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In: Almada-Bay. 1. (ed.) 2000. Sonora 2000 a debate.

Problemas y
soluciones, riesgos y oportunidades. Ediciones Cal y Arena, México, DF.
El Colegio de Sonora,

El desarrollo económico y la
conservación de los recursos naturales*
Alberto Búrquez y
Angelina Martínez-Yrízar

El primer acto de «La suave Patria» de López Velarde descri-


be de manera concisa la situación de los recursos naturales
de México a principios de siglo. Como consecuencia del in-
cremento poblacional y la globalización, las presiones sobre
los recursos naturales se han intensificado a tal punto que el
país presenta severos problemas de contaminación ambien-
tal, la erosión está generalizada, las principales pesquerías
han sufrido alarmantes pérdidas, grandes masas forestales
han desaparecido, y los acuíferos subterráneos y las aguas
superficiales de las regiones áridas han sido utilizadas más
allá de la última gota (Carabias y Valverde, 1993).
La suave Patria sonorense no ha escapado a estas cons-
tantes. El antecedente más difundido sobre la ecología, re-
cursos naturales y medio ambiente en Sonora se encuentra
en los trabajos reunidos por Moreno (1992a). Esta colección

* Este artículo se realizó como parte del proyecto P A P I I T ~ N A M IN-


212894.
deartículos, con u n énfasis en la interfase entre ecología y
sociedad, reúne el conocimiento ambiental de Sonora hasta
el inicio de la década de los noventa. Las principales proble-
máticas detectadas fueron la escasez de áreas naturales pro-
tegidas, la ausencia de normatividad, vigilancia y planes de
manejo de las áreas naturales protegidas por decreto, la fal-
tade agua y su uso ineficiente en la agricultura y zonas ur-
bailas, la contaminación por desechos tóxicos industriales y
agrícolas, el extenso impacto de las actividades ganaderas,
lasobrepesca, la desinformación ambiental y la atomización
delos esfuerzos para estructurar organizaciones ambientales
noglibernamentales.
Dada la vastedad del tema y la escasez de conocimiento
formal sobre los recursos naturales y su manejo en Sonora,
eneste trabajo se discuten sólo algunos de las principales
problemáticas ambientales. Presentamos u n a reflexión ge-
neral sobre el estado actual de los recursos naturales, su ubi-
cacion en u n contexto global y regional, la relevancia de las
políticas de uso de los recursos y algunas posibles soluciones
entre las que destacan la educación básica, la investigación
ecologica y el papel de las reservas naturales en mantener l a
dinámica de los ecosistemas. Por esta razón hemos dividido
esktrabajo en cuatro partes: la primera ofrece un marco de
reftrenciade los recursos naturales en un contexto global,
principalmente en términos de los servicios que prestan los
ecosistemas; la segunda muestra el panorama actual de las
problemáticas asociadas al uso de algunos de los recursos
naturales más importantes de Sonora; l a tercera expone la
situación de las áreas naturales protegidas de Sonora y en la
última se proponen algunas medidas dirigidas a la conser-
vación de los recursos.

L O S SERVICIOS DE LOS ECOSISTEMAS


La historia está llena de casos de explotación de recursos re-
novables que parecían inagotables y que al cabo de u n tiem-
po, que varía de unos cuantos años a siglos, terminan por
agotarse. El ejemplo m & dramático y antiguo de este proce-
so es la extinción de los grandes mamíferos al final del
Pleistoceno y principios del Holoceno. La dispersión del
hombre moderno está claramente asociada a la desaparición
de docenas de especies en todos los continentes (Martin,
1984). Ejemplos más recientes de los impactos antropogé-
nicos e n el entorno natural son el colapso de numerosas
pesquerías por la sobrepesca (Grainger y García, 1996), la
salinización de áreas agrícolas de irrigación, la pérdida de
importantes masas forestales por tala excesiva, las alteracio-
nes hidrológicas y la contaminación por desechos industria-
les (Houghton, 1994).
La adición de los cambios ambientales a escala local y re-
gional h a conducido a fenómenos de mayor envergadura
que afectan a la biosfera por completo como el adelga-
zamiento de la capa de ozono y el calentamiento global
(Houghton, 1994, Kodhe, Charlson y Crawford, 1997).
Los s no del os de desarrollo que la sociedad h a seguido, in-
dependientemente del contenido ideológico, h a n dado por
.seiltado que la existencia de los recursos naturales reno-
vables están para el beneficio directo del hombre. La explo-
tación de estos recursos globales -los recursos de la
biosfera- han permitido la existencia de grandes civiliza-
ciones y el expolio h a marcado su decadencia y colapso. Sin
embargo, prácticamente en ningún análisis económico se
incorpora el valor de los servicios vitales que estos recursos
proporcionan, se da por descontado que están para ser ex-
plotados y que su explotación no tiene relación con otras
porciones de la biosfera. Las consecuencias económicas y so-
ciales de los cambios en el uso de los recursos naturales son
generalmente omitidas ya que se resaltan los beneficios, sin
considerar los costos de la pérdida de los servicios ecológicos.
Los recursos naturales, definidos como la abundancia de
agua, flora y fauna, suelos fértiles y aire puro, son elementos
que permiten de manera directa la creación de bienes de
consumo y bienestar social. La pérdida de estos recursos por
sobreexplotación, mal manejo o catástrofes naturales incide
directamente en el tejido social y en la calidad de vida. Su
efecto va más allá del entorno local, pues las diversas cate-
gorías de recursos están estrechamente asociadas unas con
otras. Por ejemplo, el aprovechamiento maderero en las par-
tes altas de una cuenca tiene consecuencias en las partes
bajas al crear condiciones para una menor regulación en la
captación de agua y un mayor acarreo de sedimentos que se
depositan en las presas o los estuarios. Su utilización, por lo
tanto, tiene como constante el decremento del valor de los
recursos naturales en las partes bajas de la cuenca.
Un reciente análisis de 17 indicadores que incluyen los
costos de formación de suelo, recreación, ciclaje de nu-
trientes, regulación y obtención de agua y regulación cli-
mática, entre otros, calcula que los servicios ecológicos a
nivel global representan, con un promedio de 33 billones de
dólares (o 33 trillones en la terminología norteamerica-
na=1012 dólares), casi el doble del producto interno bruto de
todas las naciones (Costanza et al., 1996). Este ejercicio
numérico es una aproximación muy gruesa al valor de los
servicios del ambiente natural, pues en términos reales, el
valor de estos servicios es infinito por permitir la existencia
de vida. Por ejemplo, en una explotación forestal la valua-
ción económica no considera de manera explícita la degra-
dación del ambiente por la extracción maderera, sino
solamente el valor de la madera que se produce y que puede
incorporarse al producto nacional bruto. Una crítica a la
valuación de los servicios ambientales, es que a pesar de
tener un alto valor implícito, no pueden intercambiarse en
el comercio convencional como otros productos (Sagoff,
1997). El costo de erosión, el incremento en la tasa de trans-
porte de azolves a las presas, la pérdida de fertilidad del sue-
lo, la disminución de la fauna, los cambios regionales en
temperatura y precipitación y el decremento en las pesque-
rías ribereñas, estuarinas y marinas, no se incluyen en la
estimación económica.
La valuación exclusivamente económica de los servicios
del ecosistema no es la única vía de apreciación de su valor,
existen otras que consideran también los valores estéticos y
de bienestar subjetivo (Goulder y Kennedy, 1997). Sin em-
bargo, en el entorno social actual, la valuación económica
es una avenida que permite incorporar en las estructuras
económicas y políticas una base para el uso de los recursos
ambientales. Uno de los muchos ejemplos de esta nueva ten-
dencia es evidente en el trabajo de Barbier y Thompson
(1998) quienes estudiaron la transformación de los esteros
en la región Hadejia-Jama'are del norte de Nigeria. En esta
región más de la mitad de los esteros y humedales se ha per-
dido, principalmente por la construcción de presas para uso
agrícola que han bloqueado el flujo hacia el mar. Para pla-
nificar las ventajas de desviar agua en nuevos distritos agrí-
colas, se utilizó la valuación de ecosistemas comparando los
costos y beneficios de la utilización alternativa del agua. El
beneficio neto del ecosistema transformado para uso agríco-
la arrojó un valor de 29 dólares por hectárea, mientras que
la valuación del ecosistema sin transformación alguna fue
de 167 dólares por hectárea.
La transformación de estos ecosistemas costeros no sola-
mente resultaba incosteable para el contribuyente, sino que
representaba la pérdida de recursos intangibles como la di-
versidad biológica, la estructura social y cultural, y el valor
estético de los humedales. La construcción de la presa Kay-
raklepe, en Turquía, es otro de los muchos ejemplos de de-
preciación de los recursos naturales en aras del desarrollo.
Al internalizar los costos externos, esto es de los servicios de
los ecosistemas, se demostró que de proseguir el proyecto, los
optimistas cálculos de derrama económica se traducirían en
severas pérdidas (Biro, 1998).
Esta forma de valuación de los servicios de los ecosistemas
rompe el paradigma de que la transformación para otros
usos es siempre ventajosa para la sociedad. En realidad,
demuestra que en muchos casos la transformación es una
forma de apropiación de los recursos que utilizan grandes
sectores de la población (como derechos de pastoreo, agri-
cultura de temporal, pesca y recolección de frutos silvestres y
leña) por una pequeña porción de la sociedad. El costo final
de la apropiación está siempre oculto en los servicios que
rara vez entran en los modelos económicos (Daly, 1997).

EL IMPACTO HUMANO EN LOS RECURSOS NATURALES DE


SONORA
Sonora es un estado que agrupa varias regiones naturales o
biomas, que a su vez contienen diferentes recursos natura-
les. Una clasificación gruesa permite distinguir cinco princi-
pales regiones en un gradiente que va de oeste a este y de
norte a sur: a) el verdadero desierto en la porción noroeste,
b) una faja árida y semiárida en las planicies del centro del
estado, c) los deltas de los seis principales ríos (de norte a
sur, Colorado, Magdalena, Sonora, Mátape, Yaqui y Mayo),
d) una faja tropical y subtropical que corre a lo largo del
piedemonte de la Sierra Madre desde Sonora central hasta
Sinaloa, y e) las elevaciones de la Sierra Madre en los lími-
tes con Chihuahua. La riqueza de recursos naturales sigue
este mismo orden y está controlada principalmente por la
distribución del agua (Búrquez et al., 1999).

Bases d e la economz'a sonorense


Las bases de la economía sonorense han girado en torno a
la disponibilidad de agua y la transformación y explotación
extensiva del ambiente natural. Desde tiempos inmemoria-
les, la escasez de agua mantuvo a la población concentrada
en el piedemonte de la sierra, mientras que la faja costera
siempre presentó densidades bajas de grupos cazadores-
recolectores.
La transformación de la tierra, un fenómeno estrechamen-
te ligado con el uso del agua, comenzó por un lado con el
desarrollo acelerado de la agricultura y por otro con la expan-
sión de la ganadería. La agricultura, tradicionalmente confi-
nada a la explotación de las vegas de los ríos y porciones
pequeñas de los deltas, se expandió enormemente con el des-
cubrimiento de los acuíferos en las planicies del desierto y la
construcción de presas y redes centralizadas de distribución de
agua. Éstas permitieron la incorporación agrícola de los férti-
les deltas llamados localmente valles (Camou y Pérez, 1991,
Baroni, 1991). La explotación ganadera extensiva en terrenos
desérticos con bajos índices de agostadero se incrementó de
manera insospechada con la introducción de pastos africanos
muy resistentes a la sequía. Estos pastos han reemplazado
paulatinamente grandes porciones del desierto arborescente
biológicarnente muy productivo (Yetman y Búrquez, 1994). La
pesca comercial, se incorporó tardíamente a la economía
sonorense, pero su impacto económico ha influido de manera
determinante en el establecimiento de numerosos y recientes
asentamientos humanos a lo largo del litoral.
La agricultura, la ganadería y la pesca han generado gran
riqueza. Sin embargo, también han tenido costos ambienta-
les y sociales que nunca se consideraron y que ahora co-
mienzan a aflorar.

