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Araucaria

Universidad de Sevilla
hermosa@us.es
ISSN (Versión impresa): 1575-6823
ESPAÑA

2008
Mabel Thwaites Rey / José Castillo
DESARROLLO, DEPENDENCIA Y ESTADO EN EL DEBATE LATINOAMERICANO
Araucaria, primer semestre, año/vol. 10, número 019
Universidad de Sevilla
Sevilla, España
pp. 24-45

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

Universidad Autónoma del Estado de México

http://redalyc.uaemex.mx
Desarrollo, dependencia y Estado en el
debate latinoamericano

Mabel Thwaites Rey1 y José Castillo2


(Universidad de Buenos Aires, Argentina)

Resumen
Una vez completado el ciclo de ajuste estructural y de reformas estatales
pro-mercado de corte neoliberal de los años noventa, en América latina ha
comenzado una nueva etapa. Ya en el contexto de la globalización, problemas
clásicos como el desarrollo, la dependencia y el papel del estado nacional
vuelven a tener vigencia teórica y práctica. En estas páginas pasamos revista a
una muy rica tradición crítica, que va desde la visión del desarrollo de la CEPAL
hasta la “teoría de la dependencia” –incluyendo las contribuciones de autores
marxistas y neo-marxistas–, que ha hecho un aporte importante para analizar
los límites y las posibilidades del estado nación para establecer un espacio de
autonomía frente al capitalismo global. Veremos, entonces, cómo viejos debates
se entroncan hoy con nuevas configuraciones políticas y experiencias en diversos
países de la región y reintroducen en la agenda cuestiones tan vigentes como el
desarrollo y la dependencia.
Palabras clave: América Latina – estado-nación – desarrollo – dependen-
cia – globalización – CEPAL – marxismo – neo-marxismo
Abstract
Once completed the cycle of structural adjustment and pro-market and
neoliberal– oriented reforms of the state sector during the nineties, a new period
has begun in Latin America. In the context of globalization, classical problems
such as development, dependence and the role of the national state regain
theoretical and practical relevance. In this paper we review a very rich critical
tradition, from the development vision of CEPAL to the theory of dependence
(including the contributions of Marxist and neo-Marxists) that have made an

1 Abogada, Master en Administración Pública y Doctora en Derecho Político (Area Teoría


del Estado) por la Universidad de Buenos Aires. Profesora Titular Regular e investigadora en la
Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
2 Economista (UBA), con estudios de posgrado en Tokio y Maryland. Profesor Adjunto
Regular e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, N° 19. Primer semestre de 2008.
Págs. 24-45.
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 25

important contribution to analyze the limits and possibilities of the Nation-


State to establish a space of autonomy in front of global capitalism. We will
see how these old debates today converge with new political configurations
and experiences in various countries and reintroduce in the agenda issues as
current as development and dependency.
Key Words: Latin America – Nation-State – Development – Dependence
– Globalization – CEPAL – Marxism – Neo-Marxism

Pasada la ola del ajuste estructural y las políticas de reformas pro-mer-


cado que estigmatizaron al sector público, en América latina se ha abierto un
nuevo ciclo en el que el estado parece adquirir otra entidad, tanto en el plano
valorativo-ideológico, como en las prácticas concretas. Sin embargo, esta
mutación es aún incipiente y despareja en cada estado nacional de la región,
y aún no se terminan de definir los soportes teóricos apropiados para leer su
real significación y apuntalar políticas a futuro.
En estas páginas nos proponemos revisar el papel del estado nación en
el contexto de la globalización y el impacto que la hegemonía neoliberal ha
tenido sobre las prácticas y las concepciones desplegadas en la región. La
problemática del estado desde la perspectiva del pensamiento económico, po-
lítico y social latinoamericano, ha estado fuertemente ligada a los interrogantes
sobre el desarrollo y la dependencia. Existe en nuestro subcontinente una muy
rica tradición, que incluye tanto la visión del desarrollo de la CEPAL, como la
llamada “teoría de la dependencia” y una extensa lista de autores marxistas y
neo-marxistas que se han preguntado por los límites y posibilidades del estado
nación para establecer un espacio de autonomía frente al capitalismo global.
Estos recorridos incluyen análisis sobre el estado capitalista periférico y su lugar
en el sistema económico mundial, sobre las tareas de un estado planificador
para el desarrollo dentro de los marcos del capitalismo, y también sobre las
formaciones estatales que se proponen trascender el marco capitalista. Viejos
debates se entroncan hoy con nuevas configuraciones políticas y experiencias
en diversos países de la región y reintroducen en la agenda cuestiones tan
vigentes como el desarrollo y la dependencia.

Estado nación y globalización


Las dos largas décadas de apogeo mundial de la perspectiva y las políticas
neoliberales se sostuvieron sobre dos ejes básicos. Uno: el profundo cuestiona-
miento al tamaño que el estado había adquirido y a las funciones que había des-
empeñado durante el predominio de las modalidades interventoras-benefactoras.
Dos: la pérdida de centralidad y autonomía de los estados nacionales frente
26 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

al avance del mercado mundial, ligado al proceso llamado globalización. La


receta neoliberal clásica fue igual de sencilla y contundente: achicar el aparato
estatal (vía privatizaciones y desregulaciones) y ampliar correlativamente la
esfera de la sociedad, en su versión de economía abierta e integrada plenamente
al mercado mundial. Es decir, la lectura neoliberal logró articular en un mismo
discurso el factor interno, caracterizado por la acumulación de tensiones e
insatisfacciones por el desempeño del estado para brindar prestaciones básicas
a la población delimitada en su territorio, y el factor externo, resumido en la
imposición de una globalización entendida como expresión de la inexorable
subordinación de las economías domésticas a las exigencias imparables de la
economía global (Thwaites Rey, 2003).
Partimos de reconocer que el proceso de globalización capitalista del
último cuarto del siglo pasado supuso un cambio significativo en el proceso
productivo mundial, que impactó sobre las formas de ejercicio de soberanía
estatal en cuestiones tan básicas como la reproducción material sustantiva. La
puja entre los distintos espacios territoriales nacionales por capturar porciones
cada vez más volátiles del capital global y anclarlas de manera productiva den-
tro de sus fronteras, lleva a Hirsch a denominar a esta etapa como del “estado
competitivo” (o “estado de competencia”), resultado de la crisis del modelo de
intervención fordista y propio de la etapa neoliberal (Hirsch, 2005).
Sin embargo, tal articulación al mercado mundial no es un dato novedoso:
la emergencia del capitalismo como sistema mundial en el que cada parte se
integra en forma diferenciada, supone una tensión originaria y constitutiva
entre el aspecto general –modo de producción capitalista dominante–, que
comprende a cada una de las partes de un todo complejo, y el específico de las
economías de los estados nación –formaciones económico sociales– insertos
en el mercado mundial3. Las contradicciones constitutivas que diferencian la
forma en que cada economía establecida en un espacio territorial determinado
se integra en la economía mundial, se despliegan al interior de los estados
adquiriendo formas diversas. La problemática de la especificidad del estado
nacional se inscribe en esta tensión, que involucra la distinta “manera de ser”
capitalista y se expresa en la división internacional del trabajo. De ahí que las
crisis y reestructuraciones de la economía capitalista mundial y las cambiantes
formas que adopta el capital global afecten de manera sustancialmente distinta
a unos países y a otros, según sea su ubicación y desarrollo relativos e histó-
ricamente condicionados.

