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CITAS DE LAS HERMANAS BRONTË

De “Jane Eyre” (Charlotte Brontë):

-Lo he pensado bien y ahora creo que debo irme.


-Quédese, Jane. No luche consigo misma como un ave que, en su desesperación,
despedazara su propio plumaje.
-No soy un ave, sino un ser humano con voluntad que ejercitaré alejándome de
usted.

Jamás encontré a nadie que se pareciese a ti. Tú me atraes, me dominas, me


gusta esa impresión que sabes dar de sumisa y dócil; y mientras devano la
madeja fina y sedosa, ella misma se enrolla en mis dedos; y a través de mi
cuerpo, hasta llegar al corazón, me sacude un estremecimiento que me domina
y que me envuelve. Me sometes y me influyes y esta sensación que experimento
tiene para mí el encanto del hechizo y de la brujería que hay en tu persona...

De “Cumbres borrascosas” (Emily Brontë):

Pues amo el suelo que pisa y el aire que respira y todo lo que toca y lo que dice.
Me gusta su forma de mirar y de comportarse, me gusta todo él de arriba abajo.
¡Ya está!

Lo único que iba a decirte es que el cielo no me parecía mi casa. Se me partía el


alma de puro llorar porque quería volverme a la tierra, y los ángeles se
enfadaron tanto que me echaron y fui a caer en pleno páramo, en lo más alto de
Cumbres Borrascosas. Y me desperté allí llorando de alegría.

Así que nunca sabrá cuánto le amo. Y no por guapo, Nelly, sino porque es más
que yo misma. Sea cual fuere la sustancia de que están hechas las almas, la suya
y la mía son idénticas, y la de Linton es tan diferente de ellas como puede serlo
un rayo de luna de un relámpago o la escarcha del fuego.
Si perecieran todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si,
en cambio, todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el mundo se me
volvería totalmente extraño y no me parecería formar parte de él.

En dos palabras se resumiría entonces mi futuro: muerte e infierno; porque la


vida, si la perdiera a ella, sería un infierno.

Quédate siempre conmigo, bajo la forma que quieras, ¡vuélveme loco! Pero lo
único que no puedes hacer es dejarme solo en este abismo donde no soy capaz
de encontrarte. ¡Oh, Dios mío, es inconcebible! ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No
puedo vivir sin mi alma!

Deambulé alrededor de ellas bajo aquel cielo benigno; contemplé el revoloteo de


las mariposas entre el brezo y las campánulas, escuché el sonido suave del
viento soplando por entre la yerba. Y me preguntaba cómo se le podía ocurrir a
nadie atribuir un sueño inquieto a quienes duermen bajo aquella apacible tierra.

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