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Ejemplos de unidad

La Biblia emplea imágenes y metáforas para describir la iglesia, sus actividades y su


identidad básica. En 1960, el especialista en el Nuevo Testamento Paul S. Minear publicó
Images of the ifrJ]Church in the New Testament [Imágenes de la iglesia en el Nuevo
Testamento], donde cataloga las metáforas relacionadas con la iglesia.1 Entre esas metáforas
e imágenes él resalta cuatro de ellas: El pueblo de Dios, una nueva creación, una comunión
de fe y el cuerpo de Cristo. Por otro lado, algunos teólogos se han enfocado en otras tres.
Ellas provienen de una perspectiva trinitaria y se identifican como: «el pueblo de Dios», «el
cuerpo de Cristo», «la comunión del Espíritu». Como todas las metáforas, estas ilustraciones
no son perfectas por sí solas; sin embargo, como un todo nos ayudan a visualizar la relación
de Dios y la iglesia, así como nuestra relación con ella. Ellas aclaran importantes aspectos de
la unidad además de la relación de cada miembro con la comunidad de la fe.

El pueblo de Dios

El apóstol Pedro, al escribirles a los creyentes de Asia Menor, describe al «pueblo especial»
de Dios como «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa» (1 Ped. 2: 9). Esas expresiones
indican que el pueblo de Dios fue establecido con un propósito especial: «para que anunciéis
las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable». Ellas se hacen eco de
un pasaje clave del libro de Éxodo. Dios estableció su pacto con el pueblo de Israel,
precisamente antes de que proclamara los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí. «Ahora,
pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos
los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente
santa» (Exo. 19: 5-6). En otros libros del Antiguo Testamento, encontramos descripciones
parecidas del pueblo de Dios.

• Linaje escogido (Deut. 10: 15; Isa. 43: 20-21)

• Real sacerdocio (Isa. 61: 6)

• Nación santa (Deut. 7: 6)

Según Pedro, existe una obvia continuidad entre el pueblo de Dios del antiguo pacto y los
creyentes seguidores de Jesús, el Mesías, en los tiempos del nuevo pacto. Esta imagen pone
de manifiesto que la iglesia se trata de personas, y no solo de cualquier grupo de personas,
sino del pueblo de Dios, aquellos que pertenecen al Señor, personas redimidas que reclaman
a Dios como su Padre y Salvador. La metáfora también subraya el concepto de que el pueblo
de Dios en la tierra jamás ha estado desprovisto de un plan de salvación.

Dios ha establecido un pacto con su pueblo para que sean representantes de su amor,
misericordia y justicia para con el mundo, comenzando con Adán, continuando con los
patriarcas y culminando con Abraham. El objetivo del pueblo de Dios siempre ha sido el
mismo: alabar a Dios y reflejar su carácter (1 Ped. 2: 9; Isa. 9: 2). «Dios "adquirió" a la iglesia
como su posesión especial para que sus miembros pudieran reflejar los preciosos rasgos del
carácter divino en sus propias vidas, y para que proclamaran la bondad y la misericordia de
Dios a todos los hombres».2

Cuando Moisés y Pedro califican al pueblo de Dios como un «pueblo santo» (Deut. 7: 6; 1
Ped. 2: 9), se hacen la pregunta: ¿qué grupo de personas, o nación, merece hoy la etiqueta de
«nación santa»? La respuesta contundente es simple: ninguna. Todas las naciones o grupos
étnicos están formados por pecadores que no merecen el amor de Dios. Pero las Escrituras
enseñan que la selección y el establecimiento del pueblo de Dios en todo momento estuvieron
por completo basados en su amor, no en los méritos humanos. La fundación del pueblo de
Dios es un acto de amor, y a pesar del pecado y la apostasía, Dios mantuvo a Abraham la
promesa de salvar a su pueblo. La elección del pueblo de Dios fue un acto de su gracia, al
igual que su salvación. Este tema constituye un gran recordativo de nuestras raíces comunes,
asentadas en la gracia inmerecida de Dios. Como pueblo de Dios, todos estamos unidos por
su gracia.

