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LA FLOR DE LA HONESTIDAD

Se cuenta que allá para el año 250 A.C., en la China antigua, un príncipe de la región norte
del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, él debía casarse.
Sabiendo esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver
quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una
celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío.

Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre
los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento
profundo de amor por el príncipe. Al llegar a la casa y contar los hechos a la joven, se
asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo le preguntó: “¿Hija
mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte estarán allí.

Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que
el sufrimiento se vuelva locura” Y la hija respondió: “No, querida madre, no estoy sufriendo
y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por
lo menos por algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz” Por la noche la
joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas
ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones. Entonces,
finalmente, el príncipe anunció el desafío: “Daré a cada una de ustedes una semilla.
Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí, esposa
y futura emperatriz de China” La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel
pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades,
relaciones, etc. El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes
de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la
belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el resultado.

Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía pero nada
había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más profundo. Por fin,
pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo y dedicación la
muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al
palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos
momentos.

En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una
flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella estaba
admirada. Nunca había visto una escena tan bella. Finalmente, llegó el momento esperado
y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención.

Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado. Aquella bella joven con su
vaso vacío sería su futura esposa. Todos los presentes tuvieron las más inesperadas
reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido justamente a aquella que no había
cultivado nada. Entonces, con calma el príncipe explicó: “Esta fue la única que cultivó la flor
que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas
que entregué eran estériles”
LA VERDADERA HISTORIA DE
AMOR QUE POCOS
CONOCÍAN…
Un día cuando el mundo estaba como perdido, estaban todos los sentimientos reunidos para
arreglar la situación, cuando de repente dice la inteligencia.

-¡Ya sé cómo podemos pasar los días mejor!- por supuesto ella siempre tan inteligente
-¡Jugaremos a los escondidos!-

Pero de repente se presentó otro problema, a la tristeza como siempre, tan triste, no le
alegraba el juego, y el aburrimiento no quería jugar porque decía que el juego no le
entretenía, que para él era mejor pasar los días tras una piedra.

La alegría, que no era fácil de controlar, siempre tan alegre, no escuchó nada.

Pero aún faltaba la esperanza, el amor, la pasión y la ternura.

Ésta última era tan tierna, decía que para ella era difícil esos tipos de juegos, que mejor se
pasaba los días en los campos respirando el perfume de las flores.

La pasión, siempre tan apasionada, estaba pensando en qué haría luego.

En eso llega el amor y dice:

– No sé por qué están tan desalentados, y comenzó a brindarle amor a cada uno de los
sentimientos que estaban presentes.

Cuando de repente llegó la esperanza y comenzó a ayudar al amor sin decir una palabra y
sin cansarse hasta alegrarlos a todos.

Cuando ya estaban todos los sentimientos motivados, dice la alegría:

– Yo me quedaré, escóndanse todos que yo los encontraré –

La alegría cuenta hasta mil y comienza a buscarlos. A los pocos metros encontró al
aburrimiento, aburrido tras una piedra. Unos minutos más tarde, encontró a la pasión y la
ternura en los campos de flores muy apasionados jugando entre los pétalos. Siguió
buscando y entre las ramas de los árboles encontró a la tristeza muy triste porque ya no le
gustaba el juego.

La esperanza, siempre tan buena, se descubrió para ayudar a la tristeza.

Cuando el juego estaba terminando se hacía más difícil, ya que faltaba el amor y la
inteligencia.

La alegría regreso al árbol donde había contado y encontró a la inteligencia detrás de éste,
aún faltaba el amor. Entonces la tristeza se detuvo y se dijo así misma:
– He buscado por todas partes y no he visto nada, ya sé dónde puedo encontrarlo –

Y se dirigió al rosal que estaba muy cerca de allí. Cuando estaba muy silencioso buscando,
escucha unos gritos entre las ramas como si estuvieran llorando o lamentándose de algo.

La alegría se dirigió hacia las ramas y descubrió al amor enredado entre las espinas y con
los ojos ensangrentados, entonces la alegría le dijo:

– Perdóname amor, sé que por mi culpa ahora te sientes mal, sé que te debo la vida, no me
abandones, que yo nunca te abandonaré.

Por eso se dice que el amor es ciego y la alegría siempre lo acompaña.


LA LEYENDA DEL ARROZ Y EL
VALOR DE LA PACIENCIA
¿Sabías que los primeros granos de arroz eran mucho más grandes que los de hoy?
En la India el arroz es un alimento muy común y esta antigua historia del país explica
porque el arroz se hizo más pequeño.

