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Conferencia presentada en la Consulta sobre educación teológica popular de la Asociación

Latinoamericana de Instituciones de Educación Teológica (ALIET), Guatemala, 1985.


Publicada en Pastoralia (Costa Rica) #16, 1986.

EDUCACIÓN TEOLÓGICA POPULAR Y


EDUCACIÓN TEOLÓGICA POPULAR DE LA MUJER

Irene Foulkes

Al leer el título asignado a esta ponencia, no podemos menos que observar la ambigüedad
subyacente a toda nuestra empresa de educación teológica popular. Podríamos destacar más claramente,
tal vez, esta ambigüedad si agregáramos otra palabrita más : educación teológica popular de la mujer y
por la mujer. Con esto nos referimos a la época de transición en que nos encontramos en la educación
teológica toda, especialmente en América Latina, Asia y Africa. En lugar de limitar el acceso a la
educación teológica a un grupo de personas, mayormente hombres de cierto nivel académico, con
programas que exigen largos períodos de residencia lejos del lugar de origen, hemos despertado a la
necesidad de crear modelos alternativos, propios de nuestras situaciones. La preparación teológica se ha
proyectado a nuevos grupos en la iglesia, a personas maduras, a cuadros de todo nivel, que son los que
siempre han llevado adelante la obra de la iglesia sin reconocimientos oficiales ni prestigio.
Tradicionalmente, en nuestros pueblos las mujeres han encontrado su lugar para servir a la iglesia solo en
los espacios carentes de categoría y, por tanto, accesibles a personas sin prestigio, entre ellas, las mujeres.

El tema que nos ocupa desde años pasados – ministerio por el pueblo – implica también educación
teológica no solo del pueblo sino también por el pueblo. Es así como la educación teológica popular de la
mujer tendrá que ser también por la mujer, sin ningún exclusivismo, por supuesto. La participación de los
hombres que ven en la mujer un sujeto teológico y no solo un objeto sobre el cual se teologiza, o en el
cual se vuelcan los contenidos teológicos, es, y será, muy significativa y muy bienvenida.

Nos acercamos al tema siguiendo estos pasos: primero, esbozaremos brevemente un marco
teológico y pedagógico para la educación teológica popular de la mujer y por ella misma; luego, nos
enfrentaremos a la definición y ubicación de los sujetos de esta educación; por último, hablaremos (en
forma muy escueta, temo) de objetivos, contenidos y metodología.

1. Marco teológico y pedagógico

En la gran variedad de nuestras experiencias en la iglesia y de nuestra vivencia como iglesia, puede
percibirse un reflejo de la fecunda diversidad de la Palabra de Dios que fundamenta la iglesia. Un hilo
que atraviesa esta diversidad lo encontramos en el concepto de Reino de Dios, es decir, en el postulado
fundamental de la fe: que Dios, creador del mundo y del género humano, reina en medio del mundo y su
historia. Este Rey se distingue por no violar la historia de los seres humanos. Al contrario, Dios afirma la
libertad humana, llamando a la vez a hombre y mujeres a involucrarse en su proyecto histórico: vida para
el mundo, proyecto de amor y justicia donde el poder se ejerce para servir al otro y no para dominarlo. El
modelo lo da Jesús, quien encarna el Reino de Dios al mismo tiempo que lo anuncia, señalando por su
vida, y dramáticamente por su muerte, que el Dios que reina y que llama a cada una de la s personas q que
se conviertan a su reinado, ese Dios es también Padre. Nos esforzamos, en el estudio del Nuevo
Testamento, por descifrar el enigma de los grandes contrastes entre evangelios y epístolas, entre el Jesús
histórico y el Cristo de la fe, entre el Reino de Dios y la justificación por la fe. He aquí una de las claves,
tal vez la clave: Jesús experimenta a Yahvé como Padre (novedad teológica en Israel) de una manera
única, y se presenta ante la gente no solo como el que goza de esta relación en forma personal sino
también como el que abre a todas las personas la posibilidad de entrar en una relación filial con Dios. En
los evangelios, esta relación pasa por el seguimiento de Jesús en el discipulado; en las epístolas, por la fe
en Jesús crucificado y resucitado, como cordero pascual que posibilita la nueva alianza, el nuevo pueblo,
la nueva relación con Dios que nos permite clamar, “Abba, Padre”. Adoptados por Dios, unidos a su
familia, mostraremos al mundo el carácter de este Padre.

