Você está na página 1de 18

Fenómenos transicionales en la clínica: Dispositivos grupales y uso

RESUMEN

El presente trabajo parte de la consideración de la caída de los lazos a nivel social, el


aumento de “fenómenos de desubjetivación” que verificamos en las consultas que llegan
al hospital público, y los efectos que lo antedicho produce en los profesionales, en
función de comenzar a pensar un abordaje posible.

A continuación se describen los usos espontáneos que estos pacientes hacen de los
espacios, tiempos y vínculos con el personal del hospital, así como los intentos de los
profesionales de abordar desde distintos dispositivos aquello a lo que se ven
confrontados. Los usos particulares que los pacientes hacen del hospital y los
dispositivos de abordaje que se implementan, responden a las características de lo
transicional. Además observamos como punto en común la necesidad de la presencia del
otro, tanto otros analistas como otros pacientes.

Se finaliza con algunas reflexiones que se desprenden de las observaciones y el recorrido


realizado.

Palabras Clave: Grupo – Transicional – Fenómenos de desubjetivación – Usos


particulares del hospital.

ABSTRACT

The following work departs from the idea of contempling the network's fall in a social
level, the increase of the phenomena of "de-subjetivation" that we verified in the consults
that the hospital receives and the effects this produces in the professionals, in order to
start thinking a possible boarding. In the next part we describe the spontaneous uses that
those pacients make of the hospital places, timings, and links with the personal; and the
professional´s attempts to board this with different devices. The particular uses that
pacients give to hospital and the boarding devices which are implemented, have
transitional characteristics and we take as a common point the necesary presence of the
'other', as much as other analysts as other pacients.

Finally, the work closes with some reflections that result from the observations and the
work done so far.

Key Words: Group – Transitional – “De-subjetivation” phenomena - Spontaneous uses of


the hospital

Fenómenos transicionales en la clínica: dispositivos grupales y uso

“La hospitalidad se ofrece, o no se ofrece, al extranjero, a lo extranjero, a lo ajeno, a lo


otro. Y lo otro, en la medida misma que es lo otro, nos cuestiona, nos pregunta. Nos
cuestiona en nuestros supuestos saberes, en nuestras certezas, en nuestras legalidades,
nos pregunta por ellas y así introduce la posibilidad de cierta separación dentro de
nosotros mismos, de nosotros para con nosotros. Introduce cierta cantidad de muerte,
de ausencia, de inquietud allí donde tal vez nunca nos habíamos preguntado o donde
hemos dejado ya de preguntarnos, allí donde tenemos la respuesta pronta, entera,
satisfecha, la respuesta, allí donde afirmamos nuestra seguridad, nuestro amparo.
Amparamos, pues a lo otro, al otro, lo alojamos hospitalariamente lo hospedamos y eso
otro ahora amparado por nosotros nos pregunta, nos confronta con ese ahora, nuestro
desamparo”1

“La desubjetivación en el marco social es creciente, y atraviesa al hospital como espacio


institucional público y gratuito, a los pacientes y a los profesionales”2.

Los fenómenos de desubjetivación son considerados en parte por relación a cambios en


la subjetividad, que exceden lo intrasubjetivo incidiendo en el plano familiar, comunitario-
barrial, e institucional.

Tomando lo que plantea Silvia Bleichmar, los cambios en la subjetividad, producidos en


estos años y en la Argentina actual, y los procesos severos de deconstrucción de la
subjetividad efecto de la desocupación, la marginalidad y la cosificación a las cuales ha
llevado la depredación económica, son indudablemente necesarios de explorar y de ser
puestos en el centro de nuestras preocupaciones cotidianas. Ellos invaden nuestra
práctica y acosan las teorías con las cuales nos manejamos cómodamente durante gran
parte del siglo pasado.

Estos cambios han sido nombrados “… como “cambios en la subjetividad", "procesos de


des-subjetivación y re-subjetivación", "subjetividad en riesgo", "deconstrucción de la
subjetividad", y son enunciados frecuentes que ponen de manifiesto la preocupación que
atraviesa a todos aquellos que nos encontramos confrontados a los efectos en el
psiquismo humano de las transformaciones operadas entre el fin del siglo XX y los
comienzos del XXI. Y esto es inevitable en razón de que la subjetividad está atravesada
por los modos históricos de representación por los cuales cada sociedad determina
aquello que considera necesario para la conformación de sujetos aptos para desplegarse
en su interior"3.

Con respecto a los pacientes que llegan a la consulta llamaremos fenómenos de


desubjetivación en la clínica a situaciones que presentan una particular afectación de la
relación de estos pacientes con el tiempo, el espacio, y la palabra como mediadora de la
acción, puede además aparecer el cuerpo afectado de diferentes maneras. A menudo se
correlacionan con estados afectivos de desesperación, angustia masiva o terror,
actuaciones, imposibilidad de tolerar la espera, y demandas masivas al otro.

El sujeto aparece momentáneamente incapacitado para disponer del orden simbólico, ya


sea como recurso a la palabra, como mediador de la acción, como orden pacificante de
la ley, como capacidad de nominación de lo que irrumpe en el aparato psíquico.