Hace muchos años, en la Tierra había más árboles y plantas, frutas más grandes y dulces,
y los hombres y las mujeres eran más fuertes que ahora. El arroz era el principal alimento
de la gente y el tamaño de un grano de arroz era mucho más grande que el del arroz de hoy
en día. La leyenda explica que era tan grande el arroz, que con unos pocos granos de arroz
las personas quedaban satisfechas.

Gracias a esto, los ciudadanos de la India no tenían que trabajar duramente cultivando el
arroz y recogiendo la cosecha, cómo se hace ahora, ya que cuando estaba maduro, el
mismo arroz se desprendía de los tallos y rodaba hacia los graneros de los pueblos.
Cuenta la historia que un año, en la India, cuando el arroz era más grande y más abundante
que nunca, una abuela dijo a su nieta: “Nuestros graneros son demasiado pequeños. Vamos
a tirarlos y construir unos más grandes”.

Cuando los antiguos graneros fueron derribados y el nuevo aún se estaba construyendo, el
arroz estaba maduro en el campo. Se dieron mucha prisa para acabar de construirlo pero el
arroz ya bajaba rodando por los campos, y la familia no podía guardarlo porque aún estaban
construyendo un granero más grande.

La señora se enfadó tanto que golpeó un grano de arroz y gritó: “¿No podrías esperar en los
campos hasta que esté listo nuestro granero? Entonces el arroz se rompió en mil pedazos
y dijo: “De ahora en adelante, vamos a esperar en el campo hasta que nos queráis”. Desde
entonces, el arroz ha sido muy pequeño, y la gente debe trabajar duramente para recogerlo
de los campos. Esta historia nos explica el valor de la paciencia.
EL TONTO ONDAL
Este mito cuenta que un hombre sea tan tonto como sea, puede llegar a ser el mejor de
todos gracias al apoyo de su mujer. La esposa es la persona sabía que te enseña y guía por
el camino de la vida.

Hace muchos años, cuando el reino de Koguryeo1 estaba extendido en el actual territorio
norcoreano y la actual región china de Manchuria, existía un famoso mendigo que iba casa
en casa pidiendo para poder mantener a su madre ciega. Además de pobre, el chico era tan
feo que la gente lo solía llamar “El tonto Ondal”. Era tan famoso que en palacio el rey y la
corte lo conocía. El rey, cuando su hija favorita era pequeña y lloraba, le decía que si no
paraba de mayor se casaría con el tonto Ondal.
La princesa, que se llamaba Pyeonggang, creció y su padre le buscó un apuesto noble para
poder casarla. Pero Pyeonggang le echó en cara lo que le decía de pequeña, la palabra del
rey era importante y tenía que cumplir con lo dicho. Así que si no se casaba con el tonto
Ondal no se casaría con nadie. Al ver el comportamiento de su hija, la echó de palacio
ordenándole que no volviese nunca más.
La princesa cogió el máximo de joyas posibles y se fue a casa del tonto Ondal para casarse.
Ondal y su madre al principio no estaban de acuerdo con la situación, pero las dulces
palabras de la princesa convencieron a Ondal. Se casaron, y con las joyas la princesa
compró tierras y un caballo para su marido. Además, Pyeonggang le enseñó a escribir,
utilizar las armas hasta un nivel que el tonto de Ondal pasó a ser un hombre mucho más
culto que muchos nobles.

Pyeonggang le dijo a su esposa que fuese a la cacería del 3 de marzo. mezclandose con
los guerreros. Con la habilidad que había conseguido alcanzar gracias a los consejos de su
esposa y el caballo que habían comprado y criado consiguió cazar el jabalí más grande. El
rey permitió que Ondal entrase en su ejército como General. Poco tiempo después, los
chinos atacaron el reino, el general Ondal paró y echó al ejército chino con sus hombres. El
General tenía gran talento para animar a sus guerreros y derrotó a cientos de chinos él solo.
Fue después de esto que el rey aceptó como yerno al tonto Ondal.

Vivieron felices hasta que años después el imperio de Silla atacase a Koguryeo para unificar
el país. Ondal murió durante la batalla alcanzado por una flecha. Los soldados lo metieron
un ataúd para llevarlo a palacio, pero por mucho que intentaban levantarlo no podían. La
princesa fue hasta allí y le dijo estas palabras “El vivir o morir no está en nuestras manos,
así que descansa en paz, esposo mío” y el ataúd dejo de pesar tanto a ser ligero como una
pluma.

