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Problemas y
soluciones, riesgos y oportunidades. Ediciones Cal y Arena, México, DF.
El Colegio de Sonora,
El desarrollo económico y la
conservación de los recursos naturales*
Alberto Búrquez y
Angelina Martínez-Yrízar
El impacto humano
La extinción de la megafauna que siguió a la llegada del
hombre a América en tiempos prehistóricos (Martin, 1984)
es el primer impacto humano a gran escala documentado
en la región noroeste. Paradójicamente, la llegada de los
europeos en el siglo XVI restauró en parte este grupo de
grandes herbívoros perdidos tiempo atrás. No obstante, el
ganado vacuno, caprino y equino, representa solamente una
pequeña muestra de la megafauna perdida y la introducción
de la ganadería con altas densidades animales alteró una
vez más el status de los recursos naturales sonorenses.
Los europeos trajeron consigo nuevos cultivos y sus male-
zas, animales útiles como las abejas de colmena, nuevas for-
mas de aprovechamiento de los minerales, la apertura de
vías de comunicación y también otros animales en forma de
plagas y mascotas que pronto se naturalizaron. Su llegada
fue precedida de la explotación extensiva e intensiva de los
recursos naturales, desmontando extensas áreas en las vegas
de los ríos, abriendo caminos e iniciando trabajos mineros y
alterando dramáticamente el entorno social. Algunos de es-
tos animales se naturalizaron a expensas de la pérdida de
hábitat de las especies nativas.
Recientemente, la agricultura a gran escala, la ganadería
extensiva e intensiva, la creación de embalses y regulación
de ríos, las explotaciones forestales y las actividades pesque-
ras en la costa del Golfo de California han producido gran
riqueza y permitido el avance del estado. Sin embargo, a
partir de los años cuarenta inició un acelerado cambio de-
mográfico y ambiental, principalmente por la apertura de
los distritos de riego del Valle del Yaqui, Valle del Mayo, Cos-
ta de Hermosillo y posteriormente Costa de Caborca. El in-
cremento de las actividades ganaderas, la explotación de los
acuíferos subterráneos muy por arriba de su tasa de equili-
brio, la salinización de la tierra por falta de drenaje adecua-
do y la sobrepesca han conducido a u n acelerado cambio en
el valor de los recursos naturales renovables y del paisaje.
Agua
De acuerdo con información proporcionada por la Comisión
Nacional del Agua y por el Instituto Mexicano de Tecnología
del Agua (IMTA),México recibe anualmente un promedio de
780 m m de lluvia. Esto equivale a convertir todo el terri-
torio nacional en u n a alberca de 78 centímetros de pro-
fundidad: u n enorme caudal de 1.5 billones de metros
cúbicos. En términos de volumen por unidad de área, esta
precipitación es mayor al promedio mundial. Gran parte de
la precipitación -más del 70%- se evapora de nuevo re-
ingresando a la fase gaseosa del ciclo del agua, tanto por la
evaporación directa, como por la evapotranspiración de las
plantas. Esta fracción de la precipitación mantiene la diná-
mica de las comunidades naturales y los servicios básicos
del ecosistema. El agua restante genera escurrimientos que
alimentan los represos y presas (más de 4 000 con cortinas
de 5 metros o más, CNA) O se infiltra en el subsuelo recar-
gando los acuíferos.
IJn 85% de estos recursos hídricos son utilizados para el
riego agrícola ( I N E G I ~ E M A R1997).
N A P , Esto sitúa a México
en el séptimo lugar mundial de áreas irrigadas (casi 6 mi-
llones de hectáreas). IJn 12% se dedica a usos urbanos y so-
lamente el 3% se destina a usos industriales. La producción
de energía eléctrica en las presas representa también u n im-
portante renglón que genera anualmente 27 600 gigawats de
electricidad a1 capturar la energía potencial del agua conte-
nida en muchas presas (INEGVSEMARNAP, 1997).
La distribuciónper capitn del agua en México, arroja u n a
cifra de casi cinco mil m' por habitante por año. Esta cifra es
muy superior al mínimo internacional de 2 750 m 3 que defi-
ne áreas de escasez, y es muy superior al uso del agua en los
Estados lJnidos que esta por debajo de los 2 mil m z por habi-
tante. Sin embargo, los recursos hídricos de México están
muy desigualmente distribuidos. El sureste de Me'xico, que
ocupa un 20% de la superficie, recibe más de la mitad de la
precipitación, mientras que en el norte, con un 30% de la su-
perficie, cae tan sólo el 4% de la lluvia anual del país (CNA,
IMTA) .