Una implicación adicional de esta metáfora es la paridad; la igualdad entre el pueblo de Dios.
El teólogo alemán Hans Küng señala acertadamente:

«Si consideramos a la iglesia como el pueblo de Dios, está claro que ella jamás podrá ser
únicamente una clase o casta particular, un grupo de dirigentes, o una camarilla dentro de la
comunidad de los fieles. La iglesia siempre y en todos los casos es la totalidad del pueblo de
Dios, toda la ecclesia, toda la comunidad de los fieles. Todos pertenecen a la raza elegida, al
real sacerdocio, a la nación santa. Todos los miembros de la iglesia son iguales en esto».3

La casa de Dios

Pedro también describe a los cristianos como «piedras vivas» (1 Ped. 2: 5) y utiliza la
metáfora de una casa o edificio en unos pocos versículos previos, en el mismo capítulo en
que se menciona al pueblo de Dios. Pablo, en Efesios, emplea igualmente la misma imagen.
«Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros
de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal Piedra del ángulo Jesucristo mismo. En él todo el edificio, bien coordinado, va
creciendo para ser santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados
para morada de Dios en el Espíritu» (Efe. 2: 19-22; 1 Tim. 3: 15). Dos imágenes de la iglesia
están conectadas juntas en este pasaje: una estática, una casa o edificio; la otra viva, una casa
hecha de gente. La primera es una metáfora relacionada con las estructuras físicas que resalta
la naturaleza intrincada e inter-dependiente de las relaciones humanas en la iglesia. La
segunda apunta a las relaciones de las personas que viven en la casa de Dios.

La metáfora de una casa ciertamente evoca una sensación de permanencia y fortaleza. Una
piedra no es muy valiosa por sí misma,

pero cuando se une con otras piedras se convierte en una estructura que puede resistir las
tormentas de la vida. Ningún cristiano puede ser una piedra solitaria, sino que debe asociarse
con otros para formar la casa de Dios. Para que un edificio sea sólido, debe descansar sobre
una base sólida y tanto para Pedro como para Pablo, Jesucristo es la «piedra principal del
ángulo» de la casa de Dios (1 Ped. 2: 5-8; 1 Cor. 3: 11). Ella dejaría de existir si no convierte
a Cristo en la base misma de su vida y actividades, ya que la misma tiene que ver con
Jesucristo, con su mensaje, con su muerte, con su resurrección y con su pronto regreso. La
iglesia es una comunidad de creyentes, unidos en su misión de compartir buenas noticias
sobre Jesús con el mundo. Las actividades de la iglesia deben reflejar esa realidad, igualmente
la misión de la iglesia debe ser más que una colección suelta de ideas y proyectos. La iglesia
no tiene otra razón para existir, excepto darle gloria a Dios por la salvación en Jesús y el
privilegio de compartir este mensaje con el mundo.

La segunda imagen, el hogar, es también significativa. La misma se basa en las relaciones


que las personas tienen entre ellas. Una de las creencias fundamentales de la iglesia adventista
afirma: «La iglesia es la familia de Dios: somos adoptados por él como hijos y vivimos sobre
la base del nuevo pacto».4 La familia representa la imagen de un padre y una madre,
hermanos y hermanas, y los demás miembros de la familia ampliada. Los lazos entre los
miembros de la familia pueden ser fuertes y las lealtades que los acompañan a menudo
trascienden los vínculos vigentes con otras personas. Esta metáfora enfatiza que todos los
creyentes son parte de una gran familia. No solo estamos unidos porque pertenecemos a la
familia humana, a través de nuestro ancestro común Adán, sino que también estamos
relacionados con Jesús, el segundo Adán, a través de nuestra experiencia común del nuevo
nacimiento (Hech. 17: 26; 2 Cor. 5: 17).

El templo del Espíritu Santo

Otra imagen de un edificio que Pablo utiliza es la del templo de Dios, o del Espíritu Santo.
Es una metáfora que se refiere a una costosa y valiosa estructura, relacionada con la más
santa y hermosa edificación del Oriente Medio. «¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios
y que el Espíritu de Dios está en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo
destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es» (1 Cor. 3: 16-17).

La presencia del Espíritu Santo entre el pueblo de Dios es una importante enseñanza del
Nuevo Testamento. Jesús predijo que luego de su ascensión, él enviaría al Consolador para
que continuara guiando a sus discípulos a toda verdad (Juan 14: 16, 26; 15: 26; 16: 13). El
Espíritu Santo dirige el testimonio de la iglesia primitiva en el libro de Hechos y el
crecimiento de la comunidad cristiana es el resultado directo de la presencia del Espíritu
(Hech. 4: 31; 5: 32; 9: 31). Incluso el establecimiento de las primeras comunidades cristianas
en Grecia fue el resultado de la acción del Espíritu al dirigir el ministerio de Pablo (Hech.
16: 6-10). El apóstol asimismo reconocía que el Espíritu Santo había establecido la
comunidad de los corintios (1 Cor. 2: 1-16). De hecho, desde el día de Pentecostés, la iglesia
surge como resultado de la obra del Espíritu Santo.