El impacto humano
La extinción de la megafauna que siguió a la llegada del
hombre a América en tiempos prehistóricos (Martin, 1984)
es el primer impacto humano a gran escala documentado
en la región noroeste. Paradójicamente, la llegada de los
europeos en el siglo XVI restauró en parte este grupo de
grandes herbívoros perdidos tiempo atrás. No obstante, el
ganado vacuno, caprino y equino, representa solamente una
pequeña muestra de la megafauna perdida y la introducción
de la ganadería con altas densidades animales alteró una
vez más el status de los recursos naturales sonorenses.
Los europeos trajeron consigo nuevos cultivos y sus male-
zas, animales útiles como las abejas de colmena, nuevas for-
mas de aprovechamiento de los minerales, la apertura de
vías de comunicación y también otros animales en forma de
plagas y mascotas que pronto se naturalizaron. Su llegada
fue precedida de la explotación extensiva e intensiva de los
recursos naturales, desmontando extensas áreas en las vegas
de los ríos, abriendo caminos e iniciando trabajos mineros y
alterando dramáticamente el entorno social. Algunos de es-
tos animales se naturalizaron a expensas de la pérdida de
hábitat de las especies nativas.
Recientemente, la agricultura a gran escala, la ganadería
extensiva e intensiva, la creación de embalses y regulación
de ríos, las explotaciones forestales y las actividades pesque-
ras en la costa del Golfo de California han producido gran
riqueza y permitido el avance del estado. Sin embargo, a
partir de los años cuarenta inició un acelerado cambio de-
mográfico y ambiental, principalmente por la apertura de
los distritos de riego del Valle del Yaqui, Valle del Mayo, Cos-
ta de Hermosillo y posteriormente Costa de Caborca. El in-
cremento de las actividades ganaderas, la explotación de los
acuíferos subterráneos muy por arriba de su tasa de equili-
brio, la salinización de la tierra por falta de drenaje adecua-
do y la sobrepesca han conducido a u n acelerado cambio en
el valor de los recursos naturales renovables y del paisaje.

Agua
De acuerdo con información proporcionada por la Comisión
Nacional del Agua y por el Instituto Mexicano de Tecnología
del Agua (IMTA),México recibe anualmente un promedio de
780 m m de lluvia. Esto equivale a convertir todo el terri-
torio nacional en u n a alberca de 78 centímetros de pro-
fundidad: u n enorme caudal de 1.5 billones de metros
cúbicos. En términos de volumen por unidad de área, esta
precipitación es mayor al promedio mundial. Gran parte de
la precipitación -más del 70%- se evapora de nuevo re-
ingresando a la fase gaseosa del ciclo del agua, tanto por la
evaporación directa, como por la evapotranspiración de las
plantas. Esta fracción de la precipitación mantiene la diná-
mica de las comunidades naturales y los servicios básicos
del ecosistema. El agua restante genera escurrimientos que
alimentan los represos y presas (más de 4 000 con cortinas
de 5 metros o más, CNA) O se infiltra en el subsuelo recar-
gando los acuíferos.
IJn 85% de estos recursos hídricos son utilizados para el
riego agrícola ( I N E G I ~ E M A R1997).
N A P , Esto sitúa a México
en el séptimo lugar mundial de áreas irrigadas (casi 6 mi-
llones de hectáreas). IJn 12% se dedica a usos urbanos y so-
lamente el 3% se destina a usos industriales. La producción
de energía eléctrica en las presas representa también u n im-
portante renglón que genera anualmente 27 600 gigawats de
electricidad a1 capturar la energía potencial del agua conte-
nida en muchas presas (INEGVSEMARNAP, 1997).
La distribuciónper capitn del agua en México, arroja u n a
cifra de casi cinco mil m' por habitante por año. Esta cifra es
muy superior al mínimo internacional de 2 750 m 3 que defi-
ne áreas de escasez, y es muy superior al uso del agua en los
Estados lJnidos que esta por debajo de los 2 mil m z por habi-
tante. Sin embargo, los recursos hídricos de México están
muy desigualmente distribuidos. El sureste de Me'xico, que
ocupa un 20% de la superficie, recibe más de la mitad de la
precipitación, mientras que en el norte, con un 30% de la su-
perficie, cae tan sólo el 4% de la lluvia anual del país (CNA,
IMTA) .
Este fenómeno provoca u n a profunda escisión entre u n
sur rico en agua y un norte sujeto a escasez crónica. Como
consecuencia, y por razones políticas y ecoriómicas, los limi-
tados recursos hídricos del norte ponen a la agricultura en
desventaja respecto a la industria y al crecimiento urbano.
En términos políticos, las ciudades que concentran la pobla-
ción y el voto, demandan más agua para uso urbano, mien-
tras que en te'rininos económicos existe una asombrosa
diferencia entre el valor de produccióri por 1n3de agua en
diferentes actividades. Por ejemplo, 1 000 in3 de agua produ-
cen aproximadamente u n equivalente de 200 dólares de tri-
go, mientras que la misma cantidad de agua en usos
industriales produce entre 10 y 20 mil d6lares (Pimentel ef
al., 1997, Van der Werf, 1994).
La disponibilidad y repartición geográfica del agua ha
sido la principal limitante para el crecimiento en Sonora. Su
localización la hace partícipe de una muy pequeña propor-
ción de la precipitación total del país, ya que se encuentra
en una región que recibe tan sólo una lámina de agua equi-
valente a 436 mm, muy por debajo de la media nacional
(CNA). Esta precipitación se distribuye desigualmente en el
estado, pues existe un claro gradiente desde áreas en el no-
roeste con menos de 50 mm anuales de precipitación hasta
la región serrana del sureste de Sonora donde llueven más
de 1 000 mm anuales (García, 1981, CNA) .
La variabilidad climática en Sonora es muy elevada, con
años de copiosa precipitación seguidos de prolongados pe-
riodos secos. Esto ha provocado que durante los años de
buenas precipitaciones se hagan inversiones tendientes a
incrementar el uso de los recursos naturales, las cuales se
pierden durante las épocas de sequía. Esto conduce a la de-
manda crónica de apoyos estatales y federales que permitan
la persistencia de tales inversiones. El caso de la ganadería
es notable. Existen programas de conversión del desierto en
praderas y programzs de mejoramiento genético de los hatos
que reportan excelentes resultados durante los años con pre-
cipitaciones por arriba del promedio, pero que sufren caídas
catastróficas durante las sequías (Pérez, 1992 y 1993).
El crecimiento urbano ha tomado cada vez una mayor
proporción de los recursos hídricos antes destinados a la
agricultura. Este fenómeno es particularmente agudo en la
capital del estado. La desaparición del distrito de riego de la
presa Abelardo L. Rodríguez es atribuible directamente al
crecimiento de la ciudad de Hermosillo, aunque el incre-
mento de las actividades ganaderas río arriba, y la construc-
ción de una nueva presa reguladora, a todas vistas inútil,
también han tomado su cuota.
Considerando los servicios de los ecosistemas, las porcio-
nes de la cuenca del río Sonora afectadas por las presas A. L.
Rodríguez y El Molinito probablemente tenían un valor ma-
yor antes de la construcción y obras de canalización. Estas
obras disminuyeron el valor de los recursos naturales en tér-
minos de desarrollo sustentable. Ambas presas presentan un
tirante de agua somero que causa pérdidas muy grandes por
evaporación y presentan también problemas de filtraciones
al subsuelo. La presa A. L. Rodríguez está severamente azol-
vada y no puede alcanzar su capacidad total por el peligro
que representa para las construcciones gubernamentales so-
bre el lecho del río Sonora. La presencia de las presas impi-
de la infiltración de agua que cada año ingresaba, al menos
en parte, al acuífero subterráneo en el delta del río Sonora.
En las condiciones originales, el acuífero de la Costa de
Hermosillo podría haber mantenido un mayor nivel freático,
con un menor abatimiento y salinización, y con una mayor
cantidad de agua disponible para uso agrícola y urbano.
A pesar de tener circunstancias climáticas y ecológicas si-
milares, el manejo de la problemática del abasto de agua en
las ciudades del estado de Arizona es muy diferente de la lle-
vada a cabo en Sonora. Baste decir que los cuerpos operado-
res del agua tienen una estructura política y económica muy
diferente que la existente en México. Un reciente documento
de amplia circulación producido por la Universidad de Ari-
zona, más que destacar las alternativas de abastecimiento
para la ciudad de Tucson, establece las bases con la in-
formación básica necesaria para la toma de decisiones (Gelt,
et al., 1999). La información del contexto histórico, político,
hidrológico, económico, ecológico y tecnológico se presen-
ta a la opinión pública para su discusión y a los organismos
de toma de decisiones gubernamentales para su imple-
mentación.
Las soluciones a los problemas de agua de la capital del
estado han sido múltiples y se discuten ampliamente en las
contribuciones del volumen sobre Hermosillo y el agua com-
piladas por Pineda (1998). La discusión de Lagarda (1998)
sobre las diferentes alternativas de abastecimiento, destaca
la dificultad de garantizar agua para Hermosillo si las tasas
de crecimiento siguen con las mismas tendencias. Hace én-
fasis en la necesidad de preservar los acuíferos y los eco-
sistemas nativos de la cuenca que están en un grave estado
de deterioro. Esta problemática se repite en la mayoría de las
ciudades del desierto: San Luis Río Colorado que depende de
aguas subterráneas y de las cuotas del río Colorado contem-
pladas en el Acta 242 de la Comisión Internacional de Lími-
tes y Aguas, Puerto Peñasco que depende de la explotación
de acuíferos cada vez más alejados; Caborca y Guaymas que
apuntan a una problemática aún más seria que la de Her-
mosillo en términos de abatimiento de los acuíferos y abas-
to de agua potable; y Nogales donde aparentemente se llegó
a una solución gracias a la participación de fondos interna-
cionales, pero de seguir el crecimiento y gasto actuales, no
sólo afectariin negativamente a las comunidades rurales
sino que probablemente desembocarán en conflictos inter-
nacionales (Ingram, 1998).
En u n a historia que recuerda Chinatown, la película de
suspenso que trata de derechos de agua, la problemática del
agua en Sonora y particularmente de Hermosillo, se h a ma-
nejado con poca información económica y científica, apo-
yando proyectos que oscilan desde la transferencia de agua
entre cuencas hasta la desalación. Los proyectos de transpor-
te de agua desde otras cuencas son poco efectivos, pues ade-
más de los elevados costos de construcción y operación, en
condiciones de sequía el agua disponible en otras cuencas
también es muy limitada, compitiendo el uso urbano no
sólo con la irrigación agrícola de otras regiones, sino tam-
bién con la generación de energía.
Entre las opciones de suministro urbano e industrial, la
más barata es la compra de derechos de agua agrícola y la
más cara la desalación. La primera tiene un valor que varía
de 5 a 50 dólares por cada 1 000 m', mientras que la segun-
da representa una erogación mucho mayor, del orden de 500
a 700 dólares para aguas salobres y de 1 000 a 1 500 dblares
para agua de mar (Buros, 1990). No es fortuito que la ma-
yor capacidad de desalación esté concentrada en los países
árabes (46% del total mundial) que tienen vastas reservas de
energía barata para literalmente convertir el petróleo en
agua (Buros, 1990).
Un análisis de los costos de desalación lo provee la cerca-
n a planta desaladora de Yurna, localizada a1 sudoeste de
Phoenix. Esta planta, tina de las más grandes del mundo,
produce agua dulce por medio del proceso de ósmosis iriver-
sa a partir de las aguas salobres de drenaje agrícola del dis-
trito Wellton-Mohawk. El costo del agua de esta planta es de
más de 235 dólares por millar de m3, mientras que el agua
del cercano río Salado tiene un costo de 5.70 dólares por
millar (USBR, Van der Werf, 1994). Conforme se incrementa
el diferencial osmótico, esto es conforme el agua es más sa-
lada, los costos de desalación se incrementan, siendo aún
más costoso el tratamiento del agua marina. La desaladora
de Yuma, la más grande del mundo, está actualmente ope-
rando sólo al 10%de su capacidad debido a los elevados cos-
tos de operación y el impacto ecológico que los desechos
salinos ocasionan en el alto Golfo de California,
Si se construye una planta desaladora para abastecer parte
de la demanda de agua de la ciudad de Hermosillo necesa-
riamente se impondrá una nueva estructura tarifaria, mucho
más alta que la actual. Esta solución sin embargo, no expli-
ca la enorme diferencia para el contribuyente entre las alter-
nativas de comprar los derechos de agua subterránea en la
Costa de Hermosillo y la desalación. La primera opción es sin S;