Como bien señala Daniel Schipani en su excelente libro, El Reino de Dios y el ministerio
educativo de la Iglesia (Miami: Caribe, 1984), el Reino de Dios tiene dos exigencias fundamentales: por
un lado, la conversión permanente, como proceso dinámico y continuo; y por otro, la participación en la
reestructuración del mundo humano por el establecimiento de cabezas de puente del Reino aquí y ahora.
El Reino de Dios es un “Reino al revés”, donde los valores comunes de la sociedad están invertidos, es
decir, donde se busca no el poder sino el servicio, donde el Rey-siervo no se impone sino que afirma la
libertad humana (págs. 94-102). Este tipo de Reino tendrá para nosotros implicaciones fundamentales
para las tareas educativas que llevamos a cabo en nombre de él. Como hijos e hijas del Reino, somos
llamados a crear alternativas de transformación social en situaciones humanas carentes de la justicia y el
amor que caracterizan el reinado de Dios. Esto quiere decir que la educación teológica popular de la
mujer tiene que tratar en forma justa a las mujeres, respetando su dignidad como personas creadas por
Dios como su imagen y salvadas por él para tener comunión plena con él y para participar junto con él en
las tareas del Reino. Mucha marginación ha sufrido la mujer aun en el nombre del Dios del Reino, y esto
nos advierte del constante peligro que acecha a los líderes y educadores de las iglesias, de tomar ese
“Reino al revés” y trastocarlo en imagen de los reinos de este mundo, donde los que detentan el poder lo
ejercen no para otorgar poder y plena participación a otros sino precisamente para mantener en la periferia
a los que históricamente han sido desheredados. Examinemos el trato que nuestras instituciones le han
dado a la mujer, tanto en programas de residencia como en los programas populares y de extensión; esta
praxis revelará cuál es nuestra comprensión del reinado de Dios entre nosotros. En un encuentro de
educadores de la Iglesia de Dios (pentecostal) celebrado en Puerto Rico en 1985, Aida Gaetán lo resume
así:

Si nosotros como Iglesia hemos de servir a Dios, tendremos que hacerlo identificándonos con
aquellos con quienes Dios mismo se identifica: el pobre, el oprimido y el marginado.
Debemos servir a Dios sirviendo a la humanidad como proclamación del Reino de Dios entre
nosotros.

El Reino de Dios no está en el cielo ni en le espacio, sino entre nosotros. El Reino de Dios
tiene su total realización dentro de la esperanza escatológica, pero esta esperanza transforma
nuestra historia presente en la medida en que buscamos y participamos en la realización
presente de ese Reino. (Pastoralia, #15, 1985, pág. 89).

Hemos entrado en la etapa de la evaluación de nuestras experiencias, y hemos encontrado que a


veces el modelo de educación por extensión, presuntamente liberador, ha sido utilizado más bien para
dominar, para imponer más eficazmente un producto previamente empaquetado, que no se abre al libre
examen. Hemos demostrado tener poca capacidad para ponernos al lado de los educandos, para abrir
juntos la Biblia, por ejemplo, y discernir por los ojos de ellos la revelación siempre nueva de Dios,
transformadora de su situación de marginación. El marco pedagógico nos lo provee Jesús, con su
didáctica del camino, su combinación de acción y reflexión en la dinámica de una comunidad convocada
alrededor de su persona.
Sirva esta breve reflexión teológica y pedagógica para enmarcar lo que comentamos ahora sobre la
educación teológica popular de la mujer.

2. ¿Quiénes son los sujetos de la educación teológica de la mujer?