Pablo, en su primera carta a los corintios menciona lo que él considera que son desafíos a la
unidad: «habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, [...]» (1 Cor. 3: 3). Estas
actitudes y comportamientos son amenazas reales para la unidad de los cristianos e incluso
provocan la retirada de la presencia de Dios de su templo. En otras palabras, cualquier
conflicto en la iglesia destruye el templo de Dios. Luego, cuando Pablo creyó que las
divisiones y las falsas enseñanzas amenazaban la vida de la comunidad, se puso a la defensiva
y apeló a la inteligencia espiritual de los miembros.

En 1 Corintios 3: 16-17, Pablo obviamente no se está refiriendo a un templo físico o al lugar


en que Dios reside de manera material. Los primeros cristianos no contaban con templos o
iglesias como los cristianos de hoy en día. El griego del Nuevo Testamento hace una
distinción entre un «tú» singular para referirse a una persona y un «ustedes o vosotros» plural
para referirse a varias. En este texto se emplea el plural por lo que Pablo está hablando a toda
la comunidad cristiana en Corinto. La metáfora se refiere a una imagen corporativa: los
cristianos en Corinto forman todos juntos el templo del Espíritu Santo y Dios reside entre
ellos en un sentido espiritual. En la antigüedad el templo era el lugar de residencia física de
los dioses. Sin embargo, para Pablo, Dios reside en el compañerismo cristiano, de ahí su
advertencia respecto a cualquiera que intente destruir esa comunión: sufrirá las consecuencias
del juicio. La unidad de los creyentes es el núcleo de esa comunión y constituye la bendición
de la presencia de Dios.

El cuerpo de Cristo

Posiblemente la imagen más conocida de la iglesia, y la que mejor habla sobre la unidad de
sus diversas partes, es la que se refiere al cuerpo de Cristo. Esta metáfora también se
encuentra en los escritos del apóstol Pablo. «Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos
miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así
también Cristo [...]. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo y miembros cada uno en
particular» (1 Cor. 12: 12, 27). Así como el cuerpo es una unidad formada por diferentes
partes con funciones y tareas únicas, también lo es la iglesia que es el cuerpo de Cristo.
Esta imagen nos habla directamente como iglesia. En las últimas décadas, la Iglesia
Adventista del Séptimo Día ha crecido a pasos agigantados y nuestra diversidad es extensa.
En todo caso, no deberíamos permitir que las diferencias étnicas, raciales, culturales,
educativas, o de edad y de género nos dividan. Por el contrario, las mismas deben mejorar
esa unidad. Al pie de la cruz todos somos iguales: todos hermanos y hermanas en Cristo. A
medida que el mundo que nos rodea se fragmenta cada vez más, la iglesia debe demostrar
que la unidad en la diversidad es algo posible. El pueblo de Dios está llamado a demostrar el
poder sanador y reconciliador del evangelio y que todas las naciones pueden ser una en
Cristo.

Las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 12 incluyen una realidad profunda. La misma afirma
que la auténtica unidad cristiana no reside en la diversidad y tampoco existe a pesar de la
diversidad, sino que más bien se manifiesta a través de la misma diversidad. No debería
sorprendernos que el Espíritu Santo sea la fuente de estas expresiones de diversidad. Así
como el cuerpo humano está increíblemente unificado y es asombrosamente diverso, lo
mismo sucede con el cuerpo de Cristo. Desde esa perspectiva no es aconsejable seccionar la
diversidad, en un esfuerzo por ponderar algunos aspectos de la misma como más esenciales
que otros. Todos ellos son necesarios para expresar la plenitud y la riqueza del cuerpo de
Cristo. De hecho, para Pablo no hay unidad sin diversidad.

El propósito de Dios era reconciliar a la raza humana en un solo cuerpo a través de la sangre
de Cristo (Efe. 2: 13-16), en el que las distinciones humanas se unen en Cristo. Pablo nos
dice de manera sorprendente cómo se puede lograr ese ideal. «Cristo es cabeza de la iglesia,
la cual es su cuerpo, y él es su Salvador» (Efe. 5: 23). «Él es también la cabeza del cuerpo
que es la iglesia» (Col. 1:18). Así como cada creyente queda conectado espiritualmente con
Cristo en el bautismo (Rom. 6: 1-6), el cuerpo entero se nutrirá del mismo alimento espiritual.

