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DIOS SEGÚN ARISTÓTELES

i bien es cierto que la filosofía exige un devenir del pensamiento supremamente más
riguroso que todos aquellos misticismos espirituales y religiosos (a los que la tradición nos
mantiene lamentablemente acostumbrados), también es factible observar nacer de ella una
teología, pero proveniente de los más profundos abismos mentales de varios reconocidos y
escrupulosos pensadores. Esto no debe entrañar una contradicción, pues, como ya se ha
dicho anteriormente en estas páginas, cada Dios es del tamaño de la conciencia que lo
elucubra. Justo por esto, analizar el problema de Dios desde el punto de vista de la filosofía,
más que parecer algo insólito, es elevar el nivel del debate a uno más sublime, responsable y
profundo.

Esta oportunidad será correspondiente a la teología de Aristóteles, el artífice por excelencia


de toda la arquitectura filosófica de la Grecia antigua, y por ende, de una muy extensa parte
del conocimiento de la humanidad hasta bien entrada la Edad Media. Este titán del
pensamiento fue discípulo directo de Platón a la vez de ser su gran amigo, lo cual no evitó
que fuera su principal crítico y reformista de la filosofía de aquel.

Bajo una concepción metafísica en la que Platón había dividido el mundo en dos, a saber, en
una realidad de las ideas y de las cosas en sí y en una realidad ilusoria, remedo imperfecto
de la primera, que sería la que nos rodea y a la que estamos acostumbrados; Aristóteles
había analizado esta concepción, la había puesto bajo sospecha, y luego logró refutarla para
hacer de lo que había de cierto en ella una filosofía mucho más sólida e inexpugnable. Así
fue cómo Aristóteles se coronó como el padre del Realismo, al refutar elegantemente ese
dualismo platónico de dividir la realidad en dos planos, y al demostrar que no existe un
mundo atrás del mundo, ni por encima del mundo, ni más allá del mundo.
Desafortunadamente pareciera que aún hoy varios “pensadores” no se han percatado de
esta refutación, e insisten en colocar el centro de gravedad de la verdad en planos místicos,
imperceptibles y anacrónicos de realidad alterna. No es de extrañar que muchos
“filosofillos” y “espirituales” del hoy sean preponderantemente platónicos. O Kantianos.

Así es pues como Aristóteles establece en su Metafísica, en su Física y en


su Psicología retazos de ideas que en conjunto conforman una concepción de Dios bastante
particular, muy distinta a las concepciones religiosas comunes, y sobretodo, muy superior.
Para entender el dios de Aristóteles hay que comprender primero lo que significa el
concepto decontingencia, desde el punto de vista filosófico.

Un fenómeno en la vida es contingente si así como ha ocurrido muy bien pudo haber
ocurrido de otra manera. Nosotros, por ejemplo, hemos nacido, pero si las circunstancias
hubiesen sido de forma diferente, no estaríamos aquí. Es decir, que nosotros somos
contingentes, o para decirlo en otras palabras (a fin de llegar a la rigurosidad filosófica), no
somos necesarios: al ser pero con la posibilidad de no haber sido, no tenemos (en nosotros)
una razón que fundamente o justifique nuestra existencia. Existe pues una identidad, una
especie de equivalencia, entre ser contingente y no ser necesario. Luego, después de unos
momentos reflexivos, es fácil concluir que todo en la vida es contingente o innecesario; que
así como han ocurrido los eventos que han desembocado en este presente muy bien
pudieron haber derivado en algún otro. Vale destacar que gracias a que somos contingentes
se demuestra que somos libres, y por lo tanto, responsables de nuestros actos.

Desde la perspectiva aristotélica, si algo es contingente o innecesario, entonces debe su


razón a otra cuestión precedente que le haya guardado su fundamento. Si éste algo
precedente sigue siendo contingente, entonces debe su razón a un tercer “algo” anterior al
que le deba su fundamento. Ascendiendo sucesiva e infinitamente, Aristóteles concluyó que
debe existir un ser que sea necesario por él mismo, que no sea contingente. Ese ser sería
Dios.