Esta pregunta no puede reducirse a la cuestión de si son hombre o mujeres los que se ocupan del
proceso educativo. Más fundamental es la cuestión de la relación entre las personas responsables del
programa y las mujeres del grupo y sus circunstancias. Una mujer, al igual que un hombre, que se ubique
en una situación socio-económico y cultural ajena a la de las mujeres del grupo, puede diseñar un
programa educativo alienante que no contribuya a lograr que el Reino de amor y justicia se profundice en
ellas.

Debemos tomar conciencia del hecho de que no existe tal cosa como “la mujer” en sentido
generalizado, abstracto. Hay que preguntarse por la persona, sus condiciones de vida específicas. ¿Vive
en un tugurio? ¿Tiene que cargar el agua con que realiza sus tareas domésticas? ¿Pudo asistir a la
escuela? ¿Qué fue lo que aprendió allí? ¿Le ha servido de algo? ¿Cómo son las relaciones con sus
vecinos frente a los problemas de la comunidad? ¿Ha tenido todos sus hijos porque quiso tenerlos y
cuando quiso? Si no, ¿cuáles son los factores o quiénes son las personas que determinan esta área que
condiciona tanto su existencia? ¿Cómo se sostiene económicamente? ¿Tiene trabajo remunerado?
¿Cómo combina la jornada de trabajo fuera de la casa con la jornada dentro? ¿Qué cree de sí misma y de
su propia capacidad para cambiar los factores negativos que la condicionan? ¿Cómo fue la relación que
tuvo con su padre cuando era niña? ¿Qué concepto tiene de sí misma como ser humano? ¿Y como
mujer? Por último, ¿por qué tantas preguntas?

Para contestar esta última pregunta, quisiera compartir con ustedes una experiencia. Hace cuatro
años, cuando ejercía funciones como parte de un equipo pastoral (6 hombres y una mujer, todos con un
trabajo de tiempo completo fuera de la iglesia), me tocó preparar el sermón del Día del Padre. Decidí
sociarlizarlo, e invité a las esposas de los otros pastores, junto con las esposas de unos diáconos, a
preparar junto conmigo un estudio sobre la parábola del padre y sus dos hijos (conocida comúnmente
cono la parábola del hijo prodigo). Para comenzar nuestra primera sesión, les pedí que contaran sus
propias experiencias con sus padres. No estaba preparada para lo que siguió. Durante más de una hora,
una tras otra compartieron sus propias historias de miedo, odio y repulsión hacia padres o padrastros que
abusaban de ellas durante su niñez o adolescencia. De diez mujeres presentes, cinco habían tenido
experiencias de este tipo. El efecto traumático perdura; afecta profundamente la autoimagen de la
persona degradada en lo más básico de su ser. Afecta también su capacidad para relacionarse con otros
hombres, para participar con confianza en una comunidad de mujeres y hombres como es la iglesia.

¿Cómo puede emprenderse un programa de educación teológica de la mujer a la luz de esto? Por
lo general, justificamos la educación teológica con base en la necesidad que tiene la iglesia de contar con
maestros y maestras, evangelistas de púlpito y de trabajo persona-a-persona, organizadores de todo tipo,
líderes de juventud, etc., para llevar a cabo su programa. Pero hay algo más básico: la iglesia debe
proveer el lugar donde personas como estas hermanas de mi iglesia puedan encarar su trauma de mujer
ultrajada, o su baja autoestima personal por tantas otras causas que abundan en nuestra sociedad machista.
(En otro momento habría que tratar también el asunto de la baja autoestima en el varón, que provoca en él
la necesidad de dominar a la mujer).

La educación teológica enmarcada por el Reino de Dios tiene que comenzar donde se encuentran
las personas, si es que ellas han se ser sujetos del proceso educativo y no solamente recipientes pasivos.
Más adelante hablaremos de las implicaciones de esto para el contenido y la metodología del programa
educativo.

