Você está na página 1de 20

SOBRE LA PLAGA HUMANA

Murnau Gens

Mateo va huyendo por el bosque, sin correr pero con paso constante. La tarde está
cayendo. En el rostro lleva contenida una rabia salvaje, entre el alarido y el llanto.
Por momentos se detiene para orientarse, la hojarasca le llega casi a las rodillas.
Diversos animales se ocultan y se retuercen en los árboles, como vigilantes
inconscientes de aquel paraje. Por encima de las copas de los árboles no se alcanza
a ver el fin del bosque. De pronto un relámpago atraviesa el cielo, aunque no se
perciben nubes ni otros signos de tormenta. Segundos después, mientras avanza
por las ramas que crujen a su paso, un trueno casi sobrenatural hace cimbrar los
árboles. Los animales huyen. Mateo se detiene y mira hacia el techo de árboles,
respira profundamente y comienza a caminar más deprisa. Algunas gotas de lluvia
comienzan a caer, gordas y pesadas. Más relámpagos y truenos cada vez más
ensordecedores. Mateo se aleja hacia el interior del bosque en medio de la luz y el
escándalo de la tormenta.

Antes de esto, Mateo había estado con Ángela, su novia, embarazada de 12


semanas. Ambos tienen veintitantos años, no más de 25. Brindaban con su madre
y su pequeño hermano por las buenas noticias que les había dado el médico
respecto del embarazo. En casa de él se preparaban para salir a un rodeo donde
algunos amigos montarían toros y caballos. La madre de Mateo le advierte que
últimamente el ambiente está muy pesado, violento, con tanto narquillo nuevo, que
no regresen muy tarde. Miguel, su hermano de 3 años, pide a Mateo que lo lleve,
pero todos están de acuerdo en que está muy chico para ir. Cuando Mateo va a su
cuarto por su sombrero, la madre de Mateo se acerca a Ángela y le pide que se
cuiden, que no permita que su hijo se meta en problemas.
En el bosque, Mateo sigue avanzando. Hay una lluvia persistente y por momentos
el cielo se ilumina de relámpagos. Está oscureciendo y puede notarse su
desesperación. Maldice y grita. Se queda quieto agarrado de un árbol. Hay algo a
su alrededor: animales cuadrúpedos lo acechan; no son lobos ni coyotes; no alcanza
a verse muy bien qué son. Tienen el lomo más encorvado que cualquier bestia y no
tienen pelo. Emiten una especie de risa infantil. Mateo comienza sentirse rodeado y
corre. Detrás de él avanzan las criaturas del bosque que, para ir más rápido se
ponen en dos patas y corren encorvados, parecido simios. Mateo sigue huyendo;
de pronto tropieza, se pone en pie y continúa. Está casi completamente oscuro y la
lluvia no cesa; apenas puede verse hacia adelante. Corre cada vez con más
desesperación y comienza a gritar. Grita cada vez más fuerte y pronto se encuentra
aullando como una bestia enferma o moribunda. De un momento a otro, cae y
comienza a rodar por una pendiente. En su caída levanta hojarasca, ramas, y golpea
contra rocas y raíces prominentes; el castigo es tanto que podría morir. Cuando
llega al fondo, su rostro queda medio hundido en un charco. Su respiración es
mínima. Mientras tanto, la lluvia arrecia y algunos relámpagos encienden el cielo.
Truenos de fondo. La respiración continúa, pero él parece estar completamente
inconsciente y con el rosto a punto de quedar cubierto por el agua. Cerca de ahí se
escuchan las risas y los pasos de las criaturas del bosque.

