Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Murnau Gens
Mateo va huyendo por el bosque, sin correr pero con paso constante. La tarde está
cayendo. En el rostro lleva contenida una rabia salvaje, entre el alarido y el llanto.
Por momentos se detiene para orientarse, la hojarasca le llega casi a las rodillas.
Diversos animales se ocultan y se retuercen en los árboles, como vigilantes
inconscientes de aquel paraje. Por encima de las copas de los árboles no se alcanza
a ver el fin del bosque. De pronto un relámpago atraviesa el cielo, aunque no se
perciben nubes ni otros signos de tormenta. Segundos después, mientras avanza
por las ramas que crujen a su paso, un trueno casi sobrenatural hace cimbrar los
árboles. Los animales huyen. Mateo se detiene y mira hacia el techo de árboles,
respira profundamente y comienza a caminar más deprisa. Algunas gotas de lluvia
comienzan a caer, gordas y pesadas. Más relámpagos y truenos cada vez más
ensordecedores. Mateo se aleja hacia el interior del bosque en medio de la luz y el
escándalo de la tormenta.
En casa de Mateo, su madre llama por teléfono a la casa de Ángela. <<Hola. Habla
la mamá de Mateo>>. Martha apenas termina de hablar cuando una mujer al otro
lado de la línea comienza a gritarle: <<¡Maldita! ¡Maldita! ¿Por qué llamas aquí?
¡Maldita seas tú y tu maldito hijo! ¡Hijos de perra, se los va a llevar el diablo,
cabrones!>> La mujer llora a gritos en el teléfono y, cuando la madre de Mateo
intenta hablar, la voz en el teléfono comienza nuevamente: <<¡Se van a arrepentir,
malditos! Por qué a mi hijita… por qué a ella, por qué a mi Angelita. ¡Van a pudrirse
en el infierno, perros malditos!>> La mujer sigue llorando al otro lado de la línea y
Martha ha perdido la esperanza de poder conversar: <<Tú y tu maldito hijo se van
a arrepentir. Malditos. Se va a arrepentir, malditos. Se van a arrepentir…>> Martha
cuelga el teléfono y mira al cielo por la ventana. Hay una luna muy pequeña y
nuevamente ha comenzado a llover. Se asoma con más cuidado y alcanza a ver
una camioneta de la policía con dos hombres en su interior. Ambos platican
animadamente y ríen.
Mateo escucha que alguien se acerca a la celda. Por un momento vacila en agarrar
el arma, pero encadenado como está de poco le serviría matar a uno de sus
captores. Aparece Fermín, y le dice que lleva comida y que va a revisar su estado
de salud. Mateo lo observa con miedo y repulsión. <<¿Qué es aquí? ¿Por qué me
tienen aquí?>>, pregunta Mateo. Fermín no responde. Revisa su pulso; le pregunta
si tiene heridas graves. Mateo lo mira a los ojos durante unos segundos y después
le pregunta: <<¿Tú quién eres, eh?>>. <<Nadie>>, contesta Fermín.
Mateo continúa mirándolo y pregunta: <<Pero ¿cuál es tu función aquí?
Alguna debe ser tu función>>. Fermín no contesta. De pronto dice: <<Acabamos>>,
mira rápidamente a Mateo y comienza a caminar hacia fuera. <<Ahí tienes algo de
comer; no se ve apetecible pero es lo mejor que conseguirás>>. Antes de que se
marche, cuando ya ha puesto llave a la reja y al candado, Mateo le grita: <<yo te
conozco. Tu papá era Chema>>. Fermín queda sorprendido, estático, pero
segundos después se pone en marcha. Mateo escucha sus pasos descompuestos
por el pasillo y grita: <<¿Qué te hicieron? ¡Eh, dime algo!>>.
En otra sala de la casa, el sacerdote y habla con un hombre joven, bien vestido,
impecable en cada detalle de su ropa, y con un sombrero negro que tiene bordado
en la frente una cruz plateada con la Santa Muerte a lo largo de la línea vertical.
