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Marchart, O. (2009). El pensamiento político posfundacional.

1. Introducción: sobre el fundamento ausente de lo social

“Con respecto a la teoría política vigente, nuestra investigación procura corroborar la tesis de que la
diferencia conceptual entre la política y lo político, como diferencia, asume el rol de un indicador o
síntoma del fundamento ausente de la sociedad. En cuanto diferencia, esta no presenta sino una
escisión paradigmática en la idea tradicional de política, donde es preciso introducir un nuevo
término (lo político) a fin de señalar la dimensión “ontológica” de la sociedad, la dimensión de
la institución de la sociedad, en tanto que “política” se mantuvo como el término para
designar las prácticas “ónticas” de la política convencional (los intentos plurales, particulares
y, en última instancia, fallidos de fundar la sociedad. Así, para las teorías posfundacionalistas,
donde se emplea dicha diferencia, esta adquiere el estatus de una diferencia fundante que debe ser
concebida como negatividad, y en virtud de la cual se impide la clausura de lo social (en el sentido
de sociedad) y la posibilidad de volverse idéntico a sí mismo. Para indicar esta imposibilidad de
clausura final, el antiguo concepto de la política se divide internamente entre la política eo
ipso (ciertas formas de acción, el subsistema político, etc.) y algo que siempre escapa a todo
intento de domesticación política o social: lo político” (19).

“Podríamos decir que –desde la posición de un observador de la filosofía– la diferencia ontológica


se despliega como una incompatibilidad radical, como una brecha insalvable entre conceptos tales
como lo social, la política [politics], la forma de gobierno [polity], la determinación de nromas y
objetivos genreales [policy] y la policía [police], por un lado, y lo político [the political] en cuanto
acontecimiento o antagonismo radical, por el otro. El problema reside, por cierto, en que la
diferencia política no puede ser descripta por instrumentos empíricos. Por consiguiente, no
puede ser un objeto de la ciencia política, sino solo “el objeto” de una teoría política que se
atreva a tomar un punto de vista filosófico sin por ello incurrir en un filosofismo no político”
(20).

“Por tanto, la noción de fundamento se escinde, por un lado, en un fundamento puramente negativo
(la imposibilidad de un sustrato final) y, por el otro, en la posibilidad de “fundamentos
contingentes”, para usar una expresión acuñada por Judith Butler, esto es, una pluralidad de
movimientos hegemónicos que tratan de fundar la sociedad sin ser enteramente capaces de hacerlo.
Toda fundación será, en consecuencia, una fundación parcial dentro de un campo de intentos
fundacionales contrapuestos” (21).

“Al escindir la política desde dentro se libera algo esencial. Por una parte, la política en el nivel
óntico continúa siendo un régimen discursivo específico, un sistema social particular, una cierta
forma de acción; mientras que, por otra parte, lo político asume en el nivel ontológico el rol de algo
que es de una naturaleza totalmente distinta: el principio de autonomía política, o el momento de
institución de la sociedad. En cuanto diferenciada de la política, la noción de lo político no
puede integrarse en las diferencias sociales, la repetición, la tradición, la sedimentación o la
burocracia. Lo político, al igual que otras figuras de la contingencia y la infundabilidad tales
como el acontecimiento, el antagonismo, la verdad, lo real o la libertad, mora, por así decirlo,
en el no-fundamento de la sociedad, el cual se hace sentir en el juego diferencial de la
diferencia política. Pero el fundamento de la sociedad no está “meramente” ausente.
(Re-)aparece y está suplementado por el momento que podemos llamar, haciendo referencia al
momento maquiaveliano de J. G. A. Pocock, el momento de lo político” (22).
1. Los contornos del heideggerianismo de izquierda: el posfundacionalismo y la contingencia
necesaria

“El término fundacionalismo puede utilizarse para definir –desde el punto de vista de la teoría
social y política– aquellas teorías que suponen que la sociedad y/o la política “se basan en
principios que son (1) innegables e inmunes a revisión, y (2) están localizados fuera de la sociedad
y de la política”. En la mayoría de los casos de fundacionalismo político y social, lo que se busca es
un principio que funde la política desde fuera. A partir de ese fundamento trascendente se deriva,
según se afirma, el funcionamiento de la política” (26).