duda mucho más barata, pero su costo político parece mayor I

que el aprovechamiento de las aguas salobres, u n recurso


por el cual hay pocos competidores. El costo del agua desala-
da es entre 5 y 100 veces mayor que el agua para usos agríco-
las. En el análisis de Lagarda (1998), esta opción es una de
las menos favorecidas por sus altos costos de construcción,
operación y mantenimiento, mientras que la solución más
recomendada por el mismo autor es la compra de derechos
de aguas agrícolas en la Costa de Hermosillo, donde la renta-
bilidad para cultivos tradicionales está en números rojos o
apenas permite su persistencia gracias a los subsidios guber-
namentales (Wong, Sandoval y León, 1994, Moreno, 1994).
La polémica sobre la solución del abasto de agua para
Hermosillo, sin duda estará sentada para cuando este libro
aparezca. Los constructores, agricultores e instancias de go-
bierno serán quizá los principales actores en este juego, don-
de los contribuyentes y los impactos económicos y ecológicos
desempeñan u n papel secundario.
Sólo hay que añadir que el sur de Sonora destaca por la
abundancia de agua que sin mayores inversiones puede aco-
modar el crecimiento poblacional, agrícola e industrial de-
mandante de volúmenes generosos de agua, por lo que es
recomendable encauzar el crecimiento en esa dirección geo-
gráfica. Las zonas del desierto que se extiende desde el norte
de Ciudad Obregón hasta los límites con Baja California
Norte requieren de u n a mejor planeación en el desarrollo
con conversión de cultivos hacia u n a mayor rentabilidad y
eficiencia en uso de agua, y una orientación industrial ha-
,
cia empresas que requieran poca agua. Esto es particular-
mente aplicable a las regiones de Puerto Peñasco, Nogales,
Caborca, Pitiquito, Hermosillo y Guaymas.

Suelos
Los principales suelos de Sonora son los regosoles, suelos
poco productivos para el hombre, utilizados principalmente
para pastoreo y actividades forestales. Los siguientes e n im-
portancia son los aridisoles que comprenden arenosoles,
calcisoles y leptosoles esto es, suelos de zonas áridas con ba-
jos contenidos de'materia orgánica, pero que con irrigación
y complementos de nutrientes pueden ser muy productivos
(INEGI~EMARNAP, 1997).
De la superficie agrícola nacional de 31.1 millones de
hectáreas, el 18% es de riego y el 82% de temporal (INECI/
SEMARNAP, 1997). La mayoría de las tierras cultivadas so-
norenses caen en la primera categoría, representando más
del 11% de las tierras irrigadas del país y el 3.5% del área
total del estado. Sin embargo, porciones importantes de estas
tierras tienen problemas de erosión severa, compactación
por el uso de maquinaria agrícola pesada y salinización (Es-
trada, 1987, Ortiz, 1993a, I N E G I ~ E M A R N A P , 1997).
Aproximadamente el 60% de l a superficie del territorio
nacional presenta evidencias de erosión. Esto causa l a pér-
dida de cerca de 200 mil hectáreas anuales de suelo (Es-
trada, 1987). La erosión eólica e hídrica son u n serio
problema en el país, siendo Sonora uno de los estados más
afectados. Un 76% de la superficie estatal presenta erosión
activa y u n 36% está afectada por erosión severa o muy se-
vera. Aunque algunos fenómenos naturales asociados con
l a aridez permiten la erosión, los principales factores que
promueven o reactivan los procesos erosivos son las activi-
dades agrícolas y ganaderas, las explotaciones forestales y
la urbanización. No existen estudios detallados de la tasa
de pérdida de suelos por erosión en Sonora. Sin embargo,
los problemas de contaminación atn~osféricaque colocan
a Sonora en el primer lugar de enfermedades respiratorias
y de partículas suspendidas en el aire, son directamente
atribuibles a los procesos erosivos (SEDITE, 1992, TNI:(;I/
SEMAKNAP, 1997).
Agricultura
Hasta hace poco, la mayoría de los asentamientos humanos
en el estado de Sonora se concentraban en la vertiente occi-
dental de la Sierra Madre. La agricultura precolombina fue
cornún a lo largo de los márgenes de los ríos, en ocasiones
con sofisticados sistemas de irrigación (Baroni, 1991). Aun-
que el desarrollo agrícola en el desierto estuvo confinado a
las áreas con un nivel freático alto, para fines del siglo XIX
se habían afectado seriamente l a mayoría de los hábitats
riparios con excepción de los deltas de los principales ríos
(Rahre, 1991).
El crecimiento demográfico en Sonora, después de m u -
chos afios con bajas tasas de incremento poblacional en
ambientes serranos y en las vegas de los ríos, se aceleró rápi-
damente. La planicie costera no participó en la economía de
manera significativa hasta la apropiación de los vastos acuí-
feros subterráneos de las cuencas de los ríos Concepción,
Sonora y Mátape, entre 1950 y 1970. Los deltas de los ríos
Mayo y Yaqui no fueron alterados extensivamente hasta que
se construyeron, entre 1939 y 1955, las presas que abrieron
el camino al crecimiento a través de la generación de elec-
tricidad y el estímulo a la rápida expansión de la agricul-
tura. A finales de los aííos setenta, los deltas se habían
convertido casi en su totalidad en campos agrícolas. En
pocos aíios se desmontaron grandes extensiones de vegeta-
ción natural en los deltas de los principales ríos. Por ejem-
plo, los inmensos bosques de mezquites de los Llanos de
San Juan Bautista, en el delta del río Sonora, desaparecie-
ron con la colonización del distrito de riego de la Costa de
Hermosillo (Dunbier, 1968, Felger y Lowe, 1976). El au-
mento en las tasas de extracción y la progresiva salini-
zación de los acuíferos fueron la causa de la disminución
del área dedicada a la producción de cultivos. De las 150
000 hectáreas originales destinadas a la agricultura, sola-
mente 70 000 hectáreas son aún cultivadas. El resto son
campos agrícolas abandonados casi carentes de cubierta
vegetal. La operación no sostenida de este distrito, la cons-
tante disminución del nivel de los mantos acuíferos (hasta
un metro por año) y la inestabilidad de la economía local
se discuten en Moreno (1994).
En los deltas de los ríos Yaqui y Mayo, más de un millón
de hectáreas de bosques riparios de mezquite, álamo, sauce y
de matorral costero, desaparecieron una vez que las presas
empezaron a operar. Estos ríos siguieron el mismo camino
de erradicación de la vegetación del delta del río Colorado
después de la construcción de la presa Hoover (Glenn et al.,
1992). Como el del Colorado, ambos distritos de irrigación
enfrentan ahora serios problemas ambientales, debido al
drenaje insuficiente, la salinización y los niveles tóxicos de
contaminación por plaguicidas y fertilizantes.
En los dos principales distritos de riego por irrigación con
bombeo profundo, Caborca y Costa de Hermosillo, los cre-
cientes costos de mano de obra, extracción de agua y la
salinización han llevado a que los costos de producción sean
mayores que los niveles de rentabilidad para la mayoría de
los cultivos tradicionales (como trigo y algodón; Moreno,
1994, Wong, Sandoval y León, 1994). Esto ha conducido a
un proceso de conversión de cultivos, menos importantes en
términos alimentarios, pero con una rentabilidad que de-
pende de mercados internacionales muy volátiles.