En términos de Winnicott, se pueden caracterizar estos fenómenos de desubjetivación


como rupturas en la continuidad psíquica. Suponemos que la subjetividad se constituye
como una continuidad de la experiencia posibilitada por el aporte del otro o de los otros
primordiales, lo que Winnicott llama ambiente facilitador, que atiende las necesidades
primordiales del individuo. En la medida en que haya rupturas en esta continuidad por las
cuales el individuo no constituya una experiencia, esto podrá manifestarse a través de
episodios de desubjetivación.

Cada vez con mayor frecuencia nos encontramos con dichas situaciones clínicas, que
son complejas y que suscitan o requieren una escucha y una respuesta terapéutica
singular. Hemos advertido que las condiciones que ofrece el hospital pueden constituir un
marco particularmente apto para su tratamiento.

Se trata de una parte de la población que llega a la consulta de una manera cada vez
más habitual y que presenta ciertas características particulares. Puede tratarse de una
forma específica de manifestación del padecimiento desde el inicio de la consulta o
irrumpir a lo largo del tratamiento. Puede estar asociada a problemas socio-económicos,
pero consideramos que esa variable no es la única que determina estos casos. Se trata
de presentaciones en acto que son  susceptibles  de ser leídas por los analistas, con lo
cual podrían encontrar un lugar de tratamiento posible, en un dispositivo adecuado.

Los usos particulares que observamos, son, por ejemplo: llegar mucho tiempo antes,
quedarse después de sus sesiones, permanecer en los distintos espacios de la
institución: pasillos, bar, etc., conversar con la secretaria, con el enfermero, interactuar
con otros pacientes.

Además observamos que muchos de estos casos no llegan, o solo lo hacen a través de
la indicación de la escuela en el caso de los niños, y a los padres de dichos niños que
suelen padecer los ya mencionados fenómenos de desubjetivación, les resulta dificultoso
realizar una consulta en el servicio de adultos, aún siendo derivados y acompañados
desde el servicio infanto-juvenil.

En cuanto a los usos particulares del hospital, las preguntas que nos iban surgiendo
giraban en torno al valor clínico de los mismos. Consideramos que esas preguntas se
inscriben en la lógica por la cual Freud, por ejemplo, postulaba el valor clínico de la
formación delirante: “Lo que nosotros consideramos la producción patológica, la
formación delirante, es, en realidad, el intento de restablecimiento, la reconstrucción.”4

En el mismo sentido, traemos el aporte de José Valeros: “El paciente tiene ya un diseño
de su cura e inversamente es trabajoso, penoso y poco útil que el analista trate de
imponer sus objetivos de curación”

Se podría pensar entonces que estos pacientes se dedican a infringir los usos y
costumbres de espacios, tiempos y roles del hospital, o más bien que hay algo en este
uso que ya implica un intento de restablecimiento. Y teniendo en cuenta que, "la
transferencia es un fenómeno que incluye juntos al sujeto y al psicoanalista"5, no
podemos dejar de pensar en este último, es decir, en nosotros mismos, que confrontados
con este tipo de consultas, en un número mayor al que es posible tolerar respecto a las
intensidades a las que nos vemos confrontados, verificamos en nosotros afectadas las
mismas coordenadas, tanto para los dispositivos de abordaje de pacientes como para
los espacios de formación y supervisión.

Esto nos llevó a ensayar nuevas modalidades, hubo varios intentos, algunos no se
sostuvieron en el tiempo y otros sí (que luego ampliaremos), pero la característica que
recorría a todos estos tanto del lado de los pacientes como de los analistas, era la
presencia del otro, como condición necesaria en la conformación y desarrollo de los
dispositivos.

Comenzamos a pensar que, si pudiéramos situar de qué forma singular opera ese uso
para cada paciente y cada analista, esos elementos en juego y su intelección serían
susceptibles de ser transformados en recursos terapéuticos, en el espíritu de lo
propuesto por Freud en “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica”: “Las variadas
formas de la enfermedad que tratamos no pueden tramitarse mediante una misma
técnica.6”

Estas consideraciones se vieron reforzadas por el hecho de verificar que el intento de


aplicar la interpretación a la manera clásica, en su indisoluble relación con la asociación
libre, no producía efectos, o directamente, producía efectos iatrogénicos (agravamiento
del cuadro, o expulsión directa o indirecta del paciente).

Advertimos que tanto los usos espontáneos que los pacientes hacen de los espacios del
hospital como los dispositivos que íbamos construyendo los profesionales, respondían a
las características que Winnicott define para lo transicional, que nos permiten introducir
una dimensión temporal y espacial particular (la del gerundio: el siendo, jugando, etc.) de
la constitución de la subjetividad, ahí donde no es posible dar cuenta de una lectura
sincrónica de una operación acabada. Esta articulación nos posibilita plantear algunos
elementos que nos parecen fundamentales para pensar las estrategias generales que
consideramos más adecuadas para el tratamiento de los fenómenos de desubjetivación.