Es el mismo joven que estaba con los matones y que no intervino en la agresión. El
sacerdote lo llama por su apodo: Diablo.
Diablo: Seguro que es él. El wey ni supo para dónde corrió. Por eso mandé
a esos dos a que buscaran por todo el fondo de la cuneta.
Sacerdote: ¿Lo reconocerías? ¿O lo traemos a que se reconozca solo?
Diablo: No olvido los rostros. Antes de hacer algo, ya conozco la cara del
ojete que voy a chingar mejor que su madre. Pero tráelo de todos modos, va a ser
divertido.
Sacerdote: ¿Y qué haremos con él?
Diablo (entre risas): ¿Te gustó el mocoso? Pinchi cogelón, dime y te traigo
muchachitos. Este ojete es para Venganza. La Señorita va a agradecerlo.
Diablo, el Sacerdote y los mayordomos caminan por el pasillo hacia la celda de
Mateo, quien, al escuchar pasos, busca la pistola entre la paja. Uno de los
mayordomos abre, cede el paso a los otros tres y entra después de ellos. Al ver que
deja la llave pegada en la cerradura, Mateo suelta el arma. Diablo encabeza la
comitiva pero el Sacerdote se le anticipa y pide que lo deje catearlo antes que el jefe
se acerque. <<No confío en estos idiotas>>, dice. Mientras busca en la ropa de
Mateo, el pie del Sacerdote por poco se encuentra con el lugar donde se está
escondida el arma. Ahora Mateo no le quita la mirada a Diablo, quien observa todo
sin profundidad, como si estuviera dormido con los ojos abiertos, sin ninguna
emoción perceptible. Los mayordomos esposan a Mateo con las manos en la
espalda y lo levantan a la fuerza. Mateo tiene cuidado de moverse lejos de donde
está el arma. Cuando logra levantarse, le dice a Diablo mientras lo mira fijamente:
<<Tú estabas ahí>>. Nadie dice una palabra, pero Mateo insiste: <<¿Qué hicieron
con Ángela? ¿Qué le hicieron? ¡Díganme!>>.
Los cinco, con Mateo esposado, caminan por pasillos de la casa. El
Sacerdote abre una gran puerta de hierro, gruesa y pesada, que da paso a un salón
amplio y mejor iluminado. Se escuchan algunos lamentos y sollozos. El salón tiene
cuatro celdas inmensas llenas de mujeres. Casi todas están sentadas contra las
paredes. Le piden a Mateo que se acerque a una de las celdas y entonces escucha
a Ángela que lo llama. <<¡Mateo! Estos hombres están locos>>, repite ella mientras
Mateo les pide que la suelten, que él hará cualquier cosa. <<Estas mujeres dicen
que van a violarnos y luego se comerán a nuestros hijos>>, le grita Ángela a Mateo.
Sacerdote: Este es el área de las paridoras, muchacho. Créeme, preferirías
haberte comido viva a tu noviecita antes de traerla aquí. Nos dice que está
embarazada, ¿no? Pues ese niño no nos sirve para nada; lo regalaremos al bosque
y si es digno de este mundo sobrevivirá junto con los niños del bosque, si no se lo
comen ellos mismos. Tienen un extraño proceso de selección.
Mateo: Por favor, les daré todo lo que tengo en mi poder. La casa que nos
dejó mi padre, mis pertenencias.
Sacerdote: Nada de lo que puedas tener nos interesa. No pidas por tu vida
ni por la de ella; a ella no le haremos daño nunca. La Madrecita castiga a quien
derrama sangre de Sus Paridoras.
Las Paridoras están todas sucias y maltratadas. La mayoría tiene panzas enormes
de embarazos avanzados. Sus miradas no tienen vida. Mientras el Sacerdote habla,
Mateo enloquece y comienza a patear a quienes se encuentran a su alrededor.