Este fenómeno provoca u n a profunda escisión entre u n
sur rico en agua y un norte sujeto a escasez crónica. Como
consecuencia, y por razones políticas y ecoriómicas, los limi-
tados recursos hídricos del norte ponen a la agricultura en
desventaja respecto a la industria y al crecimiento urbano.
En términos políticos, las ciudades que concentran la pobla-
ción y el voto, demandan más agua para uso urbano, mien-
tras que en te'rininos económicos existe una asombrosa
diferencia entre el valor de produccióri por 1n3de agua en
diferentes actividades. Por ejemplo, 1 000 in3 de agua produ-
cen aproximadamente u n equivalente de 200 dólares de tri-
go, mientras que la misma cantidad de agua en usos
industriales produce entre 10 y 20 mil d6lares (Pimentel ef
al., 1997, Van der Werf, 1994).
La disponibilidad y repartición geográfica del agua ha
sido la principal limitante para el crecimiento en Sonora. Su
localización la hace partícipe de una muy pequeña propor-
ción de la precipitación total del país, ya que se encuentra
en una región que recibe tan sólo una lámina de agua equi-
valente a 436 mm, muy por debajo de la media nacional
(CNA). Esta precipitación se distribuye desigualmente en el
estado, pues existe un claro gradiente desde áreas en el no-
roeste con menos de 50 mm anuales de precipitación hasta
la región serrana del sureste de Sonora donde llueven más
de 1 000 mm anuales (García, 1981, CNA) .
La variabilidad climática en Sonora es muy elevada, con
años de copiosa precipitación seguidos de prolongados pe-
riodos secos. Esto ha provocado que durante los años de
buenas precipitaciones se hagan inversiones tendientes a
incrementar el uso de los recursos naturales, las cuales se
pierden durante las épocas de sequía. Esto conduce a la de-
manda crónica de apoyos estatales y federales que permitan
la persistencia de tales inversiones. El caso de la ganadería
es notable. Existen programas de conversión del desierto en
praderas y programzs de mejoramiento genético de los hatos
que reportan excelentes resultados durante los años con pre-
cipitaciones por arriba del promedio, pero que sufren caídas
catastróficas durante las sequías (Pérez, 1992 y 1993).
El crecimiento urbano ha tomado cada vez una mayor
proporción de los recursos hídricos antes destinados a la
agricultura. Este fenómeno es particularmente agudo en la
capital del estado. La desaparición del distrito de riego de la
presa Abelardo L. Rodríguez es atribuible directamente al
crecimiento de la ciudad de Hermosillo, aunque el incre-
mento de las actividades ganaderas río arriba, y la construc-
ción de una nueva presa reguladora, a todas vistas inútil,
también han tomado su cuota.
Considerando los servicios de los ecosistemas, las porcio-
nes de la cuenca del río Sonora afectadas por las presas A. L.
Rodríguez y El Molinito probablemente tenían un valor ma-
yor antes de la construcción y obras de canalización. Estas
obras disminuyeron el valor de los recursos naturales en tér-
minos de desarrollo sustentable. Ambas presas presentan un
tirante de agua somero que causa pérdidas muy grandes por
evaporación y presentan también problemas de filtraciones
al subsuelo. La presa A. L. Rodríguez está severamente azol-
vada y no puede alcanzar su capacidad total por el peligro
que representa para las construcciones gubernamentales so-
bre el lecho del río Sonora. La presencia de las presas impi-
de la infiltración de agua que cada año ingresaba, al menos
en parte, al acuífero subterráneo en el delta del río Sonora.
En las condiciones originales, el acuífero de la Costa de
Hermosillo podría haber mantenido un mayor nivel freático,
con un menor abatimiento y salinización, y con una mayor
cantidad de agua disponible para uso agrícola y urbano.