3 La fragmentación de lo político en estados nacionales es un rasgo constitutivo del capitalismo


moderno: la reproducción del capital a escala global tiene su contrapartida en la existencia de
esos espacios estatales que la posibilitan (Holloway, 1994). Si bien los mercados de productos y
de capital tienden a estar cada vez más interconectados a escala mundial, el mercado de trabajo
permanece segmentado y sujeto a muy diversos modos de regulación estatal (Amin, 1998).
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 27

Comprender el límite estructural que determina la existencia de todo


estado capitalista como instancia de dominación territorialmente acotada es
un paso necesario, pero no suficiente. La nueva literatura (Brenner, Harvey,
Jessop) sobre los cambios que ha impuesto la propia dinámica del capitalismo
global a la definición de los espacios sobre los cuales se ejerce la soberanía
atribuida al estado nación, aporta una nueva mirada a incorporar en el análisis.
Esta literatura sobre el proceso de globalización y su impacto tempo-espacial,
sin embargo, suele centrarse en el análisis de los espacios estatales del centro
capitalista, y muy especialmente de Europa. De este modo, muchos de los rasgos
que son leídos como novedad histórica para el caso de los estados nacionales
europeos (en cuanto, por ejemplo, a la pérdida relativa de autonomía para fijar
reglas a la acumulación capitalista en su espacio territorial, comparada con los
márgenes de acción más amplios de la etapa interventora-benefactora), no son
igualmente novedosos en los países periféricos. En éstos, la subordinación a las
determinaciones del centro han sido un aspecto constitutivo de su condición
periférica.
Por eso, es preciso avanzar en determinaciones más concretas, en tiempo y
espacio, para entender la multiplicidad de expresiones que adoptan los estados
nacionales capitalistas particulares, que no son inocuas ni irrelevantes para la
práctica social y política. Porque sigue siendo en el marco de realidades es-
pecíficas donde se sitúan y expresan las relaciones de fuerza que determinan
formas de materialidad estatal que tienen consecuencias fundamentales sobre
las condiciones y calidad de vida de los pueblos. En este plano se entrecruzan
las prácticas y las lecturas que operan sobre tales prácticas, para justificar o
impugnar acciones y configurar escenarios proclives a la adopción de políticas
expresivas de las relaciones de fuerzas que se articulan a escala local, nacional
y global. Una tensión permanente atraviesa realidades y análisis: determinar
si lo novedoso reside en la configuración material o en el modo en que ésta es
interpretada en cada momento histórico. Probablemente la respuesta no esté en
ninguno de los dos polos, pero del modo en que se plantee la pregunta sobre
lo nuevo y lo viejo, lo que cambia y lo que permanece, lo equivalente y lo
distinto, se obtendrán hipótesis y explicaciones alternativas. Y la importancia
de tales explicaciones no reside meramente en su coherencia lógica interna o
en su solvencia académica, sino en su capacidad de constituir sentidos comu-
nes capaces de guiar y/o legitimar cursos de acción con impacto efectivo en la
realidad que pretenden interpretar y modelar.
Veamos, entonces, como se configuraron los diferentes escenarios y lec-
turas en el contexto latinoamericano.
28 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

I. Escenarios y lecturas del desarrollo y la dependencia


1. El nacimiento estatal
La conformación de los estados nación en Latinoamérica estuvo, desde
sus orígenes, estrechamente entrelazada con la economía y los centros de
poder de los países centrales. Sin embargo, tal como lo plantea Leopoldo Zea
(1980), la interpretación sobre las condiciones de existencia de los países de
la región (ex colonias de España y Portugal) y sus posibilidades de desarrollo
autónomo fue objeto de un intenso debate, marcado por la hegemonía de la
perspectiva positivista. Desde el punto de vista ideológico, el positivismo
encarnó la justificación de un camino hacia la modernidad, ya alcanzada por
los países capitalistas centrales, y hacia la cual se encaminarían las distintas
formaciones político-estatales latinoamericanas si seguían un determinado y
único recetario. Argentina, con la conformación de su estado nación “desde un
desierto” –para utilizar la expresión del historiador José Carlos Chiaramonte
(1983)–; Brasil, al empinar en la bandera de su república la consigna comtiana
de “Orden y Progreso”, pero también Chile, Colombia y Uruguay, son ejemplos
de elites que se proponían construir un estado nación que marchara “hacia el
progreso”, objetivo que se lograría si se cumplían los pasos ya transitados por,
principalmente, los modelos anglosajones del capitalismo central.
Esos estados recién constituidos tenían algunas tareas por delante. Y tam-
bién sus límites. Debían asegurar el monopolio de la fuerza sobre la totalidad
del territorio, terminando con aborígenes y fuerzas irregulares que provenían
de expresiones locales derrotadas. Pero también tenían que promover el pro-
greso, expandiendo la educación pública y algunas obras de infraestructura
(caminos, ferrocarriles, puertos). Y, dado que el modelo positivista era con-
siderado difícil de implementar con las “razas locales” (así se las señalaba),
tenían que facilitar la inmigración europea. Se daba así sustento teórico a la
correlativa necesidad europea de colocar los excedentes de mano de obra que
producía la industrialización capitalista. Aunque, para desilusión de las elites
locales, los inmigrantes europeos “de carne y hueso” poco se parecieron a la
imagen idealizada de rubicundos y laboriosos gentilhombres. Eran campesinos
desplazados, artesanos y también obreros, muchos con conciencia de clase y
experiencia política y sindical, que plantearon una amalgama bastante más
compleja que la imaginada.
Otra paradoja: aunque núcleos prominentes de las elites latinoamericanas
se forjaban como ideal a imitar el modelo norteamericano, su relación econó-
mica y política fundamental (al menos en Sudamérica) se mantenía con Gran
Bretaña, la potencia entonces hegemónica. Esto condicionó fuertemente el estilo
de integración al mercado mundial y las formas de estructuración económica
prevalecientes y marcó los límites al hacer estatal. El sustento ideológico
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 29