Ganadería
Comparada con la agricultura, la ganadería tiene una histo-
ria breve y reciente en las zonas áridas de Norteamérica. Sin
embargo, es considerada hoy como uno de los pilares de la
economía del norte de México y del sudoeste de los Estados
Unidos. Hacia el siglo XVI, los pueblos agrícolas precolombi-
nos y las sociedades de cazadores-recolectores del desierto
habían mantenido un equilibrio precario con el uso de los
recursos a lo largo del fértil piedemonte de la Sierra Madre y
los principales ríos. Este equilibrio se rompió con la llegada
de los europeos, quienes introdujeron ganado como una
nueva forma de uso de la tierra. El ganado fue una fuente
de conflicto entre los nuevos pastoralistas y los agricultores
debido a que el ganado no respeta fronteras y depreda los
cultivos (Baroni, 1991, Camou y Pérez, 1991, Pérez, 1993,
Ibarra, 1991). También afectó a las sociedades de cazadores-
recolectores ya que, desde el punto de vista de los nativos, el
ganado era un nuevo elemento del ecosistema -una fuen-
te rica en proteína animal vagando en tierra comunal, dis-
ponible y de fácil cosecha (Felger y Moser, 1985, Thompson,
1989).
Hasta el siglo pasado, únicamente áreas muy localizadas
de desierto se usaron para la cría de ganado. Debido a los
asaltos constantes de los nativos americanos, el ganado se
confinó a pequeñas áreas, que en muchos casos, sufrieron
sobrepastoreo. A principios de este siglo, la organización de
las grandes haciendas permitió la explotación extensiva de
las zonas áridas. Enormes hatos transformaron el balance
natural entre el pastizal y el matorral desértico, contribuyen-
do a la así llamada invasión del mezquite y del matorral es-
pinoso (Tohnston, 1963, Hastings y Turner, 1965, Archer,
1989 y 1994, Bahre, 1991, Búrquez et al., 1998). Durante la
Revolución mexicana los hatos disminuyeron drásticamente
(Machado, 1981) permitiendo la recuperación de los agosta-
deros. Sin embargo, la industria del ganado se reactivó prin-
cipalmente en el norte de México, transformando, al menos
en parte, grandes extensiones de las tierras áridas y semiá-
ridas (Barral, 1988, Ezcurra y Montaña, 1988, Búrquez et
al., 1998).
La introducción hace cerca de treinta años del zacate afri-
cano buffel (Peizizisetum cilzare) a través del Servicio de
Conservación de Suelo de los Estados Unidos (Cox et a l . ,
1988, Johnson y Navarro, 1992, Ibarra et al., 1995) h a con-
ducido a la alteración de grandes extensiones de la región
árida sonorense. La siembra de buffel triplica el coeficiente
de agostadero (Hanselka y Johnson, 1991, Pérez, 1993). Sin
embargo, esta ganancia ocurre a expensas de la erradica-
ción de las plantas del desierto que proveen de forraje du-
rante el invierno, cuando el buffel detiene su crecimiento. El
reemplazo de las plantas perennes, acoplado con el sobre-
pastoreo, h a conducido a u n a percepción mayor de la ocu-
rrencia de sequías, aun cuando la precipitación promedio
anual no ha cambiado apreciablemente en este siglo. Es pa-
radójico que el desierto se haya destinado a la cría de gana-
do, que es la forma de uso de la tierra de mayor demanda de
agua. La producción de un kilogramo de carne en el desier-
to requiere 100 000-200 000 kilogramos de agua, mientras
que la mayoría de los cultivos, pueden rendir la misma
cantidad de energía con solamente 500-2 000 kilogramo:
de agua. Las aves, una fuente de proteínas de alta calidad
requieren tan sólo cerca del 4% del agua necesaria para pro-
ducir la misma cantidad de proteínas que las reses (Pi-
mente1 et al., 1997).
Los rancheros saben que después de algunos años de ma-
nejo la productividad del buffel disminuye requiriendo de l:?
acción del fuego para incrementar la fertilidad y detener el
regreso de algunas especies leñosas del desierto y del ma-
torral espinoso. También saben, que después del estable-
cimiento del buffel, se acumula suficiente material nc
digerible, de fácil combustión, que permite la ocurrencia dt
extensos incendios naturales. Ya que las plantas del desiertc
sonorense no presentan adaptaciones al fuego, se inicia cor
esto u n ciclo de pérdida de biodiversidad, convirtiendo un
desierto muy rico en un pastizal pobre en especies (Yetman
Búrquez, 1994, Búrquez et al., 1998, Búrquez, Miller y Mar-
tínez-Yrízar, en prensa). En muestras pareadas en parcela:
contiguas con y sin introducción de buffel, se encontró que
el número de especies disminuye en un orden de magnitud.
y la cantidad de biomasa en pie disminuye hasta cuatro ve-
ces (de un máximo de 20 toneladas por hectárea en el de-
sierto sin perturbar a 5 toneladas por hectárea en las
praderas; Búrquez et al., 1998). Sonora central, y en parti-
cular la subdivisión planicies de Sonora, h a sido el área m á ~
severamente afectada, con aproximadamente 600 000 hectá-
reas transformadas a pastizal hasta 1992 Oohnson y Nava-
rro, 1992). Considerando la expedición de nuevos permisos y
los numerosos desmontes ilegales, hoy la transformación del
desierto probablemente rebasa un millón de hectáreas (Búr-
quez, Miller y Martínez-Yrízar, en prensa). Los técnicos ase-
guran que aún se pueden transformar hasta 6 000 000 de
hectáreas más, un tercio del estado de Sonora. El buffel está
expandiendo su rango de distribución gracias a los repetidos
incendios naturales y ahora se encuentra en todo el territo-
rio sonorense en elevaciones menores de 1 000 metros (Cox
et al., 1988, Búrquez y Quintana, 1994, Yetman y Búrquez,
1994, Búrquez, Miller y Martínez-Yrízar, en prensa).
Aun cuando las ganancias con la introducción de zacate
buffel aparentemente se han incrementado en el corto plazo,
el sistema ganadero permanece sumamente frágil. La cre-
ciente tendencia a la internacionalización de la ganadería
para la producción de becerros para engorda ha provocado
el cambio del entorno rural de una agricultura y ganadería
de consumo local y regional a una dictada por las fuerzas de
los mercados internacionales (Camou, 1991, Pérez, 1993).
La conversión del desierto en pastizales ha acelerado la
erosión y ha significado una pérdida de la productividad y
diversidad de especies nativas (Búrquez, Miller y Martínez-
Yrízar, en prensa).
Las modificaciones al artículo 27 de la Constitución han
iniciado un proceso de conversión en la tenencia de la
tierra. A partir de un sistema de propiedad comunal, ine-
ficiente pero que brindaba alguna estabilidad a las co-
munidades campesinas, se está pasando a un sistema de
apropiación de la tierra y de los recursos naturales por la
oligarquía. En el caso de la ganadería, la privatización de la
propiedad agraria abre la puerta a un proceso de transfor-
mación con dramáticas consecuencias ecológicas y sociales
(Toledo, 1996). Éstas inician con el desmonte y reemplazo
de la vegetación por pastizales y probablemente culminarán
con la pérdida de las esperanzas y de la tierra (Yetman y
Búrquez, 1998).
Las crecientes actividades ganaderas han conducido a la
proliferación de obras hidráulicas como pozos y represos
para surtir los abrevaderos, los cuales han limitado la infil-
tración y los escurrimientos hacia las presas. Una estima-
ción gruesa del uso de aguas superficiales y subterráneas
someras en la cuenca del río Sonora, indica que entre 100 y
250 millones de metros cúbicos anuales que antes llegaban
a los embalses, son ahora retenidos para usos ganaderos (A.
Búrquez, datos no publicados). A menos de que sean im-
plementadas medidas de control, los subsidios gubernamen-
tales para establecer praderas de pastos africanos tendrán
como consecuencia que secciones importantes del desierto y
del matorral desértico de Sonora sean probablemente reem-
plazadas, en el corto plazo, por ecosistemas con una diversi-
dad de especies significativamente menor y una complejidad
estructural reducida. Una vez más, la valuación de los servi-
cios del ecosistema indica que los procesos de transformación
han resultado en un decremento del valor de los recursos na-
turales. Al costo de los subsidios para mantener una elevada
carga animal y para apoyar una ganadería marginal, hay que
añadir la descomposición de la estructura social rural, la
transformación del desierto y sus consecuencias en la produc-
tividad biológica, y la pérdida de servicios como la captación
de agua para uso agrícola y urbano.

Aprovechamientos silvícolas y forestales


Extracción d e mezquite, producción de c a r b ó n y a c l a -
reos e n el deL7ie;erto.La mayor producción legal de carbón a
partir de la madera de especies de leguminosas se encuentra
en Hermosillo, Guayrnas, Puerto Peñasco, Sonoyta y San
Luis Río Colorado. Históricamente, estos distritos han con-
tribuido con más de la mitad de la extracción de mezquite
en Sonora (por ejemplo, en 1984, 74 000 mz de u n total de
135 300 m3, INEGI, 1990). Los antiguos bosques de mezquitc:
están desapareciendo a una tasa alarmante debido a la d 3-
manda de carbón en los mercados de Sonora y Nortea-
mérica. También, el establecimiento de praderas de buf:el
está íntimamente relacionado con la producción de c ~ r b ó n ,
ya que la leña de los aclareos se recolecta con este fin.
Las poblaciones de palofierro (Olneya tesota), una de las
plantas más longevas del desierto sonorense, han experi-
mentado ajustes en su estructura poblacional hacia los ta-
maños más pequeños, debido a l a extracción legal e ilegal
de leña, los desmontes y la recolecta de madera para la ela-
boración de artesanías (Kúrquez y Quintana, 1994, Nabhan
y Plotkin, 1994). E1 leño acumulado por el crecirnierito del
palofierro es un elemento ecológico clave del desierto so-
norense, ya que permite la persistencia de numerosas espe-
cies de plantas que forman verdaderas islas de diversidad
bajo sus copas (Búrquez y Quintana, 1994, 'l'ewksbury y
Petrovicli, 1994). Aunque la remoción de este viejo material
no pone en peligro las poblaciones de palofierro en el corto
plazo, s í afecta el nicho de regeneración de las especies que
crecen debajo de su dosel. Cualquier reducción de este
l-iábitat en particular, hace peligrar a las poblaciones de
plantas de bajos números, afectando a especies tales como el
cactus reina de la noche (Penzócereus striatus; Nabhan y
Suzán, 1994) o especies con bajas tasas de reclutamiento,
como las cactáceas columnares y el mismo palofierro (Búr-
quez y Quintana, 1994).
Seluas secas cmonte mqjino). Las selvas secas, denomi-
nadas tambie'n selvas bajas caducifolias, se distribuyen a lo
largo del piedemonte serrano desde la frontera con Sinaloa
hasta la región centro-oriental de Sonora (Búrquez et al.,
1999, Martin et al., 1998, Martínez-Yrízar, Búrquez y Maass,
en prensa). Presentan la más alta diversidad biológica de los
biomas sonorenses y proveen de valiosos recursos naturales,
entre los que se cuentan la mayor concentración de plantas
medicinales y las densas masas forestales. También son de-
terminantes en la regulación hidrológica de las partes inter-
medias de los ríos Yttqui y Mayo y albergan a dos de los más
importantes grupos indígenas remanentes del estado.
La vara blanca, es uno de estos recursos. Comprende va-
rias especies del género Croton ampliamente utilizadas
como postes, tutores y estacas en el cultivo del tomate y la
vid. Su disminución en Sinaloa h a conducido a la explota-
ción intensiva en Sonora, sin embargo, no existen datos del
volumen real cosecl-iado en Sonora, aunque es probable que
sea similar al de Sinaloa, donde se explota u n volumen 25
veces mayor al recomendado oficialmente. La severa sobrex-
plotación en el vecino estado, ha rebasado su aprovecha-
miento sustentable y desplazado su extracción a Sonora
(López-Urquídez, 1997, C. Lindquist, com. pers.). Muchas
otras especies de selvas secas son ampliamente utilizadas
para posterías y construcciones rústicas. Entre éstas se cuen-
tan la amapa, el guayabillo, el mauto, el mezquite, el palo
chino, el palo colorado y las cactáceas columnares, por lo
que no hay estimaciones de la tasa de explotación. Asimis-
mo, la mayor proporción de las plantas medicinales utiliza-
das en el noroeste de México provienen del monte mojino.
Bosques tempdados. En los Últimos 8 000 años más de la
mitad de los bosques se ha transformado en ambientes des-
provistos de vegetación arbórea y sólo un quinto de los bos-
ques presenta poca alteración humana (Dixon et al., 1994,
FAO, 1997). Las regiones boscosas de la sierra alta de Sonora
se contaban entre estas áreas, denominadas «bosques de
frontera». Sin embargo, a partir de los años setenta comen-
zó la explotación forestal intensiva auspiciada por las opti-
mistas cifras del sector forestal oficial (SARH, 1992). Las
explotaciones se concentraron primero en la parte norte de
la sierra y se han ido desplazando hacia el sur. Con la aper-
tura, a principios de los años noventa, de la carretera federal
16 que comunica la ciudad de Chihuahua -a través del
poblado de Yécora- con la costa del Golfo de California, se
abrió una nueva región forestal a la explotación intensiva
(Búrquez, Martínez y Martin, 1992).
Aunque los volúmenes de madera en rollo extraída son
relativamente pequeños, el impacto en las comunidades na-
turales y en los servicios del ecosistema es evidente. En gene-
ral, la madera de pino se corta en tablones directamente en
los aserraderos serranos, mientras que la de encino se trocea
para su posterior beneficio en la industria papelera en Chi-
huahua. No existen datos confiables del área explotada ni de
los efectos que ha tenido la remoción de las masas arboladas
en la captación, escurrimientos y tasas de transporte de sedi-
mentos hacia las partes bajas de las cuencas, principalmente
de los ríos Yaqui, Mayo y Sonora. Sin embargo, las extensio-
nes taladas y los efectos de los desmontes en la modificación
de los escurrimientos han acelerado la erosión y la pérdida
de la cubierta vegetal. A los productos forestales no se les da
mayor valor agregado, por ejemplo en el caso de los encinos,
la transformación de la madera en pulpa para papel o en
carbón tiene un valor económico hasta cien veces menor
que su transformación en cortes comerciales.