Mientras van en la camioneta por la carretera, en la calle se ve gran cantidad


carteles de personas desaparecidas. La mayoría son mujeres, pero también hay
algunos de hombres y niños. En el rodeo, Mateo y Ángela observan el espectáculo.
Un grupo de hombres borrachos escuchan música mientras toman en tres
camionetas lujosas, negras. Se trata con mucha probabilidad de delincuentes. Uno
de ellos, muy serio, lleva un vistoso sombrero negro con una cruz plateada bordada
en la frente. La parte vertical de la cruz está adornada con una figura de la Santa
Muerte. Los amigos de Mateo le ofrecen un trago de tequila, pero él no acepta y
todos le hacen burla. Él aprovecha para avisarles que Ángela está embarazada y
que pronto será padre. Sus amigos se alegran, brindan, se abrazan. Felicitan a
Ángela, que sonríe y se sonroja. <<Va a ser ganadero como su abuelo>>, dice uno
de los amigos. Pero Mateo responde que no, que él trabaja duro para llevarse del
pueblo a su hermano y a su hijo, para que crezcan en otro ambiente y que estudien.
Cuando el rodeo está por terminar, Mateo y Ángela se despiden de los
amigos que se quedan platicando y tomando lo que queda en la botella. Llueve
ligeramente, apenas para decorar el escenario, pero Mateo se quita su sombrero y
se lo pone Ángela, que sonríe y lo abraza. Caminan hacia el carro de Mateo. Cuando
se han alejado un poco, los de as camionetas comienzan a gritarle a Ángela. Ella
de inmediato le pide a Mateo que no les haga caso. <<Hermosa>>. <<¿Quieres ser
mi novia, mamacita?>>, le gritan al principio, y luego comienzan a violentarse:
<<¿Quieres un hombre de verdad, puerca? Te voy a coger por todos lados. Como
te gusta, cochina>>. Ángela intenta llevarse más rápido a Mateo, que tiene cara de
frustración y vergüenza. Ellos comienzan a arrojarles piedras, que quedan cerca de
pegarles. Se escuchan risas. De pronto, una botella se estrella a pocos metros.
Mateo no soporta más, voltea y les dice algo que apenas se entiende, pues tiene la
garganta cerrada por la rabia. Ángela lo jala y trata de calmarlo, pero de inmediato
todos se lanzan detrás de ellos. Algunos que estaban sentados en el cofre de las
camionetas se bajan con actitud desafiante. Mateo y Ángela caminan más deprisa
sin volver la vista en lo más mínimo. Ya no caen piedras; parece que se han alejado
lo suficiente. La lluvia comienza a arreciar.
Cuando llegan al auto, voltean pero ya no ven a nadie. Arrancan. Ángela
intenta calmar a Mateo: <<Tranquilo, ya pasó. Estaban borrachos>>. Mateo no dice
ni una palabra y comienza a manejar. De pronto suelta: <<No pude defenderte. No
puedo defender a mi hijo tampoco. No soy un hombre>>. Pero Ángela lo interrumpe:
<<Cállate. Esos cabrones no tienen huevos. Van todos en bola y armados. ¿Quieres
ser un hombre y que nos maten a los dos?>> Circulan por una carretera de ida y
vuelta, dos carriles, que cruza una gran zona de bosque. Parece que Mateo
comienza a tranquilizarse, pero alcanza a ver algo por el retrovisor. Una mancha
negra se acerca a ellos entre la lluvia. Antes de que pueda decir algo, una de las
camionetas se empareja y se ve a alguien asomado por la ventanilla. Ángela
comienza a gritar: <<No voltees. Maneja. Maneja. Quieren que pierdas el control>>.
De pronto algo, quizás una roca, choca en el parabrisas y éste se estrella. Mateo
frena, pierde el control del auto y acaba fuera de la carretera, en la orilla del bosque.
Ángela está espantada, sin poder reaccionar. Mateo le pregunta si se
encuentra bien y ella apenas contesta con un movimiento de cabeza. Revisa que
todos los seguros estén puestos. Alguien se acerca a la ventanilla y la rompe. En
seguida sube el seguro, abre la puerta y saca a Mateo de los cabellos. Afuera tienen
a Mateo arrodillado al borde de la carretera, mientras le apuntan con una pistola en
la cabeza. Sacan a Ángela, que grita y llora. <<Te sientes muy vergas ¿verdad,
cabroncito?>>, le dice la persona que tiene agarrada a Ángela, a quien tira al piso,
poniéndola de rodillas. <<Vas a ver cómo me la chupa antes de que me la lleve a
pasear>>. Ángela llora y les dice que está embarazada. Mateo guarda silencio.
<<¿O prefieres que ella vea cómo me la chupas tú?>> Dice mientras se baja la
bragueta. Se acerca a Mateo, que sigue de rodillas, y comienza a mearlo. Uno de
los matones le mantiene la cabeza erguida para que reciba el chorro en la cara y el
pecho. Cuando acaba de orinar, camina hacia Ángela. En este momento Mateo
logra desarmar con un movimiento brusco a la persona que lo tiene amagado, a
quien le dispara en el estómago. Luego dispara por la espalda a quien lo orinó, quien
se lleva las manos a las nalgas, y después dispara al que tiene agarrado a Ángela,
que cae muerto. Corre al lado de Ángela mientras se escucha que los demás
matones bajan de las camionetas para ver lo que ocurre. El personaje del
extravagante sombrero negro va detrás de todos con una calma inusual. En medio
de la confusión, Mateo le dice a Ángela que corra hacia el bosque, pero ella está
lastimada. Ángela le ruega que escape él, que a ella no la matarán y a él sí. Mateo
duda unos momentos, pero cuando escucha que los disparos golpean a unos
centímetros de ellos, recoge la pistola y corre hacia el bosque.
Mateo corre a toda velocidad por el bosque en medio de la lluvia. No hay
rastro de que lo vayan siguiendo, pero él no deja de correr. De pronto para de llover
y solo se escucha su respiración desesperada; ha disminuido la velocidad de su
huida, hasta que se deja caer de rodillas junto a un árbol. Luego se acomoda para
sentarse y comienza a dar alaridos de coraje. Aún hay luz del sol.

En casa de Mateo, la policía interroga a su madre. Le dicen que es el principal


sospechoso de un triple homicidio y de haber herido otro individuo. Martha, que es
el nombre de la señora, se siente confundida. Sabe que Mateo no es agresivo, así
que les insiste en que debe tratarse de un error y que quizás lo hizo para defenderse.
Los policías le explican que, según los testigos, Mateo estaba muy alcoholizado en
el rodeo, por lo que su novia había intentado llevárselo, a lo que él contestó de
manera violenta contra ella. Sus amigos trataron de calmarlo pero él se la llevo por
la fuerza al carro. Mientras caminaban ella pidió auxilio a un grupo de personas a
las que conocía. Ellos intentaron ayudarla y Mateo sacó un arma con la que los
amenazó y posteriormente comenzó a dispararles. La madre se siente en el sillón,
pensativa e incrédula. Mira por una gran ventana: el cielo es claro, lleno de una luz
milagrosa, y de pronto un largo relámpago lo parte a lo lejos. Un trueno lejano
acompaña a aquel relámpago como un fantasma. <<Paró la lluvia un rato, pero esos
relámpagos no anuncian nada bueno>>, dice uno de los policías, el que no ha
hablado hasta ahora, de carácter más taciturno, y agrega: <<Es una tormenta
eléctrica, no tardan en llegar las nubes negras>>. Martha no puede creerlo, explica
que Mateo no acostumbra andar armado. Pide hablar con Ángela. Los policías se
miran uno al otro y después le dicen que ella es uno de los fallecidos. Antes de
despedirse, los policías le piden que los llame si llega saber algo de su hijo. Los tres
miran por la ventana los relámpagos que siguen apareciendo en el cielo claro, y el
rugido de un potente trueno los hace retroceder. Es el más fuerte que se ha
escuchado. El policía que más habla, de carácter cínico, ríe y comenta: <<No hay
nada qué temer ¿no, señora? Así es el clima en este pueblo>>.
Afuera, a unas calles de distancia, una camioneta negra espera a los policías.
Estos se dirigen a la ventanilla del tripulante, a quien le dicen que el tipo no ha ido
para allá, que la madre no sabe nada. El hombre de la camioneta les ordena que
mantengan vigilada la casa. Comienza a caer la noche. Se van.
Es de noche en el bosque. Mateo está inconsciente encima de un charco. La lluvia
ha parado y ya sólo caen gotas de los árboles. Las criaturas del bosque están a
centímetros de él. Lo olfatean. De pronto se escuchan pasos acercándose. Las
criaturas se inquietan y, cuando los pasos se escuchan más cerca, huyen. Dos
personas se acercan con una lámpara en la mano; visten impermeables, botas y
sombreros. Uno de ellos lo mueve con su bota. Mateo reacciona y pide con voz
quejumbrosa: <<Ayúdeme>>. Los hombres se hacen señales con la cabeza y lo
ayudan a incorporarse. <<Vamos>>, le dice uno de ellos a Mateo, y entre ambos le
dan apoyo suficiente para caminar.