La función principal del espacio y de los fenómenos transicionales, es dar la posibilidad


de habitar una zona neutral de experiencia que no será atacada.

Dicha zona, es una continuación directa de la zona de juego del niño. La zona intermedia
es necesaria para la iniciación de una relación entre el individuo y el universo. Para toda
ella es esencial la continuidad en el tiempo del ambiente emocional exterior y de
determinados elementos del medio físico, tales como el o los objetos transicionales.

Winnicott caracteriza lo transicional en la relación entre la madre y el bebé, lo cual nos


resulta pertinente para pensar los dispositivos:

A) El paciente y el espacio se encuentran fusionados e indiscriminados. La visión que el


paciente tiene del espacio es subjetiva y se trata de hacer real sólo lo que el paciente
está dispuesto a encontrar.

B) El espacio es repudiado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Esto depende de


que se le devuelva al individuo lo que él ofrece. Se trata de un "ir y venir", entre lo que el
paciente tiene la capacidad de encontrar, y alternativamente lo que el analista y el
espacio, son en sí mismos, a la espera de ser encontrados. Si esto es sostenido durante
un tiempo, el individuo experimenta cierta experiencia de omnipotencia. El individuo
gozará de experiencias que son una mezcla de la omnipotencia de los procesos
intrapsíquicos con su dominio de lo real. La confianza en el otro constituye un campo de
juego intermedio y pertenecen al Espacio Potencial, existente entre el individuo y el
ambiente.

C) Advendría luego la posibilidad de encontrarse solo en presencia de alguien.

El individuo, juega, crea o trabaja, sobre la base del supuesto de que el otro es digno de
confianza, se encuentra cerca y que seguirá estándolo, cuando se lo recuerde después
de haberlo olvidado. Se experimenta que dicha persona refleja lo que ocurre en el
espacio transicional.

D) El individuo permite una superposición de dos zonas de juego, de fenómenos


transicionales, y disfruta de ello. El contenido de los fenómenos transicionales no
importa, lo que interesa es el estado de casi alejamiento, afín a la concentración.
Constituye un espacio que no es posible abandonar con facilidad y en el que no se
admiten intrusiones.

E) Ese espacio no es una realidad psíquica interna. Se encuentra fuera del individuo, pero
no es el mundo exterior.

F) Los fenómenos transicionales comprometen al cuerpo, porque implican un hacer. Se


puede decir que los fenómenos transicionales, llegan a su propio punto de saturación
que corresponde a la capacidad para contener experiencias.

Trataremos de determinar las condiciones requeridas para disponer de un dispositivo


terapéutico para enfrentarnos a “formaciones no psiquisizadas correspondientes a zonas
extremadamente frágiles de la simbolización primaria, de la representación, de la imagen
del cuerpo y del componente narcisista de las identificaciones.”7

Bajo tales condiciones, el paciente experimenta como rasgo constante de su sufrimiento,


la imposibilidad de vivir y de elaborar una experiencia transicional.

Según R. Kaës “La transicionalidad es un principio de funcionamiento del aparato


psíquico en contacto con la intersubjetividad. El objeto transicional es transitorio, como la
experiencia de la ilusión que lo acompaña, la transicionalidad es un carácter constante de
la psiquis en su relación con sus límites. La categoría del “apres-coup” tiene un valor
esencial, tuvo lugar una separación que se elabora como ruptura en la continuidad
psíquica e intersubjetiva (tiempo, espacio, relaciones) y ella revela que un estado anterior
de unión fue sustituido por un estado experimentado como exterioridad y separación,
con la incertidumbre de una nueva separación y esperando una nueva unión.”

La condición principal para la instauración de la transicionalidad es un encuadre firme y


móvil, que suscite y contenga los procesos necesarios para la elaboración de las rupturas
críticas.

Se trata de reorganizar la situación analítica de modo que permita en el paciente el


restablecimiento de un área de ilusión. Hace falta también realizar un inventario con los
acondicionamientos del encuadre y de la técnica analítica: acomodar el espacio, el
tiempo, y la materialización del área de los fenómenos transicionales.

Los dispositivos

A continuación presentaremos un recorte de tres dispositivos grupales que perduraron en


el tiempo, en tanto evidencian la impronta de lo transicional, como dimensión que les da
existencia y permite su implementación.

Los dos dispositivos con pacientes fueron desarrollados en el Centro de Salud Mental
N°3, Dr. A. Ameghino, entre los años 2007 y 2011. Durante los mismos años se llevó a
cabo, el grupo de formación, conformado principalmente por profesionales del: Hospital
Zubizarreta, Frente de Artistas del Borda, Ameghino, entre otros.

Taller de juego8

Concurren al taller niños en los que el juego se encuentra obturado, y con escasa
posibilidad de armar alguna secuencia lúdica.

En los inicios el taller comenzó como teatro de títeres. Devino luego en taller de juegos
con títeres, dado que observamos la dificultad de los pacientes en poder sostener una
sola actividad durante un lapso prolongado de tiempo y realizar pequeñas
escenificaciones. Para ello tuvimos que trabajar la constitución del cuerpo que aparecía
en exceso, en forma de desborde, golpes y gritos. Solo después de un recorrido de
trabajo con este desborde pulsional, fuimos logrando que sean posibles las
escenificaciones con títeres, que quedaron solo para el cierre de cada encuentro.