era la teoría de las ventajas comparativas en el comercio internacional, según


la cual cada país debía especializarse en un reducido núcleo de productos
(agrícola-ganaderos o minerales), dedicarse a producirlos y exportarlos y, con
las divisas obtenidas, importar la gran masa de bienes de capital y consumo
provenientes de los países industrializados. Como se promovía el progreso
y la modernización, los bienes importados –sobre todo en las capitales de
los nacientes estados–, incluían todos los lujos que empezaban a aparecer en
Europa: automóviles, luz eléctrica, moda. El otro dogma que acompañaba el
proceso era el del libre cambio, que posibilitaba que estos flujos de bienes y
capitales extranjeros se retroalimentaran.
Este pensamiento –y sus consecuentes prácticas– fue hegemónico en las
elites gobernantes latinoamericanas entre la segunda mitad del siglo XIX y la
crisis mundial de los años treinta. Incluso cuando, en algunos casos conflic-
tivamente, se tuvieron que hacer ajustes en el sistema político para integrar
a nuevas capas sociales (procedentes, sobre todo, de los sectores medios de
origen inmigrante), no se modificó lo central de la ideología y las pautas de
funcionamiento estatal. Es interesante destacar que este estado liberal decimo-
nónico latinoamericano tuvo poco que ver con el modelo de estado mínimo o
ausente que décadas después planteó el neoliberalismo. A su manera, con sus
contradicciones y sus límites ideológicos, se lo puede identificar como un estado
progresista para su época, promotor de algo parecido a lo que más adelante
se tipificaría como desarrollo. La creación de la infraestructura adecuada a la
inserción en el mercado mundial y la difusión de la educación general básica
son dos rasgos modernizadores prototípicos, de los que el estado argentino es
un claro ejemplo.
El modo específico en que la crisis del estado liberal de los años treinta se
manifestó en Latinoamérica, dio lugar a un resurgir del pensamiento nacionalista
y al crecimiento de las opciones que criticaban la inserción capitalista que había
tenido hasta entonces la región. Incluso, se volvió a poner sobre el tapete el viejo
sueño de la unidad latinoamericana, casi fuera de agenda después del estallido
de la Gran Colombia, la balcanización centroamericana y la fragmentación del
ex Virreynato del Río de la Plata, ocurridas en la primera mitad del siglo XIX.
Así surgieron, contra el pensamiento liberal dominante, las primeras políticas
proteccionistas e industrializadoras, que van a sentar las bases de lo que se
llamaría más adelante “el modelo sustitutivo de importaciones”.
2. Imágenes del desarrollo
Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, emergen las discusiones sobre
el desarrollo, enmarcadas en el proceso de reconstrucción europea y japonesa
y el comienzo de la guerra fría. Varios autores acuerdan en darle un sentido
30 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

fundador al texto de Rostow Las etapas del crecimiento económico (1960), que
llevaba como subtítulo revelador Un manifiesto no comunista.
En Latinoamérica, la cuestión del desarrollo aparece como un debate
restringido a lo económico, y estrechamente ligado al despliegue teórico de la
Comisión Económica para América Latina (CEPAL), institución de las Nacio-
nes Unidas. Se inicia con el célebre Informe Económico de América Latina, de
1949, dirigido por el argentino Raúl Prebisch. Este debate parte de cuestionar
la utilización latinoamericana de la teoría de las ventajas comparativas en
el comercio internacional. Los aportes de Prebisch sobre la relación centro-
periferia y su explicación sobre la modernidad periférica se introducen en las
discusiones de las teorías del desarrollo –relacionadas con las más antiguas
sobre el crecimiento económico– y les confieren especificidad.
Recordemos que, por esos años cincuenta, en la visión original norteame-
ricana los términos “crecimiento” y “desarrollo” se entremezclan. Para esta
perspectiva, la modernización es un proceso homogenizador, progresivo e
irreversible, que genera una tendencia hacia la convergencia entre sociedades,
que tienen que atravesar diversas fases. Parten de la concepción de que Europa
y Estados Unidos poseen una prosperidad económica y estabilidad política
imitables por los demás países y confían en el impulso evolutivo arrollador del
proceso modernizador mundial. En Latinoamérica, tal perspectiva se entronca
con la llamada “teoría de la modernización”, desarrollada por el sociólogo ítalo-
argentino Gino Germani (1974), quien trabaja con el par “sociedad tradicional”
versus “sociedad moderna”, y plantea el pasaje de la primera a la segunda por
la vía de la industrialización endógena.
Según la perspectiva cepalina, el papel del estado es central: debe plani-
ficar y conducir el proceso de desarrollo. Por una parte, tiene que actuar como
ariete contra los elementos sociales privilegiados que usufructúan del atraso
e impulsar moderadas reformas agrarias. Por otro lado, el estado debe apoyar
la industrialización, a través de políticas proteccionistas que faciliten el desa-
rrollo de la industria de bienes de consumo y también mediante una presencia
productora directa en las industrias básicas y extractivas.
De la unión entre las discusiones sobre el desarrollo que surgen de las usi-
nas de la academia norteamericana y estos primeros esbozos latinoamericanos se
irá decantando, a fines de los años cincuenta, el enfoque cepalino propiamente
dicho, denominado estructuralista. El diagnóstico se va completando en torno
a la existencia de problemas en la propia estructura política y social de los
países de la región, que actúan como trabas al desarrollo. Si bien se va a seguir
trabajando con el par sociedad tradicional-sociedad moderna, ya el pasaje de
la primera a la segunda no resulta tan mecánico, ni depende exclusivamente de
una receta económica: aparece la cuestión de la industrialización y del papel
específico del estado, como motor de un crecimiento que la burguesía no está
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 31

en condiciones de impulsar por sí misma, por la magnitud de las inversiones


requeridas para la producción de bienes de capital. Es el momento del naci-
miento en masa de empresas públicas en la región.
Como bien señalan Salama y Mathías (1986), estos estados intervencionis-
tas que van tomando cuerpo en la región tienen poco que ver con los modelos
de Estado Benefactor que, para la misma época, se configuraban en el mundo
desarrollado. Su presencia en la gestión de la fuerza de trabajo es infinitamente
más pequeña que en los países del centro (nunca hubo seguros de desempleo, ni
políticas explícitas de pleno empleo, excepción hecha –quizás– de la Argentina
durante el primer peronismo de 1945-1955). En cambio, su papel como estado-
productor, fue incluso superior al de los países europeos en esa etapa.
Desde el punto de vista tanto teórico como político, tenemos que periodizar
un primer momento, que se decanta en el denominado desarrollismo. En este
tiempo, la lógica cepalina entronca con la necesidad de expansión del capital
norteamericano, en pleno auge del fordismo, y da lugar a la definición de una
teoría justificatoria del capital transnacional como portador de progreso y de-
sarrollo en la periferia capitalista. Las experiencias políticas de los tardíos 50,
tanto de Jubelino Kubischek, en Brasil, como de Arturo Frondizi, en Argentina,
marcan los puntos más altos de esta concepción. El desarrollismo introduce el
planteo de que el sujeto activo de desarrollo deja de ser el estado, para ceder
el lugar a la empresa transnacional, quedándole al primero la tarea de actuar
como agente de captura del capital mundial, atrayendo inversiones directas
mediante la oferta de seguridad y condiciones de privilegio con respecto a
otros espacios territoriales nacionales. Podría decirse que esta concepción es
un anticipo de la formulación que cuatro décadas después se haría hegemónica,
bajo el proceso de globalización.
3. Irrupción del dependentismo
Pero el gran quiebre teórico-político lo provocará la revolución cubana
(1959), a partir de cuya consolidación se empieza a pensar el desarrollo desde
una perspectiva no capitalista y toda la discusión se radicaliza. En respuesta,
Estados Unidos impulsa la Alianza Para el Progreso y en las fuerzas armadas de
la región, articuladas ideológicamente detrás de las “doctrinas de la seguridad
nacional”, surgen las concepciones desarrollistas de derecha. Las dictaduras
brasileña de los primeros años 60 y argentina de 1966-1973 son ejemplos de este
pensamiento, que desembocará en la década siguiente en el plan de clausurar el
proceso de desarrollo e industrialización, porque se consideraba que brindaba
la base material para la alianza entre la burguesía y el movimiento obrero y
para el crecimiento de demandas sociales y políticas, consideradas caldo de
cultivo para la subversión. Nace en estas circunstancias el primer embrión de
neoliberalismo latinoamericano.
32 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