Se acercan a una casa grande de ladrillos y dos niveles. Es una estructura


simétrica, con una amplia nave en el centro y dos construcciones más pequeñas a
los costados, idénticas entre ellas. En su fachada parece un granero altísimo, sin
ningún adorno, pero en su estructura es como una iglesia. Cientos de insectos
vuelan alrededor de las lámparas que alumbran el exterior con una luz amarillenta.
En la parte del centro la casa tiene una gran puerta de madera, pero ellos se dirigen
a una entrada lateral. Mateo camina con dificultades en medio de los dos. Aún lleva
metida en la cintura la pistola que arrebató a su agresor. Uno de los hombres abre
una pesada puerta metálica; en el interior se alcanza a distinguir un largo pasillo
apenas iluminado por débiles focos. <<¿Qué es aquí?>>, pregunta Mateo: <<¿En
dónde estamos?>>. Los dos hombres lo conducen por el pasillo sin decir una
palabra. La pared del lado izquierdo se interrumpe en algunos tramos por lo que
parecen establos. Al llegar al fondo del pasillo, uno de los hombres abre una reja
maciza. Aparte de la cerradura tiene puesto un candado. <<¡Ey! ¡Esperen!>>, grita
Mateo mientras lo conducen al interior. Pegada a la pared hay una cadena con una
argolla en el extremo. Los hombres colocan la argolla alrededor del cuello de Mateo
y la cierran con llave. Ambos salen y colocan las dos cerraduras.
Mateo continúa gritando, pero nadie se inmuta. Se toca la cintura, levanta su
camisa desfajada y saca del pantalón la pistola. Luego comienza a revisar la celda
hasta donde le permite la cadena. La luz es muy escasa. El piso está cubierto de
paja. De pronto, guarda silencio y queda a la expectativa: muy a lo lejos se escuchan
gemidos y gritos desesperados, apenas perceptibles por la distancia. Mateo se
aterra y sigue buscando algo que le dé una pista. Observa la pared; una mancha de
luz que se cuela desde el pasillo permite ver con mayor claridad en una parte. Se
acerca y mira con cuidado: hay una mancha de sangre embarrada en distintas
direcciones. Acerca la cara a la pared para ver con mayor precisión y busca más
indicios. Se agacha para rebuscar entre la paja que hay en el suelo. Al poco tiempo
encuentra algo que lo espanta. Retira la mano instintivamente, pero vuelve a buscar:
toca con cuidado para saber de qué se trata y, al removerlo, produce un sonido
viscoso, como si estuviera aplastando gelatina. Lo recoge de algo que parecen
cabellos, lo observa y lo vuelve a tirar al piso de inmediato. Es un pedazo de cabeza
humana aplastada. Mateo se queda pegado a la pared. Respira aceleradamente y
mantiene la pistola en la mano. Antes de acurrucarse en un rincón, esconde el arma
con la paja que hay en el suelo.
Los hombres que lo llevaron hasta ahí caminan de regreso por el pasillo. En
lo huecos que Mateo observó en la pared hay profundas habitaciones llenas de
fango. Son chiqueros llenos de puercos gigantes y agresivos. En otro de los huecos
hay una habitación llena de ganchos de rastro que cuelgan del techo. En algunos
hay pedazos de carne vieja. Los hombres acceden por otro pasillo que los lleva a la
zona central de la casa, en donde se encuentran con un tercer hombre, que va
vestido completamente de negro: botas vaqueras, pantalón y camisa. Sobresale una
hebilla dorada en forma de cruz con una calavera plateada en el centro. Se trata del
Sacerdote. Los dos hombres son los mayordomos.
Sacerdote: ¿Creen que sea él?
Primer Mayordomo: Podría ser. Viene todo golpeado.
Sacerdote: ¿Venía armado?
Los hombres se miran uno al otro, dudosos.
Sacerdote: Lo catearon ¿verdad?
Segundo Mayordomo: Claro que lo cateamos, pero apenas se mantenía en
pie. Hay que volver a revisarlo bien –dice dirigiéndose a su compañero.
Sacerdote: Ya irán más tarde. Ahorita quiero asegurarme que esté
saludable. No me sirve de nada muerto.

El Sacerdote llama a Fermín, quien aparece por una entrada. Es un personaje


delgado y de estatura media. Es completamente calvo y sin cejas. Tiene la piel del
cráneo quemada, con manchas y pliegues que le escurren sobre la cara. Tiene los
brazos y las piernas extrañamente deformados. La cara está llena de cicatrices
viejas y recientes. A pesar de caminar con dificultad, avanza a velocidad normal. El
Sacerdote le ordena que vaya a ver al prisionero, que le lleve algo de comer, de
beber y que le realice un chequeo de su estado físico. Fermín se queda un momento
pensativo y uno de los mayordomos lo hace reaccionar de un golpe en la cabeza.
<<Te hablan, idiota. Contesta cuando te hablen>>. Fermín lo observa con miedo,
luego mira al Sacerdote y se va a donde le ordenaron.