En este punto y en presencia de una modalidad de la transferencia que era desconocida


para nosotros, nos encontramos pensando lo que sucedía ahí, nuestro lugar en la
transferencia y cómo intervenir. Pensamos que “el juego se va armando también en
nuestra capacidad de jugar, es allí donde se juega nuestra intervención analítica”9.

Entendemos el taller como un lugar donde el jugar pueda ser alojado, en pos de restaurar
algo de la escena de la infancia suspendida en estos niños, en tanto consideramos que el
juego es la forma de manifestación subjetiva del infante.

El taller implica un hacer con otros, a partir de una tarea compartida, posibilitando
transitar desde lo singular a lo colectivo y viceversa. La transferencia se halla lateralizada
entre varios: varios analistas, varios pacientes, varios objetos.

El dispositivo, pensado como espacio transicional, propicia la separación paulatina del


niño de su seno familiar para poder dirigirse a jugar con otros niños. Artificio que permite
la creación de recursos para el lazo social.

En ciertos momentos aparecían madres que manifestaban “dificultades” para traer a su


hijo al taller, ya que en este espacio “los niños solo vienen a jugar”, siendo por lo tanto un
espacio prescindible, una pérdida de tiempo. Podríamos pensar, cómo opera allí el
discurso capitalista, para el cual el jugar es una actividad improductiva, en tanto sus
producciones subjetivas no son mercancías que puedan entrar en la cadena de
consumo.

Para nuestra sorpresa fueron los niños mismos quienes denunciaban las resistencias
maternas, defendiendo su continuidad en el espacio, bajo un rotundo “quiero venir al
taller”.

Se va armando una secuencia que contiene y regula el espacio grupal, ceñido a un


comienzo donde todos los participantes, incluidos los coordinadores, dibujábamos en el
mismo afiche, espacio indiferenciado, a partir del cual, progresivamente y a lo largo del
tiempo, van apareciendo diferencias, que apuntaban a la construcción de un lugar
singular posible. Este recorrido no era sin dificultades, del tipo de mirar y ocuparse más
del dibujo del otro, hacerle tachaduras, sin poder abocarse a la producción propia.

Entre el comienzo y el cierre, se llevan a cabo aquellos juegos que por votación son
elegidos, o bien alguno que se proponga desde la coordinación. Al momento del cierre,
usamos los títeres.

Los juegos que fueron sometidos a votación son: la brujita de los colores, el “pato-ñato“,
embocar en el afiche, el teléfono descompuesto, el laberinto, el colectivo, el juego de las
estatuas, pases con la pelota, luego también el fútbol, el desfile y las carreras.

Nuestra intervención como talleristas “es prestarse al ‘dale que’ que el chico propone,
generando condiciones para que el juego continúe” 10.

Relataremos algunos fragmentos clínicos, en los cuales algo del desborde pulsional se
pudo ir acotando a partir de la construcción de un juego, comenzando por momentos de
indiferenciación apuntando cuando fuese posible a escenas lúdicas que permitiesen
instaurar una diferenciación.

En los primeros encuentros ocurría que un niño comenzaba a “revolear” crayones. El


resto de los integrantes terminaba revoleando también, tomando el desborde pulsional un
primer plano en la escena grupal. Intervenimos en principio proponiendo otros juegos, sin
éxito alguno. Es a partir de alojar esta descarga que conseguimos convertir la lluvia de
crayones que funcionaban al estilo misil, en un juego de arrojar piedras al lago. Escena
lúdica que genera dos espacios: adentro-afuera del lago y un ordenamiento por turnos.

Un día de taller jugando a la brujita de los colores, el juego no termina de armarse como
tal, en tanto se produce un despliegue corporal donde hay pura mostración al otro,
exceso de mirada y seducción que toma por completo la escena grupal entrando en esa
sintonía todos los integrantes.

A veces se trata de que el juego continúe y otras veces sólo se trata de que un juego que
no se puede jugar entre en circulación.

Proponemos la realización de “un desfile” delimitando una pasarela, un recorrido posible


y los turnos. Una de las niñas propone pasar de a dos y de la mano. Se conforma una
escena bajo un tiempo y espacio ficcional en el que el coqueteo queda enmarcado a la
pasarela: sólo los que desfilan coquetean. Uno de los niños propone incluir la voz, y en
“cada pasada” cada uno elige qué canción cantar.