A comienzos de los 60 surge la “teoría (o enfoque) de la dependencia”, que


va a ser retroalimentada por los distintos debates del llamado, genéricamente,
neo-marxismo4. Se origina en paralelo a los trabajos de la CEPAL e incluye
a autores como Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Ruy Mauro Marini,
Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, André Günder Frank, Darcy Riveiro
y Oscar Braun, entre otros. Como todo movimiento de ideas, fue un producto
colectivo amalgamado cuyo sentido era dar respuesta a la crisis del modelo
de sustitución de importaciones y del populismo, y que estuvo nutrido por un
gran volumen de investigaciones y debates.
Las diversas perspectivas marxistas renovadoras en las que abrevó el
dependentismo se diferenciaron de las visiones del marxismo ortodoxo clásico
en algunos aspectos importantes. Primero: el enfoque clásico se centró en el
análisis del papel de los monopolios extendidos a escala mundial, mientras que
el nuevo marxismo proveyó una visión que partía de las condiciones periféricas.
Segundo: el marxismo clásico sostuvo que cualquier proceso de transformación
debía pasar por una etapa de revolución burguesa, para completar las tareas
pendientes e ineludibles para avanzar hacia el socialismo. En muchos casos, se
basó en una lectura de las formaciones sociales previas como feudales. Desde
la perspectiva renovadora, en cambio, se caracterizó a las condiciones de los
países de la región como plenamente capitalistas, por lo que resultaba impera-
tivo avanzar hacia una revolución social sin la escala “democrático-burguesa”
propiciada en los manuales clásicos. Tercero: mientras la ortodoxia apostaba a
la contradicción de intereses entre la burguesía nacional y el imperialismo, para
los neo-marxistas aquella se enlazaba e identificaba con la metrópoli antes que
con un proyecto nacional. Cuarto: la ortodoxia marxista consideraba que el pro-
letariado industrial estaba llamado a ser la vanguardia para la revolución social,
y no era posible que otras clases sociales (campesinado, pequeña burguesía)
lideraran el proceso, mientras que los enfoques neo-marxistas veían de modo
más complejo la amalgama de intereses y sectores subalternos potencialmente
incluidos en el liderazgo de un proceso transformador (Foster-Carter ,1973).
El modelo centro-periferia describe la relación entre la economía central,
autosuficiente y próspera, y las economías periféricas, aisladas entre sí, débiles
y poco competitivas. Frente a la idea clásica de que el comercio internacional
beneficia a todos los participantes, este modelo muestra cómo sólo las econo-
mías centrales son las que se benefician. Más allá de las diferencias entre los
diversos autores y sus derroteros posteriores, el eje común de esta perspectiva
es explicar el modo en que el subdesarrollo en la periferia es condición del

4 Usamos el término neomarxismo claramente en la perspectiva de la década del 60, y no tiene


nada que ver con lo que actualmente denominaríamos “neo” o “post” marxismo. El maoísmo, el
guevarismo, el castrismo, el althusserianismo, son algunas de las subcorrientes que entrarían en
la definición que estamos planteando.
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 33

desarrollo en el centro. La conclusión es la consecuente necesidad de romper


el vínculo de dependencia, dada la incapacidad de las burguesías nacionales y,
más en general, del propio capitalismo dependiente, de alcanzar un desarrollo
inclusivo. Las salidas hacia el desarrollo requerirán, para el dependentismo
de cuño marxista, trascender el propio horizonte capitalista. El estado es así
considerado clave para asumir la conducción de la economía (vía naciona-
lizaciones y despliegue industrial) y, sobre todo, para encarar un proceso
democrático profundo y superador del esquema burgués. Para varios autores
de esta corriente, dependencia y democracia eran incompatibles y solo una
transformación socialista podría lograr el despliegue inclusivo y participativo
de la mayoría de la población5.
Desde fines de los 70 y hasta los 80, período signado por las dictaduras
del Cono Sur, los debates dependentistas y cepalinos sufren un estancamiento.
Más allá de algunos avances notables (como el del último aporte de Prebisch,
ya muy cercano al pensamiento dependentista6) y de los trabajos de los autores
no latinoamericanos vinculados a la teoría, como Günder Frank, Samir Amin7 y,
sobre todo, Immanuel Wallerstein (quien siguiendo a Braudel va a dar a luz su
concepto del sistema-mundo), poco es lo que se avanza en ese período. De modo

5 Theotonio Dos Santos (1970), planteaba que la consulta a las masas abría directamente el
campo hacia perspectivas socialistas y que, o bien se avanzaba en ese sentido, o el proyecto era
abortado por golpes de estado, sin términos medios. Fernando Henrique Cardoso, en cambio,
nunca aceptó esta postura, y en los 90 terminaría por reconocer que lo principal era la consoli-
dación de la democracia formal, por restringidos que fueran sus objetivos, apuntando a algunas
mejoras menores aun cuando se debiera aceptar la situación global de dependencia. Este será el
eje de su gobierno en el Brasil de los 90.
6 En 1982 Prebisch criticó la ideología desarrollista que él mismo había contribuido a expandir.
Al final de su vida sostenía que dentro del sistema capitalista carecía de solución alguna para los
problemas del desarrollo latinoamericano y que era necesaria una transformación fundamental del
mismo. También criticó la idea de «planificación del desarrollo» que tanto promoviera durante su
vida y sostuvo la «socialización del excedente » a escala global. Como señala Grosfoguel (2004),
es una ironía que el padre fundador cuestionara tan radicalmente sus posturas, al mismo tiempo
que muchos dependentistas viraban a posturas neo-estructuralistas o, directamente, abrazaban
el neoliberalismo.
7 Samir Amin (2006) señala que la propia lógica de la expansión mundial del capitalismo
produce una desigualdad creciente entre quienes participan del sistema. Es decir, que esta
forma de mundialización no ofrece una posibilidad de incorporar sin más las condiciones de
desarrollo y aprovecharlas según las condiciones internas. Esta incorporación requiere siempre
que se implementen políticas voluntaristas que entran en conflicto con las lógicas unilaterales
acumulación capitalista. Estas políticas son calificadas por Amin como “políticas antisistémicas
de desconexión”. Este último término no es sinónimo de autarquía o un absurdo intento de “salir
de la historia”. Desconectar significa, para Amin, someter los vínculos con el exterior a las prio-
ridades del desarrollo interno. Por lo tanto, este concepto es antagónico al que es preconizado y
que llama a “ajustarse” a las tendencias mundialmente dominantes, ya que este ajuste unilateral
se traduce para los más débiles en una acentuación de su “periferización”. Desconectar significa
transformarse en un agente activo que contribuye a moldear la mundialización, obligando a ésta
a ajustarse a las exigencias del desarrollo propio.
34 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