En casa de Mateo, su madre llama por teléfono a la casa de Ángela. <<Hola. Habla
la mamá de Mateo>>. Martha apenas termina de hablar cuando una mujer al otro
lado de la línea comienza a gritarle: <<¡Maldita! ¡Maldita! ¿Por qué llamas aquí?
¡Maldita seas tú y tu maldito hijo! ¡Hijos de perra, se los va a llevar el diablo,
cabrones!>> La mujer llora a gritos en el teléfono y, cuando la madre de Mateo
intenta hablar, la voz en el teléfono comienza nuevamente: <<¡Se van a arrepentir,
malditos! Por qué a mi hijita… por qué a ella, por qué a mi Angelita. ¡Van a pudrirse
en el infierno, perros malditos!>> La mujer sigue llorando al otro lado de la línea y
Martha ha perdido la esperanza de poder conversar: <<Tú y tu maldito hijo se van
a arrepentir. Malditos. Se va a arrepentir, malditos. Se van a arrepentir…>> Martha
cuelga el teléfono y mira al cielo por la ventana. Hay una luna muy pequeña y
nuevamente ha comenzado a llover. Se asoma con más cuidado y alcanza a ver
una camioneta de la policía con dos hombres en su interior. Ambos platican
animadamente y ríen.
Mateo escucha que alguien se acerca a la celda. Por un momento vacila en agarrar
el arma, pero encadenado como está de poco le serviría matar a uno de sus
captores. Aparece Fermín, y le dice que lleva comida y que va a revisar su estado
de salud. Mateo lo observa con miedo y repulsión. <<¿Qué es aquí? ¿Por qué me
tienen aquí?>>, pregunta Mateo. Fermín no responde. Revisa su pulso; le pregunta
si tiene heridas graves. Mateo lo mira a los ojos durante unos segundos y después
le pregunta: <<¿Tú quién eres, eh?>>. <<Nadie>>, contesta Fermín.
Mateo continúa mirándolo y pregunta: <<Pero ¿cuál es tu función aquí?
Alguna debe ser tu función>>. Fermín no contesta. De pronto dice: <<Acabamos>>,
mira rápidamente a Mateo y comienza a caminar hacia fuera. <<Ahí tienes algo de
comer; no se ve apetecible pero es lo mejor que conseguirás>>. Antes de que se
marche, cuando ya ha puesto llave a la reja y al candado, Mateo le grita: <<yo te
conozco. Tu papá era Chema>>. Fermín queda sorprendido, estático, pero
segundos después se pone en marcha. Mateo escucha sus pasos descompuestos
por el pasillo y grita: <<¿Qué te hicieron? ¡Eh, dime algo!>>.