Cuando empezamos a tomar conciencia de tantos aspectos problemáticos en la situación de la


mujeres, debemos buscar también los aspectos positivos, las condiciones de vida que las mujeres que
contribuyen a la realización de los valores del Reino y, por ende, proveen buena base para experiencias
educativas que les permitan desarrollarse teológicamente y las orienten hacia la obra pastoral. Por
ejemplo, ¿qué implicaciones teológicas y educativas podríamos encontrar en el siguiente testimonio de
una mujer costarricense, esposa de ebanista y madre de 10 hijos?

¡Cuánto me gusta dialogar con mis hijos y sus amigos que llegan a casa! Dos veces al día
hacemos un percolador de café de 30 tazas, porque siempre hay jóvenes que vienen a la cocina,
se sientan a la mesa, y quieren tomar algo mientras platicamos. Yo nunca pude ir al colegio,
pero estos muchachos hablan conmigo sobre tantas cosas que ven en sus estudios. Ahora yo
puedo, inclusive, ayudar a los más jovencitos con sus estudios. Cuando hay algún problema de
disciplina, veo que mi esposo tiende a juzgar el asunto sin entender qué es lo que pasa
realmente. Me toca interpretar para él cómo piensan los muchachos y por qué hacen las cosas
como las hacen.

Por último, debemos reconocer que las mujeres de nuestras iglesias protagonizan procesos de
educación teológica casi desde el inicio de sus congregaciones. Las sociedades femeniles representan un
esfuerzo, a menudo pobremente orientado, por educarse en la fe y para la obra. ¿Por qué esta instancia no
ha merecido la atención de nuestros programas de educación teológica? ¿Tendría algo que ver la
respuesta con el hecho de que todas las personas involucradas son mujeres? Parece a veces que las
mujeres han desarrollado un mundo propio, paralelo al mundo “oficial” de la iglesia: entre ellas llevan a
cabo todas las funciones del ministerio: predican, enseñan, organizan proyectos de la más variada índole,
evangelizan y discipulan, desarrollan programas de adoración y de oración. Sin embargo no se toma en
cuenta este enorme recurso y este cúmulo de experiencias educativas. Se diseñan programas de
capacitación como si no existiera ya un grupo motivado y experimentado. Al revalorar las instancias
populares no podemos menos que tomar en cuenta las sociedades femeniles.

3. Objetivos, contenidos, metodología

3.1 Objetivos

¿Qué es lo que se quiere lograr en la educación teológica popular de la mujer?

Retomemos el marco del Reino de Dios y su visión del propósito de Dios como la creación y
sustento de una comunidad humana que vive y actúa en consonancia con su carácter amoroso y justo, en
consciente relación filial con él, y sostenida por la esperanza del cumplimiento escatológico de estos
anticipos del Reino que experimentamos y que, por su gracia, ayudamos a producir. Es así como el Reino
funciona cono una utopía que orienta y guía nuestros esfuerzos por ser fieles a su visión de cómo deben
ser las cosas. La utopía funciona también como un criterio evaluativo de las cosas como son ahora, un
instrumento crítico, no solo del mundo cono está sino también de nuestras acciones por transformarlo.
Por eso incluimos en esta sección tanto los objetivos como los contenidos y la metodología de la
educación teología popular de la mujer.
Brevemente, sin la necesaria elaboración sino simplemente a manera de propuesta, señalamos
algunos objetivos que podrían orientar nuestros esfuerzos en este campo. La educación teológica popular
de la mujer deberá:

3.1.1 Proveer un espacio donde las mujeres puedan reflexionar sobre su condición de mujer y sus
experiencias de mujer, especialmente en los estratos de la sociedad donde la vida de la mujer es más
difícil, más presionada.

3.1.2 Permitir que las mujeres adquieran los instrumentos necesarios para evaluar teológica y
sociológicamente su condición y sus experiencias.

3.1.3 Promover las actividades necesarias para que las mujeres valoren sus capacidades para
contribuir activamente al proyecto del Reino de Dios en su propia vida y la de su familia, en su iglesia,
comunidad y país.