Notas
1 Según el Samguk Sagi (un documento del reino de Koryeo, siglo XII) indica que Koguryeo
fue fundado en el año 37 a.C. por el príncipe de Buyeo, llamado Jumong. Sin embargo,
existen documentos y evidencias arqueológicas que sugieren que la cultura de Koguryeo
pudo existir desde el siglo II a.C. después de la caída de Kojoseon.
2 El 3 de marzo era un día en el que el rey y sus guerreros iban de cacería para después
dar ofrendas a los dioses.
UNA HISTORIA DE AYUDA
DESINTERESADA CON UN
FINAL INESPERADO…
Empezó con el auxilio a una señora de edad avanzada en una noche de lluvia. Una noche,
a las 11:30 p.m., una mujer de edad avanzada estaba parada en una autopista, tratando de
soportar una fuerte tormenta. Su carro se había descompuesto y ella necesitaba
desesperadamente que la llevaran. Toda mojada, ella decidió detener el próximo auto.

Un joven se detuvo a ayudarla, a pesar de la fuerte lluvia. El joven la llevó a un lugar


seguro, la ayudó a obtener asistencia y la puso en un taxi. Ella parecía estar bastante
apurada, así que anotó la dirección del joven, le agradeció y se fué. Siete días pasaron,
cuando tocaron la puerta de la casa del joven. Para su sorpresa, un televisor pantalla
gigante estaba en la puerta se lo estaban entregando y Tenía una nota especial adjunta al
paquete. Esta decía:

“Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia anegó no solo
mi ropa sino mi espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a usted pude llegar al lado de la
cama de mi esposo agonizante, justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme
y por servir a otros desinteresadamente. Sinceramente, la Sra. Fernández”.

Con esta historia entendemos que en esta vida, no debemos esperar nada a cambio
cuando ayudamos a otros, de manera desinteresada, porque cuando nos queda esa huella
de haber servido al final lo que importa no es la recompensa material, sino la recompensa
del alma y la satisfacción de hacer las cosas bien.
LA PROMESA ROTA…
¿ROMPERÍAS ALGUNA
PROMESA?
Esta es una historia larga, pero muy buena te recomiendo ponerte cómodo o cómoda que leerás una
de las mejores historias, trata de comprender e imaginar los sucesos…

No temo a la muerte – dijo la esposa moribunda. – Sólo tengo una preocupación en este
momento: Me gustaría saber quién va a ocupar mi lugar en esta casa.

Mi querida – contestó el marido afligido – nadie va a tomar tu lugar en mi casa. Nunca, nunca
me casaré. Al decir esto, lo decía con el corazón, porque realmente amaba a la mujer que
estaba a punto de perder.

– ¿Lo juras por la fe Samurái? – Preguntó ella, con una sonrisa apagada. – Por la fe samurái
-respondió él, acariciándole el pálido y consumido rostro.

– Entonces, amado mío, – continuó ella – sepúltame cerca de aquellos ciruelos que
plantamos en un rincón del jardín. Hacía mucho que quería pedirte esto, pero pensé que si
te volvías a casar, no te gustaría tener mi tumba tan cerca. Ahora que me has prometido
que ninguna mujer ocupará mi lugar, ya no es necesario que yo vacile en formularte mi
deseo… ¡Tengo la voluntad de ser enterrada en mi jardín! Me imagino que allí escuchare tu
voz y podré ver las flores en primavera.

– Será como deseas, – dijo el esposo -, pero no hables de eso ahora, tu mal no es tan grande
como para que perdamos la esperanza.

– He perdido, – dijo ella – moriré mañana… Pero, ¿me sepultaras en el jardín?

– Sí, – dijo él – a la sombra de los árboles de ciruelo que plantamos, tendrás una hermosa
tumba.

-¿Me darás una campana?

– ¿Una campana?

– Sí, quiero que, en el ataúd, pongas una campana, como esas que llevan los peregrinos
budistas. ¿Me lo prometes?

– Tendrá la campana… Y todo lo que desees.

– No deseo más… amado mío, siempre fuiste muy bueno conmigo. Ahora puedo morir feliz.

Cerró los ojos y exhaló con la misma facilidad con la que los niños cansados se duermen.
Incluso muerta, continuaba hermosa, y había una sonrisa en su rostro.

La enterraron en el jardín, a la sombra de los árboles que tanto había amado, y colocaron
una campana dentro de su ataúd. Sobre la tumba se erigió un monumento hermoso,
adornado con el escudo de la familia, y con el siguiente mensaje: Gran Hermana Mayor,
Sombra Luminosa de la Casa de la Flor de Ciruelo, habitas en la casa del Gran Mar de la Compasión.
Antes de que pasara un año desde la muerte de su esposa, familiares y amigos del samurái
comenzaron a instarlo para que contrajera de nuevo matrimonio.