En otra sala de la casa, el sacerdote y habla con un hombre joven, bien vestido,
impecable en cada detalle de su ropa, y con un sombrero negro que tiene bordado
en la frente una cruz plateada con la Santa Muerte a lo largo de la línea vertical.
Es el mismo joven que estaba con los matones y que no intervino en la agresión. El
sacerdote lo llama por su apodo: Diablo.
Diablo: Seguro que es él. El wey ni supo para dónde corrió. Por eso mandé
a esos dos a que buscaran por todo el fondo de la cuneta.
Sacerdote: ¿Lo reconocerías? ¿O lo traemos a que se reconozca solo?
Diablo: No olvido los rostros. Antes de hacer algo, ya conozco la cara del
ojete que voy a chingar mejor que su madre. Pero tráelo de todos modos, va a ser
divertido.
Sacerdote: ¿Y qué haremos con él?
Diablo (entre risas): ¿Te gustó el mocoso? Pinchi cogelón, dime y te traigo
muchachitos. Este ojete es para Venganza. La Señorita va a agradecerlo.
Diablo, el Sacerdote y los mayordomos caminan por el pasillo hacia la celda de
Mateo, quien, al escuchar pasos, busca la pistola entre la paja. Uno de los
mayordomos abre, cede el paso a los otros tres y entra después de ellos. Al ver que
deja la llave pegada en la cerradura, Mateo suelta el arma. Diablo encabeza la
comitiva pero el Sacerdote se le anticipa y pide que lo deje catearlo antes que el jefe
se acerque. <<No confío en estos idiotas>>, dice. Mientras busca en la ropa de
Mateo, el pie del Sacerdote por poco se encuentra con el lugar donde se está
escondida el arma. Ahora Mateo no le quita la mirada a Diablo, quien observa todo
sin profundidad, como si estuviera dormido con los ojos abiertos, sin ninguna
emoción perceptible. Los mayordomos esposan a Mateo con las manos en la
espalda y lo levantan a la fuerza. Mateo tiene cuidado de moverse lejos de donde
está el arma. Cuando logra levantarse, le dice a Diablo mientras lo mira fijamente:
<<Tú estabas ahí>>. Nadie dice una palabra, pero Mateo insiste: <<¿Qué hicieron
con Ángela? ¿Qué le hicieron? ¡Díganme!>>.
Los cinco, con Mateo esposado, caminan por pasillos de la casa. El
Sacerdote abre una gran puerta de hierro, gruesa y pesada, que da paso a un salón
amplio y mejor iluminado. Se escuchan algunos lamentos y sollozos. El salón tiene
cuatro celdas inmensas llenas de mujeres. Casi todas están sentadas contra las
paredes. Le piden a Mateo que se acerque a una de las celdas y entonces escucha
a Ángela que lo llama. <<¡Mateo! Estos hombres están locos>>, repite ella mientras
Mateo les pide que la suelten, que él hará cualquier cosa. <<Estas mujeres dicen
que van a violarnos y luego se comerán a nuestros hijos>>, le grita Ángela a Mateo.
Sacerdote: Este es el área de las paridoras, muchacho. Créeme, preferirías
haberte comido viva a tu noviecita antes de traerla aquí. Nos dice que está
embarazada, ¿no? Pues ese niño no nos sirve para nada; lo regalaremos al bosque
y si es digno de este mundo sobrevivirá junto con los niños del bosque, si no se lo
comen ellos mismos. Tienen un extraño proceso de selección.
Mateo: Por favor, les daré todo lo que tengo en mi poder. La casa que nos
dejó mi padre, mis pertenencias.
Sacerdote: Nada de lo que puedas tener nos interesa. No pidas por tu vida
ni por la de ella; a ella no le haremos daño nunca. La Madrecita castiga a quien
derrama sangre de Sus Paridoras.
Las Paridoras están todas sucias y maltratadas. La mayoría tiene panzas enormes
de embarazos avanzados. Sus miradas no tienen vida. Mientras el Sacerdote habla,
Mateo enloquece y comienza a patear a quienes se encuentran a su alrededor.
Luego se lanza contra la reja que mantiene a Ángela atrapada. Los mayordomos lo
golpean en la cabeza hasta dejarlo inconsciente.
Mateo despierta en su celda encadenado del cuello. No tiene idea de cuánto
tiempo ha pasado. Instintivamente busca con la mano el lugar donde escondió la
pistola. Ahí sigue. Se queda pensativo mientras sopesa el arma en sus manos,
meditando cómo puede el arma ayudarle a salir de ese lugar. De pronto escucha
una voz: <<¿Cómo hiciste para llegar con eso aquí?>> Mateo se sobresalta y apunta
con la pistola al lugar de donde provino la voz. Al observar con más cuidado se da
cuenta que se trata de Fermín, que está sentado en el otro extremo de la celda.
<<Baja el arma, si quisiera hacerte algo ya lo habría hecho>>. Mateo no sabe qué
hacer, y comienza a decirle. <<Yo te conozco. Tu papá tenía puercos. Mi papá le
compraba para hacer carnitas>>. Fermín lo interrumpe: <<Yo también te conozco.
Pero no puedo hacer nada por ti. Ahora ellos son dueños de tu vida. Tú al menos
vas a estar muerto muy pronto, aunque sufrirás de una manera que nunca has
imaginado, peor que los puercos que mataba mi papá>>.
Mateo baja el arma, pero la mantiene agarrada con las dos manos.
Mateo: Entonces ¿por qué no debo dispararte?
Fermín: Porque soy la única persona que conoces, y lo más seguro es que
no vuelvas a ver a nadie que conoces. Y yo sé por experiencia que ver a alguien
conocido, alguien que pertenece a tu vida anterior, basta para sentir un pequeño
alivio en medio de esta pesadilla. Por eso mismo estoy yo aquí.
Mateo: Ayúdame a escapar. Ayúdame y regresaré por Ángela y por ti.
Fermín: ¿Ángela es tu novia? ¿La muchacha que llevaron con Las
Paridoras? Ella ya no se va a ir de aquí nunca. Tratarán de mantenerla viva el mayor
tiempo posible, décadas tal vez. Y cuando muera la llevarán a que alimente el
jardín de la Señorita. Todos los árboles que ahí crecen tienen algo de ellas. Son
árboles sagrados.
Mateo: No puede ser que creas en lo mismo que ellos. ¡Todo eso es
diabólico!
Fermín: Baja la voz. No saben que estoy aquí. ¿Y en qué quieres que crea?
He visto a esos hombres sobrevivir a heridas que matarían a cualquiera. He visto
sus ojos encenderse con un fuego negro después de un sacrificio, en momentos
de éxtasis sus cuerpos arden como carbón al rojo vivo. Me han quemado la piel
con solo tocarme; aún llevo esas cicatrices.
Mateo: Eso es imposible. Es imposible. Te han hecho perder la razón. Mateo se
queda inmóvil, no parece ni siquiera recordar que tiene la pistola en las manos. De
pronto reanuda la conversación. Mateo: A ti no volví a verte desde muy joven.
Fermín: Me fui a la Universidad. Quería ser abogado. Iba a ser el primer
universitario en la familia.
Mateo: ¿Y qué pasó? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué estás aquí?
Fermín: Por lo mismo por lo que llegamos al mundo y por lo que
permanecemos en él. Las circunstancias sí son algo especiales:

Historia de Fermín
“En una ocasión mi hermano consiguió dos kilos de cocaína. No me preguntes cómo
chingados lo hizo: se la encontró, se la robó a alguien, se la regalaron o alguna
mierda de esas. Dos kilos es un dineral para unos paisanos. Yo era un adicto
normal, me metía cualquier chingadera en la escuela, y mi primera reacción fue
quedármela, era de lo mejor que había probado yo; pero él quería venderla. Mi
dealer no quiso comprarla, dijo que sólo le compraba al patrón. Le dije que me
contactara con él y eso hizo, pero me advirtió que tuviera cuidado. No pensé que
estuviera mal, yo sólo quería venderle buen material al precio que él pusiera. Me
trajeron aquí. Me llevaron a conocer la casa: vi las embarazadas, vi los mutilados,
vi los cerdos en los corrales llenos de pedazos de humanos. Estaba cagado de
miedo. Cuando entramos al salón a negociar yo les habría regalado los dos kilos
con tal de irme de inmediato, pero él me preguntó cuánto quería por su peso. Le dije
que me diera la mitad de lo que pagaba normalmente por esa cantidad. Se acercó
con una navaja al paquete y me dijo, "si lo que estás tratando de venderme es
mierda, te vas a arrepentir." Yo seguía cagado; había probado la coca y me había
parecido buena, pero no era un experto ni nada. Dijo que era buena, y después les
ordenó a sus mayordomos que me llevaran a no sé dónde. Le dije que ya quería
irme, que me pagara otro día, cuando pudiera. Él se soltó a reír y me preguntó:
"Dime una buena razón para dejarte ir." Me temblaban las piernas, le dije que no
importaba, que le regalaba la mercancía, que en realidad no sabía qué hacer con
ella y sólo quería deshacerme del paquete. Pero él insistió. Me dijo que yo ya había
visto este lugar secreto, que la droga era buena y la daba a un precio inigualable,
pero no había ninguna razón para dejarme vivir: no iba a conseguirle más coca a
ese precio y, en general, no iba a traerle ningún beneficio. Entonces le dije que podía
trabajar para él. Me contestó que qué podría hacer yo por él. No tuve respuesta:
"trabajaré en algo que nadie más pueda hacer; estoy estudiando leyes", le dije. Y él
me contestó: <<Lo dudo. Dudo que puedas hacer algo que nadie más pueda. Ya
tengo abogados. También tengo jueces. Pareces alguien común y corriente. Lo que
sí creo que puedas hacer, es algo que nadie más quiera hacer>>. Todo el cuerpo
me temblaba, pensé que moriría. Pero ordenó que me llevaran. Lo primero que
hicieron fue raparme, me quemaron el cráneo con ácido solo para divertirse y, me
dijeron, para que no volviera a crecerme el cabello. Los dos que te trajeron aquí
tuvieron esa idea. Me violaron todos los días durante meses. Al Sacerdote le gusta
coger hombres, también quería cogerte a ti al principio. Yo vivía en medio de mi
propia mierda. Me golpeaban y me hacían heridas en la cara que no me suturaban.
Me rompían los huesos y dejaban que sanaran sin medicamentos ni yeso ni nada.
También me obligaban a embarazar algunas mujeres que ellos no querían coger.
Me decían que todos mis hijos serían sacrificados para la Señorita. Un día me
dejaron salir del corral donde vivía. Empezaron a darme órdenes y me prometieron
que si algún día pensaba en escaparme o en hacer alguna estupidez, todo lo que
había sufrido hasta entonces sería solo una pequeña prueba de lo que podían
hacerme. A veces me golpean por puro gusto. Pero ya no siento nada. Ese es el
único regalo que he obtenido en este lugar: ya nada me hace daño.”
Mateo: ¿Por qué no te suicidas?
Fermín: Lo he pensado. Pero cuando despierto en las mañanas pienso que
ya nada puede ser peor a lo que viví, que de ahora en adelante las cosas solo
pueden mejorar. Ya ni siquiera tengo rencor. Lo he pensado mucho, y mi vida no es
tan diferente a la de cualquier hombre. La diferencia es la intensidad del sufrimiento
y la mezquindad de las recompensas.

De pronto escuchan ruidos a lo lejos. Alguien va a llegar en cualquier momento.


<<Ayúdame>>, rogó Mateo. <<Ahora no. No puedo. Es peligroso, hay que planearlo
mejor. Ahora cállate>>. Segundos después aparece uno de los mayordomos.
<<¿Qué haces aquí?>>, le pregunta a Fermín sin abrir la reja. <<Chequeo médico.
Su pulso es bajo desde que llegó>>, responde. El Mayordomo piensa un momento
y luego se aleja. Antes de salir, Fermín se acerca a Mateo y le muestra una cápsula
amarilla un poco más grande que las comunes. <<Toma>>, le dice mientras pone
la cápsula en su mano. Le muestra una segunda cápsula idéntica en la otra mano.
<<Yo también tengo una. Son las únicas que tengo ahora. Las usan ellos para evitar
que los atrapen con vida. Es veneno; algo muy letal, dicen. Solo la tragas y ya. Si
crees que corres peligro inminente, mastícala y trágala para más rápido. Llévala en
todo momento, te será más útil que eso>>, dice mientras señala el arma debajo de
la paja. Nuevamente escuchan ruidos, en esta ocasión suenan dos personas y
caminan más rápido. Fermín se aleja y Mateo guarda la cápsula en su bolsillo. Es
el Mayordomo acompañado de Diablo. Éste último dice: <<Mi papá llegó. Nos lo
llevamos>>. Ambos entran. Tanto Fermín como Mateo miran la pistola con
preocupación, pues no ha quedado muy bien escondida. Esposan a Mateo; luego
le quitan la argolla del cuello. Antes de salir, Diablo le pide el juego de llaves a
Fermín. <<Desde ahora se las pides a uno de ellos>>. Salen.
Todos se encuentran en un salón de grandes dimensiones. Hay unas veinte
personas en total. Parece una pequeña capilla sin butacas, pero con un altar en el
fondo y varios muebles altos de madera pegados a las paredes. En el altar se
levanta una Santa Muerte enorme, de unos tres metros de altura. Lleva un vestido
rojo sangre de un encaje escarolado. A sus pies hay una pequeña cuna hecha de
hierro, rodeada de cirios negros. No hay ninguna decoración aparte de los muebles
de madera, es como una bodega vieja. Junto al altar, hay un chiquero donde unos
cerdos gigantes gruñen y se revuelcan. Solo el Sacerdote y otro hombre pueden
subir al altar. El desconocido viste camisa a cuadros rojos, mezclilla, botas de
granjero. Tiene una gorra en la mano, como cada uno con sus sombreros; es el
Patrón, padre de Diablo. Está visiblemente enojado. El Sacerdote comienza a
hablar; viste igual que antes pero con un mandil de carnicero encima: <<Estamos
aquí para un juicio de Venganza. Para ver si la Señorita aprueba un Rito de
Venganza contra el individuo aquí presente, al que se reclama la muerte de dos
padrinos y amistades de todos nosotros>>. Los demás contestan con sonidos
guturales. El Sacerdote continúa en tono de plegaria:

Rezo a la Santa Muerte


“Señorita de nuestro corazón, / siente arder nuestro sangres, / a tu servicio estemos,
/ a tu morada regresemos, / anúncianos la sangre el enemigo, / tremos todo esto
para ti: / nuestro acción, nuestro dolores y todo. / Derrama tu victoria sobre la plaga
humana. / Acción a ti y por ti. / Permítenos comer los corazones / de nuestro
enemigos por siempre, / beberlos hasta estar vacíos, / y llévanos de vuelta a ti /
junto al señor en tus océanos eternos.”