A pesar de tener circunstancias climáticas y ecológicas si-
milares, el manejo de la problemática del abasto de agua en
las ciudades del estado de Arizona es muy diferente de la lle-
vada a cabo en Sonora. Baste decir que los cuerpos operado-
res del agua tienen una estructura política y económica muy
diferente que la existente en México. Un reciente documento
de amplia circulación producido por la Universidad de Ari-
zona, más que destacar las alternativas de abastecimiento
para la ciudad de Tucson, establece las bases con la in-
formación básica necesaria para la toma de decisiones (Gelt,
et al., 1999). La información del contexto histórico, político,
hidrológico, económico, ecológico y tecnológico se presen-
ta a la opinión pública para su discusión y a los organismos
de toma de decisiones gubernamentales para su imple-
mentación.
Las soluciones a los problemas de agua de la capital del
estado han sido múltiples y se discuten ampliamente en las
contribuciones del volumen sobre Hermosillo y el agua com-
piladas por Pineda (1998). La discusión de Lagarda (1998)
sobre las diferentes alternativas de abastecimiento, destaca
la dificultad de garantizar agua para Hermosillo si las tasas
de crecimiento siguen con las mismas tendencias. Hace én-
fasis en la necesidad de preservar los acuíferos y los eco-
sistemas nativos de la cuenca que están en un grave estado
de deterioro. Esta problemática se repite en la mayoría de las
ciudades del desierto: San Luis Río Colorado que depende de
aguas subterráneas y de las cuotas del río Colorado contem-
pladas en el Acta 242 de la Comisión Internacional de Lími-
tes y Aguas, Puerto Peñasco que depende de la explotación
de acuíferos cada vez más alejados; Caborca y Guaymas que
apuntan a una problemática aún más seria que la de Her-
mosillo en términos de abatimiento de los acuíferos y abas-
to de agua potable; y Nogales donde aparentemente se llegó
a una solución gracias a la participación de fondos interna-
cionales, pero de seguir el crecimiento y gasto actuales, no
sólo afectariin negativamente a las comunidades rurales
sino que probablemente desembocarán en conflictos inter-
nacionales (Ingram, 1998).
En u n a historia que recuerda Chinatown, la película de
suspenso que trata de derechos de agua, la problemática del
agua en Sonora y particularmente de Hermosillo, se h a ma-
nejado con poca información económica y científica, apo-
yando proyectos que oscilan desde la transferencia de agua
entre cuencas hasta la desalación. Los proyectos de transpor-
te de agua desde otras cuencas son poco efectivos, pues ade-
más de los elevados costos de construcción y operación, en
condiciones de sequía el agua disponible en otras cuencas
también es muy limitada, compitiendo el uso urbano no
sólo con la irrigación agrícola de otras regiones, sino tam-
bién con la generación de energía.
Entre las opciones de suministro urbano e industrial, la
más barata es la compra de derechos de agua agrícola y la
más cara la desalación. La primera tiene un valor que varía
de 5 a 50 dólares por cada 1 000 m', mientras que la segun-
da representa una erogación mucho mayor, del orden de 500
a 700 dólares para aguas salobres y de 1 000 a 1 500 dblares
para agua de mar (Buros, 1990). No es fortuito que la ma-
yor capacidad de desalación esté concentrada en los países
árabes (46% del total mundial) que tienen vastas reservas de
energía barata para literalmente convertir el petróleo en
agua (Buros, 1990).
Un análisis de los costos de desalación lo provee la cerca-
n a planta desaladora de Yurna, localizada a1 sudoeste de
Phoenix. Esta planta, tina de las más grandes del mundo,
produce agua dulce por medio del proceso de ósmosis iriver-
sa a partir de las aguas salobres de drenaje agrícola del dis-
trito Wellton-Mohawk. El costo del agua de esta planta es de
más de 235 dólares por millar de m3, mientras que el agua
del cercano río Salado tiene un costo de 5.70 dólares por
millar (USBR, Van der Werf, 1994). Conforme se incrementa
el diferencial osmótico, esto es conforme el agua es más sa-
lada, los costos de desalación se incrementan, siendo aún
más costoso el tratamiento del agua marina. La desaladora
de Yuma, la más grande del mundo, está actualmente ope-
rando sólo al 10%de su capacidad debido a los elevados cos-
tos de operación y el impacto ecológico que los desechos
salinos ocasionan en el alto Golfo de California,
Si se construye una planta desaladora para abastecer parte
de la demanda de agua de la ciudad de Hermosillo necesa-
riamente se impondrá una nueva estructura tarifaria, mucho
más alta que la actual. Esta solución sin embargo, no expli-
ca la enorme diferencia para el contribuyente entre las alter-
nativas de comprar los derechos de agua subterránea en la
Costa de Hermosillo y la desalación. La primera opción es sin S;
Suelos
Los principales suelos de Sonora son los regosoles, suelos
poco productivos para el hombre, utilizados principalmente
para pastoreo y actividades forestales. Los siguientes e n im-
portancia son los aridisoles que comprenden arenosoles,
calcisoles y leptosoles esto es, suelos de zonas áridas con ba-
jos contenidos de'materia orgánica, pero que con irrigación
y complementos de nutrientes pueden ser muy productivos
(INEGI~EMARNAP, 1997).