El alojar estas situaciones del mundo adulto y brindarles un marco ficcional permite que
la sexualidad adulta quede velada, recordemos que los niños aún no tienen los recursos
necesarios para poder responder a un acto sexual. “La falta de velo frente a la sexualidad
y la muerte deja al niño excluido de su escena de infancia”11

Propiciar el armado de escenas de juego, es de vital importancia en la constitución


subjetiva de un niño, en tanto “que aquello que no pasa por el jugar, o bien, no se cumple
como operación, o se pseudoefectiviza, (en el modo del falso self, por ejemplo, o del
pensamiento operatorio, etc.)”12

Nos interroga cómo en el taller algo de “lo real que no cesa de no inscribirse”13 lleva a la
repetición de juegos y escenas una y otra vez. Se fue posibilitando que estas escenas se
deslizaran a otras, dando lugar a pequeñas variaciones en algunos juegos, permitiendo
que los niños pudieran poner su cuerpo al servicio del jugar. Algo del juego regulado
permitió el uso de los títeres a favor de pequeñas escenificaciones, en algunos casos
compartidas.

Este recorrido nos permitió ir ubicando los efectos terapéuticos del dispositivo en sí
mismo, otorgándole un estatuto clínico al taller de juego propiamente dicho.

Grupos de verano14

Los grupos de verano se originan como respuesta a la necesidad institucional que se


plantea frente al éxodo vacacional de los profesionales, quienes indican a los pacientes
que durante su ausencia concurran a dicho grupo, inaugurando un ‘tiempo de espera’,
hasta tanto se retome el tratamiento individual. De modo que el dispositivo funciona, en
principio, como espacio de apuntalamiento (también para los analistas) para los
pacientes, en quienes se ve agudizada la fragilidad de recursos psíquicos y la
precariedad en los vínculos.

Es a partir entonces de esta discontinuad temporal, que se habilita la posibilidad de


realizar nuevos usos de los espacios en el hospital, dando lugar a la ocasión de nuevos
encuentros, facilitado por la gran vacante que el verano genera. La función de un espacio
en arquitectura no es más que una asignación momentánea. El uso cualifica el espacio y
no a la inversa15.

Advertimos cómo lo grupal ingresa en la institución por estos espacios intersticiales que
se hacen visibles durante el verano. Se constituyen en una oportunidad para los
pacientes de transitar por un dispositivo grupal, experiencia que observamos excede la
sola espera de la reanudación del tratamiento individual.

Entendemos que hacer más habitable el hospital para estos pacientes, a partir de la
construcción de nuevos espacios, dispositivos, colabora con los procesos de
subjetivación de dichos pacientes. En palabras de Heidegger, “El habitar es el  rasgo
fundamental del ser, según el cual son los mortales (…) “Construir y pensar son siempre,
cada uno a su manera, ineludibles para el habitar”16.

Los grupos de verano se caracterizan por presentar un encuadre de particular flexibilidad,


muy distinto al que opera en los grupos terapéuticos que funcionan durante el año. Se
caracterizan por: un período de duración acotado, enero y febrero; el comienzo es abierto
pero el cierre está prefijado; la frecuencia es libre, es decir que no hay número límite de
ausencias sin aviso; los pacientes que concurren, son derivados por los terapeutas a
cargo de sus tratamientos; no hay número mínimo ni máximo de pacientes y el equipo
terapéutico puede variar sus integrantes como también las funciones.

Estos grupos se proponen como un espacio que busca contener la angustia que emerge
en esta época particular del año. Sin embargo, observamos que una vez dispuesta la
situación grupal se despliega un juego de identificaciones de los pacientes entre sí, como
con los terapeutas, donde no se puede evitar la movilización de los grupos internos17 de
cada paciente. Da cuenta de ello, los efectos que observamos en los pacientes, que al
terminar esta experiencia expresan sus deseos de continuar durante el año en un
dispositivo grupal, manifestando al grupo cómo se sintieron escuchados, a pesar o
justamente por la pluralidad de integrantes.

Tal como señala Kaës: “Las transferencias laterales son el régimen normal de las
situaciones de grupo. (…) Es un lugar de emergencia de configuraciones particulares de
la transferencia”18.

En el transcurso de los encuentros y a pesar de la movilidad en los participantes que


asisten, observamos que cada uno va encontrando en el grupo un lugar donde compartir
situaciones propias de mayor intimidad. A pesar de que Amanda tenía resistencia a
participar de un grupo, termina relatando el suicidio de su sobrino, movilizada por una
metáfora sobre trenes de la cual se hizo eco el grupo.

Asimismo, fuimos advirtiendo que aparecían ciertas variaciones en el momento de


presentación de cada paciente. Por ejemplo, María, que en los primeros momentos se
centró fuertemente en su rotulo de mujer golpeada, pudo más tarde encontrar otros
matices para hablar de sí misma.

Este tipo de encuadre, permite que cada participante pueda apropiarse del espacio
según su singularidad. Un tipo de encuadre que se ajusta a las posibilidades tanto de
pacientes como del equipo terapéutico.

La existencia en sí misma de este espacio produce efectos, ya que supone para los
pacientes en principio un lugar donde encontrarse con otros, donde son esperados y
alojados. Así, este encuadre logra desempeñar su función de apuntalamiento en tanto
soporte que habilita un espacio transicional desde donde atravesar de otra manera el
verano.

Podría decirse entonces que las operaciones que se producen en el grupo de verano
exceden ampliamente el supuesto de que se trata solo de un simple pasaje, que sólo
busca contener la angustia emergente durante el verano.