Todos responden con el mismo sonido gutural que de algún modo parece aprobar
lo que escuchan. El Sacerdote explica: <<El juicio es justo y está probado. Todos lo
conocen. Se prenderá fuego en sacrificio habitual a un hijo de Las Paridoras. Si el
niño chilla, que nuestras almas y el corazón de nuestra Señorita se alimenten de
ese sufrimiento y esa muerte inocente: el acusado será culpable, y se someterá a
un Rito de Venganza. Pero, por otro lado, si estemos cometiendo un error al acusar
este individuo, la Señorita nos lo hará saber librando de todo sufrimiento al bebé y
evitando que emita quejido alguno. En este caso, el acusado será declarado
inocente y sufrirá una muerte rápida, en honor de nuestra Dama Roja>>. Se escucha
la aprobación unánime de los presentes. Mateo mira a Fermín con un gesto de
horror, pero éste disimula cualquier tipo de complicidad. El Sacerdote continúa:
<<Apegados a proceso, hacemos del conocimiento del acusado que el Rito de
Venganza que ha sido designado es el de “Cocción”. El cual…>> El hombre de
camisa a cuadros, el Patrón, interrumpe con tono furioso: <<Déjame decirle a este
infeliz cuál es el método de cocción: te vamos a colgar en posición de firmes, cabrón,
encima de una olla gigante puesta al fuego y llena de agua hirviendo. Te vamos a
bajar poco a poquito para que se empiecen a cocer tus dedos, luego tus pies, tus
pantorrillas y muslos, y así hasta llegar a tu cabeza. Lo pedazos que estén
completamente cocidos vamos a cortarlos y dárselos a comer a los cerdos para que
veas de lo que estamos hechos, y puedas arrepentirte antes de morir. Es muy
probable que cuando te hayamos cortado los pies y empecemos a cocinarte las
piernas, te desmayes. No te preocupes, tenemos los mejores médicos para hacerte
volver en ti y que no te pierdas ningún detalle de nuestra fiesta. Lo último que vas a
oler antes de morir definitivamente, son tus tripas cocinándose>>. Al terminar, la
aprobación de los presentes es escandalosa, eufórica, como si fuera algo por lo que
han esperado mucho tiempo. Cuando cesa el alboroto, el Sacerdote agrega:
<<Ahora no tiene mucho caso, pero un proceso es un proceso, y hay cláusulas que
se deben conocer: el Rito de Venganza tiene que aplicarse sí o sí, y cuanto antes;
si no al culpable, a alguien de su misma sangre>>.
Uno de los mayordomos entra con un bebé en brazos y lo coloca en la cuna
de hierro que se encuentra a los pies de la Santa Muerte. Mateo está pálido, parece
que está drogado. Suda sin parar. El Mayordomo comienza a mojar con gasolina
las ropas del bebé. De pronto, Mateo cae al piso. El Sacerdote pide que llamen al
médico, pero no aparece. Fermín les dice que tienen que quitarle las esposas y
dejarlo libre para respirar. El Patrón ordena que así se haga. Uno de los
mayordomos le quita las esposas y comienza a darle fuertes bofetadas para intentar
reanimarlo. De pronto, Mateo reacciona y desarma al Mayordomo de un movimiento,
le dispara, y comienza a disparar también a quienes se encuentran a su alrededor.
Todos sacan sus armas y hay disparos por todas partes. El Sacerdote es uno de los
primeros en caer, sin alcanzar a sacar su arma. Luego, cae el segundo Mayordomo
con el bidón de gasolina, que se riega por toda la zona del altar y escaleras abajo.
El Patrón toma un cuerno de chivo y lo descarga en dirección a Mateo, pero éste se
ha ocultado detrás de una esquina que da a la salida. El único que perece no
inmutarse es Diablo, quien no saca ningún arma y apenas se esconde de los
disparos. Sin que nadie se dé cuenta, Fermín quita las llaves al primer Mayordomo.
Mateo no deja de disparar y mantiene a raya a los demás. En medio de las ráfagas,
Fermín cruza la sala en dirección al Patrón, pero antes de llegar al altar, derriba la
cuna de hierro, que de inmediato se prende con los cirios que la rodeaban. El vestido
de la Santa Muerte también se incendia rápidamente igual que la gasolina
derramada por el segundo Mayordomo. Hay un momento de caos. El bebé que se
está quemando en la cuna pega unos alaridos horripilantes.
Fermín huye de ese lugar y se acerca a donde está Mateo, arriesgando a que
las llamas lo alcancen. <<Toma. Ésta es de la salida. Y ésta es de la moto de ese
cabrón>>, le entrega dos juegos de llaves, aprovechando que aparentemente nadie
los observa. <<Ve detrás de la casa. Ahí debe de estar la moto. Sigue el camino; es
muy tenue, trata de no perderlo, es la única manera de salir de aquí>>. Mateo toma
las llaves y le dice: <<El veneno. Lo dejé en mi celda>>. Fermín se queda quieto y
le pide que corra ya. Pero Mateo insiste: <<Dame tu píldora. La otra vas a
encontrarla en la celda, justo donde me tenían encadenado>>. Fermín saca su
cápsula y se la entrega a Mateo. <<Voy a volver por Ángela y por ti>>, dice Mateo
antes de salir a toda velocidad. Mateo corre detrás de la casa. Se siguen
escuchando disparos y gritos desde dentro. Hay varias camionetas, algunas muy
lujosas, y una motocicleta de cross. Mateo sube, la enciende y arranca.
Adentro, algunos han logrado escapar del fuego y buscan a Mateo sin suerte.
Fermín permanece oculto. Todo mundo sale de la capilla, con el Patrón a la cabeza,
para encontrar al prófugo. Alguien comienza a llamar por radio para que estén alerta.
Cuando parece que ya todos se han ido, Fermín sale de su escondite y está a punto
de abandonar la capilla cuando Diablo aparece: <<Tú, maldito bastardo>>. Lo alza