Luego se lanza contra la reja que mantiene a Ángela atrapada. Los mayordomos lo
golpean en la cabeza hasta dejarlo inconsciente.
Mateo despierta en su celda encadenado del cuello. No tiene idea de cuánto
tiempo ha pasado. Instintivamente busca con la mano el lugar donde escondió la
pistola. Ahí sigue. Se queda pensativo mientras sopesa el arma en sus manos,
meditando cómo puede el arma ayudarle a salir de ese lugar. De pronto escucha
una voz: <<¿Cómo hiciste para llegar con eso aquí?>> Mateo se sobresalta y apunta
con la pistola al lugar de donde provino la voz. Al observar con más cuidado se da
cuenta que se trata de Fermín, que está sentado en el otro extremo de la celda.
<<Baja el arma, si quisiera hacerte algo ya lo habría hecho>>. Mateo no sabe qué
hacer, y comienza a decirle. <<Yo te conozco. Tu papá tenía puercos. Mi papá le
compraba para hacer carnitas>>. Fermín lo interrumpe: <<Yo también te conozco.
Pero no puedo hacer nada por ti. Ahora ellos son dueños de tu vida. Tú al menos
vas a estar muerto muy pronto, aunque sufrirás de una manera que nunca has
imaginado, peor que los puercos que mataba mi papá>>.
Mateo baja el arma, pero la mantiene agarrada con las dos manos.
Mateo: Entonces ¿por qué no debo dispararte?
Fermín: Porque soy la única persona que conoces, y lo más seguro es que
no vuelvas a ver a nadie que conoces. Y yo sé por experiencia que ver a alguien
conocido, alguien que pertenece a tu vida anterior, basta para sentir un pequeño
alivio en medio de esta pesadilla. Por eso mismo estoy yo aquí.
Mateo: Ayúdame a escapar. Ayúdame y regresaré por Ángela y por ti.
Fermín: ¿Ángela es tu novia? ¿La muchacha que llevaron con Las
Paridoras? Ella ya no se va a ir de aquí nunca. Tratarán de mantenerla viva el mayor
tiempo posible, décadas tal vez. Y cuando muera la llevarán a que alimente el
jardín de la Señorita. Todos los árboles que ahí crecen tienen algo de ellas. Son
árboles sagrados.
Mateo: No puede ser que creas en lo mismo que ellos. ¡Todo eso es
diabólico!
Fermín: Baja la voz. No saben que estoy aquí. ¿Y en qué quieres que crea?
He visto a esos hombres sobrevivir a heridas que matarían a cualquiera. He visto
sus ojos encenderse con un fuego negro después de un sacrificio, en momentos
de éxtasis sus cuerpos arden como carbón al rojo vivo. Me han quemado la piel
con solo tocarme; aún llevo esas cicatrices.
Mateo: Eso es imposible. Es imposible. Te han hecho perder la razón. Mateo se
queda inmóvil, no parece ni siquiera recordar que tiene la pistola en las manos. De
pronto reanuda la conversación. Mateo: A ti no volví a verte desde muy joven.
Fermín: Me fui a la Universidad. Quería ser abogado. Iba a ser el primer
universitario en la familia.
Mateo: ¿Y qué pasó? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué estás aquí?