Es por ello que para este filósofo no haría mayor falta demostrar la existencia de Dios,
porque si su argumento de la no-contingencia es cierto, tan solo con ver las cosas que nos
rodean estamos certificando que Dios existe. ¿Cómo es que las cosas y nosotros existimos?
Existimos porque tenemos un fundamento, una razón de ser para existir, y la fuente de ese
fundamento es justamente Dios. Por lo tanto, todo lo que existe nos remite inevitablemente
a la absoluta necesidad (no-contingente) de una divinidad planificadora.

Por otro lado, Aristóteles reconocía en la contingencia, en lo no necesario, movimiento.


¿Qué es movimiento en este contexto? Movimiento significa una transferencia, un devenir,
un transcurrir, un ser que pasa a un no ser. Ser contingente es estar en movimiento, es un
“no” a lo inmutable y a lo real en si; al no ser necesario, se es un tránsito y no un fin, se es
una relatividad y no un absoluto. Por esta razón, si Dios no es contingente, no puede tener
movimiento. La inmovilidad (que implica inmutabilidad) es la primera característica de Dios
que se deriva de lo anterior.

Asimismo, si Dios resulta inmovible, entonces no puede ser material. Todo lo que posee
materia es susceptible de movimiento, pues lo material cambia, es y no es sucesivamente. Y
lo material no solo posee movimiento en cuanto a naturaleza y esencia, sino que también,
desde un punto de vista más básico, es susceptible de cambio en cuanto a posición y forma.
Por todas estas razones, por ser lo material un sinónimo de lo mutable, la inmaterialidad de
Dios es otra de Sus características.

Otra de las implicaciones de la no-materialidad de Dios es su no-posibilidad o no-latencia,


sino que empero es inmanentemente presente. Dios es, según las palabras de Aristóteles
mismo, el “acto puro”. Explicándolo: la materia, como ya se ha mencionado, implica un
movimiento, y este movimiento implica a su vez una latencia de ser. La materia, al cambiar,
va deviniendo, va siendo y transformándose constantemente en otra cosa, va sucediéndose
a sí misma. Lo material por tanto implica posibilidad, implica un futuro distinto al presente,
una potencialidad de “llegar a”, “de ser”, de “convertirse en”. Ergo, si Dios no es material, no
puede encerrarse en Él posibilidad alguna, ni potencialidad ni latencia. Dios es. Dios no
puede estar siendo, Dios no puede llegar a ser, Dios es el ya; no es ni pasado ni futuro, sino
el presente mismo, es la franja justa que divide lo pretérito de lo venidero. Es el pleno
instante, el pleno acto, el acontecer mismo ya ejecutado.

Entonces, si Dios es necesario, no-contingente, inmóvil, inmaterial; si no posee latencia ni


posibilidad sino que ya es, si es el acto puro, si no coexiste en un plano de realidad
alterna Dios es pensamiento puro.sino que existe en esta realidad, la única realidad, ¿cuál es
la actividad de Dios? La actividad de Dios sería el pensamiento puro. La única forma de que
Dios se mantenga como la causa primera y la justificación primera de todas las cosas, a pesar
de ser inmutable, inmóvil, inmaterial, no-latente y existente en el mismo plano real, es,
según Aristóteles, que sólo se permita “pensar pensamientos”. O “Noesis noeseos”, como el
filósofo dice. Más aún, el único pensamiento en el que puede estar pensando Dios es en Él
mismo, porque el pensamiento de Dios no puede dirigirse a las cosas más tanto en cuanto
son ellas productos de sí mismo.