que durante los años 80, el enfoque dependentista prácticamente desaparece


del horizonte académico y/o político sustancial de la región, preocupada por
sus transiciones de regímenes autoritarios a la democracia, y por los problemas
de estabilización económica producto del abultado endeudamiento externo
acumulado en la etapa dictatorial.
No obstante, la CEPAL –en su carácter de institución supra-nacional– si-
gue produciendo, aunque desplaza sus inquietudes y entramados conceptuales.
Fuertemente vinculada a la preocupación por los procesos de recuperación
democrática en la región, la CEPAL va a dar lugar al denominado neoestructu-
ralismo, con sus políticas de estabilización heterodoxas. Podríamos decir que,
en la primera mitad de los 80, todo el pensamiento de la CEPAL está capturado
por lo que en Ciencia Política se denominan “teorías de la transición a la de-
mocracia”. Ya no se habla más de modelos de desarrollo, sino de políticas de
estabilización (de precios y balanza de pagos) que le garanticen a las noveles
democracias afirmarse y así asentar la llamada cultura democrática, tras los
enfrentamientos sangrientos de los años 70 y el terror militar. Será en esta época
en que muchos autores latinoamericanos (como Faynzilber, 1990) se fascinen
con las experiencias del sudeste asiático, a las que propondrán imitar. Es así
como aparecen modelos donde, aparentemente, se podía encontrar una salida
al subdesarrollo sin necesidad de transitar por el escabroso camino de romper
con el orden económico internacional.
De modo que el papel de un estado que debe construir un modelo de enclave
industrial exportador, y para esto tiene que realizar algunas moderadas tareas
de modernización interna, será el centro de las inquietudes en este período. En
esa línea, la CEPAL dará ingreso a los primeros debates sobre privatizaciones
de empresas públicas, siempre en un marco de modernización de las estructuras
económicas para un supuesto desarrollo (el término, aunque devaluado, nunca
desaparece de la agenda). Este será el punto en que encontrarán al pensamiento
cepalino y dependentista, acontecimientos como la caída del Muro de Berlín
y el auge neoliberal que se consolidaría en los 90. La llegada al gobierno de
Brasil de un exponente emblemático de la “teoría de la dependencia”, como
Fernando Henrique Cardoso, que subsume su administración a los dictados
de las corrientes neoliberales hegemónicas, pareció dar el tiro de gracia a toda
esta rica corriente del dependentismo.
4. Aportes y prácticas innovadoras
Sin embargo, el pensamiento latinoamericano en esa misma década de
los 90 comienza a prefigurar nuevas perspectivas, que a fin de siglo van a
entroncar, no sin dificultades teóricas y políticas, con los viejos argumentos
cepalino-dependentistas. En principio, estos nuevos planteos serán totalmente
ajenos a las visiones cepalinas y desconocerán la vieja discusión dependentis-
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 35

ta. La primera nueva expresión será el autonomismo zapatista, que se enlaza


con los aportes del marxista irlandés John Holloway (1993; 2002) y, hasta
cierto punto, con los planteos de Toni Negri y Michael Hardt (2001) en su
tesis sobre el Imperio. Su eje será la construcción política y social por fuera
del aparato del estado y la lógica del capital. Más allá de sus éxitos o fracasos
en términos políticos concretos, estos teóricos contribuyen a la conformación
de toda una corriente de pensamiento y acción política, con ramificaciones en
los movimientos por la reforma agraria en Brasil y en los emprendimientos
autónomos de trabajadores desocupados en la Argentina. Estos autores se di-
ferencian del viejo dependentismo, tildándolo de estatalista. Pero quizás el eje
más importante, teorizado principalmente por Negri, es su negativa a aceptar
la bipolaridad centro-periferia, o imperialismo-estados dependientes, nodales
en todas las lecturas dependentistas.
En una crítica a las posiciones de la dependencia, Holloway afirmaba, ya
a comienzos de los 90, que “cada estado nacional es un momento de la socie-
dad global, una fragmentación territorial de una sociedad que se extiende por
todo el mundo. Ningún estado nacional, sea rico o pobre, se puede entender en
abstracción de su existencia como momento de la relación mundial del capital.
La distinción que se hace tan seguido entre los estados dependientes y los no-
dependientes se derrumba. Todos los estados nacionales se definen, histórica y
constantemente, a través de su relación con la totalidad de las relaciones sociales
capitalistas” (Holloway, 1993:6)8.
La definición territorial es la que explica que cada estado nacional tenga una
relación diferente con la totalidad de las relaciones capitalistas y sea afectado por
ellas de modo distinto en cada coyuntura histórica. Siguiendo su razonamiento,
que cuestiona cierto dependentismo, Holloway sostiene que “los estados nacio-
nales compiten... para atraer a su territorio una porción de la plusvalía producida
globalmente. El antagonismo entre ellos no es expresión de la explotación de los
estados periféricos por los estados centrales, sino que expresa la competencia
–sumamente desigual– entre los estados para atraer a sus territorios una porción
de la plusvalía global. Por esta razón, todos los estados tienen un interés en la
explotación global del trabajo” (Holloway, 1993:7). La conclusión política que
se extrae de esta posición es que no hay alianza posible entre clases dentro del
territorio nacional para enfrentar al capitalismo central: en esto se acerca a la
perspectiva neo-marxista del dependentismo. Pero Holloway va más lejos, ya que
en su razonamiento queda diluida la existencia misma del estado nacional como
8 En esa misma línea, Burham destaca que cada estado existe solamente como el nudo político
en la fluctuación global del capital, y que el mercado mundial constituye el modo global de exis-
tencia de las contradicciones de la reproducción social del capital. Así, “cada economía nacional
puede ser entendida adecuadamente sólo como una especificidad internacional y, al mismo tiempo,
como parte integrante del mercado mundial. El estado nacional solamente puede ser visto en esta
dimensión” (Burham, 1997: 12).
36 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