Fermín: Por lo mismo por lo que llegamos al mundo y por lo que
permanecemos en él. Las circunstancias sí son algo especiales:
Historia de Fermín
“En una ocasión mi hermano consiguió dos kilos de cocaína. No me preguntes cómo
chingados lo hizo: se la encontró, se la robó a alguien, se la regalaron o alguna
mierda de esas. Dos kilos es un dineral para unos paisanos. Yo era un adicto
normal, me metía cualquier chingadera en la escuela, y mi primera reacción fue
quedármela, era de lo mejor que había probado yo; pero él quería venderla. Mi
dealer no quiso comprarla, dijo que sólo le compraba al patrón. Le dije que me
contactara con él y eso hizo, pero me advirtió que tuviera cuidado. No pensé que
estuviera mal, yo sólo quería venderle buen material al precio que él pusiera. Me
trajeron aquí. Me llevaron a conocer la casa: vi las embarazadas, vi los mutilados,
vi los cerdos en los corrales llenos de pedazos de humanos. Estaba cagado de
miedo. Cuando entramos al salón a negociar yo les habría regalado los dos kilos
con tal de irme de inmediato, pero él me preguntó cuánto quería por su peso. Le dije
que me diera la mitad de lo que pagaba normalmente por esa cantidad. Se acercó
con una navaja al paquete y me dijo, "si lo que estás tratando de venderme es
mierda, te vas a arrepentir." Yo seguía cagado; había probado la coca y me había
parecido buena, pero no era un experto ni nada. Dijo que era buena, y después les
ordenó a sus mayordomos que me llevaran a no sé dónde. Le dije que ya quería
irme, que me pagara otro día, cuando pudiera. Él se soltó a reír y me preguntó:
"Dime una buena razón para dejarte ir." Me temblaban las piernas, le dije que no
importaba, que le regalaba la mercancía, que en realidad no sabía qué hacer con
ella y sólo quería deshacerme del paquete. Pero él insistió. Me dijo que yo ya había
visto este lugar secreto, que la droga era buena y la daba a un precio inigualable,
pero no había ninguna razón para dejarme vivir: no iba a conseguirle más coca a
ese precio y, en general, no iba a traerle ningún beneficio. Entonces le dije que podía
trabajar para él. Me contestó que qué podría hacer yo por él. No tuve respuesta:
"trabajaré en algo que nadie más pueda hacer; estoy estudiando leyes", le dije. Y él
me contestó: <<Lo dudo. Dudo que puedas hacer algo que nadie más pueda. Ya
tengo abogados. También tengo jueces. Pareces alguien común y corriente. Lo que
sí creo que puedas hacer, es algo que nadie más quiera hacer>>. Todo el cuerpo
me temblaba, pensé que moriría. Pero ordenó que me llevaran. Lo primero que
hicieron fue raparme, me quemaron el cráneo con ácido solo para divertirse y, me
dijeron, para que no volviera a crecerme el cabello. Los dos que te trajeron aquí
tuvieron esa idea. Me violaron todos los días durante meses. Al Sacerdote le gusta
coger hombres, también quería cogerte a ti al principio. Yo vivía en medio de mi
propia mierda. Me golpeaban y me hacían heridas en la cara que no me suturaban.
Me rompían los huesos y dejaban que sanaran sin medicamentos ni yeso ni nada.
También me obligaban a embarazar algunas mujeres que ellos no querían coger.
Me decían que todos mis hijos serían sacrificados para la Señorita. Un día me
dejaron salir del corral donde vivía. Empezaron a darme órdenes y me prometieron
que si algún día pensaba en escaparme o en hacer alguna estupidez, todo lo que
había sufrido hasta entonces sería solo una pequeña prueba de lo que podían
hacerme. A veces me golpean por puro gusto. Pero ya no siento nada. Ese es el
único regalo que he obtenido en este lugar: ya nada me hace daño.”
Mateo: ¿Por qué no te suicidas?
Fermín: Lo he pensado. Pero cuando despierto en las mañanas pienso que
ya nada puede ser peor a lo que viví, que de ahora en adelante las cosas solo
pueden mejorar. Ya ni siquiera tengo rencor. Lo he pensado mucho, y mi vida no es
tan diferente a la de cualquier hombre. La diferencia es la intensidad del sufrimiento
y la mezquindad de las recompensas.