Grupo de formación

Se trata de un espacio donde trabajamos desde los problemas que van surgiendo en la
clínica, y no a partir de conceptos teóricos que busquen profundizar un autor en
particular. Empleamos distintas herramientas para pensar el asunto en cuestión. Desde
categorías teóricas, películas, melodías, música, pintura, poesía, así como experiencias
clínicas en diversos campos de intervención.

Es decir, incluimos distintos soportes que nos permitan acercarnos a pensar la


complejidad de los problemas que vamos planteando, en sus múltiples dimensiones,
orientándonos también por la afectación que en cada uno disparan los encuentros y las
derivas que van surgiendo. Esta afectación, contempla la presencia de la imagen, el
sonido, textos y escritura, recuerdos, experiencias de vida, grupales, institucionales,
académicas, etc. en la conformación misma del material de trabajo, y no solo lo que el
paciente hizo o dijo en sesión. Dando lugar a la afectación no solo de quién trajo la
situación problema, sino de cada uno de los presentes y de la resonancia grupal.

Nos encontramos con lo novedoso de una modalidad donde éramos partícipes activos y
no meros testigos de ‘una supervisión grupal’, como habitualmente se realizan.

Tal como mencionamos anteriormente, Winnicott dice que un análisis se da en la


superposición de la zona de juego entre paciente y analista, donde es el analista quién
siendo parte del juego debe poder entrar y salir, hacer una lectura de los obstáculos en
función de propiciar que el juego continúe. Es en este sentido que el coordinador,
favoreció la construcción de una zona de juego en común, contemplando la
conformación grupal del espacio. Un coordinador que se entregaba al juego como uno
más, desde un posicionamiento que se corre del lugar de ‘sujeto supuesto saber’19, pero
advertido de cierta distancia necesaria para señalar y relanzar la producción colectiva
grupal.

Al inicio del grupo no teníamos un programa trazado de antemano, ni estaba definido


como espacio de supervisión, ni como grupo de estudio, en los términos clásicos
conocidos por nosotros. Algo de la indiferenciación de este espacio permitía la aparición
de la creatividad respecto a los modos de acercarnos al objeto de estudio. Por ejemplo,
sin saber por momentos si se había tratado de la supervisión de un paciente niño o de la
reflexión sobre las condiciones de la niñez en esta época, a partir de la resonancia grupal
sobre las propias categorías de infancia que cada uno porta.

Asimismo la posibilidad de poner en juego esta indiferenciación y poder tolerarla,


permitió que cada uno fuera encontrando un lugar propio en este espacio, siendo de gran
valor no sólo lo que se producía allí sino también lo que a cada uno le posibilitaba
desplegar afuera.

Reconocemos allí la cualidad de lo transicional, que contempla el uso singular que cada
uno pueda hacer del espacio, a partir de una clara propuesta: trazar un recorrido mientras
lo vamos recorriendo.

Es decir, se priorizaba una lectura de lo que se iba produciendo en el devenir grupal del
espacio, buscando construir problemáticas en relación a la subjetividad, sus posibles
definiciones, bajo qué categorías hacer una lectura, antes que anticiparnos a encontrar
soluciones, el intento de abordar problemas pos-modernos revisando nuestras
herramientas teórico-clínicas. Por ejemplo, la construcción de la problemática que
supone las condiciones actuales de vida en la ciudad, y que atraviesa tanto lo personal
como la práctica clínica de cada uno.

Trabajamos desde una concepción de ‘la clínica’, que excede al abordaje individual del
consultorio. Entendemos que la práctica clínica, puede ejercerse en distintos ámbitos de
intervención: familiar, grupal, vincular, social y comunitario, y que tiene más que ver con
un posicionamiento analítico sea cual sea el campo en que se desarrolle la práctica.

Siguiendo a Ulloa, y desde esta actitud clínica ampliada, entendemos que “(…) una
situación pasa de ser social a ser clínica, no tanto en función de algún instrumental
visible, sino por la actitud, diría la presencia de este operador, eje del método”20

Ulloa define la abstinencia como una actitud no indolente, no es tarea de supresión o


purificación, sino que se afecta como tarea al estar afectado, involucrado, para
perfeccionar la acción clínica.

Conclusiones

Pensando en el recorrido realizado a través de los distintos dispositivos trabajados,


podemos dar cuenta de algunas ideas que han sido rectoras de nuestra práctica, que
sólo luego de estas experiencias nos es posible explicitar.

Una de las principales es que el inconsciente es complejo y polifacético, y por lo tanto no


hay dispositivo clínico ni teórico que pueda abordarlo en su totalidad, ni que pueda
actualizar transferencialmente todas sus facetas. De manera que, el armado de un
dispositivo que tenga en cuenta la singularidad de cada paciente, deberá considerar los
registros de presencia y ausencia necesarios para no interrumpir el diseño de la cura que
el paciente trae dentro de sí.

Por presencia / ausencia podemos pensar:

Por citar solo un ejemplo: ¿Cuántas veces un adolescente puede empezar a “procesar”
alguna cuestión dolorosa sólo a partir de haber podido preguntarle algo a sus padres en
una entrevista vincular?