instancia, espacio o escenario de articulación política sustantiva. La derivación


de esta postura lleva a plantear que la construcción política alternativa ya no
debe tener como eje central la conquista del poder del estado nacional, sino
que debe partir de la potencialidad de las acciones colectivas que emergen y
arraigan de la sociedad civil para construir “otro mundo” (Holloway, 2001,
Ceceña, 2002, Zibechi, 2003).
Una segunda corriente es la que surge desde la reinvindicación de los
movimientos indígenas andinos: los movimientos Pachakutik de la segunda
mitad de los 90 serán los más visibles políticamente en la región andina. En
un primer momento, con la CONAIE ecuatoriana9, cuyos planteos son muy
similares a los del zapatismo. Luego, y sobre todo cuando crezca su poder po-
lítico en Bolivia, van entroncando hacia lo que Alvaro García Lineras (actual
vicepresidente de Bolivia) denomina “el capitalismo andino”, un intento de
superar la dependencia a partir de un estado que actúa en algunos campos como
lo planteaban los cepalinos, particularmente en la recuperación del control de
los recursos estratégicos, pero apuntando a la coexistencia de la acumulación
del capital con formas de producción precapitalistas fuertemente arraigadas
en la región. Podríamos conceptualizarlo como una heterodoxa mezcla de
cepalismo con algunos enfoques autonomistas.
Para Stefanoni, “este neodesarrollismo se expresa, entre otras cosas, en el
fortalecimiento de la inversión pública en áreas productivas e infraestructuras
(“con la plata de la nacionalización del gas”), en la inversión extranjera bajo
control estatal y en el énfasis en la democratización del crédito por medio de
un sistema nacional de microfinanzas que privilegia el acceso a préstamos
hacia los pequeños y medianos productores mediante el Banco de Desarrollo
Productivo” (2007: 95). Frente a las críticas sobre un supuesto retorno a las
perspectivas productivistas y desarrollistas, García Linera ha argumentado que
la mirada del gobierno boliviano está puesta en construir una “modernidad
pluralista” y no homogeneizadora, como fuera la promovida por la CEPAL en
los años cincuenta. De ahí que se conciba que las plataformas moderna indus-
trial, microempresaria urbana y campesina comunitaria accederán a formas
propias de modernización, con el estado como artífice de la transferencia de
excedentes desde el primero hacia los otros dos sectores económicos (Stefa-
noni, 2007)10.

9 Coordinación Nacional de Agrupaciones Indígenas del Ecuador, de central participación


en la insurrección del año 2000. Una de sus expresiones políticas paralelas será el partido Pa-
chakutik.
10 García Lineras resumió así su perspectiva sobre el papel estatal: “El Estado es lo único
que puede unir a la sociedad, es el que asume la síntesis de la voluntad general y el que planifica
el marco estratégico y el primer vagón de la locomotora económica. El segundo es la inversión
privada boliviana; el tercero es la inversión extranjera; el cuarto es la microempresa; el quinto,
la economía campesina y el sexto, la economía indígena. Este es el orden estratégico en el que
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 37

Y la tercera corriente es la popularizada como “socialismo del siglo


XXI” o “corriente bolivariana”, con centro en la experiencia venezolana. Las
formulaciones teóricas que sustentan esta propuesta son aún muy generales
y difusas, pero se asume como eje la recuperación de un papel central para el
espacio público (local, nacional y global). “Las fronteras del estado nacional
han sido superadas por el desarrollo tecnológico, la complejidad social y la
globalización. El estado nacional ha sido sobrepasado en no pocos aspectos por
abajo y por arriba. De ese estado nacional hay que mantener cosas, expulsar
otras e ir más allá en otras. Proclamar el fin del estado es una novedosa mentira
del capitalismo cuando el estado, convertido en estado social y democrático de
derecho, suponía un freno para la expansión del capital y el aumento del bene-
ficio” (Monedero, 2005). En términos concretos, el estado bolivariano asume
una fase de “capitalismo rentístico de estado”, sustentado en la recuperación
de los recursos naturales estratégicos, la redistribución de la renta petrolera,
la reforma agraria y el desarrollo endógeno basado en empresas cooperativas.
Todo ello en el marco de una retórica muy fuerte de construcción de una unidad
estatal latinoamericana: el ALBA11, por ejemplo, es propuesto como una forma
conjunta de satisfacer necesidades sociales sin recurrir a las construcciones del
sistema capitalista.
Tanto las corrientes de base indígena citadas en segundo lugar, como el
planteo de “socialismo del siglo XXI”, empiezan a confluir fuertemente, y a
articularse con un resurgir del pensamiento dependentista, en particular en el
punto de señalar que no hay salida al subdesarrollo en el marco de la sociedad
capitalista. Su horizonte, sin embargo, no es un socialismo clásico, al estilo
del modelo cubano. Sin aventurar opinión sobre su factibilidad, avanzan por
el camino de un experimento mixto, con diversas formas de propiedad articu-
ladas. Al estado se le otorga un rol clave: el de centralizador y asignador de
la renta del recurso nacional básico (petróleo, gas); a la sociedad civil, en sus
diversas manifestaciones, se le cede la tarea del “desarrollo endógeno” y esto
se combina con una apuesta a una burguesía nacional, entendida no solamente
como los pequeños y medianos empresarios de base local, sino que incluye
empresas grandes y, en particular, a las transnacionales de base regional (las
denominadas “multilatinas”), que han crecido en las últimas décadas en la
región. Este heterodoxo mix hace que se empiece a hablar de un experimento
neodesarrollista.

tiene que estructurarse la economía del país” (Stefaroni, 2007: 72).


11 Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), lanzada en 2004 por el presidente de
Venezuela, Hugo Chávez Frías, como antítesis del ALCA, impulsado por Estados Unidos. Se
define como una iniciativa apoyada en cuatro elementos impensables dentro de los parámetros
del capitalismo: a) La complementación; b) La cooperación; c) La solidaridad y d) El respeto a
la soberanía de los países.
38 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