Todos responden con el mismo sonido gutural que de algún modo parece aprobar
lo que escuchan. El Sacerdote explica: <<El juicio es justo y está probado. Todos lo
conocen. Se prenderá fuego en sacrificio habitual a un hijo de Las Paridoras. Si el
niño chilla, que nuestras almas y el corazón de nuestra Señorita se alimenten de
ese sufrimiento y esa muerte inocente: el acusado será culpable, y se someterá a
un Rito de Venganza. Pero, por otro lado, si estemos cometiendo un error al acusar
este individuo, la Señorita nos lo hará saber librando de todo sufrimiento al bebé y
evitando que emita quejido alguno. En este caso, el acusado será declarado
inocente y sufrirá una muerte rápida, en honor de nuestra Dama Roja>>. Se escucha
la aprobación unánime de los presentes. Mateo mira a Fermín con un gesto de
horror, pero éste disimula cualquier tipo de complicidad. El Sacerdote continúa:
<<Apegados a proceso, hacemos del conocimiento del acusado que el Rito de
Venganza que ha sido designado es el de “Cocción”. El cual…>> El hombre de
camisa a cuadros, el Patrón, interrumpe con tono furioso: <<Déjame decirle a este
infeliz cuál es el método de cocción: te vamos a colgar en posición de firmes, cabrón,
encima de una olla gigante puesta al fuego y llena de agua hirviendo. Te vamos a
bajar poco a poquito para que se empiecen a cocer tus dedos, luego tus pies, tus
pantorrillas y muslos, y así hasta llegar a tu cabeza. Lo pedazos que estén
completamente cocidos vamos a cortarlos y dárselos a comer a los cerdos para que
veas de lo que estamos hechos, y puedas arrepentirte antes de morir. Es muy
probable que cuando te hayamos cortado los pies y empecemos a cocinarte las
piernas, te desmayes. No te preocupes, tenemos los mejores médicos para hacerte
volver en ti y que no te pierdas ningún detalle de nuestra fiesta. Lo último que vas a
oler antes de morir definitivamente, son tus tripas cocinándose>>. Al terminar, la
aprobación de los presentes es escandalosa, eufórica, como si fuera algo por lo que
han esperado mucho tiempo. Cuando cesa el alboroto, el Sacerdote agrega:
<<Ahora no tiene mucho caso, pero un proceso es un proceso, y hay cláusulas que
se deben conocer: el Rito de Venganza tiene que aplicarse sí o sí, y cuanto antes;
si no al culpable, a alguien de su misma sangre>>.
Uno de los mayordomos entra con un bebé en brazos y lo coloca en la cuna
de hierro que se encuentra a los pies de la Santa Muerte. Mateo está pálido, parece
que está drogado. Suda sin parar. El Mayordomo comienza a mojar con gasolina
las ropas del bebé. De pronto, Mateo cae al piso. El Sacerdote pide que llamen al
médico, pero no aparece. Fermín les dice que tienen que quitarle las esposas y
dejarlo libre para respirar. El Patrón ordena que así se haga. Uno de los
mayordomos le quita las esposas y comienza a darle fuertes bofetadas para intentar
reanimarlo. De pronto, Mateo reacciona y desarma al Mayordomo de un movimiento,
le dispara, y comienza a disparar también a quienes se encuentran a su alrededor.
Todos sacan sus armas y hay disparos por todas partes. El Sacerdote es uno de los
primeros en caer, sin alcanzar a sacar su arma. Luego, cae el segundo Mayordomo
con el bidón de gasolina, que se riega por toda la zona del altar y escaleras abajo.
El Patrón toma un cuerno de chivo y lo descarga en dirección a Mateo, pero éste se
ha ocultado detrás de una esquina que da a la salida. El único que perece no
inmutarse es Diablo, quien no saca ningún arma y apenas se esconde de los
disparos. Sin que nadie se dé cuenta, Fermín quita las llaves al primer Mayordomo.
Mateo no deja de disparar y mantiene a raya a los demás. En medio de las ráfagas,
Fermín cruza la sala en dirección al Patrón, pero antes de llegar al altar, derriba la
cuna de hierro, que de inmediato se prende con los cirios que la rodeaban. El vestido
de la Santa Muerte también se incendia rápidamente igual que la gasolina
derramada por el segundo Mayordomo. Hay un momento de caos. El bebé que se
está quemando en la cuna pega unos alaridos horripilantes.
