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Profesor: Rodrigo Benvenuto

Alumno: Matias Rizzuto

Los tres géneros de conocimiento en Spinoza

Mientras que en la parte I de la Ética, Spinoza establece la naturaleza y


propiedades de la substancia infinita, a saber, su unicidad y existencia necesaria, en el
resto del libro se dedica a explicar que cosas se siguen necesariamente de su esencia;
pero como bien señala, no todas las cosas, dado que sus atributos son infinitos 1,
“...sino solo las que pueden llevarnos, como de la mano, al conocimiento del alma
humana y de su suprema felicidad (beatitudo).”2 Podríamos afirmar que en esta frase
se resume el propósito entero del libro. Ahora bien ¿cómo es que llegamos a dicho
conocimiento?

Para entender como operan los distintos tipos de conocimientos deberemos


adentrarnos en la interacción del alma con los cuerpos, a fin de comprender cómo son
dadas las afecciones. Aquello que constituye primeramente el alma, que es una parte
del entendimiento infinito de Dios, es una idea de una cosa singular existente en
acto3. El objeto de esta idea constitutiva del alma es un cuerpo y por dicho motivo
podemos tener ideas de las afecciones de un cuerpo. Por lo tanto, el ser humano
consta de un alma y un cuerpo que están unidos; y para entender dicha unión es
necesario conocer primeramente la naturaleza del cuerpo.4

Spinoza está siguiendo la lógica de su propio sistema, como había postulado


anteriormente, la sustancia extensa y pensante son una sola y misma sustancia 5. En la
medida en que el cuerpo es afectado por otros cuerpos externos, el alma percibe
conjuntamente con la naturaleza de su propio cuerpo, la de otros distintos. Las

1 Spinoza, B.; Ética, Traducción de Vidal Peña, Alianza Editorial, Madrid, 1987(Libro I, proposición XVI)
2 Ibidem, p. 99
3 Ibidem, (Libro II, proposición XI)
4 Ibidem, (Libro II, proposición XIII)
5 Ibidem, (Libro II, proposición VII)
afecciones experimentadas en el cuerpo son consideradas por el alma, que conserva la
idea de aquel cuerpo afectante como existente en acto, aunque los tales no existan ni
estén presentes, lo que constituirá una especie de huella mnémica6. Por lo tanto, el
alma humana no conoce al cuerpo de manera inmediata, sino por medio de las
afecciones que este recibe. Las imágenes que el alma guarda de las afecciones pasadas
son representaciones que, concatenadas, constituyen la memoria. Al recibir
simultáneamente varias afecciones de cuerpos exteriores se genera una relación entre
ambos, de manera que, al recordar uno inmediatamente se recordará el otro. De esta
forma se constituye el imaginario, a traves de los vestigios que dejan las afecciones en
el cuerpo y que son ligados por mas que no guarden semejanza entre sí 7. Las ideas
provocadas por las afecciones de los cuerpos exteriores no implican necesariamente el
conocimiento adecuado de dichos cuerpos 8 ; el alma no tiene un conocimiento
adecuado de las causas de aquello que imagina, dado que puede imaginar en acto
algún objeto inexistente, por lo cual el conocimiento que tenga de aquellas ideas no
será claro y distinto, sino confuso.9

La imaginación constituirá entonces el primer grado de conocimiento; un


conocimiento mutilado y confuso de la realidad que, en la medida que se genera de
manera fortuita, atribuye las mas diversas causas a las cosas, debido a las relaciones
que forma entre los cuerpos que la afectan simultáneamente, induciéndonos al error,
debido a una carencia de conocimiento. Por lo tanto, no puede dar cuenta de las
causas adecuadas de las cosas, ni puede servirnos para el conocimiento del alma.

