Você está na página 1de 1

Vida Pastoral » Portada del Nº 284 - Mayo 2010 - Publicado en: Reflexión

Desde los muertos sin velorio hasta los funerales mediáticos multitudinarios
Por Mariel Caldas
Para los que vivimos este cambio epocal, muchas cosas son distintas a cuando éramos chicos, y nuestros padres y
abuelos nos contaban sobre la amistad, el trabajo, la familia, las crisis, el país, las tradiciones... Pocas décadas han pasado
desde que nadie faltaba a los velorios, sean de un familiar o de un vecino, y no en pocas ocasiones el cajón del difunto se
colocaba en la habitación principal de la casa o en el propio dormitorio del muerto.
Hoy en día encontramos por un lado, los denominados “jardines de paz”, un cementerio que no lo parece, ya que de
lejos luce como un hermoso jardín, con pasto siempre verde y bien cortado. En estos jardines de paz, pocas alusiones
alegóricas nos remiten a la muerte: algunos ramos de flores, unas placas en el suelo que nombran al fallecido, gente
hablando hacia el suelo, quizá llorando.
Otra experiencia novedosa es la de no velar al difunto, o bien cerrar la sala velatoria desde la noche hasta la mañana
siguiente, dejando solo al cuerpo del occiso en su primer noche de muerto –cosa impensable para nuestras abuelas–. Por la
mañana, se cierra el cajón y se acompaña al cadáver hacia el cementerio o el crematorio. De esta manera, se tiene poco
contacto con el muerto, más bien con la muerte.
También ha crecido exponencial-mente la cantidad de cremaciones realizadas. Las versiones van desde una cuestión
más higiénica que el enterramiento, el escaso lugar que poseen los cementerios en vigencia, el costo de mantenimiento de
las parcelas que cobran los cementerios que es mucho mayor que el costo de la cremación; pero también implica una
manera rápida de hacer borrón y cuenta nueva, el muerto ya no existe como tal, ya no hay cuerpo, sino sólo un polvo que
no se parece en nada a nuestro familiar, amigo o conocido: es decir, no hay cuerpo, no hay encuentro con la muerte. Dentro
de la Iglesia Católica, antes no era bien vista esta práctica, pero en la actualidad se la permite, debido a que se ha levantado
la prohibición canónica (ver E. González, “La pastoral de los difuntos y sus cenizas”: Vida Pastoral 250/2004).
Internet tampoco queda exento de las novedades mortuorias. En los últimos años, han aparecido en la red tumbas
virtuales. En ellas se pueden colocar fotos, videos, palabras de aliento hacia los familiares, compañeros o amigos del
fallecido; así como también epitafios, palabras que les hubiera gustado decirle personalmente a quien ha muerto, narrar
eventos y experiencias que hayan vivido con esa persona, y lo que la imaginación dé a lugar.
En contraposición a este intento de no ver, oler, tocar, sentir, la muerte, encontramos velorios mediáticos
multitudinarios, tales como el de Alfonsín, la Negra Sosa, Peña, Sandro... Espacios públicos se abren para que tenga lugar
la despedida. Personas que probablemente estén entre las antes nombradas, ahora entre la masa, no tienen problema en
mostrarse, ir a ver al muerto, llevarle flores, y hasta tocarlo o besarlo. Cuanto más mediático mejor. Todos lloran, y no
temen mostrarse llorando, afirman que el muerto era una persona maravillosa, y que “ya no quedan personas como ellos”.
Quizá sea otra manera de no encontrarse con la muerte, eternizando al famoso...
¿Qué es lo que hace que un mismo hecho ad intra sea tan disímil ad extra? ¿Es el mero cholulismo argentino? ¿Es
que en grupo no les da tanto miedo la muerte? ¿Será que televisado no parece un velorio o un entierro? ¿Será que
diariamente vemos en los noticieros tantas muertes, que ya no nos parecen reales?
Psicológicamente y espiritualmente hablando, el hecho de no realizar el ritual de despedida a un ser querido puede
traer consecuencias a largo plazo. Entrar en contacto con la muerte por medio del cuerpo presente del muerto, permite
comenzar la despedida y empezar a elaborar el duelo. El rito funerario ayuda a transitar el momento a los vivos que lo
sobreviven, más que al muerto. Hablarle al muerto, tocarlo, besarlo, llorar, blasfemar, acordarse de Dios y María Santísima,
es sano. No enfrentar la muerte del otro cara a cara, eludiendo todos los momentos e indicadores de lo sucedido, no lo es.
Confrontar la muerte de otro, es también un modo de enfrentar la propia muerte. Pensar y repensar lo hecho y vivido, las
relaciones con nuestra familia, amigos y entorno.
Algunos dirán que el “hombre masa” se comporta de manera distinta que el hombre individual. Es verdad, pero en
este caso la relación con el muerto y la muerte, tiene singularidades propias.
Quizá entonces, los funerales de famosos, sean una manera de realizar lo no hecho ante una muerte cercana. Realizar
esta vez sí los rituales de despedida, que no los involucran personalmente, pero sí funcionan como mecanismo de descarga
y duelo por las muertes que más los movilizaron, o bien tal vez identificarse con el muerto famoso, o con el duelo de sus
personas cercanas. En los funerales mediáticos, tener contacto con el “personaje” muerto, el que no se ha tenido quizá ni
con la madre cuando falleció, nos habla de nuestro tipo de sociedad. Las personas que la integran, individualmente temen
enfrentar solas a lo que las atemoriza, temen parar la rutina diaria con un evento que muchas veces no entienden o no
esperan, temen detenerse a llorar porque el duelo implica detenerse un poco, bajar el ritmo y la producción, temen
“contagiarse” de la muerte teniendo un muerto cerca, temen pensar en la propia muerte; pero que multitudinariamente se
sienten fuertes, no temen expresar lo que sienten, se dejan confortar por desconocidos y, se sienten cobijadas en la
muchedumbre con la que quizá nunca más se encuentre.
Para quienes se insertan en la fe cristiana, la muerte es sólo un momento más de la vida, donde se sustenta nuestra
esperanza de que seguiremos existiendo no ya física y cronológicamente, sino de otro modo y eternamente. Citando a
Mamerto Menapace, “que la muerte nos agarre vivos”, así tendrá sentido nuestra muerte, y obviamente nuestra propia vida.

Você também pode gostar