El teólogo luterano Wolfhart Pannenberg comenta:

«Llamar a la iglesia el cuerpo de Cristo no es una mera metáfora, ni es únicamente una de las
formas bíblicas de representar la naturaleza de la iglesia. En cambio, el realismo de la unión
inseparable de los creyentes con Cristo, que encuentra expresión en la idea de la iglesia como
el cuerpo de Cristo, es básico para entender a la iglesia como una comunidad de creyentes y
por ende también como el pueblo de Dios. La iglesia es una comunidad de creyentes, tan solo
sobre la idea de la participación de cada individuo en un único Señor».5

Las ovejas y el pastor

En las grandes ciudades del mundo moderno, es raro ver la crianza de animales de cualquier
tipo. La mayor parte de la gente conoce poco de la relación que existe entre las ovejas y los
pastores. Sin embargo, cuando Jesús realizó esta comparación, la gente la entendió a la
perfección. Cuando él declara: «Yo soy el buen pastor» (Juan 10: 11), ellos de inmediato
reconocieron que se refería al Salmo 23: 1; «leho-vá es mi pastor». La imagen no solo era
clara; también estaba llena de valor emocional que la convertía en algo vivido. En la cultura
del mundo antiguo, y aún hoy en la región del Medio Oriente, un pastor es conocido como
una persona fiel, paciente y tenaz. Sin tomar en cuenta las dificultades encontradas, un pastor
cuidará de sus ovejas. La imagen de un pastor, que ilustra el carácter de Dios y su relación
con su pueblo, es una de las más apreciadas de las Escrituras.

Describir al pueblo de Dios como ovejas es también una imagen interesante. Una impresión
que a menudo tenemos de las ovejas es su naturaleza inofensiva e indefensa; algo que las
hace dependientes de un buen pastor para su protección y guía. A veces, las ovejas se
extravían sin darse cuenta y el pastor las rastreará y las llevará de vuelta al redil (Luc. 15: 3-
7). Los corderos a menudo necesitan ser transportados, lo que requiere una protección
adicional. Se necesita paciencia y comprensión para cuidar de las ovejas. En muchos
sentidos, esta imagen representa perfectamente a la iglesia. El creyente cristiano no tiene
nada que temer y mucho que ganar en una relación con el Pastor divino.

Jesús también enfatizó en esta parábola la importancia de escuchar la voz del pastor. Cuando
las circunstancias así lo requieren, es posible proteger algunas manadas de ovejas
colocándolas en un mismo corral o redil. ¿Cómo podrán separarse más tarde? Todo lo que se
requiere es que el pastor se pare en la puerta del corral y las llame. Sus ovejas reconocerán
su voz y vendrán a él. «Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las
ovejas lo siguen porque conocen su voz» (luán 10: 4). Escuchar la voz del Pastor es crucial
para la iglesia. La máxima unidad y seguridad del pueblo de Dios depende de su relación
cercana con él.

Esta recopilación de las metáforas relacionadas con la iglesia muestra los matices de la
unidad en Jesús. El Nuevo Testamento emplea metáforas para ilustrar tanto la naturaleza
como la misión de la iglesia. Más importante aún, dichas metáforas enseñan que Dios está
atentamente vigilando y protegiendo a su pueblo. Finalmente, esas imágenes enseñan que el
pueblo de Dios está en extremo vinculado entre sí. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
moldean la unidad de los creyentes cristianos en una misma familia. Juntos, forman el pueblo
de Dios, el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo.

Referencias:

1. Paul S. Minear, Images ofthe Church in the New Testament (Louisville: Westminster John
Knox, 1960, 2004). Ver también: John K. McVay, «Biblical Metaphors for the Church and
Adventist Ecclesiology», Andrews University Seminary Studies, voi. 44, n°. 2 (2006): pp.
285-315.

2. Comentario bíblico adventista, t. 7 (Buenos Aires: ACES, 1996), p. 578.

3. Hans Küng, The Church (Nueva York: Sheed and Ward, 1967), p. 125.

4. Creencias délos adventistas del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 161.

5. Wolfhart Pannenberg, Systematic Theology, t. 3 (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans,


1998), p. 102.

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