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Universidad de Sevilla
hermosa@us.es
ISSN (Versión impresa): 1575-6823
ESPAÑA
2008
Mabel Thwaites Rey / José Castillo
DESARROLLO, DEPENDENCIA Y ESTADO EN EL DEBATE LATINOAMERICANO
Araucaria, primer semestre, año/vol. 10, número 019
Universidad de Sevilla
Sevilla, España
pp. 24-45
http://redalyc.uaemex.mx
Desarrollo, dependencia y Estado en el
debate latinoamericano
Resumen
Una vez completado el ciclo de ajuste estructural y de reformas estatales
pro-mercado de corte neoliberal de los años noventa, en América latina ha
comenzado una nueva etapa. Ya en el contexto de la globalización, problemas
clásicos como el desarrollo, la dependencia y el papel del estado nacional
vuelven a tener vigencia teórica y práctica. En estas páginas pasamos revista a
una muy rica tradición crítica, que va desde la visión del desarrollo de la CEPAL
hasta la “teoría de la dependencia” –incluyendo las contribuciones de autores
marxistas y neo-marxistas–, que ha hecho un aporte importante para analizar
los límites y las posibilidades del estado nación para establecer un espacio de
autonomía frente al capitalismo global. Veremos, entonces, cómo viejos debates
se entroncan hoy con nuevas configuraciones políticas y experiencias en diversos
países de la región y reintroducen en la agenda cuestiones tan vigentes como el
desarrollo y la dependencia.
Palabras clave: América Latina – estado-nación – desarrollo – dependen-
cia – globalización – CEPAL – marxismo – neo-marxismo
Abstract
Once completed the cycle of structural adjustment and pro-market and
neoliberal– oriented reforms of the state sector during the nineties, a new period
has begun in Latin America. In the context of globalization, classical problems
such as development, dependence and the role of the national state regain
theoretical and practical relevance. In this paper we review a very rich critical
tradition, from the development vision of CEPAL to the theory of dependence
(including the contributions of Marxist and neo-Marxists) that have made an
fundador al texto de Rostow Las etapas del crecimiento económico (1960), que
llevaba como subtítulo revelador Un manifiesto no comunista.
En Latinoamérica, la cuestión del desarrollo aparece como un debate
restringido a lo económico, y estrechamente ligado al despliegue teórico de la
Comisión Económica para América Latina (CEPAL), institución de las Nacio-
nes Unidas. Se inicia con el célebre Informe Económico de América Latina, de
1949, dirigido por el argentino Raúl Prebisch. Este debate parte de cuestionar
la utilización latinoamericana de la teoría de las ventajas comparativas en
el comercio internacional. Los aportes de Prebisch sobre la relación centro-
periferia y su explicación sobre la modernidad periférica se introducen en las
discusiones de las teorías del desarrollo –relacionadas con las más antiguas
sobre el crecimiento económico– y les confieren especificidad.
Recordemos que, por esos años cincuenta, en la visión original norteame-
ricana los términos “crecimiento” y “desarrollo” se entremezclan. Para esta
perspectiva, la modernización es un proceso homogenizador, progresivo e
irreversible, que genera una tendencia hacia la convergencia entre sociedades,
que tienen que atravesar diversas fases. Parten de la concepción de que Europa
y Estados Unidos poseen una prosperidad económica y estabilidad política
imitables por los demás países y confían en el impulso evolutivo arrollador del
proceso modernizador mundial. En Latinoamérica, tal perspectiva se entronca
con la llamada “teoría de la modernización”, desarrollada por el sociólogo ítalo-
argentino Gino Germani (1974), quien trabaja con el par “sociedad tradicional”
versus “sociedad moderna”, y plantea el pasaje de la primera a la segunda por
la vía de la industrialización endógena.
Según la perspectiva cepalina, el papel del estado es central: debe plani-
ficar y conducir el proceso de desarrollo. Por una parte, tiene que actuar como
ariete contra los elementos sociales privilegiados que usufructúan del atraso
e impulsar moderadas reformas agrarias. Por otro lado, el estado debe apoyar
la industrialización, a través de políticas proteccionistas que faciliten el desa-
rrollo de la industria de bienes de consumo y también mediante una presencia
productora directa en las industrias básicas y extractivas.
De la unión entre las discusiones sobre el desarrollo que surgen de las usi-
nas de la academia norteamericana y estos primeros esbozos latinoamericanos se
irá decantando, a fines de los años cincuenta, el enfoque cepalino propiamente
dicho, denominado estructuralista. El diagnóstico se va completando en torno
a la existencia de problemas en la propia estructura política y social de los
países de la región, que actúan como trabas al desarrollo. Si bien se va a seguir
trabajando con el par sociedad tradicional-sociedad moderna, ya el pasaje de
la primera a la segunda no resulta tan mecánico, ni depende exclusivamente de
una receta económica: aparece la cuestión de la industrialización y del papel
específico del estado, como motor de un crecimiento que la burguesía no está
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5 Theotonio Dos Santos (1970), planteaba que la consulta a las masas abría directamente el
campo hacia perspectivas socialistas y que, o bien se avanzaba en ese sentido, o el proyecto era
abortado por golpes de estado, sin términos medios. Fernando Henrique Cardoso, en cambio,
nunca aceptó esta postura, y en los 90 terminaría por reconocer que lo principal era la consoli-
dación de la democracia formal, por restringidos que fueran sus objetivos, apuntando a algunas
mejoras menores aun cuando se debiera aceptar la situación global de dependencia. Este será el
eje de su gobierno en el Brasil de los 90.