– Todavía eres joven – le decían – eres un hijo único y no tienes descendientes. El deber de
un samurái es tomar una esposa. Si mueres sin hijos, ¿Quién hará las ofrendas? ¿Quién se
acordará de los antepasados?

Con muchos argumentos de esa índole, lo convencieron finalmente de casarse de nuevo.


La nueva esposa sólo tenía diecisiete años, y el samurái la amaba eternamente, a pesar de
la protesta silenciosa de la tumba en el jardín.
II
En los primeros seis días que siguieron a la boda, nada empañó la felicidad de la joven
esposa. En el séptimo, al samurái se le ordenó cumplir ciertas tareas que requerían de su
presencia durante la noche en el castillo. La primera noche se vio obligado a dejar a su
esposa sola, ella se sintió asustada, incapaz de explicar por qué. Se acostó, pero no podía
dormir. Había una extraña pesadez en el ambiente, un peso indefinible en la atmósfera,
como el que precede a una tormenta.

Hacia la hora del Buey, entre las dos y las cuatro de la mañana, en el silencio nocturno,
escuchó una campana… una campana de peregrino budista, y se preguntó quién sería el
peregrino que atravesaba por las propiedades del samurái a esa hora. Después de una
pausa, la campana volvió a sonar, mucho más cerca; pero, ¿por qué se aproximaba por el
fondo, donde no había camino alguno? … De repente, los perros empezaron a aullar y ladrar
de un modo extraño y horrible, y un temor, como el que se experimenta en ciertas pesadillas,
se apoderó de la joven… Era indudable que la campana sonaba en el jardín… Ella intentó
levantarse para llamar a un sirviente, pero se dio cuenta de que no podía moverse ni
hablar… Y el sonido de la campana se oía cada vez más cerca, más cerca… Y mientras
ladraban los perros… De repente, con la rapidez con la que se desliza una sombra, una
mujer entró en la habitación – a pesar de que todas las puertas estaban cerradas y las
cortinas abajo- una mujer envuelta en un sudario, portando una campana de peregrino. No
tenía ojos… Porque, desde hacía mucho, estaba muerta, su pelo suelto caía en cascada
sobre su cara y ella miraba sin ojos a través de la maraña de pelo y hablaba sin lengua:

– En esta casa, no; en esta casa no puedes quedarte. Aquí sigo siendo la dueña. ¡Fuera! A
nadie le dirás el motivo de tu partida. Si le dices a él, te haré pedazos.

Diciendo esto, el fantasma desapareció. La joven esposa se desmayó por el terror y, hasta
el amanecer, permaneció inconsciente.

A la alegre luz del día, dudaba de la realidad de lo que había visto y escuchado. Pero
recordar aquella advertencia pesó tanto en su corazón que no se atrevió a hablar con su
marido, ni con ninguna persona sobre la visión de la noche, estaba a punto de convencerse
de que había sido víctima de una pesadilla que la ponía enferma .

La noche siguiente, sin embargo, sus dudas se disiparon. Una vez más, a la Hora del Buey,
los perros comenzaron a aullar y gemir, una vez más, el sonido de la campana se acercaba
poco a poco desde el jardín, una vez más, la joven trató en vano de levantarse y llamar en
busca de ayuda, una vez más la muerta entró en la habitación y dijo con voz sibilante:

– Vete. A nadie le dirás porque debes irte. Sí, si se lo dices a él, incluso en un susurro, te
voy a hacer pedazos.
Esta vez la aparición se acercó a la cama y se inclinó sobre la mujer, gruñendo y haciendo
muecas…

A la mañana siguiente, cuando el samurái regresó al castillo, su joven esposa se postró


delante de él, suplicando:

– Te lo ruego – dijo – que perdones mi ingratitud y mi gran descortesía al hablar de este


modo, pero quiero ir a casa, quiero ir de inmediato.

– ¿No eres feliz aquí? – Preguntó sinceramente sorprendido. – ¿Alguien se atrevió a ser
poco amable contigo durante mi ausencia?

– No es eso – dijo sollozando. – Todos han sido buenos conmigo… Pero no puedo seguir
siendo tu esposa. Tengo que irme.

– Querida – dijo – es tremendamente doloroso saber que has encontrado en esta casa una
razón para ser infeliz. Pero no puedo imaginar por qué quieres irte… a menos que alguien
haya sido muy cruel contigo… Naturalmente, ¿no quieres decir que deseas el divorcio? Ella
respondió temerosa, llorando:

– Si no me concedes el divorcio, moriré.