Como se puede deducir, esta “especie” de divinidad no puede hacer algo más que pensar,
porque sino violentaría su inmovilidad. No puede permitirse el sentir, pues sentir es
imperfección. No puede desear, ni apetecer, ni querer, pues esos son síntomas de latencia y
carencias. No puede emocionarse; mucho menos, en contraste con las divinidades
populares, podría ser juez o verdugo, ni un ente que premie o castigue. Este Dios somos
nosotros mismos y todo lo que nos rodea, somos sus pensamientos. La realidad, la única
realidad existente, es un subproducto de la intelección pura de Dios, en donde Él sería su
base creadora primera y su justificación única primigenia. Cabe destacar que cualquier rito o
tradición religiosa en esta concepción está completamente fuera de lugar.

Pues bien, he aquí a grandes rasgos toda la teología aristotélica. Es con certeza una
concepción de Dios mucho más avanzada y profunda que la concepción antropológica
tradicional (un dios padre, moral, bueno, represor y cumplidor de deseos), aunque para ser
rigurosos, todavía persisten en el filósofo algunas ideas muy antropológicas, como eso de un
"dios pensante", por ejemplo. En el mismo orden de ideas, bien vale acotar que la
arquitectura filosófica de Aristóteles fue válida hasta el siglo XVI, en donde los nuevos
avances científicos y el movimiento renacentista que le hizo compañía echaron por tierra sus
bases metafísicas y ontológicas. Digamos que el asunto de la contingencia y de las causas
primeras fue resuelto luego, sin necesidad de intervenciones divinas.
Aristóteles: El Universo y Dios

Por Santiago Fernández Burillo

Gracias a sus descubrimientos metafísicos, Aristóteles es el primer filósofo que establece vías
universalmente válidas del pensamiento hacia Dios.

1. CIELOS Y TIERRA: LA IMAGEN DEL MUNDO.

Como en toda la antigüedad, también en Aristóteles la imagen del Universo es la de un todo


ordenado admirable (cosmos). Las regiones del mundo son dos: la Tierra y los cielos
astronómicos. La Tierra ha sido objeto de estudio en la Física; las substancias naturales son
cambiantes y corruptibles; constan de elementos. En la Tierra todo es cambio. En los cielos,
por el contrario, no hay el más mínimo cambio: movimiento local perfecto, circular. La
astronomía antigua y moderna, hasta Johannes Kepler (1571-1630), tomaba como evidente el
carácter circular de las órbitas celestes debido a la creencia implícita en que los cielos son la
región de las cosas eternas.

Aristóteles no elaboró una astronomía, se limitó a adoptar las teorías vigentes en su tiempo,
las cuales no pretendían describir la realidad sino tan sólo explicar las “apariencias celestes”.
La Astronomía de Eudoxio de Cnido (408-355, a.C.) mejorada por Calipso de Cízico, es
adoptada por Aristóteles, que la puso en estrecha vinculación con ideas metafísicas. Así cada
una de las esferas o cielos, de que consta el Cosmos, es un cuerpo indestructible, hecho de una
“quinta esencia” o materia sutil e incorruptible (“éter”), que está animado por un principio
vital a modo de forma sustancial: una inteligencia también incorruptible. La Inteligencia que
anima el primer cielo, es el Primer Motor Inmóvil, de la Física.

La Tierra se encuentra en el centro (geocentrismo) del sistema de los cielos, inmóvil. Las
esferas giran en torno a la Tierra, incorruptibles y perfectas. La perfección de las esferas
celestes es mayor cuanto más se alejan de la Tierra. Hay siete esferas por encima de la Tierra,
que contienen 34 órbitas, esto es, sistemas orbitales, giratorios, en los que se sitúan la Luna, el
Sol, y los planetas conocidos (Venus, Mercurio, Marte, más Júpiter y Saturno), finalmente, hay
la órbita de las estrellas fijas, que los contiene todos. Cada movimiento orbital está equilibrado
por una esfera compensatoria, que gira en sentido contrario con la misma velocidad angular,
de manera que el total de esferas o orbes es de 55 o de 47. Con este modelo de “máquina de
los cielos” Aristóteles sólo pretendía “explicar las apariencias”, es decir, aquello que vemos en
la alternancia del día y la noche, los meses, las estaciones, etc.