por el cuello. Fermín sólo mira a su agresor sin decir una palabra. Diablo camina
con Fermín en alto hacia una pira de fuego que aun arde con intensidad. La Santa
Muerte sirve de combustible. <<Si te sales de ahí, voy a arrancarte todos los huesos
de los brazos y las piernas sin dejarte morir. Vas a ser mi juguete el resto de tu
vida>>. Dicho esto, lo arroja al fuego. Fermín cae acostado en medio de las llamas
y ahí se queda quieto sin emitir un solo sonido. El fuego se aviva. Su piel revienta y
truena por la combustión, y se pueden ver sus ojos parpadeando dentro de la
hoguera, pero Fermín no dice una palabra; ni una queja sale de su boca. Diablo se
queda unos minutos y después se va. Cuando Diablo abandona la Capilla, los niños
salvajes del bosque comienzan a aglomerarse dentro. Van en busca de los muertos,
los mordisquean y les arrancan trozos de carne. Uno de ellos se lleva al bebé
carbonizado como manjar.
Los policías que vigilan la casa de Mateo son avisados por radio de lo que ha
ocurrido. Ambos se previenen. Cargan sus armas y bajan de su camioneta.
Observan hacia dentro de la casa pero todo parece estar tranquilo. De pronto se
escucha una moto a toda velocidad, y a los pocos segundos ven llegar a Mateo.
Avisan por radio. <<Hay que esperar que lleguen todos. Lo quieren con vida>>.
Mateo entra en su casa. Su mamá no puede creer que él esté ahí. Se avienta a sus
brazos y llora de angustia al verlo tan demacrado y herido. Mateo actúa con rapidez.
<<Tienes que escucharme con atención, mamá. Ellos vienen por mí. Tú tienes que
salvar a Ángela, eres la única posibilidad. Tienes que esconderte y llamar a la
policía>>. Martha lo interrumpe: <<La policía está con ellos. Dicen que tú la
mataste>>. Mateo va a la cocina por un cuchillo grande para cortar carne; luego
pregunta por su hermano. Está dormido. Van por él a su cuarto y se dirigen los tres
al modesto y viejo granero que está a un costado de la casa. <<Tienen que
esconderse durante mucho tiempo; días si es necesario. Luego buscarás ayuda, e
irás a buscar a Ángela>>. Su voz se entrecorta, tiene muy poco tiempo para salvar
a su mamá, su hermano y Ángela. <<Ellos están adentro del bosque, en una casa
hacia el norte, después de un barranco>>. Martha comienza a llorar en silencio,
presintiendo algo tétrico. <<¡Escúchame, mamá!>>, intenta Mateo hacerla
reaccionar. Su hermano está perturbado, apenas logra parpadear. <<Si te
descubren, no vayan con ellos. Esto es lo más importante de todo. Por nada del
mundo te atrevas a ir con ellos; no tienes idea de lo que son capaces de hacerles.
Es preferible morir>>. En este punto Mateo tampoco soporta el llanto. Mete su mano
al bolsillo y saca dos cápsulas amarillas. <<Si ellos te encuentran, toma una de
estas, dale una a Miguel y tráguenlas. Debes estar segura de que ambos las tragan.
Mastíquenlas de preferencia>>. Al decir esto, comienzan a escucharse automóviles
que se estacionan en su casa. <<Te lo ruego, mamá, no pueden dejar que los
encuentren vivos>>.
Mateo sale con cuidado de no ser visto. Rompe una ventana y entra por un
costado de su casa. Afuera hay camionetas blindadas y varias patrullas con las
sirenas encendidas. El Patrón junto con su hijo, Diablo, y otros cuatro hombres se
acercan a la casa. Mateo blande el cuchillo. <<¡Entren!>>, les grita. Alguien abre la
puerta de un golpe y Mateo comienza a preguntarles a gritos: <<¿En dónde está mi
familia, cabrones? ¡Díganme qué han hecho con mi mamá y mi hermano, hijos de
puta!>> El patrón se acerca y e pide que se calme. Mateo retrocede hacia un sillón
y se coloca el cuchillo en la garganta. <<No hagas pendejadas>> le dice el Patrón.
<<Ven con nosotros>>. Pero Mateo, al sentir que está a punto de alcanzarlo, se
rebana en dos movimientos la garganta y empieza a aventar sangre sin control. Su
cuerpo cae sentado en el sillón. <<¡Llamen al médico!>>, pide el Patrón a gritos
hacia el exterior de a casa, pero, inesperadamente, Diablo se adelanta a su papá y
se arroja sobre el cuerpo de Mateo bañado de sangre. Unos policías han entrado
por la ventana rota para ver lo que sucede. Nadie da crédito a lo que ve. Diablo está
pegado al cuello de Mateo, bebiendo la sangre con una ansiedad animal. Su padre
lo mira unos instantes y luego comienza a ordenar que se muevan. <<¡Registren
toda la casa!>>, pide a los hombres que se acercan. <<Y ustedes>>, les dice a los
policías, <<comiencen a ordenar este desmadre>>. De pronto alguien comienza a
llamar al Patrón. Son unos hombres que están a fuera del granero. <<Mire lo que
nos encontramos>>, le dice uno de ellos. El Patrón abre la puerta y ve a Martha y
Miguel sentados al fondo. Ella tiene la cabeza colgando, los ojos abiertos sin
parpadear y la boca llena de una saliva viscosa y blanca. Miguel está inmóvil
también, pero en posición recta. De pronto, sus pequeños ojos parpadean. El Patrón
se acerca y le extiende los brazos. <<Ven>>, le dice. <<Venimos a ayudarlos>>. El
niño se lleva la mano a la boca y saca la cápsula amarilla. Está un poco aguada;
pareciera a punto de reventarse. El Patrón la agarra, se la muestra a alguien que
está a sus espaldas y la avienta a cualquier lado. Luego toma al niño en brazos y
sale del granero dando órdenes a sus hombres.
Afuera los policías intentan ahuyentar a los curiosos, que han sido atraídos
por las sirenas de ambulancias y patrullas.

Você também pode gostar