6 En 1982 Prebisch criticó la ideología desarrollista que él mismo había contribuido a expandir.
Al final de su vida sostenía que dentro del sistema capitalista carecía de solución alguna para los
problemas del desarrollo latinoamericano y que era necesaria una transformación fundamental del
mismo. También criticó la idea de «planificación del desarrollo» que tanto promoviera durante su
vida y sostuvo la «socialización del excedente » a escala global. Como señala Grosfoguel (2004),
es una ironía que el padre fundador cuestionara tan radicalmente sus posturas, al mismo tiempo
que muchos dependentistas viraban a posturas neo-estructuralistas o, directamente, abrazaban
el neoliberalismo.
7 Samir Amin (2006) señala que la propia lógica de la expansión mundial del capitalismo
produce una desigualdad creciente entre quienes participan del sistema. Es decir, que esta
forma de mundialización no ofrece una posibilidad de incorporar sin más las condiciones de
desarrollo y aprovecharlas según las condiciones internas. Esta incorporación requiere siempre
que se implementen políticas voluntaristas que entran en conflicto con las lógicas unilaterales
acumulación capitalista. Estas políticas son calificadas por Amin como “políticas antisistémicas
de desconexión”. Este último término no es sinónimo de autarquía o un absurdo intento de “salir
de la historia”. Desconectar significa, para Amin, someter los vínculos con el exterior a las prio-
ridades del desarrollo interno. Por lo tanto, este concepto es antagónico al que es preconizado y
que llama a “ajustarse” a las tendencias mundialmente dominantes, ya que este ajuste unilateral
se traduce para los más débiles en una acentuación de su “periferización”. Desconectar significa
transformarse en un agente activo que contribuye a moldear la mundialización, obligando a ésta
a ajustarse a las exigencias del desarrollo propio.
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12 “La política económica de un estado en la periferia puede buscar adaptarse a las transfor-
maciones que sufre la división internacional del trabajo y a la vez influir sobre ésta. Es por lo
tanto, a la vez, expresión de una división internacional del trabajo a la que se somete y expresión
de una división internacional del trabajo que intenta modificar” (Mathías y Salama, 1986:41).
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13 El Banco del Sur fue oficialmente lanzado en Buenos Aires, el 9 de diciembre de 2007, por
los presidentes de Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela, Ecuador, Paraguay y Bolivia. Contará
con un capital de base de unos 7 mil millones de dólares.
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Libre Comercio con Estados Unidos. Argentina y Brasil, los países grandes de
la unión son, no casualmente, los casos más complejos de analizar. Brasil, que
desde la perspectiva de sus políticas económicas durante la administración de
Luiz Ignacio Da Silva Lula podría ser ubicado como una continuidad de las
lógicas neoliberales –en lo que respecta a la preeminencia del capital financiero
por sobre la lógica neodesarrollista que sostiene la burguesía paulista– dispone,
sin embargo, de los importantes grados de libertad que le confiere el tamaño
de su economía. Por algo es ubicado mundialmente como un BRIC (Big Re-
gional Industrialised Countries), una denominación hoy común en Wall Street
para mencionar al peso en los flujos de capital global de China, India, Rusia
y Brasil. Su capacidad de apropiación endógena de excedentes es la más alta
de la región, y probablemente aumente a partir del descubrimiento de nuevos
yacimientos de hidrocarburos que transformarán a Brasil en una potencia
también en ese rubro.
Argentina es un caso aún más complejo de analizar. Se relaciona con la
renta global apropiada continentalmente a través de sus acuerdos financieros
y energéticos con Venezuela, pero a la vez no ha dado pasos importantes para
hacerse de la suya propia: tanto en el caso energético como en el de la renta
agraria, el peso del capital transnacional sigue siendo preponderante. El gobier-
no argentino da constantemente pasos contradictorios: es impulsor de iniciativas
como el Banco del Sur o la ampliación del ALCA, pero a la vez sostiene un
modelo de acumulación fuertemente vinculado al ciclo del capital global en
el sentido más directo y menos mediado. Todo esto se expresa en sus idas y
venidas de su relación con los Estados Unidos y los organismos financieros
internacionales. No es un caso típico de “neodesarrollismo”, mucho menos de
sus modelos más radicalizados de “socialismo siglo XXI”. Tampoco apuesta a
una lógica de acumulación como la de Chile o Colombia. Está claramente en un
camino intermedio, que hoy se sostiene con “el viento de cola” del crecimiento
económico mundial. Pero en el mediano plazo, tiene muchos menos grados de
libertad que Brasil para reubicar su relación estado-capital.
En síntesis, las profundas huellas económicas, sociales y políticas que
el neoliberalismo dejó en América latina han vuelto actuales algunos de los
debates que protagonizaron desarrollistas y dependentistas en los años sesenta.
En ambos enfoques, como vimos, se asignaba al estado un lugar destacado en
la conducción del proceso social. Mientras para el desarrollismo se trataba de
impulsar la industrialización sustitutiva de importaciones, para el dependentis-
mo la opción pasaba por liberar las fuerzas productivas a partir de un cambio
de orden social.
La caída del socialismo real y el auge de la globalización como eje estruc-
turador de la economía mundial parecieron diluir por completo las opciones
nacionales, en cualquiera de sus variantes. Sin embargo, la realidad de la
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