II- ¿Sirve el Estado Nación para una perspectiva de


desarrollo?
El recorrido y las experiencias, algunas en curso, que acabamos de enun-
ciar, nos llevan a la pregunta del título de este apartado.
1. Interconexión arrasadora
En la etapa de la globalización observamos que variaron los diagnósticos
y los remedios. Se consolidó la idea de la existencia de una suerte de interco-
nexión y paridad competitiva entre todos los estados del orbe. Desde la visión
neoliberal hegemónica, los imperativos del mercado mundial dominado por
la revolución tecnológica y las finanzas, que liberó al capital de las restric-
ciones tempo-espaciales, aparecieron como una fuerza natural irreversible e
irrefrenable (Cernotto, 1998). La lectura política dominante fue que la única
opción para los estados nacionales era someterse a este movimiento de inte-
gración, abriendo y adaptando sus estructuras internas a los parámetros de la
modernidad global. De modo que las evidentes –y persistentes– diferencias
entre territorios nacionales se atribuyeron a la incapacidad de algunos –y
habilidad de otros– para adoptar las medidas necesarias para atraer capital
y arraigarlo en inversiones dentro de sus fronteras. A los países periféricos
endeudados, les fue impuesto un disciplinamiento par que se ajustaran a los
estándares internacionales de acumulación de capital. Esto les llegó de la mano
de las imposiciones de organismos supranacionales como el FMI y el Banco
Mundial, que revistaron como una suerte de gendarmes de una lógica unívoca
e imparable del capital. Así como en los cincuenta se argumentaba que el de-
sarrollo alcanzaría a todos los países que se avinieran a atravesar las fases del
crecimiento hacia la modernidad, seguidas por las naciones avanzadas, con
la globalización la homogeneización vino por el lado del allanamiento a las
demandas de la acumulación global.
La hegemonía de esta visión, en sus versiones neoliberales entusiastas de
los beneficios de la competencia libre, trajo como una de sus consecuencias
significativas el desarme teórico y político para hacer frente a la irrupción de
una estrategia disciplinadora brutal del capital global, muy especialmente en
América latina. No puede dejar de señalarse que a esta visión desdeñosa del
papel estatal también aportaron las perspectivas que, aun con un propósito
diverso, enfatizaron en la pérdida de poder relativo de los estados nacionales
vis à vis el agigantado poder del imperio, como fuerza omnicomprensiva,
desterritorializada e inescapable. Quedó diluido así el hecho de que el estado
nación es un espacio de reproducción del capital global, de las contradiccio-
nes, los enfrentamientos, las luchas, los antagonismos, pero también lo es de
la mediación, la negociación, los compromisos y los acuerdos, lo que hace a
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 39

su morfología y a sus prácticas, y lo que define su historia como entramado


cultural peculiar y específico.
La lógica propia de la economía mundial –un todo estructurado y jerar-
quizado– trasciende la de cada una de las economías de los estados nación
que la componen. Creemos que esta forma de entender la economía mundial
permite concebir de manera original el papel de las economías desarrolladas,
que imprimen al conjunto lo esencial de sus leyes, sin que ello implique que
éstas se apliquen de manera directa ni unívoca a la periferia. Aquí, entonces,
puede expandirse la explicación dependentista para comprender que el estado
es el lugar donde se cristaliza la necesidad de reproducir el capital a escala
internacional. A través del estado transita la violencia necesaria para que la
división internacional del trabajo se realice, porque es el elemento y el medio
que hacen posible esa política (Mathías y Salama, 1986). Lo que no quiere
decir que la forma de reproducción de la lógica global en el espacio nacional
tenga que seguir un curso preestablecido, único e inmodificable.
El creciente papel de las instancias supranacionales y de las locales, que
van adquiriendo un peso propio tanto en la definición de metas colectivas como
en la capacidad de llevar a la práctica acciones concretas, no implica, sin em-
bargo, que el estado nacional haya perdido irremediablemente su peso relativo,
interno y externo. Porque si bien no puede desconocerse que los mecanismos
de la globalización y la presión de los organismos internacionales ejercen una
fuerte influencia para definir las agendas de los diferentes países, no lo hacen
de modo mecánico y determinista: son mediatizadas por las instituciones y
por las élites responsables de los Gobiernos nacionales (Diniz, 2004). Lo que
se quiere destacar aquí es que, no obstante el imperativo global, la modalidad
de inserción de cada país en el sistema internacional implica opciones políti-
cas construidas al interior de tal estado, que ponen en juego sus capacidades
relativas para definir cursos de acción con grados variables de autonomía y
soberanía12.
Vamos a rescatar, entonces, la necesidad de conceptualizar al estado pe-
riférico, con su especificidad, que no es solamente de tamaños o capacidades
cuantitativas en el marco de la totalidad del capital global. La reciente discu-
sión latinoamericana en la etapa post-neoliberalismo, afirma la necesidad de
ver a ese estado de la periferia como un momento de captura de espacios de
soberanía, de más y mayores grados de libertad frente a la lógica del capital
global. Durante el auge del neoliberalismo se veía al estado, según señalamos,
como una instancia que, a lo sumo, buscaba capturar porciones del capital

12 “La política económica de un estado en la periferia puede buscar adaptarse a las transfor-
maciones que sufre la división internacional del trabajo y a la vez influir sobre ésta. Es por lo
tanto, a la vez, expresión de una división internacional del trabajo a la que se somete y expresión
de una división internacional del trabajo que intenta modificar” (Mathías y Salama, 1986:41).
40 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

global circulante por el planeta. En concreto, la cuestión de la entrada de


capitales –con los beneficios y seguridades brindados para ello– ocupaba un
espacio privilegiado en la mayoría de las agendas de políticas públicas de la
región. Parecía que la única posibilidad de debate era si esa captura e ingre-
so debía ser irrestricta (dando lo mismo el tipo de metamorfosis del capital
que ingresaba: capital dinero, capital mercancía o productivo), o si se debían
establecer limitaciones para garantizar que el arribo (la captura de masas de
capital global) correspondiera a capital productivo, portador de una serie de
beneficios, algunos de los cuales eran los mismos que discutían los antiguos
modelos desarrollistas de los 50.
2. Rumbos alternativos
Hoy podemos ver, a la luz del derrumbe del neoliberalismo en buena parte
de la región y del surgimiento de modelos alternativos, algo bastante distinto.
Empieza a abrirse paso la idea de que la especificidad de los estados latinoame-
ricanos, en el marco del capital global, es ganar grados de libertad (soberanía)
para formular e implementar políticas a través de dos vías. La primera tiene
que ver con la gestión propia, sin interferencias externas, de una porción sus-
tantiva del excedente local, proveniente de la renta de un recurso estratégico
(fundamentalmente petróleo o gas). Apropiarse, o reapropiarse, de recursos no
renovables y con una alta capacidad de generación de renta diferencial a partir
de sus altísimos precios en el mercado mundial, aparece como condición sine
qua non para conquistar mayores grados de libertad en los estados periféricos.
Esta discusión, iniciada en torno a los hidrocarburos, se está extendiendo al resto
de los minerales e, incluso, a la gestión del agua y la biodiversidad. La cuestión
se vuelve un poco más compleja con respecto a los recursos agro-alimentarios,
tradicionalmente en manos privadas, pero la estrategia estatal de apropiación
de una porción creciente de la renta extraordinaria proveniente de las ventajas
comparativas naturales, es una tendencia firme que plantea nuevos desafíos
teóricos y prácticos.
La segunda vía, mucho más en ciernes, es el intento de hacer que una parte
de la masa de capital que circula por la región, y de ser posible la mayor parte del
excedente producido en el interior mismo de la región, se desconecte del ciclo
de capital global, por lo menos en algunos grados. En este marco es posible leer
los intentos de crear instancias supra estatales regionales. Al ya viejo acuerdo del
MERCOSUR, muy permeado por la lógica neoliberal, se busca reconstruirlo en
esta dirección, no exenta de contradicciones. Algo similar se busca hacer reacti-
vando, con objetivos diferentes a los de la década del 90, a la Corporación Andina
de Fomento. Pero los dos experimentos que mejor permiten ver este proceso
son el ALBA, en el marco del cual, más allá de su aún reducido tamaño, una
masa de capital regional efectivamente es direccionada con una lógica distinta
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 41