Fermín huye de ese lugar y se acerca a donde está Mateo, arriesgando a que
las llamas lo alcancen. <<Toma. Ésta es de la salida. Y ésta es de la moto de ese
cabrón>>, le entrega dos juegos de llaves, aprovechando que aparentemente nadie
los observa. <<Ve detrás de la casa. Ahí debe de estar la moto. Sigue el camino; es
muy tenue, trata de no perderlo, es la única manera de salir de aquí>>. Mateo toma
las llaves y le dice: <<El veneno. Lo dejé en mi celda>>. Fermín se queda quieto y
le pide que corra ya. Pero Mateo insiste: <<Dame tu píldora. La otra vas a
encontrarla en la celda, justo donde me tenían encadenado>>. Fermín saca su
cápsula y se la entrega a Mateo. <<Voy a volver por Ángela y por ti>>, dice Mateo
antes de salir a toda velocidad. Mateo corre detrás de la casa. Se siguen
escuchando disparos y gritos desde dentro. Hay varias camionetas, algunas muy
lujosas, y una motocicleta de cross. Mateo sube, la enciende y arranca.
Adentro, algunos han logrado escapar del fuego y buscan a Mateo sin suerte.
Fermín permanece oculto. Todo mundo sale de la capilla, con el Patrón a la cabeza,
para encontrar al prófugo. Alguien comienza a llamar por radio para que estén alerta.
Cuando parece que ya todos se han ido, Fermín sale de su escondite y está a punto
de abandonar la capilla cuando Diablo aparece: <<Tú, maldito bastardo>>. Lo alza
por el cuello. Fermín sólo mira a su agresor sin decir una palabra. Diablo camina
con Fermín en alto hacia una pira de fuego que aun arde con intensidad. La Santa
Muerte sirve de combustible. <<Si te sales de ahí, voy a arrancarte todos los huesos
de los brazos y las piernas sin dejarte morir. Vas a ser mi juguete el resto de tu
vida>>. Dicho esto, lo arroja al fuego. Fermín cae acostado en medio de las llamas
y ahí se queda quieto sin emitir un solo sonido. El fuego se aviva. Su piel revienta y
truena por la combustión, y se pueden ver sus ojos parpadeando dentro de la
hoguera, pero Fermín no dice una palabra; ni una queja sale de su boca. Diablo se
queda unos minutos y después se va. Cuando Diablo abandona la Capilla, los niños
salvajes del bosque comienzan a aglomerarse dentro. Van en busca de los muertos,
los mordisquean y les arrancan trozos de carne. Uno de ellos se lleva al bebé
carbonizado como manjar.
Los policías que vigilan la casa de Mateo son avisados por radio de lo que ha
ocurrido. Ambos se previenen. Cargan sus armas y bajan de su camioneta.
Observan hacia dentro de la casa pero todo parece estar tranquilo. De pronto se
escucha una moto a toda velocidad, y a los pocos segundos ven llegar a Mateo.
Avisan por radio. <<Hay que esperar que lleguen todos. Lo quieren con vida>>.
Mateo entra en su casa. Su mamá no puede creer que él esté ahí. Se avienta a sus
brazos y llora de angustia al verlo tan demacrado y herido. Mateo actúa con rapidez.