3.1.4 Proveer oportunidades para que las mujeres emprendan el estudio de la Biblia y la tradición
teológica de su iglesia desde la perspectiva de la mujer, particularmente de la mujer de las grandes
mayorías marginadas en nuestras sociedades.

3.1.5 Lograr que las mujeres se capaciten en el manejo de los instrumentos necesarios para llevar
a cabo las tareas del Reino de Dios en la iglesia y la sociedad.

3.2 Contenidos

¿Cuál es la materia de estudio en la educación teológica popular de la mujer? Partiendo de los


objetivos propuestos, podríamos sugerir contenidos como los siguientes:

3.2.1 El ser de la mujer como persona. Cuando las mujeres de una iglesia de San José se
pusieron a dialogar sobre un posible curso de pastoral de la mujer, abundaron expresiones cono éstas: “Yo
sé que debemos estar en sujeción…”; “tenemos que estar sometidas…”; “la mujer no puede…”.
Después de unas 25 intervenciones de este tipo, por fin una mujer dijo: “Siempre he creído que las
mujeres tenemos mucho potencial, que valemos mucho …”. Los comentarios de sus hermanas ya habían
demostrado que esta intuición es constantemente cuestionada, o denegada: o se hace burla de ella. ¡Qué
ironía (para no usar otro término más fuerte) que es precisamente en la iglesia, comunidad que debería
manifestar las marcas del Reino, donde se experimenta en forma sistemática (hasta codificado en
reglamentos) el menosprecio de la mujer como mujer! Ya no funciona más, entre un número creciente de
cristianos, la salvedad de que la iglesia acepta la igualdad espiritual de la mujer mientras le niega una
participación en pie de igualdad dentro de la vida y la misión de la iglesia. Todos somos seres integrales;
la parte espiritual no se puede experimentar aparte de nuestra personalidad entera y nuestro lugar en el
grupo social.

El ser mujer quiere decir ser mujer en relación con otros seres. No es un enfoque individualista lo
que se propone aquí. Sin embargo, la mujer, sobre todo la mujer del pueblo, necesita exteriorizar su
propio sentido de minusvaloración y las experiencias que lo han producido y confirmado, antes de que
pueda lograr una sana relación con los demás. Conforme la mujer comience a formarse una nueva imagen
de sí misma, se irá capacitando para examinar con provecho su relación con otros y su contribución al
grupo.
3.2.2 Instrumentos teológicos y sociológicos. Como muestra, simplemente, tomemos el área
del ser de la mujer que hemos indicado en el párrafo anterior. Se relaciona con campos teológicos
conocidos como la antropología teológica (la llamada "doctrina del hombre"), la teología propia (la
doctrina de Dios) y también la soteriología (la doctrina de la salvación). Para que las mujeres logren
corregir su autoimagen (capacitándose así para ser agentes de sanidad y liberación para otras personas y
grupos), podrán trabajar con el tema de Dios como creador de la mujer. Deberían escandalizarnos las
repuestas que un grupo de mujeres de la base le dio a una promotora de educación teológica cuando le
preguntó para qué ha sido creada la mujer: “Para tener hijos…”. “Para sufrir”. ¿Qué clase de Dios tienen
ellas? ¿Qué concepto tienen del ser humano, como varón y hembra? A ninguna se le había ocurrido que
Dios las ha creado para ser felices. Sin embargo, sabemos que, para cada persona, cierto contentamiento
consigo misma es esencial para que llegue a ser agente de dicha para otros, aun para que cumpla
adecuadamente el papel de madre que tanto permea el ambiente de la mujer en nuestra sociedad.

Creadas por Dios y también redimidas por él Elaborando su teología de la salvación, las mujeres
podrán descubrir que Dios ha reconocido en ellas su valor inestimable al entregar a su Hijo por ellas. No
solo la muerte de Jesús es salvífica sino que su vida también lo es. En el estudio del trato de Jesús con las
mujeres, nuestras hermanas encuentran que su intuición de valor propio, casi sofocada por la sociedad (y
la iglesia, hasta donde ha asumido los valores de este mundo), les permite interpretar más adecuadamente
la Biblia que muchos eruditos hombres. Es el privilegio epistemológico de los pobres – de las pobres en
este caso.