Humedales costeros, ríos y pesquerías


La producción pesquera mexicana capturó durante 1994 el
1.2% del volumen pesquero mundial. Esto le valió a Méxi-
co ocupar el lugar número 17 a nivel internacional (FAO,
1996). Por tener una amplia faja litoral en uno de los mares ,
más productivos del planeta, Sonora se encuentra entre los
cuatro estados más importantes del país en términos pes-
queros (INEGI~EMARNAP, 1997).
El desierto sonorense tiene una relación íntima con el
Golfo de California. La humedad proveniente del océano se
vierte al desierto durante las tormentas monzónicas del
verano. Una estrecha faja de matorral desértico y matorral
espinoso costero en el sur de Sonora está directamente
influenciada por l a deposición de rocío, sales y movimiento
de arena. A su vez, los humedales costeros y la plataforma
continental están enriquecidos por la carga de sedimentos y
materia orgánica acarreados por los arroyos y los ríos
(Felger y Lowe, 1976).
Las pesquerías en el Golfo de California h a n disminuido
marcadamente e n décadas recientes. En 1941, John Stein-
beck, que además de ser un escritor que recibiera el premio
Nobel de literatura, tenía formación de biólogo marino,
enfatizó la destrucción que entonces sufrían las pesquerías
del Golfo de California (Steinbeck y Ricketts, 1951). Paradó-
jicamente, las medidas que se tomaron para evitar sus omi-
nosos presagios, consistieron en intensificar el esfuerzo de
pesca y el reemplazo de los buques extranjeros por u n a cre-
ciente flota nacional. La sobrepesca se ha considerado como
u n serio problema ambiental desde fines del siglo pasado
cuando las principales pesquerías del Atlántico Norte, el
Mediterráneo y porciones del Pacífico Norte sufrieron u n a
brusca caída. Sin embargo, después de los años cincuenta,
métodos cuantitativos confiables mostraron que al alcanzar
el máximo de productividad, se daba un brusco colapso
pesquero (Grainger y García, 1996). Fue así como se comen-
zaron a cumplir las predicciones de Steinbeck para el Golfo
de California. Existen muy pocos trabajos que examinen de
manera global la situación pesquera del Golfo de California,
de hecho la mayoría de las investigaciones se han dirigido a
documentar los volúmenes de captura y ajustar los periodos
de veda con las demandas del sector pesquero social. Las
advertencias técnicas para limitar la pesca y extender los pe-
riodos de veda han sido poco escuchadas. El producto final
fue el colapso de las dos más importantes pesquerías --la
de camarón y la de sardina- y la consecuente desorganiza-
ción económica que se basó en una muy frágil base ecológi-
ca (Doode, Cisneros y Montemayor, 1992, Doode y Bañuelos,
1995).
La problemática de la pesca es multivariada, obedece a
factores sociales y ecológicos. Los primeros son analizados
por Doode y Bañuelos (1995) y están asociados con la so-
brepesca y la contaminación ambiental, mientras que los
ecológicos pueden agruparse en distales y proximales. Los
factores distales están relacionados con la variación a nivel
global que afecta la abundancia de las especies marinas a
través de fenómenos que no tienen un origen endógeno.
Ejemplos de estos procesos son las variaciones de temperatu-
ra causadas por la anomalía climática de El Niño que pro-
vocan la migración o cambios en la conducta reproductiva
de las especies marinas. Los factores proximales rara vez
han sido abordados de manera conjunta pero fprnlan parte
de procesos que han ido cambiando el entorno ecológico del
Golfo de California de manera paulatina. La sobrepesca h a
afectado la estructura genética y ecológica de las especies
pesqueras hacia tallas más pequeñas y nuevos nichos de re-
generación. En el caso del camarón y ostión, su cultivo h a
permitido el escape de especies exóticas al golfo que junto
con sus patógenos h a afectado la diná~nicade las especies
nativas (Dioni, 1992).
Las presas han detenido las avenidas de agua dulce ricas
en nutrientes y han bloqueado, a través de la falta de agua
en los estuarios, la entrada de muchas especies marinas que
usaban los deltas de los ríos como áreas de desove. Los resul-
tados de tales cambios ahora son evidentes. La totoaba (To-
toaba macdonaldi), alguna vez tan abundante que
mantenía una activa pesquería (Felger y Moser, 1985), está
ahora en la lista de especies en peligro de extinción jun-
to con la vaquita (Phocoena sinus), una tonina también
endémica del alto golfo. La otrora abundante caguama
(Cbelonia mya'as), también está en la lista de especies ame-
nazadas y ha sido protegida legalmente (Felger, Clifton y
Regal, 1976, Clifton, Cornejo y Felger, 1982, Felger y Moser,
1985).
Antes de la construcción de la presa Hoover, el Colorado
por sí solo acarreaba un promedio anual de 180 millones de
toneladas de sedimentos en la estación hidrométrica de
Yuma (Fradkin, 1981). Ahora, únicamente durante periodos
de extraordinaria escorrentía, el agua dulce del Colorado al-
canza el mar. Cuando esto sucede, las aguas llegan cargadas
de plaguicidas y fertilizantes. Este caso se repite en el río
Yaqui y el río Mayo, en los numerosos arroyos del desierto, y
en los asentamientos humanos costeros especialmente en los
puertos (Celis, 1992, Carrillo y González, 1992, Dioni, 1992,
Doode, Cisneros y Montemayor, 1992). En un afluente del
río Fuerte, en el norte de Sinaloa, otra enorme presa -pre-
sa Luis Donaldo Colosio--, la más grande de esta década, se
construyó en Huites. Ésta va a transferir agua para desarro-
llar los hasta ahora muy poco afectados matorrales costeros
del sur del estado y norte de Sinaloa, limitando aún más el
ingreso de agua dulce y sedimentos al mar. No existe un es-
tudio de impacto ecológico para las tierras que se han des-
montado y que se planean desarrollar en el futuro. Dada la
riqueza y los usos actual y potencial de estos matorrales,
especialmente de los bosques de pitahaya, un análisis con-
tingente del costo de la transformación arrojaría proba-
blemente un balance negativo.
La modificación de los humedales costeros para la acui-
cultura y el turismo ha afectado el crecimiento de las pes-
querías, disminuyendo el preciado hábitat usado por
numerosas especies de peces para su reproducción. Hume-
dales severamente afectados son la Ciénaga de Santa Clara y
los esteros Puerto Peñasco en el alto golfo, La Cruz en Bahía
Kino, Bacochibampo, El Soldado, El Rancho, Bahía San
Carlos y Bahía Empalme en la región de Guaymas, así como
muchos otros más al sur. La mayoría de los estuarios han
sufrido por las obras de transformación de la tierra, la des-
trucción de los manglares, y la construcción de estanques
para la producción de camarón y ostión. Actualmente, la
tendencia internacional para revitalizar las pesquerías no
sólo contempla la limitación estricta de la pesca, el estable-
cimiento de vedas y el tratamiento de aguas que desembo-
can en el mar, sino que también se están recuperando 'los
estuarios, principalmente los manglares. Estos últimos son
indispensables para la reproducción de muchas de las espe-
cies comerciales y establecen una zona de amortiguamiento
y transformación de sedimentos y productos tóxicos que de
otra manera serían vertidos directamente al mar (Kaly y
Jones, 1998).
Minería y desarrollo urbano
La minería y crecimiento urbano generan u n a alteración
extensiva del paisaje, ya que remueven la cobertura natural
de vegetación en grandes extensiones de tierra, lo cual acele-
ra la erosión, contamina los ríos con desechos tóxicos y pro-
duce nubes de partículas suspendidas en el aire (Moreno,
1992b). No es sino hasta hace muy poco que se han tomado
en cuenta los impactos ambientales causados por los tra-
bajos mineros de excavación, lixiviación y fundición. La re-
habilitación y restauración de la vegetación con especies
nativas al término de las operaciones, prácticamente no
existe. En esta década, la actividad minera aumentó mucho
su importancia económica, haciendo de Sonora el productor
líder de México en oro, y manteniéndole como el principal
productor de cobre y otros minerales. Ya que la minería se
caracteriza por periodos de bonanza y caída, es muy proba-
ble que la alteración del ambiente debido a la minería au-
mente notablemente; por la continuación de los actuales
trabajos mineros, por el cierre de minas que llegarán al fin
de su vida útil y por el inicio de actividades de proyectos ter-
minados, que aún no se h a n incorporado a la producción
esperando una recuperación de los mercados de minerales.
Los centros urbanos en el desierto han crecido exponeil-
cialmente, ejerciendo u n a gran presión en la escasa dispo-
nibilidad de agua. La extracción de agua de los pozos
profundos y el desvío de los ríos, mas las descargas de dese-
chos urbanos, están afectando rápidamente la disponibilidad
y calidad del agua. La rápida disminución de la cobertura
natural de las freatofitas que dependen del agua de los acuí-
feros, también h a favorecido la erosión y el aumento en la
cantidad de polvos suspendidos en el aire. Recientemente,
con la instalación de numerosas maquiladoras para el mer-
cado de los Estados Unidos y usando fuerza laboral local, la
industria h a crecido en la frontera y en el interior del estado
(Lara, 1992). Las maquiladoras han comprometido los recur-
sos de agua disponibles para el desarrollo de las grandes ciu-
dades y exacerbado los riesgos industriales. Los desechos
tóxicos generados por las maquiladoras y la industria minera
son, en muchos casos, mal manejados o se producen descar-
gas ocasionales, lo que causa no sólo daños severos a los
ecosistemas naturales, sino también serios problemas de
salud (Moreno, 1991, Denman, 1992). Éstos han empeorado
aún más la ya alta incidencia de enfermedades respiratorias e
intestinales (INEGI, 1993). Hermosillo es una ciudad con pro-
blemas crónicos de abasto de agua que alberga casi u n cuar-
to del total de la población sonorense. Sin embargo, carece de
un verdadero plan de desarrollo que contemple limitar el cre-
cimiento de la agricultura e industria demandante de agua y
apoyar el crecimiento económico en el sur del estado, donde
el agua es menos escasa. Acciones alternativas, como la reha-
bilitación de la red de distribución y el incremento de la efi-
ciencia del uso de agua se están implementando.
El crecimiento urbano también h a representado u n costo
para las reservas naturales. Tres reservas ya han desapareci-
do por una mezcla de ignorancia y complacencia de las au-
toridades locales. El Arroyo Los Nogales y la Zona Protectora
Forestal de Hermosillo fueron olvidados e integrados al cas-
co urbano. Recientemente, la reserva con que fue dotado el
Centro Ecológico de Sonora, una reserva decretada por el
primer gobernador que incluyó en su agenda asuntos eco-
lógicos, fue desmontada para promover el desarrollo urbano
por un gobierno posterior. Irónicamente, la evaluación de
impacto para efectuar este cambio de uso de la tierra se rea-
lizó en el mismo Centro Ecológico de Sonora (ahora Institu-
to del Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable del Estado de
Sonora), una agencia del gobierno sonorense (Cauces,
1996). Este caso refleja el vulnerable status de muchas reser-
vas en México (Otero y Consejo, 1992, Jardel, Gutiérrez y
León, 1992).
Si no se cambia la estructura de los proyectos de creci-
miento económico y de los planes de desarrollo estatal y
municipales, se seguirán omitiendo consistentemente im-
prescindibles consideraciones ambientales Ooseph, 1993,
Ortiz, 1993b). Por citar sólo algunas: la adecuada ubicación
de confinamientos de desechos, la creación de reservas urba-
nas y municipales, y la reglamentación de las emisiones de
gases a la atmósfera.