El movimiento de los cielos proviene de un impulso mecánico comunicado por el Primer


Motor. El Primer Motor se ocupa, él mismo, en el conocimiento de Dios. Dios no forma parte
del Universo. Y “mueve” de manera figurada: la Inteligencia del primer cielo lo conoce y en su
contemplación encuentra un gozo perfecto, que traduce en la comunicación a su cuerpo de un
movimiento perfecto; el primer cielo, por tanto, se mueve de manera uniforme y eterna. El
movimiento perfecto de los cielos alcanzando a las dos últimas esferas, experimenta
perturbaciones: la inclinación del zodíaco explica la aproximación y alejamiento periódicos del
Sol a la Tierra, las perturbaciones atmosféricas, los cambios de los elementos terrestres. La
mecánica celeste de Aristóteles estuvo vigente hasta el siglo XVI. El único interés que tiene hoy
es ver cómo el Estagirita ordenaba las sustancias por grados de perfección ascendente hasta
llegar a Dios, el cual está fuera de la Naturaleza. Las inteligencias intermedias eran hipotéticas,
como todo el sistema astronómico. En todo caso, reflejaban la convicción de que lo actual –lo
que tiene acto– es sobre todo intelectual y tiene grados: el hombre corona el mundo físico,
con una mente (noûs) capaz de conocerlo todo; por encima del hombre, con una actualidad
superior, cada inteligencia es un grado, hasta llegar a Dios, Inteligencia que es Acto puro. El
Neoplatonismo pseudo-aristotélico otorgaría un enorme papel a las inteligencias “separadas”
al pretender que el alma de todos los hombres o incluso Dios mismo, eran alguna de aquellas
sustancias perfectas, “separadas”.

2. LA EXISTENCIA DE DIOS.

2.1. Argumento general: prioridad absoluta del ser en acto sobre el ser en potencia.

Aristóteles llega a la existencia de un Dios único por la línea de la absoluta prioridad del acto
sobre la potencia. Un principio netamente aristotélico, de gran trascendencia es prioridad del
acto respecto al ser en potencia. El acto es “antes” que el ser en potencia, no sólo según la
perfección, sino también según el tiempo, y en todos los sentidos. Por tanto allí donde se
encuentre ente en potencia es preciso que haya un ser en acto, superior, que le comunique
actualidad; y así siempre, hasta llegar a un Acto tal que, no teniendo potencialidad alguna, sea
Acto “puro”, el Acto superior a cualquier acto; y en consecuencia, no puede ser precedido por
ningún otro acto, antes bien los precede a todos, no depende de nada ni es causado, sino que
todos dependen de Él. La prioridad del acto exige la existencia del Acto puro (= sin potencia),
ya que la actualidad no se sostiene en la potencia sino precisamente a la inversa. Ahora bien,
tal prioridad se contempla según dos ópticas: la del conocimiento y la del cambio físico en el
mundo.

2.2. Argumentos basados en la prioridad absoluta de la inteligencia.

Como la primera significación de “ser en acto “ es el conocer (como el que está despierto al
que duerme, como el que piensa a quien puede pensar), acto es sinónimo de perfección. La
acción cognoscitiva es superior a la acción física. Cuando consideramos en acto, «vemos»,
pero, no lo sabemos todo: podemos saberlo todo, pero no lo sabemos todo. En la línea del
acto vital, se ve una potencialidad distinta de la material: no lo sabemos todo, no lo sabemos
siempre, aunque saber es perfección; esta perfección no se sostiene por sí sola, por lo tanto
hay una Inteligencia en acto de entender, plena y eterna: esto es, el Acto puro, el entender de
un Inteligente que entiende en plena actualidad. Es vida perfecta y eterna. Esto es el Dios de
Aristóteles.