De la superficie agrícola nacional de 31.1 millones de
hectáreas, el 18% es de riego y el 82% de temporal (INECI/
SEMARNAP, 1997). La mayoría de las tierras cultivadas so-
norenses caen en la primera categoría, representando más
del 11% de las tierras irrigadas del país y el 3.5% del área
total del estado. Sin embargo, porciones importantes de estas
tierras tienen problemas de erosión severa, compactación
por el uso de maquinaria agrícola pesada y salinización (Es-
trada, 1987, Ortiz, 1993a, I N E G I ~ E M A R N A P , 1997).
Aproximadamente el 60% de l a superficie del territorio
nacional presenta evidencias de erosión. Esto causa l a pér-
dida de cerca de 200 mil hectáreas anuales de suelo (Es-
trada, 1987). La erosión eólica e hídrica son u n serio
problema en el país, siendo Sonora uno de los estados más
afectados. Un 76% de la superficie estatal presenta erosión
activa y u n 36% está afectada por erosión severa o muy se-
vera. Aunque algunos fenómenos naturales asociados con
l a aridez permiten la erosión, los principales factores que
promueven o reactivan los procesos erosivos son las activi-
dades agrícolas y ganaderas, las explotaciones forestales y
la urbanización. No existen estudios detallados de la tasa
de pérdida de suelos por erosión en Sonora. Sin embargo,
los problemas de contaminación atn~osféricaque colocan
a Sonora en el primer lugar de enfermedades respiratorias
y de partículas suspendidas en el aire, son directamente
atribuibles a los procesos erosivos (SEDITE, 1992, TNI:(;I/
SEMAKNAP, 1997).
Agricultura
Hasta hace poco, la mayoría de los asentamientos humanos
en el estado de Sonora se concentraban en la vertiente occi-
dental de la Sierra Madre. La agricultura precolombina fue
cornún a lo largo de los márgenes de los ríos, en ocasiones
con sofisticados sistemas de irrigación (Baroni, 1991). Aun-
que el desarrollo agrícola en el desierto estuvo confinado a
las áreas con un nivel freático alto, para fines del siglo XIX
se habían afectado seriamente l a mayoría de los hábitats
riparios con excepción de los deltas de los principales ríos
(Rahre, 1991).
El crecimiento demográfico en Sonora, después de m u -
chos afios con bajas tasas de incremento poblacional en
ambientes serranos y en las vegas de los ríos, se aceleró rápi-
damente. La planicie costera no participó en la economía de
manera significativa hasta la apropiación de los vastos acuí-
feros subterráneos de las cuencas de los ríos Concepción,
Sonora y Mátape, entre 1950 y 1970. Los deltas de los ríos
Mayo y Yaqui no fueron alterados extensivamente hasta que
se construyeron, entre 1939 y 1955, las presas que abrieron
el camino al crecimiento a través de la generación de elec-
tricidad y el estímulo a la rápida expansión de la agricul-
tura. A finales de los aííos setenta, los deltas se habían
convertido casi en su totalidad en campos agrícolas. En
pocos aíios se desmontaron grandes extensiones de vegeta-
ción natural en los deltas de los principales ríos. Por ejem-
plo, los inmensos bosques de mezquites de los Llanos de
San Juan Bautista, en el delta del río Sonora, desaparecie-
ron con la colonización del distrito de riego de la Costa de
Hermosillo (Dunbier, 1968, Felger y Lowe, 1976). El au-
mento en las tasas de extracción y la progresiva salini-
zación de los acuíferos fueron la causa de la disminución
del área dedicada a la producción de cultivos. De las 150
000 hectáreas originales destinadas a la agricultura, sola-
mente 70 000 hectáreas son aún cultivadas. El resto son
campos agrícolas abandonados casi carentes de cubierta
vegetal. La operación no sostenida de este distrito, la cons-
tante disminución del nivel de los mantos acuíferos (hasta
un metro por año) y la inestabilidad de la economía local
se discuten en Moreno (1994).