Los recursos naturales y el producto interno bruto


Sonora, tradicionalmente se ha distinguido por la explota-
ción primaria de sus recursos naturales, principalmente por
las explotaciones agrícolas, ganaderas, pesqueras y mineras.
La incorporación de la industria como un renglón im-
portante de la economía es muy posterior. El PIB de Sonora
es del orden de 10 400 millones de dólares, cifra que re-
presenta aproximadamente el 2.6% del PIB de México (INEGI/
SEMARNAP, 1997). Las actividades agropecuarias han ido dis-
minuyendo en importancia económica, ya que en 1960 da-
ban cuenta del 35% del PIB (Wong, Sandoval y León, 1994) y
para 1996 su contribución había bajado a1 6.5%, principal-
mente por el incremento en la participación de los sectores
industriales y de servicios. Este descenso se dio a pesar de la
incorporación de nuevas tierras de cultivo, pero en un pano-
rama de incremento en los costos de producción y de progre-
siva degradación de los suelos agrícolas y de los agostaderos.
Los esfuerzos para disminuir la degradación de los suelos y
aumentar la eficiencia agrícola y ganadera son muy recien-
tes y en general, poco compatibles con el cuidado del am-
biente. Por un lado, se h a tratado de formar u n cuerpo de
normas y leyes que regulen los impactos ambientales (princi-
palmente a instancias de la SEMARNAP) y por otro, se han ca-
nalizado recursos de investigación para enfrentar los
problemas de degradación ambiental con miras a brindar al-
gún grado de sustentabilidad a los sistemas agropecuarios y
pesqueros. Empero, la mayoría de estos recursos se ha diluido
en aspectos técnicos puntuales para incrementar la productivi-
dad, mientras que los montos destinados a la investigación
básica, que forma el cuerpo de conocimiento para el uso sus-
tentable de los recursos naturales, han permanecido en u n
nivel muy por debajo del mínimo necesario.
A pesar de este panorama de decreciente participación, la
contribución de Sonora en términos de agricultura, silvi-
cultura y pesca es de más de 1 500 millones de dólares, que
representan u n 6.2% del total nacional (INEGI/SEMARNAP,
1997). Expresado en términos de dólares de 1993, la contri-
bución sonorense en este rubro se h a incrementado en casi
u n 4% anual, imponiendo u n a mayor presión en recursos
naturales que probablemente alcanzaron su límite en los
años setenta.

LAS ÁREAS NATURALES PROTEGIDAS


México se considera u n centro de megadiversidad que se
cuenta entre las diez áreas más ricas en el mundo en térmi-
nos de biodiversidad (Flores y Geréz, 1988). Los esfuerzos
para establecer reservas naturales en México h a n sido irre-
gulares a través del tiempo, pero se pueden reconocer tres
momentos importantes en la historia reciente: el primero al
final del siglo XIX, el segundo a mediados de los años trein-
t a y el último, aún vigente, inicia en los años ochenta
(Búrquez y Martínez-Yrízar, 1997). Estos intentos de conser-
vación se orientaron hacia la protección de los bosques tem-
plados sin incluir los ecosistemas tropicales y áridos, que se
consideraban más abundantes y poco valiosos. A pesar del
enorme énfasis que se h a dado a los bosques templados, y
más recientemente a los bosques tropicales húmedos, la
mayor parte de la riqueza de las especies mexicanas se en-
cuentra en las zonas áridas, que cubren cerca del 70% de la
superficie del país y contienen u n alto número de especies
endémicas (Rzedowski, 1991a). Aun así, las zonas áridas
h a n recibido muy poco reconocimiento como áreas de alta
biodiversidad y sólo recientemente se han hecho esfuerzos
para protegerlas (Flores y Geréz, 1988, Janzen, 1988).
El primer intento de crear reservas incorporó nueve áreas
protegidas en los sesenta años posteriores a1 decreto de crea-
ción de la primera reserva en el Desierto de los Leones
(Anaya et al., 1992). En los años treinta el director de Flora
y Fauna, Miguel Ángel de Quevedo, convenció al presidente
Cárdenas de apoyar un proyecto único en la historia de
México por su visión y alcance. Quevedo proponía la crea-
ción de reservas naturales para salvaguardar los servicios
que los ecosistemas proporcionaban de manera gratuita,
adelantándose a su época casi cincuenta años. El énfasis
principal fue la protección de los bosques en las cuencas al-
tas de los principales ríos para mitigar los procesos erosivos
y de azolve de las presas, el establecimiento de reservas de
vida silvestre para proteger de la extinción valiosas especies
cinegéticas y el establecimiento de cinturones verdes de ve-
getación natural en torno a las principales ciudades del país.
Con este esfuerzo, se protegieron cerca de 800 000 hectáreas
distribuidas en 17 estados mexicanos (Colosio, 1993). Sin
embargo, estas áreas no se incorporaron como parte de las
estrategias de desarrollo del país y no se delimitaron ni se
dotaron con planes de manejo. Posteriormente, en muchos
casos surgieron serios conflictos de tenencia de la tierra al
otorgar derechos agrarios repetidas veces dentro de las mis-
mas reservas, en otros, los decretos simplemente se olvidaron
en ausencia de una instancia operativa de protección am-
biental. El destino de muchas de las reservas naturales, par-
ticularmente las reservas protectoras de las ciudades, fue el
de reservas territoriales para crecimiento urbano futuro
(Anaya et al., 1992, INE/CONABIO, 1995, Búrquez y Martínez-
Yrízar, 1997, Gómez-Pompa, 1998).
Reservas en Sonora
Sonora alberga el reservorio más grande de lo que Rzedows-
ki (1991a, b) llamó «especies genuinamente mexicanas»,
esto es, especies que se han diferenciado principalmente en
las zonas áridas y semiáridas del norte de México. Estima-
ciones actuales indican que la flora de Sonora incluye casi 4
500 especies (Rzedowski, 199la, Felger y Johnson, 1995).
Esta cifra representa cerca del 20% de la flora mexicana en
un área menor que el 10%de la superficie del país (según
estimaciones de Rzedowski, 1991a, de un total nacional de
22 000 especies conocidas). De acuerdo con la revisión de
Felger y Wilson (1995) son aún más sorprendentes las cifras
que se calculan para la fauna, la cual comprende un rico
ensamblaje de especies neotropicales y neárticas que se co-
nocen muy poco.
El desierto sonorense, según la definición de Shreve
(195 l), cubre un amplio rango de ambientes, desde los ex-
tremadamente xéricos hasta los relativamente mésicos. Los
primeros se identifican fácilmente como desiertos por la es-
casa cobertura vegetal y las limitaciones climáticas extre-
mas. Sin embargo, gran parte del desierto debe su diversidad
a la transición del desierto con los matorrales espinosos y los
bosques tropicales caducifolios (Búrquez, 1997, Felger y
Lowe, 1976, Búrquez et al., 1999, Martínez-Yrízar, Búrquez y
Maass, en prensa). El desierto también contiene oasis que
surgen de las infiltraciones y pozos artesianos alimentados
por los acuíferos permanentes que se originan en las monta-
ñas, así como bosques riparios que crecen en los suelos
aluviales de los deltas de los ríos del desierto (Búrquez et al.,
1999). Hacia el este, la Sierra Madre Occidental alberga en
sus diferentes elevaciones bosques tropicales caducifolios,
encinares, bosques de pino-encino y bosques de coníferas
(Búrquez, Martínez y Martin, 1992, Felger y Johnson, 1995),
mientras que en las costas del Golfo de California, los
humedales se añaden a la diversidad global de Sonora, in-
cluyendo a los manglares que representan el límite norte de
su distribución en el continente (Felger y Moser, 1985).
La gran diversidad de vegetación, hábitats y especies vege-
tales y animales que se encuentran en Sonora, se debe prin-
cipalmente a la distribución irregular de la precipitación, a
los patrones de escurrimiento superficial y a la variación
marcada de temperatura promedio, aunados a la extraordi-
naria variación de la topografía, del substrato geológico y
del suelo (Brown, 1982, Búrquez et al., 1999).
A pesar de la riqueza biológica y de hábitats en el estado
de Sonora, no se había decretado ninguna reserva hasta el
periodo 1936-1939. Durante estos años, se establecieron cin-
co áreas: 1) Arroyo Los Nogales, cerca de Nogales; 2) Cajón
del Diablo, a1 noreste de Guaymas; 3) Zona Protectora Ciu-
dad de Hermosillo; 4) Sierra Los Ajos, Buenos Aires y La
Púrica, al sudeste de Cananea, y 5) Reserva Forestal Nacio-
nal y Refugio de Fauna Silvestre Bavispe, cerca del pueblo de
Bavispe. Algunas de estas reservas no se delimitaron formal-
mente, pero estimaciones actuales indican que cubren un
área total aproximada de 260 000 hectáreas. Estas acciones
protegieron cerca del 1.4 % del estado de Sonora, incluyendo
principalmente bosques de pino y de encino. Sólo dos de es-
tas reservas, Cajón del Diablo y Zona Protectora Ciudad de
Hermosillo, incluyeron porciones del desierto sonorense.
Veinticuatro años después, en 1963, se estableció una sexta
reserva: Isla Tiburón. En el papel, el área total protegida su-
maba cerca de 380 000 ha (2.1% del estado), pero para en-
tonces, los decretos que protegían los entornos de Nogales y
Hermosillo se ignoraron y olvidaron. Estas áreas protegidas,
cercanas a las grandes ciudades, pronto fueron incorporadas
al desarrollo y crecimiento citadinos. El resto de las reservas
permanecieron protegidas por su aislamiento, aunque no es-
caparon de la extracción maderera (en la sierra alta cerca de
Cananea y Bavispe), del pastoreo (todas las reservas a excep-
ción de las islas del Golfo de California), de la introducción de
fauna silvestre y de la sobreexplotación pesquera (islas del
Golfo de California; Biiirquez y Martinez-Yrízar, 1997).
Un nuevo decreto, incluyendo un aumento en área y cam-
bio de designación, se estableció para las islas del centro del
Golfo de California en 1978. Este acto aumentó en 150 000
hectáreas el área total protegida. Casi diez años después, una
pequeña área en la Sierra El Pinacate se decretó como refugio
de vida silvestre (Búrquez y Castillo, 1994). El trabajo a cargo
del Centro de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma
de México (ahora Instituto de Ecología, UNAM) y del Centro
Ecológico de Sonora condujo al decreto de la Reserva de la
Biosfera «El Pinacate y Gran Desierto de Altar» en 1993.
Junto con la reserva de El Vizcaíno, en Baja California
Sur, El Pinacate incluye el área mejor conservada del desier-
to sonorense. Al mismo tiempo, se decretó otra reserva de la
biosfera sonorense, propuesta por un consorcio de institucio-
nes mexicanas: la Reserva de la Biosfera del Alto Golfo del
California y Delta del Río Colorado. Esta última reserva es
principalmente marina, con aproximadamente 70% de su
área en el mar. Otras adiciones recientes de protección en
Sonora son la presa Abelardo L. Rodríguez y El Molinito
(Del Castillo, 1994) y la Zona Protectora Forestal y de la
Fauna Silvestre y Acuática Sierra de Álamos y Arroyo Cu-
chujaqui. La primera incluye importantes extensiones de
agua dulce en dos embalses que incluyen las muy alteradas
inmediaciones del río Sonora en Hermosillo, mientras que
la última provee de protección a los bosques tropicales
deciduos y bosques de encino en el sur de Sonora.
Hoy cerca del 8% (1 500 000 hectáreas) de la tierra en el
estado de Sonora se encuentra bajo alguna forma de protec-
ción. Esta cifra no incluye a las reservas que se perdieron
con el crecimiento urbano, ni a las marinas. Hasta ahora,
sólo tres áreas están operando formalmente como reservas,
con infraestructura y personal permanente: las dos reservas
de la biosfera ya mencionadas y el área de la Sierra de Los
Ajos. El resto de las reservas no tiene protección, excepto
aquella que le puedan dar los decretos oficiales o la protec-
ción natural que les ofrece su aislamiento. Todas ellas pre-
sentan serios conflictos de tenencia de la tierra (Búrquez y
Martínez-Yrízar, 1997).