El samurái permaneció un instante en silencio, tratando en vano de adivinar la razón de


aquella declaración asombrosa. Por último, y sin revelar ninguna emoción, dijo:

– Devolverte a casa, sin que hayas cometido falta alguna, sería un acto vergonzoso. Si me
revelas la razón de tu deseo – cualquier motivo que me permita explicar las cosas
honradamente – te daré el divorcio. Pero si no ofreces motivo, un motivo razonable, no te lo
daré, porque el honor de nuestra casa debe permanecer invulnerable a cualquier tipo de
censura.

Entonces, ella se sintió obligada a hablar, y le dijo todo, incrementando el auge del terror:

– Ahora que te he dicho todo, ¡ella me matará! ¡Me matara! Aunque el hombre era valiente
y poco propenso a creer en fantasmas, el samurái se sintió, en un primer momento,
considerablemente alarmado. Pero pronto se le vino a la mente una explicación fácil y
natural para el caso.

– Mi querida – le dijo – estás muy nerviosa y creo que alguien ha estado contándote historias
absurdas. No puedo conceder el divorcio sólo porque has tenido una pesadilla. Pero lamento
mucho que hayas sufrido durante mi ausencia. Esta noche también debo ir al castillo, pero
no te dejaré sola. Enviaré a dos de mis soldados a montar guardia en tu habitación, para
que puedas dormir en paz. Son hombres buenos, y sabrán cuidar de ti. Y se lo dijo con tanta
confianza, con tanto cariño, que ella casi se sentía avergonzada de sus temores y decidió
quedarse en la casa.

III
Los dos soldados encargados eran hombres fuertes, valientes, simples y experimentados
guardianes de mujeres y niños. Le contaron a la joven historias agradables para mantenerla
alegre. Ella conversó con ellos durante mucho tiempo, festejándoles las historias libres de
malicia, y casi se olvidó de sus temores. Cuando finalmente se retiró a dormir, ubicados en
un rincón de la sala, detrás de un biombo, comenzaron a jugar una partida de ajedrez,
hablando en voz baja, para no despertar a la joven, que dormía como un niño.

Sin embargo, una vez más, a la Hora


del Buey, se despertó con un
gemido de terror… ¡La campana!
Estaba cerca y más cerca y más
cerca. Se levantó, dio un grito, pero
en la habitación no se oía nada…
sólo silencio, un silencio que crecía,
un silencio que se hinchaba. Corrió
hacia los soldados; estaban
sentados delante del tablero,
inmóviles, mirando hacia arriba con
los ojos fijos. Les gritó, los sacudió:
estaban congelados…

Al amanecer, en la recámara nupcial


el samurái vio, a la luz difusa de una
vela, el cadáver sin cabeza de su
joven esposa, que yacía en un
charco de sangre. Los dos guerreros
aún estaban dormidos, totalmente
inconscientes, frente a una partida
sin terminar. Al oír el grito de su amo,
despertaron al instante y se quedaron estupefactos ante el horror que yacía a sus pies.

Después, los guardias relataban que habían escuchado el sonido de una campana y el grito
de la joven, y cómo había ido hasta ellos a sacudirlos para despertarlos, pero no habían sido
capaces de moverse o hablar. A partir de ese momento, dejaron de escuchar y ver: un sueño
negro se apoderó de ellos.

La cabeza desaparecida y una espantosa herida mostraban que no había sido cortada, sino
arrancada. Un camino de sangre iba desde la recámara a un rincón de la galería exterior,
donde las cortinas parecían haber sido rasgadas. Los tres hombres siguieron el rastro,
internándose en el jardín, atravesaron un grupo de cipreses y caminos acuosos, rodearon
un estanque bordeado de lirios, pasaron bajo un denso follaje de cedros y bambúes. Y de
pronto, en un rincón, se encontraron con una figura de pesadilla, que chillaba como un
murciélago: la figura de una mujer enterrada hacía mucho, de pie, delante de su tumba, en
una mano portaba una campana y en la otra la cabeza ensangrentada. Por un momento, los
tres se quedaron atónitos. Entonces uno de los soldados sacó su espada, diciendo una
oración budista, y asentó un golpe a la aparición, que se desintegró instantáneamente
desarticulando un montón de trapos de un sudario, cabellos y huesos, al mismo tiempo en
que, de estas ruinas, se desprendía la campana, rodando y tintineando.

Pero la descarnada mano izquierda, incluso después de cortada, continuaba retorciéndose,


con los dedos asegurando a la cabeza ensangrentada, rasgándola, lacerándola como un
cangrejo de pinzas amarillas, tenazmente clavado a una fruta caída.
EL HILO ROJO DEL DESTINO
Cuenta la leyenda qué las personas que están predestinadas a conocerse están atadas por
el hilo rojo del destino. ¿Qué es esto? Según la leyenda aunque vivas en otra parte del
mundo, hable diferente idiomas, los separe el tiempo o tengan diferentes edades se van a
conocer. El hilo puede tensarse, enredarse, estirarse o acortarse pero siempre estará atado
a tu dedo meñique. Lo llevas desde que naces y nunca desaparece, perdura en el tiempo.