entre países como Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua. Y el más importante,


por su tamaño y objetivos, el intento de crear un Banco del Sur, como entidad
suprarregional de captura del capital que circula y se valoriza por la región.
Esta iniciativa se inscribe en el debate sobre la necesidad de gestar una nueva
arquitectura financiera mundial y en la búsqueda de nuevas modalidades al
financiamiento al desarrollo13.
Vemos entonces que estas dos vías nos llevan a repensar el lugar de los
estados regionales: son momentos del capital global, pero fuertemente mediati-
zados por la posibilidad –o aspiración– a apropiarse y gestionar autónomamente
el ciclo del capital regional. Es interesante hacer notar que, en todos los casos,
aún en aquellos que enuncian su intención de construir una instancia que tras-
cienda los marcos del capitalismo, de lo que se está hablando es de gestionar una
masa de capital que, tanto por la forma en que se valoriza como por los propios
actores en juego, sigue funcionando en el marco de la lógica de la mercancía y
la ganancia.
Todo este proceso de reconfiguración de los estados de la región no está
a salvo de contradicciones ni de interrogantes sobre su dinámica. Venezuela,
Bolivia y Ecuador son claramente un eje de análisis, el que ofrece aristas más
claras para observar. Ya Nicaragua, que comparte su pertenencia a este bloque
con su permanencia en una zona de Libre Comercio con los Estados Unidos,
es un caso más complejo, al que cabría calificar de mixto, donde habrá que ver
cuál de las dos formas de relación distintas con el capital global prevalecen.
En el otro extremo se ubican los países de la región considerados modelo
desde la perspectiva neoliberal, hoy prácticamente limitados en Sudamérica a
Colombia, Chile y Perú, donde claramente se advierte que la función básica
del estado es capturar porciones del capital global a partir de la apertura eco-
nómica, las zonas de libre comercio y la plena movilidad de capital. También
podríamos incorporar en este bloque a México, aunque con una dinámica
distinta por el tamaño de su economía, su pertenencia al NAFTA y también,
contradictoriamente, porque nunca ha abandonado la apropiación de su renta
petrolera, que regenta la estatal PEMEX. Aunque el tamaño de sus economías
es mucho menor, en este lote podríamos agregar a los países de Centroamérica
y el Caribe (excluyendo, obviamente, a Cuba).
Queda la pregunta por el resto de Latinoamérica, no casualmente el grupo
original del MERCOSUR. Los países más pequeños del bloque, Paraguay y
Uruguay, tienden a buscar su ubicación en una posición similar a la de Chile,
aún cuando la pertenencia al MERCOSUR les otorga algunos grados de libertad
que no tienen los estados que orientaron directamente a realizar Tratados de

13 El Banco del Sur fue oficialmente lanzado en Buenos Aires, el 9 de diciembre de 2007, por
los presidentes de Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela, Ecuador, Paraguay y Bolivia. Contará
con un capital de base de unos 7 mil millones de dólares.
42 Mabel Thwaites Rey y José Castillo

Libre Comercio con Estados Unidos. Argentina y Brasil, los países grandes de
la unión son, no casualmente, los casos más complejos de analizar. Brasil, que
desde la perspectiva de sus políticas económicas durante la administración de
Luiz Ignacio Da Silva Lula podría ser ubicado como una continuidad de las
lógicas neoliberales –en lo que respecta a la preeminencia del capital financiero
por sobre la lógica neodesarrollista que sostiene la burguesía paulista– dispone,
sin embargo, de los importantes grados de libertad que le confiere el tamaño
de su economía. Por algo es ubicado mundialmente como un BRIC (Big Re-
gional Industrialised Countries), una denominación hoy común en Wall Street
para mencionar al peso en los flujos de capital global de China, India, Rusia
y Brasil. Su capacidad de apropiación endógena de excedentes es la más alta
de la región, y probablemente aumente a partir del descubrimiento de nuevos
yacimientos de hidrocarburos que transformarán a Brasil en una potencia
también en ese rubro.
Argentina es un caso aún más complejo de analizar. Se relaciona con la
renta global apropiada continentalmente a través de sus acuerdos financieros
y energéticos con Venezuela, pero a la vez no ha dado pasos importantes para
hacerse de la suya propia: tanto en el caso energético como en el de la renta
agraria, el peso del capital transnacional sigue siendo preponderante. El gobier-
no argentino da constantemente pasos contradictorios: es impulsor de iniciativas
como el Banco del Sur o la ampliación del ALCA, pero a la vez sostiene un
modelo de acumulación fuertemente vinculado al ciclo del capital global en
el sentido más directo y menos mediado. Todo esto se expresa en sus idas y
venidas de su relación con los Estados Unidos y los organismos financieros
internacionales. No es un caso típico de “neodesarrollismo”, mucho menos de
sus modelos más radicalizados de “socialismo siglo XXI”. Tampoco apuesta a
una lógica de acumulación como la de Chile o Colombia. Está claramente en un
camino intermedio, que hoy se sostiene con “el viento de cola” del crecimiento
económico mundial. Pero en el mediano plazo, tiene muchos menos grados de
libertad que Brasil para reubicar su relación estado-capital.
En síntesis, las profundas huellas económicas, sociales y políticas que
el neoliberalismo dejó en América latina han vuelto actuales algunos de los
debates que protagonizaron desarrollistas y dependentistas en los años sesenta.
En ambos enfoques, como vimos, se asignaba al estado un lugar destacado en
la conducción del proceso social. Mientras para el desarrollismo se trataba de
impulsar la industrialización sustitutiva de importaciones, para el dependentis-
mo la opción pasaba por liberar las fuerzas productivas a partir de un cambio
de orden social.
La caída del socialismo real y el auge de la globalización como eje estruc-
turador de la economía mundial parecieron diluir por completo las opciones
nacionales, en cualquiera de sus variantes. Sin embargo, la realidad de la
Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano 43

existencia de una articulación en el mercado mundial y la preeminencia de los


núcleos de poder supra-estatales no ha aniquilado las funciones, capacidades
ni eventuales posibilidades de acción de los espacios estatales nacionales
como instancias o nudos de concertación de fuerzas sociales y de desarrollo
relativamente autónomo.

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