“La noción de fundamentos contingentes propuesta por Butler como un marco alternativo del
debate podría describirse mejor como un debilitamiento ontológico del estatus de fundamento que
no lo suprime por completo. Por esta razón, lo que llegó a denominarse posfundacionalismo no
debería confundirse con antifundacionalismo. Lo que distingue el primero del segundo es que no
supone la ausencia de cualquier fundamento; lo que sí supone es la ausencia de un fundamento
último, dado que solamente sobre la base de esa ausencia los fundamentos (en plural) son posibles”
(29).

“Lo que está en juego en el pensamiento posfundacional es el estatus atribuido a los fundamentos,
según el cual la ausencia primordial (u ontológica) de un fundamento último es, en sí mismo, la
condición de posibilidad de los fundamentos en cuanto presentes, vale decir, en su objetividad o
‘existencia’ empírica como seres ónticos. En otras palabras: la pluralización de los fundamentos y
de las identidades dentro del campo de lo social es el resultado de una imposibilidad radical, de una
brecha radical entre lo óntico y lo ontológico que es preciso postular a fin de dar cuenta de la
pluralidad en la esfera óntica” (30).

“En tanto que la ‘hipótesis clásica’ concibe la imposibilidad de totalización o fundación de una
manera empírica, la hipótesis ‘posclásica’ la concibe de una manera cuasitrascendental. (…) En
consecuencia, la hipótesis posclásica supone que el estatus ontológico de esta imposibilidad de un
fundamento último debe ser más fuerte que el estatus de cualquiera de los múltiples y contingentes
fundamentos establecidos a través del proceso de fundar” (33).

“Esta disolución de los fundamentos normativos estables –cuyo origen se remonta al momento
hipotético en que la realización reflexiva de la contingencia se vuelve generalizada– conduce a una
situación donde las afirmaciones de valor contrapuestas ya no pueden recurrir a un principio
superior. Nos encontramos, pues, en el campo de batalla de los dioses guerreros de Max Weber.
Cualquier decisión a favor o en contra de dichas afirmaciones de valor debe ser contingente por su
naturaleza misma, es decir, por necesidad” (46).

“Pero, por otro lado, tanto la experiencia de la crisis (de la ausencia de ‘fundamento’) como la
realización de esa crisis como contingencia necesaria están siempre histórica y contextualmente
localizadas y son localizables. Los términos de realización de esas condiciones cuasi
trascendentales son siempre históricos y contextuales: solo en condiciones históricas específicas es
posible encontrar la contigencia y la infundabilidad necesarias de la sociedad; y solo desde dentro
de un contexto específico, esto es, desde la posición óntica del observador de un discurso
específico, podemos actualizar esa ausencia en los términos disponibles dentro del discurso
específico. La ‘contingencia’ como concepto no es sino el nombre dado al fundamento ausente
desde el punto de vista del discurso teórico y sobre la base del vocabulario tradicional y de la
reserva conceptual asequible dentro de la teoría y la metafísica. No hay entonces la menor
incoherencia en el aserto de que el estatus de la contigencia es suprahistórico (por eso es
trascendental), aunque la experiencia de la contingencia y su realización reflexiva estén
sometidas a ciertas condiciones histórico empíricas” (49-50).
“Para concluir: si en la primera sección del capítulo, la que trata sobre el fundacionalismo, se afirmó
que las condiciones cuasi trascendentales de (im)posibilidad no deben confundirse con las
condiciones empíricas de posibilidad, esta afirmación se suplementa ahora postulando, a la vez, que
la realización del movimiento cuasi trascendental mismo tiene condiciones empíricas de
posibilidad” (50).

“[E]s preciso hacer una distinción radical entre la contingencia como necesaria y la contingencia
como no necesaria. Ciertamente, no puede haber matices o grados históricos o contextuales con
respecto a esa diferencia: o bien la contingencia es ontológicamente necesaria o bien no lo es
(suponer que es ‘parcialmente’ necesaria o ‘totalmente’ innecesaria y aun llamarla ‘contingencia
necesaria’ sería absurdo porque significa replegarla en lo óntico, lo que implicaría negar la
diferencia misma que se quiere definir)” (52).

“Lo que acontece en el momento de lo político no es solo una crisis dentro de un discurso en
particular (que conduce únicamente al cambio conceptual), sino un encuentro con la crisis o la
ruptura de la significación discursiva como tal: en términos políticos, el encuentro con el abismo o
la ausencia de fundamento de la sociedad” (53).