En los deltas de los ríos Yaqui y Mayo, más de un millón
de hectáreas de bosques riparios de mezquite, álamo, sauce y
de matorral costero, desaparecieron una vez que las presas
empezaron a operar. Estos ríos siguieron el mismo camino
de erradicación de la vegetación del delta del río Colorado
después de la construcción de la presa Hoover (Glenn et al.,
1992). Como el del Colorado, ambos distritos de irrigación
enfrentan ahora serios problemas ambientales, debido al
drenaje insuficiente, la salinización y los niveles tóxicos de
contaminación por plaguicidas y fertilizantes.
En los dos principales distritos de riego por irrigación con
bombeo profundo, Caborca y Costa de Hermosillo, los cre-
cientes costos de mano de obra, extracción de agua y la
salinización han llevado a que los costos de producción sean
mayores que los niveles de rentabilidad para la mayoría de
los cultivos tradicionales (como trigo y algodón; Moreno,
1994, Wong, Sandoval y León, 1994). Esto ha conducido a
un proceso de conversión de cultivos, menos importantes en
términos alimentarios, pero con una rentabilidad que de-
pende de mercados internacionales muy volátiles.
Ganadería
Comparada con la agricultura, la ganadería tiene una histo-
ria breve y reciente en las zonas áridas de Norteamérica. Sin
embargo, es considerada hoy como uno de los pilares de la
economía del norte de México y del sudoeste de los Estados
Unidos. Hacia el siglo XVI, los pueblos agrícolas precolombi-
nos y las sociedades de cazadores-recolectores del desierto
habían mantenido un equilibrio precario con el uso de los
recursos a lo largo del fértil piedemonte de la Sierra Madre y
los principales ríos. Este equilibrio se rompió con la llegada
de los europeos, quienes introdujeron ganado como una
nueva forma de uso de la tierra. El ganado fue una fuente
de conflicto entre los nuevos pastoralistas y los agricultores
debido a que el ganado no respeta fronteras y depreda los
cultivos (Baroni, 1991, Camou y Pérez, 1991, Pérez, 1993,
Ibarra, 1991). También afectó a las sociedades de cazadores-
recolectores ya que, desde el punto de vista de los nativos, el
ganado era un nuevo elemento del ecosistema -una fuen-
te rica en proteína animal vagando en tierra comunal, dis-
ponible y de fácil cosecha (Felger y Moser, 1985, Thompson,
1989).
Hasta el siglo pasado, únicamente áreas muy localizadas
de desierto se usaron para la cría de ganado. Debido a los
asaltos constantes de los nativos americanos, el ganado se
confinó a pequeñas áreas, que en muchos casos, sufrieron
sobrepastoreo. A principios de este siglo, la organización de
las grandes haciendas permitió la explotación extensiva de
las zonas áridas. Enormes hatos transformaron el balance
natural entre el pastizal y el matorral desértico, contribuyen-
do a la así llamada invasión del mezquite y del matorral es-
pinoso (Tohnston, 1963, Hastings y Turner, 1965, Archer,
1989 y 1994, Bahre, 1991, Búrquez et al., 1998). Durante la
Revolución mexicana los hatos disminuyeron drásticamente
(Machado, 1981) permitiendo la recuperación de los agosta-
deros. Sin embargo, la industria del ganado se reactivó prin-
cipalmente en el norte de México, transformando, al menos
en parte, grandes extensiones de las tierras áridas y semiá-
ridas (Barral, 1988, Ezcurra y Montaña, 1988, Búrquez et
al., 1998).