Reservas planeadas
Además de las agencias gubernamentales ambientales (SE-
MARNAP), varias instituciones han seleccionado áreas alta-
mente prioritarias para su conservación en México. Estos
organismos incluyen instituciones académicas como la UNAM
y universidades estatales, la Comisión Nacional para el Co-
nocimiento y Uso de la Biodiversidad (co~mro),varias agen-
cias estatales y ONG. En este análisis, Sonora destaca por ser
el estado con mayor número de áreas prioritarias para la
conservación en el país (Benítez y Loa, 1996). Ante la nece-
sidad de protección de estas áreas, es imprescindible prose-
guir 10s estudios para obtener los decretos, el apoyo
operativo y la regulación apropiada. De esta forma, porcio-
nes importantes del desierto sonorense, del ambiente marino
del Golfo de California y de las islas del cielo en la Sierra
Madre Occidental podrían recibir la protección y el manejo
que urgentemente necesitan.
Las áreas propuestas como prioritarias están distribuidas
en todo el estado. La Sierra San Luis, Sierra La Mariquita,
Sierra El Tigre, Mesa El Campanero y Sierra Mazatán son
islas del cielo con bosques de pino, encino y pino-encino
que también incluyen porciones de pastizal desértico y pe-
queñas áreas de matorral espinoso. Los ambientes costeros
están representados en la regiones de Las Bocas, Bahía de
Lobos, Estero El Soldado, Cajón del DiabloKañón de Naca-
pule y Sierra Bacha. Estas localidades también incluyen
grandes porciones del desierto sonorense, o de matorral
costero como en el caso de Bahía de Lobos y Las Bocas
(Friedman, 1996, Búrquez et al., 1999). En caso de concre-
tarse como reservas, protegerían un gradiente a lo largo de
la costa abarcando notables transiciones de vegetación. Mesa
El Campanero y Arroyo El Reparo, San Javier/Tepoca, y
Soyopa/Sahuaripa son reservas propuestas para proteger
ecosistemas riparios, matorral espinoso y el bosque tropical
caducifolio más al norte en el continente. Este último, es
uno de los ecosistemas menos protegido en México (Flores y
Geréz, 1988) y se considera uno de los ecosistemas tropicales
más amenazados (Janzen, 1988, Martínez-Yrízar, Búrquez y
Maass, en prensa). Las áreas de Soyopa y Sahuaripa, con
matorrales y selvas bajas, también se han reconocido como
importantes áreas de apareamiento del águila calva catalo-
gada en peligro (G. Morales com. pers.).
Otras reservas planeadas que incluyen porciones impor-
tantes del desierto sonorense se localizan en el Cajón del
Diablo y Cañón de Nacapule, Sierra Libre, Sierra Bacatete,
Sierra El Viejo, Sierra Bacha, Rancho El Carrizo, Sierra
Mazatán, Trincheras y Cerro Agualurca. El área del Cajón
del Diablo y Cañón de Nacapule posee numerosas especies
endémicas y especies tropicales disyuntas compartidas con
Baja California y el piedemonte de la Sierra Madre a lo largo
de la costa del Pacífico de México (nirner, Bowers y Burgess,
1995, Búrquez et al., 1999, Felger, 1999). Casos similares
son los de Sierra Libre, Puerta del Sol/Mazocahui y Sierra
Bacatete, áreas virtualmente inexploradas pero que se reco-
noce que poseen una rica flora tropical disyunta, además de
restos arqueológicos de las culturas seri, opata y yaqui
(Yetman y Búrquez, 1996). Trincheras es una rica área del
desierto sonorense, famosa por sus terrazas agrícolas y nu-
merosos restos arqueológicos. Sierra El Viejo, cerca de Ca-
borca, además de contener notables transiciones de varias
de las subdivisiones del desierto sonorense, es probablemen-
te la extensión de matorral espinoso ubicada más al noroes-
te (Brown y Lowe, 1980, Brown, 1982). Aquí aún se pueden
encontrar grandes grupos de borrego cimarrón (Ovis cana-
densis). La única población de cirio (Fouquieria colum-
naris) fuera de Baja California se localiza en Sierra Bacha,
en la costa al sur de Puerto Libertad (Hastings y Turner,
1965). En esta área de la subdivisión del desierto sonorense,
la Costa Central del Golfo, también existen poblaciones de
borrego cimarrón y restos arqueológicos de la cultura seri. Al
sur de Benjamín Hill, en los pastizales desérticos de la
subdivisión planicies de Sonora, se localiza el Rancho El
Carrizo donde se encuentra la única población natural re-
manente de la codorniz mascarita (Colinus virginianus
ridgwayi; Garza-Salazar, Debrott y Haro, 1992). Rancho El
Carrizo es un fino ejemplo del gradiente de pastizales de-
sértico~a matorrales de las planicies de Sonora (Búrquez et
al., 1998). Estas áreas añadirían unidades distintivas del de-
sierto sonorense a las ya existentes reservas de El Pinacate y
Gran Desierto de Altar (Búrquez y Castillo, 1994), Alto Golfo
de California y Delta del Río Colorado, y microcosmos espe-
ciales de las islas del Golfo de California y Cajón del Diablo
(Búrquez y Martínez-Yrízar, 1997).

CONFLICTOS
ENTRE EL USO SUSTENTABLE DE LOS RE-
CURSOS Y EL DESARROLLO
El cambio global, es resultado en gran medida de los mode-
los de desarrollo que ha seguido la humanidad en los Últi-
mos cuarenta mil años. Nuestra generación es la primera en
percatarse de la existencia de límites a la explotación de los
recursos naturales. Es también la primera, y quizá la Últi-
ma, en contar con medios para entender y ordenar el uso de
los recursos. Debido a los cambios ambientales tan profun-
dos que han ocurrido en el mundo, principalmente en los
últimos cien años, no se puede seguir actuando en la igno-
rancia. No sólo es necesario entender los límites del uso de
los ecosistemas, sino que también es imprescindible co-
municarlo al público y que los responsables del gobierno en
la toma de decisiones se involucren en una amplia rees-
tructuración de las políticas de utilización de los recursos
naturales. Sólo de esta manera es posible tener políticas eco-
nómicas y de bienestar social que sean perdurables.
En Sonora, el deterioro de los recursos naturales es evi-
dente y de seguir las políticas actuales, el cambio apunta a
una creciente degradación ambiental. Como se discute a lo
largo de este capítulo, las causas que originan el cambio
ambiental son conocidas, pero los mecanismos de cambio,
la diversidad de recursos y el valor de la naturaleza apenas
se están descifrando. Las soluciones, en términos técnicos
son también sencillas, pero de compleja aplicación porque
requieren de urgentes cambios económicos y políticos difí-
cilmente asimilables por el actual modelo de desarrollo.
Ante la ausencia de una transición hacia la diversificación
del uso de los recursos naturales y por una política para
brindar valor agregado a los productos del sector primario, la
economía, basada en la agricultura, ganadería y pesca de sub-
sistencia, se convirtió en una economía de mercado fincada
en la explotación de estos mismos recursos primarios, provo-
cando por lo tanto un creciente deterioro ambiental. l