II. La política y lo político: genealogía de una diferencia conceptual

“La necesidad de mantener la diferencia política, sin embargo, prevalece precisamente porque
Wolin, como Hannah Arendt, está profundamente preocupado por los efectos de una política
inauténtica, esto es, burocratizada, sobre la manera en que se la practica dentro del sistema político.
Lo auténticamente político, por otro lado, se caracteriza por una cierta “politicalidad” que incluye
el cuidado y la responsabilidad de nuestra vida común y colectiva” (62).

“Todo actor político, estatal o no estatal, debe someterse al criterio de lo político. La política se
convierte entonces en un término residual para la esfera institucional del Estado. La política
entendida como policía fue lo que caracterizó el temprano Estado moderno europeo, el cual se las
había ingeniado para adaptarse al trauma de las guerras religiosas y para lograr el orden y la
seguridad internos. En ese Estado hobbesiano –en gran parte típicamente ideal– de un Leviatán
completamente instaurado, lo político es en realidad solo un asunto concerniente a la política
exterior entre Estados, en tanto que la política interna pasa a ser una cuestión relativa a la vigilancia
[policing] del orden ya establecido, es decir, una cuestión de Polizei” (65).

“La primacía de lo político no es una primacía triunfante sino en pelirgo, es decir, en peligro de
quedar completamente encerrada en la ‘jaula de hierro’ de la sociedad burocratizada, tecnologizada
y despolitizada” (67).

“De acuerdo con la ‘tesis de la colonización’ arendtiana, lo social usurpa constantemente lo


político” (70).

“Por consiguiente, si el momento de lo político es, de hecho y en sí mismo, triple, entonces lo que
tuvo que ensamblarse históricamente para que surgiera la noción de lo político es la clara conciencia
tanto de la especificidad como de la autonomía de la política, una conciencia que, a su vez, en un
momento específico, conduce al supuesto de la primacía de lo político” (73-74).

“Sartori puede hacer esta afirmación bastante fuerte acerca de la supremacía de lo político en
Hobbes ya que restringe el momento de la política al fiat originario por el cual el orden –el orden
del Leviatán– se establece. De ese modo pierde de vista lo que es más importante: el hecho de que
Hobbes solamente instaura ese orden por una simple razón: acabar por completo con la
política. El pacto sanciona el fin de la política, no el comienzo. Por consiguiente, Hobbes es
solo uno de una serie de pensadores políticos que, eventualmente, sacrifican el momento de lo
político, si entendemos que esta expresión se refiere al momento estratégico” (76).

“En el siglo XIX, el nacimiento de la disciplina denominada por Comte ‘sociología’ marcó el punto
en el que se le garantizo´a la sociedad no solo la condición de autonomía (frente al Estado), sino
también la deprimacía: para Comte, el sistema político no era más que una consecuencia del sistema
social. Teóricamente, el pansociologismo de Comte constituye, por tanto, la vertiente inversa de lo
que Sartori considera el pampoliticismo de Hobbes” (77).

“Lo que se le escapa a Sartori, ciertamente, es el concepto de lo político en cuanto diferenciado de


la política. Cuando habla del proceso de autonomización de la política, se refiere a una
diferenciación estructural e institucional dentro del ámbito de la sociedad. Mientras se considere
que la política no es sino una esfera social más –diferenciada de otras esferas sociales–, lo político,
en el sentido fuerte del término, no entra en juego” (78).

“Desde luego, afirmar que la filosofía política es un fenómeno de la crisis no constituye una tesis
nueva. Para Sheldon Wolin, ‘la mayoría de los grandes enunciados de la filosofía política se han
formulado en tiempos de crisis; vale decir, cuando los fenómenos políticos están, de hecho, menos
integrados en las formas institucionales’. Sin embargo, la hipótesis de que la innovación conceptual
está desencadenada por la crisis social y relacionada con ella se vuelve realmente plausible si
suponemos que ‘una crisis’ no es sino el resultado de una creciente no correspondencia entre un
viejo paradigma conceptual y su cambiante contexto institucional o social. (…) De esa manera, la
innovación conceptual de ‘lo político’ y, en particular, la diferencia entre el concepto nuevo de lo
político y el concepto convencional de la política apuntan, tal como sostenemos, a la crisis del
paradigma funcionalista (representado por tendencias tan diversas como el determinismo
económico, el conductismo, el positivismo, el sociologismo)

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