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Hace más de mil años arriba en el cielo, el sol y la luna se

conocieron, como una nova de muchos colores, así se sintió el


primer vistazo. El sol en su esplendor, ardiente y seguro, sin
pena alguna lanzó destellos que llegaron hasta ella, con
timidez eterna, la Luna aceptó salir con él en una cita primera.
Hablaron de lo que existe y aún no se ha inventado, del
cosmos y sus allegados, se contaron de su presente, futuro y
pasado; del infinito y el finito de su estado y así, en su charla,
se contentaron, se sintieron amenos…se gustaron, decidieron
seguir juntándose; con eclipses y rayos lo manifestaron.

De esta manera, los astros regentes se enamoraron, con cada


vuelta a la órbita en la que estaban. La luna se sintió iluminada,
protegida y cálida, mientras que el Sol se sintió amado, feliz y
adorado. El tiempo pasó y estos dos, juntaron sus cuerpos,
formando el mayor eclipse en ese hemisferio de la vía láctea,
en este mágico encuentro, el amor se creó en forma de un
beso y también de este suceso, nacieron estrellas, de aquella
coalición del frío y brasas. Diez fueron las estrellas, que
surgieron después del frenesí de los astros aquellos.

En armonía vivieron todos ellos, por más de 5 milenios, felices


arriba con brillos y armonía. Las estrellas crecieron, haciéndose
entonces constelaciones de ensueño. Su madre, la luna,
envejecía con el tiempo. Cáncer era el nombre de aquella que
parecía de plata, que en las noches desde la tierra, se veía
iluminada, no por sí misma si no por aquél, que una noche le
entregó un anillo como sello de amor fiel. Y tal fue el cariño,
que rebozó, llenando también a sus hijos de toda la
predilección, entendiendo estos, que la fuerza del amor, no se
compara con ninguna aquella.

El padre de todos, el sol, respeto y cariño al resto repartió,


alumbrándolos a todos con mucho fervor, para que nunca pase
frío en el oscuro firmamento. Y así el tiempo pasó, hasta que
un día, finalmente, la vejez lo consumió y entonces aquel,
creció y creció, a la vista de sus amados que alguna vez
protegió, llenándose tanto de mucha pasión, que el combustible
del mismo se desmoronó, desvaneciéndose en el cielo y
apagándose flemáticamente al son de una canción. La luna y
sus hijos quebraron en llanto, al ver a su padre, irse con el aire,
con mucho respeto lo veneraron y honraron al que algún día
fue su luz y amparo.

Poco a poco, todas aquellas, que amaron a la luna y a la tierra,


se fueron esparciendo por el cosmos, abandonando su hogar y
dejando a su madre. Cáncer veía como el brillo de sus hijas las
estrellas, se alejaba de ella, quedando cada vez más sola y
desprotegida, sin el calor de su amante que la mantenía con
vida. De esta manera, el cielo se vistió de negro un día,
dejándola sola con una sola vida, todos sus hijos partieron en
definitiva, exceptuando a uno que la amaba más que a su
propia vida.

Piscis, la más pequeña de las constelaciones, la última luz que


brilló en su vientre en el pasado de amores, se quedó con su
madre después de que todas, se fueron sin darle siquiera
explicaciones. La tenue luz de la constelación, acompañó a su
madre ante tal situación, ya vieja la luna le agradeció, por no
desampararla con mucha emoción. Los cráteres de Cáncer,
arrugados estaban, secos y fríos por tan larga vida de mucha
devoción. —Te amo, mi vida— ésta profesó, viendo a los ojos,
de la pequeña estrella que en su lecho se encontraba. —Y aún
a todas tus hermanas, que alguna vez, mi vientre gestó—
Piscis, una sonrisa manifestó, abrazando el frío caparazón de
su madre aquella noche y de fondo una canción, esa que
aquella, amaba con exaltación. Y en medio del abrazo, la luna
finalmente falleció, dejando a la estrella sola en la habitación.

Desamparada la estrella, a su madre enterró, aun cuando


nueve luces tendrían que haber estado en tal situación. Ella
buscó en su corazón, pero no había nada de rencor, encontró
sentimientos tales como el amor, los que su madre le había
dejado de regalo al partir hacía un nuevo sol.

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