La introducción hace cerca de treinta años del zacate afri-
cano buffel (Peizizisetum cilzare) a través del Servicio de
Conservación de Suelo de los Estados Unidos (Cox et a l . ,
1988, Johnson y Navarro, 1992, Ibarra et al., 1995) h a con-
ducido a la alteración de grandes extensiones de la región
árida sonorense. La siembra de buffel triplica el coeficiente
de agostadero (Hanselka y Johnson, 1991, Pérez, 1993). Sin
embargo, esta ganancia ocurre a expensas de la erradica-
ción de las plantas del desierto que proveen de forraje du-
rante el invierno, cuando el buffel detiene su crecimiento. El
reemplazo de las plantas perennes, acoplado con el sobre-
pastoreo, h a conducido a u n a percepción mayor de la ocu-
rrencia de sequías, aun cuando la precipitación promedio
anual no ha cambiado apreciablemente en este siglo. Es pa-
radójico que el desierto se haya destinado a la cría de gana-
do, que es la forma de uso de la tierra de mayor demanda de
agua. La producción de un kilogramo de carne en el desier-
to requiere 100 000-200 000 kilogramos de agua, mientras
que la mayoría de los cultivos, pueden rendir la misma
cantidad de energía con solamente 500-2 000 kilogramo:
de agua. Las aves, una fuente de proteínas de alta calidad
requieren tan sólo cerca del 4% del agua necesaria para pro-
ducir la misma cantidad de proteínas que las reses (Pi-
mente1 et al., 1997).
Los rancheros saben que después de algunos años de ma-
nejo la productividad del buffel disminuye requiriendo de l:?
acción del fuego para incrementar la fertilidad y detener el
regreso de algunas especies leñosas del desierto y del ma-
torral espinoso. También saben, que después del estable-
cimiento del buffel, se acumula suficiente material nc
digerible, de fácil combustión, que permite la ocurrencia dt
extensos incendios naturales. Ya que las plantas del desiertc
sonorense no presentan adaptaciones al fuego, se inicia cor
esto u n ciclo de pérdida de biodiversidad, convirtiendo un
desierto muy rico en un pastizal pobre en especies (Yetman
Búrquez, 1994, Búrquez et al., 1998, Búrquez, Miller y Mar-
tínez-Yrízar, en prensa). En muestras pareadas en parcela:
contiguas con y sin introducción de buffel, se encontró que
el número de especies disminuye en un orden de magnitud.
y la cantidad de biomasa en pie disminuye hasta cuatro ve-
ces (de un máximo de 20 toneladas por hectárea en el de-
sierto sin perturbar a 5 toneladas por hectárea en las
praderas; Búrquez et al., 1998). Sonora central, y en parti-
cular la subdivisión planicies de Sonora, h a sido el área m á ~
severamente afectada, con aproximadamente 600 000 hectá-
reas transformadas a pastizal hasta 1992 Oohnson y Nava-
rro, 1992). Considerando la expedición de nuevos permisos y
los numerosos desmontes ilegales, hoy la transformación del
desierto probablemente rebasa un millón de hectáreas (Búr-
quez, Miller y Martínez-Yrízar, en prensa). Los técnicos ase-
guran que aún se pueden transformar hasta 6 000 000 de
hectáreas más, un tercio del estado de Sonora. El buffel está
expandiendo su rango de distribución gracias a los repetidos
incendios naturales y ahora se encuentra en todo el territo-
rio sonorense en elevaciones menores de 1 000 metros (Cox
et al., 1988, Búrquez y Quintana, 1994, Yetman y Búrquez,
1994, Búrquez, Miller y Martínez-Yrízar, en prensa).
Aun cuando las ganancias con la introducción de zacate
buffel aparentemente se han incrementado en el corto plazo,
el sistema ganadero permanece sumamente frágil. La cre-
ciente tendencia a la internacionalización de la ganadería
para la producción de becerros para engorda ha provocado
el cambio del entorno rural de una agricultura y ganadería
de consumo local y regional a una dictada por las fuerzas de
los mercados internacionales (Camou, 1991, Pérez, 1993).
La conversión del desierto en pastizales ha acelerado la
erosión y ha significado una pérdida de la productividad y
diversidad de especies nativas (Búrquez, Miller y Martínez-
Yrízar, en prensa).
Las modificaciones al artículo 27 de la Constitución han
iniciado un proceso de conversión en la tenencia de la
tierra. A partir de un sistema de propiedad comunal, ine-
ficiente pero que brindaba alguna estabilidad a las co-
munidades campesinas, se está pasando a un sistema de
apropiación de la tierra y de los recursos naturales por la
oligarquía. En el caso de la ganadería, la privatización de la
propiedad agraria abre la puerta a un proceso de transfor-
mación con dramáticas consecuencias ecológicas y sociales
(Toledo, 1996). Éstas inician con el desmonte y reemplazo
de la vegetación por pastizales y probablemente culminarán
con la pérdida de las esperanzas y de la tierra (Yetman y
Búrquez, 1998).
