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Estas palabras del demócrata Paul Kanjorski, que presidía el comité del
mercado de capitales en el Congreso de EE UU, son muy útiles para recordar
el ambiente apocalíptico que se vivía hace ahora una década, a raíz de la
quiebra del gigantesco banco de inversión Lehman Brothers, después de que
fracasasen todos los intentos de las autoridades americanas de vendérselo a
alguien. Cuando el secretario del Tesoro Henry Paulson intentó endosárselo
al británico Barclays Bank, su colega de Reino Unido le respondió: “No
queremos importar vuestro cáncer”.
Algunos textos (10 años de crisis. Hacia un control ciudadano de las finanzas,
editado por ATTAC) defienden que la Gran Recesión todavía no ha acabado,
aunque el mundo haya vuelto a una etapa de crecimiento económico y de
reducción de las tasas de paro, sino que se ha producido una mutación
silente de la misma y una metástasis de sus efectos negativos más
estructurales como son la precarización de la vida y los mercados de
trabajo (El precariado. Una nueva clase social, de Guy Standing, o Chavs. La
demonización de la clase obrera, de Owen Jones) y la desigualdad, con la
emergencia de una serie de estudios científicos que han situado esta
característica central de la economía capitalista en el frontispicio de sus
deficiencias (por ejemplo, El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty,
o Desigualdad mundial y Los que tienen y los que no tienen, de Branko
Milanovic). La mixtura permanente y su retroalimentación entre la
precariedad y la desigualdad ha sido desarrollada por Oliver Nachtwey (La
sociedad del descenso), entre otros. Durante la Gran Recesión se ha
expandido, como en pocos momentos de la historia contemporánea, una
redistribución a la inversa de las rentas, la riqueza y el poder de los
ciudadanos.
Una gran polémica ideológica permea estos años en el mundo de las ciencias
sociales: la que divide a los economistas de agua dulce (los ortodoxos,
neoclásicos, neoliberales, o como quiera denominárseles) y a los
economistas de agua salada (keynesianos, progresistas, socialdemócratas…),
que discuten las causas de que los primeros, dominantes en la academia y en
la política, no fueron capaces de prever la llegada de la crisis y cómo
tuvieron que abandonar sus opciones y recuperar las lecciones del
keynesianismo con el fin de superar los más lacerantes
desequilibrios (Pasado y presente. De la Gran Depresión del siglo XX a la Gran
Recesión del siglo XXI, editado por Pablo Martín-Aceña). Durante la última
década hubo de ampliarse irremediablemente el marco cognitivo neoliberal,
hegemónico en la práctica política desde los años ochenta del siglo pasado,
operando el sistema en muchos momentos como una suerte de capitalismo
de Estado (Austeridad. Historia de una idea peligrosa, de Mark Blyth). Por
primera vez se trataba de una crisis de la que no podía culpabilizarse a la
periferia, sino que nació y se expandió desde el corazón del
capitalismo (Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera, de
Carmen Reinhard y Kenneth Rogoff). Durante las tres últimas décadas, la
revolución conservadora había aleccionado al mundo bajo el principio
teórico de que “el mercado lo solucionaría todo”. Pero Wall Street se hundía
y algunos inversores se tiraban de cabeza al asfalto, por lo que se arrojó a la
basura tal idea y se instrumentó la más formidable intervención con dinero
público de la que se tiene memoria. El célebre “consenso de Washington”
(disciplina fiscal y monetaria) no dejaba de ser una piadosa jaculatoria de
los teóricos sin contacto con la realidad. El problema no era, como habían
dicho, de Gobiernos grandes, de ogros filantrópicos, sino de Ejecutivos
débiles, demediados. Sin los instrumentos regulatorios adecuados ante la
magnitud de las dificultades.
Austeridad. Historia de una idea peligrosa. Mark Blyth. Editorial Crítica, 2014.
El precariado. Una nueva clase social. Guy Standing. Pasado y Presente, 2014.
Los que tienen y los que no tienen. Branko Milanovic. Alianza Editorial, 2012.
Por qué fracasan los países. Daron Acemoglu y James Robinson. Deusto, 2012.
Los límites del crecimiento: 30 años después. Donella Meadows, Jorgen Randers y
Dennis Meadows. Galaxia Gutenberg, 2006.