Esto implica una segunda idea, la simbolización no se produce sólo en ausencia, lo que
nos lleva a enunciar una de las marcadas tendencias clínicas que circula en nuestro
medio: la extrapolación de la cita de Hegel “La palabra mata a la cosa”, que es una
reflexión de la filosofía sobre el lenguaje, y que por lo tanto dice de una propiedad de lo
simbólico “descarnado” (lo simbólico como dimensión pura); hacia el campo de la clínica
psicoanalítica. Es un trasponer directamente una propiedad de lo simbólico como
registro, a lo simbólico en una persona, donde dicha dimensión es siempre más o menos
precaria, limitada y modificada por otras dimensiones con las que interactúa. De esto
resulta que aquellos pacientes que no establecen una transferencia simbólica, que pueda
ser trabajada en ausencia, y que tampoco son psicóticos, muchas veces son expulsados
por inanalizables.

Lo que a su vez nos lleva a una tercera idea: es aquella que Winnicott desarrolla en “El
miedo al derrumbe”: hay hechos vividos por el paciente, que no llegaron a constituir una
vivencia que haya podido ser experimentada, por lo que la única manera de recordarlos,
es actuándolos. Esto implica repensar el acto en psicoanálisis. Circula en nuestro medio
que cuando el paciente actúa en vez de asociar libremente, se trata, o de un error del
analista, o de una imposibilidad del paciente. Winnicott demuestra que muchas veces, se
trata de que el análisis está “funcionando” acorde a la modalidad posible y necesaria
para ese paciente.

La posibilidad de poner nuestra creatividad en juego a la hora de pensar dispositivos


adecuados, depende también de que podamos pensar cuales son los supuestos clínicos
que nos habitan, muchas veces no del todo explicitados y pensados en sus
consecuencias, lo que entorpece nuestra práctica y nuestra formación.

Retomando la reflexión sobre nuestra formación, en general, el saber proviene de quien


supervisa o enseña. El que aprende presenta el material a supervisar o las preguntas en
relación a los textos, y recibe de quien coordina. Los compañeros en los grupos de
supervisión aportan alguna que otra pregunta, pero usualmente son “testigos” del
proceso entre supervisor y supervisado. Esta es una forma valiosa de aprendizaje que
todos hemos experimentado.

En el dispositivo de co-visión, ese funcionamiento está invertido: si no hay nadie a quien


necesariamente suponerle un saber, el saber se le supone al trabajo grupal, y no a una
persona en particular. Queda indeterminado el autor del saber producido, más bien el
autor fue ese encuentro, en ese grupo. Esta modalidad también es empleada en el arte,
por ejemplo en la composición de obras musicales por más de una persona.

Una cuarta idea: el inconsciente entonces, no está localizado sólo en el individuo. Nasio
plantea que el aparato psíquico es lo que se arma entre analista y paciente. Kaës habla
de dimensiones del inconsciente grupales, vinculares, institucionales y
transgeneracionales, así como del espacio onírico compartido. Esto nos hace partícipes
de un modo mucho más profundo de los dispositivos en los que trabajamos y de los
pacientes que son parte de ellos.

Lo grupal, lo corporal22 y la regresión a la dependencia23 son los tres modos principales


de presencia en los dispositivos terapéuticos, y por lo tanto son los que permiten que
“aparezcan zonas alejadas” del “inconsciente hegemónico”. Descentran nuestras
lecturas de lo que consideramos posible y lo que no para un paciente, modifican
nuestras categorías nosológicas.

Cuando un dispositivo parece estar detenido en su trabajo, puede deberse a una


resistencia del paciente, a una resistencia del analista, o simplemente a que hace falta
saber esperar. Pero también puede deberse a que es necesario modificar algo del
dispositivo en los términos de presencia / ausencia mencionados. El trabajo con
pacientes que constituyen casos limítrofes para el psicoanálisis individual clásico, y/o
para un analista en particular, permite explorar estos nuevos territorios. Cuando
pensamos en casos limítrofes, estamos refiriéndonos a lo que Roussillón llama situación
fronteriza: designa ciertas coyunturas transferenciales que llevan el análisis de la
organización transferencial a su límite, que “calientan al rojo” las condiciones –
precondiciones de la práctica psicoanalítica, obligándolas así a explicitarse de una
manera más completa.

“La analizabilidad no puede ser tenida por un “en sí”; depende en parte de las
características propias del analista y, por lo tanto, de la dinámica transfero-
contratransferencial que se establece. Depende también de las concepciones técnicas
del analista, de su "teoría” de la práctica, del tipo de marco interno que utiliza, y por lo
tanto de aquel aspecto de su contratransferencia que se ve comprometido en cada una
de estas cuestiones”24. Nosotros agregaríamos la consideración de qué dispositivo se
instrumenta para abordar cada situación.

En el caso del taller de juegos ya descrito, y a partir de observar las dificultades del
dispositivo para producir alguna modificación en la fusión madre-hijo, que presentaban
algunos niños, es que pensamos en introducir una variación en el eje presencia/ausencia
del taller. Para esto, se nos ocurrió la creación de un espacio de juego conjunto donde
participen los niños y alternativamente sus padres.