El desarrollo de Sonora ha descansado principalmente en


el uso extensivo de la tierra. La utilización de la mayoría del
territorio para el pastoreo ha modificado, y en algunos casos
extirpado la vegetación natural de grandes áreas. También,
ha promovido la erosión y ha introducido especies exóticas
hoy completamente naturalizadas. Estos factores comprome-
ten el delicado balance ecológico por la aparición de nuevos
competidores y una nueva dinámica del ecosistema, princi-
palmente el del ciclo pasto-fuego. Las sequías recurrentes y
la estructura actual de mercado del ganado han hecho aún
más frágil esta actividad que ahora se orienta a la expor-
tación de becerros, a expensas de una antigua agricultura
sustentable.
La actividad ganadera utiliza casi un 90% del área estatal
para producir aproximadamente el 6% del PIB. Esta relación
es en extremo ineficiente ya que gran parte del agostadero
está severamente sobrepastoreado reduciendo el valor de los
servicios del ecosistema, sobre todo su capacidad para regu-
lar el ciclo hidrológico y el control de la erosión. Es reco-
mendable impulsar proyectos que conduzcan a un manejo
intensivo de los recursos en áreas limitadas, liberando del
impacto del sobrepastoreo recursos que pueden utilizarse de
manera más eficiente en otras actividades productivas. Este
fenómeno de análisis contingente de los servicios del eco-
sistema ha sido efectivamente aplicado de manera empírica
en los estados del sudoeste de los Estados Unidos en los últi-
mos cincuenta años y ha entrado ahora en una fase de ex-
perimentación científica.
La agricultura a gran escala en el desierto ha dependido
del uso no sostenido del agua subterránea, de energía bara-
ta para el bombeo, de las cada vez más azolvadas presas
para la irrigación por gravedad y de plaguicidas y fertilizan-
tes. Actualmente, la agricultura enfrenta severos problemas
por la disminución de los subsidios, la dificultad para obte-
ner financiamiento y el incremento de los costos y la cartera
vencida. Como una forma de escapar de estos obstáculos, la
producción agrícola se ha orientado a cultivos para el mer-
cado de exportación, añadiendo a la fragilidad ecológica,
fragilidad económica. Por su parte, la pesca ha sufrido no
sólo por el creciente esfuerzo dedicado a explotar las pesque-
rías, sino también por la contaminación por plaguicidas,
fertilizantes y desechos industriales, por la conversión de los
estuarios y por la introducción de nuevas especies bajo
acuicultura que han escapado al medio natural.
Sonora también experimenta un crecimiento de la minería
moderna a gran escala y de la industrialización, actividades
que aunque confinadas a pequeñas áreas, tienen la capaci-
dad de perturbar severamente grandes extensiones del entor-
no natural. El desarrollo minero e industrial requiere de un
constante monitoreo de la producción, manejo y disposición
de los desechos tóxicos. En ausencia de un rígido control, es-
tas actividades se contraponen con el uso de los recursos na-
turales, la promoción del turismo y el desarrollo urbano.
Los programas de gobierno enfatizan el estímulo económi-
co como meta para cubrir el enorme déficit de empleo. En
general, la solución al desempleo se ha buscado en la aper-
tura de nuevas tierras para agricultura o ganadería, en el
incremento de la flota pesquera, y recientemente, en el desa-
rrollo industrial y el impulso a las actividades turísticas. To-
das estas acciones tienen inevitables consecuencias negativas
en el ambiente. Sin embargo, existe un enorme mercado de
trabajo poco explorado que combina la creación de numero-
sos empleos con un mejor uso del medio. Por ejemplo, brin-
dando valor agregado a productos forestales (transformar los
encinos en parquet y no en carbón), o con la apertura de
mercados para productos orgánicos, esto es, productos libres
de insecticidas, fungicidas y fertilizantes. Así, se puede esti-
mular la producción rural de cultivos tradicionales para los
mercados de exportación (desde vegetales, hasta productos
tradicionales como frijol tépari o chiltepín; o mantener los
pitayales en lugar de sustituirlos por pastizales). Asimismo,
la demanda de productos naturales de recolecta es una acti-
vidad a la que se le ha dado poca importancia, el apoyo e in-
vestigación en estas actividades le dará valor de mercado
internacional a productos que tienen escaso valor local (uti-
lizar 1% gomas -chúcata- de los mezquites en lugar de la
goma arábiga). Es necesario el estímulo decidido en la bús-
queda de alternativas de uso de los recursos, pues aunque h a
habido intentos en el pasado, por lo general han sido proyec-
tos con poca inversión, con poca participación técnica y cien-
tífica de alta calidad, y por lo tanto con escasos resultados.
La preservación de áreas naturales choca con los planes
del gobierno y de los inversionistas para desarrollar proyec-
tos de uso de la tierra y del agua, de turismo costero y de
pesquerías. A pesar de que ahora se h a documentado bien
que los cambios en el uso de los recursos naturales causan
efectos negativos en el uso de otros recursos, la importancia
de las reservas naturales en preservar la biodiversidad, prote-
ger las cuencas de la erosión, proveer de áreas recreativas,
mantener los sistemas hidrológicos en balance y reducir los
riesgos de salud, no h a sido tomada suficientemente en
cuenta por los programas gubernamentales. El gobierno
sonorense ha tenido una actitud ambivalente en la protec-
ción de los recursos; por un lado ha apoyado los estudios
conducentes a la creacih de reservas, y por otro no ha dado
los pasos necesarios para su establecimiento y consolidación,
dejando en manos de la Federación estas tareas. La única
reserva decretada por el gobierno estatal, la de las presas A.
L. Rodríguez-El Molinito, está abandonada, sin plan de ma-
nejo ni vigilancia.
La falta de coordinación entre las agencias gubernamen-
tales crea conflictos que afectan directamente el valor de los
recursos dentro de una comunidad. Por ejemplo, la cons-
trucción de marinas en los humedales costeros del desierto
erradica los manglares, afectando de esta forma su valor re-
creativo, la dinámica poblacional de especies marinas que
los usan como áreas de reproducción, y el crecimiento de es-
pecies comerciales. Los humedales también sufren azolves y
contaminación por la erosión río arriba que causan los dre-
najes agrícolas, las actividades mineras y las ganaderas. Los
esfuerzos para la preservación del desierto sonorense parecen
débiles cuando se comparan con los proyectos actuales de
desarrollo industrial, minero y agropecuario. Las áreas na-
turales protegidas son un componente mayor para atenuar
estos conflictos, ya que proveen los sitios en los cuales los
procesos naturales mitigan el uso humano de 1% iireas veci-
nas. Áreas que estuvieron protegidas por su aislamiento,
ahora serán desarrolladas, especialmente por las modifica-
ciones del artículo 27 que permiten la transferencia de tie-
rras ejidales.
La creación de reservas naturales permite una mejor or-
denación y uso de los recursos, especialmente en reservas
que incorporan al sector social para su gestión. Además, la
creación de reservas tiene valor político pues existe una cla-
ra tendencia a nivel global y nacional a que los votantes
apoyen acciones de protección ambiental. En la arena polí-
tica nacional y estatal donde cada vez cuentan más los vo-
tos, no debe desdeñarse esta opción.
El papel de los investigadores en ciencias naturales, tradi-
cionalmente dedicados a la observación y experimentación,
está cada vez más ligado a la generación de políticas de uti-
lización de los recursos. Esto se debe principalmente a la
necesidad de llenar vacíos de acción, información y formu-
lación de políticas de protección de los recursos. Estos inves-
tigadores, al incursionar en el campo de dar forma a las
políticas ambientales, se han visto inmersos en la difícil are-
na política, han resultado blanco de críticas por «frenar» el
desarrollo en aras de la sustentabilidad ecológica y han sido
duramente juzgados por otros académicos por una supuesta
pérdida de objetividad (Myers y Reichert, 1997). Sin embar-
go, los programas políticos rara vez han considerado el pa-
pel de la investigación seria y de peso internacional, a pesar
de su impacto en la economía. El problema de los investiga-
dores desde la perspectiva de la administración pública, es
que sus dirigentes no son manipulables y su conducta es
autónoma de los intereses del gobierno (Miranda, 1999).
Esta situación ha puesto a la comunidad científica al mar-
gen de la toma de decisiones a pesar de su relevancia. Como
consecuencia, en Sonora como en el resto del país, son po-
cos los investigadores con sólida formación que participan
en la elaboración de políticas de desarrollo y protección de
los recursos naturales, reduciéndose su papel a la detección
y en algunos casos solución de problemáticas particulares.
A los investigadores no subordinados al gobierno no se les
toma como interlocutores, se les ve como antagonistas. Así,
la toma de decisiones de gobierno no aprovecha la capaci-
dad de éstos. Sus recomendaciones son una oportunidad
para sopesar las consecuencias de la definición de políticas
ambientales y evitar posteriores confrontaciones con organi-
zaciones mundiales, regionales y locales que activamente
promueven la preservación de los recursos naturales.
Los modelos tradicionales de desarrollo han demostrado
su ineficacia para preservar y mantener la productividad
ecológica sostenida y los servicios que los ecosistemas brin-
dan a la sociedad. Sin embargo, en la última década los es-
fuerzos de diversas dependencias federales, ONG y grupos
académicos de investigación y difusión han logrado cam-
bios tanto en las leyes que regulan el uso de los recursos na-
turales como en su aplicación. El papel de los gobiernos
estatales y municipales se ha mantenido muy reducido, pro-
moviendo la inversión y dando escasa importancia a la
protección de los recursos.
Quizá el punto clave en la apreciación de las problemáti-
cas ambientales y de su solución es que no existe una base
de conocimiento y práctica local que permita un manejo
sustentable de los recursos naturales. Hasta ahora, los es-
fuerzos por impulsar las carreras de ciencias naturales en
Sonora, se han visto siempre superados por las acciones de
aplicación tecnológica o administrativa. Esta situación
refleja fielmente la percepción de los inversionistas, las
estructuras de gobierno y el sector educativo, que aunque
preocupados por el creciente deterioro ambiental, siempre
han cedido en la aplicación de un presupuesto limitado por
considerar más inmediatas las aplicaciones técnicas o admi-
nistrativas. Esto ha conducido a la necesidad reiterada de
importar tecnologías, no sólo para incrementar la produc-
ción agrícola, ganadera y pesquera, sino también por ejem-
plo, para la disposición de desechos urbanos y de materiales
tóxicos, para la creación de reservas naturales y para el ma-
nejo del agua. Es crucial no depender de tecnologías impor-
tadas y apoyar la creación de cuadros de investigación que
indiquen las avenidas de preservación, uso y manejo de los
recursos naturales.
La más importante universidad del noroeste de México, la
Universidad de Sonora, ha tenido desde su fundación la in-
tención de crear una escuela de ciencias naturales. Sin em-
bargo, después de cincuenta años no han cristalizado estas
aspiraciones. Otras escuelas y centros de enseñanza superior
en el estado han tratado de subsanar esta deficiencia, pero
por los recortes presupuestales sólo cuentan con cuerpos do-
centes y de investigación débiles que a su vez producen
egresados con un bajo nivel de preparación. En consecuen-
cia, ha sido muy limitada su participación en la generación
de conocimiento original y en la proposición de nuevas al-
ternativas de uso de los recursos naturales. Es importante
impulsar programas de investigación básica a largo plazo
sobre fenómenos ecológicos a gran escala, promover la crea-
ción y facilitar la colaboración de grupos de alta calidad
académica con pertenencia a cuerpos colegiados nacionales
o internacionales. Estas acciones permitirían impulsar el
conocimiento de los ecosistemas locales, aportar soluciones
a problemáticas ecológicas regionales y preparar profesio-
nistas de alto nivel en ecología, manejo de recursos y biolo-
gía ambiental.
Los escenarios de cambio global muestran claramente
una tendencia a incrementos dramáticos en la temperatu-
ra de 1.2 a 3.4 grados centígrados dentro de cincuenta años,
y de más de 5 grados para el año 2080 para el noroeste de
México (WWF, 1999). De igual forma se predice hasta una
reducción del 30% en la precipitación pluvial en la región
sonorense. Es necesario entonces propiciar los estudios bási-
cos sobre las transformaciones ecológicas esperadas y refinar
las predicciones, o iniciar las acciones de cambio tecnológi-
co y económico para enfrentar los fenómenos de cambio
climático.
Ante un avanzado proceso de transferencia de las faculta-
des de protección ambiental de las entidades federales a las
del estado de Sonora, es indispensable implementar acciones
que conduzcan a una apropiada aplicación de programas de
educación ambiental, atención a las leyes ambientales,
ordenamiento territorial, valuación de los servicios de los
ecosistemas y establecimiento de reservas naturales. Sólo así
podremos mantener suavemente la suave Patria.
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