<<Tienes que escucharme con atención, mamá. Ellos vienen por mí. Tú tienes que
salvar a Ángela, eres la única posibilidad. Tienes que esconderte y llamar a la
policía>>. Martha lo interrumpe: <<La policía está con ellos. Dicen que tú la
mataste>>. Mateo va a la cocina por un cuchillo grande para cortar carne; luego
pregunta por su hermano. Está dormido. Van por él a su cuarto y se dirigen los tres
al modesto y viejo granero que está a un costado de la casa. <<Tienen que
esconderse durante mucho tiempo; días si es necesario. Luego buscarás ayuda, e
irás a buscar a Ángela>>. Su voz se entrecorta, tiene muy poco tiempo para salvar
a su mamá, su hermano y Ángela. <<Ellos están adentro del bosque, en una casa
hacia el norte, después de un barranco>>. Martha comienza a llorar en silencio,
presintiendo algo tétrico. <<¡Escúchame, mamá!>>, intenta Mateo hacerla
reaccionar. Su hermano está perturbado, apenas logra parpadear. <<Si te
descubren, no vayan con ellos. Esto es lo más importante de todo. Por nada del
mundo te atrevas a ir con ellos; no tienes idea de lo que son capaces de hacerles.
Es preferible morir>>. En este punto Mateo tampoco soporta el llanto. Mete su mano
al bolsillo y saca dos cápsulas amarillas. <<Si ellos te encuentran, toma una de
estas, dale una a Miguel y tráguenlas. Debes estar segura de que ambos las tragan.
Mastíquenlas de preferencia>>. Al decir esto, comienzan a escucharse automóviles
que se estacionan en su casa. <<Te lo ruego, mamá, no pueden dejar que los
encuentren vivos>>.
Mateo sale con cuidado de no ser visto. Rompe una ventana y entra por un
costado de su casa. Afuera hay camionetas blindadas y varias patrullas con las
sirenas encendidas. El Patrón junto con su hijo, Diablo, y otros cuatro hombres se
acercan a la casa. Mateo blande el cuchillo. <<¡Entren!>>, les grita. Alguien abre la
puerta de un golpe y Mateo comienza a preguntarles a gritos: <<¿En dónde está mi
familia, cabrones? ¡Díganme qué han hecho con mi mamá y mi hermano, hijos de
puta!>> El patrón se acerca y e pide que se calme. Mateo retrocede hacia un sillón
y se coloca el cuchillo en la garganta. <<No hagas pendejadas>> le dice el Patrón.
<<Ven con nosotros>>. Pero Mateo, al sentir que está a punto de alcanzarlo, se
rebana en dos movimientos la garganta y empieza a aventar sangre sin control. Su
cuerpo cae sentado en el sillón. <<¡Llamen al médico!>>, pide el Patrón a gritos
hacia el exterior de a casa, pero, inesperadamente, Diablo se adelanta a su papá y
se arroja sobre el cuerpo de Mateo bañado de sangre. Unos policías han entrado
por la ventana rota para ver lo que sucede. Nadie da crédito a lo que ve. Diablo está
pegado al cuello de Mateo, bebiendo la sangre con una ansiedad animal. Su padre
lo mira unos instantes y luego comienza a ordenar que se muevan. <<¡Registren
toda la casa!>>, pide a los hombres que se acercan. <<Y ustedes>>, les dice a los
policías, <<comiencen a ordenar este desmadre>>. De pronto alguien comienza a
llamar al Patrón. Son unos hombres que están a fuera del granero. <<Mire lo que
nos encontramos>>, le dice uno de ellos. El Patrón abre la puerta y ve a Martha y
Miguel sentados al fondo. Ella tiene la cabeza colgando, los ojos abiertos sin
parpadear y la boca llena de una saliva viscosa y blanca. Miguel está inmóvil
también, pero en posición recta. De pronto, sus pequeños ojos parpadean. El Patrón
se acerca y le extiende los brazos. <<Ven>>, le dice. <<Venimos a ayudarlos>>. El
niño se lleva la mano a la boca y saca la cápsula amarilla. Está un poco aguada;
pareciera a punto de reventarse. El Patrón la agarra, se la muestra a alguien que
está a sus espaldas y la avienta a cualquier lado. Luego toma al niño en brazos y
sale del granero dando órdenes a sus hombres.
Afuera los policías intentan ahuyentar a los curiosos, que han sido atraídos
por las sirenas de ambulancias y patrullas.