La leyenda dice: Un día un


emperador que quería saber
con quién se iba a casar, le
pidió a una bruja que podía ver
el hilo rojo que buscará el final
de su hilo. La bruja acepto y
empezó a seguir el rastro del
hilo. Llego a un pequeño
mercado donde había una
joven campesina con un bebe
en sus brazos vendiendo
productos. La bruja hace
poner de pie a la campesina
con el bebe en los brazos y llama al joven emperador y le dice: “Aquí termina tu hilo”. El
joven pensó que era una broma y empujo a la mujer provocándole una herida al bebe en la
cabeza. El emperador llamo a los guardias y ordeno la decapitación de la bruja.

Muchos años después, el emperador tenía que casarse. La corte le recomendó la hija de un
general muy poderoso. El emperador acepta y llega el día de la boda. Al levantar el velo que
cubría la cara de la chica vio que en su hermosa tez tenía una cicatriz muy peculiar.

Esta historia de origen desconocido, algunos dicen japonés otros china, se empezó a
conocer cuando descubrieron que la arteria lunar conecta al dedo meñique con el corazón.

Un hilo rojo misterioso, que te conecta a la persona que merece tu amor, un hilo que te ata
a un destino inevitable, un hilo que une corazones y la vida de mucha gente. Tiene muchas
interpretaciones pero todos están de acuerdo en que es un destino que te conecta con las
personas que te amaran y amaras.

¿Qué piensas? ¿Hay un hilo que nos une con esa persona especial o no? ¿Destino o
fantasía?
LA HISTORIA DEL ANILLO DE
COMPROMISO
Muchas veces hemos visto que los anillos de compromiso se llevan en los dedos anulares,
pero no sabemos por qué, acaso no se pueden poner en los otros dedos o simplemente es
porque ya se estableció así.

¿Quieres saber por qué el anillo de compromiso va en el dedo anular?


Junta tus manos palma con palma, después, une los dedos medios de forma que queden
nudillo con nudillo.
– Los pulgares o dedos gordos representan a los padres.
– Los índices representan tus hermanos y amigos.
– El dedo medio te representa a ti mismo.
– El dedo anular (cuarto dedo) representa a tu pareja.
– El dedo meñique representa a los hijos.
Ahora intenta separar de forma paralela tus pulgares (representan a los padres), notarás
que se abren con facilidad porque tus padres no están destinados a vivir contigo hasta el día
de tu muerte.
Luego intenta separar igual los dedos índices (representan a tus hermanos y amigos),
notarás que también se abren porque ellos también se van y tienen destinos diferentes como
casarse y tener hijos.
Intenta ahora separar de la misma forma los dedos meñiques (representan a tus hijos) estos
también se abren porque tus hijos crecen y cuando ya no te necesitan se van.
Finalmente, trata de separar tus dedos anulares (el cuarto dedo que representa a tu pareja)
y te sorprenderás al ver que simplemente no puedes separarlos, eso se debe a que
una pareja está destinada a estar unida hasta el último día de su vida y es por eso porque
el anillo se usa en este dedo.
LA DIOSA DE LA LUNA
Antes de convertirse en la Diosa de la Luna y sufrir la eterna soledad lunar, la bella inmortal
Chang E vivía en la Tierra con su marido, el héroe enviado por el Dios del Cielo que derribó
nueve soles y aniquiló los demonios del mundo. Aunque el pueblo lo admiraba
profundamente por sus abnegadas proezas, su mujer se quejaba de la constante soledad,
ya que su marido siempre andaba fuera de casa batallando con los malos espíritus. Además,
le horrorizaba la idea de envejecer y morir como cualquier mujer mundana.