Ahora bien, por otra parte existen nociones comunes a todos los hombres, y son
percibidas por todos ellos adecuadamente, es decir, clara y distintamente. Dichas
nociones pertenecen a todos los cuerpos, y se dan igualmente en la parte y en el todo.
Son ideas que se encuentran en Dios de manera necesaria, y por lo tanto, son
adecuadas. Al ser afectado el cuerpo humano por otro cuerpo exterior, en virtud de lo
que tiene en común con este, la idea formada por el alma será necesariamente

6 Ibidem, (Libro II, proposición XVII)


7 Ibidem, (Libro II, proposición XVIII)
8 Ibidem, (Libro II, proposición XXV)
9 Ibidem, (Libro II, proposiciones XXVI-XXVIII)
adecuada10. En la medida de que de ideas adecuadas se siguen otras ideas adecuadas,
estas nociones comunes constituyen el fundamento de la razón. Este resulta ser el
segundo género de conocimiento, mediante el cual podemos acceder a las causas
verdaderas.

Sin embargo, las nociones comunes no deben confundirse con las nociones
universales. Estas últimas son formadas a través de la multiplicidad de imágenes
similares que tiene el alma, que al coexistir simultáneamente desbordan a la
imaginación, llevándola a predicar a través de una sola idea, infinitos seres singulares
de características semejantes. No obstante, estas nociones varían de hombre a hombre,
dependiendo de la magnitud por la que estos hayan sido afectados por las cosas, la
representación que se harán del universal.11 Por tanto, las nociones universales, deben
incluirse dentro del primer género de conocimiento.

Aunque el segundo género de conocimiento nos permite tener la idea de una cosa
y tener conclusiones sin correr riesgos de errar, dicho conocimiento “...no constituye
por sí mismo un medio para adquirir nuestra perfección.”12 Para esto precisaremos
de una intuición directa de la causa, que sera dada por el tercer género de
conocimiento, a saber, la ciencia intuitiva.

De las ideas mutiladas y confusas que percibimos por el primer género de


conocimiento no pueden accederse al tercer género; sin embargo de las ideas claras y
distintas, si podemos progresar hacia a la ciencia intuitiva. En la medida que
conocemos algo con claridad y distinción, conocemos a Dios, o sea, la naturaleza, y
por ende podemos conocer la esencia del alma.13 Este tercer género consiste en
comprender las cosas, no en relación al tiempo, sino desde la perspectiva de la
eternidad. En tanto la esencia del alma y el cuerpo están contenidas en Dios, implican
su eternidad e infinitud, de modo tal que por medio de esta perspectiva el alma posee
el conocimiento de Dios, en la medida que sabe que ella es Dios y por él es
concebido.14

10 Ibidem, (Libro II, proposición XXXVIII y XXXIX)


11 Ibidem, (libro II, proposición XL, escolio I)
12 Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, Alianza editorial, Madrid, 1988, p.85, §28
13 Spinoza, B.; Ética, Op. Cit., (Libro V, proposición XXVIII)
14 Ibidem, (Libro V, proposición XXIX y XXX)
Es solo por esta última comprensión que se llega a la beatitudo, al desarrollo de la
potencia del alma y el cuerpo. Aumentando su conocimiento, el alma se identifica
cada vez mas con la totalidad de la naturaleza, despojándose de los afectos que
disminuyen su potencia. De este conocimiento brota necesariamente el mayor
contento, la mayor alegría; en la medida que conocemos la eternidad de Dios, el alma
puede concebirse como eterna, al estar contenida en Dios. Este regocijo es el que
Spinoza llama amor intelectual de Dios15, y que es a su vez el amor con que Dios se
ama a sí mismo. A traves de este amor es que el alma puede tener un conocimiento
directo de su causa y fundamento, de su esencia y naturaleza, o sea, Dios.

Como señala Stuart Hampshire, “[la] felicidad auténtica (beatitudo) consiste en


esa contemplación de la organización y sistema total de la naturaleza, y en reflejar
dentro de su propia alma el orden general completo de las cosas”16

15 Ibidem, (Libro V, proposición XXXII)


16 Hampshire, S.; Spinoza, Alianza editorial, 1951, p. 119

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