El argumento por la prioridad de la inteligencia elaborado en la época platónica, se encontraba


en los escritos de juventud y presentaba diversas formas:

·a)Por el orden del mundo

El objeto de la inteligencia es el orden. Si el mundo es inteligible ha de haber un Inteligente por


encima del mundo: «si alguien sentado en lo alto de la montaña troyana de Ida, hubiese visto
el ejército de los helenos avanzando por la llanura en orden y disposición perfectas..., tendría
la idea de que existiría un ordenador de tal orden, que mandase a unos soldados tan bien
dispuestos bajo su mando... De la misma manera, los primeros que miraron el cielo y
contemplaron el sol recorriendo su curso desde la aurora hasta el ocaso, y las ordenadas
danzas de los astros, buscaron un Artífice de esta bella ordenación, pensando en la
imposibilidad de que se hubiera podido formar al azar, y sí, en cambio, por obra de una
naturaleza superior e incorruptible, que era Dios».

·b)Por los grados de perfección de los seres.

Allí donde hay un más y un menos de perfección, tiene que haber un Ser perfectísimo, un
Máximo, y Éste es Dios: «Se puede afirmar que en todas partes donde hay una jerarquía de
grados y, por tanto, un acercamiento mayor o menor a la perfección, existe necesariamente
una cosa absolutamente perfecta. Ahora bien, como en todo lo que existe se da una gradación
de cosas más o menos perfectas, por la misma razón existirá también un Ser más perfecto que
todos, el cual podría ser Dios».

·c)Por la experiencia psicológica.

Aristóteles solía decir que «la idea de Dios viene en los hombres de dos fuentes distintas: en
primer lugar, de las experiencias de la vida psíquica; después, de la contemplación de los
cuerpos celestes. En cuanto a la primera, tiene en cuenta los influjos divinos y la clarividencia
que sobreviene al sueño».

Más que en Platón, para Aristóteles es imprescindible postular alguna forma de influjo divino
en el alma humana, para que ésta sea capaz de formular la idea de Ser infinito, por mucho que
contemple el cielo estrellado; en efecto, si todo nuestro conocimiento deriva de la experiencia
sensible, ¿de dónde proviene la idea de Dios, como Ser infinito? Ninguna sensación puede
proporcionar la idea del infinito positivo.

2.3.El argumento basado en el movimiento.

Es la prueba típicamente aristotélica aunque ya la había formulado Platón. Tanto la Física


como la Metafísica parten del hecho evidente del movimiento, que consideran eterno, pero
andan en busca de una Causa suprema y Primera para explicarlo.

En efecto, no hay ninguna cosa en el mundo que no cambie. Ahora bien, “todo lo que se
mueve, es movido por otro” (principio de causalidad). Todo movimiento requiere un motor
distinto del móvil. Pero la serie de motores móviles, que se subordinen en el acto de moverse,
no puede remontarse al infinito. Es necesario pararse, llegamos así a un Primer Motor que
mueve todas las cosas sin ser movido él mismo. El Primer Motor es inmóvil y eterno, puesto
que el movimiento cósmico es también único y eterno.

El Primer Motor de la Física aparece como una parte del mundo: comunica la rotación a la
periferia suprema del Universo. Por lo tanto este Primer Motor formaría parte del mundo. Es
el alma del primer cielo. Lo mueve físicamente, por impulso y contacto, de modo semejante a
como el alma mueve al cuerpo. El Primer Motor es inmóvil, activo, inteligente y alma del
primer cielo que circunda el Universo. Aristóteles en la Física no le da el nombre de Dios.

En la Metafísica sigue un proceso similar: partiendo de la realidad del cambio eterno en el


mundo, se propone demostrar que existe una sustancia separada, inmóvil, eterna e
incorruptible. Ahora ya distingue tres tipos de sustancia: las terrestres y las celestes son físicas,
móviles, aunque las primeras corruptibles y las segundas no; por encima de todas ellas, hay
otra, inmóvil y, por tanto, eterna, incorruptible.

