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Como señala Hatzfeld en las obras barrocas la vida es un teatro que tiene a Dios por
director de escena y los personajes no saben muy bien cómo terminará la obra (1973), lo que
puede significar que la vida es un juego de apariencias sin verdades absolutas, sin certezas que
nos aseguren algún resultado, en donde podemos transformar y actuar nuestras vidas como
queramos, pudiendo interpretar personajes sin fin reinventando la vida, sin saber bien que
resultará de aquello.
Pues bien, esta filosofía es ciertamente bien expresada por la novela de Cervantes, como
bien señala Stelio Cro, en donde existen historias contadas por los personajes dentro de la
historia principal que nos muestra al caballero y a su escudero recorriendo la mancha que
representan la idea de la vida como un teatro; puesto que a través de lo mismos personajes
personajes se montan realidades sobre la realidad primera que asistimos por fuera del punto de
vista del Quijote, es decir por fuera de sus locuras, y que logran transmutar esa realidad primera
(2004).
La historia, muy bien elaborada y actuada por Dorotea -por su gusto por las novelas de
caballerías- que interpreta a la princesa Micomicona, logra convencer inmediatamente al hidalgo
quien no duda en ayudarla. Es en ese momento en donde se da rienda suelta a una obra teatral
que tiene personajes -como el barbero y Dorotea quienes utilizan disfraces como la barba hecha
pelos de la cola de un buey o vestidos y accesorios- y un guión que van improvisando el cura,
Dorotea, el Quijote e inclusive Sancho, formando así una historia a la cual el lector asiste.
De esta manera se instala segunda realidad que, aceptada y enriquecida por el Quijote y Sancho
quienes no dudan de los eventos narrados por Dorotea y, es más, agregan contenido y desarrollan
la historia , logra desencadenar una serie de eventos en la novela que, a los ojos del Quijote, son
completamente reales que modifican su pensamiento y su actuar.
El Quijote quiere salvar a la princesa matando al gigante y Sancho quiere ser gobernador
de una isla del reino de la princesa. Esa es la segunda historia que se desarrolla e instala sobre la
“realidad” que viven los personajes que no poseen la sicología quijotesca, pero que, de todas
maneras, ayudan a construir.
Tal representación constituye una obra teatral que se expande a la realidad de los
personajes y a la experiencia de lectura y que, así mismo como en el teatro, somos engañados por
la ilusión que crean los actores, pues a pesar de saber que es una historia falsa, la forma en que el
Quijote la interpreta modifica su realidad en la que convive con sus compañeros. El Quijote y
Sancho forman una especie de puente que une las dos historias que estamos leyendo, pues la
historia de la princesa desencadena hechos que afectan la realidad de todos los personajes gracias
al Quijote. Un ejemplo de esto es cuando se dirigían de vuelta a la venta después de que el
Quijote aceptara la misión de la princesa Micomicona. Una vez en el camino el barbero cae del
asno en el cual viajaba provocando que se le cayeran las barbas postizas que traía, lo que
claramente podía romper con la ilusión que había montado frente al caballero, a lo que el cura
rápidamente inventa una especie de “hechizo o remedio” para poder pegarle las barbas
nuevamente y disimular su falsedad. Pero el Quijote, a pesar de ver todo el accidente, lo toma
como un hecho extraño, pero real. Lo que resulta en la admiración del hidalgo y en su posterior
interés en la fórmula. Cabe resaltar en esta escena que a pesar de estar en presencia de la rotura
de la ilusión del engaño el Quijote está tan profundamente imbuido en sus ideas que naturaliza
un hecho completamente irrisorio. Otro ejemplo -del mismo capítulo- en donde el hidalgo une la
realidad y ficción es mientras están en la venta. El Quijote, en sus delirios mientra dormía, ataca
al gigante y rompe los contenedores de vino que se derrama por toda la habitación y que para
Sancho resulta ser la sangre del gigante asesinado.
En estas dos escenas el límite de la realidad y la ficción se pierde frente a los ojos del
lector, quien acude a ver cómo la historia de la la princesa se mezcla e influye en la realidad
primera de los personajes, ya que en la primera escena el engaño continúa a pesar de ser
descubierto y en el segundo episodio el lector se enfrenta, al mismo tiempo, a una batalla campal
entre un caballero y un gigante y un acto de locura de un pobre viejo delirante, todo en la misma
escena. A pesar de que sepamos que el Quijote y Sancho viven en un mundo que mezcla la
realidad y la fantasía, a diferencia de los otros personajes, la lectura de la obra nos presenta ese
mundo complejo que es construido por la visión de sus participantes, quienes no logran estar de
acuerdo entre lo que es verdad y lo que no. De este modo, se evidencia un contraste entre las
visiones que tienen los personajes de su mundo, pero que para el lector conforman un cuadro
lleno de matices diferentes.
Referencias Bibliográficas
Cro. S. (2004). La espiral barroca en el Quijote: de Ginés de Pasamonte a Maese Pedro. Actas
del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Volumen 2, pp.
137-148