar solo algunos asociados de forma muy evidente con los DD.HH.)?