El nervio de todo el argumento es el principio de causalidad: lo más no puede provenir de lo


menos. «El ser no procede del Caos ni de la Noche». Como el acto es anterior a la potencia, así
el motor es anterior al móvil. Y dado que en las cosas hay un cambio continuo, cíclico, de
generaciones y corrupciones, ha de existir una sustancia primera, inmaterial, Acto Puro, sin
mezcla de potencialidad que comunica el acto a todos los seres de modo continuo y uniforme.
Si no existiera el Acto puro, siendo todas las cosas corruptibles, alguna vez dejaría todo de
existir.

En suma, más allá de los movimientos y variedad de sustancias cambiantes de la Tierra, y más
allá de los cuerpos celestes que comunican movimiento y vida, ha de haber un Ser que mueve
sin ser movido, que es Acto y no es en potencia en ningún sentido: «Y esto es Dios», afirma
(Metaph., XII, 7).

3. NATURALEZA DE DIOS.

La demostración de la existencia de Dios comporta ya el conocimiento de algunos atributos o


propiedades que nos dan a conocer cómo es Dios y cómo opera. Ante todo, como es el Acto
puro -- del que dependen todos los existentes, en su realidad y movimiento -- , se puede
afirmar que está manteniendo en la existencia todas las cosas: «de este Principio penden el
cielo y la naturaleza toda» (Metaph.,XII, 7)

En este argumento, el sistema aristotélico no depende ya de la astronomía ni de la mecánica


antiguas; ha trascendido el orden físico. Si en el cosmos todo se mueve siempre, tiene que
haber una Causa primera de este movimiento constante, la cual se encuentra fuera de
cualquier movimiento, porque no necesita ser movida para comunicar actualidad. Es
actualidad eterna, inmóvil, separada de lo sensible, inmaterial, indivisible, sin partes, sin
pasividad, y , por tanto, inmutable e inalterable, incorruptible y «dotada de un Poder infinito».

El Acto puro que es Dios, es vida y felicidad perfectas: «Su actividad es como la más perfecta
que nosotros somos capaces de vivir por un breve intervalo de tiempo. Es siempre feliz, cosa
que para nosotros es imposible, porque su actividad es gozo (por esto, el estar despierto, la
sensación y el pensamiento son sumamente placenteros, y en virtud de estos, lo son la
esperanza y los recuerdos)».

Dios es vida, más aún, es la forma más alta de vida: es Acto de pensar, contemplación que
nunca acaba:

«Así pues, si Dios se encuentra siempre tan bien como algunas veces nos encontramos
nosotros, es admirable. Y si se encuentra mejor, todavía más admirable. Y así es. Y en El hay
vida -- porque la actividad del entendimiento --; es vida y es idéntico a tal actividad. Y su
actividad es, en sí misma, vida perfecta y eterna. Afirmamos, pues, que Dios es un Viviente
eterno y perfecto. Así, pues, a Dios le corresponde vivir una vida continua y eterna. Esto es,
pues, Dios» (Metaph.,XII, 7)
.
Pero la vida divina se encuentra encerrada sobre sí misma: el Acto puro de pensar no
contempla nada exterior a sí, porque esto lo supondría en potencia. Conocer cosas externas a
Él, sería imperfección y dependencia -- considera Aristóteles --, por tanto, no conoce nada
fuera de sí mismo y en sí encuentra la plenitud de la felicidad.

El hombre y las inteligencias de las esferas pueden conocer y amar a Dios; pero El no puede
amar. Para Aristóteles, lo que nosotros llamamos amor implica indigencia, deseo (orexis),
potencialidad; pero el Entendimiento, que es Acto puro de ser, no puede estar en potencia
respecto a nada. Por eso Aristóteles sostiene que Dios no conoce el mundo, ni los hombres.
Tampoco es el Creador. Su causalidad sobre el mundo no es eficiente, sino final: “mueve como
amado”, con una especie de causalidad psicológica.

Extracto del libro S. Fernández Burillo – J. García del Muro i Solans, Història de la Filosofía,
Lérida 1998, pp. 63-67 [ISBN: 84-605-8095-4]. Traducción de A. Orozco-Delclós

Gentileza de http://www.arvo.net/ para la


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