Las crecientes actividades ganaderas han conducido a la
proliferación de obras hidráulicas como pozos y represos
para surtir los abrevaderos, los cuales han limitado la infil-
tración y los escurrimientos hacia las presas. Una estima-
ción gruesa del uso de aguas superficiales y subterráneas
someras en la cuenca del río Sonora, indica que entre 100 y
250 millones de metros cúbicos anuales que antes llegaban
a los embalses, son ahora retenidos para usos ganaderos (A.
Búrquez, datos no publicados). A menos de que sean im-
plementadas medidas de control, los subsidios gubernamen-
tales para establecer praderas de pastos africanos tendrán
como consecuencia que secciones importantes del desierto y
del matorral desértico de Sonora sean probablemente reem-
plazadas, en el corto plazo, por ecosistemas con una diversi-
dad de especies significativamente menor y una complejidad
estructural reducida. Una vez más, la valuación de los servi-
cios del ecosistema indica que los procesos de transformación
han resultado en un decremento del valor de los recursos na-
turales. Al costo de los subsidios para mantener una elevada
carga animal y para apoyar una ganadería marginal, hay que
añadir la descomposición de la estructura social rural, la
transformación del desierto y sus consecuencias en la produc-
tividad biológica, y la pérdida de servicios como la captación
de agua para uso agrícola y urbano.
Reservas planeadas
Además de las agencias gubernamentales ambientales (SE-
MARNAP), varias instituciones han seleccionado áreas alta-
mente prioritarias para su conservación en México. Estos
organismos incluyen instituciones académicas como la UNAM
y universidades estatales, la Comisión Nacional para el Co-
nocimiento y Uso de la Biodiversidad (co~mro),varias agen-
cias estatales y ONG. En este análisis, Sonora destaca por ser
el estado con mayor número de áreas prioritarias para la
conservación en el país (Benítez y Loa, 1996). Ante la nece-
sidad de protección de estas áreas, es imprescindible prose-
guir 10s estudios para obtener los decretos, el apoyo
operativo y la regulación apropiada. De esta forma, porcio-
nes importantes del desierto sonorense, del ambiente marino
del Golfo de California y de las islas del cielo en la Sierra
Madre Occidental podrían recibir la protección y el manejo
que urgentemente necesitan.
Las áreas propuestas como prioritarias están distribuidas
en todo el estado. La Sierra San Luis, Sierra La Mariquita,
Sierra El Tigre, Mesa El Campanero y Sierra Mazatán son
islas del cielo con bosques de pino, encino y pino-encino
que también incluyen porciones de pastizal desértico y pe-
queñas áreas de matorral espinoso. Los ambientes costeros
están representados en la regiones de Las Bocas, Bahía de
Lobos, Estero El Soldado, Cajón del DiabloKañón de Naca-
pule y Sierra Bacha. Estas localidades también incluyen
grandes porciones del desierto sonorense, o de matorral
costero como en el caso de Bahía de Lobos y Las Bocas
(Friedman, 1996, Búrquez et al., 1999). En caso de concre-
tarse como reservas, protegerían un gradiente a lo largo de
la costa abarcando notables transiciones de vegetación. Mesa
El Campanero y Arroyo El Reparo, San Javier/Tepoca, y
Soyopa/Sahuaripa son reservas propuestas para proteger
ecosistemas riparios, matorral espinoso y el bosque tropical
caducifolio más al norte en el continente. Este último, es
uno de los ecosistemas menos protegido en México (Flores y
Geréz, 1988) y se considera uno de los ecosistemas tropicales
más amenazados (Janzen, 1988, Martínez-Yrízar, Búrquez y
Maass, en prensa). Las áreas de Soyopa y Sahuaripa, con
matorrales y selvas bajas, también se han reconocido como
importantes áreas de apareamiento del águila calva catalo-
gada en peligro (G. Morales com. pers.).