Retomando lo desarrollado sobre el uso particular que los pacientes que padecen
fenómenos de desubjetivación hacen de la institución, podemos pensar que esto
convierte al hospital en un amplio “espacio intermedio”, en el sentido de no sólo ser parte
del mundo de la realidad externa, ni exclusivamente del mundo interno. Advertimos que
existe en estos casos, una necesidad y una posibilidad de transitar y habitar ese espacio
intermedio.

De allí afirmamos la pertinencia de aplicar el concepto de “espacio y fenómenos


transicionales” a estas situaciones.

Consideramos al Hospital Público como una institución propicia para la configuración de


lo transicional en la medida que se presenta como una “zona de no exigencia” (D. W.
Winnicott) a partir de sus características principales:

La gratuidad del tratamiento: no hay exigencias de índole económico, lo cual supone que
puedan solicitar asistencia tanto pacientes que no cuentan con dinero como aquellos que
no puedan disponer de él.

Lo Público: cualquier ciudadano que requiera atención ambulatoria en salud mental
puede solicitar su servicio.


Tiempo: el centro de salud mental ofrece una amplitud horaria que permite que los
pacientes puedan concurrir al mismo, de serles necesario, fuera de su día y horario
habitual de atención.


Normas relativas al tratamiento: si bien los tratamientos están regulados normativamente,


existe la posibilidad de que se produzca alguna modificación, en función de objetivos
terapéuticos.


Diversidad de personas y roles: además de los profesionales tratantes, la institución está


habitada por diferentes actores (profesionales y no profesionales) que en algunas
ocasiones pueden conformar una red que trasciende el vínculo terapéutico paciente-
analista.


La conformación como zona de no exigencia también estará facilitada en la medida en


que se generen dispositivos de abordaje, que contemplen estos usos espontáneos que
los pacientes hacen del hospital, tal como lo muestran:

- El taller de juego, en cuanto a la apropiación del espacio que hicieron los niños.

-El grupo de verano, respecto a la flexibilidad de la normas de funcionamiento que


permitieron que pacientes y analistas hagan uso de un dispositivo grupal.

- El grupo de formación, en cuanto a su función de sostén desde la no exigencia de


modos únicos, y el favorecer la coexistencia de lo múltiple, propició el enriquecimiento de
nuestra clínica.

Uno de los intereses de este trabajo, es el de realizar un aporte al necesario debate e


intercambio teórico-clínico acerca de las dificultades que presentan los fenómenos de
desubjetivación y contribuir a su abordaje.

Incluir en la estrategia de los tratamientos, aquello que se presenta como la utilización


particular de la institución, permitiría transformarla en recurso terapéutico.

BIBLIOGRAFÍA

Bleichmar, S.: "Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis". Rev.


Topía N° 40.


Bonardi, V. y Argento, A.: “Taller de juego: una producción colectiva”. Trabajo presentado
en Jornadas Ameghino 2010.


Freud, S.: Obras Completas Tomo XII. Amorrortu Editores.


Freud, S.: Obras Completas Tomo XVII. Amorrortu Editores.


Heidegger, M.:”Conferencias y artículos” Capítulo sexto. Ediciones del Serbal.


Kaës, R. “Un singular plural. El psicoanálisis ante la prueba del grupo”. Amorrortu
Editores.


Kaës, R.: “Observaciones acerca de las nociones de análisis transicional, intermediario y


transicionalidad”. AEAPG.


Lacan, J.: Seminario XI. Editorial Paidós.


Lacan, J.: Escritos Tomo II. La dirección de la cura y los principios de su poder. Siglo XXI
editores. 2° Edición revisada.


Lacan, J.: Seminario XX. Editorial Paidós.


Nasio, J.: “El placer de leer a Lacan: 1. El fantasma”. Editorial Gedisa.


Prerovsky, N. y Argento, A.: “Grupos de verano: una experiencia posible”. Trabajo


presentado en Jornadas de profesionales de la salud mental en formación. Amaicha del
Valle. Tucumán. 2011.


Rodríguez, M. y Peláez, C.: “Un niño se ha perdido”. Psicoanálisis y el Hospital Revista


Nro. 17: Clínica del desamparo.

Rodulfo, R.: “Clínica psicoanalítica en niños y adolescentes. Una introducción”. 3ra
Edición. Lugar Editorial.


Rozental, A.: “El juego, historia de chicos. Función y eficacia del juego en la cura”.
Editorial Novedades Educativa.


Segoviano, M.: Prólogo al libro “La Hospitalidad” de Derrida J. Ediciones de la Flor.


Ulloa, F.: Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Editorial Paidós.


Valeros, J. “El jugar del analista”.


Virilio, P.: “La inseguridad del territorio”. Editorial La Marca.


Winnicott, D.: “Exploraciones psicoanalíticas I”. Editorial Paidós.


Winnicott, D.: “Realidad y juego”. Editorial Gedisa.


Você também pode gostar