Para acabar con la


amargura de su
mujer, el marido
salió un día en
busca de la Diosa
de las Montañas
para que le diera
el elixir de
la inmortalidad.
Conmovida por la
abnegada labor
que desarrollaba
el desinteresado
hombre, la diosa le
concedió una
hierba mágica,
advirtiéndole que
la tendrían que
tomar los dos al mismo tiempo, Si no, no respondería de las consecuencias. El hombre volvió
contento con la hierba providencial y pidió a su mujer guardarla en sitio secreto para tomarla
juntos algún día que no tuviera que salir a luchar contra los demonios.
Su mujer estaba muy resentida debido a la penosa soledad a la que la tenía sometida su
cónyuge, y no quería sufrir eternamente el melancólico abandono. Una noche, movida por
un impulso de desesperación, sacó el remedio providencial y se lo tomó todo. Enseguida
experimentó algo raro en su cuerpo, una sensación de evaporación o de vacío. Se hacía más
y más ligera, empezaba a flotar y a volar por el cielo estrellado. Quería bajar, pero la Tierra
no la atraía. Parece que había una enorme fuerza que la succionaba desde lo alto del
firmamento. Se alejaba cada vez más de la Tierra, acercándose a la Luna. Y desde lo alto
del cielo, ya vislumbraba el desértico paisaje lunar. Se arrepintió de su necedad y empezó
a echar de menos todo aquello que acababa de abandonar. Sentía vergüenza de volver a
encontrarse con los suyos. Decidió quedarse en la Luna para estar cerca de la Tierra y
pagar, desde aquel destierro frío e inhóspito, su conducta indigna.
Unos dicen que la apenada dama se convirtió en un sapo de repugnante apariencia, y otros
dicen que sigue tan hermosa como siempre, pero más sola y melancólica. En los días
de luna redonda, puedes contemplar la Luna y la podrías encontrar debajo de un árbol de
laurel, acompañada de un conejo blanco, sufriendo la eterna soledad.
LA HISTORIA DEL AVARO
Esta historia, pasada de generación en generación como una viva advertencia de los
castigos sobrenaturales que puede recibir la tacañería, cuenta que, hace mucho tiempo,
vivía en un pueblo un artesano muy trabajador, que estaba aún en edad de tener mujer
e hijos, y gozaba de cierta holgura económica porque había renunciado a casarse, no
porque fuera muy religioso o porque no le gustaran las mujeres, sino porque le producía
una profunda aversión la idea de tener que mantener a una mujer, de tener que pagar
una boca más… Su dinero era su dinero, era el dinero que conseguía con su esfuerzo,
y no quería compartirlo con nadie, pues deseaba poder disfrutarlo él solo, comprándose
buena ropa y cosas que, de tener una boca que mantener, seguramente no podría
gozar.

No obstante, todo cambió cuando, cierto día, en el pueblo apareció una nueva habitante,
que vino sola, sin esposo, padres, hijos, o tipo alguno de compañía. Esta mujer tenía la
piel tersa, blanca como la nieve, los cabellos largos y sedosos, y el rostro inundado por
una belleza digna de ser retratada por la mano de un hábil pintor. Apenas la vio, el
artesano quedó embelesado; sin embargo, lo que realmente le hizo desearla con
intensidad y quererla para sí, fue el enterarse, tras un par de días, que la mujer comía
sumamente poco, tan poco que, tenerla en casa, acarrearía un gasto económico
insignificante en comparación con todo lo bueno que podría obtener con su compañía.
Así, el artesano empezó cortejarla hasta que finalmente la convenció para casarse y la
llevó a vivir con él.

Inicialmente todo fue alegría, pues la mujer era una compañera agradable y entretenida,
y además el artesano veía con gran complacencia que, efectivamente, eran muy ciertos
los rumores sobre lo poco que comía. No obstante, el tiempo pasó y el hombre se
percató de que sus reservas de alimentos estaban disminuyendo de manera misteriosa,
y en cantidad tal que era como si, además de él y la mujer, viviesen dos personas más
en la casa, aunque sabía que no habían entrado a robarle porque, justamente por lo
aferrado que era a sus posesiones, cuidaba muy bien que nadie entrara a su hogar.
Entonces: ¿acaso su esposa se estaba comiendo la reserva cuando él no la veía,
cuando dormía o no estaba?… Eso le resultaba un poco difícil de creer porque ella
seguía siendo tan delgada como cuando la conoció, y ya debería estar como un luchador
de sumo si comiese tanto; sin embargo, se decidió a espiarla para disipar sospechas,
de modo que, cierta mañana, fingió ir al trabajo y se quedó escondido en casa…

Lo que vio lo dejó sin palabras, lo horrorizó, y habría gritado si no fuese porque temió
perder su vida. Y es que allí, en la cama donde durmió tantas noches con aquella mujer
de piel blanca como el marfil, yacía una cosa horrenda, inimaginable, que él no
alcanzaba a entender cómo no pudo sentir con sus manos al acariciarle la cabeza a su
esposa… Era una boca, con lengua, dientes y labios, una boca viviente que su mujer
tenía en la parte de atrás de la cabeza, por encima de la nuca. Esta boca murmuraba
cosas que él no alcanzaba a oír, pero creyó que eran acusaciones porque su mujer
lloraba con cara de remordimiento, mientras la boca controlaba los cabellos de ella como
si fuesen tentáculos, hasta que la mujer se levantó y se acercó a un plato de arroz, y
entonces la boca viviente usó los cabellos para agarrar una cuchara y engullir con
voracidad la comida…