Otras reservas planeadas que incluyen porciones impor-
tantes del desierto sonorense se localizan en el Cajón del
Diablo y Cañón de Nacapule, Sierra Libre, Sierra Bacatete,
Sierra El Viejo, Sierra Bacha, Rancho El Carrizo, Sierra
Mazatán, Trincheras y Cerro Agualurca. El área del Cajón
del Diablo y Cañón de Nacapule posee numerosas especies
endémicas y especies tropicales disyuntas compartidas con
Baja California y el piedemonte de la Sierra Madre a lo largo
de la costa del Pacífico de México (nirner, Bowers y Burgess,
1995, Búrquez et al., 1999, Felger, 1999). Casos similares
son los de Sierra Libre, Puerta del Sol/Mazocahui y Sierra
Bacatete, áreas virtualmente inexploradas pero que se reco-
noce que poseen una rica flora tropical disyunta, además de
restos arqueológicos de las culturas seri, opata y yaqui
(Yetman y Búrquez, 1996). Trincheras es una rica área del
desierto sonorense, famosa por sus terrazas agrícolas y nu-
merosos restos arqueológicos. Sierra El Viejo, cerca de Ca-
borca, además de contener notables transiciones de varias
de las subdivisiones del desierto sonorense, es probablemen-
te la extensión de matorral espinoso ubicada más al noroes-
te (Brown y Lowe, 1980, Brown, 1982). Aquí aún se pueden
encontrar grandes grupos de borrego cimarrón (Ovis cana-
densis). La única población de cirio (Fouquieria colum-
naris) fuera de Baja California se localiza en Sierra Bacha,
en la costa al sur de Puerto Libertad (Hastings y Turner,
1965). En esta área de la subdivisión del desierto sonorense,
la Costa Central del Golfo, también existen poblaciones de
borrego cimarrón y restos arqueológicos de la cultura seri. Al
sur de Benjamín Hill, en los pastizales desérticos de la
subdivisión planicies de Sonora, se localiza el Rancho El
Carrizo donde se encuentra la única población natural re-
manente de la codorniz mascarita (Colinus virginianus
ridgwayi; Garza-Salazar, Debrott y Haro, 1992). Rancho El
Carrizo es un fino ejemplo del gradiente de pastizales de-
sértico~a matorrales de las planicies de Sonora (Búrquez et
al., 1998). Estas áreas añadirían unidades distintivas del de-
sierto sonorense a las ya existentes reservas de El Pinacate y
Gran Desierto de Altar (Búrquez y Castillo, 1994), Alto Golfo
de California y Delta del Río Colorado, y microcosmos espe-
ciales de las islas del Golfo de California y Cajón del Diablo
(Búrquez y Martínez-Yrízar, 1997).
CONFLICTOS
ENTRE EL USO SUSTENTABLE DE LOS RE-
CURSOS Y EL DESARROLLO
El cambio global, es resultado en gran medida de los mode-
los de desarrollo que ha seguido la humanidad en los Últi-
mos cuarenta mil años. Nuestra generación es la primera en
percatarse de la existencia de límites a la explotación de los
recursos naturales. Es también la primera, y quizá la Últi-
ma, en contar con medios para entender y ordenar el uso de
los recursos. Debido a los cambios ambientales tan profun-
dos que han ocurrido en el mundo, principalmente en los
últimos cien años, no se puede seguir actuando en la igno-
rancia. No sólo es necesario entender los límites del uso de
los ecosistemas, sino que también es imprescindible co-
municarlo al público y que los responsables del gobierno en
la toma de decisiones se involucren en una amplia rees-
tructuración de las políticas de utilización de los recursos
naturales. Sólo de esta manera es posible tener políticas eco-
nómicas y de bienestar social que sean perdurables.
En Sonora, el deterioro de los recursos naturales es evi-
dente y de seguir las políticas actuales, el cambio apunta a
una creciente degradación ambiental. Como se discute a lo
largo de este capítulo, las causas que originan el cambio
ambiental son conocidas, pero los mecanismos de cambio,
la diversidad de recursos y el valor de la naturaleza apenas
se están descifrando. Las soluciones, en términos técnicos
son también sencillas, pero de compleja aplicación porque
requieren de urgentes cambios económicos y políticos difí-
cilmente asimilables por el actual modelo de desarrollo.
Ante la ausencia de una transición hacia la diversificación
del uso de los recursos naturales y por una política para
brindar valor agregado a los productos del sector primario, la
economía, basada en la agricultura, ganadería y pesca de sub-
sistencia, se convirtió en una economía de mercado fincada
en la explotación de estos mismos recursos primarios, provo-
cando por lo tanto un creciente deterioro ambiental. l