3.2.3 Contribuciones al proyecto del Reino. La educación teológica popular no se queda en el


estudio y la discusión. La acción es parte integral de la reflexión, y los grupos de mujeres, tanto como los
grupos mixtos, necesitan realizar proyectos que den expresión a su creciente comprensión del Reino de
Dios entre nosotros, y hagan surgir a la vez nuevas inquietudes para su reflexión y estudio. En muchas
iglesias, el proyecto que surge en el grupo de mujeres tiene que ver con la capacitación de mujeres en la
comunidad circundante. Acciones de solidaridad en esfuerzos comunitarios por lograr luz eléctrica, o
agua, o servicios de transporte, se integran al proceso de educación teológica en la perspectiva del Reino.

3.2.4 Estudio de la Biblia y la tradición de la iglesia. El nuevo punto de partida en el proceso


de teologización en América Latina ha producido nuevas perspectivas en estos campos. Ya hemos
aludido al estudio bíblico emprendido desde la perspectiva de la mujer cuando hablamos sobre la vida de
Jesús. La relectura de nuestras tradiciones eclesiásticas no tarda en surgir. Por ejemplo, hermanas
pentecostales, excluidas de participación oficial, descubren que al principio el movimiento pentecostal no
fue así, y encuentran en su propia historia denominacional algunos elementos para superar su marginación
presente.

3.2.5 Instrumentos necesarios para las tareas del Reino. Muchas de las actividades del Reino
involucran capacidades organizativas. Con una nueva visión de sí mismas, las mujeres dominan
rápidamente los pasos necesarios para el desarrollo de proyectos: diseño, planificación, financiamiento,
ejecución y evaluación. Se capacitan igualmente en el área de relaciones con la comunidad y con
instancias gubernamentales.

3.3 Metodología

¿Cómo se trabaja con los sujetos de la educación teológica popular para logra los objetivos?

La fundamentación de nuestra metodología en el Reino de Dios nos orienta hacia la plena


participación de las mujeres junto con los promotores o facilitadores, quienes también se forman en esta
empresa compartida. Los métodos y las técnicas de la educación popular ya son conocidos entre los
miembros de una consulta como ésta. Baste ahora, entonces, ofrecer algunos ejemplos de cómo podrían
integrarse a la tarea específica de la educación teológica popular de la mujer, a la luz de los objetivos y
contenidos propuestos.

Como principio general debe motivarse a los grupos para que aporten desde su propia experiencia
los elementos para la reflexión y el estudio. En relación con el primer objetivo, algunos grupos de
mujeres han trabajado con base en relatos autobiográficos que comparten unas con otras, para buscar
juntas el sentido de algunas de sus experiencias. Así logran superar hondos sentimientos de culpabilidad
(como muchas veces es el caso de las mujeres sexualmente ultrajadas por miembros de su propia familia).
En otro tipo de experiencias logran revalorar positivamente algún aspecto de su persona que ha sido
deformado por la cultura dominante.

Como en toda educación popular, se busca que la mujer diga su propia palabra, que defina su
propia realidad. Las mujeres que participan en estudios bíblicos y teológicos como los que hemos
mencionado en puntos anteriores, podrán decir esa palabra, por medio de actividades en que plasmen su
aprendizaje en materiales escritos o visuales. En varios talleres de formación cristiana para mujeres
(algunas de las cuales apenas saben leer y escribir), un período de estudio bíblico y reflexión ha
desembocado en la redacción de folletos por las mujeres y para las mujeres.

En actividades de aprendizaje donde las participantes son protagonistas de su propia educación se


hace presente el Reino de Dios. Tanto por su forma como su contenido, la educación teológica popular de
la mujer ha de contribuir a que toda la iglesia encarne cada vez más este Reino de vida en medio de
nuestra sociedad.

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