Fue lo más espantoso que jamás vio en toda su existencia, y unos días después pensó
en divorciarse de su esposa, pero la segunda boca intuyó el plan y lo sorprendió en la
bañera, llevándoselo a las montañas para matarlo, aunque allí él consiguió escapar y
se escondió entre las hierbas y el agua verdosa de un pantano, donde permaneció hasta
que su endemoniada mujer desistió y se marchó. Esta es la versión más conocida del
final: en la otra, la mujer lo encuentra y lo asesina, devorándole el rostro lentamente con
su boca secundaria…
EL ESPEJO
Había una vez en Japón, hace
muchos siglos, una pareja de
esposos que tenía una niña. El
hombre era un samurái, es decir, un
caballero: no era rico y vivía del
cultivo de un pequeño terreno. La
esposa era una mujer modesta,
tímida y silenciosa que cuando se
encontraba entre extraños, no
deseaba otra cosa que pasar
inadvertida.

Un día es elegido un nuevo rey. El


marido, como caballero que era, tuvo
que ir a la capital para rendir
homenaje al nuevo soberano. Su
ausencia fue por poco tiempo: el
buen hombre no veía la hora de dejar
el esplendor de la Corte para regresar
a su casa.

A la niña le llevó de regalo una


muñeca, y a la mujer un espejo de
bronce plateado (en aquellos tiempos
los espejos eran de metal brillante, no
de cristal como los nuestros). La
mujer miró el espejo con gran
maravilla: no los había visto nunca.
Nadie jamás había llevado uno a
aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo
reflejado el rostro sonriente, preguntó
al marido con ingenuo estupor:

— ¿Quién es esta mujer?

El marido se puso a reír:

— ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?

Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y


guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa:
que aparecía su propia imagen.

Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor; y los regalos de
amor son sagrados.
Su salud era delicada; frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró pronto:
cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:

— Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me
verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el
pequeño espejo.

Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado
en la chapa reluciente no fuese el de su madre. Hablaba a la adorada imagen,
convencida de ser escuchada.

Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.

— ¿Qué haces, querida hija?, le pregunta.

— Miro a mamá. Fíjate: No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma:


parece más joven y sonriente.

Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:

— Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.


LA MARIPOSA BLANCA

Un anciano llamado Takahama vivían


en una casita detrás del cementerio
del templo de Sozanji, él era
extremadamente amable y querido por
sus vecinos, aunque la mayoría de
ellos lo consideraban un poco loco, ya
que su locura al parecer se basaba en
el hecho de que nunca se había
casado o tenido contacto íntimo con
una mujer.

Un día de verano se puso muy


enfermo, tan enfermo que envió en busca de su hermana y su hijo, ambos llegaron e
hicieron todo lo posible para brindarle comodidad durante sus últimas horas, pero
mientras observaban a Takahamaque se quedaba dormido, una gran mariposa
blanca voló en la habitación y se apoyó en la almohada del anciano.

El hijo trató de alejarla con un ventilador, pero regresó tres veces, como si resisten a
dejar a la víctima, luego la mariposa perseguida por el niño se alejó el jardín y de allí al
cementerio, para posarse sobre la tumba de una mujer y luego desaparecer
misteriosamente.

Al examinar la tumba del joven leyó el nombre de “Akiko” escrito en ella, junto con una
descripción que narraba cómo había muerto cuando tenía dieciocho años y a pesar de
que la tumba estaba cubierta de musgo ya que tenía cincuenta años, el muchacho
observó que estaba rodeada de flores.

Cuando el joven regresó a la casa se encontró con que Takahama había fallecido, se
dirigió a su madre y le contó lo que había visto en el cementerio, “Akiko?” murmuró su
madre y le dijo; “cuando su tío era joven se iba a desposar con ella, pero Akiko murió de
tuberculosis poco antes de su boda, por ello su tío nunca quiso casarse y decidió vivir
siempre cerca de su tumba”.

Durante todos estos años se había mantenido fiel a su voto, manteniendo en su corazón
todos los dulces recuerdos de su único amor, por ello cada día Takahama fue al
cementerio y oraba por su felicidad, dejando flores en su tumba, pero cuando Takahama
enfermó y ya no podía realizar su tarea amorosa, Akiko en forma de una mariposa
blanca se hacía presente para acompañarlo y ahora han vuelto a reunirse, para estar
juntos por toda la eternidad.

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